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El Evangelio en las Plácas de ESO y BAC (A) FOMENTO DE CENTROS DE ENSEÑANZA 2010

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El Evangelio en las Pláticas de ESO y BAC

(A)

FOMENTO DE CENTROS DE ENSEÑANZA2010

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ALGUNOS TEXTOS QUE ENCAUZAN Y SEÑALAN LA FINALIDAD DE LAS PLÁTICAS

"El Misterio de la fe", exige que los feles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración" (Catecismo 2558)

La oración: “es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infnitamente bueno, con su Hijo Je-sucristo y con el Espíritu Santo que habita en sus corazones” (Compendio 534)

"Intentar comprender su oración (la de Jesucristo), a través de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos a la santidad de Jesús Nuestro Señor como a la zarza ardiendo: primero contemplando a El mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer fnalmente como acoge nuestra plegaria" (Catecismo 2598)

Jesús nos habla en el Evangelio: “Los cuatro Evangelios, siendo el principal testimonio de la vida y doctrina de Jesús, constituyen el corazón de todas las Escrituras” (Compendio, 22)

"Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra —obras y dichos de Cristo— no sólo has de sa-berlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encar-nes en las circunstancias concretas de tu existencia. —El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida. Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?..." —¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante. Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. —Así han procedido los santos. (Forja 754)

Me comentabas que hay escenas de la vida de Jesús que te emocionan más: cuando se pone en contacto con hombres en carne viva..., cuando lleva la paz y la salud a los que tienen destrozados su alma y su cuerpo por el dolor... Te entusiasmas —insistas— al verle curar la lepra, devolver la vista, sanar al paralítico de la piscina: al pobre del que nadie se acuerda. ¡Le contemplas entonces tan profundamente humano, tan a tu alcance!—Pues..., Jesús sigue siendo el de entonces. (Surco 233)

En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resuci-tó, y vive y permanece siempre.

Pero hay que unirse a El por la fe, dejando que su vida se manifeste en nosotros, de manera que pueda de-cirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo! (Es Cristo que pasa, 104)

"Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer co-rriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cris-tianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más di-versos lugares del mundo.

Así vivió Jesús durante seis lustros: era fabri flius, el hijo del carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es éste?, ¿dónde ha apren-dido tantas cosas? Porque había sido la suya, la vida común del pueblo de su tierra. Era el faber, flius Ma -

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riæ, el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas. (Es Cristo que pasa, 14)

En los medios de formación grupal, las pláticas, y en la atención personal, procuraremos ayudar, contando siempre con la gracia de Dios y la libre correspondencia de cada persona, a que « la fe, ilustrada por la doc-trina, se haga en los hombres viva, explícita y operativa» (Directorio General de Catequesis). Sabemos bien que es este un camino de oración.

No debemos ni podemos olvidar, la enseñanza de San Josemaría: que la fe echa raíces en la oración, y que, en el trato con la gente joven, no perdemos el tiempo, cuando alcanzamos a prestar la ayuda que cada uno necesita: que cada persona incorpore la oración a su vida.

Nota:

Aunque el tema de la plática pueda ser el mismo, será muy distinta la que se de a un alumno o alumna de BAC, que a uno de 1º de ESO.

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PLÁTICA-ORACIÓN-ESQUEMA

1. Ponerse en la Presencia de Dios. Hacer un acto de fe

2. Facilitar y ayudar a escuchar a Jesús que nos habla, ahora en el Evangelio. Nos ha de interesar mucho lo que Cristo enseñe, por ser sus discípulos, por ser cristianos.

3. Contar con viveza la enseñanza evangélica que se va a considerar. Esa es la mejor anécdota

4. El sacerdote puede dirigirse personalmente a Jesús eucarístico, sugiriendo también respuestas al diálogo de cada uno.

5. Tenemos que hacer ver e insistir en la importancia de no oír únicamente al sacerdote, sino de ponerse delante de Jesús que quiere hablar y estar con cada uno.

6. El sacerdote ha de facilitar el diálogo con Jesús: por su actitud de fe viva y de amor y reverencia a Jesús Sacramentado.

7. Se puede sugerir algún pequeño propósito, siempre bien centrados en lo fundamental, con don de len-guas. Parece aconsejable sugerir que hablen, si lo desean, en la preceptuación o con el sacerdote, para que les ayuden en la oración.

8. Dar gracias y pedir ayuda al Espíritu Santo para vivir algún propósito y ser coherentes en la vida cristiana.

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Domingo 1º de Adviento (A) Tm XXIV, 37-44

Dios entra en la historia de cada hombre para cambiarla

Hay que despertar: el Señor está cerca

No sabemos la hora en qué vendrá

Con el Señor todo lo puedo

1— “A Ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío en Ti confío”

Adviento... El Adviento es como un resonar alegre de campanas que nos convoca a poner nuestra es -peranza en Dios, porque nos ama. Prepararme para recibir al Mesías, al Salvador. El Hijo de Dios, al encar-narse, no sólo entra en el tiempo, sino, en cierto modo, entra en la historia de cada hombre. Él no sólo quie-re compartir nuestra naturaleza sino que desea transformarla interiormente, mediante la conversión perso-nal, con la que su acción salvífca y santifcadora se haga realidad en mí. ¿Qué debo hacer? ... Revivir en mí aquellas disposiciones personales que San Pablo enumera en la segunda lectura de hoy:

— “Daos cuenta del momento en que vivís”. “Es hora de despertar del letargo”, de esa especie de somnolencia que tantas veces nos invade a los humanos; y tomar conciencia de lo que Dios quiere hacer ahora en mi: “la salvación está muy cerca”.

— Desechar las obras de las tinieblas que tienen, en cada uno, sus propias manifestaciones: afán de “tener” y vivir como si este mundo fuera lo defnitivo. Recordar que lo único que nos quedará serán las obras... Miedo, cobardía ante Jesús que nos lo pide todo...; que hemos de ir contra corriente en este mundo que vive de espaldas a Dios.

— “Revestos de Nuestro Señor Jesucristo”, esto es, disponeros a recibirle y dejarnos transformar por Él mediante una conversión continua.

2— “Estad preparados porque no sabéis a que hora ha de venir el Señor”... Esa preparación es tarea de toda la vida. Mirarme sinceramente ante el Señor en el examen diario de conciencia; en el que he de contemplar las acciones de cada jornada, y sin miedo alguno a luchar..., y con un acto de dolor a comenzar y recomenzar, cuantas veces sea necesario, el seguimiento de Cristo.

Saber aceptar al Señor que se nos hace presente en cada una de las acciones que realizo: Señor, esto por Ti y para Ti. Descubrir lo que debo quitar y arrancar porque estorba y desagrada a Dios; qué debo entre-gar y entregarlo y en qué debo cambiar para ser más amigo de Cristo.

Es mucha la tarea que Dios espera de mí en este Adviento. Sé que solo no puedo, pero contigo, Señor, sí; por eso, “A Ti levanto mi alma; Dios mío en Ti confío”. Que con su ayuda, caminemos con Cristo en esta vida para que entremos de su mano en el Cielo.

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Domingo 2 Adviento (A) Mt III, 1-12

Todos verán la salvación: esperamos en ella

Dios nos salva contando con nosotros

¡Señor, cuando me voy a convertir! (S. Josemaría)

Poner nuestra confanza en el Señor

1—“Preparad los caminos del Señor... Todos los hombres verán la salvación de Dios”.

Es una invitación a la esperanza...; es cierto que somos pecadores... y que nos olvidamos y alejamos del Señor al poner el corazón en tantas cosas que nos seducen ...; que vamos a “lo nuestro” poniendo el co-razón en el egoísmo, pensando que este mundo que tocamos vale inmensamente más que lo que Dios nos ofrece.

Sea cual sea nuestra locura, hasta esa que nos lleva a valorar, con más garanta de éxito, lo terreno que se acaba que lo que Dios nos promete para siempre. Él viene a salvarnos. A todos invita y llama a una conversión interior, sincera y efectiva: “Convertos, porque está cerca el reino de los cielos”; convertos por-que es mucho lo que os traigo; ninguna cosa de este mundo, ningún sueño de los hombres más ambiciosos, se puede comparar con la salvación eterna a la que a todos llamo. “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”

No dejes pasar este tiempo de gracia en el que Dios te llama por tu propio nombre para decirte al oído que este mundo es la palestra en la que hemos de entrenarnos para ganar el premio de la Vida sin fn. Cristo viene a salvarnos a todos, si nosotros le dejamos.

2— ¿Qué hemos de hacer? ¿Qué espera Cristo de mí?

— Reconocer mi situación real ante Dios, que lo ve todo, lo sabe todo, lo puede todo y me ama infni-tamente. Él puede y quiere curarme, puede perdonarme, puede santifcarme, si yo le dejo. Piensa ante el Salvador, ¿qué me pasa que no acabo de convertirme, de decirle: Aquí estoy, Señor, para seguirte?

—Yo quiero, Señor, pero estoy cogido, por las ambiciones de este mundo que me impiden estar conti-go; me canso de luchar ante mis familiares, amigos y compañeros que viven como si Dios no existiera; no me veo con fuerza para ir contra corriente todo el día.

A veces lucho, pero en seguida vuelvo a las andadas, Es hora de apoyarte más en “Aquel que viene a salvarnos”; estás convencido que solo no puedes; son tan repetidas las caídas, los desalientos... Sin embar -go con Él lo puedes todo..., porque “para Dios nada hay imposible”, sino ¡ahí están los santos!

Contemplamos las maravillas que Dios ha hecho en la Virgen, y le damos gracias... A nuestra Madre le suplicamos que nos muestre a Jesús y que nos enseñe a confar siempre en Él.

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Inmaculada Concepción

María es concebida sin mancha de pecado

La Virgen es nuestra Madre

Tratarla como Hijos

Lucha contra las tentaciones. Vivir la santa pureza

1— “Toda hermosa eres, María, y en ti no hay mancha de pecado original”.

En medio de este tiempo de Adviento en que esperamos la venida del Salvador, la Iglesia quiere que celebremos la festa de la Inmaculada Concepción de la Virgen, llamada a ser la madre del Redentor.

Y ¡cómo se luce Dios en prepararla! Ya desde el primer instante de su concepción es Inmaculada, sin mancha de pecado original..., y nunca jamás tuvo la más leve mancha de pecado. Es la llena de gracia...; la Hija de Dios Padre, la Madre de Dios Hijo y la Esposa de Dios Espíritu Santo; Templo y Sagrario de la Santsi -ma Trinidad. “Más que Tú, sólo Dios”

Y nosotros hoy la contemplamos con alegría flial..., nos recreamos en Ella por las maravillas de gra-cia, de belleza y de poder que nuestro Dios ha depositado en la Virgen.

2— La Virgen es nuestra Madre... El orgullo de los buenos hijos es parecerse a su madre. Para imitarla le hemos de tratar...; eso es lo que hemos hecho, de modo especial, en esta Novena:

- La hemos puesto en todo y hemos contado con Ella para todo. Ha presidido el trabajo sencillo y oculto de cada jornada; la hemos invocado en las tentaciones y difcultades: todo se lo ofrecemos como ma-nifestación de cariño.

- Le hemos dirigido piropos encendidos de amor: jaculatorias, Acordaos, miradas suplicantes. Y le he -mos encomendado a nuestros familiares y amigos para que los acerque más a Jesús.

Hoy nos invita a vivir la santa Pureza, en medio de un ambiente tan hedonista y tan permisivo...La limpieza de corazón, indispensable para ver a Dios, sigue siendo factible en medio de tanta corrupción... To-dos hemos visto forecer una azucena en medio de un basurero... Dios puede hacer brotar la santidad en medio de situaciones de menosprecio de la virtud y de exaltación del vicio.

“Él nos eligió en la Persona de Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia por el amor”

Así como Dios se lució en la Virgen, porque ella cooperó haciéndose su esclava, del mismo modo rea-lizaré sus planes de santifcación con mi docilidad a la gracia: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

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Domingo 3 de Adviento (bis) /A) Mt XI, 2-11

Llamar al Señor pidiendo la salvación

Son tantas las situaciones que ofenden la dignidad del hombre

Nos hacemos fuertes con la presencia eucarística

Acudamos a limpiar el alma en la Confesión

1— «Ven, Señor, a salvarnos» (salmo responsorial). Este es el grito del necesitado que mira al Señor. Así clamó angustiado Pedro aquel día en que la barca zozobraba en el mar: «sálvanos, Señor, que perece -mos»... Así gritaban los ciegos: «Señor, que vea»... Y los leprosos: «Si quieres, puedes»... Porque creen que Jesús es el Hijo de Dios, que lo puede todo.

Y del mismo modo clamamos los cristianos de hoy, esperando a Jesús en este tiempo de Adviento que viene a salvarnos.

Nosotros, que nos encontramos envueltos en situaciones dolorosas por la carencia de sacerdotes santos, clamamos al Señor diciéndole. «Danos mucho y santos sacerdotes».

Ante los atentados constantes contra la vida humana en las distintas etapas de su proceso natural; ante las insidias contra el matrimonio y la familia queridos por Dios “desde el principio”; ante las amenazas contra la dignidad de la persona humana manipulada con el ropaje seudo cientfco del mal llamado progre -sismo, clamamos al Señor, diciendo: «¡Ven, Señor, sálvanos!».

2. A lo que el Señor nos responde:

Pero si estoy aquí con vosotros. Estoy realmente presente en el Santsimo Sacramento del altar..., en la celebración de la Santa Misa, en la que se actualiza el mismo sacrifcio de la Cruz...

Estoy presente en el sacramento de la Confesión esperando sanar a los enfermos, debilitados por sus dolencias morales; y resucitar a la vida divina a quienes la han perdido por el pecado mortal.

Por eso Jesús nos dice a nosotros, en estos momentos en que clamamos: ¡Ven, Señor! ¡Ven y sálva -nos!:

— ¡Ven tú a Mí! Ven a escuchar mi Palabra que será luz que guiará tus pasos... Ven a confesarte, y te devolveré la paz, la alegría y la vida... Ven a Misa los domingos y te reconfortaré con el don de la Eucarista... ¡Ven, y te salvaré!

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Domingo 3 Adviento (A) Mt XI, 2-11

Ven Señor a salvarnos

Dios viene aunque a veces nos parezca que tenemos que esperarle

Escuchemos su Palabra en el Evangelio y en el Catecismo

Oírle en el Sagrario

1— “Ven, Señor, a salvarnos”, a darnos la paz, la salvación, la felicidad. Así clamamos con la mirada puesta en el Hijo de Dios que toma la naturaleza humana para hacernos partcipes de la vida divina.

Y Él nos dice por medio de Santiago en la segunda lectura: “Manteneos frmes porque la venida del Señor está cerca”... Hemos de imitar al labrador que, una vez sembrada la semilla en el campo, aguarda con paciencia el fruto de la tierra.

No podemos pasar la vida quejándonos amargamente unos de otros... “porque el juez está cerca”... y él espera de nosotros las buenas obras, que son las que realizamos diariamente sólo para agradarle y darle gloria.

2— “Ven, Señor, a salvarnos”... ¡Si ya estoy aquí!... Ahora nos toca a nosotros reconocer a Cristo que nos llama para santifcarnos, para salvarnos.

La luz para reconocerle, no son nuestros sentimientos, ni los contenidos que ofrecen el cine y la TV... Para conocer a Cristo hemos de escuchar su Doctrina que, a fn de que nunca la olvidemos, la ha resumido en el “Amaos los unos a los otros...”; conocer sus obras, con las que da testimonio de que es Hijo de Dios y ama sin límites a los hombres; y tratarlo con el calor y cariño de los buenos amigos.

Todo esto lo aprenderemos manteniendo, diariamente, una comunicación viva con Cristo, presente en la Eucarista, en la oración, en esa comunicación viva con Él, como la que tenían los Apóstoles en aque-llos ratos intensos e íntimos de convivencia con el Maestro... Hambre de oración... que “no consiste en pen-sar mucho, sino en amar mucho” (Santa Teresa de Jesús) Y como todos sabemos amar, también todos sabe -mos orar... La oración es como la respiración del alma... Nadie puede vivir sin respirar; tampoco nadie pue-de ser bueno sin oración.

De ese trato con Dios aprenderemos a quererle más cada día, a buscarle a lo largo de toda la jornada, a adorarle en el Sagrario, que es como la cárcel en la que Jesús queda prisionero de amor por nosotros. De este modo oiremos de labios de Jesús, como las gentes que aparecen en el Evangelio de hoy: “Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el reino de los cielos, es más grande que él”.

Que nos preparemos, como niños, para recibir al Niño-Dios.

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Domingo 4 Adviento (A) Mt 1, 18-24

El Salvador: Dios con nosotros

Contemplar las circunstancias de su venida entre los hombres

Disponernos a recibirle, confando en El

Acogerlo en nuestra vida

1—”La Virgen concebirá y dará a luz un hijo” Estamos ante la cercanía de Dios que llega para salvar-nos, y con estas palabras nos da la señal de su ya próxima venida. Será el Emmanuel, el Dios con nosotros.

La Revelación nos asegura que el Salvador no estará lejos del hombre, ni será como un maestro que teoriza a sus alumnos. Será un “Dios con nosotros”, ya que, por la encarnación, asume nuestra propia natu-raleza y vive nuestra misma vida: “Trabaja con manos de hombre, piensa con inteligencia de hombre y ama con corazón de hombre”; es “en todo igual a nosotros, menos en el pecado”. De este modo abre el camino que debemos seguir para llegar a donde Él ha llegado.

Esta misma verdad es la que matiza y confrma San Pablo en la segunda lectura: Soy “escogido para anunciar el evangelio de Dios que se refere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David... y de Él he recibido la misión de anunciar que también los gentiles son llamados a la salvación”.

2— El Evangelio de hoy da seguridad a nuestra esperanza, al afrmar que todas las promesas se hacen realidad en la venida del Salvador...

Vamos a contemplar el nacimiento del hijo de Dios hecho hombre en la soledad en la que le han deja-do los hombres y la pobreza de un Portal abandonado. No podemos acercarnos a él con miras humanas, es decir, queriendo descubrir en él sólo lo que vemos con los ojos y razonamos con esta pobre inteligencia; así jamás descubriremos la riqueza insondable del misterio de la Navidad.

Nos pasaría como a San José que no entendía nada; sólo cuando el Ángel le habló, descubrió el miste-rio que se obró en el seno de su esposa...

Desde entonces todo cambia: Cree, se queda con la Virgen y recobra la paz.

Vamos a pedir que, ante el misterio de la Navidad, adoptemos la actitud de fe de José a las palabras del Ángel: se queda con la Virgen, y los dos esperan con inmenso amor al Niño que iba a nacer por nuestra salvación.

Abramos las puertas del alma de par en par a Jesús que llama: y que, como buenos hijos de la Virgen, lo acojamos para siempre y nunca nos apartemos de Él.

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Domingo 4 Adviento (bis) (A) Mt 1, 18-24

Prepararnos interiormente a la venida del Señor

Necesitamos la fe

Señor, auméntanos la fe: acudir a los Sacramentos

Buenas disposiciones para recibirle en la Comunión

1. «La Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, que será “Dios con nosotros”».

La Iglesia nos invita a prepararnos con las mejores disposiciones para vivir la Navidad, y recibir a Jesús que viene a salvarnos. Ciertamente, en la sociedad hay muchas cosas que recuerdan la Navidad: luces..., rui-do callejero..., felicitaciones, etc.

Pero frente a todas esas realidades externas, necesitamos una preparación interior, iluminada por el esplendor de la fe, que es la adhesión plena y total a Dios -que es la Verdad-. Él no puede engañarse ni en -gañarnos. Y que me dice, a través de los signos exteriores: luces, felicitaciones, música...: tú debes encon-trar al Salvador..., al que es la Paz..., que viene a realizar la unión entre todos los hombres de buena volun -tad.

Esa fe —nos dice el Evangelio de la Misa de hoy— la necesitó san José para descubrir que lo acaecido en su esposa, la Virgen, no fue por obra de varón, sino «por obra y gracia del Espíritu Santo»: María ha con-cebido en su seno al Salvador de los hombres.

Asimismo, guiados por la fe en el anuncio de los ángeles, los pastores de Belén adoraron a Jesús en -vuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Guiados por la fe, los Magos de Oriente vinieron de lejos hasta Belén, adoraron al recién nacido Rey de los judíos y le ofrecieron oro, incienso y mirra.

2. «Señor, auméntanos la fe» con la que descubra la presencia de Cristo en la Misa que oigo cada día, cada Domingo; en la Santsima Eucarista... Y le adore postrándome ante Él, abriéndole las puertas de mi intimidad y se quede conmigo.

«Señor, auméntame la fe». Así creeré que Tú me esperas en la escucha de tu Palabra; y cambia mi manera de pensar por la tuya. Enséñame a creer más en ti, para buscarte por el camino de mi conversión continua, vivida en la confesión frecuente.

Aumenta mi fe para recibirte con las mejores disposiciones en la Sagrada Comunión. De este modo recibiré, como los pastores de Belén y los Magos de Oriente, los dones salvífco de tu Nacimiento.

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Vigilia de Navidad.

Dios hecho hombre viene a los hombres

Nos hace participes de su vida divina

Vivir con José, María y Jesús

Tendremos paz y la daremos

1. Durante este tiempo de Adviento que acabamos de vivir, todos hemos clamado con fe y esperanza: «Cielos, abríos, y que las nubes derramen al justo, al Salvador» prometido por nuestro Dios para la salva-ción del mundo.

Ha llegado ya la hora en la que el Hijo de Dios, hecho hombre, entra en el mundo en medio de un gran silencio que lo invade todo. Viene para ser la Luz que iluminará a todos, la Vida y la Salvación tuya y mía, ¡de todos y cada uno de los humanos!

Y este Salvador, Jesús, se nos da por medio de María:

«Mirad, la Virgen concebirá

y dará a luz un hijo

y le pondrá por nombre Emmanuel

que signifca “Dios con nosotros”.

2. Los hombres necesitamos prepararnos muy bien para recibir al Niño Jesús, que nos trae un regalo, un DON tan grande, que los pobres mortales ni siquiera somos capaces de sospechar. Viene a hacernos par-tcipes de su misma Vida divina. Quiere que seamos de verdad hijos de Dios.

Creo que el modo de disponernos interiormente en esta Noche Santa, para que Jesús derrame sus dones divinos en nuestras almas, es acercarnos a José y a María y, junto a ellos, contemplar con los ojos de la fe y del agradecimiento, al Niño Jesús, Rey y Señor del universo, sin casa, olvidado de los hombres, en-vuelto en unos pañales y puesto en las manos de la Virgen Madre que, junto con san José, daban calor hu-mano y divino a Nuestro Señor, recién nacido.

Nosotros, Señor, recogidos en silencio, nos unimos hoy a san José y a nuestra Madre, y ponemos en sus manos los “pañales” de nuestra fe, cariño y agradecimiento, para que envuelva con ellos a Jesús Niño, y le acompañen en esta Nochebuena y ¡siempre!

Os deseo que las riquezas divinas de esta Navidad os acompañen siempre y os llenen de la paz de Dios.

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Navidad

Dios se hace semejante al hombre en todo menos en el pecado

Admiremos su gran Amor, con su gran sencillez

Con la Cruz nos muestra su amor infnito

“Vino a los suyos y no le recibieron”: la locura del hombre

1— Dios sale al encuentro del hombre por el camino del anonadamiento... Por eso produce admira-ción y asombro...

La Omnipotencia se hace debilidad, la Verdad se oculta, la Sabiduría no puede hablar, el que es Infni -to se encierra en un Niño. Y contemplando este proceder del Hijo de Dios nos asombramos y maravillamos. Y tanto mayor es el asombro cuanto mayor es la amistad, el cariño que tenemos a esa Persona con la que nos encontramos.

En esa contemplación del Niño de Belén, no podemos menos de preguntarnos con san Agustn: “¿Cur Deus Homo?” ¿Por qué Dios se hace Hombre..., infante..., Alimento.... Crucifcado?

2— Los proyectos de Dios desconciertan al hombre... Tiene otros parámetros...

Las dos grandes obras de Dios “ad extra” son la Creación... y la Redención... Diríamos, de algún modo, que Dios Creador actúa de manera que pueda entender el hombre, es el modo de hacer fácil lo difícil: “Há-gase la luz..., hágase..., hágase... Y todo acaecía conforme al querer de Dios; todo era como muy sencillo.

Pero cuando llega la plenitud de los tiempos y decide hacerse Hombre, todo resulta desconcertante para el ser humano. “Cur Deus Homo?” ¿Por qué la Encarnación..., Belén..., la Vida oculta..., la Eucarista... la Cruz? Pero ¡si con una simple palabra, con un acto de su Voluntad, hubiera podido salvar al hombre! ¿Por qué, Señor?

Dios nos enseña que no quiere tratar al hombre como a las cosas materiales y a los seres irracionales: estos los crea con el poder de su Palabra que se impone a todo y todo lo saca de la nada.

No quiere salvar al hombre a la fuerza, sino que Él desea conquistar su voluntad libre, (no quiere ven -cer sino convencer) y ésta sólo se gana con la fuerza del Amor. Por Amor a nosotros se hace Hombre..., nace en Belén..., se entrega en la Eucarista y en la Cruz.

Y el hombre, al saberse querido por Dios hasta la locura de la Cruz..., de la Eucarista..., del Perdón..., le dice con Tomás: “Señor mío y Dios mío”, ¡Soy tuyo! ¿Qué quieres de mí?

A esto conducen los desconciertos del Evangelio: a darnos cuenta que Dios nos ama sin medida y confrma su Amor con el sello y la rúbrica de la Cruz. Y la Cruz es el camino por el que correspondo al Amor de Dios y le manifesto que yo soy suyo para siempre.

3— “Fue a los suyos y no le recibieron” Jesús nació en un establo; no había lugar para ellos en ningu -na casa.

Al escuchar este pasaje del Evangelio, una niña dijo: “si yo hubiera estado allí”... le hubiera dado mi casa, mi vida... Ciertamente ella no estaba allí, pero Jesús sí que está aquí con nosotros. Y nos pide muchas cosas que no siempre le damos. Nos pide la unidad en la familia, respeto a la vida, que es sagrada: pide que perdonemos, que viva en gracia etc... ¿Se lo doy? , o tampoco hay lugar en mi para acogerlo.

¡Qué duro debió ser para el Señor el ser rechazado por los suyos!:

- No había sitio para ellos en Belén... Y fue allí para hacerles bien..., partcipes de la vida divina.

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- Y ¿por qué el día del “don de Dios” es el día de la “no acogida” por parte del hombre? Seguro que no sabían quien era el que llamaba: quizá tuvieran el corazón en “otras cosas”; o creyesen que Jesús “estor -base para sus planes”.

¡Cuánto perdieron los de Belén por no abrir las puertas al Señor! Venía a salvarlos y no le dejaron. ¡Todo un misterio!

Aquel misterio de la noche de Belén dura sin interrupción, llena, la historia del mundo y se detiene en el umbral del corazón humano, es decir, sucede ahora entre nosotros, en mí.

Pero, ¡qué bueno es Jesús!:

- “Aunque el mundo no le conocía, Él está con nosotros.

- Aunque los suyos no le recibieron, Él viene.

- Aunque no hay sitio en el mesón, Él nace” (Juan Pablo II)

Pedir a la Virgen y a San José que sepamos acoger a Aquel que viene a salvarnos.

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Sagrada Familia

Dios viene al mundo en una familia

Amar y defender el matrimonio y la familia

Cuidarla, con obediencia y espíritu de servicio

Rezar y servir

1— “El que teme al Señor honra a sus padres” Celebramos esta festa en el entorno de la Navidad... Apenas ha nacido Jesús, la Iglesia quiere que contemplemos a la Sagrada Familia: a Jesús, José y María, que debe ser el norte, el punto constante de referencia hacia el que miremos, si de verdad queremos formar una familia asentada, no en el “tener” sino en los valores que enriquecen verdaderamente a los hombres.

La familia, nos enseña la Iglesia, es la célula de la sociedad... Y si la sociedad está tan deteriorada, se debe a que la familia está enferma. Cada uno hemos de pensar en la nuestra que, posiblemente, también está enferma. Y si no, ¿quien no descubre en ella egoísmos..., divisiones..., o quizá roturas? ¿Qué puedo ha -cer para sanarla y recuperar la unidad entre todos sus componentes?

Contempla la Familia de Nazaret y aprende de ella el estilo de vida que hemos de imprimir en la nues-tra: un estilo de servicio, de entrega, de piedad y de respeto...

a) Lo primero que nos enseñan la Virgen y San José es que los padres no deben considerarse los due-ños absolutos de su familia... Ellos son cooperadores leales con Dios; por eso van a Belén..., salen a Egipto y hacen lo que Dios les pide en cada momento.

b) Educar a los hijos: sacar a fote todos los talentos que Dios a cada hijo y corregir lo defectuoso. Esta es la máxima tarea de los padres. Se educa, no por lo que se dice, sino por lo que se es. Su labor es muy pa-recida a la de un buen jardinero: arranca las malas hierbas y cuida de las que dan fores hermosas. Criar hi -jos caprichosos es prestar un faco servicio a la familia y a la sociedad.

2— La familia, hoy como ayer, es perseguida por los “Herodes” de turno: los defensores del divorcio... que implantan el egoísmo como norma de convivencia familiar; los que promueven el aborto, decía Teresa de Calcuta: “El aborto es más grave que la guerra. El aborto es el principio que pone en peligro la paz del mundo”; los que proponen las parejas de hecho equiparables al matrimonio... En este ambiente pagano van a vivir tus hijos y nietos; esos que estás educando hoy. Fórmales con convicciones frmes de vida cristiana... Hazles piadosos: “El remedio de los remedios es la piedad”, dice el Beato Josemaría; enséñales a servir, y darles buena formación. Consagremos nuestras familias a la de Nazaret y que, con su ayuda, nos esforce-mos por educar en cristiano

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Sagrada Familia

Jesús nace en una familia

La familia es un bien necesario para el mundo

Aprender de la Sagrada familia

Rezar en familia

1. Celebramos esta festa entorno a la Navidad. Apenas nacido Jesús, la Iglesia quiere que contemple-mos a la sagrada Familia, compuesta por Jesús, José y María. Ella debe ser el norte, el punto constante de referencia hacia el que miremos continuamente si de verdad queremos formar una familia asentada, no en el tener y ‘pasarlo bien’, sino en los valores humanos y sobrenaturales, que son los que realmente enrique -cen al hombre.

La familia es la célula, el principio vital de la sociedad. Y si la sociedad está tan deteriorada, se debe a que la familia está enferma.

«La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos» (Be-nedicto XVI, Valencia, 8 de julio por la noche, 2006).

2. Los padres necesitan aprender de la Familia de Nazaret. Lo primero que nos enseña es que nunca deben considerarse ‘dueños absolutos’ de la familia. Son cooperadores de Dios, que desea el bien humano y eterno para padres e hijos. Por eso, José y María van a Belén..., huyen a Egipto..., buscan a Jesús que se ha quedado en el templo sin saberlo sus padres; hacen lo que Dios les pide en cada momento para salvar a Je-sús. Así los padres deben estar dispuestos a sacrifcarse por el bien íntegro de los hijos: que sean buenos ciudadanos, y que vivan conforme a las exigencias de la vocación cristiana. Y los hijos debemos aprender a vivir el cariño, el respeto y la entrega generosa para hacer felices a los que tanto nos quieren. De este modo, ‘la familia unida, jamás será vencida’.

La familia, hoy como ayer, es perseguida por los ‘herodes’ de turno: los defensores y promotores del divorcio, del aborto y de las ‘parejas de hecho’ que quieren sustituir el plan del Creador por los impulsos de un liberalismo salvaje. Frente a ellos, hemos de trasmitir y vivir la fe en Dios.

“La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos; cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reú -nen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre» (Benedicto XVI, Homilía en la concelebración eucarística, Valencia, 9 de julio, domingo, 2006).

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La Virgen, Madre de Dios

Comenzamos el año celebrando a la Madre de Dios.

La Vírgen es camino de vuelta al Señor, y así, obtener la paz.

El mal del pecado es el enemigo de la paz.

Que sepamos decir sí a Dios, y no, al mal del pecado.

1— La Iglesia, al empezar el nuevo año en el que nos deseamos un feliz Año Nuevo y todo lo bueno unos a otros, quiere que contemplemos con cariño flial a la Mujer por excelencia, a Aquella que ha salido de las manos de Dios llena de sus dones, como la criatura más bella, la llena de gracia. Más que Ella, sólo es Dios.

Y ¿por que la hemos de contemplar especialmente al inicio del Nuevo Año?:

- para que nos demos cuenta que las ambiciones profundas de felicidad, de paz y de bien, que anidan en nuestro corazón no son utopías inalcanzables, sino una gran realidad alcanzada y vivida por la Madre de Dios que es también nuestra Madre, ya que “para Dios nada hay imposible”.

- quiere que aprendamos que, por nosotros mismos, somos poca cosa, somos pecadores que, fácil-mente, volvemos la cara a Dios. Y cuando vivimos esta experiencia de nuestra infdelidad al Señor, quiere que recordemos que “la Virgen es el camino para ir y para volver siempre a Jesús”, y de este modo, recobrar de nuevo la amistad con Él y la paz de nuestro corazón.

¡Queremos la paz en todos los ámbitos de la sociedad! Pero necesitamos descubrir que la paz nace, se desarrolla y fructifca sólo en el corazón del hombre; y desde él se comunica a los demás. “No hay paz sin justicia y no hay justicia sin perdón” El único enemigo de la paz es el pecado, el rechazo de Dios que es la fuente de la paz verdadera. Sólo el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo puede darnos la paz.

2— Para que sea realidad en mí he de contemplar a la madre de Dios y Madre nuestra aprender de Ella su modo de proceder con Jesús. ¿Qué hizo la Virgen para realizar el proyecto de Dios sobre Ella? Plena disponibilidad: “soy las esclava del Señor. Hágase...” Dejo actuar a Dios y Él se lució haciendo maravillas en su Madre.

Dios tiene un proyecto sobre mí: ser santo, eternamente feliz en el Cielo. Sólo necesita mi ‘sí’. Lo de-más lo hará Él. Déjale actuar.

Acudir a la Virgen... ruega por mí y por cada uno para que sepa decir siempre ‘sí’ a Dios. Y cuando fa-lle, que no me desanime; que pida perdón y a volver a empezar. Y así hasta el último instante de mi vida.

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Epifanía del Señor

“Os ha nacido un Salvador”

“Los pueblos caminarán a su luz”

Con su gracia, seremos apostoles

Responder siempre a nuestra vocación de cristianos

1— Seguimos contemplando al Niño de Belén, visitado hoy por los Magos que llegan desde lejos para adorarle. Y ¿quién es ese Niño?: “Señor, tú revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles” como Salvador del mundo entero (Oración Colecta).

El acontecimiento que celebramos hoy encierra un mensaje que Dios quiere grabar a fuego vivo en nuestras almas: que Jesús ha nacido para salvar no sólo al pueblo judío, sino al mundo entero. El anuncio de los ángeles a los pastores de Belén (Judea) es: “os anuncio una gran alegría; os ha nacido el Salvador”.

Y la 1ª lectura dice: “mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amane-cerá el Señor... y caminarán los pueblos a tu luz”, es decir el Niño de Belén que se manifesta como Salvador del pueblo judío, es también Salvador de los gentiles. Y si hay un Salvador, es porque hay también una socie-dad que ha naufragado..., que está amenazada por el terrorismo, por el odio, la división y el peligro de la condenación. Hoy celebramos esta manifestación que nos llena de inmensa alegría a todos los hombres porque todos nos sabemos personalmente queridos por Dios. Jesús es la luz que ilumina a todo hombre; Él es el Camino que conduce a la felicidad; es el Buen Pastor que busca y ofrece a cada hombre su Verdad, su Perdón, su Misericordia. Esta verdad nos ha de llenar de alegría y esperanza porque con Dios Salvador todo tiene solución, si nosotros aceptamos sus dones.

2— ¿Cómo ha de llegar hoy esta salvación a tantos y tantos que viven en la oscuridad de una vida pa-gana y materialista?:

- Por el sacrifcio redentor de Cristo todos estamos redimidos, pero no todos estamos santifcados... Para ello se debe aplicar a cada alma la gracia de la Redención por medio de la predicación, de los sacra-mentos, de la Misa... Todo esto lo ha dejado en manos de la iglesia, a nuestra propia responsabilidad.

- Aceptar el don y la tarea de la vocación cristiana... como los pastores... y los Magos. Responder a lo que Dios nos pide con esta llamada. Coherencia... Dar buen ejemplo en medio de la oscuridad producida por costumbres y comportamientos opuestos a la vida de un seguidor de Jesucristo.

Agradecer el amor de Dios que nos envía a su propio Hijo para salvarnos... ; y pedirle la gracia de res -ponder a ese Amor con una respuesta generosa que nos lleve a gastar la vida por ese único Amor que nos hará eternamente felices.

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Aniversario del nacimiento de San Josemaría

Agradecer a Dios el gran don que ha sido para la Iglesia y para el mundo

Dios llama a todos a ser santos de altar

Hacer extraordinariamente bien lo ordinario

Prender en las almas el fuego que Cristo ha venido a traer al mundo

1— “Fuego he venido a traer en la tierra y ¿qué quiero sino que arda?” (Lc XII, 49).

Aquí, en Perdiguera, a primeros de Abril de 1925 acudió un joven sacerdote, de 23 años de edad, na -cido en Barbastro el 9-I-1902, hace ahora cien años, para hacerse cargo de esta Parroquia que se le enco-mendó.

Delante de este Sagrario inició, de algún modo, su oración sacerdotal que, como una chispa, se prepa-raría para producir un incendio universal en los corazones de hombres y mujeres de todas las razas, len-guas y países.

La oración que aquel joven sacerdote inició aquí, hoy es un clamor universal que, desde centenares de Catedrales de todo el mundo, sube al Cielo para agradecer a Dios el gran don que ha sido para la Iglesia y para el mundo entero la vida de San Josemaría, Fundador del Opus Dei.

Por esta intención se celebra hoy la santa Misa, no sólo aquí en Perdiguera, sino en muchos lugares de la geografía universal: en Rusia, en los Países nórdicos de Europa y en la mayoría de las Catedrales de este Continente; se celebra también en China, en Japón en varios países de África, de América del Norte, Central y del Sur; en Australia y en Filipinas. ¡No estamos solos! En todas las partes del mundo damos gra -cias a Dios por este don maravilloso del Cielo que es el Opus Dei.

Este canto de acción de gracias nos ha de ayudar a recibir con alegría el Mensaje que Dios entrego a aquel “curica”, hoy declarado Santo por la Iglesia, que un día inició su ministerio sacerdotal en esta Parro -quia tratando de acercar a cada uno de sus hijos a la amistad con Cristo.

2— Y ¿cual es el Mensaje que Dios le entregó para bien de la humanidad?: Es viejo, como el Evangelio y como el Evangelio, nuevo: Que Dios llama a todos a ser santos de altar.

- La santidad no es cosa de privilegiados, de selectos. de ciertos grupos de cristianos. Dios llama a cada persona, a ti y a mí, a la identifcación con Cristo, a la santidad. La única razón por la que estoy en el mundo es para ser santo, para ir al Cielo. Si eso no lo alcanzo, mi vida será la historia del mayor de los fraca -sos. No lo olvides, Dios te quiere santo de pies a cabeza.

- Y ¿cómo he de llegar yo, que soy un hombre sencillo de este pueblo, una mujer de su casa descono -cida por todos, un joven lleno de ilusiones humanas que no siempre puedo realizar?

El camino señalado por Dios y ayudado por su gracia que nunca nos faltará, está al alcance de todos, ya que no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien lo ordinario. Y ¿cómo se hace esto? Pues mirad: haciendo lo mismo que hacemos todos los días, lo mismísimo sin añadir ni quitar nada, pero muy bien hecho y por amor de Dios. ¿Verdad que tú sabes querer? Pues esa capacidad de amar a Dios maniféstala haciendo las mismas cosas que haces para agradar a Dios. Así serás santo.

Desde que el Hijo de Dios se ha hecho Hombre se han abierto los caminos divinos de la tierra: la vida oculta, sencilla, sin brillo humano vivida por Jesús en Nazaret es tan Redentora como la Pasión. Toda ella es divina.

Del mismo modo, la vida ordinaria de quien vive en gracia de Dios se convierte toda ella en divina, en santa.

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3— Hoy, Señor, desde esta Parroquia de Perdiguera en la que inició San Josemaría su tarea sacerdo-tal, queremos unirnos a su oración en el Cielo para agradecerte la vocación cristiana, esa llamada a la santi-dad que alimentas cada día con el don de la oración y con la fuerza divina de los sacramentos; y te pedimos que nos ayudes a convertir en divino nuestro andar por los caminos de este mundo, y así hacer de esta vida sencilla un canto incesante de gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad.

De este modo, con su ayuda que hoy desde el Cielo es más poderosa que nunca, prenderemos en las almas el fuego que Cristo ha venido a traer al mundo y así contagiaremos el deseo de santidad entre los hombres con los que convivimos, ayudándoles a ser felices en la tierra y, después, muy felices con los santos en el Cielo. Así sea. (Homilía pronunciada en Perdiguera)

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Bautismo del Señor (A) Mt III, 13-17

“Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”

Por la gracia que se nos confere en el bautismo, nos incorporamos a Cristo.

Somos hijos de Dios

Trabajar lo mejor posible y por amor a Dios y a los hombres

1— “Los cielos se abrieron y se oyó la voz del Padre: Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”.

Es una invitación a seguir contemplando a Jesús, que va a empezar su vida pública, al ser bautizado en el río Jordán. Allí Juan el Bautista lo da a conocer a unos discípulos que le seguían: “ Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Apenas se bautizó Jesús, se abrió el cielo y se oyó esta voz: “Este es mi Hijo, el predilecto”.

El Hijo de Dios, al encarnarse, viene a realizar un plan divino con los hombres: Él se hace hombre para que éste partcipe de la naturaleza divina; quiere que, por la gracia que se nos confere en el bautismo, nos incorporemos a Él, seamos miembros de su Cuerpo místico y, como tales, seamos también hijos de Dios y herederos del Cielo para siempre.

2— Puesto que esta elevación de todo mi ser al orden sobrenatural por la que podemos tener una relación flial con Dios, llamándole de verdad ¡Padre!, se realiza al recibir el Bautismo, hoy es un día privile-giado para agradecer a Dios la gracia inmensa de introducirnos en su familia y vivir en ella como hijos de Aquel que lo puede todo, lo sabe todo y me ama infnitamente.

Esta convicción me lleva a tener confanza plena en Él en todos los acontecimientos de la vida, ya que “para Dios nada hay imposible”. ¡Y Él es mi Padre!

Ahora bien, esta relación flial me ha de enseñar a tomar conciencia de que yo debo esforzarme por comportarme como corresponde a un buen hijo de Dios. Y ¿qué debo hacer?:

- Mantener un trato flial frecuente con mi Padre del Cielo mediante una vida de oración, de apertura plena, de tal manera que cuanto me inquieta o me llena de gozo lo confaré a Él de diversos modos: con las oraciones de la mañana y de la noche; santo Rosario, oír con atención la santa Misa los domingos, animan-do a los de mi casa a participar en ella. Devoción a la Eucarista y amor a la Confesión.

- Esforzarme por agradar a Dios en todo, haciendo lo mismo que hago todos los días, pero mejor he -cho y con mayor amor de Dios.

Así, Dios al mirarme, verá a Cristo que vive en mí por la gracia, y dirá aquellas consoladoras palabras: “Este es mi hijo, el predilecto”. ¡Ojala que siempre sea así!

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Domingo 1 de Cuaresma. (A) Mt 4, 1-11.

Presiones que sufre el hombre en el mundo.

“El que quiera ser santo prepárese para ser tentado” (Sab).

El progreso verdadero ha de mejorar al hombre.

La tentación se vence con la ayuda de Dios cooperando cada uno.

1. «Misericordia, Señor, hemos pecado» (salmo responsorial).

La vida del hombre sobre la tierra es un caminar hacia la Patria defnitiva, que es vivir siempre con Dios en el Cielo. Por lo mismo, hemos de aprender ya en el mundo a vivir en la presencia de Dios.

Hay muchas opciones que nos ofrece el mundo, en el que reina un nuevo paganismo, que pretende, hoy como ayer, hacer que el hombre viva como si Dios no existiera.

Conociendo como conocemos la doctrina cristiana, y las presiones fuertes del laicismo actual, debe-mos preguntarnos: ¿cual es el camino verdadero? Debemos aprenderlo de Aquel que es el Maestro: « Yo he venido a hacer la voluntad de mi Padre», manifestada en los Mandamientos de Dios; se resumen en el Man-damiento Nuevo... Y a ello nos queremos disponer, una vez más, en esta Cuaresma.

Pero sabemos muy bien que cuando una persona se decide a ser buena, el demonio no le deja en paz, se ha de preparar para la lucha. Y su tarea es tentar a los hombres para apartarlos de Dios...

2. Así hizo con Jesús, como nos lo cuenta el evangelio de hoy. «Si eres Hijo de Dios...». «Échate de aquí a bajo...». «Todo esto te daré si te postras delante de mí y me adoras»...

¿Cuáles son las tentaciones con que el demonio nos prueba? En apariencia son distintas a las de Je-sús, pero en el fondo busca lo mismo.

— Tentación del progreso: Todo esto te daré si me adoras. Es cierto que el progreso facilita la vida del hombre. Son muchos los adelantos. Y con ello el demonio nos quiere persuadir de que no necesitamos a Dios, ni la oración, ni los sacramentos... No olvidemos que el progreso nos da cosas, pero no hace mejor al hombre.

— La sociedad del bienestar: convertir las piedras en pan. Vivir para pasarlo bien. Para conseguirlo, todo es lícito: aborto, divorcio, corrupción...

— Relativismo moral: «seréis como dioses». Lo que está bien o mal depende de mí... No hay normas objetivas de moralidad...

La tentación se vence con la ayuda de Dios y la cooperación personal de cada uno.

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Domingo 1º de Cuaresma (Bis) (A) Mt IV, 1-11)

El hombre puede conocer su abismo interior.

“Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”.

Jesucristo reinará en el mundo.

Mejorar nuestro conocimiento del misterio de Cristo para vivirlo en su plenitud.

1— “Ten piedad, Señor, porque hemos pecado”

Esta súplica nace del corazón del hombre siempre que llega a conocerse sinceramente en su propia intimidad. Y para hacerla con confanza, la Iglesia nos invita en este primer domingo de Cuaresma a dirigir dos miradas:

— Una a nuestros primeros padres, puestos por Dios en el Paraíso, con el deseo de hacerles sus ami -gos y partcipes de su misma vida divina. Más quiso que este plan tan grande fuese aceptado por ellos. Y les puso una pequeña prueba: Comed de todos los árboles del Paraíso menos del árbol de la ciencia del bien y del mal; si llegáis a comer moriréis...

Vino el tentador... y les engañó haciéndoles ver que si comían serían como dioses. Comieron y lo per-dieron todo ellos y sus descendientes, quedando profundamente desolados. Dirigir la mirada a los primeros padres es dirigirla a mi mismo, que también soy un pecador. “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”.

— Otra mirada a Jesucristo: “Porque si por el pecado de uno reinó la muerte, mucho más reinará la vida por uno solo, Jesucristo (Rm 3, 17). Mirar a Cristo es recuperar la esperanza porque por Él todos esta-mos justifcados, salvados., si nos disponemos a recibir las gracias de su Redención. “Ten piedad, Señor, por-que hemos pecado”

2— ¿Qué he de hacer?:

— Rechazar al tentador que quiere establecer como norma de conducta los gustos..., lo que hacen to-dos...., el orgullo. O lo que crea una “buena imagen” para recibir el aplauso del mundo. No olvidemos nunca que el único Salvador es Cristo y sólo a Él hemos de seguir.

— Conversión..., “el justo cae siete veces”...Volver por el arrepentimiento a la amistad con Cristo... El termómetro que mide la autenticidad de mi conversión es el amor al sacramento de la Confesión y recibirlo con frecuencia. Hacemos nuestra la petición de la Iglesia: “Concédenos que la celebración de la Cuaresma nos conduzca a un mejor conocimiento del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud” (Colecta)

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Domingo 2 de Cuaresma (A) Mt 17, 1-9.

El Señor nos mira con cariño

He de esforzarme por agradar a Dios

Cuidar la oración: es motor de nuestra voluntad

Lee y medita el Catecismo y el Evangelio

1. «Los ojos del Señor están puestos en sus feles» (salmo resp). Quizá una de las experiencias más conmovedora que se da en la convivencia es la de saberse querido. Que alguien a quien admiramos ponga los ojos en nosotros.

A vivir esta experiencia nos convoca Jesús en esta Cuaresma Dice el salmo responsorial: “Los ojos del Señor están puestos en sus feles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre”.

Toda mirada ofrece y pide. Un día Dios miró a Abraham; y le hizo grandes promesas: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré...” Pero tú sal de tu tierra... Y él se puso en camino hacia la tierra que Dios le mos -tró... Y Dios le colmó de bendiciones.

Hoy, especialmente en esta Cuaresma, el Señor nos mira, ofrece su Amor al hombre, el Cielo, mani-festado en el Tabor...; y a cambio nos pide el nuestro, manifestado en la obediencia...

Pero nos quiere recordar que las promesas miran siempre al futuro; pero las exigencias son siempre de presente. Y no habrá en el futuro bendición para Abraham, si no sale de su tierra, es decir, si no vive unas exigencias en el presente. Tampoco habrá salvación para mí, si no me esfuerzo en esta vida por agradar a Dios.

2. Y ¿qué hemos de hacer? Tabor...«Éste es mi Hijo... escuchadle». «Haced lo que Él os diga». «Amaos los unos a los otros...» A veces es duro lo que nos pide: perdonar..., confesarme..., ir contra corriente... El premio será el Tabor que tanto entusiasmó a Pedro: «qué bien se está aquí». Y Pablo: «ni el ojo vio, ni el oído oyó...» las maravillas que Dios tiene reservadas para los que le aman.

Señor, queremos vivir siempre contigo en el Cielo, queremos ser santos, vivir ahora en este mundo para ser tu alegría. ¿Qué he de hacer?:

- Cuida en serio tu piedad...La piedad es para todo es el remedio de los remedios. Vida de oración..., alma eucarística..., contemplación en medio del mundo.

- Cuida tu formación doctrinal religiosa: catecismo, clases, retiros etc. Así tu vida de fe, ilustrada por la doctrina, se hará viva, explícita y operativa. Y con tu luz guiarás a los demás.

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Domingo 2º de Cuaresma (bis) (A) Mt XVII, 1-9)

“Los ojos del Señor están puestos en sus feles”

“Toda mirada ofrece y pide”

Desde el Tabor nos mira y nos habla

Renovemos el deseo de vivir nuestra vocación cristiana

1— “Los ojos del Señor están puestos en sus feles” (salmo responsorial).

Quizá una de las experiencias más consoladoras que se dan en la convivencia humana es la de saber -se querido; que alguien a quien admiramos ponga su mirada amorosa en nosotros.

A vivir esta experiencia nos convoca Jesús en esta Cuaresma. Dice el salmo responsorial: “Los ojos del Señor están puestos en sus feles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vida de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre”. ¡Qué maravilla! Pero toda mirada ofrece y pide. Un día Dios puso sus ojos sobre Abraham. Le hizo grandes promesas: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición”. Todo esto le ofrece si “sale de su tierra y deja la casa de su padre y se pone en camino hacia la tierra que le mostrará”. Así lo hizo Abraham, y recibió las bendiciones divinas.

Y nos recuerda que las promesas son siempre de futuro, mientras que las exigencias son de presente. Y no habrá bendición para Abraham si no sale de su tierra y se pone en camino hacia la tierra que le mostra-rá.

2— Hoy el Señor nos mira desde el Tabor y nos dice: “Te amo con amor eterno”; a cambio nos pide el nuestro manifestado en la obediencia: “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto. Escuchadle”.

¿Cómo he de agradar yo a Dios? Escuchando y obedeciendo a su Hijo. A veces se hace duro obede-cerle: nos pide perdonar, confesar con sinceridad los pecados, abandonar ocasiones de ofender a Dios, ca-minar contra corriente en medio de una sociedad pagana, viviendo la indisolubilidad del matrimonio y la defensa permanente de la vida humana.

San Pablo nos recuerda hoy que Dios nos llama a una vida santa; que es verdad que nosotros no po-demos, pero Él sí que puede, y como premio nos ofrece el Cielo que ya saborearon en el Tabor los tres Apóstoles: “¡qué bien se está aquí!”. Para que esas promesas sean realidad para mí, he de vivir ahora las exi-gencias de mi vocación cristiana.

Hoy pedimos a Jesús, presente aquí en este altar en el que hace presente su obra redentora, la gracia de escucharle y cumplir su Voluntad.

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Domingo 3º de Cuaresma (A) Jn IV, 5-42

“Escucharemos tu voz, Señor”

“Si conocieras el don de Dios”.

Los dones que nos consigue el Bautismo

Ser apóstoles como la samaritana

1— “Escucharemos tu voz, Señor” (Salmo responsorial).

Esta es nuestra gran tarea, especialmente en la Cuaresma: escuchar, asimilar y farnos plenamente del Señor que manifesta un plan maravilloso para su Pueblo: llegar a través del desierto, símbolo de múlti-ples difcultades, a la tierra prometida. Se queja por la carencia de agua y alimentos. Pero no van solos, Dios les acompaña; Moisés ora por las necesidades del pueblo; y como prueba de la presencia de Yahvé, que es -cucha su oración, hace brotar el agua de la roca de Horeb. Por eso aquel pueblo clama: “escucharemos tu voz, Señor”.

Una mujer samaritana necesita agua para beber, y acude cada día a buscarla al pozo de Jacob, en ho-ras en que los caminos y el pozo estaban desiertos de gente. Hoy la espera Jesús. Esta mujer no quería escu-charle. A través de una larga y entrañable conversación le descubre el agua que brota, como manantial, dentro del corazón del hombre y sacia hasta la vida eterna. “Si conocieras el don de Dios...” “Señor, dame de esa agua...” Al fnal le dice: Ese que vosotros esperáis soy Yo. También esta mujer escuchó a Dios.

2— San Pablo afrma que la gran prueba del amor de Dios es que “Cristo, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros”. Y “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dad”. Todo esto ocurrió en ti y en mí el día de nuestro Bautismo:

- Participación de la vida divina, inhabitación, sin dejar de ser hombres nos transforma en Él. Nos ca -pacita para obrar a lo divino, ya que cada ser obra conforme a su naturaleza. Así las obras, hechas en gracia de Dios, son cielo, gloria de Dios, santifcación y corredención. “Escucharemos tu voz, Señor”.

- Quizá nos pase como a la samaritana: no lo entendemos. Estamos inmersos en nuestro mundo, en nuestras experiencias terrenas: afán de tener, de sobresalir, etc. que nos incapacita para conocer y amar los dones de Dios.

Queremos escuchar a Jesús: “Si conocieras quien soy”, por qué he venido al mundo, por qué voy a la Cruz, y por qué me quedo en la Eucarista... Si conocieras cuánto os amo. Señor, creo pero ayúdame a creer más. Dile confadamente: Jesús, quiero ser todo tuyo; lléname de Ti para prender el fuego de tu Amor en el mundo, como la samaritana lo prendió en el corazón de los de su pueblo.

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Domingo 4º de Cuaresma (A) Jn IX, 1-41

“Yo soy la luz del mundo”.

Tengo que dejarme curar como el ciego

Debo descubrir en todo la mano de Dios

Pedir a la Virgen: ir y volver con Jesús

1— “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue tendrá la luz de la vida”. Es la Verdad, cuyo esplendor guía el comportamiento humano. La vida es un don y también una tarea. Evidentemente es un regalo de Dios; y al mismo tiempo quiere que con ese don realicemos una misión en este mundo: santifcarnos con el trabajo ordinario muy bien hecho y ofrecido generosamente a Dios, y acercar a muchos a Dios para que le conozcan y se salven.

Gran tarea la nuestra; necesitamos caminar como hijos de la luz, buscar siempre y en todo lo que agrada a Dios. “¡Señor, que vea!” lo que quieres de mí. “¡Señor, que sea!”, que empeñe mi vida en realizar-lo.

2— Para ver con perspectiva de eternidad el sentido de mi vida en el mundo, debo dejarme curar por Jesús, como lo hizo aquel ciego de nacimiento. El Señor va a curarle; y desconcierta a todos con su proce -der: emplea no los colirios ofrecidos por la medicina, ni el agua clara que aconseja el sentido común; sino que usa el barro y después la obediencia del ciego que debe lavarse en la piscina de Siloé. La lógica de Dios, una vez más, no se rige por la lógica de los hombres.

Y así, cuántos hombres han empezado a ver el plan de Dios a través del dolor, de la enfermedad y del fracaso. Piensa cómo encontró el cielo el buen ladrón.

Aquel Jesús que curó al ciego de nacimiento, que es la Luz del mundo, el Salvador de todos los hom -bres, está aquí. Él quiere curar a ti que andas siguiendo a Cristo tibio e indolente; que vas desorientado como un ciego; que te sientes envuelto por la duda y el miedo. ¡No temas! “Yo soy la luz del mundo, la Vida, la Salvación”.

Ven a Mí. ¿Dónde estás, Jesús? Mira, te espero en un retiro en estos días de Cuaresma para que mi Verdad sea tu luz. Te espero día tras día en la confesión para perdonarte y llenar tu alma de mi alegría y de mi gracia. Con el alma limpia verás el mundo y a cada persona con una luz nueva que te llenará de esperan-za, “porque para Dios nada hay imposible”. Vamos a pedir a la Virgen que sea nuestro camino para ir y para volver a Jesús.

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Domingo 4º de Cuaresma (bis) (A) Jn IX, 1-41.

“Que el pueblo cristiano se apresure con fe viva”

Recobremos la luz perdida

Acudiendo a la gracia de Dios

Y así veremos con los ojos de Cristo

1. En medio de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a vivir una intensa alegría, porque es camino que conduce, con frme seguridad, al defnitivo gozo de la Pascua. Por eso hoy suplicamos a Dios en la oración colecta de la Misa: «Haz que el pueblo cristiano se apresure con fe viva y entrega gozosa a la celebrar las pr-óximas festas pascuales».

Este camino los cristianos lo hemos de andar conscientes, como David, de que el Señor nos llama y quiere para ser suyos, y conducir, en su nombre, a esa porción del pueblo de Dios que convive con nosotros (la familia, los amigos, vecinos etc.) al encuentro personal con Cristo. De este modo participará también de la alegría del Señor resucitado, Camino y guía de toda la humanidad.

2. Para ello necesitamos —como el ciego del Evangelio— recobrar la nueva luz, y con ella valorar los acontecimientos de la historia con el esplendor de la fe.

Nos hemos de acercar a Nuestro Señor y suplicarle como el ciego el milagro de ver, de ser hombres de fe. Y con esta luz ver las cosas como las ve Dios, y quererlas como Él las quiere. Le podemos decir con san Josemaría: « ¡Que vea con tus ojos, Cristo Jesús de mi alma!».

También hoy nos puede sorprender el modo de actuar del Señor, que cogió barro y lo puso en los ojos del ciego, y le mandó que se lavase en la piscina de Siloé. El ciego lo hizo así, y vio.

Para la ciencia, y para el modo humano de pensar, ¡eso que hizo Jesús es un absurdo! Por eso, «que vea con tus ojos, Cristo Jesús de mi alma».

Y ¿qué nos dice hoy Jesús?:

— Para ver las cosas como yo, conviértete; deja eso que te domina y te esclaviza. Sé verdaderamente libre.

— Confésate, rechaza el mal con todas sus manifestaciones, la comodidad, el egoísmo,... Y tendrás la paz, la alegría, y la Vida.

A Jesús que habla así, los escribas y fariseos de hoy se siguen burlando de Él, como lo hicieron ayer, cuando puso barro en los ojos del ciego para que pudiese ver. Sin embargo, ¡el ciego vio!

Le decimos: «Que vea con tus ojos, Cristo Jesús de mi alma»

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Domingo 5º de Cuaresma (A) Jn XI, 1-45

“El que crea en Mí, no morirá para siempre”.

“¿Crees esto?”.

Muchos se mueven como si Dios no existiera

“No temáis, yo soy la resurrección y la vida”

1— “Yo soy la resurrección y la vida; el que crea en Mí, no morirá para siempre ”. Nos acercamos a la Semana Santa en la que vamos a celebrar, a vivir, los misterios del amor de Nuestro Señor Jesucristo, que nos recuerda el proceso que sigue la semilla para multiplicarse y llenar los graneros del campesino: “Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere da fruto abundante”.

Y eso es la vida de Cristo que, como el grano de trigo, se entrega libremente en manos de sus enemi -gos para la muerte y muerte de Cruz. Así redime y salva a todos los hombres que aceptan los dones de su sacrifcio Redentor.

Ciertamente hemos de escuchar de sus labios y empaparnos bien de esta verdad: “Yo soy la resurrec-ción y la vida; el que cree en Mí, no morirá para siempre”

2— “¿Crees esto?” Marta salió a recibir a Jesús y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Jesús le contestó: “Resucitará tu hermano. ¿Crees esto?”.

Las dos hermanas estaban desconsoladas ante aquel panorama de muerte y descomposición de Láza-ro, convencidas de que no había solución porque el cadáver estaba putrefacto. Sin embargo, Él que es la re -surrección y la vida lo devolvió vivo a sus hermanas.

Hoy también nos movemos en ambientes públicos y privados de verdadera descomposición, de co-rrupción y de muerte que a todos salpica y nos pueden inducir a creer que nada tiene solución: el laicismo, con su rechazo de todo signo religioso y sobrenatural, quiere destronar a Dios de la escuela, de la familia y de todos los ambientes, proponiendo comportamientos caprichosos “como si Dios no existiera”. Hay quie-nes, endiosados con el progreso de la ciencia y de la técnica, lo proponen como el “verdadero Dios” del mundo y de los hombres. Quizá el paganismo actual se empeñe en hacernos ver que la vida de Cristo, clava-do en la Cruz, es un estruendoso fracaso.

Sin embargo, “¡No temáis! Yo soy la resurrección y la Vida” ¿Veis lo que he hecho con Lázaro? Estaba muerto, en descomposición. Todo hacía creer que no había solución posible; sin embargo Cristo lo resucitó. No olvidemos nunca que en las empresas de apostolado hemos de contar no sólo con los medios humanos, sino con otro factor: 2+2+Dios. De este modo todo es posible. La Pasión, Muerte y resurrección de Cristo, que se actualiza en la Misa, es nuestra salvación.

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Domingo de Ramos

Dios me ama hasta dar su Vida por mí.

Quiere reinar conquistando nuestros corazones.

Vencerá el pecado con su Amor Misericordioso: “Todo está cumplido”.

Ayúdanos a caminar contigo hasta el fnal, con un “sí” continuo.

1— Es el pórtico de la Semana Santa en la que vamos a contemplar los misterios centrales de nuestra Redención para empaparnos de esta gran verdad: Dios me ama hasta dar su Vida por mí.

Va precedido de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén sentado en un borrico como trono. Todo el pueblo le aclama como Mesías, Rey y Salvador. Jesús es aclamado por todos y Él acepta esta aclamación porque viene a salvar a los hombres desde la Cruz; y quiere reinar conquistando nuestros corazones por la fuerza irresistible de su Amor, que se entrega por mí hasta la muerte de Cruz.

Sabe el Señor que existen dos enemigos que se oponen a su reinado que es “reinado de la Verdad y de la Vida, de la Santidad y de la Gracia, de la Justicia del Amor y de la Paz”; y estos enemigos son la muerte y el pecado.

Va a vencer el pecado con su Amor Misericordioso que ofrece el perdón a todos los hombres. Y ven-cerá la muerte con su propia Muerte y Resurrección, “porque muriendo destruyó nuestra muerte y resuci -tando nos dio vida nueva”.

2— Hoy contemplamos también la Pasión del Señor que le conduce a morir en la Cruz, sólo por reali -zar la misión que le encomendó su Padre. De este modo nos enseña a caminar siempre hacia la meta: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo...” Realmente Cristo es muy exigente; pero Él va delante cargado con la suya y nos comprende mejor que nadie porque Él también se cansa, cae, y sabe lo que cues -ta levantarse. Por eso Cristo, cargado con nuestras debilidades, es quien mejor nos comprende.

Pero Jesús no se queda a mitad camino, no dice ¡ya vale!, sino que llega hasta el fn. Y sólo desde allí, clavado en la Cruz, puede decir: “Todo está cumplido”.

Al contemplar la Pasión del Señor le suplicamos: fortalécenos en el camino de nuestra vocación cris -tiana; y ayúdanos a caminar contigo hasta el fnal con un “sí” continuo a la Voluntad de Dios.

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Domingo de Resurrección (A) Jn XX, 1-9)

Qué hemos hecho los hombres con Cristo

Jesús resucito al tercer día

Somos testigos de la resurrección

Estamos llamados a vivir eternamente con Él en el Cielo

1— Dos pensamientos pueden ser el núcleo de lo que vamos a meditar: lo que hemos hecho los hombres con Cristo; y lo que ha hecho Dios con Él: ¡Resucitó!

a) Pedro en la primera lectura nos invita a contemplar y saborear con frecuencia lo que hemos hecho los hombres con Cristo, especialmente en los días de su entrega, Pasión y Muerte, para que seamos cons-cientes de todo lo que hizo Jesús en Judea y en Jerusalén: y cómo en recompensa “ lo mataron colgándole de un madero”.

b) Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver vivo para que fuésemos testigos ante el mundo de su Resurrección.

Hemos de ser testigos de Aquel que pasó haciendo el bien, que fue rechazado por la ingratitud de los hombres, que murió en la Cruz para salvarles. De Aquel que ha resucitado como había dicho y así es el Ca -mino, la Verdad y la Vida para los hombres.

2— Somos llamados a ser testigos de Cristo muerto y resucitado; de ese Jesús que vive para no morir jamás. Para ello no nos hemos de contentar con saber las cosas buenas que realizó entre los hombres, sino que estamos llamados a vivir lo que Él —Camino, Verdad y Vida— dice y hace.

Estamos llamados a seguir sus pasos:

— por el Bautismo somos incorporados a Cristo, llamados a participar de su entrega y de su Vida glo-riosa.

— Nos pasarán muchas cosas..., como al Señor que es nuestro Camino: pero, así como en Cristo, ni los escarnios, ni las traiciones, ni la muerte tienen la última palabra sino la Vida, así sucederá a sus seguido -res. Al fnal de todo, viviremos con Él para siempre en el Cielo. “Donde estoy yo, estará también mi servi-dor”.

Por eso “ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está sentado a la derecha de Dios Padre... Sabed que vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.

¡Cristo ha resucitado! Vive para siempre. Y su seguidor está llamado a vivir eternamente con Él en el Cielo.

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Domingo 2 de Pascua (A) Jn XX, 19-31

“Palpad y ved, que soy yo mismo”.

“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”.

“Si no veo en sus manos la señal de los clavos (...), no lo creo”.

“Señor mío y Dios mío”.

1— “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

Durante esta semana de Pascua hemos contemplado al Señor en una intensa actividad de catequesis con sus Apóstoles: se les ha aparecido repetidas veces a unos y a otros para cerciorarles de que había resu-citado de entre los muertos tal como les había predicho.

Era tal el impacto que había producido en ellos la Pasión, el anonadamiento de Cristo y su muerte en la Cruz como un criminal, que no creían que pudiera resucitar. Por eso, Jesús insiste una y otra vez en apare -cerse a ellos y decirles: “Palpad y ved, que soy yo mismo”. Les enseña las llagas; camina con los dos que iban a Emaús. De este modo los Apóstoles se van llenando de alegría porque ven al Maestro resucitado.

2— Hoy nos presenta el evangelio una nueva aparición. Los Apóstoles están reunidos en una casa, con las puertas cerradas y les dio un mensaje: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”.

Tomás no estaba con ellos; los demás le cuentan la aparición. No quería creerles, y hasta pidió condi -ciones: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos (...), no lo creo”. A los ocho días se apareció de nuevo estando Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas in-crédulo, sino creyente”. Tomás contestó: “Señor mío y Dios mío”. Hizo su confesión con sumo dolor y arre-pentimiento. Y Jesús le perdona con infnita misericordia.

Seguramente que Tomás repetiría agradecido a lo largo de su vida: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Y ¿cual es esa inmensa misericordia?:

El gran regalo del sacramento de la Penitencia que el Resucitado ofrece a todos los hombres para re -cuperar la paz, la alegría y la amistad con Dios. En él el amor misericordioso de Dios espera a los pecadores, por muchos y grandes que sean sus pecados, con los brazos abiertos, no sólo para perdonar, sino también para introducirnos en su familia y vivir como verdaderos hijos de Dios.

Con el alma agradecida le diremos como Tomás: “Señor mío y Dios mío”, no permitas que me separe jamás de Ti.

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Domingo 3 de Pascua (A) Lc XIV, 13-35.

“¿Qué habláis entre vosotros...?”

“Quédate, Señor, con nosotros”

Se queda y está en la Eucarista

Acercar las almas a la Eucarista

1— “Quédate, Señor, con nosotros porque atardece y el día va de caída”,

La Iglesia quiere hacer con nosotros lo mismo que hizo Jesús con sus discípulos y Apóstoles desde que resucitó hasta la Ascensión: persuadirnos de la verdad de su Resurrección. ¡Cristo ha resucitado, vive! Esta verdad es la que da sentido a nuestra vida y a cuanto en ella nos acaece, porque si Cristo ha resucitado tam-bién resucitaremos nosotros,

Es el fundamento de la fe porque si Cristo no ha resucitado, si su Vida y su Obra han acabado en la Cruz, somos los más miserables de todos. Pero no, ¡Cristo ha resucitado! y por eso la vida de sus seguidores tiene sentido.

No les fue fácil a los discípulos creer esta verdad; podía más la experiencia dura de la Pasión del Se -ñor, que la palabra tantas veces repetida por el Maestro: “me escupirán, me azotarán..., pero al tercer día resucitaré”.

2— Hoy contemplamos a los dos discípulos que, tristes y desconcertados, caminan hacia Emaús. Un peregrino, que no reconocen, se hace el encontradizo con ellos y les pregunta: ¿Qué habláis entre voso-tros...? Ellos le abren el alma apenada: “Lo de Jesús de Nazaret que fue un profeta y dijo que resucitaría, pero...” Fijaos en ese contraste: ellos dicen que fue... ¡Y lo tienen a su lado!, camina con ellos, les habla in-dagando las raíces íntimas de su tristeza.

Nosotros si hiciéramos un sincero examen de conciencia de nuestras tristezas, desalientos, cansancio, nos veríamos retratados en este pasaje: comprobaríamos también que decimos: Jesús fue..., dijo.... Olvida-mos que, como en el camino de Emaús, está vivo a nuestro lado, dentro de mí por la gracia. Está en la Euca -rista. Ahora se ofrece por todos en la santa Misa.

Este redescubrimiento aviva la fe, renueva la esperanza; es un hallazgo que nos señala a Cristo pre -sente. Él sigue siendo el Buen Pastor, el Médico, el Camino y la Vida.

Encontrar a Cristo devuelve la alegría, el sentido de la vida, la fuerza para volver a empezar a vivir nuestra vocación cristiana, como les sucedió a los dos de Emaús.: después de encontrar a Cristo fueron ale -gres a anunciarlo a los demás.

¡Quédate con nosotros; estamos llenos de peligros, pero contigo daremos sentido a todo!

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Domingo 4 de Pascua (A) Jn X. 1-10.

“Ha resucitado y vive para no morir”. Él es nuestra vida, la vida eterna.

Cada domingo oímos la misma Palabra de Dios que escuchaban los Apóstoles

Este es Jesús, el buen Pastor, que conoce a las ovejas

Quiero escuchar su doctrina; quiero estar siempre con Él

1— “Yo soy el buen Pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen”.

Nos dice la primera lectura que “Pedro con los once dirigió la palabra: Todo Israel esté cierto que el mismo Jesús a quien vosotros crucifcasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”. Ha resucitado y vive para no morir. Él es nuestra vida, n. vida eterna.

Este mensaje del Amor de Dios al hombre y de la ingratitud de éste, les removió profundamente, pi -diendo a los Apóstoles: ¿qué tenemos que hacer para librarnos de esta maldad que hemos cometido? A lo que contestó Pedro: “Convertos y bautizaos para que se os perdonen los pecados”.

Ciertamente la palabra de Dios es penetrante como una espada de dos flos: es luz y fuerza que con -duce a quienes la aceptan a la recuperación de la paz. El que peca gravemente renueva en su alma la crucif-xión de Nuestro Señor Jesucristo. Es un rechazo de Dios como el de los judíos.

Nosotros cada domingo oímos la misma Palabra de Dios que aquellos escuchaban a los Apóstoles; oí -mos las maravillas de Dios conmigo, su paciencia esperando que me decida a recibir la gracia del perdón que me ofrece en el sacramento de la Penitencia. Y yo, pecador, ante Dios que ofrece el perdón, ¿qué debo hacer? ¡Convertirme! Y dejarme conducir por Él.

2— Pero si yo soy tan débil. Recuerda: “El Señor es mi Pastor...” Está cerca de mí, me conoce y me conduce a los buenos pastos con que fortalecerme para seguirle.

Me ilumina con el esplendor de la verdad del Evangelio. Él me perdona siempre que me confeso con buenas disposiciones, me fortalece con la gracia de la oración y de la Eucarista.

Este es Jesús, el buen Pastor, que conoce a las ovejas; que las conduce a los buenos pastos; y que, a las descarriadas, las cura y las devuelve al redil. Sólo busca mi bien, mi salvación. “La vida es vocación y se realiza en la entrega a Dios y a los hermanos” (JP II). La vocación descubre al hombre la verdad sobre su existencia.

Quiero escuchar su doctrina; quiero estar siempre con Él, mi buen Pastor, para que aprenda a imitar-le. Y cuando me vea frío, alejado y desanimado, me asiré a las manos de la Virgen y Ella me llevará al buen Pastor para que me cure y me devuelva a su redil.

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Domingo 5 de Pascua (A) Jn XIV, 1-12

“Cantad al Señor un cántico nuevo”.

El Señor resucitado nos prepara un lugar

Escuchémosle

Maria es “el camino para ir y para volver a Jesús”

1— “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” (Antfona de entrada)

Hoy la primera lectura nos manifesta el gozo indecible que sentan los primeros cristianos al ver cómo “crecía y se multiplicaba el número de discípulos” debido a la incesante predicación apostólica y al testimonio de alegría y de amor fraterno que daba la primitiva Iglesia. “Mirad cómo se aman”.

Ciertamente el Señor hizo maravillas; y las quiere seguir haciendo ahora entre nosotros. Ahí está el prodigio de la Redención que realizó de una vez para siempre y ahora aplica a nuestras almas; y el tesoro de la fliación divina que ofrece al hombre. Ante estas maravillas no podemos menos de exclamar: “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” Y la maravilla de las maravillas nos la reserva para cuando nos sentemos en el lugar que Él nos prepara. “Voy a preparaos un lugar...” Y ¿cual es el camino? “Yo soy el camino... Nadie va al Padre sino por Mí”

2— Es pues a Cristo a quien hemos de contemplar siempre: en el trabajo, en las penas, en la oración, en todo. A Él he de escuchar: “El que cree en Mí hará las obras que yo hago y aún mayores”. Y a Cristo he de seguir, pisando sus huellas, así iré seguro.

Pero no puedo olvidar que Jesús, piedra angular de mi esperanza, es rechazado por quienes no acep -tan su doctrina y su moral; es muy exigente y sólo Él es mi Camino. Por eso acercarse a Cristo es un riesgo porque no se contenta compartiendo, lo quiere todo. Ante Él, “piedra viva desechada por los hombres, pero elegida por Dios”, queremos renovar nuestra entrega sin condiciones. De este modo sucederá lo mismo que en los primeros tiempos de la Iglesia: crecerá el número de discípulos, de familias profundamente cristia-nas; habrá más paz y concordia entre los hombres.

Mes de Mayo dedicado a la Virgen. Ella es “el camino para ir y para volver a Jesús”. Conducida por ella vamos a acercarnos a Cristo y hacerle entrega, sin condiciones, de nuestra vida. Así Él hará maravillas en nuestras almas ahora y siempre.

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Domingo 6 de Pascua (A) Jn XIV, 15-21

Decid: “El Señor ha redimido a su pueblo: acojámosle”

Sin la ayuda del Espíritu Santo no podemos

El que me ama…vendremos y haremos morada en el

María, Esposa de Dios Espíritu Santo

1— “Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo... Decid: El Señor ha redimido a su pueblo ” (Ant-fona de entrada).

Ese pueblo somos nosotros. Es tan grande la Obra de la Salvación realizada por Cristo, que Dios quie-re que la conozca todo el mundo y que le seamos agradecidos. Cada uno somos amados personalmente por Dios: nos ofrece el perdón, la Eucarista, la Redención y el Cielo para siempre. “Te amo con amor eterno”.

Es inmensa la suma de dones que el Señor ofrece a cada uno: se nos da Él mismo como comida. Pero, para que ese Amor sea efcaz en mí, debo abrirme y acoger al Dador de todo bien que es Jesucristo, corres-pondiéndole con mi entrega.

2— ¿Cómo he de acoger a Cristo en mí? Nos lo enseña Él mismo: “El que me ama guarda mis precep-tos” Nos recuerda que el termómetro que indica el verdadero amor son las obras; el amor se manifesta dando alegrías a la persona amada, hasta llegar a querer lo mismo que ella quiere.

Ciertamente que este modo de proceder es muy costoso a nuestra pobre naturaleza. Jesús lo sabe; por eso nos promete el Espíritu Santo: “Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador”, que es el Espíritu San-to, el Amor con que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre. Y ese Amor ha sido derramado en nuestros cora -zones para que podamos amar a Dios ofreciéndole el trabajo, las penas y alegrías, lo pequeño y lo que pare-ce grande; todo para su gloria.

Esta maravilla la hemos de proclamar con el ejemplo de nuestra vida, a todo el mundo. “Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo... Decid: El Señor ha redimido a su pueblo”. Dios me busca, me llama, me ama. ¿Y tú le quieres?

“El que me ama cumple mis Mandamientos”. Vivir para agradar a Dios da una paz inmensa, porque “quien recibe mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama”. Y “el que me ama será amado de mi Padre y vendremos a él y haremos nuestra morada en él”. Tenemos la paz dentro de nosotros. Por la gracia santifcante somos Sagrarios vivos porque podemos conocer las maravillas de Dios en nuestra alma y co-rresponderle con nuestro amor y nuestra adoración. “Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo... De-cid: El Señor nos ama y pone su morada en nosotros. ¡Gracias, Dios mío!

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Ascensión del Señor (A) Mt XXVIII, 16-20

Conocer y contemplar lo que Jesús hizo y dijo

El es el Camino, la Verdad y la Vida

Necesidad de ir contracorriente

Desde el Cielo interceden por nosotros

1— “Escribí todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta que ascendió al Cielo” (1ª lectura), porque ese es el único camino que lleva a la gloria del Cielo.

Es una invitación a contemplar con asiduidad la vida entera de Jesucristo: desde Belén hasta su As -censión, para que nos empapemos bien de que en ella todo, hasta lo más insignifcante, es Redentor.

Y la vida entera de Cristo es una serie de sucesos, de palabras y de obras. Es como una gran suma he -cha de muchos sumandos... El resultado fnal es la glorifcación eterna de su Humanidad Santsima.

“El misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado” (GS, n. 22). El sentido de mi vida, del trabajo, del dolor, de la muerte, sólo lo puedo descubrir y valorar a la luz que irradia la vida del Señor, que es “el Camino, la Verdad y la vida” para todos. Y ¿qué nos enseña esa luz?:

- La grandeza de la vida ordinaria, hecha de cosas sencillas, corrientes, sin brillo humano; pero esa vida ofrecida a Dios es gloria, santidad, corredención. Con ella cooperamos con Cristo para pacifcar y salvar a los hombres.

- Para nosotros vivir en cristiano, ir contra corriente a lo largo del día, cuesta, pero ¡vale la pena! ya que no son comparables los sufrimientos de este mundo con la gloria que nos espera.

2—Es verdad que La Humanidad Santsima de Cristo ha experimentado el dolor en grado máximo. Pero hoy, al entrar en el Cielo, daría por muy bien empleado todo lo que padeció por nosotros y por nuestra salvación. Mereció la pena.

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas...” Somos caminantes que vamos hacia el Cielo. Allí Je-sús ha preparado un lugar para ti, donde te esperan la Santsima Trinidad, la Virgen, los ángeles y los santos; tus padres y tantos familiares y amigos. Cuando las cosas cuestan, miremos al Cielo. Pedimos a la Virgen que, con su intercesión caminemos seguros, que el Señor esté en nuestro camino y que sus ángeles nos acompañen siempre para llegar a ocupar esa morada del Cielo que Cristo nos ha preparado

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Domingo de Pentecostés (A) Jn XX, 19-23

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”.

En el bautismo, la Santsima Trinidad nos hizo partcipes de la naturaleza divina e hijos de Dios.

“Sus delicias son habitar con los hijos de los hombres”.

El Espíritu me impulsa a rectifcar y volver a empezar siempre.

1— “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Antifona de entrada). A los diez días de la Ascensión de Jesús se hace realidad la promesa que hizo a los suyos: la venida del Espíritu Santo que permanecerá siempre con nosotros para inundarnos el alma de los dones divinos y recordarnos todo cuanto Cristo nos ha enseñado. Él es el alma de la Iglesia que impulsa y dirige para que las gracias de la Redención lleguen a todos los hombres y se salven, siempre que ellos las quieran aceptar.

Al recibir el bautismo, la Santsima Trinidad irrumpió en nuestra alma, nos hizo partcipes de la natu -raleza divina e hijos de Dios. Desde allí, el Espíritu Santo nos capacita, con sus luces, inspiraciones y dones, para vivir como corresponde a tales hijos, que, atentos siempre a sus mociones, quieren dejarse guiar por ellas.

Lo mismo que impulsó a los Apóstoles, hombres débiles, cobardes e ignorantes a evangelizar el uni -verso superando toda clase de difcultades, quiere hacer hoy con cada cristiano para anunciar, con el testi-monio de una vida coherente con la fe, a Cristo Salvador a nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo y a cuantos nos encontremos por la calle. Hazme, Señor, instrumento de tu amor.

2— “Dulce huésped del alma” es el Espíritu Santo porque ha querido poner en ella su morada, ya que “sus delicias son habitar con los hijos de los hombres”. Yo debo estar pendiente de Dios que mora en mí. Y ¿qué hacen las Personas divinas en el alma del justo?

— Dios Padre habita en mí para darme a conocer el proyecto de su amor que ha diseñado para mí; ese proyecto es la vocación a la santidad que quiere para todos: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo”; y debo alcanzarla a través de la santifcación de la vida ordinaria: hacer lo mismo que hago, pero mejor hecho y sólo por amor de Dios.

— Dios Hijo me quiere como instrumento que coopere con Él siendo, en medio del mundo, testigo de palabra y de obra de un seguidor de Jesucristo. Él me ayuda, con su gracia, a caminar contra corriente todos los días en medio de una sociedad pagana.

— El Espíritu me impulsa, con sus mociones, a vivir felmente mi vocación superando las difcultades de cada día; o rectifcando y volviendo a empezar siempre que haya habido un fallo. Me confgura con Jesús y realiza en mí su obra santifcadora.

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Homilía de la Santsima Trinidad.

Por el Bautismo nos ha elevado a la dignidad de hijos de Dios

Dios es mi Padre y mi Consuelo.

Mantener una relación de amor con Dios es posible por el Espíritu Santo

Gloria al Padre. Gloria al Hijo. Gloria al Espíritu Santo.

1—”Bendito sea Dios Padre, y su Hijo unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros”. Creemos frmemente en lo que la Revelación nos enseña: que hay un sólo Dios y Tres Personas distintas con las mismas perfecciones y atributos: “Eterno es el Padre, eterno el Hijo y eterno el Espíritu Santo...”

Y Él, que es Inmenso, Omnipotente..., que para nada necesita al hombre, fíjate las maravillas que hace en él: “Ved qué amor tan grande nos tiene Dios que no sólo nos llamamos hijos suyos sino que de ver-dad lo somos”, ya que participamos por la gracia de su misma vida divina.

Por el Bautismo nos ha elevado a la dignidad de hijos de Dios; somos redimidos por el Hijo, que se hace hombre para devolvernos el don perdido por el pecado; y nos santifca por la acción del Espíritu Santo que inhabita en el alma por la gracia; somos templos de la Santsima Trinidad. Verdaderamente Dios mani -festa su Amor infnito al hombre al hacer en él todas estas maravillas.

“¡Dios es mi Padre! —Si lo meditas no saldrás de esta consoladora consideración. —Jesús es mi Ami-go entrañable, que me quiere con toda la divina locura de su Corazón”

— ¡El Espíritu Santo es mi Consolador! que me guía en el andar de todo mi camino. Piénsalo bien. —Tú eres de Dios... y Dios es tuyo” (Forja, 2).

2—La Santsima Trinidad habita en mi alma por la gracia, como en un templo: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm V, 5).

Nos llama a mantener una relación llena de amor con cada una de las Personas divinas: tratarlas..., ri -queza del trato. Esta es nuestra grandeza: Dios vive en mí para comunicarme su Santidad y Felicidad. La 1ª manifestación del trato es que Dios se encuentre a gusto en mi alma. Tenerla, no sólo limpia, sino adornada con las virtudes teologales: “Creo en Dios Padre..., espero... amo...”

Adorar a las tres divinas Personas: “Gloria al Padre...” Tuyo soy, ¿qué quieres, Señor, de mí?

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Corpus Christi

“Os daré a comer mi Cuerpo”

“Yo soy el Pan vivo bajado del cielo”

“El que come de este Pan…”

“Esto es mi Cuerpo”: Adorémosle

“Yo soy el Pan vivo bajado del cielo; quien comiere de este Pan vivirá eternamente” (Evangelio Misa).

Jesús se nos manifesta como Pan de vida. El ilumina con su doctrina y dirige con su ejemplo a todos los hombres para que sigan el camino del Cielo. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinie-blas”, sino que alcanzará la misma meta a la que he llegado yo.

Jesús se nos da como comida que fortalece nuestra debilidad y nos capacita para vivir las exigencias amorosas del Bautismo, que tantas veces hemos renovado. Es cierto que abundan las difcultades de dentro y de fuera; que es grande nuestra debilidad, somos capaces de todos los horrores y de todos los errores; por lo mismo necesitamos la fortalece de este Pan de vida.

Jesús nos quiere identifcar con Él; para eso se hace nuestra comida. Sabemos que, al comer, transfor-mamos los alimentos en nuestra carne y en nuestra sangre. Al comulgar comemos la carne y la sangre del Señor, y en esta comida es Cristo quien nos transforma en Él. “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo; quien co-miere de este Pan vivirá eternamente.

2— Por eso, la festa del Corpus es un día de especial agradecimiento de cada uno de nosotros a Dios quien, al comulgar, nos convierte en sagrarios vivos: “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él”.

“Te adoro con devoción, Dios escondido”. Es también un día de adoración pública del Señor, que de-sea salir de nuestros templos, en procesión, por nuestras plazas y calles aclamado por el pueblo que le es -pera para que, desde ese trono de Amor que es la Custodia, reciba nuestro cariño y nos llene de sus bendi -ciones.

Espera, desde hace siglos, nuestra compañía en cada Sagrario en el que se ha quedado sólo por nues-tro bien. “Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar”... “Quédate con nosotros.”, y no permitas que jamás nos sepa-remos de Ti.

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Corpus Christi

El Señor se queda con nosotros: se va y se queda a la vez.

La Iglesia celebra cada día la Eucarista.

Jesús nos espera desde hace veintiún siglos.

Misa y Comunión frecuente y Visita al Santsimo.

1— Hoy es un día de especial agradecimiento al Señor que se ha quedado con nosotros y por noso-tros en la Eucarista.

Todo encuentro del hombre con Él se realiza siempre a través de la fe. Al encarnarse el Hijo de Dios, la Divinidad se ocultó en la Humanidad santsima de Cristo. Vemos la humanidad, pero no la divinidad. Un día preguntó: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?... Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?... Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo”. Pedro vio la Humanidad de Jesús y confesó su Divinidad. Esta confesión la pudo hacer sólo por la fe.

Hoy, el mismo Jesús, se nos presenta oculto en las especies sacramentales. Necesito la fe para creer y adorar la Eucarista. ¡Eso sí que es un “don”!, el don más maravilloso de Cristo a su Iglesia... Creyendo ado -ramos, y adorando agradecemos.

2— La Iglesia celebra la Eucarista cada día:

— la ofrece a Dios, actualizando el holocausto del Calvario, en sacrifcio de alabanza.

— la da como alimento a los feles: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna.”.

— la reserva en los Sagrarios para que sea el centro y sostén de nuestra vida, que peregrina hacia el Cielo.

¡Señor, que ganas tengo de vivir eternamente feliz! El secreto es comer la Eucarista, dejarme trans-formar por Él; a la manera como el que come transforma los alimentos en su propia vida.

Pero, así como me alimento varia veces cada día para recuperar fuerzas; yo, que tengo tantas debili-dades, que me cuesta vivir en gracia, etc. necesito la comunión frecuente, recibida con el alma limpia de pe-cado. Me ayudará a mejorar hasta confgurarme con Cristo, por la acción inefable del Espíritu Santo. Al salir a la calle, después de la comunión, somos como “custodias” que paseamos a Cristo por donde discurre la vida de los hombres. A todos hemos de encomendar para que el Señor los ilumine, los cure y los guíe por el camino del encuentro salvífco con el Salvador de todos los hombres.

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Tiempo ordinario del Año litúrgico

Empieza después de la festa del Bautismo del Señor.

«La belleza de este tiempo está en el hecho

de que nos invita a vivir nuestra vida ordinaria

como un itinerario de santidad,

es decir, de fe y de amistad con Jesús,

continuamente descubierto y redescubierto

como Maestro y Señor,

camino, verdad y vida del hombre»

(Benedicto XVI, Ángelus, 15 de enero de 2006).

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Domingo 2.- Tiempo ordinario (A) Jn 1, 29-34

Queremos hacer la Voluntad de Dios

Su voluntad es que seamos santos, que lleguemos al Cielo

Necesitamos convertirnos constantemente

Acudamos al Sacramento de la Confesión y a los actos de contrición

1— “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo responsorial).

En el tiempo ordinario en el que la Iglesia nos introduce hoy, vamos a vivir con fe y agradecimiento a Dios la Historia de la Salvación, que es la Historia de la misericordia inagotable de Dios con el hombre y, al mismo tiempo, la historia de las infdelidades, olvidos y hasta rechazos del hombre a Dios. Y ante esta histo-ria del Amor divino y del pecado del hombre, Él se empeña en salvarle enviando a su propio Hijo al mundo, haciéndose hombre, en todo igual a nosotros, menos en el pecado, para que realizase nuestra salvación me-diante el sacrifcio voluntario de su vida que se consumaría en la Cruz.

Ante este querer divino tan exigente, ¿qué hace el Hijo de Dios? Se adhiere plenamente a la Voluntad de su Padre diciendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad”. Y para ello “el Hijo de Dios se hizo hom-bre y habitó entre nosotros”

2— Dios me quiere salvar, hacerme partcipe de su propia vida divina y de su plena felicidad. Pero la salvación es cosa de dos: de Dios y del hombre; es necesario que los dos se pongan de acuerdo para que se realice. Dios quiere; y ¿yo?

¿Qué hace Dios para salvarme? Nos da a su propio Hijo: “Este es el cordero de Dios que quita el peca-do del mundo”. Viene a aniquilar el único obstáculo que se opone a mi salvación: el pecado, el vivir como si Dios no existiera, planifcar la vida sin contar para nada con el proyecto divino pensado y querido para mí. Es desobedecer a Dios.

Él, sin embargo, viene a curar, a sanar, a perdonar al arrepentido, a hacernos hijos de Dios. Y ¿yo quie-ro escuchar a Dios y obedecerle? ¿Me pongo de acuerdo con Él?:

- Conocer su plan de salvación: “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” Y co-nocer también lo que hago yo: mi ignorancia, mis debilidades y pecados.

- Acudir con fe, sinceridad y dolor a la Confesión frecuente para recibir el perdón, la gracia, la paz. La libertad y el abrazo del Padre que introduce al hijo pródigo en su familia en la que, con su ayuda, queremos vivir siempre.

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Domingo 3.- Tiempo ordinario (A) Mt IV, 12-23

Jesús desea nuestra conversión

Hacer lo de cada día pero muy bien hecho y por amor

Seguir a Cristo, y acercar a otros al Señor

Ser apóstoles, con su gracia

1— “Jesús predicaba el Evangelio del Reino y sanaba toda dolencia en el pueblo”.Y entonces aquel pueblo vio una luz grande.

El Hijo de Dios viene al mundo para enseñarnos las maravillas que, a través de la Historia de la salva -ción, quiere realizar en cada hombre: nos quiere hacer partcipes de la vida divina, hijos de Dios, santos y herederos de su felicidad eterna. Quiere que no haya divisiones entre los cristianos porque formamos todos el Cuerpo místico de Cristo, vivimos la misma vida, tenemos los mismos medios y el mismo destino.

Empieza a predicar el Evangelio animando a una sincera y profunda conversión:

- Jesús quiere una conversión que sea un proceso de identifcación con Cristo que culmine en la santi-dad ¡santos! dice. Necesito ponerme ante el Señor con fe y decirle: “¡Señor, que vea!” tus planes como los ves Tú. Y Él te afrma: Yo te quiero santo. Señor, ¿yo, santo? Si fallo tanto... ¡Imposible! yo no puedo... Ya lo sé; “tú no puedes, pero Yo sí”. Y ¿qué he de hacer? Lo mismo que haces cada día, pero muy bien hecho y por amor de Dios.

- decirme cada vez que caiga: ven a Mí; que he venido a curar, a buscar la oveja perdida, a salvar. Pide perdón; y vuelve a empezar tantas veces cuantas sea necesario. Este es el camino.

2— Para dar a conocer este plan divino, Él cuenta con el hombre: “Venid en pos de mí y... Ellos deján -dolo todo, le siguieron”. Todos los bautizados somos llamados por Dios para transmitir su doctrina y ser apóstoles de los demás. La vocación cristiana tiene para todos el mismo contenido, la misma radicalidad y el mismo premio: ser Cristo de pies a cabeza...

Pregunta el Papa: “¿Qué signifca ser cristiano hoy, aquí, ahora? Y contesta: Ser cristiano jamás ha sido fácil y tampoco lo es hoy. Seguir a Cristo exige valenta para hacer opciones radicales, a menudo yendo contra corriente..., ni siquiera hay que dudar de dar la vida por Cristo” (JP II, Jubileo laicos 26-XI-00) Y en esto estamos, queremos responder hoy a su llamada: “Venid...”; con el testimonio y coherencia de vida, sin desanimarnos ante las debilidades ni ante los ejemplos de una sociedad pagana. Ciertamente “yo no puedo, pero Tú sí”

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Domingo 4.- Tiempo ordinario (A) Mt V, 1-12

El desprendimiento de los bienes de la tierra

Para poder amar a Dios y servir a los demás

La felicidad está en amar y servir

Orar para alcanzar la claridad que necesitamos

1— “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”.

Jesús dirige su Mensaje de salvación desde la montaña a todos los hombres; y su doctrina, ayer lo mismo que hoy, produce escalofríos y desconcierto entre los oyentes acostumbrados a escuchar y practicar doctrinas que fomentan el bienestar, las riquezas y el aplauso. Él viene a renovar la sociedad, la familia y el hombre. Y ¿qué enseña para realizar esta transformación radical?

- Su doctrina no se apoya en la sabiduría de los hombres que, no pocas veces, busca humillar a quie -nes no piensan como ellos;

ni en el poder de las riquezas terrenas que esclavizan a tantos que viven para “tener”, olvidándose de que lo importante es “ser” y realizar el proyecto para el cual el hombre ha sido creado por Dios;

ni en la sociedad del “bienestar” que desea ahuyentar todo lo que es dolor, sufrimiento y cruz, por-que piensa que impide la verdadera felicidad y para nada sirve.

- Cristo enseña que la verdadera liberación, la paz tan buscada y anhelada y la felicidad auténtica que tanto necesitamos los hombres, estriba en nuestra incorporación a Cristo, que es la Paz, la Vida y la Salva-ción.

2— Quiere que nos demos cuenta que la plenitud de vida y la verdadera Salvación no está en las co -sas de este mundo que tan pronto se acaban, sino en la unión vital con Cristo que permanece para siempre: “Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Mientras estamos en este mundo hemos de entrenarnos en el se-guimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que es el Camino que conduce a la unión eterna con Él, fuente de Vida y de Felicidad.

Y para seguirle necesito aprender que “la Ley y las bienaventuranzas señalan juntas la senda del se -guimiento de Cristo y el camino real hacia la madurez y la libertad espiritual” (JP II, en el monte de las Bien -aventuranzas, 24-III-00). He de aprender junto al Maestro a dar sentido trascendente y cristiano al dolor, a las lágrimas, a la cruz que acompañan el caminar humano y que dan tanto miedo a nuestra naturaleza, sa-biendo que, ofrecido a Dios, son la verdadera semilla de felicidad eterna.

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Domingo 5.- Tiempo ordinario (A) Mt V, 13-16.

Una mirada al mundo

La indiferencia de los hombres ante Dios.

Vosotros sois la luz del mundo

Llevar a Cristo a nuestros amigos

1— “El justo brilla en las tinieblas como una luz”

El Señor nos invita a echar una mirada al mundo, a la sociedad, a la familia en la que vivimos, a los medios de comunicación y a los comportamientos más notorios que se observan en la vida privada y públi -ca... ¿Qué vemos?:

Si hiciésemos una lista de cuanto observamos en nosotros y en los demás, quizá nos diésemos cuenta de que las necesidades materiales y morales de los hombres son clamorosas: faltan no sólo alimentos y bienes indispensables para vivir dignamente, sino que hay también una gran indiferencia religiosa que hace que se viva como si Dios no existiese; abunda la oscuridad causada por la ignorancia de las verdades que Dios ha revelado para enseñarnos el sentido trascendente de la vida del hombre sobre la tierra. Vemos, en defnitiva, una sociedad humana que se mueve y camina a impulsos de los sentimientos, de los instintos y del afán de dominio. Es una sociedad realmente enferma.

2— Y ¿qué podemos, qué debemos hacer para ayudarla a recuperar los valores perdidos? ¿Para que vuelva a descubrir la luz de la verdad con la que oriente rectamente su vida? San Pablo en la 2ª lectura nos refere cómo se senta inútil ante un mundo tan necesitado, pero tenía el convencimiento del poder de Dios y de su Mensaje. Y ¿qué nos dice hoy Cristo a nosotros para ayudar a esta sociedad tan enferma?: “ Voso-tros sois la luz del mundo. Vosotros sois la sal de la tierra”

Quiere que, con el testimonio coherente de nuestra vida cristiana, es decir, con nuestro amor a Cristo que entrega su vida por mí, por nuestra fe frme en la presencia real de Jesús en la Eucarista (que nos vean rezar con fe ante el Sagrario), por el amor a la Santa Misa y por el afán de convertirme continuamente co -menzando y recomenzando todos los días, nuestra vida sea de verdad la luz del Señor que ilumine y guíe a quienes conviven con nosotros hacia el encuentro con Cristo, Camino, Verdad y Vida.

En defnitiva, para ayudar a nuestro prójimo he de enraizar más mi vida en Cristo de modo que quie-nes me vean trabajar, rezar, convivir... puedan decir aquí hay un cristiano que ama a Jesucristo. “Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

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Domingo 5.- (bis) Tiempo ordinario (A) Mt V, 13-16.

“Vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo”

Llevar la luz de Cristo a los hombres

Especialmente a la familia

Sentirnos siempre criaturas necesitadas de la luz de Dios

1. «Vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo».

Nos encontramos en un salón repleto de gente. Hay un apagón: nervios,..., gritos..., enfados. Sale al escenario el responsable de la reunión y les dice: «Se consigue más encendiendo una cerilla que maldicien-do de la oscuridad»

Los cristianos creemos que Cristo es el Hijo de Dios que viene al mundo a salvarnos... Su mensaje, su gracia y su Vida la entrega a la Iglesia para que los cristianos iluminemos con el esplendor de la Verdad la vida de los hombres.; y así conozcan el qué y el para qué de su propia vida.

Es verdad que muchos viven en la oscuridad de la ignorancia: desconocen qué son y para qué están en el mundo. Mirad si no, ahí está la familia que, como todos sabemos, nace del matrimonio. Y ahora hay quienes la quieren confundir con otro tipo de uniones que nunca jamás serán matrimonio. Ahí está el laicis -mo que, con una fuerza virulenta, quiere crear un estilo de vida humana sin Dios, porque estorba a los inte-reses bajos de ciertos rectores de la sociedad.

2. Pues bien, en medio de ese mundo, de ese modo pagano de vivir, Dios nos quiere a los cristianos para que seamos sal que devuelva el sentido verdadero de la familia y del matrimonio, que es el origen de la misma.

Quiere que seamos transmisores de su luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y que devuelva con su esplendor la belleza y la esperanza que Cristo, Salvador único del hombre, ha traído a este mundo.

Esta sal y esta luz se comunica y se refeja con las obra buenas, con el buen ejemplo, con el fel cum-plimiento de los Mandamientos: la santifcación del domingo..., la adoración de Dios, reconociendo que Dios es Dios y que el hombre es una criatura; la defensa de la dignidad de la persona y de su vida..., la fre-cuencia de sacramentos, y la entrega de cada uno a vivir de acuerdo con el seguimiento de Cristo: Camino, Verdad y Vida para todo hombre.

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Domingo 6. Tiempo ordinario (A) Mt 5, 17-37.

El Señor viene para que tengamos vida y vida abundante

Llevar una vida, en todo momento, acorde con la verdad

Dios juzga los corazones

Acudir con sencillez y sinceridad a la confesión

1. «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (evangelio de hoy).

¿A qué ha venido el Hijo de Dios al mundo? Él mismo nos lo dice: «He venido para que tengan Vida», a salvar a los hombres. ¿Qué es el hombre? El Catecismo nos lo recuerda: una unidad de cuerpo y alma, creada a imagen y semejanza de Dios. Por eso, es capaz de conocer la verdad, de amar el bien y de tomar decisiones. El hombre es una persona responsable de sus actos libres.

Por ser una unidad, compuesta de materia y espíritu, puede hacer acciones que ven los demás: robar, ayudar, trabajar, etc. Y, por ser espíritu, también puede realizar actividades internas, que están escondidas a los ojos de los hombres, como pensar, amar, odiar, desear, etc. Todo esto permanece escondido a los ojos humanos, pero no a la mirada penetrante de Dios que lo ve todo, lo sabe todo y nada puede permanecer escondido a su Sabiduría infnita.

Sólo Dios puede juzgar, porque sólo Él lo sabe todo. Y juzga no sólo nuestras acciones externas: «El que esté peleado con su hermano está procesado»; sino también el mundo de nuestra intimidad: «el que mira a una mujer casada, deseándola, ya ha adulterado en su corazón».

2. La Doctrina y la Moral del Señor, que ha entregado a su Iglesia y ahora ella transmite a los hom-bres, no mira sólo a los actos externos: a los que se perciben por los sentidos, y se pueden evaluar; sino que mira a la interioridad del hombre, a ese santuario íntimo que sólo Dios ve, en el que “se cuecen” tus deci -siones para el bien o para el mal. Allí es donde realmente se inicia el amor o el desprecio de Dios.

«Habéis oído que se dijo: no cometerás adulterio. Yo os digo: el que mira a una mujer casada deseán -dola, ya ha sido adúltero». Hemos de pedir luz al Espíritu Santo, al hacer el examen para la confesión, para conocer también nuestros pecados internos. Desear de veras lo que desagrada a Dios tiene la misma grave-dad que la acción que corresponde a ese deseo.

Dios nos espera en el sacramento de la Penitencia para perdonarnos, recuperar la paz, la libertad y la alegría, a fn de sembrarla en todos los ambientes en los que nos movemos.

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Domingo 7. Tiempo ordinario (A) Mt V, 34-48

Dios nos quiere perfectos, como todos los padres.

Confamos en su misericordia

Recomenzamos muchas veces

Recemos constantemente

1— “Yo confío en tu misericordia... y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho ”. Y ¿por qué ex-presamos hoy nuestra confanza en la misericordia de Dios?

Siempre que los padres piensan en sus hijos, piensan y quieren lo mejor para ellos. Dios también piensa en mi; y el proyecto diseñado por Él para el hombre es enormemente más ambicioso y apasionante que el de la mejor de las madres: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Realmente nos pone “el listón” muy alto. Y yo que me veo tan limitado, tan poca cosa, tan pecador... fácilmente me desani-mo.

Para responder a Dios, que nos quiere santos, necesitamos abandonar los criterios de conducta que nos ofrece el mundo: “ojo por ojo, y diente por diente”, es decir, la venganza, responder con la misma mo-neda... Jesús nos ofrece otros criterios: “Amar a vuestros enemigos, hacer el bien a los que os aborrecen y rogad por los que os persiguen”, porque “sois hijos de Dios, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. Es este un programa de vida muy exigente.

2— Por eso, yo que nada puedo, “confío en tu misericordia...”, esa misericordia de Dios que se nos manifesta en Jesucristo, verdadero Maestro y Camino de nuestra santifcación:

— Contemplar la Humanidad santsima de Cristo que vive la vida humana para enseñarnos cómo ha de vivir todo hombre. Jesús se cansa, tiene sed, es tentado, experimenta el dolor, etc.: en todo igual a noso -tros, menos en el pecado; y siempre dispuesto a obedecer: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

— “La vida del hombre sobre la tierra es una milicia”. Necesito espíritu de lucha para llegar a la meta; sabiendo que habrá victorias y también derrotas. Cuando aparezcan, debo rectifcar comenzando y reco-menzando siempre. “Este es nuestro destino en la tierra: luchar por amor hasta el último instante” (P).

— Necesito la ayuda de Dios, orar sin cansancio, tratarle con la misma intimidad con que le trataría si le viera con los ojos de la cara, porque aunque no le vea, Él está aquí. Con este trato llegaré a quererle de verdad. Apoyarme en la devoción a la Virgen; Ella será, una vez más, el camino para llegar a Jesús; y no de -jarle nunca.

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Domingo 8. Tiempo ordinario (A) Mt VI, 24-34.

Dios me libró porque me quiere.

Nadie puede servir a dos señores.

Poner por delante a Dios.

Rectifcar nuestra conducta, con el examen.

1—”El Señor fue mi apoyo; me libró porque me amaba”

La vida humana tiene muchas manifestaciones incomprensibles para nuestra inteligencia: rechazos o abandonos del amigo, el dolor, la soledad, etc. Y, cuando esto ocurre, surge de nosotros una queja como la de Isaías: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.

También en nuestra vida, al hacerse presente las pruebas que Dios nos envía, qué fácilmente aparece el desaliento, la queja o el enfado. No entendemos los planes del Padre del Cielo; y Él nos recuerda como al Profeta. “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, Yo no te olvidaré”. Esta promesa divina nos ha de llenar de confanza, porque Dios cumple siempre su palabra...

2— Hoy Jesús nos ofrece un programa de vida muy exigente: “Nadie puede estar al servicio de dos amos... No podéis servir a Dios y al dinero”. No se puede encender una vela a San Miguel y otra al diablo: eso sería pretender hacer lícito lo ilícito, confundir la luz con las tinieblas, el bien con el mal.

El Señor, cuando nos pide este comportamiento, busca sólo nuestro bien: quiere que no pongamos el corazón en las cosas del mundo, porque todo se acaba. Pide que lo pongamos en Él que es la Vida y la Felici-dad que tanto necesitamos. De este modo aprenderemos a convivir, sin perder la paz, con las contrarieda-des que acompañan nuestro andar terreno, porque son llamadas amorosas de Dios que nos recuerdan que la patria defnitiva no es el mundo sino el Cielo.

Así cuidaré no perder nunca el sentido de orientación: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.

Y el reino de Dios es la amistad con Él, es la salvación, es el gozo perpetuo. Hacia esa meta camina -mos a lo largo de nuestro peregrinar por la tierra. Ciertamente que nos encontramos con muchas incitacio -nes a vivir de “tejas para abajo”, con un olvido total de lo permanente.

Por eso necesito luchar, rectifcar y volver a empezar las veces que sean necesarias. Este es el modo de no perder el norte y de caminar con seguridad hacia la Vida.

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Domingo 9. Tiempo ordinario (A) Mt 7,21-27.

Dios nos ha hecho libres

Libremente hemos de hacer su voluntad

Obras son amores.

Seguros siempre, si estamos cerca de Dios

1. «No todo el que dice, “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la volun-tad de mi Padre»

Dios ha creado al hombre dotado de libertad, capaz de tomar decisiones, y de ser responsable de ellas; es decir, sabe que carga con las consecuencias que se derivan de sus propias decisiones. La experien-cia diaria es un testimonio claro de esta verdad: decido hacer esto o aquello, ir a un lugar u a otro, cumplir el precepto de oír la Santa Misa los días de precepto, o dejarme seducir por lo que hacen los demás. «Mi-rad: yo os pongo delante maldición y bendición: la bendición si escucháis los preceptos del Señor vuestro Dios que yo os mando hoy; la maldición, si no los escucháis y os desviáis del camino que hoy os marco».

Dios quiere hacerme partcipe de los superabundantes dones de su Reino: hijo de Dios, llamado a ser santo y heredero del Cielo. «Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios». Pero estos tesoros Dios no los impone a la fuerza, sino que los ofrece amorosamente a cada uno. Espera de cada ser humano la res-puesta libre y así coopera con la gracia divina para llegar a convertir en realidad la sed profunda de felicidad que anida en su corazón, hecho para Dios.

2. El evangelio de hoy nos enseña cual es la vara con la que Dios mide la conducta del hombre: «No todo el que dice, “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Pa -dre». A Dios le interesan, no tanto nuestras palabras cuanto nuestras obras de obediencia que manifestan de verdad la calidad del amor que tenemos a Nuestro Señor.

Es como si nos dijese: «obras son amores y no buenas razones». Y las obras que espera de nosotros, no son cosas extraordinarias, sino descubrir y valorar la grandeza de la vida ordinaria. Hacer lo mismo que hacemos todos los días, pero realizarlo con perfección humana y por amor de Dios. El que escucha estas pa -labras y las pone por obra es como aquel que edifca su casa sobre roca; resistirá a todas las tormentas y ad-versidades de la vida. Y mientras todo pasa, sus obras permanecerán para siempre.

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Domingo 10. Tiempo ordinario (A) Mt IX, 9-13

Mostrar la salvación que Dios nos concede como un don

Abraham esperó en Dios contra toda esperanza humana

Dios quiere que prediquemos que la salvación es para todos

Testimoniemos con obras que Dios quiere que todos los hombres se salven

1— “Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios” (Salmo responsorial).

Hoy Cristo nos quiere enseñar ese buen camino que conduce al hombre a la posesión de la Vida re-pleta de esa felicidad tan anhelada por nuestro corazón. Hemos sido creados para ser felices y vivimos con la esperanza en Dios de que Él colmará nuestra sed.

Nos enseña que la salvación cristiana es un don gratuito de Dios que ofrece, por Jesucristo Redentor, a cada hombre; y es también una respuesta del hombre con la que se adhiere plenamente al querer divino. Así pues, la salvación es cosa de dos: de Dios que la ofrece, y del hombre que libremente la acepta. Siempre que éste se pone de acuerdo con Dios es salvado y santifcado.

2— Eso es lo que hizo Abraham, nos dice la segunda lectura. Dios le hace una promesa, humanamen-te inconcebible: ser padre de un pueblo muy numeroso; y esto, a pesar de su avanzada edad y de la esterili -dad de su esposa Sara. Abraham esperó en Dios contra toda esperanza humana. Y Dios cumplió la promesa. Abraham ha sido el padre del pueblo elegido.

La salvación operada por Cristo con el sacrifcio de su vida, quiere que llegue a todos los hombres que han sido, somos y serán. Para ello, ayer eligió a Mateo y a los demás Apóstoles. El evangelio de hoy nos re-cuerda que “vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: ¡Sígue-me! Él se levantó y lo siguió”; y, por su fdelidad a Cristo, muchísimas personas han encontrado la salvación.

Han pasado los años; y Cristo que “el mismo de ayer, es hoy y será siempre” nos llama a vosotros y a mí a la santidad de vida, y a decir a todos que Jesús quiere la salvación y la felicidad de cada uno; que está con nosotros para ayudarnos y conducirnos a esa meta.

Si nos famos de Cristo, le seguimos y nos alimentamos con su Doctrina y con el Pan de la Eucarista, seremos capaces, como tantos y tantos discípulos suyos, de testimoniar con las obras de cada día que sólo Cristo es el camino, la Verdad y la Vida; y, con su gracia, acercaremos a muchas personas a Él para que al -cancen la salvación, la felicidad y la Vida sin fn.

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Domingo 11. Tiempo ordinario (A) Mt IX, 36—X, 1- 8.

Desvelos de Dios por los hombres

Siendo nosotros pecadores Cristo murió por nosotros

Y el hombre…no se entera

Apóstoles, de la oración, de la confesión, de la misa dominical

1— “Escúchame. Señor, que te llamo” (Antfona de entrada)

En este domingo Dios nos manifesta sus desvelos por el hombre que, a lo largo de la historia de la Salvación, siempre ha sido el objeto de sus complacencias. Desde lo alto del Sinaí contempla a su pueblo ca-minando, con paso cansino, por el desierto hacia la tierra Prometida. Para animarle en su peregrinación quiere hacer con él una Alianza, un derroche de gracias que le van a fortalecer e ilusionar en el duro cami -nar de cada jornada: “Si escucháis hoy mi voz y guardáis mi Alianza seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa... Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”. Ciertamente, Dios no se cansa de mi-rar al hombre para salvarle: llegada la plenitud de los tiempos, envía a su Hijo al mundo para que la humani-dad alcance la salvación: “Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” para:

— hacernos partcipes de su Vida, hijos de Dios y herederos de su Reino, de su felicidad y de su santi -dad; de este modo, Dios introduce al hombre en su Familia, que es la vida felicísima de la Santsima Trini-dad.

— esta es la gran Alianza, la donación plena, de Dios con el hombre: la corriente del Amor divino in -troduce a la criatura en el mar sin orillas de la infnita riqueza del Creador. ¡Qué grande, qué bueno, es Dios conmigo!

2— Y ¿qué hace el hombre? Se olvida, no acaba de enterarse que Dios le ama con locura. Por eso, al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas porque andaban como ovejas sin pastor. “La mies es mucha y los operarios pocos”.

Y eligió a los Apóstoles, y les envió a anunciar el amor de Dios a todas las gentes; a sanar enfermos y resucitar muertos, mediante el sacramento del Perdón en el que la Misericordia de Dios devuelve la vida di -vina a los pecadores arrepentidos; a alimentarlos con la oración y la Comunión recibida siempre en gracia de Dios. Así crecía el número de los seguidores de Cristo. Hoy, en esa carrera de relevos que es la historia de la salvación, recibimos el “testigo” del apostolado: enseñar diariamente la doctrina cristiana en nuestra fa -milia con las palabras y con el ejemplo. Es necesario volver a la Piedad, que es el remedio de los remedios para todo.

Cuidar la oración en familia, la Misa dominical bien oída y el amor a la Confesión. Así seremos apósto-les del Cristo.

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Domingo 11. (bis) Tiempo ordinario (A) Mt IX, 36—X, 1- 8.

Dios nos busca, aunque parezca que tengamos que esperar

Los hombres estamos sedientos y hambrientos de Dios, y no nos damos cuenta

Por la Redención alcanzamos la salvación

Apóstoles para llevar a Cristo a todos los hombres

1— “Escúchame. Señor, que te llamo” (Antfona de entrada)

El pueblo de Dios camina por el desierto del Sinaí y acampó allí. Dios llama a Moisés para establecer una alianza, un pacto, con su pueblo.

Para animarles a vivir dicha alianza, les recuerda dos cosas:

— Lo que ha hecho con ellos, liberándolos de la esclavitud de los egipcios y cómo los conduce hacia la tierra Prometida, en la que tendrán toda clase de bienes.

— Lo que espera de su pueblo: obediencia a su Ley durante toda su vida. Y si ellos son feles a lo que Dios les pide, también lo será Él con ellos. San Pablo nos recuerda en la 2ª lectura que este plan de amor Dios lo quiere, no sólo para aquellos que formaban su pueblo, sino para todos y para cada uno de los hom -bres. A todos quiere salvar de la esclavitud del pecado, y a todos quiere hacer partcipes de su vida divina y de su propia felicidad.

Ayer los israelitas le volvieron la espalda a Dios, olvidaron su alianza y buscan únicamente “lo suyo”. Y hoy se repite la historia en nosotros: no pocas veces preferimos nuestros gustos a lo que Dios nos pide para nuestro bien. Y ¿qué hace Dios ante tanta insolencia?

Envía a su Hijo al mundo para que todos podamos, por la Redención, alcanzar el perdón y la Vida.

2— Este es el mensaje del evangelio de hoy: Jesús mira a las multitudes hambrientas y exclama: “Me da compasión estas gentes porque andan como ovejas sin pastor”. Llama a los Apóstoles, instituye la Iglesia para llevar la salvación de Cristo a toda la humanidad.

Envía a los Apóstoles a predicar, a perdonar y a cuidar de los hombres: “la mies es mucha, los obreros pocos...” Id y proclamad que el reino de Dios está cerca... Dios me ama, me busca y quiere salvarme.

Y ¿yo qué debo hacer? ¡Querer! y poner los medios: luchar por agradar a Dios en todo... Acudir con frecuencia a su Misericordia que nos espera en la Confesión... Comenzar y recomenzar todos los días. Así vi -viré la experiencia de que Dios me ama.

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Domingo 12. Tiempo ordinario (A) Mt X, 26-33.

No tener miedo a la situación actual

Mucha ignorancia religiosa

Dios cuida de nosotros como Padre

Abandonarnos en las manos de Dios.

1— “No tengáis miedo a los hombres”, porque nada pueden hacer de cara a lo defnitivo y a lo eterno, que ciertamente es lo único que interesa.

El profeta Jeremías debe anunciar los planes de Dios al pueblo elegido y, al hacerlo, observa la pre-sencia de la desolación y la burla, hasta el extremo de que la incomprensión viene de sus propios familiares. Pero el Señor está conmigo, y con Él seré fel.

Hoy también la gran pena del Papa es el gran número de personas que todavía no conocen a Cristo, único Salvador de todos.

Y para hacernos cargo de esta situación de ignorancia religiosa. No es necesario ir a los antpodas o a países en los que no ha llegado el anuncio del Evangelio; es sufciente pensar en los compañeros de trabajo, en nuestros conocidos y amigos, quizá en nuestra propia familia. Todavía hay en nuestra ciudad quienes vi -ven como si Dios no existiera.

Por eso el cristiano que quiere ser coherente con su fe y vivir como hijo fdelísimo de la Iglesia experi -menta en su propia carne la presencia de la tribulación, del desprecio y de risas irónicas que pretenden ridi-culizarle, y hasta arrinconarle en el ejercicio de su carrera profesional.

2— Jesucristo, nuestro Maestro y nuestro Camino, sabe por su propia experiencia qué es el rechazo, la persecución y la calumnia. Sabe que mil personas afrmando unánimemente una mentira no son capaces de convertirla en verdad. Por eso, “¡No tengáis miedo a los hombres que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma! Temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo”

Él cuida de nosotros como Padre: “hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”

Vale la pena poner la vida entera, las alegrías y las penas, el cansancio del trabajo diario y la quietud serena que se halla en la familia; todo, absolutamente todo lo queremos poner en tus manos de Padre om-nipotente; porque creemos que los sufrimientos de esta vida no son comparables con la gloria que Tú guar -das para tus hijos feles. Te diremos con san Josemaría: “Señor y Dios mío: en tus manos abandono lo pasa -do, lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo temporal y lo eterno”.

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Domingo 13. Tiempo ordinario (A) Mt X, 37-42

“Cantaré eternamente las misericordias del Señor”

Dios por el Bautismo nos introduce en la intimidad divina

He de vivir por la gracia y he de morir al pecado

Gastar la vida para acercar a todos a Dios

1— “Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Salmo responsorial). Y ¿por qué?:

- Porque Él es la Vida; y, con su poder, hizo que apareciese en el seno estéril de aquella mujer sunami-ta...; ésta, al fnal de su vida, tal como le dijo el profeta Eliseo, pudo abrazar al hijo tan deseado a lo largo de sus años.

- Y hemos de cantar al Señor, porque ha querido que el hombre participe de la vida divina; de esa vida que había perdido por el pecado original; pero Dios, infnitamente misericordioso, ha querido devolver-nos de nuevo ese don maravilloso que excede las fuerzas de los hombres.

Se hace realidad en nosotros por el sacramento del Bautismo, en el que Cristo nos introduce en la vida divina por medio de unos signos sacramentales. Explicar qué es signo: una realidad sensible, que se puede percibir por los sentidos; y que signifca otra que no se ve; y esa que no se ve es lo importante del signo; por ejemplo, una madre abraza a su hijo: se ve el abrazo, pero no se ve el amor que le tiene. Y la ex -presión del amor es lo importante del abrazo materno.

El Bautismo también es un signo: se ve el agua derramada en la cabeza. No se ve la transformación de ese niño en hijo de Dios, la inhabitación de la Santsima Trinidad, el ser “otro Cristo”, pero es una realidad.

2— Hemos recibido una vida nueva: “mi vivir es Cristo”. Esto exige de mí realizar una tarea que se nos manifesta a través del signo sacramental:

- “Los que por el Bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte ”. Exige de mí morir al pecado, a todo lo que me aparta de Dios. Vivir para Él.

- “Así también nosotros andemos en una vida nueva”. Esta no se rige por la lógica de los hombres sino por la de Dios: Poner a Cristo en la cumbre de todo, vivir para Dios hasta quererle más que al padre y a la madre; conscientes de que sólo amándole así, querremos de verdad a nuestros padres. Nos pide coger la cruz de cada día y seguirle; gastar la vida por acercar a todos a Dios. Y a quienes obren así, “Os lo aseguro, no perderá su paga”.

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Domingo 14. Tiempo ordinario (A) Mt XI, 25-30)

El hombre desea conocer la verdad.

Con la sola inteligencia no conocemos todo.

“Dichoso el que se acoge a Él”

Con la humildad de la razón nos disponemos a conocer los planes de Dios

1—”Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los sencillos” (Evangelio).

El hombre desea conocer la verdad; por eso busca, indaga, se agita; pero resulta que de lo que menos sabe es de lo que más necesita. Sabe mucho de lo que se ve, y desconoce, a veces, lo trascendente. Tiene afán de conocer la verdad; por eso trabaja, estudia, investiga.

Efectivamente son muchos y grandes los avances de la técnica y los del progreso cientfco que ha lo-grado hasta el presente, descubrir muchas de las riquezas que el Creador ha puesto en el universo. Pero el sabio auténtico reconoce que él no crea las cosas, sino que descubre lo que realmente hay en la creación. Por eso el verdadero sabio es humilde; reconoce en todo a Dios Creador y lo adora.

Pero con la inteligencia sola son pocas las realidades que puede conocer, si tenemos en cuenta las que todavía no conoce,

2— Y por supuesto que nada puede saber del orden sobrenatural, es decir, de esas realidades divinas que amorosamente Dios nos otorga, si Él no nos las revela. Realidades como la fliación divina; la inhabita -ción de la Santsima Trinidad en el alma que está en gracia; la llamada universal a la santidad; ser herederos del Cielo, nos las enseña el Espíritu Santo. “Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a Él”.

Por eso, “te alabo, Padre...” Todo esto lo manifesta a los sencillos y humildes; a aquellos que recono -cen su pequeñez: “yo soy nada, no puedo nada...”; y creen en la grandeza y el amor de Dios. Lo manifesta a los que desconfían de si mismos, porque se saben nada. A estos Dios les da a conocer su plan amoroso; mientras que los autosufcientes se quedan vacíos.

Los humildes conocen a Cristo y en Él hallan sosiego y descanso en medio de todas las contrarieda -des; porque el humilde reconoce que todo es querido o permitido por Dios, que es mi Padre, para bien de sus hijos, aunque a veces no lo entendamos. “Venid a mí todos...” y “aprended de mí que soy manso y hu-milde de corazón”. Invocamos a la Virgen María para que sea Ella la que nos lleve a Jesús y nos prepare para asimilar cuanto nos acaece en la tierra, como algo que nos conviene para ir al Cielo.

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Domingo 15. Tiempo ordinario (A) Mt XIII, 1-23.

Quienes escuchan a Jesús y le obedecen saben servir y hacer el bien

Esto les llena de paz y de felicidad

Tratar a Dios como Padre amorosísimo

“Gracias, perdón, ayudame más”

1— “La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; quien lo encuentra vive para siempre” (versículo del aleluya).

Todos tenemos la experiencia de lo que es estar enfermo; acude al médico; le cuenta los síntomas que tiene y éste, con el debido examen, diagnostica la enfermedad. Después le receta la medicación opor -tuna. Ahora, el enfermo puede hacer caso o no al médico. Si sigue sus prescripciones es fácil que cure; lo contrario sería una locura. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, para salvarnos nos ofrece su Doctrina y su Vida; obedeciéndole tendremos Vida eterna. Él, como el sembrador del evangelio, echa a voleo la semilla de su Palabra para que llegue a todas las almas, y estas la puedan aceptar o rechazar libremente. Al sem-brar parte cae en el camino: son quienes no la escuchan, los que no hacen caso al mensaje divino, y de nada les sirve la riqueza que encierra. Estos son como el enfermo que no obedece a las prescripciones del médi -co.

Quienes escuchan a Jesús y le obedecen están seguros, contentos; saben servir y hacer el bien a los demás por amor de Dios. Y esto les llena de paz y de felicidad,

2— ¿Que nos enseña hoy Cristo a ti y a mí?

- que por la gracia bautismal somos regenerados a participar de la Vida misma de Dios, somos de ver-dad hijos suyos; por eso nos ha enseñado a llamarle Padre nuestro. Él está siempre dispuesto a acogernos, a perdonarnos e introducirnos en su familia, como hizo con el hijo pródigo.

- que me porte en la vida ordinaria como corresponde a un buen hijo: tratar a Dios frecuentemente como Padre amorosísimo: los buenos hijos no se avergüenzan de hablar con sus padres. El cristiano, hijo de Dios, ha de ser un hombre de oración, que rece diariamente al acostarse y al levantarse que oiga con aten -ción la santa Misa, sobre todo los domingos, que son el “Día del Señor”; pedirle perdón cada vez que me doy cuenta que he obrado desagradando a Dios. Acudir con frecuencia a confesarme.

Os invito a que hagamos nuestra una breve oración que rezan con frecuencia los que, de verdad, quieren ser buenos hijos de Dios:

“Gracias, perdón, ayúdame más”. Mirar a Dios, fuente de todo bien, es decirle ¡Gracias! Mirarme a mí mismo, que tropiezo y obro mal tantas veces, me mueve a decirle: ¡Perdón! Mirar al futuro tan incierto es decirle: ¡Ayúdame más!

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Domingo 16. Tiempo ordinario (A) Mt XIII, 24-43.

Dios siembra en nosotros buena semilla.

Pero el enemigo de Dios y nuestra pereza siembran cizaña.

Reconocer nuestro pecado.

Buscar la limpieza del alma

1— “El Señor sostiene mi vida” (Antfona de entrada)

Hoy Jesucristo nos quiere enseñar que el ser humano es una persona en la que fácilmente aparecen cosas buenas y también otras que son malas. En efecto, tenemos deseos de ser buenos, de trabajar como el mejor, y de pasar entre los hombres haciendo el bien; pero al mismo tiempo aparecen las malas inclinacio -nes: la mentira, la venganza y hasta el rechazo de aquellos que no piensan como yo.

Todos somos así; como un huerto que si se cuida da buenas cosechas; pero si lo abandonamos, muy pronto se llena de malas hierbas que impiden el desarrollo de las buenas. Y el resultado es la esterilidad.

Ciertamente esta es una imagen de la vida de todo hombre; así nos lo explica el Evangelio de hoy: un hombre sembró en su campo buena semilla...; y mientras el amo dormía fue su enemigo y sembró cizaña. La cizaña es una planta que, antes de espigar, es muy parecida al trigo... ¿quieres que vayamos y la arran-quemos? No, que al arrancar la cizaña podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la sie-ga; y entonces los segadores echaran la cizaña en el fuego y el trigo lo llevarán a mis graneros.

2— Ante este panorama de mi vida en la que aparecen con frecuencia comportamientos que no son buenos y, siempre que me doy cuenta, me da pena el tenerlos. Pero sé que yo solo no puedo evitarlos.

Lo mismo que el enfermo necesita al médico para sanar, yo necesito a Cristo para cambiar y mejorar. El Corazón misericordioso del Señor es el remedio para nuestros males morales, para nuestros pecados: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”, y “diste a tus hijos la dulce esperanza de que en el pe-cado, das lugar al arrepentimiento” (primera lectura). Todo cuanto acaece en el hombre, por grande y ho-rroroso que fuere, tiene solución junto a Cristo Salvador del hombre.

Junto a Él, que es la luz que ilumina a todo hombre, nos vemos pecadores, necesitados de su Miseri-cordia: y Jesús nos ofrece generosamente su perdón mediante la confesión sincera y humilde de nuestras faltas.

Así arranca la cizaña de nuestra alma, la limpia y convierte todos nuestros actos en realidad agrada-bles a Dios; lo cual nos permite vivir contentos, llenos de paz y libres de nuestras verdaderas esclavitudes.

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Domingo 17 Tiempo ordinario (A) Mt XIII, 44-52

Ocupémonos de la tierra, sin olvidar el cielo

La felicidad verdadera es eterna

Contar con la gracia de Dios

Dios nos la ofrece constantemente

1— “Oh Dios haz que nos ocupemos de tal modo de las cosas temporales que, por ellas, alcancemos las eternas” (oración colecta)

Dios conoce muy bien a cada hombre; sabe que tiene ansias profundas de felicidad, que no puede saciar con las cosas de este mundo, porque todas se acaban y se nos escapan como el agua de las manos; y cuando pone el corazón en ellas, al fnal se da cuenta que se queda vacío, sin nada,

Una manifestación de este deseo de felicidad nos la ofrece la vida diaria: todos los pasos que damos a lo largo de la jornada, las idas y venidas, los planteamientos para montar un negocio, las decisiones seria -mente tomadas, ¡todo! lo encaminamos a la búsqueda de ese tesoro.

Pero, a veces, experimentamos que, después de tantos esfuerzos, no siempre encontramos una felici -dad duradera, todo fenece.

2— Hoy Nuestro Señor Jesucristo nos ofrece, una vez más, el camino verdadero para encontrarla.

“El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra va a ven-der todo lo que tiene y compra aquel campo” Ese Reino de los cielos es la salvación eterna, la felicidad ple-na que sacia sin saciar y que es “para siempre, para siempre, para siempre”. Por eso Jesús nos recuerda que vale la pena alcanzarlo.

Ciertamente todos la queremos; pero hemos de estar dispuestos a poner la vida entera, el trabajo y el cansancio, la salud y la enfermedad, las alegrías y las penas, ¡todo! para comprar ese tesoro. No esclavi-zarnos nunca por las cosas perecederas de este mundo.

Para lograrlo hemos de contar ciertamente con la ayuda que Dios nos ofrece continuamente con su Misericordia que nos espera y llama a todos. A Él le pedimos con la Iglesia: “Oh Dios, multiplica sobre noso-tros los signos de tu misericordia. Para que de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos”.

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Domingo 18. Tiempo ordinario (A) Mt XIV, 13-21.

“Venid a Mi, escuchadme y viviréis”.

Para Dios nada hay imposible

¿Cómo y cuando escuchamos a Dios

Leer el Evangelio y el Catecismo

1— “Venid a Mi, escuchadme y viviréis” (primera lectura)

Los hombres nos afanamos de muchos modos por alcanzar aquellas cosas que creemos nos van a ha-cer felices. Y así el enfermo busca con anhelo al mejor médico especialista que le pueda curar sus dolores; los buenos padres se mueven para encontrar los colegios que mejor eduquen a sus hijos; todos deseamos lo mejor para nosotros y para los nuestros. Pero la experiencia nos dice que en todos los ámbitos de nues-tros deseos encontramos siempre grandes limitaciones.

Hoy Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, el que todo lo puede, nos mira con afecto a cada uno y nos dice por boca del profeta Isaías: “Venid a Mí, escuchadme y viviréis”. Sólo Él puede decir y cumplir es-tas palabras, porque “para Dios nada hay imposible”. Y para poder hacer realidad los verdaderos deseos del corazón humano, las ambiciones santas del hombre de fe, Cristo nos pide dos cosas:

— “Venid a Mí”; llama a cada uno, en la intimidad del alma, por su propio nombre: ¡ven! Y ¿dónde estás, Señor?, decía san Agustn, “Te buscaba por fuera y no te encontraba porque estás dentro de mí”. No me busques fuera, ya que estoy dentro de ti.

— “Escuchadme” Háblame, Señor, que te quiero escuchar. Nos pide que le dejemos entrar en nuestro corazón. Quizás necesito purifcar mi alma de muchas miserias y pecados que me impiden escucharle y ver mis verdaderas necesidades. Acércate a la Confesión, pide perdón, déjate reconciliar con Dios y verás las co-sas de otro modo.

2— El evangelio nos habla de una multitud que le seguía, le dio lástima y curó a los enfermos. Esta-ban en despoblado y sin posibilidad de comer. “Dadles vosotros de comer. Si aquí no tenemos más que cin-co panes y dos peces”. Jesús me repite que quiere contar conmigo para alimentar a tantas multitudes ham-brientas de verdad y de vida, que recorren los caminos de este mundo. Y le digo, pero si yo, como los após -toles, no tengo nada. Sólo cuento con el peso de los años, el tiempo, el trabajo, cansancio, dolores. Pues todo eso, tu vida entera, ponla en las manos del Señor como pusieron los apóstoles aquellos cinco panes y dos peces. Ten la seguridad que lo demás lo hará Cristo, para el que nada hay imposible. Y Él nos repite: “Venid a Mí, escuchadme y viviréis”.

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Domingo 19. Tiempo Ordinario (A) Mt XIV, 22-33

“Danos tu salvación”.

Sólo Tú eres la Verdad, la Vida y la Felicidad.

Con la oración nos comunicamos con Dios.

La única oración mala es la que no hacemos.

1— “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (salmo responsorial).

Este es el grito de quien busca sinceramente llenar los anhelos mas inquietantes del corazón humano, que no pueden satisfacer las ofertas de una sociedad, que difícilmente puede dar lo que no tiene. Esta sólo ofrece la aparente felicidad del tener, las idas y venidas de cada fn de semana para distraer, un ruido abun-dante que amortigüe la voz insatisfecha de tantas conciencias que acusan la conducta de quien presume ser honesto, sin serlo.

Eso mismo le sucedía a Agustn de Tagaste, que buscaba los placeres para saciar la sed de su ardiente corazón, ¡y no podía! Hasta que un día escuchó una voz: “toma y lee”. Era la Sagrada Escritura. Leyó, y en ella descubrió a Aquel que es el secreto de su felicidad: “Señor, hemos sido hechos para Ti y nuestro cora-zón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Sólo Tú eres la Verdad, la Vida y la Felicidad.

2— Y yo, ¿dónde te encontraré? Las lecturas de la Misa de hoy nos hablan del paso del Señor junto a nosotros. Elías escuchó desde una cueva: “el Señor va a pasar”. El clima en el que Dios se manifesta es el susurro, el silencio; sólo en ese retiro que propicia la oración le encontraremos, oiremos su voz y nos llena -rá de paz.

El hombre necesita comunicarse con otros; es fácil ir por la calle y ver gente colgada del “móvil”. Los que se aman necesitan comunicar la realidad maravillosa de su intimidad. El incomunicado, sin embargo, se siente severamente castigado.

La oración es el “móvil” con el que nosotros hablamos con Dios, que nos espera en el Sagrario, en casa, en todas partes. “No tengáis miedo, soy Yo”. Necesitamos apoyarnos en Jesús, como Pedro, para mo-vernos con seguridad por el oleaje de la vida. “Todo el designio del diablo, me atrevo a asegurar, está cen -trado en disuadir a los hombres de perseverar en la oración” (P Carta 14-II-1994). “No nos extrañe, pues, que el demonio haga todo lo posible para movernos a dejar la oración o a practicarla mal” (Cura de Ars). Todos los días acompañar un rato a Jesús en el Sagrario.

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Domingo 20. Tiempo ordinario (A) Mt XV, 21-28.

Que todos los pueblos te alaben

Me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel

Corazón grande para tratar a todos

Mostrarles la hermosura del rostro de Cristo

1— “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Salmo responsorial).

Antes de la Encarnación del Hijo de Dios, exista el “pueblo elegido” del que nacería el Mesías, y el resto de los otros pueblos eran considerados como extranjeros. Desde que el Señor realizó la Obra redento -ra, todos somos llamados a ser el nuevo Pueblo de Dios. Ya no hay otra raza en el mundo más que la raza de los hijos de Dios. Todos estamos llamados a ser alabanza del Creador: “Oh Dios, que te alaben los pue-blos...”

Esta es la locura del Apóstol de las gentes: enseñar que Dios ofrece su salvación a los gentiles y que ellos acepten su amor y se salven; con su Misericordia perdona la rebeldía de los hombres que saben arre -pentirse y abren su corazón a Cristo que les llama.

Nos debe llenar de gozo y de alegría descubrir que, las gracias ganadas por Cristo con el sacrifcio de la Cruz, la Iglesia nos las ofrece a todos, de cualquier raza, lengua o condición. El amor de Dios no excluye a nadie. Entonces ¿por qué dice Jesús que “sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel?”.

2— El Evangelio de hoy nos recuerda que Jesús acoge a todos porque Él es el Salvador del mundo; no desoye a la Cananea sino que, a lo largo de su conversación con ella, quiere dejar las cosas muy claras:

- Enseña que Dios hizo la promesa del Mesías sólo a su Pueblo; y que Jesús nace, vive, y realiza la Re-dención en un determinado lugar.

- Pero desde ese pueblo infuirá, a través de sus seguidores, en el mundo entero. La tierra de Jesús viene a ser como una caldera de calefacción que, para calentar toda la casa, primero se enciende la caldera, y luego, con su calor, caldea toda la casa.

A Cristo se le acerca una mujer extranjera, le hace una petición. “Ten compasión de mi, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Le recuerda que Él ha venido a hacer su Obra en su Pueblo. Ella no se desanima, hace una oración confada, llena de fe. Y, porque Jesús la ve bien dispuesta, hace el milagro que le pedía.

Nos ha de llenar de gozo, confanza y gratitud saber que Jesús es el Salvador de todos, y que conti-nuamente nos ofrece su Amor misericordioso. Y por eso, “oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.

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Asunción de la Virgen María.

“Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas”

La Asunción es una respuesta de Dios

Dios da a cada hombre una tarea que hemos de realizar en el mundo

Si somos feles, al fnal gozaremos de Dios en cuerpo y alma

1— La Virgen, una vez cumplido el curso de su vida terrestre, fue llevada por los ángeles al Cielo en cuerpo y alma. “Apareció una fgura portentosa en el cielo, una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas” (Ap 12, 1).

Hoy todos somos invitados a contemplar a nuestra Madre, glorifcada por Dios en cuerpo y alma, como la criatura más excelente y santa creada por Él. “Más que Tú, sólo Dios”.

Y en esta contemplación nos enseña que Ella es la primera criatura que ha recorrido plenamente el camino querido por Dios para cada persona humana. No sólo quiere glorifcar nuestra alma, sino también nuestro cuerpo.

“El misterio del hombre sólo se puede esclarecer a la luz del misterio del Verbo encarnado” (GS, 22). Y ciertamente existen muchas cosas misteriosas en el ser humano: sentido de la vida, del dolor, de la muer -te, etc. que permanecen escondidas para la inteligencia del hombre. Sólo Cristo los esclarece en su propia vida.

Hoy es el día de la Luz, de la Verdad, que ilumina y da sentido a tantos interrogantes, necesitados de respuesta para serenar la inteligencia y aquietar el corazón. La Asunción de nuestra Madre en cuerpo y alma al cielo es la explicación de tantas cosas misteriosas del hombre que necesitan una respuesta.

2— La Virgen, dice Pío XII, una vez cumplido el curso de su vida terrestre, fue llevada por los ángeles al Cielo en cuerpo y alma; es decir, Dios realiza anticipadamente en María el plan que ha establecido para todos sus hijos buenos.

Dios da a cada hombre una tarea que hemos de realizar en el mundo. La conocemos por la vocación y por la profesión. Nos da también un tiempo para acabarla. Si la cumplimos nos depara la glorifcación del alma... El cuerpo lo resucitará, con su poder, al fn del mundo y acompañará al alma en su destino eterno. “Creo en la resurrección de la carne”.

Si somos feles a Dios nos glorifcará en cuerpo y alma como a la Virgen; su camino es nuestro ca-mino; su Cielo es el nuestro; y su felicidad será también la nuestra ¡Madre!, enséñanos a ser feles; ayúda-nos a nosotros, pecadores, a seguir a Jesús y a ser suyos sin condiciones, como Tú. Así seremos glorifcados en cuerpo y alma, saboreando siempre contigo la misma felicidad de Dios.

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Domingo 21. Tiempo Ordinario (A) Mt XVI, 13-20).

La Iglesia continuadora de la misión de Cristo

En la Iglesia conocemos a Cristo

El Papa es el vice - Cristo

Amor a la Iglesia y al Papa: rezar y ser apóstol

1— “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edifcaré mi Iglesia” (Mt 16, 18).

Cristo ha realizado, con el sacrifcio de su vida, la Obra de la Redención de una vez para siempre. Des-de entonces todos estamos redimidos, pero no santifcados. Para ello es necesaria la aplicación de las gra-cias de la Redención a cada alma. Y esta tarea corresponde a la Iglesia y a cada uno de sus miembros; su fn es la salvación de las almas, una a una. La Iglesia es la continuación de la obra redentora de Cristo en la tie -rra.

“La Iglesia es el misterio de Cristo que vive y actúa entre nosotros (...) Es la transparencia de Cristo entre los hombres, oscurecida a veces por la conducta de los cristianos, pecadores como los demás hom-bres” (JP II). Debe anunciar el Mensaje y la Obra de Cristo a todos los hombres para que se salven. Por eso, dice el Papa: “Una sociedad en la que reina el silencio sobre Dios, necesita la voz de la Iglesia” (JP II. a los Obispos alemanes, 15-XI-99).

“La Iglesia tiene como tarea primaria acompañar a los cristianos por el camino de la santidad para que aprendan a conocer y a contemplar el rostro de Cristo; a redescubrir en Él su auténtica identidad y la misión que el Señor confía a cada uno” (JP II, Jornada mundial de las vocaciones, 30-XI-2001).

2— Lo mismo que el mundo se opuso a Cristo, hoy las fuerzas del mal se oponen, de un modo o de otro, a la Iglesia para impedirle que su doctrina ilumine las mentes de los hombres. La Iglesia es “signo de contradicción”. “Si a mi me han perseguido también os perseguirá a vosotros”; ciertamente que se observa, en nuestro días, una notable persecución solapada contra la Iglesia, no cesan de atacarla y hasta calumniar-la. Así ha sido y seguirá siendo hasta el fn del mundo; pero ¡no tengáis miedo! tampoco hoy “ las puertas del inferno prevalecerán sobre ella”.

Nuestro amor a la Iglesia se ha de manifestar en un amor grande al Papa, porque “donde está Pedro allí está la Iglesia, allí está Dios”. “Queremos estar con Pedro, porque con él está la Iglesia; y sin él no está Dios” (P). Manifestarlo con la oración, y también con detalles humanos. Si están a nuestro alcance. (El Papa está con sus colaboradores en la ofcina de prensa. Le dan una mala noticia; se pone triste. Uno se le acerca y le da un beso. “Lo necesitaba”, contestó Juan Pablo II). Nuestro amor al Papa lo manifestaremos con una adhesión afectiva y efectiva.

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Domingo 22. Tiempo ordinario (A) Mt XVI, 21-27

Tú eres el Hijo de Dios

El hijo ha de morir en la Cruz

Seguirle en la Cruz

Ofrecerle la mortifcación en nuestra vida

1— “No os ajustéis a este mundo, sino transformaros para discernir lo que es voluntad de Dios” (Rm 12, 2).

El domingo pasado escuchamos de labios de Pedro esta confesión sobre Cristo: “Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo”; Pedro ha hablado, no conformándose a la manera de pensar de los hombres, sino a la de Dios; por eso escucha de labios de Jesús: “Bienaventurado... porque esto te lo ha revelado mi Padre”. Y des-pués Jesús les manda que no dijeran a nadie que él era el Mesías. Pero, ¿por qué, Señor, no han de anun -ciar ya, que Tú eres el Hijo de Dios? Si los has elegido para eso.

Pues mirad, no lo deben anunciar aún porque presentarían una imagen incompleta de Cristo, verda-dero Dios y verdadero Hombre. Pedro confesó sólo la divinidad; es necesario enseñar también lo que nos dice el evangelio de hoy: “tiene que ir a Jerusalén y padecer mucho por parte de los hombres, y resucitar al tercer día”. Pedro dijo: “¡No lo permita Dios! Quítate de mi vista, Satanás” La Cruz forma parte de Cristo, de su Obra y de la vida del cristiano. Y hasta que no se asimila esta verdad se tiene una visión incompleta del Señor. Por eso les dice que no lo digan a nadie hasta después de resucitar.

2— Con la vocación cristiana, Dios nos llama a seguirle, a ser santos. Esta es la única razón de mi exis -tencia; Dios me quiere eternamente feliz; y nosotros lo deseamos también con toda nuestra alma. Para ha-cer realidad este deseo debemos asimilar lo que san Pablo nos dice: “No os ajustéis a este mundo, sino transformaros para discernir lo que es voluntad de Dios” (Rm 12, 2). Prescindir del modo de pensar de las mayorías, y decidirnos a escuchar al Maestro que nos traza el camino: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que tome su cruz de cada día y que me siga”. Vivir para Dios. Enseña el San Josemaría que encontrar la cruz es encontrar a Cristo, identifcarse con él, y por eso ser hijo de Dios.

“La cruz, en la que resplandece ya el rostro del Resucitado, nos introduce en la plenitud de la vida cristiana y en la perfección del amor, porque revela la voluntad de Dios de compartir con los hombres su vida, su amor y su santidad” (JP II, Mensaje a la Jornada del Domund, 19-V-2002).

“Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agra-dable a Dios; éste es vuestro culto razonable” (Rm 12, 1), y el camino de la santidad. Vivir en todo y del todo para Dios.

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Domingo 23. Tiempo ordinario (A) Mt XVIII, 15-20.

La misericordia de Dios con los hombres

El sacramento de la Penitencia

El amor a la verdad

Sencillez y sinceridad

1— “Señor, trata con misericordia a tu siervo” (Antfona de entrada). Todos los hombres, conscientes de que somos pecadores, hemos de elevar asiduamente esta súplica a Dios, rico en misericordia y fuente de todo consuelo. Y Dios, Padre nuestro, conocedor de nuestras debilidades y pecados, quiere curarnos: su Mi -sericordia se manifesta amando a quienes no lo merecemos, pero sabe que la necesitamos. Señor, aquí me tienes; lávame, perdóname, transformarme en Ti. ¡No me lo merezco, pero lo necesito! “La misericordia sig -nifca un poder especial del amor... y se manifesta en su grado supremo en el perdón de los pecados” (J. P. II).

Ciertamente el buen Pastor me busca, me llama y quiere perdonarme por medio del sacerdote; pero yo debo reconocer mis pecados, acusarme de ellos en el Sacramento del perdón con dolor de amor y pro-pósito de luchar para apartarme de todo lo que me aparta de Él. “Las causas del mal no deben buscarse en el exterior del hombre sino, sobre todo, en el interior de su corazón” (JP II, Homilía universitarios romanos, 5-IV-1979). La causa verdadera del mal está siempre en las raíces.

2—“El sacramento de la Penitencia es el gran remedio para sanar una sociedad en la que se difunden conductas inmorales; por el contrario, el mal se agrava si no se reconoce como mal” (Monseñor del Portillo en la Congregación general del Sínodo de Obispos, 11-X-1990).

Hay una tendencia a justifcar todo lo que a uno le gusta, creyendo que cuando una cosa la hacen to -dos, ya es buena. Sabemos, muy bien que una mentira afrmada por una multitud no es capaz de convertirla en verdad. Es necesario llamar a cada cosa por su nombre. Así descubriremos en nosotros el mal y sus raí -ces y, con la ayuda de la Misericordia divina, lo manifestaremos sinceramente en la Confesión, conscientes de que el mal se agrava si no se reconoce como mal. Dice el dicho de los pueblos: “quien no arregla la gote -ra, tiene que arreglar la casa entera”. “Señor, trata con misericordia a tu siervo”. Ese siervo tuyo soy yo; un pobre pecador que, con tu ayuda, quiere amarte apasionadamente. Y sé, Señor, que este amor lo he de ma -nifestar pidiéndote perdón una y mil veces. Y también sé que tu Amor misericordioso me perdonará, por-que sólo perdonan los que aman, Y Tú me amas infnitamente.

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Domingo 24. Tiempo ordinario (A) MtXVIII, 21-35.

La misericordia de Dios

Nuestra capacidad de perdonar

Hasta setenta veces

Pedir perdón a Dios y perdonaremos con facilidad

1— “¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!” (Antfona de comunión).”El Señor es compasivo y misericordioso”

El hombre es creado por Dios para convivir; así desarrolla sus posibilidades hasta llegar a la madurez. Pero, al mismo tiempo la cv produce roces de unos con otros: somos distintos, tenemos tendencias opues -tas y, fácilmente, nos enfadamos. ¿Qué hemos de hacer cuando aparece la tensión, el enfado de unos con otros? ¿Humillar al que nos cae mal? ¡No!, un seguidor de Cristo no puede seguir ese camino.

Escuchemos al Maestro: nos enseña a perdonar: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdona-mos...”; “si vosotros perdonáis al prójimo, también vuestro os perdonará a vosotros”. Y enseña a perdonar perdonando Él a todos; incluso a los mismos que le clavan en la Cruz. “El perdón podría parecer una debili -dad; en realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una fuerza espiritual y una valenta moral a toda prueba” (Juan Pablo II, Mensaje Jornada mundial de la paz, 8-XII-2001). Es propio de hombres grandes, de santos.

2— Y ¿cuántas veces debo perdonar, hasta siete? Hasta setenta veces siete” Nos enseña que la convi-vencia ha de estar basada en el amor, la comprensión, el olvido de uno mismo para ayudar a los demás. En-señar y crear este estilo de vida en nuestra familia y entre las perdonas que tratamos. Amar, comprender y perdonar es la mejor manera de enseñar a convivir. Sólo perdonan los que aman; y cuando uno se sabe querido, reacciona también pidiendo perdón. “En su Hijo encarnado Dios se ha acercado a cada hombre como Padre misericordioso” (JP II, 15-III-2000).

“El perdón es alegría de Dios antes que alegría del hombre. Dios se alegra al acoger al pecador arre-pentido; más aún, suscita en el corazón humano la esperanza del perdón y la alegría de la reconciliación” (JP II, Homilía 16-IX-2001). “Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar” (San Juan Crisóstomo).

Si queremos aprender a perdonar hemos de hacer la experiencia de ser perdonados por Dios. Ani -marnos a valorar y amar la confesión frecuente. Es en ella donde experimentamos el Amor de Dios.

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Domingo 24 (bis). Tiempo ordinario (A) Mt XVIII, 21-35.

“El Señor es compasivo y misericordioso”.

¿Qué espera Dios de mí?

El que ama, perdona.

Amor y sacrifcio no se pueden separar.

1. “El Señor es compasivo y misericordioso” (salmo responsorial).

Cuando contemplamos el rostro de nuestra madre, todo nos admira: en la comida distribuye lo mejor para sus hijos, nos sigue para enseñarnos a obrar bien; siempre acoge al hijo, y con su mirada de madre des-cubre qué pasa en nuestra alma, y nos ayuda a recobrar la alegría. Hoy, y siempre, vamos a contemplar a N.S. Jesucristo —Dios y hombre verdadero— en su vida terrena, vivida por nosotros y por nuestra salvación; en su Pasión y cruz, que me amó y se entregó por mí; en la Sagrada Eucarista: se queda porque yo lo nece-sito.

El fruto de esta contemplación es percibir que Dios es siempre bueno y misericordioso conmigo: siempre dispuesto a perdonarme, y acogerme como hijo queridísimo. ¡Gracias, Jesús mío, porque eres mi-sericordioso conmigo!

2. Y ¿qué espera de mí?

- que, ante mis faltas y pecados, le sepa pedir perdón acudiendo al sacramento de la Misericordia, donde Él me espera.

- Que trate a los demás como quiero que me traten a mí. Perdonar siempre, acoger, y olvidar las “ofensas” que recibo de los demás. Perdona, Señor, mis pecados como deseo que los hombres me perdo -nen a mí.

- Que tenga presente que sólo perdonan los que aman. Por eso, perdonar es propio de Dios que es Amor. Yo sólo perdonaré en la medida que viva en gracia de Dios, en la medida en que su Amor sea mi vida. Y sólo piden perdón los que saben amar.

Quizá un buen propósito sea pedirle al Señor que me empape de su Amor; que cambie mi manera de ser por la suya. Y que me acerque con frecuencia a recibir el perdón de Dios en el sacramento de la Reconci-liación, y ser todo y del todo de suyo.

De este modo se cumplirá en ti y en mí lo que hoy nos enseña san Pablo en la segunda lectura: «Si vi -vimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor» ¡Que así sea!

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Domingo 25. Tiempo ordinario (A) Mt XX, 1-26.

Buscad al Señor..., invocadle mientras está cerca

Todo son llamadas de Cristo que pasa y llama

Necesitamos ser fuertes para estar de la parte de Dios

“Possumus”, con la gracia de Dios

1— “Buscad al Señor..., invocadle mientras está cerca” (1ª lectura). Así habla el Señor a su pueblo cuando iba a abandonar el destierro al que había sido sometido durante largos años a causa de sus peca -dos. Ahora Dios lo mira con amor misericordioso, se compadece y le dice: “Buscad al Señor; invocadle. Que está a la puerta esperándote. Se dejó conducir por Dios y recobró la libertad.

En la vida de cada persona hay momentos privilegiados para la búsqueda de Dios, como puede ser una gran alegría, o quizá un inesperado sufrimiento. Todo son llamadas de Cristo que pasa y llama a la puer -ta de nuestra alma. Y ¿qué quieres decirme, Señor, con estos toques tan continuos y penetrantes que me das? Escucha:

La segunda Persona de la Trinidad, con su Encarnación y con la Redención ha dado origen al nuevo Pueblo de Dios, llamado a participar de su misma Vida divina. Y todos somos invitados a formar parte en el trabajo de la Viña del Hijo: “id también vosotros a trabajar en mi Viña”.

2— Cristo nos quiere necesitar a todos; cuenta con nuestra entrega fel para cultivar su Viña, que es nuestra familia tan necesitada de mi servicio, de mi piedad y de mi buen ejemplo. La Viña es el ámbito de amigos y compañeros de trabajo tan necesitados de descubrir el sentido trascendental de la vida.

Quizás pensemos que esta tarea es muy difícil en las circunstancias en que nos movemos. Mirad: es-tos son tiempos difíciles porque todos cedemos en las cosas de Dios y no en las nuestras. Necesitamos for -taleza para no ceder jamás en las cosas de Dios que son las que le glorifcan y hacen bien a nuestros herma-nos. El mundo no es un lugar para “estar”, sino un camino que recorrer... y una multitud que despertar y transformar. “La mies es mucha...”

“Si sois lo que debéis ser, esto es, si vivís el Cristianismo sin componendas, podéis incendiar el mun-do” (J.P. II, Jubileo de los laicos. Día de Cristo Rey, 2000). “Os esperan tareas y metas que pueden parecer desproporcionadas a las fuerzas humanas. ¡No os desalentéis! El que ha iniciado en vosotros una obra bue-na la llevará a feliz término (Fl 1, 6)” (id.)

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Domingo 25 (bis). Tiempo ordinario (A) Mt XX, 1-26.

“Buscad al Señor, que está cerca”.

«Id, todos y a todas horas, a trabajar a mi viña».

Debemos ser testigos de Cristo.

Santifcar el domingo con la misa dominical.

1— “Buscad al Señor..., invocadle mientras está cerca” (1ª lectura), porque “Yo soy la salvación del pueblo”. Así habla Dios con los hombres, creados para ser eternamente felices. En efecto, todos buscamos el modo y la manera de vivir en plenitud la felicidad. Unas veces la buscamos en las cosas que nos rodean: tener..., gozar, placeres....; otras deseando ser los protagonistas en todo, y ocupar los primeros puestos de honor en la sociedad. Lo probamos todo; y, sin embargo, notamos que no siempre somos felices, porque al obtener lo que buscamos, vemos que enseguida se nos escapa de las manos. Quizá nos olvidamos de que la felicidad es la posesión de un bien que no se acaba nunca. Y este sólo es Dios.

Por eso, Dios hoy nos dice a todos: Buscad al Señor, que está cerca. Ël es la paz que serena nuestros corazones; es la Salvación, la verdadera felicidad que es eterna, es el Cielo para siempre.

2. Y ¿cual es el camino que nos llevará a la posesión del cielo? Nos lo dice el evangelio de hoy: «Id, to-dos y a todas horas, a trabajar a mi viña».

La viña del Señor es:

— Mi propia existencia: debemos esforzarnos por vivir en gracia de Dios. Para ello necesito la oración (la ayuda de Dios), y apartarme de los peligros (la lucha). Esta tarea la hemos realizar continuamente, de día y de noche, cuando las cosas salen bien y cuando hemos de ir contra corriente. Necesitamos, ante las caí-das, pedir perdón, rectifcar y volver a empezar.

— Que cuidemos con esmero nuestras familias —que sean un trasunto de la familia de Nazaret—, y que ayudemos a la recristianización de las que se olvidan y huyen de Dios. Educación de los hijos, es decir, sacar a fote todas las posibilidades que hay en cada uno de ellos. No olvidemos que Dios nos quiere a todos santos.

— Ser testigo de Cristo. «La Iglesia necesita: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La Iglesia necesita santos.» (JP II Mensaje con motivo de la 20ª JMJ, 6-VIII-2004).

Demos ejemplo de vida cristiana santifcando el domingo, que es el Día del Señor...; cuidar nuestra formación cristiana... y apartar de nosotros todo lo que nos aparta de Dios. En esta Viña quiere el Señor que trabajemos hoy, y ¡siempre! Digámosle ahora: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” ¡Ayúdame más!

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Domingo 26. Tiempo ordinario (A) MtXXI, 28-32.

“Señor, enséñame tus caminos...”

Dime qué debo hacer y ayúdame a realizarlo.

Ser perseverantes en los propósitos.

Examina tu conciencia, y pide perdón y da gracias.

1— “Señor, enséñame tus caminos... Haz que camine con lealtad” (Salmo responsorial).

Dios contempla con amor infnito a los miles de millones de personas que poblamos el mundo; pero nos mira, no globalmente, sino a cada uno, como si fuéramos el único que habita en la tierra. A todos y a cada uno ama, llama y busca. “Yo he venido para que tengan vida”; “no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.

Pero nos enseña también que la salvación de los hombres se realiza conjugando dos factores: la abundantsima gracia de Dios, que ofrece a cada uno sin fallar nunca, y la fel correspondencia del hombre, que sí puede fallar. La llamada de Dios necesita mi respuesta libérrima. Él quiere salvarme; mas ¿yo quiero de verdad? “Señor, enséñame tus caminos... Haz que camine con lealtad” Dime qué debo hacer y ayúdame a realizarlo con tu gran Misericordia, porque soy muy débil.

2— Cristo en el Evangelio de hoy, bajo la imagen de aquel padre que tiene dos hijos, llama a todos los hombres a trabajar en su viña. No son sufcientes las palabras, el quedar bien. Dios quiere obras. El cristiano no es aquel que hace unos cuantos actos de piedad..., sino el que se compromete de por vida por su Señor y su Dios. Cristo es radical en su llamada: ¡Sígueme! Me pide la vida entera sin condiciones; no porque la ne-cesite, sino porque me quiere transformar en Él.

A pesar de que doy no pocas veces la espalda al Señor olvidándome de los propósitos y del “sí” que tantas veces le he repetido; él me espera porque sabe que puedo cambiar, rectifcar y convertirme de nue-vo: “Padre, he pecado...”

Piensa en tu vida ordinaria; es la viña a la que te envía a trabajar. Dios quiere que en ella le manifes -tes tu cariño: trabaja mucho y bien, fomenta con tu entrega la unidad de la familia; desvivirme por la educa -ción integral de los hijos; ofrecer las obras y vivir ese ofrecimiento, haciendo que mi vida sea un canto de gloria a la Santsima Trinidad.

¡Cuántas veces lo prometo, y luego me olvido! No te desanimes; Dios sabe que puedes cambiar. Mira al Señor; pídele perdón acudiendo al sacramento de su Misericordia, y empieza a esforzarte de nuevo por agradarle. Ya verás, todo cambiará y tendrás de nuevo la paz de estar con Dios a lo largo de tu jornada.

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Domingo 26. (bis) Tiempo ordinario (A) MtXXI, 28-32.

“¿Es injusto mi proceder? ¿no es vuestro proceder el que es injusto?”

Dios quiere nuestra felicidad

Mi felicidad depende del amor

Amar es sacrifcarse

1. Dice el Señor a su pueblo. «Comentáis que no es justo el proceder del Señor..., Y responde Dios: ¿no es vuestro proceder el que es injusto?» Cuando un padre castiga, a su hijo, es porque ama y quiere que éste se corrija. ¡Cuesta asumir la propia culpabilidad!

El hombre de hoy, como ayer el pueblo de Israel, tiende a quejarse de Dios. Ayer aquel pueblo se que-jaba de las penurias del desierto, después, del destierro en Babilonia... Hoy, ante las guerras, los atropellos a la vida, los sucesos atmosféricos acaecidos en tantos países: terremotos, huracanes, maremotos etc., el hombre se queja diciendo: ¿por qué Dios permite todo esto? Nos viene bien escuchar de labios del profeta Ezequiel: « ¿es injusto mi proceder, o ¿no es vuestro proceder el que es injusto?».

Todo cuanto sucede día tras día, agradable o no, es una llamada amorosa de Dios a la puerta de nues-tra conciencia, que nos recuerda que no ponemos lo que está de nuestra parte para que la convivencia fa -miliar, de amigos y entre los pueblos sea realmente una fuente de paz.

2. Mirad, todas las cosas buenas que Dios quiere para el hombre, y que nosotros también deseamos, como son la paz, el respeto, la justicia, y el crear entre todos una gran familia en la que todos nos queramos y nos sintamos queridos, todo eso depende de la suma de dos grandes sumandos: de Dios, y de cada uno de nosotros. Cuando al querer de Dios se une el del hombre, todo será el cielo en la tierra.

Ciertamente Dios quiere nuestra felicidad interior, también aquí en la tierra. Él nos quiere santos; ha venido para que tengamos vida; ha venido a buscar a los pecadores; nos llama a todos a poseer la vida eter -na. Y Dios nunca se arrepiente de lo que ha prometido.

Ahora bien, para que este querer divino sea realidad en mí y en cada uno, es necesario mi sumando, es decir, que yo quiera. Cuando el querer humano se une al de Dios el fruto es la Vida para siempre.

El querer se manifesta con obras. Dios me pide que cumpla los mandamientos; que mi conducta sea un sí a la Voluntad de Dios. Podríamos empezar para pacifcar este mundo por cuidar con esmero la santif-cación del Día del Señor: oír con fe la Santa Misa, asistir a ella con la familia, invitar a los amigos, y hacer de nuestro día una Misa en la que el Señor nos llama a la salvación y nosotros le respondemos con el Sí.

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Domingo 27. Tiempo ordinario (A) Mt XXI, 33-43.

Jesús nos habla a través de ejemplos.

La viña de nuestra vida.

Mi correspondencia para hacerla fructifcar.

Lucha interior y aprovechamiento del tiempo.

1— “La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel” (1ª lectura).

Una imagen, dicen los periodistas, vale más que mil palabras. Por eso, Jesús nos habla con frecuencia a través de ejemplos: “Había un propietario que plantó una viña, la cercó, cavó en ella un lagar, la arrendó y se fue de viaje”. A su debido tiempo envió a sus criados para percibir sus frutos; Pero los labradores apalea -ron a unos, mataron a otro y a otro lo apedrearon. La viña del Señor es una imagen que describe las relacio-nes de Dios con su Pueblo, con cada uno de nosotros, a los que quiere salvar y hacer partcipes de su propia felicidad. Pero el hombre no ha correspondido a tantas delicadezas de su Señor. La historia de la Salvación es la historia de las misericordias de Dios con el hombre, y la historia de las infdelidades del hombre con su Dios.

Hoy el pueblo elegido es la Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo al que somos incorporados por el Bau -tismo. Él ha venido al mundo para orientarnos con el esplendor de su Verdad, y salvar a todos con el poder de su gracia, que se nos da por los sacramentos recibidos con las debidas disposiciones. Y, sin embargo, cuántas veces le rechazamos porque estorba “nuestros planes”, queremos ir por libre como si fuéramos se-ñores de nuestra vida.

2— Yo mismo soy esa “viña del Señor” de la que espera frutos copiosos: vivir en plenitud mi voca-ción cristiana, la santidad agradando a Dios en el maravilloso abanico de las múltiples tareas de la vida ordi-naria. Y ¿cómo correspondo a tanto cariño del Señor?

Hoy, al escuchar tu Mensaje, reconozco que me he portado mal contigo: me olvido de vivir como un buen hijo tuyo. Tú me ofreces el perdón y yo te vuelvo la espalda; me prometes el Cielo y yo busco las cosas perecederas de este mundo. Señor, yo quiero cambiar. ¡Ayúdame más!

Recuerda lo que dice hoy San Pablo: “Nada os preocupe, sino presentad vuestras peticiones a Dios; y Él custodiará vuestros corazones”.

Nada está perdido para mí, porque Dios me ama y me ofrece su perdón y, con él, la alegría y la liber-tad. Lo que debo hacer es arrepentirme, acudir a la Confesión después de un buen examen que me lleve al dolor y propósito. Hablar con sinceridad; dejarme abrazar por Dios, mi Padre y, con su bendición, a volver a emprender el camino. “Y el Dios de la paz estará siempre con vosotros”. Amen.

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Domingo 27. Tiempo ordinario (A) Mt XXI, 33-43.

Es Dios quien llama a trabajar en la viña

¿Qué quieres que haga?

Dar fruto

Ser testigos de Cristo

1. «Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16).

Este es el querer de Dios para cada uno. Y para entenderlo y vivirlo, Jesús nos ofrece el ejemplo de la viña mimada por el propietario: la cercó, cavó en ella un lagar y la arrendó, con el deseo de recoger, des -pués, los frutos correspondientes. ¿Qué nos quiere enseñar?:

— La viña es el mundo entero, al que el Hijo de Dios, hecho hombre, ha venido a salvar con el sacrif -co de su propia vida... Dios quiere que todos los hombres se salven; por eso muere en la cruz. De este modo, nos hace partcipes de la vida divina, nos da la Iglesia para que, como Madre, cuide de todos, los Sa-cramentos de la Eucarista en el que nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre para transformarnos en Él, y de la Confesión en el que su Misericordia acoge al pecador arrepentido y le devuelve la vida sobrenatural; y se queda con nosotros hasta el fn del mundo para sostenernos en la lucha.

— Más concretamente, la viña que hemos de cuidar para que dé frutos de vida cristiana es mi fami-lia..., los amigos...., compañeros de colegios..., de trabajo..., allí donde me encuentro a lo largo del día. Allí me quiere Dios para que sea luz..., sal.... y levadura que transforme los hombres en amigos del Señor.

2. ¿Que quieres que haga, Señor?

— Benedicto XVI nos recuerda que lo más importante es “escuchar a Dios, y pedirle ayuda para hacer lo que nos manda: «Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure». Y los frutos que pide son las virtudes. Como cada árbol da sus frutos... Yo ¿qué árbol debo plantear para vivir la obediencia, la fe? etc. ¡La piedad! Así nos lo dice Jesús: “si el sarmiento no está unido a la vid...”

— Ser testigos de Jesús. Enseñar con el ejemplo, que es el mejor predicador, ya que las palabras vue -lan pero los ejemplos arrastran.

Podríamos empeñarnos por ofrecer a los hombres de hoy en este “Año de la Eucarista” el ejemplo de adorar a Jesús haciendo muy bien la genufexión cada vez que pasamos delante del Sagrario, y asistir con piedad a Misa el Día del Señor. Tratar bien a Jesús da siempre frutos abundantes de paz y de salvación para los hombres.

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Domingo 28. Tiempo ordinario (A) Mt XXII, 1-14.

La bondad de Dios: El banquete de bodas

Aceptar la invitación de Dios

Sin respetos humanos

Los invitados deben oir y seguir la invitación

1— “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida” (Salmo responsorial). La historia de la Salvación es un canto incesante del Amor de Dios a los hombres; no se cansa de buscarles por los caminos de la tierra, y nos llama a cada uno por nuestro propio nombre como el buen Pastor que busca la oveja perdida. Ciertamente “tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”.

Este misterio del Amor de Dios se nos manifesta hoy con la parábola del banquete de una boda regia. Mandó criados varias veces para avisar a los convidados que acudieran a la boda; y éstos, con una bien pensada lista de excusas, no aceptan. Una vez más se repite la historia: Dios ofreciendo a cada hombre la salvación futura y defnitiva, y éste prefere las satisfacciones pasajeras y engañosas de un mundo que no puede dar lo que no tiene.

Aceptar la invitación que Cristo nos hace hoy a ti y a mí signifca: adherirse totalmente a la Verdad re -velada, tal como nos la transmite la Iglesia; abrazarse sin condiciones a la Voluntad de Dios; recibir los Sa-cramentos para participar de la fortaleza de san Pablo que decía “todo lo puedo en Aquel que me conforta”.

2— Nos encontramos de nuevo ante el misterio de la libertad humana, que puede condicionar los proyectos amorosos del mismo Dios; esos proyectos con los que quiere asociar al hombre a su propia Vida y Felicidad. Para lograrlo es necesaria la cooperación humana con el querer divino; unir mi “sí” a la Voluntad de Dios. Eso que Tú quieres, Señor, con tu ayuda también lo quiero yo. Ese “sí sostenido” a lo largo de mi existencia es la santidad. Hay muchos modos de negarse a seguir la invitación de Jesús a participar en el banquete del Cielo, que nos hace hoy:

- Valorar más mis planes de fn de semana que los suyos: santifcar el domingo. El domingo es el “día que constituye el centro mismo de la vida cristiana” (DD, 12) que ciertamente dimana de la muerte y resu -rrección del Señor. El día del Señor es por excelencia el día de nuestra relación con Dios.

- Falsos respetos humanos que me impiden vivir con coherencia la vida cristiana. Al ver que nos mo-vemos en una sociedad en la que reina el “silencio de Dios” y la Iglesia se convierte en “signo de contradic -ción”, nos puede entrar el miedo “al qué dirán”. Ama la vida de amistad con Cristo por encima de todo. Se -ñor, abre los oídos de mi alma para que escuche tu invitación y la siga con fdelidad todos los días de mi vida.

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Domingo 28. (bis) Tiempo ordinario (A) Mt 22, 1-14).

Lo que Dios desea hacer en mí

Los invitados a las bodas

Aceptar la invitación

Modos de dilatar la respuesta

1. «Habitaré en la casa del Señor por años sin término» (salmo responsorial). Dios quiere que nos fe-mos plenamente de Él y que nos empapemos bien de su amor; sin olvidar que sus promesas son siempre de futuro, y sus exigencias de presente. Si no vivimos éstas aquí en la tierra, nunca alcanzaremos las otras en el cielo.

Las lecturas de este domingo —con distintas imágenes como la del festn en el que se aniquilará la muerte para siempre, y enjugará las lágrimas de todos los rostros, como dice la 1ª lectura; y la del Evangelio con el banquete de bodas al que son invitados los amigos del rey— manifestan los planes admirables que Dios prepara para el hombre fel.

Las imágenes del festn y de la boda real manifestan lo que Dios quiere hacer en ti y en mí:

- elevación al orden sobrenatural: hijos de Dios...

- nos da el alimento eucarístico para transformarnos en Él...

- su Misericordia: somos pecadores y necesito el perdón...

- la inhabitación de la Sma. Trinidad en el alma en gracia...

- la santidad y el cielo para siempre...

2. ¡Gran plan el de Dios...! Envía sus criados... Excusas... Nos encontramos ante el gran misterio de la libertad humana, que Dios siempre respeta y defende. Dios ofrece el bien, el Cielo; jamás impone nada. «El que quiera venir conmigo...», «Si quieres ser perfecto...»

Hay muchos modos de negarse a seguir la llamada del Señor que hoy nos hace:

- Valorar más mis planes de presente, que los de Dios que son de futuro... “Más vale pájaro en mano que ciento volando”...Prefero más, tener, gozar, pasarlo bien aquí, y que me quiten lo bailado. Pero esto se acaba enseguida; y ¿qué haré al entrar en la eternidad?...

- Desconfar de Dios ante la descristianización. Esto no tiene arreglo... “Tu no puedes, pero Yo sí”. Sólo Cristo es el Salvador... A Él he de acudir clamando sin cesar: ¡Señor, que crea en tus promesas y que me fíe de Ti, ahora y siempre! Así formaré parte de tu Banquete de bodas, que es el Cielo.

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Domingo 29. (Domund) (A) Mt XXII, 15-21.

Yo soy el Señor, y nos hay otro fuera de Mí

Reconocer que los derechos de Dios

Y los deberes de sus siervos e hijos

Ser apóstoles del Señor

1— “Yo soy el Señor, y nos hay otro fuera de Mí” (1ª lectura).

La 1ª lectura nos recuerda una verdad que ha de guiar los pasos de mi vida: Dios es el Señor, y todo debe estarle sometido. Ciertamente es el Señor, porque Él es el Creador de todo lo visible y lo invisible. Y ¿qué signifca? No sólo que ha dado el ser a todas las cosas, sino que las conserva con su Providencia conti -nuamente. ¡Yo soy enteramente tuyo!

Con el Creador no sucede lo mismo que con un relojero. Cierto que para que exista un reloj es neces-aria la acción del relojero; pero, una vez hecho, éste puede seguir existiendo aunque haya muerto el reloje -ro. Esto no sucede en las criaturas. Necesitamos de Dios Creador para empezar a ser, y para seguir existien-do. Yo necesito a Dios en cada instante de mi vida.

Reconocer que yo soy todo de Dios. Él es mi Amo, mi Dueño. Y por eso debo adorarle, darle gracias, pedirle ayuda para portarme como un buen hijo suyo. Aquí estoy, Señor. ¿Qué quieres de mí?”

2— “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Todo es suyo. “Yo soy el Señor, y nos hay otro fuera de Mi” Quiero que vayáis por todo el mundo a predicar el evangelio, la salvación que Cristo ofrece a los hombres para que todos se salven. Y ¿qué hemos de hacer?

“Es importante despertar en los feles el coraje del apostolado (...) El mal que se difunde en el mundo es consecuencia a menudo no sólo de la maldad de los hombres, sino también del silencio de los cristianos. ¡Sí! Para el apostolado no basta sólo la formación interior, sino también es necesaria la valenta ¡El mundo contemporáneo está sellado por la vileza y el miedo! (Sínodo de Obispos. Aportación del Cardenal Tomasek, 88 años y varios lustros de persecución). El Papa, con todos los asistentes al Sínodo, rompió en aplausos.

“Se predica demasiado y se instruye demasiado poco” (San Pío X). Debemos prepararnos para ser los catequistas insustituibles de nuestra familia, mediante una sementera de la doctrina de Jesucristo que be -beremos en el Evangelio conocido, meditado y en el estudio asiduo del Catecismo. Una manera sencilla de prepararnos es asistir a cuantos medios de formación ofrece esta Iglesia: meditaciones, retiros, lecturas, etc. Así seremos apóstoles de Jesús con la doctrina y el testimonio de vida.

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Domingo 30. Tiempo ordinario (A) Mt XXII, 34-40

Cómo ama Dios a los hombres

Como respondemos los hombres

Donde triunfa Cristo

Querer que Cristo triunfe

1— “Amarás al Señor con todo tu ser”, nos dice Jesús en el Evangelio de este domingo. Y para que lo aprendamos de manera que jamás lo olvidemos, nos ofrece un maravilloso resumen de la doctrina cristia-na: La plenitud de la Ley es el amor; y todos los mandamiento se reducen a amar a Dios con todo el ser, y al prójimo como a nosotros mismos.

El amor se manifesta con obras. El termómetro que mide el verdadero amor no es el sentimiento, ni el gusto sensible de cada persona, lo que realmente determina el grado de amor que tenemos a Dios y a no-sotros mismos son las obras. “El amor de Dios se esconde detrás de la Cruz” (JP II, Jubileo de los artistas, 19-III-2000).

Así ama Dios a los hombres.

2— Ese es el amor que Jesucristo tiene a cada persona humana, lo da todo sin esperar recibir nada. Ahí están los tres tronos desde los que manifesta su Amor misericordioso a los hombres:

— El trono de la Cruz. Entrega su vida por la salvación del género humano, y en el Calvario, a la hora de morir, se ve acompañado sólo de su Madre, de san Juan y de un grupito de mujeres. Ama, perdona, sin ser correspondido.

— El trono del Sagrario. Ahí está, se ha quedado por nosotros desde hace 20 siglos para ser nuestro Amigo que no defrauda, nuestro Alimento para no desfallecer en el camino de la vida cristiana, nuestro Ma -estro que enseña, anima y ayuda a seguirle por el camino de la fdelidad a la vocación. Y, sin embargo, los hombres lo dejamos solo y abandonado. Se queda para amarnos, y no nos enteramos. Y Él no se va, sigue quedándose en el tabernáculo hasta el fn de los tiempos.

— El trono del confesonario. Espera continuamente al pecador para perdonarle, sanarle y devolverle su amistad. No una vez, sino setenta veces siete. Quiere perdonar todo, del todo y para siempre. “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que...” Manifesta su omnipotencia, de modo especialísi -mo, por el perdón y la misericordia.

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Domingo 31. Tiempo ordinario (A) Mt XXIII, 1-12.

Jesús quiere que seamos auténticos

Llamados a ser luz y a darla

Vivir coherentemente con lo que creemos

Servidores de los demás

1— “No me abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos, ven a prisa a socorrerme” (Antfona de entrada),

En este domingo Jesús quiere grabar a fuego vivo en nuestra alma una enseñanza de la que estamos muy necesitados los hombres, especialmente los cristianos, ya que somos llamados a ser luz del mundo.

Nos habla de autenticidad, de coherencia de vida en todas las situaciones en las que se desenvuelve nuestro caminar por la tierra; al mismo tiempo que nos urge a abominar de la hipocresía, de las apariencias carentes de contenido y de alma.

Cristo quiere que nos demos cuenta que el cristiano está puesto ahí, cada uno en su sitio, para ilumi -nar con el testimonio de la propia vida la conducta de los demás.

Yo no puedo exigir a nadie aquello que no vivo; eso sería una incongruencia y una falta de autentici-dad; por lo mismo, a nadie puedo pedir que perdone, si yo no perdono de corazón; ni que se confese, si yo no me acerco con frecuencia a recibir el perdón de los pecados, ni que sea generoso en la limosna, si soy un tacaño. «La palabras vuelan, los ejemplos arrastran»

2— Jesús se queja en el evangelio de hoy de aquellos que enseñan y no hacen; de los que creen que la moral de la Iglesia sólo la deben vivir algunos cristianos, exceptuándose a sí mismos de seguir el camino de la imitación de Cristo, que es el único que lleva a la vida. ¡Sólo Cristo es el Salvador del hombre!

San Pablo nos dice que el cristiano debe enseñar la doctrina de Jesús a cuantos se acercan a él, no sólo con palabras sino entregando su vida para que, como una semilla de trigo al caer en la tierra se pudra y después dé una gran cosecha.

Yo soy cristiano, gracias a Dios. Mi vida, como hijo suyo, debe ser un servicio continuo a los hombres con el fn de que la gracia toque sus corazones y se conviertan a vivir en la amistad con Cristo. Eso sí que es un verdadero servicio del que nos da ejemplo el Señor que «no ha venido a ser servido sino a servir». Eso es autenticidad de vida. Pedimos a la Virgen, la esclava del Señor, que nos guíe por el camino de servir a los de-más para acercarlos a Dios.

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Domingo 31. (bis) Tiempo ordinario (A) Mt XXIII, 1-12.

Dicen y no hacen

El cristiano debe ser guía que enseñe el valor de la Misa

Vivir la coherencia de vida

Corregir el rumbo: amar la confesión frecuente

1. «No seáis como los escribas y fariseos, que dicen y no hacen».

Hemos renovado muchas veces las promesas del bautismo: ¿Crees en Dios Padre...? Y respondemos: ¡Sí, creo!

Creer es adherirse plenamente, entregarse a Cristo, para no tener más voluntad que la suya: “Aquí es -toy para hacer tu voluntad”.

Y ¿qué quieres de mí?

- Que seas luz del mundo, es decir, un punto de referencia para los hombres, con tus palabras y con la coherencia de vida.

- La vida del cristiano debe ser guía que enseñe a los demás a santifcar el día del Señor: ir a Misa y oírla con devoción. Participando en la mesa de la Palabra: escuchar a Dios que me habla, y responderle con pequeños propósitos... Y participar en la Mesa de la Eucarista: unirnos al sacrifcio de la Cruz que se hace presente en el altar para nuestra salvación y para gloria de Dios.

- Adorar a Dios con Cristo en la misa, darle gracias..., y pedir por todos los hombres y por las benditas almas del Purgatorio.

2. El Señor nos pide hoy autenticidad, coherencia de vida, que vivamos por fuera lo que realmente somos por dentro. ¿Y qué somos?:

- Somos unos pobres pecadores: ahí está el pecado original... y tantos pecados personales. Por eso, decimos a nuestra Madre: “ruega por nosotros, pecadores”. Por ser un pecador, necesito la purifcación de mi alma, el perdón y la reconciliación con mi Padre del cielo. Un cristiano coherente, auténtico debe apre-ciar el sacramento de la Reconciliación, confesando con frecuencia sus pecados.

- Necesitamos amar la confesión frecuente..., debemos pedir al Señor la gracia de que se confesen frecuentemente nuestros familiares y amigos, para que nuestras almas sean de verdad templos del Espíritu Santo. El Señor nos espera con toda su Misericordia para purifcar nuestras vidas, y ser sembradores de paz y de alegría en medio de nuestras familias y de la sociedad entera.

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Domingo 32. Tiempo ordinario. (A) Mt XXV, 1-33.

El camino de la felicidad

Las vírgenes necias y las prudentes

Tiempo de velar

Con el Rosario

1—“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío” (Salmo responsorial).

¿Por qué? Sencillamente, porque el ser humano ha sido creado por Dios para ser feliz. Y sólo El es la felicidad puesto que, mientras todo pasa, sólo Dios fuente de la felicidad, permanece.

Esta es la razón por la que el salmista clama: «Mi alma está sedienta de Ti, Señor, Dios mío» y en otra ocasión dice: «Como el ciervo busca las corrientes de agua, así mi alma desea al Señor».

Y Dios, al crearnos, no sólo ha dado al hombre la necesidad de ser feliz, sino que le enseña el camino que conduce a ella. Ese camino es realizar cada uno la misión que Dios le confía al venir a este mundo. Mi -sión que está determinada por la propia vocación y por el trabajo profesional, que es parte integrante de la misma vocación. Si yo no llegase a alcanzar esta meta, la historia de mi vida sería la historia del mayor de los fracasos.

2— Para que nos percatemos de esta verdad, Jesús nos propone en el evangelio de hoy la parábola de las vírgenes necias y de las prudentes, con el fn de tomar conciencia cómo vivimos la vigilancia en orden a realizar lo que Dios espera de cada uno.

Las 10 vírgenes tomaron lámparas salieron a esperar al esposo, que simboliza la felicidad tan anhela -da y buscada por los hombres; pero cinco de ellas eran necias, unas irresponsables: no llevaban el aceite ne-cesario para mantener la lámpara encendida. Estas no estaban en condiciones de entrar porque su conduc-ta no agradó al esposo, a Dios. Las echó fuera, y no alcanzaron la máxima aspiración de su vida.

Sólo las cinco vírgenes vigilantes fueron responsables de su cometido y entraron a poseer para siem-pre el banquete de su Señor.

Esta vida es corta, acompañada de muchas experiencias positivas, que sólo podemos realizar con la ayuda de la gracia divina y sostenidos por la misericordia de Dios.

Es tiempo de vela para apartar de mí cuanto estorba a los planes de Dios. Es tiempo de examen para descubrir lo que no va, y rectifcar pidiendo perdón a Dios «rico en misericordia». En este tiempo en que es tan oportuno fomentar nuestra devoción al Rosario, le vamos a pedir a nuestra Madre que sea para todos el camino para ir y para volver a Jesús.

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Domingo 32. (bis) Tiempo ordinario. (A) Mt XXV, 1-33.

Deseos de saber

Conocer lo que es decisivo en la vida

La vida eterna: el Cielo

Recordar: que el que come mi Cuerpo…tiene vida eterna

1. “Encuentran la sabiduría los que la buscan” (1ª lectura). Todos tenemos afán de saber. “El hombre busca, indaga, se agita; pero de lo que menos sabe es de lo que más necesita”.

La verdadera sabiduría es la que enseña el auténtico sentido de nuestra vida: estar un tiempo aquí para realizar una tarea, morir... Y después ¿qué? La respuesta verdadera la tiene sólo Aquel que me ha crea-do.

Ciertamente el hombre lo mismo que un día nace, otro día muere. Y el Señor nos dice por boca de san Pablo: «Si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que mueren en Jesús (i e, siendo feles a Dios) Dios los llevará con Él al cielo. Hemos sido creados para el cielo.

2. Pero hay unos enemigos que están muy alerta para engañarnos, queriendo que pongamos el cielo en la tierra.

El evangelio de hoy nos dice que hemos de estar alerta para no dejarnos engañar: Habla de cinco vír -genes necias, y de otras cinco prudentes.

Las necias vivían de pura apariencia: vestan como las prudentes, cogieron las lámparas como éstas y fueron a esperar al esposo, exactamente igual que las prudentes. Pero olvidaron lo principal, lo que no se ve en la lámpara: el aceite. Las prudentes se llevaron el aceite con las lámparas.

Mientras las necias fueron a comprar aceite, llegó el esposo. Las prudentes entraron con él al ban -quete, y se cerró la puerta.

Llegaron las necias y llamaron a la puerta: Y desde dentro se oyó una voz: «No os conozco». Yo sólo conozco a las personas por sus obras. Vosotras parecéis, pero no sois; os falta lo principal. Se dejaron enga -ñar.

La vida debe ser una vigilia continua, debemos estar alerta, ser almas de examen para ver si obro bien o mal, agrado a Dios o me busco a mí mismo. El camino para entrar es vivir en gracia de Dios: cumplir su santa Voluntad. Y si aparecen las caídas, pedir enseguida perdón a Dios, hacer un propósito y ¡a volver empezar!

Ciertamente, lo único importante para mí es ir al Cielo, gozar eternamente con Dios. Todo lo demás de este mundo pasa. No vale la pena gastar la vida por nada de lo que se acaba.

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Todos los Santos.

Los santos no canonizados son la mayoría

Los santos son los que están en el Cielo

La santidad es llamada bautismal

La vida de oración y sacramental camino para el Cielo

1— “Vi una multitud inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Apc 7, 9).

Este debe ser siempre el punto de referencia durante mi caminar por la tierra, consciente de que «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad».

En efecto, para eso se ha encarnado el Hijo de Dios «por nosotros los hombres y por nuestra salva-ción».

Para eso ha entregado su vida, de una vez para siempre, en el ara de la Cruz.

Y para eso envía a los Apóstoles a evangelizar y bautizar a todas las gentes en el nombre de las tres Personas divinas.

Para eso ha instituido la Iglesia y los Sacramentos, que son los canales por los que la gracia salvífca llega a cada hombre. Ciertamente Dios quiere la salvación de todos. A todos llama a la santidad.

Hoy Jesús, para animarnos nos presenta esa multitud incontable de hombres y mujeres de nuestra misma condición, de carne y huesos como nosotros, con alegrías y penas, con altibajos y caídas... Ellos, con la gracia de Dios que siempre nos ofrece, han respondido a ella, y han ganado el Cielo.

2— ¿Qué hemos de hacer cada uno de nosotros para alcanzar esa meta?

- Lo primero que necesitamos es ¡Querer! Y porque quiero decidirme a vivir de tal modo que agrade a Dios en mi conducta cotidiana, quiero realizar con perfección humana y por amor de Dios el quehacer ordi-nario que me espera en cada jornada.

La santidad, que es llamada divina para todos, no consiste en hacer cosas raras, ni extraordinarias, ni que llamen la atención de los demás, sino hacer muy bien y por amor de Dios lo que estoy haciendo en cada momento. .«La santidad es pertenecer a Aquel que por excelencia es SANTO” (Juan Pablo II).

- Esto exige lucha diaria contra mis malas inclinaciones, «hacer lo que debo y estar en lo que hago». Habrá victorias y derrotas en la vida de quien lucha. Comenzar y recomenzar; sabiendo que «este es nues-tro destino en la tierra: lucha por amor hasta el último instante» (san Josemaría).

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Domingo 33. Tiempo ordinario (A) Mt XXV, 14-30.

Negociad mientras vuelvo. Los dones recibidos

Para servir a Dios y a los hombres

Cuidar y atender las necesidades de la Iglesia.

Pedir cada día, por el párroco, el obispo y el Papa

1— «Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (Salmo responsorial).

Hemos oído y repetido muchas veces este dicho: «un buen consejo vale más que una fortuna». Y la razón es clara, ya que la fortuna es un bien de carácter material, mientras que el consejo afecta a la escala de valores, que tienen siempre un carácter permanente. «Negociad mientras vengo» Este consejo riquísimo para nosotros nos lo da hoy Cristo, al recordarnos que habrá un momento en la vida en el que cada uno de -berá rendir cuenta a Dios de los talentos recibidos: llamó a sus empleados «y se puso a ajustar cuentas con ellos».

Todos tenemos la persuasión frme de que Dios nos da gratuitamente todo lo que somos y tenemos: el tiempo, la salud, la familia, etc. Todo es un don del Señor. Lógicamente ante la realidad de mi existencia me he de saber «administrador» de esos bienes; yo no puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo y con mi alma, con los bienes que he recibido, sino que debo administrarlos como quiere mi Señor. Administrar signi-fca: que no debo hacer lo que hace la mayoría, o lo que me apetece, o lo que económicamente es más ren -table, sino usar las cosas de modo que agrade a Dios, que es el Amo. Gastar la vida entera para servir a Dios y a los hombres por Dios.

2— La Iglesia, nuestra Madre, nos lo recuerda con frecuencia para que nunca lo olvidemos. Ser agra-decidos con ella, ya que nos recuerda algo tan importante, que vale más que una fortuna.

Hoy, día de la Diócesis, que es una porción del Pueblo de Dios, gobernada por el Obispo que está muy unido al Papa; los Obispos son los sucesores de los Apóstoles, que gobiernan la Iglesia con Pedro y bajo la dirección de Pedro, Y así:

Enseñan la doctrina y la moral de Cristo para guiarnos hacia la salvación. Pastorean y cuidan de dar-nos los buenos pastos que necesitamos para dar a Dios verdaderos frutos de virtudes. Santifcan a los feles con el don de la gracia, que mana de los Sacramentos.

Quienes desarrollan esta tarea en favor nuestro son los cooperadores del Obispo, los sacerdotes; que se forman en el Seminario que hemos de mirar todos como la «niña de los ojos» de la Diócesis. Para esta la-bor se necesita también Catequistas, Parroquias, Templos, Sostenerlos entre todos. Hoy vamos ayudar eco-nómicamente a nuestra Diócesis.

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Domingo de Cristo Rey (A) Mt XXV, 31-46.

Contemplar la victoria defnitiva de Cristo

Cristo quiere reinar en nuestra alma

Queremos que reine

Cristo reina desde la Cruz

1—Esta solemnidad de Cristo Rey del universo, con la que la Iglesia corona el Año litúrgico, es una lla -mada a saborear la victoria defnitiva de Nuestro Señor Jesucristo.

Hoy la Iglesia nos invita a contemplar a Cristo de tal manera que veamos todos los pasos de su exis -tencia terrena como el camino que lleva a la cumbre desde la que triunfa Aquel que es el verdadero Rey del universo, adorado por los ángeles y por toda criatura: «Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera».

Pero nos quiere enseñar que «mi reino no es de este mundo». No es un reino de poder terreno y de grandes ejércitos con los que pueda imponerse a todos los pueblos y dominar el mundo. Su reino es de va -lores: «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz ». No es de manifestaciones exteriores, sino de profunda conversión de los hombres en cuyos corazones desea rei-nar.

Ciertamente el reino de Cristo no es de este mundo, pero se inicia aquí y durará eternamente: «Su reino no tendrá fn».

2— «Regnare Christum volumus». Donde quiere reinar es en el ámbito íntimo de nuestra persona, en nuestro corazón, en nuestra libertad. No quiere servidores a la fuerza; lo que desea es que le abramos el co-razón y le invitemos a quedarse con nosotros para ser el Rey, el Señor y el Dueño de nuestra vida. Esa es nuestra grandeza: poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas.

Cristo reina en mí cuando lucho por ser bueno, fel y agradarle en todo; cuando el punto de referen-cia a cuya luz valoro mi conducta es Él y sólo Él; cuando, después de mis caídas, acudo con prontitud a la Mi-sericordia divina que me espera en la Confesión, y ¡a volver a empezar!

Si hay algo en mí de lo que no ha tomado posesión Cristo, estoy radicalmente vencido.

Dios reina desde la Cruz. Ahora, al hacerse presente en este altar el misterio Pascual, Jesús quiere conquistar, con la fuerza de su Amor que se entrega sin condiciones, nuestro pobre corazón para transfor-marlo en divino, como hiciera con el buen Ladrón. Señor desde ahora, con tu gracia y mi pobre correspon -dencia, todo cuanto haga, piense y quiera, lo agradable y lo menos grato, lo fácil y lo que me cueste, quiero que sea todo para manifestar que Tú y sólo Tu eres el Rey de mi vida

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