Fisiologia y Propiedades Fasciales
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Sistema de Conexión Fascial
Somos una gran fascia. Nuestros nervios, músculos, capilares,
huesos, vasos, arterias, venas, ligamentos, cápsulas etc. existen y
pueden realizar sus funciones gracias al orden y conexión que
permiten las fascias. Este sistema fascial mantiene al Sistema
Nervioso Central y Autónomo en constante conexión con todo el
organismo, es decir, ayuda junto con los nervios a que todo el
organismo esté interrelacionado.
Las fascias proveen de líquido lubricante a las diferentes
estructuras con el fin de permitir el movimiento y la nutrición de tejidos
y órganos.
La fascia esta formada por fibras de colágeno y elastina,
organizadas en varias capas, siguiendo cada una direcciones
diferentes. Gracias a las fibras onduladas de colágeno la fascia podría
estirarse, y retornar su estado original de reposo por las fibras
elásticas.
El tejido conectivo subcutáneo en conjunto con la fascia
superficial formaría una membrana muy elástica y deslizante, esencial
para la regulación térmica ya que aquí se encontrarían alojados los
adipositos que determinarían la grasa alojada, los cambios
metabólicos y la protección de vasos y nervios superficiales, mientras
que la fascia profunda envolvería a los músculos, rodearía a las
aponeurosis musculares hasta que se insertarían en el hueso, cubriría
a los paquetes vasculo nerviosos profundos, órganos, componentes
óseos y sistema nervioso central.
En los tendones y ligamentos las fascias presentan
características distintas, aunque comparten con la fascia general
elementos como el colágeno, fibras elásticas y otras sustancias
celulares. En estos componentes especializados de las fascias existen
mecanoreceptores y propioreceptores que envían información a la
médula espinal y al cerebro sobre las posiciones corporales y los
diferentes movimientos que realizamos.
El tejido fascial también ayuda en la defensa del sistema
inmunitario ante cualquier agresión, sea ésta por impacto, por
disminución del aporte nutritivo o de oxígeno, por el aumento de gas
carbónico y de desechos metabólicos, proliferación de microbios o por
la irritación de los receptores nerviosos. En estos casos las fascias
tienden a inflamarse, enrojecerse, crear calor y producir dolor. Aquí
tiene lugar un proceso automático de reparación y cicatrización
basado en mecanismos complejos en los que el tejido fascial o
conjuntivo juega un papel muy importante gracias entre otros al liquido
cefalorraquideo que circula en su interior.
Las fascias son tejidos de protección y unión que envuelven a
todos y cada uno de los órganos de nuestro cuerpo. Hacen posible
que nuestra piel, músculos, huesos, todos nuestros órganos y
diferentes sistemas permanezcan unidos ofreciendo un escudo de
protección y lubricación. Los libros de medicina enumeran más de 100
tipos diferentes de fascias.
Cuando las fascias no tienen demasiada energía, se endurecen
y vuelven frágiles. Cuando la persona pierde su energía o ésta no
circula bien (como en el caso de una cicatriz), el cuerpo se endurece y
los movimientos pueden resultar dolorosos y poco armónicos.
Sabemos que en la mayoría de los casos de cicatrización el tejido
dañado no recupera su suavidad ni calidad original. Lo que predomina
en estos casos es el tejido fibroso responsable del aspecto rígido
denominado fibrosis. Además, esta cicatrización va acompañada por
adherencias responsables de diversas patologías como son
irritaciones, espasmos o fallos energéticos en dicha zona producidos
por la falta de comunicación eléctrica entre las células del tejido fascial
y sus alrededores, así como el acortamiento de tejidos (una operación
donde hay cicatriz siempre tendrá estos inconvenientes).
Como ya hemos dicho, en el proceso de cicatrización se produce
un acortamiento del tejido fascial que tiende a compensar dicho
acortamiento ocasionando un exceso de tensión en zonas distales que
posiblemente cause dolor o malestar en algún otro punto del cuerpo.
Vemos pues que a través de las cadenas musculares o fasciales
estas cicatrices pueden producir molestias en otras partes del cuerpo.
De igual manera, cuando una persona recibe un impacto en la
cabeza su sistema fascial intenta que el cerebro quede lo menos
dañado mediante ajustes elásticos. Intenta protegerle amortiguando
dicho impacto como si fuera un muelle, es decir, absorbiendo los
impulsos del golpe y re-dirigiéndolo hacia zonas menos importantes.
Es como echar una piedra en un estanque: las ondas circulares
que se forman tras el impacto de la piedra en el agua son simplemente
un sistema de amortiguación.
Este impacto se transmite por las fascias de las suturas
craneales externas, las fascias internas, las fascias longitudinales y
transversales y por los envoltorios musculares del cuello.
Aunque es difícil percibir este principio en el tejido fascial, es
cierto que tras un traumatismo existe un movimiento dinámico del
tejido fascial o aponeurótico ya que funciona como sistema protector
amortiguando el impacto.
Las fascias se caracterizan por su continuidad de una zona a
otra, recubriendo completamente todos y cada uno de nuestros
elementos corporales y llegando incluso a todas las células del
organismo en un sistema complejo pero unificado y unitario.
Al hablar de fascias hablamos de diferentes tejidos que tienen la
misma función. Dependiendo de dónde se ubique la fascia, de dónde
esté el tejido de relleno, recibirá un nombre u otro.
El tejido aponeurótico, el envoltorio que se encuentra entre
músculo y músculo, es una fascia. El hueso tiene su propio envoltorio,
el periostio, otra fascia que protege y nutre al hueso. Una arteria tiene
diferentes hojas o túnicas que la envuelven y cuya función es la de
proteger y nutrir, pues bien, esto también forma parte del tejido fascial.
El abdomen tiene varias capas de fascias, en realidad allí es donde se
encuentra la mayor concentración de fascias del cuerpo de ahí la
necesidad de mantener sano y energetizado todo el abdomen. En
técnicas orientales mantienen esta zona, el punto como el lugar donde
almacenar la energía y donde sale el poder y fuerza descomunal que
un practicante necesita sacar en un momento dado.
Mejorar nuestra energía equivale a mejorar nuestro sistema
fascial, especialmente si tenemos en cuenta que las fascias son los
distribuidores y almacenadores de la energía de nuestro cuerpo.
Las fascias sanas son como láminas tirantes de un material
delgado y resistente que ofrece un escudo protector flexible. Fascias
sanas son sinónimo de flexibilidad, de unidad estructural y de que
disponemos de un cuerpo sano y vigoroso. Son ellas las responsables
en gran medida de nuestro estado de salud y es ahora cuando nos
estamos dando cuenta de la importancia de este tejido.
Como ya hemos dicho, la fascia posee una elasticidad y ésta le
permite tanto mantener su forma como responder a la deformación.
La deformación elástica es la capacidad de la fascia para
recuperar su forma original cuando ha desaparecido la carga. Sin
embargo, aunque la fascia tiene la capacidad de dar de sí cuando se
la somete a una carga de estiramiento constante, si esta carga es
grande y se aplica durante un periodo de tiempo prolongado, la fascia
puede no ser capaz de recobrar su tamaño y formas originales
pudiendo dar lugar a una deformación plástica y pérdida de energía. A
éste fenómeno se le llama histéresis.
Tras la relajación que se acompaña a esta nueva adaptación del
tejido estirado, éste recibe un desgaste y posteriormente dispone de
menor resistencia a una segunda aplicación de carga. Éste fenómeno
es de importancia clínica para el terapeuta cuando se observan los
efectos del tejido conectivo o fascial provocados por lesiones agudas,
micro-traumatismos repetitivos o debido a una tensión constante.
El Tejido Fascial es resistente y sensible a la vez
Podemos decir que las fascias son resistentes a los
traumatismos y realizan un papel de protección, pero sin embargo son
sensibles a las energías de baja vibración o energías negativas. . Este
tejido se da cuenta de muchas cosas que nosotros no nos damos
cuenta, de muchas energías que son o no son buenas para nuestro
organismo. Este tejido tiene su propia inteligencia y memoria y si ha
sido dañado por ejemplo por agua hirviendo o ácido, cuando
queramos o tengamos intención de tomar algo de esto, el cuerpo
entero se pondrá a resguardo incluso antes de haber tomado nada. Es
la sabiduría natural del cuerpo. El tejido fascial es extremadamente
sensible a las influencias energéticas del entorno y del interior.
La fascia está hecha de colágeno, elastina y reticulina. Esta
constitución la convierte en una estructura elástica, dura y resistente.
El tejido conjuntivo tiene la capacidad de responder a influencias
mecánicas o químicas realizando cambios en su estructura y forma.
Como ya hemos visto, una carga constante en el cuerpo hace
que éste modifique su configuración para acomodar dicha carga y
como consecuencia puede dejar rasgos permanentes en el cuerpo.
Las experiencias traumáticas pueden provocar el acortamiento de un
músculo y de sus fascias. Bajo tensión los músculos se contraen, pero
si esta tensión persiste, el acortamiento se puede hacer permanente
ya que la fascia empieza a unirse al músculo y a entremezclarse con
éste en patrones de acortamiento. Esto hace que el músculo se
endurezca causando al conjunto del cuerpo que se acople en una
postura viciosa o asimétrica.
Si las influencias externas dejan rasgos permanentes en la
estructura del cuerpo, entonces deducimos que al realizar el proceso
inverso devolveremos al organismo su estructura corporal correcta.
Un traumatismo físico puede ser una lesión o golpe tras un
accidente de motociclismo o de cualquier otro deporte y un trauma
psíquico puede ser el ocasionado por un miedo intenso o por el
enorme sufrimiento por la pérdida de un ser querido.
Como consecuencia de un trauma lo normal es que la onda
expansiva del tejido fascial adopte una dirección determinada para
protegernos y aliviar el dolor y que luego vuelva a su posición inicial.
No obstante, ocasionalmente en el proceso de retroceso las fibras no
se alinean bien y se atascan. Debido a que las fascias están repartidas
por todo el cuerpo de forma continua y a que los músculos se
complementan y equilibran unos con otros, dicho traumatismo tensará
y acortará el músculo en la zona local, pero de igual manera se
producirá una tensión compensatoria en otra parte del cuerpo.
Al cabo de años o meses el sujeto puede tener problemas de
pérdida de olfato, de oído, dolor de hombro, molestias en el cuello, en
la cabeza, problemas respiratorios, fallo de memoria, etc. que
difícilmente podremos asociar con algo que nos sucedió hace 3 ó 4
años.
Por supuesto el proceso de deterioro provocado por un
traumatismo es reversible en la mayoría de los casos. El cuerpo se
puede manipular y dirigir a una posición mejorada, ya que el cuerpo es
maleable. Incluso los huesos están continuamente regenerándose y
cambiando su estructura.
La médula espinal es fuerte y resistente así como rica en fibras
de colágeno. Su débil rigidez proporciona cohesión entre las
estructuras del cráneo internas y externas, la columna vertebral, el
sacro y el cóccix.
Debido a tan estrecha vinculación entre estos componentes del
cuerpo humano, un problema en el sacro repercute en la columna y en
el cráneo, y viceversa.
Muchos problemas de origen psíquico, por no decir todos los
problemas emocionales, mentales y sentimentales que a lo largo de la
vida sufrimos, derivan en auténticos traumas que afectan a nuestras
fascias.
Por ejemplo, situaciones emocionales traumáticas con los
padres, con los hijos, con la pareja o cualquier otra relación,
repercuten en la tensión de las fascias de todo nuestro organismo.
Es muy posible que una discusión, una pena o tristeza, un
enfado, una depresión, una duda o incertidumbre o cualquier emoción
negativa, pueda producirnos tensión en el tejido fascial y dolor en
alguna parte del cuerpo.
Nuestras emociones entristecen nuestro cuerpo, alma y espíritu,
y como el tejido fascial interconecta estos tres pilares del Ser, es de
vital importancia el cuidado y relajación de este tejido tan
especializado
Es importante que seamos conscientes de que si nos vamos
llenando de pequeñas capas de energía negativa o traumática sin
aprender a liberarlas, al cabo del tiempo éstas se pueden convertir en
una distorsión psicológica y finalmente materializarse en una lesión
física. Sin embargo es muy posible que hasta que esto suceda
continuemos viviendo sin apenas darnos cuenta, sin demasiadas
molestias palpables. Quizá seamos un poco más infelices o tengamos
cierta dosis de ansiedad hasta que estos estados “soportables”
deriven en serios problemas, como por ejemplo en una esquizofrenia o
un cáncer. Hasta la fecha aún no se han efectuado estudios que
relacionen la causa con el efecto, o lo que es lo mismo, lo psíquico-
emocional con lo físico. Aunque sabido es por la comunidad científica
que casi un 80% de las enfermedades actuales son de tipo
psicosomático.
Biomecánica del tejido conectivo
Para entender cómo actúan las fuerzas externas e internas sobre
los componentes anatómicos del sistema fascial, es necesario conocer
los principios biomecánicos que gobiernan la respuesta tisular del
organismo a los requerimientos dinámicos.
En general, la deformación de los materiales inorgánicos
responden a la ley de Hook: un objeto se deforma como resultado de
una fuerza aplicada sobre el mismo, en la misma dirección y de forma
proporcional a la fuerza empleada (17). En los tejidos corporales, la
deformación es más compleja y se desarrolla en tres etapas:
Etapa preelástica.- Corresponde al paso del estado de reposo al de
tensión. La resistencia a la deformación del TC es mínima: durante
esta etapa desaparece la ondulación que presentan las fibras de
colágeno. La duración de esta etapa depende del grado de ondulación
que presentan las fibras de colágeno.
Etapa elástica.- Ante una fuerza mantenida se produce en el tejido
una deformación lineal proporcional a la tensión administrada, al igual
que en los materiales inorgánicos. Sin embargo, debido a las
características viscoelásticas del TC (152), al suprimirse la aplicación
de dicha fuerza, el tejido no recobra el estado original. Por tanto, un
cierto grado de deformación es irreversible y ello tiene lugar sin que el
tejido pierda su capacidad tensil. Además, la deformación bajo una
fuerza constante será proporcional al tiempo de mantenimiento de la
misma, no sólo a la de la carga aplicada. Este fenómeno, conocido
como creep o deformación bajo presión constante, es característico de
los materiales con propiedades Viscoelásticas (155). Otro fenómeno
asociado con el estiramiento de los tejidos con propiedades
viscoelásticas es la histéresis, es decir, la pérdida de energía en forma
de calor que se origina cuando el tejido es estirado, lo cual implica que
para regresar al estado inicial necesita una fuente adicional de
energía.
Etapa plástica.- Si el estiramiento sobrepasa los límites de la fase
elástica se originan microtraumatismos en las fibras de colágeno,
perdiendo parte de su capacidad tensil. En esta fase los cambios son
irreversibles a escala macroscópica. El mantenimiento de la fuerza de
estiramiento desembocará en la aparición de roturas en el tejido.
Tixotropía y piezoelectricidad
Durante la manipulación miofascial manual, a menudo se percibe
una relajación inmediata del tejido que tradicionalmente se ha atribuido
a las propiedades mecánicas del TC. Debido a la composición de
dicho tejido, entre los cuales destaca el agua, la distribución de
fuerzas aplicadas sobre el TC no sigue los principios de deformidad
homogénea o isotrópica. Así, se han desarrollado teorías sobre la
forma de transmisión de los impulsos mecánicos a través del sistema
fascial (17).
La tixotropía es un fenómeno observable en las sustancias
viscoelásticas, donde la aplicación de energía, en forma de calor o
presión mecánica, puede modificar su estado de agregación (37, 102).
En reposo exhiben propiedades mecánicas de gel, mientras que al ser
agitadas mecánicamente adquieren un estado más fluido.
Finalmente, al cesar la perturbación, se convierten nuevamente
en gel (31, 152). Esta reducción de la viscosidad es debida a una
ruptura temporal de la estructura interna del sistema y a su alto
contenido en agua, que permite la propagación de la energía desde
una partícula a otra al aplicarle fuerzas de tensión o de compresión
(17). La viscosidad de un sistema tixotrópico depende de la extensión
de las agitaciones mecánicas previas a las que se ha sido sometido el
tejido.
Otro fenómeno que pudiera explicar la plasticidad fascial es la
piezoelectricidad (156), observable en cristales y cerámicas. Consiste
en la aplicación de una fuerza mecánica sobre dicho cuerpo con el fin
de alterar su estructura molecular y producir una diferencia de
potencial eléctrico. En el cuerpo humano, los vasos, los huesos, los
tendones y los músculos se comportan como si fueran cristales.
En particular, se asemejan a cristales líquidos (102, 104, 157-
159). Al producirse un estímulo mecánico, los proteoglicanos de la SF
del tejido fascial se despolarizan y, como consecuencia de ello, se
genera una pequeña diferencia de potencial eléctrico que puede ser
propagada a través de la matriz. Esto se debe a que los GAG están
cargados negativamente bajo condiciones fisiológicas normales. Esta
diferencia de potencial estimula los fibroblastos de la región para
aumentar la producción de fibras de colágeno y la información y la
energía se transmite eléctricamente a través de la MEC (93). Teniendo
en cuenta que el colágeno, principal componente de la matriz, es un
semiconductor cuya piezoelectricidad varía con la temperatura y con la
hidratación (157, 160), se puede sugerir que es capaz de formar una
red electrónica integrada que permite el mantenimiento de la
homeostasis eléctrica(93) y la conexión entre todos los elementos de
la red de tejidos corporales. De esta manera, la compresión del
sistema fascial mediante las técnicas de liberación o manipulación
miofascial facilitaría la reparación tisular al estimular la migración de
cargas en la SF (93) y permitiría restablecer el equilibrio comprometido
por un traumatismo físico o por una deformación patológica,
armonizando la circulación de las corrientes eléctricas Biológicas (17).
Tensegridad
El análisis de las características biomecánicas del organismo, en
especial de la región espinal, y de su capacidad de estabilización y
absorción de fuerzas se ha realizado, generalmente, a través del
modelo estático de “estructura de ladrillos”. Sin embargo, dicho modelo
sólo es estable en perfecto equilibrio y bajo la fuerza de la gravedad,
de lo contrario, lesiona los tejidos y consume demasiada energía. Por
ello, Levin (161, 162) recurre a la estructura arquitectónica de la
tensegridad para constituir un nuevo modelo funcional de respuesta
corporal a los requerimientos mecánicos internos y externos.
El modelo de tensegridad está compuesto por la repetición de
múltiples estructuras básicas, formadas por 6 puntales y 24 cuerdas
elásticas, capaces de responder porseparado a la compresión y a la
tensión (Figura 13). Estas estructuras reciben el nombre de icosaedros
(163).
Una de las principales características de la estructura de
tensegridad es el estado de pretensión o integridad tensional que
presenta, incluso, en ausencia de fuerzas externas. Este estado de
precarga le permite responder eficazmente a requerimientos dinámicos
de cualquier orientación independientemente de las fuerzas
gravitatorias.
Así, al aplicar una tensión en un punto cualquiera del sistema,
todos los elementos interconectados de la estructura corporal se
reajustan globalmente, mediante transducción mecánica, en respuesta
a la acción mecánica local redistribuyendo las cargas de manera
eficiente. Por ello, se habla de biotensegridad o aplicación de los
conceptos de tensegridad a las estructuras biológicas y fisiológicas
(161).
Los aspectos más destacados de este diseño estructural se
pueden resumir en (164):
Estabilidad multidireccional.- Los diferentes elementos son
capaces de mantener sus propiedades independientemente de la
dirección de la carga aplicada.
Equilibrio.- Los componentes de tensión y compresión están
separados y mecánicamente interconectados a través de la estructura
en su conjunto.
Integración.- Los cambios en cualquiera de los elementos supone
una alteración de toda la estructura, debido a la tensión recíproca,
distribuyendo el estrés mecánico entre todos los puntos del sistema.
Eficiencia energética.- Con el mínimo consumo de energía, se
mantienen los valores máximos de equilibrio y estabilidad.
Ingber (165, 166) sugiere que el principio de tensegridad se puede
aplicar en el cuerpo humano a cualquier escala. Desde un punto de
vista macroscópico, los huesos constituyen los componentes rígidos
de la estructura corporal y el sistema miofascial conforma los
elementos tensiles. A nivel microscópico, los elementos del sistema
vendrían determinados por las cadenas de proteínas que componen el
citoesqueleto – microfilamentos, filamentos intermedios y
microtúbulos- y por la MEC.
El modelo de biotensegridad considera que la respuesta celular a
la transmisión local de las cargas mecánicas va a depender de la
conectividad de los receptores transmembrana de la superficie celular
y de la interacción entre los tres sistemas de filamentos
citoesqueléticos, que conforman una red molecular diferenciada que
abarca la superficie celular y se extiende a través del citosol viscoso.
El estado de pretensión, característico del modelo de tensegridad, es
fundamental para lograr la estabilidad y el control de la forma celular
dado que cambios en la geometría de la superficie de la misma
podrían suponer alteraciones en las reacciones bioquímicas de la
célula.
Así, el citoplasma y el citoesqueleto constituyen un sistema
mecánico estable y autorregulado en el que se establece un equilibrio
de fuerzas entre los microtúbulos, los microfilamentos y la MEC. Al
menos una parte de los microtúbulos, conjuntamente con las uniones
intercelulares que posee la MEC, actúan como estructuras
compresivas dentro del citoplasma resistiendo las fuerzas tensiles que
generan los microfilamentos de actina y los filamentos intermedios en
el citoesqueleto celular (125).
El modelo de biotensegridad puede permitir, asimismo, predecir
el comportamiento dinámico de las células de los organismos vivos.
Estas predicciones serían: la rigidez celular aumenta a medida que se
incrementa el estado de preestrés y, ante la aplicación de tensión, la
rigidez aumenta de forma lineal en igual proporción a dicha fuerza de
estiramiento.
El modelo de tensegridad también tiene en cuenta la naturaleza
jerárquica de los sistemas biológicos, de manera que la célula, el tejido
y cualquier otra estructura biológica de mayor o menor tamaño
exhiben comportamientos mecánicos integrados.
Los receptores transmembrana que comunican la MEC con el
citoesqueleto interno (126), las integrinas, desarrollan un papel central
en la mecanorregulación como mecanorreceptores y como mediadores
de la transducción mecanoquímica. Ingber (165) aplicó un esfuerzo de
torsión sobre las integrinas y observó que cuanto mayor era el estrés
mecánico provocado, más tensas y rígidas se volvían las células. El
control del comportamiento celular está determinado por
modificaciones en el equilibrio de fuerzas mecánicas que se articulan a
través de las integrinas. La sensibilidad celular a las fuerzas
mecánicas puede generar cambios bioquímicos y de expresión
genética intracelulares que desencadenen la mecanotransducción de
señales en el interior de la Célula (167). El estado celular parece,
entonces, autorregularse como resultado de la interacción colectiva de
las redes de señalización proteica, genética y mecánica que sugiere el
principio de tensegridad.