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1.2

ACERCAMIENTO AL QUIJOTE DESDE UNA PERSPECTIVA HISTÓRICOSOCIAL

EN UN ARTÍCULO esclarecedor titulado «El tiempo del Quijote», publicado en 1956, Pierre Vilar subrayaba que el célebre texto cer-vantino es «un libro español que no cobra todo su sentido más que en el corazón de la historia».1

Esa evidencia, olvidada con alguna frecuencia por los «filólogos», volvía a ponerla de relieve en 1986, treinta años después, José María Jover, en el prólogo del tomo XXVI de la Historia de España que dirige, titulado, de manera un tanto provocativa, El siglo del «Quijote» (1580-1680). No vacilaba en efecto en afirmar que la historia del ingenioso hidalgo era «el símbolo de una época». Subrayaba pues:

Su condición de breviario y culminación de una cultura; expo-nente del conjunto de actitudes espirituales y mentales vigentes en la sociedad española por las décadas que presencian la transición del siglo del Renacimiento al siglo del Barroco; de reflejo fiel de ese mundo de hidalgos y escuderos, de cabreros y disciplinantes, etc.2

1 Pierre Vüar, «Le temps du Quichotte» {Europe, enero de 1956, pp. 3-16). Puede verse este trabajo, traducido, en «El Quijote» de Cervantes (ed. de George Haley, Madnd: Taurus, 1980, pp. 17-29), p. 17. .

2 José María Jover, ed., El sigb del «Quijote» (1580-1680) (2 vok, Madnd: Espasa Calpe, 1986; col «Historia de España», fundada por Ramón Menéndez Pidal y dirigida por José María Jover Zamora, t. XXVI), p. 5.

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No obstante, el entusiasmo del historiador citado le ha condu-cido a falsear las perspectivas ya que un texto no es, a pesar de la conocida fórmula de Stendhal, «un espejo que se pasea a lo largo del camino». Forma parte de un sistema de representación y, por corresponder a un esfuerzo artístico de creación, no puede ser un documento histórico del mismo tipo que los que encierran los archivos.

Sin embargo, para adentrarse en el Quijote, hay que tener presente el peso de un momento específico de la historia de España que desempeña un papel importante en la elaboración del gran libro cervantino. Es lo que han tomado en cuenta algunos investigadores con orientaciones muy diferentes y con resultados muy * diversos.3

Lo que quisiéramos hacer en este trabajo es acercarnos al Quijote desde una perspectiva histórico-social que abarque la historia de las mentalidades.4 Por ello, después de evocar el momento histórico de la obra, nos detendremos en problemas espaciales, económicos y sociales, pero también políticos y religiosos, relacionados con las dos partes del libro.

* * *

3 Véanse, por ejemplo, los estudios de Américo Castro, El pensamiento de Cenantes (1.a

e<±; 1925; nueva ed. ampliada y con notas del autor y de Julio Rodríguez-Puérto- las, Barcelona-Madrid: Noguer, 1972); Hacia Cervantes (Madrid: Taurus, 1957); Cer vantes y los casticismos españoles (Madrid-Barcelona: Alfaguara, 1972); Marcel Batai- Uon, Erasmo y España (1.a ed.: 1937; México-Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1966), pp. 780 y sigs.; Ludovik Osterc, El pensamiento social y político del «Quijote» (México: Andrea, 1962); Paul Descouzis, Cervantes a nueva luz- L El «Quijote» y el Concilio de Trento (Frankfurt: V. Klostermann, 1966); II. Con la iglesia hemos dado, Sancho (Madrid: Ediciones Iberoamericanas, 1973); Noel Salomón, Sobre el tipo del «labrador rico» en el «Quijote» (Bordeaux: Instituí d'Études Ibériques et Ibéro-améri-caines, 1968); Francisco Márquez Villanueva, «El morisco Ricote o la hispana razón de estado» (Personajesy temas del Quijote, Madrid: Taurus, 1975, pp. 229-335): José Antonio Maravall, Utopía y contrautopía en el «Quijote» (Santiago de Compostela: Ed. Pico Sacro, 1976); Michel Moner, Cervantes; deux themes mqjeurs (Vamour-les armes et les lettres) (Toulouse: France-Ibérie-Recherche, 1986); Javier Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote» (Madrid: Gredos, 1986); etc.

4 Acerca de los problemas metodológicos planteados, nos permitimos remitir a nues tro trabajo, «Texto literario y contexto histórico-social: del Lazarillo al Quijote» (Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro-Actas del II Congreso Internacional de Hispanistas del Siglo de Oro, ed. de Manuel García Martín et ai, 2 vols., Salamanca: Ed. de la Universidad de Salamanca, 1993, I, pp. 95-116). Véase aquí el capítulo precedente.

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 57

L2.1 EL MOMENTO HISTÓRICO

La España de fines del siglo XVI y principios del siglo XVII está corroída por una grave crisis, la que corresponde a los años 1596-1602 y evoca el Guzmán de Alfarache al aludir «a la enfermedad [^la peste] que baja de Castilla y al hambre que sube de Andalucía».5

Sin embargo, esa crisis se halla preparada desde tiempos atrás. Después de una fase de expansión que corresponde a la larga pri-mera mitad del siglo XVI, se asiste a una inversión de signo por los años 1570-1580, perceptible a través de las Relaciones topográficas, esa gran encuesta de terreno llevada a cabo entre 1575 y 1580, por orden de Felipe II.6 El desequilibrio indicado, relacionado con la llamada «revolución de los precios» (se hallan multiplicados por cua-tro entre 1500 y 1600), debida en parte a la llegada de los metales preciosos de América y al peso de los impuestos, atañe tanto a la eco-nomía (agrícola e industrial) como a la demografía.7 Significativa señal de esta caída son las diversas bancarrotas que conoce la época

5 Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache (1.a ed.: 1599; ed. de Francisco Rico, Barcelona: Planeta, 1983), p. 257.

6 Véase en particular la síntesis de Noel Salomón, La campagne de Nouvelle Castille á la fin du XW suele d'aprés les «Relaciones topográficas» (París: SEVPEN, 1964). Hay tra ducción española: La vida rural castellana en tiempos de Felipe II (Barcelona: Planeta, 1973). El autor pone de relieve que ya, en la tercera parte de los pueblos, los infor mantes tienen conciencia de una caída demográfica y económica.

7 Sobre precios y problemas económicos, véanse los trabajos de Earl J. Hamilton, El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650 (1.a ed. en inglés: 1934; Barcelona: Ariel, 1975) y de Pierre Vilar —quien rectifica unas cuantas perspecti vas del libro de Hamilton—: «Historia de los precios, historia general (un nuevo libro de E. J. Hamilton)» [id., Crecimiento y desarrollo. Economía e Historia. Reflexiones sobre el caso español, Barcelona: Ariel, 1964, pp. 209-237); id., Oro y moneda en la his toria (1450-1920) (Barcelona: Ariel 1969); Jordi Nadal, «La revolución de los pre cios españoles en el siglo XVI. Estado actual de la cuestión» (Hispania, XIX, 1959, pp. 503-529). Sobre los problemas de la agricultura y de la industria, pueden con sultarse Carmelo Viñas y Mey, El problema de la tierra en la España de hs siglos XW y XVII (Madrid: C.S.I.C., 1941); Noel Salomón, La campagne de Nouvelk Castille..., op. rit; Francis Brumont, Campo y campesinos de Castilla la vieja en tiempos de Felipe II (Madrid: Siglo XXI, 1984); Jean-Paul Le Flem, «Vraies et fausses splendeurs de Findustrie ségovienne (vers 1450-vers 1650)» (Produzione, commercio e consumo dá panni di lani. Atti della seconda settimana di studio, Firenze, 1976); Julián Montemayor, Tolede entre for tune et déclin (1530-1640) (tesis de Estado, 2 vols., Toulouse, 1991); véase ahora el texto impreso con el mismo título (limoges: Presses Universitaires, 1996); Barto lomé Bennassar, Valhdolid au Suele d'Or (Paris-La Haye: Mouton & C.ie, 1967).

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(1557, 1575, 1597, 1607, etc.) así como la quiebra de bancos (=ban-queros).8 La producción del campo y de los centros pañeros impor-tantes (Segovia, Cuenca, Toledo, etc.) va disminuyendo, creando numerosos problemas económicos y sociales.9

Los banqueros genoveses (que han sustituido parcialmente a los alemanes de la primera mitad del siglo XVI) son dueños de la mayor parte de la economía española y del gran comercio castellano, pero tienen ya sus dudas sobre la capacidad del estado español de salir adelante y de reembolsar sus enormes deudas. Por ello empiezan a retirarse a fines del siglo XVI y los marranos que llegan de Portugal después de la unión de este reino con los de España, o sea después de 1580, van a reemplazarlos progresivamente.10 Esta presencia inquieta a los cristianos viejos, tanto más cuanto que los mercaderes y banqueros portugueses van desarrollando su actividad y hasta inviertiendo parte de sus capitales en la tierra, a diferencia de los conversos castellanos anteriores.11 No es ninguna casualidad si el segundo índice general, el de Quiroga, corresponde al año 1583 y si se asiste a partir de la última década del siglo XVI, en una atmósfera de Contrarreforma triunfante, a un recrudecimiento de los procesos inquisitoriales por judaismo.12

Sobre problemas demográficos, véanse, Jordi Nadal, La población española (siglos XVI a XX) (3.a ed, Barcelona: Ariel, 1973); Vicente Pérez Moreda, Las crisis de mortalidad en la España interior (siglos xvi-xix) (Madrid: Siglo XXI, 1980); Annie Molinié-Ber-trand, Au Suele d'Or. L'Espagne et ses hommes (París: Económica, 1985); etc.

8 Véanse Ramón Garande, Carlos Vy sus banqueros (3 vols., Madrid: Sociedad de Estu dios y Publicaciones, 1959-1967); Modesto Ulloa, La hacienda real en Castilla en el rei nado de Felipe II (Madrid: F.U.E., 1977).

9 Véase supra, nota 7.

10 Véase supra nota 8. Véanse además Antonio Domínguez Ortiz, Política y hacienda de Felipe IV (Madrid: Editorial de Derecho Financiero, 1960); J. Boyajian, Portuguese Bankers at ihe Court ofSpain, 1626-1650 (New Jersey: Rutgers University Press, 1983); Raphaél Carrasco, «Preludio al siglo de bs portugueses» (Hispania, XLVII, 1987, pp. 503-559).

11 Acerca de los judíos y conversos, véanse Julio Caro Baroja, Los judíos en la España moderna y contemporánea (3 vols., Madrid: Anón, 1961); Antonio Domínguez Ortiz, Los judeoconversos en España y América (Madrid: Istmo, 1978); etc. Sobre la actitud nueva de los marranos que hacen inversiones en tierras del Sur de la Mancha, por ejemplo, véase el trabajo ya citado de Raphaél Carrasco, «Preludio al siglo de bs portugueses».

12 Véanse Jean Pierre Dedieu, Uadministration de lafoi VInquisition de Toléde, XVIe-XVlIIe

sueles (Madrid: Casa de Velázquez, 1989); Raphaél Carrasco, «A l'aube du suele ' des Portugais. Le procés inquisitorial de Bernabé Rodríguez, brúlé á Cuenca le 13 décembre 1598» [Mélanges qfférts a Maurice Moího, I, París: Éditions Hispaniques, 1988, pp. 235-245), pp. 242-243.

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reciente paz con Francia (firmada en 1598), luego la paz con Inglate-rra (1604) y la tregua con los Países Bajos (1609), para alcanzar una salutífera recuperación. Con este fin, se ocupan tanto de problemas agrícolas, industriales, comerciales, financieros, como de problemas demográficos, políticos y sociales. Bien se han dado cuenta de que la riqueza de una nación no la constituye la masa monetaria sino la fuerza de trabajo, lo que implica el auge de la demografía y de la pro-ducción.17 Se trata de un verdadero giro en la manera de concebir la «restauración de la república de España», orientada hacia el futuro, capaz de comunicarle a la «nación» una nueva identidad.

Este impulso es también, hasta cierto punto, el que empuja al hidalgo manchego frustrado, inserto en un contexto desfavorable y agobiante, a transformarse en don Quijote para cobrar un nuevo ser y un nuevo destino pero asimismo para lograr «el servicio de la repú-blica». 18 En cierto modo, el héroe es un «arbitrista», sólo que tiene la vista puesta en la restauración de un pasado más o menos mítico, el de la caballería andante, y no en el futuro de España. Sin embargo, entre burlas y veras, el problema del arbitrismo no deja de aparecer en el libro tanto en la primera parte, en el episodio de los galeotes (I, 22), como al principio de la segunda (II, 1), cuando don Quijote idea un verdadero arbitrio, salido de la cabeza de un «loco repúblico», para luchar contra el Turco.19

Si estos años son fundamentales por lo que hace a la aparición de una conciencia crítica capaz de restaurar a España, también son fun-damentales desde un punto de vista literario. Los años 1580-1590 son asimismo los de la manifestación de una reflexión crítica sobre géneros y formas literarias, reflexión que ha de conducir al florecer del roman-cero nuevo, de la poesía burlesca, del relato picaresco, de la novela, de la comedia nueva y ha de permitir la elaboración del Quijote.

En 1598, muere el austero Felipe II. Su muerte provoca un ver-dadero cambio de atmósfera entre los palaciegos pues el joven

17 Sobre problemas monetarios, economía y producción, véase Pierre Vilar, «Los pri mitivos españoles del pensamiento económico» {Crecimiento y desarrollo, op. át} pp. 175-207).

18 DQ I, 1, p. 75. 19 Véase nuestro trabajo: «De las terceras al alcahuete del episodio de los galeotes en

el Quijote (I, 22). Algunos rasgos de la parodia cervantina» (Journal ofHispanic Phib- logy, XEI-2, 1989, pp. 135448), pp. 146-147 (y aquí, cap. III, 5). Consúltese tam bién Jean Vilar, «Don Quijote arbitrista (sobre la reformación en tiempos de Cer vantes)» (Beitráge zur Romanischen Phiklogie, VI, 1967, pp. 124-129; Cervantes Sonderhefi).

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 61

Felipe III no piensa sino en divertirse. Se asiste a una verdadera car-navalización de la Corte. No parece sino que el soberano y los que le rodean desean olvidar la trágica situación del reino: menudean las fiestas, las mascaradas, las burlas. Como para manifestar mejor este cambio, los cortesanos se trasladan a Valladolid, donde van a permanecer de 1601 a 1606. Del jocoso ambiente que reina entre ellos da buena idea la Fastiginia del portugués Pinheiro da Veiga quien reside entonces en la villa del Pisuerga.20

De la misma manera, el casamiento de Felipe III con Margarita de Austria, celebrado en Valencia, durante las Carnestolendas de 1599, ocasiona numerosas fiestas. En particular, se realiza una gran mascarada en que, según las normas carnavalescas, se representa la oposición entre el Carnaval, rodeado de carnes, y la Cuaresma, acompañada de pescados. Para figurar esos dos principios opuestos (encarnado el primero por Lope de Vega y el segundo por un com-parsa) se utilizaron dos personajes de la Commedia dell3 Arte, la cual sigue la tradición carnavalesca. Esos dos personajes, entonces muy célebres en España, eran Bottarga (el gordo, el Carnaval) y Ganassa (el flaco, la Cuaresma).21

Esta festiva tonalidad carnavalesca la emplea Cervantes en la pri-mera y en la segunda parte del Quijote, así como al idear a sus dos personajes principales utiliza la jocosa oposición de las fiestas de Car-nestolendas entre el gordo y el flaco figurados por los dos persona-jes de la Commedia delU Arte mencionados anteriormente.

El momento en que se elabora definitivamente la historia del ingenioso hidalgo es el que corresponde a la estancia de la Corte en Valladolid, periodo en que, durante más o menos tiempo, residen en la villa del Pisuerga tanto Cervantes como Quevedo o López de Úbeda. Participan del mismo ambiente festivo que reina en la Corte y se reúnen en las mismas «Academias», lo que explica algunos cru-ces entre sus producciones. Es entonces cuando estos autores idean

20 Véase Tomé Pinheiro da Veiga, Fastiginia (trad. de Narciso Alonso Cortés, Valla dolid: Imprenta del Colegio de Santiago, 1916).

21 Acerca de las fiestas valencianas de 1599, véanse varias relaciones significativas en Jenaro Alenda y Mira, Relaciones de solemnidades y fastas públicas de España (2 vols., Madrid: Establecimiento tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra», 1903), I, pp. 126- 128. Sobre la mascarada carnavalesca a la cual nos referimos, véase la descripción de Felipe Gauna, Relación de las fiestas celebradas en Valencia con motivo del casamiento de Felipe III (2 vols., Valencia: Acción Bibliográfica Valenciana, 1926-1927).

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algunas «obras de entretenimiento», de jocoso espíritu carnavalesco, entre las cuales sobresale el Quijote22

Las fiestas palaciegas han de tener su transcripción en las fes-tividades y burlas que se verifican en la segunda parte del texto cervantino, tanto cuando el héroe está en casa de los duques como cuando se encuentra en Barcelona.23

A este respecto, no hay que olvidar que los contemporáneos consi-deraron el Quijote como un «libro de entretenimiento», según lo califica el doctor Gutierre de Cetina en su aprobación del 5 de noviembre de 1615 que encabeza la segunda parte de la obra. Sabido es el papel importante que las burlas desempeñan en ella y, como lo indica Cova-rrubias, el no saber de burlas es «ser poco de palacio».24 La historia del hidalgo manchego aparecía para los ingenios contemporáneos de Cer-vantes como una obra de poca monta. Baste con recordar lo que escri-ben Lope de Vega y Quevedo sobre el particular.25

Libro paradójico el que sale en 1605, festivo y alegre por una parte, profundamente pensado y reflexivo por otra, en que existe un juego constante entre «burlas y veras», entre ser y parecer,, y en que se ilustra un héroe, paradójico también, un loco-cuerdo, cómico y trágico a la vez, en busca de identidad, en busca de su verdadero ser

22 Remitimos a nuestros trabajos: «Tradición carnavalesca y creación literaria. Del personaje de Sancho Panza al episodio de la ínsula Barataría en el Quijote» (Bulle- tin Hispanique, LXXX, 1978, pp. 39-78); «El personaje de don Quijote: tradiciones folklórico-literarias, contexto histórico y elaboración cervantina» (Nueva Revista de Filología Hispánica, XXDC, 1980, pp. 36-59); «La tradición carnavalesca en el Qui jote» (Formas carnavalescas en el arte y la literatura, ed. de Javier Huerta Calvo, Barce lona: Ed. del Serbal, 1989, pp. 153-181). Véanse aquí caps. II, 1 y II, 2.

23 Acerca de las fiestas en la segunda parte del libro, véase en particular el artículo de Anthony Cióse, «Fiestas palaciegas en la segunda parte del Quijote» (Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona: Anthropos 1991 pp. 475-484).

24 Véase Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española (ed. de Mar tín de Riquer, Barcelona: Horta, 1943), art. «burla», p. 247a.

25 Véase la carta del 4 de agosto de 1604 [?] escrita por Lope de Vega: «De poetas no digo: buen siglo es éste. Muchos en cierne para el año que vyene; pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quixote» (Epistolario, ed. de Agustín G. de Amezúa, 4 t., Madrid: Real Academia Española, 1941), III, p. 4. Véase asimismo el romance burlesco de Quevedo, Testamento de don Quijote (que se refiere a la primera parte del libro): «De un molimiento de güesos, / a puros palos y piedras, / Don Quijote de la Mancha / Yace doliente y sin fuerzas...» (Obras completas. L Poesía original, ed. de José Manuel Blecua, Barcelona: Planeta, 1963, núm. 747, pp. 933-936).

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 63

y de mejoras. ¿No serán el libro y el héroe metonímicos de la España que los rodea?

1.2.2. EL MARCO DEL QUIJOTE: ESPACIO Y ECONOMÍA

El marco del Quijote'es esencialmente la Mancha, lo que la segunda parte del nombre del héroe viene a subrayar, es decir que la gesta del protagonista va unida a las extensiones de Castilla la Nueva aunque el texto también evoca las sierras y valles que se pue-den encontrar por el camino (I, 12, p. 166), la vegetación caracterís-tica de la región (alcornoques y encinas), las producciones naturales (bellotas avellanadas y miel: I, 11, p. 155) y hasta el calor agobiante de las tierras manchegas en verano (I, 7, p. 127; I, 12, p. 166).

Cabe preguntarse por qué el autor no ha situado la acción del libro en Castilla la Vieja. Pero no hay que perder de vista que esta última es la Castilla de los héroes míticos unidos a la Reconquista, la Castilla tanto del Cid como del legendario Bernardo del Carpió, y el referente normal de don Quijote no ha de ser éste sino el de los libros de caballerías.

Por otra parte, la Mancha es símbolo de rusticidad en el Siglo de Oro por tener fundamentalmente actividades agropecuarias, lo que introduce al hidalgo, héroe moderno, en un llamativo universo de degradación. Pero además, existe una relevante oposición entre las dos Castillas, entre la del Norte que se dice más cristiana vieja y la del Sur que resulta más semitizada.26 Desde este punto de vista, tal vez encierre el nombre del protagonista alguna burlesca alusión al problema de la limpieza de sangre tanto más cuanto que, como lo hemos visto, diversos grupos de marranos se habían afincado en el Sur de la Man-cha y habían hecho inversiones en la tierra. En efecto, el texto de La Pícara Justina, que tiene varios cruces con el del Quijote, se abre con unos juegos sobre la impureza racial de la heroína, llamada «man-chega» a causa de la mancha ocasionada por su origen judío.27 Por

26 Sobre la oposición entre las dos Castillas, véase Manuel Criado de Val, Teoría de Castilla la Nueva (Madrid: Gredos: 1960).

27 Acerca de los cruces entre el Quijote y La Pícara Justina^ véase Marcel Bataillon, Pica ros y picaresca. La Pícara Justina (Madrid: Taurus, 1969), pp. 53 y sigs. Sobre los jue gos relacionados con la mácula de Justina, véase Francisco López de Ubeda, La

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añadidura, existe en Castilla la Nueva una importante población morisca, oriunda del reino de Granada, desterrada por la Corona a raíz del fracaso de la sublevación de las Alpujarras (1568-1570).28

Esos moriscos están presentes en Toledo, antes de la expulsión de 1609. Por ello, en la ciudad del Tajo, el segundo autor da con el manuscrito árabe de Cide Hamete Benengeli y encuentra al morisco aljamiado que se lo traduce (I, 9, pp. 142-143). Moriscos asimismo son los arrieros que cruzan por la primera parte del Quijote y morisco también es Ricote, el vecino de Sancho, que, después de la expulsión, ha vuelto a España disfrazado de peregrino.29

Por lo demás, Cervantes conoce muy bien esta comarca y ha hecho de don Quijote un paladín de tierras adentro, no sólo porque éste quiere ser caballero andante sino también porque ha de estar en consonancia con las características de su temperamento melancólico.30 El Manchego no pasa por ninguna ciudad: se aparta de Toledo, no llega a Zaragoza y ni siquiera se adentra verdaderamente en Barcelona. En cierta ocasión, se le ofrece la oportunidad de ir a Sevilla con Vivaldo y su compañero (I, 14, p. 189). Sin embargo, el atractivo de la ciudad del Guadalquivir que aparece igualmente con relación a los recueros y prostitutas de la venta (I, 2, p. 82) o al picaro Andrés, el azotado,31 atractivo que viene a ser significativo del movimiento migratorio hacia el Sur, característico del siglo XVI, por-que de Sevilla salen las mercancías hacia las Indias y a ella llegan las riquezas del Nuevo Mundo, lo rechaza enseguida, aunque queda presente como un más allá posible pero nunca alcanzado. Indica

Pícara Justina (ed. de Antonio Rey Hazas, 2 vols., Madrid: Editora Nacional, 1977), pp. 87 y sigs. Acerca de los problemas vinculados a la limpieza de sangre, consúltese Albert A. Sicroff, Les controverses des statuts de «pureté de sang>> en Espagne du XI* au XVW sude (París: Didier, 1960). Hay traducción al castellano.

28 Para ahorrar bibliografía, véase Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, His toria de los Moriscos. Vida y tragedia de una minoría (Madrid: Revista de Occidente, 1988), pp. 35-56.

29 Véanse el trabajo ya citado de F. Márquez Villanueva, «El morisco Ricote...» y nuestro propio artículo, «Don Quijote caballero e hijo de venteras y rameras. Algunas calas en la parodia cervantina» (ínsula, núm. 538, oct 1991, pp. 30-34), notas 15-17 y texto correspondiente. Véase aquí cap. III, 1, pp. 298-299.

30 Véase nuestro trabajo: «La melancolía y el Quijote de 1605», (México: Publicacio nes de la Nueva Revista de Filología Hispánica, VIII-2, 1997). Y aquí, cap. I, 4.

31 Véase nuestro estudio: «Nuevas consideraciones sobre el episodio de Andrés en el Quijote (I, 4 y I, 31)» (Nueva Revista de Filología Hispánica, XXXVIII, 1990, pp. 857-873), p. 871. Aquí, véase cap. DI, 2, p. 321.

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significativamente el narrador: «dijo [don Quijote] que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas» (I5 14, p. 189).

No obstante, Andalucía está presente en el relato aunque la ruta del hidalgo no cruce por ella. En Andalucía, sobre todo, ha apren-dido la vida picaril el redomado huésped de la primera venta (I, 3 p. 88) y andaluces son los padres de Dorotea, esos ricos labradores que van ennobleciéndose (I, 28, p. 348) así como Luscinda, don Fer-nando y Cardenio.

A pesar de todo, la gesta quijotesca se desarrolla en la Mancha y aun cuando el Caballero de la Triste Figura se adentra en Aragón, parece como si continuara el camino que pasa por la «Mancha de Aragón». Lo importante es que, en el primer Quijote, el protagonista atraviesa el Sur de la Mancha hasta la Sierra Morena.

La Sierra Morena que marca la frontera entre la Mancha y Andalucía es otro lugar mítico, un espacio de transgresión situado fuera de las estructuras sociales organizadas, en que todo puede ocu-rrir. Ahí se interna la Serrana de la Vera en uno de los romances que se difunden en el siglo XVII,32 ahí se resguardan varios salteadores evocados por las relaciones de sucesos del Siglo de Oro,33 ahí se refugian don Quijote y Sancho después del episodio de los galeotes para escapar a la Santa Hermandad (I, 23, p. 278), ahí por fin ha venido a retirarse Cardenio, el loco de amor (I, 23 y sigs.), y ahí se encuentra Dorotea (I, 28, p. 345).

De todas formas, el campo manchego se presta muy bien a las correrías del héroe en un espacio vigilado por la Santa Hermandad, la de Toledo. No obstante, esa policía rural —que también tiene un poder judicial— no es muy activa ya que, desde la época de los Reyes Católicos hasta los años 1640, si se dejan de lado los distur-bios de las Comunidades en 1520-1521, ha reinado en Castilla una

32 Sobre la Serrana de la Vera y los romances correspondientes, véase el artículo de síntesis de Julio Caro Baroja, «La Serrana de la Vera, o un pueblo analizado en conceptos y símbolos inactuales» (Ritos y mitos equívocos, Madrid: Istmo, 1974, pp. 259-338).

33 Véase nuestro estudio: «Le bandit á travers les pliegos sueltos des XVle et XVHe siécles» (Le bandit et son image au Suele d'Or, Madrid-Paris: UAM-Casa de Velázquez-Publica- tions de la Sorbonne, 1991; «Travaux du Centre de Recherche sur l'Espagne des XVF et xvn* siécles», VI, pp. 123-138), p. 131.

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duradera paz interna.34 Es lo que subraya Sancho, al observar: «Por todos estos caminos, no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros» (I, 10, p. 151).

Esa paz interna ha sido necesaria para favorecer la prosperidad de una España en expansión económica hasta 1570 aproximada-mente, de una España que ha desarrollado sus vías de comunicación y el comercio activo con el extranjero pero también entre el norte y el sur de la Península, en particular con el núcleo sevillano. Y pre-cisamente, la Mancha está en el centro de esa red de caminos (con las consabidas ventas) que permiten la trajinería. De ahí la evocación en el texto de ese ir y venir de recuas de muías y de carretas, cuando aún las actividades comerciales no se han derrumbado.

La Mancha podía haber sido un buen observatorio de esa Casti-lla rural en plena crisis, evocada por los procuradores a Cortes y por los arbitristas. Sin embargo, del Quijote, no se saca ninguna impresión de crisis aunque ésta bien existe en la realidad, a finales del siglo XVI, y se ha podido estudiar en las tierras de Bargas, Cabeja, Orgaz y Los Yébenes.35

¿Se tratará únicamente, por parte de Cervantes, de una manera específica de resolver el problema de la mimesis y de dar una idea, a nivel del sistema de representación, de lo que podría ser una ade-cuada prosperidad agrícola dentro de un conjunto caracterizado, al contrario, por un llamativo deterioro? No obstante, investigaciones recientes sobre el campo manchego en el Siglo de Oro han puesto de relieve que la crisis en la Mancha, sobre todo en la del Sur, es más tardía que en otras partes y que muchas zonas de esta amplia región gozan de una relativa prosperidad durante el periodo 1570-1600; sólo después de los años 1605 empieza la situación a empeorar

34 Acerca de la poca actividad de la Santa Hermandad, véase lo que dice el cura: «Quiso [don Quijote, pero dicho como si se tratara de otra persona] [...] poner en alboroto a la Santa Hermandad, que había muchos años que reposaba» (I, 30, p. 371). Sobre esta institución, véase la tesis (París: Sorbonne Nouvelle, 1991) de Araceli Alonso-Guillaume, Recherches sur la «Santa Hermandad» en Castille á Vépoque moderne. L'exemple de la «Santa Hermandad Vieja» de Talavera de la Reina. Véase ahora la traducción al castellano: Una institución del Antiguo Régimen: la Santa Hermandad Vieja de Talavera de la Reina (siglos XVIy xvil) (Talavera de la Reina: Ayuntamiento de Tala-- vera de la Reina, 1995).

35 Véase Julián Montemayor, «Crise rurale en Nouvelle Castille á la fin du XVle sié- cle: le cas de Bargas, Cabeja, Orgaz et Los Yébenes» (Mélanges de la Casa de Veláz- quez, XVIII, 1982, pp. 135-163).

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verdaderamente.36 Por lo menos el primer Quijote estaría pues en consonancia con este contexto. Sea lo que fuere, lo que llama la atención del lector es la pros-peridad rural de esa Mancha recorrida por don Quijote. Hay en el texto varias referencias a los diversos cereales: trigo esencialmente (por ejemplo I5 31, p. 382) y cebada (I, 12, p. 163), pero también se citan las leguminosas que los acompañan: garbanzos (I, 12, p. 163) y lentejas (I, 1, p. 69). Del mismo modo, se alude a la siega (I, 32, p. 393) y a los molinos de viento del campo de Montiel (I, 8, p. 128) —implantados recientemente, a fines del siglo XVI—, prueba de esa actividad agrícola floreciente. Paralelamente, se habla de la produc-ción de vino, ese vino tan abundante en la Mancha (I, 35, p. 438; II, 18, p. 168), que llena siempre la bota de Sancho, y se menciona el de Ciudad Real (II, 13, p. 133). Así mismo aparece el aceite, tercera gran producción en la Mancha del Sur sobre todo (II, 18, p. 168).37 Lo más llamativo, sin embargo, es la presencia casi continua en el libro de una Mancha ganadera, la que corresponde a la otra orientación posible del tema literario, la aventura pastoril, evocada ya cuando el escrutinio de la librería del protagonista (I, 6, p. 118), pero sobre todo al final de la segunda parte, como otro género de vida posible para el caballero fracasado (II, 67, pp. 548-549; II, 73, pp. 583-585).

El ganado es en efecto la otra gran riqueza del campo manchego. En la realidad de esos años, la actividad pecuaria equilibra la agrí-cola, en la Mancha, cuando no la supera. En muchas partes domi-nan los señores de ganado quienes han venido a imponer su ley a los ayuntamientos.38 El mundo del pastoreo aparece muy pronto en el libro, en cuanto don Quijote, armado caballero, sale en busca de aventuras. Da enseguida con el pastor Andrés, a quien está azotando su amo, propietario de una manada de ovejas (I, 4, p. 96). Luego, ese universo asoma con bastante frecuencia, que se trate del caso de los cabreros de la Edad Dorada (I, 11), de los de Sierra Morena (I, 23, p. 286) o del que tiene entre sus cabras una que se llama Man-chada (I, 50, p. 588). Lo mismo pasa con los rebaños de Marcela y

36 Véase Jerónimo López-Salazar Pérez, Estructuras agrarias y sociedad rural en la Mancha (siglos xvi-xvil) (Ciudad Real: Instituto de Estudios Manchegos, 1986).

37 Sobre estas producciones, en la realidad manchega de los siglos XVI y XVII, véase el libro de J. López-Salazar Pérez ya citado, pp. 113 y sigs.

38 Ibíd., p. 214. Véase además N. Salomón, La campagne de Nouvelle Castilk.., pp. 73 y sigs.

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Grisóstomo (I, 12) o de Camacho, Basilio y Quiteña (II, 19 y sigs.), por no decir nada de la manada de puercos situada no lejos de la primera venta (I, 2, p. 82) o de la que estuvo al cuidado de Sancho, que fue porquero en otros tiempos (II, 42, p. 358).

Están pues presentes los diversos tipos de ganado, sobre todo el ganado lanar, el más importante, y ello según las diversas categorías que se utilizaban: rebaños riberiegos y serranos, dividiéndose estos últimos en estantes y trashumantes.39 Aquí viene al caso el famoso episodio de los dos rebaños de ovejas que don Quijote tomara por dos ejércitos (I, 18).40

Este episodio va unido a la gran trashumancia, en particular a la que estaba vinculada a la Mesta, ese gremio de ganaderos encabe-zado por la familia real. Tocaba sobre todo al ganado ovejuno (merino esencialmente) y la Mancha era precisamente una de las regiones de paso de la cabana del Este que, desde las alturas de Cuenca, se encaminaba hacia las llanuras murcianas.41

Hasta cierto punto, la situación del campo manchego, tal como se desprende del Quijote, corresponde a ese equilibrio entre agricultura y pastoreo preconizado por varios arbitristas. Corresponde asimismo a la nueva importancia que ha de cobrar la ganadería —según Caxa de Leruela, por ejemplo— para poder lograr la renovación de la eco-nomía agraria y una nueva producción de lana, indispensable para favorecer el necesario impulso de la industria textil en crisis.42

39 Sobre este punto, véanse las observaciones de Miguel Caxa de Leruela, Restauración de la abundancia de España (1.a ed.: 1631, pero la situación evocada corresponde a unos años antes; ed. moderna de Jean-Paul Le Flem, Madrid: Instituto de Estudios Fiscales-Ministerio de Hacienda, 1975), pp. 70 y sigs. Caxa de Leruela plantea el problema ganadero en relación con la Mesta.

40 Sobre el particular, véase nuestro estudio, «La tradición carnavalesca en el Quijote», pp. 172-176. Véase aquí cap. III, 4.

41 Véase Julio Klein, La Mesta (1.a ed. en inglés: 1919; trad. al castellano: Madrid: Revista de Occidente, 1936), p. 30. Sobre la Mesta, además del libro precedente, véase ahora la síntesis de Pedro García Martín, La Mesta (Madrid: Historia 16, 1990), que rectifica varias orientaciones del estudio de Klein. Consúltense también: Jean-Paul Le Flem, «La ganadería en el Siglo de Oro, XVI y xvn» (La economía agraria en la Historia de España, Madrid: Fundación Juan March, 1978); Jerónimo López-Salazar Pérez, Mesta, pastos y conflictos en el Campo de Calatava (Madrid: C.S.I.C., 1987).

42 Sobre las características de la industria textil en el siglo XVI, véase Paulino Iradiel Murrugaren, Evolución de la industria textil castellana en los siglos XII-XW (Salamanca: Ed. de la Universidad de Salamanca, 1974). Acerca de las particularidades de dicha industria en Toledo, consúltese J. Montemayor, Tolede entre fortune et déclin (1530- 1640), op. cit.

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La actividad pañera de la comarca aparece de manera indirecta en el Quijote cuando Sancho y su amo descubren los batanes del río Ebro, esas máquinas que lavan los paños y los golpean para lim-piarlos (I5 20, p. 248).«

Sobre todo existen en el libro unas cuantas alusiones a la pro-ducción que vino a ser esencial en Toledo, la de telas de seda. Recuérdese que el segundo autor da con el manuscrito de Cide Hamete Benengeli en la tienda de un sedero (I, 9, p. 142). Además, después de la aventura relacionada con Andrés, don Quijote divisa un «gran tropel de gente». El narrador indica entonces: «como des-pués se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia» (I, 4, p. 99). En épocas anteriores, la seda venía sobre todo de Granada. Pero con la enfermedad de las moreras granadi-nas y el corte consecuente de muchos árboles, así como con el des-tierro a Castilla (después de 1570) de los moriscos —que eran los productores de los capullos—, la producción del reino de Granada dio un espectacular bajón y los toledanos fueron a comprar la seda principalmente a Murcia.44 Ésta era la situación a fines del siglo XVI y es lo que ilustra el Quijote.

1.2.3. LOS HOMBRES: LOS GRUPOS SOCIALES

En la obra, sólo aparecen ciertas categorías sociales.45 El estado llano está poco representado. No citaremos más que de paso el mundo degradado de la venta, centro de picardía, robo y lujuria.46

43 En cierta ocasión, hay en el texto una alusión a los «perailes de Segovia» (I, 17, p. 213) o sea a los cardadores de lana segovianos, pero la actividad pañera está prácticamente ausente del Quijote, ya que la gesta del héroe se realiza fundamen talmente en el campo.

44 Véase J. Montemayor, Tolede ente fortune et diclin, op. cit. Sobre la actividad sedera en general, consúltese Manuel Garzón Pareja, La industria sedera en España. El arte de la seda en Granada (Granada, 1972).

45 Sobre la sociedad, véanse Antonio Domínguez Ortiz, La sociedad española en el sigfo xni (2 vols. publicados, Madrid: C.S.I.C., 1964-1970); Noel Salomón, La campagne de Muvelle Castilk..., pp. 253-302; Javier Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote», op. cit; etc.

46 Véase Monique Joly, La bourle et son interpretaron. Recherches sur le passage de lafacétie au román (Espagne, XW-xn? sueles) (tille: Atelier National de reproductions de thé- ses, 1982), pp. 409 y sigs.

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Así lo demuestran tanto el primer ventero acompañado de prostitu-tas y arrieros (I, 2-3) como el segundo, Juan Palomeque el Zurdo, rodeado de su mujer, pero también de su hija y de Maritornes, esas dos «semidonceUas» (I, 16-17; I, 32 y sigs.; I, 43, p. 526).47 No obs-tante, la venta es un lugar de paso en que se pueden mezclar las diversas categorías sociales (recuérdense los capítulos en que se juntan los diversos protagonistas en la segunda venta: I, 32 y sigs.) y por ello es el espacio privilegiado de la transgresión en que todo puede pasar, como lo evidencia la intrusión del segundo barbero en el universo venteril y la burla subsiguiente (I, 44-45, pp. 538 y sigs.).

Asimismo poca importancia tienen los representantes de diver-sos oficios que aparecen en el relato de manera alusiva o esporá-dica y sin verdadera caracterización social: barberos (I, 1, p. 73; etc.; I, 21, p. 253), zapateros (I, 33 p. 93), sastres (II, 45, p. 377), pelaires (II, 17, p. 213), molineros (I, 3, p. 94; II, 29, pp. 265-266), tenderas (II, 51, p. 431), médicos (II, 47, p. 387), soldados como Vicente de la Rosa (I, 51, p. 592), etc.

Los grupos mejor representados son los de los campesinos, como era de suponer. Figuran en el libro varios pastores —ya lo vimos—, algunos zagales como los que están al servicio del padre de Aldonza Lorenzo (I, 25, p. 312), algún labriego pobre como Sancho (I, 7, p. 125, etc.) o como aquel que encuentran los dos protagonistas a la entrada del Toboso, el cual está al servicio de un rico labrador (II, 9, p. 102), o algunas campesinas como aquellas tres que don Quijote y Sancho ven sobre bonicos a la entrada del mismo pueblo, y entre las cuales —dice el escudero— está Dulcinea (II, 10, p. 107).

Por encima de estos campesinos están los labradores que tienen un mediano pasar, como el padre de Aldonza Lorenzo (I, 25, p. 312) o como el vecino de don Quijote, quien recoge al héroe muy mal parado, a raíz de su primera salida (I, 5, p. 104).

Pero sobre todo los que mayor papel desempeñan en el relato son los labradores ricos: Guillermo el Rico, apenas nombrado, el padre de Marcela (I, 12, p. 161), Juan Haldudo el Rico, el amo de Andrés (I, 4), Camacho el Rico, el que iba a casarse con Quiteria (II, 19-21), los padres de Dorotea que ya no son manchegos, sino andaluces,

47 Sobre el particular, véase nuestro trabajo: «Las dos caras del erotismo en la pri-mera parte del Quijote» {Edad de Oro, X, 1990, pp. 251-269), pp. 255-262. Aquí, véase cap. I, 5, pp. 151 y sigs.

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 71

aunque vivan no lejos de la Mancha (I, 28, p. 348). Por ello, pueden representar a toda la categoría de los labradores ricos.48 Lo que los caracteriza, en primer lugar, es su prosperidad agropecuaria. Doro-tea, que gobernaba la casa de sus padres, la evoca de manera signi-ficativa:

... Yo era señora de sus ánimos [y] ansí lo era de su hacienda: por mí se recibían y se despedían los criados; la razón de lo que se sem-braba y cogía pasaba por mi mano; los molinos de aceite, los lagares del vino, el número del ganado mayor y menor, el de las colmenas. Finalmente, de todo aquello que un tan rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenía yo la cuenta...

No es pues extraño que representen una categoría social en plena ascensión, ufana de su limpieza de sangre y de su riqueza, de modo que van transformándose en hidalgos y hasta en caballeros como lo confirma Dorotea:

Ellos, en fin, son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza malsonante y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos; pero tan ricos, que su riqueza y magnífico trato les va poco a poco adqui-riendo trato de hidalgos y aun de caballeros.

Estos labradores ricos se van haciendo pues los verdaderos man-dos del campo manchego y sustituyen en muchos casos a los anti-guos hidalgos empobrecidos. Corresponden al modelo que hay que valorar para salvar al campo castellano. Es el momento en que el tipo, modélico, del labrador rico aparece en la comedia.49 Y preci-samente una de las comedias de ambiente campesino, entre las más célebres de Lope, Peribáñezy el Comendador de Ocaña, nos presenta a un labrador rico ejemplar en el marco de un pueblo manchego, el de Ocaña.

Ya se comprende mejor que Dorotea pueda venir a casarse con el hijo menor de un duque andaluz.

48 Véase en particular, N. Salomón, Sobre el tipo del «labrador rúo» en el «Quijote», op, cit; J. Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote», pp. 210 y sigs.

49 Véase Noel Salomón, Recherches sur le theme paysan dans la «comedia» au temps de Lope de Vega (Bordeaux: Instituí d'Études Ibériques et Ibéro-américaines de PUniversité de Bordeaux, 1965), pp. 747 y sigs.

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7 2 OTRA MANERA DE LEER EL QUIOTE

El texto nos suministra también una serie de indicaciones sobre la vida de los hombres del campo y sobre sus mentalidades.

El mundo que les corresponde se halla regido por el trabajo. Hombres y mujeres aparecen dedicados a la actividad laboral, tanto Sancho como Teresa (H, 25, p. 236) o Aldonza Lorenzo (I5 31, p. 383). La familia es la familia nuclear, la que caracteriza el paso a la Edad Moderna, con un promedio de 4 personas. Si bien el Caballero del Bosque dice que tiene 3 hijos (II, 13, p. 129), 2 tiene Sancho. Y pre-cisamente el multiplicador medio aplicable a las comunidades de la España rural de la época cuando se quiere pasar del número de vecinos (hogares) al de habitantes es 4-4,5.50 Ese mundo campesino teme las adversidades de la Naturaleza: intemperies, sequías y enfermedades que pueden anonadar los esfuerzos de los labriegos. De ahí el encuentro de la procesión pánica que pide el agua en época de extre-mado calor, valiéndose de la mediación de la Virgen (I, 52, pp. 598-599) 51 por ello asimismo aluden los pastores y Sancho a la sarna, a la peste, etc. (I, 13, p. 164, 166, etc.) y se venera en la Mancha a San Antón, protector del ganado, así como a Santa Quiteña, protectora de los rebaños contra la rabia.52 El universo de los campesinos tendría que ir regido por los preceptos de la religión católica post-tridentina. Si bien hay alusiones a los oficios divinos y a la misa más directamente, o a las predicaciones ideadas por el espíritu de la Contrarreforma,53 nuestros personajes no entran nunca en una iglesia (ya lo veremos posteriormente).

Sin embargo, los domingos y los días festivos en general, esos campesinos que se quedan muchas veces con hambre pues comen de una manera muy frugal (pan y cebolla, un trozo de queso, un trago

50 Véanse A Molinié-Bertrand, Au Siécle d'Or: l'Espagne et ses hommes;]. N^áú, La pobla ción española..., pp. 52 y sigs.; Francis Brumont, Paysans de Vwille-Castille aux xiT et XVIF sueles (Madrid: Casa de Velázquez, 1993), pp. 31 y sigs.; etc.

51 Véase por ejemplo William A. Christian, Religiosidad beal en la España de Fehpe U (Madrid: Nerea, 1991), pp. 62-64; A. Redondo, «La religión populaire espagnole au XVle siécle: un terrain d'affrontement?» (Culturas populares: diferencias, divergencias, con flictos, Madrid: Casa de Velázquez-Universidad Complutense, 1986, pp. 329-369), pp. 356-357. . , - , , - . T7i

52 Véase nuestro trabajo: «Parodia, creación cervantina y transgresión ideológica, bl episodio de Basilio en el Quijote» {Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona: Anthropos, 1991, pp. 135-148), pp. 142-143. Aquí, véase cap. III, 7, pp. 390-391. #

53 Véase Robert Ricard, «Los vestigios de la predicación contemporánea en el Qui jote» {Estudios de literatura religiosa española, Madrid: Credos, 1964, pp. 264-288).

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRIGO-SOCIAL 73

de vino) —como Sancho lo ilustra a menudo (I, 10, p. 152; etc.)— tienen la posibilidad de saborear una buena olla. La olla podrida es lo que más le gusta al escudero (II, 47, p. 388). Pero el verdadero festín que Camacho el Rico ofrece al pueblo, con motivo de su boda, viene a ser, para Sancho y los campesinos, la irrupción de un uni-verso desconocido de abundancia alimenticia, el de una verdadera tierra de Jauja (II, 20, pp. 187-189).

Los días de fiesta, los hombres del campo se divierten de una manera sencilla, pero activa. Una de las actividades deportivas más practicadas es la de tirar la barra, o sea saber cuál de los jóvenes lanzará más lejos esa especie de lanza corta. Es el juego al cual se alude cuando Sancho retrata a Aldonza Lorenzo (I, 25, p. 312) o el que practica Basilio con mucho éxito (II, 19, p. 179). Pero también puede haber competencia en el correr: es lo que ocurre en cierta ocasión, un día de fiesta, entre un gordo y un flaco (II, 66, p. 543). Por lo demás, las actividades lúdicas, en ambiente campesino, se evocan con relación al caso de Basilio:

gran tirador de barra, luchador estremado y gran jugador de pelota; corre como un gamo, salta más que una cabra y birla a los bolos como por encantamento; canta como una calandria, y toca una guitarra que la hace hablar... (II, 19, p. 179).54

Es asimismo otra manera de divertirse el echar pullas^ o sea motejar al forastero y burlarse de él, con alguna que otra alusión eró-tica. Así interpretan las tres campesinas encontradas a la entrada del Toboso el lenguaje enrevesado de Sancho que está parodiando el de su amo (II, 105 pp. 110-111).

La diversión campesina implica al mismo tiempo las narracio-nes orales, expresión de una sociabilidad rural manifestada en corros y en «veladas» (I, 12, p. 165), en las cuales se comparten el pan y los demás alimentos (es lo que pasa en el episodio de los

54 Sobre los juegos campesinos, cfr. fray Alonso Remón, Entretenimientos y juegos hones tos y recreaciones cristianas para que en todo género de estado se recreen los sentidos sin que se estrague el alma... (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1623; Bib. Menéndez Pelayo de Santander: 212) fol 78 v.°: «... conténtense [los labradores] con el juego de los bolos, de la argolla, y tirar al canto o a la barra, saltar o correr, y si no bastare esto y quisieren más juegos, el de la bola vista es entretenido y no costoso...»

55 Acerca del «echar pullas», véase M. Joly, La bourle..., pp. 247 y sigs.

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cabreros de la Edad de Oro —I, 11, pp. 153-155— o en el episodio de Ricote —II, 54, p. 449—) pero asimismo la palabra. Esas formas narrativas56 han cuajado en una serie de cuentos muy difundidos, de los cuales Sancho tiene amplio caudal. De tal modo salen a relucir cuentos de nunca acabar como el de la pastora Torralba (I5 20, pp. 241-245) o cuentos como el del rebuzno (II, 25, pp. 230-232; II5 27, pp. 251-255),57 o también leyendas como la del moro encantado (I5 17, p. 208). Lo mismo pasa con los acertijos, semejantes a los que el escudero le propone al primo, cuando no están lejos de la Cueva de Montesinos: ¿quién fue el primero que se rascó la cabeza? (=Adán); ¿quién fue el primer volteador del mundo? (=el diablo porque lo arrojaron del cielo) (II, 22, pp. 206-207).™ De la misma manera, viene de vez en cuando al pueblo o a la aldea algún titiritero, quien organiza un espectáculo a partir de algu- • nos de esos romances tan conocidos que corrían por tierras de ambas Castillas: es lo que hace maese Pedro con el de Gaiferos y Melisendra (II, 26, pp. 239 y sigs.). Pero también representan autos los mozos del lu¿ar ¿ara la fiesta del Corpus (I, 12, p. 163).59 Igualmente, se cantan villancicos para Nochebuena y coplas en otras ocasiones (I, 12, p. 163). Verdad es que la mayoría de los campesinos (y todavía más de las mujeres del campo), son analfabetos (tal vez el 90 % del conjunto),60 como lo ilustra Sancho quien sabe firmar pero no leer ni

56 Sobre este punto, y además de trabajos clásicos como los de Paul Zumthor, La poé-sie et la vovc dans la ámlisaúon médiévale (Paris: PUF, 1984) o los de Margit Frenk «Lec-tores y oidores: la difusión oral de la literatura en el Siglo de Oro» [Astas del Vil Con-greso de la Asociación Internacional de Hispanistas, ed. de Giuseppe Bellini, 2 vols., Roma: Bulzoni 1982, pp. 101423), véase con relación al Quijote, el libro de Michel Moner, Cervantes conteur. Écrits eíparoles (Madrid: Casa de Velázquez, 1989), pp. 145 y sigs.

57 Sobre el particular, véanse los trabajos de Máxime Chevalier, y más directamente: Folklore y literatura: el cuento oral en el Siglo de Oro (Barcelona: Crítica, 1978).

58 Véase nuestro estudio «Le jeu de i'énigme dans l'Espagne du X\T siécle et du debut du xvne siécle: aspect ludique et subversión» {Les jeux á la Renaissance, ed. de Phi- llippe Aries y Jean-Claude Margolin, Paris: Vrin, 1982, pp. 445-458).

59 Véase Jean-Louis Flecniakoska «Spectacles religieux dans les ^^ ^ jravcrs 1^ dossiers de llnquisition de Cuenca (1526-1588)» [Bulletm Hispanique, LKXVII, 1975, pp 262-292), pp. 274-276. Véase igualmente nuestro trabajo: «Una curiosa rela ción castellana de fines del siglo XVI: el auto dramático del Corpus Chústi de 1579, en Tordehumos» (Homenaje a Antonio Alatorre, Nueva Revista de Filología Hispánica, XL, 192, pp. 241-250), p. 245. . . *

60 Véase la síntesis de Bartolomé Bennassar, «Les résistances mentales» (Aux origines du retará économique de l'Espagne, XW-XlX sueles, Paris: C.N.R.S.-Centre Regional de Publications de Toulouse, 1983, pp. 117-131), pp. 122-123.

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bir (I, 10, p. 152). Lo mismo le pasa a su mujer Teresa Panza ►0, p. 418), a sus hijos (II, 4, p. 74) así como a Aldonza Lorenzo 3, p. 311; I, 31, p. 384). La cultura campesina no puede ser sino i la oralidad. )e ahí la importancia de los cuentos, de los refranes, receptáculos \ auténtica sabiduría popular (es lo que evidencia Sancho: véase ejemplo lo que dice en II, 43, pp. 362 y 364) y de los romances hasta cierto punto, representan una relación con el mito, con la

nda y aun con la Historia (II, 9; II, 26; II, 60; etc.). De ahí tam-. la importancia de la lectura colectiva, como la que corresponde s ratos de descanso, después de la siega (I, 32, p. 393).61 Bien se comprende que la autoridad de los cánones eruditos no i que se acepta en ámbitos rurales, como lo recuerda el escudero, >urlarse de Catón Censorino (=el Censor), modelo de sabiduría, que le califica de Catón Zonzorino (=el zonzo, el tonto).62 La Diidad aceptada y reverenciada es la de los ancianos del pueblo, nplos de saber y memoria viva de la comunidad rural (pueden :tivamente remontarse tres generaciones más atrás y por ello son informantes utilizados en las Relaciones topográficas). Es lo que

Taya Sancho al apoyarse en la autoridad de su abuela: «como ;ía una agüela mía» (II, 20, p. 193). Por ello, igualmente, el universo cultural de los campesinos es el ultado del contacto constante con la Naturaleza y con la observa-n de ésta, lo que les permite desenvolverse en el mundo que es el ro. Por esta razón, puede decir Sancho, en cierta ocasión:

Lo que a mí me muestra la ciencia que aprendí cuando era pastor no debe de haber desde aquí al alba tres horas porque la boca de la

Sabido es que se trata de una lectura de libros de caballerías. Se ha puesto en duda la posibilidad del fenómeno en la realidad pero es probable que las cosas pudieran pasar de tal modo, ya que los maravillosos relatos caballerescos estaban en conso-nancia con las mentalidades mágicas dominantes en el Siglo de Oro. Sobre el par-ticular y sobre el testimonio proporcionado por Gules Picot, véase nuestro trabajo: «Texto literario y contexto histórico-social: del Lazarilk al Quijote», pp. 100-101. (Cfr. aquí cap. I, 1, pp. 29-31). En este caso, se trata de un llamativo ejemplo de geminación cultural; sin embargo, se leían igualmente textos breves, especialmente populares relaciones de sucesos contenidas en pliegos sueltos (acerca de este tema, y para ahorrar bibliografía, véanse los números 166/167 de mayo-agosto de 1995 de Anthropos sobre Literatura popular, coordinados por María Cruz García de Enterría). ! Véase nuestro trabajo, «Tradición carnavalesca...», p. 50 (aquí, cfr. p. 202).

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bocina está encima de la cabeza y hace la media noche en la línea del brazo izquierdo (I, 20, p. 239).

La conciencia de su propia especificidad conduce pues a los hom-bres del campo a afirmar, con relación a la ideología dominante de marginación o exclusión gracias a los estatutos de limpieza de san-gre, una característica que les da una superioridad sobre los otros grupos sociales, más o menos «manchados», la de su mítica pureza racial («sin mezcla de raza mala», según la terminología usual), afir-mándose pues cristianos viejos por los cuatro costados. Es ésta su auténtica nobleza y su mayor honra, reivindicadas repetidas veces, tanto por Dorotea, hija de labradores ricos,63 como por Sancho, el pobre labriego:

—los que tienen sobre el alma cuatro dedos de enjundia de cris-tianos viejos como yo los tengo (II, 4, pp. 71-72).

—soy cristiano viejo y no debo nada a nadie (I, 47, p. 563). __yo cristiano viejo soy y para ser conde esto me basta (I, 21,

p. 263).64

No es pues extraño que Sancho experimente un afán llamativo de medro, cuya expresión más evidente consiste en rechazar el ser- ^ vir «a mercedes» y en pedir, al contrario, un buen salario, establecido después de haber concluido un verdadero contrato con su señor, el asiento al cual se refiere el narrador.65

63 Recuérdese io que dice Dorotea acerca de sus padres: «... son labradores, gente Uaná, sin mezcla de alguna raza malsonante y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos» (I, 28, p. 348).

64 Acerca de este tema, tan trillado, véase Albert A. SicrofF, Us statuts depúrete de sang..., op cit, así como los conocidos y discutidos trabajos de Américo Castro, en parti cular su Realidad históúca de España (México: Porrúa, 1954). Con una onentación muy diferente, consúltese José Antonio Maravall, Poder, honor y élites en el siglo XVII (Madrid: Siglo XXI de España, 1979). Acerca del mismo tema en el Quijote, véanse, entre varios trabajos, y desde su óptica muy peculiar, los estudios de A. Castro cita dos en la nota 3. Cfr. igualmente, con perspectivas en gran parte diferentes, N. Salomón, Le monde paysan..., pp. 114 y sigs.; 818 y sigs. Véase además J. Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote», pp. 272 y sigs.; etc. ^

65 Cuando don Quijote le convence a Sancho de que le acompañe, el narrador indica: «asentó por escudero de su vecino» (I, 7, p. 126). El asiento (que ha venido a ser tan cele- • bre con relación a los negocios de los grandes mercaderes, genoveses en particular) supone un concierto, un contrato oral o escrito, como lo indica Covarrubias {Tesoro..., pp. 159b-160a). Posteriormente, Sancho, decepcionado, está a punto de

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 7 7

. La revolución de los precios, el poder de los mercaderes, la cri-sis de una sociedad cuyos valores se derrumban a pesar de las apa-riencias —de ahí esa profunda reflexión sobre el ser y el parecer—, todo viene a dar cada día más importancia al dinero, supremo refu-gio que permite muy diversas transgresiones sociales porque, como lo dice Quevedo, «poderoso caballero es don Dinero». Es también lo que expresa Sancho, al afirmar que «el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero». Por esta razón, declara:

Dos linajes solos hay en el mundo [...] que son el tener y el no tener (II, 20 pp. 193-194).

Sancho sueña pues con ganar mucho dinero, manera cómoda de disfrutar de la vida y de adquirir una buena posición social. El enri-quecimiento de los grandes negociantes —¿tal vez de los marranos de la Mancha del Sur?— le incita a imitarlos si cabe en lo posible. Si él no puede comerciar en las Indias como lo hiciera el hermano del capitán cautivo (I, 42, p. 518), por lo menos podría tener otras posibüidades al alcance de la mano. Por ejemplo, buenos reales podría sacar de la venta del famoso bálsamo de Fierabrás si don Quijote le confiara la receta. <* De la misma manera, cuando piensa que

abandonar a su amo y se alude entonces al salario previsto: «propuso [Sancho] en su corazón de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el sakno de lo servido » (I 18, p. 225). Poco después, el Caballero le manda a Dulcinea con un recado amoroso y afirma el de la Triste Figura: «en lo que tocaba a la paga de sus servicios, no tuviese pena porque él había dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salano, rata por cantidad» (I, 20, p. 247). Antes de que se marche, don Quijote le lee a su escu dero la cédula que ha firmado para que le entreguen unos pollinos que tiene en su casa (I 25 pp. 315-316). En la segunda parte de la obra, Sancho asegura que «no quiere'estar a mercedes, que llegan tarde, o mal, o nunca» (II, 7, p. 87) y que desea recibir un salario, el cual figurará por fin en el testamento que el héroe, cuerdo ya, le dicta al escribano (II, 74, p. 589). ,

66 El negocio puede ser importante. Sancho estima que la onza de bálsamo se podna vender a más de dos reales (I, 10, p. 149) y don Quijote piensa que «con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres» (ibid.). El azumbre es una medida de vino que equivale aproximadamente a 2 litros (véase E. J. Hamilton, El tesoro ame-ricano..., p. 183). La onza, al contrario, es una medida de peso utilizada casi exclu-sivamente para la venta de especias y corresponde a unos 28 gramos {M., p. 188). Es decir que de 3 azumbres de bálsamo —no sería éste más ügero que el aguase sacarían por lo menos 215 onzas o sea más de 430 reales. Como el coste es de 3 reales, el beneficio ascendería a unos 427 reales, cuando en Castilla la Nueva una

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7g OTRA MANERA DEHEER EL QUIJOTE

su señor puede venir a ser rey del reino Micomicón, cuyos habitan-tes son negros, él ve enseguida el provechoso negocio que podría rea-lizar al vender a «la gente que por sus vasallos le diesen»:

¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los po-dré vender y a donde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún titulo o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida? [...] Por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos (I, 29, p. 366).

El comercio de los negros con relación a España o a las Indias está en manos de los negociantes portugueses —es posible que alguno de ellos tenga que ver con los marranos manchegos—*y representa un lucrativo negocio,67 sin ninguna consideración, claro

libra de camero cuesta entonces menos de 1 real, 1 libra de carne de vaca, 1/2 real, un azumbre de vino, también 1/2 real y una fanega de trigo (o sea unos 55 litros), menos de 2 reales. ¡Menudo beneficio! Una vez más, las burlas permiten decir 'algunas verdades. Por detrás del caso evocado, se perfilan los enormes beneficios realizados por los mercaderes genoveses y portugueses, en detrimento de la mayoría de la población. Por lo demás, no se olvide que el dinero plantea un problema candente. Las monedas de plata y de oro van faltando y a finales del siglo XVI ha empezado a circular la moneda de vellón que tiene mucho menos valor.. ^ Además, la «revolución de los precios» ha provocado una subida del coste de la •' . vida, que ha ocasionado la desaparición de antiguas monedas con poco poder adquisitivo, como la blanca. El real viene a ser, a principios del siglo xvn, la verdadera unidad monetaria (véanse Hamilton, ibíd., pp. 87 y sigs.; Manuel Fernández Alvarez, La sociedad española en el Siglo de Oro, Madrid: Ed. Nacional, 1984, pp. 792-793). 67 El comercio de los negros, tal como lo concibe Sancho, sería un formidable negocio con una ganancia de miles de ducados (cfr. mfra, cap. El, 6, pp. 370 y sigs.). Sobre la esclavitud en España, véanse, en particular, los trabajos siguientes: Antonio Domínguez Ortiz «La esclavitud en Castilla durante la época moderna» {Estudios de Historia social de España, Madrid: C.S.I.C., 1952, H, pp. 369-428); Alfonso Franco Suva, La esclavitud en Sevilla y su tierra afines de la Edad Media (Sevilla: Diputación Provincial, 1979); Juan Aranda Doncel, «La esclavitud en Córdoba durante los siglos XVI y XVH» {Córdoba: apuntes para su historia, Córdoba: Monte de Piedad y Caja de Ahorros, 1981, pp. 149-170); Vicente Graullera, La esclavitud en Valencia en bs sigbs XVIy xvn (Valencia: Institución Alfonso el Magnánimo —Diputación Provincial— C.S.I.C., 1978); J. L. Cortés López, La esclavitud negra en la España peninsular del sigb XVI (Salamanca: Universidad de Salamanca, 1989). Sobre la trata de negros, véanse: Enriqueta Vüa Vilar, «Los asientos portugueses y el contrabando de negros» {Anuario de Estudios Hispanoamericanos, XXX, 1958, pp. 557-609); í¿, Hispanoamérica y el comercio de esclavos. Los asientes portugueses (Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1977); Eufemio Lorenzo Sanz, Comercio de España con América en la época de Felipe II (2 vols, Valladolid: Institución Cultural Simancas, 1979), I, pp. 513 y sigs. («El comercio negrero»).

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está, por esos hombres que, por tener la cara tan negra, no pueden sino tener el alma negra, es decir pertenecer al mundo diabólico.68

Sancho bien está en consonancia con esa España de principios del siglo XVII en que la esclavitud desempeña un papel importante tanto por lo que hace a las tierras del Sur y a las principales ciudades como a las Indias.69

Lo que asimismo merece subrayarse es que el ideal sanchesco, como el de muchos españoles, consiste en vivir de las rentas y no del trabajo. Lo que desea el escudero es pues adquirir un título o algún oficio70 para «vivir descansado». No se trata de invertir el dinero para producir riquezas sino de «estancarlo», mentalidad ésta que ha acelerado la decadencia del país. Contra esta actitud, se alzan muchos arbitristas como Martín González de Cellorigo y Pedro de Valencia que exaltan la actividad productiva —campesina en particular— como único modo de alcanzar la restauración de España.71

68 La Iglesia nunca aceptó oficialmente tal manera de plantear las cosas. En un docu-mento inquisitorial de 1574, se procesa a María López, de Valera de Abajo (Cuenca), porque ha afirmado que «a los negros y negras los hizo el diablo y no Dios» (Archivo Diocesano de Cuenca, Inquisición, leg. 262, núm. 3 577). Recuérdese por otra parte, el remordimiento de fray Bartolomé de Las Casas, en su Historia de las Indias (lib. III, cap. CII), pues en una fase anterior había indicado que, para salvar a los Indios, se les podría sustituir por negros que trabajaran en las minas y los campos (véase Obras escogidas, ed. de Juan Pérez de Tudela, 5 vols., Madrid: Atlas, 1957-1958, II, BAE t. 96, pp. 417a y 488a). A propósito de la esclavitud y de la trata de los negros, véase por ejemplo Bartolomé de Albornoz Arte de los contratos (Valencia: Pedro de Huete, 1573; B.N.M.: R. 4 320), lib. III, tit. IV: «De los cam-bios y mercaderías»), fol. 130v.°. Puede verse este trozo en el t. 65 de la BAE, bajo el título «De la esclavitud de los negros».

69 Además de los trabajos citados en la nota 67, véase Bartolomé Bennassar, Uhomm espagnoL Altitudes et mmtalités du XW au XIX suele (París: Hachette, 1975), pp. 86 y sigs. Véase ahora nuestro trabajo: «Burlas y veras: la princesa Micomicona y Sancho negrero» {Edad de Oro, XV, 1996, pp. 125-140). Aquí, cfr. cap. III, 6, pp. 370 y sigs

70 Hay que tomar aquí «oficio» en el sentido de «oficio real» o «cargo publico», bl punto de llegada de esta aspiración de Sancho será su transformación en goberna dor en la 2.a parte de la obra (caps. 45 y sigs.), con una espectacular inversión ya que todo resulta al revés de lo que había previsto. Sobre el particular, véase nues tro estudio: «Tradición carnavalesca y creación literaria. Del personaje de Sancho Panza al episodio de la ínsula Barataría...», pp. 50 y sigs. Aquí, cfr. cap. III, 1L

71 Véanse Martín González de Cellorigo, Memorial de la política necesaria..., fol. 22v. -23r. ; fol. 25r.° y sigs.; Pedro de Valencia, Escritos sociales L Escritos económicos (Obras compk-tas vol IV-1 introducción de José Luis Paradinas Fuentes, ed. de Rafael González Cañal, León: Publicaciones de la Universidad de León, 1994), «Discurso sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra» (1607), pp. 148-149.

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80 OTRA MANERA DE LEER EL QUIJOTE

Ese apego a la renta que acompaña correlativamente el desapego al trabajo es específico del afán de hidalguismo que invade la España del Siglo de Oro, pero que cobra nuevo vigor en el siglo XVII, con la subida al trono de Felipe III y la toma del poder por la gran aris-tocracia, encabezada por el duque de Lerma, el privado regio.

Sin embargo, la nobleza de esta época es muy diferente de la que participó en la última fase de la Reconquista. Efectivamente, el arte de la guerra ha cambiado fundamentalmente a finales del siglo XV. La artillería y una infantería renovada han reemplazado la antigua manera de pelear a caballo. La vieja pareja caballero-escudero ya no tenía razón de ser y fue desapareciendo, sustituida por el soldado asalariado.72

El noble ha tenido pues que encontrar una puerta de salida. El caballero ha vivido de sus rentas, en sus tierras, o (y) se ha hecho cortesano. El escudero ha malvivido en su aldea, con sus pocos habe-res, y la revolución de los precios ha acabado de arruinarlo: no le ha quedado más remedio que medio morirse de hambre en su lugar, pensando en glorias pasadas —como lo ha hecho Alonso Quijano, antes de transformarse en don Quijote— o ir a servir a un señor, a un título (lo que ha intentado hacer el escudero del Lazarillo) o, por fin, enajenado por completo, esforzarse por rehacer el mundo, puesta la mira en el pasado, lo que quiere realizar el hidalgo manchego, lan-zándose a la aventura.73 Pero, para ello, tiene que efectuar una lla-mativa transgresión social. Ha de cambiar de categoría, ascendiendo a caballero (cuando ni lo es ni lo puede ser por no permitírselo sus escasas rentas) y poniéndose un «don» usurpado (II, 2, p. 56; II, 6, p. 82). Es lo que han de echarle en cara hidalgos y caballeros, al principio de la segunda parte (II, 2, p. 56).

72 Véase Vicente liorens, «Don Quijote y la decadencia del hidalgo» {Aspectos sociales de La literatura española, Madrid: Castalia, 1974), pp. 50-52. Sobre el nuevo ejército, véase Rene Quatrefages, «Le systéme militaire des Habsbourg» [Le premier age de l'Etat en Espagne, 1450-1700, pp. 341-379) y, del mismo, Los tercios (Madrid: F.U.E., 1983). Claro está que, para don Quijote, este nuevo arte guerrero no puede sino equivaler a la ruina de la caballería andante. Por ello se indigna contra «aquestos endemoniados instrumentos de la artillería» (I, 38, p. 470) y añade: «me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso...» [ibid., p. 471).

73 Véanse nuestros trabajos: «Historia y Literatura: el personaje del escudero del Lazari llo» [Actas del Primer Congreso Internacional sobre la Picaresca, ed. de Manuel Criado de Val, Madrid: F.U.E., 1979, pp. 421-435); «El personaje de don Quijote...», op. cit. pp. 57- 58. Véase asimismo Javier Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote», pp. 101 y sigs.

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I, 2: PERSPECTIVA HISTORIOO-SOCIAL 81

De todas formas, el noble ha abandonado su verdadera razón de existir, el pelear en defensa de la república, y se ha extraviado al hacerse cortesano. Es lo que le reprocha don Quijote.74 Pero diversos arbitristas, como Pedro de Valencia, también ponen en tela de juicio de manera velada su utilidad social, ya que, en vez de ser labrador o soldado, no desempeña ninguna actividad efectiva en pro de España.75

Desde este punto de vista, don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, que vive en su casa solariega, cuida de sus tierras y goza de una llamativa prosperidad, sin dejar de adoptar un com-portamiento social y religioso pulcro y razonable, no desprovisto de cierto refinamiento, bien podría representar un modelo de caballero campesino.76 Podría ilustrar, en este tiempo de crisis, las ventajas de ese retorno a la tierra por parte de la nobleza, que preconizan los arbitristas, empezando por Cellorigo.77

Sin embargo, una parte de los aristócratas se ha dado cuenta, desde la época de Felipe II, de que, para participar en el poder, era

74 He aquí lo que dice don Quijote acerca de los dos tipos de caballeros que él dis-tingue, los cortesanos y los andantes: «... no todos los caballeros pueden ser corte-sanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todo ha de haber en el mundo; y aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros; porque los cortesanos, sin salir de los aposentos ni de los umbrales de la corte, se pasean por todo el mundo, mirando un mapa, sin costar-Íes blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros, los caballeros andantes verdaderos [...] medimos toda la tierra con nuestros mismos pies, y no solamente conocemos ios enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los acometemos...» (II, 6, p. 80). Sobre este aspecto, véase asi-mismo M. Moner, Cervantes: deux tfúmes majeurs..., pp. 85-86.

75 Véase Pedro de Valencia, Estudios sociales..., «Discurso para el acrecentamiento de la labor de la tierra», pp. 154-155; «Discurso contra la ociosidad» (1608), pp. 171-172.

76 Sobre este punto, véase nuestro trabajo, «Nuevas consideraciones sobre el perso naje del Caballero del Verde Gabán (DQ> II, 16-18)» (Actas del II Congreso Internacio nal de la Asociación de Cervantistas, ed. de Giuseppe Grilli, Napoli: Isátuto Universita rio Oriéntale, 1995, pp. 513-533). Aquí, cfr. cap. II, 5.

77 Véase M. González de Cellorigo, Memorial de la política necesaria..., cap.: «Cómo se ha de entender el trato noble de la agricultura», foi. 26r.°-27r.°. Véase también Pedro de Valencia, Escritos sociales. I Escritos económicos, «Discurso sobre el acrecen tamiento de la labor de la tierra», pp. 154-155; etc. Sobre este punto, véase José Antonio Maravall, «La crisis económica del siglo XVII interpretada por los escrito res de la época» (Estudios de historia del pensamiento español, 2.a ed., 3 vols., Madrid: Ed. Cultura Hispánica, 1984, III, pp. 153-196), p. 173; id., «Reformismo social agrario en la crisis del siglo XVII: tierra, trabajo y salario, según Pedro de Valen cia» (Bulletin Hispanique, LXXII, 1970, pp. 5-55), p. 39.

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82 OTRA MANERA DE LEER EL QUIJOTE

necesario adquirir una formación de letrado, como lo ha de ilustrar el propio conde-duque de Olivares.78

El estado moderno y centralizado necesita peritos,79 letrados expertos en leyes (la palabra «letrado» va pues a adquirir progre-sivamente el sentido de «jurista»). De ahí la gran subida de los letrados-juristas que empieza en la época de los Reyes Católicos y se acelera posteriormente,80 tanto más cuanto que Fernando e Isabel así como Carlos V y Felipe II han desconfiado de los grandes nobles y han escogido preferentemente a sus colaboradores entre las capas medias de la sociedad.

Esa promoción de los letrados se halla puesta de manifiesto por el caso de los tres hijos del hidalgo leonés, padre del capitán cautivo (I, 39 y sigs.). Les ha aconsejado que adopten una de las tres posibilidades de medro presentadas por el viejo refrán: «Iglesia o mar o Casa Real». El mayor, Ruy Pérez de Biedma, el cautivo, ha servido al Rey, siguiendo la carrera de las armas, como su padre, y a pesar de ser capitán, dispone de muy pocos recursos económicos. Los otros dos hermanos sí que han triunfado. El segundo, Juan Pérez de Biedma, eligió la carrera de las letras hasta conseguir el grado de licenciado. No ha escogido la teología (Iglesia) sino el derecho (lo ha estudiado en Salamanca, donde se forman los mejores juristas del reino), y está a punto de marcharse para las Indias pues se le «ha pre-veído por oidor en la Audiencia de Méjico» (I, 42, p. 516). El tercero, el que ha optado por «mar», ha salido a negociar al Perú y se ha enri-quecido muchísimo (II, 42, p. 518) de manera que, gracias a sus rique-zas, puede mantener el nuevo lustre de su familia.

Bien demuestra el caso de estos tres hermanos que, en las últimas décadas del siglo XVI y a principios del siglo XVII, las «letras» (conce-bidas como leyes) y el negocio son las dos actividades que más favo-recen el medro. Paralelamente, las Indias siguen siendo el lugar pri-vilegiado de la promoción social y de la adquisición de riquezas.81

78 Véase John H. EUiott, El Conde-duque de Olivares (Barcelona: Crítica, 1990), pp. 36-37. 79 Véase José Antonio Maravall, Estado moderno y mentalidad social (siglos XV-XW) (2 vols.,

Madrid: Revista de Occidente, 1972), I, pp. 58-59. 80 Véanse J. A. Maravall, Estado moderno..., II, pp. 465 y sigs.; Jean-Marc Pelorson, Les

«letrados» juristes castillans sous Philippe III (Poitiers, 1980). 81 Y por ello asimismo de la corrupción y del vicio ocasionados por la «desordenada

codicia», lo que se rastrea en un sinfín de textos en que América aparece con ras gos muy negativos.

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 83

Otro caso muy significativo es también el de don Lorenzo de Miranda, estudiante salmantino e hijo del caballero del Verde Gabán. El joven es gramático y poeta en lengua latina (II, 16, p. 154) —los versos castellanos que ha escrito y aparecen en el capítulo 18 sólo son ocasionales—. Pero el padre, muy consciente de lo que es la realidad, hubiera deseado que estudiara leyes o tal vez teología (la famosa «Iglesia» del refrán) (ibíd).

El debate sobre las armas y las letras que corre a lo largo del Qui-jote82 tiene pues un trasfondo histórico innegable. En un momento en que España está en paz con Francia después del tratado de Vervins de 15985 con Inglaterra (1604) y con los Países Bajos (tregua de 1609), dicho debate toma todavía más relieve. Verdad es que se asiste a una significativa inversión que se acentúa a lo largo del siglo XVI: -el letrado —a veces el letrado noble— ha venido a veces a sustituir al militar, es decir al noble, en numerosos puestos de responsabilidad de la Admi-nistración y de los Consejos de la monarquía española. De manera muy reveladora, en su Política para corregidores de 1597, Castillo de Bobadilla afirma tajantemente: «el doctor se ha de preferir al milite». 83 La opinión adelantada representa pues la doble evolución a la cual se está asistiendo: aristocratización de los letrados y conversión a «las letras» de los caballeros y títulos.84

Pero los grandes nobles llevan una vida fastuosa y vacua en muchos casos, de modo que la mayor parte del tiempo que pasan en la Corte o en su palacio, como no tienen ninguna actividad efectiva, no piensan sino en divertirse.

La segunda parte del Quijote nos brinda los capítulos que tra-tan de la estancia de los héroes en el palacio de los duques. En esa verdadera «casa de placer», don Quijote y Sancho tienen que sufrir unas cuantas burlas que los transforman en verdaderos bufo-nes (II, 30 y sigs.).

El duque sólo quiere pasar agradablemente el tiempo y no vacila en negar a doña Rodríguez la justicia que le corresponde para no

82 Véase por ejemplo M. Moner, Cervantes: deux thémes majeurs (l'amour-les armes et les lettres), pp. 71 y sigs.

83 Véase Jerónimo Castillo de Bobadilla, Política para corregidores y señores de vasallos, en tiempo de paz y de guerra... (2 vols., Madrid: Luis Sánchez, 1597; B.N.M.: R. 26201-2), I, p. 127. En el medio siglo que media entre 1597 y 1649, este texto ha tenido por lo menos cinco ediciones.

84 Véase Jean-Marc Pelorson, Les «letrados» juristes..., pp. 165 y sigs.

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84 OTRA MANERA DE LEER EL QUIJOTE

condenar al hijo del campesino rico que a él le ha prestado una importante cantidad de dinero (II, cap. 48, 52, 56).

De la misma manera, don Fernando, el hijo menor de un duque andaluz, empujado por su lujuria, promete casarse con Dorotea, pero abandona a la joven después de haberla burlado. La infeliz tiene pues que salir en busca del burlador para intentar recuperar la honra perdida (I, 28, pp. 350 y sigs.). La visión que se nos da de esos grandes no es nada halagüeña. Hasta cierto punto, algo parecido ocurre con el clero. Los grupos eclesiásticos están muy presentes y religiosamente ausentes al mismo tiempo, ya que no aparecen como verdaderos ministros del culto, ^ . ^ actuando según su misión evangélica.

Y sin embargo, numéricamente, es, con la de los campesinos, la categoría social más representada. Aparecen los hombres de Iglesia por todas partes, desde el cura, amigo de don Quijote, y el canónigo con el cual discute, a finales de la primera parte, acerca de proble-mas literarios (libros de caballerías, comedias, etc.) (I, 47-48), pasando por los frailes benitos (I, 8, pp. 133-134), por los sacerdotes que acompañan al cuerpo muerto (I, 19, p. 232), por los que par-ticipan en las rogativas y procesiones organizadas con ocasión de una gran sequía (I, 52, p. 599) y por el malhumorado capellán del duque (II, 31, p. 278) hasta el cura de las bodas de Camacho (II, 21, p. 198), etc., sin hablar del no muy virtuoso ermitaño (II, 24, pp?. 225-226).

Esta inmersión en un contexto dominado por los clérigos, pero clérigos poco convincentes, no deja de adentrarnos ya en los proble-mas políticos y religiosos de la obra.

No hay que olvidar que la ideología tridentina ha venido a afian-zar, de manera más evidente que anteriormente, la unidad básica entre religión y política: el príncipe contrarreformista es defensor activo de la Iglesia Católica y ésta viene a reforzar el poder real, pre-sentado como de origen divino.

1.2.4. PROBLEMAS POLÍTICOS Y RELIGIOSOS

Recuérdese que cuando Alonso Quijano se transforma en don Quijote afirma su voluntad de emprender sus aventuras para ganar

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 85

fama, restableciendo la justicia en favor de los seres indefensos (viu-das, huérfanos, etc.), pero asimismo para «el servicio de la república» (I, 1, p. 75), de manera que su acción no puede sino tener una serie de resonancias políticas.

Si su visión del mundo implica el restablecimiento de una mítica edad de Oro (I, 11, pp. 155-157) es porque choca, en el universo que le rodea, con desperfectos tales que toda la vida política se halla puesta en tela de juicio.

Sin embargo, más allá de la visión clásica de la Edad de Oro, con la tradicional abundancia natural y la ausencia de propiedad, los dos problemas que se hallan planteados desde el principio del trozo son los de la justicia y de la fuerza contra los demás, lo que, a nivel de un estado, corresponde no sólo a la típica violencia indi-vidual y colectiva, sino a la guerra externa. Y precisamente estas dos nociones son las que van unidas a las cualidades fundamentales del monarca tanto según la tradición de los espejos medievales como según los tratados españoles de los siglos XVI y xvn y ello, a pesar de la formación del estado moderno y de los debates sobre la noción de «razón de estado»: el soberano ha de ser un rexjustus et pacificus.85

El contexto hispánico, no obstante, evidencia comportamientos diferentes, aun cuando no se pone directamente en tela de juicio la actitud del Rey. A pesar del intento de reforma de las diferentes jun-tas86 y de las diversas propuestas de los arbitristas, lo que domina es una injusticia general que viene a abatirse ante todo sobre los más pobres y débiles. El soborno y los cohechos son constantes hasta tal punto que el licenciado Porras de la Cámara, en una carta

85 Véanse Manuel García Pelayo, El reino de Dios arquetipo político (Madrid: Revista de Occidente, 1959), pp. 148-153; Joaquín Gimeno Casalduero, La imagen del monarca en la Castilla del siglo xiv (Madrid: Revista de Occidente, 1972), pp. 29 y sigs.; José Antonio Maravall, Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1960), pp. 192 y sigs.; Augustin Redondo, Antonio de Guevara (14807-1545) et VEspagne de son temps (Genéve: Droz, 1976), pp. 641 y sigs.; José Antonio Maravall, La philosophie politique espagnole au XW suele (Paris: Vrin, 1955), pp. 163 y sigs.; José A. Fernández-Santa María, Razón de estado y política en el pensa-miento español del Barroco (1595-1640) (Madrid: Centro de Estudios Internacionales, 1986), pp. 37 y sigs.; etc.

86 Véase Dolores M. Sánchez, El deber de consejo en el Estado moderno. Las juntas «ad hoo> en España (1471-1665) (Madrid: ed. Polifemo, 1993).

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86 OTRA MANERA DE LEER EL QUIJOTE

dirigida al Cardenal Fernando Niño de Guevara, en 1601, no vacila en escribir:

Ninguna administración de justicia, rara verdad; poca vergüenza y temor de Dios; menos confianza; ninguno alcanza su derecho, sino comprándolo.87

Lo mismo se dice en las Cortes de los últimos años del siglo XVI 88 y los ejemplos podrían acumularse.89 Es asimismo lo que se indica en la literatura contemporánea, por ejemplo en el Guzmán de Alfara-che, de Mateo Alemán90 y en el Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, de Luque Fajardo,91 por no citar textos muy conocidos de Quevedo.

Paralelamente, si bien los reinos hispanos han gozado de una constante paz interna, la política externa de los reyes de España ha conducido a continuos enfrentamientos con otros países. Tal política, debida en gran parte al hecho de que la monarquía espa-ñola ha tenido miras expansionistas y ha venido a ser el campeón de la Iglesia Católica y el baluarte contra la Reforma, ha provo-cado guerras inacabables, no sólo contra Alemania, Inglaterra y Francia, sino contra los Países Bajos sublevados.

A pesar de la paz de Vervins de finales del siglo XVI, de la que se firmó con Inglaterra y de la tregua en Flandes, el tema de la gue-rra —que tantas críticas provocó por parte de los humanistas—92

sigue teniendo plena vigencia. En el Quijote^ aparece varias veces,

87 Citado por L. Osterk, El pensamiento social y político del «Quijote», p. 224. 88 Véanse Actas de las Cortes de Castilla, t. XV, p. 754 (año 1598), t. XVIII, p. 164

(1599), p. 423 (1599). 89 Véanse Francisco Tomás Valiente, El derecho penal de la monarquía absoluta (siglos xvi-

xvn-xvm) (Madrid: Tecnos, 1969), pp. 162 y sigs.; Jean-Marc Pelorson, Les «letra dos» juristes castillans..., pp. 155 y sigs.; etc.

90 Véase Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, ed. de F. Rico citada: 1.a parte, pp. 118, 270, etc.; 2.a parte, pp. 608, 612, etc.

91 Véase Francisco Luque Fajardo, Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos (1.a ed.: 1603; ed. de Martín de Riquer, 2 vols., Madrid: Real Academia Española, 1955), II, p. 235: «... todos tratan cómo se vende la justicia. No hay ley que valga, fuero que se cum pla, premática que se guarde ni hay favor, como un real de a ocho, doblón o escudo; real que sujeta enemigos, escudo que defiende y doblón que dobla la justicia».

92 Recuérdese la posición de Erasmo, Tomás Moro, Alfonso de Valdés, Juan Luis Vives, etc. Acerca de la posición erasmiana, véanse unos textos significativos en Erasme, Guerre et paix (ed. de Jean-Claude Margolin, París: Aubier-Montaigne, 1973). Sobre este tema, véase nuestro libro, Antonio de Guevara..., pp. 651 y sigs.

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1,2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL * 87

pero más directamente en el episodio de los rebaños de ovejas trans-formados en ejércitos, capitaneados por dos soberanos enemigos (I, 18,pp. 218ysigs.).

Sabido es que el héroe, a quien le ha tocado vivir en la edad de Hierro, en que la perversión reinante suscita necesariamente desave-nencias, violencias, guerras, como lo indica él mismo (I, 11, p. 155-157), y tiene la cabeza llena de la lectura de los libros de caballerías, consi-dera que no puede sino ayudar a Pentapolín. De manera indirecta, se está refiriendo a las teorías agustinianas y tomistas desarrolladas por la Escuela de Salamanca, acerca de la guerra justa (I, 18, pp. 218-219): atropello de la justicia, guerra conducida por la autoridad legítima, intención recta.93

En realidad, el origen de la guerra no puede ser más burlesco. El motivo del enfrentamiento radica en los amoríos de un moro fanfa-rrón (Alifanfarón) con la hija de un rey cristiano, cinco veces burro, caracterizado no por la fuerza de su brazo sino por el muñón que tiene (Pentapolín del Arremangado Brazo). El episodio, de raíz carnavalesca, destroza desde dentro a los jefes de guerra, más ridículos unos que otros, y valiéndose de la burla, lanza una significativa reflexión sobre las causas de las guerras, en particular entre monarcas que pertenecen a diferentes religiones. Pone de relieve, al mismo tiempo, hasta qué punto son siempre las indefensas ovejas (los pobres subditos) —símbolo evangélico de paz y dulzura— las que tienen que sufrir los desastres de la guerra.94

El antiheroísmo del episodio bien está acorde con todos los enfrentamientos ridículos que surgen en la obra, empezando por el de don Quijote con el Vizcaíno (I, 8-9).

¿Se manifestará alguna influencia erasmista en la obra, como lo han afirmado unos cuantos críticos?95 ¿Habrá llegado hasta Cervantes, que fue soldado en otros tiempos y ha celebrado la batalla de Lepanto, en la cual participó, algo de la orientación crítica del huma-nista de Rotterdam acerca del anticristianismo de la guerra?

93 Lo mismo pasa en el episodio de los molinos de viento (I, 8, véase p. 129). Sobre el debate guerra justa/guerra injusta, cfr. nuestro libro, Antonio de Guevara, pp. 649-651.

94 Véase nuestro trabajo, La tradición carnavalesca en el Quijote, pp. 172-176. Y aquí, capí tulo III, 4.

95 Véanse en particular M. Bataillon, Erasmoy España, pp. 777 y sigs. y varios traba jos de Antonio Vilanova, especialmente el que se titula «Erasmo, Sancho Panza y su amigo don Quijote», recogidos ahora en el volumen Erasmo y Cervantes (Barce lona: Ed. Lumen, 1989), pp. 7-125.

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88 OTRA MANERA DE LEER EL QUIJOTE

Con relación a estos problemas fundamentales de la justicia96 y de la paz, un episodio cobra un incuestionable valor.

No aludimos al que está vinculado a los consejos de gobierno que don Quijote le da a su escudero antes de que vaya a ejercer su nuevo cargo (II, 42-43) pues se insertan esos avisos en una tradición bien representada y no delatan ninguna verdadera novedad.97 Se trata al contrario del que está relacionado con la ínsula Barataría (II, 44 y sigs.) en que, en una atmósfera carnavalesca, y en son de burla, Sancho evidencia lo que es un buen gobernador.98 Aparece como un modelo de rectitud y honradez, como un gobernador que hace triunfar la equidad y se desvela por el bien común, visita la ínsula e introduce reformas positivas, ronda personalmente la ciudad por la noche, dicta buenas constituciones y mantiene la paz y la justicia en la república, mientras los invasores no han llegado a ella. El escudero sale tan pobre del gobierno como ha entrado en él y lo abandona por decisión propia, considerando que no está hecho para ese cargo. En la realidad, ocurre todo lo contrario: el apego al poder, sobre todo por parte de los menos capacitados para ejercerlo, y el desvergonzado enriquecimiento personal, es lo que domina. A la inversa, Sancho demuestra que gobernar supone un verdadero sacri-ficio en favor del bien común, unas constantes inquietudes en pro de la comunidad, un auténtico ascetismo.

Claro está que los tiempos han cambiado desde la época en que los romanos iban a buscar a un Cincinato, ocupado en labrar sus campos, para hacerle cónsul (ejemplo éste, sin embargo, mencionado con fre-cuencia por los arbitristas para probar la nobleza del trabajo agrícola y la formación que proporciona). Pero, a pesar del ambiente lúdico, la deslumbrante actuación del campesino que ha «gobernado como un

96 Dejamos ex profeso de lado el episodio de Andrés (I, 4), que hemos analizado desde un punto de vista opuesto al que se suele utilizar. Véase nuestro trabajo ya citado: «Nuevas consideraciones sobre el episodio de Andrés en el Quijote...». Por lo que hace al episodio de los galeotes, pasa lo mismo: véase aquí capítulo III, 5.

97 Véase Donald W. Bleznick, «Don Quijote's Advice to Governor Sancho Panza» (Hispania, 40, 1957, pp. 62-65).

98 Sobre el episodio de la ínsula Barataría, y desde perspectivas en parte diferentes, véanse los trabajos de Jean-Marc Pelorson «Le discours des Armes et des Lettres et Tépisode de Barataría...» (Les langues néo-latines, núm. 212, 1975, pp. 40-58); M. Moner, Cervantes: deux tkemes mqjeurs..., pp. 133-134; A. Redondo: «Tradición carna valesca y creación literaria. Del personaje de Sancho Panza al episodio de la ínsula Barataría...», pp. 50-70. Y aquí, capítulo III, 11.

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 89

ángel» (II, 53, p. 446), con el «Christus en la memoria» (II, 42, p. 356) se transforma en verdadera lección política de modo que, como lo dice el mayordomo, «las burlas se vuelven en veras» (II, 49, p. 406).

Ahí está la paradoja. La utopía" se encuentra no en lo que rea-liza don Quijote, sino en lo que hace Sancho. El caballero no llegará a ningún reino de fantasías, ni siquiera al reino Micomicón.

Además, en cuanto quiere modificar la realidad, ésta se le resiste y el héroe fracasa rotundamente. Desde este punto de vista, el epi-sodio de los galeotes, concebido como una burlesca paradoja,100 bien pone de relieve que la visión utópica del héroe no puede sino pro-vocar catástrofes: ¿cómo justificar la impugnación de la justicia real y la liberación de los reos, cuando se trata de auténticos delincuen-tes? ¿Qué sería de una república sin el respeto de las leyes, una repú-blica en que cada cual podría infringir el código social como le diere la gana?

A pesar de todo, estas cuestiones unidas a la justicia y a la manera de rendirla en la España de fines del siglo XVI, evidencian que este tema viene a ser candente.

Lo mismo pasa en el episodio de Roque Guinart, el bandolero, que vive en un universo de marginación y de exclusión, un mundo de paradoja en que reina la equidad (II, 60).101

Este episodio revela asimismo las tensiones que existen en las periferias de una España centralizada y dominada por Castilla. Se hallan ilustradas en la zona catalana por el fenómeno bandolero.102

Pero estas tensiones también se traducen por la nueva importancia que, en una atmósfera de Contrarreforma triunfante, ha cobrado el problema morisco a finales del siglo XVI y a principios del siglo XVII, lo que ha de conducir a la expulsión.103 La crisis generalizada acentúa

99 Sobre el tema de la utopía, véase, en particular, el libro ya citado de J. A. Mara-vall, Utopía y contrautopía en el «Quijote».

100 Véase nuestro estudio ya citado: «De las terceras al alcahuete del episodio de los galeotes...» (cfr. nota 19). Aquí, cfr. cap. III, 5.

101 Sobre el contexto de este episodio véanse, entre diversos trabajos, los de Joan Regla, Els virreis de Catalunya. Els segles XVI i XVII (Barcelona: Teide, 1956); Id., Ban doleros, piratas i hugonots (Barcelona: Ed. Selecta, 1969).

102 Sobre el tema, véase el libro ya citado: Le bandit et son image au Sück d'Or y más directamente el trabajo de síntesis de Ricardo García Cárcel, «El bandolerismo catalán en el siglo XVH» {ibíd., pp. 43-54).

103 Véase la síntesis de A. Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, Historia de los Moris cos..., pp. 159 y sigs.

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90 OTRA MANERA DE LEER EL QUIJOTE

la exclusión de los que son diferentes: la alteridad es imposible y el Otro viene a ser el chivo expiatorio.104 Es lo que pasa con los moriscos, esas «víboras que España cría y tiene en su seno» como se dice en el Coloquio de los perros.m Se asiste, en los últimos años del siglo XVI y los primeros del xvn a una verdadera campaña de opinión contra ellos, gracias, en particular, a las relaciones contenidas en los pliegos sueltos de amplia difusión.106 Pero después de la expulsión de los años 1609-1614, una parte de la opinión, en los sectores intelectuales, bien se ha dado cuenta del drama humano que había representado el destierro y de las consecuencias económicas y demográficas, nefastas para España, de tal expatriación. Se asiste a un intento tardío de recuperación del morisco,107 intento del cual participa el Cervantes del segundo Quijote: se trata del episodio de Ricote (II, 54).108 Sancho, el cristiano viejo, y Ricote, el nuevo, dialogan en amor y compañía. Se esbozan de tal modo unas relaciones de sociabilidad que implican el reconocimiento del Otro, y más allá de las posibilidades de apostasía, la imagen de otra España que pudiera haber sido y no fue.

Lo mismo pasa con los problemas unidos al universo de los rene-gados,109 evocado en el episodio del capitán cautivo (I, 40 y sigs.). En ese mundo mediterráneo en que Catolicismo e Islam están frente a frente pero también se interpenetran, los casos de cambio de religión (de grado o por fuerza) y la vuelta, a veces, a la religión primitiva no son muy frecuentes pero tampoco inexistentes. Desde cierto punto de vista, dan la posibilidad de establecer vínculos entre dos sistemas religiosos, entre dos concepciones de la vida, y permiten el diálogo y el reconocimiento de la alteridad, lo que es imposible desde dentro de cada uno de los dos sistemas, en particular desde dentro del sistema católico.

104 Véase Les représentatms de lAutre dans Vespace ibérique et ibéro-américain (ed. de A. Redondo, 2 vok, París: Presses de la Sorbonne Nouvelle, 1991-1993).

105 Véase Miguel de Cervantes, Coloquio de los perros, op. cit, p. 337. 106 Sobre este aspecto, véase nuestro trabajo: «L'image du morisque (1570-1620),

notamment á travers les pliegos sueltos. Les variations d'une áltente» {Les representa- tions de rAutre..., II, pp. 17-31), pp. 22-27.

107 En particular en varios pliegos sueltos: ibid, pp. 30-31. 108 Véase F. Márquez Villanueva, «El morisco Ricote...». 109 Véase el libro de Lucile y Bartolomé Bennassar, Les chrétiens d'Allak l'histoire extra-

ordinaire des renegáis, XW-XW* sueles (París: Perrin, 1989).

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I, 2: PERSPECTIVA HISTÓRICO-SOCIAL 91

Es que, por lo que hace a España, la época del Quijote es la que corresponde al desarrollo de la Contrarreforma. No es pues extraño que diversos aspectos religiosos de ese momento histórico aparezcan en el texto.110

No obstante, lo que llama la atención (ya lo hemos subrayado) es la ausencia de auténtico ambiente religioso.

Recuérdese que en la segunda parte de la obra, cuando Sancho y don Quijote se adentran en el Toboso, por la noche, topan con la iglesia principal del pueblo y dice el caballero: «con la iglesia hemos dado Sancho» (II, 9, p. 100).

Esta afirmación, que se ha tomado algunas veces en sentido metafórico,111 pone de relieve una norma constante del relato. Nues-tros héroes no meten nunca los pies en una iglesia, y sin embargo, en sus correrías por tierras de Castilla la Nueva, ¡cuántas veces hubieran tenido que topar con los edificios del culto! En efecto, la red de iglesias, santuarios, capillas, ermitas, cruces que enmarcan el espacio manchego es impresionante si nos referimos al testimonio que nos suministran las Relaciones topográficas de los años 1575-1580112 y sin embargo parece que el hidalgo y su acompañante caminan sin darse cuenta de nada. El que hemos citado antes es el único caso en que se acercan a una iglesia, y lo hacen desde fuera, en plena noche, como si no quisieran saber nada con los centros formales de la vida religiosa.113 De la misma manera, cuando el lector cree que van a

110 Sobre el tema religioso en el Quijote y dejando de lado algunos escritos descabe llados, sólo mencionaremos unos cuantos trabajos con enfoques diversos: Marcel Bataülon, Erasmoy España, pp. 784 y sigs.; A. Castro, El pensamiento de Cervantes, pp. 245-328; P. Descouzis, Cervantes a nueva luz. I El «Quijote»y el Concilio de Trento. II. «Con la Iglesia hemos dado Sancho», op. dt.\ M. Moner, Cervantes: deux thémes majeurs, pp. 76 y sigs.; Vicente Gaos, «Cervantes y la Iglesia» (Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. de Vicente Gaos, 3 vols., Madrid: Gre- dos, 1987; III, pp. 122461); etc.

111 Véase P. Descouzis, Cervantes a nueva luz. II «Con la Iglesia hemos dado Sancho» y los trabajos anteriores al suyo citados por él.

112 Sobre el particular, véanse William A. Christian, Religiosidad bcal en la España de ' Felipe II, pp. 93 y sigs.; A. Redondo, «La religión populaire espagnole...», p. 338.

113 Alguna que otra alusión al edificio hay, pero no está relacionado directamente con los dos héroes. Por ejemplo, cuando Sancho evoca a Dulcinea del Toboso de manera degradante y burlesca (I, 25, p. 312) exclama: «¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre».

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g 2 OTRA MANERA DE LEER EL Qf/tfOTE dormir en una ermita, o por lo menos en una casa situada al lado de ella, de manera que bien tendrían que penetrar en el oratorio, apenas si se paran para beber un trago y, como la sotaerrmtaño solo les ofrece agua, pican hacia la venta (II, 24, p 226). En las ventas si que entran, pero no en las iglesias, a diferencia de lo que pasa en el Lazarillo de Tomes. . ,

Paralelamente, ya que no franquean la entrada de ningún tem-plo no oyen misa, no confiesan, no comulgan. En la España de la Contrarreforma, en que se insiste en estas necesidades para el cató-lico esto ya es una transgresión que merece notarse.

Por fin, en ningún momento se oyen las campanas de las aldeas a lo largo de las cuales han de pasar, ni tampoco las de aquel lugar en que vive Basilio y al cual le acompañan los dos protagonistas (II 21 p 202). Ya que no se tiene presente la importancia de los toques'como elementos identificadores de la religión, de los toques que se oyen desde por la mañana hasta por la noche y marcan los diversos momentos importantes de la vida ordinaria, con las plega rias correspondientes, bien se comprende que se trata de una ausen cia llamativa. T .

Por otra parte, ya se sabe que aparecen diversos hombres de iglesia en el texto, pero casi ninguno se ocupa del trabajo pastoral que ha de ser el suyo. El caso más significativo, tal vez, es el del cura de la aldea de don Quijote que abandona a sus ovejas para intentar recuperar al hidalgo y divertirse al mismo tiempo: «cura tracista» se le llama (I, 29, p. 367). Asimismo, emprender una carrera eclesiás-tica es sobre todo buscar una manera de medrar, como lo indica el viejo refrán ya mencionado: «Iglesia o mar...». De ahí que se aluda varias veces a los «beneficiados» (I, 12, p. 164; I, 26, p 325; II, 20, p. 153), a la mucha renta que va unida a tal beneficio (I, 2b, p. l¿o, i' 13, p. 128), a las buenas comidas que hacen los clérigos (I, 19, p. 236)' a la vida no muy santa que llevan algunos frailes (I, 25, p. 213) y los hipócritas ermitaños (II, 24, pp. 225-226)."* Contra esa muche-dumbre de clérigos y frailes, demasiado numerosos en una España en plena crisis, y a veces poco capacitados para ejercer su ministerio,

114 En la España del Siglo del Oro, el ermitaño tiene muy mala fama. Es el tipo Ssmo dePl hipócrita, codicioso y mujeriego. Véase por eje=mplo ** evocaaon d TrmTtaño Pavón (también soldado anteriormente como el del Qugote) en U Picara Justina de López de Ubeda, op. áL, II, p. 429 y sigs.

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a pesar de los esfuerzos de formación post-tridentinos, se alzan diver-sos arbitristas como Pedro de Valencia.115

Esto no quiere decir que el caballero y su escudero no afirmen su ortodoxia. Sancho, por ejemplo, indica:

Creo firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la Santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos (II, 8, p. 94).

A esa tajante declaración de sabor contrarreformista pronunciada por Sancho, el cristiano viejo, responde una afirmación más velada de don Quijote quien s.e define más bien como cristiano:

los cristianos católicos y andantes caballeros más habernos de aten-der a la gloria de los siglos venideros [...] que a la vanidad de la fama. Nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la reli-gión cristiana que profesamos.116

Nada que huela a chamusquina en lo que dice el Caballero pero su religiosidad específica, con esa manera atenuada de hablar de las obras _un0 de los temas candentes de enfrentamiento entre Protestantes y Católicos— más se sitúa en la línea de un cristiano acendrado que en la de un exuberante catolicismo post-tridentino.

Por lo demás, no deja de estar presente el marco contrarrefor mista. . . r

Don Quijote, cuando en la Sierra Morena hace penitencia, un-giendo que se ha vuelto loco de amor, se confecciona un rosario

115 Véase Pedro de Valencia, Escritos sociales. I. Escritos económicos: «Discurso contra la ociosidad»- «lo que de mayor excesso a crecido i que más grava la comunidad es el número de clérigos y frailes. Los clérigos, muchos, son ignorantes i no se ocu-pan en estudios ni aun en ministerios honestos: en juegos i en otras cosas, bs cosa increíble el número de clérigos que refieren algunos obispados: en dos -me dizen— que ai más de 30.000...» (pp. 166-167).

116 En otra ocasión, no vacilará la duquesa en afirmar jocosamente, ya que se trata de los azotes que Sancho ha de administrarse: «las obras de candad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada» (II, 36, p. 320)^Ninguna auda-cia hay en tal afirmación que remeda más o menos otra de San Pablo {Epístolas a les Corintios I, 13. 3.), pero a causa del impacto del tema de las obras, esta decla-ración podría poner en tela de juicio, de manera solapada, la candad al uso prac-ticada en relación con los principios tridentinos. Por ello se censuró este trozo en el índice exbuwatorio del Cardenal Zapata, de 1632.

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«con una gran tira de las faldas de la camisa»"7 y sabida es la importancia que cobra el rosario en la España de la Contrarreforma, hasta provocar una devoción por la Virgen del Rosario.'« Paralelamente, don Quijote alude al deseo que tuvo de confesarse con un ermitaño, de haberlo encontrado (I, 26, p. 320). No obstante, hay que esperar al final de la obra, cuando Alonso Quijano, ya cuerdo, se prepara a morir para ver al hidalgo —pero ya no es don Quijote-— contesarse, comulgar, recibir la extremaunción y referirse a las «obras pías» (II, 74, pp. 590-591).

Por su parte, Sancho alude a su confesor (II, 43, p. 78) y a la labor emprendida por la Iglesia de la Contrarreforma para adoctrinar a l a masa: «yo he oído predicar al cura de nuestro lugar...» (I, 20, p. ¿0?), «todo lo que pienso decir son sentencias del padre predicador que la cuaresma pasada predicó en este pueblo...» (II, 43, p. 363),119 etc. Asi-mismo aparecen varias alusiones a las cuatro oraciones básicas: Fater Ave Maria, Credo, Sabe (I, 17, p. 210; I, 22, p. 255; I, 25, p. 320; etc.) o al signarse y al persignarse (I, 47, p. 562).

Lo que se capta también es la presencia del control de la orto-doxia por la Inquisición. El Santo Oficio no aparece verdaderamente como tal, pero las referencias a la institución inquisitorial se vislum-bran en varios pasajes, en relación con la censura del libro. fcl vocabulario es muy significativo y remite a actuaciones más generales que aluden al auto de fe y a los reos condenados a la hoguera: sambenito hereje, infame, dogmtkador, secta mala, razones endiabladas, auto general acto'público, quemar.™ Y como ya lo han indicado algunos críneos, el

117 El texto cervantino es muy significativo: «rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, i «fióle once nudos, el uno mas gordo que los demás y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezo un millón de avemarias». (I, 26, pp. 319-320). Por la irreverencia potencial que encierra el trozo en un momento de exaltación del rosario, la segunda edición de 1605 modi-fica el texto de la manera siguiente: «sirviéronle de rosano unas argollas grandes de alcornoque, que ensartó, de que hizo un diez».

118 Véase por ejemplo Santiago Sebastián, Contamfoma y Barroco (Madnd: Alianza Editorial, 1989), pp. 196 y sigs. . . . ,

119 Sobre esíe punto, véase el trabajo de R. Ruard, «Los vestigios de la predicación contemporánea en el Quijote», »p. cü.

120 Véase en particular: Virgilio Pinto Crespo, Inqwwwny control «teológico en la España del sizb xa (Madrid: Taurus, 1983); Ángel Alcalá tí ai, Inquuicwn española y menta- lidJinquisiUnial (Barcelona: Ariel, 1984), IV, «La inquisición y la cultura española»

121 Vé^sebs tíos correspondientes en II, 6, p. 81; I, 32, p. 395; I, 5, p. 108; I, 26, p. 322; I, 6, pp. 110-111.

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escrutinio de los libros del héroe (I, 6, p. 112 y sigs.) no es sino una evocadora parodia de un auto de expurgación con la quema de los libros condenados.122 ¿Qué hacen el cura y el barbero sino cumplir con las ceremonias indicadas y poner en el índice las obras considera-das por ellos como perniciosas, que han de ir a la hoguera o que se han de enmendar?123

A pesar de todo, son las formas de religiosidad popular las que dominan en el Quijote.m

Se trata de una religiosidad que implica exteriorización y valora-ción de esas manifestaciones externas del culto católico acreditadas por la Contrarreforma para diferenciar al catolicismo del protestan-tismo y oponerlos al mismo tiempo.

Es el caso de las procesiones pánicas de las cuales hemos hablado.125 Se trata de la exhibición de la imagen de la Virgen, que se saca en procesión, con participación de los disciplinantes, en medio de los ruegos, para pedir la lluvia cuando reina una gran sequía (I, 52, p 598). 126 Se trata también de las ceremonias que acompañan al tras-lado de los difuntos de un lugar a otro (I, 25, p. 310).

Hasta en alguna ocasión hay alusiones a las endechaderas cuyos clamores y lamentos —tradición semítica— solían acompañar en la Mancha a los ritos mortuorios y seguían todavía vigentes en muchas aldeas a pesar de las prohibiciones del Concilio tridentino (II, 7 , p . 91).^

122 Véase especialmente Stephen Gilman, «Los inquisidores literarios de Cervantes» {Actas del Tercer Congreso Internaáonal de Hispanistas, ed. de Carlos H. Magis, México: El Colegio de México, 1970, pp. 3-25).

' 123 Nótese que se está a pique de repetir la operación con la pequeña biblioteca del segundo ventero y que los «inquisidores» son una vez más el cura y el barbero (I, 32, p. 395).

124- Sobre esos problemas, y además de lo indicado en la nota 51, véase: La religiosi-dad popular (ed. Carlos Alvarez Santaló, María Jesús Buxó i Rey, Salvador Rodrí-guez Becerra, 3 vols., Barcelona: Anthropos, 1989). Véanse, además, algunas con-sideraciones sobre el tema en Julio Caro Baroja, Las formas complejas de la vida religiosa (Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos XVlyXVll) (Madrid: Akal, 1978), cap. XTV: «La religiosidad del labrador», pp. 325 y sigs.

125 Véase supra, nota 51 y texto correspondiente. 126 Sobre algunas de estas manifestaciones, véase Julio Caro Baroja, Las formas com

plejas de la vida religiosa,.., pp. 356-357. Hay varias evocaciones de estos ritos en la Revista de Dialectología y Tradiáones Populares.

127 Cuando la tercera salida del héroe, dice el narrador que ama y sobrina «mesaron sus cabellos, arañaron sus rostros, y al modo de las endechaderas que se usaban, lamen taban la partida como si fuera la muerte de su señor» (II, 7, p. 91). El empleo del

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Aparecen asimismo la devoción por las reliquias, aunque don Quijote las presente de una manera ambigua,'28 la creencia en el poder de los demonios los cuales —dice Sancho— «todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores» (I, 47, p. 558), en el poder maléfico de las brujas -^ue vuelan por los aires (I, 25, p. 310)—. en el poder de las hechiceras (I, 22, p. 267) así como la convicción de que existen ánimas en pena (II, 6, p. 79), y también fantasmas unidos al mundo diabólico. Por ello se cree en la realidad de la estantigua que se manifiesta varias veces en la primera y en la segunda parte del Quijote como materialización de las fuerzas infernales. is° Dominan las creencias unidas a las mentalidades mágicas tan difundidas en el Siglo de Oro. De ahí el crédito otorgado a los saludadores, en particular a los familiares de Santa Quiteña,»1 a los santos especializados, capaces de curar las diversas dolencias, como Santa Apolonia con relación al dolor de muelas (II, 7, p. 86), a los ensalmos, más o menos heterodoxos, utilizados hasta por el cura, ese «tracista», que «pega las barbas» con ellos (I, 29, p. 369).

imperfecto («se usaban»), parece indicar que esa costumbre había desaparecido, serón lo indicado por las normas tridentinas, pero no es lo que había ocurrido en el campo manchego. Recuérdese que Lázaro de Tormes encuentra en Toledo a esas endechaderas cuyos lloros y gestos acompañaban al difunto que levaban a enterrar (véase Lazarillo de Tomes, ed. A. Blecua, Madnd: Castalia, 1974), tra-

128 ErfJÍJunda parte de la obra se dice que «la hacía besar [la espada] como si fuera reliquia aunque no con tanta devoción como las reliquias deben y suden besarse» (II 20 p 184) lo que corresponde a la posición tridentina. Sin embargo, don QÜiiote también le dice al ama que los caballeros andantes embisten contra los efemigos «sin mirar en niñerías, ni en leyes de desafios; si lleva o no lleva mas cortTfa lanza o la espada, si trae sobre sí reliquias...» (II, 6, p. 80). Bien parece decir el héroe que llevar una reliquia es una niñería, posición muy atrevida, que le hubiera merecido en la realidad un proceso inquisitorial pues se hubiera considerado que tal afirmación era de sabor luterano...

129 Bástenos remitir al trabajo clásico de Julio Caro Baroja Las brujas y su mundo (Madrid: Alianza Editorial, 1966). Recordemos a la Camacha y a laL Moñudalas dos brujas del Coloquio de los perros. Recordemos asimismo a la madre de f ablos, el Buscón, de quien «se dijo no sé qué de un cabrón y volar» (Francisco de Que- vedo, El Buscón, ed. cit., p. 82). .

130 Véase nuestro trabajo: «La mesnü Helkqum et la estantigua: les tradiQons hispaniques de la chasse sauvage et leur resurgente dans le Don Qukhotto (Traahtions populares et diffusicn de la culle en Espagne, XW-mT w/«. Bordeaux: Presses Umve™es de Bordeaux, 1983; «Publicaáons de l'Institut d'Etudes Ibenques», pp. 1-27). Y aquí,

131 VéaÍnuestro estudio: «Parodia, creación cervanánay ttansgresión ideológica: el episodio de Basilio...», pp. 142-143. Cfr. aquí cap. IH, 7, pp. 393-394.

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Esa religiosidad popular anti-intelectualista —situada en las antípodas del erasmismo— enlaza ampliamente con las orientacio-nes de la Iglesia post-tridentina y encuentra su modelo religioso en esos frailecitos humildes e «idiotas» —alabados por Sancho—, nutridos de conocimientos rudimentarios y de verdades elementa-les, cuya fe primaria se apoya en obras de caridad y en una serie de exterioridades, por ejemplo en las «dos docenas de disciplinas» exaltadas por el campesino como medio eficaz de encaminarse hacia el cielo (II, 8, p. 98). Y efectivamente, a finales del siglo XVI y a principios del siglo XVII, se canoniza o se beatifica a algunos de estos frailecillos, de quienes los pliegos de cordel van a difundir la vida, muerte y milagros, mientras las imágenes de devoción propa-gan la milagrosa representación.132

Milagro, palabra clave, efectivamente pronunciada por Sancho. La religiosidad popular necesita signos que son la prueba de la pre-sencia de lo sagrado. De ahí la importancia de los prodigios, cuya forma privilegiada es el milagro. En su lucha contra el protestan-tismo, la Iglesia de la Contrarreforma ha insistido sobre el milagro, testimonio de la verdad de la religión católica. A partir de los años 1570-1580 se va desarrollando, de tal manera, una gran fiebre mi-lagrera. Se vierte en un sinfín de relaciones de milagros que se

132 A fines del siglo XVI, se canoniza al franciscano lego fray Diego de Alcalá (1400-1463) cuya simplicidad primitiva y ardiente caridad habían provocado una serie de «milagros». A su intervención atribuye Felipe II la curación del Príncipe Don Car-los, enfermo de gravedad. En reconocimiento, el rey prudente manda activar la causa de canonización y se le reconoce por santo en 1588. Su culto se propaga entonces rápidamente por España y el Imperio español. En los últimos años del siglo X\l y en los primeros del XVH, varios libros dan a conocer su vida, muerte y milagros (véase nuestro trabajo «Nuevas consideraciones sobre el personaje del Caballero del Verde Gabán», notas 51-53 y texto correspondiente; cfr. aquí cap. n, 5). De la misma manera, fray Francisco del Niño Jesús (o de Alcalá), religioso carmelita descalzo (1547-1604), rudo en el cuerpo y en la inteligencia, despliega su celo y su caridad en el marco del hospital de Alcalá de Henares, luego en Madrid y en Valencia. El mismo patriarca Ribera, arzobispo de la diócesis valenciana, comienza su proceso de beatificación en 1605. Por esos años, salen varios pliegos de cordel exaltando las vir-tudes y milagros del carmelita. Véanse por ejemplo los siguientes: Obra nueva él naci-miento, vida, muerte y milagros del hermano fray Francisco del Niño Jesús, Religioso descalzo de nuestra Señora del Carmen. Sacado a luz por Rodrigo de Mores natural de Daymiel (Valencia: Pedro Patricio Mey, 1605; British library: C 63 g 23); La vida y muerte él hermano Francisco de Alcalá. Compuesta por Juan Sánchez de la Torre, vezino de la Villa é Madrid... (Madrid: Juan Serrano de Vargas, 1606; British library: C 63 g 23). A estos dos frailes debe de referirse directamente Sancho.

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multiplican e invaden el siglo XVII,133 uniendo, en cierto modo, por encima del humanismo crítico del primer siglo XVI, la España con-trarreformista con la España medieval de la leyenda áurea.

Lo que dice Sancho acerca de esos frailecillos que hacen milagros es muy significativo:

La fama del que resucita muertos, da vista a los ciegos, endereza los cojos y da salud a los enfermos, y delante de sus sepulturas arden lámparas y están llenas sus capillas de gentes devotas que de rodillas adoran sus reliquias, mejor fama será para este y para el otro siglo que la que dejaron y dejaren cuantos emperadores gentiles y caballeros andantes ha habido en el mundo (II, 8, p. 98).

Don Quijote tiene que aceptar lo que le indica Sancho ya que corresponde a la doctrina de la Iglesia. Lo único que puede con-testar es «no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo» (II, 8, p. 98). Sin embargo, el héroe no está muy conforme con esas formas de reli-giosidad al uso. Pero, como caballero andante cristiano, ¿puede prescindir del personaje de Santiago, o como él le llama, «San Don Diego Matamoros», el patrón de las Españas, que es «uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo» (II, 58, p. 478)?

A otro personaje le corresponde pues evidenciar una forma de religiosidad cristiana, apartada de las exterioridades al uso y de las hipo-cresías de la religión oficial.134 Es lo que hace don Diego de Miranda, quien deja de lado todo lo que es ilustración directa de la Contrarre-forma (obras vistosas, confesión, sacramentos, santos, reliquias, milagros, procesiones, ruidosas plegarias, rosarios). Lo que le caracteriza es una manera discreta de hacer el bien, de poner paz entre la gente y de confiar en la misericordia de Dios. La única concesión a las exigen-cias contrarreformistas es la misa diaria y la devoción a la Virgen.

133 Sobre el particular, véase nuestro estudio: «Les relaciones de sucesos dans l'Espagne du Siécle d'Or: un moyen privilegié de transmission culturelle» {Les médiations cul- turelles, ed. de A. Redondo, París: Publications de l'Université de la Sorbonne Nou- velle, 1989, pp. 55-67), pp. 63-64; véase también: Raphaél Carrasco, «Milagrero siglo'XVII», Estudios de Historia Social, núm. 36-37, 1986, pp. 401-422).

134 Nótese que no es ninguno de los clérigos de la obra quien encarna el espíritu cari tativo del cristiano auténtico, sino Maritornes, la prostituta (I, 18, p. 215), paro dia tal vez de la Madalena evangélica.

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Ideal cristiano de filiación erasmista tal vez, como lo indicaba Marcel Bataillon,135 en todo caso el que ilustra un hombre que se deja guiar por la discreción, por la razón, y delinea una trayectoria de renovación que, en otros campos, bien corresponde a la que preco-nizan los contemporáneos arbitristas.136

Desde este punto de vista, no carece de interés el que en el epi-sodio siguiente, el de las bodas de Camacho y del triunfo de Basilio (II, 19, p. 21), se ponga en tela de juicio, de manera poco disimu-lada, el sistema de la confesión al uso y de los milagros.137

* * *

El Quijote se elabora en relación con un momento de crisis profunda que atañe también a la concepción de la Historia y al valor del discurso histórico, con las falsificaciones de los plomos del Sacromonte y los fal-sos cronicones,138 fenómenos que han dejado probablemente diversos rastros en el texto.139 Sin embargo, la narración cervantina no puede alcanzar su pleno sentido si no se la sitúa en el corazón de la coyun-tura que corresponde a los últimos años del siglo XVI y a los primeros del siglo XVII, con sus diversas coordenadas histórico-sociales.

135 Véase M Bataillon, Erasmo y España, pp. 792 y sigs. 136 Véase nuestro estudio, «Nuevas consideraciones sobre el personaje del Caballero

del Verde Gabán», op. cit. Aquí, cfr. cap. II, 5. 137 Véase nuestro trabajo, «Parodia, creación cervantina y transgresión ideológica: el

episodio de Basilio...» (cfr. aquí cap. III, 7). La transgresión también afecta a la autoridad paterna, por lo que hace al matrimonio —en contradicción con las nor mas tridentinas—. La solución implica una posición razonable de los padres con relación a la elección amorosa de los hijos (ibíd). Acerca de los problemas del matri monio cristiano, véase Amours légitimes-amours ¡Ilegitimes en Espagne (XVF-XVIF sueles) (ed. de A. Redondo, Paris: Publications de la Sorbonne, 1985; «Travaux du Centre de Recherche sur l'Espagne des xvie et des XVlle siécles», II). Sobre dicho problema, considerado en la obra de Cervantes y en el Quijote, véanse por ejemplo: Marcel Bataillon, «Cervantes et le mariage chrétien» (Bulktin Hispanique> XTIX, 1947, pp. 129-144); Paul Descouzis, «El matrimonio en el Quijote: influjo tridentino» (La Torre, 64, 1949, pp. 35-45); Robert V. Piluso, Amor, matrimonio y honra en Cervantes (New York: Las Américas, 1967); Jean-Michel Lasperas, La nouvelle en Espagne au Suele d'Or (Montpellier: Université Paul Valéry, 1987, pp. 225-281); etc.

138 Mucho se ha escrito sobre el particular. Bástenos remitir a la síntesis reciente de Julio Caro Baroja, Las falsificaciones de la Historia (en relación con la de España) (Barcelona: Seix Barral, 1992). Véase lo relacionado con los plomos del Sacromonte (pp. 115-143) y con los falsos cronicones del P.Jerónimo Román de la Higuera (pp. 163-187).

139 Varios críticos, entre ellos Gregorio Mayans y Sisear, José Godoy Alcántara, Amé- rico Castro, etc., han relacionado las falsificaciones del Sacromonte con diversos aspectos de la elaboración del Quijote. Véase ahora uno de los últimos trabajos sobre el particular: Michel Moner, «La deséente aux enfers de don Quichotte: fausses chroniques et textes apocryphes avec quelques énigmes á la cié» (Hommage a Robert Jammes, Ed. de Francis Cerdan, 3 vols., Toulouse: Presses Universitaires du Mirail, 1994; «Anejos de Criticón», I, pp. 849-863).