Urbog

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Revista especializada en Bogotá y en sus historias.

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CONT

ENID

O UR

BANO

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La esquina del relato

Avenida poetas

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Calle melancolía En el ‘centro’

Calle recuerdos Ciudad ideal

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Reconocer a Bogotá como centro productor de historias dependien-tes e independientes, como un lugar liberador de tensiones y creador de contrastes, como espacio común donde el arte está en un cons-tante estado de metamorfosis y donde la literatura logra exaltarlo y abanderarlo, es la única condición para ser parte de este ambicioso proyecto llamado Urbog.

Pase las páginas y refuerce esa identidad que todos tenemos en co-mún, ser Bogotanos no solo significa estar en el centro del país, ser bo-gotanos es tener el privilegio de ser actores activos de una metrópolis donde el arte y la literatura joven y vanguardista son los alcaldes de las nuevas ideas y pensamientos urbanos.

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Relato de: Mahita

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¿Que niña de esta ciudad no ha te-nido que lidiar con los piropos de los hombres en la calle? Seamos sinceras, grandes, chiquitas, flaqui-tas, gorditas, lindas, mamacitas, feas o feítas, todas nos hemos ganado un piropazo en varias ocasiones.

Cuando acababa de volver a estas criollas tierras, me incomodaban mucho. “Uy qué vulgaridad, qué mamera esos manes siempre sobando la vida!!!!!!” Me ponía roja, se me cambiaba el caminado porque me los imaginaba cuando pasaba frente a ellos y la tí-pica, me tropezaba ridículamente…

Así que decidí cambiar de actitud. No es que me haya acostumbrado pero me acordé de una guía turísti-ca que había leído alguna vez que estuve en Cuba y en la que decían que las cubanas, cuando recibían ese tipo de insinuaciones, seguían muy dignas su camino, sin “enojarse”

ni sonrojarse y que como turista, uno debía intentar seguir el mismo ejemplo.Bueno… se aplicó el consejo, inten-tando tomarlo muy a la ligera. Y me-dio lo logré. ¿Saben porqué lo sé? Por que antes, todas las mañanas, cuando pasaba al frente de los obreros de la construcción del lado de mi casa, me pasaba lo que ya les conté… Ahora no, ahora intento pasar dignamente, haciéndome la que está pensando en otra cosa, como si esa vaina me resbalara. Claro, es pura pretensión porque siempre oigo lo que me dicen: “CSCSCSCSCSCSCSC, mami, mama-cita, hola miammmor, princesa, monita, como estás…” y todos los otros de “si cocina como camina… están ca-yendo angelitos…uy qué ojazos…”

Pero el peor fue el que me soltaron el otro día, me sentí como el ser más malo del mundo y al mismo tiempo me indignó horrible… El tipo en cuestión empezó su retaíla insoportable y yo

le pasé al lado como si nada cuan-do me dice “ni una mirada, ni un que más, es que al pobre y al feo todo se les va en deseo…”. No sabía si reírme, botarle encima el juguito que me estaba tomando, decirle “¿hola que más?” o decirle “usté que piensa señor, no es porque usted sea po-bre, de pronto si es porque es super feo, pero en todo caso uno no se la pasa diciéndole que más a todo el que se va cruzando por la calle o aceptándole invitaciones a cualquier pendejo, ¡que se vino a creer, usté!”

Pero no… opté por seguir cami-nando, ni me reí, ni le eché el jugui-to, ni lo insulté y mucho menos le dije hola. Y les confieso que esta es la hora en que aún me arrepiento de no haber dicho nada. Eso si, sigo sin entender a cuento de qué vie-nen esos piropos… ¿será que a ve-ces alguna les dice “hola que más”?

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Mil pesos para: Quitar el hambreEse billete arrugado con el rostro del inmolado Jorge Eliécer Gaitán es el pasaporte para que lustra-dores, ambulantes y pensionados calmen el hambre en la plaza de San Victorino, centro de la ciudad.

El menú es denominado por los comensales con el nombre de ‘combinado’. Uno de sus más ve-teranos representantes es Fabián Sánchez, quien ya completa 10 años al frente de la popular receta.

A las 7 de la mañana, en la cocina de su casa del barrio Eduardo Santos, pone en el fogón las ollas con el arroz, los fríjoles bola roja y los chicharrones para que antes del mediodía se en-cuentren a punto para la clientela.

La comida es guardada en canti-nas de leche y envuelta en plásticos negros. Luego, son subidas en una bicicleta panadera para salir con rumbo a San Victorino. Las cantinas se abren. Los lustradores aparecen, hambrientos. El olor a comida recién hecha cubre el panorama. Fabián no da abasto para servir tantas porcio-nes y recibir a cambio los mil pesos.

El almuerzo más barato de Bogotá

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Mil pesos para: Quitar el hambre El almuerzo más barato de Bogotá

Ya tiene práctica. Saca el plato de icopor, sirve el arroz y después lo baña con una capa de fríjoles con chicharrón.

“Esta es la vitamina de nosotros los vendedores de las calles. Es comida elegante”, opina entre cucharada y cucharada John Jairo, manizalita que encuentra económico el ‘combinado’.

A las 12:30 del día, cientos de per-sonas se divisan en la plazoleta, plato en mano. La mayoría come de pie y pasa entero: el presupues-to no alcanza para la gaseosa, que por cierto, es 200 ó 300 pe-sos más cara que el mismo almuerzo.

En la zona, la oferta de corrientazos sobrepasa los 5.000 pesos; por ello, el ‘combinado’ de Fabián se convierte en una alternativa para “llenar la tripa por poco”, agrega Belisario, un vetera-no lustrabotas que a diario come en el improvisado puesto para economizar.

En tan sólo 20 minutos, Fabián aca-ba con todo lo que trae desde su casa. Vende, al día, 200 por-ciones y compra los insumos de su preparación en Corabastos.

Crónicas El Tiempo

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El Divino Niño huele a chocolate. No está batido, mezclado en leche o hervido en agua. Está en pastillas y guardado en grandes cantidades. El olor viene de la multitud congregada que de pie o sentada escucha en silencio el oficio religioso, la misa pronunciada por el sacerdote de turno, cuya voz golpea poderosamente al ser distribuida por alto-parlantes. Como si se tratara de una gran fábrica de chocolate, el olor a cacao es lo primero que percibe el visitante al desembocar por una de las esquinas a la gran plaza de la parroquia del Divino Niño, en el barrio Veinte de Julio, al

sur oriente de Bogotá.

Llegar a la plazoleta en ladrillo atestada de peregrinos olorosos a cacao signifi-ca haber atravesado no uno sino varios ejércitos enfrentados en un solo campo de batalla. Y no es metáfora. A lo largo de la Calle 27 sur está el ejército de los comerciantes de chucherías, el ejército de los vendedores de caldos y tamales, el ejército de los mendigos ancianos, mu-jeres y niños, confundidos con el ejército de lisiados en carros esferados y patine-tas, y el escuadrón de los paralíticos en sillas de ruedas que venden loterías o ex-tienden sus manos maltrechas para pedir limosnas, estos últimos agrupados en una esquina. Más allá y más acá, disputándo-se el espacio de la calle, están también los acólitos, generalmente adolescentes, ataviados de blanco, quienes venciendo su timidez no se quedan atrás en el gran mercado religioso: parados entre la multi-tud en movimiento cambian la hojita del evangelio del día por monedas. Las Fuer-zas Militares también hacen sitio todos los domingos y feriados, poniendo vallas metálicas y agentes de policía en las bo-cacalles de la plaza, como si lo que se celebrara fuera una carrera de caballos. Y entre uno y otro grupo de mercachifles de todos los pelambres y cataduras, apa-recen disgregados, casi arrollados por la plebe, los miembros de la Defensa Civil que sacuden un tarrito invitando a los transeúntes a colaborar económicamente.

Llegar a la plazoleta del cacao signifi-ca, además, haber atravesado la calle del tamal y el olor a hierbas hervidas. Así que antes de verla e inclinarse fer-voroso ante la imagen del Divino Niño, venerada en el Veinte de Julio desde 1935 –fecha en que la adquirió en un almacén religioso del centro de Bogotá el salesiano italiano Juan del Rizzo- el vi-sitante la ha visto durante el recorrido de cuatro cuadras desde la periferia hasta el templo, en vitelas, veladoras, estam-pas, almanaques, escapularios, a la par que ha escuchado las mil voces simultá-neas de los mercaderes que lo circunda.

No solo caldo y fritanga se vende con las imágenes del Divino. También matas de sábila, largas como animales marinos recién cazados que cuelgan de una va-rilla; budas negros, en piedra o en plás-tico; cruces de mayo, cuyo olor a laurel no logra vencer el fuerte olor a fritanga que viene de grandes y oscuros pailones con aceite requemado. Todos los objetos habidos y por haber son traídos allí para participar del milagro del Venerado. En las calles adyacentes al templo que contie-ne la pequeña imagen del culto del Niño Jesús, se exhiben y venden con igual facili-dad zapatos, vestidos, brasieres, azulejos en jaulas diminutas, micos recién traídos de las selvas húmedas, platos de loza que se lanzan dos malabaristas sobre las

cabezas de la multitud de devotos, perri-tos de tres días de nacidos, estremecidos entre las manos de los negociantes. Al lado del Niño Jesús, en el camino hacia su santuario, se exhibe lo recursivo que ha sido el hombre colombiano para no de-jarse morir de hambre. En esta parte de la capital se aglomera, sin que falte una sola representación de los diversos rincones de Colombia, la galería del subempleo y de la miseria. Los ejércitos de los subem-pleados son los gendarmes que cubren la entrada al Templo de Los Milagros.

Como un valle de lágrimas y gritos, la Ca-lle 27 sur es el sendero que conduce al creyente de sus milagros hacia la imagen del Divino Niño. Para llegar a Él, a su pe-queña estatura libre de todo pecado, angelical, rodeada de querubines, la per-sona que lo busque debe padecer real-mente grandes penalidades. “Las bonitas no acarician sino que patean, mire estos platos finos, de porcelana, los tres valen mil pesos y aguantan hasta tres lunas de miel, agarre encalambrao porque lo que no es mío que se lo lleve el río”, grita en un megáfono un vendedor de baratillo. El río es la multitud hormigueante que va y re-gresa, de mil caras que se enrostran y ob-servan, y que nunca termina de pasar des-de la misa de cinco de la mañana hasta la última de la noche en un día domingo.

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“Todo lo que quieras pedir pídelo por los méritos de tu infancia y tu oración será escuchada”, es la frase escrita en la Novena que ha alentado a por lo menos tres generaciones de creyentes colombianos desde que el padre Juan del Rizzo instaló la imagen del Divino Niño en la parroquia del Veinte de Julio.

El busto del itinerante salesiano (1882-1957) aparece erigido en la Gran Sala de la Cúpula , en el camino hacia el santuario, como un justo custodio de su obra. Del Rizzo había sido misionero en su país y luego en Barranquilla, Cali y Medellín, y a él se debe haber intro-ducido en Colom-bia la veneración milenaria a la ima-gen del Niño Jesús, que fue cantada por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Dicen que el padre Juan, como lo llamaban los primeros pe-regrinos, relataba con entusiasmo la leyenda según la cual en la pro-vincia italiana en 1636 el Niño San-to se apareció a Margarita del San-tísimo Sacramen-to. En el barrio Veinte de Julio, que era una zona marginal de la capital en la década del treinta, el salesiano logró realizar su sueño de construir un lugar de veneración católica. La imagen del Divi-no Niño, de brazos abiertos y pies des-calzos, que el padre consiguió casi por casualidad en un establecimiento bo-

gotano, atrajo las primeras limosnas y las primeras libras de chocolate con que los salesianos construyeron lo que se ha convertido en uno de los más grandes emporios religiosos de Latinoamérica.

Sin el culto al Divino Niño, y sin las pre-dicaciones del padre Juan, no hubiera sido posible en aquellos años iniciales que las autoridades del Distrito dotaran a esta zona de la capital de rutas de

transporte y de los servicios públicos básicos. Hasta una estación del tranvía, llamada popularmente “ La Cachucha ”, fue instalada en el marco de la plazo-leta de la parroquia en la década del cuarenta. Las limosnas al Divino Milagro-so y el programa de desayunos con cho-colate para hijos de migrantes y pobres urbanos, que inició Del Rizzo, posibilita-

ron la ampliación del templo y la realiza-ción de cursos y talleres dedicados a la formación de la juventud. Setenta años después los peregrinos se han multipli-cado, el templo exhala un cálido olor a cacao, pero los pobres también se han multiplicado y hacen filas para que les den siquiera una pastilla de chocolate.

El templo fue modernizado en 1992 y muestra cuatro naves en un área de 46 por 20 metros , otra área anexa cubier-

ta con una cú-pula de acrílico y la gran plaza externa de la parroquia, sitios en los que se ofician tres mi-sas simultáneas y 28 eucaristías al día, con por lo menos trein-ta sacerdotes que se turnan la ceremonia con estricta preci-sión salesiana. Los domingos fácilmente se lle-gan a celebrar misas para unos 150 mil peregri-nos, la multitud silenciosa que proviene de to-dos los rincones de la ciudad. La imagen ve-nerada no está en el templo,

en la sala de la cúpula ni en la gran plaza al aire libre. Está expuesta en un simple salón de clases, en el extremo sur de la parroquia, sobre un modestísi-mo pedestal. Ante el Divino de los Pies Descalzos calma su ansiedad la mul-titud caminante, mientras las voces se vuelven tenues para la oración mágica.

Crónica de Óscar Bustos14

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Bajo el cielo

Bajo el cielo de BogotáCon el frio de su nostalgia

Los besos tibios hormigueancomo un fogón en llamas

y un abrazo se hace más tiernoarropando el sueño

en un hombro cansado.

Bajo el cielo de BogotáBrumoso como el lienzode un Monet silencioso,

caminaron y se inspiraronLos poetas gloriosos.

Bajo el Cielo de Bogotáen un firmamento nocturnoSe enamoró Asunción Silvay se despidió del mundo.

Bogotá bohemia

De artistas aventureroscon ansias de estrellas

y algo de dinero.Por la Candelaria fantasmagórica

de banderas de mil coloresy balcones españoles

Se la pasan recorriendode recoveco en recoveco

los espectros de un Pomboy un Vargas Vila

haciendo cuenteríaen el Chorro de Quevedo.

Vuelan los suspirosComo palomas espantadas

en la Plaza de Bolivar,Un palacio de dictadores

reluce como el díay una iglesía de 500 años

se vuelve un fósil petrificado,Mientras un Bolivar congeladoMira al suelo, decepcionadoLos sueños sucios en el suelopor sus sucesores pisoteados.

Bajo el Cielo de Bogotá

Invadido de edificiosQue señalan como dedos

el universo infinito,En esa Bogotá enorme

como un laberintode puentes serpenteantes

y autopistas como rios,En esa Bogotá preciosaCon su prisa y con su frioBajo el farol de la luna

Te dejo los versos que escribo.

de la

capital

Autor: Jean-Paul Saumon (Seudónimo) 17

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Las canoas estaban amarra-das en la orilla del Río. Habíamos tomado la decisión de partir de Santa Fe buscando territorios en los que levantaríamos nuestro nue-vo hogar. Esa era la suerte del mo-mento: abrirse paso a través de la nueva tierra que descubrieran los españoles hace más de 250 años.

Todos los que viajábamos ha-bíamos nacido en Santa Fe. Indios, mestizos y criollos formá-bamos una caravana de espe-ranza para ubicar el terreno que nos daría abrigo y prosperidad.

Llegar al Río desde Santa Fe tomaba muchas horas de mar-cha a caballo. Los carruajes con nuestras posesiones se habían atascado en los grandes panta-nos del occidente de la capital del Nuevo Reino de Granada. Fueron muchas horas de lucha para enfrentar el camino has-ta llegar al sitio llamado Funza.

Aquí la sabana es una gran ex-tensión de tierra llena de ár-boles, pantanos y animales. La historia cuenta que una de sus veredas se encontraba el gran asentamiento del pueblo Muis-

ca, en Bacatá. La palabra Fun-za quiere decir varón poderoso.El río es una bella corriente de agua. A través de ella miles de his-torias de comercio o de batallas se cuentan como simples anécdo-tas de otros tiempos ya pasados.

Una vez embarcados en varias canoas partimos río arriba a en-contrar nuestro destino. Nuestro primer objetivo de ruta era llegar hasta Cota, que en idioma Muisca quiere decir “Crespo” o encres-pado”. La referencia principal de esta población era su gran lago.

Cuenta la leyenda que en la cueva del Mohan ubicada en cercanías de Cota, Bochica predicó el culto al sol y enseñó a los indígenas a cultivar la tierra.

El tiempo pasaba en medio del ruido de los remos al entrar al agua. El río se ampliaba en gran-des lagunas ubicadas en nuestro recorrido. La gran variedad de aves captaba nuestra atención. Una en especial era el centro de la conversación por su esme-rado trabajo. Era una especie de pato que se sumergía varias veces en búsqueda de alimento.

El día se nos fue en un abrir y cerrar de ojos. El transcurrir de los botes era lento debido a la gran cantidad de equipaje que transportábamos y a los troncos de árboles caídos que obsta-culizaban el paso. Llevábamos armas y municiones suficientes para hacer frente a cualquier amenaza. Desde hace muchos años se cuentan historias de la-drones y asesinos que rondan los caminos cercanos a Santa Fe.

La primera noche nos tomó por sorpresa en un paraje de altos ár-boles y aguas lentas donde para-mos a descansar. Aprovechamos para reponer energía y pescar en las aguas cristalinas. Me llamó la atención la gran cantidad de cangrejos en la orilla. Este río está lleno de vida era el comentario de los viajeros y sus familias. Esa noche pescamos en demasía.

Antes de amanecer comen-zó el cántico del bosque con el llamado de los pájaros. Así supimos que debíamos seguir. Nuestra meta era llegar en las horas de la tarde al puente del Común ubicado en cerca-nías de la población de Chía.

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Por: Roberto García Rubio

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