La ética de Ética para la ciudadanía. A propósito de la ... · fan desde el siglo , como...

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-85- Año IV, No. 7, julio-diciembre de 2013 La ética de Ética para la ciudadanía. A propósito de la obra de Oscar Diego Bautista Jaime Rodríguez Alba Universidad Complutense de Madrid Sostenía Freud — en su obra Análisis ter- minable e interminable — que hay tres im- posibles que guían en buena medida la acción humana: gobernar, educar y curar (en el sentido de la cura psicoanalítica). Años después, Lacan retomó estos impo- sibles — en diversos de sus seminarios y escritos — para mencionar algo importan- te: todo lo interesante para el hombre se sitúa siempre entre lo imposible y lo con- tingente, nunca en lo necesario. Si hacemos caso a estos dos sabios del alma humana, habremos de colegir que esta obra de Os- car Diego es más que interesante. Muchos dirán que la idea de una ética “para” la ciu- dadanía — y la preposición no es baladí: no se dice “de” o simplemente se anula la preposición —, es una tarea ya no sólo enojosa, sino estéril incluso. Enojosa porque todo lo que apun- te a suscitar la vergüenza — y es preciso advertir que parte de la moral humana re- posa sobre ese sentimiento — acaba por destapar las iras y las mofas de no pocos. “¿Para qué?”, “si los hombres son...” To- dos conocemos asertos al efecto. La virtud de Oscar Diego es, como tantas veces en otros escritos suyos, rescatar el saber de los antiguos (matizándolo con los moder- nos), para recordarnos siempre eso que ya Aristóteles sostenía: “pensamos mucho en cómo el poder corrompe a los hombres; poco en cómo los hombres corrompen al poder”. La Filosofía ha sido desde siem- pre un esfuerzo de la razón humana por encontrar esa esencia humana que si se despliega en su auténtico sentido puede arrojar una humanidad a la altura de sí misma. Por eso Husserl definía al filósofo como “funcionario de la humanidad”, en el sentido de que la obligación del filósofo es asumir la tarea de “educar”, formar en un sentido amplio, a la ciudadanía. O, como ya viera Platón, regresar a la caverna para “advertir” de la presencia de otro mundo. Fíjense, “advertir” que no “liberar”. La libertad, como bien señala Os- car Diego en este escrito, es resultado del “cuidado del sí”, del “auto-gobierno”, del equilibrio en el bosque de emociones y pa- siones que ha de adquirir el ciudadano. ¿Por qué? ¿Por qué habría de “auto-gobernarse” el ciudadano? Básicamente: sin “gobierno del sí” no cabe ni “gobierno de los otros” ni “gobierno alguno”, habría que señalar. La libertad no se obliga, se “des- cubre”, cada uno la suya. Libertad como condición; pero condición que, pese a ha- berse de conquistar, es la base misma de la posibilidad de la persona.

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La ética de Ética para la ciudadanía. A propósitode la obra de Oscar Diego Bautista

Jaime Rodríguez AlbaUniversidad Complutense de Madrid

Sostenía Freud — en su obra Análisis ter-minable e interminable — que hay tres im-posibles que guían en buena medida laacción humana: gobernar, educar y curar(en el sentido de la cura psicoanalítica).Años después, Lacan retomó estos impo-sibles — en diversos de sus seminarios yescritos — para mencionar algo importan-te: todo lo interesante para el hombre sesitúa siempre entre lo imposible y lo con-tingente, nunca en lo necesario. Si hacemoscaso a estos dos sabios del alma humana,habremos de colegir que esta obra de Os-car Diego es más que interesante. Muchosdirán que la idea de una ética “para” la ciu-dadanía — y la preposición no es baladí:no se dice “de” o simplemente se anulala preposición —, es una tarea ya no sóloenojosa, sino estéril incluso. Enojosa porque todo lo que apun-te a suscitar la vergüenza — y es precisoadvertir que parte de la moral humana re-posa sobre ese sentimiento — acaba pordestapar las iras y las mofas de no pocos.“¿Para qué?”, “si los hombres son...” To-dos conocemos asertos al efecto. La virtudde Oscar Diego es, como tantas veces enotros escritos suyos, rescatar el saber delos antiguos (matizándolo con los moder-nos), para recordarnos siempre eso que yaAristóteles sostenía: “pensamos mucho en

cómo el poder corrompe a los hombres;poco en cómo los hombres corrompen alpoder”. La Filosofía ha sido desde siem-pre un esfuerzo de la razón humana porencontrar esa esencia humana que si sedespliega en su auténtico sentido puedearrojar una humanidad a la altura de símisma. Por eso Husserl defi nía al fi lósofocomo “funcionario de la humanidad”, en elsentido de que la obligación del fi lósofo esasumir la tarea de “educar”, formar en unsentido amplio, a la ciudadanía. O, comoya viera Platón, regresar a la caverna para“advertir” de la presencia de otro mundo.Fíjense, “advertir” que no “liberar”. La libertad, como bien señala Os-car Diego en este escrito, es resultado del“cuidado del sí”, del “auto-gobierno”, delequilibrio en el bosque de emociones y pa-siones que ha de adquirir el ciudadano. ¿Porqué? ¿Por qué habría de “auto-gobernarse”el ciudadano? Básicamente: sin “gobiernodel sí” no cabe ni “gobierno de los otros”ni “gobierno alguno”, habría que señalar. La libertad no se obliga, se “des-cubre”, cada uno la suya. Libertad comocondición; pero condición que, pese a ha-berse de conquistar, es la base misma de laposibilidad de la persona.

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de la obra de Oscar Diego Bautista

Y para esto se apoya el autor endiversos fi lósofos, vindicando, de modoapropiado por cierto, cómo muchos de ellosentendieron el papel de la ciudadanía plena,incluida la mujer (ejemplo es Platón). Perotambién resulta ilustrativo de la situaciónel hecho de que se apele a Étienne De laBoétie, quien con su De la servidumbre vo-luntaria, puso sobre el tapete una serie derefl exiones que aún hoy están vigentes: silos ciudadanos “deciden” — por una suer-te de decisión pasiva, de desinterés por lopúblico, por descuido de su propia per-sona, en última instancia — “someterse”,presto habrá quien venga a gobernar, amandar, a someter. Sin una ciudadanía “educada” —en su doble sentido: conocedora y cuida-dosa de sí misma —, es fácil, como nosseñala este escrito de Oscar Diego, queaparezcan demagogos, pero además quelos sectores pudientes y oligárquicos delas sociedades, entre los que están multi-nacionales y corporaciones de distintostipos, consigan “someter” a los ciudada-nos. En esas condiciones hablar de “li-bertad” — como hoy se ha degradado lalibertad a la “elección” en el supermercadogigantesco: el supermercado de los bienesy servicios, así como el de las formas devida, etc. —, no deja de ser una burla: nohay libertad, sino “apariencia de libertad”.Para lograr una auténtica libertad, es preci-so, al menos, aspirar a salir de la “caverna”.

Ahora bien, siguiendo con De laBoétie: a los hombres parece gustarles laservidumbre; están cómodos en ella. O,como señalara el psicólogo Eric Fromm— quien estuvo apegado a tierras mexi-canas —, los hombres tienen “miedo a lalibertad”. “Miedo”, porque ser libre estambién ser responsable de la propiadecisión, de la vida misma; y si uno es res-ponsable, “da respuesta”, por lo que notiene a quién preguntarle, más que a sí mis-mo. Esta difi cultad, si bien no se centra enella Oscar Diego, está presente en el escri-to, se trasluce en alguna de sus refl exionescierto aviso: la ciudadanía de las democra-cias actuales, satisfecha y bienaventurada,se descuida del bien común, se “idiotiza”— el autor rescata el sentido griego de estetérmino: “idiotez”, para el griego antiguo,es “el que sólo se ocupa de sí mismo”, loopuesto al noble polites, “el que se ocupa dela ciudad”, el ciudadano —. La hegemonía del discurso liberaltrae aparejado no sólo el alabado desarro-llo económico, sino también un marcadoindividualismo y desinterés por lo públicoque acaba esclavizando al común de loshombres a la tiranía de unos “pocos”. Debiéramos recordar aquí lalección ya dada por los clásicos, y que noslo recuerda Francisco Rodríguez Adradosen su obra La democracia ateniense: cuandoprospera la riqueza, los individuos se ale-jan de lo público, con los peligros que ellosupone. Así, Atenas democrática, sufrió

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invasiones tremendas y calamidades políti-cas de diverso tipo, entre otras cosas, porel abandono de la “cosa pública”. Y conesto no se quiere decir, ni mucho menos,que haya que mantener a las poblaciones“pobres” para que cultiven la virtud dela solidaridad y de la búsqueda del biencomún; faltaría más, se trata antes decontribuir a conservar, cuidar, generar untejido moral que permita que lo “público”y lo “privado” no devengan incompati-bles. Son diversos los teóricos que sehan preocupado por el desarrollo de unaciudadanía participativa y democráticadesde diversas perspectivas. Entre ellosKymlicka — en obras como La política ver-nácula — señala la necesidad de apostar poruna ciudadanía participativa, sobreponién-dose a la “limitación liberal”: entender quelos asuntos públicos no son del interés delos ciudadanos, y por lo mismo los delegana los “políticos profesionales”. Reclamar laparticipación sin incurrir, por el contrario,en una sobre exigencia a los ciudadanos,una exigencia de participación constanteque los espante o asuste. En todo caso, como también se-ñala Oscar Diego en su escrito: si algoes de interés para todo habitante de unacomunidad política como el Estado esprecisamente eso, la necesidad de partici-par. Lo político es asunto de todos, por esola política afecta a los individuos en aquelloque tienen de común, pese a la diversidad

de ocupaciones, creencias, etcétera.En este escrito se parte de la defi niciónde “ciudadanía” como “pertenencia a lacomunidad política”, ligada a la libertady/o la justicia; así como al ejercicio delos derechos civiles, políticos y sociales.Oscar Diego advierte, como ya hicieraAristóteles, que son diversos los criteriospara defi nir a la ciudadanía. Histórica-mente se ha excluido a las mujeres, perola conquista de la ciudadanía por parte delas mujeres ha sido uno de los logros civi-lizatorios más profundos, pues de manode la feminización de lo político se hanlogrado avances signifi cativos no sóloen la esfera política, sino también en lasocial, Oscar Diego no deja de señalarlo,especialmente al fi nal de su escrito, cuan-do comenta el caso fi nlandés. Lo que nole obsta señalar, que es preciso no dilataren exceso el concepto de “ciudadanía”,para no hacerlo inoperante o que pierdasu valor. Ya Aristóteles señalaba, comocomenta Oscar Diego, que el Estado noes solo una agrupación de personas, sinoque implica la ciudadanía; lo que es tantocomo apreciar que la Polis no es la sim-ple “suma” de individuos aislados, sinola relación entre los mismos. La “ciuda-danía” queda así vinculada al sentido deidentidad, a la interacción solidaria y res-ponsable por parte de los miembros dela comunidad política; y, por esta vía, a la

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de la obra de Oscar Diego Bautista

participación: elección de cargos, membre-sía en las corporaciones sociales, actuaciónfavorable o contraria respecto a las decisio-nes de gobierno, vinculación a las asocia-ciones políticas y sindicales. La ciudadaníacomporta un “ejercicio activo” de los de-rechos. Esto es “ciudadanía”, pero losprincipios de la economía liberal que triun-fan desde el siglo , como mencionaOscar Diego, fomentan actitudes contra-rias a la ciudadanía: la codicia, la avaricia, elanhelo de riqueza, entre otros, potencianel individualismo, la segregación del sujetopolítico respecto al lazo social, a la relaciónque constituye la “ciudad”. Y lo curioso del caso es que, aun-que no lo mencione el autor, ello se haceen nombre de la libertad. Ya en 1819Benjamin Constant se vio obligado a dife-renciar entre la “libertad de los antiguos”y la “libertad de los modernos” para darcuenta de esta situación: para los antiguosla libertad se asociaba a la participación enla comunidad; para los modernos, en elejercicio de la vida íntima, segregado de lacomunidad. ¿Dónde situar la libertad? Claroes que Oscar Diego no se centra en estacuestión, porque tampoco es objetivo suyola misma, pero la individualización extre-ma de nuestras sociedades posmodernas,como el autor advierte, con otros tér-minos, ha hecho de la palabra “libertad”un término vacío, cuando no un “chivo

expiatorio” para las más deplorables con-ductas. Un motivo más para culpar, porejemplo, a los pobres de su pobreza, al gus-to de los neoliberales de hoy, olvidando algosimple: para “ser” libre hay que “poder”; yes un hecho a la vista de todo el mundoque no todo el mundo “puede”. Por esoOscar Diego señala los pre-requisitos parala libertad: una riqueza sufi ciente y la sobe-ranía; la capacidad para la autosufi cienciay la capacidad de decisión propia. El libre“puede” decidir, porque “sabe” decidir,de ahí la importancia de la educación quetanto se aprecia en este escrito y sobre laque luego diremos algo. Pero no sólo, puestoda libertad tiene ciertos requisitos a losque pueden llamarse “límites”, sin por elloincurrir en contradicción: el ejercicio de lalibertad es consustancial a la capacidad deresponder, para lo que se precisa algo biensimple: “saber” y “querer”. Dejemos de lado el “querer”, quenos lleva a un atolladero de problemas:¿Existe realmente una voluntad libre?¿Dónde podemos situar el ejercicio deuna voluntad libre si el sujeto por defi -nición desconoce la infi nitud de condi-cionamientos de su acción, así como elcurso futuro de la misma o sus resulta-dos? Centrémonos en el “saber”. Que la prudencia, la equidad y lajusticia son condiciones para la libertadde todos, no la de unos pocos, es algo co-nocido desde hace siglos. Oscar Diego loseñala bien: alude el Protágoras platónico,

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cuando menciona cómo las capacidadespara los ofi cios, los talentos para las “cien-cias”, etc., fueron repartidos por Zeus demodo desigual, pero no así el sentido de lamoral y la justicia: si no, no existiría la ciu-dad. Ahora bien, dotados como estamoslos hombres para el “sentido” de lo justoy lo moral, no es menos cierto que tal sen-tido es preciso “encauzarlo”, “adiestrarlo”,“perfeccionarlo”, y esta es, precisamente,la tarea educativa. El autor no da detalles de una taleducación, pero sí nos advierte cómo unaciudadanía ignorante de sí — descono-cedora de su capacidad como “ciudada-nía”— es presa fácil de la corrupción y laservidumbre. ¿No son hoy visibles estosrasgos? Millones de seres humanos viven“siervos” de su consumo, hasta el puntoque pudiéramos decir que más que “con-sumidores” son “consumidos-res”, sonseres que portan sus rostros y sus cuerposenteros hacia una máquina de consumo yproducción que fagocita hasta lo más ínti-mo de cada uno, haciéndolo espectáculo,o devasta la tierra que poblaron nuestrosancestros y que, lo más importante, habránde poblar nuestros descendientes. Ya señalara Hans Jonas la impor-tancia de un nuevo, por decirlo con eltítulo de su obra, Principio de responsabilidad:hemos de actuar de modo tal que hagamosdel mundo que vivimos un mundo tan vi-vible o más que el que hemos heredado.La postmodernidad apunta a lo contrario,

pese a los voceros que cantan la libertaddel mercado. Una ciudadanía libre se caracte-riza por el razonamiento y el juicio mo-ral — que no el juicio taxativo del necio—, el pensamiento crítico. Para lograrlose precisa, como retoma Oscar Diego deFernández, Fernández y Alegre, “crearuna comunidad de seres racionales queconstituya un reino de ciudadanía”, cuyorequisito es: “salir del laberinto creadopor la sociedad de consumo”, educandopara desarrollar una personalidad autó-noma, objetivo éste central de la discipli-na ética: forjar el carácter, obligarse parael perfeccionamiento del mismo. La Éti-ca comporta un proceso de transforma-ción interna que se despliega, para OscarDiego, en una serie de etapas: refl exión ydeliberación; despertar de la conciencia;diferenciar lo conveniente de lo nocivo;asumir valores y convertirlos en princi-pios, asumir deberes, madurar el juicio yactuar responsable e íntegramente. Aunque en este trabajo, más pro-gramático que práctico, no se esboza,como en otras obras, el camino a seguir, síse nos dan pistas del mismo hacia el fi nal,cuando Oscar Diego menciona el caso fi n-landés. Finlandia es uno de los países me-nos corruptos del mundo, según informesde Transparencia Internacional; y desdeel punto de vista educativo es el primeroen calidad, a su vez, posee una sociedad

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próspera y un estado del bienestar sóli-do. ¿Cómo es posible? Oscar Diego tomafuentes del Ministerio de Asuntos Exte-riores fi nlandés y explora su lógica. Segúnlas mismas, la sociedad fi nlandesa se apoyaen una serie de fortalezas: unos valores demoderación, autocontrol y bien común;estructuras legislativas, judiciales y adminis-trativas que controlan el abuso de poder; elamplio papel de la mujer en lo público; y labaja disparidad en ingresos y salarios. Dealgunos ya hablamos. Los valores morales son efi cientespara el desarrollo social, económico y po-lítico de una sociedad, no sólo porque sonun bloqueo de las conductas corruptas quepueden dilapidar lo público, sino tambiénen la medida en que convierten al sujeto enun ser relacional, en alguien que “cuida desí”, “cuida del otro” y “cuida de lo otro”. Destaca de Finlandia un alto nivelde desarrollo moral que se traduce en la va-loración de la racionalidad ética, el rechazode los antivalores y una valoración negativade las desigualdades económicas, culturalesy sociales. Desarrollo moral que se plasmano sólo en las instituciones públicas, sinotambién en las corporaciones y empresasprivadas. Se produce un “círculo virtuoso”:ciudadanos virtuosos hacen una sociedadvirtuosa; una “sociedad civil” — térmi-no con el que se designaba en la FilosofíaPolítica a la comunidad de familias que con-forman el Estado — activa e interesada,

cultiva una gobernabilidad responsable,unos gobiernos que han de “responder”no sólo porque se les pregunta, sino por laposibilidad misma de que se les pregunte. La institucionalidad también tienesu cultivo, y Oscar Diego lo señala; paraque el sistema judicial funcione de modoindependiente y orientado a la justicia hade potenciarse la cultura de la legalidad enla ciudadanía. A estas observaciones de fuentesfi nesas añade Oscar Diego las siguientes,que también formarían parte de una “ciu-dadanía ética” (término que no emplea elautor, pero con el que pudiera resumirse elesfuerzo de una “educación para la ciuda-danía”): una política basada en la igualdady la democracia; desarrollo social; autono-mía y autogobierno; intelectualidad quevalore el patriotismo, la justicia, la equidad,la constitucionalidad y la democracia; y elelevado valor otorgado a la educación. Es precisamente en este aspectodonde destaca Finlandia. La educación esalgo importante, porque es el abono sobreel suelo nutricio de la ciudadanía, más alláde la presencialidad; mediante la educaciónel sujeto se inserta en una república que lotrasciende, de modo que parte de su senti-do — al menos su “ser con” el otro — esgarantizado a lo largo de un tiempo quetambién lo trasciende. En Finlandia, yadesde 1858 se apostó por desarrollar unaeducación primaria, al margen de las insti-tuciones religiosas, de calidad y universal;

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una educación que, asumiendo los valoresilustrados de progreso, igualdad y libertad,no olvidara los tradicionales de humildad,modestia y honestidad. La consolidaciónde una ciudadanía ética fue posible graciasa la tenacidad y perseverancia con la quese cultivó la moral del bien común, la jus-ticia y el interés general, sin descuidar elfortalecimiento de la facultad de juicio éti-co; sin dejar de lado la conciencia colectivaorientada a valores comunes y la culturaciudadana dirimida hacia la participación,el civismo, etcétera. Concluye Oscar Diego que la edu-cación ciudadana es, pese a la diversidad— de intereses, ofi cios, aptitudes, etc. —,necesaria, pues si algo nos caracteriza, es lapertenencia a una comunidad de ciudada-nos. De hecho los seres humanos nacemos“enclasados” en una comunidad de ciuda-danos, y este hecho es preciso no olvidar-lo; pero además, es benefi ciosa, pues unaciudadanía cuidadosa de la ética, educadaéticamente, es menos manipulable y some-tida a servidumbre. Una ciudadanía ética esuna ciudadanía libre y responsable. Sin embargo, haciéndonos cargode Freud: ¿es posible educar? Creo quelos liberales pronto saldrían a responder,como ya hiciera Mandeville, con su famosolema “vicios privados, virtudes públicas”,del que se ha insinuado también el inverso:“vicios públicos, virtudes privadas”. Perono es tal la situación: vicios privados pue-den muy bien conducir a vicios públicos;

y vicios públicos a vicios privados; casicomo en lógica presocrática: lo semejanteatrae lo semejante. Podríamos inclinarnos a pensarque Freud lleva razón, en parte. Si “educar”es entendido como “modelar” conformea unos principios y valores, asfi xiando lairreductible realidad de la individualidad,entonces es imposible. Pero “educar” no eseso, no es “formar” a imagen y semejanza,sino “formar” el juicio libre y responsable,la racionalidad práctica. En este sentidoes posible educar; tal educación supone elejercicio compartido de la relación huma-na: y nada hay más humano que la ciudad ysu cualidad específi ca, la ciudadanía.

Bibliografía

De la Boétie Etienne (1947), Discurso sobrela servidumbre voluntaria, Madrid, EdicionesNueva Época.

Diego Oscar (2013), Ética para la ciudada-nía, Toluca, Instituto Electoral del Estadode México.

Fernández Carlos, Fernández Pedro y LuisAlegre (2007), Educación para la ciudadanía.Democracia, capitalismo y Estado de derecho, LaHabana, José Martí.

Freud Sigmund (1937), Análisis terminable einterminable.

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de la obra de Oscar Diego Bautista

Jonas Hans (1995), El principio de responsabilidad: ensayos de una ética para una civilización tec-nológica, Herder.

Kymlicka Will (2003), La política vernácula: nacionalismo, multiculturalismo y ciudadanía, Pai-dós.

Rodríguez Adrados Francisco (1985), La democracia ateniense, Alianza Universidad.

. Maestro en Sociología por la Universidad Complutense deMadrid donde es profesor de Filosofía. Líneas de investigación: antropología cultural,sociología del conocimiento, sociología de los movimientos políticos y fi losofía política.