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Universidad del olima  Año 2013 Volumen 12 Nº 23 ISSN 1657-9992

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    Abril de 2013

    Revista de filosofa, poltica, arte y cultura

    Centro Cultural de la Universidad del Tolima

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    Revista del Centro Cultural de la Universidad del olima.Rector Dr. Jos Herman Muz ungo

    Director Julio Csar Carrin CastroEditor Jorge Octavio Gantiva Silva

    Consejo EditorialAlexander Martnez RivillasBoris Edgardo MorenoCarlos Arturo Gamboa BobadillaCsar Augusto Fonseca rquezFlix Ral Martnez ClevesGabriel Restrepo ForeroLibardo Vargas CelemnManuel Len CuartasMara Victoria Valencia Robles

    Asistente directorMara Anglica Mora Buitrago

    Diseo y Diagramacin Leonidas Rodrguez FierroImpresin Len Grficas Ltda.Tiraje 1.500 ejemplares

    Direccin postal: Centro Cultural Universidad del olima Barrio Santa Helena - Ibaguelfono: (+)57-8-2669156 - IbaguCorreo electrnico: [email protected]

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    abla de contenidoCarta a los lectoresCaminando la paz .......................................................................................................9

    Lamento por caro ...................................................................................................13Julio Csar Carrin Castro

    La imagen del cuerpo y el totalitarismo .....................................................................17Claude Lefort

    Los manuscritos de Marx de 1844 y las filosofas de la vida .......................................31Damin Pachn Soto

    La educacin: camino de los caminos y pasaje de los pasajes ......................................47Gabriel Restrepo

    La quiebra de la civilizacin occidental. Dilogo Slavoj Zizek - Peter Sloterdijk .........61Nicolas ruong

    Algunos textos del presidente Hugo Rafael Chvez Fras ........................................... 69

    eleologa y causalidad en la ontologa de Lukcs ......................................................79Nicols ertulian

    ltimo dilogo con Guillermo Hoyos .......................................................................99Numas Armando Gil Olivera

    La triloga crtica de la modernidad de Zygmunt Bauman. Un abrebocas para

    provocar su lectura ..................................................................................................103Boris Edgardo Moreno Rincn

    Jorge Elicer Pardo y el arte de novelar ....................................................................109Luz Stella Milln

    La potica de Rulfo en Nos han dado la tierra ..........................................................115Jos Honorio Martnez

    El arte como conocimiento .....................................................................................123Luis Fernando Rozo

    El Arte: una veraz mentira .......................................................................................133Mara Alejandra Espinosa Moreno

    Sonata I ..................................................................................................................143Julio Csar Ramrez Hernndez

    Una mirada panormica hacia la historia de nuestro teatro tolimense ......................147Mara G. Pacheco Rojas

    La Regeneracin en el olima ..................................................................................155Martha Isabel Barrero Galindo

    El ensayo: presencia, lmites y tipos .........................................................................169Leonardo Monroy Zuluaga

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    erritorio, territorialidad y multiterritorialidad: aproximaciones conceptuales .........181John Jairo Rincn Garca

    El sistema econmico en la Constitucin Boliviana. Del modelo econmiconeoliberal al modelo de economa plural .................................................................193Ftima E. ardo Quiroga

    Genealoga de las formas occidentales de apropiacin de la tierra ............................219

    Alexander Martnez Rivillas

    Aniquilan el capital social de las comunidades con el objeto de garantizar eldespojo del territorio ...............................................................................................235Renzo Alexander Garca

    Broncas quiero decir: el debate sobre La Colosa es poltico, no tcnico....................245Andrs afur

    Pacto por el agua .....................................................................................................251

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    Volumen 12 N 23

    ISSN 1657-9992

    Portada: La caida de caro. Cuadro de Jacob Peter Gowy 1636-37 Museo del prado.

    Aquelarre,revista no venal, editada por el Centro Cultural de laUniversidad del olima.

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    Caminando la paz

    Las negociaciones de paz en la Ha-bana han abierto un camino para lasolucin poltica del conflicto inter-no colombiano. A pesar del escepticismo yde la dura oposicin de sectores guerrerista,el proceso de paz vuelve a Colombia comoun proyecto de largo alcance con el prop-sito de cimentar grandes transformaciones

    democrticas. La lgica del capital insistiren subsumir este proceso en el juego dela transnacionalizacin, la acumulaciny el despojo; y querr mantener a rayalas luchas sociales y populares contra lamercantilizacin, la empresarizacin y elimperio del capital. Las lites, aferradas asus privilegios, insistirn en minimizar susalcances, persistirn limitarlas a un marcoexclusivamente rural abarca campos vincu-

    lantes con el conflicto y la vida econmicay social. ras largos aos de polarizacin,el pas ha ido tomando conciencia ycompromisos en defensa de este procesoque por sus proyecciones, contribuir a latransformacin democrtica de Colombia.El gobierno nacional ha expresado esta rutacomo prioritaria e irreversible, contandocon un amplio respaldo internacional; sinembargo, no deja de preocupar, la conspira-

    cin oligrquica, las maniobras del centrodemocrtico, acusado de sus lazos con ellatifundio armando; y las precariedades dela burguesa, mezquina y voraz que sueacon una rendicin incondicional sin trans-formaciones de fondo.

    Las conjeturas sobre el inmediato futuroson diversas. No obstante, una cosa es

    cierta, este proceso de paz es el caminoms cierto, complejo e irreversible que hayapodido construirse para la terminacin delconflicto interno de Colombia. La ideacentral es que pueda propiciar los cambiosfundamentales que el pas reclama y queel movimiento social y democrtico hapuesto en sus luchas histricas. El riesgo

    es reducirlo a un armisticio temporal o unpacto de corto alcance que estimularan unrecrudecimiento del conflicto. Los avancesen la Mesa de Negociaciones en La Habanay los mltiples gestos de voluntad y com-promiso entre las partes evidencian unarelativa certeza que seguimos caminandola paz como lo formulan el movimientosocial y popular.

    Evidentemente algunas de las debilidadesdel actual proceso de paz alientan la incer-tidumbre y la conspiracin por parte de laoligarqua reaccionaria. En particular, laausencia de un vigoroso movimiento social,civil y democrtico por la paz que soportela agenda de las negociaciones tiende a hacecreer de que se trata de un acuerdo entreguerreros. Precisamente, por la precariedadde la participacin ciudadana y la ausen-

    cia de un amplio movimiento pblico,tambin hace producir diversas dudas,vacilaciones e incomprensiones. El mismogobierno y los sectores reaccionarios hancontribuido a minar en ciertos momentosla credibilidad del proceso promoviendo elmiedo y el asedio catastrfico que generandeterminados medios de comunicacin.Evidentemente, el camino de la paz transita

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    por un camino estrecho, de limitaciones ypeligros, obstante, se arraiga y profundizael convencimiento de la paz como escenarioestratgico para las grandes transformacio-nes democrticas de Colombia.

    El actual proceso de paz ha puesto depresente un gran vaco: la debilidad dela izquierda colombiana, el alto grado dedispersin, su fragmentacin y la ausenciade un pensamiento estratgico. Aunadoa lo anterior, el predominio de visionesinstrumentales, corporativistas y reduccio-nistas, distorsionan la comprensin de lasdimensiones histricas de la paz. En estecontexto, las negociaciones de paz exigen

    un sujeto abierto y plural que sustente susaspiraciones estratgicas. Ante esta carenciala izquierda comprometida cabalmente conla solucin poltica del conflicto interno, nopuede contentarse con un mero saludo ala bandera, sino que obliga a replantearseen trminos de movimiento social el retohistrico de potenciar el sujeto plural, de-mocrtico y civil.

    La paz es un campo en disputa que precisainstalar una Idea-fuerza centrada en lareinvencin de la poltica. Un proceso deestas magnitudes necesita superar la visincorporativa e instrumental de la paz parapropiciar y cimentar otra poltica, otrosmodos de pensar y actuar en el escenarioestratgico de la paz. La potencia de Locomn toma fuerza como horizonte devida, de saber y poder. En este escenario de

    complejidad la construccin de Lo comnno es una suma de reivindicaciones, sinoun proyecto de mltiples interpelaciones

    y creaciones colectivas sobre la base de lasideas de la democracia profunda, el BuenVivir y la paz. Lo Comn es un caminarabierto al mundo, sin anteojeras, sensiblea la pluralidad y la riqueza de los saberes yprcticas emancipatorias.

    Sobre esta base, el proceso de paz exige lams amplia participacin de la sociedadcivil; debe apoyarse en las comunida-des y en el movimiento social. Su miraes potenciar Lo Comn y construir elpoder Constituyente. Ninguna paz serposible sin que ella se enrace en la vidade la comunidad. La paz se camina; secimenta en el paso concreto y autntico

    de los pueblos. No hay que temer, eldemosde Lo Comnes un vaco creadorque se construye y se gana. Por eso, laidea de la convocatoria de la AsambleaNacional Constituyente no es un salto alvaco, sino el campo abierto para cimen-tar esta poderosa idea de la paz centradaen el sujeto plural y Lo comn. Dicenlos pueblos indgenas y los movimientossociales seguimos caminado, la hoja

    de ruta dibuja un horizonte de grandestransformaciones democrticas. Sobreesta perspectiva, la poltica ser posiblereinventar otra forma de construir el saber,los territorios, los poderes y la autonoma.La reinvencin de la poltica es el eje so-bre el cual gira la idea de Lo Comnparaque la paz no sea el silencio de los fusiles,sino, el demos, lo democrtico construidodesde las partes-sin partes que cimentan

    los saberes, la autonoma y la dignidad delos pueblos. Seguimos caminando la pazcomo proyecto de Lo Comn.

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    Hasta siempre Comandante

    La muerte fsica del comandante Hugo Rafael Chvez Fras,presidente de la RepblicaBolivariana de Venezuela, el 5 de marzo de 2013, acaecida en la ciudad de Caracas, es unaprdida irreparable que sentimos en lo ms profundo del alma. Para los pueblos del mundo, loshumildes, los sin voz, los pobres y los trabajadores, hombres y mujeres, jvenes, comunidadesuniversitarias, intelectuales, artistas y movimientos sociales, representa un dolor inmenso sudesaparicin fsica que aspiramos revertir en el fortalecimiento de los proceso de resistenciay emancipacin. El legado del Comandante Chvez es raz de vida, alegra, pensamiento ycambio.

    La revistaAquelarre expresa su ms sincero sentimiento de pesar, amor y lucha por las ideasdel Comandante Hugo Rafael Chvez Fras. Un prximo nmero deAquelarre abordar lasideas y proyectos de Nuestra Amrica en Homenaje al presidente Chvez.

    Los pueblos de Nuestra Amrica gritan con coraje y sentimiento:

    Contigo no pudieron. Con nosotros tampoco podrn.

    Hasta siempre comandante.

    El EditorJorge Gantiva Silva

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    Lamento por caro(Del volar utpico a la desesperanza)

    Julio Csar Carrin Castro*

    Peter Sloterdijk afirma que la ventajay la primaca que ejerca el pasadosobre nuestras vidas y conciencias,se rompi cuando la humanidad occidentalinvent una forma de vida inaudita fundadaen la anticipacin del porvenir. Esto signi-

    fica que pasamos a vivir en un mundo quese futuriz cada vez ms. Dice Sloterdijkque cuando el sentido profundo de nuestroser en el mundoreside en el futurismo, quees el rasgo fundamental de nuestra formade existir, nos desentendemos del pasado ylas fatigas y afugias del presente, slo tienensentido como compromiso exclusivo con elporvenir, sumindonos en un leteo que des-acredita el pasado, humilla a los vencidos yavala el presentismo alrededor de esperanzassiempre truncadas y siempre postergadas.

    Comprender la historia como una conti-nuidad evolutiva, perfectible, que va de loinferior a lo superior, ha sido una mticaconviccin que por tiempo indefinido ha

    acompaado a la civilizacin occidental ycristiana, tercamente propensa a la bsquedadel paraso perdido, ya no desde la nostalgiay la aoranza por un pretrito irrecuperable,como haba sido fijado en los primitivosplanteamientos judeo-cristianos, sino, ahora

    sustentado en sueos e ilusiones de un futuromejor.

    Los filsofos y pensadores del cristianismoasumieron la idea del progreso como resulta-do de un plan divino, de una escatologa me-sinica, presente desde los orgenes mismos dela humanidad, a partir de lo prestablecido enlos planes de Dios. Pero la vida terrenal, queera considerada en la Edad Media como unsimple trnsito fugaz hacia la eternidad, fuepaulatinamente sustituida por las realizacio-nes y placeres terrenales. Nuevos filsofos ypensadores se ocuparon entonces, con deleite,complacencia y goce, en forjar perspectivaspara un mundo mejor ac en la tierra. A partirdel Renacimiento hemos conocido una des-

    * Director Aquelarre

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    aforada proliferacin de parasos terrenales,de ciudades de Dios, de Utopas y mundosmejores que se cumpliran en el transcursode nuestras vidas, y en nuestros vecindarios.

    El rumbo de las utopas, como simples re-flejos de lo subjetivo y como confrontacina una realidad inadmisible, sera modificadoa partir del racionalismo y de la Ilustracin,porque dejaran de ser ficticias, quimricas eirrealizables y pasaran a ser probables, reali-zables, factibles, bajo la dictadura de la ideadel progreso, que entrara a sustituir la deleterno retorno o la del paraso perdido.Ahora la meta estara, indefectiblementeligada a la construccin del maana. Ya lautopa no estara ms atada a la reactualiza-cin del pasado, como lo proponan las viejas

    concepciones, ni sera un lugar ni un tiempoimaginados e inalcanzables, sino un proyecto,una propuesta para la realizacin objetiva dela esperanza en el futuro.

    El propio desarrollo de los medios y procesosproductivos ha ido sealado esta nueva reli-giosidad de nuestro tiempo: el progresismo,el desarrollismo. Creencia que, sustentadaen el poder de unas ciencias y tecnologasexitosas, pero alejadas del espritu y carentesde conciencia, terminaron siendo puestas,ms que a favor del humanismo, al serviciode la opresin y de la guerra. Esa direccinnica que se ha dado al progreso, a la postresignificara una imparable evolucin que se

    dirige inexorablemente es al desastre, porque,en resumen, la ciencia y la tecnologa hantraicionado los intereses ticos y polticos dela humanidad.

    Hoy vivimos una irreversible crisis de esefuturismo. La prdida total de la esperanzay el triunfo incontrovertible de las distopas,del hasto, la desesperanza y el nihilismoOccidente ha vivido no slo el deterioro y ladecadencia de los mitos fundacionales de las

    mentalidades tradicionales, del pensar y delsentir cristiano-feudal, que logr perdurarpor miles de aos, sino la propia paulatinaaniquilacin de los nuevos mitos en que sebas la naciente burguesa para confrontar elviejo rgimen.

    La pretrita imaginacin utpica que acom-pa a la naciente burguesa, hoy ha sidodefraudada. En los albores de este siglo se vive ya es la realizacin de las distopas,o anti-utopas. Desde hace muchos aos seestn realizando ante nuestros ojos, proyectoscomo el de la movilizacin total, que GeorgeOrwell previera en su obra 1984, para lassociedades de masas en el capitalismo tardoy en esos remedos que se autodenominaronregmenes del socialismo real.

    Las mltiples formas de muerte administrada

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    caracterizan tanto la antigua como la recientehistoria de la llamada civilizacin occidental ycristiana, desde la Inquisicin, las cruzadas, lapersecucin y asesinato de herejes y de brujas,el llamado descubrimiento y conquista depueblos y territorios colonizados, explotadosy esclavizados, hasta la instalacin de loscampos de concentracin y de exterminio,que a izquierda y a derecha an pululan enel mundo. No slo los regmenes reconocidoscomo autoritarios o totalitarios acuden a lanegacin y privacin de los derechos y laslibertades, sino los mismos Estados reputadosy publicitados como democrticos, asumenhoy la perspectiva de la suspensin de lademocracia, supuestamente para preservar

    la democracia

    Debemos rescatar esa vieja funcin de lautopa como realizacin consciente de las es-peranzas, dirigida no slo a sealar las posibi-lidades reales para la construccin del futuro,no centrada nicamente en el pormenorizadodiseo de un mundo feliz (la sociedad co-munista del maana) sino edificada -comolo propusiera Walter Benjamin- desde laanamnesis, es decir, desde el imposible olvido;

    esa herencia de dolor que es preciso recoger.No en la versin de los vencedores, sino en lade los vencidos, humillados y ofendidos, enla de los derrotados. As, por ejemplo, en laprctica y en la teora de los anarquistas quesiempre han sido desconocidos, demeritadose invalidados por los vencedores de izquier-da o de derecha. Sus prcticas y teoras nossuministran un amplio material de crticano solo al desenvolvimiento del capitalismo,sino al del socialismo autoritario, con el quesiempre polemizaron. Estas teoras y acciones,a pesar de su sensatez, razn y lgica, siemprehan sucumbido. Debemos entender que enel estudio de los fracasos y de los vencidos,puede haber ms posibilidades de futuroque en el de las empresas polticas y socialessupuestamente exitosas.

    Andr Comte-Sponville en la introduccin

    de su libroEl mito de caro. Tratado de ladesesperanza y de la felicidad (Madrid: A.Machado libros, 2001) dice que todo culto,cualquiera que sea, funciona por la esperanza.La felicidad por venir es una felicidad ilusoria;y el optimismo termina siendo simplementela excusa de los tiranos.

    Esa amenazadora frase que Dante dice haberencontrado inscrita a las puertas del InfiernoRenunciad para siempre a la esperanza, -nosdice Comte-Sponville- debera servir msbien para dar entrada al Paraso: no a uncondenado que espera una salvacin impo-sible, sino al bienaventurado que todo lo haconseguido y slo a l nada ya le cabe esperar.La esperanza es la espera de la felicidad lo cualsupone tanto como que uno an no la tiene.

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    Como Ddalo, como caro, estamos atra-pados no slo en el laberinto de nuestrasilusiones, de nuestras utopas, sino en esemundillo de las razones pragmticas que nosimpone la cotidianidad. Pero cada uno denosotros tiene sus alas y su viaje; cada unola inmensidad de su cielo. odo consiste en

    desesperar del laberinto. Comprender que nohay salida, en ninguna parte, mas sin embar-gos debemos insistir, mantener vivas y forjarcada da nuevas y nuevas esperanzas. Comonos lo ensea la terquedad revolucionaria einsurgente de los pueblos vencidos, que seniegan a perder la memoria.

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    La imagen del cuerpo y el totalitarismo*

    Claude Lefort

    Las obras de Claude Lefort son poco conocidas en Colombia y Amrica Latina a pesar de

    la aparicin de algunas de ellas en casas editoriales no necesariamente de primer rango. La

    difusin de su pensamiento no tiene la extensin debida en nuestro universo cultural. En el

    caso de Colombia, Lefort jug un papel importante en el pensamiento de Estanislao Zuleta

    ya que muchas de las ideas sobre la democracia que ste puso a circular tienen claramente

    la impronta de una lectura atenta de uno de sus libros, como aquellas relacionadas con la

    irreductibilidad del conflicto y la elaboracin de una concepcin positiva de la democracia.Lefort ha desempeado, igualmente, un papel fundamental en la construccin del libro

    Orden y Violencia del profesor Daniel Pcaut; no obstante, el desconocimiento de los

    trabajos de Lefort en Colombia ha hecho que para los lectores de esta obra ya clsica de la

    historiografa colombiana, pase desapercibida una parte fundamental de su contenido. Para

    llenar este vaco publicamos esta conferencia del filsofo francs en traduccin renovada.

    Alberto Valencia Gutirrez

    Profesor Univalle Traductor

    * exto de una conferencia pronunciada ante un pblico compuesto por psicoanalistas, febrero de 1979. Publicadaen Confrontacion No. 2, Otoo de 1979 y posteriormente en L`Invention Democratique, Fayad, biblio-essais,pg.166-184. raduccin Alberto Valencia Gutirrez, Profesor itular Universidad del Valle, Facultad de CienciasSociales y Econmicas, Departamento de Sociologa, Cali, Colombia. Hemos conservado el estilo de conferenciahablado tal como aparece en el original francs.

    ClaudeLefort

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    Me parece conveniente adelantarmea la curiosidad de ustedes conalgunas observaciones de carcterpreliminar, sealar algunos mojones de miitinerario intelectual, y atraer la atencinsobre el problema del totalitarismo que estdesde hace mucho tiempo en el centro demi reflexin y me parece exigir una nuevaaproximacin a lo poltico. Este trmino haconocido una fortuna reciente, al menos ensu aplicacin a los regmenes llamados so-cialistas, an cuando es cierto que HannahArendt, RaymondAron, y algunos otros ennmero muy reducido, entre los cuales meencuentro yo mismo hicimos un uso de l,hace ya veinte o veinticinco aos tomndolo

    en su acepcin ms amplia, circunscribin-dolo a sus variantes tanto socialistas comofascistas. Cada uno se colocaba en una pers-pectiva singular; yo, por mi parte, ignorabaa Hannah Arendt en el momento en que,despus de haber consagrado cierto nmerode estudios a la crtica de la burocracia apartir de 1948-, me esforzaba en lograr unaconceptualizacin ms precisamente polticaen un ensayo titulado Le otalitarisme sansStalin que data de 1956. Recordemos que ha-

    blar de totalitarismo a propsito de la UninSovitica produca escndalo en la poca ycontinu producindolo an en estos ltimosaos. En el momento presente el trmino yano sorprende a nadie. Yo dira incluso que esutilizado antes de haber adquirido sentido.

    Que designa este termino? Un rgimenen el cual la violencia estatal se abate sobreel conjunto de la sociedad, un sistema decoercin generalizada, detallada - y mu-cho ms an -, sin llegar a constituirse en elsoporte de un nuevo pensamiento poltico,de un nuevo desciframiento de la historiade las sociedades modernas o de la historiaen general. Un poco ms y tendra temor demezclar mi voz al concierto de aquellos quesuelen denominarse nuevos filsofos. Detodas maneras, hace ya mucho tiempo queconsidero el totalitarismo como el hecho ms

    importante de nuestro tiempo, que planteaun enigma que invita a reexaminar la gnesisde las sociedades polticas; para ceder al temorde la moda.

    Como he hecho alusin a mis primeros tra-bajos sobre la burocracia, quiero recordarles osealarles que mi reflexin se ocup primeroen los horizontes del marxismo. En estrechacolaboracin con Castoriadis, quien habaprecozmente demarcado los rasgos de unanueva formacin social en la , me esfor-zaba por esclarecer la divisin de clases quese haba establecido despus de la RevolucinRusa y el carcter especifico de un Estado alcual se haba integrado la clase dominante,

    la burocracia. Esta ltima no encontraba losfundamentos de su poder en la propiedadprivada, sino colectivamente, solidariamente,en su dependencia del poder del Estado, delEstado-partido, que detentaba el conjuntode los medios de produccin. Esta capaburocrtica haca gala de una solidez, de unaestabilidad, a la cual el pensamiento trotskistahaba estado ciego, empendose en imaginarque una simple casta, parasitaria y transitoriase haba superpuesto a una infraestructura

    socialista, dejando de lado con cierto menos-precio la instauracin de un nuevo modo dedominacin y de explotacin a despensas delcampesinado, el proletariado, de la inmensamayora de la poblacin.

    Comparando burguesa y burocracia, yoobservaba que sta ltima ofreca un con-traste digno de resaltar entre la solidez de suconstitucin en tanto clase y la fragilidad dela posicin de sus miembros, que se encontra-ban siempre amenazados con ser aniquilados,cualesquiera que fuesen su rango y su autori-dad, a causa de su sujecin al poder poltico.Las grandes purgas estalinistas haban reve-lado que la burocracia era idealmente todoy los burcratas nada; la eviccin peridicade miles y miles de burcratas, lejos de sercontraria a los intereses de la burocracia, mepareca testimoniar su poder, ms all de la

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    contingencia de los individuos. Estos anlisislos desarrollaba bajo el signo de lo que me pa-reca ser el marxismo autentico, el marxismode Marx, que como poda observar haba sidototalmente tergiversado en todas las versionesdel marxismo pretendidamente ortodoxo.

    De esta manera crea firmemente, en la poca,en el papel del proletariado, que era a misojos el agente privilegiado de la Historia.Pensaba, en suma, que la burocracia, si biensacaba partido de las condiciones modernasde la sociedad industrial, slo haba logradoconstituirse, desarrollarse, convertirse en unafuerza histrica gracias a que la clase obrerase haba dividido, entrado en contradiccin

    consigo misma en el transcurso de las luchasseculares para organizarse y emanciparse;que haba engendrado una capa dominante;que se haba alienado en la figura de unaDireccin; de un poder que demostraba seruna fuerza extranjera, y que trabaja por supropia cuenta En virtud de una dialctica,de la cual conozco demasiado sus resortes,llegaba a la conclusin de que era necesarioesta alienacin del proletariado a si-mismo,este ltimo modo de la alienacin; que era

    necesario que se llevar a trmino para elproletariado esta experiencia en el fondo dela cual se desprenda y se volva contra l unaburocracia, para que afirmara plenamente laexigencia de una abolicin de toda divisinsocial y no solamente de la propiedad privada.La representacin de una sociedad liberada dela divisin orientaba as mi argumentacin.

    Sin embargo, hay dos razones que, al menoscomo veo las cosas ahora, contrariaron estaperspectiva marxista y me impidieron la ad-hesin plena a una concepcin que reducala creatividad de la Historia a la creatividaddel proletariado. Estas dos razones son apa-rentemente de un orden totalmente diferente.En primer lugar, en el momento mismo enque imaginaba una abolicin de la divisinsocial, y encontraba en el proletariado el msadecuado agente de la Historia, tena una

    prctica de la lectura de Marx que suponauna singular sensibilidad a la interrogacin.Permtame recordarles: no soy ni socilogo nipolitlogo de origen. Mi formacin es filos-fica, y la adquir cuando estaba todava en losbancos del Liceo al lado de Merleau-Ponty,un pensador que tena el don de romper lascertidumbres, de introducir la complicacinall donde se buscaba la simplificacin, querechazaba la distincin del sujeto y del objeto,enseaba que las verdaderas preguntas no seagotan en las respuestas, que stas no vienensolamente de nosotros, sino que son el indica-tivo de nuestra manera de frecuentar el mun-do, a los otros, al ser mismo. De esta maneraatrado, o mejor an, encantado por Marx,no poda sin embargo leerlo sin satisfacer lasexigencias a cuyo nivel me haba colocado la

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    filosofa de Merleau-Ponty. Solo establecauna relacin con su obra interrogndola. Siduda, era esta filosofa la que responda en mia un deseo del cual no puedo determinar suorigen. Poco importa El hecho es que loque me ataba a Marx, era sus ambigedades,ms an, su oposicin a s mismo, una formade pensamiento consistente en escapar de smismo en sus mejores obras y de una obra ala otra, la indeterminacin que minaba lo quese presentaba como sistema, que minaba eldiscurso que l mismo sostena algunas vecessobre su obra cuando la presentaba en tesis.

    Por ejemplo, desde muy temprano fui sen-sible a una oposicin en Marx entre la idea

    de la continuidad y de la discontinuidadde la Historia; la idea de un movimientoineluctable regulado por el desarrollo delas fuerzas productivas, que hace pasar deun modo de produccin a otro, y la idea deuna ruptura entre los modos de produccinpre-capitalistas y el capitalismo moderno; auna oposicin entre la idea de una disolucinde todas las relaciones sociales delimitadasy la idea de una fuerza de conservacin, demecanismos de repeticin que, an en el capi-

    talismo, garantizaban la permanencia de unaestructura. Por ejemplo, fui sensible en el masalto grado, igualmente, a una vacilacin entreuna interpretacin que algunas veces sloquera conocer los fundamentos materialesde la vida social y de su evolucin, y otrasveces descubra todo el peso del imaginariosocial, la funcin de los fantasmas que obse-sionaban el presente o bien a la interpretacindel fetichismo algunas veces darwiniana,algunas veces shakesperiana de inspiracin -.En sntesis, mientras me encontraba atradopor la teora del proletariado o de la sociedadsin clases, no me encontraba menos por loque haba de inasible en la obra de Marx.De esta manera, a mi pesar, el ideal de unadeterminacin total de la realidad social, dela esencia de la Historia, se encontraba encontradiccin con el descubrimiento de unaindeterminacin propia al pensamiento, de

    un movimiento que sustraa los enunciadosa toda determinacin unvoca. Si me hepermitido evocar esta relacin con Marx hasido para hacer entender que yo no podatener all una adhesin plena, reposo en lateora, desde el momento en que parad-jicamente el proletariado apareca como elgarante de la prctica social, el garante dela Historia, y que el garante de este garante,el pensamiento de Marx, me colocaba en eltrance de la interrogacin. Era necesario quellegara un momento en el cual se disolvieranmis primeras certidumbres.

    La segunda razn que he evocado est enrelacin con una experiencia que tuve siendo

    muy joven: la militancia en una pequeaformacin poltica. Considero que men-cionndola podra aclarar la marcha de misobservaciones. Yo hice parte en efecto delpartido trotskista antes de finalizar la guerray permanec en l alrededor de cuatro aos.Esta agrupacin se haba formado, comoustedes lo saben, a partir de una condena delestalinismo, y se presentaba como la herederalegtima del marxismo leninismo, al cual pre-tenda vincular de nuevo con la tarea inaugu-

    rada por la revolucin rusa y prefigurada porla comuna de Pars; denunciaba el papel con-trarevolucionario de los partidos comunistasasimilndolo, mutis mutandis, al que habajugado en otra poca la social-democracia. Ala traicin de los intereses del proletariadopor la Internacional que haba proclamadola Internacional, la agregaba la traicinde sta ltima y, en suma, preconizaba unretorno a las fuentes. El partido trotskistase reclamaba de un hroe fundador, rotski,hroe a la vez muerto e inmortal; en trminosms generales, se reclamaba de una dinasta;la inmortalidad estaba vinculada a la coronabajo cuya gida haba reinado Marx, Engels,rotski. Esta corona garantizaba adems lainmortalidad del cuerpo de los revoluciona-rios. Por el contrario Stalin figuraba como elusurpador que el cuerpo de los revoluciona-rios expulsara. Es por ello que poco a poco el

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    partido trotskista me pareci que funcionabacomo una micro-burocracia, y ello an apesar de las reglas del llamado centralismodemocrtico que haca posible un conflicto detendencias que era de por s mismo intenso-. El poder del aparato, la divisin dirigentes-

    ejecutores, la manipulacin de las asambleas,la retencin de la informacin, la separacinde las actividades, la esterotipia del discursodominante en sus diferentes variantes, laimpermeabilidad a los acontecimientos queamenazaran con hacer fracasar la prctica yla teora mil signos que me persuadan deque a cien lenguas del partido comunista seencontraba all su minscula replica. Lo mssignificativo es que esta microburocracia notena ningn fundamento de orden material.En la base de las posiciones de poder ocupadaspor un pequeo nmero de militantes, existala detentacin de un cierto saber, un ejerciciode la palabra y, ms exactamente, la capacidadde inscribir todo hecho interior o exterioren una historia mtica. Para ello, Rusia su-ministraba el marco privilegiado. Imposibleenumerar todos los episodios sagrados que,desde la formacin del bolchevismo hasta

    las traiciones del estalinismo, conformabanel registro sobre el cual el presente lograbaadquirir un sentido. La funcin de estahistoria mtica (o mito-historia) y de la deldiscurso que encontraba all su referente, mepreocuparon sensiblemente. A pesar de todo

    lo anterior, yo mismo ejerca un cierto poderen el partido.

    Considero que con todo esto no estamos so-lamente frente al problema de la burocracia,sino que algunos elementos del totalitarismose pueden entrever aqu. No vayan a creerpor ello que yo concibo el pequeo partidoal cual perteneca como embrin totalitario,no. Por lo dems no existan los medios paraserlo. No obstante, lo que me impresiona, loque me impresionaba ya cuando militaba, erael cerramiento del partido, garantizado porun discurso que se supona cientfico, queenunciaba la racionalidad de lo real y queestaba, de un extremo a otro, gobernado porla representacin de lo que ha tenido lugar, delo ya hecho, de lo ya pensado, de lo ya visto.Este discurso es en su fondo invulnerable;esta sujeto de hecho al error, a la rectificacin,

    Stalin

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    pero, de derecho, no. Imprime los signos delo real en un texto el de los grandes autoresy mucho ms generalmente el de un pasadofundador -, e impregna constantemente consus signos la lectura del gran texto. No measombra menos que el cerramiento de estediscurso est en relacin con el hecho de noser el discurso de nadie, sino el discurso delpartido, cuerpo ideal revolucionario, que pasaa travs de cada uno de sus miembros. Cadacual se encuentra implicado en un nosotrosque impone una divisin con el exterior; lascosas del mundo, de las que tanto se habla,solo son aprehendidas reintegrndolas alcirculo imaginario de la Historia de la cualel partido es el depositario. Y mientras el mi-

    litante incorporado, aquello que es supuestocomo lo real est abocado a la asimilacin.

    Al final de cuentas, las dos experiencias quehe evocado no son ajenas la una a la otra.La primera no se circunscribe al campo dela teora, la segunda tampoco al campo dela prctica. La militancia supone una ciertarelacin con el saber. odo comunista es unhombre de conocimiento, su identidad se de-riva de su implantacin en un lugar del saber

    desde el cual se lleva a cabo la aprehensinde los textos y las cosas. La aventura de lainterpretacin por su parte implica, ustedesno deben ignorarlo, una relacin con el poder.Leer una obra, - he hecho la prueba de ellomucho ms en el contacto con Maquiaveloque en el contacto con Marx -, es consentir enuna prdida de los puntos de referencia quenos garantizaban la soberana distancia conel otro, la distincin del sujeto y del objeto,de lo activo y lo pasivo, del hablar y del en-tender (interpretar es convertir la lectura enescritura), de la diferencia de los tiempos, delpasado y del presente (ste ltimo sin tenerforma de anularlo ni de sobrepasarlo); se trataal fin de cuentas de la perdida de los puntosde referencia de la divisin entre el espaciode la obra y el mundo sobre el cual sta seproyecta De esta manera, por caminosdiferentes que se cruzaban entre s una y otra

    vez, fui llevado poco a poco a promover cadavez ms un interrogante que me condujo alcorazn mismo de la certidumbre marxista.

    II

    Abordo ahora la pregunta que deseaba formu-lar, despus de haber indicado sumariamentela manera como me fui aproximando a suencuentro. Por qu el totalitarismo es elacontecimiento mayor de nuestro tiempo,por qu nos impulsa a sondear la naturalezade las sociedades modernas? En el fundamen-to del totalitarismo se puede delimitar unarepresentacin del pueblo-uno. Entendamosque se trata de negar que la divisin sea cons-

    titutiva de la sociedad. En el mundo llamadosocialista slo existe cabida para una divisinentre el pueblo y sus enemigos: una divisinentre el interior y el exterior; ninguna divisininterna. El socialismo despus de la revolu-cin, no supone solamente la preparacin deladvenimiento de una sociedad sin clases, sinoque debe ya hacer manifiesta esta sociedad,que conlleva el principio de una homogenei-dad y de una transparencia consigo misma.La paradoja es la siguiente: la divisin es

    denegada1-insisto en que es denegada puestoque una nueva capa dominante se distingueactivamente, puesto que un aparato de Estadose separa de la sociedad-, y a la medida de estadenegacin, se encuentra fantsticamenteafirmada un divisin entre pueblo-Uno y elOtro. Este Otro es el otro exterior. Expresinpara tomar al pie de la letra: el Otro es elrepresentante de las fuerzas que provienende la antigua sociedad (Kulaks, burguesa)y es el emisario del extranjero, del mundoimperialista. Dos representaciones por lodems que se confunden, ya que se imaginasiempre que los representantes de la antiguasociedad estn an vinculados con aquelloscentros extranjeros. Comprendamos que deesta manera la constitucin del pueblo-Unoexige la produccin incesante de enemigos.No se hace necesario solamente convertirfantsticamente a los adversarios reales del

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    rgimen o a los opositores reales en figuras delOtro malfico: es necesario inventarlos. Noobstante, no nos detendremos en esta nicainterpretacin.

    Las campaas de exclusin, de persecucin,durante todo un periodo, el error, ponenen evidencia una imagen nueva del cuerposocial. El enemigo del pueblo es consideradocomo un parsito o un residuo que hay queeliminar. Los documentos presentados porSoljenitsyne, algunos de los cuales eran por lodems conocidos de tiempo atrs, son a esterespecto instructivos en el ms alto grado.La persecucin de los enemigos del pueblose ejerce a nombre de un ideal de profilaxis

    social, y ello incluso desde los tiempos deLenin. La integridad del cuerpo es lo que estsiempre en primer plano. odo ello ocurrecomo si el cuerpo tuviera necesidad de ga-rantizar su identidad propia expulsando susdesechos, o como si debiera replegarse sobre smismo sustrayndose al exterior, conjurandola amenaza de un rompimiento que se haraposible en l con la intrusin de elementosextranjeros. odo fracaso en el funcionamien-to de las instituciones aparece como signo

    de un relajamiento en la vigilancia de losmecanismos de eliminacin, o como signosde un ataque de agentes perturbadores. Lacampaa contra el enemigo febril: la fiebrees buena, es el signo, en la sociedad, del malque hay que combatir.

    Es necesario an observar que la representa-cin del pueblo-Uno no est en contradiccinde manera alguna en la ideologa totalitariacon la representacin del partido. El partidono aparece como algo distinto del pueblo odel proletariado del cual es la quintaesen-cia. No existe una realidad particular en lasociedad. El partido es el proletariado en elsentido de la identidad. odo esto, al mismotiempo que es su gua o, como deca Lenin,su consciencia; o, como nosotros diramos,retomando una vieja metfora poltica, sobrela cual volveremos ms adelante, al mismo

    tiempo que es su cabeza. Y de la mismamanera, la representacin del pueblo-Unono est en contradiccin con la de un poderomnipotente, omnisciente, con la representa-cin finalmente del Egcrata retomando eltrmino de Soljenitsyne - figura ltima de estepoder. Un poder de esta naturaleza, separadodel conjunto social, que esta por encima deltodo, se confunde con el partido, se confundecon el pueblo, con el proletariado. Se confun-de con el cuerpo en su conjunto mientras quel es su cabeza. odo un encadenamiento derepresentaciones se descubre aqu, cuya lgicano se nos escapa. Identificacin del pueblocon el proletariado, del proletariado con elpartido, del partido con la direccin, de ladireccin con el egcrata. En cada momentoun rgano es a la vez el todo y la parte des-prendida que hace el todo, que lo instituye.

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    Esta lgica de la identificacin, regulada se-cretamente por la imagen del cuerpo, nos dala razn a su vez, de la condensacin que seopera entre el principio del poder, el principiode la ley y el principio del conocimiento. Ladenegacin de la divisin social va a la parcon la denegacin de una distincin simb-lica constitutiva de la sociedad. El intento deincorporacin del poder en la sociedad, dela sociedad en el Estado, implica que no haynada, de cualquier ndole que sea, que puedaconstituirse de una exterioridad a lo social yal rgano que lo figura desprendindose de l.

    La dimensin de ley, la dimensin del saber,tienden a borrarse, en tanto no hacen parte,

    como lo sabemos bien, del orden de las cosassocialmente concebibles (no menos que psi-colgicamente concebibles), y en la medidaen que no son de delimitables en los socialemprico, como instauradoras de las condi-ciones mismas de la sociabilidad humanas. Seproduce una especie de positivizacin de la leymanifiesta en la intensa actividad legislativa,jurdica, al servicio del Estado otalitario,y una especie de positivizacin del conoci-miento, manifiesto en la intensa actividad

    ideolgica la ideologa se convierte en unaempresa fantstica que tiende a producir, afijar el fundamento ltimo del conocimientoen todos los dominios -. De hecho se puedeobservar el intento de una apropiacin porel poder de la ley y del conocimiento de losprincipios y los fines ltimos de la vida social.No obstante, este lenguaje es an inadecuadoporque estaramos asignando errneamente alpoder una libertad desmesurada; confundi-ramos de nuevo poder arbitrario con podertotalitario. No podemos negar el hecho deque el poder manipula y hace suyos por mu-chos medios las reglas jurdicas y las ideas.Pero se debe resaltar tambin que el poder estapreso en la ideologa: el poder de discurso seafirma plenamente, mientras que el discursoverdadero se convierte en el discurso delpoder. Hay que resaltar igualmente que laley, positivizada, denigrada como la ley del

    socialismo, rige y hace opaco por s mismoel poder, ms opaco que nunca.

    Esta interpretacin tan rpida, que yo sloesbozo, entindanme una vez ms se loruego, slo concierne a la orientacin delotalitarismo. No est en mis propsitos pre-guntarme por lo que de ella est relacionadacon los hechos de la marcha de la sociedad.Sera necesario, y quisiera llevarlo a cabo, elintento de analizar todas las modalidades deresistencia a la empresa y no me refiero aqua la resistencia decidida, poltica -, evoco lasrelaciones sociales que se sustraen al dominiodel poder. Sera necesario igualmente intentaranalizar todos los procesos patolgicos del

    universo burocrtico, porque la perversinde la funcin del poder, de la ley, del conoci-miento, tienen efectos sobre el conjunto dela vida social, no lo dejemos de lado, inclusosi no existe o deja de existir la adhesin alrgimen. Alexandre Zinoniev, entre otros, esel ms crudo analista de esta patologa.

    Aquello a lo que doy ms importancia es alesclarecimiento, para someter a la interro-gacin de ustedes, de la imagen del cuerpo

    poltico en el otalitarismo. Esta imagen,por una parte, exige la exclusin del Otromalfico y, simultneamente se descomponeen la imagen de un todo y de una parte quevale en lugar del todo: de una parte que rein-troduce paradjicamente la figura del otro, elotro omnisciente, omnipotente, benfico, elmilitante, el dirigente, el egcrata. Este otroofrece l mismo su cuerpo individual, mortal,adornado con todas las virtudes, bien sea quese llame Stalin o Mao o Fidel. Cuerpo mortalpercibido como invulnerable, que condensaen s todas las fuerzas, todos los talentos, de-safa las leyes de la naturaleza con su energade supermacho.

    A decir verdad, s que slo tengo en cuentauna posibilidad de interpretacin. No pu-diendo desarrollar esta observacin, quisierasin embargo sealar que deberamos escrutar

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    otro polo de la interpretacin totalitaria: laorganizacin. Mejor an, para emplear untrmino que tiene alguna posibilidad deresaltar an ms la discordancia de la repre-sentacin totalitaria, dira que la imagen delcuerpo se combina con la de la mquina. Elmodelo cientfico tcnico, de la empresa deproduccin, regido por la divisin racionaldel trabajo, ha sido no solamente importadodel capitalismo occidental, sino que tambinse ha apoderado de la sociedad entera. Conel socialismo parece imponerse, al menos atitulo ideal, la frmula de una sociedad ar-moniosa, en relacin consigo misma en todassus partes, liberada de las disfunciones propiasa un sistema en el cual los diversos sectores

    de la actividad obedecen cada uno a normasespecificas y en el cual la interdependencia destos sigue siendo tributaria de las vicisitudesdel mercado. La nueva sociedad se presentacomo una nica organizacin que comprendeuna red de micro - organizaciones; ms an,se presenta como aquel gran autmata queMarx pretendi descubrir en el modo de pro-duccin capitalista. Vale la pena anotar queuna representacin de tal naturaleza se des-dobla; lo social, en su esencia, se define como

    organizacin y como algo organizable. Desdeel primer punto de vista, el hombre socialistaes hombre de la organizacin, impreso en ella;desde el segundo, es el organizador incesantedel trabajo, el ingeniero social.

    Sin embargo, importa sobre todo delimitarla articulacin de las dos imgenes centrales,la del cuerpo y la de la mquina. En ciertosentido ambas convergen: implican unaambigedad del mismo orden. En un caso,el agente poltico se encuentra disuelto enun nosotrosque habla, entiende lee lo real- atravs de l, identificndose de esta maneracon el partido, con el cuerpo del pueblo y,al mismo tiempo, representndose, por lamisma identificacin como la cabeza de estecuerpo, del cual se atribuye la consciencia. Enotro caso, el mismo agente se afirma a la vezcomo pieza de la mquina o de uno de sus

    rganos, o correa de transmisin, metforafrecuentemente empleada, y como maquinis-ta - activista que decide del funcionamientoy de la produccin de la sociedad. A pesar delo anterior, no es posible confundir las dosimgenes: la imagen del cuerpo se altera alcontacto con la de la mquina. Esta ltimacontradice la lgica de la identificacin; elnosotroscomunista se disuelve por si mismo.La nocin de la organizacin, en el momentoincluso en que suscita la nocin del organiza-dor, hace sentir el peso de una amenaza querecae sobre la substancia del cuerpo poltico,propiciando que lo social aparezca en el lmitede lo inorgnico.

    Me atrevera en este momento a formularuna pregunta: de dnde surge la aventuratotalitaria? No brota del vaco. Es signo de

    Fidel

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    una mutacin poltica. De qu mutacinse trata? Me parece inocuo inscribirla en el

    registro del modo de produccin a la manerade consecuencia de una ltima concentracindel capital; pero es vano tambin hacer de ella,como algunos lo quisieran, el producto de losfantasmas de los intelectuales revolucionarios,llevando a trmino la obra de los Jacobinosdel 93, con el objetivo de reconstruir elmundo sobre una tabula rasa. El totalitaris-mo solo se esclarece a mis ojos bajo la con-dicin de demarcar la relacin que sostienecon la democracia. Es de sta ltima que eltotalitarismo surge en el momento inclusoen que se implanta, al menos en su versinsocialista, en primer lugar, en pases dondela transformacin democrtica slo estabaen sus comienzos. El totalitarismo invierte lademocracia al mismo tiempo que se apoderade algunos de sus rasgos aportndoles unaprolongacin fantstica.

    En qu podemos ver su inversin? Creoque nuestras rpidas consideraciones sobrela imagen del cuerpo poltico nos indican lava de la respuesta. La democracia modernaes en efecto aquel rgimen en el cual tiendea desvanecerse una imagen de esa naturaleza.Digo rgimen tomado en su acepcin con-vencional este trmino es inadecuado. Msall de un sistema de instituciones polticas,histricamente determinado, pretendo desig-nar con l un proceso de larga duracin que,lo que ocqueville denominaba la revolucindemocrtica, cuyos comienzos ya observabaen Francia bajo el Ancien Rgime y que,desde entonces, no ha dejado de continuar.El motor de esta revolucin, como se sabe,

    lo encontraba en la igualacin de las condi-ciones. Por importante que sea el fenmeno,el autor citado no lo aclara suficientemente ydeja en la sombra una mutacin esencial: lasociedad del Ancien Rgime se representabasu unidad, su identidad, en la figura de uncuerpo, cuerpo que encontraba su represen-tacin en el cuerpo del Rey, o mejor an, seidentificaba a ste, mientras en rey se sentaintegrado a l como su cabeza.

    odo esto ha sido magistralmente mostradopor Ernst Kantorowicz2 quien resalta comouna simblica de esta naturaleza se elaboren la edad media con orgenes teolgico po-lticos. La imagen del cuerpo del rey comocuerpo doble, al mismo tiempo mortal einmortal, individual y colectivo, se apoy enun principio sobre la imagen de Cristo. Loesencial para nuestras observaciones no po-dra en efecto analizar los mltiples desplaza-mientos de la representacin en el transcursode la Historia -, lo esencial, deca, es cmomucho tiempo despus de borrarse los rasgosde la realeza litrgica, el rey conserv el poderde encanar en su cuerpo la comunidad delreino, a partir de ese momento investida delo sagrado, comunidad poltica, comunidadnacional, cuerpo mstico.

    No ignoramos cmo en el siglo , esta

    Alexisdeocqueville

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    representacin se vio ampliamente erosio-nada, cmo nuevos modelos de sociabilidadse impusieron bajo el efecto del impulso delindividualismo, del progreso de la igualdadde condiciones de que nos habla ocqueville,y del progreso de la administracin de Esta-do que tiende a hacer aparecer este ltimocomo una entidad independiente, imper-sonal. No obstante, los cambios ocurridosdejaron subsistir la nocin de una unidad almismo tiempo orgnica y mstica del reino,representado por el monarca como cuerpo ycomo cabeza simultneamente. Se observaincluso que, paradjicamente, el crecimientode la movilidad social, la uniformizacin delos comportamientos, de las costumbres, de

    las opiniones, de la reglamentacin, tuvie-ron por efecto la exasperacin ms que eldebilitamiento de la simblica tradicional.El Ancien Rgime estaba compuesto por unnmero infinito de pequeos cuerpos queproporcionaban a los individuos los funda-mentos para la identificacin. Estos pequeoscuerpos se organizaban en el seno de ungran cuerpo imaginario del cual el cuerpode rey suministraba su replica y garantizabasu integridad. La revolucin democrtica,

    por mucho tiempo subterrnea, explota,cuando se encuentra destruido el cuerpo delrey, cuando cae la cabeza del cuerpo poltico,cuando por el mismo golpe, la corporeidad delo social se disuelve. Se produce entonces loque atrevera a llamar una desincorporacinde los individuos.

    Fenmeno extraordinario cuyas consecuen-cias parecen absurdas, monstruosas, a los ojosno solamente de los conservadores sino demuchos liberales en la primera mitad del siglo: estos individuos se podran convertir enunidades contables para el sufragio universalque ocupara el lugar de aquel universal inves-tido en el cuerpo poltico. El encarnizamientoque se emplea para combatir la idea del sufra-gio universal no es solamente un indicativode una lucha de clases. Es instructivo en elms alto grado la incapacidad de pensar este

    sufragio de manera diferente a la disolucinde lo social. El peligro del nmero, es muchoms que el peligro de una intervencin de lasmasas en la escena poltica: la idea del nmerocomo tal se opone a la idea de la substanciade la sociedad. El nmero descompone launidad, disuelve la identidad.

    Sin embargo, si bien es necesario hablar deuna desincorporacin del individuo, no esmenos necesario observar el desprendimientode la sociedad civil por fuera de un Estado,l mismo hasta ese momento consubstancialal cuerpo del rey. O, si se quiere, observar laemergencia de relaciones sociales, no sola-mente econmicas, sino tambin jurdicas,

    pedaggicas, cientficas que tienen su propiafinalidad; y an ms, observar ms precisa-mente la desintrincacin que se opera entrela instancia del poder, la instancia de la ley, lainstancia del saber, desde el momento en quedesaparece la identidad del cuerpo poltico.La revolucin democrtica moderna, pode-mos reconocerla de la mejor manera a partirde esta mutacin: ningn poder esta ahoraligado al cuerpo. El poder aparece como unlugar vaco y los que lo ejercen como simples

    mortales que solo lo ocupan temporalmentey cuyos nicos medios de instalarse en l sonla fuerza o la astucia; ninguna ley puede esta-blecerse cuyos enunciados no sean rebatibles,cuyos fundamentos no sean susceptibles deser puestos en cuestin, finalmente, no existerepresentacin de un centro y unos contornosde la sociedad: la unidad no tiene a partirde ese momento forma alguna de borrarla divisin social. La democracia inaugurala experiencia de una sociedad inasible, in-gobernable, en la cual el pueblo puede serllamado soberano, ciertamente, pero dondeeste mismo pueblo mantendr permanente-mente su identidad en cuestin, o al menospermanecer latente..

    He dicho: experiencia de una sociedad inasi-ble: es a todas luces cierto que esta sociedadsuscita un discurso mltiple, que intenta

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    delimitarla y que en este sentido la constitu-ye como objeto, por el hecho mismo de noestar impresa la sociedad ni en el orden de lanaturaleza ni en un orden sobrenatural. Noobstante me parece digno de observar que eldiscurso que se puede imputar a la ideologaburguesa se organiza en los primeros tiemposde la democracia a prueba de la amenaza deuna descomposicin de la sociedad como tal.Las instituciones, los valores proclamados: laPropiedad, la Familia, el Estado, la Autoridad,la Patria, la Cultura, son presentados comobaluartes contra la barbarie, contra las fuerzasdesconocidas del exterior que pueden destruirla sociedad, la Civilizacin. El intento de sa-cralizacin de las instituciones por el discurso

    est a la medida de la prdida de la substanciade la sociedad, de la derrota del cuerpo. Elculto burgus del orden que se sostiene de laafirmacin de la autoridad, de sus mltiplesfiguras, del enunciado de las reglas y de lasjustas distancias entre los que ocupan la po-sicin de amo, del propietario, del hombrecultivado, del hombre civilizado, del hombrenormal, adulto, frente al otro, todo este cultotestimonia un vrtigo frente a la brecha deuna sociedad indefinida.

    Sin embargo, como acabo por lo dems demencionarlo, debemos estar atentos a otroaspecto de la mutacin. Lo que aparece conla democracia es la imagen de la sociedadcomo tal, sociedad puramente humana, perosimultneamente sociedad su gneris, cuyanaturaleza especfica requiere de un cono-cimiento objetivo: la imagen de un espaciohomogneo por derecho, ofrecido como lugarpropicio para el ejercicio del saber y del poder,a consecuencia del hecho de la destruccindel ncleo monrquico de legitimidad y dela destruccin de la arquitectura del cuerpo;la imagen del Estado omnisciente, todopoderoso, de un Estado a la vez annimoy tutelar segn la expresin de ocqueville;la imagen de una masa detentora del juicioltimo sobre el bien y el mal, lo verdadero ylo falso, lo normal y lo anormal, consecuencia

    del hecho de que la desigualdad se ejerce enlas fronteras de la igualdad de condiciones;finalmente, emerge la imagen del pueblo, quecomo observaba anteriormente, permaneceindeterminada, pero de la cual es necesarioal menos reconocer que es susceptible dedeterminarse, de actualizarse fantsticamentecomo imagen del pueblo-Uno.

    En esta perspectiva no es posible acaso con-cebir el totalitarismo como una respuesta alas preguntas que a travs de la democraciase formula, como tentativa de resolver susparadojas? La sociedad democrtica modername parece, de hecho, una sociedad en la cualel poder, la ley, el conocimiento se encuentran

    frente a la prueba de una indeterminacinradical, una sociedad como el teatro de unaaventura ingobernable de tal manera que loque aparece instituido nunca se establece defi-nitivamente, lo conocido permanece siempresocavado por lo desconocido, el presente sedemuestra innombrable y cubre tiempos so-ciales mltiples que se escalonan los unos enrelacin con los otros, en la simultaneidad obien nombrables solo en la ficcin del porve-nir -. Una aventura de tal naturaleza que la

    bsqueda de la identidad no puede desligarsede la experiencia de la divisin. Se trata en estecaso por excelencia de la sociedad histrica.Debo volver una vez ms sobre esto, ya quelo que me parece condensado en las parado-jas democrticas es el estatuto del poder encuanto ste poder no es, como un discursocontemporneo beatificante lo repite, simplergano de dominacin, sino instancia de lalegitimidad y de la identidad.

    Mientras este poder aparece desprendido delprncipe, mientras se anuncia como poderde nadie, mientras marca el rumbo haca elncleo, lo repito, latente, - el pueblo - correel riesgo de ver anulado su funcin simblica,de caer en las representaciones colectivas enel nivel de lo real, de lo contingente, en elmomento en que los conflictos se exasperan yllevan a la sociedad al lmite de su rompimien-

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    to. Poder poltico circunscrito, localizado en lasociedad, constituyente al mismo tiempo, seencuentra expuesto a la amenaza d hundirseen la particularidad, de excitar lo que Ma-quiavelo juzgaba ms peligroso que el odio,el desprecio; aquellos que lo ejercen o aspirana l estn expuestos a la amenaza de asumirla figura de individuos o de bandas ocupadassimplemente en la satisfaccin de sus apetitos.Con el totalitarismo, se organiza un dispositivoque tiende a conjurar esta amenaza, que tiendea confundir de nuevo el poder y la sociedad, aborrar todos los signos de la divisin social, aarrasar con la indeterminacin que obsesionala experiencia democrtica. No obstante, estatentativa, apenas si he podido vislumbrarla,

    brota ella misma de una fuente democrtica,lleva a su plena afirmacin la idea de pueblo-Uno, la idea de la sociedad como tal, quelleva en s misma el saber, que es transparentea s misma, homognea, la idea de la opininde la masa como norma soberana, la idea deEstado tutelar.

    A partir de la democracia y con ella se rehaceas la figura del cuerpo. Es necesario precisar-lo: lo que se rehace es totalmente diferente de

    lo que se haba, en otra poca deshecho. Laimagen del cuerpo que impregnaba la socie-dad monrquica se haba construido sobre lafigura del cuerpo de Cristo, en la cual se habainvestido el pensamiento de la divisin de losvisible y lo invisible, el pensamiento del des-doblamiento de lo mortal y de lo inmortal, elpensamiento de la mediacin, el pensamientode un engendramiento que borraba restable-ca a la vez la diferencia entre lo engendrado ylo engendrante, el pensamiento de la unidaddel cuerpo y de la distincin entre la cabeza ysus miembros. El prncipe condensaba en supersona el principio del saber, el principio delpoder, el principio de la ley, pero bajo el su-puesto de la obediencia a un poder superior;el prncipe se consideraba a la vez desligadode las leyes y sometido a la ley, padre e hijo dela justicia; detentaba la sabidura pero estabasometido a la razn. Segn la frmula medie-

    val era major et minor se ipso, por encimay por debajo de s mismo. Esta no parece serla posicin del egcrata o de sus sustitutos, losburcratas dirigentes. Este ltimo coincideconsigo mismo de la misma manera comose supone que la sociedad coincide consigomisma. Una imposible absorcin del cuerpoen la cabeza se perfila como una imposible ab-sorcin de la cabeza en el cuerpo, la atraccindel todo no es disociable ya de la atraccin delrompimiento. Una vez desvanecida la viejaconstitucin orgnica, el instinto de muertese desencadena en el espacio imaginario ce-rrado y uniforme del totalitarismo.

    Estas son algunas de las reflexiones de yo

    quera presentar ante ustedes para indicar ladireccin de una interrogacin sobre lo pol-tico; algunos podran observar sin duda quemis reflexiones se nutren de la problemticadel psicoanlisis. Ciertamente. No obstante,este hecho solo tiene sentido si nos pregunta-mos por el origen del pensamiento de Freud.No es acaso cierto que para sostener la ideade la divisin del sujeto, para hacer vacilar lospuntos de referencia entre el Unoy el Otro,para destituir la posicin del detentador del

    poder y del saber era necesario asumir unaexperiencia que la democracia institua, laindeterminacin que afloraba de la prdidade la substancia de cuerpo poltico?

    Notas1. La idea de la denegacin es tomada claramente

    en el sentido psicoanaltico, en el sentido deaquel proceso a travs del cual lo reprimidotiene acceso a la conciencia pero a condicinde ser negado. A travs de la denegacin algo

    ( una imagen, un deseo, etc.) es excluido de laconciencia. Para el inconsciente por el contrariono existe el no. Al respecto ver Freud La Nega-cin, Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva,pag.2884 y La interpretacin de los sueosCap. ( C) los medios de la representacin deun sueo. (Nota del traductor).

    2. Kantorowicz, Ernst. Te Kings wo Bodies:a study in mediaeval political theology. Prin-centon, N.J: Princenton University Press, 1970(Existe versin en espaol. Nota del traductor).

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    Los manuscritos de Marx de 1844y las filosofas de la vida*

    Damin Pachn Soto**

    Las circunstancias hacen al hombre en la misma medida

    en que ste hace a las circunstancias.

    Marx, 1976, I, 39.

    Resumen. En este escrito se muestra que enlos Manuscritos econmico-filosficos de Marx

    se encuentran los fundamentos filosficos de

    la revolucin y que esos fundamentos per-

    miten postular un humanismo vitalista o un

    vitalmarxismo,el cual hace posible relacionar el

    materialismo histrico y las llamadas filosofas

    de la vida que surgieron en la segunda mitad

    del siglo como consecuencia de la era del

    capital. Se sustenta la tesis de que lo que une los

    Manuscritos y las Lebensphilosophiees la defensa

    de la vida humana y el deseo de recuperar su au-tenticidad y luchar contra su perversin, es decir,

    que ambas filosofas denuncian la enajenacin

    del hombre ante la civilizacin capitalista y que

    es esto lo que permite hablar de una filosofa de

    la vida en el joven Marx.

    Palabras clave: Marx,Manuscritos, enajenacin,

    trabajo, filosofa, vida, capitalismo, Scheler,

    Dilthey, Simmel, Bergson.

    De Hegel a Marx: losfundamentos filosficos delmarxismo

    En el ensayo Nuevas fuentes para fundamentarel materialismo histrico, que se constituyen el primer estudio sobre los Manuscritoseconmico-filosficos de Marx, publicados casi70 aos despus, en 1932, sostuvo HerbertMarcuse: La publicacin de losManuscritoseconmico-filosficos de Marx, escritos en

    1844, debe convertirse en un acontecimientodeterminante en la historia de la investigacinmarxista. []; permiten adems un enfoquems fecundo y ms rico en perspectivasacerca de las relaciones exactas entre Marx yHegel (1971, 9). La pregunta que surge deeste prrafo es: por qu la publicacin de losManuscritos de Marx se constituyen en unacontecimiento determinante en la historiade la investigacin marxista?

    * Conferencia presentada en el Seminario de Pensamiento Crtico Orlando Fals Borda, el da 27 de Agosto de 2012,en la Universidad Distrital Francisco Jos de Caldas.

    ** Profesor Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Santo oms. Profesor ocasional Ciencia Poltica de laUniversidad Nacional de Colombia.

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    La respuesta es mltiple. En los aos 30del siglo pasado los partidos comunistas yahaban hecho y des-hecho con la obra deMarx. Por otro lado, el estalinismo ya habatergiversado el marxismo, entre otras cosas,convirtiendo la dialctica en algo mecnico ylineal tal como lo mostr el propio Marcuseen su libro El marxismo sovitico (1969). Lainterpretacin ortodoxa de Marx haba des-cuidado la dimensin filosfica del marxismo,separndolo de Hegel, mostrando una visinmeramente economicista del materialismohistrico e imponiendo de hecho una filosofade la historia donde el individuo quedabaaniquilado y el llamado comunismo estaba ala vuelta de la esquina, es decir, era historia

    bajo pedido. As las cosas, la publicacinde losManuscritos de 1844 permita corregirun gran cmulo de mal entendidos. No estdems recordar aqu, que justo en esta poca,el propio Marcuse buscaba habilitarse conHeidegger con un trabajo sobre Hegel, perola aparicin de estos manuscritos lo hicierondesistir de tal empeo, pues Marcuse com-prendi, como le dira despus a Habermas,que la analtica de la existencia de Heideggerera abstracta y careca de concrecin y que

    no trataba el ahora y la situacin, esto es,no profundizaba en las condiciones histri-cas concretas en las cuales existe un Daseinconcreto (Wiggershaus 2011, 135). Poste-riormente el mundo acadmico se enter quedebido a esto, y dando una muestra ms de sucuestionable tica, Heidegger bloque la ha-bilitacin docente de Marcuse (Ibd., 137).

    Parte de lo que se haba hecho con Marx enlas primeras dcadas del siglo era separarlode Hegel. En el influyente libro Historia yconciencia de clase de Georg Lukcs de 1922se haba intentado establecer la relacinHegel-Marx, pero a partir de la categora detotalidad. Se intentaba adems, y de formaunilateral, comprender todos los fenmenosideolgicos por su base econmica. Perocomo lo advierte el hngaro: la economaqueda conceptualmente estrechada al elimi-

    nar de ella su fundamental categora marxista,a saber, el trabajo en cuanto mediador delintercambio de la sociedad con la naturaleza,tal como lo deca el propio autor en el Pr-logode 1967 (1984, 39). Es decir, el libro yla bibliografa de la poca (aos 20) carecandel anlisis que Marx haba hecho del trabajocomo categora ontolgicaen losManuscritos.Y, por otro lado, se desconoca o se queradesconocer, que esa categora, la del trabajo,ya se encontraba en Hegel, aunque de formaidealista y abstracta.

    El error de estas posiciones consista en sepa-rar a Hegel de Marx. Si bien es cierto que paraMarx la de Hegel era una filosofa al revs, era

    una filosofa idealista que haba que superar,no se poda desconocer que el ngel contrael cual batall Marx durante toda su vida era,precisamente, la filosofa de Hegel. Hay querecordar que ya en la carta que Marx le envaa su padre en 1837, cuando tena 19 aos,no slo le anuncia su renuncia a los estudiosde derecho y su vocacin por la filosofa, sinoque, en clara contraposicin a Hegel, se pro-pone buscar la Idea en la realidad y calificala filosofa del Aristteles de Berln como una

    meloda ptrea (Cf. Gonzlez 2012, 38-53).Posteriormente escribe su crtica a la filosofadel derecho y del Estado de Hegel y ya en1844 se enfrenta- en losManuscritosprecisa-mente- con la Fenomenologa del espritu. Estono se saba en 1932. La Fenomenologa, decaMarx, es la fuente verdadera y secreto de lafilosofa hegeliana (1993, 189). Asimismo,antes de redactar los Grundrisse, entre 1857 y1858, Marx haba ledo la Lgicade Hegel y,al final de su vida, en El capital, como es biensabido, Marx sostiene que no se deba tratar aHegel como un perro muerto. Puede decir-se entonces, como se crea en la poca, que lade Marx era una filosofa que nada tena quever con Hegel? De hecho, puede afirmarsetambin que, como Marx atacaba la filosofaidealista alemana, l haba dejado la filosofa?En absoluto. Como ha dicho entre nosotrosRafael Gutirrez Girardot, gran conocedor

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    de Hegel y buen intrprete de Marx: Lainfluencia de Hegel sobre Marx fue, pues, noslo la decisiva en un periodo de su vida, sinoesencial y permanente (2012, 182). Desdesus 19 aos hasta su vejez, pues, Marx estuvo

    enfrentado a su enemigo, Hegel.

    Lo mismo cabe decir de la filosofa. CuandoMarx sostuvo en las tesis sobre Feuerbachque Los filsofos no han hecho ms queinterpretar de diversos modos el mundo, perode lo que se trata es de transformarlo (1976,I, 10), y cuando habla de la realizacin de lafilosofa, no est renunciando a la misma. Esas por la sencilla razn de que su pretensinfue superar la idea hegeliana de la filosofa. Sisegn Hegel la filosofa es la flor ms elevada,ella es el concepto de la estructura total deaquellos mltiples aspectos, la conciencia yla esencia espiritual de todo el Estado, es elespritu de la poca en cuanto espritu existenteque se piensa (1983, 202) como dice en suslecciones sobre la historia de la filosofa; siella no se ocupa del futuro y slo tiene queelevar la realidad al concepto, esto es, com-

    prender el mundo; si a Hegel le interesaba lareconciliacin del concepto con la realidad, locual slo se da con el saber absoluto, a Marxle interesa algo ms que eso. Como ha dichoUmberto Cerroni: explicar el mundo para

    l no basta (1980, 68), por eso era necesariopasar a la praxis, a la revolucin. Pero esepaso a la praxis no significa en realidad elabandono de la filosofa. Si se comprende quepara transformar el mundo primero hay queinterpretarlo y si se comprende tambin que larelacin entre la teora y la praxis es dialctica,esto es, que la praxis corrige la teora y quepermite reformularla para aplicarla de nue-vo, esa presunta muerte o abandono de lafilosofa es imposible. Adems, la filosofa nomuere porque la historia tampoco muere, yaque el comunismo no es en s la finalidad deldesarrollo humano (Marx 1993, 160). Marxfue un filsofo. Eso no se puede negar, ocultaro tergiversar. Por eso estudi a Demcrito,Aristteles, el idealismo alemn, a Feuerbachy a Spinoza, entre otros.

    Por eso losManuscritos son tan importantes

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    para una mejor comprensin del marxismo.Con ellos se comprende la dimensin filos-fica de su obra y se comprende, como dijoMarcuse, las relaciones exactas entre Marxy Hegel. Cul es esa relacin de Marx conHegel, segn losManuscritos? Veamos.

    La respuesta la encontramos fcilmente. Eneste escrito de 1844 Marx sostiene: Nosotrospartimos de un hecho econmico, actual(1993, 109). Esto quiere decir que Marx partede un anlisis del capitalismo de su tiempo,del capitalismo del siglo . Por eso en losManuscritos se ocupa de la Economa Polticay de sus categoras. Pero lo que le interesa aMarx es poner dinamita en la base de esas

    categoras, en la base del capitalismo. Marxtoma en cuenta las categoras como valor,dinero, trabajo, propiedad privada, etc., ybusca lo que hay detrs de ellas, lo que esten su base, aquello que les da origen y las haceposibles. En pocas palabras, y para decirlofoucaultianamente, Marx hace una especiede genealoga y nos muestra aquello que laEconoma Poltica oculta: sus fundamentos.Marx nos muestra aquello que la Economada por hecho, por sentado, aquello que ella no

    cuestiona y que asume como natural. Es poreso que Marx es un maestro de la sospecha.Si Nietzsche puso una bomba en la base de lacultura occidental cristiana, si Freud lo hizoal descubrir el inconsciente, Marx lo hace conel capitalismo. Y en eso consiste su grandeza.Es esto lo que hace de Marx un destructor,un demoledor de certezas, de conceptos, derealidades supuestamente eternas.

    Ahora, si Marx parte del capitalismo, l sabeque Hegel se coloca en el punto de vista dela Economa Poltica moderna (1993, 194).Y esto lo sabe Marx porque sabe, igualmente,que Hegel ha ledo a Adam Smith. Cmohace Marx esa relacin? En los ManuscritosMarx reconoce que: Lo grandioso de laFenomenologa hegeliana y de su resultadofinal (la dialctica de la negatividad comoprincipio motor y generador) es, pues, en

    primer lugar, que Hegel concibe la autoge-neracin del hombre como un proceso, laobjetivacin como desobjetivacin, comoenajenacin y supresin de esta enajenacin;que capta la esencia del trabajo y concibeel hombre objetivo, verdadero porque real,como resultado de su propio trabajo (1993,193-194). l concibe el trabajo como laesencia del hombre. Sin embargo, el proble-ma de Hegel o, mejor, su limitacin es quel describe el devenir del hombre enajenado;sabe que el trabajo es la esencia humana perodentro de su sistema, ese proceso se quedaen el pensamiento, slo en idealismo, slocomo conciencia de s, pero nada ms. Lasuperacin de la enajenacin en Hegel, de

    la necesaria objetivacin del hombre, slose supera en el pensamiento, motivo porel cual la enajenacin slo es confirmada.Para Marx, Hegel concibe al hombre comoproducto de su trabajo, como autocreacin,pero no ms. Por eso es necesario dar un pasoadelante. Y ese paso se lo permite a Marx lafilosofa de Feuerbach, quien es en realidadel verdadero vencedor de la vieja filosofa,esto es, del idealismo de Hegel, pues superalo infinito, pone lo verdadero, lo sensible,

    lo real, lo finito, lo particular (1993, 188).

    En los Principios de la filosofa del porvenir,Feuerbach sostendr que Slo un ser sensiblees un ser verdadero, un ser real (citado enBobbio 2000, 53), esto es, aqu la teologa-como en La esencia del cristianismo- quedasuperada en la antropologa. Y sta es el rescatedel hombre, de carne y hueso, del hombreque se relacionacon el hombre, del hombrenecesitado, quesufre, y que esgracias al amor.Por eso Marx dir que La sensibilidad (vaseFeuerbach) debe ser la base de toda ciencia(1993, 156). En realidad, podemos decirusando un concepto hegeliano, Feuerbach esla mediacin, el camino, entre Hegel y Marx.No hay Marx sin Feuerbach. Es con Feuer-bach como Marx descubre el verdadero mate-rialismo, lo cual slo ocurre en 1843 como hasostenido Georg Lukcs en su excelente texto

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    En torno al desarrollo filosfico del joven Marx1840-1844, publicado en 1954 (1971, 45).Y si bien es cierto que es Feuerbach el que lepermite superar a Hegel, Marx criticar enlas Once tesis sobre Feuerbach su materialismopasivo y contemplativo: La concepcinfeuerbachiana del mundo sensorial se limita,de una parte, a su mera contemplacin y,de otra parte, a la mera sensacin: l dice elhombre en vez de los hombres histricos reales(1976, I, 24).

    Marx parte, pues, de la sensibilidad. Este con-cepto ser fundamental en los Manuscritos3.

    All sostiene: El hecho de que el hombre seaun ser corpreo, viviente, real, sensible, objeti-

    vo con facultades naturales, significa que tieneobjetos reales, sensibles como objetos de suser, o que slo puede expresar su ser en objetosreales, sensibles. Ser objetivo, natural, sensibley al mismo tiempo tener uno mismo objeto,naturaleza y sentidos fuera de uno mismo, oser uno mismo objeto, naturaleza y sentidospara una tercera persona, es la misma cosa(2011, 188). Si el hombre es un ser sensiblees un ser objetivo porque un ser no-objetivoes un no-ser. Con esto Marx quiere decir

    que no es posible la existencia de un soloser, un nico ser objetivo, pues ste implicanecesariamente ser objetivo para otro, conotros seres, con otros objetos. La sensibilidades pues la interconexin del hombre con lanaturaleza, pues el hombre es tambin natu-ral. Aqu la sensibilidad es, como en Kant,poder ser afectado, lo cual exige de suyootros seres sensibles, externos. Por lo tanto, laauto-creacin del hombre, su realizacin, sloes posible en su actividad con lo exterior,como actividad. En ltimas, es de aqu, con laayuda de Feuerbach, como Marx llegar a laconcepcin del trabajo como actividad vital(2011, 110), la vida misma como actividad.Por eso, el trabajo, como lo dice en El capital

    es, en primer trmino, un proceso entre lanaturaleza y el hombre [] y a la par que deeste modo acta sobre la naturaleza exteriora l y la transforma, transforma su propianaturaleza, desarrollando las potencias quedormitan en l y sometiendo el juego de susfuerzas a su propia disciplina (1975, I, 130).Y si el trabajo transforma la naturaleza delhombre, esto quiere decir que es el trabajoel que transforma el ser del hombre, el quelo crea y re-crea. No hay ser del hombre

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    sin trabajo como actividad vital. Por eso hayaqu una ontologa, el trabajo como categoraontolgica.

    Podemos decir que en Marx el trabajo es asi-milado a la vida misma como actividad. Detal manera que el trabajo no es meramentelo que la Economa Poltica piensa: algo queest relacionado con el capital, es decir, unacategora. No. El trabajo en su autntica acep-cin es vida, es actividad vital, es carnalidadviviente, es corporalidad; es lo que le permiteal hombre ser, desarrollarse en su mediacincon la naturaleza. Por eso el hombre es naturaly con el trabajo humanizala naturaleza a lavez que l se naturaliza. Slo por el trabajo

    el hombre se autocrea, se autoproduce, y sereproduce con los otros hombres. El trabajoes una relacin del hombre con el hombre ydel hombre consigo mismo y la naturaleza.Es todo ese conjunto de relaciones de produc-cin y reproduccin de la vida lo que Marxllama materialismo histrico. Pues el hombrese autoproduce y, a la vez, produce a otroshombres. De tal manera que eso que se llamahistoria humana es producto del hombre, unahistoria que a la vez es social: el trabajo es una

    actividad sociale histrica. Dice Marcuse: lasensibilidad del hombre, como objetividad,es una objetivacin esencialmente prcticay, como prctica, es una objetivacin esen-cialmente social (1969, 33). Es todo esto loque lleva a Marcuse a sostener que en Marxel trabajo es una categora ontolgica (1969,39), pues de l depende la realizacin de suser, de sus potencialidades, de su esencia, dela naturaleza humana; del trabajo dependela realizacin de la especie. Esto no sucedecon el animal, el cual, como ya sostuvieronOrtega y Gasset y Mara Zambrano, vienecon el ser completo, incorporado. Por eso elhombre es un devenir, un ser en continuonacimiento, diramos.

    No olvidemos que Marx parte de un hechoeconmico actual, es decir, el capitalismo yla miseria que l ve en la Francia de 1844. Y,

    qu es el trabajo en el capitalismo? Sabemosla respuesta. Y en esto consiste el gran valorde losManuscritos: es trabajo enajenado. Enel capitalismo el trabajo es una fuerza, esuna mercanca, es una cosa, que se vende. Elhombre es slo una cosa que se vende, quese cambia por un salario, que vive esclavo dela venta de su energa vital, de su cuerpo,de su sangre, de su sudor. Y lo hace por unsalario que slo le permite vivir, simplementevivir, la mera existencia. Si los animalesnacen, crecen, se reproducen, se alimentan ymueren, el hombre en el capitalismo vendesu vida para vivir, comer, poder mantenersesimplemente, es decir, el capitalismo nosiguala como especie a las funciones animales.

    Por eso sostiene Marx: De esto resulta que elhombre (el trabajador) slo se siente libre ensus funciones animales, en el comer, beber,engendrar, y todo lo ms en aquello que tocaa la habitacin y al atavo, y en cambio en susfunciones humanas se siente como animal. Loanimal se convierte en humano y lo humanoen animal (1993, 113). El trabajo enajenadofalsea al hombre, lo desrealiza, lo animaliza.En esa alienacin- no me detendr en cosasbien sabidas- el hombre se enajena del pro-

    ducto de su esfuerzo, de su trabajo, de la cosa,no tiene acceso a lo que produce; se enajenatambin de s mismo, pues, por ejemplo,quien trabaja 16 horas en una mina: qutiempo tiene para cultivar sus potencialidadeshumanas? Qu tiempo tiene para ocuparsede s, de su crecimiento intelectual y cultural?Qu tiempo tiene para disfrutar de la vida,para leer, cantar, pintar, ser crtico? Ninguno.Es un ser miserable, es slo un trabajador.Dice Marx: El hombre necesitado, cargadode preocupaciones, no aprecia el espectculoms hermoso (2011, 142). En el trabajoenajenado el hombre, que es universal graciasa su libertad, se enajena tambin como especiey se enajena de la naturaleza.

    De ah que el capitalismo haya falseado lanaturaleza del hombre, su ser. Pero en Marxel ser del hombre no es una esencia fija y

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    eternacomo podra pensar cualquier postmo-derno trasnochado y vido de pretensionesde originalidad. Su ser es, por el contrario,su proceso de vida real, como dice en Laideologa alemana (2011, 206), otro textofundamental del joven Marx que se publictambin, como losManuscritos, en 1932. Ensu libroMarx y su concepto del hombre, Erich

    Fromm, que tambin labor para la Escuelade Frankfurt, sostiene sobre este problemaque Marx nunca renunci a su concepto dela naturaleza humana, la cual no es biolgicao abstracta, sino que slo puede entendersehistricamente, porque se desenvuelve en lahistoria. La naturaleza [] del hombre puedeinferirse de sus distintas manifestaciones (ydistorsiones) en la historia; no puede contem-plarse como tal, como un ente con existenciaesttica detrs o encima de cada hombre,sino como aquello que existe en el hombrecomo potencialidad y se desarrolla y cambiaen el proceso histrico (Fromm 2011, 88).

    Hoy parte de los postmodernos se preguntan:qu es la naturaleza humana, qu es el serdel hombre, qu es la esencia? Y responden:nadie lo sabe, eso es una especulacin, esmetafsica, atenta contra la inmanencia, etc. Y

    con eso basta para saldar el asunto. En el casode Marx, esos conceptos no estn ah paraser expuestos en una lmina de laboratorio.No. Se derivan histricamente; de lo que elhombre puede ser y la civilizacin le impideser. Si un hombre hoy no puede vestir, comer,desarrollarse, potenciarse; si vive esclavo delas cosas, si vive mecanizado, como un diente

    dentro de un pin (tal como lo sugera yaWeber a comienzos del siglo pasado); si suvida es un holocausto para su vida, si tienela vida daada, para usar la expresin deTeodor Adorno en Mnima moralia, etc.,se podr decir con toda seguridad que surealizacin est impedida, mutilada, que suvida ha sido truncada en vida, que ha sidolimitada. Es en este sentido que se dice queen el capitalismo la esencia del hombre nose corresponde con su existencia. Esencia yexistencia estn separadas; hay una rupturaentre ellas.

    Esa ruptura es posible por el capitalismo.Cuando el trabajador no posee aquello en loque ha puesto su vida (el objeto, su trabajo),es porque alguien lo ha desposedo. As elhombre es robadoy otro ha acumulado a sucosta. Por eso la propiedad privada es la ma-

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    terializacin concreta, es la sntesis del trabajoenajenado. Es el resumen del empobrecimien-to de unos y de la acumulacin de otros. Loque Enrique Dussel llama en un captulotitulado Estudios sobre Marx, trabajo vivo,que l rastrea desde losManuscritosde 1844hasta El capital, es, por eso, corporalidad vi-viente origen de todo valor, de toda categorade la economa poltica (Dussel, 1994, 209).Por eso sostiene en el mismo libro: El trabajohumano, ocupacin del mayor tiempo de laexistencia, se objetiva en sus productos: vidahumana hecha realidad en la mercanca.Esa vida se acumula como plusvalor en elcapital- cuyas determinaciones tales comoel dinero, el trabajo asalariado, el medio de

    produccin, etc., no son ms que fenmenoso apariencias de su ser fundamental: el valorque crece como ganancia- es vida humanaalienada, perdida, ticamente desposeda a susnaturales propietarios (1994, 148).

    Es por las razones anteriores que quienespiensan que el marxismo es puro economi-cismono han entendido mucho, pues detrsdel anlisis econmico que hace Marx estla destruccin o la crtica- la genealoga- fi-

    losfica de la misma. Lo que hay detrs delmarxismo es un humanismo preocupadopor la vida humana, es una concepcindel hombre. Es, tambin puede decirse, unvital-marxismo o un humanismo vitalista- esaes mi tesis. Ese humanismo vitalista buscaun hombre realizado, un hombre ntegro, unhombre total4, que no se atiborre de cosas,

    ni que iguale matemticamente a cada indi-viduo como pretende el comunismo vulgarque ya el mismo Marx critic (2011, 133);el humanismo de Marx es el comunismo, esla supresin de la distancia que hay entre laesencia y la existencia, es serms que tenercomo lo ha mostrado Erich Fromm; es lariqueza humana por fin desarrollada, es supluridimensionalidad rica en vez de su unidi-mensionalidad econmica. Por eso es la revo-lucin del proletariado, que en la poca es elhombre des-realizado, el hombre enajenado,el pobre que vende su vitalidad como cosa porun salario- la que debe liberar al hombre- queincluye al burgus prisionero del dinero y lascosas- de su msera condicin humana. As

    se entiende que el marxismo est fundamen-tado filosficamente en varios frentes: en susuperacin de Hegel, el descubrimiento delmaterialismo con Feuerbach, su superacin- ala vez- en un materialismo activo e histrico;est fundamentado filosficamente al con-cebir el trabajo como categora ontolgicay al proponer una antropologa basada en elhombre sensible, sufriente, vctima, que esactivo y se autocrea as mismo y como especiecon ese trabajo.

    Marx y las filosofas de la vida

    En los Manuscritos de Marx encontramosrealmente una preocupacin por la vidahumana, por la necesidad de materializarsu riqueza y su potencial. En este sentido,hay en los Manuscritos una filosofa de la

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    vida. Ahora, qu tienen en comn las tesisde Marx, su humanismo vital, con lo queen la historiografa filosfica se ha llamadofilosofas de la vida? Cul es la relacinque se pueden establecer entre el marxismodel joven Marx con ese mosaico llamadofilosofas de la vida? En esta segunda parte,quiero argumentar que es posible estableceruna relacin entre Marx y las filosofas de lavida y que, de hecho, es la categora de ena-jenacin- mencionada arriba- la que permitehacer tal relacin y vislumbrar que en ciertosentidoMarx comparti con esas filosofas losmismos intereses: la necesidad de recuperaral hombre integral y realizar su riquezahumana. As las cosas, para desarrollar este

    planteamiento es necesario empezar poralgunas cuestiones sobre las filosofas de lavida para luego s pasar a establecer algunasrelaciones provisorias con el marxismo.

    Esta tesis que se propone, es imposible dedemostrar sin una mencin al proceso capita-lista en el siglo 5. En efecto, es importanteen sta poca el desarrollo del capitalismo.Desarrollo logrado, entre otras cosas, porla aplicacin de los principios positivos a

    la ciencia y la tcnica, ambas al servicio delmercado. Asimismo, hay que decir que para lasegunda mitad del siglo , el imperialismoestaba a la orden da. Inglaterra tena sendascolonias en diferentes partes del mundo;Alemania entr en la misma dinmica, y yaen las ltimas dcadas del siglo, Estados Uni-dos hizo lo propio. odo esto era producto,en ltimas, de lo que el historiador marxistaEric Hobsbwan llam la era del capital yque ubic entre 1848 y 1875, la cual produjocomo consecuencia la unificacin del mun-do (1998, 61 ss).

    Pero no basta mencionar esta etapa impe-rialista del capitalismo en consolidacin. Esnecesario- para la relacin que nos interesaestablecer aqu- aludir a sus consecuenciassocioeconmicas: desde la revolucin industrialel capitalismo empez a p