Transatlántico 1

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BA R M Periódico de arte, cultura y desarrollo del Centro Cultural Parque de España/AECI, Rosario, Argentina. Número 1, invierno de 2007 Rosario otra vez / Buenos Aires rewind / Madrid, visto y oído Un escritor costarricense aterriza en Buenos Aires con un pasaje abierto por un mes y se queda tres años. Las góndo- las de las verdulerías, la música de las hinchadas, los dibujos de los semáforos en las avenidas, el amor y los amigos extienden para siempre, dice, los límites de su país de origen. /4 Un profesor universitario español regresa a Rosario y recorre los lugares que se marcaron en su memoria en un viaje anterior a la ciudad. El bar La Sede, la Estación Rosario Central abandonada, las barrancas del Parque de España. Una crónica de la distancia que media entre las cosas y su recuerdo. /2 Un viajero llega a Madrid un domingo al amanecer expectante por recorrer la ciu- dad que conoció 36 años antes con sus padres. Viaja en metro, atento al habla y al canto de los lugareños, camina por El Rastro, visita museos, come jamón y des- cubre, en plena calle Cervantes, la casa y el jardín de Lope de Vega. /5

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Periódico de arte, cultura y desarrollo del Centro Cultural Parque de España/AECID.

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Periódico de arte, cultura y desarrollo del Centro Cultural Parque de España/AECI, Rosario, Argentina. Número 1, invierno de 2007

Rosario otra vez / Buenos Aires rewind / Madrid, visto y oído

Un escritor costarricense aterriza enBuenos Aires con un pasaje abierto porun mes y se queda tres años. Las góndo-las de las verdulerías, la música de lashinchadas, los dibujos de los semáforosen las avenidas, el amor y los amigosextienden para siempre, dice, los límitesde su país de origen. /4

Un profesor universitario español regresaa Rosario y recorre los lugares que semarcaron en su memoria en un viajeanterior a la ciudad. El bar La Sede, laEstación Rosario Central abandonada, lasbarrancas del Parque de España. Unacrónica de la distancia que media entrelas cosas y su recuerdo. /2

Un viajero llega aMadrid un domingo alamanecer expectante por recorrer la ciu-dad que conoció 36 años antes con suspadres. Viaja en metro, atento al habla yal canto de los lugareños, camina por ElRastro, visita museos, come jamón y des-cubre, en plena calle Cervantes, la casa yel jardín de Lope de Vega. /5

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Amedida que se desvanece la nube en loscristales, entre diminutas gotas que aldeslizarse fragmentan los recuerdosreconocibles, reaparecen las mesas, vacíaslas del centro de la sala, llenas de gente lasque se alinean junto a las ventanas, ligerosde ropa incluso los habituales más cercanosa los rincones donde se encuentran lasestufas; el suelo de madera fibrosa eirregular camino de la barra, donde apenasdistingo los camareros como atareadasapariciones, la escalera que lleva alentresuelo, o más bien un entrecielo,generalmente vacío, con mesas siempredisponibles. Siempre que ocupé una deellas, aquella perspectiva no suficientementedistanciada sobre todo el local hacía que mesintiese excesivamente indiscreto: en loscafés es tan importante ver como ser visto.Una vez recuperada la transparencia de loscristales distingo el rostro de los camareroshasta hacerlo coincidir vagamente con mifrágil memoria para las caras, y tambiéndescubro una única mesa libre, junto a laventana de la calle San Lorenzo, la mesadonde tomaba el café cada tarde.Al sentarme, una sensación de

continuidad me hace pensar por uninstante que no han pasado dos años, quizáni dos días. Es como si el cuerporeconociese la posición en que me siento enesta silla como su verdadera posición fetal,aquella en que se dice que uno duerme máscómodo. Los codos encajan perfectamente ala altura de la mesa, amplia, alargada; laspiernas se extienden sin contorsiones, bajola silla los pies descansan sin peso; elalféizar de la ventana tiene la estatura de mi

mirada, por la calle San Lorenzo siguepasando el mismo colectivo. Cierro los ojos,los abro. Al acercarme a la barra parahacerme con la prensa y pedir un café conleche, bajo mis pies, la madera pronunciaalgunas palabras que entiendo. No creo quelos camareros me recuerden, aunque yo sícreo reconocer alguna voz, que siempreretengo mejor que las caras. Me traen elcafé con leche en una taza de loza pesada.En un lado del plato está el nombre delcafé, La Sede, describiendo un arcoencerrado en un semicírculo. Es el logotipoque también figura en la puerta, y quereaparece en el interior de la taza a medidaque se va bebiendo. El vidrio de la ventana,medio convertido en espejo por contrastecon el anochecer, me devuelve una imagenimpalpable de mi sonrisa. Sostengo la tazaen el aire, en equilibrio, entre trago y trago.El café contiene toda la memoria quenecesito, a juzgar por la cara que medescubro en este improvisado espejo.Más allá de mi reflejo se ve el tráfico, apunto de estrellarse contra sí mismo. Unacamarera sale por la puerta llevando enequilibrio, por encima de su cabeza, unabandeja repleta de tazas y platos, y se pierdeen la acera, entre los coches, entre la callellena de transeúntes, y no alcanzo acomprender cómo no acaba toda la vajillapor el suelo. Al cabo de un rato, regresacon una expresión de absoluta indiferencia,ajena a la proeza que acaba de realizar. Lepido otro café con leche como quien pideuna caricia a una heroína imposible.El blanco tiende a permanecer

indiferente a sí mismo, a su propia

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Rosario otra vez / Buenos Aires rewind / Madrid

2 Transatlántico

Antoni Martí Monterde

De nuevo Rosario. Me parece increíble,estar aquí otra vez. Al llegar, el conductordel microbús que enlaza el aeropuerto conel centro recuerda vagamente al grupo deestudiantes de hace dos años, y me da labienvenida, dejando claro que no se tratasolamente de revisitar Rosario, sino dereencontrarla.Paso fugazmente por el apartamento que

me ha concertado la Universidad, el tiempojusto para dejar el equipaje. Desde laterraza veo la silueta, a contraluz, de laciudad. Enseguida bajo a la calle: Rosariorecaminada. Aunque el plano de la ciudadresulta absolutamente racionalista, comoun ensanche infinito, y de coordenadasprecisas para orientarse gracias a lanumeración y los nombres de las calles,tengo nuevamente, como siempre tuve, lasensación de estar caminando en direccióncontraria, la rectifico, y de repente tengo lasensación de que en realidad la anterior erala correcta, y así sucesivamente hasta quedefinitivamente me pierdo. No se trataexactamente de una falta de memoria, sinode su exceso: todas las calles son iguales, yno hay nada más desbaratador para lamemoria que las cosas idénticas, porquefinalmente lo que se memoriza es lapérdida irreconocible, inevitable, uno demis recuerdos más nítidos de esta ciudadsobre todo en momentos como este, conprisas difícilmente justificables. Tardo untiempo exagerado en llegar adonde mehabía propuesto ir, el café La Sede, perofinalmente aparece su pequeño chaflán, suesquina de Entre Ríos con San Lorenzo.Desde fuera, por los ventanales ya

luminosos, puesto que se van oscureciendolas calles en la tarde, adivino que seencuentra intacto, que aquí todavía no hallegado la fiebre de modernización sintéticade los cafés que ha hecho ya bastante dañoen Buenos Aires. Quizá no es el más bellocafé de Rosario, pero a dos manzanas de laFacultad de Humanidades y Artes, es el queme acogía sugiriéndome su nombre. Aquí,debido a las carencias materiales, no sepuede ni soñar con tener un despachopropio y los profesores universitarios suelenatender, en horario público, en los cafés; yoatendía en La Sede, que para mí lo era enaquellas semanas en que vine a impartir unseminario. Esto no tenía nada de excepcionalen mi biografía, porque si ahora soy profesoruniversitario es como penitencia por mistiempos de estudiante universitario:entonces, a excepción de alguna asignaturaen manos de sabios, no entraba nunca en unaula; ahora no puedo salir de ellas. Toda lacarrera la hice de café en café, entre el bar dela Facultad y la biblioteca y, sobre todo,convirtiendo los cafés en biblioteca. Era laúnica manera de no ahogarse en aquellaclaustrofóbica filología positivista,regenteada por auténticos fobólogos:atrincherarse en los libros. Algunos de losmejores profesores que entonces tuve ahorason amigos de café. Quien no tiene nada quedecir sobre literatura sentado alrededor deun café no tiene nada que decir sobreliteratura en ninguna parte. Al entrar por la puerta, el vaho de la

calefacción me nubla las gafas al tiempo queme rescata de la dominante humedad delrío. Durante unos instantes he visto La Sedecomo temía recordarla con el paso deltiempo, desaparecida entre nieblas.

Rosario otra vez

Fragmentos de La erosión,

Barcelona, Edicions 62, 2001.

(Título original: L’erosió) Traducción

del catalán realizada por el autor.

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visto y oído / Rosario otra vez / Buenos Aires rewind / Madrid

Arte, cultura & desarrollo 3

Tengo nuevamente la sensación de estar caminandoen dirección contraria, la rectifico, y de repente tengola sensación de que en realidad la anterior era lacorrecta, y así hasta que definitivamente me pierdo.

podredumbre, al oscurecimiento inevitable,el blanco permanece por encima de sudesaparición. Lo que ha sido blanco tiendea continuar siéndolo, no como recuerdo,sino como esfuerzo. La antigua estación deferrocarril de Rosario Central es blanca. Deun blanco esforzado, tenaz.Cuando vine por primera vez y me enteré

de que en toda Argentina no existían los tre-nes de viajeros de largo recorrido decidí novisitar sus estaciones, pensé que no estabapreparado para su abandono, si bien las deBuenos Aires no había tenido tiempo deverlas, las de Rosario estaban siempre recla-mándome de manera paradójica. Aguantécomo pude; de hecho, las eludí.En cambio, en esta ocasión, pocos días

después de llegar a la ciudad me he encami-nado en su busca. He llegado a una calleque, según el plano, desemboca en las vías,junto al río. No están; todo indica que hansido levantadas, pero también deduzco que,río abajo, tienen que reaparecer, y quesiguiendo las vías llegaré a la estación.Recorro la orilla largo rato, sin mirar al río,sé que es sólo cuestión de pasos que susilueta, para mí desconocida, se recortejunto a la costanera y se haga adivinar apre-miándome. Tras unas vallas casi impracti-cables, del otro lado de un paso subterrá-neo, aparecen finalmente los raíles, casi sintraviesas. Asediada por bloques de pisos enconstrucción, medio ahogada entre media-neras, surge la vacía oscuridad de una bóve-da; aún empequeñecida por la lejanía,enmarcada por una delicada línea blanca,con el sol de primera hora de la tarde trope-zando como en unos frisos que se apoyasenentre sí, ha aparecido como una aureola laEstación Rosario Central. Una aureola

doble, puesto que a medida que avanzo vadistinguiéndose la imagen de la pasarelaque une los andenes por delante mismo dela salida de trenes, cuando salían. La playade vías de la que había sido la estación másimportante de la ciudad la precede, peromedio borrada, como un presagio enfermo.Por estas mismas vías llegó SantiagoRusiñol… «les tanques es van espesseint; es

veu alguna xemeneia, trobemrengles de vagons, desvíos, guar-

dagulles, més vagons, una estació, i senseun sotrac, sense una torta, sense pujar nibaixar, a dret fil i a peu pla, ens trobem adintre de Rosari». La hierba crece entre elbalasto, los hierros son rojizos, casi amari-llentos, no parecen metálicos, sino de barrococido en exceso. Las traviesas, durmientes,apenas son visibles, y las vías enteras sehunden repentinamente para reaparecer alcabo de unos pasos, también de forma ines-perada. Camino dubitativo, cada vez conmayor dificultad, mirando constantementepor dónde: bajo el peso de mi paso todorezuma, mis zapatos se tiñen de óxido. Nohay ningún tren.Según voy acercándome la bóveda

muestra decididos surcos de herrumbre quepenetra en las grietas de la madera, dondese confunde con un musgo posiblementetóxico. Tras la pintura rumorean maderasfibrosas, pronunciando la humedad comouna forma de oscuridad. Tropiezo con loque queda de un andén exterior, erosionadopor las mismas plantas que lo ocultan. Untrozo de hierro, quizá los restos de unaseñalización arrancada o de la caseta delguardagujas, me retiene, tira de mi abrigo,como advirtiéndome que no debo pasar,que he llegado tarde, que es demasiado

tarde para venir a esta estación. Que no hellegado tarde al tren, sino a la estación.Desenredo la ropa, me la ajusto al cuerpo,como si supiese que una vez en el andén elfrío será más intenso y penetrante.La quietud permite escuchar algo que

parece el rumor de agua del Paraná, comoun ruido erosivo, como la vibración de underribo imparable. En los andenes, ningúnbillete en el suelo, ninguna maleta olvidada.En una torre situada junto a la playa deandenes exterior, que no parece formarparte de las instalaciones ferroviarias peroejerce como si lo fuese, el reloj marca, desdela primera vez que lo he mirado, las cuatromenos cuarto. Ahora, desde aquí, descubroque en otra de sus esferas son las nueve enpunto. La hora de los que llegan es distintade la de quienes se marchan. ¿A qué horapartió el último tren?En las paredes, el blanco se esfuerza por

mostrarse. En algunos rincones, junto a lasgrietas del techo, ya no es ni un olvido. Derepente, entre la suciedad, se hace legibleuna pintada:

el espejo

Un man espantosamente feo entra y semira al espejo.—¿Pork se mira usted en el esp. Si sólo

puede verse en él degradado?El hombre espantosamente feo le

responde:—Sr., según los inmortales principios del

‘89, todos los hombres somos iguales en losderechos; x consiguiente, yo poseo elderecho de mirarme. K’sea kon desplacer okon disgusto es algo que sólo atañe a miconciencia. En nombre del buen sentido, yotenía razón, sin duda, p’ desde el [un ojodibujado] de la ley, él no se equivocava.Baudelaire.

La humedad de mis zapatos se convierteen barro, un barro cada vez más densosegún voy recorriendo los andenes. Conhierros y maderas diversos han improvisadoun cobertizo en medio de la nave paraguardar algo, incomprensiblemente. Elvestíbulo, lleno de cascotes, tiene todas laspuertas cerradas o tapiadas, salgo por underrumbe. He llegado tarde a la estación.

(...)

En la costanera del Paraná hay un parqueque incluye un centro cultural y otrasdiversas edificaciones, alternándose entreplazas aterrazadas con vistas al río, con unpavimento de adoquines artificiales. Todo elconjunto se ha construido sobre lo queparecen unos antiguos túneles ferroviariosconvertidos en sala de exposicionesredescubiertos al preparar la cimentación.Los túneles habían quedado enterrados porla sedimentación de limos que, al tropezarcon un obstáculo, se habían ido conden -sando de manera minuciosamente impla -ca ble, hasta hacerlos desaparecer; pero, almodificarse la fisonomía del obstáculo, lascorrientes también han rectificado suacción.Cuando lo visité hace dos años, a la sali -

da misma de la galería de arte había unasvallas que impedían el acceso a todo unsector bajo del parque, una especie deexpla nada que había perdido todo rastro dehorizontalidad, y presentaba unas dunas deladrillos que incluso hacían brotar aristasdesencajadas y movedizas. Mientras todo el

paraje se esforzaba por mantener unaordenada y angulosa disposición, aquellaparte parecía una inmensa cama deshecha,con mantas de pliegues densos y sudadosdespués de una noche de sueño imposible.Aquel sector clausurado estaba invadido decercos blanquecinos que la humedad ibamodificando de un día para otro,filtrándose por unos adoquines malescogidos para el entorno, de constituciónesponjosa, absorbente. No sólo en elpavimento, también en los muros laelección de los materiales parecía nefasta, ydesautorizando la geometría enladrillada dela construcción, proponiendo nuevasordenaciones para ventanas y puertas,crecían floraciones de diversos musgos. La corriente, insomne, estaba arrancan-

do el subsuelo donde se asentaban aquellosedificios, de forma que se estaban quedandosin cimientos, perdían pie en el río, y sehundían cada vez más; en cualquiermomento podía producirse un desprendi-miento. Igual que había enterrada unaconstrucción anterior, parece como si, aldetectar que los hombres pretenden aprove-char su decisión de consolidar un territorioadaptándole otras, el río rectificase su deci-sión para volver a demostrar que nadiepuede tomar ninguna determinación sobreél, que todo cuanto se vincule al río, necesa-riamente, debe someterse a su voluntad,puesta en claro en el antiguo puerto fluvial,arrancado hace años.Hoy sí podía accederse a aquella zona

del parque, convenientemente reformada.Se trata de un rincón ciertamente amablecon los paseantes cansados o perezosos,muy tranquilo, convenientemente distantede los juegos infantiles y, con los ruidos delos automóviles recogidos hábilmente pormuros y arbustos, unos bancos mecidos porla visión del agua.Aun así, la gente no parece frecuentarlo;

la densidad de paseantes es sensiblementeinferior al resto del parque.Una pelota inesperada rueda ignorando

la línea recta, y demuestra que, todavíainvisibles, van reapareciendo geografíasimprevistas en la plaza. Al fondo, unoshombres miran al suelo, hacen rozar suszapatos entre los adoquines más cercanos al pretil y, pensativos, se marchan. ≈

Antoni Martí Monterde nació en 1968 en Torís, Valencia, España. Es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona. Su libro L’erosió es el relato de un viaje literarioa la Argentina, por el que obtuvo el Premi de laCrítica dels Escriptors Valencians. Su novela Poética del café en la que el autorexplora este espacio literario y su papel decisivoen la modernidad cultural europea, fue finalistadel Premio de Ensayo Anagrama 2007.

1. más sobre este artistacatalán: p.16

Foto: Facun

do A. Ferná

ndez. Ilustración

digita

l: Marcela Rom

ero

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1Luis Chaves

Puesto a escribir, mi primera imagen deBuenos Aires es Rosario. Es el 2001 y unpiso que cabe en la categoría de salón deeventos. Es claro que ayer, aquí mismo, secelebró un quinceaños y que mañana habráun seminario de mercadotecnia. Esta nochees la clausura del Festival Internacional dePoesía que por una semana reunió a uncontingente de fauna tan bizarra comoautoindulgente. Una banda anónima —sediría que invisible, como una banda en laque todos fueran bajistas— toca covers comoeste que suena de Los Rodríguez, “Dulcecondena”. La pista es asaltada por las parejasque se fueron creando en la semana de cau-tiverio que hoy termina. Osvaldo, el otrotico invitado al festival, le enseña a su parejaa bailar rock mejilla-con-mejilla. Raymond Carver vino alguna vez a

Rosario y escribió un poema en el que, parahablar de otra cosa, retrata un paseo noctur-no suyo por la rambla, los pescadores loca-

les y un pez que saltó en otro ríoque no era el Paraná. El mío es este.

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En el 2003 fui a Buenos Aires a la boda demi amiga Ana con un boleto abierto a unmes y me quedé tres años. La tentación deenumerar las razones por las que uno deci-de algo así me parece sospechosa, argumen-tos forzados que no darían ni para un análi-sis freudiano básico. Prefiero evitar esecamino, prefiero decir que retengo cosasmás pequeñas: la geometría de las góndolasde frutas y legumbres en las verdulerías debarrio, la estación de rock en la radio detodos los taxis, el deporte nacional de lasmarchas callejeras, la bicicleta de la chicaque una madrugada, desde mi balcón, viavanzar y desaparecer en la AvenidaCórdoba iluminada intermitentemente porlos semáforos que parecían un corazón.

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En Buenos Aires se puede vivir sin tenerauto. En San José, que es como unMiami pobre —y eso no es poco decir—,el sistema de transporte público estáorganizado de tal manera que quienno tiene vehículo propio está conde-nado a la marginalidad. En BuenosAires se camina, se viaja mucho enbus —colectivos, en vernáculo— y,todavía en el 2005, hasta los taxiseran transportes razonablementeaccesibles. Me gustaba andar en taxi,en “tacho”. En San José el gremio estátomado por asociaciones evangélicas yhay que aprender a resistir la emisorade música cristiana. En Buenos Airessiempre agradecí la estación de rock o elprograma de opinión —es un país conmucha cultura de radio—. No terminaba de subirme cuando me

preguntaban de qué país venía, qué hacía,si me gustaba la Argentina, etc. De a pocoempecé, porque sí, por probar, a alterar losdatos reales. Decía que trabajaba comocorresponsal para diarios de Costa Rica, oque tenía hijos argentinos, o que mis padres

eran de Neuquén pero se habían mudado aSan José cuando yo era niño. Todo falso. Asíse fue convirtiendo en un deporte que prac-ticaba casi a diario y en el que me convertíen experto. Llegué a decir que pasaba porBuenos Aires para una operación que sólomédicos argentinos estaban capacitadospara practicar (ese taxista no me cobrósupongo por una mezcla de lástima y orgu-llo patrio), que venía desde Puerto Rico paraentrevistar a Maradona, etc. Me habíahecho experto en la idiotez porque eranmentiras que no afectaban a nadie y que porlo mismo desvirtuaban el acto de mentir.

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Al final hay una larga caminata nocturnacon Fabián, después de cenar en unaparrilla de barrio con su padre. A ella lle-gamos después de una más corta, conver-sando los tres, comentando el partido,meando por turnos frente a casas, en eltronco de árboles que parecían arces.Un día antes escuché el mensaje de

Fabián en el contestador. “Mi viejo tieneentradas para San Lorenzo, ¿querés ir?”.Por tres años Casas venía insistiendo enque me hiciera hincha del CASLA, comootros amigos me decían de Boca, de River,de Independiente. Yo, extranjero, acos-tumbrado a apoyar a un equipo venido amenos en mi país, curtido en la derrota, yademás instalado en Villa Crespo, simpa-ticé con el Atlanta. Pero el fútbol es el fút-bol y se sabe que la pasión de las canchasargentinas es única. “Vamos”, dije cuandollamé para responder.Del partido que ellos vieron recuerdo

poco. Sé que perdió San Lorenzo en elGasómetro y que Juan Carlos, el padre deFabián, me recordaba algo del mío. Yomiraba más a las barras bravas en graderí-as opuestas, me deleitaba con la esponta-neidad y originalidad de los cantos.Trataba de entender qué hacía que ese fút-bol fuera tan superior al de mi país. Terminó el partido, participamos del

éxodo colectivo y resignado de los que pier-den y enrumbamos hacia una avenida, bor-deando antes la villa boliviana detrás delestadio donde los rótulos de bares ofrecían“conejo falso”. Tomamos luego el bus quenos dejó a cuadras de la parrilla en cuestión.Caminamos los tres, hablando del partidoellos, meando alternativamente en árboleslos tres. Un país son muchas cosas casi siempre

desconectadas de los clichés que alimentany sostienen la entelequia de la patria. Enuno de esos árboles me retrasé mientrasellos seguían avanzando. Desde atrás, cuan-do apretaba el paso para alcanzarlos, los vicaminar lado a lado, sin nacionalidad, o conla nacionalidad extraña y equívoca de loslazos filiales. Y aunque sea improbable

encontrar una conexión entreesa imagen y la certeza que

siguió, allí mismo dejé de sentirme comoextranjero, allí supe que ese país era tam-bién mi lugar.Meses después iba a regresar al lugar del

que venía, atravesado por una certidumbreinusualmente sólida; mi país se habíaextendido y, colocados enuna lista, habríaapartadoscomo éstos:mi casade la

infancia en la que por las vueltas del destinome tocó volver a vivir; Ariana, mi hija decasi dos años, dormida en el cuarto de allado; ciertos olores, ciertos ruidos, ciertasmaneras de decir y de ver, cierta predisposi-ción a sorprenderse por la lluvia en un terri-torio en el que llueve nueve meses al año; ytambién las librerías de Avenida Corrientes;los cantos de las hinchadas genéricas; unosalmuerzos rosarinos sobre la ribera mismadel Paraná; un bar en Aguirre y Scalabrinien Villa Crespo; las citas semanales en esebar; pidiendo una toalla desde la ducha,Celeste, la argentina que decidió seguirmehasta Costa Rica; aquellos árboles de lanoche del partido de San Lorenzo, esosárboles que tal vez eran arces.

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Primero pasó el 106, minutos después el 15seguido inmediatamente del 110. Así termi-né de despertarme. Cada mañana, desde el2003, me sacan del sueño estas líneas debuses. A esta altura los reconozco por elsonido. Digamos que es un don con que fuidotado. Un don inútil, por lo demás.Anoche, a modo de despedida anticipa-

da, con Celeste, mi novia, invitamos a unosamigos a cenar. Toda la tarde preparamosun menú de cocina tica que luego tuvo granéxito. En menos de dos semanas dejaré estedepartamento que fue refugio para mí, paraCeleste y para tanta gente cercana que estu-vo de visita o de paso en estos últimos años.La embajada paralela de Costa Rica, comola bautizó mi buen amigo Fabián. No voy a ponerme sentimental, lo juro.

Por lo menos no aquí. En breve, los pocosobjetos que acumulé y que silenciosamentese reprodujeron, como es costumbre de losobjetos inanimados, cabrán en unas cuan-tas cajas de cartón. Lo demás, lo intangible,lo etéreo, las palabras no dichas, las llama-das no contestadas, todo ese tiempo intimi-dante de las casas cuando están solas, esono va en ninguna caja, eso se queda aquí oen la nada o en lo que no podemos nombrarcon palabra alguna. Creo que uno busca en otro país lo que

no tiene en el suyo. Aquí, por ejemplo,tengo un balcón al que llegan pájaros velo-ces a picotear eso que picotean los pájaros yque para uno es invisible. El mismo balcónen el que tomamos muchas fotos en estostres años. Fotografías con cada uno de losque pasó por esta casa. La evidencia foto-gráfica obligada a los huéspedes del 1ºa deCastillo 404.Ayer Celeste hizo las tortillas de maíz

siguiendo la receta que, meses atrás, leenseñó mi madre en Costa Rica. Pero elingrediente secreto fue de su cosecha.Santiago trajo los últimos títulos de la edi-torial Siesta, López llegó con buenas noti-cias, Guada y Fabián con el libro de éste queahora abro en la dedicatoria: al embajador.En fin, ese motor que se oye acelerar para

no perder la luz verde es el 110. Un pájaroen el balcón me mira de medio lado antesde levantar vuelo otra vez. Un día, sentadoen mi casa de San José, voy a escribir sobrelo que aprendí y compartí con estas y otraspersonas. Yo también me alimento de cosas

invisibles. ≈

4 Transatlántico

Buenos Aires rewind / Madrid visto y oído / Rosario otra vez /

BALuis Chaves nació en Costa Rica, en 1969. Publicó los libros de poesía El anónimo, Ediciones Guayacán, Costa Rica, 1996;Los animales que imaginamos, Conaculta, México, 1998, con elcual ganó el Premio Hispanoamericano de Poesía Sor JuanaInés de la Cruz, 1997, e Historias Polaroid, Ediciones PerroAzul, Costa Rica 2000. Ha sido incluido en diversos volúmenesantológicos. Es coeditor de la revista de poesía jovenlatinoamericana Los amigos de lo ajeno.

Buenos Airesrewind

2. más sobre el paseo decarver: p.16

3. más sobre fútbol y lazosfiliales: p.16

Fotos: Leo Spine

tto

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CArte, cultura & desarrollo 5

Martín Prieto

Conocí Madrid en 1971. Llegué con nueveaños y me fui con diez. Entonces, la historiade España —y la de Madrid— era como l ahabía retratado Jaime Gil de Biedma: triste,porque terminaba mal. La primera nochecenamos, recuerdo, en un comedor ruidosoen el que los mozos echaban cada propinarecibida en una bolsa común, golpeabanuna campana y gritaban “¡Bote!” Loscomensales y los mismos mozos parecíansalidos de las profundidades de un cuadrode Goya y un borracho, con persistencia,daba un golpe de puño contra la tabla de lamesa y vociferaba, desafiante: “¡Y consteque soy carlista, del nuevo gobierno!” Volví,treinta y tres años más tarde: pero ese será elrelato de una memoria que ahora no viene acuento. Y dos años después, un domingo deprimavera a las siete de la mañana, llegué aMadrid por tercera vez. En el viaje había estado leyendo los dia-

rios españoles del día anterior y había ano-tado, de las agendas del fin de semana,todas aquellas cosas que pensaba que que-rría hacer si el trabajo, el dinero o la volun-tad me lo permitían: una exposición deretratos “en el siglo de Picasso”, un conciertode Kiko Veneno (no sé porqué anoté eso: eranotorio que no iba a ir, ni así fuera en elmismo lobby de mi hotel), una lectura depoetas de España y de Hispanoamérica,unos cuadros de una bailarina de flamencocuyo nombre finalmente olvidé, un retrasa-do paseo al Rastro, adherido, contra mivoluntad, en mi cabeza —en la parte máscursi de mi cabeza— desde que lo instalaraallí Joaquín Sabina. Ya saben: “y no volvímás/ a la plaza del Rastro a comprarte/mariposas de migas de pan/ soldaditos delata”. Ante mi sorpresa, el Rastro sólo abrelos domingos. Y yo llegaba a Madrid undomingo, sin demasiado qué hacer hasta ellunes más que atender una serie de reco-mendaciones contradictorias, según quienlas formulara, para atenuar los efectos deljet-lag. La que más me gustaba de todas mela había dado un español: “Llegas y teemborrachas”. Fue justo a la que no meanimé. Bajamos en la imponente T4. Tomé un

tren casi tan veloz como un avión, presentésin dificultades mi pasaporte argentino yme encontré finalmente en el tremendo halldel nuevo Barajas, atento a la recomenda-ción de mi hermana: “Ni se te ocurratomarte un taxi, que te arrancan la cabeza”.Sabía que mi hotel quedaba en la estaciónGregorio Marañón, pero no sabía que a laT4 aún no llegan las líneas del metro. Y meencontré parado ahí, en medio de la noche,en lo que me imaginé serían las afueras delas afueras de Madrid, temiendo perder lacabeza si me tomaba un taxi y no sabiendoqué tomarme a cambio, pues la oficina deinformes estaba, naturalmente, cerrada, ylos carteles indicaban de todo, menos cómosalir de allí. Se lo pregunté a un muchachodel servicio de limpieza, un amable ecuato-riano que me indicó dónde podía tomarmeun ómnibus y dónde debía bajarme paradespués tomarme el metro. Al ómnibus lomanejaba una mujer. Pagué el boleto conuna moneda de un euro. Entre el pasaje nohabía viajeros ni turistas, sólo trabajadoresde las distintas industrias que se conglome-ran en el aeropuerto y que volvían a esa horaa sus casas. Eso me hizo sentir inmediata-mente en Madrid. Pero más en Madrid mesentí una vez arriba del metro cuando ya nolos trabajadores sino multitudes de jóvenesgastando las últimas horas de la noche delsábado pegaban cada tanto uno que otro

Madrid visto y oído / Rosario otra vez / Buenos Aires rewind /

Madrid, vistoy oído

Martín Prieto nació en Rosario, Argentina,en 1961. Publicó cuatro libros de poemas,una novela y Breve historia de la literatura argentina (2006). Desdeenero de 2007 dirige el Centro CulturalParque de España de Rosario. ”“ Si bien era improbable que ese naranjo que yo estaba

viendo tuviera realmente 400 años, el ambiente propiciaba la embriagante ilusión de la historia.

Foto: M

.P.

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…Madrid visto y oídogrito en los que se expresaba, nítida, lamarca registrada de la ciudad: “coño”, “darpor culo”, con el mismo énfasis con que susabuelos gritaban “¡bote!” en aquel comedorde 1971, aunque ahora yo ya no tuvieramiedo. Cuando me bajaba en Marañón,una chica le dijo a su pretendiente ocasio-nal: “¿Es que aún no me has preguntado elnombre y me estás invitando a desayunar?”Mi fe en la especie, y en los madrileños,puesta por un segundo entre paréntesis, serenovó apenas la chica aceptó la invitación. A KikoVeneno no fui a verlo. Tampoco vi

los retratos de la bailaora (sin habermeente-rado si eran de ella como modelo o comoartista, ni qué atractivo les había encontra-do en la agenda de los diarios, además delimán que podría significar en mi mente deviajero a España la palabra “flamenco”). Fui,en cambio, a la casa de Lope de Vega, acep-tando una información casi secreta de unamigo de Madrid, que me había dicho queese, sin colas y casi sin público, era el mejormuseo de la ciudad. Lo busqué, convencio-nalmente, en la calle Lope de Vega, pero unjoven que atendía una farmacia me señalóque quedaba en la próxima paralela: en lacalle Cervantes, como si el municipiomadrileño, alguna vez, hubiera tenido quetomar una decisión de valores literarios, yencontrándose con que en una época quehoy nos parece fabulosa habían vivido en lamisma calle, con diferencia de pocos metrosy pocos años, Cervantes y Lope de Vega, elnombre de la calle debía recordar al prime-ro y no al segundo. Golpeé la puerta de lacasa de Lope de Vega. Una mujer abrió lamirilla y me dijo que el museo ya estabacerrado. Le expliqué que me iba esa mismatarde y que me habían dicho que ese era elmejor museo de Madrid, y que prefería noirme sin conocerlo. Me dejó entoncessumarme, a cambio de dos euros que podríapagar a la salida, a la última visita que habíacomenzado hacía unos minutos. La guíarepartía comentarios en inglés para dosturistas norteamericanos y en castellanopara mí, aunque yo me encontré muy rápi-damente favorecido en el reparto, y si lachica, en la habitación de las hijas de Lope,me mostró la particularidad de un espejonegro de plata, cuya función no era reflejarlas imágenes de los habitantes de la casa,sino amplificar las luces de los candelabros,a los yanquis los conformaba con un deno-tativo: “this is a silver mirror”, mientras medecía, un poco por lo bajo —pero no tanto—:“lo que pasa es que mi inglés es pésimo, y sino lo hablo, mejor”. Y después, en la habita-ción de la servidumbre, les dice a los anglo-parlantes: “this is the servant’s room”, y porlo bajo otra vez, como un aparte al públicode una comedia del dueño de casa: “imagí -nate como será, que la vez pasada, mientrasdecía esto mismo, unos visitantes muy albo-rotados me preguntaron si aquí dormíaCervantes”. Pero pude saber, también, queese jardín que se veía a través de la ventanaera el de los famosos versos “Mi jardín, másbreve que cometa”, y que si bien era impro-bable que ese naranjo que yo estaba viendotuviera realmente cuatrocientos años, elambiente propiciaba la embriagante ilusiónde la historia. Fui: al Museo Thyssen y a la Fundación

Caja Madrid a ver la exposición de los retra-tos, titulada “El espejo y la máscara. Elretrato en el siglo de Picasso”. Vi, de lejos,fatuos, a los poetas que participaban de unencuentro internacional dedicado a JuanRamón Jiménez, cenando en el comedor demi mismo hotel, y ya no tuve ganas de escu-charlos. Fui a la inauguración de una expo-sición de arte cinético en el Reina Sofía, a Lacasa encendida, a Casa de América, al Gijóna tomar un café carísimo, a la galería sinsentido, en el festivo barrio de Chueca,donde habíamos estado dos años atrás, en elviaje de cuyo relato aún no llegó la hora, fuia conocer el nuevo circo Prize, y elMatadero Madrid en el Paseo de laChopera. Tomé: cañas sobre todo, y unwhisky cada noche, en el bar del hotel, paranoquear los fantasmas del insomnio y de lasoledad. Comí: jamón. En El museo deljamón, en El palacio del jamón, y en otroslugares de nombres menos autorreferencia-les donde sin embargo vendían, sobre todo,jamón. Vi, en la televisión, el gol de Iniestaque le dio el triunfo a España contraIslandia y mantuvo al combinado en carreraen las eliminatorias de la Eurocopa del2008, y unas peleas políticas picantes,donde los que son de derecha dicen que loson, los que son de izquierda dicen que loson, y quien detenta transitoriamente elpoder del gobierno debate cara a cara conquien transitoriamente detenta el poder dela oposición. Vi, desde la ventanilla del autode Pablo, el imponente Santiago Bernabeu

y, muy de lejos, las Ventas. Vi, desde la más-cara vidriada del casco de copiloto de lamoto de Kike, todo Malasaña —tomamos,recuerdo, en La Paca, donde la moza, queparecía a la vez la dueña, tal vez ella mismala Paca, estaba maquillada como una muñe-ca, un carajillo fuerte para aventar el frío dela calle—. Vi Cibeles, la Puerta del Sol, laPuerta de Alcalá —y esa canción horrible deldúo monárquico republicano que no podíasacarme de la cabeza—, la calle Mayor, laGran Vía. Me senté, en una plaza hermosafrente a Tribunales, cuyo nombre no recuer-do, a fumarme un cigarrillo —yo, que nofumo, pero cómo no fumarse un Ducadosen Madrid—. Vi, desde esa plaza, las venta-nas de los edificios bajos que la rodeaban,las persianas abiertas que dejaban ver, alfinal de la tarde, las luces amarillas del inte-rior, y me pregunté, como Arlt, qué críme-nes estarían cometiéndose detrás de cada

una de esas apacibles ventanas dela burguesía madrileña.

...

Me bajé, aquel domingo a las nueve de lamañana, después de haber dejado la valijaen el hotel, en La Latina, y pedí un café conchurros en un barcito donde se mezclabansin aparatosidad los jóvenes ya borrachos yagresivos de la noche anterior tomándoselos últimos tragos y los viejos de la mañanaque esperaban, como yo, que abriera elmercado. Y otra vez, en el bar y en la calle,en boca de todo género y de toda edad:“coño”, “dar por culo”. Y ahora, por ahí, elhijo o el nieto del carlista de 1971 parado enuna esquina sacando, muy desde el fondode su cuerpo, un vozarrón enorme, con lospuños apretados, informándonos a los tran-seúntes que los policías son todos travestis ymaricas: lo que parece ser una fantasía uni-versal. Escuché, en el metro, ese canto a las sibi-

lantes que hacen los madrileños: un sonidopara la x (como un sh, pero más suave), otropara la s, otro para la c: “Próxima estación:Alfonso Cano; próxima estación: Canal;próxima estación: Islas Filipinas”. Y ahí mebajaba, cada mañana, cinco mañanas, comosi fuese uno más, hasta el trabajo. Tomabala avenida hasta los hospitales, los evitabapor izquierda y entraba, a las 10 en punto, alnúmero 4 de los Reyes Católicos. El viernes siguiente volví a la T4 y al rato

estaba sentado en una butaca de una aerolí-nea española, junto a una inglesa sesentonacon el pelo teñido de verde, que estudiabaalgo parecido a filosofía oriental —segúnpude comprobar mirando de reojo suspapeles—. A la hora de la cena —o esa horaque nadie sabe cuál es y en la que en losaviones dan la cena— una azafata formula-ba a cada pasajero las numéricamentemodestas opciones del menú, que en estecaso parecían menos el producto de unadecisión culinaria que del afán de alitera-ción que pudo tener el jefe de la cocina:“¿Pollo o paella?” Y la inglesa, emergiendode sus apuntes, completamente desconcer-tada, le pregunta a la azafata: “¿Paella?¿Qué es paella?” Y la azafata, sin contestarlenunca la pregunta, más desconcertada aún:“¿No sabe qué es paella?”Ahí, con ese nuevo e imprevisto enfren-

tamiento de las armadas española e inglesacomo música de fondo, me empecé a dor-mir, pensando, como cada vez que viajo, enlas personas que quiero. No porque tenga lasuperstición de que si pienso en ellos elavión no estallará, sino porque pienso que siestalla, me gustaría irme feliz, con ellos enla cabeza. ≈

La aparición de un desaparecido

En medio de un horrible sueño /veía aparecer a José Jofréllamado Cojo de Renca /el que decía / “el Partido no es tonto”/ entre sueños.bajaba de los cielos /del cráter de un volcán / heridomal herido/ aparecía

En su propia casa de adobe hacía entrada /y su ventana abierta.

Corría una silla azul / para tomar asiento /sus hijos mayores / casi viejos / lo abrazaban /le contaban / qué sucedió despuésde su triste desaparición /

Todos habían contraído matrimonio yay tenido hijos con su mismo nombre:

José Jofré...

La casa estaba más grande / la cocina /los muebles eran los de antes /su mujer lloraba a gritos / vieja /pobre / con un moño /

Atrás se veía el Cerro de Renca /corría viento / en medio de la pieza /en el fondo de su corazón /

José Jofré venía... saliendodesde el fondo del mar con las manos amarradas /era una aparición con el overol baleado

El barrio lloraba / la comuna llorabaen la puerta de su casa

ponían banderas rojas / del proscrito Partido /Comunista / ramos de flores / velas /tarritos con agua / en la ventana / de la horrible aparición / que tuve anoche / .

Cierta gente

Gente que ha caído en una profunda depresión se perdieron como cuadros revolucionariosal interior de sus mundos / ríos espesos y negros /duermen / duermen y no quieren despertaro al revés sufren insomnios agudos /abren sus archivos personales cada noche el padre / la madre / un auto botado en la calle /un camino lleno de bares /un Gobierno posmodernista.

Eh, cómo seguir en esta pieza /oyendo martillazos /llantos / mares de la noche.

Algo que no se recuerda

los trabajadores de chile no conocenla casa de la central de los trabajadores de chilesu extraña casa su madera y escalas alfombradasno conocen las salas azules / que fue la casa dela organización fascista / Fuerza y Voluntad de Poder /

los trabajadores no se conocen a sí mismosno hablan con nadie,están ahí, no más,tomando vino acostados en el suelocon sus herramientas / viandas secasfrente a la pantalla

están cesantes / leen los crímenes de la semana / violaciones de menores de edad y putas viejas / dicen /que si andan por ahí mostrando el poto / se lo buscan /leen que una manga de drogadictos rompe tumbasde trabajadores / hacen marcas del demonio /se emborrachan / con las cruces que pusieron los trabajadores

los trabajadores / fueron ensoñación de algo que yano se recuerda / los trabajadores están ahí / solos /olvidados / apocados frente a sus herramientas /mohosas y viejas.

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y otros poemas

6 Transatlántico

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~ más sobre las ventanasde arlt: p.15

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El resistir del poeta M. Abarzúa

esta poesía habla / de un pobre hombre de Chileuna poesía nacionalde pobre infeliz /que lo único que levanta es la amistaduna filosofía de la amistad /para resistir / comer / compartircarne sobre una parrillacarne que desaparece en la nochecarne que se convierte en nada /

(Yo) no soy la seducciónni soy un fantasmaun corazón aledaño es lo que soyno de campo /

hijo de padre automovilistay madre enfermiza /un amigo de las cordillerasy casas donde no ponen las radios fuertetengo frío /tengo los pies helados a causa de las nochesde esta ciudad

No quisiera marcar actas de defunciónde poetas nacionales / ni bolsitas de tierrasólo una rueda de bicicletaen un marco de cuadroy una máquina de crear amor / amor.

creo que me estoy transformando en un verdaderopoeta de Chileno quiero desentrañar el ácido ribonucleicoque yo soyni los fotones de luz, no hay para qué

pero sí, pediría ser Interventor Generalde la Comisión Liquidadora /llorando y riendo en la refriega /los diarios lo dicen / los viejos lo dicen /

estoy tomando café con lecheen medio de la vida en medio del mundo que girajunto a estas montañasy escombros de las ciudades

no sé qué sucederá mañana.

Una pasión extremadamente notoria

Tratar de saber qué está pasando abajo / parece que el alcohol / lo va cubriendo todo /

y prohibieron las pastillas para los nervios /

quizás la autoestima esté muy bajay la autodestrucción esté muy alta /no se sabe bien

han hecho estudios en comunas lejanasno es seguro / no es seguro /

dicen que hay varios países en unoque la clase obrera quedó destrozada /y la clase media quedó destripada /

es mejor no hablar de clase(ya nadie habla de esa clase de personas)

es mejor no hablar de nada

que somos todos del mismo territorio /que sólo nos vestimos distinto /y sentimos distinto / eso

nadie sabe bien / qué está pasando abajohay muchísima vivienda a la deriva /

Y no llega ayuda fiscal /un hombre de 40 años es un viejo /envía currículos /que le son devueltos

Se dice que hay varios países en uno /

que hay altos índices de tristeza /es donde más hay tristeza /

allá abajo /

Y nadie sabe por qué.

José Ángel Cuevas nació en Santiago deChile en 1944. Poeta. Publicó Canciones rockpara chilenos (1987), 30 Poemas del ex poeta(1992), Proyecto de país (1994). Los poemas aquí publicados pertenecen a los libros Poesía de la ComisiónLiquidadora (1997) y Maxim, carta a los viejos roqueros (2000) y fueronseleccionados por Transatlántico.

Parque de diversiones

Todo va a cambiar / se dijo / este enorme caos /de trenes mohosos y en silencio /Los poetas caen muertos en los bares /Nadie nos quiere ya.

¿Quién podrá comprender?ni padres / ni días son los mismos.

Oh / estoy esperando cama / tengo que operarmeno puedo más con el dolor a la vesículabiliar / quiero comer mayonesa / y empanadasfrititas picantoncitas /

Esta depresión hace que no atinea nada / pegado a la cama la mugre crece /día a día / ni siquiera puedo hablar por teléfono.Tendría que ir a Nueva York 11 /

¿Quién sacará estos inmundos lugares?¿Quién va a consolar alguna vez a las familiasde esas casas / esas matanzas locales?

Felly la masajista / prepara / sus condonespara comenzar el día /Hoy es Viernes / llegarán los Exportadorestraen mucha / pero mucha lana cruda.Santa virgencitate ruego que Alberto Fernández P.deje de tomar ya / lleva días / años / en esto /su matrimonio está roto / te pidoque saques la botillería / de la esquina /los hijos de los hijos / toman y vomitan /lloran sus porquerías / de vida /

No quiero seguir ni un minuto más aquípasan todo el santo día pegadosa la tele.

¿Qué podemos? ¿Qué podemos?Oh, mapuches / mujeres / mariconesde la Pza de Armas.

Debemos ganar plata en algo…

La señora Dora / dice que no están pagandoni el sueldo mínimo / en las Farmacias Unidasdel Plata / contratan por menos / y les agregan otros beneficios.

Tres millones de personas salen a las calles /necesitan caminar / ir de un punto a otro necesitan sus empanadas / su vienesa americananecesitan cerveza / mucha cerveza fría /

Santiago ya no llegará a ser socialista con sus tickets de ropa usada / que viene de la ex RDA /de obrero / y no ropa de USA / que es agria /y huele a muerto /

porque cada casa es un mundo /hay una madre / que es una madre / una mujer /quizás / en pleno desconsuelo /

Es una mujer enamorada / una mujer consumista.Una mujer comunista

y un padre / hay un padre duro /padre borracho / padre empeñoso /y cariñoso / de bigotes que raspan.

¿En cuanto a los hijos?nunca han pasado hambre /siempre han veraneado /

Mas / el matrimonio ha sido malo,

¡Oh, ya no puedo más con este dolor a la vesícula biliar!

Les pido que estén allí con la multitudde transeúntes / junto a su monóxido /los que van a trabajar / y corren /

pasa el tiempo /

Llegan de Europa los ex revolucionarioscon sus ternos de corte inglés

nosotros aquí /vestidos con ropas usadas / ácidas / de muerto /qué importa /

ahora mismo / estoy aquí buscando /buscando / un nuevo amoruna mujer que yo quiera / y ellatambién me quiera /una mujer madurabesos de ternuraojos de ternura /

Para hundirme en ella y olvidarolvidar / olvidarme de todo.

Liquidación del yo

Joder, estoy cansado de esta fantasíair a casa y acostarme...coro 216. Jack Kerouac

yo soy el que soyun pobre tipo de chilepadre de dos hijos y unamujer errática /

no bebo / no fumo / no tengo qué decir /después de dar por terminadala Ocupación F. F. / años / años / años

no creo absolutamente en nadasólo en un dios cualquiera.

El aire huele a pobrezano sé qué será de mídespués de larga temporadaHe conseguido trabajo /

pero mi casa está vacía, mi mujertodo el santo día / dice incoherenciassu padre muerto / canciones olvidadas /

un olor a viento recorre a las personasalguien vuelve desde los cerros / etc.

cuando todo tenía sentidoyo esperaba micro / subía unos montes

Yo / es nadie /podría sucumbir aquí mismo, yahice lo que se debe hacer

tuve hijos fui felizfui infelizviví al tres y al cuatro

no interesa bailar no creo en el alcoholni el cigarrillo /

Sólo creo en mí mismo

aquí dentro está el universoresuenan épocas / gritospor las calles en silencio

sólo creo en mis propioszapatos cafés / subiendola escalera de todos los días.

Poema 2

A los más infelices asados de la Épocahe asistido.Con la mayor esperanza del mundo.

Como si la incomprensión cayera sobre la parrilla:Un asado no soluciona nadaYo ya no creo en los asados.

El verdadero problema es otro.

Arte, cultura & desarrollo 7

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8 Transatlántico

La derrota de la ligninaUnamuestra sobre la Guerra Civil Española dispara reflexiones y preguntas sobre ese conflicto, la dictadura post

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EArte, cultura & desarrollo 9

La historiadora Paloma AguilarFernández, integrante de lageneración de los “nietos de laguerra”, compara los debates sobre los pasados históricos deArgentina y España y afirma: “Aquí el nunca más no es contra la dictadura franquista sino contra la Guerra Civil”.

Cecilia Vallina

El papel con el que se imprimían los periódicos en las primerasdécadas del siglo XX contenía una gran cantidad de lignina, una delas sustancias que producen la mutación cromática que da el típicocolor amarillo a los diarios viejos y que, además, los resquebraja y losdebilita. Los periódicos que integran la muestra “Prensa y GuerraCivil Española. Periódicos de España e Iberoamérica 1936-1939”,curada por el periodista español Josep Bosch, que se exhibió en lasgalerías del Centro Cultural Parque de España entre el 17 de mayo yel 3 de junio, sobrevivieron a la corrosión producida por la lignina.Bosch fue el coleccionista que rescató los periódicos que integran lamuestra y logró detener el proceso que culminaría, si no fuera por larestauración, en la disolución y el polvo.Esa preocupación por preservar la memoria y construir un archivocon las publicaciones que sobrevivieron a la represión, la censura ya su propio deterioro, se inscribe, desde el punto de vista de laspolíticas del Estado español —lo que hoy equivale a decir, desde ellugar que está ocupando el recuerdo en el núcleo de la formación deuna nueva ética democrática a nivel internacional—, en la voluntadde convivir con un presente que incluya el pasado histórico, untiempo “presente pasado” que afronte sus responsabilidades: “Nosencontramos en un momento tendiente a valorar el sufrimiento y elrecuerdo de todos los que conocieron, desde uno u otro bando, laspenalidades de la guerra”, como afirma Alfons Martinell, directorgeneral de Relaciones Culturales y Científicas del gobierno español,en uno de los prólogos del catálogo que acompaña la muestra. Ydesde un análisis crítico de la historia y la cultura, esta voluntad deconstruir archivos que, a su vez, permitan la intervención historio-gráfica y ayuden, además, a reponer los debates, las tensiones y lasdisputas de una época, puede leerse, según el crítico AndreasHuyssen, “como uno de los fenómenos culturales y políticos mássorprendentes de los últimos años. El surgimiento de la memoria esuna preocupación central de la cultura y la política de las sociedadesoccidentales, un giro hacia el pasado que contrasta de manera nota-ble con la tendencia a privilegiar el futuro, tan característica de lasprimeras décadas de la modernidad del siglo XX”. Si la concienciadel tiempo de la modernidad que buscaba “asegurar el futuro” pue-de leerse en las fotos de los jóvenes milicianos republicanos queilustran las tapas de diarios destinadas a insuflar ánimo y coraje,como el barcelonés La Vanguardia o el madrileño Ahora, quizás, laconciencia de fines del siglo XX y de principios del XXI, que buscaen la recuperación de la memoria histórica una nueva fuente deenergía y de sentidos, la portan hoy los nietos de esos jóvenes moder -nistas, los llamados “nietos de la Guerra Civil” que, después desetenta años, se atreven a hacer las preguntas que no hicieron suspadres en la época de la transición. Y si bien muchas de estas pre-guntas se producen de modo más visible en el campo de la historia,la literatura, la prensa y las asociaciones civiles que buscan princi-palmente reparaciones simbólicas, nadie ignora que esa búsquedade historia no puede sólo producir efectos en los distintos camposprofesionales, sino también en el campo político. Paloma AguilarFernández es historiadora, nació en 1965 y es una exponente de lageneración de los llamados “nietos de la guerra". Es autora deMemorias y olvidos de la Guerra Civil Española y en esta entrevista

con Transatlántico repasa los debates sobre el conflicto, ladictadura franquista y la transición en España.

—Nunca, desde el fin de la dictadura franquista hasta hoy,dejaron de aparecer decenas y decenas de libros, películas yensayos sobre la Guerra Civil Española. Sin embargo, reapa-rece en diversos ámbitos la acusación sobre el olvido y elsilencio que pesa sobre el tema. A propósito, un historiadorespañol muy crítico con los estudios de memoria, SantosJuliá, plantea en el libro Memorias de la guerra y del fran-quismo—en el cual participás con un artículo—, que lo quecambia es la “percepción sobre el tema pero que la guerra ensí “nunca se dejó de discutir”. ¿Si, entonces, es esa percepcióndiferenciada según los diversos contextos histórico políticosla que modifica la visión de la guerra y la dictadura, cómo fuela evolución de esa percepción según las épocas?—Yo creo que para hacer una distinción de las diferentes percepcio-nes de la memoria histórica en torno a la Guerra Civil hay que dis-tinguir entre tres ámbitos que funcionan de forma relativamenteindependiente y que tienen trayectorias distintas a lo largo de lademocracia, de la transición a nuestros días. Hay un ámbito de pro-ducción cultural donde hay bastante oferta. Pasa que esa oferta fuevariando desde los inicios de la transición al presente. Ahora, hayun tipo de producción vinculada con la reivindicación de la memo-ria que se interesa más en los aspectos represivos del régimen. Esverdad que estos temas también se abordaban en la época de latransición, pero no de una forma tan exhaustiva ni tan apabullante.Muchísimas de las publicaciones que hoy se editan sobre la GuerraCivil tienen que ver con la represión. El libro que editó Santos Juliásobre la violencia en la Guerra Civil en los últimos años tuvo quellegar a la conclusión que la mitad de las provincias españolas noestaban suficientemente estudiadas para que hoy en día pudiéra-mos saber la dimensión de la violencia ejercida por los dos bandos

durante la guerra. Es verdad que hay un vacío de investigación quese intenta cubrir en estos últimos años y que una parte de esa inves-tigación —que tiene un tono muy reivindicativo de la causa republi-cana y de exaltación de la memoria de los que perdieron la guerra—,demanda poner en tela de juicio la falta de medidas de justiciaretrospectiva que hubo en España a lo largo de la transición. —Vos hacés un análisis de otros dos ámbitos en los cuales esposible analizar los diferentes momentos de la relación quela sociedad entabla con la producción de relatos y reivindica-ciones de memoria: el social y el político. —En el ámbito social, lo que ocurre en la transición es que la mayoríade los españoles lo que quiere es mirar hacia el futuro y no removerlos aspectos más dolorosos del pasado. Entonces, sobre la GuerraCivil se llega a una especie de acuerdo muy general y un tanto vagode culpabilidades colectivas sin entrar en mucho detalle en quiénmató más y quién fue responsable de que se desencadenara la gue-rra. Simplemente, hay una especie de reconocimiento general deque en los dos bandos se cometieron atrocidades que nunca másdeben repetirse. Es interesante la comparación con el Cono Sur por-que allí es nunca más la violencia de Estado, nunca más el terroris-mo de Estado, nunca más las atrocidades cometidas por el Estadocontra los disidentes, mientras que aquí el nunca más no es contrala dictadura franquista sino que es contra la Guerra Civil.Entonces, hay un consenso sobre la Guerra Civil en ese sentido,pero no hay un consenso sobre cómo interpretar la dictadura ni quéhacer con ella. Es un pasado muy incómodo, ha durado muchosaños, ha tenido un nivel de respaldo social que no es desdeñable,aún en el momento de la transición ya muchos españoles estabandispuestos a vivir en democracia siempre y cuando la democraciales garantizara que bajo ese sistema no se iba a desencadenar unaGuerra Civil como había ocurrido en los años 30 con la República.En los 70 y principios de los 80 —que es cuando se produce la tran-sición—, lo que quiere la mayor parte de los ciudadanos es olvidarsede su pasado, que es un pasado muy incómodo y mirar hacia elfuturo. Entonces, si uno observa cuáles fueron las películas que máséxito tuvieron, no fueron las que tuvieran que ver con el pasadoespañol, pero en los casos en los que sí, eran las que tenían unavisión más bien conciliadora de la Guerra Civil. —Pero en los 90 llegó a la vida pública una nueva generación,la llamada de los “nietos de la guerra”.—Claro. Llega una nueva generación que es la de los “nietos de laGuerra Civil”. Una generación a la que yo pertenezco. Lo que nosdiferencia es que no tenemos ni las implicaciones directas de nues-tros abuelos que lucharon en la guerra, ni el trauma de la guerra y laposguerra de nuestros padres, que les hizo silenciar mucho de loque había ocurrido por miedo a las represalias, y cargar con ciertaincomodidad por haber convivido por tantos años con una dictadu-ra tan represiva. El crecimiento económico en los años 60 fue apa-bullante y se benefició una parte muy importante de la sociedad. Esen ese momento, el de la formación de una clase media sólida enEspaña, cuando se consolida esa visión ambivalente que tiene unaparte de la generación de nuestros padres hacia la dictadura queentra en crisis con la llegada de otra generación. La evolución del derecho penal internacional y la lucha de las orga-nizaciones internacionales de derechos humanos contra la impuni-dad de los dictadores y de las dictaduras represivas hacen que losnietos vuelvan a mirar atrás y se pregunten por qué en España no seadoptaron determinados tipos de medidas en la transición a lademocracia. —¿Es esta generación la que vuelve a poner en tensión quizásno tanto el tema de la guerra sino el de la dictadura deFranco? —Es que los dos temas están muy ligados y son difíciles de desanu-dar. Sobre la Guerra Civil sigue habiendo un cierto consenso encuanto a la barbarie que practicaron los dos bandos, aunque cadavez hay un consenso mayor en que en el hecho de que se desenca-denara una Guerra Civil tuvo la culpa quien organizó y dio un golpede Estado contra un régimen que, con todas sus insuficiencias ydefectos, había sido legalmente instituido y era una democracia. Esquien desencadenó un golpe de Estado que ganó solamente lamitad del territorio, quien en última instancia fue responsable deque se desatara una Guerra Civil en toda España. Y luego hay unaguerra de cifras sobre quién mató más y cuál fue el método represi-vo más condenable en términos éticos. Sobre este punto, la mayorparte de los historiadores de más reputación han llegado a la con-clusión de que aunque las cifras son incompletas, en la mitad de lasprovincias que sí están exhaustivamente investigadas, frente a loque había dicho el franquismo, resulta que los franquistas hanmatado más y el tipo de represión fue mucho más sistemática ymucho más apoyada por las autoridades que en el caso de las delbando republicano —donde al principio hubo una represión muydescontrolada, porque el mando republicano era muy plural y muycomplejo—, que desde el principio condenaron esas prácticasrepresivas expeditivas que no tenían ningún tipo de legalidad. Estasdos reacciones tan distintas de los dos bandos y el hecho de que lacantidad de los crímenes fuera superior en un bando que en otro es

una cosa que cada vez queda más claramente establecida. Luegovino la posguerra y aunque todavía no están cuantificadas con exac-titud las ejecuciones políticas que comete la dictadura de Franco, seestima que son unas cincuenta mil. Hablamos de cincuenta milejecutados legalmente; porque esta es otra gran diferencia impor-tante respecto de las dictaduras del Cono Sur porque el franquismono oculta la mayor parte de sus crímenes, hay juicios públicos, haysentencias públicas amparadas en una legislación que ha creado elrégimen que tiene una preocupación por la legalidad aunque, claro,también hay muchísimas ejecuciones extrajudiciales. De esas atro-cidades que se cometen en la posguerra ha habido poco debatepúblico.—Entonces, ahora hay una nueva generación que lo que hacees revisar esa historia, no porque nunca se le haya prohibidoa nadie investigar sobre ese período sino porque esa genera-ción mira esa etapa con sorpresa y se da cuenta de que en latransición no se hicieron cosas que sí se han hecho en otrospaíses de revisión del pasado desde una perspectiva de justi-cia retrospectiva. —Esa sorpresa surge al mirar lo que ocurrió en el tercer ámbito, elpolítico. Mirar, por ejemplo, el Parlamento, donde lo que hay esuna especie de acuerdo tácito por no utilizar el pasado como unarma arrojadiza. Ese pacto funciona durante muchos años y es loque hace que todos estén de acuerdo en reconocer la culpabilidadcolectiva por la Guerra Civil, no hablar mucho de la dictadura, másbien dejarla de lado y concentrar los esfuerzos en aprobar unasnuevas reglas del juego que permitan el establecimiento de unademocracia en España.—Pero en los años noventa esos pactos empiezan a resque-brajarse. —Estos acuerdos políticos empiezan a tambalearse un poco amedida que el Partido Socialista, en los años 90, empieza a perderespacios de poder y considera que para desacreditar a la derechahay un instrumento que no ha utilizado, que es que la derechaespañola —parte de ella— procede del régimen franquista. En elcamino a la democracia hay una ruptura gradual pero no una rup-tura drástica con el pasado. Una transformación legal, lo que lla-man aquí “de la ley a la ley”. De las propias leyes del franquismo seevoluciona hacia formas democráticas. La izquierda, entonces,empieza a pensar que una forma de desacreditar al adversario ideo-lógico es echarle en cara el pasado franquista. Sobre todo una vez que el Partido Popular llega al poder, el socialis-mo empieza a hacer proposiciones de condena a la dictadura que

La derrota de la lignina Una muestra sobre la Guerra Civil Española dispara reflexiones y preguntas sobre ese conflicto, la dictadura posterior y la transición a la democracia.

Los fusilados de Fontanosas

Durante la Guerra Civil, a muchos les tocó combatir en unbando u otro según en qué territorio estaban. Podía tratarsede un republicano que vivía en una comunidad controladapor los nacionales que no había llegado a escapar y su únicaopción ante el fusilamiento seguro era combatir para elbando dominante. Este tipo de historias no era una novedadpara los españoles. Sí, en cambio, lo fue la carta anónimaque recibió en abril de 2004 Emilio Valiente, el alcalde deFontanosas, una aldea de la provincia de Ciudad Real, en laque un hombre confesaba que en 1941, mientras cumplía conel servicio militar, fue obligado a fusilar a unos vecinos de laaldea. En la carta se indicaba con precisión el sitio en el quehabían sido enterrados los fusilados.

Al investigador Francisco Caudet, de la UniversidadAutónoma de Madrid, le llamó la atención, al oír esa noticia,“que no se hiciera la menor referencia a que eran soldados delejército franquista los que fueron obligados a cometer esecrimen y que, por tanto, el responsable del crimen era elrégimen de Franco”, como señala en su artículo “Las abarcasde Fontanosas, o cuando la memoria/escritura es lamemoria/escritura de uno mismo”, publicado en el número 8de Olivar. Revista de Cultura y Literatura. El pedido del exsoldado se cumplió de inmediato. El alcalde ordenó abrir lafosa y allí lo primero que apareció fueron un par de abarcas,el calzado que usaban los campesinos pobres en esos años,hecho con gomas de neumáticos. “Tienen que ser ellos, aquí anadie se le enterraba con calzado de trabajo; siempre con susmejores zapatos, por muy pobre que fuera, y si no, descalzos”,dijeron las mujeres más viejas el sábado que todo el pueblode Fontanosas se reunió frente a la fosa, según contaron lascrónicas del día.

4. más sobre españa enguerra: p.16

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no había impulsado cuando era él quien estaba en el poder.Entonces, como en la primera Legislatura conservadora el PP notenía mayoría absoluta, se logran aprobar una serie de medidas.Pero ya en la segunda Legislatura, el PP tiene mayoría absoluta ybloquea este tipo de iniciativas. Lo que ocurre después con el socia-lismo en el gobierno es que se ha producido un cambio generacio-nal y (José Luis) Zapatero, cuyo abuelo fue fusilado por los fran-quistas, pertenece a la generación de los “nietos de la Guerra Civil”.Yo creo que esta nueva generación de socialistas, igual que otrossectores, tiene una mirada de menor inquietud a la hora de mirar elpasado porque no considera que la democracia se vaya a desestabi-lizar por ello ni que los arreglos fundacionales vayan a tambalear.Simplemente es una cuestión de justicia hacia las víctimas tratar dereparar algún tipo de lagunas que todavía existen, sobre todo en tér-minos simbólicos. —¿Hasta dónde pueden llegar las reivindicaciones de justiciaretrospectiva o reparación simbólica? —En principio, en términos de reparación material se ha avanzadomucho desde el principio pero se ha hecho en forma muy gradual ytodavía quedan algunas zonas pendientes. En cambio, en cuanto ainiciativas de reparación simbólica, en España no existe nada equi-valente al Museo de la Memoria de Rosario, ni al Museo de la Esmaen Buenos Aires. Es más, El Valle de los Caídos (un gigantescomonumento funerario tallado en piedra ubicado en las afueras deMadrid y situado en la cima de un cerro en el que están sepultadoslos restos de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera)sigue igual desde el día en que sepultaron a Franco. Yo no creo quehaya que derribarlo porque es una parte de la historia que se debeconservar como museo, pero hoy el sitio no está señalado sino quefunciona, de alguna manera, con su sentido original, como sitio deperegrinación y homenaje. Existe un proyecto en el Parlamentopara convertirlo en una especie de museo y decir de forma explícitaque fueron los presos políticos de la dictadura los que arriesgaronsus vidas y construyeron el monumento. Pero lo que el gobierno nose atreve a hacer es a trasladar los restos de Franco y de Primo deRivera de allí y mientras no se trasladen los restos de estas dos per-sonas este monumento seguirá siendo un lugar de peregrinación dela extrema derecha.—¿Como lo es hoy?—Es que no ha dejado de serlo nunca. Lo que pasa es que la extremaderecha en España es muy poco importante. No hay un solo partidode extrema derecha que haya obtenido, salvo en el año 79 cuandoobtuvieron un escaño, representación parlamentaria. Y aunque laextrema derecha no sea una fuerza importante, el 20 de noviembre,que es la fecha en la que se conmemora el aniversario de la muertetanto de José Antonio como de Franco sigue yendo allí la extremaderecha “a celebrar el caudillo”, como ellos dicen. —¿Existe algún museo de la República, o de la Guerra Civil?—Para nada. En toda España no hay un solo museo de la GuerraCivil ni tampoco un monumento a las víctimas de la dictadurafranquista. En mi libro Memorias y olvidos de la Guerra Civil cuentoque hay un pequeño monumento que existía desde hacía muchísi-mos años para conmemorar a los españoles que habían muerto enla guerra contra la invasión francesa de principios del siglo XIX. Esemonumento se reinaugura en el año 85 con motivo del décimo ani-versario de la coronación del Rey que es lo mismo que el décimoaniversario de la muerte de Franco. Como el Rey en España siempreha querido vincularse a la idea de la reconciliación nacional, se rei-naugura ese monumento y se lo nombra como el monumento atodos los que cayeron por España, incluso en la Guerra Civil. En elacto no se hace ninguna alusión a la guerra pero el Rey lleva unospocos ex combatientes del bando republicano y a unos pocos delbando nacional como muestra de confraternización. Como que esemonumento intentaría simbolizar aquello que no puede simbolizarEl Valle de los Caídos. Pero ese monumento no lo conoce casi nadiey está rodeado de una valla, muy cerca del Museo del Prado. —¿Pero se está discutiendo montar algún espacio de memo-ria sobre la República? —No. —¿Te llama la atención que los sectores que se reivindican deizquierda, o que por lo menos han mantenido esa tradición yno han renegado de ella no construyan o recuperen un espa-cio donde esa historia se vuelva visible?—Es que esos grupos no han mantenido ideológicamente esa tradi-ción. ¿Qué rechazan? Durante la Segunda República había genteque consideraba que su idea partidista de República era superior ala idea de democracia. Entonces hubo gente que defendió de unaforma muy sectaria la República entendiendo que la República eralo que ellos creían que era. Entonces, en España, el ideal de demo-cracia no es la República, salvo por lo que se refiere a determinadostipos de políticas culturales que hoy en día se recuerdan con nostal-gia por parte de la izquierda, porque entonces sí se aprobaron una

serie de medidas muy revolucionarias en su época y muchas másque hubieran sido muy deseables si el gobierno republicano hubie-ra continuado durante más tiempo.Pero mucha gente también reconoce que durante ese régimen seampararon una serie de prácticas que no son deseables para la ideaque tenemos de cómo debe funcionar una democracia. Si hoy endía si hiciera una encuesta sobre el tema, la visión positiva no seríamayoritaria y la visión negativa todavía estaría muy extendida. Poreso, a medida que llegan otras generaciones a la esfera pública, porcuestiones ideológicas a veces se soslayan los aspectos más negati-vos de la República e incluso se llega a reivindicar, y más aún, amitificar esos aspectos más positivos de aquella primera experienciademocrática. Esto tiene sentido porque la Segunda República fue tan denostadadurante la dictadura que le atribuyó la culpa de todo lo que habíaocurrido y, luego, durante la transición nadie se atrevió a reivindi-carla. Entonces, hay de nuevo un movimiento reivindicativo de queesa experiencia no debería haberse truncado y que si se le hubiesendado más oportunidades podría haberse consolidado. —¿Con qué obstáculos se topa este movimiento reivindicati-vo que cuestiona los pactos que sostuvieron la ausencia deltema de la dictadura durante la transición?—Hay, por ejemplo, archivos militares que están desordenados.Hablamos de los que están porque hay algunos archivos que sehicieron desaparecer justo a la muerte de Franco —como gran partede los de Falange Española—, y tardas muchísimos días en buscar ladocumentación. Durante muchos años fue muy difícil consultaresas fuentes que aún no están sistematizadas. Pero más significati-vo es que hay ciertas cosas que si hoy en día publicas puedes tenercierto tipo de problemas. Como el caso de un investigador enGalicia que publicó los nombres de las personas que delataron agente que luego fue ejecutada por la dictadura y los nietos de esosdelatores han ido contra el historiador. Hoy sigue siendo muy difícilconocer el perfil del delator; ya no de los últimos años del franquis-mo sino de los primeros. En los hechos hay una especie de acuerdono escrito de no publicar los nombres de los responsables. Estopondría fuera de sus casillas a Santos Juliá y a otros, pero yo nuncahe visto publicados los nombres de los responsables de las delacio-nes o un listado de los jueces que más sentencias de muerte dicta-ron en los años 40 o de los que testificaron en contra de personasque luego se ha sabido que no tenían delitos de sangre. —¿Forma parte del pacto, de las cosas que no se hablan,conocer mucho más el perfil de las víctimas que el perfil delos represores?

—Forma parte de los acuerdos. En ningún momento se dice explí-citamente “no podemos hablar del pasado ni rendir tributo a lasvíctimas”, ni se afirma “no podemos reparar económica y material-mente a las víctimas”, pero sí, de alguna forma, empezar a hurgar —como se dice en España, los verbos que se usan aquí son muyreveladores: desenterrar, hurgar, remover—, que es una forma dereferirse a lo que se está haciendo ahora, que es exhumar cadáveresque son de los años treinta, no le gusta a mucha gente. En fin, yocreo que a nadie debería escandalizar esto, que los familiares lesden una sepultura digna a víctimas de los años 30. No tiene ningúnsentido, como algunos sostienen, que esto afecte la democracia,que sería muy vulnerable si fuera a tambalear por este tipo de repa-raciones. Fue con la llegada del último gobierno que por primeravez se están dando subvenciones públicas para que las asociacionesde víctimas lleven a cabo acciones de tipo simbólico, como lasexhumaciones pero también la colocación de, por ejemplo, una pla-ca en un pueblo en memoria de las víctimas del franquismo. —¿Quiénes se oponen a estas políticas de reparación de lamemoria histórica?—Esta es la posición de la generación mayor del Partido Socialistaen España. Aquí hay una línea de ruptura generacional, entoncesgente que puede votar al mismo partido que yo, pero que es de lageneración de mis padres, no está de acuerdo conmigo en este tipode cosas. No está de acuerdo Santos Juliá, y yo no tengo el mismodiscurso de gente de izquierda más radical o las asociaciones de víc-timas que tienen una visión de la historia distorsionada y sectaria. —¿La justicia retrospectiva entra en este tipo de reparacio-nes? —En España a nadie se le ocurrió llevar a juicio a los funcionariosde la dictadura. Lo máximo a lo que se están acercando ahora algu-nas fuerzas políticas es a intentar conseguir que en el Parlamento seanulen las sentencias judiciales de los años cuarenta, que causaronesas 50.000 ejecuciones. Amparándose en que esas sentencias sedictaron bajo una legislación injusta, discriminatoria en términosideológicos, y que los juicios se celebraron sin ningún tipo degarantías legales.—¿Cuál es tu posición en relación con los debates que circu-lan respecto del testimonio y su validez para construir elrelato histórico?—Mi posición particular es que historia es una cosa y memoriaotra, pero yo no trazaría una distinción tan drástica como hacenSantos Juliá u otros autores. Yo considero que la historia debe ali-mentarse de una pluralidad de fuentes. Y si bien no puede alimen-tarse sólo de testimonios orales tampoco debe desaprovecharlos. No quiere decir que todos los testimonios sean válidos ni que conel tiempo no haya gente que haya distorsionado su propia experien-cia. Frente a eso, hay que trabajar con muchos testimonios paracontrastar y saber las cosas incontrovertibles, las polémicas, a loque se le suman las percepciones subjetivas de cada persona. Lalabor del historiador será contrastar la validez de esas fuentes, seanescritas u orales. Por otra parte esta descalificación global de lasfuentes orales es muy curiosa porque los historiadores durante todasu existencia han utilizado memorias de protagonistas de los acon-tecimientos como parte de las fuentes válidas para construir la his-toria. En muchos casos las fuentes escritas también mienten o dis-torsionan la realidad, y no por eso se han escrito tratadosdescalificando las fuentes escritas.—¿Qué falta investigar?—Desde un punto de vista historiográfico, falta mucho por saberdel franquismo. La mayor parte de las investigaciones se han dedi-cado a los primeros años del régimen, que son los años de la repre-sión, y de ese período quedan muchas cosas por investigar; no hayni siquiera un listado de las personas que fueron fusiladas por elrégimen. En cuanto a la dimensión pública, falta debatir muchosobre el franquismo. Y no hay fuerzas conspirativas que lo impidan,sólo que hay muchísima gente que no quiere que el debate políticocoloque ese pasado en un lugar muy visible. ≈

La derrota de la lignina...

Para una historia de la transición Para los españoles, la transición refunda un concepto de democracia y es —sostiene Paloma Aguilar Fernández— “el período dela historia con el que están más reconciliados”. En las encuestas hechas en España en los últimos años, un ochenta por cientocontesta que “siente orgullo por el modelo de democracia instaurado a la muerte de Franco”. Esa valoración no es tancontundente entre los más jóvenes, una franja en la que tiende a disminuir, pero sigue siendo abrumadoramente mayoritario elporcentaje de gente que reivindica el período, según consigna la historiadora, que investiga actualmente el contexto de violenciapolítica que acompañó los primeros tramos del proceso y que, sin embargo, ha quedado desdibujado en la imagen dominante. “Hay gente que ha tendido a mitificar la transición minimizando todo lo que tuvo de violencia y de tensión, que fue muchísima —dice Aguilar Fernández—. Estoy haciendo una investigación sobre la violencia en la transición y fue muy elevada. No sólo la deETA, que desde luego fue la más importante. La extrema derecha también llegó a matar a lo largo de la transición a cerca desetenta personas. Y también hubo un comportamiento brutal de la policía a la hora de reprimir manifestaciones pacíficas y alcombatir el terrorismo. En muchos casos, la violencia de extrema derecha estuvo amparada por una cierta tolerancia por partedel aparato policial y de algunos jueces que habíamos heredado de la dictadura y que se comportaron con mano blanda conaquellos grupos de derecha que mataban a gente del entorno de ETA o a gente independentista vasca o a manifestantes deizquierda que reivindicaran cualquier cosa de forma pacífica. Por cierto, con la colaboración de grupos de extrema derechaargentinos que tuvieron una presencia importantísima en la transición española junto con grupos de extrema derecha italianos.En mi investigación aparecen nombres argentinos por todos los lados, sobre todo vinculados a la Triple A. Hay gente que vuelvela mirada atrás y te habla de la transición como si fuera un cuento. Eso no es cierto, hubo momentos de mucha tensión y,precisamente, yo creo que la memoria traumática de la República actuó de forma eficaz en cuanto a la contención de las fuerzaspolíticas y de la tolerancia al adversario, porque la violencia y la tensión era lo que hacía creíble que pudiera otra vezdesencadenarse un conflicto en España y eso era lo que nadie quería”.

Cecilia Vallina es periodista y licenciada en Comunicación Social por la UniversidadNacional de Rosario.

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Arte, cultura & desarrollo 11

Enrique Carné

Al poco tiempo de haberme mudado, co -mencé a reparar en él. A determinada horadel mediodía, su oblicua presencia solíaflanquear mi paso rápido por la esquina deAlvear y Urquiza. Y sin que al principio mellamara particularmente la atención, surepetida aparición fue dejando en mí unaestela de curiosidad incipiente. Entonces,entre las cosas habituales que mi vista ibatanteando al pasar por esa esquina, yo loadvertía un poco al sesgo, a la manera de unaimagen fuera de foco, envuelto en esa suertede telaraña mental en que nuestra percep-ción de lo exterior parece fundirse a vecescon ciertos devaneos íntimos que uno varumiando mientras avanza por la calle. Enese territorio, marcado por el tiempo imagi-nario que dura un parpadeo, comenzaron atener lugar “nuestros encuentros”. Y algo queno me atrevería a llamar una relación fuecreciendo en esos cruces recurrentes. Poraquellos días, la tentativa de registrar estosprimeros tanteos se diseminó rápidamentecomo un cáncer entre las anotaciones almargen que pueblan mi agenda periodística.Allí, sin aludir a la atmósfera interior de laque había brotado, mi ubicua curiosidad porél tuvo una primera entrada más bien insig-nificante: “Un gordo de barba pelirroja ycabellera de león también color zanahoria,de unos 40 años, echado en posición dereposo en la vereda, empinando invariable-mente un botellón plástico de dos litros deCoca Cola, que me hizo pensar en un lucha-

dor de la troupe del legendarioMartín Karadagian”.

¡Qué fácil hubiera sido liquidar el asuntosi el gordo en mi agenda hubiera sido,supongamos, un dirigente gremial con un

reclamo preciso para volcar en una nota! Pero no. Lo nuestro era otra cosa. Aunque

temo que, eliminado el vago marco subjeti-vo, nadie en su sano juicio hubiera sospe-chado el espesor dramático contenido trasestas líneas: “Es bizco. Absolutamente estrá-bico. Pero más allá de esa particularidadóptica, hay sin duda otra que lo lleva aesquivar nerviosamente la mirada cuandopercibe que lo observo”. Aún me estremezco de emoción al recor-

dar el instante de ansiedad en que, al abrirde golpe mi agenda en la calle, encontré unblanco apropiado para estampar lo siguien-te: “Según el kiosquero, está medicado. Lamadre y una tía ancianas se ocupan de él.Viven los tres solos en un viejo caserón de lacalle San Lorenzo. Siempre sale a la mismahora, compra una Coca Cola de dos litros,bien fría, en verano y en invierno, y se la vatomando sin apuro acomodado en esaesquina, sin molestar a nadie, todos los días,durante una o dos horas, echado en la vere-da, hasta que una de las ancianas viene abuscarlo, lo agarra de un brazo como a unchico, le dice algo al oído o le acaricia lacabeza, y lo va llevando con paciencia para lacasa”. Pronto, los acontecimientos de lainformación local que reclamaban un lugaren mi agenda quedaron sepultados bajo unamaraña espesa de tachaduras y frases incon-clusas con las que yo intentaba en vano acer-carme cada vez más a “mi presa”. De nada me sirvió dejar de pasar por esa

esquina durante meses. El daño ya estabahecho. Y justo en el momento en que ya mecreía a salvo se produjo, fatalmente, la recaída. Una negligencia suicida me empujó a

volver a casa tomando por el camino prohi-bido. Sin darme cuenta, entonces, yo ibaavanzando por calle Alvear, a la altura de

Córdoba, repasando mentalmente algunasprioridades de la tarde, entre las que figura-ba transcribir una entrevista realizada a pro-pósito de la presentación de un libro que yohabía ido a “cubrir” para la sección “cultural”de un semanario local. Pero lo cierto es quesi algo me había quedado de esa lecturaobligada y de la posterior charla con el autor,era cualquier cosa menos el deseo de ocu-parme del asunto. Obligándome a oírlavarias veces en los últimos días, la grabaciónde la entrevista daba vueltas en mi cabeza,torturándome. Pese al tono amable y al idea-rio humanista que iba desgranando, a míme parecía que la vocecita del entrevistadorezumaba —cómo decirlo— una excesivacomplacencia y un terco apego al sentidocomún. Por mi parte, durante la entrevistayo me había mantenido dentro de los límitesde mi propia idiotez. Y me felicitaba poresto. Hubiera sido inútil intentar avanzarcon las preguntas, tratar de perforar esasuerte de dispositivo blindado en el que cadapieza parecía integrarse sin conflicto apa-rente a una unidad superior: autor, imagenpública, nombre propio, escritura. Nuncaun escritor me había parecido tan idéntico asu foto en el suplemento cultural del diario,con la tapa del libro y el precio abajo. Era unartefacto semiótico eficiente, identificadocon ciertas ideas generales que, en el planode lo público, funcionan fácilmente comofaros de la “corrección política” y el “com-promiso social”. A su manera resultaba unlibro irreprochable. Cargado, además, deuna larga lista de pretensiones, que el pro-pio autor había ido delimitando en torno allibro a lo largo de la entrevista, subrayandosu intencionalidad crítica, su marco ideoló-gico, su pretendida filiación a “una larga tra-dición en la literatura Argentina cuyo para-

digma mayor es Operación Masacre deRodolfo Walsh”. Pese al patetismo que exu-daba su apuesta temática, “a medio caminoentre la ficción y el periodismo”, que ya des-de el título prometía una suerte de excursiónpor el “mundo de la marginalidad y la delin-cuencia”, a mí me parecía que el libro en -con traba su punto más alto en la inofensivaligereza de un best seller. Sin embargo elautor insistía con otra cosa: “La potenciadramática del tema tratado...”, lo oí repetir alo largo de la entrevista, como si estuvieraconvencido de que la mera utilización dedeterminados referente reales serviría paragarantizar ciertos efectos en el plano narra-tivo. “Mi maestro”, había dicho citando aTomás Eloy Martínez, a quien por momen-tos volvía a aludir llamándolo “Tomás”, asecas, y cuya mención parecía servirle a lamanera de una muletilla para redondearuna frase o rematar una anécdota. ...“Tomás, Tomás”, yo oía este nombre

repiqueteando en mi mente, como un sona-jero en una habitación vacía, mezclándoseahora con los ruidos de la calle, con el tibiosol otoñal calentándome la cabeza, mientrasavanzo por calle Alvear hacia Urquiza.Antes de llegar a la esquina, comprendo

que estoy perdido. A menos de diez metros,distingo al pelirrojo, los reflejos de su pelocolor zanahoria destellando en la humeanteluz solar, como un espejismo. Entonces, enlugar de retroceder, aprieto el paso. Y cuan-do llego junto a él, me detengo. Está sentadosobre las baldosas rotas de la vereda, con laespalda apoyada en la pared y las manosregordetas y blancas enlazadas entre lasrodillas de sus piernas recogidas. A su lado,todavía a medio llenar, veo el botellón de doslitros de gaseosa. “Tengo mucha sed”, meoigo balbucear. ≈

Nora Avaro

Voy a dar un paseo por el parque. No megustan los parques, ni los árboles, ni losarbustos, ni el cielo abierto, ni los pájaros,en verdad detesto los pájaros. Como vivocerca del parque por el que paseo, los pája-ros del parque hacen nidos en la chimeneade mi calefón, sobre todo en invierno, secalientan con la llama del piloto. Cuandoabro la canilla y se enciende la gran llamaescucho piar a los pichones, lavo los platoscon el piar de los pichones: es un simultáneoasqueroso. A veces huelo la carne chamus-cada. Un día llamé al gasista, cuando sacó latapa del calefón había esqueletos de peque-ños pájaros y algunas plumitas cenicientas.Las plumitas suelen volar por la casa, lasencuentro lejos del calefón, en el cuarto dehuéspedes, que es el que se barre menos,bajo la cama, adheridas a las cortinas, en lacaja postal, son pocas, dos o tres plumitaspor invierno. No me acostumbro a la hogue-ra de pájaros, pero la sobrellevo, vivo cercadel parque, bien enfrente del edificio de losTribunales, acepto que mi comarca incluyapájaros que vuelan y trinan, y trinan hasta ladesesperanza en los amaneceres y atardece-res de verano, y pájaros que arden en loscalefones, y abogados. Es raro, pero nuncaescuché a ningún vecino quejarse por la pla-ga de pájaros, es cierto que hablo poco conlos vecinos, un saludo en el ascensor, unacoincidencia en el portal, pero aún así eltema de los pájaros sería de considerar

en las reuniones del consorcio, unos cuán-tos pájaros mensuales achicharrados en loscalefones de los departamentos le daríancierto dramatismo a la fumigación periódi-ca, los altos costos administrativos, o los rui-dos molestos en horarios de descanso, perono sé, quizá mis vecinos perdieron el asom-bro, es dable perder el asombro si uno vivefrente a los Tribunales o concurre a reunio-nes de consorcio, y muy dable tambiéncegarse con el folclore de la comarca.Ahora caminé una cuadra, crucé la

rotonda y me interné en el parque. Hace unpar de años visité diariamente el museo queestá en el centro del parque, donde antesestuvo la casa de los jardineros o el depósitode herramientas de los jardineros, o algo así.Cada mañana, era verano, era febrero, losTribunales abrían las puertas giratoriasmedio ralentadas después de la feria, losabogados cargaban entre las carpetas deexpedientes fotos de la playa, cajas de alfajo-res, yo cruzaba el parque hasta el museopara leer las cartas de una mujer decidida. Aveces, pájaros entraban por las ventanas delmuseo, los empleados del museo palmetea-ban el aire marcando direcciones equívocaspara todos, para empleados, para lectores ymuy especialmente para el minúsculo cere-bro de un pájaro, y los pájaros se estrellabancontra los vidrios de las ventanas, y sangra-ban. Era un momento de gran distracción,todos en el museo abandonaban sus tareas y

mirando para arriba, los cuellos esti-rados como los de los gansos o

patos que nadan en el lagodel parque, seguían

con espanto el vuelo desorbitado de los pája-ros. Odio los pájaros, no tengo misericordiacon ellos, no me importaba dejar por unmomento las cartas de la mujer decididapara disfrutar del choque de los pájaros con-tra los vidrios de las ventanas del museo. Lamujer decidida me llevaba al parque todaslas mañanas de aquel febrero, era tan ame-na, escribía cartas exclamativas, entre un¡oh! y otro ¡oh! siempre algún pájaro sedesa n graba. Ahora que lo paseo me doy cuenta que

aunque no vengo nunca tengo algunosrecuerdos del parque, también están los de lainfancia, con el gusano nuclear y el globosaturno inflado de helio que escapó hasta elcielo, pero no veo necesario caer tanto másbajo. Cuando alguien llega por primera vez ami casa lo primero que anuncia es la suerteque tengo de vivir cercana al parque, el quellega supone un trato feliz y frondoso con elverde que a mí me resulta tanto más exóticoque una escalada al Aconcagua o una cami-nata por el Sahara. Suelo no responder a eseentusiasmo, pero hay días que gusto derecordarle al universo alguno de sus muchos,infinitos fastidios, y entonces le hablo al quellega de pájaros piando despavoridos enalgún círculo del infierno de mi calefón.Ahora llegué al lago, mi interés es subir la

montañita, necesito avistar los árboles delparque. Hace un montón de años, cuandolas generaciones hacían parques, unmontón de presos cavaron a pala ellecho del lago, cargarían pesadasbolas de hierro encadenadas alos tobillos, llevarían trajes a

rayas horizontales, no sé, es difícil imaginarahora la solidez de los presos en la insipidezgeneral del parque. Subo la montañita quelevantaron los presos con la tierra del pozodel lago y busco la panorámica que quiero.Sé que estoy queriendo un imposible, porquelo que me trae al parque no es el verde, ni lafronda, ni el cielo abierto y mucho menos elvuelo libertario de los pájaros que, por alete-os del destino, suele culminar en la chime-nea de mi calefón, sino el primer momentode la historia del parque. Es difícil saber cuálfue el primer momento en la historia del par-que y a la hora de la leyenda me gustaría ele-gir la tarde en que uno de los presos quecavaban el lecho del lago descansó un rato desu tarea y la juzgó absurda y tramposa. Perohay una foto santa, la vi un día en una expo-sición, no voy mucho a exposiciones, es el díade la inauguración del parque, está tomadadesde la montañita a la que ahora subo, hayseñores con sombrero, señoras con rodetes yalguien bajo una sombrilla. Me gustan todosellos, miran hacia el lago y el horizonte, y ahítienen un lago y un horizonte, pero antes delhorizonte hay los árboles ralos, raquíticos,enanos, apenas unos palos grises con tresvaras grises. Miro ahora hacia el lago desde

la montañita, el parque es hojaras-ca, pío pío y decepción. ≈

El paseo. Una mujer que detesta los pájaros encuentra esqueletos de aves achicharradas

en el fondo de su calefón. El fenómeno, que obedece a la cercanía de su piso con las copas de

los árboles que anticipan el Parque Independencia, la llevará a una nostálgica expedición.

El reportaje. Un periodista que deambula por la ciudad se topa con un enigmático personaje

que le recuerda a un luchador de Titanes en el Ring. La imagen se instala con fuerza en su cabeza

y amplía, como una gran lente a través de la cual mirar la realidad, las miserias de su profesión.

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5. más sobre el titán detitanes: p.16

6. más sobre la fotosanta: p.16

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12 Transatlántico

la música. En los libros de música hay unporcentaje altísimo de descripción de cómose viste el gaucho o de qué color son losponchos de las diferentes zonas; sin embar-go, las referencias a la música son muy chi-quitas. Y cuando llega el turno de hablar deeso, de la chacarera por ejemplo, uno ve quese escribieron apenas dos renglones y secambió de tema. Es decir: no hay un des-arrollo amplio del asunto, necesario paratodo aquel que quiera acercarse a estudiar lamúsica folclórica. Hay muy poco escrito.—Peromucho tocado...—Sí, mucho hay tocado... Lo que pasa quela palabra folclore es una palabra discutidahasta por el Chango Farías Gómez. Yo pre-fiero hablar de música criolla o de músicaargentina, incluyendo al tango, también,como la expresión de una zona. El tangoforma parte del folclore argentino, es el fol-clore de la región dominante y por eso tieneese rango. Pero para mi visión, el tango tie-ne el mismo rango de importancia que lavidala o la tonada cuyana. No se puede pen-sar que el tango es un cincuenta por cientode la música de aquí y el otro cincuenta, entérminos de importancia, es a repartirseentre el resto de los ritmos del país.—En su libro Efecto Beethoven, DiegoFischerman dice que la asociación delfolclore al fenómeno rural es una ope-ración interesada.—Bueno, creo que también es un fenómenorural y por eso se lo separa del tango. Lo quepasa que para el centralismo porteño el res-to del país es rural, aunque haya ciudades.El asunto es que a los que quieren definir alfolclore como una cosa estanca, demarcada,se les hace cada vez más difícil la tarea.

Porque, de hecho, hasta las regiones folcló-ricas casi ya no existen como tales, desde elmomento en que (Jorge) Fandermole puedecomponer una chacarera o una tonada, y untipo en Cuyo puede tocar una canción lito-raleña. Entonces esas barreras tan marcadasde regionalismo ya no van. Es cierto quecada uno conserva una característica, peroesa característica es más estilística que degénero. Me parece, sí, que el músico delLitoral, por ejemplo, está influenciado por

el paisaje. Y bueno, si a eso le queremos lla-mar lo rural del folclore, creo que es cierto.Pero nada más que por eso. El Negro(Carlos) Aguirre compone como componeporque vive cerca del río y porque le prestaatención a eso. Entonces su arte está marca-do no simplemente porque él viva en eselugar, sino porque él le está prestando unaatención determinada a ese entorno. Escomo si el tipo leyera una música que hay enel paisaje.

El percusionista Juancho Perone acaba de grabar en elTeatro Príncipe de Asturias del Parque de España suprimer disco solista, después de 25 años de trayectoria.Ser fiel a la herencia del folclore es conocerla, dice,aunque después se “rompa el molde”.

tradición y vanguardiaBombo,

Mi discotecaTempranamente, la discoteca de Perone fue heterogénea. “Por suerte tuve unamuy buena formación, y diversa. Tengo un hermano que me hizo escuchar a BillEvans y aMonk y a Jenny Tristano cuando sólo tenía quince años. Por otro, un tíoal que le gustaba el folclore y que me hacía escuchar a los Hermanos Ábalos y aLos Trovadores de entonces. Tuve la suerte de disfrutar simultáneamente detodas esas músicas”.

Ahora repasa cuáles son los discos a los que apela, casi siempre, en cualquiermomento del día: “Siempre vuelvo a caer en algunas cosas del CuchiLeguizamón y del Dúo Salteño, en Elis Regina, en Gismonti. Steely Dan me pro-voca una alegría inmensa, es una de las músicas que me produce felicidad ins-tantánea, como una droga que funciona conmigo. Sigo escuchando Oregoncomo el primer día. Algo del trío de Cumbo-González-Vitale. El Grupo VocalArgentino, Los Huancahuá, los Hermanos Ábalos. Ahora he vuelto a escucharcosas del rock sinfónico. Me puse a ver videos de King Crimson y de Zappa, conel beneficio del You Tube”.—¿Te interesa el jazz?—Me interesó mucho durante un tiempo. Ahora me cansa un poco pero nodejo de reconocer que es una muy buena gimnasia. Puedo seguir escuchandoincansablemente aMonk, a Evans. Puedo escuchar aMonk al lado de unazamba del Cuchi o una fuga de Bach. Son clásicos.

Gastón Bozzano

En algún cuarto de las distintas casas quehabitó Juancho Perone (Rosario, 1958, per-cusionista) hubo siempre, pendiendo dealguna de las paredes, reproducciones degrabados de Escher, el artista holandés queemprendió la quimera de representar en elplano construcciones imposibles, explorarel infinito y combinar dibujos que, trans-formados gradualmente, mostraran una uotra figura, según el punto de vista delobservador.Ahora, muchos años después de haber

tomado un bombo por primera vez, Peronereflexiona sobre su idea de edificar una per-cusión que en su seno esconda caminos ycompases diferentes. “De la rítmica siempreme fascinó eso de superponer una cosasobre otra. Como un cuadro de Escher queofrece una imagen doble, y en el cual vos, siquerés, te concentrás en algo y ves una figu-ra, pero si te concentrás en otra cosa, vesotra. Es un solo dibujo, pero que muestravarios… Podría definir lo que intento con lapercusión como una especie de cubismoque invita a otra forma de observación: des-armar algo para volver a armarlo y para quese pueda observar de otra forma. Algo queuno ve de una manera si se acerca, es otracosa cuando se aleja. Me fascina eso comojuego, y para mí eso está asociado muchocon lo visual”, dice Perone.Tanto ir de una casa a otra con los cua-

dros de Escher bajo el brazo, Peroneencuentra hoy (tras veinticinco años de tra-bajo profesional y más de treinta discos gra-bados), que esas reproducciones del holan-dés no han sido ni más ni menos que el cru-cifijo que iluminó su arte y el símbolo desus intenciones. De tanto mirarlas quizás,halló ahí un motivo y una razón paraemprenderla en serio con su fábrica de ilu-siones.Perone viene de grabar en vivo el 23 de

junio pasado el que será su primer CDsolista, en un memorable concierto en elTeatro Príncipe de Asturias del CCPE/AECIjunto a Carlos Aguirre (piano), EduardoSpinassi (piano), Lilián Saba (piano), RaúlCarnota (guitarra y voz), Marcelo Stenta(guitarra), Enrique Bevacqua (guitarra) yMyriam Cubelos (voz).De esto y de sus proyectos solistas, su

visión del folclore, la tensión entre tradicióny vanguardia, los clásicos de su discoteca,habló Juancho Perone con Transatlántico.—¿Qué es el folclore?—No soy un estudioso del folclore. Siempretomé del folclore, exclusivamente, la partemusical, o, mejor dicho, la raíz folclórica de

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Arte, cultura & desarrollo 13

—Recién hablabas de las regiones, ymuchas veces se desconocen las influen-cias de una región sobre otra, una espe-cie de influencia intra folclórica.—Claro que sí. Cuando el Negro Aguirre,ex profeso, se pone a hacer su proyecto conguitarras, se propone escuchar músicacuyana, porque en Cuyo es donde más seha desarrollado la música de raíz folclóricacon guitarras. Y entonces su primer discoparece un disco cuyano porque está pensa-do con ese concepto. Pero no está copiando,sino que él mismo se interesó por esa músi-ca y se pone él como meta tratar de sonary armar los temas con esa concepción cuya-na de las guitarras, con las voces super-puestas, con casi una ausencia de rasguido,con los acordes como resultantes de lasuma de las voces individuales de cada gui-tarra… O sea: hay un concepto artístico pre-vio del tipo para hacer eso, y, sobre todo,un gran trabajo.—En tanto una cosa dinámica y siempreabierta a los cambios, ¿puede serentonces el folclore la tradición?—Hay que sacarle la mochila de mala palabraal término tradición. Pues se lo asocia a loarcaico, a lo rígido, incluso directamente aconceptos fascistas, derechistas y reacciona-rios. La tradición no es eso. Es la herenciaque vos traés. Hay que ver qué hacés vos coneso, qué le agregás, qué podés aportarle. Perosiempre teniendo en cuenta que eso te lopasó alguien que estaba antes. Ya que esta-mos hablando del Negro Aguirre, que es unexcelente músico de la actualidad, compro-metido con su hoy, sigamos con él comoejemplo: él no nace de gajo; él existe porqueantes existieron y existen Eduardo Lagos, elCuchi Leguizamón, unmontón de gente que,antes, venía trayendo la tradición. ¿Y elNegro qué hace? Toma esa herencia, la tieneen sus manos mientras le toque hacer músicay la pasará al que le sigue, ya transformada.—¿Y a qué debe ser fiel entonces unmúsico cuando toca folclore?—Es complicado eso. Creo que ser fiel a laherencia es, básicamente, conocerla. Esa esla única fidelidad que hay que tener.Después, si vos querés romper el molde,estás en tu derecho, siempre y cuando sepasqué es lo que estás rompiendo.Generalmente las vanguardias, en todas lasmúsicas del mundo, lo que hacen es romperestructuras que están perimidas, o muyrepetidas, a las cuales conocen muy bien.Aquí a veces hay músicos que acceden alfolclore desde el jazz o desde la música clá-sica y creen que tienen un saber que los

autoriza a modificar o beneficiar algo queno conocen. Y eso es peligroso, porquepareciera entonces que ciertas músicas danun nivel de saber que autoriza a abordarotras y mejorarlas. Me parece que la únicafidelidad posible es, también, la honestidad.O sea: no buscar renovar nada. Uno debeser coherente con lo que siente. Nada más.Vuelvo entonces al caso del Negro Aguirre,un tipo que puede rever algo, puede reno-varlo todo, pero sabe qué es lo que estámodificando. También podría citar a LilianSaba, a Juan Quintero, a Fandermole, alCuchi Leguizamón en su momento, al DúoSalteño, o a Falú-Dávalos.—Toda gente con una buena formaciónacadémica...—Sí, por supuesto. ¿Alguien alguna vez sepreguntó cómo hizo lo que hizo el CuchiLeguizamón? El Cuchi estaba tan influen-ciado por un coplero como por (Claude)Debbussy, quizás en un cincuenta por cien-to. O por otros músicos de jazz, que a su veztambién estaban influenciados porDebbussy. Quiero decir que, a esta altura dela evolución de la cultura del mundo, negarese tipo de aporte es casi un suicidio. Seríameterse en una cápsula y empezar a morir.—¿Cómo reaccionás frente a ciertasexposiciones del folclore en los festiva-les, con grupos que simplifican y conuna fórmula exitosa levantan amiles deespectadores en los estadios?—No comparto estéticamente eso, porsupuesto. Pero básicamente lo que no com-parto es la mirada que tienen esos músicossobre nuestra música. Asociar como sinóni-mo de éxito de una música el llenado de unestadio y que la gente esté saltando, es unaidea impuesta, me parece, por otras músicas.Que el rock funcione de esa manera no quie-re decir que una expresión de la músicaargentina deba funcionar del mismomodopara ser exitosa. Había un concepto de TuchoSpinassi, que no sé si era de él, pero él lorepetía, que era algo así: “Hay que diferenciarentre la música popular y la música de difu-sión masiva. Que un disco venda millones yesté todo el día en la televisión y en la radio,no significa que sea popular. Es de difusiónmasiva, y está muchas veces impuesto poralgo”. Entonces, que algo sea popular, noquiere decir que deba llenar estadios de milesde personas saltando. No es el objetivo.—Contame cuáles son los percusionis-tas que te marcaron como bombisto.—Una clave de la infancia es DomingoCura. El tipo hacía regrabaciones y cosas deuna densidad particular. Si bien ahora lo

escucho y no me gusta, reconozco que él ledio un lugar a la percusión que nunca anteshabía tenido en la música folclórica. Luego,fuertísimo, el Chango Farías Gómez, quetocó como nadie la percusión, y RodolfoSánchez, en su trabajo con Raúl Carnota.Aunque tengo más influencias de otros.Tengo tanto de Bill Bruford como delChango Farías Gómez.—¿Qué es lo que te fascina de la rítmica?—De la rítmica siempre me fascinaron lascuestiones ocultas, eso de superponer unacosa sobre otra. Como un cuadro de Escherque ofrece una imagen doble, y en el cualvos, si querés, te concentrás en algo y vesuna figura, pero si te concentrás en otracosa, ves otra. Es un solo dibujo, pero quemuestra varios. Es una trama donde se mez-clan dos perspectivas o dos figuras. O tam-bién podríamos decir que hay varios planos:uno arriba y otro abajo. En lo rítmico tam-bién pasan cosas de ese tipo: vos podésenmascarar un compás con el bombo traba-jando en un compás determinado, en tantoel triángulo aparece haciendo un ostinatoen otro diferente, más grande o más chico.Entonces si te concentrás en el primer com-pás, en el que está tocando el bombo, viajása un lado, y si te concentrás en el segundo,el del triángulo, vas a otro. Como en aque-llas películas de Buñuel en las cuales se

plantea una historia con un tipo y la cámaraestá ahí, pero de repente entra otra personaa preguntar algo en esa escena y luego,cuando se va, la cámara también se va conél, y ahí se empieza a narrar otra historia.—¿Y cómo y cuándo se te ocurrió empe-zar a hacer eso?—Unamaestra de audioperceptiva, en laescuela, me hizo escuchar una vez a DaveBrubeck y también ahí, tempranamente,escuché esas mezclas que me fascinaron.Había compases trabados y mezclados. Ocosas superpuestas. Y te diría que inmedia-tamente que me puse a tocar comencé a rea-lizar esas mezclas. En los primeros trabajoscon Liliana Herrero, en sus primeros discos,hay mucho de eso. Hay varios pulsos simul-táneos dentro de un mismo tema. No se tra-ta de una polirritmia, sino de una especie decubismo, de otra forma de observación, depercepción: desarmar algo para volver aarmarlo y para que se pueda observar deotra manera. Me fascina eso como juego, ypara mí eso está asociado mucho, como dijeantes, con lo visual. ≈

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1 Juancho Perone2 Carlos Aguirre, Lilián Saba y Eduardo Spinassi3 Raúl Carnota4 Enrique Bevacqua5 Myriam Cubelos6 Marcelo Stenta

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2 3

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Mi tríptico personalJuancho Perone acaba de realizar un viejo sueño: grabar un disco solista,en dúos, con músicos con los cuales ha tenido siempre mucho feeling, luegode treinta trabajos grabados en colaboración con mucha otra gente:Juan Baglietto, Liliana Herrero, Jorge Fandermole, Lucho González, AdriánAbonizio, LeoMasliah, Carlos Casazza, Ethel Koffman, Rubén Goldín,entre otros.—¿Por qué un disco solista ahora y por qué con estos músicos?—Es un disco en el cual yo pongo la cabeza, elijo los temas y los músicoscon los que quiero tocar. Este disco es uno de los tres que tengo pensadohacer. El dúo es una formación que permite una comunicación que nome da otro tipo de formato, es una relación directa con el otro; si nosencontramos sé con quién me estoy encontrando y si me pierdo sé conquién me tengo que encontrar.—¿Y cuáles son los otros dos discos que tenés enmente?—Me gusta mucho arreglar, entonces tengo ganas de hacer un disco ínte-gramente arreglado por mí y ahí sí invitar músicos y, fundamentalmente,cantantes. El tercer disco, sobre el que tengo que resolver cuestionesburocráticas, es armar pistas de acompañamiento con músicas de otragente. Sería, para mí, como un blanqueo de mi historia. Yo me la pasérobándole, sanamente, a Oregon, a los grupos del rock sinfónico, aPiazzolla, a BobbyMcFerryn, a Corea, a un montón de gente. Siempreme pasó que mientras escuchaba esas músicas, estaba en verdad escu-chando otras detrás. Me pasaba, por ejemplo, estar escuchando Oregony escuchar una vidala detrás de eso. Y un día, con el advenimiento de lainformática a mi vida, empecé a ver que podía hacer un trabajo del tipodel doctor Frankenstein, recortando miembros de otros para construiralgo nuevo. Ahora bien: trato de que no se transforme en un laburo delaboratorio sino de que conserve lo dramático. Que sea respetuoso.Acompañar la “Vidala para mi sombra” con un acompañamiento deOregon es respetuoso porque lo que está diciendo Ralph Towner esmuy similar a lo que estaba pensando Yupanqui cuando hizo el tema.Dramáticamente andan por el mismo lado.

Gastón Bozzano es músico y licenciado en ComunicaciónSocial de la UNR. Es el coordinador general del CentroCultural Parque de España de Rosario.

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ERenato Ortiz

Entre los conceptos de cultura y desarrollo noexiste una relación de “necesidad”. Utilizo estetérmino en un sentido preciso, como hacenlos filósofos cuando quieren decir que algunacosa implica “necesariamente” otra. Pero tam-poco quiero caer en la trampa de las polariza-ciones indebidas y mantener una posiciónopuesta, negando cualquier tipo de relaciónentre estas dos dimensiones. Mi propósito esmás bien subrayar la relación que existe entreellas. Los autores que escriben sobre cultura ydesarrollo dejan bien patente su malestar: sequejan de que los bienes culturales no sonprioritarios para el pensamiento económicoy en las políticas gubernamentales “la culturase deja de lado”; incluso se preguntan “¿quéhacer con la cultura?”, e insisten reiterada-mente en el hecho de que ésta abarca bastantemás que la simple idea de arte. Siempre hayalgo incompleto subyacente a sus análisis.También es habitual encontrar observacionesdel tipo, “se planea una cosa, sale otra”. Sepueden interpretar estas vacilaciones de variasmaneras. En parte, los argumentos poseenuna cierta facticidad. Los estudios sobre laimportancia económica de las “industrias cre-ativas” son recientes; en las plataformas de lospartidos políticos las propuestas culturalesson secundarias; en el debate sobre los desti-nos de los países emergentes predomina elelemento económico, siendo el cultural ape-nas anecdótico; el surgimiento de los planesculturales es tardío con relación a la adminis-tración pública o empresarial. Considero, sinembargo, que existen también razones másprofundas para ello, y que se inscriben, justa-mente, en esta relación a la que me refiero.Por eso el debate cultural siempre se esquiva,porque es difícil, se realiza en un terrenomovedizo en el que un conjunto de suposi-ciones permanecen latentes a lo largo de ladiscusión.

No tengo la intención de contemplar unadefinición preliminar del concepto de cul-tura. Eso ya se ha intentado antes, y las defi-niciones varían según los autores y los contex-tos. Pero es importante aprehender algunosaspectos que lo caracterizan, incluso dejandode lado el ideal de una formulación incuestio-nable. La esfe ra de la cultura es un dominiode símbolos, y como ya sabemos, el símbolotiene la capacidad de captar y relacionar lascosas. En este sentido, el hombre es un ani-mal simbólico, y el lenguaje una de las herra-mientas imprescindibles que define suhumanidad. No existe, por tanto, sociedadsin cultura, de igual manera que lenguaje ysociedad son interdependientes. Los univer-sos simbólicos “nombran” las cosas, relacio-nan a las personas, se constituyen en visionesdel mundo. Esta dimensión está presente enla concepción que los antropólogos tienen delas sociedades indígenas, así como entre lossociólogos cuando hablan de la “alta” cultura.Por ejemplo, es imposible entender la vidasocial de los Nuer sin percibir la intricadarelación simbólica que se establece en los vín-culos de parentesco o en la creencia en lahechicería.

Igualmente, el pensador elitista, al erigir al“gran arte” como el parámetro universal decomportamiento y acción, supone que éstesea, además de una manifestación concreta(un cuadro, una ópera, una novela), la expre-sión de una visión específica de la realidad.Para ser visto como “superior”, “trascenden-tal”, “inefable”, necesita comprender las cosasde una determinada manera y realzar unosvalores específicos, para después, contrapo-nerlos a otros.

El “gran arte” o la creencia en la hechiceríason dimensiones de la cultura en la medidaen que hablan del mundo, vinculan a las per-sonas entre sí, las alejan de otras (los queson extranjeros para los Nuer, o los que nocreen en el espíritu de la kultur), crean iden-tidades.

Mi afirmación de que la cultura es consti-tutiva de la sociedad (o si lo prefieren, no haysociedad sin cultura) tiene un objetivo: trazaruna dimensión a veces olvidada por el debateintelectual, caracterizada por un registro decomprensión muy diferente al de la idea de“política cultural”. Al introducir la noción depolítica, subrepticiamente marcamos la dis-cusión con otros indicadores. Uno de ellosestá vinculado a la idea de racionalidad. Sesupone la existencia de una esfera, denomi-nada cultura, y un acto cognitivo capaz desepararla de sus demás connotaciones. A con-tinuación, se puede proponer una accióndeterminada con relación a este universo pre-viamente delimitado. Por eso es posiblehablar de planificación, es decir del estableci-

miento de metas y objetivos a alcanzar. Unaacción cultural parte de una concepcióndeterminada, traza objetivos y vela por alcan-zarlos. El problema es que el dominio de lacultura (como dimensión constitutiva de lasociedad) no coincide con la esfera de laacción política. Esto explica por qué “lo que seplaneó no salió bien”. Obviamente, siemprese puede decir que una acción determinada seha llevado a cabo de manera incorrecta pero,incluso si los objetivos se hubiesen alcan-zado, la relación permanecería.

La noción de desarrollo pertenece al domi-nio de la racionalidad. Esta implica unadimensión de la sociedad en la cual es posibleactuar, de una u otra manera. En este sen-tido, no es constitutiva de la sociedad. Se tratade una concepción histórica. En las socieda-des antiguas, tribales, ciudad-estado, impe-rios, etc., no existía en la forma en que laconocemos hoy. Incluso en las sociedadeseuropeas del Antiguo Régimen, el ideal debelleza no tenía nada de progresivo, se iden-tificaba con un modelo determinado en laAntigüedad que debía ser copiado para per-petuarse. El cambio se veía muchas veces conrecelo, ya que se valoraba la tradición y lamemoria colectiva en detrimento de las trans-formaciones. No se trata de decir que en épo-cas anteriores esta noción les resultara com-pletamente extraña. En el mundo religioso, eldesarrollo espiritual siempre ha sido unaconstante en diversas civilizaciones, desde elmonje que se aislaba en su celda, al ascetaque se retiraba al desierto. También ocurreesto en los rituales de iniciación.

El neófito, al pasar del mundo profano almundo sagrado, inicia su camino hacia unaetapa distinta y “mejor” de lo que disfrutabahasta entonces. Mientras tanto, el desarro-llo, como una categoría que se vincula al pro-greso económico y tecnológico, o a valorespolíticos específicos (democracia, entreotros), simplemente no existía. Éste es una“invención” o una “conquista” (las lecturas localifican de diferentes maneras) de la moder-nidad que solamente se impone con las socie-dades urbano-industriales.

En la Antigüedad existían los “civilizados” ylos “bárbaros” (así era como los griegos y loschinos se veían a sí mismos y a los demás).Entre cada una de estas calificaciones mediabaun abismo. El choque era inevitable. La noción

de desarrollo, que se asocia a la de progreso,presupone que las categorías participan de unmismo conjunto. Sin embargo, están jerarqui-zadas en función de un vector temporal (los“bárbaros” pueden desarrollarse y “civilizarse”).Aquel que se encuentra en la etapa primaria seconsidera incompleto con relación al que sesitúa por encima de él. Este dato plantea unacuestión con relación al debate cultural. ¿Nosería el desarrollo un valor “occidental”? ¿Ensu relación con el universo de la cultura, noprivilegiaría sólo un aspecto de la vida en socie-dad? ¿No sería una proyección eurocentristadel mundo? En este contexto es donde se sitúanlas perspectivas relativistas. No tengo ninguna

14 Transatlántico

duda de que durante mucho tempo la discusiónen torno a la modernidad ha estado marcadapor un profundo eurocentrismo.

Podemos resumirla así: la modernidad esoccidental, a partir de un centro se irradiahacia el resto del planeta; es el patrón por exce-lencia con relación al cual se deberían compa-rar o medir todos los demás “desarrollos”; estopermitiría dividir los pueblos, países y regionesen “más” o “menos” modernos (basta con leerla sociología de la modernización producida enEstados Unidos en los años 40 y 50 para dar-nos cuenta de ello). El raciocinio presupone untiempo lineal y homogéneo —avanza demanera continua con relación al futuro— yuna visión teleológica, en la que el centro euro-peo (norte-americano) proyectaría a los demásel camino que deben seguir.

No quiero detenerme en estas cuestiones,pero quiero transmitir al lector mi insatisfac-ción con relación a ellas. Sin embargo, megustaría plantear una cuestión: la moderni-dad ¿es realmente occidental? En este caso,puede haber otra respuesta: sólo tiene lugardesde el punto de vista histórico en determina-dos lugares de “Europa” (no en toda Europa, yaque los países escandinavos, Portugal, España,Italia o el este europeo están excluidos).

Debemos disociar la matriz modernidadde su lugar de origen. Si es posible decir, comoMax Weber, que nace en “occidente” y añadirque en su naturaleza (industrial y urbana) noes propiamente occidental. La matriz no seconfunde con una de sus realizaciones históri-cas, la europea, que es la primera cronológica-mente hablando, pero no la única ni la mejoracabada. Por eso es posible hablar de moderni-dades-múltiples en las diversas realizacioneshistóricas de la matriz modernidad. Ello noshace escapar de la perspectiva teleológica ante-rior. Las modernidades deben ser entendidasen sus contrastes y en sus diversidades. Ésta seconfigura idiosincrásicamente en Japón, enEstados Unidos, o en México. Y no me estoylimitando a hacer una divagación teórica: loque he apuntado anteriormente tiene una nota-ble implicación con relación al tema que esta-mos discutiendo; si he indicado que el desarro-llo no es una dimensión constitutiva de la socie-dad, ahora puedo corregir el rumbo de mi argu-mentación: sin embargo, éste es intrínseco alas sociedades modernas. Dicho de otra forma,no podemos escapar a nuestras modernida-

des. En este sentido, el vínculo entre cultura ydesarrollo, aunque no sea necesario, es deci-sivo. Esto es lo que nos permite trabajar entemas como la erradicación de la pobreza, lamejora de las condiciones de género, la incen-tivación del turismo, el respeto al medioambiente. Más aún, en el contexto de lamodernidad-mundo es donde se hace posi-ble valorar las diferencias. Decir que las cultu-ras son un “patrimonio de la humanidad” sig-nifica considerar la diversidad en tanto queun valor, si no “universal”, por lo menos exten-sivo a un amplio conjunto de individuos.“Todos” debemos cultivarlo y respetarlo. Lacrítica al etnocentrismo, asimilada la mayo-

ría de las veces a la dominación occidental,solamente puede ser validada cuando semanifiesta como algo que transciende elámbito de cada cultura, de cada identidad.Esto es lo que nos permite decir: “las culturasminoritarias corren el riesgo de desaparecer,necesitamos preservarlas”; “el respeto a todaslas culturas es un derecho de reconocimiento ala diferencia”. En esta operación semántica hayuna premisa: lo diverso pasa a ser un biencomún.

Las lenguas latinas denominan política auna acción emprendida tanto en el ámbitoempresarial como en el partidario. El términono distingue entre estas dos diferentes dimen-siones. En inglés sin embargo existen dosdenominaciones diferentes, policy y politic.

La discusión sobre la gestión de los bienesculturales caracteriza un elemento de la policy.Lo que importa es establecer objetivos claros,determinar los medios para alcanzarlos y,finalmente, ponerlos en práctica. En este sen-tido se inscriben los cursos de administraciónde empresas (sean éstas culturales o indus-triales); una empresa es una organizaciónracional orientada a determinados fines. Unapolítica cultural para el desarrollo aísla deter-minados aspectos, privilegia algunos puntos, yactúa en una dirección específica. Puede asíproponer, en una pequeña comunidad, lavaloración de las tareas femeninas o el incen-tivo de mecanismos que contribuirían a unamejor explotación del turismo.

Un rasgo característico de cualquier pro-puesta cultural es la obtención de resultados yla posibilidad de evaluar lo que se ha reali-zado. Adam Smith decía que el mercado ope-raba a partir de su “mano invisible”, es decir,habría un orden “inconsciente” subyacente a laorganización de las cosas. Los administradoresdicen lo contrario, éste es maleable a la “manovisible” que lo modela.

Fordismo, taylorismo, toyotismo, son for-mas racionales de organizar la producción, aligual que las diversas técnicas de ingenieríaempresarial son métodos para hacer la gestiónmás eficaz. Así pues, existirían principioscomunes de gestión, formas racionales paraacelerar la realización de los objetivos predeter-minados (“gobernar” un hospital, un país, unafábrica de electrodomésticos, una escuela.).Las políticas culturales, queriéndolo o no, enparte se encarnan dentro de esta perspectiva.Así es como actúan las entidades que se ocu-pan de ellas: gobiernos, ONG, organismosinternacionales, etc. Queda sin embargo unaduda: ¿existiría una policy sin politics?

Al retirarse la gestión de la política, o mejor,al minimizarla, aparecen una serie de obstácu-los concretos, implícitos, que operan para con-tradecir las metas postuladas.

En este punto surgen las controversias,pues la gestión nunca es sólo un cálculo, comopretenden muchas veces los gestores, ya que essiempre un emprendimiento enraizado endeterminados contextos. Pone de relieve algu-nos aspectos, omite otros. Una cosa es pla-near la “cultura de una empresa”, explicitarlas diversas modalidades de interacción entresus organismos y sus empleados. Otra dife-rente es definir una política de “democratiza-ción de los bienes culturales”; en este caso, seintroduce un elemento de indeterminación:¿qué sería democratizar? Este es un terrenoen el que la policy no posee el control de lapolitic.

Tengo a veces la impresión de que muchosdocumentos sobre cultura tienden, de algunamanera, a diluir los conflictos. Parten de afir-maciones genéricas, sin circunscribirlas sinembargo a la realidad, nada armónica, que lasenvuelve: mejorar las condiciones de las muje-res y de los adolescentes (sin decir quiénes sonesas mujeres y esos adolescentes, en quémundo viven, qué tradiciones tienen), trabajarpor el desarrollo sostenible (sin definir lo quesería sostenible), promover medios para “vivirjuntos” (olvidando las barreras de clase,género, etnias). Dicho de otra forma, el tér-mino desarrollo encubre realidades distintas ya veces excluyentes; desde la producción debienes culturales para el mercado global a ladefensa de los derechos humanos, como sientre tales objetivos existiese una armoníaindiscutible. El problema es que ninguna polí-tica cultural puede ser realizada sin previa-mente plantearse: ¿de qué desarrollo se estáhablando?

En rigor, no hay una única respuesta paraesto. Nos encontramos así ante un cuadro dedisputas por el “monopolio de la definición”(empleo una expresión de Weber) que varía enfunción de las ideologías, de los actores impli-cados, del espacio que los participantes ocupanen el planeta, de las jerarquías entre grupos,naciones e individuos. ≈

Cultura y desarrollo. ¿Qué implica hoy, tanto en los

papers académicos como en los planes de gobierno, la conjunción de estos dos términos?

¿Qué nuevos sentidos los atraviesan? Un investigador brasileño indaga en la cuestión

y traza un campo de problemas para pensar el futuro de las políticas culturales.

Renato Ortiz nació en 1947 en Ribeirao Preto, San Pablo. Se graduó enSociología en la Universidad de París VIII y se doctoró en Sociología yAntropología en la École des Hautes Études et Sciences Sociales (París). Es profesor Sociología de la Universidad de Campinas, en su país. Eltrabajo “Cultura y Desarrollo” fue leído en el V Campus Euroamericano de Cooperación Cultural, realizado en Almada, Portugal, en mayo de 2007,y se publica con la expresa autorización de la Fundación Interarts.

En teoríaEn teoría En teoría En teoría En teoría

el término desarrolloencubre realidades distintas y a

veces excluyentes; desde laproducción de bienes culturales

para el mercado global a ladefensa de los derechos

humanos, como si entre talesobjetivos existiese una armonía

indiscutible

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stoy pensando en juguetes rabiosos. Y también en agua-fuertes porteñas, jorobaditos y noctámbulos, lunas rojasy siete locos en trajes de fantasmas. Estoy pensando enRoberto Arlt y en aquella mañana en la que sus compa-ñeros de trabajo lo encontraron en la redacción delperiódico con los pies sin zapatos sobre la mesa, llo-

rando, los calcetines rotos. Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. A laspreguntas, a las angustias, contestó:

—¿Pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta que se está muriendo?Son las cuatro de la madrugada en Barcelona y soy yo ahora el que tiene

enfrente un vaso con una rosa mustia. El vaso no me quita la angustia, pero meayuda aún más a pensar en Roberto Arlt, el autor de Los siete locos, hombre de per-sonalidad compleja y estrafalaria, escritor que —digan lo que digan— escribíamuy bien, aunque a veces quedara entrampado por los gerundios. Pienso en él yme acuerdo de la atmósfera de sueño y de inquietud en la que vivía un tal Erdosain,ese personaje de Los siete locos que se pasaba el día circulando por una zozo-brante atmósfera a la que llamaba “la zona de angustia”. Erdosain se imaginaba quedicha zona existía sobre el nivel de las ciudades, a dos metros de altura, y era laconsecuencia del sufrimiento de los hombres y “como una nube de gas venenosose trasladaba pesadamente de un punto a otro (...): angustia de dos dimensionesque guillotinando las gargantas dejaba en éstas un regusto de sollozo”.

En realidad pienso en Roberto Arlt desde que ayer, poco después de comprar larosa, encontré en la calle a un amigo literato que se salió por la tangente y, en lugarde hablarme de la rosa, me preguntó si en alguna ocasión, al igual que hiciera Arlten otros días, me había fijado en las ventanas iluminadas a las cuatro de la madru-gada. Hizo una pausa, y luego añadió: “La de historias que hay en ellas”.

Y es verdad, las hay. Si lo sabré yo ahora, que estoy insomne en mi personalzona de angustia, a las cuatro de la madrugada, y acabo de mirar por la ventana yhe visto, más allá de la rosa mustia, la misteriosa ventana recién iluminada de unvecino, y de inmediato me he preguntado qué historia habrá en ella, qué estarásucediendo ahí en ese interior.

Roberto Arlt, al escribir sobre ventanas iluminadas en la alta madrugada,

decía: “¿Cuántos crímenes se hubieran evitado si, en ese momento en que la ven-tana se ilumina, un hombre hubiera estado ahí espiando?” Esto lo escribió RobertoArlt mucho antes de que todos tuviéramos noticias de cierta ventana indiscreta deHitchcock. Arlt se adelantaba a todo, tal vez porque era de esas personas que noleen libros, sino que hojean en el cerebro de esos libros. Yo creo que era un hom-bre de grandes intuiciones y por eso las ventanas iluminadas en la alta madrugadale mantuvieron despierto en tantas ocasiones: “Nada más llamativo en el cubonegro de la noche que un rectángulo de luz amarilla. ¿Quiénes están ahí adentro?¿Jugadores, ladrones, suicidas, enfermos? ¿Nace o muere alguien en ese lugar?Ventana iluminada en la alta madrugada. Si se pudiera escribir todo lo que seoculta detrás de tus vidrios biselados o rotos se escribiría el más angustioso poemaque conoce la humanidad”.

Mirando desde mi zona de angustia esa ventana iluminada del vecino, miimaginación se ha despertado y he pensado, en primer lugar, en alguien que a estashoras está navegando por la infinita red en la pantalla de su ordenador. No sé porqué he elegido esta opción. Hasta el momento mismo de elegirla se abrían ante mítodas las opciones del mundo, me encontraba como un escritor ante la primerafrase de su novela. Ante esa primera frase, el escritor tiene toda la libertad delmundo, se le ofrece la posibilidad de decirlo todo, de todos los modos posibles.“Hasta el instante previo al momento en que empezamos a escribir —dice ItaloCalvino—, tenemos a nuestra disposición el mundo, un mundo dado en bloque,sin un antes ni un después”.

Muchas veces, al comenzar desde una zona de angustia un texto sonámbulocomo este, pretendo llevar a cabo un acto que me permita situarme en este mundo.Pero también es cierto que, en cuanto realizo ese acto, es decir, en cuanto escribola primera frase, mi angustia me deja algo parecido a un regusto de sollozo anteuna rosa mustia, pues veo que mi mundo ha quedado ya de inmediato limitado.

En el caso que me ocupa, la frase es esta: Estoy pensando en juguetes rabiosos.A estas alturas de mi escrito sonámbulo, a estas alturas de la alta madrugada, nome queda otra opción que seguir adelante, aunque mi libertad creativa se haya vistoya restringida: no puedo ser más que alguien que está pensando en juguetesrabiosos y espiando la ventana de un vecino que viaja por una ventana iluminada;no puedo ser más que alguien parecido a Erdosain cuando entraba en la zona deangustia y sentía las primeras náuseas de la pena.

—“¿Qué es lo que hago con mi vida?”, decíase entonces Erdosain, queriendoquizás aclarar con esta pregunta los orígenes de la ansiedad que le hacía apeteceruna existencia en la cual el mañana no fuera la continuación del hoy con sumedida del tiempo, sino algo distinto y siempre inesperado.

Mi angustia viene de mi deseo de ser yo distinto mañana, alguien no atado a laprimera frase de sus escritos. Y ya sólo me calma pensar que, después de todo, nohe perdido tanta libertad como creía. Si bien no puedo ya dejar de ser un espía, loque puedo imaginar que aparece en la pantalla de mi espiado es ilimitable. Por otra

parte, quién sabe. Tal vez mi vecino está espiando otra ventana iluminada en la altamadrugada, y esa ventana es la mía y para él yo puedo estar ahora a punto de sui-cidarme, o tal vez celebrando la inmensa fortuna que acabo de ganar en un casinode juego, o, simplemente, ser alguien al que, de tanto mirar la rosa mustia o la luzde su ordenador, se le han quemado las pupilas.

Ventanas que son faros en la alta madrugada. Como decía mi amigo: la de his-torias que hay en ellas. Historias de ladrones con linternas o de moribundos quedictan su último testamento ante temblorosos familiares; historias de madresque se inclinan atormentadas de sueño sobre una cuna o historias de parejas quehacen el amor, o de tipos que charlan interminablemente sobre el misterio del uni-verso, historias de soñadores que tienen insomnio o de insomnes que piensan queel más angustioso poema que se puede escribir sobre la humanidad está ahí, en lasventanas iluminadas de las cuatro de la madrugada.

Ventana iluminada del vecino, la que estoy ahora contemplando: ventana dealguien que se ha asomado a la “red” y tiene a su disposición el mundo, el mundodado en bloque, sin un antes y un después, tiene a su disposición todo, hasta a mímismo, que soy un espía estéril que en cualquier momento puede aparecer en supantalla diciendo, por ejemplo, que mañana será otro día. Y es verdad. Mañaname despertaré y ya no seré el que ha escrito un texto que nació sonámbulo en unaventana iluminada. Mañana seré otro, tal vez alguien que recuerde unos versos deLarkin: “Y de inmediato, / más que en palabras, pienso en ventanas altas: / el cris-tal en donde cabe el sol y, más allá, / el hondo aire azul, que nada muestra, / y noestá en ninguna parte, y es interminable”.

Mañana seré otro, es cierto, pero sólo seré el que volverá a tener a su disposi-ción ese juguete rabioso que es el mundo, el que intentará de nuevo situarse enese mundo y, para ello, desde la gran zona de angustia de la “red”, volverá aescribir la primera frase sonámbula de un escrito que, de nuevo, será incapaz deabarcar un mundo que, como el hondo aire azul, no está en ninguna parte, y esinterminable. ≈

Enrique Vila-Matas es escritor. Nació en 1948 en Barcelona, España. Entre sus libros figuranHistoria abreviada de la literatura portátil (1985), Suicidios ejemplares (1991), El viaje vertical (2000),Bartleby y compañía (2001), El mal de Montano (2002) y París no se acaba nunca (2003).

“Ventanas de la madrugada” forma parte del libro Y Pasavento ya no estaba que editará en octubreMansalva, de Buenos Aires, Argentina, que autoriza la presente publicación.

Arte, cultura & desarrollo 15

Enrique Vila-MatasVentanas de la madrugada

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Santiago Rusiñol y Prats (1861-1931). Pintor y escritor español, representante delmodernismo catalán. Precedido por el elogio de Rubén Darío, Rusiñol desembarcó enBuenos Aires en 1910 como una de las muchas personalidades invitadas a los feste-jos del Centenario, para el estreno de su obra de teatro La mare. Como ocurría cotidia-namente entonces, del mismo barco bajaron con él cientos de inmigrantes de distin-tos países de Europa. La peripecia de los pobres del Viejo Continente en América inte-resa vivamente a Rusiñol, que decide seguir su mismo derrotero y así conoce Rosario.Casi un siglo después Antoni Martí Monterde vuelve sobre los pasos de Rusiñol, aquien se atribuye la clarividencia de haber sospechado, en la orgullosa Argentina desu tiempo, las condiciones para la decadencia de la que retrata su epígono en L’erosió(2001), de donde proviene el fragmento que se publica en esta edición.

(...) Y pasó tal cual lo acabo de contar.Me llevé el recuerdo a Nueva Yorky más allá. Me lo llevé donde quiera que fui.Todo el camino hasta aquí, hasta la terrazadel Jockey Club de Rosario, Argentina.Desde donde miro el ancho ríoque devuelve la luz de las abiertas ventanasdel comedor. Me quedo fumando un cigarro,escuchando el murmullo de los sociosy sus mujeres adentro, el leve sonidometálico de los cubiertos contra los platos. Estoy vivoy bien, ni feliz ni infeliz,aquí en el Hemisferio Sur. (...)

Raymond Carver

«Jockey Club», en Diario de Poesía nº 12. Buenos Aires, 1989.La traducción que se publica es de Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich.

Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento.Es un día de calor sofocantey en el asfalto recalentadovemos la sombra de un pájaro negroque vuela en círculos, como satélite de nuestra desgracia. Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas, ruge todavía en la cancha.Acabamos de perder el campeonato.La cabina del auto es un horno a leña;los asientos queman y el sol que pegaen el vidrio, enceguece.Pero no importa, como dos bonzos dispuestos a inmolarse, nos sentamos y enciendo el motor:Fabián Casas y su padrevan en coche al muere.

Fabián CasasDe Bueno, eso es todo (Ediciones Deldiego, Buenos Aires, 2000).

Comparadas con las de Madrid, las noches de Valencia resultan mucho más dramá-ticas. En Valencia se esperan sorpresas apenas se pone el sol. En Madrid no hay sor-presas que esperar. El cañoneo es constante. Se vive perennemente en el filo de lamuerte. En cualquier instante los obuses enemigos pueden penetrar en vuestra casa,llevarse vuestro balcón, abrirle un nuevo hueco a la torre de Telefónica —llamada porlos madrileños “el colador”—, matar al pobre empleado que sale de una estación demetro, echar abajo una iglesia, llenar vuestra sopera de cristales rotos… En tales cir-cunstancias, los madrileños han optado por la más heroica solución: viven como sinada ocurriera.

Han abolido el luto. Concurren a sus oficinas. Conservan su elegancia tradicional de otros tiempos.

Van al cine para aplaudir a Marlene Dietrich y Greta Garbo. A la “hora de la cerveza”—pues la cerveza es la única bebida que escasea algunas veces y su expendio severifica a horas fijas— se reúnen en sus cafés habituales...

¿Inocencia?¡No! Tal actitud se explica por la preexistencia en el carácter español de esa forma

superior de la conciencia y de la serenidad que es el valor. Sin tener vocación dehéroes, todos los habitantes de Madrid han sido capaces de heroísmo cuando las cir-cunstancias lo han exigido.

Y para darse cuenta de ello, basta echar una mirada sobre el espectáculo que nosrodea. La Cibeles con sus leones rotos. La Gran Vía y la Calle de Alcalá roídas por lasexplosiones. La puerta del Sol con sus edificios de cuatro pisos vaciados por las bom-bas aéreas. La habitación que yo solía ocupar en el hotel Gredos —Plaza del Callao—abierta sobre la calle por un obús que le llevó dos metros de pared...

Frente a nuestro hotel, situado en un costado de la Plaza de Santa Ana, una iglesiadeshecha por los bombardeos exhibe sus heridas.

El botones que me ayuda a subir mis maletas al quinto piso va cantando distraí-damente, a media voz: Madrid, qué bien te guardan,/ Madrid, qué bien te guardan,/Madrid, qué bien te guardan,/ mamita mía,/ tus milicianos,/ tus milicianos.

Alejo Carpentier

De Entrada en Madrid (Instituto Cubano del Libro, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1976), que reúne las crónicas publicadas por el autor en el periódico «Carteles»entre los años 1926 y 1937. (España bajo las bombas III, 10 de octubre de 1937)

De Rosario entre dos siglos (1890-1910). Fotografías de Santiago y Vicente Pusso (EditorialMunicipal de Rosario, 2007): “Inauguración del Parque, 1º de diciembre de 1902”.

CCPE Rosario

Martes 7, 14, 21 y 28 de agostoEl giro autobiográfico en la literaturaargentina actual

Con la participación de Elvio Gandolfo,Silvio Mattoni, María Moreno y DanielLink. Coordina: Alberto Giordano.

http://www.ccpe.org.ar

CCEC Córdoba

Del jueves 9 al sábado 25 de agostoAgosto digital 2007

Tres artistas que desde sus respectivasdisciplinas contribuyen al desarrollo einvestigación de nuevas plataformasinteractivas. Con Zach Lieberman,Ricardo Iglesias y Arcángel Constantini.

http://www.ccec.org.ar

CCPE Rosario

Sábado 11 de agostoRamiro Gallo Quinteto

Una de las más sofisticadas agrupacio-nes del tango contemporáneo. Lideradapor el violinista santafesino RamiroGallo, interpretará temas de sus tresregistros: “Florece”, “Espejada” y “Raraspartituras”. Martín Vázquez, LucíaRamírez, Marcos Rufo y AdriánEnríquez completan la formación.

http://www.ccpe.org.ar

CCEBA Buenos Aires

14, 15 y 16 de agostoSeminario de Gerardo Mosquera:Globalización, dinámicas culturales ycuraduría internacional: una experienciadesde América latina.

Viernes 17 de agostoConferencia de Gerardo Mosquera:ciudadMULTIPLEcity: arte urbano y ciudades globales.

http://www.cceba.org.ar

CCPE Rosario

Viernes 17 de agosto Inauguración de la exposiciónLa espiral de Moebius o los limites de la pintura

Obras de Fabian Marcaccio, Pablo Siquier, Daniel García, Daniel Scheimberg, Fernando Canovas, Gonzalo Sojo,Silvia Gurfein, Carolina Antoniadis,Nicolás Robbio, Hildebrando de Castro, Agustín Soibelman, Elsa Soibelman, Paulo Almeida,Henrique Oliveira, Mariana Palma,Manoel Veiga, Chiara Banfi, TatianaBlass, Rosalía Maguid y Lía Chaia. Curadora: Claudia Laudanno

http://www.ccpe.org.ar

Periódico de arte, cultura y desarrollo delCentro Cultural Parque de España / AECI,Sarmiento y río Paraná, (2000) Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina. Teléfonos: (+54 341) 4260941 y 4402724Correo electrónico: [email protected]

Consejo editorial: Martín Prieto, PedroCantini. Cecilia Vallina, Gastón Bozzano.Diseño: Pablo Cosgaya, Marcela Romero. Ilustraciones: David Nahón.Tipografías: Ronnia y Relato. Impresión: Cooperativa Gráfica Patricios.

Agosto 2007

Transatlántico