¿Cómo es una sociedad innovadora?

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Innovación Social Ander Gurrutxaga: «Recorridos por la innovación» ¿Cómo es una sociedad innovadora? Daniel Innerarity: «La sociedad de la Innovación»

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Ander Gurrutxaga: «Recorridos por la innovación»

¿Cómo es

una sociedad

innovadora?

Daniel Innerarity: «La sociedad de la Innovación»

Edita: Innobasque - 2009

Agencia Vasca de la Innovación

Parque Tecnológico de Bizkaia

Laida Bidea 203, 48170 Zamudio

DepósitoLegal: BI-2752-09

Los contenidos de este libro, en la presente edición, se publican bajo la licencia:

Reconocimiento–No comercial–Sin obras derivadas 3.0 España de Creative Commons

(más información http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/deed.es_CO)

Diseño: Doble Sentido

Impresión: Tecnigraf

airiarte
Cuadro de texto

¿Cómo es una sociedad innovadora?

Daniel Innerarity:

«La sociedad de la Innovación»

Ander Gurrutxaga:

«Recorridos por la innovación»

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5 Índice

Prólogo 6

Introducción 14

Daniel Innerarity

La sociedad de la Innovación.

Notas para una teoría de la innovación social 18

Ander Gurrutxaga Abad

Sentidos de la innovación social 42

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Prólogo

Xabier Retegi

Ex-Presidente del Consejo Ejecutivo de Dirección

de Innovación Social

Luis Mari Ullibarri

Director General de Innovación Social - Innobasque

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Todas las sociedades avanzadas se enfrentan, en mayor o menor

grado de profundidad, al reto de reinventarse. La actual situación

de crisis global en la que Euskadi, como el resto del mundo, se en-

cuentra inmersa, ha dejado al descubierto algunas de las debilidades

del sistema económico actual, y ha ayudado a cuestionar algunas

de sus bases, principalmente aquellas que han facilitado su perver-

sión. La crisis ha favorecido la «toma de conciencia» necesaria a la

hora de acometer un reto tan importante como el que tenemos en-

tre manos. Igualmente, nos ha permitido reafirmar la necesidad de

reforzar algunas de las estrategias puestas en marcha con anterio-

ridad, entre ellas, la apuesta inequívoca por la innovación. Ya era

ésta necesaria en 2007, cuando se creó Innobasque, y hoy en día es

imprescindible.

La innovación es el eje central del modelo de competitividad

y sostenibilidad en Euskadi para los próximos años, e impulsar

esta transformación es, precisamente, el objetivo de Innobasque, la

Agencia Vasca de la Innovación. Pretendemos construir una socie-

dad innovadora en todos los ámbitos, para lo cual, nuestra estrate-

gia pone el acento en las personas. El modelo de sociedad innova-

dora que pretendemos ayudar a construir persigue un entorno en

el que la ciudadanía vivamos los valores asociados a la innovación

y seamos coherentes con ellos en nuestros comportamientos y acti-

tudes. Como decíamos, es un reto fascinante, porque reclama un

profundo cambio cultural, que refuerce valores como la educación

y la formación, la igualdad de género, la diversidad, la participación,

la calidad del empleo, la responsabilidad social, el envejecimiento

activo, la creatividad, la tolerancia a la incertidumbre y riesgo, la

curiosidad, el espíritu emprendedor, etc.

Igualmente, este modelo requiere una nueva forma de comuni-

cación entre líderes y gobernantes con la ciudadanía, para construir

complicidades y redes de compromiso y colaboración. En este sen-

tido, la experiencia de Innobasque pretende potenciar una nueva

forma de gobernanza, en la que la mutua relación de la sociedad ci-

vil con la administración ofrezca soluciones innovadoras que pue-

den mejorar y potenciar los programas de la propia administración,

en beneficio de toda la sociedad. Transformar una sociedad supone

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implicar a toda la ciudadanía, y también los recursos de cientos de

entidades.

Para conseguir la movilización de la sociedad en su conjunto, es

preciso superar un enfoque técnico o simplemente empresarial de

la innovación. Existen un conjunto de retos, que no son tecnológi-

cos, y que son cruciales para nuestro futuro, como la potenciación

de la educación, la propia cohesión social, la construcción de una

sociedad multiétnica, multicultural y trilingüe, la igualdad real de

género, … Todos ellos son fundamentales para alcanzar el éxito de

nuestra transformación que, necesariamente, será social si en lo

económico pretendemos tener éxito.

Esta condición, vinculada al papel central de la persona en este

proceso, ha estado presente desde el primer momento en el proyec-

to de Innobasque, pero adquiere una importancia radical en esta

etapa, en la que es clave movilizar a la sociedad vasca y por ende,

las enormes capacidades de las y los ciudadanos. Resulta impres-

cindible alinear todos los elementos de esta gran apuesta: personas

dispuestas a desarrollar sus capacidades latentes, organizaciones

dispuestas a favorecer el crecimiento de sus activos, instituciones

comprometidas con la sostenibilidad, etc.

Este objetivo ambicioso e ilusionante, requiere igualmente

de una intensa labor conceptual y de acción transformadora de

nuestra realidad. Para cambiar nuestra realidad necesitamos com-

prenderla e identificar las claves de su innovación. Éste ha sido el

principal cometido del Área de Innovación Social de Innobasque

en estos dos primeros años de andadura. Los cambios que se han

producido, y se van a seguir produciendo, en nuestra sociedad nos

plantean interesantes interrogantes sobre nuestra actitud, sobre las

respuestas que aportamos, y sobre los silencios que proyectamos.

Hemos observado las dinámicas de las sociedades que nos rodean,

su sociología, sus conflictos, sus respuestas, sus logros y sus fracasos;

y hemos llegado al convencimiento de que la innovación social es

el «eje de transmisión» que nos moverá hacia la transformación.

Nos está tocando vivir la paradoja de una sociedad que presume de

conocimiento (así nos autodenominamos) y al mismo tiempo, vive

sumida en una permanente y profunda incertidumbre, impotente

ante los ritmos en que se producen los cambios. Ante esta situación

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(«modernidad líquida») que nos desborda, sólo cabe una actitud

proactiva y una única fórmula: la innovación en el ámbito social.

El punto de partida de esta publicación es claro: lainnovación

esunfenómenosocial, que implica a personas, a organizaciones y

a la sociedad en su conjunto. Los diferentes artículos incluidos en

esta primera publicación de Innobasque, nos brindan una visión

integral de los agentes, los contextos, los recorridos, las velocida-

des y condiciones de la innovación. Se ofrecen las claves para una

conceptualización de la innovación que se amplía y que reivindica

su vertiente social, estructural y evolutiva. Los autores refutan el

reduccionismo tecno-económico de la innovación que ha sido im-

perante en el enfoque y desarrollo de la innovación en las últimas

décadas. Se desmonta la idea dual y fragmentada de que la innova-

ción tecnológica y económica tiene únicamente implicaciones tan-

gibles, productivas y cuantificables; así como que las innovaciones

sociales únicamente afectan a lo intangible o espiritual. La sociedad

y la innovación son consustanciales a la evolución humana. Como

dice Daniel Innerarity, «No hay innovación sin Sociedad».

En la lectura de estos artículos emerge una hipótesis compar-

tida, que nos propone una visión estimulante: la innovación so-

cial está asociada a la mejora de la capacidad de la sociedad para

resolver problemas existentes e identificar problemas futuros. Se

entiende que la innovación no es lineal y continua en el tiempo,

y a través del uso, la práctica y la utilidad se socializa y extiende. Y,

como señala Ander Gurrutxaga, su socialización hará que «estemos

más preparados para las innovaciones futuras».

Desde la complementariedad, estos artículos plantean dos cues-

tiones claves: en primer lugar, la ralentización de lo social ante lo eco-

nómico y, en segundo, cómo abordar la competitividad global desde

la innovación local. Temas de innegable transcendencia, e igual-

mente, claves para la actividad presente y futura de Innobasque.

DanielInnerarity defiende como causa importante de los problemas

de nuestra sociedad, el desequilibrio entre las distintas velocidades

de la innovación de lo económico, político, tecnológico y social. La

ralentizacióndelosocialante loeconómico produce desincroni-

zaciones temporales y espaciales en la innovación (desigualdades,

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conflictividad, etc.) que han tratado de ser resueltas desde el ámbito

de la política con escaso éxito. La innovación no acontece por la

mera formulación e implementación de políticas públicas, ya que

requiere de un caldo de cultivo económico y socio-cultural apropia-

do. La política alcanza a crear las condiciones necesarias en las que

pueda surgir la innovación, y a evitar las rutinas o restrictores que

la dificultan o imposibilitan. En opinión de Innerarity, sin embargo,

la política se está adaptando escasamente a los cambios, y avanza

por detrás de otras innovaciones (económica, tecnológica, etc.), con

respuestas reactivas y sectoriales ante problemas complejos y globa-

les. De esta manera, retrocede la capacidad de innovación social de

la política. No se alcanza a concebir el futuro, y se reacciona y repara

con una limitada capacidad de entender los cambios sociales, anti-

cipar los escenarios futuros y formular un proyecto para conseguir

un orden social inteligente e inteligible. La actividad pública pier-

de representatividad, ya que cada vez se externaliza más el diseño

e implantación de las políticas públicas: definición de estrategias,

desarrollo de planes, oferta de servicios, etc.

Todo ello produce la despolitización de nuestra realidad. La de-

mocracia está en riesgo y es necesario innovar lo público, moder-

nizando la Administración y favoreciendo nuevas formas de gober-

nanza. Daniel Innerarity concluye que la solución a esta situación

de estancamiento pasa por posibilitar una comprensión y desarrollo

de la política como poder cooperativo en una red heterogénea.

Algunos de estos retos están ya incorporados en las líneas es-

tratégicas de Innobasque: creación de entornos que revalorizan el

dinamismo social, reflexión sobre los nuevos ritmos que acompa-

sarán la innovación social a la técnico-económica, y promoción de

nuevas formas de gobernanza y de innovación social.

AnderGurrutxaga nos propone abordarlacompetitividadglobal

desdelainnovaciónlocal, para lo cual invita a aunar el capital hu-

mano con sistemas educativos de calidad, con sistemas de políticas

públicas y entornos institucionales que premian las nuevas y buenas

ideas. Un objetivo que, necesariamente, debe reposar en la cohesión

social. Las redes humanas y la cultura de innovación serán diferen-

tes en cada lugar, en función a las características de su entorno, sus

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instituciones, dinámicas de relaciones, dimensiones (macro, meso,

micro), geografía, etc. Las dinámicas sociales que facilitan la inno-

vación son procesos socio-culturales, y sus bases son el intercambio

y la interacción bajo normas de reciprocidad y asociación, que pro-

mocionen la confianza, el reconocimiento, la identificación, la co-

laboración, la competencia, etc. Mantener la cohesión e integración

social es el mecanismo decisivo del impulso socio-económico, más

que una carga para los Estados. Por el contrario, la disolución del

capital social de una región puede provocar fragmentación social,

y frenar su desarrollo. Los déficits sociales de la innovación son la

baja lealtad institucional, la disminución de la confianza informal y

la debilidad del conocimiento institucional.

Según Gurrutxaga, la innovación necesita de contextosadecua-

dos y terrenos donde cultivarse, en los que germinan actividades en

las que se crea, aplica y comparte el conocimiento, a la par que nos

ofrecen la oportunidad de enfrentar problemas colectivamente. Los

«espacios interactivos de aprendizaje» son el máximo exponente de

entornos innovadores, y sus principales características son: libertad

de pensamiento y acción, actitudes experimentales hacia la realidad,

apertura en relación con las propias creencias, estimulación inter-

disciplinaria y de experiencias múltiples, acceso al conocimiento y

datos disponibles, recursos dispersos, y manejo tolerante de los fra-

casos. Por todo ello, las ciudades que ofrecen mayor calidad de vida y

que mejor acomodan la diversidad, atraen y retienen talento y, a su

vez, son más eficaces en la generación de actividades intensivas en

tecnología. Es importante fomentar los «eco-sistemas creativos» y

entre las condiciones necesarias para su creación, está la tolerancia.

Las estrategias de Innobasque implican atracción de agentes,

conceptualización de necesidades y oportunidades, y moviliza-

ción para la transformación. De esta manera, queremos contribuir

a atraer y movilizar a los actores sociales, para construir conjun-

tamente espacios interactivos de aprendizaje. Nuestro objetivo es

configurar a Euskadi, a medio y largo plazo, como un «eco-sistema

creativo e innovador».

Queremos agradecer a los autores su dedicación, esfuerzo y ge-

nerosidad. También es un placer para nosotros dejar testimonio

agradecido de la enorme labor realizada por todas las personas del

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i-Talde de Conceptualización de la Innovación Social, en el Área de

Innovación Social de Innobasque.

Toda esta pasión y energía ha sido ofrecida generosamente para

crear una sociedad orientada al aprendizaje e innovación.

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Introducción

Pedro Luis Uriarte

Presidente de Innobasque

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Constructores sociales

Vivimos, como ya se ha apuntado en varias ocasiones, el «cambio

de los tiempos», aunque hasta ahora sólo lo habíamos analizado

como «un tiempo de cambios». Nos toca, por lo tanto, contribuir a

que la sociedad «nasciturus» se sustente en una estructura de valo-

res acorde a las necesidades y expectativas de un mundo que se ha

transformado intensa y rapidísimamente.

Como apuntan en su introducción Xabier Retegi y Luis Mari

Ullibarri, el modelo de sociedad por el que estamos trabajando pre-

tende favorecer la construcción de un entorno en el que las perso-

nas vivan de forma coherente los comportamientos y actitudes vin-

culadas a la innovación. En este contexto, no sorprende que una de

nuestras líneas de trabajo prioritarias haya sido, precisamente, el

análisis sobre los valores que, entendemos, deben guiar esta trans-

formación.

La innovación es un fenómeno netamente social. Estrictamente

social, podríamos decir. Vivimos tiempos felices en los que, parece

ser que de forma ya definitiva, el individualismo va dejando paso

a la individualidad. Un salto importante, gracias al cual las perso-

nas dejamos de actuar como miembros de una especie, y pasamos

a ser cons-ructores sociales, y aportamos de forma crítica nuestros

conocimientos a la organización de la especie. Una reflexión básica

que tomó prestada del siempre preclaro Eudald Carbonell. Como

él, yo también soy optimista cuando reflexiono sobre la intensa

transformación que estamos experimentando, como personas y

como sociedad.

Este optimismo se ve alimentado, entre otros estímulos, por el

talento de las personas que han colaborado en el ensayo que ten-

go el honor del prologar, los profesores Daniel Innerarity y Ander

Gurrutxaga. No voy a extenderme en glosar su extenso e impresio-

nante curriculum profesional, sobradamente conocido y admirado,

pero no puedo dejar de hacer un reconocimiento expreso a su enor-

me calidad personal y a la generosidad demostrada en estos meses

de trabajo. Son, sin duda, amigos de una gran experiencia, en el sen-

tido apuntado por G. W. Leibniz: «la experiencia no consiste en el nú-

mero de cosas que se han visto, sino en el número de cosas sobre las que

se ha reflexionado con fruto». Y ellos lo han hecho, con mucho fruto.

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Esta publicación quiere ser un vehículo para compartir las reflexio-

nes sobre los valores de la innovación que durante muchos meses

hemos tenido el inmenso privilegio de trabajar, codo con codo, con

los autores. El trabajo se enmarca en la labor realizada por muchas

personas del Consejo de Innovación Social de Innobasque, y más

específicamente, en el I-Talde en el que tanto Daniel Innerarity

como Ander Gurrutxaga han participado.

Sirvan estas líneas como reconocimiento a todas y cada unas

de las personas que, con enorme generosidad, han contribuido a

enriquecer nuestra visión. Han logrado, igualmente, alimentar la

esperanza y el optimismo, alientos fundamentales en este proce-

so de transformación. No quiero desaprovechar esta ocasión para

agradecerles, igualmente, su confianza en Innobasque, como plata-

forma de difusión y reflexión.

En julio de 2007 pusimos en marcha un proyecto ilusionante y

que podía juzgarse como irrealizable en términos objetivos (muy a

menudo me pregunto si no lo son, en definitiva, todos los proyectos

vitales en los que realmente merece la pena embarcarse). Formula-

mos nuestro objetivo centrado en la máxima aspiración: convertir a

Euskadi en «EL» referente en innovación en Europa, y nos pusimos

un plazo de realización de una generación. Dimos, con ello, el pri-

mer paso para convertir en realidad lo que parecía ser un sueño.

Desde ese momento, cientos de personas se han acercado a Inno-

basque (a los diferentes grupos de trabajo, a los foros de reflexión y

actividades que hemos promovido) con la voluntad de aportar su

visión y conocimientos a la construcción del proyecto de intensa

transformación de nuestra realidad social y económica que estamos

impulsando.

Este trabajo es uno de los resultados más ilusionantes del pro-

ceso y, a buen seguro, no será el único.

Mi enhorabuena, y mi profundo agradecimiento, a todos los

hombres y mujeres que han empeñado su tiempo en comenzar a

hacer realidad nuestro sueño.

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La sociedad de la Innovación.

Notas para una teoría de la innovación social

Daniel Innerarity

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La carencia de un concepto adecuado de innovación social se debe a

que no hay una teoría de la sociedad de la innovación que explique

la vinculación de ambos conceptos. Este texto pretende contribuir

a paliar este deficit conceptual. Parte de una crítica a la idea de que

la sociedad pueda existir sin innovación o con una innovación res-

tringida al dominio técnico-económico (1) y a los efectos que en el

conjunto de la sociedad provoca esta carencia de integración social

de lo que podría llamarse una innovación sin sociedad (2); en una

segunda parte, más propositiva, se explica por qué no hay innova-

ción sin sociedad o, dicho de otra manera, por qué la innovación es

un asunto social (3), y por qué no hay sociedad sin innovación, al

menos sociedad moderna tal y como la hemos entendido (4).

1. La sociedad sin innovación

El discurso dominante acerca de la innovación parece caracterizar-

se por una restricción que la reduce a un proceso de adquisiciones

técnicas con el fin de fortalecer la competitividad en un mercado

globalizado. Sirva para ilustrar esta visión estrecha de la innovación

la definición que da de ella la OCDE. El determinismo de las con-

cepciones sociales de Marx, Schumpeter o Taylor se ha transmutado

en una retórica de la innovación que hace depender la prosperi-

dad social únicamente de las adquisiciones técnico-económicas. Es

muy frecuente que la investigación acerca de la innovación, incluso

cuando se propone explicar los cambios estructurales de la socie-

dad, lo haga con una concepción muy tecnicista. No hay una teoría

que ponga en sintonía satisfactoriamente la innovación y la consti-

tución de la sociedad moderna. Podría sintetizarse este desencuen-

tro diciendo que quienes se ocupan de la innovación están poco

interesados en la sociedad y quienes piensan la sociedad no parecen

haber entendido la centralidad que la innovación tiene a la hora de

comprender nuestras sociedades. En última instancia, la sociedad

es pensada como una realidad sin innovación o, lo que es lo mis-

mo, con una innovación restringida que no afecta a su constitución

como sociedad.

Las explicaciones habituales de la innovación son insuficientes

en virtud de su determinismo. El ejemplo más claro de ello es la teo-

ría de los ciclos de Kondratieff que fue reelaborada por Schumpeter

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(Kondratieff 1926; Schumpeter [1939] 1961). Según esta teoría, las

innovaciones técnico-económicas básicas desencadenan ciclos lar-

gos en el desarrollo económico y social. Su falta de solidez se debe a

que la relación implícita que establece entre desarrollo técnico, eco-

nómico y social es infracompleja. El crecimiento no sólo se explica

económicamente sino mediante interdependencias entre procesos

socioeconómicos y procesos político-institucionales. Esta teoría de

la innovación desconoce la dinámica propia, la interdependencia,

pero también la indiferencia de los subsistemas sociales como con-

secuencia de la diferenciación social.

Incluso en las más recientes teorías de la sociedad de la infor-

mación y del conocimiento ha seguido dominando la dependen-

cia de lo social respecto de lo técnico (Hack 1998; Rammert 1997).

Resuelven la relación entre innovación, desarrollo tecnológico y

procesos de cambio social en favor de uno de los elementos. El sa-

ber que conciben como fuente de innovación y de cambio social

lo es gracias a la combinación de redes sociales y nuevas tecnolo-

gías de la información. De manera muy semejante a la teoría de

los «grandes ciclos», también Castells ve en la tecnología la base de

las modificaciones, aunque la innovación se encuentre propiamente

en la manera de gestionar información y saber (Castells 1996). Las

principales concepciones de la sociedad del conocimiento recono-

cen el significado de la innovación para el cambio social, pero las

causalidades implícitas quedan sin explicar. En la dependencia de

lo social frente a lo técnico, así como en la identificación de técnica

e innovación, se presupone lo que debería propiamente explicarse.

Pero la relación entre desarrollo tecnológico y cambio social debe

ser explicada en toda su complejidad, si es que queremos entender

adecuadamente la relación entre innovación y sociedad.

Aunque la expresión «innovación social» fue formulada hace po-

cos años por Wolfgang Zapf (1989), sus orígenes pueden rastrearse

en la teoría del cambio social de William Ogburn en 1923 (1969).

Según este sociólogo americano, el cambio social tendría lugar en la

interacción entre dos culturas complementarias: la cultura material

(los artefactos y proyectos tecnológicos) y la cultura inmaterial (las

reglas y prácticas que caracterizan nuestra relación con la tecnolo-

gía). A partir de esta distinción, Ogburn formula su distinción, tantas

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veces citada, del «cultural lag»: el diferencial que se crea entre ambas

culturas debido a sus distintas velocidades de desarrollo. El ejemplo

que aduce para ilustrar esto es el aprovechamiento de los bosques en

los Estados Unidos. En la época de las primeras migraciones, la tala

de árboles era considerada como algo lógico para la supervivencia.

Esta cultura inmaterial estaba en equilibrio con la reposición natu-

ral de los bosques mientras no había una gran demanda de madera,

pero, con el aumento de la población esa forma de relación con la

naturaleza superaba la velocidad de reposición del medio natural y

amenazaba las condiciones de la supervivencia. Ha sido precisamen-

te la innovación social de la conciencia ecológica la que ha posibili-

tado después la superación del «cultural lag» entre la cultura mate-

rial y la inmaterial, favoreciendo de este modo el progreso social.

Otro momento de la historia de la innovación social procede de

la misma teoría económica. Cuando se quiere comprender el pro-

ceso de innovación en su complejidad social y política, entonces

su versión tecnológica y económica aparece como algo insuficiente.

El intento de ampliar socialmente el concepto de innovación fue

llevado a cabo por la economía evolutiva de las instituciones, que

criticaba la teoría clásica de la innovación en dos aspectos: por su

concepción abstracta del comportamiento del mercado y por su

idea simplista de la empresa. Para la teoría económica clásica, el

mercado era entendido como una instancia natural, independiente

de toda consideración social y que, siguiendo leyes objetivas, decide

si una innovación tecnologica tiene éxito o fracasa. Pero en los mer-

cados liberalizados las fuerzas sociales deciden o influyen sobre las

innovaciones: el mercado no es una instancia independiente sino

una institución donde comparecen diversos intereses. El desarrollo

de muchas innovaciones, como la energía nuclear o las alternativas,

sería impensable sin intervenciones políticas. Muchos mercados

para productos innovadores no existirían sin inversiones públicas.

El otro objetivo de la crítica es la idea simplificada de empresa

como una racionalidad que permitiría anticipar calculadoramen-

te las innovaciones tecnológicas. Si una innovación funciona, si es

aceptada por la sociedad, son cuestiones caracterizadas por una

gran inseguridad. La empresa no es, además, una organización mo-

nolítica: el departamento de investigación juzgará una innovación

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de una manera diferente del de producción. Una empresa es más

bien un espacio polémico en el que compiten diferentes percep-

ciones, lógicas e intereses. Las decisiones empresariales no surgen

necesariamente de un cálculo racional en el que no intervinieran

consideraciones sociales. Cuanto más compleja sea la estructura

socio-tecnológica de la que surgen las innovaciones, más atención

debemos prestar a los aspectos no económicos que contribuyen al

éxito o fracaso económico.

La crítica del estrechamiento técnico de la inovación tuvo otro

momento culminante en la discusión sobre las consecuencias socia-

les de la técnica a lo largo de los años 90 (Simonis 1993; Sauer/Lang

1999). Contra los anteriores determinismos se hizo valer incluso el

esquema inverso: lo social como condición de posibilidad de las

innovaciones técnicas (North 1990). Las innovaciones requieren

determinadas condiciones sociales que no se explican exclusiva-

mente en virtud de las innovaciones técnicas. Como resultado de

estos debates, se puso el acento en los presupuestos sociales de las

innovaciones técnicas y económicas (tanto de las queridas como de

las no-queridas), en la inserción social de tales innovaciones y en el

papel de las instituciones sociales a la hora de llevarlas a la práctica.

La atención al aspecto social de la innovación produce también un

cambio de acento en la concepción social de la tecnología. Mien-

tras que la sociología de la técnica ha tendido a concebirla como

un mecanismo controlado, intencional y repetible, una sociología

de la innovación incidiría más bien en el aspecto incontrolable, no-

intencional y diferenciador de la técnica. El acento consistiría en

tomar en consideración la inseguridad constitutiva que la acción

social produce y a la que, al mismo tiempo, ha de hacer frente, supe-

rando así una concepción instrumental y mecánica de la técnica.

Al mismo tiempo, lo social pasa a ser considerado también

como un ámbito de innovación. La innovación no se da sólo en

el ámbito de las ciencias de la naturaleza, en la tecnología o en el

mundo empresarial, sino en otros espacios sociales como la polí-

tica, la educación, el sistema sanitario o la administración, que son

igualmente capaces de descubrimiento, novedad, progreso e in-

vención. También en ellos surgen, ocasionalmente, lo que William

Ogburn llamaba las «invenciones sociales», conquistas sociales como

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la introducción del sufragio femenino, el seguro de desempleo o los

acuerdos de paz, que contribuyen a la mejora de las condiciones de

vida colectiva e impulsan el cambio social.

¿Hasta qué punto las sociedades innovan, más allá de sus siste-

mas de innovación tecnológica, científica, productiva y económica?

Vivimos efectivamente en una sociedad descompensada: entre la

euforia tecno-científica y el analfabetismo de valores cívicos, en-

tre la innovación tecnológica y la redundancia social, entre cultura

crítica en el espacio de la ciencia o en el mundo económico y un es-

pacio político y social donde se innova poco, donde hay una escasa

capacidad para articular el equilibrio entre consenso y disenso, para

canalizar los conflictos y diseñar modelos de convivencia.

Al mismo tiempo, hay que pensar seriamente la capacidad

de innovación social de la política (entendida en su sentido más

amplio). Es una valoración casi unánimemente compartida que la

capacidad configuradora de la política retrocede de manera pre-

ocupante en relación con sus propias aspiraciones y con la función

pública que se le asigna. Esta debilidad contrasta con el dinamis-

mo de otros sistemas sociales. En nuestras sociedades conviven la

innovación en los ámbitos financieros, tecnológicos, científicos y

culturales con una política inercial y marginalizada. El repliegue de

la política frente al vigor de la economía o al pluralismo del ámbito

cultural es un dato que merece ser tomado como punto de parti-

da de cualquier reflexión acerca de la función de la política en el

momento actual. Hace tiempo que las innovaciones no proceden

de instancias políticas sino de la inventiva que se agudiza en otros

espacios de la sociedad. No se concibe, sino que se repara, desde una

crónica incapacidad para comprender los cambios sociales, antici-

par los escenarios futuros y formular un proyecto para conseguir un

orden social inteligente e inteligible.

Hay quien ha entendido las innovaciones sociales como mero

contrapunto compensatorio de las innovaciones tecnológicas,

como «complemento de la innovación técnica» (Gillwald 2000, 36).

Pero este planteamiento olvida que en la innovación tecnológica

hay ya, frecuentemente, una innovación social. La mejor sociología

de la técnica reconoce que en los artefactos técnicos está inscrito un

orden politico y social (Winner 1980). Las innovaciones sociales no

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son tanto compensación de las innovaciones técnicas sino que están

insertas en ellas. En el fondo de esta teoría de la innovación social

como compensación subyace un dualismo entre materia y espíritu

según el cual lo técnico se identificaría con lo material y lo social

con lo simbólico. Reducir la tecnología al artefacto material signifi-

ca olvidar todo ese saber explícito e implícito que es necesario para

desarrollar y utilizar una innovación tecnológica. Una tecnología

contiene tanto el artefacto material como el saber simbólicamente

codificado. La dicotomía material–espíritu es fatal para la innova-

ción social ya que cualquier innovación social, si ha de durar, re-

quiere una estabilización material.

No tiene sentido oponer lo técnico a lo simbólico; la gran cues-

tión es hoy cómo articular las innovaciones simbólicas y comuni-

cativas con las innovaciones técnicas y materiales. La idea de inno-

vación social nos obliga a pensar fuera del dualismo entre ciencias

y letras, técnica y valores, identidad y ciudadanía, global y local. Las

mayores innovaciones van a producirse, precisamente, en el reno-

vado encuentro entre estas dimensiones que, hasta ahora, se han

pensado y vivido como opuestas y que adjudicaban el monopolio

de la innovación a uno de los polos, mientras que asignaba al otro

la repetición vetusta y el retraso histórico. No se trataría de volver

la balanza hacia al otro extremo, sino de cuestionar esta contraposi-

ción y buscar redefiniciones inéditas de esas tensiones básicas.

¿Cómo entender entonces la naturaleza de la innovación social?

Según Zapf, las innovaciones sociales se miden por el hecho de que

«ayudan a resolver mejor nuestros problemas sociales» (Zapf 1989,

174) o porque elevan la capacidad de adaptación de las sociedades.

Para Gillwald, como innovación social podemos entender «aquellas

regulaciones socialmente exitosas de actividades y procedimientos que

se desvían de los esquemas acostumbrados hasta entonces» (Gillwald

2000, 1). Pero si se trata de una verdadera innovación, el lenguaje

de la adaptación o el de la desviación resultan insuficientes. Un de-

bate colectivo se empobrecería si estuviera prohibido preguntarse

qué debe adaptarse a qué (cuestión que, en la versión tópica de la

innovación para la competitividad, está completamente oculta por

la banalidad del lugar común). ¿Y si la verdadera innovación (no

sólo la social) consistiera menos en la invención de soluciones para

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problemas ya existentes que en el descubrimiento de problemas

nuevos, hasta ahora inadvertidos o reprimidos? En una sociedad

bien constituida las soluciones de eficacia no pueden resolver com-

pletamente los problemas de legitimación. En las sociedades demo-

cráticas tiene que haber un espacio crítico donde puedan discutirse

las innovaciones que pretenden poner en entredicho o superar los

criterios dominantes.

Esto era lo que pretendían hacer valer quienes, en los años 80,

retomaron el concepto de innovación política (Polsby 1984; White

1982). Entre ellos cabe destacar la idea de Polsby de que, a diferen-

cia de la reforma, que discurre en los cauces de la política oficial,

las innovaciones políticas ponen en marcha procesos sociales que

rompen con las rutinas institucionales. Hay siempre una tensión

irreductible entre la acción creadora y las meras exigencias funcio-

nales de adaptación.

Para comprender bien en qué puede consistir la innovación so-

cial es necesario volver a pensar la relación entre desarrollo técnico,

innovación y cambio social. Es un buen escenario para hacer verda-

deramente justicia a la complejidad de la sociedad contemporánea

y obtener una concepción alternativa de la innovación, que no su-

prima ni su tensión, ni su riqueza, ni su ambivalencia.

2. La innovación sin sociedad

La mayor parte de los problemas de la sociedad contemporánea no

proceden tanto del exceso o de la falta de inovación, como del des-

equilibrio entre velocidades de innovación diferentes; la innovación

se realiza sin una sociedad que la acoja e integre equilibradamen-

te. La debilidad conceptual y práctica de la innovación social tiene

como consecuencia el hecho de que sigamos confiando en que las

innovaciones técnicoeconómicas nos vayan a asegurar la mejora de

las condiciones de vida en toda su amplitud. Pero el hecho es que

una innovación sin sociedad produce efectos socialmente indesea-

dos y todavía continúa siendo una cuestión completamente abierta

la de comprender y gobernar los efectos sociales de la innovación.

El mundo avanza con distintas velocidades, por lo que conti-

nuamente aparecen líneas de quiebra entre las distintas dinámicas

de innovación. Estas disparidades o líneas de falla reciben diversos

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nombres: décalage, gap, brecha, choque…; en todas ellas, se pone de

manifiesto que las lógicas temporales son distintas, incompatibles

e incluso antagónicas, y que, en algunas de ellas, es muy fuerte la

pretensión de imponerse sobre el resto.

Hay heterocronías que se hacen patentes como conflictos entre

los sujetos y los grupos (el tiempo de los jóvenes y el de los mayores,

el desequilibrio entre las generaciones o las desigualdades en gene-

ral) o como falta de sincronía entre los diversos sistemas sociales

(las innovaciones tecnológicas frente a la lentitud del derecho, el

tiempo del consumo contra el tiempo de los recursos, el tiempo

mediático que contrasta con el tiempo científico). Los subsistemas

sociales han desarrollado una lógica propia también desde el punto

de vista de la innovación y su dinámica, aceleración, su ritmo y ve-

locidad, que son, en buena medida, independientes: el tiempo de la

moda no coincide con el tiempo de la religión, ni el de la tecnología

con el del derecho, ni el de la economía con el de la política, ni el

de los ecosistemas con el del consumo. Las desincronizaciones son

una prueba de que el progreso no avanza unitariamente, de que, por

ejemplo, el progreso de la ciencia y la técnica no es equivalente al

progreso social. Se ha desvanecido la suposición, más bien determi-

nista, de que la innovación económica y el desarrollo político vayan

necesariamente de la mano.

Pero no sólo existen conflictos de tiempo porque los diferentes

sistemas no estén sincronizados. Hay también contrastes y disfun-

ciones temporales dentro de cada sistema. Un ejemplo lo podemos

encontrar en el modo en que la economía financiera tiende a impo-

nerse sobre otras dimensiones de la economía. Con el auge y la crisis

de la new economy lo que se puso de manifiesto fue precisamente

la divergencia entre la alta velocidad de los mercados financieros y

las inversiones reales.

Las grandes disfuncionalidades en las que vivimos tienen en su

origen alguna falta de sincronía temporal. La desintegración social

es una consecuencia de una creciente desincronización temporal, la

destrucción del medio ambiente resulta de que los ciclos naturales

de regeneración se encuentran sobrecargados, la pérdida de auto-

nomía personal se sigue de una aceleración social que impide a los

individuos formarse una opinión coherente (Rosa 2005, 110).

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La mayor escala de esa falta de sincronía que caracteriza al mundo

actual se realiza en el contraste entre el tiempo global y el tiempo

local, entre las sincronizaciones globales (financiera, comunicativa,

internet) y las desincronizaciones también globales (desigualdades,

conflictividad, grupos enteros de población, el tercer mundo, fun-

damentalismos…). El desequilibrio es bien evidente y explica las

fuerzas de fondo que operan en los espacios globales: movimientos

migratorios, falta de unidad jurídica, distintas responsabilidades

respecto del medio ambiente, el poder hegemónico que se resiste a

entrar en lógicas de sincronización postsoberanista… La debilidad

de las instituciones para la gobernanza mundial dificulta enorme-

mente la sincronización de un mundo disparatado. La innovación

social se encuentra aquí en un estado rudimentario.

La desincronización también tiene que ver con la desigual uni-

ficación del mundo (que nos hace a todos presentes, pero que no

unifica completamente) o con la multiculturalización de nuestras

sociedades, en las que comparecen distintos grupos con identida-

des diferentes. En ambos casos lo que hay es, o bien unificación del

tiempo sin unidad de lugar (instantaneidad de la comunicación y

los mercados financieros), o bien unidad de lugar sin unificación

del tiempo (multiculturalidad). La tensión entre unas fuerzas que

unifican pero no diferencian y unas diferencias sin capacidad o vo-

luntad de unificar, entre un tiempo sin lugar y un lugar sin tiem-

po, seguirá ocupándonos mientras seamos incapaces de formular

lógicas que permitan una sincronización que no sea impositiva

(Innerarity 2008).

La naturaleza colectiva del tiempo en el que vivimos nos obliga

a unas especiales sincronizaciones, gracias a las cuales se regula la

compatibilidad, la cooperación o la competencia. La política tiene

precisamente como función asegurar la unidad cultural del tiempo

frente a las tendencias de desintegración social, respetando al mis-

mo tiempo el profundo pluralismo social que también se expresa

como pluralismo de temporalidades. Una «política del tiempo» se-

ría precisamente una innovación social que tendría como objetivo

identificar los diferentes planos institucionales que actúan a dife-

rentes velocidades y ritmos de interacción social (Pels 2003, 209).

La democracia moderna es un juego complejo de equilibrios en el

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orden de la velocidad y la lentitud; el pluralismo político también se

refleja como un pluralismo de la temporalidad: el tiempo lento de

la constitución, el tiempo medio de las legislaturas, el tiempo corto

de la opinión pública…

Ahora bien, ¿cómo puede la política organizar un poder sobre

el tiempo? ¿Cabe equilibrar la aceleración económica, técnico-

científica y mediática? ¿De qué manera se integran, política y so-

cialmente, la heterogeneidad de las innovaciones? La política de-

mocrática se encuentra máximamente expuesta al peligro de la

desincronización frente a los acelerados desarrollos económicos y

sociales. La principal desincronización entre los sistemas sociales se

debe al desencuentro entre los niveles de innovación económicos,

científicos y técnicos, y nuestra capacidad de tematizarlos política-

mente integrándolos en una totalidad social con sentido.

La autodeterminación democrática de la sociedad requiere unos

presupuestos culturales, estructurales e institucionales que parecen

erosionados precisamente por la aceleración social que promueven

las formas de innovación dominantes. Los procesos de innovación

y aceleración, que en su momento se originaron desde un impulso

utópico, se han autonomizado a costa de las esperanzas de progreso

politico y social. Hoy en día resulta más claro que la aceleración de

los procesos de cambio social, económico y tecnológico despolitiza,

en la medida en que dificulta la sincronización de los procesos y los

sistemas, sobrecarga la capacidad deliberativa del sistema político,

así como la integración social y el equilibrio generacional.

Uno de los principales problemas que se nos plantean es preci-

samente el que se deriva del contraste entre la rapidez de los cam-

bios sociales y la lentitud de la política. Los estados son demasiado

lentos en relación a la velocidad de las transacciones globales. La

formación, la política y el derecho no aguantan el ritmo del mundo

globalizado. Sus instituciones pierden progresivamente capacidad

de configuración sobre los procesos de innovación técnica y econó-

mica. Gobernar se convierte en un problema. Bajo la complejidad

de las exigencias de decidir y la presión mediática de inmediatez,

las instituciones políticas ven reducida su esfera de influencia, en el

mejor de los casos, a la reparación de los daños generados por las

innovaciones económicas y tecnológicas.

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El sistema político se encuentra ante un grave dilema. Por un lado

tiene que adaptarse al desarrollo acelerado de la ciencia y la técnica

para integrar sus innovaciones en el sistema social, pero por otro

no está en condiciones de seguir la velocidad del saber producido.

Mientras que la técnica sigue un curso enormemente acelerado, la

velocidad de los procedimientos políticos está limitada por sus pro-

cedimientos.

Esta es la razón por la cual el estado, que surgió como un ele-

mento dinamizador de las sociedades modernas, aparece hoy como

una figura de la ralentización social. Las administraciones, la bu-

rocracia, se presentan como paradigmas de lentitud, ineficiencia e

inflexibilidad. Todos los procesos de desburocratización o descen-

tralización están motivados por esta presión para acelerar las deci-

siones de las administraciones públicas. Esta búsqueda desesperada

de eficacia explica también el desplazamiento de los procedimien-

tos de decisión desde los ámbitos de la política democrática a otros

escenario más ágiles, pero menos representativos y democráticos. Y

explica también que el ámbito de la administración y la gobernanza

sean uno de los más urgidos por realizar avances significativos de

innovación social.

La dinámica de la innovación desincronizada constituye una

amenaza contra la política en la medida en que representa una

pérdida de la capacidad de autodisposición política de la sociedad.

Hay una contradicción en el hecho de que la vida democrática

supone autogobierno y sin embargo tenemos la conciencia de que

las temporalidades dominantes no nos permiten disponer de no-

sotros mismos. Existe toda una presión para convertir a la polí-

tica en un verdadero anacronismo, para que el mundo carezca de

forma política: las instancias más poderosas en lo que se refiere a la

determinación del tiempo no son democráticamente controladas o

controlables. Algunos anuncian por ello el «final de la política»;

otros, como respuesta a la «ingobernabilidad» de las sociedades

complejas, recomiendan una «desregulación» que representa de

hecho, una capitulación frente a los imperativos del movimien-

to económico. Por eso, nuestro gran desafío consiste en defender

las propiedades temporales de la formación democrática de una

voluntad política, sus procedimientos deliberativos, de reflexión

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y negociación, frente al imperialismo de las exigencias técnico-

económicas y la agitación del tiempo de los medios de comunica-

ción.

La cuestión es saber si, a pesar de la complejidad del mundo

contemporáneo, una sociedad puede, a través de la acción política,

configurar de algún modo su tiempo colectivo, darle un sentido y

resolver los problemas que plantea una aceleración discriminatoria.

Es uno de los principales ámbitos de innovación social si es que

queremos que la innovación no se ejerza contra la sociedad sino en

y para ella.

3. No hay innovación sin sociedad

En la retórica más habitual de la innovación se revela una falta de

comprensión de lo que esta significa: una creación imprevisible,

más bien escasa y siempre social. No existe innovación sin sociedad

por lo que, propiamente hablando, la misma expresión de «inno-

vación social» sería una redundancia; incluso cabría cuestionar la

oportunidad de una terminología que distingue las innovaciones

tecnológicas o económicas de otras que habría que entender como

propiamente sociales. La innovación solamente se da en sociedad y

carece de sentido fuera de un espacio intersubjetivo de aprobación

y reconocimiento. Las innovaciones, esa singular combinación de

novedad y optimación, son artefactos materiales o simbólicos que

los observadores perciben como novedosas y que sirven para me-

jorar lo existente.

Las innovaciones son un asunto social, de entrada, porque se

dan en un contexto social. Las innovaciones no irrumpen en las so-

ciedades desde el más allá; son resultado de practicas y estructuras

sociales. Hay un contexto social que las favorece. Las innovaciones

son un producto interactivo. Ningún inventor genial las produce

en exclusiva. Por muy poderoso o creativo que pueda ser un genio

individual, una innovación no es imputable a un actor solitario,

sino que es debida a la integración de las diversas prácticas (entre

ellas, la creatividad individual, por supuesto) en las que se articula

la división del trabajo. Las innovaciones interactúan socialmente

con otras innovaciones, de manera que se condicionan o disuelven

unas a otras.

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La identificación o atribución de una novedad no tiene lugar fuera

de un contexto. No se trata sólo del contexto social en el que una

innovación es registrada como tal, sino que el juicio de que algo es

nuevo o no depende de estructuras previas, es decir, expectativas y

experiencias, colectivas e individuales (Weick 1998). La caracteri-

zación de una novedad presupone un observador que está en un

contexto social, que califica a una desviación como novedad sobre

la base de unas estructuras de expectativa dentro de un contexto

específico (Luhmann 1994, 216).

El carácter imprevisible de la novedad y su inserción dentro de

una sociedad son dos caras de la misma moneda; la innovación es

imprevisible porque es un asunto social y nadie puede asegurar que

los demás reconocerán como tal una supuesta novedad. No basta

con que haya nuevas ideas para que pueda hablarse de innovación.

Una innovación tiene lugar cuando la idea se traduce en un nuevo

producto o servicio y es aceptada en el mercado. Una innovación es

algo real cuando es producida pero también cuando es reconocida

como innovadora por los demás, que la hacen propia, consumién-

dola o invirtiendo en ella, por ejemplo. La atribución del carácter

de innovación a una novedad requiere un juicio independiente del

sistema que la ha generado. Lo que decide si estamos ante una in-

novación o ante una mera ocurrencia es su aceptación por parte de

la sociedad. De ahí que la innovación sea el resultado de un juicio

social que sólo puede hacerse a posteriori. La experiencia de que

fracasan todos los intentos de definir la innovación, lo nuevo, aten-

diendo a una realidad objetiva, lo que se impone es dirigir la mira-

da hacia los procesos comunicativos de una sociedad en los que se

decide qué ha de entenderse por innovación, en el que se toman en

cuenta los contenidos, pero bajo las condiciones de determinadas

expectativas estructurales.

Donde mejor se comprueba el carácter social de las innovacio-

nes, su emancipación respecto de la creatividad individual, es en el

hecho de su variación histórica. Muchas novedades adoptaron su

forma exitosa en otros ámbitos y la utilidad fue distinta de la inicial-

mente pretendida. El más célebre ejemplo de ello en la historia de la

técnica lo tenemos en el caso del teléfono, que había sido pensado

por Bell para transmitir música, pero que desde Edison se consolidó

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en el ámbito de la comunicación oral (Rammert 1993, 233). Una his-

toria semejante es la del ordenador personal, para los que se espera-

ba una demanda muy escasa y con unas utilidades muy reducidas.

Por eso cabe suponer que la actual forma de muchas innovaciones

está fijada de manera transitoria, ya que puede haber reinvenciones

que la modifiquen y no sabemos aún lo que pueden dar de sí. Las

innovaciones se caracterizan frecuentemente por tener una forma

fluida. Pocas veces el objeto es el mismo al principio y al final de

un proceso de innovación. Una de las causas de esta capacidad de

transmutación reside en el hecho de que la confrontación con nue-

vas ideas suscita en los participantes un proceso de aprendizaje que

lleva a modificar productos y finalidades, adaptándolos a sus ne-

cesidades e intereses concretos. Las mismas innovaciones pueden

ser utilizadas para cosas distintas y no podemos ni determinar ni

predecir absolutamente ese uso que, por su carácter imprevisible,

forma también parte del proceso de innovación.

Incluso cuando la intencionalidad de una innovación estaba

fuertemente predeterminada, la innovación toma pocas veces el

curso previsto. Los procesos de innovación siguen una lógica que

no se muestra ni previsible ni calculable, pero tampoco completa-

mente azaroso. De ahí lo difícil que resulta establecer rígidos mode-

los causa-efecto para explicar la innovación, pronosticar su curso,

calcularlo económicamente y controlarlo políticamente.

La sociología ha puesto de manifiesto repetidamente hasta

qué punto las innovaciones están sometidas al curso del tiempo;

no siempre coinciden el sentido originario, el pretendido por sus

autores y el consumo que de ellas realizan los demás; desarrollos

posteriores, combinaciones con otros artefactos, reinterpretaciones

del usuario las van modificando con el paso del tiempo. Tan im-

portante como la producción es el consumo de las innovaciones

a la hora de determinar si las hay y en qué consisten. El uso y la

apropiación son los que deciden el éxito o el fracaso de un proceso

de innovación. La teoría de la «difusión» de las innovaciones, por

ejemplo (Rogers [1962] 2006), mostró hace tiempo en qué medida

los clientes y los lugares de aplicación contribuyen decisivamente al

desarrollo de las innovaciones, hasta el punto que se debería hablar

de un «proceso recursivo» (Asdonk / Bredeweg / Kowol 1991) entre

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innovación y difusión. También en este aspecto puede concluirse

que pensar la innovación al margen de sus condiciones sociales de

realización y variación es una abstracción que no hace justicia a

toda la complejidad del fenómeno.

4. No hay sociedad sin innovación

No es posible entender la sociedad moderna sin hacerse cargo de

la centralidad que en ella ha adquirido la institucionalización de

la innovación. La innovación se ha convertido en un motivo gene-

ralizado de acción. El «ubiquitious Innovating» (Braun-Thürmann

2005, 5) se traduce en el hecho, inimaginable en otras sociedades

o en otros momentos de la historia, de que apenas hay ámbito de

la sociedad moderna que renuncie a observarse desde el punto de

vista de lo que hay que renovar.

La sociedad moderna tiene una especial debilidad por lo nuevo

y que se traduce en diversas dinámicas de innovación en los diferen-

tes ámbitos sociales. En el arte moderno se exige originalidad, pero

no toda propuesta que apuesta por la transgresión encuentra la co-

rrespondiente aceptación; las noticias de los medios de comunica-

ción se orientan por el valor de novedad que ellos mismos crean;

en la política se trata de que los actores principales reconozcan a

tiempo (es decir, antes de las elecciones) los temas políticamente

relevantes a fin de encauzarlos en los correspondientes procesos de

decisión; desde que en la economía se tiene que producir bajo las

condiciones de escasez, para las empresas es muy importante que sus

productos se distingan suficientemente de los de la competencia.

Esta exigencia generalizada de innovar se debe a que un lar-

go proceso de diferenciación y profesionalización ha configurado

instituciones que están especializadas en producir sistemáticamente

innovaciones. Especialmente en las ciencias y en las artes se ha insta-

lado una dinámica que apuesta por extender las informaciones no-

vedosas y sorprendentes. Mientras que la innovación premoderna

era concebida como desviación, exorcizada como heterodoxia o

tolerada como genialidad, las sociedades modernas se constituyen

institucionalizando la producción de novedad. Sin este proceso no

podrían entenderse realidades que nos son tan constitutivas como

la conciencia, el gusto o la libertad política.

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La pregunta que todo esto nos plantea es si tiene sentido y en qué

medida hay que hacer algo para favorecer e impulsar la innovación,

en general y concretamente a escala local. La paradoja estriba en

que si algo es verderamente innovador no puede ser el resultado de

una acción intencional; por su propia definición, lo nuevo no puede

saberse con anterioridad; tendría que ser el resultado azaroso de un

descubrimiento, pero nada perseguido expresamente. ¿Hay alguna

posibilidad de escapar de esta contradicción?

De entrada, hay quien parte del supuesto de que las innova-

ciones son algo que se pueden, básicamente, planificar. Si esto fuera

así, entonces las innovaciones surgirían allí donde hubiera un plan

adecuado para producir la innovación y se aplicara consecuente-

mente. Todo esto presupone una concepción funcionalista de las

instituciones y una idea de la acción humana, en general, como

mera implementación de conceptos y modelos teóricos. Es evidente

que el tipo de acción encaminada a favorecer la innovación no pue-

de ser la misma que la rígida planificación que puede tener sentido

a la hora de conseguir otro tipo de objetivos. Propiamente hablan-

do, la innovación es algo que no puede exigirse ni producirse de una

manera decisionista. Lo que está a nuestro alcance es crear las con-

diciones necesarias, aunque no suficientes, en las que puede surgir

y evitar las rutinas o restrictores que la imposibilitan radicalmente.

En esto, la formulación negativa es la más socorrida, pero también

la más razonable teniendo en cuenta el carácter impredecible de lo

que se quiere favorecer. Porque la creatividad, que es el presupues-

to básico de la innovación, no puede ser forzada, ni tiene sentido

determinar previamente qué innovación se debe conseguir. Parece

mucho más lógico plantearse la cuestión de bajo qué condiciones

aumenta la verosimilitud de que se realicen innovaciones y crear

esas condiciones (Wottawa/Gluminski 1995).

Hay un debate paralelo en el que se discute cuál debe ser el

papel de los poderes públicos en lo que se refiere a las políticas de

innovación. Según los principios de laissez faire, la industria sería la

encargada de la innovación, mientras que las instituciones deberían

limitarse al campo de la ciencia y la formación. Esta sería la tradicio-

nal división del trabajo. El estado se ocuparía de la innovación úni-

camente de manera reactiva, para adaptar la legislación a las nuevas

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circunstancias tecnológicas y compensar los efectos negativos que

la innovación produciría sobre el conjunto de la sociedad. Para el

planteamieno más dirigista, el estado debería controlar la innova-

ción, especialmente a través de los grandes proyectos tecnológicos.

Frente a ambas concepciones destaca la comprensión de la política

como poder cooperativo en una red heterogénea, que plantea a la

acción del estado tanto límites como posibilidades. »La intervención

configuradora del estado está limitada hoy más que nunca a establecer

marcos para los contextos de investigación, desarrollo, producción y

aplicación de nuevas tecnologías para actores no estatales, que en gran

medida están autoorganizados y siguen su propia dinámica» (Dolata

2004, 23). Con ello se reconoce que el estado y los poderes públicos

no están en condiciones de planificar procesos complejos de inno-

vación tecnológica, pero que sí pueden establecer las condiciones

generales para las diversas actividades de innovación.

En sociedades complejas y tratándose de innovación se impo-

ne una especial modestia. Las sociedades y su cambio social son

solo limitadamente planificables y gobernables. Ahora bien, a pesar

de la indeterminabilidad temporal, en cuanto al contenido de los

procesos de innovación, sería completamente equivocado, por falta

de actitud anticipativa, abandonar este proceso a la casualidad. Los

procesos de innovación no son sólo procesos económicos, sino que

tienen lugar en un amplio contexto de realidades institucionales,

estructurales y políticas, que a su vez interactúan en espacios regio-

nales y supranacionales. Las fuerzas económicas no son suficientes

para «institucionalizar» la innovación. Es indudable que los pode-

res públicos tienen a su disposición una capacidad configuradora

que favorece la innovación, en la cultura, en la sociedad civil, en las

organizaciones y las instituciones. La cuestión sería entonces qué

condiciones estructurales hay que propiciar para que haya un clima

favorable a la innovación.

Entre estos factores que favorecen la innovación están determi-

nados elementos culturales, que, en parte, pueden propiciarse con

las políticas públicas y en parte se deben a procesos que se inscriben

en el largo plazo. Podría sintetizarse esa cultura en la idea de una

sociedad abierta al aprendizaje, capaz de cuestionar sus certezas,

evidencias y rutinas, de afrontar el efecto desestabilizador que todo

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ello supone. Los sistemas y las sociedades que se orientan por el

aprendizaje ganan la partida frente a los que solo aprenden con di-

ficultad y prefieren decirle a la realidad cómo debería ser.

La sociedad del aprendizaje implica también una nueva cultu-

ra en las organizaciones, cuya exigencia de informalidad aumenta

cuando se trata de gestionar el conocimiento y la innovación, asun-

tos para los cuales la organización jerárquica y sectorializada plan-

tea grandes limitaciones.

La verdadera riqueza de las sociedades reside en su saber. La

apelación a la sociedad del conocimiento y la innovación debería

convertirse en un horizonte perseguido con tenacidad, desde las

instituciones y con la colaboración de quienes tienen alguna res-

ponsabilidad en ello, tejiendo así una gran red que ponga en la mis-

ma dirección a las instituciones políticas, económicas y educativas,

los sectores público y privado. El paso hacia la sociedad del conoci-

miento consiste, sobre todo, en darnos cuenta de que la energía de

los talentos es incomparablemente superior a la fuerza de la materia

y de todas sus posibles transformaciones.

La llamada sociedad del conocimiento o del aprendizaje es

un tipo de sociedad que no compite tanto por recursos materiales

como por las destrezas que tienen que ver con el saber en un sentido

muy amplio. La innovación consiste, de entrada, en la capacidad de

distanciarse de las propias rutinas, de lo sabido, de los estereotipos

y en tener la capacidad de no contentarse con lo adquirido. El ma-

yor enemigo de la innovación es contentarse con lo bien que nos

haya podido ir hasta ahora. Por eso la innovación exige, de entrada,

una cultura del riesgo, la responsabilidad y el aprendizaje. Esta es la

clave del dinamismo social y del protagonismo que pueden ejercer

las sociedades. La innovación que resulta de estar en disposición

de aprender es un imperativo general, un valor que afecta tanto a

la organización empresarial como al modelo de convivencia que

hemos de diseñar, tanto a las formas de expresión en el mundo de la

cultura como a las políticas públicas.

En una economía del conocimiento, la innovación es potencia-

da cuando se acierta a configurar sistemas de innovación regional:

«redes empresariales espacialmente concentradas, insertadas socio-

culturalmente y estabilizadas institucionalmente que disponen de las

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ventajas especiales de acumulación, recombinación y aprovechamien-

to de saber técnico en los ámbitos tecnológicos elegidos» (Heidenreich

2000, 89). De entrada, puede parecer algo extemporáneo poner el

foco de la estrategia innovadora en la región o la nación en la era

de la globalización. El saber tecnológico, científico y cultural es pro-

ducido mundialmente; las innovaciones son consumidas a escala

global; gracias a la comunicación y el transporte las distancias es-

paciales pierden significación; incluso a las medianas empresas no

les asusta construir estructuras de producción y distribución globa-

les. Pues bien, en una economía del conocimiento, para sobrevivir

en la competencia global, los recursos están, cada vez más, a escala

local: bajo la forma de conocimientos, capacidades, en las relacio-

nes y motivaciones de los que no disponen los competidores ale-

jados (Cooke / Gómez / Etxebarria 1998; Freeman 1991; Lundvall /

Johnson / Andersen / Dalum 2002; Maillat 1995; Nelson 1993; Porter

1990; Storper 1997). Esta conexión entre la sociedad de la innova-

ción y la revalorización de espacios locales tiene una nueva lógica

que es preciso comprender y aprovechar.

Lo que se está produciendo es una confluencia entre las modi-

ficaciones del orden del espacio y las dinámicas de la innovación.

Durante mucho tiempo, la localidad de las innovaciones fue conce-

bida como una cuestión de competitividad. La cercanía especial de

las materias primas, las vías de transporte, los espacios de acogida

para el incremento de la población; todo esto se consideraba como

favorable para el surgimiento de industrias tecnológicas claves. Tales

factores de competitividad pierden su relevancia cuando decae el

tipo de economía que está en función del suministro de materias

primas y las correspondientes fuerzas de trabajo de la industria

clásica. Este es el punto de partida de las teorías de la sociedad que

diagnostican el tránsito de la sociedad industrial orientada por la

producción a la sociedad postindustrial del conocimiento (Bell

1973; Stehr 1994; Knorr Cetina 2000; Willke 2001). Gracias a la ve-

locidad, abaratamiento y extensión de la comunicación, y a la posi-

bilidad que todo ello ofrece de generar conocimiento en forma de

saber experto en todo el mundo, también es posible que trabajen en

un mismo proyecto o producto personas que no están en cercanía

física.

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Pero sería un error pensar que la globalización anula la significación

del espacio local en favor de un sistema mundial desterritorializado

de comunicaciones e intercambios. Con el proceso de globalización,

no se destruye la localidad sino que adquiere una nueva significa-

ción. Mientras que el desarrollo de las innovaciones puede ser im-

pulsado a través de la division global del trabajo, se forman nuevas

redes en la forma de sistemas regionales de innovación. Los estados

nacionales ya no son los únicos marcos de referencia para los pro-

cesos de innovación.

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42 Recorridos por la innovación

Recorridos por la innovación

Ander Gurrutxaga Abad

Catedrático Sociología. Universidad País Vasco

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