Amor entre líneas
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1. Carta de Yoko Ono a John Lennon
Te extraño John. 27 años han pasado, y todavía deseo poder regresar el
tiempo hasta aquel verano de 1980. Recuerdo todo -compartiendo nuestro café
matutino, caminando juntos en el parque en un hermoso día, y ver tu mano
tomando la mía- que me aseguraba que no debía preocuparme de nada porque
nuestra vida era buena. No tenía idea de que la vida estaba a punto de
enseñarme la lección más dura de todas. Aprendí el intenso dolor de perder un
ser amado de repente, sin previo aviso, y sin tener el tiempo para un último
abrazo y la oportunidad de decir "Te Amo" por última vez. El dolor y la
conmoción de perderte tan de repente está conmigo cada momento de cada
día. Cuando toque el lado de John en nuestra cama la noche del 8 de
diciembre de 1980, me di cuenta que seguía tibio. Ese momento ha quedado
conmigo en los últimos 27 años -y seguirá conmigo por siempre.
Esta carta se la escribió a Lennon 27 años después de su muerte.
2. Carta de Frida Kahlo a Diego
Diego:
Nada comparable a tus manos ni nada igual al oro-verde de tus ojos.
Mi cuerpo se llena de ti por días y días.
Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la
tierra.
El hueco de tus axilas es mi refugio.
Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para
llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos.
Mi Diego:
Espejo de la noche.
Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos.
Todo tú en el espacio lleno de sonidos - En la sombra y en la luz. Tú te
llamarás Auxocromo el que capta el color. Yo Cromoforo - La que da el color.
Tú eres todas las combinaciones de números. La vida.
Mi deseo es entender la línea la forma el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu
palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a
las tuyas que son mi luz.
2. Carta de Víctor Hugo a Juliette
Te amo, mi pobre angelito, bien lo sabes, y sin embargo quieres que te lo
escriba. Tienes razón. Hay que amarse y luego hay que decírselo, y luego hay
que escribírselo, y luego hay que besarse en los labios, en los ojos, en todas
partes.Tú eres mi adorada Juliette.
Cuando estoy triste pienso en ti, como en invierno se piensa en el sol, y cuando
estoy alegre pienso en ti, como a pleno sol se piensa en la sombra. Bien
puedes ver, Juliette, que te quiero con toda mi alma.
Tenéis el aire juvenil de un niño, y el aire sabio de una madre, y así yo os
envuelvo con todos estos amores a un tiempo.
Besadme, bella Juju!
7 de marzo de 1833
4. De Sigmund Freud a Martha Bernays (Fragmentos de cartas)
Allí había yo sido muy tímido y, por tanto, había besado a mi Marty pocas
veces, pues no comprendía aún del todo lo que se ha convertido ahora en la
primera y más natural condición de mi vida: que he ganado para mi, de pronto,
a una muchacha única e incomparable.
Por mucho que te quieran, no renunciaré a ti por nadie, ni nadie te merece. No
hay amor hacia ti que pueda compararse con el mío.
…estamos tan íntimamente unidos, me siento tan inefablemente feliz por el
hecho de tenerte, y estoy tan seguro de tu interés hacia todo lo mío, que las
cosas sólo son importantes para mí cuando tú las compartes.
Perdóname, amor mío, si a menudo no te escribo en el tono y con las palabras
que tú te mereces, especialmente en respuesta a tus cariñosas cartas; pero
pienso en ti con tan sosegada felicidad, que me es más fácil hablarte de cosas
ajenas a nosotros que respecto a nosotros mismos. (...) Estoy dispuesto a
dejarme dominar completamente por mi princesa. Uno deja siempre con gusto
que le subyugue la persona que ama; si hubiéramos llegado a eso, Marty…
Cuando recibo carta tuya, todo el ensueño se disipa y la vida real se introduce
en mis células. Los problemas extraños quedan borrados en mi cerebro; se
desvanecen las misteriosas concreciones pictóricas de las diversas
enfermedades y desaparecen las teorías vacías. Hasta ahora habías
compartido mi tristeza. Comparte hoy conmigo mi alegría, amada mía, y no
creas que existe otra cosa sino tú en la médula de mis pensamientos.
5 Carta de Pablo Neruda a Albertina Rosa
Pequeña, ayer debes haber recibido un periódico, y en él un poema de la
ausente (tú eres la ausente). ¿Te gustó, pequeña? ¿Te convences de que te
recuerdo? En cambio tú. En diez días, una carta. Yo, tendido en el pasto
húmedo, en las tardes, pienso en tu boina gris, en tus ojos que amo, en ti.
Salgo a las cinco, a vagar por las calles solas, por los campos vecinos. Sólo un
amigo me acompaña, a veces.
He peleado con las numerosas novias que antes tenía, así es que estoy solo
como nunca, y estaría como nunca feliz, si tu estuvieras conmigo. El 8 planté
en el patio de mi casa un árbol, un aromo. Además traje de las quintas,
pensando en ti, un narciso blanco, magnífico. Aquí, en las noches, se desata
un viento terrible. Vivo solo, en los altos, y a veces me levanto, a cerrar la
ventana, a hacer callar a los perros. A esa hora estarás dormida (como en el
tren) y abro una ventana para que el viento te traiga hasta aquí, sin despertarte,
como yo te traía.
Además elevaré mañana, en tu honor, un volantín de cuatro colores, y lo dejaré
irse al cielo de Lota Alto. Recibirás, querida, un largo mensaje, una de estas
noches, a la hora en que la Cruz del sur pasa por mi ventana (...) A veces, hoy,
me da una angustia de que no estés conmigo. De que no puedas estar
conmigo, siempre.
Largos besos de tu Pablo.
6. Carta de Albert Einstein a Mileva Maric
Amada muñequita:
Han transcurrido ya las 3/4 partes del tiempo tonto y pronto volveré a estar con
mi tesoro y lo besaré, acariciaré, haré cafetito, reñiré, trabajaré, reiré, pasearé,
charlaré...
¡Será un año muy divertido! ¿verdad?
Ya he dicho durante las Navidades que me quedo contigo. No puedo esperar
más a tenerte conmigo, mi todo, mi personilla, mi chiquilla, mi mocosilla.
Cuando ahora pienso en ti creo que no quiero volver a enojarte ni a tomarte el
pelo nunca más, ¡sino que quiero ser siempre un ángel! ¡Qué hermosa ilusión!
Pero tú también me querrás ¿verdad?, aunque vuelva a ser el viejo bribón lleno
de caprichos, diabluras y tan veleidoso como siempre.
No sé si te he escrito con tanta regularidad como antes. No pongas mala cara
por eso.
(...) En todo el mundo podría encontrar otra mejor que tú, ahora es cuando lo
veo claro, cuando conozco a otra gente. Pero también te aprecio y amo como
te mereces. Hasta mi trabajo me parece inútil e innecesario si no pienso que
también tú te alegras de lo que soy y de lo que hago.
7. Carta de Sigmund Freud a Martha Bernays
Novia mía:
Escribes unas cartas tan inefablemente dulces, tan conmovedoramente tiernas,
que sólo podría contestarlas como se merecen, con un beso prolongado y
abrazándote amorosamente. (...) Martha, no apetezco sino lo que tú
ambicionas para ambos porque me doy cuenta de la insignificancia de otros
deseos comparados con el hecho de que seas mía. Estoy adormilado y muy
triste al pensar que tengo que conformarme con escribirte en vez de besar tus
dulces labios.
Devotamente tuyo,
8. Carta de Juliette a Víctor Hugo
Mi querido, amado, he aquí esta carta, muy corta por la forma y muy larga de fondo, pues contiene todos
mis sentimientos, todo mi corazón. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, y eso es todo. No es muy
cansado para el espíritu y es muy dulce para el corazón – te quiero.
Mi adorado, me has hecho muy feliz, a veces doblemente feliz, pues compartías mi felicidad. No obstante,
tengo un sentimiento de tristeza y de inquietud que no me deja casi nunca, que quisiera ocultártelo
siempre, pero esta noche desborda mi pecho, es necesario que te lo muestre. Tengo miedo de ser para
siempre una pobre chica. Tengo miedo de que esta inacción en la que vivo desde hace un año, acabe en
mi ruina ya iniciada por el fracaso de Marie Tudor. Tengo miedo de que tu aparente tranquilidad en lo que
concierne a mi carrera dramática no sea considerada como la más formal confesión que no puedo aspirar
a un futuro en mi oficio.
Tu posición y la mía vuelven estos temores en verdaderos tormentos que me obsesiona noche y día, que
cambian la naturaleza de mi carácter, que destruyen mi coraje y me quitan toda confianza en la duración
de nuestra felicidad. Quisiera estar segura que mis temores son solamente meros temores, y entonces
retomaría mi alegría y mi resignación con las dos manos. Pero... ¿quién va decirme la verdad sobre el
tema? ¿Tu te atreverás? Te ruego de rodillas. Dime la verdad, nada más que la verdad cualquiera que
sea, que sepa al menos dónde estoy en lo que toca mi futuro, que sepa de manera segura lo que piensas
de mí. Te pido tu opinión en toda consciencia, te la pido con las manos juntas. Prefiero la certidumbre de
mi ruina que la duda. Así pues, no te andes con contemplaciones.
He aquí una carta muy corta por la forma, decía al empezar, porque mi intención era terminarla en te
quiero. Pero fui arrastrada por la necesidad de abrirte mi corazón, por dejar escaparse mi aflicción y el
desaliento que me devoran desde hace tiempo. Perdona mi flaqueza. Hubiera debido esperar a que ya no
estés tan ocupado, pero no lo pude. Perdóname por el amor que tengo por tí.
El temor es también parte del amor más apasionado y más delicado. Es cierto. Juliette
9. Carta de Voltaire a Olimpia Dunover
Estoy preso aquí en el nombre del rey; pueden tomar mi vida, pero no el amor
que siento por ti. Sí, mi amante adorable, te veré esta noche, así tenga que
poner mi cabeza en un atascadero para hacerlo. Por todos los cielos, no me
escribas en los términos desastrosos que lo hiciste; debes de vivir y ser
cautelosa; guárdate de tu madre como de tu peor enemigo. ¿Qué digo?
Guárdate de todos, no confíes en nadie, mantente lista, tan pronto como la luna
sea visible, saldré del hotel de incógnito, tomaré un carruaje o una silla, y
conduciremos como el viento a Sheveningen. Llevaré el papel y la tinta
conmigo; escribiremos nuestras cartas. Si me amas, tranquilízate, y llama toda
tu fortaleza y presencia de la mente en tu ayuda, no dejes que tu madre note
nada, intenta tener tus cuadros, y estés segura de que la amenaza de las
torturas más grandes no me impedirá cumplir. No, nada tiene la energía de
apartarme de ti, nuestro amor se basa en la virtud, y durará mientras nuestras
vidas lo hagan. Adieu, no hay nada que no afronte por tu bien, mereces mucho
más que eso, ¡Adieu, mi corazón querido!
(1713)
10. Carta de Winston Churchill a su esposa
Mi querida Clemmie:
En tu carta desde Madras me escribiste algunas palabras muy queridas por mí,
sobre cuánto enriquecía tu vida. No puedo expresarte qué placer me dio esto,
porque me siento siempre de forma aplastante tu deudor, si puede haber
cuentas en el amor.... Lo que ha sido para mí vivir todos estos años en tu
corazón y compañerismo ninguna frase puede transmitirlo. El tiempo pasa
velozmente pero, ¿no da felicidad ver cuán grande y creciente es el tesoro que
hemos recolectado juntos, en medio de las tormentas y de las tensiones de tan
agitados y en cantidad trágicos y terribles años?
Tu amante esposo.
11. Carta de Claude Debussy a su esposa Emma
Al fin! Tengo tu primer telegrama, esta mañana a las nueve y media...¡No
reemplaza una carta, y además ha pasado por tantas manos (telegrama a ocho
manos) que ya nada tuyo contiene, salvo unos rápidos «cariños» a través del
espacio!
Perdóname la carta desconsolada que recibirás al mismo tiempo que esta. ¡Fui
demasiado infeliz! Y esta noche, incapaz de dormir, con la doble inquietud de
no tener noticias tuyas y saberte envuelta en preocupaciones...
Durante esta noche, en que tuve la sincera impresión de que me iba a morir,
pensé que sería imposible aceptar en el futuro invitaciones para dirigir
conciertos a través de Europa. Solo con pena me atrevo a escribirlo, pero tengo
que confesar mi espantoso miedo de perder tu amor. Cada viaje me quita un
poco de él; al final terminaré por ser para ti nada más que un extranjero que
pasa y al cual no se necesita atarse ya... En mí, produce el efecto contrario: tus
más mínimos gestos, los malos como los tiernos, adquieren un valor que
duplica mi angustia. No hay que esperar cambiar los actos del destino; sobre
todo, no hay que invitarlo a hacer trampa...
Tú pobre Claude tan solo, que necesita de ti, pequeña mía.
Roma, Sábado 21 de febrero de 1914
12. Carta de Ludwig van Beethoven a su Amada Inmortal
Buenos días el 7 de julio Aunque sigo en la cama, mis pensamientos van hacia
ti, mi Amada Inmortal, primero alegremente, después tristemente, esperando
saber si el destino nos escuchará o no. Yo sólo puedo vivir completamente
contigo y si no, no quiero nada. Sí, estoy resuelto a vagar por ahí, lo más lejos
de ti hasta que pueda volar a tus brazos y decir que estoy realmente en casa
contigo, y pueda mandar mi alma arropada en ti a la tierra de los espíritus. Sí,
desgraciadamente debe ser eso. ¿Serás más contenida y prudente desde que
conoces mi fidelidad hacia ti? A ninguna más poseerá mi corazón, nunca,
nunca. ¡Oh Dios! ¿Por qué tiene uno que ser separado de alguien a quien ama
tanto?, y además mi vida es ahora una vida desgraciada. Tu amor me hace a la
vez el más feliz y el más desgraciado de los hombres. A mi edad yo necesito
una vida tranquila y estable, ¿puede existir eso en nuestra relación? Ángel mío,
me acaban de decir que el coche correo va todos los días, debo cerrar la carta
de una vez y así podrás recibirla ya. Cálmate, sólo a través de una
consideración calmada de nuestra existencia podemos alcanzar nuestro
propósito de vivir juntos. Cálmate, ámame, hoy, ayer, qué lágrimas anhelantes
por ti, tú, tú, mi vida, mi todo, adiós. Continúa amándome, nunca juzgues mal el
corazón fiel de tu amado. Siempre tuyo Siempre mía Siempre nuestros
13. Carta de Karl Marx a su esposa Jenny von Westphalen
"Amor Mío: ….En cuanto nos separa un espacio, me convenzo enseguida de
que el tiempo es para mi amor como el sol y la lluvia para una planta: lo hace
crecer. Apenas te alejas, mi amor por ti se me presenta tal y como es en
realidad: gigantesco; en él se concentran toda mi energía espiritual y toda la
fuerza de mis sentidos…. Sonreirás, mi amor, y te preguntarás que por qué he
caído en la retórica. Pero si yo pudiera apretar contra mi corazón el tuyo, puro y
delicado, guardaría silencio y no dejaría escapar ni una sola palabra. Carlos"
14.Carta de Napoleón a Josefina
No le amo, en absoluto; por el contrario, le detesto, usted es una sin
importancia, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no
ama a su propio marido; usted sabe qué placeres sus las letras le dan, pero
¡aún así usted no le ha escrito seis líneas, informales, a las corridas! ¿Qué
usted hace todo el día, señora? ¿Cuál es el asunto tan importante que no le
deja tiempo para escribir a su amante devoto? ¿Qué afecto sofoca y pone a un
lado el amor, el amor tierno y constante amor que usted le prometió? ¿De qué
clase maravillosa puede ser, que nuevo amante reina sobre sus días, y evita
darle cualquier atención a su marido? ¡Josephine, tenga cuidado! Una
placentera noche, las puertas se abrirán de par en par y allí estaré. De hecho,
estoy muy preocupado, mi amor, por no recibir ninguna noticia de usted;
escríbame rápidamente sus páginas, páginas llenas de cosas agradables que
llenarán mi corazón de las sensaciones más placenteras. Espero dentro de
poco tiempo estrujarla entre mis brazos y cubrirla con un millón de besos
debajo del ecuador.
15. Carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio
Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las
ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye.
Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba.
Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua.
Clara: corazón, rosa, amor…
Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña.
Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como
se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida.
Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara.
No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba.
Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por
otro corazón, no teme nada.
¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir
entre la noche iluminada.
Lo han aprendido ya el árbol y la tarde…
y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los
trigales. Y lo murmura el río…
Clara:
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.
17. Carta de Lewis Carroll a Gertrude Chataway
Usted estará apesadumbrada, sorprendida, y desconcertada, al oír la extraña enfermedad que
tengo desde que usted se fuera. Mandé buscar al doctor, y dije, "Deme alguna medicina porque
me siento cansado". Él dijo, "¡Estupideces sin sentido! Usted no necesita la medicina: ¡vaya a
la cama!"
Dije, "No; no es la clase de cansancio que pide la cama. Mi rostro trasunta cansancio." Él se
veía con expresión grave, y dijo, "Oh, es su nariz la que está cansada: una persona habla a
menudo demasiado cuando piensa que tiene todo claro." Dije, "No, no es la nariz. Quizás sea
el pelo." Entonces él se vio algo serio, y dijo, "Ahora sí entiendo: usted estuvo peinando el
pianoforte."
"No –dije-, de hecho no lo he hecho, y no es exactamente el pelo: más bien sobre la nariz y el
mentón." Entonces él serio durante largo rato, y dijo, "¿Ha estado usted caminando mucho con
la barbilla?. Dije, "No." "Bien!" dijo él, "esto me desconcierta mucho.
“¿Usted cree que el problema estará en los labios?" preguntó.
“Por supuesto” dije. "¿Qué es exactamente?"
Entonces el se vio muy serio, por cierto, y dijo, “Yo creo que ha estado dando demasiados
besos...”
"Bueno" dije, "Le di un beso a un niña, una pequeña amiga mía."
"Piense otra vez, " dijo él, "¿está seguro de que haya sido solo uno?"
Pensé otra vez, y dije, “puede que hayan sido once veces”.
Entonces el doctor dijo: “Usted no debe darle ni uno más hasta que sus labios se hayan
recuperado”.
“Pero ¿cómo hago?” le dije “ ¡le debo ciento ochenta y dos besos más!
Entonces se vio tan serio que las lágrimas corrían por sus mejillas, y me dijo “Mándeselos en
una caja”.
Entonces recordé una pequeña caja que compré una vez en Dover, pensando que podría
regalarla alguna vez a alguna niña ú otra persona. Así que los empaqué bien cuidadosamente.
Dígame si le llegan bien o si alguno se pierde en el camino.
18. Carta de Alicia Urrutia a Pablo Neruda
"Pablo amor" -dice textual la misiva- quisiera que esta carta llegue el dia 12 de
julio de tu cumpleaños. Pablo amor que seas feliz. Todas las horas del día y de
la noche estes donde estes y con quien sea sea sé feliz, te recordare, pensare
en ti alma mia. Mi corazon esta tivio de amarte tanto y pensar en ti. Amor
amado amor te beso y te acaricio todo tu cuerpo amado. Amor amado amor
amor amor mío amor. Tu Alicia que te Ama" (sic).
19. Carta de Charlotte Bronté
Monsieur, los pobres no necesitan mucho para sostenerse. Piden solamente
las migas que caen de la mesa de los ricos. Pero si se les rechazan las migas
mueren de hambre. Nadie –ni yo-, necesita mucho afecto de aquellos que ama.
No sabría qué hacer con una amistad entera y completa, no estoy
acostumbrada a ella. Pero usted me demostró en otros tiempos un cierto
interés, cuando era su alumna en Bruselas, y me mantengo aferrada a ese
poco interés.
Me aferro a él como me aferraría a la vida.
20. Carta de Jane Clairmont a Lord Byron
Usted me dice que le escriba brevemente y tengo mucho que decir. Usted
también me incita a creer que era un capricho el que hizo que yo amara ser un
accesorio para usted. No puede ser un capricho puesto que usted ha sido para
mi el año pasado el objeto de meditación al cual dediqué cada momento
solitario.
No espero que usted me ame, yo no soy digna de su amor. Siento que usted es
superior, con todo para mi sorpresa, para mi felicidad, usted reveló pasiones
que había creído no vivirían largamente en su pecho.
¿Tendré también que arrepentirme por querer experimentar el deseo de la
felicidad? ¿rechazarla cuando se ofrece?
Puedo aparecer a usted imprudente, viciosa; mis opiniones detestables, mi
teoría depravada; pero una cosa, por lo menos, le demostrará el tiempo: que lo
amo dulcemente y con afecto, que yo soy incapaz de cualquier cosa que se
acerque al sentimiento de venganza o maldad. Le aseguro, en el futuro su
voluntad será la mía, y todo que usted quiera hacer o decir, no lo cuestionaré.
21. Carta de Khalil Gibrán a Mary Haskell
31 de Octubre de 1911
Mary, mi amada Mary, he trabajado todo el día entero, pero no podía ir a la
cama sin antes decirte “buenas noches”. Tu carta más reciente es fuego puro,
un corcel alado que me lleva hacia una isla donde sólo logro escuchar músicas
extrañas, pero que un día comprenderé.
Los días han transcurrido llenos de estas imágenes, voces y sombras, y hay
fuego también en mi corazón, en mis manos. Preciso transformar toda esa
energía en algo que nos haga bien a los dos, y a las personas que nosotros
queremos.
¿Sabrás qué significa quemarse, arder en un inmenso brasero, sabiendo que
este incendio está transformando en cenizas todo lo malo, y dejando en el alma
sólo lo que es verdadero?
¡Oh, no existe cosa más bendita que este Fuego!
22. Carta de Albert Einstein a Mileva Maric
Abril de 1898
Querida Fräulein Maric,
Por favor no te enojes conmigo por mantenerme alejado tanto tiempo. Estuve
seriamente enfermo, tanto que no me animé a dejar el cuarto. Todavía mis
piernas están algo débiles. De todos modos, hoy junté coraje y me aventuré a
salir, para dar un paseo. le dije a la señora Bäch que invitara a los huéspedes
que lo desearan a una reunión, y deseo que tú estés entre los que vendrán.
Pero si no puedes venir, yo te visitaré tan pronto como me sienta
suficientemente bien. Y si no soy capaz de salir, esperaré con ilusión tu pronta
visita.
Con mis mejores deseos, tu
Albert Einstein
23. Carta de Dylan Thomas a su esposa Caitlin
Oh por qué, por qué, no lo arreglamos de alguna manera que salgamos juntos
de este devastador, insano, demoniacamente ruidoso, rugidor continente.
Habríamos podido arreglarlo de alguna manera. Por qué, oh, por qué, pensé
que podría vivir, que podría llegar a vivir, como pude pensar en vivir todos
éstos torturantes, interminables meses, que se repiten como eco sin tí.... He
conducido por lo que me pareció, y probablemente fue, miles de kilómetros,
iluminados adelante . Los caminos inmensamente abigarrados de la región más
baja de estos malditos, de ciudad en ciudad, colegio en colegio, universidad en
universidad, hotel en hotel, y todo lo que deseo, antes de Cristo, antes de
usted, es abrazarla en Laugharne, Carmarthenshire.