1991. Trad. 1992. Derrida, J. El otro cabo. La democracia para otro0 día

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Jacques DERRlDA es, sin duda, el mayor polígrafo de .................... !--.-.. "" =-~ ..... .,.._.. ...... .,....,.,... n " ... . . : __ , l. ~- ~~ L1 ~ ___ ..J _ . __ ..: ,!._ -1 --· -- -~ ~ -.IU,....._ ..... ....,l..I_V ...., '-'-'--"' .L-'-.l_tJVO . LJ V O U .lHCl.lJCU.\.JaJJ.lV }J.LVUU\...\...,l Vl l U C ,::,lctCdll L/t;

la gramatología, La voz y el fenómeno, La escritura y la diferencia, Márgenes de la filosofía, Del Espíritu. Heidegger y la cuestión, y ese indescifrable monumento que es Glas. El traductor, Patricio Peñalver (Universidad de Murcia), es uno de los más reputados conocedores del pensar derridiano, al'

que ha dedicado La des construcción (Barcelona, 1989).

Pensar Europa. Pensar Europa de otra manera. No soñar eon una .. Nu eva Europa": el suefío del mederHismo es,

indisolublemente, la pesadilla forjada por los totalitarismos. Sino «Otra Europa», desde sus propios márgenes o bordes:

los colonizados rebeldes, levantados ahora en el propio interior, expropiados como <<lo otro» de Europa. Y todo ello, atando cabos sueltos, yendo al cabo de la_ calle: desde una

palabra intraducible por exceso y derroche: <<Cap». U na mueca, una muesca de nuestros presuntos delirios de poder y dominación. Europa, el «cabo» de la gigantesca Eurasia, ha gustado de aparecer ante sí misma como la Cabeza de las Naciones, tomadas bajo su generoso protectorado. Y ha de ser justamente un meteco, un mestizo hiperculturizado e hipercolonizado, nacido en Argel, de origen judío, afincado

en París (la Capital), conocedor y desmantelador de la Metafísica Occidental: Jacques Derrida, quien se pregunte lúcidamente por la posibilidad de un cambio de «rumbo,

(de nuevo, <<Cap», en francés). El libro incluye también en sus páginas una Pnrr"'-"'

ahora desplazada, dejada «para otro día»: una visión q tacha el juego del Día y la Luz {«jom·,, en francés), la

coyunda entre <<luz y taquígrafos» (estar al día, escribiendo rápidamente, apresando el presente oral, que es lo que

«vale»: logocentrismo) que configura la democracia: el (saeculum, «mundo») de las Luces.

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La democracia, para otro día

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Traducción de PATRICIO PEÑALVER

6 Colección Delos

Ediciones del Serbal

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Director de la colección: FÉLIX DU UE

Título original: L't;iutre cap

' ' . ! ·] ) : . < • • -~ Primera edición: 1992

© 1992, edición española Ediciones del Serbal - Guitard, 45

08014 Barcelona Impreso en España D.L.: B 19923/92

Diseño gráfico: Zimmcrmann Asociados S.L.

Impresión: Grafos, S.A. ISBN 84-7628-086-6

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Índice

El otro cabo 13

La democracia, para otro día 85

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En el día de hoy

1\1 p:¡;gpg¡¡~rme ee¡:¡erosamente pubHcar como

libro - opúsculo o «folleto» - lo que en principio había sido un· artículo de periódico, Jérome Lin­dan me ha dado ocasión de reflexionar sobre la alianza de un azar y una necesidad. Hasta ese mo­mento no había prestado suficiente atención al he­cho de que un artículo, «El otro cap»*, visiblemen­te asediad·o por las cuestiones del periódico -y el libro, de la edición, de la prensa y de la cultura mediática; había sido publicado, ciertamente, en un· periódico (Liber. Revista europea de los libros, octu­bre 1990, n° 5), pero . en un periódico singular, que intenta escapar a la regla; puesto que se inser­ta simultáneamente, de forma. inhabitual, en otros periódicos europeos (Franlifurter Allgemeine Zeitung,

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,¡; Cap tiene en primera instancia el significado geográ­fico de «cabo ... Pero también signific!Í.. «proa>>, «rurribo», «ca~ beza>>. El texto apela abiertarriente a esta diversidad de sig­nificados de la palabra al mismo tiempo que subraya su raíz común en el latín caput. En la traducción hemos optado por destacar en contextos determinados los ~ignificados geo­gráfico y maótimo, manteniendo cap• allí donde está marcac da:;ltt referencia a la rafz (R del T.).

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L'Indice., El País, Le Monde) y simultáneamente en

cuatro lenguas. Ahora bien, ocurre, de forma aparentemente

casual, que otro artículo, «La democ~acia, para otro día.), que trata en el fondo problemas análogos, y

eh primer término de la prensa y de la edición, del periódico, del libro y de los media (en su rela­ción con la opinión pública, con las libertades, con

os er con Europa) había sido. también publicado en otro periódico que era también el mismo,. a saber; Le Monde, y de nuevo aparte, en el suplemento de un número especial: · el primer número de Le Monde de·la Revolutionfrangaise (enero 1989) que apare­ció doce veces. durante el año del bicentenario. Así, además · de por esa comunidad de temas y en ra­zón de esa situación (un periódico . dentro del pe­riódico pero también un ·periódico como editado aparte), he" pensado que .tendría algú'n.'sentido vol­ver a poner estos . dos artículos sin cambios, uno al lado del otro y bajo la misma luz (jour). 'El día (jour), precisamente, la cuestión .o la refleXión del día, la· resonancia de la expresión aujourd.'hui (hoy, día de hoy): es eso lo que estos artículos de perió­dico conservan como más común, en su fechf!, en el df~ . (a la luz) de entonce~*· · E,n · c:q.antó ~ las hipótes.is y . las proposiCwnes .. arriesgadas de .esa

· "' ·A lo largo del texto, y ya en este pasaje, el autor juega frecuentemente con los . dos valores de jour. «düin •.y «luz». Lo haremos notar-en· nuestra versión en. los enclave's

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manera, ¿se encuentran fechadas sin embargo en el OÍa U~ huy, IJU plciiti güciT íi - llamada - 'dd Golfo» en un momento en que los problemas del derecho, de la opinión pública y de la comunica­ción mediática atraviesan la urgencia y la gravedad que se sabe? El lector juzgará.

Hoy: resulta que ésa es la primera palabra de «La democracia, para otro día)) . Incluso si no es

en correspondencia con lo que resuena extrañamen­te en el apóstrofe de Paul Valéry, citado al comien­zo de «El otro cabo)) y relanzado de tarde en tarde: «¿Qué va a hacer usted EN EL DÍA DE HOY?»

29 enero de 1991

relevantes mediante el expediente de un paréntesis aclarato­rio. Esa condensación afecta visiblemente también al uso cier­tamente marcado de aujourd'hui, «hoy>> que traducimos a veces por «en el día de hoy>>, (eventualmente con la reso­nanpia <<a la luz de hoy») (N. del T.).

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El otro cabo Memorias, respuestas y responsabilidades*

el riesgo que corre de ser simplemente uno de esos espectáculos que dan ocasión para yuxtaponer; en buena compañía, discursos o disertaciones acerca de ·un tema generaL Por ejemplo un espectáculo cultural, precisamente, o una representación, a no ser que esto resulte finalmente un ejercicio acerca de lo que se .llama con esa palabra . tan oscura, la «cultura». Y acerca de un problema que seguirá siendo siempre de actualidad, . Europa.

Que ·este encuentro tenga alguna oportunidad de· escapar· a la repetición .sólo será posible en la medida en .que algún tipo. de . inminencia, -oportu­nidad o peligro a la vez, haga presión sobre no-

sotros.

* Antes de su publicación en forma abreviada en U.~ ber, esta conferencia fue pronunciada en Turín, e] 20 de mayo de 1980, en u~ coloquio sobre ,,La identidad cultural europea>•, bajo la presidencia de Gianni Vattimo, con la par­ticipaCión de Maurice Aymard, Vladiinir :K. Bukowsky, Ag­nes Helle~, ]osé Saramago, Fernando Savater, Vittorio Stra~ da. ; Las notas se añadieron· posteriormente.

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¿Qué inminencia? Algo único pasa en Europa, en lo que se sigue llamando Europa aunque -no se sepa muy bien a lo que se llama así. ¿A qué concepto, en efecto, a qué individuo real, a qué entidad singular asignar ese nombre hoy? ·Quién dib

. , fr ¿ · UJara sus onteras?

Al resistirse tanto a la analogía como a la anti­cipación, lo que así se anuncia parece carecer de

cia, . travesía de dos certidumbres contradictorias: el muy viejo tema de la identidad cultural en gene­ral:{antes de la-guerra se habría dicho quizás iden­tidad «espiritual»), .el muy viejo asunto de la iden­tidad europea tiene ciertamente la antigüedad venerable de un asunto agotado. Pero ese tema, ese ~<sujeto» guarda quizás un cuerpo virgen. ¿No en­mascarará su nombre algo que todavía no tiene ros­tro? Nos preguntámos en la esperanza, el temor y el temblor a qué va a parecerse ese rostro. ·Seguí-, . , d ? ¿ ra parec1en ose. ¿Y al de alguna persona que cree-

mos conocer, Europa? Y si ·su no-parecido tuviese los rasgos del porvenir, ¿escapará aquél a la mos­truosidad?

La esperanza, el temor y el temblor están a la altura de los signos que nos llegan de todas par­tes en Europa, donde, precisamente en razón de la identidad, cultural o no, se desencadenan las peo­res violencias, esas que reconocemos demasiado sin haberlas pensado todavía, los crímenes de lá ú~no­fobia, del racismo~ del antisemitismo, delfan~tii~ mo religioso o nacionalista; violencias ·que se

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desencadenan, se mezclan, se mezclan entre ellas , . 1 ·, • L ...]

pe1·u SC J.11CZC.iaií Lá.illüii3ü., 3lli cru~ e~~ est::; ;..a:-:!}'"2. r;.:e~=.

fortuito, con el aliento, la respiración, el «espíritu>• mismo de la promesa.

Para empezar les confiaré u~ sentimiento. Y ya a propósito de los cabos (caps) -y de los bor­des a los que voy a atenerme. Es el sentimiento un . poco abrumado de un viejo europeo. Más pre-. .

europeo por su nacimiento; puesto que proce o· e la orilla meridional del Mediterráneo, y por eso se tiene, cada vez más con la edad, por una especie de mestizo europeo super-culturizado, super-co­lonizado (las palabras latinas cultura y colonización tienen una raíz común, allí donde precisamente se trata de lo que les ocurre alas raíces). Es quizás el sentimiento en suma, de alguien que, desde el cólegio en la Argelia francesa, ha tenido que capi­talizar la vejez de Europa, aun. conservando algo de la juventud insensible e· impasible de la otra orilla. En .realidad, todas las señales de una inge­nuidad, incapaz todavía de esa otra vejez de la que la cultura francesa lo · había separado •muy

pronto. De ese sentimiento de viejo europeo anacróni-

co, juvenil y cansado por.su edad misma, haré el primer axioma de este pequeño discurso; y diré «nosotros~> en lugar de «yo»: otra manera de pasar subrepticiamente• del sentimiento ·al axioma.

Nosotros, los europeos, somos más jóvenes que nunca, puesto . que una · cierta Europa no existe

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todavía. ¿Ha existido alguna vez? Pero somos como esos jóvenes que se levantan desde el alba viejos y cansados. Estamos ya agotados. Este axioma de finitud es un enjambre o un asalto de preguntas. ¿Desde qué agotamiento deben volver a partir los

• jóvenes viejos-europeos que somos? ¿Deben volver a empezar? ¿O bien salida de Europa, separarse de una vieja Europa? ¿O bien volver a partir hacia

a partir para volver hacia una Europa de los oríge­nes que habría en suma que restaurar, reencon­trar, reconstitull; en el curso de una gran fiesta de «reencuentros»?

«Reencuentros>> es hoy en . día una palabra ofi­cial. Forma parte del,código de la política cultural de-Francia en Europa. Los discursos y documen­tos ministeriales la usan mucho. Comentan así un discurso de ·Franc;ois Miterrand: Europa, dijo el pre­sid.ente de ·la República (quizás incluso cuando presidía también la Comunidad europea) «entra en su . historia y en su geografía como entra uno en su casa». ¿Qué quiere decir eso? ¿Es posible? ¿Deseable? · ¿Es eso mismo lo que se anuncia en el día de hoy?

·,No voy a intentar, todavía no, responder a esas preguntas. Pero arriesgaré un segundo axioma. Lo considero previo a la posibilidad misma de darle un· sentido a .aquellas aserciones (por . ejemplo la de los (<reencuentros») y a aquellas preguntas. A pesar de la inclinación y la convicción que tendrían que impulsarme aquí a analizar genealógicamente

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los conceptos de identidad o de cultura - como "! ! o ~ 1 1 •

e1 nomon:: pro~:nu 1.:.iu:iupa -, üe:üü i"Cü~üc~.;:;r ~es~,

puesto que ni el tiempo ni el lugar se prestan. Pero me hace falta sin embargo formular de manera un poco dogmática, y es mi segundo axioma, una ne­cesidad muy seca, cuyas consecuencias pueden afectar a toda nuestra. problemática: lo propio de una cultura es no ser idéntica a sí misma. No el

cir «yo>> o (<nosotros», no poder tomar la forma e sujeto más que en la no-identidad consigo o, si us­tedes lo prefieren, en la diferencia consigo. No hay cultura o identidad cultural sin esa diferencia con­

sigo. Sintaxis extraña y un poco violenta: <(consigo>) (avec soi) quiere decir también (<en su casa» (chez soi) (avec es «chez,), apud hoc). En este caso la di­ferencia de sí, lo que difiere y se separa de sí mi=­mo, sería también diferencia (de sí) consigo, dife-: rencia a la vez interna e irreductible al «en su cas~>:· Esa diferencia reuniría y dividiría también irreduc­tiblemente el hogar del «en su ca.Sa». En realidad, no lo reunirla, poniéndolo en relación con él mis­mo, más que en la medida en· que lo abriese ·a esa

separación. · Eso puede decirse, inversamente o recíproca­

mente, de toda identidad o de toda identificación: no hay relación consigo, identificación consigo sin cultura, pero cultura de sí como cultura del otn:5; cultura del doble genitivo y de la diferencia consi­go. La gramática del doble genitivo señala también· q1,1e una cultura no tiene nunca un solo origen- La;

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monogenealogía sería siempre una mistificación en 1_ L.: _ :... _ _:_ .J _ "'!_ - ~-1..:..- - ~­Lél. lU.l:>l.Ullé1 Uv .lé1 \.iUUl.Ué1o

En cuanto a la Europa de ayer, de mañana o

de hoy, ¿habrá sido sólo _un ejemplo de esa ley? ¿Un ejemplo entre otros? '¿O bien la posibilidad ejemplar de esta ley? ¿Se es más fiel a la herencia

·de una cultura cultivando la diferencia-de-sí (con­

sigo) que constituye la identidad, o bien atenién-

mantiene concentrada? Esta pregunta puede pro­pagar los efectos más inquietantes sobre todos los discursos y todas las políticas de la identidad cultural.

- En sus «Notas acerca de la grandeza y la de­cadencia de Europa» Valéry parece provocar a un interlocutor familiar, a la vez próximo y todavía des­conocido, En una especie de apóstrofe, como el lan­zamiento de un.a pregunta que ya no lo dejará en paz, le arroja la palabra «hoy». «HOY» y la palabra está escrita en letras mayúsculas o capitales, hoy crece como el desafío mismo. El gran desafío, el desafío capital, es el día . de hoy: «¡Y bien! ¿Qué va usted ·a hacer? ¿Qué va_ usted a hacer HOY?» ( Oeuvres, Bibliotheque de la Pléiade, Gallimard, t. ll, p. 931).

¿Por· qué el día de hoy merecería esas mayús­culas? Porque eso mismo que nos éuesta trabajo hacer y pensar hoy, para Europa, para una Europa arrancada de la autoidentificación como repetición de sí, es ;precisamente la unicidad del <(hoy>>,. un cierto acontecimiento, un advenimiento singular de

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Europa, aquí y ahora. ¿Hay un «hoy» completa­mente nuevo de Europa, y con una novedad que sobre todo no se parezca a lo que se ha .llamado -otro programa conocido, y de los más siniestros -una ((Nueva Europa»? Trampas de este tipo. que no son sólo trampas del lenguaje, las encontramos a cada paso, están en el programa. ¿Hay un ((boy)l

completamente nuevo de Europa más allá ?e to_dos

bles (no podemos y no debemos olvidarlos, pues ellos no nos olvidan), del eurocentrismo y del anti­eurocentrismo? ¿Estoy abusando del «nosotros~> si empiezo diciendo que, sabiéndolos ahora de me­moria, y por agotamiento, puesto que estos progra­mas inolvidables son agotadores y están agotados, no queremos ya saber nada más hoy ni del_ euro~ centrismo ni ,del antieurocentrismo? Más allá de esos programas demasiado conocidos, ¿de qué «identi­dad cultural» debemos responder? ¿Responder ante

quién? ¿Ante qué memoria? ¿Para qué promesa? ·Y es «identidad cultural» una buena palabra para t__.

«hoy»? Un título es siempre un cap. Es una cabecera

de capítulo, y también un encabezamiento. Al pro­poner este título, «El otro cap», para unas breves reflexiones casi improvisadas, pensaba en el avión, en primer término, en el lenguaje de la navegación aérea-o marítima. En el mar o en el aire, una nave <fait cap», «pone rumbo»: «pone rumbo a>'~ por ejemplo, otro continente, hacia un destino que es el:suyo pero que puede cambiar. En mi lengua se

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dice <{aire cap» («poner rumbo») pero también «changer de cap» («cambiar de rumbo») . La pala­bra «cap» (caput, capitis), que significa, como sa .. ben, la cabeza o la extremidad de lo extremo, el final y la punta, lo último, la última extremidad,

· el esjaton en general, en el lenguaje de la navega­ción asigna el polo, el fin, el telos de un movimien­to orientado, calculado, deliberado, voluntario, or-

mujer: en general, y sobre todo en tiempo de gue­rra, es un hombre el que decide sobre el «cap»; sobre la punta avanzada que es él mismo, la proa a la cabeza del navío o del avión que pilota. La escatología y 1a teleología son el hombre. Es él quien da las órdenes a la tripulación y lleva el timón ro la palanca de mando; en una palabra, el que se encuentra a la cábeza, la cabeza que es él mismo; . de la tripulación y de la máquina ....:... y se le llama frecuentemente capitán.

La expresión <<el otro cap» puede también su­gerir que se anuncia otra dirección o que hay que. cambiar de destino. Cambiar de dirección puede querer decir: cambiar de objetivo, decidirse a to­mar otro «cap», o bien cambiar de capitán, · si no -"'- ¿y por qué.no? - la edad o el sexo del capitán; acordarse incluso de que hay otro «cap», puesto que el <<cap»: no es solamente el nuestro, sino el otro; no es solamente aquel que· identificamos,, cal~ culamos, decidimos, ,sino también el cap del otro, ante··el cual:tenemos ' que responder, del que tene­mos que acordamos, en la mediqa en que el <<Cap»·

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del otro es quizás la primera condición de una iden­tidad o de una identificación que no sea egocen· trismo destructor - de sí y del otro.

Pero, más- .allá de nuestro cap, no hay sólo que acordarse del otro cap, y sobre todo del cap del otro, sino quizás de lo otro del cap, es decir, de u na relación de la identidad con lo otro que no obedezca ya a la forma, al signo o .a la lógica del

ciórt. El verdadero título de estas reflexiones - aun­que un título sea un «cap>> o 'un ·encabezamiento de capítulo - nos orientaría más bien hacia lo otro del «Cap>>. Selectivamente, deduciré la forma de to­das mis proposiciones de una gramática y de una sintaxis del «cap»,- de una diferencia de género, es decir, también del capital y de la capital. ¿Cómo puede responder una «identidad cultural europea»', y responder de forma responsable - responsable de sí, del otro y ante el otro - a la doble cuestión del capital y de la capital?

Europa, hoy,· en el día de hoy - que Valéry escribe con mayúscula - se encuentra en un mo· mento de su historia (si es que la tiene, y con tal de que ésta sea una, iclentifieable), de la historia de su cultura (si es que alguna vez puede identíH­catse ésta corno una ·y la misma; y responder de sí misma en una memoria de sQ, en el que la cues" tión .del ,«cap•~ parece ineluctable. Cualquiera ·que . sea la respuesta;la cuestión subsiste. Diría ,inc.lus0 que es necesaria: esa·cuestión debería subsistir, más allá incluso de toda respuesta. ·Nadie, por otra

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parte, piensa hoy en eludir tal cuestión, y no sólo a partir de lo que ha empezado o más bien se ha acelerado estos últimos meses, en el Este o en el centro de Europa. Estacuestión es además muy vieja, tan vieja como la historia de Europa, pero la experiencia del otro cap o de lo otro del «cap» se plantea de forma absolutamente nueva; no nueva «Como siempre», sino novedosamente

historia en la que el cambio de «cap», el cambio de rumbo,·. la relación con el otro «cap» o con lo otro del «cap», se experimenta como siendo en todo momento posible? ¿Apertura y no-exclusión de la que, en cierto modo, Europa tendría propia­mente la ,responsabilidad? ¿Como ·si el concepto mismo de responsabilidad respondiese, hasta en su emancipación, de una partida de · nacimiento europea? ~

Como toda-historia, la historia de una cultura supone sin duda un «Cap>> identificable, un télos en dirección al cual el movimiento, la memoria y la promesa, en suma la identidad, y aunque . sea como diferencia de ·SÍ, pretende unificarse: toman~ do la delantera en .la anticipación ( anticipatio, an­ticipare, antecapere). Pero la historia supone tam­bién que el «cap» no esté dado, que sea identificable de antemano y de una vez por todas. La irrupción de lo nuevo, la uniCidad del otro, .hay, debería ser esperada como tal . (pero, ¿será posible alguna vez el como tal, el fertóineno, el ser como tal de lo úni­co y de lo otro?), deberla ser anticipada como lo

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imprevisible, lo inanticipable, lo no-dominable, lo no~identificable ; en una- palabra, como aquello de lo que no se tiene todavía memoria. Pero nuestra vieja memoria nos dice que también hay que anti­cipar y guardar el «cap», pues, bajo el motivo -que puede convertirse en slogan - de lo inantici­pable o de lo absolutamente nuevo, podemos te­mer el regreso del fantasma de lo peor, al que be-

•<nuevo>>, en todo caso la vieja retórica, la demago­gia, la psicagogia de lo «nuevo» - y a veces del <~or:den nuevO>> -, de lo sorprendente, de lo 1iirgen~ de lo inanticipable. Tenemos, pues, que desc.onfiar tanto de la memoria repetitiva como de lo comple­tamente otro de lo absolutamente nuevo; tanto de la capitalización anamnésica como de la exposición amnésica a algo que no sería ya en absoluto identi­ficable.

Aludí hace un momento al seísmo que sacude la Europa llamada Central y la Europa llamada del Este, bajo nombres tan problemáticos como peres­troika, democratización, reunificación, entrada en· la economía de mercado, acceso< a los liberalismos . político y económico. Ese temblor de tierra qu~ por definición, no conoce fronterá, es sin duda la causa próxima del tema escogido para este debate acerca de la «identidad cultural europea». Yo que­ría recordar aquello que siempre ha identificado Europa con un «cap». Desde siempre; y ese «siem­pre» dice algo-de todos los días de hoy en la me­móri.a de Europa, en la memoria de sí como cult~.:-

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!"9. de E1_1mna. En su ~reogrl'lfía física v en lo .aue .1. ...... ....... • ~

se ha llamado con frecuencia, como hacía Husserl por ejemplo, su geografía espiritual, Europa se ha reconoCido siempre a sí misma como un cabo, ya sea como la extrema avanzada de un continente,

· al oeste y al sur (el límite de las tierras, la punta avanzada de un Finisterre, la Europa del Atlántico

de la orilla eco-latino-ibérica del Mediterráneo), e punto e pa 1 a para e es u vención y la colonización, ya sea como el centro mismo de esta lengua en forma de cabo, la Europa, del medio, estrechada,· incluso comprimida según un eje .. greco-romano,. en el centro· del centro · del:

cabo. -. Es así, por otra .parte, como Vruéry describía

y definía Europa: como un cabo; y, ~ si esa d'es,crip-­ción tenía: la forma de una definición, es que , el concepto correspondía a la frontera. Ahí está toda; la historia de esta geografía. Valéry observa, mira, enfoca Europa; y ve en ella un rostro, uha perscuia;. la considera como-un jefe, es decir, un· «Cap»-~ Esta! cabezatieae también ojos; · está vuelta; hacia im cierto lado, escruta el horizonte y .vigila en una· dirección

determinada: ·' )

,. «De to.das estas rep,lizaciones, las más .nq..mero­sas, las más sorprendentes, las · más' fecundas,

.. han sido llevadas a cabopor unaoparte:·bastanl.: . .- .- te limitada ·de la húmanidafl, y sobre• un ~m-:

torio ~ muypequeñO en 'relación :C:on,.~el ·conjunto·;

de las . tierras habitables:; . • . .

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, !l .

' { . ¡

Europa ha sido ese lugar privilegiado; el Euro­peo, el espíritu europeo, el autor de esos -pro­digios. ¿Qué es, pues, esa Europa? Esuna especie de

· cabo del viejo continente, un apéndice occiden­tal de Asia. Mira de forma natural hacia el oes­te. Al sur limita con un ilustre inar, cuyo pa­pel, cuya función, debería decir, ha sido

este espíritu europeo que nos ocupa1•

. Un cabo, un «pequeño cabo» geogr·áfico, un «apendice)> del cuerpo y del «Continente asiáticon­he aquí lo que a los ojos de Valéry es la esencia misma de Europa, su ser real. Y en la paradc~é., a la vez provocadora· y clásica de esta gramática, la: primera cuestión del ser y del tiempo habrá sido teleológica, o más bien contra~teleológica: si tal es SU' esencia, ¿llegará. a ser-Europa. un día lo que es .:(poca cosa, en suma,· ' -l:m pequeño cabo o un apéndice) o bien· persistirá· en lo que no es su esen­cia sino su- apariencia, a saber: bajo el cabo, el «Cerebro»?. Y el verdadero télos, el mejor, no esta..: ría aquí' del lado de la esencia sino del de la apa­riencia. A propósito de ·esa cuestión, a Valéry le gtJ.sta decir, precisament~ y como de paso, que es

«capital»:- ' ·

• · ' <<Ahora bien, el momento actual comporta esta · cu~stión capital: . ¿va Europa· a manten.er su 'preeminencia en todos ·los campos?

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¿Llegará a ser Europa lo que es en teali.dad, es decir: un pequeño cabo del continente asiático? ¿O bien seguirá siendo Europa lo que parece, es decir, la parte preciosa del universo terres­tre, la perla de la esfera, el cerebro de un vas­to cuerpo?»2

de todos los «caps» ~ encabezamientos de capítulo para señalar que en esta mesa están presentes, en un número ampliamente dominante, hombres y ciu­dadanos de la Europa del Oeste; escritores o flló­sofos, según el modelo clásico del intelectual euro­peo: un guardián al .que se considera responsable de la memoria y de la cultura, un ciudadano _en­cargado de una especie .de misión espiritual de Europa. No hay ningún inglés ,....- aunque la lengua anglo-americana sea hoy-.la-segunda lengua univer­sal, destinada a duplicar todos los idiomas del mun­do; y es uno de los problemas-esenciales de la cul­tura, hoy, de la cultura europea en particular, en la que el anglo-americano es y no es una1engua (cuando -un intelectual. francés va a Moscú ---: es algo de lo que tengo experiencia y que nos resulta muy común - eL anglo-americano sigue siendo la lengua mediadora, como lo es en esta mesa para dos de nosotros, Agnes Heller y Vladimir Bukovs­ki; que no vienen en realidad ni de Hungría ni de la URSS sino de grandes universidades. anglosajo­nas). Estamos, pues, aquí, en .amplia;mayoria, re-

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presentantes masculinos de la punta continental del cabo europeo, en lo que se llama la Comunidad Eul."opea, con un dominio mediterráneo. Azar o ne-

··. cesidad: estos rasgos son a la vez discriminatorios y significativos. Al menos, parecen emblemáticos; y eso que vacilo en avanzar aquí bajo el título del «cap», del otro «cap» y de lo otro del cap, vendria a inscribirse, al menos oblicuamente, bajo ese signo.

se haya dado de siempre la representación o la fi­gura de un cabo espiritual - a la vez como pro­yecto, tarea o idea infinita, es decir, universal -memoria de sí que se concentra y se acumula, ·. se capitaliza en sí y para sí. Europa ha confundido también su imagen, su rostro, ~u figura y su lugar mismo - su tener lugar - con la de una punta avanzada; digamos de un falo, si quieren; así pues,

· de nuevo, un cabo para la civilización mundial o la cultura humana en general. La idea de una pun­ta avanzada de la éjemplaridad es la idea de la idea europea, su eidos, a la vez como arjé: idea de co­mienzo, pero también de mando (el (<cap» como la cabeza, lugar de memoria capitalizadora y de decisión: de nuevo, el capitán), y como telos : idea del fin, de un límite que lleva a oaho o pone un término, al fmal del acabamiento, en el objetiliO de la terminación. La punta avanzada es a la vez co­mienzo y fin, se divide como comienzo y fin; e='ó

el lugar a partir del cual o a la vista del cual tod·::~ tiene lugar. (Cuando Heidegger define ellug~ Orr; recuerda que en su idioma alto o antiguo-alemár.,

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Ort significa la punta de la lanza, ahí donde todas las-fuerzas se juntan y se concentran en el limite; y cuando a propósito del preguntar dice que éste es la piedad del pensamiento, recuerda que fromm, Frommigkeit, viene de prómos: lo que .llega como primero, lo que conduce o guía la vanguardia de un combate.3

Es siempre bajo la figura del cabo occidental

se cultiva; es bajo esa figura como se identifica, ella misma consigo misma; es así como identifica su propia identidad cultUral, en .el ser . para-si de lo que tiene de más propio, · en su propia diferencia como diferencia -consigo, diferencia de sí· que' per. manece con ella misma, cerca, de ella misma: de sí, . diferencia consigo, con el sí mismo que se· guar­da, y. se concentra· én su propia diferencia, cm .su diferencia con respecto a los otros; si se puede.de­cir ·así; ' como diferencia de sí, ·diferente de sí para sí;· en '..la tentación; el . riesgo o la oportunidad de guardar en (el interior de) sí la turbulencia del con, de apaciguarla como simple fro'ntera int~rior ,....,.- .y frontera .bien guardada por centinelas, vigilantes del ser. ·_.,

Debería ihterrumpirme a mí. mismo en este re­cuerdo, Y· cambiar de «Cap», cambiar de ,rumbo. Conocemos bien ese programa, de reflexión o · de presentación de sí de .Europa. Somos viejos, -repito. La vieja;Europa parece haber agotado todas -las· po­sibilida9,es de discursos· 'de contra~discurso acerca de. su;propia . identificación~ ' ·La dialéctica bajo to~

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1, . . . .

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1

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das sus formas esenciales~ también aquellas que comprenden e incluyen la anti-dialéctica, ha e!:;ta­do siempre al servicio de esa autobiografía de Euro­pa, incluso cuando ha podido tomar la forma de confesiones. Pues la confesión, la culpabilidad, La autoacusación no escapan más al viejo programa que la celebración de sí. Quizás la identificación en general, la formación y la afirmación de una

de la identidad (nacional o no, cultural o no- la identificación es siempre cultural, no es jamás na.: tural - es la salida fuera de sí en sí, la diferencia consigo de la naturaleza) tiene siempre una forma capital, la figura de proa de la punta avanzada y de la reserva capitalizadora. No es, pues, sólo por falta de tiempo por lo que voy a ahorrarles aquí el desarrollo de un contra-programa opuesto a ese programa arqueo-teleológico de todo discurso euro­peo sobre Europa. Advierto solamente que de He­gel a Valéry, de Husserl a Heidegger, y a pesar de· todas las diferencias que separan esos grandes ejemplos entre ellos . (he intentado señalarlos en '·Jtro lugar; por ejemplo en-Del espíritu)~ ese discurso tra..: dicional es ya un discurso del Occidente modemo. Tiene fecha. Es el más actual, nada es más actual, pero ya 'tiene fecha - y esa actualidad deja apare· cer, la arruga familiarmente inquietante, discreta pero despiadada, eL estigma mismo de una anacronícr que marca el día de todos · nuestros días, de nue!:.:. tros gestos, nuestros discursos, nuestros afectos, los públieos y los privados·.- Tiene la fecha de un roD-

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mento en que Europa se ve en en el horizonte, es decir a partir de su fin (y el horizonte es, en griego, el límite) , a partir de la inminencia de su fin. Este viejo discurso ejemplar y ejemplarizante sobre Eu­ropa es ya un discurso tradicional de la modemi-

• dad. Es también el discurso de la anámnesis debi­do a ese gusto suyo por el fi~ , si es que no por la muerte.

derna tenemos nosotros mismos que responder. Guardamos, junto con la memoria capitalizadora que de él tenemos, la responsabilidad de esa herencia. Esa responsabilidad no la hemos escogido, se nos impone de manera tanto más imperativa en la me­dida en que es, en tanto que otra, y a partir de lo otro, la lengua de nuestra lengua. ¿Cómo asumir esta responsabilidad, este deber capital? ·¿Cómo res­ponder? Y sobre todo, ¿cómo asumir aquí una res-. ponsabilidad que· se anuncia como contradictoria , puesto que nos inscribe de entrada en una especie . de obligación · necesariamente ·doble, de double bind? La orden nos divide, en efecto, nos pone ~iem­pre en falta o en defecto, puestO que desdobla el ~y que: hay que convertirse en· guardianes de una idea de Europa, pero de una Europa que consiste preci~ samente en no cerrarse en su propia identidad y en avanzar ejemplarmente hacia lo que no es ella, ha­cia el otro «cap» o el «cap» del otro; incluso, y esto es quizás algo completamente distinto, hacia lo otro del «cap» que sería el más allá de esta tradición · moderna: otra estructura de, borde, otra orilla. ·. ,

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En cuanto a responder fielmente de esa me-iiioria y, a5i, ¡-.:opv:u.dc~ rig-~rco.~~~~te ~ ee:1 d~b]e orden, ¿deberá eso consistir en repetir o en rom­per, en continuar o en oponerse? ¿O bien en -inten­tar inventar otro gesto, en verdad una larga gesta - que supone la memoria - precisamente para asignar la identidad desde la alteridad, desde el otro «cap» y lo otro del «cap>>, desde un horde com-

?

Esta última hipótesis, acia la que pre eme orientarme, no es solamente una hipótesis o una llamada, la llamada a lo que se da al mismo tiem­po como contradictorio o imposible. No, creo que esto tiene lugar alwra. (Pero hay también que em­pezar a pensar, por eso, que ese «ahora>> no seria ni presente, ni actual, ni el presente de alguna ac­tualidad.) No es que esto ocurra, o que haya ocu­rrido ya, no es que esto esté ya dado en el preSente. Creo más bien que este acontecimiento tiene lugar como lo que viene, lo que se busca o se promete hoy; en Europa, el <<hoy» de una Europa cuyas fron­teras no están dadas - ni el nombre mismo, no siendo aquí <(Europa» más que una apelación pa-"

leonímica:. ·Creo que si hay acontecimiento alguno. hoy, éste tiene lugar ahí, en ese acto de memoria que consiste en traicionar un cierto orden del capi­tal para ser fiel al otro «cap» y a lo otro del cap. Y esto ocurre en un momento para el que la pala­bra «crisis», crisis de Europa o crisis del espíriiTt., no es quizás ya apropiada.

,La toma de consCiencia, la reflexión median1e

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.· . . ·. ,· ..... ,. .::. -~ :

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la cual, recuperando el conocimiento, se reencuen­tra ~u «:st:ui.iJu>> (S~lb,)ibesi¡¡¡-~u,;¡,g), . 6Sti :1<3Cvnq;.Ü:;té0

de la identidad cultural europea como discurso ca­pital, ese momento del despertar ·se ha desplegado siempre, en la tradición de la modernidad, eri el momento y como el momento mismo de lo que se llamaba la crisis. Es el momento de la decisión, el momento del krínein, el instante dramático de

nente y amenazadora. Crisis de. Europa como cri­sis .del espíritu, dicen todos, en el momento en que se· dibujan los límites, los contornos, el eidos, los fines-y confines, la finitud de Europa; es decir, en el momento.en 'que el capital de infinitud y de. uní" v.ersalidad.que .se encuentra en reserva en el- idio~ ma de e~tos límites se encuentra capitidisminuido o. en ~peligro.

.· Nos;preguntaremos inmediatamente en qué con­si&te·.hoy la amenaza. Ese momento ·critico puede tomar formas diversas; todas las· cuales, :y a pesar de ·sus diferencias, graves. a veces, especifican una «lógic3'•, fundamentalmente análoga. Hubo, al me­no~, ; la forma del momento hegeliano; · en el · que el ~curso europeo consu'ena .con el retorno\ a ·sí del espíritu en . el Saber Absoluto, en este <<Íinal­de-la-hi.Stori3'• que puede dar lugar hoy a elocuen­cias éhá.rlatanas - por ejemplo [recuerdo que esto era. antes ~e la llamada guerra del Golfo; el Golfo, ¿es o no es 'el.Cabo, lo negativo o lo otro del Cabo?] la de un consejero de la Ca.Sa Blanca, cuando anun­Cia con· gran ·impacto mediático «el-final-de-la-

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histori3'>, puesto que el modelo esencialmente euro-

cías liberales, parlamentarias y capitalistas estaría, de creerle, en trance de convertirse en un modelo universalmente reconocido, aprestándose todos los Estados-naciones del planeta a alcanzarnos en el pelotón de cabeza, muy cerca del cabo, en la pun­ta capital de las democracias avanzadas, allí donde

Hubo tam ién a orma usser ana e a «CJ:I·

sis de las ciencias europeas» o la «Crisis de la hu­manidad europe3'>: la teleología que orienta el aná­lisis de la historia y de la historia misma de ~ta criSis, del ocultamiento del motivo trascendental con y desde Descartes, tiene como guía la idea de una comunidad . trascendental, a saber la subjetividad de un «nosotros••, de la que Europa sería a la vez el nombre y la figura ejemplar. Desde el origen de la filosofía, esta teleología trascendental habría mos­trado .el ~<cap».

Hubo ·en el mismo momento - y qué momen­to, en 1935-1936- el discurso heideggeriano que deplora la Entmacluung del espíritu. La impoten~

cia del;espíritu, su hacerse impotente, lo que le-priva violentamente de su potencia, no ~s otra cosa qua la destitución . (Entmachtung). del Occidente euro­peo. Incluso cuando se opone al sub-objetivismo trascendental o a la tradición cartesiano-husserliana como a . su . síntoma, Heidegger . no. deja de recla­mar que se piense el .peligro esencial como peligro del,espiri~u. y del espíritu como cosa del Occidente

1

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europeo, en el centro oprimido de la tenaza, en - - - - , ~ _ • , · _ __ n ___ ~ _ 4 la JVUtte ae r...uropa, enn·e 1"\.men~a y nu:s1a.

En el mismo momento, quiero decir, entre las dos guerras, de 1919 a 1939, Valéry define la cri­sis del espíritu como crisis de Europa, de la identi­

, dad europea, y más precisamente de la cultura euro­pea. Como he escogido para hoy la dirección configurada del «cap» y del capital, me detengo un

ciernen todas ellas a la punta capital, al punto del

capital. Valéry es un espíritu del Mediterráneo. Al ha-

blar del lago del Mediterráneo, ¿qué estamos nom­brand'O? Como todos los nombres de los que ha­blamos, como todos los nombres en general, éstos designan a la vez un límite, un límite negativo, ·. y una chance, una oportunidad, y la responsabilidad consistiría quizás en hacer del nombre recordado, de la memoria del nombre, del límite idiomático, una oportunidad, es decir, una apertura de la iden­tidad a su porvenir mismo. Que toda .la obra de Valéry sea la de un Europeo del Mediterráneo greco-romano, próximo a Italia por su'· nacimiento y su muerte, es algo que subrayo, sin.duda, porque hoy estamos aquí, en Turín, en un lugar latino del Mediterráneo del Norte. Pero esté borde medite­rráneo me interesa también a mí, que vengo del otro borde, si es que no del otro cabo (de un borde que no es principalmente ni francés, ni-europeo, ni latino, ni cristiano), a causa de esa palabra «ca­pital>) que me encamina lentamente hacia el punto

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más dubitativo, tembloroso, dividido, a la vez inde­cidible y decidido de mi discurso.

Esta palabra «capital» capitaliza, en efecto, en el cuerpo del idioma, y en el mismo cuerpo, si pue­do decirlo as:í, dos géneros de cuestiones. Más pre­cisamente: una cuestión en dos ·géneros.

l. La cuestión surge en primer lugar en Jeme-

derla eludir hoy. ¿Hay lugar, hay de aquí en ade­lante un lugar para una capital de la cultma europea? ¿Puede proyectarse un centro, al menos simbólico, en el corazón de esta Europa que se ha considerado largo tiempo como la capital de la hu­manidad o del planeta, y que no renunciaría hoy a ese papel, como piensan algunos, más que en el momento en que la fábula de una planetariza­ción del modelo europeo resulte lo suficientemente verosímil? En esos términos, la pregunta puede pa­recer brutal y sin vigencia. No habrá capital oficial de la ccltura europea, desde luego. Nadie piem:a en eso, nadie lo aceptaría. Pero no por ello desa· parece .la ineluctable cuestión de la capital. Cue:>­tión que de aquí en adelante remite a lasluchas por la hegemonía cultural. A través de los pode[eS establecidos y tradicionalmente dominantes de cier­tos idiomas, de ciertas industrias culturales, a tra· vés del extraordinario crecimiento de nuevos me­

dia, de los periódicos y de la edición, a través de la Universidad, a través de los poderes tecnD­científicos, a través de nuevas «Capilaridades~ Lo

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cierto es que han empezado ya competiciones, siem­pre feroces, por más que a veces sordas. Estas se producen de aquí en adelante con modalidades nue­vas, en una situación que cambia muy deprisa y en la que las pulsiones centralizadoras no pasan

· siempre por Estados (pues puede incluso ocurrir, y cabe esperarlo prudentemente, que en ciertos ca­sosias· viejas estructuras estatales nos ayuden a lu-

semos en·la novedad de esos modos de dominación cultural, como en campos geográfico-políticos que se ofrecen a · la codicia desde la perestroika, la des­trucción , del; muro· de Berlín, los llamados movi­mientos' de democratizacióq;¡ y todas las corrientes más o ,menos virtuales que atraviesan Europa: es entonces cuando se ve .resurgir .la cuestión de. la capital, es decir, de la centralidad hegemónica. El que ese centro no pueda ya estabilizarse en la for­ma tradicional de la metrópoli nos . obliga a tener eri cuenta •lo que 'Ocurre hoy· en la ciudad. Pero eso no borra, todo lo <contrario,. la referencia a toda capital . . Esta referencia debe :ser traducida y des­plazada en e l interior de una problemática profun• damente trasfonmada por los datos tecno'-científicos y tecno-económicos, dátos que afectan. también, en~ tre otras cosas~ a la producción; la trasmisión, la estructura y los efectos de-los discursos mismos en los . que se intenta formalizar dicha problemática, como igualmente ;afectan a la figura. deo quienes pro­ducen o sostienen públicainente:estos discursos......., a ' saber, nosotros mismos. o; aquellos a quienes se

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1 '

' ' llamaba en otro tiempo, tranquilamente, los inte­

lectuales. Primera tensión, primera contradicción, doble

orden:-por una parte~ la identidad cultural europea no puede dispersarse {y cuando digo «no puede)', esto debería significar también <cno debe» - y este doble régimen está en el corazón de la dificultad). Esa identidad ni puede ni debe dispersarse en una.

idiomas, consu enclave, o de pequeños nacionalis­mos celosos e intraducibles. Ni puede ni debe re­nunciar a lugares de gran circulación, a las más anchas avenidas de traducción y de comunicación .. y así, de mediatización. Pero, por otra parte, ni pue­de ni debe acéptar la capital de una autoridad cen­tralizadora que, a través de los aparatos culturales traseuropeos, a través de ]as concentraciones edi­toriales, periodísticas, acadénilcas- sean éstas e~­tatales o no - controle y uniformice, sometiendo los discursos y las prácticas artísticas a una·rejilla de inteligibilidad, a normas filosóficas o estéticas:. a ~canales de · comünicación eficaz e inmediata, a encuestas de niveles de audiencia o ·de rentabili­dad comercial., Pues, reconstituyendo lugares de consenso fáciles, demagógicos y «vendibles», a tra­vés de redes mediáticas móviles, omnipresentes, ~ de una extrema rapidez, pasando inmediatamente por·encima de todas las fronteras, una normaliza• ción as:í instalaría, no importa dónde y en cualquier momento, una capital cultural, un ·centro hegemó:­nico, la central o el centro mediático del nue,·.;.

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imperium: Remate control, como se dice para la te­levisión en inglés, ubicuidad teledirigida, casi in­mediata y absoluta. De aquí en adelante no hay ya necesidad de ligar la capital. cultural a una me­trópoli, a un sitio o una ciudad geográfico-política, pero subsiste la cuestión de la capital en su integri­dad; y tanto más invasora porque su <<política» - que quizás no alcance ya a ser una que merezca

ciudad, acrópolis, barrio) o al concepto tradicional de la politeia o de la res publica. N os internamos así quizás en una. zona o en una topología que no se llamará ni política ni apolítica sino, por usar pru­dentemente una antigua palabra para nuevos con­ceptos, «cuasi-política>>: cuasi-cita de Valéry, de nue­vo, el cual puso el título de «Ensayos cuasi-políticos» a una serie de textos consagrados a la crisis del espíritu como crisis de Europa.

Así, pues, ni el monopolio ni la dispersión. Cla­ro está, hay ahí una aporía, y ·no debemos disimu­lárnoslo. Me .. atreveria a sugerir que la moral, la política,- la responsabilid~d, si .. las hay, no ·habuán empezado jamás sino con la experiencia de. la ·apo~

ría. Cuando la vía de paso está dada, cuando por adelantado un saber posibilita .el camino, la .deci~

sión está ya tomada, lo que es tanto como decir que no • hay ninguna que tomar: irresponsabilidad, buena conciencia, aplicación de un programa. Qui-. zás, y ésta sería la objeción, jamás se .escapa ,uno del programa. Pero entonces hay. que reco:nocerlo y dejar de hablar con autoridad de Tesponsabilit

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dad moral o política. La condición de posibilidad de esta cosa, la responsabilidad, es una cierta ex­periencia de la posibilidad de lo imposible: la prue­ba de la aporía a partir de la cual inventar la única invención posible, la in·vención imposible. 5

La aporía toma aquí la forma lógica de la con· tradicción. Una contradicción tanto más grave por­que, si los llamados movimientos de «democratiza-

gran medida a esa nueva potencia tecno-mediática~ a esa circulación penetrante, rápida e irresistible de las imágenes, de las ideas o, como se dice. de los modelos; se debe a esa extrema capilaridad de los discursos. La capilaridad: no hay que traer a colación esa palabra por los pelos para reconocer en ·ella los trayectos que nos interesan en este ins­tante; en este punto, en esta punta en la que su finura se hace microscópica; cablegrafiada, apu:n­tada, lo más cerca de la cabeza y del jefe, está la. circulación, la comunicación, ]a irrigación casi inmediata: Dicha capilaridad no traspasa sólo las fronteras nacionales. Se sabe que un sistema totali­tario .. no puede ya luchar ·eficazmente contra una red telefónica interior cuya densidad sobrepase un cierto .umbral, haciéndose as( incontrolable. Ahora bien, ninguna sociedad «moderna» (y la moderni· dad_ és· un imperativo para el totalitarismo) puede renunciar_ -por mucho tiempo a desarrollar los ser·. vicioste.cno-económico-cientificos-del teléfono- e!'> decii:, los lugares :de paso «democráticos» apropia­dos •para llevar a cabo su. propia destrucción. El

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teléfono se convierte entonces, para el totalitaris­mo, en la prefiguración invisible y en la prescrip­ción imperiosa de su propia ruina. Pues, además, el telófono no deja intacto el límite entre lo público y lo privado, suponiendo que ese límite haya sido

· alguna vez riguroso. El teléfono esboza la forma­ción de una opinión pública allí donde le están pro­hibidas las condiciones habituales de la «publici-

en todas sus formas. En una palabra, las líneas te­lefónicas - y pronto el visiófono - son insepara­bles de las grandes líneas de comunicación, de la televisión o de los telescriptores; y si es en nombre de la libre discusión con vistas al consensus, en no m~ bre de la democracia tradicional, como · se . han abierto estas avenidas mediáticas, no sería cosa de luchar contra ellas. Sería anti-demoerático parceli­zar, marginalizar, tabicar, prohibir, interrumpir . .

Pero, aquí como en otros lugares, la orden pa­rece doble y contradictoria para aquel que tenga la ;preocupación de la ·identidad cultúi"al europea: si bien hay que tener· cuidado para que no se ,re­constituya la hegemonía centralizadora (la capital)~ no por·eso:hay ·que multiplicar las !fronteras,;les de~ cir, las marcas y los márgenes; no hay-qU.e; cultivar por ·eRas mismas las -diferencias -minoritarias, -los idiolectos intraducibles, ·los antagoni;:;mos naciomi­les,, los d1ovinismos- del idioma. La· responsabili• dad parece· consistir, hoy, en no ·renunciar a•ningli­no de esos dos imperativos contr~dictorios. Se. debe, pues,- intentar· 'inventar gestos:, discursos; prácticas

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político-institucionales que inscriban la alianza -de esos dos imperativos, de esas dos promesas, de esos dos contratos: la capital y la a-capital, lo otro de la capital. Es difícil. Es incluso imposible concebir una responsabilidad que consista en responder de dos leyes! o en responder a dos órdenes contradic­torias. Sin duda. Pero tampoco hay responsabili· dad que no sea la experiencia de lo imposible. LJ

sabilidad se ejerce en el orden de lo posible, sigue una pendiente y desarrolla un programa. Hace de la acción la consecuencia aplicada, la simple apli­cación de un saber o de un saber-hacer, hace de la moral y de la política una tecnología. No depen· de ya de la razón práctica o de la decisión. Empie• za a ser irresponsable. Quemando etapas y a}_o.

rrando mediaciones, se diría que la identidad cultural europea, como la identidad o la identifica­ción en general, si debe ser igual a sí y al otro~ como a la medida de su propia diferencia desme­surada «consigo», forma p¡ute, y debe formar par­te, de esa experiencia de lo imposible. Sin embargo; uno tendrá siempre el derecho de preguntarse qué puede ser una rn'oral-o una política que no mida lá responsabilidad sino con la regla de lo imposi~ ble: como si el no hacer más que lo posible se con­virtiese en un abandono del dominio de lo -ético y de lo politico; como si, a la,inversa, para asumir una auténtica responsabilidad hubiera que limitar­se a decisiones imposibles, impracticables, inapli· cables. Si , los dos términos de una ,alternativa

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.: t.~· . .... . .

así traducen a la vez una insoluble contradicción y un plano serio, la aporía se refleja o se capitaliza abismalmente, y ordena más que nunca pensar de otro modo o pensar, en fin, lo que se anuncia aquí en la forma enigmática de lo «posible» (de la posi-

• bilidad - imposible - de lo imposible, etc.). Es en esta dirección (si es que se la pudiese

todavía designar e identificar) como nos preguntá·

topología 'Se plantearía hoy la cuestión del lugar para una . capital de la cultura europea, de un lugar - simbólico. al menos - que no sea ni estricta; mente político (ligado a la implantación de alguna institución estatal ·o. parlamentaria), ni centro de ·de­cis·ión económica o administrativa, ni. una pobla­ción escogida a causa .de su sitio geográfico, por lasl dimensiones de -su. aeropuerto o por su capaci­dad de .acogida· en. infr.aestructura hotelera, a la me­dida del volumen .de un Parlamento europeo (es la-famosa competencia entre Bruselas y Estrasbur­go) ._ Directamente -o no; .el caso ·es. que la hipótesis de, ·esa .• capital d:mcierne. siempre a lél- lengua: no sólo ·al .predominio de una- lengua nacional o . de un· idioma, !'ino :al.predominio de un -concepto de la lengua o. del ~enguaje, la puesta en práctica. de una idea del idioma. .,

. Me abstengo de dar·. aquí ningún ejemplo, para subrayar ·de momento una generalidad: en estaJu, cha ;por· el control dé .la cuitura, ,en esta estrategia que intenta: .ordenar la identidad. cultural, en torno a , una capital;· tanto más :potente ésta en la medida

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en que sería móvi4 capital europea en un sentido hiper- o supra-nacionai, la hegemonía nacionai no se rei-~oind:ica, y hoy menos que nunca, en nombre de una superioridad empírica, es decir, de una sim­ple particularidad. Por e!:' o, el nacionalismo, la afir­mación naciona4 en cuanto fenómeno esencialmente moderno, es siempre un filosofem a. la hegemonía nacional se pre:;enta, apela y pretende justificarse

. y en la memoria de lo univer.sal y, así, de lo trasna­·cional o de lo traseurope() - y fmalmente de. lo trascendental o de lo on:ológico. El esquema lógi­co de este ar-gumen1o, el nervio de .esta . auto­afirmación nacional, el enunciado nuclear del <<yo)l o del «sujeto» nacional e.s, por decirlo secamente: «Soy,(somos) tanto más nacional cuanto más euro­peo, .tanto más europeo. cuanto más -traseuropeo e internacional; nadie es -más -cosmopolita y auténti­camente universal que aquel, que ese 'nosotros' que os habla.» El nacionalismo y el cosmopolitismo se han llevado siempre bien, por paradójico que esto parezca; y, desde Fichte, numerQsos ejemplos · po.; drian atestiguarlo. En la lógica de este discurso (<ca­pitallstico" y. cosmopolítico~ lo propio de tal nación o de 1al idioma sería ser un .cabo para Europa; y lo propio de Europa Ee::-ía, analógicamente, avan­zar como , un :cabo para La esencia universal de la humanidad. Avanzar, ésa es la -palabra: ésta: capi-, taliza:la· may.or parte de las figuras que observamo~ aquí.· Avanzar; ciertame.nte, es presentarse, introdu ... cirs~ mostrarse, y . así identificarse y nombrarse.

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Avanzar es también lanzarse hacia adelante miran­do ante sí («Europa mira naturalmente hacia el Oeste»), anticipar, tomar la delantera, lanzarse al mar o a la av~ntura, tomar la delantera tomando la iniciativa, a veces de forma ofensiva. Avanzar es

. también asumir riesgos, presumir a veces de sus fuerzas, y formular hipótesis, olfatear allí donde pre­cisamente no se ve ya (la nariz, el «Cap», la penín-

una especie de avanzada - la vanguardia de la geografía y ·de la historia. Avanza como una avan­zada, y no habrá dejado de hacer avances sobre el otro: para inducir, seducir, producir, conducir, propagarse, cultivar, amar o violar, querer violar, colonizar, colonizarse ella misma.

Como estoy hablando en francés, y por no en­tablar aquí ningún pólerrws internacional; citaré el lenguaje · más común de ,todas las mayorías de· la República francesa. Éstas reivindican, sin excep­ción, para ·Franci~ es decir; .para Rarís6, claró está, para la capital de · todas las revoluciones y para. ·,el París de hoy; un papel de vanguardia, por ejemplo en la idea de la cultura democrática, es decir, de la cultura libre sin más, la que se funda en ·una idea de los .derechos del hombre, o de un derecho internacional. Digan lo que digan actualmente al respecto·los ingleses, Francia habría inventado esos derechos del hombre, entre los cuales .la · «libertad de pensamiento>> quiere decir, «en su uso · más co­rriente», y vuelvo a citar a Valéry, «libertad de pu­blicar, · o · bien libertad . de enseñar» 7•

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' . . Me refiero aquí, por ejemplo, a tal documento

oficial emanado del Iviinisterio de Asuntos Exterio­res (Secretaóa de Estado para las Relaciones cul­turales internacionales). Este texto - de gran cali­dad - define de forma competente y convincente lo que se llama: «La construcción cultural europea>o. Ahora bien, para hacerlo, pone primero como ex.er~ go una frase del «Congreso del espacio cultural

cia los temas de la conquista, de la imposición y del espíritu. («Esprit» es, por otra parte, al lado de «Brite» y de «Race» - la palabra inglesa que quie­re decir también (<carrer!l>l o «Competición» - el nombre propio de uno de los programas de desa­rrollo tecnológico de la Comunidad europea.) Soy yo quien subraya: «No hay ambición política que no esté precedida de una conquiSta de los espíri­tus: , es a la cultura a la que le ·corresponde impo­ner.el sentimiento de una unidad, de una solidari. dad euro.pea_» En la página de al lado se subraya el «papel determinante» que juega Francia en la «toma de .consciencia colectiva>>. Este. mismo docu-

. mento · cita como exergo un Informe del Consejo de Ministros, que dice. de la <(cultura francesa» que éstá actúa «enseñando a los demás a mirar a Fran­cia eomo un país de creación que ayuda a cons~

tr:uir la modernidad»; y más exactamente (subrayo aquíelléxico de la respuesta, de la responsabilidad y del hoy). '«es de hoy de lo que ésta (Francia, la cultura francesa) responde, y es eso lo que se ·espe· ra de ella>•. l.a,identidad cultural francesa sería,

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pues, responsable del hoy europeo, y en consecuen­cia, como siempre, tras-europeo, ultra-europeo. Aquélla sería responsable para el universo: tanto de los derechos del hombre como del derecho . in­ternacional - lo cual supone en buena lógica que

· ella será la primera en denunciar los desajustes en­tre el principio de estos. derechos (cuya reafirma­ción debe ser y sólo puede ser incondicional) y las

límites determinados de su representación, los ro­deos o las desigualdades de su aplicación ·en fun­ción de. los -intereses, de los monopolios o de las hegemonías constituidas. La tarea es · siempre. ur­gente e infinita. No cabe. otra cosa sino ser desi­gual a ella, pero hay varias maneras de determi­nar, de interpretar, de «gobemar» esta ihadecuaci6n: toda la política está ·ahí; y es, siempre, la política de lwy. Y es-esta tarea ejemplar la que Francia -se asigna~ así, al comienzo del discurso ' que acaba­m-os .de citar (••Es·de hoy de lo. que respo~de Fran­cia,1y es eso lo que se ~spera , de ella»). La .identi­dad se instituiría así en la responsabilidad, es decir ~ y volveremos a esto :~ en· una cierta experiencia de .la . «respuesta>>,: que sostiene aquí todo· el e'nig­ma. ¿Qué es «responder»?· ¿Responder --a? ·¿Res­ponder de? ¿Responder por? ¿Responder ante?

·El mismo texto recuerda también que Francia debe «conservar su posición de vanguardüú>. ".Van­guardia»: la palabra sigue siendo' <<bella>), ya se la sustraiga o no a su ·código ·estratégico-militar ~ (pro­mos) ·de proyectil o de ·niisil: capitaliza la-figura o

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:1 el mascarón de proa, la figura de la proao rle la punta fálica avanzada como un pico, como una plu­ma o como un pico de pluma, la forma del cabo. en.~onsecuencia, y de la guardia o de la memoria.; añade el valor de la -iniciativa avanzada al de la recolección: responsabilidad del guardián, vocación del recuerdo que se compromete a tomar la de1an­tera, sobre todo si se trata de

rvan> como Ice e ex­to oficial, una «posición de vanguardia» -y en

- consecuencia de conservarse a sí misma como· van­guardia que avanza para conservar lo que le co­rresponde, a saber, aventurarse para conservar lo que le sigue correspondiendo, a saber: una «posi­ción de vanguardia», en definitiva.

Se trata de un discurso de Estado, pero la Yigi­lancia . no debe ejercerse sólo en relación con dis­cursos-de Estado. Los proyectos europeos. mejor in­tencionados, aparente y e..--q>resamente pluralistas. democráticos y tolerantes pueden, dentro ·de esta hermosa competición para «Conquistar los e&píri­ttis», intentar imponer la homogeneidad de. un me­dium~ de normas de discusión, de . modelos dis­cursivos.

Ciertamente, esto puede . hacerse a travé.:; -de consórciosc de periódicos o de revistas, a través de poten1es-·empresas editoriales europeas. Estos pro­yectos se ,multiplican hoy, y podríamos alegrarnos de ello, ;a ·.condición de que nuestra .atención no se duerma¡ 1pues· tenemos que aprender a detectar nueyas formas de toma del poder cultural, para po-

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. · .. ~ -~--~;:;::-' ...... :~ t­-~.

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der resistir a ellas. Esto puede hacerse igualmente a través de un nuevo espacio universitario, y sobre todo a través de un discurso filosófico. So pretexto de defender la transparencia («trasparencia>> es, jun­to con «consenso», una de las palabras clave del .discurso «CUltural» que evocaba hace un momen­to) , o la univocidad de la discusión democrática, la comunicación en el espacio público, la «acción

modelo de lenguaje presuntamente favorable a esta comunicación. Este discurso, que pretende hablar en nombre de la inteligibilidad, del buen sentido, del sentido común o de la moral democrática, tiende por eso ,mismo, y como naturalmente, a desacredi­tar todo aquello que complica ese modelo, ·a repri­mir o someter a sospecha aquello que pliega, so­bredetermina o incluso cuestiona, en la teoría y en la práctica, esa idea del lenguaje. Con esa inquie~ tud, entre otras, habría que estudiar ciertas nor­mas retÓricas que dominan la filosofía analítica, · o eso. que se llama en Frankfurt la ·«pragmática tras­cendental». Estos modelos se confunden también con poderes institucionales que no están confina­dos en Inglaterra y en Alemania. Con esos nom­bres, ·o con otros, están presentes y son poderosos en otras . partes, incluida Francia. Se trata de. un espacio común, como podría serlo un contrato im­plícito, en la prensa, en la edición, en _los media y ·en la Universidad, en la filosofía de la U niversi­dad y en la fllosofía en la Universidad.

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2. Hasta aqu:i, la cuestión del «cap» como cues­tión de la capital. Se ve ya cómo puede ligarse ello a una nueva cuestión del capital, de lo que liga el capital al tema de la identidad europea. Por de­cirlo rápidamente pienso en la necesidad de una nueva cultura que invente otra manera de Leer y

analizar El Capital: el libro de Marx y el capital en general, otra manera de tenerlos en cuenta e\'Í-

a la que algunos de nosotros hemos sabido 1·e5isir hasta ahora __:_, pero también, y simultáneamer-zl~, el contra-dogmatismo que se instala hoy, a derecha y a izquierda, explotando una nueva situación. apre­sando y hasta desterrando la palabra «capital,. <1

la crít-ica de ciertos efectos del capital o del «mer­cado», como residuos diabólicos del viejo dogma­tismo. ¿No habrá que tener la valentía y la lucidez de : hacer una nueva crítica de los nuevos efectos del capital (en estructuras tecno-sociales inéditas)? ¿No ·es esa una responsabilidad que nos incumbe! y muy particularmente a aquellos que no han cedi­dO: nunca a una cierta intimidación marxista? Al igual que hay. · que analizar y tratar consecuente-' mente - y ahí está todo el problema de la respon­sabilidad ético-política - las diferencias entre el derecho, la . moral y. la política, o entre la idea in­condicional del derecho (cle los hombres o de lo:. Estados) y las condiciones efectivas de su puesta en .p:ráctica, entre. Ja pre1ensión estructuralmente wll­versalista,.,de esas ·ideas reguladoras. y la esencia o (fl-origeri eliropeo de esta idea del derecho (etc.),

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.. 1 1

¿no habrá que resistirse incluso, de forma vigilan­te, a la explotación neo-capitalista del hundimiento de una dogmática anti-capitalista en los Estados que

.. la han incorporado?

De momento, es en la palabra «capital», y más precisamente en la materialidad de su idioma, en lo que debemos interesarnos, para justificar la re­ferencia a Valéry. Como el vocablo <<Cap» pero tam-

«colonia», «colonización» y como <<civilización», etc., la palabra «capital» es una palabra latina. La acu­mUlación semántica que hacemos valer en este mo­mento organiza una polisemia alrededor de la re­serva central, · ella misma capital, de un idioma. Al subrayar esta lengua, ésta en la que se dice esto aquí mismo, en todo caso de forma dominante, ha­cemos converger la atención hacia un envite críti­co: la cuestión de los idiomas y de la traducción. ¿Qué filosofía de la traducción dominará en EUro­pa?: En una Europa que, en adelante, deberá evitru; tanto las crispaciones nacionalistas de la· diferencia lingüística como la homogeneización violenta de las lenguas ·através de la neutralidad de un mediurn traductor,. presuntamente trttsparente, ·metalingüís~ tico, universal.

El año pasado, aquí mismo, me acuerdo de que se. eligió un nombre para un gran periódico euro­peo. A través de la presencia írradiadóra de cinco periódicosya existentes, ya potentes; 'ese .nuevo pe­riódico tendría que asociar cinco capitales · de la: cultura europea (Turín, L'lndice; Madrid, El País;

so

París~ Le Monde; Francfort. Frankf1..lrtRr AUgemP.ine Zeitung, y Londres, Tur.e:J Literary Supplement] . Ha­bría mucho que decir sobre la necesidad de tantos proyectos análogos. Co11sideremos tan sólo el título escogido para ese periódico. Es un título latino. f'ue aceptado tanto por los Alemanes como por h;; In· gleses. El periódico se llama, desde entonces. Ú ·

ber (Re11ista europea. de. los libros . Los res onsa· r en mue o, y con razon,

la rica polisemia de este nombre, puesto que re­cuerdan en cada número su economia elíptica. Esta polisemia reúne el juego de sus homonimias y de­rivaciones en las raíces léxicas de un mantilla latí: no: «l . Liber, era, erum: libre {socialmente): de con­dición libre, emancipado, independiente; libre (moralmente): absoluto, sin traba, sin restricción. 2. Liber, eri: nombre de Baco, vino. 3. Liber, ~n: interior de la· corteza de rm . árbol que senia para escribir; escrito, libro~ tratado; colección, catálogo, periódico, obra de teatro.»

AL jugar gravemente, con calculada ironía~ a recordar la memoria de la lengua en el momento en que despierta esta identidad de la cultura euro­pea, :al hacer como si ésta se concentrase así- en torno a ]a libertad, la ..,id, y el libro, se eslá reanu­dando una alianza, y se está reafirmando al ordsTnO tiempo un idioma europeo-mediterráneo. Si a ello se .añadiese el intraducible homófono «libere<· (<=li..,

bera»), «libérate, a ti y a los otros», esto es, -una orden que tutea, un tuteo imperativo en la f!Jrm.a de, un performativo de yusión; sólo posible. t::n el

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idioma de «mi» propia lengua, seréis más sensi­bles al problema que quiero evocar. Concierné a una irreductible experiencia de la lengua, la que la vincula al vínculo, al compromiso, ·· al orden o a la promesa: antes y más allá · de todo enunciado teórico-constatativo, abriendo, abrazando o compren­diendo a éste último, la afirmación de la lengua, el «yo me dirijo a ti, y estoy comprometido en eso,

mientras tú puedes hablarme en tu lengua, debe­mos entendernos, etc.», desafía todo metalenguaje, incluso si produce, o precisamente por eso, justo por eso, efectos de metalenguaje.

¿Por qué hablar hoy, únicamente hoy, y por qué nombrar hoy el «hoy», en los márgenes de ·Va­léry? Si esto pudiese justificarse con todo rigor, cosa que dudo, sería sobre la base de aquello que, en el texto de Valéry, lleva las señales de la urgencia; más propiamente de una inminencia, cuya repeti­ción parecemos estar viviendo, y de la que ~debe­ríamos, en. consecuencia, y de forma tanto niás im­perativa, recuperar por el contrario, sobre 'fondo de analogía y semejanza,, su irreductib~e singulari­dad. ¿En qué difiere, hoy, nuestra experiencia, de la inminencia? Y, por anunciar de .lejos el análisis, ¿cómo se presentaba, entonces, en · el tiempds de Valéry, una inminencia que se parece .tanto ·a la·QUes­

tra, de tal manera que; equivocadamente y precipi· tadamente, le tomarnos en préstamo a aquél tantos esquemas discursivos? ·" , ·

La liberté de l'esprit aparece en 1939, en: vís-

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oeras de la Ql..!erra . Val~rv ~P. rt"fiere ~ h innÚ!!-~n· - ~ ' cia de un seísmo que no sólo iba a hacer pedazo5, entre otras cosas, lo que se llamaba Europa. Iba también a destruir Europa en nombre de una idea de Europa, de una Nueva Europa que intentaba asegurar su hegemonía. Las naciones a las que se denomina democracias occidentales han impedido a su vez en nomb

europea, nazJSmo, que estuvo aliado por un momento, limitado pero decisivo, a la Unión Soviética. La inminencia, en 1939, no era sólo una terrorífica configuración cul" tural de Europa, construida a golpe de exclusio­nes, de anexiones y de exterminaciones. Esta inmi­nencia fue también la de una guerra y una "ictoria tras las cuales iba a 'Cuajar una partición de la cul­tura · europea, durante el tiempo de una cuasi­naturalización de Las fronteras; una partición en la que los -intelectuales de mi generación han pasado prácticamente su vida de adultos. Con la destruc­ción: del muro de"Berlín, la perspectiva de la reu­nificación de Alemania, una perestroika todavía indecisa y los movimientos tan diversos de <{demo­cratización», las aspiraciones legítimas~ pero a Ye'­ces muy ambiguas· - a la soberanía nacionaL e] día 'de hoy es La reapertura, la desnaturalización de ·-esas particiones monstruosas. Tiene lugar hoy el mismo ~séntimiento de inminencia, de esperanza y de amenaza, la angustia ante la posibilidad de otras guerras de formas desconocidas, el retomo a . viejas foFrnas de fanatismo religioso, de nacioná.,

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lismo o de racismo. Tiene lugar la mayor incerti­dumbre en relación con las fronteras de la misma Europa, de sus fronteras geográfico-políticas (en el centro, en el este y en el oeste, en el norte y en el sur), de sus fronteras llamadas «espirituales» (en torno a la idea de la filosofía, de la razón, del mo­noteísmo, de las memorias judía, griega, cristiana (católica, protestante, ortodoxa), islámica, alrededor

da, desgarrada -, de Atenas, de Roma, de Mos· cú, de París, y hay que decir: «etc.», y hay que dividir de nuevo cada uno de esos nombres con el más respetuoso encarnizamiento).

· En La liberté de l'esprit, este texto de la inmi· nencia, cuyo envite es ciertamente el destino de la cultura europea, Valéry apela de forma determinante a la palabra capital, justamente para definir la cul­tura- y el Mediterráneo. Evoca la navegación, el intercambió, este «mismo navío•• que aportaba «las mercancías y los dioses; las ideas y los procedí· mientosu (t. Il, p.l086). «Así, dice, se ha constituÍ· do eltesoro al que nuestra cultura debe casi todo, al.menos ·en sus orígenes; ·puedo decir que el Me, diterráneo ha sido una verdadera máquina defa­bricar civilización. Pero todo esto creaba necesa­riamente )la libertad del espíritu mientras creaba negocios. ·Asi; pues, encontramos estrechamente aso­ciados en las-orillas del Mediterráneo: Espíritu, cul­tura y comercio>> (ibid) .

Tras haber extendido el principio de este aná­lisis a las ciudades de los bordes del Rin (Basilea~

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Estrashurgo, Colonia'!, hasta llegar a Los puerto!:: de la Hansa, que son también «posiciones estratégi­cas del espíritu» afianzadas por la alianza de la han­ca, de las artes '! de la imprenta, Valéry -pone en práctica la polisemia, regulada, de la palabra .. ca­pital». Ésta compone, se diría, sus intereses, enii­quece de plusvalía las significaciones de memoria~

. de acumulación cultural, de valor económico o :fi-

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las diferentes figuras· del capital, remitiendo una:= a otras, sin que se las pueda fijar en la propiedad de un sentido literaL Pero esta no-literalidad no ex­cluye la jerarquía~ no horizontali:za toda la serie. semántica8.

¿Cuál es el momento más interesante en e::;t~ capitalización semántica o retórica de los valores de «capital»? Es. me parece, cuando la necesidaD: regional o particular del capital produce, o apela a, la producción siempre amenazada de lo u.m.ver­sa.l. Ahora bien, la cultura europea está en peligro cuando esa unh.--ersalidad ideal, la idealidad mis'" ma de lo universal como producción del capital, se encuentra amenazada:

«Cultura, civilización, son nombres bastante va­gos con los que puede uno distraerse, diferen ­ciándolos, oporriéndolos o conjugándolos. ~<J me detendré-en eso. Para -mí, ya os lo h.:o di­cho, se trata de un capital que se forma, q1Je se emplea, que se conserva, que crece, ,que

, periclita como tod<Js los capitales imaginables

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- de entre los que el más conocido es, sin duda, lo que llamamos nuestro cuerpo.~. (t. Il, p. 1089. Subrayado de Valéry) .

«Como todos los capitales imaginables»: se hace referencia a esta serie analógica para justificar el léxico del capital y la retórica inducida de esa ma­nera. Y si por mi parte insisto en «nuestro cuerpo»

' conocido, el más familiar de los capitales~ aquel que le da su sentido más literal o más propio; reunién~ dose, como ya hemos· visto, en lo más cerca de-la cabeza o del «cap»; · lo hágo para _señalar que el cuerpo, como cuerpo llamado propio, «nuestro cuer­po», nuestro cuerpo sexuado o dividido por la dife­rencia sexual, sigue siendo . uno de :los lugares in e- . ludibles del problema: a través de él pasa también la cuestión ·de ,Ja lengua, .del idioma y del ' «cáp>>:

· . La diagnosis de Valéry· es el examen· de una crisis; · de la crisis por excelencia, si se puede de.:. cir, aquella que pone en peligro el. capital como capital de cultura: «Digo que el capital de · nuestra cultura está en peligro» (t: II, p. 1090).' ·Como; mé­dico, Valéry analiza el síntoma de la «fiebre». Sitúa el mal en• la estructura misma del capital .. Éste su­pone la realidad de la cosa~ es decir; · la cultura material, · ciertamente, pero· también la· existencia de los hombres. La retórica: valériana es :aquí a la vez cultural, económica, técnica, científica y militar­estratégica:

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«¿De qué está compuesto ese capital, Cultu.m o Civilización? Está en primer lugar constitui­do por cosas, objetos materiales, - libros, cua­dros, instrumentos, etc., que tienen su dura­ción probable, su fragilidad, su precariedad de cosas. Pero este material no basta, al igual que un lin ote de oro, una hectárea de buena tie-r

ausencia de hombres, que tienen necesidad de ellos y que saben seroirse de ellos. Advertid es­tas dos condiciones. Para que el material de la cultura sea un capital, aquél exige también la existencia de hombres que tengan neceú­

'dad de él y puedan servirse de él: es decir, de hombres que tengan sed de conocimiento y de potencia de transformaciones interior~, sed· de desarrollo de su sensibilidad; y que .se­pan, por otra parte, adquirir o ejercer lo que hace falta en cuanto a hábitos, disciplina inte­lectual, convenciones y prácticas para ut::il:i2ar el arsenal de documentos y de instrumentos que los siglos han acumulado. Digo que el capital de nuestra cultura está en peligro.)> (t. II, p. 1089-90). "

El lenguaje de la memoria (puesta en re~en;a~ archivo documentación, acumulación) cruza. pues~

. ' el lenguaje· 'económico tanto como el lenguaje tec:no-científico de-la. polemología («conocimiento,>, ;¡ns; trumeritosn~.l«potencÍa>>, «arsenal», .etc.). El peligra

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que amenaza al capital amenaza esencialmentP. la «idealidad» del capital: nuestro «capital ideak dice Valéry. La idealidad reside en aquello que en la capitalización misma se de-limita, excede las fron­teras de la empiricidad sensible o de la particulari·

• dad en general, para abrirse al infinito y dar lugar a lo universal. La máxima de maximalidad que, he­

ue el es íritu mismo encm « s e con­

junto de máximos es Europa»). Conocemos bien el programa de esta lógica -

o de esta analógica. Podríamos formalizarlo, como expertos que somos: nosotros, los viejos. filósofos europeos. Es una lógica~ Ja lógica misma, que yo no quiero criticar aquí. Estaría incluso dispuesto a suscribirla: pero con una mano solamente, pues guardo otra para escribir o para buscar otra cosa, quizás fuera de Europa. No solamente para .bus­car, en el modo de la investigación, del análisis, del saber y de la filosofía, lo que ya se encuentra fuera de Europa, sino para no cerrar por anticipa­do, una frontera al por-venir del acontecimiento, a lo que viene, a lo que viene quizás, y que quizás viene . de una orilla· completamente diferente . .

Según la lógica capital que vemos confirmarse aquí, lo que amenaza a la identidad europea no amenazaría esencialmente a Europa sino, en el Es­píritu, a la universalidad de la que aquélla res.pon-: de, de la que ella es su reserva:.•el-capital o la ca­pital. Lo que pone en crisis el cápital cultural como capital ideal («He asistido a la_ desaparición pro~

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' ' l·.· greeiY= de se~e=: ~~!!-e!!l=.de.!!!~!!!·~ p!'~~i0~0~ pe.!"~ l~

formación regular de nuestro capital ideal .. . >>), es la desaparición de esos hombres que ••sabían leer: virtud que se ha perdido», estos hombres que «Sa­

bían oír e incluso escuchan>, que ~·sabían ver>> , «Te­

leer», «volver a oír» y «volver a ven> - en una pa· labra, de esos hombres capaces también de

OTI·

er, para respon er ante, para respon er e y para responder a aquello que habían oído, visto, leido~ sabido una primera vez. Mediante esta memoria res­ponsable, lo que se constituía en «Valor sólido>, (Va­léry subraya estas dos palabras) producía al mismo tiempo una · plus-valía absoluta, a saber, el creci­miento de un capital universal: << •• .lo que aquellos se interesaban en. releer, en volver a oír o en volver a ver, se constituía, por medio de este retorno, en valor sólido; El capital universal crecía.» (t. II, p~

1091). Como· he aprobado este· discurso, aunque mi­

rando hacia otra. parte, querría precipitar · mi con­clusión; y la precipitación es también un movimiento del jefe que nos lleva de cabeza, hacia adelante. Se ·trata de esa paradoja capital de la- universali­dad. En ella se crman todas esas antinomias para las que. parece que no disponíamos de regla o so­lución general. Teiienws, deberrws. retener solamen: te· la sequedad ingrata de un axioma abstracto, a saher, ~ .que la experiencia de la identidad o de la identificación. cultural no puede ser sino la resis· teneia de esas-antinomias. Cuando decimos: «pare-

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~· ... ....,.,_ ._

ce que no disponíamos de regla o de solución !le­neral», ¿no hace falta sobree;tender ~n efecto: :lo que hace falta . es que no dispongamos de ellas»? No sólo «ciertamente hace falta», sino «hace falta» absolutamente; y esta exposición desarmada es la

·forma negativa del imperativo en el que una res­ponsabilidad, si alguna hay, guarda una posibili­dad de afirmarse. Disponer por adelantado de la

SO UClOn a

la: antinomia (es decir, a la doble ley contradictoria, y no a la oposición de la ley y de su otro), dispo­ner de ella como de una potencia o una ciencia dadas, como de un saber y de un poder que prece­derían - para regularla - a la singularidad de .cada decisión, de cada juicio, ·de cada experiencia de responsabilidad, como si se tratase de que ésta se aplicase a ciertos «casos»: todo eso sería la defini­ción más segura, más tranquilizadora de la respon­sabilidad como irresponsabilidad, de la moral: con­fundid¡:t · con el cálculo jurídico, de la política organizada en la tecno-ciencia. ~a invención de lo nuevo que no pasase por la ·resistenela de la anti­nomia sería una. peligrosa mistificación: .la inmora­lidad más la buena conciencia; y, a. vec~s, la bue~ na conciencia como inmoralidad.

El valor-de universalidad capitaliza aquí, todas las antinomias, puesto que debe ligarse a la de ejem~ plaridad, que inscribe lo universal en d cuerpo pro~ pi o ·de una singularidad; de un idioma o : de u'na cultura, sea o no ésta singularidad individualf'SO" cial," nacional,- estatal, federal o confedera!. -Tome

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o no una fonna nacional, refinada, hospitalaria <J agresivamente xenófoba, la auto-afirmación de una identidad pretende siempre responder a la apela­ción o a la asignación de l~ universal. Esta ley no sufre ninguna excepción. Ninguna identidad cultu­ral se presenta como el cuerpo opaco de un idio­ma intraducible, sino siempre, por el contrario, como la irreemplazable inscripción de lo universal en lo

y de lo propio del homhre. Se trata, cada vez, del discurso de la responsabilidad: yo tengo, el «yo» úni­co tiene la responsabilidad de dar testimonio en favor de la universalidad. En cada caso, la ejem­plaridad del ejemplo es única. Por eso · se pone en serie, y · se la puede formalizar en una ley. Entre todos los ejemplos posibles, una vez más voy a ci-· tar sólo el de Valéry, puesto que lo encuentro, en suma, tan típico o arquetípico como cualquier otro. Tiene aquí además - para nií, . que os hablo -el mérito de acusar en francés el galocentrism<J. ineluso en lo que éste tiene, y son palabras de Va­léry, de más «ridículo>) y de más.«bello». Seguimos estando en el teatro de la inminencia . .Es en 1939. Evocando lo que él llama el «título» ,de Francia, es decir, de nuevo su capital, pues ~1 valor de un título es el de un jefe, de ·un sombrero, un cabD o un capital, Valéry concluye así un ensayo titulado Pensamiento y arte franceses: ·

«Terminaré resumiendo en dos~ palabras mi im­presión personal de Francia: nuestra particu""

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laridad (y a veces nuestro ridículo, pero a me­nudo nuestro más bello título), está en creer­nos, en sentirnos universales - quiero decir, lwmbres de uni·l}erso .. . Observad la paradoja: tener por especialidad el sentido de lo uni­versal.»9

esos ermmos no menos todavía una certeza: es una «impresión per­~onal» de Valéry, enunciada como tal, y una im­presión a propósito de una creencia o de un senti­miento («creemos, sentirnos universales») ~ Pero estos fenómenos · subjetivos (creencia, · sentimiento, impre-" sión. a propósito de éstos; .de alguien que dice, en­tonces: «nosotros») no por·ello constituirían menos los rasgos esenciales o constitutivos de 'la conscien-· cia francesa en su «particularidad». Esta paradoja es todavía más insólita de lo que .Yaléry· podía o quería pensar: no está reservado a los franceses el sentirse <<hombres de universo». Ni siquiera, .sin duda, a ·los ·Europeos. Husserl lo decía del filósofo europeo: en1cuanto que se consagra a la razón uni­versal ' es, también él, «funcionario ' de la ·hu­

manidad». A partir de esta paradoja de la paradoja, por

la propagación de una fisión en ·cadena, todas las proposiciones y todas las conminaciones se divi~ den; el «cap» se parte, el capital se desidentifica: se relaciona-consigo mismo no sólo juntándose en la ·diferencia con él mismo y con el. otro cabo, con

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el otro borde del cabo, sino abriéndose, sin poder ya juntarse. Se abre, ha empezado ya a abrirse, y hay que tomar aeta de ello, lo cual quiere dec.ir: afirmar recordando, y no sólo archivar o registrar una necesidad que, de todas formas, se está pro· duciendo. Ha empezado a abrirse hacia la otra ori­lla de otro cabo. aunque éste sea opuesto, y en la guerra misma, y aunque la oposición sea interior:

do a adivinar, a ver . venir, a oírlo también, lo otro del «Cap>> en general Más radicalmente todavía, más gravemente (pera es la gravedad de una ocas:ión ligera e imperceptible, que no es otra cosa que la experiencia de lo otro) ha empezado a abrirse, o más bien a dejarse abrir; o, mejor todavía, a estar afectado de apertura a otro sin abrirse por sí mis­mo, a otro que el cabo no puede ya ni siquiera relacionar con ·él mismo como su otro, el otro cons~go.

Entonces, el deber de responder a la llamada de la. memoria, europea, de recordar aquello que se ·ha prometido bajo el nombre de Europa, de rei­dentificar Europa, es un deber sin medida común con todo .lo que se entiende. generalmente bajo ese nombre, pero del que se podría mostrar que cual­quier otro deb er, quizás, tácitamente lo supon~.

.Este deber dicta también: abrir Europa a par­tir del cabo, que se divide por.que es también una. orilla: abriTlo a lo que no es, no ha sido jamás ~­

no 'Será jamás . Europa. ~1 mismo deber dicta también no sólo acoger

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al extranjero para integrarlo, sino también para re­conocer y aceptar su alteridad: dos conceptos de la hospitalidad que dividen hoy nuestra conciencia europea y nacional ..

El mismo deber dicta criticar («en-la-teoría-y­-en-la-práctica>>, incansablemente) un dogmatismo to­talitario que, bajo el pretexto de poner fin al capi­tal, ha destruido la democracia y la herencia euro-

capital que instala su dogmatismo bajo nuevos ros­tros, que debemos' también aprender a identificar; y ése es el porvenir mismo, no lo habrá de otra manera.

El mismo deber dicta cultivar la vrrtud de esta crítica, de la idea crítica, de .la tradición crítica, pero dicta también el someter a ésta, más · allá de la crítica y de la cuestión, a una genealogíá- des­constructiva que la piense y la desborde,· sin com­prometer su existencia.

. El mismo deber dicta asumir la herencia euro­pea, y únicamente europea, de una idea de la demo­cracia, pero, dicta también reconocer. que esa idea; como la del derecho internacional; no está dada jamás, que incluso su estatuto no• es ·ni siquiera el de una idea reguladora en el sentido kantiano, sino algo que queda por pensar y por venir: no algp que llegará ciertamente mañana, no la democracia (nacional e internacional; ·estatal· o trasestatal) futu­ra, sino una democracia que debe tener la estruc­tura de la promesa - y en consecuericia la m.emo~ ria de aquello que sostiene. el porvenir, aquí y ahora.

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El mismo deber dicta respetar la diferencia. el idioma, la minoría, la singularidad, pero también la universalidad del derecho formal, el deseo de traducción, el acuerdo y la univocidad, la ley de la mayoría, la oposición al racismo, al naciona..li5· mo, a la xenofobia.

El mismo deber ordena tolerar y respetar todo aquello que no está colocado bajo la autoridad Jl:

formas de la fe. Puede tralarse también de pensa­mientos, cuestionadores o no, y que, intentando pen­sar la razón y La historia de la razón, exceden ne­cesariamente su orden, sin que por ese mero hecho se convie rtan en irracionalistas; pues tales pe!l..sa­mientos pueden intentar también, sin embargo. per­manecer fieles al ideal de las Luces, de la AufMa· rung o del llluminismo, aun reconociendo ~os límites, para ·trabajar en las Luces de este tiempo, de este tiempo que es el nuestro: el día de t..o1: Hoy, de nuevo hoy («¿Qué va usted a hacer HCY.í"'? .. ) .

Ese mi.srrw deber apela ciertamente a una re&­ponsabilidaJ, la responsabilidad de pensar, d~ ha-:­blar y de actuar conforme a ese doble imperativo contradictorio - una contradicción que no debe ser solamente una antinomia aparente o ilusoria. (ni incluso una ilusión trascendental en una dialéctica de tipo .kantiano), sino efectiva y, en la experi~lJ· cia, interminable -. Pero apela también al respetJ de aquello que se rehúsa a tener una cierta :e:>· ponsabilidad, y por ejemplo, que rehúsa respJr.­de.~; ante' no importa qué tribunal instituido. Sabe-

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mos que es sosteniendo también el discurso de la responsabilidad como el más siniestro zdanovismo ha podido ejercerse frente a intelectuales acusados de irresponsabilidad ante la Sociedad o la Histo­ria, «representadas» entonces, al presente, por tal o· cual estado determinado, es decir, presente, de la sociedad o de la historia: por tal o cual Estado

sin más. :Me detengo pmqae es tarde, peto se pBafiHfl

multiplicar los ejemplos de ese doble deber. Lo que habría que hacer, sobre todo, . es discernir las for­mas inéditas que toma hoy en Europa . . Y no sólo aceptar, sino reivindicar esta experiencia de la an­tinomia (bajo las especies, por ejemplo, de la do-, ble obligación, de lo· indecidible, de la contradic~ ción performativa, etc);

Habría que reconocer . tanto su forma típica . o recurrente como su singularización inagotable - sin los que jamás habría. ni acontecimiento, ni decisión, ni responsabilidad, ni moral, ni política. Estas con­diciones no . pueden tener :más que una .forma ne­gativa (sin X,, no habría -Y). Sólo se. puede ·tener: seguridad de .esta forma negativa. Desde el momen­to en que se la convierta en certeza positiva (<$bajo tal condición, . habrá habido con seguridad aconte­cimiento, decisión, responsabilidad, moral, o políti­ca)», se .podrá estar seguro de que.:empieza uno a equivocarse, . o a equivocar al otro.

Mediante estos nombres (acontecimiento, ·deci­sión,- responsabilidad, moral, política ~- )¡Europa!) hablamos aquí de «cosas>> que no pueden, sino .ex~

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ceder (y que deben hacerlo} del orden de la deter­minación teórica, del saber, de la certeza, del jui­cio, del enunciado en forma de «Esto es aquello»; más ge~eralmente, y más . esencialmente: exceder del orden del presente o de la presentación. Cada vez que se las reduce a aquello que deben exce­der, nos vemos abocados al error, a la inconscien­cia, a lo impensado, a la irresponsabilidad; el ros-tf'B teR presentttble de la 'bttens eoneieneitt td:e la que hay que decir también que una cierta máscara grave y sin sonrisa de la mala conciencia declara­da no es, a menudo, más que el anuncio de una astucia suplementaria: la buena conciencia tiene, por definición, recursos inagotables, que siempre se podrán explotar).

Una última palabra. La paí-adoja de la parado­ja - como la fisión en cadena, una paradoja que se propaga en nuestro disclll'So - debería im­pulsarnos a la vez a tomar muy en serio el viej() nombre de Europa, y a tomarlo, prudentemente, ligeramente; sólo entre comillas, como el mejor pa­leónimo; en una cierta situación, para aquello que (nos) recordamos o que (nos) prometemos. Por las mismas razones, usaré de esa manera la palabra «capjtal»: la capital o el capital. Y, naturalmente. las palabras «identidad» y ((cultura>>,

Soy europeo, soy sin duda un intelectual euro­peo; me gusta recordarlo, me gusta recordármelo; y, ¿por qué tendría que evitarlo? ¿En nombre de qué? Pero yo no soy, ni me siento, europeo de par­te a parte. Con lo cual quiew decir, me empeño

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1

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en o debo decir: no quiero y no debo ser europeo de paite a parte. La pertenencia «de pleno dere­cho», y el «de parte a parte», deberían ser incom­patibles. Mi identidad cultural, aquélla en nombre de la cual hablo, no es sólo europea, no es idénti­Ga a ella misma; y yo no soy «culturaln de parte a parte.

Si, para concluir, declarase que me siento euro-

c1on misma, ser ,por ello más o menos: europeo? Las dos·· cosas; indudablemente. Que se saquen las conseeuenmas; A los otros, en todo caso, y a mí entre ellos, les tocará decidir;

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Notas

L La Crise de l'esprit, Note (o L'Européen), in E.ssa!.s quasi politiques, Oeuvres, la Pléiade, t. I, p. 1004). (Se me permitirá indicar, de pasada: por lo que concierne aqui a Europa y al Espíritu, ya se trate especialmente de VaMry y de Husserl, más implícitamente de Hegel y de Heidegger, esta-conferencia precisa, y en consecuencia suponía, en UIJ a cierta medida, reflexione~ publicadas en otras obras, y má.s visiblemente en De l'esprit. Heideggiret la question, GaliMe, 1987 (trad. esp. Del espíritu. Heidegger y la pregunta, Pr.:­textos, 1990). En suma, no se hace aquí sino prolongar lln

poco la larga nota que este libro consagra en particular a Valéry (p. 97). La nota bosquejaba un «análisis compru:a:jyo de esos tres discursos, los de Valéry, de Husserl y de H:ei­degger, sobre la crisis o la destitución del espíritu como ~s­

píritu de Europa>> y se había dejado ya interpelar por ur.a pregunta de Valéry: «El fenómeno de la explotación gene:::.a.­lizada del globo, el fenómeno de la equiparación de lás t~·> nicas y eLfenómeno democrático, que hacen posible ur.a deminutio capitis de Europa, ¿deben sertltomados corno ele­cisiones' irrevocables del destino? ¿Disponemos de algur_a libertad todavía contra esta amenazadora conjuración~ .. , l.a Crise de l'(fsprit, Deuxieme Lettre, t. I, p. 1000).

· ·A la pregunta «¿Pero quién es entonces europea?:o, e:5 decir, a la pregunta por núe~tra «distinció'n» y por a¡¡:uello que <<llOS ha distinguido más profundamente del resto •i a: la humanidad», Valéry resp-mde siguiendo ewprimer ldgar-

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¡· ¡.

la historia de lo que llama la <<capital» o la «Ciudad por exce­

lencia», a saber Roma, después de Jerusalén y Atenas. Con­cluye estas breves páginas defmiendo al Hamo europeus me­diante rasgos distintivos al margen de la raza, la lengua y laS. ·costumbres. Lo define una vez más por el espíritu, pero la esencia de éste se manifiesta, entrega su imagen fenomé­mica a una determinación económico-metafísica (a ]a vez sub­jetiva y objetiva) del ser como necesidad y deseo, trabajo y voluntad. Europa es el nombre de aquello que lleva al

capital forma paite de la serie de sus manifestaciones feno­ménicas.

«En el orden del poder, y en el del conocimiento preci­so, Europa sigue pesando hoy mucho. más que el resto del globo. Me equivoco, no es Europa lo que prevalece, es el Espíritu europeo, del que America es una •crea­ción formidable. [Ver. a este respecto «América, proyec­ción del espíritu .europeO>>, 11, p. 987 sq.]

«Allí donde domina el Espíritu europe() se ve apa­recer el maximum de necesidades, el maximum .de tra­bajo, el . maximum de capital, el maximum de rendi­

miento; el maximum de ambición,.. el maximum de poder,

el maximum de modificación de la naturaleza exterior,

el maximum de relaciones ,y de intercambios. ' ; . ' ' Este conjunto de máximos es Europa, 'o la imagen de Europa. , r ,

Por otra parte, las condiciones de esta· formación, y de esta. desigualdad .sorprendente, dependen evidentemente

-. de la cualidad de los individuos, de la cualidad media del Hamo europeus. Es notable que el hombre de Europa no se vea definido por la raza, ni por la leng'ua, ni por las costumbres, sino por los deseos y por· la amplitud

:. de la voluntad ... Etc.>> (t.I,. p. 1014). : ~

S~ habrá advertido: al plantear así la pregunta por Lo que

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.

~· , .

.

. distingue a Europa v la llama desde su absoluta sin¡ru.lari­dad, Valéry sabe bien que debe tratar del nombre de Euro­pa, del nombre Europa, como de un nombre absolutamen:~

propio. Se trata, en esta referencia indesplazable, de un in­dividuo cuya identidad es personal, quizás más personal que todas las personas europeas; pues éstas participan de esre

espíritu absoluto que las hace posibles. De ahí la forma rle la definición o de la descripción: «Este conjunto de mw:i.rr.a

es Europa ... >> y no la Europa.

2. Tomo I, p. 995. Habría debido limitarme a prop·J ­ner aquí, de paso o a fin de cuentas, un programa de leclu­ra (recensión, índice razonado, interpretación) de los usos del léxico capitalístico, y de su juego en el texto de Valéry. Ya se trate de historia o de sabei histórico, del acontec:..­miento o del co:t).cepto, habría siempre que recuperar el «lllv­

mento capitaJ,. (II, p. 915). La «noción de aconucimientc, que es fundamental,; no habría sido pensada o «repensada;. (II, p. 920) por el historiador, precisamente porque «ese mo­mento capital de las definiciones y de las convenciones ne­tas y especificas, que vienen a reemplazar las significacic·­nes de origen confuso y estadístico, no ha llegado para la historia» (II1 p. 915). Dicho de otro modo, lo que tooaYill no ha llegado a la historia, como ciencia, es el acontec~­miento capital de un concepto, ~de una posibilidad de pensar. que le permitiría en primer lugar pensar el acontecim.ienlo como tal. Más adelante, es de nuevo la expresión <<aconleci~

miento capital» la que describe ]a aparición de una uni.dad de configuración y de identificación, La> aparición de, w a coordinación o de un sistema de correspondencia en el :uo­greso y·Ja,organización del conocinii.ento sensible. Valéry su­braya:: «El ojo, y el tacto; y las acciones, ·se coordinar. en un registro de · varias entradas, que ·es el mundo sensible, y ocurre - ¡aconucimiento capital! -que un cierto sisler:Ja de correspondencias· es necesario y suficiente para ajt:.:>lar uniformemente :todas las sensaciones de la piel y de lo!;

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músculos» (II, p. 922). Este acontecimiento no es sólo capi­tal, es también el acontecimiento de lo capital mismo, a sa­ber, de lo que se llama la cabeza.

Y además, o por consiguiente, más allá del mero saber histórico, este discurso concierne inmediatamente y al mis­mo tiempo a la cosa histórica, al tejido mismo de los aconte­•cimientos, en primer lugar desde el punto de vista de Euro­pa. Lo que habría escapado a los historiadores es en suma lo que le habría ocurrido al acontecimiento. El <<acontecí-

((

cial» habría escapado tanto a los historiadores como a «SUS contemporáneos, es la saturación de la tierra habitable, y el que, «por los maleficios de la escritura••, todo está en re­lación con todo: «comienza el tiempo del mundo finito». La política y la historia ·no pueden ya especular sobre la locali­zación o sobre el «aislamiento de -los •acontecimientos·~· Ya no hay crisis local o guerra local. La <<decadencia de Euro­pa>• (Il,:v. 927) forma parte de este «tiempo del mundo fini­to» que ella misma ha precipitado al exportarse, al europei­zar, espabilar,. instniir, armar - . éstos son los términos de Valéry - a los no-europeos, que sólo aspiraban a «perma­necer en su estado». Esta última expresión -da, cuando me­nos, el tono. Lo que parece condenar · entonces el anti­colonialismo o, si se prefiere, el hipercolonialismo europeo­capitalista de Valéry, el Gran-Europeo, no es tanto el-colonia­lismo ·cuanto más bien la competencia interna que habr!i dividido los colonialismos europeos, y diseminado el «capi­tal inmenso de saber>• -constituido por -«los esfuerws de las mejores cabezas de Europa>•: «Ahora bien, .la política euro­pea' local, al. dominar y volver absurda. la política europea universalizada, ha llevado a los Europeos, compitiendo en­tre sí, a exportar los métodos y las máquinas que hacían de Europa la .soberana -del mundo. Los Europeos se han disputado el beneficio de espabilar, instruir y armar a in­mens.os.pueblos, inmovilizados en sus tradiciones, y que no pedían más que permanecer en su .estado . . ( . . . )No ha habi-

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do en toda la historia cosa más tonta que la competencia europea en materia política y económica, comparada, c.om­binada y confrontada con la unidad y la alianza eu10pea en materia científica. Mientras que los esfuerzos de la& me­jores cabezas de Europa constituian un capital (Subra,.ado mío, ].D.) inmenso de saber utilizable, continuaba la tradi­ción ingenua de La política histórica de codicia y de de!;con­fianza, y ese espíritu de PequeMs-Europeos entregaba, por una especie de traición, a aquellos mismos a los que se pre-

( ... ) Europa no ha tenido la política de su pensamiento• (II, p. 926).

Nunca como hoy (y fecho este hoy, el de esta nota, en el tercér día de la llamada guerra del Golfo) la equivocidad de este discurso habrá parecido tan maleable, tanto para lo bueno como para lo malo. Sobre todo si se piensa que éste fue inscrito, a posteriori, como Prólogo a los Regrmls sur le monde actuel, y al primer texto de esa colección: c"Yio­tas sobre la grandeza y la decadencia de Europa>•, que, jus­to antes de plantear la cuestión del «HOY,, («¿Qué va usted a hacer. HOY?»), había condenado aquello que la política de Europa había hecho con su «Capital de leyes»:

«Europa será castigada por su política; se verá priYada · _ de .vinos. y de cervezas y de licores. Y de ·otras cosas .. ~

Europa asp:ira visiblemente a ser dirigida por una co:­misión-americana. Toda su política se dírige a eso. (\>roo

no sabemos deshacernos de nuestra historia, de ella nos descargarán pueblos feüces que no la tienen, D que -apenas la tienen. Son pueblos felices los que nos im-

. ' pondrán su felicidad. Et.tropa se había distinguido netamente de todas 13.3

·.partes .delmundo. No por su política, sino a pesar de ·. · ésta, y más ·bien contra ella, había desarrollado ha.cta

.el .límite la libertad de su espíritu, combinado su pa­. ~ión de comprender con su voluntad de rigor, im'fnta-

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do una curiosidad precisa y activa, creado, mediante la investigación obstinada de resultados que se pudie­sen comparar exactamente y añadir unos a otros, un capital de leyes y de procedimientos muy potentes. Su política, sin embargo, se mantuvo tal cual: de las rique­zas y los singulares recursos de los que acabo de ha­blar no tomó más que. lo que hacía falta para fortificar esa política primitiva -y darle armas más temibles y más bárbaras» (11, p. 930. Subrayado mío}.

Pensador de la ficción, de la convención, del repetidor, de la telecomunicación, Valéry fue por anticipado _ también el pensador de la guerra de hoy; cuando «comienza el tiem­po del mundo finito»: «De ahora en adelante, cuando se li­bre una batalla en algún lugar del mundo< nada será más sencillo que hacer 'oír eLcañón en toda la tierra. Los caño~

nazos -de Verdun -serían recibidos en las -antípodas. Incluso se podría llegar a percibir algo de' los combates, y de los hombres cayendq a 'seis mil millas de uno mismo, tres cen­tésimas. de segundo ·después. ;del hecho. Esas son las prime­ras -palabras . ,de . un texto~ - breve• titulado «Hipótesis••, título de un pensamientcuque se adelanta c0mo una hipótesis a propósito del carácter hipotético de todo, del Yo como del Todo, desde el momento .en· que, y desde el·origen,la con­vención y. el-repetidoLinstalan ahí.el régimen deLsimulacro. Últimas palabras de esta «Hipótesis":"'¿No,está nuestra: vida, en, cuanto que.-depende de.Jo -que-le viene al.tespíritu, que parece venir del espíritu e· imponerse a ella tias haberse impuesto a él, regida por -una,cantidad enqrrne y desorde­nada de convenciones, la mayor parte de las cuales s.on im­plícitas? Tendríamos bastantes dificultades para-;expresarlas y explicarlas. La ·sociedad;· los lenguajes, las leyes; la.S cos­tumbres, las artes, la política; todo ··aquello;que ,es fiducida­rio, todo efecto -desigual con su causa,-ex:ige convenciones, es decir,-repetidores -pór cuyo rod.eo>-se-instala una segunda realidad, .que·. se c·ompone-con. la .realidad,sensible ;e instan-

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tánea, la recubre, la domina-, se desgarra a veces para de­jar aparecer la espantosa simplicidad de la vida elemenlal. En nuestros deseos, en nuestros lame ntos, en nuestras Í:l­

vestigaciones, en nuestras emociones y pasiones, y hasta e-:1

el esfuerzo que hacemos para conocernos, somos el juguete de cosas ausentes -que no tienen ni siquiera necesidad de existir para actuar» (JI, p. 942-945, subrayado de Valéry).

3. Sobre fromm y promos, lo «piadoso», que se sitúa

cf. Heidegger, «Die Frage nach der Technik» in Vortriige und Aufsiitze, p. 38., trad. franc. Essais et conférences, Gallimard, p. 46; y las notas que le dedico en De l'esprit, p. 149 (trad. esp. Del esp{ritu, Pre-textos, p. 153); sobre Ort, el lugar y la punta de la lanza, cf. en particular Heidegger, Untuwegs zur Sprache, p.37, trad. esp. De camirw al habla, Serha1, 1987; p. 35 .

4. Me permito remitir de nuevo aquí a De ['esprit. Hei ­degger et la question.

5. Es la imposible posibilidad de una <<lógica>> .que in· tento formular (aunque, por definición, no sea jamás abso­lutamente formalizable) en Psyché. lnventions de l'au.tre (Ga­llee, 1987), en particular en el primer ensayo de este lib[(l.

.6;Saléry.:el Mediterráneo, Valéry el Europeo, quiso ser, de manera igualmente· ejemplar, el pensador de París. -l\o hay· nada de _ sorprendente en esto, y es esa lógica la que estamos analizando aquí. En Présence de Paris, en 1937, laitarea más-·noble y más seria no reside sólo en «pensar PARÍS»¡ sinci en .pensar la identidad de esta capital (cu.~"' nombre: en mayúsculas escribe Valéry "-eintiséis veces en cinct:J págirt¡iS);y- SU ic;J_entidad con «el espíritu mismO>>, «la Cons-­

ciencia de· una· misión-espiritual permanente>>: <<Se me o.:u­rre-que •pensar <PARÍS es 'comparable o se confunde cor.

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pensar el espíritu mismo" (Présence de París, Il, p. 1012). Valéry había concebido anteriormente un proyecto que sólo se llevará a cabo invirtiéndose, según la lógica misma del se~:, ellogos del espíritu absoluto (y) de la capital. El esprri­tu y la capital se presentan o se representan, el uno al otro. El habitante de la capital es «pensado» entonces por el há-

• büat, antes de lo que él piensa. · Primer tiempo: «He aquí que me nace y me desanima este deseo absurdo: pensar PARÍS». Ahora bien, después de cuatro hermosas páginas,

,uelco: «¿Pensar PARÍS? .. . 'Cuanto más se piensa en él, más se siente uno, por el ,contrario, pensado por PARÍS.» Poco antes, la «figura» de la• cara había orientado el análisis de esta capital de las,capitales. Se la encara, efectivamente. En ella se distingue el.rostro, la cabeza y la frente: «Es la cabe­za real de Francia, en la qué ésta concentra sus medios de percepción y de reacción más sensibles. Por su belleza y su luz, da a Francia un rostro sobre el que, en ciertos mo­mentos, ·llega a brillar toda la inteligencia del .país. Cuando fuertes emociones -sobrecogen a nuestro pueblo; la sangre sube a esa frente y el sentimiento todopoderoso del orgullo la ilumina» (p. 1015).

La lógica «ejemplarizante» que intentamos reconocer aquí había lle:vado por otra parte a Valéry, diez años antes, en Fonction de París (1927), a presentar -esta, capital;<no sólo como una metrópoli cosmopolita, destino compartido con otras gr¡;tndes ciudades occidentales .. («Toda ·gran ciudad de · Europa o América es cosmopolita>•; p . . l007), ;;;ino como·la capital de las capitales. Esta capital «Se ,distingue» entre . to­das las capitales. Por-otro lado, ~«distinción» va a ser. el tér. mino dominante de este discurso. París se·· distingue porodos razones, que se -capitalizan . . ·Por una parte, es la capitardel país en ,toCÚJs los dominios; ·)' no sólo, como ocurre·en.btros países, .capital· política ' o económica o cultural («Ser 'por sí sola la, capital política, literaria, científica, financiera, comer­cial, de lujo y placer, de U!I gran país; representar toda la

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historia de éste, absorber y concentrar toda sus sustancia pensante altguai que tocio ei. crédito -y casi todas las íaculia­des y disponibilidades de dinero; y todo esto, bueno y rrwJ.o, para la nación a la que corona: es por esto por lo Aue .1e distingue, entre todas las ciudades gigantes, la ciudad de París» (p. 1008, subrayado mío). Por otra parte, distinguida así, capital ejemplar, nuestra capital no es ya solamente h capital de un pili , sino la «cabeza de Europa» y en conse­cuencia del mundo, capital de la sociedad humana en gene-

carácter es resultado de una muy larga experienc1a, e una infinitud de vicisitudes históricas; que en un espacio de rres­

cientos años ha sido dos o tres veces la cabeza de Europa . conquistado por el enemigo tres veces, teatro de mediad()­cenade revoluciones políticas, creador de un número admi­rable de hombres de renombre, destructor de cantidad de naderías; y que reclama continuamente para sí la flor y ia hez de la raza, se ha convertido en la metrópoli de libertades diven;t;zs y en la capit.al de la sociabilUi"ad humana>• (p. 1009. Subr~yado mío).

No debemos pasar por alto ni la insistente ambigüedad de esta evaluación ni las potencialidades abismales de este equívoco.: En 1927, Fonction de Paris decía de la capital todo lo que es a la vez .. bueno y m~o para la nación que corona>>, así pues, para ·la cabeza, y asociaba a las <<inmen" sas ventajas» ·las «graves peligros de esta concentración:~:-- a la «flor» se asocia; como un parásito fatal; la <<hez de la rnz.c..... Lo que distingue, lo que se distingue es siempre lo más ame­nazado: lo mejm;' justo enla proximidad de lo peor. El pri-,i­legio -~s, ;por definición, una delicadeza en peligro. El pdi­gro viene del e:>;.tranjero, no ya sólo -del extranjero europE'-' sino . de un extranjero que viene a contaminar desde más lejos;c;más precisamente, desde otras orillas, desde el ex.t<: • rior de Europa - y que amenaza al esprritu mismo, al «e;;,; píritu de París,., en cuanto que éste encarna al espíritu I!Ú5·

mo. foco después de haber hablado de la <<hez de la raza..,

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.1

·' !

Valéry concluye efectivamente: «El aumento de la creduli­dad en el mundo, .que se debe al cansancio de la idea níti­da, al acceso de poblaciones exóticas a la vida civilizada, amenaza lo que distinguía al espíritu. de Europa. La había­mos conocido como capital de la calidad, y có"mo capital de la crítica. Todo hace temer por estas coronas que habían

• eleborado siglos de experiencias delicadas, de esclarecimien­tos y de elecciones» (Subrayado mío). Diez años más tarde, en vísperas de la guerra, Valéry recuerda los efectos negati-

más o menos deliberada: el valor de «CeloS!>, y se sirve, y

es en 1937, de la expresión «Campo de concentración,: un campo que «Consume, a «todo francés que. se distingue». Subrayo yo: «PARÍS, sin embargo, se .distingu,e muy clara­mente de los otros monstruos de millones de .cabezas, los NUEVA YORK, los LONDRES, los PEKÍN.(.· .. ) nuestras BA­BILONIAS ( ... ). Y ello .porque .no hay otro lugar donde, desde hace siglos, la élite, en.lodos los ámbitos; de un pue­blo haya estado tan celosamente concentrada,. donde todo valor haya tenido que llegar a hacerse reconocer, a ·sufrir la prue­ba· de las •comparacioens,·a afrontar la crítica, los celo-s.( ... ) Este comercio tan precioso no -podía instituirse . apenas. más que. en un ·lugar ·donde, desde,·hace. siglos, la élite .....,. en todos los ámbitos - ·de un gran. pueblo ha sido celosamente reclamada. y guardada. Todo Francés. :que se· distingue está abocádo , a ese .campo. de .concentración. PARÍS-le evoca, le atrae, le exige, y, . a veces, le :co.nsume, (p.' ,1014"1015). .

7. «La liberté de !'esprit» Il, ·p. 1093 . . UnaS páginas después, de paso; y de forma un .. pqco elíptica, .Valéry hace una observación .que .me parece aquí ocle· mucha importancia en la medida en que se la siga, consecuentemente, y qillzás más allá de lo que sobreentiende Valéry. Éste; efectivamen­te, determina la libertad como .respuf!Sta:

, ·. « ... la . idea de libertad no es primera en nosotros;. no

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es jamás evocada mientras no sea provocada; qui~r-=•

decir que e¡; siempre una respuesta>> (JI, p. 1095:.

8. La lógica de este texto es también una analó~.

En realidad, depende toda ella de una analogía disimélrica entre el espíritu y el valor. El espíritu es un valor, ciertamer.· te, entre otros., como el oro, el trigo o el petróleo; pero e;

también la fuente de todo valor, y así .el valor exceder.tt; la plusvalía absoluta y en consecuencia sublime de lo qu~

analogía y la condición fuera de serie, lo trascendental. lu trascateg()rial de toda la economia. Es un ejemplo, y un ejem· plo ejemplar, el ejemplo por excelencia. No hay otro. Como Va).éry lo dice muy bien de otra manera, me contentaré Cü ll

reunj.r algunas citas alrededor de lo que él mismo &.ma. como de paso, "el punto capital»: «Es un signo de los t.en­pos ( ... ) el que sea incluso urgente interesar a los espí::.oc.;; en la suerte del Espíritu, es decir, en su propia suerte ': . ... Ellos han tenido confianza en el espíritu, pero ¿qué espíri­tu; y>qué entendían por esa palabra? ... Esta palabra es i:a­nombtable, puesto que evoca la fuente y el valor de :o::lc...;; las demás». Desde; ese momento, presente, inmanente a lo eJ.::~ lo que no es él, a todos los valores .que no valen por él. pue~e entrar sin riesgo en la analogía, en el paraleliEm(> de la. economía y la economía del paralelismo, .en~e el cattj ­

tal y el capital. Es. «e~ mismo», el<<punto capital>•, la oosa misma' que se reparte entre los dos registros o los dos r:>!;i· menes de •la analogía. Por ejemplo: ·

. <<Me. parece que he, hablado del descenso-y el des:cK­ronamiento de. los valores de nuestra vida que · se eEii

, . produciendo ante nuestros ojos; y en esa palabra; • Vé..­

lor», estaba juntan.do en una misma expresión, bajo l:.tl

.· mismo signo, los valores de ·orden material y los -.:.J.:o­re.s ·de Qrden • espirituaL .

. J-Ie ,dicho «valor» y . es precisamente de eso de la :r.:1~

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quiero hablar; es el punto capital sobre el que querría atraer vuestra atención. Estamos presenciando hoy una verdadera y gigantesca trasmutación de valores (por emplear la excelente expre­sión de Nietzsche), y al titular esta conferencia: <<liber­tad del espíritu», estoy simplemente haciendo alusión a uno de los valores esenciales que parecen actualmente estar sufriendo la suerte de los valores materiales. He dicho, pues, <<Valor,,, y digo que hay un valor llama-

He dicho valor, puesto que hay apreciación, enjuicia­miento sobre su importancia, y porque hay además dis­cusión acerca del precio que se está·dispuesto a pagar por ese valor: el espíritu. ( . .. ) El desgraciado ·valor espíritu no· deja casi nunca de bajar. ( ... ) Véis que 'empleo el lenguaje de la Bolsa; ( ... )Y es que con frecuencia me han ·sorprendido ana­logías que surgen, siri que se las ·busque lo más míni­mo, entre la vida del espíritu y sus manifestaciones, y la vida económica y las suyas. ( ... )En uno y otro terre­no, en la Vida económica como en ' la vida espiritual, encontraréis ante :todo las mismas nociones de produc­ción y · de consumición. ( .. . ) Cabe, por otra parte, considerar desde los· dos la" dos igualmente el capital y el trabajo; una civilizaci6n es un capital·cuyo·crecimiento puede proseguir duran~ te siglos como .el de . ciertos capitales, y ·que absorbe sus intereses compuestos» (II, p. 1077-1082)•

Es Valéry el que subraya; y niega que esté proponien­do aquí una «simple 'comparación, más o menos . poética>• o que se pase, por «simples artifi.cios retóricos••,de la econo­mía material a la economía espiritual. Para negarse a algo así, tiene que confirmar 'el carácter a la ·vez originario y trascategorial del concepto de espíritu que;· en cuanto . que hace posible la analogía, no pertenece a ésta. Como tampo-

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co ellogos, e n suma, está simplemente incluido en la analo ­gía, en la que sin embargo participa. Y precisamente, mfu: allá de la simple retórica, el espíritu es logos, palabra o ver· bo, explica literariamente Valery. Este espiritualismo origi­nal se presenta realmente como un logocentrismo. Más rigu~ rosamente todavia: como un logocentrismo que tiene su ~ugar de nacimiento en la cuenca del Mediterráneo. Una vez más. es mejor citar. Valéry acaba de negar que haya pasado, me­

diante un artificio retórico, de la economía material a La eco-

«En realidad sería más bien todo lo contrario, si se qui­siese reflexionar sobre la cosa. Es el espíritu el qu.e ha empezado, y no podía ser de otro modo. Es el comercio

. de los espíritus el que es necesariamente el primer co­mercio del mundo, el primero, el que ha empe2ado, el que es necesariamente iniciq}, pues antes de trocar cosas, hay que trocar signos, y hace falta. en consecuencia que se instituyan signos. No hay mercado, no hay inter­cambio sin lenguaje; el primer instrumento de todo trá­fico es el lenguaje; se puede repetir aquí (dándole un sentido convenientemente alterado) la famosa frase: «l!n el comienzo era el ·Verbo>.•, Ha hecho falta que el Verbo precediera al acto mismo del .tráfico. Pero el verbo no es . otra cosa.que uno de los nombres más precisos de lo que he llamado el espíritu. El espíritu. y el verbo son casi sinónimos en muchos empleos. El término que

, . . , · se traduce por ~~rbo en ]a Vulgata .es el griego d.J!§:J:i"'·~ que quiere decir a la vez cálculo, razonamiento, palt:!­bra, discurso, corwcimiento, al mismo .. tiempo que ex­

,. · presión .. Por consiguiente, al ·decir . que el verbo coinci­de con el espíritu no creo eSta¡" diciendo . una herejía,

., - incluso en el ·orden lingüístico.» ' ) -

~Dei ahí entonces que no haya nadasorprendente en que }() .«lógico» ·y lo histórico sean aquí .homologables e indi;;o-

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-. ~ .. ' ' "'.,"' .; '=1!'- " ·. -- ·-::==~:> -~- ____ ·: ;~~i~~~ :'::.

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ciables: «No sólo es lógicamente necesario que sea ao;í, sino que además esto puede establecerse históricamente.» Las «re­giones del globo>> que han favorecido el comercio son tam­bién aquéllas donde las producciones de los «valores del espíritU>> han sido «las más precoces, las más fecundas, y las más diversas>•, aquéllas donde la «libertad del espíritu ha sido más ampliamente concedida». Y la palabra «merca­do» vuelve regularmente {por lo menos trés veces .en dos páginas, I, p. 1005-1006) cuando se trata de definir Euro-

rráneo», Europa, «ese lugar privilegiado», «el espíritu euro­peo», «autor·de estos prodigios>>. El mejor ejemplo, el único en realidad, el más insustituible, es el de la cuenca del Me­diterráneo: el" «ejemplo» que ha «ofrecido» es efectivamente único, ejemplar e incomparable. Así, pues, éste no · es un ejemplo entre otros; y es por' eso por lo : que el logos y la historia no se separan ya,. ·puesto ·que este ejemplo habrá sido «el más sor-prendente y el más ··demostrativo» {II, p. 1084-1085).

9. Tomo II; p. 1058. No hay por-qué extraña.rSe de que sea precisamente en este contexto en el que, a propósito de la filosofía, · Valéry articule fuertemente entre sí dos pro­posiciones que· 'frecuentemente se ven séparadas: el· rasgo nacional y¡ el rasgo fonnal son· irreductibles e ·indisociables en filosofía, tanto en el discurso como en ·la lengua filosófi­ca; La· argumentaci'ón de estas -pocas· páginas es muy retor­cida, merecería algo · más que una nota. ·Se· trata · siempre de «tomar en consideración a Francia, un papel ·o una fun­ción· de Francia· en la constitución del capital ·oel espíritu humano» (II, p. 1047-1048. Subrayado mío).·Digamos, muy esquemáticamente, que si,· por una parte Valéry le da la for­ma de la concesión y · de ' la• hip6tesis; la· forma· del «no es imposible que» o del «eso es muy posible», a la proposición que concierne al rasga nacional que marcaría a toda: .filoso­fía, es justamente · al-observar a título· ejemplar la filosofía

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1 1 francesa cuando subraya el rasgo formal y plantea vigorosa­

mente una tesis a propósito de ello. Cabría llamar a esta le­

sis formalista, si no fuese por el temor a endurecer un P')CO

las cosas proporcionando un argumento fácil a todo~ aque­llos que confunden la atención a la forma, a la lengu2., a la escritura, a la retórica o al <<texto» con un formalismo sub­jetivo y una renuncia al concepto. Se debe poder tomar en cuenta el rasgo nacional y el rasgo formal sin nacionali~ m o ni formalismo - e incluso para elaborar una estrategia de

me parece que la estrategia valeriana es incapaz de eV:tar los dos escollos. La hipótesis nacional. se precipita ine\ita­blemente en tesis.,del subjetivismo nacionalista. La t~is for­malista no está ahí más que para servir esta precipi:ación .

. Primer tiempo, .la hipótesis: «El pensamiento abstracto, o 'puro', como asimismo· el pensamiento técnico, se esfuer­zan en borrar aquello que le viene al pensador de su naciéon o de su raza, puesto que pretenden crear valores indepe::I· dientes del lugar o de las personas. No es imposible, ~in duda, discernir, o creer discernir, en una metafísica o una moral, aquello que en éstas resulta pertenecer propi:~mente a· una raza o a una nación: ocurre incluso que no ha:y nada que parezca definir mejor tal o cual raza o nación que la filosofía que ésta ha producido. Se pretende que ciertas ideas, aúnque expresadas con toda .universalidad, son casLiru:.on, cebibles fuera de su·clima de origen. Esas ideas se deterio­ran en el extranjero como plantas desarraigadas, o bi~n· apa-­

recen allí como figuras monstruosas. Eso es muy posible., (II, p. 1055).

_. Segundo tiempo, la tesis. Antes de recordar, y de su-· brayar, que la tesis se presenta como un <<Sentimiento-, T que empieza con un paréntesis de ••excusa», recordemos La fecha de estas páginas: 1939. En este velar armas., en el que la elocuencia nacionalista y racista irrumpe, más •.iolen­ta que nunca, en Europa, Valéry rebaja a hipótesis s.us pro­posi~iones sobre la filosofía, la raza y la nación. Se <:!Xcusa

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también cuando, para hablar de su «sentimiento» y de la filosofía como «asunto de forma>>, liga esencialmente esa forma a la lengua nacional: singularmente y ejemplarmente, a la lengua francesa:

«A mi parecer (y pido excusas por este sentimiento), • la filosofía es un asunto· de forma. La ·filosofía no es

en absoluto ciencia, y debe, quizás, desprenderse de todo vínculo incondicional con la ciencia. Ser ancilla

logiae ( .. . ) No digo en absoh,1to que tenga razón: cosa que, por otra parte, no tendría ningún sentido. Digo( .. . )

., que el ser que habla --'- y que se habla -'-- ese lenguaje no puede ni exceder. los .medios de éste ni sustraerse a las sugerencias y asociaciones que dicho lenguaje in­troduce insidiosamente en él. Si soy francés, en el pun­to mismo de mi pensamiento en el que-ése· pensamien­to se construye y se· habla a sí: mismo, se forma -en francés, y según las posibilidades y en · el aparato del francés» (ibid.).

Vienen a continuación un ·análisis; t!n'a interpretación y Una evaluación de dichas posibilidades, ·en los que no voy a entra~ aquí. Por lo ·que, concierne más: estrictamente a;Ja filosofía; citaré solamente la conclusión ~~por lo que puede dar hoy que pensar, con y ·contra su autor: «El-éxito de: urta filosofía.en Francia·lo 'es a ese •f>recio. No ql,lÍero decir que no. puedan producirse sistemas de ·ideas · <fue no estén . con­formes a ese principio: quiero decir que no son adoptados realmente y é'Omo· orgánicamente. Encuentro,- por· otra parte, en política y en las artes, reacciones: francesas análogas» (II, p. 1056. Subrayado mío). · ·· ;

. , ! •

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La democracia, para otro día

¿Qué es hoy la opinión pública?

¿Hoy? La silueta de un fantasma, la obse~ sióri de ia consciencia democrática. El fantasma tie­ne 'derechos y poderes. Pero ¿cómo ajustar exigen­cias -contradictorias? ¿Por qué .debe precaverse la demócracia parlamentaria de aquello que, sin. e m­barg6, se·-'pa:tece ·ala fuente de su legitimid~d? Sí, tienen ustedes razón en precisar: hoy, en el J:ía. {a la luz) de hoy. Por ·lo··que se refiere al ritllW~' al rrtedium y en primer lugar a la historia de 1a. opi­nión -pública;' se: trata de la cuestión del día {de la' luz). ·

·Í. La opinión presta a }as <<Opiniones públic~» el vicio o la virtud de .la imprevisibilidad~ (<móviles y cámbiántes», ·<<difíciles de manejar», decía ya La úuta a d~lembert'. Como los «dados», aquéllis de­safían a la vez ,«a la fuerza y a: la razón». De hecho

.:. :' ' : ... -

.: ,. ; '/·)·e~ió~ 'ínt~gra de una conversación (cori Óliv-er ·Sal­~fuóri ~' 'Nidolilf'WéU) puhücí=ida en fohna abreviada a Le MJrtile ae'lft Réílolutionfmru;aise, n. l '(mensual, enero 1989}.

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y de derecho, la opinión puede cambiar de día en día. Literalmente efímera, no tiene estatuto, puesto que no está sujeta a la estabilidad, ni siquiera a la constancia en la inestabilidad, pues tiene a ve­ces «fases largas». Una primera ambigüedad pro­viene de ese ritmo: si tuviese un lugar propio (pero ahí está toda la cuestión), la opinión pública sería el forum de una discusión permanente y transpa-

también ·a su propia· .representación políti~a. Esta no se adecuará jamás a aquélla: respira, delibera y decide a otros ritmos. Se p:Uede ·también temer la tiranía: de movimientos de opinión. L.a "élocidad, el «día a día>>, incluso en la «duració~ larga»., .afec­ta a veces al rigor de la d4;cusión~ al· tiempo de la «toma de consciencia», con paradójicos.retrasos de la opinión sobre instancias representatiyas . .N., pro~ pósito de la pena de , muerte se ·Cree saber: (pero esto sobre: todo por medio de sondeos) :que las ,ma­y~rías no serían hoy las. mismas: .l. en el .. Parla­mento, 2. en ·una consulta .. por.referéndüm; 3., con ocasión de «sondeos de opinión» o de enc1,1estq.S sociológicas. De discerdancias .o diferenci,as de rit­mo no: faltan ejemplos .. Para reconocer . ~~ derecho de voto de los inmigrados, en las elecciones l9ca­les, la ,campaña lanzada por SOS Racisrrie debe ,in­formar y convencer a una opinión que, a continua­ción, sería oída por la mayoría parlamentaria; pero el pres.idente de la República, candidato entonces,

• . . . ' ' ; • • . ( t • - ! ~ ! ~ . . ' .

había anunciado ya su «opinipt;~-» perso~al ~,obre .. este asunto,. y más aún, había dado su .parecer sohre

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,, .. 1 la situación actual; en realidad, sobre el retraso de la opinión e incluso del Parlamento, io cual no deja de tener efecto sobre una y otro. Desconcertante topología. ¿Cómo identificar aquí la opinión públi­ca? ¿Tiene ésta lugar? ¿Dónde se presta a ser ·vis­ta, y como tal? La errancia de su cuerpo propio es también la ubicuidad de un espectro. Éste nd está presente como tal en ninguno .de esos espacios.

-. ción electoral, nó es el derecho ni la voluntad ge­neral, ni la· nación, ni la ideología, ni la suma de las opiniones privadas analizadas según técnicas so­ciológicas o las instituciones modernas de sondeo. No habla en ·primera persona, no es ni objeto ni sujeto («nosotros», <<se»), se .la cita, se la hace -ha· blar, se la somete a ventriloquía («país real», «ma­yoría silenciosa», «rrwral majority» de Nixon, «main­

stream.>) de Bush, etc.), pero esta «media» conserYa a veces el"poder de resistir a esos medios «capaces de dirigir la· opinión pública>), a ese «arte de cam­biarla», poder que no tienen, dice de.nuevo Ro~­seau: «ni la razón; ni la v.irtud, ni las leyes». • '

2. Ahora bien, este dios de una politología ne:; gativa no . puede daF signos de ~ vida, a · plena luz:~ sin un cierto. medium. El ritmo cotidiano, que le es .esencial, supone la .difusión masiva de algo -~Í

como· un· periódico, un diario., Este poder tecnó· económico le permite a la opinión. constituirse ~ reconocerse como opinión ·pública . .Aunque est~ categorias parecen hoy poco adecuadas, se c.oru:i-: dera que· .el periódico asegura un lugar de visibili;

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• ~ . --· -~-='""" ~--

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dad pública capaz de informar, formar, reflejar o expresar, y así de representar a una opinión que en­contraria ahí el medio de su libertad. Esa correla­ción entre lo cotidiano - escrito o audiovisual -y la historia de la opinión pública desborda am­pliamente lo que se llama la «prensa de opinión». Precisos y peligrosos, cada vez más «afinados>>, los sondeos se ajustan a un ritmo que no será jamás

Ahora bien, esos sondeos se publican en la pren­sa, que frecuentemente es la que toma y puede to­mar-la iniciativa de hacerlos. Se sabe, en fin,· y el periódico produce la novedad de esa noticia tanto como la refiere, que la opinión pública no es yá en'nuestros días lo que -ha sido -ayer y desde los comienzos de su historia.

3_, Pues el -fenómeno rio ·ha sido ja~ás natu­ral-, es decir: universali No más, por otra parte,' -que. la cotidianidad como categoría mayor ~del ritmo so­cial. A-ntes de preguntarse,.porla; supuesta·:«reali­dad» de la opinión pública-lwy, como ·por la cine" matogr-afía de su silueta, hay que recordar que el fantaSma tiene una 'historia: europea, reciente, y fuerteme:Qte escandida. El-discurso -sobreda, -oPi:· rUÓn, ciertamente, es viejo COmO' el mundo: • dóxa u .«opinión)> (no es exactamente lo mismo) tienen sin duda equivalentes en culturas no ,occidentales.· Pero· la -historia de la opinión·pública:'parece liga~ da;c ·por · su parte, al -discurso político de : Eun:>pa. Es.un artefacto moderno·- (las premisas:! de,':las~ Re­

voluciones americana y francesa proporcionan aquí

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la referencia más visible), incluso si un «tiempo fuer­te>> ha sido preparado por la tradición de una filo­sofía política. Bajo ese nombre o bajo algún otro, no creo que -se haya hablado de la opinión pública -tomándosela en serio- sin el modelo de la de· mocracia parlamentaria, y en tanto que un aparato de leyes (en Francia: desde el artículo XI de La Declaración de los Derechos Humanos a la Ley de

tido o prometido la formación, la expresión y so· bre todo la «publicación», justamente, de esa opi­nión aparte de las representaciones políticas- o corporativas.

Si bien no es electoral en ·su momento más pro­pio, la opinión, como su nombre indica, -está lla­mada a pronunciarse por medio de un juicio. Éste no esjamás un saber, sino una evaluación compro­metida, un-acto voluntario: Tiene siempre la forma del <~uicio» (sí o :no}, que debe ejercer un poder de :control y de orientación sobre esta democracia parlamentaria. Pero desde el punto de 'vista de 1a decisión propiamente política, esta-considerable po· tencia, se mantüme siempre ~<en potencia». Y den­tro: de fronteras invisibles: no -tiene lugar ni dentrc• ni Juera. Se sitúa fuera de: la representación estatu­tari-a; . pero ese ,afuera· sólo puede ser reconocido conio el de una opinión pública independiente den¡ tro de democracias parlamentarias y estructuras re· presentativas: con vistas a un t'Ot-O posible y a un a

~t~~en~i~n den~. de·o_sobrela rep~en~ción. Mo­mento paradigmático: los «Cahiers de Doléancés,.

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(Libro de Quejas)*. Lugar de Un electorado poten­cial, la opinión pública es una asamblea de ciuda­danos llamados a decidir, mediante un juicio, so­bre temas que son competencia de las representaciones legales, pero también sobre temas que escapan a éstas,, al menos provisionalmente, en una zona que se está ampliando hoyy que se dife­rencia de manera acelerada, planteando así serias

mocracia liberal, si no sobre sus principios .. Recuer­den las manifestaciones en favor de la «escuela pri~ vada>•, las_ «coordinadora~:!•• de estudiantes· o ,de enfermeras, los debates en torno a la RU 486,,, al sida, a la toxicomanía oJos preservativos, e incluso a la ._película de Scorsese .(estoy hablando· aquí de la palabra, de la declaración o la. manifestación; . ese elemento de· la opinión, y no de las tbombas destinadas a acabar con ella). , Pero ·todo aqúello que no pertenece al orden del juicio, de la deci• sión; y sobre todo de la representación, ·escapa a la vez a Ias.:instituciones democráticas , actuales y a lfl opinión pública COrriO tal . . Esas .dos· .cosas .es.., tán; conjuntadas por la· f>OSibilidad de evaluación eu.la fórma ::deljuicio .que Hecide: (sí o -no), y·que se lleva a •cabo· en pna.representación. Las encues~ tas de opinión intentan escapar a esa ley, por,una parte desbordando los temas electorales y las deci-

~ > j t

; , -, • - ~ ¡. ,-, ) :~ --._ ~\. · - -~ ·• -· '; :- • . - ;~-

* Cuadernos en los que eran consignadas Iás peticio~ hes de 16s Dipúfá.dos'erl.1os· E:stados'~Iierales dtd789'{N: deLT:); ; ' _ _ :~:- .. :.

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siones inmediatamente políticas, por otra parte mul­tiplicando las evaluaciones en términos de porcen­tajes (más o menos) más bien que en forma de al­ternativa (sí o no) . Pero un discurso no concierne a la opinión pública como tal a no ser que se anti­cipe a un .debate legislativo, y a no. ser que el «más o menos>> anuncie un «SÍ o no••. ¿En qué se con­vierte entonces esa reserva de experiencia, de eva.-

:·>

los «gustos», las «costumbres»), que no depende del juicio (sí o no) y de laxepresentación, en todos los sentidos de esa palabra? Es ahí donde cabe plan­tearsé·preguntas sobre la autoridad de la opinión _: no· en· sus, contenidos, sino en su forma de juicio pre-electoral - e incluso sobre la distinción priva­do/público, cuyo rigor se verá siempre amenazado por, eUenguaJe,: por sí solo, y desde la· primera se­ñal. ¿Qué lugar público - -y en consecuencia polí­tico - conceder a ese tipo·'de preguntas?

-, ~Un «gobierno de opinión» puede · hacer jugat la·opirlión, inventarla· o invocarla contra ·las repre­sentaciones instituidas~ Pero esto sólo ·puede hacerse y decirse en democracia, al menos formal. Una dic­:tadura>popular o ' un régimen totalitario no son· go-­biérnos de opinión (y lo que hoy sale a la luz e"::J ·la; URSS es: quizás muy sencillamente una opiniól pública). :Los :nuevos medios para «mantenerse al día»; -:para tomar ·el pulso de la opinión a un ritme> cuasi~diario; autorizan y .obligan a un cierto podn (por; ejemplo~'el de; un jefe de ·E·stado, o incluso d de·un:gobierno demoerático) a tener en cuenta m:a

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evolución antes y al margen de su expresión en el Parlamento, en los partidos y los sindicatos; aut<lri­zan-y obligan a descubrir desplazamientos de ma­yoría antes de las elecciones, e incluso antes de un referéndum. No es que la opinión sea el depó­sito amorfo de una espontaneidad salvaje que des'" bordaría las organizaciones (partidos, sindicatos, etc.). Ni pasivas ni activas, las recientes «coordina-

«manipuladas», n~ dependían tampoco de una es­. pontaneidad desorganizada .. • Son , necesárias, así pues, otras categorías pata conducir el análisis -y la acción-política ~-· más allá deo esa. alt~rnativa sumaria. ·Pasa lo mismo con· las relaciones con las instituciones, y sobre-todo con la -prensa: la opi­nión pública no se-expresa, si por eso se ' entiende que· aquéll,a existe en algún foro• interior,. antes ~de

mar:tifestarse a plena luz, COmO tal, en SU' fenome­nalidad.'-,Es:que es :fen9ménica. Tan esc~amente está ,producida·'.ocfomiada,·, o· .bien· influenciada o modificada;,. ·c_omo, simplemente reflejada o represen~ tada -por. la <prensa. Esas ,iitt:erpretaciones ingenuas o groseras; tienen raíces en un. potente .discursó ,fi_ losófico. ¿Nó, será dar prueba de respo:nsabilidad el intentar en •primerdugar reconsiderab aquellas interpretaciones? Tarea ·filosófica y política; ·t~ónca

y práctica;< tarea .difícil pere··también peligrosa;' pues corre -el riesgo ; qe ·afectar . al _ conceptd mÍs!llO ~ de

representación; a la. «idea 'de los -representantes»; que-Rousseau.llamaba-«:rhoderná». ~ Pero, · 1¿ no tiene un demócrata la· responsabilidad: de pensar los . axio'"

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_? 1

\

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mas o los fundamentos de la demo·cracia; la res­ponsabilidad de analizar sin descanso sus J.t;i.~::rmi­naciones históricas, aquellas que pueden delimit:arse

.. en 1989, y también las que no? . Pues de lo que se trata es del porvenir de la

democracia. La dimensión del espacio «público» ac· cede sin duda a su modernidad filosófica con ~ Luces, las Revoluciones francesa o americana, o

- el progreso de las Luces y de la luz - a la J:i . bertad de hacer un uso público de la razón en to­dos los dominios (aunque la razón no se reduzca a la «opinión», a la ' que tiene también que criti­car). En esta modernidad post-revolucionaria, la mu­tación tecno-económica de los media ·marca otra división. ·Desde el final de la Primera.Guerra M un· dial,· sobre todo en Alemania, las crisis que la ra­dio . podía introducir en el espacio tradicional· de una democracia parlamentaria han dado lugar a graves debates (cf. In, crítica de la opinión públicr:J­de Tonnies, en 1922, o los trabajos de C. Schmitt, cuya·. influencia sigue ·estando vÍ\'a, se le cite o n~ a derecha y a izquierda, en todos los análisis del espacio público, por ejemplo en Habermas. No po­demos centrar en esto, y no olvidemos .las coercio­nes de la prensa: . no son sólo cuantitativas, llegan a imponer modelos de -legibilidad. Todos los pnr· blemas que estamos discutiendo en este mismo mo· mento. se concentran en algo que tengo que cotF

fiar aquí a un telegrama elíptico. ¿Puede hablars-e seriamente de la prensa e'n la prensa? Sí y no, de

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contrabando). Esos debates no están agotados: pien-5i:;i1 cü lu::. t;ft:cio~ inmediawmente internacionales de la televisión del mañana en una Opinión pública que se consideraba en primer término nacional. Piensen en las trasformaciones que introduce una técnica de sondeos que puede literalmente acom­paña.F, o mejor, producir el acontecimiento televisi-: vo ( «L'heure de la verité» ). Esta técnica puede, cier-

privadas de representación institucional, corregir errores .e injusticias; pero esta «democratización»< no representa jamás legítimamente y sin filtracio­nes, repitámoslo, una «opinión .pública». La «liber­tad de prensa>• es el bien : más precioso de la de­mocracia, ·pero en la medida al menos en que ·no se ha hecho >justicia, efectivamente, en las leyes y las costurnbtes; a las ·cuestiones que ;acabamos de. plantear, esa «libertad» ftindamental está todavía por inventar. Cada día. Por lo . menos . . Y con ella, la democr.acia. -,

--¿ Qué sistema .ini'entar; entonces, para que· la pren­sa: formalmente libre . no funcione como censura? -

': ~ .. ' ,....· .

- Es en el capítulo «De la censura» donde El con~ trato · .social .trata · precisamente de . esa, «especie de ley» que es · el <~uicio;, de la opinión pública~ Pero, ¿p1:1ede. uno confiar-aquíen.la oposición forma/con­tenido? ¿Basta con dar ~n' contenido a la. forma para hacer progresar la libertad. de prensa;~ ·es decir, un derecho, que no podrá darse nunca sin obligacio~

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>.~ . .,.,.,

1 nes y sin el reconocimiento de una libertad «ante la prensa})? Hay que mantener el rigor formal, sin el que ningún derecho queda protegido, y en con­secuencia hay que : inventar dispositivos-más finos, una-legislación más diferenciada, mejor ajustada a las mutaciones tecno~económicas del «libre-mer­cado». Tarea infinita: no sólo porque habrá siem­pre cosas que hacer, más o mejor, sino a causa de

tener cuidado, ciertamente, de que la censura (en el sentido legal: esta «crítica que tiene a su dispo­sición la fuerza>• pública, dice Kant) no recupere el terreno perdido. Hay que luchar también contra los ·efectosc de «censura» en el sentido amplio, , con­tra una «nueva ce;nsura», si se puede decir así, que amenaza a las sociedades liberales, contra las acu­mulaciones, las concentraciones, los monopolios; en una palabra, todos los fenómenos cuantitativos que p1:1eden marginalizar o reducir al silencio~ aquello que , no se ajusta a su escala. , Pero no se puede tampoco ahogar simplemente por la pluralidad, ]a d-ispersión, el fraccionamiento, la movilidad de ]os lugares,de filtración o de los sujetos.que disponen de éstos;-, Pues esas ,fuerzas socio-económicas po~ drían ·de nuevo abusar de esas marginalizaciones Y' de' esa ausencia de forum general. ¿Cómo abrir la avenida de ·grandes debates, accesibles a la ma­yorí~, de . .forma al mismo tiempo que se enriquez­can la multiplicidad y la cualidad de los discursos públicos, de las, instancias de evaluación, de' las .<ces~

cenaS» o lugares de visibilidad, etc.? ¿Apuesta?

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¿Aporía? Imposible y necesaria, esta invención sólo pucJe ·anunciarse a partir de otro imperativo: 1a unidad o la «centralidad» del fomm democrático no debe confundirse con la de la masa, la concen­tración, la homogeneidad o el monopolio. Ahora bien, la «nueva censura», y ésa es la fuerza de su astucia, combina concentracción y fracciónalización, acumulación y privatización: despolitiza. Más per-

ca no .se confina en él. Dicha lógica actúa .desde el momento· en que_ una . interpretación, es decir, una evaluación , selectiva informa de un «hechon. Ninguna información esqapa a ella.

Esto es demasiado evidente en lo que -se llama la prensa «cultur~>> (artes, literatura, filosofía, etc.) y en esas evaluaciones «finas» sobredeterminadas,_ sobrecodificadas, que ·no inducen inmediatamente la opinión pública como.juicio político o decisión electoraL Cada vez que una institución mediátic~ regula fenómenos de mercado a una escala· masi­va, confisca ,y censura también masivamente, .. dog~ matiZa, cúalesquiei:w.que sean-·su eélecticismo. real o swliberalismo·.de fach'ada, sus virtudes o--sus•,vi.:. cios; .ya cautive, ya-aburra, ·ya se la enéuentre ,di.S­tinguida, ·vulgar, o las dos cosas a la ·vez. Cuando a .un solo juez, ·se · piense lo que . se piense -de . tal o cual de sus talentos, se le confía.~aquf o · allá . un monopolio--de-evaluación, de filtración, cle: exposi­ción a la plena luz, : determina la.S·ventas en los su­permercados de. la cultura. ,AsÍ-;•·una obra .queda relegada lejos¡ de la ,corte, . hacia Ja. noche de -un

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recinto quasi privado, si no cumple las condiciones de visibilidad en ese gran pequeño espejo que fas­cina deformando, filtra y desvía hacia él tanta ener­gía, interrumpe la conversación, pliega el cuerpo y la mirada social a una nueva fisiología, proyecta en fin al extranjero los últimos iconos de la cultura nacional. Hoy, con esta escala, de un libro tienen que venderse y, distingamos, leerse, más de diez

pondencia -confidencial y casi privada. Resultado: las investigaciones llamadas «difíciles», rebeldes al estereotipo de la imagen o de la narración, poco sometidas a las normas de la cultura así representa­da en su <<media» (en singular, la «opinión)) significa siempre la <<media») quedan excluidas de la esce­na: ocultadas, privadas de la luz, del día. En come­cuencia, . se las juzga, cada vez más, «OSCUras>>, <<diff~

ciles>>, ·o «ilegibleS>> y así se convierten en aquello que se d ice que son y se quiere ·que sean: inaccesibles. El ' Ciclo se acelera. Se diga · lo que se· diga de la calidad de nuestros media-<<culturales», ¿es casuali­dad que nuestro país sea urto de los países de Euro­pa en los que se lee menos, que nuestras bibliote­cas estén en: un estado desaStroso, casi inconfesable; Y qu~ problema~indisociable, la Escuela y la Uni­versidad, lugares privilegiados para la «formaCión del juicio», ·tengan que soportar estas · carencias?

Pero de .. nuévo aquí, no simplifiquemos. Qui­zás haya que· ¿ontar también con otros ritmos y otrOs trayectos. Quizás no haya que dejarse fascinar por la inmediatez cuantitativa. Como la Escuda, la,;pten-

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. -~: .·

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sa participa en la calidad de la democratización. ~"! ~----- - 1 '!• '!

DJ. a~~c::su a 1a rueura e::s a Inenuuo un progreso. Algunos periódicos pueden, según los casos, para lo mejor o para lo peor, acentuar o denunciar eva7

luaciones oficiales (por ejemplo las de los cuerpos . académicos). En fm, ¿es ilimitado el .poder mediá­tico? Éste se encuentra también evaluado día a día por un públi«o que no es siempr~ silencioso. En tanto heterogéneo, puede a ·¡eees criticarse. a sí ~-mo, desde un ladQ a otro de su gran cuerpo. ¿Aca: so ,n9 , se l9 j1,1zga ·finalmente __ ~obre~ la. base de un tiemp9. ,más largo y según criterios que le resultan necesiU'iflmente indescifrables? Si .contribuye a éxi­tO$ de masa qq.e .se. olv:idan._ al mes siguiente, ¿no se .precipita él misn10 tambi~n , ai ·olvido? Las ayan~ zadas intempestivaS.: ·que escapan asu,r.ejilla de le­gibilidad, pueden imponerse· .un ,día .sin dis.cusión p;9.sible. Para el camino futúrQ ~e una: phra es .. bien sabido queJai calida~ · de diez lectores juega a.ve­ces un. _papel. más deter,minante que :la actualidad de .. diez . mil , compradores; ¿Qué harían ; nuestras grari'des máquinas omediáticas d~ Rimbaud, o de 4u~éamo,nt, de .. Nietzsche o · de Pro_ust, · de ün .Kaf­~ ;o, de _uni JQy«e de 19.$9? ÉstosJueron al princi­pio_'salvad9.!?' por ;un puñado .de lectw~s. ,(índice : de audiencia mínimo}, pero.¡ qué <lectoresL Quizás esta analogía se resien~e ya de anacronismo, .. ¡áy!, pues la -histopa, in~rínseca~de es~ .aventwas ·estuvo! liga· da ;sin duda ,a .su ~terior y, den.egado _o. no, a :1.!-Pa estpJ,<;:~ura ':"'- de: ahora ~n ad.elan,te .. c;;aduéada . .,... del «esp~cio público». Pero .la tirada corta con,serva·una

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oportunidad: casi privada, tiene sin embargo acce­so al espacio público. Entre los cios, el samizd.a.t. Habida cuenta de estos ritmos y de estas diferen­cias cualitativas, la porosidad de una frontera entre lo <<privado,> y lo «público» parece más incalcnla· ble que nunca. Cada acontecimiento trata con la ley, como los contrabandistas y. los resistentes. K paso no está nunca garantizado.· La opinión públi­ca nu es una tm:;dia incalculableí peto ha:v en ella algo incalculable. Sólo que lo incalculable, si w .kay.­no se presenta jamás, no es, no , es· jamás, el ~eÍn a de ninguna objetivación científica o filosófica .

, 1 La única elección no es, pues: o concentración o dispersión~ La alternativa sería más bien entn:~

lo unilaterat~o lo multilateral en las relaciones de los media con el «público», con los «público~; La responsabilidad; a saber, la libertad : de la prensa y ante la prensa, dependerá siempre .de la efectivi­dad de un '«derecho: derespuestq». que,le 'permita al ciudadano ser más que la fracción (privada, en suma, y cada vez más) de un público: $<pasivot> 'f '

consumidor, necesariamentelesionado por eso miE-¡ mo; ¿Hay democracia sin reciprocidad?_,

- ¿ Cómó darle¡ al derecho' de 7-épli; a un~ ex~ris~ó ... así? . .. ·

;·Francia es uno de Jos pocos países que recCt-­

nocen el derechO de rectificación (por parte de ks poderes públicos~ a los que está reservado) )', rn2;

ampliamente, el derecho de réplica~· Es .un deredrJ: fundamental: Pero no puede ser ejercido (en estri(:;

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to derecho, no hablo de moral o de política) más que en condicium::s muy resincilvas. El error u la íablli­cación, la omisión, la violencia interpretativa, la sim­plificación abusiva, la retórica de la insinuación, la idiotez también, siguen quedando casi siempre sin réplica pública e inmediata, en la radio, en la televi­sión -o en los periódicos. Y dede luego, de forma masiva, en los libros. Incluso cuando las dificulta-d . 'd' , . ..] . _j es 1nn teas o teenwas no uesammB:H ya ue entra da, uria réplica queda en general neutralizada por el lugar; el encuadre. y las dilaciones. Mientras que el derecho de réplica no ·alcance toda su extensión y--toda su efectividad (de -nuevo:la tarea infinita), la democracia seguirá siéndo limitada_ ·¿Sólo -en, la prensa? Ciertamente, pero hoy en día lá prensa ·está en todas partes" ésta (se) da en. todo caso (por) el día· mismo, {(por} la··luz misma) ' La prensa ·da-a luz al esp·acio ·público, a su publicidad. Da a Juz al día · mis'mo, .(a luz a >la -luz misma). Así, pues, . el derecho> de réplica apenas existe. ¿Por ,qué se. finge tan a :menudo (ficción de la democracia) ignorar la violencia de esa disimetría;:y•aquello que en ésta es o no red.uctible?'¿Por qué· la .hipocresía; la de;; negación ? la cegu,~ra_ an~e esta evi~encia . ,ex~esi­va? ¿Por qué ese excéso .. de evidénél.a es a la vez claro como el día y la cara más nocturna de las democracias tal como éstas son, ·en· el presente?

Considerando que 1a'buena voluntad (indispen., sable) no será -suficiente para cambian l~ cosas, las cuales .no depen'den ya de una.Iógicá ;de1a ,sim~

ple «consciencia» y -de un concepto 1urídico,:es de~

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cir, inadecuado, de la responsabilidad, considerando ":: "'= . - + - • , • • - "!· "! '! !" - _ 1 que lOS QISpOSHlVOS ICCnlCU8 y 1a 1egauuau 1Ul'IW:t..l

(indispensables y perfectibles) no acabarán jamás con esa desmesura, considerando .que, en cuanto se trata de la respuesta y de la responsabilidad, de la dirección y de la llegada a destino, etc., los conceptos filosóficos que hemos heredado no han bastado jamás, no se debería recordar la Revolu­ción francesa a no ser apelando a algunas otras. Memoria de una promesa, esta apelación busca un nuevo tono. No será ya sin duda «revolucionario», y tiene que tomar su tiempo, más allá de la «joma­da revolucionaria». Nada se lo garantiza, y no pue­do decir más en una página.

«Un esfuerzo más.» Y una palabra más, si me lo permiten, esa mis­

ma que me han ofrecido al comenzar, hoy. Los días están ya contados: a otra velocidad, e se anuncia el día en que el día, la luz, toca a su fin. Se anuncia el día en que el día (la visibilidad de la imagen y de la publicidad de lo público, pero también la unidad del ritmo cotidiano, pero también la feno­menalidad de lo político, pero también quizás al mismo tiempo su esencia misma) no será ya la ra­tio essendi, la razón o la ración de los efectos tele­metateóricos de los que acabamos de hablar.

¿Ha sido el día alguna vez la medida de todas las cosas, como se finge creer?

En su primera edición, esa opinión, apenas me atrevo a decir esa ficción, sigue siendo la cosa me­jm; repartida del mundo.

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