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www.islamchile.com Relato del Martirio del Imam Husein (P) (Que la paz de Allah sea con él) Por: Ibrahim Husein Anger Traducido por: Alia Solé AL-THAQALAIN PARTE II: Los Cautivos La claridad de la luna no lograba atravesar la gruesa capa de polvo que había invadido el cielo. Noche cerrada sobre la llanura de Karbala, donde las tiendas del campamento del Imam Husein terminaban de arder. Poco después del Martirio del Imam, la desalmada horda se lanzó al asalto. Todo fue saqueado, devastado. La Familia del Profeta no acumulaba ni joyas ni objetos de valor, y los ladrones veían frustradas sus ansias de botín. Habían arrancado, tanto a las viudas como a los huérfanos, todo aquello que habían podido cogerles, y se vengaron de su decepción pegándoles y azotándoles... Antes de abandonar el campamento que habían saqueado, los agentes de Yazid habían incendiado las tiendas.

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Relato del Martirio del Imam Husein (P)

(Que la paz de Allah sea con él)

Por: Ibrahim Husein Anger Traducido por: Alia Solé AL-THAQALAIN

PARTE II:

Los Cautivos

La claridad de la luna no lograba atravesar la gruesa capa de polvo que había

invadido el cielo. Noche cerrada sobre la llanura de Karbala, donde las tiendas del

campamento del Imam Husein terminaban de arder.

Poco después del Martirio del Imam, la desalmada horda se lanzó al asalto. Todo

fue saqueado, devastado. La Familia del Profeta no acumulaba ni joyas ni objetos

de valor, y los ladrones veían frustradas sus ansias de botín. Habían arrancado,

tanto a las viudas como a los huérfanos, todo aquello que habían podido cogerles,

y se vengaron de su decepción pegándoles y azotándoles...

Antes de abandonar el campamento que habían saqueado, los agentes de Yazid

habían incendiado las tiendas.

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Zaynab, a quien el Imam Husein había confiado los supervivientes de la matanza,

se dirigió hacia el Imam Zayn al-Abidin, quien yacía inconsciente. Lo sacudió,

despertó y le preguntó:

-¡Oh hijo de mi hermano! ¡Oh nuestro Imam! Los monstruos han incendiado el

campamento. ¿Debemos quedarnos en las tiendas, y acortar así nuestros

sufrimientos, evitar los ultrajes, las humillaciones? ¿O debemos salir mientras

que estamos a tiempo?

Haciendo acopio de sus debilitadas fuerzas, 'Ali Zayn Al-Abidin le respondió:

-¡Tía mía, nuestro deber religioso nos ordena hacer todo aquello que sea posible

para mantenernos con vida, por muy doloroso y poco deseable que pueda ser

aquello que nos espera!

Ahora, lo que quedaba de la Familia del Profeta estaba reagrupado bajo los restos

de una de las tiendas medio quemada por el incendio.

Zaynab había reunido a todos los niños, cerca de cuarenta, las mujeres los

contaban, los identificaban uno por uno para asegurarse de que no faltaba

ninguno.

Cual no fue la consternación de Zaynab, de Um Rabbah, y de todos los

supervivientes al ver que Sukaina no estaba allí.

Dejando el campamento al cuidado de los demás, Zaynab y Um Kulzum iniciaron

la búsqueda.

Durante largo tiempo estuvieron errando en medio de la oscura noche, vagando

por el desierto. Gritaban:

- ¡Sukaina! ¿Dónde estás? Sukaina ¡Contesta!

Pero solo el ruido del viento respondía a sus llamadas.

Desesperada por la situación, Zaynab se dirigió hacia el lugar donde reposaba el

cuerpo del Imam Husein. Antes de llegar, gritaba, entre llantos:

-¡Husein, hermano mío! ¡No consigo encontrar a Sukaina!

¡Husein, hermano mío! ¡He perdido a tu querida hija, que tú me habías confiado!

¡Husein, hermano mío! ¡Dime dónde está!

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Mientras Zaynab llegaba hasta el cuerpo sin vida del Imam, la luna apareció en el

cielo. A través de una ranura de entre las nubes de polvo, iluminó el campo de

batalla adormecido.

Zaynab vio entonces a su sobrina. Sukaina dormía, aferrada contra su padre, con la

cara sobre su pecho.

-¡Sukaina! ¡Sukaina! ¡Despierta querida! ¡Sukaina!¡Sukaina! ¿Qué haces aquí?

Sukaina levantó el rostro, aún somnoliento, hacia su tía. Bajo la lúgubre claridad de

los rayos filtrados a través de las nubes de polvo, Zaynab vio los ojos de su

sobrina.

Se diría que todo su corazón, toda su vida se había ido con las lágrimas que la niña

había derramado. Zaynab alejó a Sukaina del cadáver decapitado de su padre.

La niña le contó cómo, después del salvaje asalto de los hombres del tirano, sólo

tenía un pensamiento: encontrar a su padre, para contarle su pena. Había

caminado en línea recta, llamándole. Se dejó guiar por el murmullo del viento.

Cuando descubrió el cuerpo del Imam Husein, se lo contó todo. ¡Todo! Todo lo que

había sufrido después de su partida. Y todo lo que cada uno había aguantado. Y

cómo un soldado le había arrancado los pendientes que su padre le había regalado,

desgarrándole el lóbulo de las orejas, cubriendo su cara de sangre. Cómo este bruto

inhumano, ¡furioso por el llanto de la niña, la había azotado, azotado, azotado! Al

final, agotada, Sukaina había puesto la cabeza sobre el pecho de su padre, como

tantas veces había hecho en el pasado. Y se quedó dormida.

Zaynab montaba guardia. Todo el mundo dormía en lo que quedaba de tienda

medio consumida. Las mujeres formaban un círculo. Los niños estaban en el

centro.

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¡De pronto, pasos! Siluetas, iluminadas por antorchas, se aproximaban.

-¿Qué queréis más? ¡Vuestra gente nos lo ha robado todo! ¡Dejadnos! Dejad

descansar a los pobres niños. ¡Os aseguro que ya no hay nada más que robar,

regresad mañana! No hay más que mujeres y niños indefensos...

¡No vamos a desaparecer durante la noche!

Una voz femenina respondió, en un tono educado y respetuoso:

- Señora, no venimos aquí para robaros. Sabemos que lo que acabáis de decir es

cierto. Traemos un poco de alimento y agua para los niños y las mujeres viudas

de vuestro campamento.

El pequeño grupo se acercó más. Zaynab pudo distinguir una mujer, precediendo

a algunos soldados que llevaban recipientes llenos de agua y grandes canastos

llenos de pan. Zaynab preguntó a la visitante quién era ella:

- Señora, soy la viuda de Hurr. Mi esposo era general del ejército de Yazid. Tenía

bajo sus órdenes a un millar de hombres. Ayer se unió a vuestro hermano y

combatió a su lado. Algunos de los soldados de Omar hijo de Saad temían que

murieseis de hambre y sed, y no poderos conducir hasta Yazid, como éste les ha

ordenado. Me han pedido que les acompañe para traeros algo para beber y

comer.

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- Oh hermana mía, respondió Zaynab. Todos tenemos una deuda hacia vuestro

esposo, que ha dado su preciosa vida para defender a Husein. ¡Era nuestro

huésped, y no teníamos nada que ofrecerle, ni para beber, ni para comer!

Zaynab recordó la promesa que había hecho a su hermano antes de que los dejase.

Cogió una alcuza de agua y fue a despertar a Sukaina.

.-¡Sukaina, hija mía!

Por fin hay agua para ti. ¡Levántate!

¡Bebe! ¡Refresca tus labios y tu garganta reseca!

- Tía mía, tú también te has quedado sin beber desde hace días. ¿Por qué no

bebes tú?

-¡Bebe Sukaina! ¡Ni tu padre, ni tu tío Abbas, ni tu hermano Akbar han bebido

aún del agua fresca de las fuentes del Paraíso! Esperan que hayas apagado tu

sed. ¡Bebe Sukaina, para que ellos también puedan beber del agua del Kauzar!

Después del saqueo del campamento de la Familia del Profeta, los oficiales del

ejército de Yazid se habían reunido alrededor de su comandante. Buscaban una

manera de saciar su sed de venganza.

Uno de ellos sugirió magullar los cuerpos de los Mártires del campamento del

Imam Husein bajo los cascos de los caballos.

Omar hijo de Saad encontró esta idea excelente, y ordenó ponerla en ejecución.

Pero varios de los miembros del clan de los Bani Asad declararon que no

permitirían que se profanase de este modo los cadáveres de entre los muertos que

pudiesen ser sus parientes. Otros alegaron la misma objeción sobre los compañeros

del Imam Husein, ya que podían o no ser miembros de su tribu. Finalmente Omar

hijo de Saad ordenó que sólo el cuerpo del Imam Husein sufriese ese trato.

Herraron especialmente de nuevo a varios caballos.

Cuando los muertos del ejército de Yazid fueron enterrados,

Cuando los cuerpos de los Mártires fueron todos decapitados,

Los soldados de la caballería pasaron y volvieron a pasar sobre

El cuerpo del Imam Husein,

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Sobre el cuerpo

Del hijo preferido del Santo Profeta,

Sobre el cuerpo de uno de los dos Príncipes de los jóvenes del Paraíso...

Fue un sol ensangrentado

El que se elevó la mañana del 11 de Muharram.

¿Era el efecto del polvo que llenaba el aire

Sobre la planicie de Karbala?

¿O el astro diurno se avergonzaba

De tener que iluminar la escena

De la profanación de los cuerpos de los Mártires,

De la humillación de la Familia del Profeta?

¿O enrojeció de cólera

Al ser testigo impotente

Ante tanta bajeza e ignominia?

Omar hijo de Saad se había ido hacia Damasco, no queriendo delegar en nadie que

anunciase su victoria al Califa.

Los soldados de Yazid encadenaron a las mujeres y a los niños.

Los velos que ocultaban de las miradas los rostros de las mujeres habían sido

arrancados. Los cuellos, las manos, los pies fueron atados con cuerdas y cadenas.

Las manos de las mujeres fueron atadas a los cuellos de los niños. Todos fueron

izados sobre un camello sin silla.

La caravana se puso en movimiento. Delante, en procesión, iban las cabezas. Las

cabezas de los Mártires, clavadas en la punta de las lanzas.

Setenta y ocho cabezas, setenta y ocho gloriosos combatientes de la Fe: además del

Imam Husein, diecisiete miembros de la Casa del Profeta y sesenta fieles Shias.

La cabeza del Imam Husein, precedía a las demás.

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Detrás, la caravana andaba rápida.

Cuando ocasionalmente un niño resbalaba y caía al suelo, la mujer a la cual estaba

atado caía también. Entonces un soldado se abalanzaba sobre ellos, levantaba su

látigo, y azotaba, azotaba...

A media tarde, llegaron a los muros de Kufa.

Mientras que un mensajero se adelantaba para llegar hasta el Gobernador

Obeidollah, los soldados reposaban a la sombra, descansaban, se refrescaban...

Los cautivos esperaban a pleno sol, sin beber ni comer.

El mensajero volvió. Obeidollah hijo de Ziyad esperaba a los prisioneros en su

palacio. El cortejo debería pasar por las principales calles de Kufa y atravesar el

mercado principal. Se pusieron en marcha.

Un pregonero iba delante:

-¡Habitantes de Kufa! ¡Husein hijo de 'Ali, que había rehusado reconocer la

autoridad del Caudillo de los Creyentes, vuestro querido Califa Yazid, ha sido

asesinado, así como sus Shias!

Las mujeres y los niños de su Familia han sido hechos prisioneros. Y van a ser

conducidos ante el Califa, quien decidirá qué castigo debe serles infligido.

¡Habitantes de Kufa! ¡Esta es la suerte que espera a todo aquel que cuestione la

autoridad del Califa!

...¡Habitantes de Kufa! Husein hijo de 'Ali, que había...

La muchedumbre, muda, abrumada, se apiñaba en el lugar del paso del cortejo.

Desde las ventanas, en las terrazas, las mujeres y los niños, con los ojos

desorbitados, miraban.

Nadie decía ni una palabra. Ocasionalmente se oía un sollozo reprimido.

Con el rostro cubierto por el cabello, el cual le servía como velo, encadenada,

extenuada, Zaynab se preparó.

Se sostenía erguida sobre su montura. Su voz apagaba la del pregonero que

caminaba delante:

-¡Gente de Kufa!

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¡Yo soy Zaynab, la hija de 'Ali, el Caudillo de los Creyentes, y de Fátima la

Resplandeciente!

¡Soy la nieta del Enviado de Dios!

Soy la hermana de Husein,

Soy la hermana de vuestro Imam,

¡A quien vosotros habéis matado!

¡Gente de Kufa!

¡Gente de traición y de perfidia!

¿Lloráis ahora?

¡Qué vuestras lágrimas no se sequen jamás!

¡Qué vuestros gritos no cesen nunca!

El mal que habéis cometido es tan grande que Dios está Encolerizado con

vosotros.

¡Permaneceréis inmortales en el Fuego!

De vuestra traición no cosechareis sino vergüenza y deshonor.

¿Cómo se os puede perdonar el asesinato del hijo del Santo Profeta, la Prueba de

Dios sobre la tierra, vuestro Imam?

¡Experimentad las consecuencias de vuestro crimen!

¡Sed desterrados y aplastados!

¡Sed humillados y degradados!

¡Desgracia para vosotros, gente de Kufa!

¡Qué una lluvia de sangre se abata sobre vuestras cabezas!

¡Qué una tortura sin fin sea vuestro premio en el Más Allá!

Las puertas del palacio del Gobernador se habían dejado abiertas para permitir que

todos pudiesen ir a felicitar a Obeidollah hijo de Ziyad por su victoria sobre el

Imam Husein.

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Estaba sentado sobre un trono, y parecía gozoso.

Estaba jugando negligentemente con una barra de hierro dando golpes a la cabeza

del Imam Husein que había sido depositada a sus pies.

Un anciano, Compañero del Santo Profeta, Zayd hijo de Arqam, no pudo

contenerse ante semejante espectáculo:

-¡Quita esta barra de hierro de este noble rostro, pues yo he visto con mis

propios ojos posarse multitud de veces los labios del Profeta!

Y estalló en llanto.

Obeidollah se encolerizó:

-¡Si no fueses un viejo senil que ha perdido la razón, te habría hecho decapitar al

instante!

Zayd hijo de Arqam salió, consternado, recordaba el tiempo dichoso en que el

Profeta jugaba con su nieto, lo asía contra sí, lo abrazaba...

Los cautivos fueron conducidos a la presencia del Gobernador, quien hizo que se

presentasen uno a uno. Cuando llegó el turno de 'Ali Zayn Al-Abidin, Obeidollah

preguntó:

-¿Quién eres tú?

- Soy 'Ali hijo de Husein.

-¿Pero 'Ali hijo de Husein no fue asesinado?

- Tenía un hermano que también llevaba este nombre. La gente lo mató.

-¡Es más bien fue Dios Quien lo mató!

-”Dios acoge las almas en el momento de su muerte.”

-¿Cómo osas hablarme en ese tono? ¡Vas a ver! ¡Ningún hijo de Husein quedará

con vida! ¡Verdugo, decapítalo!

Zaynab se situó de un salto al lado del hijo de su hermano. Y gritó:

-¿No crees que ya has derramado suficientemente nuestra sangre? Por Dios, no

lo abandonaré. ¡Si tú le matas, mátame también a mí con él!

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Obeidollah indeciso:

-¡Qué patético cuadro familiar! ¿Querrías que te matase, Zaynab? ¡Pues bien, no

te daré este placer! Después de todo el Califa Yazid decidirá qué suerte correrá el

hijo de Husein...

Sabes, Zaynab, cuando habéis entrado, no podía creerme que tenía delante la

Familia del Profeta. ¡Pensé más bien que tu y las demás mujeres no erais sino

vulgares esclavas que habían sido compradas en el mercado!

Zaynab respondió al insulto:

¡Hijo de Ziyad!

¡Somos las hermanas de Husein, las nietas de Muhammad, que tú reconoces

como tu Profeta!

Tú y los otros lacayos de Yazid, habéis pisoteado los Principios del Islam a

cambio ínfimas ventajas materiales.

¡Hoy te pavoneas, hijo de Ziyad!

¡Te enorgulleces de la victoria de tu ejército de soldadotes sobre un puñado de

héroes!

Te crees poderoso porque puedes insultar impunemente a las mujeres y a los

niños indefensos.

¡Pero te prevengo hijo de Ziyad!

¡Muy pronto la muerte se abatirá sobre ti!

¡Entonces tendrás que dar cuentas sobre tus crímenes!

¡Tendrás que pagar por el asesinato del nieto del Profeta y de todos aquellos que

estaban con él, o quienes tu reprochabas que rechazasen la autoridad religiosa

de un borracho y un libertino!

Las palabras de Zaynab produjeron el efecto de un trueno.

Obeidollah, escuchándola hablar, observaba las reacciones de los presentes, vio

que todos escuchaban atentamente. Algunos parecía que asentían con la cabeza,

otros secaban furtivamente una lágrima que no habían podido contener.

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¡Obeidollah vio que todos, casi sin excepción, admiraban la valentía de esta mujer,

y se decía a sí mismo que ella sería capaz de levantar a toda la ciudad en su contra!

Chillando le ordenó que se callase, amenazándola con los peores castigos para ella

misma como para el resto de los otros cautivos si no obedecía.

Pero Zaynab continuó aún con más exquisitez.

Habló de los méritos de su hermano, el Imam Husein, contrastándolos

paralelamente con los vicios del hijo de Muawiyah.

Denunció los ultrajes que el dictador cometía contra la integridad del Mensaje del

Islam.

Describió con detalle las atrocidades cometidas por los hombres del Califa en

Karbala.

Obeidollah llamó a sus guardias, les ordenó que hiciesen salir inmediatamente a

los prisioneros. Ordenó a Shamir que se pusiese de inmediato rumbo a Damasco,

sin dejar ni por un instante más a Zaynab y los otros prisioneros en Kufa.

El mismo, loco de cólera, salió del palacio rumbo a la Mezquita.

Desde lo alto del púlpito, Obeidollah miró a la muchedumbre que se había

concentrado a sus pies.

Estaba ebrio de orgullo de ser el Gobernador de esa ciudad, así como de la pérfida

victoria que sus tropas acababan de aportarle.

Quería acabar con la encolerizada impresión que le produjo el discurso de Zaynab.

Esta mujer le había echado por tierra la satisfacción que pensaba sacar de este

triunfo.

Tomó la palabra, dirigiéndose a los habitantes de Kufa:

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-¡Gloria a Dios! Quien ha hecho triunfar la Verdad y sus partidarios. ¡Quién ha

dado la victoria al Caudillo de los Creyentes, Yazid, y Quien ha matado al

mentiroso, Husein, hijo de mentiroso, 'Ali, así como a sus Shias!

Una voz le respondió, haciendo temblar los muros de la Mezquita:

-¡Cállate, enemigo de Dios, cesa de blasfemar!

¡Tú eres un mentiroso, al igual que tu padre, al igual que aquél que te ha

designado para este puesto, al igual que el padre del mismo!

¡Has asesinado a los descendientes de los Profetas, y ahora osas colocarte en su

lugar aquí, en este púlpito!

Obeidollah palideció, incapaz de continuar:

-¡Cogedle!

Los soldados capturaron al hombre, Abdallah hijo de Afif, que era un Shia del

Imam 'Ali. Pero Abdallah lanzó el grito de guerra hacia su tribu, los Azd.

Inmediatamente setecientos guerreros se reunieron, espada en mano.

Obeidollah se vio forzado a soltarle.

Pero por la noche, sus hombres se introdujeron en la casa de este valiente Shia. Lo

mataron, y le crucificaron sobre la puerta de su casa.

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La caravana de cautivos se puso de nuevo en marcha, siempre precedida por las

cabezas de los Mártires.

¡Pero ya sin apariencia de procesión triunfal!

Obeidollah había ordenado a los guardias que pasasen por los sitios menos

frecuentados, por miedo a que los Shias del Imam Husein intentasen liberar a los

prisioneros y vengasen a los Mártires. Los guardias tenían también como

instrucción no tener ninguna piedad con las mujeres y los niños.

El Imam Zayn Al-Abidin seguía enfermo, difícilmente podía seguir. Una pesada

cadena ataba sus pies y su cuello. Si intentaba alargar el paso, o ir más rápido, caía

inevitablemente. Entonces un bruto descendía del caballo, levantaba su látigo, y

azotaba...

Durante esta interminable travesía por los desiertos de Mesopotamia y de Siria,

sucedió que Sukaina cayó de su camello. Zaynab, que se encontraba en el camello

vecino dio la alarma. Los guardias no le prestaron ninguna atención. Desesperada

por la situación, Zaynab dirigió su mirada a la cabeza del Imam Husein, siempre al

frente del cortejo, siempre clavada en la punta de una lanza:

-¡Husein hermano mío, me has pedido velar todo lo que me sea posible por

Sukaina! ¡Pero se ha caído de su montura, yo no puedo hacer nada para ayudarla!

Seguidamente pidió a Dios que tuviese piedad de ella, y socorrer la desgracia de la

niña.

La caravana no había hecho más que tres pasos cuando la lanza que llevaba la

cabeza del Imam Husein escapó de las manos del hombre que la sostenía. Y se

clavó recta en el suelo. El hombre saltó del caballo para cogerla y seguir la marcha.

Pero no pudo arrancarla del suelo. Parecía como si fuese de piedra.

Este hombre, sin embargo, era un coloso. Comprendió que si lo que estuviese

sucediendo se difundía, el pánico cundiría entre el resto de los guardias, y que

estos huirían despavoridos. Sin perder un minuto fue a contarle a Shamir lo que

estaba sucediendo. Shamir reflexionó durante un instante, con el látigo en la mano,

se dirigió hacia el Imam 'Ali Zayn al-Abidin.

-¿Qué es esta historia? ¿Quién es el responsable de todo esto?

El Imam Zayn al-Abidin miró hacia la cabeza de su padre, después en dirección de

su tía Zaynab. Zaynab contó la caída de Sukaina, y la indiferencia de los guardias.

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Shamir retrocedió.

Descubrió a la niña inconsciente. Se había herido en la caída.

Desde que fue puesta en los brazos de Zaynab, la lanza que llevaba la cabeza del

Imam Husein pudo ser retirada del suelo, sin el menor esfuerzo.

El paso por el desierto de Siria, sembrado de zarzas espinosas, fue para el Imam

'Ali Zayn al-Abidin un suplicio horroroso. ¡Tanto más cuanto que los monstruos

con forma humana que conducían la caravana le forzaban a luchar contra la

rapidez de los camellos a paso ligero!

Por la noche, se paraban apenas unas horas, y mientras los guardias se agasajaban,

los desafortunados prisioneros recibían apenas algo para no morir de sed y

hambre.

Una noche, la caravana hizo alto cerca de una ermita. El monje que vivía allí

pasaba toda su vida en oración, meditación, y en la adoración de Dios. Shamir

confió las cabezas a su custodia, seguro de que así no serían robadas.

Una simple mirada al rostro del Imam Husein convenció al ermitaño que se trataba

de la cabeza de un Santo. La cogió y la guardó junto a su cabecera mientras

reposaba. En su sueño vio descender a todos los Profetas y los Ángeles del Cielo

sobre la cabeza que descansaba junto a él.

Se despertó y se preguntó lo que debería hacer. Decidió interrogar al jefe de la

caravana sobre la identidad de las personas decapitadas y las mujeres y los niños

que tenían como prisioneros.

Salió pues de su ermita, y despertó a Shamir, y le preguntó. Shamir le reveló que se

trataba del nieto del Profeta Muhammad, quien había rehusado reconocer la

autoridad religiosa de Yazid, y que había sido matado por esta razón, al igual que

sus parientes y partidarios. Le dijo que los cautivos eran los supervivientes de la

Familia del Profeta y que iban a ser conducidos ante Yazid quien decidiría qué

castigo debería serles infligido.

Colmado de indignación el santo hombre gritó:

-¡Qué la Maldición de Dios caiga sobre vosotros! ¿No veis el horror del crimen

del que sois culpables decapitando al nieto de vuestro Profeta? ¡No hay duda de

que este hombre era un gran Santo! ¡Desgracia para vosotros infames! ¡No

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contentos con la ignominia que habéis cometido, tratáis con brutalidad a las

mujeres sin defensa y a los niños inocentes!

Shamir, quien estaba ya de muy mal humor por haberle despertado en plena

noche, fue preso de un ataque de rabia. Cogió su espada y, de un golpe, cortó la

cabeza del ermitaño. No tuvo ni el menor respeto hacia los requerimientos del

Santo Profeta concernientes a la protección que debe ser dada a aquellos que se

retiran del mundo y consagran su existencia a la oración y a la penitencia. Pero

aquel que había mostrado tanto desprecio por la vida del nieto del Profeta, ¿podría

dar alguna importancia a los Preceptos del Enviado de Dios?

Avanzando a marcha forzada, la caravana llegó pronto a Damasco.

Hizo alto ante las murallas que rodeaban la ciudad. Un mensajero fue enviado al

palacio del Califa, para recibir instrucciones de Yazid.

Este fue advertido por Obeidollah sobre los incidentes acaecidos en Kufa. Había

juzgado prudente no desvelar la identidad de los cautivos, y había hecho correr el

rumor que un príncipe árabe se había levantado contra su autoridad, que se había

enfrentado al ejército invencible y había sido derrotado, con algunos de sus

partidarios.

Un pregonero confirmó oficialmente esta noticia, precisando que para que sirviese

de ejemplo las cabezas de los culpables habían sido cortadas y llevadas ante el

Califa, al igual que la familia del príncipe desleal.

La jornada fue proclamada festiva, para celebrar la victoria del Caudillo de los

Creyentes.

Se decoró la ciudad a toda prisa, se preparó un festín abierto al público, y todos los

cortesanos y los embajadores residentes en Damasco fueron convocados a la gran

recepción que tendría lugar esa misma noche en el palacio.

Mientras que los preparativos estaban en plena actividad, los prisioneros

aguardaban, a pleno sol. Grupos de curiosos se acercaban para ver los cautivos que

iban a ser llevados al Califa. La escena de las mujeres, y sobre todo de los niños,

medio muertos de hambre y sed, cuya extrema delgadez causaba horror,

encadenados, cubiertos de polvo y de sangre seca enmudeció a más de un testigo.

Algunos de los curiosos tiraron dátiles secos a los niños, como limosna.

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Los desafortunados niños, hambrientos, cogieron los dátiles y para así disponerse a

mitigar su hambre, pero Zaynab y las otras mujeres les prohibieron comer aunque

fuese uno, y les ordenaron que los devolviesen a los que los habían tirado. Zaynab

con la cara siempre cubierta con su cabello, habló:

- Os doy las gracias por vuestra preocupación hacia los niños hambrientos. Pero

somos la Familia del Profeta, y del Enviado de Dios y nos está prohibido comer

limosnas. Bajo ningún concepto nos está permitido transgredir estas órdenes.

La gente se quedó estupefacta al oír esta respuesta. No sabían qué era lo más

inconcebible, la prohibición a dejar comer a los niños o el hecho de que la Familia

del Profeta estuviese cautiva y en un tal estado.

El rumor corrió por la ciudad, las preguntas y las suposiciones corrían como el

agua.

Llegó al fin la orden de conducir los cautivos al palacio.

Cuando aparecieron ante él. Yazid no pudo creer que se trataba de la Familia del

Profeta. Que, esas personas macilentas, demacradas, casi como espectros...

Esqueletos en andrajos cubiertos de polvo, sangrando por todas partes a causa de

las últimas heridas infligidas por las caídas o por el látigo... Estos espectros

encadenados, hambrientos, desfallecidos...

-¡Omar hijo de Saad! ¡Te has burlado de mí! Estas no son las hermanas y las hijas

de Husein... ¿Dónde has comprado estos y donde has escondido los otros?

Yazid estaba borracho. Estaba sentado en lo alto de un trono. Y a sus pies, en una

bandeja de oro macizo, había hecho colocar la cabeza del nieto del Profeta. En la

mano, tenía una copa de vino que un copero iba llenando antes que se vaciase.

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Yazid hervía de rabia, los ojos inyectados en sangre. Omar hijo de Saad se arrojó a

sus pies.

-¡Ten piedad de mí, Caudillo de los Creyentes! Tu humilde esclavo ha cumplido

exactamente tus órdenes. Los que están ante ti ciertamente son Zaynab y

Kulzum las hermanas de Husein, Um Layla y Um Rabbah sus viudas, Sukaina y

Rukayya sus hijas, y los demás son los parientes y los huérfanos de sus

próximos y de sus Shias. Y ante ti he traído también a 'Ali Zayn al-Abidin, el

hijo de Husein.

Yazid miró a los cautivos. No podía divisar el rostro de las mujeres ya que, todas,

cubrían su rostro tras sus cabellos. Una de ellas parecía a demás esconderse tras

una anciana. Yazid la señaló con el dedo:

-¡Aquella, aquella de allá que se esconde! ¿Quién es?

- Majestad, es Zaynab, respondió Omar, levantándose. Es la hija de 'Ali y de

Fátima. La anciana que la esconde es Fizza. ¡Se glorifica a sí misma de

nombrarse la esclava de Fátima y Zaynab!

Yazid eructó:

-¡No permito a nadie que esconda de mi vista a mis prisioneros, Shamir! ¡Haz un

lado a la vieja, que pueda contemplar libremente a la hija de Fátima!

Shamir se acercó con el látigo levantado.

Fizza, avisando a los esclavos abisinios presentes, armados con sables tras el trono

del Califa, interpeló:

-¡Hermanos míos! ¿Qué es lo que queda de vuestro sentido de la hermandad y

vuestro honor? ¿Dejareis que se moleste ante vosotros, sin reaccionar, una

anciana dama de vuestro pueblo, una princesa de vuestro país, teniendo cada

uno de vosotros un arma en la mano?

A las palabras de Fizza, varios esclavos dieron un paso hacia delante. Uno de ellos

se dirigió a Yazid:

-¡Caudillo de los Creyentes! Dile a este hombre que no levante su látigo contra

nuestra princesa. ¡Si no, la sangre va a correr como un río en este palacio!

Estaba muy ebrio, pero Yazid se dio cuenta de que el hombre hablaba en serio. ¡Sus

esclavos se alzaban!

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El cobarde disimuló en principio su pánico. Respondió con una gran sonrisa:

-¡Mis fieles sirvientes! Estoy orgulloso de ver hasta que punto habéis conservado

el sentido del honor. Os prometo que nadie maltratará a vuestra compatriota.

Yazid calmó su angustia sorbiendo un poco más de vino. Temblaba de ira. ¿Cómo

podía aclarar el enfrentamiento que ocurre públicamente?

A su alrededor, casi cien mil cortesanos y embajadores se encontraban reunidos.

Todos habían sido testigos de su humillación.

En la mano que no tenía la copa de vino tenía una caña, adornada con un pomo de

oro. La utilizó para golpear los labios del Imam Husein. Burlándose:

-¡Ah, los bonitos labios que ha besado Muhammad! ¡Qué contentos estarían mis

antepasados de contemplar esta escena! ¡Todos mis valerosos antepasados a

quienes Muhammad mató, desde Bader hasta Honayn! ¡Sus almas deben estar

hoy contentas viéndome, Yazid, yo los he vengado destruyendo la familia de su

enemigo!

Los cautivos permanecieron en silencio. Ni Zaynab, ni 'Ali Zayn al-Abidin querían

rebajarse para replicar al borracho.

Pero un embajador de un país extranjero, asqueado, indignado por tanta

ignominia, se levantó:

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-¡Oh rey! ¡Quisiera saber quién es el hombre cuya cabeza está a tus pies, y qué

crímenes imperdonables ha cometido para que tú trates así sus restos mortales y

a su familia, incluso después de su muerte!

-¡Son la gente de la Familia del Profeta del Islam! Han osado desafiar mi

autoridad. Estas mujeres y estos niños son mis esclavos, y les voy a hacer sufrir

un trato que nadie aún ha infligido a un ser humano jamás ¡Así, nadie más osará

nunca levantar ni su dedo meñique contra mí!

Abdol-Wahab - tal era el nombre de este embajador- era un hombre instruido.

Había estudiado mucho sobre la vida y las Enseñanzas del Santo Profeta y de sus

Descendientes. Reflexionó un instante.

Plenamente consciente de lo que quería decir, dejó a un lado toda clase de

diplomacia:

-¡Oh rey! Has cometido el más odioso de los crímenes contra tu Religión y contra

la humanidad. ¡Has aniquilado de la manera más odiosa la Familia de tu propio

Profeta, gentes que eran piadosas y que vivían con santidad!

¡Has tratado a sus descendientes más brutalmente que a los animales!

La gente de mi pueblo, tiene respeto hacia mí, por la sola razón que soy

descendiente de uno de sus Profetas.

¡Pero tú, has caído en la más baja abyección!

Volviéndose entonces en dirección a 'Ali Zayn al-Abidin, Abdol-Wahab continuó:

- 'Ali hijo de Husein, lo que he visto y he oído hoy me ha convencido que tu

padre era la más noble alma sobre la faz de la tierra, y el más valeroso de los

hombres por haber combatido de esta manera la injusticia, la tiranía y la

opresión.

¡Declaro mi Fe en la Religión de tu padre, esta religión por cuya defensa ha

vertido su sangre! ¡Y te elijo como testigo de mi profesión de Fe!

Un torrente de injurias salió de la boca de Yazid. Ordenó que arrestasen al

embajador, y que acto seguido lo ejecutasen.

Un profundo silencio reinaba en la sala.

Todos los testigos quedaron mudos de admiración ante el coraje de Abdol-Wahab

y la verdad de sus palabras...

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Yazid intentaba calmar sus nervios bebiendo copa tras copa. Era absolutamente

necesario que restableciese su autoridad vengándose sobre alguien.

Se levantó y tendió los brazos a Zayn al-Abidin, gritando:

- ¡Tú ¡Tú eres el responsable de todo esto! ¡Tú eres quien ha promovido a este

loco a que me insulte!

Yazid se calló un instante, como si intentase reflexionar a través de los vapores del

alcohol.

-¡Voy a hacerte cortar la cabeza ahora mismo ante mí! ¡Ante todo el mundo!

¡Ante tu madre, y tus hermanas, y tus tías, y todos los demás!

Vació otra copa más.

-¡No, esta muerte será muy dulce para ti! Voy a torturarte para que mueras poco a

poco. Voy a hacerte sufrir lo que nadie aún jamás ha sufrido. ¡Serás tú mismo

quien me suplicará que acabe contigo!

Después de esto Yazid se rió a carcajadas.

Eran las risas de un demonio borracho que había perdido todo control sobre sí

mismo.

El Imam 'Ali Zayn al-Abidin respondió, con voz baja, estaba tan agotado, no

obstante clara y firme:

-¡Yazid! Las torturas que tú ya nos has infligido no pueden ser sobrepasadas en

horror a todo lo que tu espíritu enfermo pueda imaginar.

Para mí, la peor de las torturas, es estar en tu presencia, con las mujeres de la

Familia del Profeta sin velo para cubrir su rostro de tu vista viciosa.

No creas que yo y mis próximos estemos atemorizados o intimidados por tus

amenazas. Nosotros, Gente de la Familia del Profeta, hemos sido educados

desde la infancia para ser capaces de soportar toda clase de pruebas, todos los

sufrimientos.

¡A quienes Dios ama, Él los afirma en todas las pruebas y, en el Más Allá,

gozarán de Sus favores!

Un murmullo de admiración se levantó en la sala. Todos estaban forzados a

reconocer que 'Ali Zayn al-Abidin era el digno representante del Enviado de Dios.

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Yazid se dio cuenta de los sentimientos que animaban a los presentes. Tuvo miedo

de que algunos pensasen en derrocarle para instalar sobre el trono al hijo del Imam

Husein. El carácter astuto y malicioso que había heredado de su padre vino en su

defensa. Y se rió a carcajadas:

-¡Ah, tú me criticas! ¿Pero no es Dios, El Mismo, Quien ha hecho morir a tu

padre? ¿No es Dios Quien lo ha castigado por haberse revelado contra el

Caudillo de los Creyentes?

-¡No tirano! ¡No deformes los Versículos coránicos! ¡No cambies su significado!

En Su Infinita Sapiencia, Dios da a cada uno el tiempo y las ocasiones para hacer

el bien o el mal, con justicia u opresión.

¡El Castigo Divino llega siempre a los tiranos tarde o temprano!

¿No cuenta el Santo Qor'an las tribulaciones de los Profetas, que han sufrido mil

males infligidos por los pueblos a los cuales habían sido enviados?

Yazid no sabía qué responder. Su espíritu estaba demasiado embebido en el

alcohol para encontrar una réplica.

Un cortesano, siempre al acecho de obtener un favor, tuvo una idea para menguar

la tensión que resultaba peligrosa. Se adelantó hacia el trono, se prosternó ante los

pies de Yazid, y pidió:

-¡Caudillo de los Creyentes! ¡Oh mi señor! Imploro a su Majestad concederme

una recompensa por los servicios que le he prestado. Dame como esclava a

Sukaina, la hija de Husein.

Zaynab estrechó a Sukaina entre sus brazos. Y replicó:

-¿Quién te has creído que eres, miserable lacayo de Yazid? ¿Has perdido todo

sentido de la medida? ¿Crees que perteneces a tan alta cuna que se te otorgue

como esclava a la nieta del Profeta?

- Cállate, interrumpió Yazid. ¡Soy yo quien decide aquí, y hago lo que quiero!

-¡No Yazid, no eres tú el que manda! ¡Ni aquí, ni en ninguna parte! Dios no te

dejará cometer tal abominación a no ser que tú rechaces públicamente el Islam y

aceptes otra religión.

-¿Es a mí a quien hablas de esta manera? ¿A mí, el Caudillo de los Creyentes? ¡Es

tu padre él que se ha desviado de la Religión, al igual que tu hermano!

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-¡Mientes enemigo de Dios! ¡Pretendes ser el Caudillo de los Creyentes mientras

que ordenas la injusticia, combates la virtud, y oprimes a los débiles indefensos!

El cortesano insistió:

- Dame esta niña...

Yazid le reprendió:

-¡Quédate más bien célibe!

¡Qué Dios te dé la muerte!

Yazid hizo venir entonces a un hombre que tenía reputación de gran elocuente.

Dio la orden de:

- Trae a este chico, y llévale a lo alto del mimbar. ¡En cuanto a ti súbete, e

informa al pueblo de la mala reputación de su padre y de su abuelo, diles todo a

cerca de su intención de apartarse de la Verdad, y de su injusticia para con

nosotros!

El hombre obedeció. Habló con habilidad. No olvidó ninguna fechoría que se

pueda imaginar, y acusaba a la Familia del Profeta de ser los responsables.

Prosiguió su discurso leyendo en las caras de sus auditores qué sentimientos

hacían crecer sus palabras. Modulaba sus palabras, sus entonaciones, sus gestos, la

expresión de su cara, y hasta el brillo de su mirada y el ritmo de su respiración,

como un actor consumado. Cuando terminó de hablar, los asistentes estaban

subyugados.

El orador descendió del mimbar.

El Imam Zayn al-Abidin se levantó. Escaló los peldaños, con las manos atadas y los

brazos trabados por las gruesas cadenas que estaban enrolladas alrededor de su

cuerpo.

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Yazid quiso oponerse a que su prisionero subiese también al mimbar, pero la

determinación del Imam había podido con la voluntad del tirano.

El Imam Zayn al-Abidin comenzó con las Alabanzas a Dios de la más bella forma

que pueda concebirse. Después invocó las Bendiciones de Dios sobre el Profeta. Y

se dirigió a la muchedumbre reunida:

- ¡Oh gentes! Os pongo en aviso contra la vida de este bajo mundo y lo que

contiene, ya que es una morada transitoria que está consagrada a desaparecer.

Cambia a sus habitantes de un estado a otro. Ha reducido a la nada a las

generaciones predecesoras, y a las naciones otras veces. Por lo tanto, habían

vivido mucho tiempo antes que vosotros, y han dejado vestigios colosales...

El paso del tiempo los ha destronado; las serpientes y las bestias que se arrastran

sobre la tierra se han apoderado de ellos, y han hecho pasto de ellas.

La vida los ha anulado, y es como si nunca hubiesen existido. La tierra los ha

engullido en su seno; ha puesto fin a su belleza, ha cambiado su color y el tiempo

los ha asolado...

¿Esperáis después de esto permanecer inmortales? No hay lugar a dudas. Seguiréis

el mismo camino...

¡Por lo tanto, el poco tiempo que os queda para vivir, empleadlo en buenas

acciones! ¡Ya que os veo ya, transportados desde vuestros palacios a vuestras

tumbas, afligidos, hundidos, por la desgracia!

¡Cuántos heridos han sucumbido solamente por lamentarse! Pero entonces es

demasiado tarde para arrepentirse... ¡Lo que uno encuentra ante sí, es lo que ha

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realizado en su vida! ¡Es ante sus propios actos que uno se encuentra! Y “Dios no

es injusto con nadie...”

¡Oh gente! Los que os han precedido ahora se encuentran inertes, yaciendo entre

los muertos. Aguardan el Castigo de Dios y el Día del Juicio... Ya que Dios

castigará o recompensará a cada uno según sus actos.

¡Oh gente! ¡Dios, Exaltado y Alabado sea, nos ha probado, a nosotros los Ahl-al-

Bayt, mediante una bella prueba, depositando el Estandarte de la Buena Dirección,

de la Justicia y de la Piedad entre nosotros, y depositando el estandarte del

extravío y de la ruina fuera de nosotros!

Nos ha favorecido, a nosotros los Ahl-al-Bayt, con seis cualidades:

¡Nos ha favorecido con la Ciencia, la mansedumbre, el coraje, la bondad, el amor y

el afecto de los corazones de los Creyentes!

¡Y Él nos ha dado lo que Él no ha concedido a nadie antes de entre los mundos: es

entre nosotros donde frecuentan los Ángeles, y la Revelación del Libro!

¡Oh gentes! ¡Aquel que me ha reconocido, es para su propio mérito! ¡Respecto a

aquel que no me conoce, le anuncio quién soy yo y cual es mi línea!

¡Soy el hijo de La Meca y Mina!

¡Soy el hijo de Zamzam y Safa!

¡Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás llevado vestiduras!

¡Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás andado sobre la tierra, así sea

descalzo o calzado!

¡Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás circunvalado la Santa Kaaba!

¡Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás realizado el Peregrinaje y

respondido a la Llamada de Dios!

¡Soy el hijo de aquel quien fue llevado por los cielos por el caballo de Buraq!

¡Soy el hijo de aquel quien viajó de noche de la Mezquita Sagrada hasta la

Mezquita Alejada!

¡Soy el hijo de aquel a quien Gibrail elevó hasta el Lotus del Límite!

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¡Soy el hijo de aquel quien se encuentra cercano a su Señor, a la distancia de dos

arcos, o más cercano aún!

¡Soy el hijo de aquel quien ha rezado con los Ángeles del Cielo, de dos en dos!

¡Soy el hijo de aquel a quien Allah el Glorioso, ha revelado lo que Él ha revelado!

¡Yo soy el hijo de Muhammad Mostafa!

¡Soy el Hijo de 'Ali Mortaza!

¡Soy el hijo de aquel quien ha doblegado a las gentes hasta que dijeron:

“¡No hay divinidad fuera de Dios!”

¡Soy el hijo de aquel quien ha combatido junto al Profeta con dos espadas, y con

dos lanzas; y ha partido de su país en dos emigraciones; y ha reconocido al Profeta

como Mensajero de Dios en dos sumisiones; y participó en las batallas de Bader y

Hunayn; y jamás ha negado a Dios!

¡Soy el hijo del más piadoso de los Creyentes!

¡Soy el hijo del heredero de los Profetas! ¡Es el que reprime a los ateos, el Jefe de

los Musulmanes, la Luz de los combatientes, el adorno de los adoradores de Dios,

el más paciente de todos los hombres, y el mejor de todos aquellos que se levantan

para la oración de entre la familia de Yasin, el Profeta del Señor de los universos!

¡Soy hijo de aquel a quien Gibrail sostiene y Mikail asiste!

¡Soy hijo de aquel quien protege los Lugares Sagrados de los Musulmanes, y que

mata a los renegados, los infieles y los tiranos!

¡Soy hijo del más noble de los Quraish!

¡Soy hijo de aquel quien, de entre todos los Creyentes, ha sido el primero en

responder a la Llamada de Dios y de Su Profeta!

¡Soy hijo de aquel quien es indulgente y generoso, resplandeciente, risueño e

íntegro, valiente y bravo! ¡Es paciente y ayuna frecuentemente! ¡Educado y recto!

¡Intrépido y valeroso! ¡Ha abatido a los incrédulos en combate! ¡Él es el León del

Hiyaz! ¡Es él la Víctima expiatoria de Irak! ¡Es el padre de Hasan y de Husein! ¡Es

mi abuelo! ¡Es 'Ali, el hijo de Abu Talib!

¡Soy el hijo de Fátima Zahra!

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¡Soy el hijo de Jadiya al-Qubra!

¡Soy el hijo de aquel que ha sido asesinado injustamente!

¡Soy el hijo de aquel cuya cabeza ha sido cortada!

¡Soy el hijo de aquel que ha muerto sediento!

¡Soy el hijo de aquel que yace sobre la tierra de Karbala!

¡Soy el hijo de aquel a quien han arrancado sus vestiduras y su turbante!

¡Soy el hijo de aquel por quien han llorado los Ángeles del Cielo!

¡Soy el hijo de aquel por quien han llorado los jinns de la tierra, y los pájaros en

los aires!

¡Soy el hijo de aquel cuya cabeza se ha exhibido sobre la punta de una lanza! ¡Soy

el hijo de aquel cuyas mujeres han sido llevadas cautivas desde Irak hasta

Damasco!

¡Soy el hijo de aquel...

¡Soy el hijo...

El Imam Zayn al-Abidin continuó de esta manera diciendo de quien era hijo, y la

gente rompió en llantos...

Yazid había visto a la muchedumbre, primeramente sorprendida, conmoverse a

medida que el Imam Zayn al-Abidin hablaba. Algunos habían empezado a secarse

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una lágrima fortuita, otros no habían podido esconder su desconcierto. ¡Ahora

todos los asistentes lloraban, sin cese!

Yazid tuvo miedo que las gentes se alzasen. Pero no sabía qué hacer para imponer

el silencio al Imam Zayn al-Abidin. Una vez más, buscó su salvación en la astucia.

Ordenó al muecín de recitar el adhan, sabiendo así que el Imam estaría obligado a

cesar en su discurso.

¡Allaho Akbar! ¡Allaho Akbar! (¡Dios es el más grande! ¡Dios es el más grande!)

El Imam Zayn al-Abidin replicó:

- ¡Si, nada es mayor que Dios! ¡Tú magnificas a Quien no puede medirse!

¡Ash-hado an la ilaha illa-lah! (Atestiguo que no hay divinidad más que Dios)

- Atestiguo lo que tú atestiguas, dijo como eco el Imam Zayn al-Abidin. ¡Mis

cabellos, mi carne, mis huesos y mi sangre son testigos!

Cuando el muecín dijo:

¡Ash-hado anna Muhammad Rasulullah! (Atestiguo que Muhammad es el

Mensajero de Dios) 'Ali Zayn al-Abidin se volvió hacia Yazid y gritó:

- ¡Oh Yazid! Este Muhammad, ¿es mi abuelo o es el tuyo? Si dices que es tu

abuelo, entonces mientes y reniegas de Dios; y si dices que es mi abuelo,

entonces ¿por qué has masacrado a su descendencia? ¿Por qué has matado a mi

padre, y hecho cautivas a sus mujeres? ¿Y por qué me has hecho prisionero?

Añadió:

- ¡Oh gentes! ¿Se encuentra alguien entre vosotros cuyo padre y abuelo sea el

Mensajero de Dios?

El Imam Zayn al-Abidin descendió del mimbar, y la gente se reunió a su alrededor.

No se oía más que el ruido de los llantos y de los gemidos que crecían en la

muchedumbre angustiada...

El calabozo estaba sumido en la oscuridad. Por lo tanto, fuera, brillaba un sol

cegador.

El Imam 'Ali Zayn al-Abidin oraba, la frente sobre el suelo. Los otros

sobrevivientes de la Familia del Profeta también rezaban, en las tinieblas de la

prisión. Zaynab oraba sentada, sus fuerzas se habían casi extinguido. La comida

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era tan escasa que ella dejaba su escasa parte a los niños, contentándose con un

poco de agua. Estaba muy débil ahora para sostenerse en pie.

Pasaban las horas. Los prisioneros rezaban siempre. No interrumpían sus actos de

devoción más que para llorar amargamente el recuerdo de los seres queridos que

habían perdido en Karbala.

En el exterior, la noche había sucedido al día, ¿pero esto qué cambiaba en la noche

del calabozo?

Un grito y llantos aún mayores llevaron a Zaynab al lado de Sukaina.

- ¡Tía mía!. ¡En mi sueño he visto a mi padre! No lo había visto desde que se

marchó, ese día horrible... Se lo he contado todo. Todo lo que hemos soportado

hasta hoy. Y me ha dicho: “¡Sukaina, tus sufrimientos han terminado! Sukaina

querida hija mía, he venido a buscarte!”

Sukaina rompió a llorar. Entonces todas las mujeres, y los niños también, se

pusieron a llorar.

Yazid, que pasaba en este momento cerca de un respiradero de la prisión, preguntó

qué es lo que pasaba allí. Los guardias le dijeron que Sukaina la hija del Imam

Husein quería ver el rostro de su padre.

Yazid dio las órdenes. Los guardias entraron rápidamente en el calabozo. Uno de

ellos llevaba una bandeja de plata recubierta de una tela de seda. El guardia

depositó la cabeza ante Sukaina. Retiró la tela.

La antorcha que él blandía iluminó la cabeza del Imam Husein.

Sukaina se adueñó de la cabeza de su padre. La estrechó contra sí, abrazándola

como la había abrazado miles de veces cuando estaba vivo. Al cabo de un

momento sus llantos cesaron.

Zaynab se aproximó a Sukaina que estaba inmóvil, acurrucada alrededor de la

reliquia del Imam.

- Sukaina hija mía, no te quedes así encorvada sobre la cabeza de tu padre.

Sukaina no respondía. Zaynab quiso sacudir dulcemente la espalda de la niña.

Pero Sukaina había dejado de vivir.

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Su padre tan querido había cumplido la promesa que le había hecho en el sueño.

Ahora ella estaba con él, en el Paraíso.

Los informes de sus guardias no dejaban de preocupar a Yazid.

Demasiada gente murmuraba contra él. Demasiados rumores circulaban sobre el

cruel destino que él había infligido a la Familia del Profeta. Algunas mujeres

llegaron incluso a tratar a sus maridos de cobardes porque no se oponían al tirano.

Yazid había perdido el sueño. Ahora temía seriamente ser depuesto.

¡A pesar de cincuenta años de presencia omeya! A pesar de un cuarto de siglo de

poder absoluto, primeramente en manos de su padre, posteriormente entre las

suyas. A pesar de todos los esfuerzos desplegados para inculcar a las masas el odio

hacia la Familia del Profeta, de 'Ali, de Hasan, de Husein. ¡A pesar del miedo, a

falta de afecto, que sentía la gente por los descendientes de Abu Sufian, a pesar de

todo esto, en su feudo de Damasco, Yazid temblaba en su trono! Entonces decidió

liberar de la prisión a los supervivientes de la matanza.

Afirmó públicamente que le habían engañado, que Husein no era tan rebelde como

le habían dicho. Juró que jamás había ordenado que matasen al nieto del Profeta y

que si él, Yazid, hubiese estado presente en Karbala, no hubiese permitido que se le

hiciese lo que se le había hecho.

Yazid ofreció al Imam Zayn al-Abidin, a Zaynab, a Kulzum, a todas y a todos

concederles todo aquello que pudiesen desear.

La única cosa que el Imam Zayn al-Abidin y la Gente de la Casa del Profeta

pidieron fue que se les restituyesen los pobres bienes que les habían robado. Se

llevaron consigo sus reliquias, al igual que las cabezas de los Mártires.

Viajando de noche, y acompañados de una escolta que alejaba de ellos a los

inoportunos, volvieron al lugar del Sacrificio en la llanura de Karbala.

Enterraron las cabezas cerca de los cuerpos de los Mártires. Unos pastores

nómadas habían recubierto vagamente con tierra los cadáveres mutilados, y un

Compañero del Santo Profeta, Jaber hijo de Abdallah Ansari, les había dado una

verdadera sepultura. El Imam 'Ali Zayn al-Abidin, y las mujeres y los niños de la

Familia del Profeta, se dirigieron seguidamente hacia Medina. Llegaron allí el 8 del

mes de Rabi al-Awwal del año 61 de la Hégira.

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...Medina de la que habían partido seis meses y medio antes, el 28 del año 60,

tras el Imam Husein.

Epílogo

Un año después del Sacrificio del Imam Husein, los habitantes de Medina se

sublevaron contra el dictador impío. Depusieron a su gobernador y lo remplazaron

por Abdallah hijo de Hanzalah. El ejército de Yazid atacó la ciudad del Profeta.

Yazid entregó la ciudad a sus soldados durante tres días. Más de diecisiete mil

Mequinenses fueron aniquilados, las casas y las tiendas robadas, y las mujeres

musulmanas fueron violadas.

“Mil mujeres quedaron en cinta durante esos días, y no estaban casadas.”

Al año siguiente, otro levantamiento tuvo lugar. El jefe de los insurrectos era

Abdallah hijo de Zobayr. El mismo ejército que había atacado la ciudad Santa del

Mensajero de Dios se avanzó hacia La Santa Meca, donde el hijo de Zobayr estaba

atrincherado. Catapultas, ballestas y otras armas de guerra del ejército omeya,

infinidad de proyectiles se lanzaron contra la Santa Kaaba derrumbándose un

muro de esta y un incendio asoló la Casa de Dios.

En los días siguientes a esta profanación inexpiable, Yazid murió.

Según Ibn Kathir, cuando se le preguntó si era lícito maldecir a Yazid, Ahmad Ibn

Hanbal, uno de los mushtajid sunnis, respondió:

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“¿Cómo no maldeciré a aquel que Dios El Mismo maldice?”

¡Cierto que Dios y Sus Ángeles bendicen al Profeta!

¡Oh vosotros los que creéis, bendecidle, y dirigidle vuestros saludos de

Paz!

“Dios mío Bendice a Muhammad y a la Familia de Muhammad”

Bibliografía

Sobre el levantamiento del Imam Husein:

DARUT TAWHID: "El Imam Husein y el día de Ashura". París, biblioteca Ahl-ul-Bayt, 1984.

MUFIT (Sheykh al-): "Kitab al-irshad" - El Libro de la Guía. Qom, Irán, Ansariyan Publication (eninglés).

TABATABAI (Allamah) Mohammed Husein: "El Islam Shia". Teherán, Irán, Organización para la Difusión

Islámica, 1983.

ZAKIR: "Tears and Tributes", Hyderabad, India, Shahed Associates, 5º de. Revisada, 1991.

Sobre la desviación, y los acontecimientos que condujeron al Levantamiento del Imam Husein:

AHMAD Abbas (al-Bostani): "Para una lectura correcta del Imam al-Hassan y de su Tratado de Reconciliación

con Muawiya", París, Biblioteca Ahl- ul-Bait, 1987.

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AL-THAQALAYN

I.S.S.N. 1164-8104

Editado e impreso por

Ibrahim Husein Anger B.P. 124

Director de la Publicación: Ibrahim Anger.

Traducción: Alia Solé