Actas VII. AIH. Conferencia inaugural: PIERRE VILAR, Estado y ...

22
ESTADO Y NACIÓN EN LAS CONCIENCIAS ESPAÑOLAS: ACTUALIDAD E HISTORIA Hace quinientos años, casi exactamente, el 10 de mayo de 1481, en este mismo glorioso edificio donde tenemos la suerte de encon- trarnos, el cardenal Joan Margarit, obispo de Gerona y representante diplomático de los Reyes Católicos, se dirigía al Senado de Venecia: Sí oraturus essem pro rebus aliis quibuscunque, quae ad vitam, quae ad statum, quae ad rem publicam pertinerent, ora- tionis coloribus et sermonibus orationem pro viribus exornare curarem... No se asusten. No seguiré hablando latín. Pero otro texto del cardenal Margarit, también en latín y probablemente del mismo año, interesa el tema que me propongo tratar aquí: ¿qué son, en el caso español, imperio, estado, nación, patria? Se trata de la Dedicatoria del « Pardipomenon Hispaniae » que Margarit dirige a los Reyes, en el momento en que acaban de poner sitio a la ciudad de Granada. El matrimonio de Fernando e Isabel, dice la Dedicatoria, ha hecho la unión « utriusque Hispaniae, citerio- ris et ulterioris », las cuales se habían quedado, desde los lejanos tiempos de los Romanos y Godos, « semper divisae, nunquam sub eodem imperio »; ahora la empresa de Granada contra el rey « bé- tico y mahometano », va a acabar felizmente con la vergüenza de ver «ipsius Hispaniae partem occupatam », « in magnum regum Hispa- niae non minus oprobium quam jacturam ». Y reinarán los cristianos « in tota ipsa Hispania ». Nuestro colega, mi amigo Robert B. Tate, a quién debemos la espléndida reconstitución del « caso Margarit », nos advierte que los textos citados « no deben leerse con los ojos de los historiadores catalanes del 1900 ». Conviene también, al pasar del latín huma- nístico del Cardenal a nuestro moderno vocabulario, tomar grandes precauciones. Noto, por ejemplo, como José Antonio Maravall, en su tan justa- mente famosa obra « El concepto de España en la Edad Media », 29

Transcript of Actas VII. AIH. Conferencia inaugural: PIERRE VILAR, Estado y ...

ESTADO Y NACIÓN EN LAS CONCIENCIAS ESPAÑOLAS:ACTUALIDAD E HISTORIA

Hace quinientos años, casi exactamente, el 10 de mayo de 1481,en este mismo glorioso edificio donde tenemos la suerte de encon-trarnos, el cardenal Joan Margarit, obispo de Gerona y representantediplomático de los Reyes Católicos, se dirigía al Senado de Venecia:

Sí oraturus essem pro rebus aliis quibuscunque, quae advitam, quae ad statum, quae ad rem publicam pertinerent, ora-tionis coloribus et sermonibus orationem pro viribus exornarecurarem...

No se asusten. No seguiré hablando latín. Pero otro texto delcardenal Margarit, también en latín y probablemente del mismo año,interesa el tema que me propongo tratar aquí: ¿qué son, en el casoespañol, imperio, estado, nación, patria?

Se trata de la Dedicatoria del « Pardipomenon Hispaniae » queMargarit dirige a los Reyes, en el momento en que acaban de ponersitio a la ciudad de Granada. El matrimonio de Fernando e Isabel,dice la Dedicatoria, ha hecho la unión « utriusque Hispaniae, citerio-ris et ulterioris », las cuales se habían quedado, desde los lejanostiempos de los Romanos y Godos, « semper divisae, nunquam subeodem imperio »; ahora la empresa de Granada contra el rey « bé-tico y mahometano », va a acabar felizmente con la vergüenza de ver«ipsius Hispaniae partem occupatam », « in magnum regum Hispa-niae non minus oprobium quam jacturam ». Y reinarán los cristianos« in tota ipsa Hispania ».

Nuestro colega, mi amigo Robert B. Tate, a quién debemos laespléndida reconstitución del « caso Margarit », nos advierte quelos textos citados « no deben leerse con los ojos de los historiadorescatalanes del 1900 ». Conviene también, al pasar del latín huma-nístico del Cardenal a nuestro moderno vocabulario, tomar grandesprecauciones.

Noto, por ejemplo, como José Antonio Maravall, en su tan justa-mente famosa obra « El concepto de España en la Edad Media »,

29

glosando la misma « Dedicatoria » de Margarit, escribe, contraria-mente a la edición de Tate, «in magnum regnum Hispaniae opro-bium » y no « in magnum regum Hispaniae oprobium ». La palabraregnum permite a Maravall concluir che bastó la empresa de Granada

« para que este regnum que latía en nuestra conciencia medievalse exalte como el gran reino de España ».

Bien. Pero si la versión regum, y no regnum, es la auténtica (ycorrecta), lo que se reconoce no es la unidad de la España medieval,sino la pluralidad de sus reyes. Como esta misma pluralidad estáimplícitamente acusada, en el texto de Margarit, de haber permitidotanto tiempo la presencia de los Moros, el detalle no quita nada ala tesis de Maravall. Pero se ve como la interpretación de un textopuede sufrir por una pequeña « n » de más o de menos.

Consultemos ahora la traducción catalana del libro de Tatesobre Margarit. Magnífica traducción, y de una muy buena amigamía. Pero ella me perdonará si confieso mi estupefacción al encon-trar, en la versión catalana de la Dedicatoria, las expresiones unitatibérica y gairebé tot el imperi espanyol. Había para modificar buenaparte de mis ideas sobre la cronología del vocabulario político. Pero,gracias a Tate, una versión muy cuidada del texto latín figura comoapéndice en el libro. Y no constan en ella las palabras « unidadibérica », y menos « imperio español ». Por « imperio » se entiendesolamente el gobierno, en manos de los Reyes, de una provincia más.

Que se me entienda bien. No he querido multiplicar exigenciashipercríticas. He intentado sencillamente poner en claro la presenciainconsciente (y, por eso, obsesional) de conceptos modernos en elvocabulario histórico, como también, en el de los humanistas, y delmismo Margarit, la obsesión de términos antiguos a menudo ana-crónicos. Recuerdo que en la causa seguida contra Juana de Arco,cada vez que Juana decía « país », el escribano eclesiástico ponía lapalabra latina « patria », de modo que en las traducciones francesasdel siglo XIX el patriotismo de Juana se parece al de Michelet o deGambetta! Maravall nos advierte que es imposible, antes del sigloXVII, dar un sentito espacial a los términos Italia o España. Perono veo tampoco cómo las « Laudes Italiae » de Virgilio o las « LaudesHispaniae» de San Isidoro podrían constituir argumentos sobreunidades políticas reaHzadas en mundos distintos: siglo XV osiglo XIX.

30

Me parecería, pues, delante de una selecta asamblea de hispa-nistas, absurdamente presumido de mi parte, inútil por lo repetido,y sin gran interés problemático actual, a pesar de los nombres ilus-tres que se invocarían, meditar una vez más sobre las grandes con-troversias de ayer entre historiadores.

No. No nos preguntaremos si España existía en tiempos de Vi-riato, o si nació su personalidad de la dramática convivencia entreMoros, Judíos y Cristianos. No nos preguntaremos si los valores delSiglo de Oro quedaban ya « prefigurados » en el mapa cultural de laEspaña romana, o si lo hispánico profundo no latía más bien en lastribus preromanas, moldes de los condados medievales y de las co-marcas de hoy. No nos preguntaremos si la gesta de los Catalanes delsiglo XIV en el Mediterráneo se pueden o no equiparar con las ha-zañas de los conquistadores de América. No. Pero lo que sí nos he-mos de preguntar es cómo ha podido ser que talentos tan altos co-mo los de un Sánchez Albornoz, de un Américo Castro, de un Me-néndez Pidal, de un Bosch Gimpera, de un Ferran Soldevila, hayandedicado tanta pasión, tanta erudición, tanta inteligencia, como paraconstruir y proponernos imágenes del pasado español tan contradic-torias, aunque cada una, en sí, coherente, seductora, aleccionadora.

Observemos que los grandes estados nacionales europeos (In-glaterra, Francia, Alemania) habían demonstrado más tempranamen-te, ya desde mediados del siglo XIX, este deseo vital de buscar enuna lejana historia el principio de su identidad, inspirando las gran-des « historias nacionales », hoy envejecidas, pero capaces, en sustiempos, de alimentar durante decenios los catecismos escolares, y depreparar movilizaciones tan eficaces como la del verano 1914.

¿Ha seguido España los mismos caminos? Ya sé que Joan Fuster,con su inimitable capacidad panfletaria, se ha atrevido a escribir, enun prólogo a una reciente antología del « discurso nacional» en laEspaña de Franco: « España es una invención de don Marcelino Me-néndez y Pelayo ». Pero Francia también, tal vez mucho más, es una«invención » de Michelet. O, mejor dicho, una hija suya. Pues ladefine como una persona. Ahora bien: lo que don Marcelino inven-tó, según Fuster (y es su aserción menos discutible) es Esapña comoideología. En cuanto al siglo XX, en las obras ya aludidas, se nos hapropuesto España como vividura, España como enigma, España co-mo problema, España como concepto, España como preocupación,Pero si vamos en busca de una « historia nacional » a la Michelet,mitifiante, personalizante; dónde la encontramos sino en las Histo-

31

rías de Cataluña de Rovira Virgili o Soldevila, para quienes, con evi-dencia, « Cataluña es una persona », no un problema?

Ahí, sin duda, el drama mayor. En la España del siglo XX, laherencia de las « naciones románticas » del siglo anterior, con sucarga sentimental, con su fuerza movilizadora, ha recaído menos so-bre el estado-nación históricamente constituido, que no sobre algu-nos de sus componentes etno-lingüísticos de la periferia, no solamen-te reacios a la centralización asimiladora, sino capaces de volver a rei-vindicar, y a reconstituir, con fuertes ingredientes historicistas, supropia identidad. He dicho drama. Es que pienso en la terrible gue-rra civil. En los dos campos, el mismo vocabulario patriótico exalta-do ha denunciado las intervenciones extranjeras, llamado a la defen-sa « de España ». Pero en el campo que se ha designado a sí mismocomo nacional, se ha denunciado también, y mucho más, el riesgode disociación de la unidad histórica de la nación, voluntariamenteconfundida con el estado. Unidad amenazada por los autonomismos,calificados de separatismos, a lo menos el vasco, y el catalán. Vienela victoria de los nacionales. El mismo vocabulario anuncia una erade unidad estatal impuesta, de una ideología unitaria difundida, sindiscusión, en las escuelas, en la prensa. Y eso dura cuarenta años.O poco menos. Si una ideología nacional fuese esencialmente, comoafirman ciertos teóricos, obra del « aparato ideológico hegemónicode estado », el problema de la unidad española hubiera debido resol-verse, al cabo de tanto tiempo, según las esperanzas del partido ofi-cial, el cual, después de todo, compartía sino esta « teoría », al me-nos la convicción ingenua según la cual la conciencia de una naciónes obra de la presión del estado.

Pero la realidad histórica exige análisis menos elementales. Pueslos autonomismos regionales, verdaderos nacionalismos en los casosvasco y catalán, no han tenido nunca tanta vitalidad como cuandoacabaran las dictaduras, por largas que hayan sido. En 1931 se pro-clamó un instante una « república catalana »; más cerca de nosotros,la transición postfranquista se revela dominada por el problema au-tonómico: unanimismo de las manifestaciones catalanas, combativi-dad de las juventudes vascas, súbito contagio anticentralista surgi-do, aunque con mucha diversidad, en casi todo el territorio español.

Leamos los primeros artículos de la Constitución española de1978, y mediremos, por sus mismas contradicciones, la intensidaddel conflicto entre la necesidad de reconocer, en el seno del estado es-

32

pañol, la pluradidad de comunidades, y la nostalgia, siempre pre-sente con fondo pasional, de España como nación-estado-potencia.

La Constitución se fundamenta a la indisoluble unidad dela Nación española patria común e indivisible de todos los Es-pañoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de lasnacionalidades y regiones que la integran, y la solidaridad entretodas ellas. El castellano es la lengua española oficial del Esta-do... las demás lenguas españoles serán también oficiales en lasrespectivas Comunidades autónomas. La bandera de España estáformada de tres franjas, etc. Los Estatutos podrán reconocerbanderas y enseñas propias de las Comunidades...

Así se admite el pluralismo hasta en la simbólica. Y quién igno-ra el papel movilizador de las banderas y de los himnos?

¿Se puede conciliar dicha aceptación con la « indisoluble uni-dad » de la Nación, con la « indivisibilidad » de la Patria, si estostérminos designan España entera? La palabra « región » no asusta anadie, y la glorificación de la « regional » era habitual en el discur-so franquista. Pero nacionalidad, concepto teórico, aplicado a unaporción del territorio estatal, pero comunidad autónoma, conceptopráctico que implica una cesión, aunque sea parcial, de poder polí-tico, parecen poco compatibles con el vocabulario jacobino del art.2. No aparece tampoco en la construcción constitucional la menorreferencia a la idea federal, cuando la antigua monarquía española,era, en la práctica, federativa, cuando los sueños republicanos delsiglo XIX eran sueños de federación, y cuando todos los programaselectorales de la izquierda eran de tono federalista. La discusiónconstitucional ha reconocido la incoherencia conceptual del textoadoptado. Amigos españoles, más o menos responsables,a quienesno oculté mis inquietudes a este respeto, me contestaron, con eviden-te buen sentido: son textos, hacía falta llegar al consenso, lo impor-tante será la aplicación. Claro está. Pero cierto desencanto ya nota-ble en Cataluña, la agravación del problema, el escamoteo del refe-rendum andaluz, la lentitud en la construcción del andamiaje auto-nómico demuestran que, precisamente, si todo está en la aplicación,con la aplicación nacen las dificultades. España, por eso mismo, apa-rece en la actualidad como un campo de experimentación de excep-cional valor para el problema de las relaciones entre nación y estado,hoy candente en el mundo entero, cuando lo era mucho menos haceveinte años. Permítanme hablar de mi propria experiencia.

33

Cuando publiqué, en 1962, « Cataluña en la España moderna »,puse un subtítulo « Ensayo sobre los fundamentos económicos de lasestructuras nacionales ». Constaté que mis colegas historiadores fran-ceses, que tuvieron la amabilidad de interesarse por varios aspectosde mi investigación, no dieron ni la menor atención al tema sugeridopor el subtítulo. En Cataluña, observé la reacción exactamente con-traria: lo que interesaba, en mi trabajo, era la propuesta de un en-foque más sobre la cuestión nacional, sobre la cuestión catalana. Elcontraste me pareció significativo para el mismo problema que mehabía propuesto plantear.

El problema es doble. Fue durante la larga preparación de milibro cuando tuve ocasión de leer las obras de Sánchez Albornoz,Améiico Castro, Menéndez Pidal, Bosch Gimpera, Maravall, LaínEntralgo, Soldevila, Vicens Vives, Caro Baroja. Todos me interesa-ban como hispanista, pues preguntaban: ¿qué es España? ¿qué esCataluña? ¿qué son los Vascos? Pero, como historiador, (y persua-dido que historia es sociología, tal vez la única sociología justificada)me interesaba más aclarar a partir del caso español: ¿qué es nación?qué es nacionalidad? ¿qué son (o qué fueron) los estados, los impe-rios, los reinos? ¿qué es lo que un hombre llama su « patria »? o loque entendemos por « el pueblo » o « el pueblo tal»? En 1962, elbalance de las sociologías, en esta materia, me parecía decepcionan-te, y el vocabulario histórico generalmente mal empleado.

Ahora bien. Las cosas han cambiado rápidamente. La re-estruc-turación del continente africano descolonizado, los choques naciona-les en el Próximo como en el lejano Oriente, los intentos suprana-cionales (europeo, árabe), el renacimiento de conciencias de grupoen el seno de viejos estados-naciones, han despertado tanto interésentre los « politólogos » que se puede hablar —sin intención despec-tiva— de una nueva « moda » intelectual. Un reciente coloquio enParís, alrededor de la revista « Pluriel », título típico, reunió un cen-tenar de participantes, y reveló una bibliografía de miles de títulos.

No ocultemos los peligros de esta « moda ». Al principio fuemetodológicamente útil, en poner en tela de juicio la unidad y eter-nidad, tanto tiempo admitidas como evidencias, de los grandes es-tados-naciones constituidos. Pero otra tentación aparece, como ladel Israelí Yaari, que llega a decir: el siglo XX, con las « liberacio-nes nacionales », verifica que el factor dominante, tal vez único, enla historia, es el choque entre los grupos humanos que se sienten

34

extranjeros unos a otros. Volvemos a una visión nacionalista de lahistoria.

Otro peligro: el teoricismo. O sea la exigencia, ayer ausente,hoy obsesional, de definiciones abstractas, de « conceptualizaciones »« antihistoricistas ». Como si se pudiera alcanzar el contenido de untérmino, sin observar el empleo, en una situación histórica definida,del término cuyo contenido se intenta definir.

Un ejemplo. En el caso de Cataluña frente a España, la « re-naixensa » (como dicen los Catalanes de su « risorgimento ») se ex-presó primero por la fórmula: Cataluña es la patria, España es lanación. Más tarde, cuando el hecho sentimental se politizó, se empe-zó a decir: Cataluña es la nación, España es el estado. ¿Se trata deun proceso particular? No. Hace poco, en una emisión televisada so-bre en referendum en el Québec (« sí » o « no » a la independencia-asociación) oí a una señora de alta responsabilidad en el Québec, ypartidaria del « no », pronunciar las palabras « Para mi, Québec esla patria, Canadá es la nación ». No señora( intervino un partidariodel « sí»): Québec es la nación, Canadá es el estado. Queda claroque siendo patria una noción psicológica, y estado una noción juri-dico-política, nación expresa sea la convicción sea el deseo de unacoincidencia patria-estado. Pero queda claro también que la aplica-ción concreta de cada término a un territorio, a un grupo humanopuede variar en el tiempo para una misma comunidad, y, dentro deuna comunidad, según las personas. La fuerza política del hecho deconciencia dependerá a la vez de la importancia de las mayorías, y dela actividad (en algún caso del activismo) de las minorías.

En presencia de fenómenos tan sutiles, Vds entenderán que mehaya preocupado un poco, hace dos o tres años, enterarme quese me había atribuido, en una publicación catalana, nada menos quela fórmula: Cataluña es la primera nación que haya existido enel mundo: He buscado mi parte de responsabilidad en una afirma-ción tan poco prudente. Le encontré en una frase de mi libro de1962, por supuesto bastante mal entendida. No se trataba en estafrase de la aplicación inconscientemente anacrónica del concepto mo-derno de nación a una entidad medieval, sino de apreciar histórica-mente hasta qué punto, en ciertos casos, el vocabulario moderno sepodía aceptar. Me contentaba con escribir: es posible que el vocabu-lario estado-nación se aplique menos inexactamente, menos anacró-nicamente, entre 1250 y 1350, a Cataluña que no a cualquier país deEuropa. Me explico: en la Europa medieval existían de un lado domi-

35

nios más o menos coherentes bajo una soberanía feudal, de otro ciu-dades mercantiles más o menos organizadas en repúblicas oligárquicas,con escaso territorio. Estas formas no desembocan directamente sobreel estado-nación, como observó Gramsci. Pero la combinación de unpequeño territorio feudal con el poderío de varias ciudades mercan-tes hace de la Cataluña medieval un caso particular: dinastía anti-gua, idioma propio, empresas expansivas, que unen fuerzas ruralesy militares con recursos urbanos y marítimos, agitaciones feudalespero pacto entre poder real y representación burguesa institucionali-zada. ¿Devoción del pueblo hacia sus soberanos? Lo dicen las cró-nicas. Pero son oficiales. Constatemos que la de Muntaner, poetamilitar, alto funcionario de un naciente aparato estatal, expresa, entono bastante moderno, la ideología de un bloque de poder que sesabe, se quiere (o se cree) políticamente responsable de un grupohumano original. No estamos tan lejos de un « estado-nación ».

Pero esta « modernidad » tiene sus límites. « Nación », en laEdad Media, se confunde con lengua. Son catalanes, alrededor delMediterráneo, todos los que hablan el catalán, vengan de Alicante ode Salses. Y este conjunto lingüístico no ha correspondido nunca arealidad estatal. Los « Condes de Barcelona » tenían de sus « rei-nos », adquiridos por matrimonio o conquistas, una pura visión pa-trimonial, partiéndolos entre sus hijos, respetando sus instituciones.

Tantas consideraciones históricas ¿importan en los problemasactuales? Basta leer las discusiones constituyentes de 1978 para ase-gurarse que sí. 1) No hay conciencia de grupo sin un imaginario his-tórico; 2) la « nacionalidad catalana » definida por lengua y culturaplantea la peliaguda cuestión actual de los « Pais os Catalans »: Va-lencia, las Islas, Rosellón, serán o no, serán más o menos, asociadosa la Generalitat catalana resuscitada? Con la misma pasión, unos lodesean, otros lo rechazan. Con argumentos históricos, valgan lo quevalgan; 3) El vocabulario histórico, por eso, no es inocente: los quecritican con acierto, por sus resonancias modernas, la expresión« confederación catalano-aragonesa » en la historia medieval, sugie-ren, al emplear « Corona de Aragón », la subordinación del hecho ca-talán, y la coherencia (que no existía) en cada Corona, la de Fernando,la de Isabel. Eso empieza con Margarit; 4) No olvidemos a Portugal;se podría decir, del Portugal de los siglos XIV y XV, lo que dije deCataluña en el XIII: dinastía activa, equilibrio de clases empren-dedoras, naciente aparato estatal, cultura propia. Menos precoz, o-rientado hacia los Océanos, el ensayo portugués tendrá más vida

36

que el catalán; sin embargo, entre 1580 y 1640, se integró, dinásti-camente, a la corona española; es verdad que se subleva en 1640; pe-ro lo hacen también Cataluña y Ñapóles; hay razones al éxito portu-gués, al fracaso catalán; lo que nos interesa es constatar, en lo actual,el peso de estas « razones históricas ». Nadie discute a Portugal elderecho de figurar entre las « Naciones Unidas ». Es la aceptaciónde lo existente. Lo real es racional. Weltgeschichte, Weltgericht. Enmateria nacional, nos quedamos muy hegelianos. Cuando, en reali-dad, los veredictos de la historia recaen menos sobre las nacionescomo unidad que no sobre los estados como potencias.

Es lo que pasa con la obra de los Reyes Católicos. Durantecuarenta años, al entrar en cualquier pueblecito o gran ciudad de Es-paña, hemos topado con su yugo y sus flechas. Vale la pena pregun-tar porqué a los mismos responsables del símbolo. Leamos, pues, laprimera lección de un manual falangista:

« Los Reyes católicos unen en su matrimonio las ideas he-redadas... con el deseo de potencialidad del siglo XV. La sumade las tendencias castellanas y aragonesas produce la unidad es-pañola... pero la idea imperial es ecuménica y universal, y selanzan a la Conquista. « Es entonces cuando » verdaderamentecomienza el imperio español, porque se dan todas las caracte-rísticas propias: estado fuerte, poderío, autoridad, expansión te-rritorial, cultura propia y fuerza vital para imponerla... ».

« Potencialidad », conquista, expansión, cultura impuesta: sinembargo, entre los « valores positivos » atribuidos al Imperio es-pañola figuran también libertad, integridad, dignidad, derecho degentes; de parte de Falange, es hipocresía? Pero toda ideología es hi-pocresía. Basta que confunda principios y aplicación, fines y medios.Más divertido es ver como el Compendio falangista trata de « nacio-nalistas », en tono muy despectivo, a franceses, turcos y protestan-tes, y exalta la totalidad de la idea imperial, con una cita de Menén-dez Pidal.

Así ¿Falange antinacionalista? ¿don Ramón totalitario? ¡Quedifícil dibujar a un grupo, a un hombre, a través de una palabra em-pleada! Pero no hay palabra empleada que carezca de significado.¿No ha sido Falange más imperialista que no nacional, agresiva (co-mo sus modelos), más que no defensora de una « patria »? ¿Y no hasido d. Ramón, como tantos «liberales » de su generación y forma-ción, tan pasionalmente « patriota » que no pudo ni entender a LasCasas?

37

¿Tendremos pues, como hace Joan Fuster en el prefacio-pan-fleto que he señalado, que confundir bajo la misma bandera « espa-ñolista » a Ortega con Aparicio, a Unamuno con Tovar, a Madariagacon Giménez Caballero, a Negrín con Calvo Sotelo, y hasta a Federi-ca Montseny con Julián Marías? El mismo Fuster, después de diver-tirnos (y desahogarse) con tan extraños aparejamientos, pregunta ¿pe-ro cuándo empezó esta pasión española? ¿con Olivares, o con « laMarcha de Cádiz-»? Y creo en efecto que la única manera de orien-tarse en el bosque oscuro de una historia mental insuficientementeexplorada, sería periodizar 1) los fenómenos socio-políticos objeti-vos, 2) la percepción de los mismos. Quevedo, Costa, Castelar, Mau-ra, Azaña ¿todos « patriotas »? Sí. Pero cada época vive a su mane-ra la relación entre estado y patria. Más tarde que Cataluña y Por-tugal, Castilla ha podido anunciar el estado-nación, pero el « deseode potencialidad » de los Reyes fue el de su tiempo: sueños de Ma-quiavelo, práctica de Luís XI en Francia, de los Tudores en Ingla-terra. Con ellos nace el mundo moderno.

¿Muere con ellos el estado feudal? En España, la unidad queMargarit decía restituida residía no más en las personas reales. Losantiguos « reinos » conservan sus instituciones. Si Francia realiza suunidad monetaria, y, en los actos públicos, lingüística, España no lohace. Barcelona, Valencia, Perpiñán, para aduanas y monedas, Nava-rra y las provincias vascas para el fisco, tienen políticas propias,« como si, dice un viajero, los reinos y provincias tuvieran todavíasus principes particulares ». ¿Importa esta incoherencia económica?Sí. Porque el drama mayor del siglo XVIII será monetario. Y lasprovincias no-castellanas no lo vivirán. Maravall define la nación« un grupo humano al que algo le sucede en común ». No todo « su-cede en común » en el territorio español del siglo XVII. Y qué sucedeen común, en el Imperio, a Flandes y a Tirol, al Franco-conda-do y a Ñapóles? Es significativo que la primera liberación nacio-nal, revolucionaria y finalmente burguesa, sea la de las Provincias-Unidas contra Felipe II. Tal vez lo más « español » del Imperio seaAmérica, por la total marginación de los pueblos sometidos. Pero,pese a Gunder Frank o Wallerstein, la colonización española no es« capitalista »; es feudal: de arriba abajo, concesiones de bienes, yde « almas », de abajo arriba fidelidad de vasallos y pagamento del« quinto », como en los tiempos del Cid. Los tesoros americanos des-encadenan el proceso capitalista. Pero no en España. Me he atrevidoun día (que se me perdone la referencia) a definir el imperialismo

38

español como etapa suprema del feudalismo. Es verdad también encuánto a la naturaleza del estado, y de la nación.

Es cierto que la potencia imperial, la idea católica, la culturauniversalmente conocida por « española », crean, en su apogeo, unaconciencia, un orgullo célebre en el mundo, de ser español. Y tam-bién un amor a lo que tantos textos llaman « nuestra España », a lacomunidad como posesión, como bien que se ha de defender (y nofalta el argumento mercantilista). Pero ¿hasta dónde cunde este es-píritu? Queda mucho por explorar. El concepto romántico del grupocomo persona no es ausente: España defendida, sufrimientos deEspaña, desdichada España escribe Quevedo. Pero también: « pro-piamente (es decir políticamente) España se divide en tres coro-nas: Castilla, Aragón y Portugal ». Y, cuando Portugal y Cataluñase sublevan, en 1640, el mismo Quevedo, al afirmar que el extran-jero se vale siempre, contra España, de Españoles, cita, entre estos« Españoles » traidores, Flandes, Borgoña, Italia, Alemania. ¡Ha pen-sado « Imperio »! De los Catalanes dice

« al español más le constuye en serlo la lealtad que la patria, detal manera que deja de ser español en dejando de ser leal».

Es una concepción territorial de la « patria », y feudal de la perte-nencia. Un hombre es de un señor. Los Catalanes lo creen tambiéncuando cantan « Ara el rey nostre senyor, declarada ens té la gue-rra », justificando por la deslealtad de arriba el derecho, muy feudal,de « desnaturalizarse », de darse a otro señor. « Mudar señor no es serlibres », les advierte Quevedo. ¿No hay algo más? En 1640, caer deOlivares en Richelieu ¿fue « cambiar de señor », o bien cambiar deEstado? « Francia » y « España », como potencias, se parten el te-rritorio catalán. ¿Quevedo « patriota »? ¿rebelión catalana « nacio-nal »? No rechazo el vocabulario; pero exige reservas, en un tiempode transición de las estructuras.

El examen de las coyunturas nos ayuda de otra manera. Lasestructuras cambian, las coyunturas producen, en tiempos distintos,similitudes de situación. Las crisis de 1898, de 1917, recuerdan bajomuchos aspectos las del siglo XVII. Decepciones internas, peligrosexteriores, incitan, alrededor del poder central, a una exaltación ya una problematización de España, mientras en las provincias nos-tálgicas de su pasado, las clases dirigentes critican el aparato buro-crático central, y las clases populares entran en rebelión latente. En1898 o 1917, como en 1618, los dirigentes catalanes dicen, en sus-

39

tancia, de los ministros « esos señores » (desprecio clásico) no en-tienden nada de nada y no nos quieren. El pueblo dice, más sencilla-mente, uniendo el particularismo espontáneo a los agravios del día:« Visca la térra i morí lo mal govern ».

Otra consideración «coyuntural»: los repetidos desfases enlos desarrollos regionales. El auge medieval de la España mediterrá-nea coincide con los disturbios de Castilla: el arranque castellano-andaluz con un hundimiento de Cataluña, Baleares, Rosellón; la cri-sis central del siglo XVII con una recuperación catalana (no de Va-lencia, se expulsan los Moriscos). Vizcaya, Portugal, tienen sus co-yunturas particulares. Y, desde el siglo XIX, nadie ignora el desigualdesarrollo regional del capitalismo industrial, con sus efectos subje-tivos: regiones industriales y agrarias se echan recíprocamente la cul-pa de sus deficiencias. El caso no se confunde del todo con el con-traste italiano norte-sur, ni con las « colonizaciones internas » des-critas por Hechter. Más que de la « colonización » de una « perife-ria » pobre por un « centro » potente, España ha sufrido de la no-coincidencia entre « núcleos » desarrollados (aunque modestos) yaparato estatal instalado (y ampliamente inspirado) en las regionesagrarias.

Hay aspectos recientes del problema. 1) El dirigismo franquistaha querido implantar industrias en el Centro de España; lo ha lo-grado en parte, pero con el liberalismo económico, el desequilibrioha resurgido. 2) Un partido socialista utiliza hoy la noción de « colo-nización interior », pero contra Barcelona y Bilbao, acusadas de ven-der caro sus productos, y de pagar mal a sus obreros inmigrados; sinembargo se ha podido describir (Candel, « Els altres Catalans ») lafuerte asimilación de los inmigrados en Cataluña, y yo mismo heoído en Barcelona un gran desfilé de inmigrados, gritando « Catalu-ña es la nación » (no diré la primera parte del eslogán, sería indiscre-to). Por fin, hace unos días, un movimiento obrero de protesta con-tra el paro secuestró unas horas el gobierno autónomo moderado deEuskadi, con la evidente complicidad de los activistas vascos. La apa-rición, en un movimiento nacionalista, de una izquierda revoluciona-ria, es un hecho nuevo, notable, pero, también, tradicional. Despuésde todo « Euskadi eta azkatasuna » es pariente de « Visca la térra imori lo mal govern ». Hay momentos en que la lucha de clases y lasluchas de grupo llegan a juntarse.

No quisiera dejar la impresión, con este sistemático vaivén his-toria-actualidad, de que considero las incoherencias regionales de Es-

40

paña como fatales. O que pronuncio juicios de valor entre « uni-dad » y «pluralismo». El historiador no juzga ni aconseja. Intentaentender ¿Cómo ha podido España ver su unidad en peligro en elsiglo en que Alemania e Italia consiguieron triunfalmente las suyas?Otro desfase coyuntura!, esta vez entre España y Europa. Un sigloXVIII unificador, un siglo XIX disgregador ¿como surgen esaspeculiaridades?

Es soprendente (y explicable) la antipatía manifestada hacia elsiglo XVIII por las ideologías españolas las más opuestas: siglo del«centralismo borbónico»!, siglo afrancesado!, siglo autoritario! En« despotismo ilustrado », a unos les molesta lo « despótico », a otroslo « ilustrado »!

Sin prejuicio, en cuánto al problema nacional, yo creo que fueen el siglo XVIII cuando España estuvo más cerca del modelo esta-do-nación-potencia. Renunciando a Flandes e Italia, Felipe V optaen favor del territorio compacto. Aprovechando su victoria sobre losantiguos « reinos » peninsulares que la habían combatido, suprimesus instituciones particulares. España conserva su imperio colonial,enorme, cuya explotación, si la moderniza (y lo hará en parte) po-dría darle el primer puesto como « potencia ». Francia e Inglaterrano lo ignoran.

Muchos historiadores lo olvidan, porque las esperanzas se hanfrustrado, y también por la habitual propensión a atribuir al volun-tarismo político o a las « influencias » ideológicas los procesos másespontáneos. ¿Pierden terreno los particularismos? Será por la pre-sión « centralista » ¿Se denuncian las manos muertas, se declara li-bre el comercio de granos? Será por « influencia » de filósofos yeconomistas extranjeros! Se olvida que, hacia 1780, Cádiz es un puer-to mundial, que Cataluña se dice una « pequeña Inglaterra », que laCia guipuzcoana, los Urquijo, Cabarrús, manejan la economía vasca,que el número de nobles ha bajado de 800 000 a 400 000, y que lasreformas de Campomanes son anteriores de diez años a las de Tur-got. Es, pues, un proceso espontáneo el que favorece, en este pe-ríodo, la aparición de un estado-nación al nivel español.

En 1766, cuando Carlos III confía al conde de Aranda la re-presión del « motín de Esquilache », le da ocasión para aplicar ideasmodernas al aparato estatal. En Zaragoza, el « populacho » (dicen lostextos) ha sido vencido por unas milicias improvisadas de campesi-nos ricos y burgueses medianos, muy semejantes a las futuras « guar-dias nacionales » francesas de 1789. Aranda compara estos « ciuda-

41

danos a los Romanos; han salvado su patria (Zaragoza), prestadogran servicio a su « nación » (España). En cuánto al Rey, Arandano le pide la gracia de un condenado a muerte, porque la Nación (di-ce) no puede peligrar por la eventual clemencia cristiana del Rey.Así se identifican ciudadano y patriota, nación y estado (y tambiénseguridad de los bienes). La Nación, enfín, está por encima del Rey.España no se queda atrás en la Europa del siglo.

Los fracasos vendrán. Pero es natural que España se haya reve-lado al mundo como nación al final del siglo XVIII, y por eso con-vendría proceder con métodos modernos al análisis semántico dellenguaje de la Guerra de Independencia. Os doy las conclusiones deun sencillo tanteo artesanal.

Alrededor de las Cortes de Cádiz, patria y nación se definen yse confunden. Nación se encuentra dos veces y medio más que « rei-no », « estado » o « pueblo ».

Patria no es precisamente este pueblo, provincia o estadoque nos ha visto nacer, sino aquella sociedad, aquella nacióndonde, al abrigo de leyes justas ,moderadas y reconocidas, he-mos gozado de los placeres de la vida, el fruto de nuestros sudo-res, las ventajas de nuestra industria y la inalterable posesión denuestros derechos imprescriptibles.

Como en las constituciones americana y francesas, la nación esvoluntad general, garantía de derechos (y de bienes, para quien lostiene). Noción abstracta, pues se añade: una reunión de hombreslibres es nación, « aunque fuese en el aire ». Por eso,, aunque sitia-das por todos lados, las Cortes se creen siceramente fundadores, crea-dores de una nación-patria-estado de derecho:

« ¿El placer de fundar una patria no es el premio mayorde un corazón generoso? »

Al nivel de la resistencia espontánea, de lo que Menéndez Pelayollamó el « federalismo instintivo » y Marx « actos sin ideas », el vo-cabulario político, en efecto, es pobre. Nación no aparece, patriapoco, y en sentido inmediato, en contexto defensivo. Es, una vezmás, el « visca la térra » catalán.

En estas circunstancias un hombre, Antonio de Capmany, in-tenta la síntesis entre idea y acción, unidad abstracta y federalismoinstintivo, « patria fundada en el aire » y experiencia vivida de lapertenencia. El mismo es una síntesis en su personalidad. Catalán ymadrileño, defensor del castellano e historiador de Cataluña, tradi-

42

cionalista e ilustrado, antifrancés por miedo a la colonización cultu-ral, y buen conoceder de los filósofos. No ha leído (creo) a Herder ya Fichte, pues acusa a los Alemanes de no « partenecer a un todo ».Pero propone a las Cortes definir a España como la comunión (yno la « reunión ») de los Españoles. Y precisa: como se dice « la co-munión de los fieles ». Mística contra razón, Gemeinschaft contraGesellschaft, Volksgeist contra voluntad general abstracta. Capma-ny no habla a los guerrilleros de sus derechos « imprescriptibles »,sino de lo más carnal e irracional en una conciencia de grupo: lasangre (sangre generosa, sangre española), el nombre (perderlo esdejar de ser lo que uno fue), la tierra (« el labrador, el granjero, elpastor, el obrero rústico no se hallan bien en perder de vista latorre de su iglesia »), la patria como madre, tema psicoanalítico degran porvenir.

Pero más temprano, en una carta a Godoy, denunciando laspolíticas de abandono, había definido también un nacionalismo po-lítico, una Realpolitik:

El hombre debe regirse por los principios del Evangelio,mas las naciones por las reglas de su conservación »...« no haypróximo para ellas ».

El príncipe de Maquiavelo, la antigua « razón de estado» sellaman ahora « interés nacional ». Y hay que mitificarlo: « los hom-bres necesitan siempre un ídolo » ¿Aprobación cínica? Constataciónhistórica »? Contra Napoleón Capmany quiere unirlo todo: instinto,razón, pasado, esperanzas. Pero como historiador, distingue entre ti-pos de tradición. Y lo hace por el vocabulario:

Sin excluir al mismo Felipe II, que era tan español, y tanempeñado en extender su nombre en las cuatro partes del mun-do, la palabra patria jamás ha salido de boca de soberano algu-no: « mi corona », « mis estados », « mis vasallos », son losúnicos nombres que han pronunciado para defender sus dere-chos, y alguna vez para abandonarlos.

Las Cortes castellanas se llamaban « el reino » pero en las aragone-sas y catalanas

« se lee y oye la voz de patria, de pueblo, de nación, de consti-tución, de libertad ».

Surge aquí la tentación anacrónica, sugerida por el vocabulario, delas futuras historias « catalanistas ». Capmany, en una obra anterior,

43

había descrito a los Catalanes como « reunidos en pueblo, en comu-nidad nacional »; enemigo violento de la « departamentalización »napoleónica, le gustaba considerar a Catalunya como su patria. Aho-ra, cuando acusa a los filósofos de hablar de patria

« sin definirla de independencia, sin explicarla de libertad, sincircunscribirla de pueblo, y sin demarcarla de soberanía »

¿estará aplicando esta magnífica definición a su « patria inmedia-ta » o a la « gran patria », España, nación y estado? Así no faltanen Capmany alguna de las contradicciones manifestadas en la cons-titución de 1978.

En los debates de 1978, me parece que sólo el Sr Roca i Ju-nyent ha evocado a Capmany. El siglo XIX lo ha ignorado, sin dudaporque, poco propenso a problematizar la nación, concepto ya inte-riorizado, ha preferido problematizar a España, con la amargura ypasión propias de los tiempos infelices.

« La quiebra de la monarquía absoluta », « El fracaso de la re-volución industrial » se llaman los dos mejores libros sobre el sigloXIX español y sus comienzos, los de J. Fontana y J. Nadal. No ol-videmos el hundimiento colonial. Y confesaremos que, cuando muereFernando VII, el balance de su reinado es exactamente opuesto aldel siglo anterior. España se ve disminuida como potencia. Y comopotencialidad. Esta fecha de 1833 reúne varios símbolos: la monar-quía de María Cristina parece inclinarse hacia el liberalismo políti-co. Pero es también el año de la división de España en provinciasuniformes, la « departamentalización » odiada por Campany. Y, pre-cisamente, el mismo año (Julián Marías nota la coincidencia sin quese pueda hablar de causalidad) estalla la primera guerra carlista, hoymitificada como primera forma activa de la conciencia vasca, y Ari-bau escribe la « Oda a la Patria », primer texto del renacimientoromántico catalán. Las contraddicciones entre periferia y centro seirán profundizando. En 1820, Batlle, diputado catalán, había dichoen las Cortes liberales:

« La libertad interior es lo que nos conviene, y la libertaddel comercio exterior sería un golpe mortal para nuestras fá-bricas ».

Pues, en Madrid, los conservadores no permitirán nunca la li-bertad política, y los liberales en política serán librecambistas eneconomía! El bloque de clases dirigentes, fundamento de los estados-naciones, no se realizará, sino ocasionalmente, sobre todo en caso de

44

grave peligro social. En las clases populares, el carlismo es un popu-larismo, defensor del antiguo modo de producción y de vida, enemi-go de las ciudades, del liberalismo, del individualismo, de la centra-lización; y al mismo tiempo, en Barcelona, son las primeras insurre-ciones obreras las que inventan, en los años 40, los gritos de « Re-pública catalana » y hasta de « estado catalán ».

Disminuida como potencia, poco segura de su unidad, Españaempieza, a mediados de siglo, a producir sobre ella misma, un dis-curso pesimista, angustiado.

« La nación se pierde, escribe Balmes en 1847..., mas lasnaciones no tienen el consuelo de morirse cuando quieren; laEspaña se halla en tales circunstancias... que si hubiera de llegarun día tan desventurado en que pudiera desear la suerte de laPolonia, en vano invocaría la muerte, estaría condenada comoPrometeo a sufrir el tormento de la vida... ».

Ya se ve que la angustia no empieza en 1898. Ni tampoco laexaltación:

« No me cansaré, escribe Castelar en febrero de 1870, deaconsejar a todos los partidos, a todos los reformadores, que rin-den un culto al patriotismo, que eleven en su antiguo vigor elculto a la Patria... El universo es el hogar de la vida, y la Pa-tria es el Universo del corazón. Oh! la Patria, la Patria! en ellase contienen todos vuestros recuerdos y todas vuestras esperan-zas... Pero la Patria no es solamente nuestro hogar y nuestropueblo, la Patria es nuestra Nación. Un agregado de familias,una raza que pone en común sus aspiraciones, sus recuerdos, suhistoria, no explica la idea de la nación. Es un organismo supe-rior, es una personalidad altísima, es un espíritu más elevado...una dilatación del ser y de la vida. El espíritu nacional, oh! losentís a través de los siglos, lo veis a través del espacio. Paranosotros la patria se extiende, se dilata por toda la nación. Y suespíritu, el espíritu nacional, es como una atmósfera que envuel-ve nuestra alma; España, madre mía! »

Un hombre denuncia esta exaltación. Lo curioso es que hayaalternado con Castelar a la cabeza de una República española queno duró ni un año...

« Hoy día se quiere hacer de las naciones poco menos queídolos; se las supone eternas, santas, inviolables; se las presentacomo una cosa superior a la voluntad de nuestra ascendencia,como estas formaciones naturales, obras de siglos. Hay que con-fesar que el hombre es esencialmente idólatra: arrancamos aDios de los altares, echamos a los reyes de sus tronos, y vamosa poner ahora sobre los altares las imágenes de las naciones... ».

45

Hemos reconocido el pensamiento de Francisco Pi y Margall.El único que proponía la libertad de Cuba, y a quién la cuestión deAlsacia y Lorena inspiraba la idea de que, si a una población se lapuede obligar a cambiar de estado, la verdadera patria es la provin-cia, su idioma, su tipo de vida, la forma de sus trajes y de sus casas.Se sabe que, en Francia, la cuestión no fue entendida así. Es que Pihabía perfectamente situado como característica de su tiempo laidolatría de la nación, que puede ser utilizada lo mismo por una ideo-logía tradicionalista, exaltación del pasado, como por una ideologíajacobina, democrática, que justifica el patriotismo por la nación-vo-luntad del pueblo.

Este concepto jacobino, que reaparece en la constitución actual,no fueron creadas bastantes escuelas para persuadirlo que lo era. Por-garquía y caciquismo », el pueblo no se sentía representado. Porqueno fueron creadas bastantes escuelas para persuadirlo que lo era. Por-que la « redención a metálico » y la sustitución de reclutas reservabaa los más pobres de los Españoles la vida sórdida de los cuarteles,y Ja muerte a montones en Marruecos y Cuba. Porque las clases me-dias e intelectuales despreciaban lo militar: d. Francisco Giner, de-lante de un proyecto de servicio militar obligatorio, escribía:

« la servidumbre —que no el servicio— militar, en que, a losumo, no ven otro mal que la redención a metálico, ni otra re-forma que extendernos a todos el yugo ».

¡Eso no lo hubieran escrito Péguy o Jaurés! A pesar de su carácterperfectamente imperialista, la guerra del 14 amenazaba pueblos yterritorios. España no se pudo sentir amenazada sino unos pocosdías de abril 1898, cuando la declaración de la guerra contra Esta-dos-Unidos. La prensa habló de Bailen. Maeztú salió a defender...Mallorca. El desastre pasó en Cavite y Santiago de Cuba!

Se sabe hoy como el gobierno, y la misma reina-regente prefi-rieron la derrota frente a una gran potencia, para no sufrirla delantede rebeldes salvajes y haraposos, pues así se había descrito a Maceoy a Martí.

Es otro desfase coyuntural. España ha vivido en 1898 su gue-rra de Argelia, su guerra del Vietnam, con todas las característicasde las luchas liberadoras y represiones feroces, pero en un tiempoen que las grandes potencias se partían el mundo con muy buenaconciencia. Ayer hemos visto el Caudillo de una España nacional-imperialista renunciar a Marruecos en medio de una perfecta y silen-

46

ciosa indiferencia. En 1897, Barcelona recibía al general Polavieja,que acababa de fusilar a Rizal, con la fórmula de bienvenida:

Al general sin tacha, al quebrantador del Katipunan, al de-fensor magnánimo de nuestra bandera inmaculada, al ilustre su-cesor de los Cides y Pelayos, a cuyas plantas yacen los ene-migos, al bizarro militar y cristiano caballero...

El « patrioterismo » de 1898 no era, pues, ni localizado en Ma-drid ni puramente « callejero » o « populachero ». España vivía sutiempo. Pero perdió cuando los otros ganaban. El « desastre », ma-terialmente reducido, fue un desastre moral.

No hablaré de la generación del '98. No sólo por falta de tiem-po sino porque se ha hablado bastante de ella. Demasiado, tal vez.Resumiré por una frase de Azorín el sueño de un patriotismo dis-tinguido, elitista:

« El ejemplar más acabado de patriotismo lo podríamos re-presentar en un hombre que conociendo el arte, la literatura y lahistoria de su patria supiese ligar en su espíritu un paisaje o unavieja ciudad como estado de alma al libro de un clásico e al lien-zo de un gran pintor del pasado... Cuántos serán los que lleguena esta síntesis de alto patriotismo »?

En efecto ¿cuántos serán? ¿Y serán factores de historia?La reacción de las provincias periféricas, inspiradas a la vez por

el deseo de actividad y recuerdos de historia, fue una reacción derechazo. Citaré un adiós sentimental, la « Oda a Espanya » de JoanMaragall, escogiendo unos versos en catalán. A pesar del « adiós »,se dice todavía el adiós de un hijo:

Escolta Espanya le veu d'un fillque et parla en llengua no castellanat'han parlat massa deis saguntinsi d'ells que per la patria morenmassa pensavas en ton honori massa poc en el teu viureon son els barcos, on son els filis?

pregúntalo al ponent i a l'ona bravaon ets Espanya, no et veig en llocno sent la meva veu atronadora?no entens aquesta llengau que et parla entre perillshas desaprés dentendre an els teus filis; adéu Espanya!

Pero la reacción catalana rebasa el lirismo negativo. Producela reflexión teórica de Prat de la Riba, una de las más claras en la

47

inmensa literatura « nacionalista » del 1900. Se crea un partido. Unhombre de negocios con gran vocación política, Cambó, pudo so-ñar, según la fórmula irónica de Alcalá Zamora, en ser al mismotiempo el Bolívar de Cataluña y el Bismarck de España! El fracasode esta ilusión vino de abajo. El catalanismo era político y burgués.La catalanidad fue sentimental, popular, cosa de campesinos, tende-ros, artesanos, empleados, sacerdotes, maestros. Sus intérpretes fue-ron Maciá, Companys. Espontáneamente, por reacción clasista, laalta burguesía se excluyó de la comunidad. Y no faltaron los conflic-tos con la clase obrera. En 1934, 1936, Cataluña vivió contradiccio-nes, tragedias. Pero fueron suyas. Las vivió como nación.

Lo mismo se puede decir de la comunidad vasca. La doctrinainicial de Sabino Arana fue sencilla: soy vizcaíno, luego no soy es-pañol; no soy separatista porque nunca Vizcaya fue parte de otrocuerpo. Pero, en 1897, Arana crea el nombre de Euskadi, para elconjunto de las siete provincias vascas (zazpiak bat = siete en una).Inventará también la ikuriña, la bandera vasca. No faltará quién di-ga: qué es esta « nacionalidad » que tiene que inventar su banderay su nombre? La « invención » significa en realidad, para el grupovasco « inmemorial », que es evidente, y para el populismo carlistade los « fueros », el pasaje al nacionalismo moderno, una adecua-ción al tiempo. El euskara, dijo Arana, no salvará el patriotismo, si-no el patriotismo el euskara. Finalmente, durante la guerra civil,Euskadi tuvo gobierno propio, lucha propia, martirio propio, el deGernika. Y la resistencia antifranquista tuvo su punto más activo enel País Vasco. Lo que ha permitido al senador Bandrés, en la discu-sión constitucional, recordar que no todos los nacionalismos son rea-ccionarios. Nombró Argelia, Cuba, Vietnam, lo que fue poco gratoa la mayoría (e incluso a minorías) parlamentarias. Pero fue una no-ta de sinceridad en un debate de moderación artificial, académica.

El recuerdo de la guerra civil, el deseo de « consenso » han da-do a las discusiones de 78 sobre nación y nacionalidades un tonomuy distinto de las de 1932. Las izquierdas catalanas se han referidoa Cambó tanto como a Maciá y Companys. Los unitarios a Ortega yGasset más que no a José Antonio Primo de Rivera. Es verdad que,en este caso aprovechaban una curiosa filiación en las definicionesideológicas: cuando Ortega, en el debate de 1932 sobre el estatutocatalán, utilizó dos veces, para la nación española, la expresión « uni-dad de destino », se inspiraba probablemente en el pensamiento deOtto Bauer, socialdemócrata austríaco, teórico de la nacíón-comuni-

48

dad de cultura. No podía prever que la fórmula (no sé por qué razo-nes y caminos) iba a ser recogida por José Antonio y Falange, y fi-gurar 40 años como b-a ba de una doctrina oficial.

Concluiremos que no hubo pasión, que todo fue insinceridaden la adopción del contradictorio art. 2? No ha faltado la voz apa-sionada de mossen Xirinacs para preguntar: porque parece tan escan-daloso el derecho de autodeterminación para Vascos, Catalanes o Ca-narios, cuando se lo reconocemos solemnamente a los Saraouis? Noha faltado tampoco en pro de la unidad el argumento de España vi-sigoda. Ni él de los Reyes Católicos; escuchemos al Sr Diez Alegría:

La nación española constituyó, desde que los Reyes Católicosempezaron a regir conjuntamente los reinos de Castilla y Aragón,en la segunda mitad del siglo XV, el primer estado modernounificado de Europa ».

Más curiosa es la afirmación del mismo diputado en el terre-no económico:

« El papel del estado es preponderante, y toda la econo-mía española está basada sobre la existencia de un mercado quese extiende a todas las regiones ».

¿Será otro anacronismo? ¿se invoca el estado en una atmós-fera doctrinalmente liberal y el mercado nacional en vísperas deentrar en el mercado europeo?

En realidad no sabemos adonde va España. Pero no sabemostampoco adonde va el mundo. No diré, a la manera de Sagasta, « detodos modos nos perderemos en camino ». Yo quisiera esperar, queEspaña, en busca de una nueva estructuración del estado-nación, encrisis en el mundo entero, enseñará, al contrario, el camino de laspluralidades harmoniosas. Y adoptaré, para concluir, la bonita frasede otro diputado español, el Sr Meilán Gil:

« Evidentemente, no somos dueños de las palabras; a veceslas palabras siguen su curso independientemente de quién laspronuncia, y a veces se fijan en su contenido peyorativo. Perotodo esto depende, en el momento en que se lanzan, de la con-cepción pesimista u optimista que se tenga de la vida ».

PIERRE VILARUniversidad de Parts I

49

OTRAS CONFERENCIAS EN SESIONES PLENARIAS