Piquete de Ejecucion Para Un Fascista - Edda Ciano Hija de Mussolini y Esposa de Galeazzo

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PIQUETE DE EJECUCIÓN PARA UN FASCISTA - EDDA CIANO 1

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  • PIQUETE DE EJECUCIN PARA UN FASCISTA - EDDA CIANO

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  • PIQUETE DE EJECUCIN PARA UN FASCISTA - EDDA CIANO

    EDDA CIANO PIQUETE DE EJECUCIN PARA UN FASCISTA Declaraciones recogidas por ALBERT ZARCA

    EDICIONES, S. A. 1976 Digitalizado por Triplecruz. Disculpe cualquier error debido a la digitalizacin.

    1975 Titulo original: TEMOIGNAGE POUR UN HOMME

    Traduccin: Juan Vioque

    PORTADA: Juan Amors

    1976 A. Q. EDICIONES, S. A. - Madrid Orense, 34

    Imprime J. Benita - Gonzlez Arias. 14 - Madrid-26

    El 11 de enero de 1944 era ejecutado el conde Galeazzo Ciano, yerno de Mussolini.

    Cul fue el autntico delito de Ciano?

    Qu motivos impulsaron al Duce para ordenar su ejecucin?

    Qu ocurri en el proceso de Verona?

    Edda Ciano, hija de Mussolini y esposa de Galeazzo, narra en este libro todo lo que ella sabe sobre uno de los sucesos ms apasionantes y polmicos del fascismo italiano.

    NDICE Introduccin.................................................................................................................................3 1. Hace unos meses....................................................................................................................9 2. Lo que siempre me ha fascinado de mi padre ......................................................................17 3. Mi madre, por el contrario .....................................................................................................22 4. Si me dejase llevar de las malas intenciones........................................................................28 5. Una tarde, Galeazzo y yo......................................................................................................35 6. El da en que mi marido ........................................................................................................40 7. En 1932, cuando vivamos en China.....................................................................................47 8. "Cuando salgo es para expansionarme" ...............................................................................51 9. Yo creo que mi marido no ha sido nunca un pelele ..............................................................57 10. Antes de caer en desgracia.................................................................................................64 11. Es cierto que se ha escrito ..................................................................................................65 12. Mi primer encuentro con Hitler ............................................................................................70 13. Era una persona..................................................................................................................72 14. Las guerras son necesarias ................................................................................................81 15. Un da de septiembre de 1941 ............................................................................................94 16. Galeazzo Ciano no fue eliminado .......................................................................................98 17. De hecho la detencin de Galeazzo Ciano .......................................................................114 18. No fue fcil llegar hasta l .................................................................................................115 19. En ciertas obras se ha escrito que Galeazzo....................................................................118 20. Pero no slo tuve que luchar.............................................................................................121 21. El proceso de Verona........................................................................................................128 22. Son las trece y cuarenta minutos ......................................................................................134 23. Yo estaba con mis hijos en el convento ............................................................................138

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    Introduccin

    Verona, 11 de enero de 1944. Alrededor de las nueve de la maana. Un amanecer gris y sucio llena de un da descolorido las calles fras y poco animadas de esta ciudad del norte de Italia.

    Un minibs de la armada italiana cruza el portal de la prisin de "Scalzi" y se dirige a las afueras de la ciudad. Una escolta de motoristas de la milicia lo acompaa. Dos coches oficiales le siguen.

    Nueve y diez. El cortejo llega delante del fuerte Procolo, su destino final. Penetra en su interior, quedando inmvil en el polgono de tiro, no lejos de un montculo respaldado a su vez por un muro. Unos veinte milicianos armados estn ya all. Ligeramente separados de ellos, cuatro o cinco oficiales alemanes. Algunos llevan consigo mquinas fotogrficas.

    Del minibs bajan seis personas: un sacerdote, cuya silueta negra se dibuja en el gris del paisaje, y cinco hombres de paisano.

    El primero de ellos, un anciano de aspecto frgil, vestido con esmero, con sombrero negro y barba blanca cortada en perilla, mira a su alrededor y da luego unos pasos en direccin del sacerdote. Se llama Emilio de Bono. Fue uno de los primeros compaeros de combate de Mussolini y se encontraba a su lado cuando ste tom el poder el 30 de octubre de 1922. Ante la historia, es uno de los quadriumviri que fueron investidos del cargo de comandante supremo en la marcha sobre Roma. Es, a la vez, mariscal de Italia, despus de haber ocupado puestos importantes bajo el rgimen fascista.

    Observndolo atentamente, se pueden ver sus labios moverse en una plegaria silenciosa: desde haca una media hora, Emilio de Bono, luego de estar en gracia como el resto de los condenados, sabe que va a morir, condenado por un tribunal fascista por "traicin".

    El segundo personaje que aparece lleva un impermeable color almciga, traje y sombrero gris. Su paso es cerrado. Camina con las manos metidas en los bolsillos y con una mirada fra sobre los rostros que le rodean. Slo sus rasgos plidos y sus mandbulas tensas denotan la tensin que vive. Se llama GaIeazzo Ciano. y sabe, tambin l que sus pasos le conducen a la muerte. Mas. contrariamente a sus cuatro compaeros, no se haca demasiadas ilusiones sobre su destino desde haca va ros das. Y sin embargo, Galeazzo Ciano, condenado igual mente por "traicin", fue durante casi cerca de diez aos uno de los ms prximos colaboradores de Mussolini, si no su brazo derecho. Muchos vean en l al delfn del Duce. Adems, en este momento en que va a morir, es, desde hace catorce aos, el yerno de Benito Mussolini.

    Tres hombres ms siguen a De Bono y a Ciano: Luciano Gottardi, presidente hasta 1943 de la Confederacin de traba adores de la industria. Cario Pareschi. ministro de la Agricultura y Bosques del gobierno fascista, igualmente hasta el 25 de julio de 1943. y Giovanni Marinelli. que ocup varias funciones tanto en el seno del partido fascista como en el seno del gobierno, principalmente como subsecretario de Correos y Telgrafos.

    Si Gottardi y Pareschi parecen calmados a pesar de sus rasgos tensos, Marinelli no puede vencer el legtimo terror que le invade desde que sabe que va a morir. Sus pasos son vacilantes, y es literalmente arrastrado por sus carceleros como consigue dirigirse hacia el lugar de ejecucin. Porque, cosa terrible, si De Bono, Ciano, Gottardi y Pareschi saben que van a morir por haber votado el 24 de julio de 1943 una mocin, presentada por Dio Grandi en la ltima reunin del Gran Consejo fascista, que en parte desaprobaba el Duce, l, Marinelli. no ha podido comprender lo que suceda: su sordera le impidi prcticamente seguir los debates de esta reunin en el curso de la cual crey obedecer a Mussolini al votar la mocin Grandi, y apenas comprendi nada del proceso en el curso del cual se le conden a muerte.

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    Dentro de unos instantes, Verona, que en otro tiempo tuvo sus das de gloria como poderosa repblica independiente y como puesto comercial de importancia, entrar de nuevo en la Historia viviendo un drama que marcar uno de los momentos cruciales del fascismo y supondr adems uno de los sucesos ms conocidos pero menos explicados de la Segunda Guerra Mundial.

    Se ha formado un grupo, compuesto por los cinco conde nados, que precede don Chiot, el capelln de la crcel que los ha acompaado, y varias personas ms: el prefecto Cosmin, al que una tisis se lo llevar unas semanas despus, dos o tres oficiales de la milicia, un juez, un mdico forense y un periodista.

    A unos pasos de all, cinco sillas clavadas en tierra esperan a los que van a morir.

    Los fotgrafos preparan sus cmaras que empiezan a disparar. Los milicianos que forman el pelotn de ejecucin, en pantaln negro, chaqueta verde-gris y casco negro, se alinean en dos filas, la primera, rodilla en tierra, la segunda, detrs, de pie.

    El pequeo grupo se detiene cerca de las sillas. Uno de los oficiales italianos hace una seal a los condenados para que se sienten. Estos obedecen y se colocan a horcajadas, con la espalda vuelta al pelotn de ejecucin, porque, as lo quiere la ley i tal iana para los "traidores", sern fusilados por la espalda.

    Falta poco para las nueve y veinte. Unos milicianos atan los puos de los condenados al respaldo de sus sillas, pero, antes de extender las suyas, Galeazzo Ciano hace una seal al prefecto Cosmin para que acerque y le dice unas palabras al odo. Igualmente, Gottardi, antes de dejarse atar, se quita su abrigo y su sombrero y pide que sean entregados a su hijo...

    Un profundo silencio se cierne sobre el campo de tiro. Una voz salta al aire: es uno de los oficiales que lee la sentencia y los motivos que han llevado a los jueces a pronunciarse as. Cuando la voz se calla, puede orse un leve murmullo: es De Bono que reza...

    De pronto, se oye un grito: es Marinelli: "No disparen! No disparen!".

    En el mismo instante, Galeazzo Ciano vuelve la cabeza y lija intensamente sus ojos en los milicianos que van a disparar.

    Nicola Furlotti, que comanda el tiro, baja el brazo. La primera salva sale de los caones...

    De Bono cae fulminado sobre el respaldo de su silla. Los otros ruedan por el suelo, lanzando gritos de agona. Una se gunda salva los acalla. Slo Galeazzo Ciano gime todava.

    Nicola Furlotti corre hacia l. acompaado del forense y el doctor Caretto. A una orden de ste. Furlotti dispara una vez con su revlver sobre la sien de Ciano. No es suficiente. Dispara de nuevo; Galeazzo Ciano deja de respirar. Ha terminado...

    Llevados a una capilla ardiente de Verona y expuestos al pblico para dejar claro que no haba posible sustitucin de personas -particularmente Galeazzo Ciano-, los cuerpos de los ajusticiados fueron rpidamente envueltos en un denso sudario de llores. Fian los habitantes de Verona que manifestaban asi su emocin, su perdn, y quiz sus remordimientos...

    Quince meses y diecisiete das despus, el 28 de abril de 1945. Benito Mussolini, en nombre de quien haban sido ejecutados estos hombres, caa a su vez bajo las balas de Walter Andisio, llamado "Coronel Valerio", un comunista que haba sido no slo librado de la deportacin como consecuencia de una carta de su madre, sino que incluso haba trabajado en una cooperativa agrcola fascista.

    Treinta aos despus, yo he tenido entre mis manos la fotografa tomada en el instante mismo en que el pelotn de ejecucin haca fuego, mientras Galeazzo Ciano miraba fijamente a sus verdugos. Ha sido este documento el que origin este libro.

    Por qu tom tanto valor ante mis ojos, cuando existen tantos otros, a veces ms terribles,

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    de los crmenes cometidos por el triunfo de tal o cual idea?

    En primer lugar, porque los cinco hombres ejecutados ese da eran fascistas fieles a Mussolini, pero abatidos por balas fascistas y en nombre del mismo Mussolini.

    Despus, porque el proceso en el curso del cual fueron condenados fue, a mi entender, dominado ms por el fanatismo encubierto de la razn de Estado que por el sentido de equidad y por los propios principios de justicia. Hasta tal punto que el mismo Mussolini le negaba su valor moral y pona en duda el inters poltico de la sentencia, pronunciada, sin embargo, en su nombre.

    Por otra parte, porque, independientemente de las dimensiones polticas que hubiera en relacin con las personas implicadas, el proceso de Verona y la muerte de Ciano supusieron una tragedia humana en la que los principales actores ocuparon la escena internacional: Mussolini, su esposa donna Radele, su hija preferida Edda y su yerno Galeazzo Ciano, HitIer, Himmler, Ribbentrop, Kaltenbrunner. el modisto Emilio Pucci que estuvo a punto de perder su vida ayudando a Edda Ciano, sacerdotes,... por no citar ms que a los principales. Sin hablar de los que, desconocidos incluso treinta aos despus, fueron mezclados involuntariamente o no en este drama y que haban escogido el silencio lo mismo que otros multiplicaron sus declaraciones ms para justificarse o representar un papel que para servir a la causa de la verdad.

    Por ltimo, porque el personaje central de la tragedia, Galeazzo Ciano, me pareca muy diferente del retrato que yo me haba hecho de l a travs de testimonios que haba ledo. Tena la impresin que algunos de sus rasgos se haban escamoteado; la mayora de las veces en desventaja suya, o en provecho de cierta visin de la Historia.

    Incluso sus instante finales incitaban a la reflexin: por qu, por ejemplo, volvi la cabeza hacia el pelotn de ejecucin en el momento de morir?

    Sera ste un acto reflejo de un hombre de cuarenta y un aos que ama y ello es comprensible la vida, y que podra esperar un milagro en el ltimo minuto? En una gracia, por ejemplo, que Edda, su esposa, pero tambin la hija preferida del Duce, hubiera conseguido finalmente arrancar de su padre? Haba esperado ser absuelto in extremis, ya que haba sido informado con certeza que Himmler y Kaltenbrunner, que se haban empeado en ponerle en libertad a cambio de sus Cuadernos, se haban sentido molestos de tener que renunciar a su proyecto ante la intervencin de Ribbentrop y la orden personal del Fhrer que haba confirmado su veto telefoneando l mismo al general Harster, comandante de la S.S. de Verona, quien haba puesto en marcha ya un comando encargado de poner en libertad al conde Ciano?

    O era, simplemente, un gesto de bravura de un hombre que quera mirar la muerte cara a cara, ya que no ces de comentarlo desde su arresto, puesto que saba que sera fusilado por la espalda?

    "Siento las balas penetrar por mi espalda y horadarme la nuca cuando duermo, haba dicho un da a un amigo, igualmente en prisin. Qu horrible sensacin! No podr soportarlo cuando me ejecuten, haba aadido; no les dar a los que han querido mi muerte la satisfaccin de verme morir como un cobarde".

    Nadie, con razn, ha podido ni podr responder de forma precisa a estas preguntas. Pero la mirada de este hombre que iba a morir tena un no s qu de grande y noble que me incit a intentar saber de l ms de lo que hasta ahora saba-Este fue el punto de partida de esta obra. Pero los testimonios que reciba iban ms all de la persona de Ciano. Paralelamente a su retrato, muy diferente del que ya conoca, se dibujaba igualmente el de Benito Mussolini, un Mussolini diferente del personaje que la Historia representa y cuyo ascendiente sobre los que le rodeaban me permiti comprender mejor la tragedia de Galeazzo Ciano, al igual que la suya propia.

    Pude tambin situar a Galeazzo Ciano en el mundo en que vivi, en su propio marco que era prcticamente desconocido. Ello me ayud a comprender su psicologa y los mviles de sus actos.

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    Pude descubrir lo que algunos historiadores y hombres polticos haban buscado para explicar el porqu de decisiones importantes, en contradiccin con las declaraciones del que las haba tomado. Como la alianza italo-alemana, firmada por Ciano a pesar de su odio por los nazis, la entrada en la guerra de Italia contra Francia e Inglaterra, desaprobada en sus notas y en privado, pero que l haba aceptado ya que no dimiti cuando Mussolini lo anunci.

    Supe por qu Mussolini se haba lanzado a la campaa de Grecia y cmo haba tomado a Galeazzo Ciano para convencerle a emprenderla, porque, l tambin quera "su guerra".

    Las razones que le hicieron votar por la mocin Grandi me fueron finalmente explicadas, del mismo modo que sus proyectos y ambiciones.

    Haba realmente traicionado a Mussolini o no? Creo poder decir que, a partir de una cierta poca, Galeazzo Ciano se haba trazado un destino nacional que le permitiera continuar el fascismo sin Mussolini, pero sin tener nunca la intencin de eliminarlo en el sentido estricto de la palabra.

    Esta infiltracin en Alemania, misteriosa e insensata para todo el mundo, fue finalmente puesta en claro, y yo mismo tuve la posibilidad de encontrar al hombre que, a peticin de Edda Ciano, organiz los primeros contactos con los alemanes.

    Siempre a travs de los testimonios recibidos, ciertos aspectos de la vida mundana bajo el fascismo, al igual que los orgenes y los resultados del acercamiento talo-alemn, al mismo tiempo que algunos rasgos insospechables de la personalidad de hombres tales como Hitler, Goebbels o Goering, me fueron explicados.

    Los tres meses de terrible agona tras los barrotes de una crcel que vivi Galeazzo Ciano me permitieron comprender por fin el martirio de un hombre y el sufrimiento de aquella mujer en el combate encarnizado que ella libr con la energa de la desesperacin por salvar a su marido, y que igualaba en grandeza y en intensidad dramtica a la muerte de ste, cuando todo estuvo perdido.

    Esta mujer es Edda Ciano Mussolini, la hija primognita y preferida del Duce, al mismo tiempo que la esposa del conde Galeazzo Ciano.

    No fue fcil conseguir que ella volviera sobre el pasado. Comprend las razones de sus primeros rechazos cuando comenzamos a trabajar. Me di cuenta, entonces, de su dolor al tener que revivir ciertos episodios a travs de recuerdos, de fotografas o de objetos queridos, extrados de cajones que no hubiera querido nunca volver a abrir.

    Un primer inicio de contactos fue cortado en seco. Uno de sus abogados me hizo saber que "la condesa Ciano no deseaba recibir a ningn periodista ni contar lo que haba sido su vida"...

    Unos meses ms tarde, tuve la ocasin de volverla a encontrar en la Romana, en casa de su madre, donna Rachele Mussolini. La hice partcipe, de viva voz, de mi proyecto. Edda Ciano no dijo s ni no, pero acept recibirme en Roma.

    Cuando fui a verla, fue para quedar sumido en una verdadera ducha escocesa: ella estaba confundida entre varios sentimientos. Saba que, despus de la muerte de su marido, deba de hacer todo lo posible por defender su memoria, pero se preguntaba si vala la pena levantar el polvo del olvido.

    En inters de la Historia?

    Yo no creo en la historia, me dijo ella. No creo porque la he visto hacerse debajo de mis ojos. Yo misma he participado en ella. Y s, por tanto, muy bien que sta no puede ser imparcial. Sus autores, como los que se dicen sus jueces, son, unos y otros, seres humanos. Animados por pasiones, forjados por ambiciones, de rencor o de odio, y que creen que la nica verdad es la suya. La nica objetividad de la historia reside en el paso del tiempo. Dentro de un siglo, es posible que

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    juzguen de modo diferente a Mussolini, a Ciano y a tantos otros personajes de esta poca. Pero, de momento, creo que la verdad histrica es una aagaza, al menos por su sujeto.

    Por inters material? Sin tener siquiera que abordarlo, fue barrido con estas palabras:

    Aunque tuviera que morir de hambre, no contara mis penas por dinero. Varias veces los editores me han solicitado que escriba mi vida. Siempre he rehusado, porque lo que est en el fondo del corazn, que se ahoga cuando uno siente deseos de explotar, de gritar al mundo la verdad, que hace dao, no se puede arrojar como pasto al pblico a cambio de unos millones.

    Necesidad de rehabilitar a su marido?

    Yo que lo he conocido s que no tiene la ms mnima necesidad, me respondi Edda Ciano.

    Fue finalmente la lectura de varios libros sobre la Segunda Guerra Mundial, de ciertas "revelaciones'"' sobre Ciano y Mus solini como sobre ella misma, y de testimonios de gente que de ca haberla conocido muy bien, lo que hizo que Edda Ciano saliera de la reserva que se haba impuesto. La rabbia se apoder de ella y acept a responder a mis preguntas.

    No quiero que escriba "la vida de Edda Ciano, me precis no obstante. Deseo que demos a mi marido, a los hombres y a los acontecimientos su verdadera dimensin. Poco me importa que al final del libro se descubra un Ciano ms grande o ms pequeo, mejor o peor que el que se ha conocido hasta aqu. Quiero que se sepa la verdad. Que haya sido un cobarde o un valiente, eso me es igual, a condicin de que sepa que l no traicion. Eso lo s, y mi padre lo saba tambin.

    Edda Ciano haba podido escribir este libro ella misma, es decir, tcnicamente, tomar una pluma, unas pginas en blanco y derramar en ellas sus recuerdos. No lo ha hecho porque, en comunin con sus propios pensamientos, no podra haber perdonado a nadie, descargar su verdad como se descarga un golpe de bastn. Obrando as, tendra que haber destrozado a seres a los que ya ha perdonado.

    Al aceptar responder a mis preguntas, evocar los perodos y los recuerdos tanto de acontecimientos como de personas, fueran los que fueran, pero slo en funcin de lo que yo le preguntaba, Edda Ciano se buscaba una especie de refugio. Ella respondera a todo evitando "mezclarse". Su pudor quedaba salvaguardado. Esta fue la opinin que me hice despus de algunos meses de trabajo.

    Como compensacin, ella respet perfectamente las reglas del juego. Ni una vez eludi ninguna pregunta, por delicada que fuera, en nuestras entrevistas. Es ms, cuando su memoria le fallaba o no estaba segura sobre algn punto, no dud un momento en acompaarme a casa de ciertos testigos para autorizarle a hablar.

    Uno de ellos, Zenone Benini, tuvo varios ataques cardacos por la emocin que le produjo el recuerdo de las ltimas horas de Ciano, que haba vivido l mismo. A pesar de ello, Edda Ciano llev la conversacin con una obstinacin que me dej estupefacto. Fue necesario asistir a varias conversaciones entre ella y Zenone Benini para comprender hasta qu punto llegaba su voluntad de saber.

    Tanino Pessina, uno de sus amigos, me revel en presencia suya cmo los Cuadernos de Galeazzo Ciano escaparon de las manos de los alemanes, en medio de bsquedas desenfrenadas donde se mezcl la tragedia con la comedia.

    M. Tassinari, que fue uno de los miembros del secretariado de Mussolini, con el ttulo de prefecto durante la Repblica social, levant por primera vez el velo, siempre en presencia de Edda Ciano, sobre los proyectos de algunos fascistas de salvar de la muerte a los cinco condenados de Verona, al igual que las disposiciones de nimo del Duce sobre su persona.

    Supe as que Galeazzo Ciano haba estado cerca de salvar la vida por dos veces con el tcito acuerdo de Mussolini. Comprend entonces mejor el dilema ante el que se haba

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    encontrado el Duce y hasta qu punto lleg su crisis de conciencia que lo agit desde el proceso hasta su propio final. Una crisis tal que hizo, despus de la muerte de Ciano, que firmara un da una foto que le extenda una italiana y que deca: Mussolini difunto...

    Llegamos, incluso, al cabo de unas semanas, al tema de las "conquistas femeninas". Edda jams lo eludi.

    Fue as como, a lo largo de varios meses de trabajo, me apareci la verdadera personalidad al menos, as lo creo de Edda Ciano. Ello haca an ms apasionante su testimonio.

    Saba que Edda Ciano era de un temperamento excepcional, un verdadero cocktail compuesto de temeridad a la vez que de reserva y timidez, de aparente dureza, pero igualmente de profunda bondad y fidelidad hacia los que ama y haba amado.

    Para m, periodista que debe quedar insensible a veces con los dramas con los que se roza porque, como para mis colegas, el rigor profesional trasciende los sentimientos personales, la tragedia de Galeazzo y de Edda Ciano fue rica en enseanzas. Me permiti comprender mejor al ser humano, apreciar con ms justicia los lmites de su naturaleza y descubrir la fragilidad de la Historia.

    A. ZARCA

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    1. Hace unos meses

    Hace unos meses, en el curso de una de las emisiones de "Dossiers de l'cran" que la televisin francesa dedicaba al proceso de Verona, me preguntaron si pensaba que mi padre haba estado en la base de la muerte de mi marido.

    Respond entonces que esta pregunta es de las que nunca deben hacerse, y mi respuesta tuvo, como pude saber ms tarde, una cierta resonancia en el pblico, que juzg indecente la pregunta que se me haba formulado.

    Hoy, puesto que usted me pide mi testimonio sobre mi marido y su poca, he de poner las cosas en su punto, desde el comienzo, sobre varias cuestiones, sin perjuicio de volver sobre ellas ms extensamente luego.

    En primer lugar, la pregunta que se me hizo en la televisin francesa: mi rechazo, en s mismo, a dar una respuesta era ya una contestacin. Si no he querido hablar, no ha sido por un deseo de ocultar la verdad o de sustraerme a ella. Simplemente encontraba muy desagradable servir de pasto, con una cmara delante de ti que te escudria, con millones de personas a los que no puedes ver, pero ellos s que pueden seguir las ms pequeas reacciones tuyas con mrbido placer para algunos. En un libro, es diferente, y as puedo hablar del papel que jug mi padre en la muerte de mi marido, y decir, hoy, lo que pienso sobre ello.

    Si no estuvo directamente en el origen, l dej hacer, bien por debilidad, bien por una especie de fatalismo que hace decir a veces, cuando te encuentras ante una situacin dada: "Pues bien, qu se le va a hacer? La mquina ya est en marcha. Que ocurra lo que tenga que ocurrir..." En parte, pues, l es responsable de lo que ocurri.

    Se ha escrito que Galeazzo Ciano haba sido detenido a su regreso de Alemania, donde nos habamos encontrado el 25 de julio de 1943, por orden de mi padre, y que fue juzgado y ejecutado siempre segn sus instrucciones.

    Eso no es del todo cierto. Mi marido volvi a Italia en octubre de 1943, despus de haber visto a mi padre una vez que ste fue liberado del Gran Sasso por los hombres de Otto Skorzeny. Le haba informado de su deseo de volver a combatir a Italia, y mi padre no se haba opuesto a ello. Por lo dems, qu otra cosa poda hacer si nosotros estbamos en Alemania y eran los alemanes los que se tenan que oponer o no. Sin embargo, para ser exactos, Mussolini no le haba dado consentimiento formal a Ciano para volver; pero l no lo hizo detener a su llegada.

    Fue debida esta detencin a la decisin de los alemanes? No lo creo, ya que ellos no queran mezclarse en este asunto. Pienso que queran deshacerse de l, una vez que mi padre re-cobrabara el poder, y dejar a los italianos que se las arreglaran entre ellos. Por supuesto que s se apresuraron a comunicar a los servicios de la polica fascista el da de su llegada a Verona.

    Igualmente, estoy completamente segura que el proceso de Verona no fue decidido por mi padre. El lo acept al principio, porque no poda hacer otra cosa, creyendo poder intervenir a tiempo para evitar un resultado fatal. Esto fue no slo lo que me dej entrever cuando yo le vi, el mismo lunes de la detencin de mi marido, sino que adems aparece a travs de diferentes testimonios que usted mismo ha recogido.

    Adems, consideraba este proceso como inti l y, polticamente, perjudicial: los verdaderos culpables no haban sido detenidos, y los elementos extremistas del fascismo avanzaban posiciones sobre los moderados y realistas en un perodo particularmente tenso en el que Italia estaba ya dividida en dos bandos desde el armisticio del 8 de septiembre de 1943.

    En cuanto a la ejecucin de los cinco condenados de Verona entre ellos, mi marido-, creo

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    que se llev a cabo a espaldas de mi padre, y que los hombres que estuvieron en la raz de este asunto, a la cabeza de los cuales se encontraba un amigo de Galeazzo, Alessandro Pavolini, secretario entonces del partido fascista, hicieron todo lo posible para que las peticiones de gracia no llegasen a manos de Mussolini y para que la ejecucin no se le anunciara hasta una vez efectuada.

    Dnde se sita, entonces, la responsabilidad de mi padre en la muerte de mi marido? En la tercera fase, es decir en la concesin de gracia que slo l poda o no acordar.

    S que las peticiones mi marido no quera firmar la suya, pero acept finalmente para no perjudicar a sus cuatro compaeros condenados como l no llegaron nunca a mi padre. S tambin que si las hubiera recibido, las habra firmado.

    Pero, sabiendo que slo se trataba de una cuestin de horas puesto que la sentencia haba sido pronunciada la vspera por un Tribunal especial extraordinario, necesitaba l tener ante sus ojos las frmulas administrativas para conceder el perdn? Es que no pudo reclamarlas, hacrselas llevar, o concederlo simplemente, pues saba que las peticiones estaban firmadas por los condenados? Es ah donde reside su parte de responsabilidad.

    Por qu no lo hizo? Nunca lo he sabido exactamente. No lo sabr jams.

    Pienso que se haba dado cuenta, a partir de cierto momento, que no poda hacer nada y que toda iniciativa humanitaria que hubiera podido adoptar, habra servido slo para debilitar su prestigio cerca de los alemanes, y su poder sobre los extremistas del partido fascista, que gobernaban de hecho. Por debilidad o por razn de Estado, el hecho Fue que cedi. Habran considerado los alemanes la concesin de perdn como una traicin al espritu del Eje, ellos que crean que Italia haba traicionado ya a Alemania por segunda ve/ el 8 de septiembre de 1943, despus de haberlo hecho por primera ve/ durante la Primera Guerra Mundial? Puede ser. Pero es que no haban traicionado ellos a Ital ia ms de una ve/, durante la Segunda Guerra Mundial?

    Habran reaccionado los extremistas fascistas contra una medida de gracia o contra una pena de crce l si esta sentencia hubiera salido? Por supuesto. Haban tomado todas las pie cauciones para quitar de en medio a los condenados de Verona, fuera cual fuera la sentencia que se hubiera dictado.

    Esto fue, probablemente, lo que mi padre quiso hacerme comprender en una de sus ltimas cartas: "Tal ve/ tu juicio sea ms comprensivo el da que los dos podamos hablar cara a cara..."

    Es tambin lo que quiso que comprendiera uno de mis mejores amigos, el padre Pancino. un anciano capelln de las fuerzas armadas, cuando lo recibi poco despus de la muerte de Galeazzo comunicndole que haba estado motivada por "razn de Estado". Pero, paradjicamente, no slo no tuvo el ms ligero reproche hacia mi marido por el contrario, lo elogi varias veces, sino que, incluso, lleg a decir un da: "Me pagarn esta muerte! Y, por encima de todo, que no se atrevan a hacer con mi hija lo que han hecho con mi yerno!".

    A partir de cierto momento, creo que la suerte de mi marido, a causa de un misterioso concurso de circunstancias, era ineluctable: morira, fuera cual fuere la actitud de mi padre. Pero hubiera preferido que lo eliminaran unos asesinos, sin que mi padre tomara parte en ese sucio trabajo, antes que lo hiciera un pelotn de ejecucin despus de la mascarada de un proceso y una farsa de juicio realizado en su nombre.

    Porque no es tanto el hecho de la muerte misma lo que ms importancia cobr ante mis ojos, sino las razones de esta muerte y las condiciones en las que se llev a cabo.

    Estoy segura que, a los cuarenta y un aos, mi marido ansiaba la vida quin no la desea?, pero s tambin que habra sufrido menos si al horror legtimo que la muerte ocasiona, no se hubieran aadido la desesperacin y la clera provocadas por el sentimiento del que sabe que va a morir por un crimen que no ha cometido.

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    Fue por esto por lo que acced a prestar mi testimonio.

    No me anim el deseo de vengarme de mi padre ni el hacer de mi marido un hroe o un mrtir. Simplemente deseo que, junto a los dems testimonios que se han puesto en el platillo de la Historia, est tambin el mo que permita conocer mejor a Galeazzo Ciano, uno de los hombres que, en mi opinin, ms ha hecho por Italia, por Europa y por la paz. A pesar de que no estaba de acuerdo con su ideal.

    Que por qu me he decidido a hablar en 1974? Tal vez porque hasta ahora las circunstancias no me han incitado a hacerlo. Porque siempre me han pedido "que contara mi vida", y ello me causaba un profundo horror. Mientras que, esta vez, usted me pide un testimonio sobre Ciano y su poca, aunque, por supuesto, al hablar de l tenga a veces que hablar de m.

    Tal vez, en fin, porque si hubiera aceptado a prestar mi testimonio antes, slo hubiera servido para pisar algo ms el recuerdo de Mussolini, y porque presentar a un Galeazzo Ciano bajo otros aspectos que no fueran el de amante de placeres, un ser vanidoso e inconsciente, un poltico ambicioso, oportunista y maquiavlico, no habra tenido credibilidad. Me pregunto, incluso, si la tendr ahora, ya que la caza de brujas contina, ya que todo crimen poltico es automticamente de origen fascista y que toda bomba que hace explosin ha sido colocada por una mano fascista. Aparte de que las generaciones jvenes no saben siquiera lo que ha sido realmente el fascismo. Quin lo sabe, de hecho?

    Y esto ocurre en 1974. Imagine por un momento qu suerte habra corrido el testimonio de Edda Ciano en 1945 o en 1960...

    Por poco importante que fuera, en esa poca, la palabra de cualquier miembro de mi familia, o la ma propia, hubiera sido puesta en duda. Aunque no fuera nada ms que por razones de intereses financieros.

    En 1959, por ejemplo, yo me encontraba en Montecarlo, y tuve ocasin de hablar con uno de los Rothschild, Mauricio, creo, que ya ha muerto. Nuestra conversacin slo hubiese sido un intercambio de banalidades mundanas, como generalmente ocurre en estos encuentros, si el barn de Rothschild no me hubiera dicho algo cuando menos sorprendente:

    -He sabido me dijo que posee usted una pintura que perteneci a mi familia, que fue tomada por los alemanes y ofrecida luego a usted. Es un Boldini excepcional que estimamos mucho, y que representa una princesa alemana o austraca tumbada en un sof.

    Y me describi con toda clase de detalles el cuadro. Como yo quedara algo sorprendida, el barn continu: No hay duda, condesa Ciano, que la creo responsable a usted misma y a su marido de este robo. Pero estamos entre gente de mundo y no deseo ni procesos ni escndalos. Estoy dispuesto a comprarle de nuevo el cuadro con tal que vuelva a nuestra casa.

    Saba muy bien que despus de la guerra, las historias de tesoros artsticos robados por los dirigentes del Reich haban sido numerosas. Algunas de ellas, ciertas; otras, por el contrario, inventadas por toda clase de gente que queran recuperar cuadros que, en realidad, haban vendido muy bien.

    Nada, pues, habra podido impedir que alguien fuera contando que uno de los responsables alemanes haba ofrecido un cuadro robado a mi marido, cuando, adems, Goering le haba regalado a Galeazzo un Boldini: La Danseuse gitane, que haba comprado l mismo.

    Maurice de Rothschild habra podido, igualmente, leer los Cuadernos de mi marido y fijarse en una de sus anotaciones que l haba escrito el 6 de abril de 1942:

    "Cuando Goering lleg a Roma, hablamos de la posibilidad de hacer traer a Italia algunas obras de la pintura italiana actualmente en Francia, y particularmente las que posean los judos y que fueron secuestradas por los alemanes. Entre los nombres que fueron citados figuraba el de los

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    Rothschild, que posean varios Boldini. Goering me ha enviado hoy, como regalo, un Boldini. La carta que lo acompaa comenzaba as: "Por desgracia, no haba nada ms en casa de los Rothschild..."

    Y mi marido haba aadido: "Si un da esta carta llega a ser conocida, no habr ninguna duda de que yo lo empuj a devastar las residencias de los judos y que l se lamentaba de haber llegado demasiado tarde."

    Su razonamiento se revel desgraciadamente exacto, porque Maurice de Rothschild estaba totalmente convencido de que nosotros, los italianos, habiendo estado metidos en el mismo saco que los nazis a la hora de la derrota, de la misma forma habramos estado asociados en el reparto de los saqueos.

    Finalmente, cre que mi tono de sinceridad le haba persuadido de que deca la verdad, ya que rehus a venir a comprobarlo, y as quedamos.

    Con otra persona, un socio de mi marido que posea el veinticinco por ciento de las acciones del peridico de Livournc // Telgrafo, mientras Galcazzo posea el setenta y cinco por ciento, tuve mayores dificultades que con Mauricc de Rothschild para hacerle admitir mi punto de vista.

    Tuvimos que ir ante un tribunal, y este seor, que afirmaba poseer la mitad de las acciones de // Telgrafo se qued muy sorprendido de ver cmo yo exhiba el testamento de mi marido. Este haba precisado en el mismo, unas horas antes de su muerte, a propsito del peridico cuyas acciones reparta minuciosamente entre mis hijos y yo: "El seor X... posee una cuarta parte del peridico, repito una cuarta parte...""

    Recuerdo haberle preguntado a los jueces si pensaban que un hombre fuera capaz de mentir sobre estas cuestiones a la hora de su muerte. Por fin, el tribunal acept mis conclusiones.

    Tercer ejemplo: la lucha sin fin que tuve que entablar con una familia juda de Livourne a la que le habamos comprado una villa, siendo mi marido ministro de Asuntos Exteriores.

    No slo le habamos pagado la casa hasta el ltimo cntimo, sino que adems la reconstruimos y agrandamos.

    Pues bien, esta familia no haba encontrado nada mejor que hacer, despus de la guerra, que aprovecharse de todos los casos de expoliacin que aparecan por todas partes para reclamar la restitucin de la villa. Ni ms ni menos.

    Present toda clase de documentos, entre otros, el contrato de compra en duplicado con pruebas de haber pagado, para dejar bien claro que nosotros la habamos comprado legalmcn-te. sin el menor perjuicio para los vendedores. No slo fui condenada a devolver la casa, sino tambin a pagar intereses y daos, ya que, segn los jueces que dieron la razn a esta familia, los trabajos que habamos realizado en la casa atentaban a la concepcin y belleza del edificio...

    Cmo no pensar que si, a propsito de cuestiones financieras, la palabra de los Ciano o de los Mussolini por tantos bienes mal adquiridos como se les atribuyen se haba puesto en duda, igualmente lo seran los temas que trataran sobre sus propias personas? De ah mi falta de inters por no hablar hasta ahora. Y para ser franca, me muestro escptica sobre la fe que se le podr prestar ahora...

    Este es un punto. Hay otros sobre los que quiero poner inmediatamente las cosas en claro.

    Se ha escrito que Ciano lleg a ser ministro porque era mi marido: es falso. Mi padre no haca ministros ms que a los que consideraba capaces de desempear tales funciones. Si hubiera obrado de otro modo por qu no elev a mis hermanos, sus propios hijos, a altas personalidades del rgimen?

    Ciano se haca pasar por el delfn de mi padre y, para darse un aspecto ms fiero, imitaba a Mussolini tanto en su forma externa como en su forma de expresarse: es cierto en cuanto a los

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    hechos, pero falso en cuanto se refiere a las intenciones. Mi marido adoptaba a veces las mismas actitudes que mi padre, por simple mimetismo, a fuerza de encontrarse con l varias veces al da durante aos. Hay familias, como los Agnelli. en la que todos los hermanos y amigos hablan de la misma forma. Lo cual no es razn para identificarlos los unos con los otros.

    Sin duda alguna, su ambicin era la de llegar un da a jefe de gobierno. Quin no suea alcanzar cosas en la vida? Y cul sera la etapa siguiente en la carrera de Ciano, ya ministro de Asuntos Exteriores de su pas?

    Pero, si l se senta con capacidad de asumir tales funciones, jams pens en llegar a ellas pasando sobre el cadver poltico o fsico- de mi padre.

    En cuanto a la historia del "delfn", la campaa fue lanzada, a mi juicio, por personas celosas del hecho de que mi padre, teniendo en l puesta toda su confianza, le consultaba y mantena conversaciones sobre temas que no slo se referan a asuntos del extranjero, sino tambin a la poltica interna del pas, del partido, o de operaciones militares. Y, efectivamente, tuvo en cuenta varias veces el punto de vista de mi marido: en 1939, cuando Ital ia no entr en la guerra, en las campaas de Albania y Grecia que l preconiz, en la eleccin poco afortunada, por cierto- de un secretario del partido fascista, en la constitucin del penltimo gobierno que fue llamado "gabinete Ciano". En el nico terreno en que Galeazzo se abstena de inter venir era en el del ejrcito, porque conoca el celo de mi padre en sus prerrogativas. Donde destacaba de forma particular, manifestando cualidades tan altas como las de mi padre, era en los asuntos extranjeros.

    Sobre el plan de cooperacin entre Mussolini y Ciano, puedo decir que fue de los ms completos hasta la detencin de mi marido, de los ms fieles por su parte y de los ms dignos de confianza por parte de mi padre...

    Se ha dicho igualmente que Ciano fue apartado del poder porque Mussolini saba que lo traicionara. Es ridculo. Mi marido perdi, en efecto, su cartera de asuntos exteriores slo porque fue vctima de un complot de alcoba urdido por Clara Petacci y su camarilla en la que formaban parte varios ministros como represalia a dos intervenciones mas cerca de mi padre para convencerle, con documentos en la mano, de que su relacin con Clara Petacci serva de pasto para las pginas de los peridicos y no le hacan ningn bien, y que los tejemanejes del hermano de sta no arreglaban las cosas. Como no podan hacer nada contra m, se vengaron en Galeazzo montando una historia de complot. Cuando la campaa denigratoria se llev a efecto, yo no estaba en Roma: no pude, pues, contrarrestarla. Pero en absoluto se trat de nada poltico.

    Mi marido traicion a mi padre al votar contra l el 24 de junio de 1943, en la ltima sesin del Gran Consejo: ms falso an. Galeazzo Ciano vot por la mocin Grandi porque crea, en inters de la nacin italiana, que el rey deba asumir parte de las responsabilidades principalmente en materia militar, para que en una poca de gravedad como la que viva el pas, cada uno tomara parte activa en la defensa de Italia. Pero ni l ni la mayor parte de los otros miembros del Consejo pensaron en deshacerse de mi padre al votar la mocin Grandi. El verdadero artfice del golpe de Estado y los que traicionaron a mi padre fueron Acquarone, ministro de la Corte, el rey y su estado mayor, junto con Badoglio que hizo detener a Mussolini. El voto del Consejo no dio al rey ms que el pretexto y, en cierto sentido, cambi incluso los planes de los verdaderos autores del complot que estaban en el estado mayor y en torno al palacio real, ya que el golpe de Estado fue preparado das ms tarde, el 4 de agosto exactamente, con la eliminacin fsica de mi padre. Ahora bien, no quiero decir que algunos miembros del Gran Consejo, entre ellos Bastianini, Federzoni, Bottai Albini, no pensaran en apartar efectivamente a mi padre del poder. Si doy estos nombres es porque los o de mi padre en persona: me los dio cuando lo vi por primera vez en Alemania despus de ser liberado del Gran Sasso. El aadi el de Grandi, precisando que eran ellos, y sobre todo Grandi, los verdaderos traidores, y no mi marido.

    Otro punto misterioso para los historiadores: nuestra "hui-a'' a Alemania el 27 de agosto de 1943, un mes despus del voto del Gran Consejo y la detencin de mi padre. Nunca han

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    comprendido por qu Galeazzo Ciano iba a dejarse meter en la boca del lobo, buscando refugio cerca de Hitler y de los dirigentes alemanes a los que criticaba tan abiertamente desde haca meses. La verdad es muy otra: nosotros habamos decidido de comn acuerdo huir de Roma y refugiarnos en Espaa, pues advertamos las amenazas cernirse sobre nosotros, y mi marido acusaba cada da ms el golpe al comprobar que una nueva calumnia se haca pblica sobre mi padre, sobre el suyo, sobre l mismo, o que un fascista, como Muti, era sumariamente ejecutado.

    No sabamos casi nada de mi familia y prcticamente nada de mi padre. Slo que estaba vivo.

    Los pocos amigos que haban continuado visitndonos despus de la "retirada" de mi padre haban desaparecido a medida que pasaban los das. Y los escasos contactos que habamos mantenido con el palacio real haban dejado sitio a un silencio cada da ms amenazador.

    La nica forma de escapar a la muerte, o por lo menos, a la crcel, era encontrando asilo en alguna parte. En el extranjero o en Italia, en territorio del Vaticano.

    La Santa Sede, donde Galeazzo haba representado a nuestro pas hasta el 25 de julio de 1943 e, incluso, despus, se neg a acogernos. Mi marido qued aterrado, pues, una vez ms en pocos das, despus de descubrir hasta qu punto era impopular, al darse cuenta l, que siempre haba sido profundamente creyente- de que las puertas del Vaticano, que haban permanecido abiertas para tanta gente durante la guerra tanto por simple auxilio humanitario corno por oportunismo poltico, quedaran cerradas para l porque era el yerno de Mussolini.

    Al extranjero podamos ir con slo el pasaporte, pero haca falta un visado. La peticin que haba dirigido mi marido al gobierno qued sin respuesta.

    Slo nos quedaba abandonar clandestinamente Italia. Pero entonces las cosas se complicaban por el hecho de que no ramos slo dos, sino cinco. Galeazzo, mis tres hijos y yo.

    Mi marido pudo haber marchado solo para Espaa: Fernndez Cuesta, embajador espaol en Roma, haba puesto inters en franquearnos con segundad las fronteras italiana, francesa y espaola; el gobierno del general Franco haba aceptado acogernos. Pero un viaje semejante, realizable para una sola persona, era imposible para cinco. Y mi marido haba rehusado a marcharse sin m y los nios.

    Por mi parte, yo podra haber quedado bajo la proteccin de las autoridades alemanas de Roma, como mi hermano Vit-torio u otras personalidades del rgimen, si hubiera querido. Pero Galeazzo rechaz enrgicamente pedir ayuda a un rgimen al que l haba criticado tantas veces.

    Slo quedaba la solucin espaola, pero viajando en avin. Pero los que podan ayudarnos a llevar a cabo este plan no eran otros que los alemanes, ponindonos un aparato a nuestra disposicin. As es que decidimos apelar a ellos.

    Fui yo la que establec contactos con el representante de Himmler en Roma, Dollmann, por medio de un buen amigo, el almirante Bigliardi. Al cabo de diez das y de dos entrevistas rodeadas del mayor secreto, fui informada que Berln haba dado su consentimiento para poner a nuestra disposicin un avin que nos llevara a Espaa. La nica reserva que haba formulado Dollmann. en nuestra primera entrevista, se refera a Galeazzo.

    -Usted sabe perfectamente, condesa, que el conde Ciano nunca se ha mostrado favorable a Alemania. No se lo que decidir el Fhrer sobre este asunto. En cuanto a usted, no habr, por supuesto, ningn problema.

    -Estoy de acuerdo -le haba respondido, pero, en la situacion actual, el nico que podra explicar lo que realmente ha pasado en estas ltimas semanas es mi marido. Si el Fhrer desea una explicacin, el conde Ciano se la dar.

    No fue hasta que nos encontramos en el avin y ya en vuelo cuando nos dimos cuenta que

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    no tombamos la direccin de Espaa. Me respondieron que debamos hacer una escala tcnica en Munich, pero que seguiramos inmediatamente viaje a Espaa....

    En Munich, de hora en hora y de da en da, esta escala se convirti primero en una estancia como ''invitados" del Fhrer. Luego, despus del armisticio del 8 de septiembre, como "virtuales prisioneros". No podamos volver a Italia: Galeazzo, porque sera detenido y ejecutado despus de un simulacro de proceso; yo, porque lo nico que podra hacer sera intentar salvarle y luchar en vano contra los alemanes y contra mi padre...

    As pues, Galeazzo no se haba arrojado voluntariamente en la boca del lobo buscando refugio en Alemania. Tanto l como yo habamos cado en una trampa.

    Ultimo punto: los Cuadernos de mi marido. Se ha hablado demasiado sobre ello. Sin negar su autenticidad, se ha dicho que fueron retocados con el fin de blanquear la imagen de mi marido: es falso. Ni l ni yo hemos aadido o suprimido nada. Yo podra haber arrancado perfectamente una o dos pginas comprometedoras para m y para l; nunca lo hice por ir en contra de mi temperamento. Prefiero callarme del todo antes que enmascarar la verdad. Pero si hablo no es para andar con rodeos.

    Su publicacin fue decidida por mi marido: guardaba en ellos lo que haba pasado durante los siete aos en que fue ministro de Asuntos Exteriores italiano en una poca que marc un hito para el mundo entero. Fue l mismo, adems, el que escribi el prlogo en su celda de la prisin de Verona y el que lo hizo llegar a mi poder para que no hubiera duda alguna de su contenido y de sus intenciones. Al permitir a los americanos que los publicaran slo despus de la muerte de mi padre y al final de la guerra, yo slo tuve que atenerme al pie de la letra a sus instrucciones.

    Al aceptar los contactos con los alemanes, y ms exactamente con Frau Beetz, el agente especial de Himmler, para intercambiar los Cuadernos y otros documentos por la vida de mi marido, no hice ms que, igualmente, seguir sus instrucciones. Debo reconocer que recib un fuerte golpe y qued decepcionada al comprobar en ellas el gesto de un hombre que pone precio a su cabeza y que, para salvarla, sacrifica sus ideas.

    La importancia de estos Cuadernos era evidente para los alemanes. Himmler era el primero en desear tenerlos para alcanzar a Ribbentrop a travs de su poltica. Fin este caso, las noticias de mi marido eran de una utilidad considerable y yo comprenda que Galeazzo, que jams haba soportado al ministro de Asuntos Exteriores del Fhrer, se hubiera prestado a tal operacin, sobre todo despus de haber sido informado de que Himmler tena en proyecto negociaciones con los aliados. Adems, ste los concrctiz de inmediato.

    En apoyo de mi punto de vista, retengo simplemente el hecho de que Frau Beetz se puso en contacto con nosotros cuando todava estbamos en Alemania y no por cuestin de proceso alguno. Y que, incluso despus de la operacin, los servicios nazis, tanto oficiosos como oficiales, secretos y no secretos, persiguieron obstinadamente estos documentos. Yo misma, despus de la muerte de Galeazzo, fui perseguida por toda Italia cuando supieron que estaban en mi poder. Incluso en Suiza. No se trataba, pues, de una iniciativa desesperada de mi marido para salvar su vida.

    Me fue fcil pasar al otro lado de la barrera y residir entre los enemigos de mi padre, a pesar de que le haba amado y admirado siempre ms que nadie en el mundo, hasta el punto de prometerle que estara a su lado si un da tena que morir en circunstancias trgicas? Por supuesto que ello supuso para m un verdadero desgarro. Pero cuando tuve que echarle en cara lo que pensaba de su actitud hacia mi marido y cuando le escrib para decrselo, lo hice con una dureza que nunca hubiera sospechado en m. Sin embargo pensaba en lo que deca y hacia. Y. todava hoy, no me arrepiento de nada.

    Si tuviera que encontrarme hoy en la misma situacin sena idntica mi actitud? S, y a todos los niveles. En el fondo, no era mi actitud otra cosa que el resultado de lo que me haba inculcado

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    desde mi ms tierna infancia mi padre? Ese Benito Mussolini, del que se sabe tan poco como de Galcazzo, a pesar de haber sido aparentemente "desmenuzado por todo el mundo, incluso por los americanos que se llevaron, despus de su muerte, una parte de su cerebro para analizarlo.

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    2. Lo que siempre me ha fascinado de mi padre Lo que siempre me ha fascinado de mi padre es, entre otras cosas, su arte de no hacer

    nunca las cosas como el resto del mundo. Comenzando por mi nacimiento.

    En efecto, contrariamente a los dems nios que tienen un padre y una madre o, en casos excepcionales, una madre y dos padres, yo disfrut, segn el rumor pblico de un padre y dos madres. Una verdadera proeza.

    Durante mucho tiempo, una misteriosa historia dio la vuelta al mundo: segn ella, si en verdad yo era la hija de Benito Musolini, no lo era tanto de Rachele Guidi, la madre de todos mis hermanos y hermana, sino el fruto de las relaciones que mi padre haba tenido con una juda de origen ruso: Anglica Balabanoff. Y todos los que vendan como mercanca esta historia aportaban como prueba que, en los registros de la alcalda del Forli en la que estaba registrado mi nacimiento, estaba escrito: "Edda, hija de Benito Mussolini y de X..."

    En realidad, la verdad es muy diferente: efectivamente, mi padre tuvo entre sus conquistas femeninas a Anglica Balaba-noff. Yo misma la he conocido cuando apenas contaba cuatro aos y mi padre me llevaba a los talleres donde se imprima el peridico socialista L'Avanti que l diriga, y luego a los del Poplo d'Italia, cuando lo fund. He conservado un vago recuerdo de esta mujer, francamente nada bonita, que se precipitaba siempre sobre m cuando ella me vea, exclamando: Oh!, qu guapa es, la pequea Eddar Y yo, que no la quera, me esconda entre las piernas de mi padre para escapar de ella.

    Lo que se ha dicho sobre mi filiacin de Anglica Balabanoff es pura invencin, y esa pretendida prueba sobre los registros de la alcalda de Forli no era debida ms que al hecho de que, cuando yo vine al mundo, mi padre y mi madre no estaban legalmente casados, ya que, como buenos socialistas revolucionarios, apoyaban la unin libre. Segn la ley italiana slo poda, en dicho caso, researse el nombre del padre y no el de la madre, lo que explica lo de "hija de X..."

    Esto no poda tener ms que un valor anecdtico, y mis padres nunca dieron mayor importancia a esta fbula. Todo lo ms, mi madre, donna Rachele, responda sonriendo cuando alguien le hablaba de ello: "Ya sabe, cada uno puede contar lo que quiere, a mi me da lo mismo, porque cuando se trae un nio al mundo nadie ms que la madre puede sentir los dolores del parto. Cuando Edda naci, estoy segura que fui yo la que soport los efectos de su nacimiento. Si hubiera nacido de Anglica Balabanoff, no veo por qu iba yo a haber sufrido los dolores..."

    Pienso, incluso, puesto que conozco a mi madre, que si en verdad yo hubiera sido la hija de Anglica Balabanoff, no habra permanecido en mi casa, por muy beb que fuera, ms de cinco minutos.

    Luego mi padre regulariz oficialmente su unin con mi madre. Pero, como estbamos en plena Primera Guerra Mundial y mi padre estaba atado a la cama de un hospital a causa de una hepatitis, no pudo estar presente en su propio matrimonio civil, y fue un profesor de msica, el maestro Limenta, uno de sus amigos, el que lo reemplaz por poderes.

    Aunque muy pequea deba tener unos cinco aos yo asist a la ceremonia y, durante varias semanas, yo estuve resentida con este Limenta que se atreva a casarse con mi madre y que vena a ser de este modo un segundo padre para m, no comprendiendo, por supuesto, que se trataba de una boda por poderes.

    Lo cual me hizo poder decir luego que yo haba tenido no slo dos madres, sino tambin dos padres...

    Tampoco en su forma de educarme, como vi ms tarde, mi padre obraba como los dems.

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    Cuando apenas tena unas semanas, encontr un procedimiento ingenioso para dormirme. Ingenioso pero ruidoso: se pona a tocar el violn cerca de mi cuna y no paraba hasta que quedaba profundamente dormida.

    Pero tan pronto como yo no oa la msica, me despertaba y me pona a berrear. Pap tomaba de nuevo su instrumento y reanudaba su serenata... Hasta la noche en que tuvo que reanudarla sesenta y siete veces...

    Sesenta y siete veces que tuvo que encender la luz y volver a tocar el violn.

    Por fin estall en una crisis de nervios tal que se puso a arrojar sobre mi cuna todo lo que encontraba a mano: cojines, peridicos, zapatos, etctera.

    Salv la vida gracias a la rpida intervencin de mi madre que, con toda energa, me libr de su clera.

    Fue, creo, la nica vez que me golpe...

    Otra vez, irritado, no s por qu, por la mana que yo tena como todos los nios de enrollarme un mechn de cabellos en el dedo pulgar y chuparme el dedo para quedarme dormida, me cort pura y simplemente el pelo. Claro, al quedarme sin mi mechn, lloraba a ms y mejor. Entonces, para compensarlo, colg una espiga de maz en mi cuna, con los hilos colgando sobre m. De esta forma, yo tena de nuevo algo que enroscar alrededor de mi dedo, y la calma volvi a reinar...

    Con mi madre hizo casi lo mismo. Como no le gustaban los cabellos largos y soaba con cortrselos, busc el pretexto de la moda "a la garconne" para intentar convencerla. Nada consigui: mi madre deseaba conservar sus cabellos, que, por cierto, eran preciosos, de un maravilloso rubio ceniza. Entonces, l lleg de nuevo a los actos.

    Al verla un da pasar, mientras l se encontraba en la peluquera, la llam. Sin desconfiar lo ms mnimo, ella se acerc a l, quien, bajo el pretexto de tenerle que decir algo al odo, le hizo bajar la cabeza. Inmediatamente, de un tijeretazo y antes de que ella pudiera siquiera decir "Oh!", le cort las trenzas.

    Ms tarde, encontrara en l otro motivo de fascinacin: no era como los padres clsicos. Un da estaba en casa; otro, desapareca como por encanto. Mi madre me deca que estaba de viaje o en la crcel por haber querido hacer la revolucin y haberse enfrentado con la polica.

    Tena, contrariamente a los dems padres, una camisa con una manga de menos para batirse en duelo, y, a veces, sala al amanecer acompaado de unos seores con aire acompasado, vestidos completamente de negro. Era capaz de regresar a casa, ya de maana, herido, pero tambin con un gato entre sus brazos, que haba recogido antes del duelo y que haba decidido conservarlo porque le haba trado suerte.

    A menudo volva con la ropa destrozada, con su bombn abollado por los golpes que le haban proporcionado los gendarmes. Nos contaba, entonces, sus batallas hacindonos ver sus escenas y riendo a carcajadas.

    Recuerdo que, mucho despus de esto, un polica le pidi una audiencia cuando ya estaba en el poder. Una vez introducido en su despacho, el polica exhibi ante sus ojos un enorme garrote que extendi a mi padre, a la vez que le deca con voz temblorosa:

    Excelencia, podra hacerme el honor de aceptar este regalo? Es la matraca con la que a menudo le he golpeado en Forli, en las manifestaciones...

    Pero mi padre no era slo un violento manifestante. Tambin era un poeta que saba crear un mundo encantado, que Poda dar los colores ms brillantes a los objetos ms tiernos, y que, sobre todo, jams me consider como una nia, incluso cuando no era ms que eso.

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    Cuando se march al frente, voluntario, en la Primera Guerra Mundial, me escriba de forma regular largas cartas, como si yo fuera una persona mayor, no olvidando nunca meter en ellas siempre una pequea flor. Era mi madre la que me lea estas cartas, puesto que yo no saba leer an. Me senta muy orgullosa por tener un pap que saba que yo era ya mayor.

    Redact tambin, da a da, un diario de recuerdos sobre un cuaderno que siempre llevaba consigo. Este cuaderno le salv la vida cuando un obs le estall a los pies: parte de la metralla que se le incrust qued detenida a la altura del corazn, gracias a las pginas y la cubierta de este cuaderno.

    Cuando volvi, me entreg su diario. Lo conserv durante aos, pero lo perd en 1944. Lo haba dejado junto a otros documentos en casa de un amigo, mdico de Ramiola. Los alemanes, que iban a la bsqueda de los Cuadernos de mi marido, le obligaron a mostrarles el escondite donde guardaba todos sus papeles, y no tuvo ms remedio que obedecerles.

    Cuando fui creciendo, fue mi padre el que me fue descubriendo "de verdad" el mundo de los adultos a una edad en la que los nios ni siquiera piensan en eso.

    De esta forma, yo fui, tal vez, la nica nia del mundo que no aprend el alfabeto en la escuela o en una pizarra, sino en la imprenta de un peridico.

    Mi padre, en efecto, no quera enviarme a la escuela: deca que era perfectamente capaz de ensearme lo que yo deba aprender. Tena razn, ya que durante varios aos l haba sido profesor de francs.

    As es que cuando tuve edad de comprender, me llev consigo a los talleres de L'Avanti, el diario socialista que l mismo diriga. Conmigo en sus rodillas, correga las pruebas antes de efectuar la tirada.

    De esta poca conservo an el olor de la tinta al que me habitu en los aos siguientes.

    Luego, cuando mi padre estaba en el frente y fue necesario decidirse a enviarme a la escuela del barrio, mi madre le escribi una carta para comunicrselo. Le respondi que regresara para reanudar de nuevo sus lecciones tan pronto como hubiera acabado de drselas a los alemanes. Por suerte para m, mi madre decidi no esperarle: de lo contrario sera analfabeta...

    Por este mismo tiempo, y gracias a l, las tardes tomaron para m una nueva dimensin: no slo acompaaba a mi padre al peridico, sino que adems bamos al teatro o a la pera, la famosa Scala, sirvindonos de los pases gratuitos de que dispona el peridico.

    Por supuesto que yo no entenda gran cosa de este espectculo. Pero despertaba la admiracin de nuestros vecinos de la sala por la seriedad con que yo me comportaba.

    Jams me dorma, ni rechistaba, ni manifestaba impaciencia o aburrimiento. Permaneca completamente impasible incluso cuando los silbidos de los espectadores descontentos me destrozaban los tmpanos.

    Una tarde, un espectador me atiborr de caramelos. Estaba entusiasmado de ver a una nia tan joven y ya tan interesada en la pera...

    Lo que me gustaba por encima de todo era la "Galera", principal centro de Miln al que gustaba de llevarme mi padre, despus del espectculo. Las araas rutilantes de luz, tantas y tan apetecibles cosas sobre las mesas y los hermosos peinados me fascinaban. Conoc tambin Biffi y tantos otros establecimientos famosos, cuando no tena ms que cinco aos. Era seguramente la nia ms joven de Italia que frecuentaba estos lugares.

    Una de esas tardes tuve la ocasin de asistir a un espectculo que ofreca el ballet "Excelsior". Aquello supuso una revelacin para m. Meses y meses anduve por casa danzando sobre la punta del pie. Me imaginaba ya vestida de bailarina, haciendo piruetas en un escenario. Durante varios meses acarici el sueo de llegar a ser una estrella de la danza, ya que adems mis

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    piernas eran delgadas y posea el sentido del ritmo.

    Pero habra sido ms fcil conseguir la luna que arrancar a mis padres la autorizacin para dejarme llegar a ser bailarina. Se divertan al verme de puntillas, pero ah qued todo. No hubo forma de convencerlos. Una hija bailarina? Qu vergenza!

    En 1930, mi padre haba hecho una escena con mi novio porque ste me haba llevado a una Boite por la noche. Como para darme permiso para entrar en un ballet en 1920!

    No tenan mis padres, socialistas y revolucionarios de esta poca, la sana mentalidad pequeo burguesa. En aquellos momentos yo no me daba cuenta de ello, pues no tena ms que diez aos, pero no tardara mucho tiempo en comprender que, en opinin de mi madre, la funcin de la mujer era conservar su virginidad hasta el matrimonio, tener hijos y cuidar la casa. Pap, que tena la misma opinin del papel de la mujer, aada un detalle ms: ella deba permanecer en casa, tener hijos y llevar los cuernos. Opinin muy prctica y tpicamente mediterrnea.

    El desarrollo de mis dotes artsticas se limito a unas lecciones de violn y de piano que tom durante varios aos, obedeciendo las rdenes de pap.

    Sin embargo, cuando pienso en este sueo infantil, pienso que poda haber sido maravilloso.

    Por otra parte, esta concepcin algo desfasada en relacin con la evolucin de la mujer de hoy evolucin que a veces encuentro discutible no impidi que mi padre pusiera en m sus mayores ambiciones. Cuando llegu a ser joven, l quiso que yo fuera la primera en todos los rdenes. Y no precisamente consintindome caprichos, sino exigiendo siempre el mximo de m.

    He contado muchas veces que, siendo nia, me oblig a mantener apretada una rana en mi mano para que aprendiera a dominar el miedo, la repulsin; y a que, pasara lo que pasara, nunca tena que llorar. Un da, en Miln, se empe en que recorriera toda la ciudad en una calesa slo porque el caballo se haba encabritado y yo no quera montar.

    Este dominio de mis nervios que l me inculc me sirvi ms de una vez, en los momentos difciles. Creo no haber sufrido una crisis de nervios ms que una vez en mi vida: cuando, despus del combate que tuve que librar para salvar la vida de Galeazzo, comprend que no haba nada que hacer.

    Aparte de este control sobre m misma, mi padre me inculc de igual manera algunos principios que me permitiran recobrar la calma despus de cualquier tempestad. Algunos de ellos, como el amor a la verdad, son, a mi entender, muchas veces perjudiciales para quien los pone en prctica. Pero nunca he conseguido deshacerme de ellos, y estoy contenta de no haberlo hecho.

    Me inculc, por ejemplo, el amor a la patria. No s exactamente lo que eso significa, sobre todo cuando descubro todo el mal que se puede hacer en su nombre. Pero s s que existe en m. Particularmente cuando he visto un paisaje nevado, he cogido una flor salvaje o he caminado sola en la noche imaginando que ese cielo misterioso tachonado de estrellas no es ms que el techo de la enorme casa que es Italia, y en la que quisiera, como quiso mi padre, que todos sus habitantes fueran los miembros de una familia unida.

    Aprend tambin a hacerme cargo de mis responsabilidades en la vida y a soportar las consecuencias de mis actos sin buscar excusas o escapatorias. Sobre todo cuando la maldad de los seres humanos o la irona del destino hacen que esas consecuencias se muestren diferentes de las previstas.

    Me ense a no conocer jams la envidia o la mezquindad, y recuerdo las veces que, durante mi infancia y despus de la guerra, he tenido la oportunidad de comprobar las consecuencias de tales sentimientos en los dems. Me inculc, por fin, que el hombre nace, vive y muere solo.

    El grado de osmosis entre mi padre y yo fue tal que, por complacerle y obedecerle, lo hice todo: fui la primera mujer italiana en conducir un coche y llevar pantalones. Aprend a nadar, a

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    montar en bicicleta, etctera.

    Pero, a pesar de su insistencia, fui la nica de la familia que no aprend a pilotar un avin.

    Y todo porque un da, cuando an era una nia, mi padre me haba dicho que sobrevolara en avin la playa en la que nosotros estbamos de vacaciones. A la hora sealada pas efectivamente un avin batiendo las alas. Luego, al volar demasiado bajo, su piloto no pudo enderezar el aparato y se estrell contra la arena. Estaba convencida, cuando me dijeron que el pasajero haba muerto, que se trataba de mi padre.

    Por suerte para m, pero desgraciadamente por la joven a la que ste su novio haba venido a saludar, no era mi padre. Pero el choque fue tal que nunca pude aprender a pilotar y que, incluso hoy, tomo el avin con cierta aprensin.

    Es en este amor hacia mi padre donde reside la causa del drama que nos separa: tena demasiada confianza en l como para pensar que se podra equivocar un da o que dejara de creerme.

    Y por otra parte, estas mismas virtudes que l me haba enseado me permitieron juzgar a mi marido con serenidad y comprender que no haba traicionado a mi padre: slo haba sido inducido al error.

    Pero me podr responder nadie hasta qu punto una equivocacin puede ser tomada por un crimen? No me haba dicho mi padre que el amor a la patria y a la verdad debe quedar siempre por encima de los dems sentimientos?

    Entonces dnde comienza la traicin cuando el destino de una nacin est en juego?

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    3. Mi madre, por el contrario

    Mi madre, por el contrario, a pesar de sus rasgos delicados, sus ojos azules y sus cabellos rubios, era el verdadero "dictador" de la familia. Hasta donde puedo remontar mis recuerdos, s que siempre obr a su antojo.

    Cuando todava era una nia, ella fue, de toda su familia, la nica que quiso ir a la escuela. Cada da se haca sus siete kilmetros a pie, por un camino pedregoso y cubierto de baches, con sus zapatos al hombro para no gastarlos y conservarlos para la escuela, ya que no tena ms que aquel par.

    Por desgracia tuvo que dejar muy pronto de estudiar: a la muerte de su padre no tuvo ms remedio que ponerse a trabajar con su madre y sus hermanas para llegar a sobrevivir. A la edad de apenas ocho aos se coloc en casa de unos seores. Se levantaba a las cinco de la maana, y a final de mes le daban tres monedas. Todo lo que aprendi despus se lo ensearon la vida y mi propio padre.

    Este carcter bien templado no hizo ms que afirmarse con el paso de los aos. Cuando apenas tena catorce aos, ya defenda a Benito Mussolini, al que haba conocido como maestro de escuela cuando ella tena siete aos, contra los sarcasmos de sus patrones, los Chiedini. Y cuando stos describan con evidente satisfaccin los altercados que el agitador "Mus-len" (Mussolini en el dialecto de la Romana) haba tenido con la polica, y los bastonazos que reciba, era la nica en mantenerse firme y manifestar su admiracin por quien llegara a ser luego mi padre.

    A los diecisiete aos, cuando se volvi a encontrar con Mussolini y ste se puso a hacerla la corte de forma asidua y celosa, ella no dudaba en encorajinarlo yndose a bailar con los otros chicos que la deseaban. Cuando l estaba de paso por Forli, en sus viajes a Suiza, mi padre se vea a veces obligado a encerrarla en una habitacin y ocupar su puesto para servir a los clientes del albergue que posea su propio padre, Alessandro Mussolini, y en el que trabajaban la joven Rachele Guidi y su madre. Hasta tal punto llegaban sus celos. Pero eso no impidi nunca que mi madre siguiera obrando como le venia en gana.

    Cuando le propuso un da venirse a vivir con l para hacerla "la madre de sus hijos" y probablemente, tambin, porque estaba harto de tener que recorrer diez kilmetros cada da para venir a verla hasta Villa Carpena, donde viva una de las hermanas de mi madre y en cuya casa la haba obligado a vivir para impedirle as que se fuera a bailar o simplemente para mantenerla encerrada-, mi madre apenas dud unos instantes. Mi padre cogi un hatillo, meti en l una camisa, un mandil, un vestido y dos pauelos, rompi su alcanca, tom las monedas que haba ahorrado, y le sigui...

    Cuando mi padre le hablaba de casarse oficialmente, incluso despus de mi nacimiento, ella se negaba obstinadamente una vez y otra, diciendo que prefera seguir libre, por si un da se hartaba, y poderse marchar sin ningn compromiso. Fue necesario que una antigua maestra de mi padre, Ida Dalser, comenzara a hacerse pasar por todas partes por la seora Mussolini, hasta el punto de atraer las iras de mi madre, para que ella se decidiera al fin a casarse civilmente y as cortar la hierba por la raz a una eventual "usurpadora".

    En nuestra educacin, si mi padre supona el elemento potico, tolerante y afectuoso, el que nos haca soar o el que con verta nuestros sueos en realidad, mi madre era el elemento slido, la que tena los pies sobre la tierra y aseguraba la perennidad del hogar, necesitando a veces tener las manos largas para meternos por el buen camino.

    Recuerdo que, en mi cabeza de nia, haba llegado a dividir el mundo en dos mitades: en la

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    una haba colocado los elementos materiales: mi abuela y mi madre. En la otra, estaba mi padre, muy distante, porque representaba a mis ojos lo misterioso, la aventura. A la vez que la proteccin contra los escobazos y las bofetadas de mi madre, hasta tal punto que muchas veces yo le esperaba en las escaleras para volver a casa y afrontar su clera, o no sala de debajo de la cama cuando el mango de la escoba no me haba hecho salir ms que cuando oa sus pasos, cuando haba hecho alguna fechora.

    Un da tuvimos una escena terrible a propsito de un gallo y una caja de madera. Fue en 1916, cuando vivamos en Miln, y mi padre, que estaba en el frente, no pudo librarme de la paliza que recib. Paliza que hoy considero totalmente injustificada y que me hace reflexionar sobre el valor de las lecciones de moral.

    Por esa poca mi madre esperaba un hijo, mi hermano Vittorio, y ya de por s, este hecho me haba molestado profundamente. A mis ojos, era la peor de las catstrofes que podan ocurrirme, porque ese beb estaba convencida de ello iba a quitarme mi primer puesto en el seno de la familia. Para ser honesta, dir que incluso antes de que viniera al mundo, yo ya haba ideado miles de proyectos para quitar de en medio al "intruso". Y puse en prctica algunos, sin consecuencias graves, afortunadamente.

    Mi madre haba comprado un gallo. Aquel gallo tena que transformarse en caldos reconstituyentes y servir de comida festiva cuando naciera mi hermano. Todo el mundo, desde mi padre hasta mi abuela materna estaban seguros de que sera un muchacho.

    Pero mientras esperbamos que el gallo nos alimentara, primero tenamos que alimentarlo a l. Yo fui la encargada de ello, y as, cada da sala con l en busca de alimento de tal forma que no agravara el presupuesto familiar. A primeras horas de la tarde nos bamos a un prado con un programa concreto, mi gallo y yo: l se hartaba de babosas, granos, etc., mientras que yo recoga achicoria para la cena.

    Luego regresbamos a casa, uno detrs del otro. Es decir, l iba con toda dignidad delante y yo trotaba detrs sujetando lo por una cuerda atada a una de sus patas.

    Cuando pienso en aquello, siempre me digo que el espectculo que ofrecamos no poda carecer de gracia. Me pregunto si no dara la impresin de ser yo la arrastrada por el imponente animal, yo, una chiquilla que no se vea en el suelo y que muchas veces me vea negra para seguirle. La gente que nos vea pasar deba rerse, y con razn.

    Esta vez, la originalidad de mi madre consisti en querer hacer una jaula para el gallo. Y ah comenzaron mis problemas.

    Antes de hablar de ellos, debo reconocer que por original que fuera, la idea de mi madre no eran tan estpida, porque con la vida al aire libre y el buen pienso que en el prado encontraba, nuestro gallo estaba imponente. La tela metlica, detrs de la cual mi madre tena costumbre de meterlo, no era ms que una barrera simblica que el gallo poda fcilmente saltar en cualquier momento si hubiera querido, y estirar sus patas por toda la casa. Pero el animal haba decidido no intentarlo y se contentaba, cuando no estaba fuera, en el campo, con seguir nuestros movimientos, detrs de su tela metlica, con una mirada inteligente.

    Pero mi madre, desconfiada, haba decidido construir una jaula autntica, cerrada por arriba y por los lados. Pero con qu hacerla? El pas estaba en guerra y la miseria comenzaba a sentirse de forma cruel. Habamos llegado a tener que atiborrar la nica estufa de la casa con viejos peridicos, hechos una bola, para, al menos, tener la ilusin de un poco de calor. Piensen ustedes, pues, que si era difcil encontrar madera para calentarnos, menos fcil sera hallarla para hacer una jaula.

    Pero pensar que mi madre iba a renunciar a ello ante las dificultades supona no conocerla. Por el contrario, el plan que haba ideado le permita matar dos pjaros de un tiro: mientras el gallo

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    estuviera vivo tendra una hermosa jaula de madera; una vez muerto, las tablas de la jaula nos serviran para calentar la casa.

    Porque mam haba encontrado ya el lugar de donde cogera las tablas.

    Los inquilinos del edificio nmero 19, de la Va Castel Morrone, disponan de una bodega en los stanos, para meter all objetos usados, el vino, etc. Y las puertas de esta bodega estaban hechas con tablones de madera.

    Uno de los departamentos estaba desocupado por entonces: el inquilino se haba mudado y su vivienda no haba sido ocupada de nuevo.

    Mi madre tena la intencin, ni ms ni menos, de coger algunos tableros de la puerta del departamento para hacer su jaula... Bastaba con que lo hubiera pensado. Pero ahora haba que hacerlo!

    Edda me dijo una maana. Quieres hacerme un favor? Ve a casa del portero y pdele la llave de los stanos. Pero ten cuidado. No le digas para qu!

    Y aqu estoy yo lanzada a la aventura. El portero era un hombre fuera de lo comn que me inspiraba un terror sagrado. Era un autntico dictador: una boina, con la que siempre lo haba conocido, hundida hasta las orejas, un cigarro, que siempre me pareca el mismo, pegado durante todo el da en la comisura de sus labios, hasta el punto que llegu a preguntarme si se quitara la boina y el cigarro para comer y dormir, este portero reinaba en el ms estricto sentido de la palabra sobre el inmueble y sus habitantes. Abra las cartas, lo controlaba todo, gritaba cuando no se senta contento con algo y, por el contrario, cantaba a voz en grito, cuando se senta feliz, una cancin de la que slo llegu a retener tres palabras en dos aos: Ma debum pero...

    Llam a la puerta del portero y, poco segura de m misma, le ped la llave.

    Aquel da estaba de buen humor el dominador de aquellos lugares. No slo me entreg la llave, sino que tambin fui gratificada con un afectuoso cachete sobre mi cabeza y con un buen "Debum pero". Pero esto no iba a durar mucho tiempo.

    Un cuarto de hora despus ya estaba de vuelta con la llave. Entre tanto, mi madre ya haba llevado a efecto su pequeo trabajo y la puerta de madera haba perdido algunas tablas.

    Qu ha estado haciendo tu madre en los stanos?, me pregunt "Debum pero" cuando me abri la puerta.

    Ha cogido unas tablas de la puerta del seor X... para hacer con ellas una jaula para nuestro gallo.

    Lo dije as, sin darme cuenta de hasta dnde haba metido la pata. Antes de poderlo hacer, ya iba en volandas por las escaleras, con una mano sujetndome por el cuello de mi vestido y con la otra suministrndome una vigorosa azotaina.

    No s con certeza lo que ocurri en la casa. No poda ver nada, porque en cuanto atraves la puerta me arroj debajo de la cama, previendo que una gran tormenta iba a caer sobre m. Y no me equivocaba: una vez que los gritos se calmaron, vi la vengadora escoba meterse debajo de la cama y huronear rabiosamente hasta que lleg a cazarme-No saba por qu haba hecho mal al decirle al portero que mi madre haba arrancado las tablas de la puerta, a pesar de que ella me haba prevenido para que no lo dijera. Pero no me haba dicho lo que deba responder si se me preguntaba lo que habamos hecho. Por otra parte, yo no dije nada ms que la verdad, es decir, lo que me haban enseado a decir mis padres desde que tuve edad para comprender. Vea que algo no funcionaba bien: me ordenaban que dijera siempre la verdad, y cuando la deca, me apaleaban...

    Esta vez mi padre no estaba all para defenderme y tuve que pasar por las horcas caudinas de mi madre. En compensacin, otra vez, l estaba en Miln y, afortunadamente, pudo frenar las

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    consecuencias de algo mucho ms grave, de una aventura que poda haber llegado a ser fatal.

    Por aquella poca, el ambiente de nuestra casa de la Va del Castel Morrone no era demasiado alegre que digamos. La mayor parte del tiempo me lo pasaba en la calle, bien en el patio del edificio o en el solar que haba al lado.

    Como todos los solares, ste me fascinaba. En primer lugar, porque lo cruzaba la va y los trenes siempre me haban atrado. Luego, porque representaba a mis ojos todo un mundo que tena la facultad de cambiar de aspecto segn que hiciera mal o buen tiempo, fuera de noche o de da.

    En primavera se llenaba de flores; en invierno, de animales muertos. Durante el da, los chiquillos jugbamos all; de noche, eran otros los que encontraban en el solar lugar propicio Para sus juegos: los enamorados que iban a encontrarse all.

    Una maana, se instal all un campamento de gitanos. Para m supuso toda una revelacin.

    De la noche a la maana, yo tena que estar junto a mi madre ayudndole en las faenas de la casa, o con mi abuela, que me obligaba a tricotar bufandas de lana para los soldados.

    Mi casa se me present, de golpe, terriblemente triste y oscura, con sus camas de verdad, sus ventanas muy grandes, y, sobre todo, su inmovilidad.

    Por el contrario, la de los gitanos tena ruedas y poda ir por todos los caminos del mundo, detenerse donde ellos quisieran, en cualquier solar vaco de la tierra.

    Los hijos de los gitanos llevaban arillos de oro en las orejas y preciosos vestidos multicolores, mientras que yo tena que contentarme casi siempre con las ropas que mi madre me arreglaba de sus viejos vestidos.

    Poco me importaba que aquellos nios estuvieran sucios a qu nio le gusta estar limpio?, que tuvieran piojos en la cabeza o que sus padres fueran unos "malvados que se llevan a los nios", como afirmaba mi madre para asustarme. Slo tena una idea fija en la cabeza: marcharme, marcharme, marcharme...

    Y sin embargo, este inmueble habitado por inquilinos de todas clases, con sus tres enormes escaleras, su espacioso patio interior, era de por s un universo extraordinario, un lugar en el que me encontraba a gusto y del que guardo los mejores recuerdos.

    Estaba el portero del que ya he hablado, con su enorme barriga, su boina y su cigarro pegado siempre a los labios.

    Viva tambin un asesino que haba cortado un da a su mujer en pedazos, una autntica comadrona, enfrente de nuestro apartamento, una embaucadora que trabajaba a destajo.

    Esta era vecina de una mujer de costumbres ligeras muy bien presentada, y de un viejo conde que viva con su hijo en la miseria, guardando su dignidad y apartado de todos. Mi madre, que siempre ha sido una proletaria en el fondo de su alma, incluso cuando dej de serlo, deca de ellos: "No tienen siquiera una cama para dormir ni una camisa para ponerse, pero l muestra su blasn... Quines se habrn credo?"

    En el piso de arriba o en el de abajo, no lo recuerdo exactamente viva una chica muy piadosa que luego entr en un convento.

    Viva tambin una seora muy bien conservada, que haca dar la vuelta a las mesas con la ayuda del pie de mi padre que se encontraba con el suyo cuando celebrbamos sesiones de espiritismo. Esta mujer tena un hijo y tambin una hija de veinte aos a los que mi padre quiso dar lecciones de matemticas o de ingls. Aquellas lecciones quedaron muy pronto interrumpidas cuando mi madre descubri que tena la misma finalidad que las sesiones de espiritismo.

    Conoc tambin all a un hombre que, desgraciadamente, estaba mal de los nervios, y que se

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    pasaba el da balancendose al borde de la ventana diciendo: "un da, saltar...", hasta que lleg el da en que lo encontramos destrozado y aullando de dolor sobre las losas del patio, tres pisos ms abajo. Este accidente, tan terrible, fue motivo de jolgorio para su hijo que tena mi misma edad: l y yo aprovechamos la confusin general para faltar al colegio, y mientras se llevaban al herido que suplicaba que acabaran con l de una vez, nosotros saltbamos sobre una cama, contorsionndonos como le habamos visto hacer a l sobre el suelo.

    Ni los golpes de mi madre, ni los sermones del hijo de la seora que haca dar vueltas a las mesas, mi primer flirt, me hicieron renunciar a mi proyecto. "Cuando yo sea grande, me casar contigo", me deca el pobre. Mientras tanto, se conformaba con hacerme regalos pelotas de lana de todos los colores que aceptaba como una deuda, considerndolos como la cosa ms normal del mundo puesto que iba a casarse conmigo.

    Estos regalos me llegaban por va area, es decir, gracias a una especie de telefrico hecho con cuerdas finas que habamos instalado entre su balcn y el mo.

    Yo los aceptaba, pero continuaba pensando en marcharme.

    Mientras tanto, cada vez que encontraba la oportunidad, me escapaba de casa para juntarme con mis amigos gitanos, quienes, a fuerza de verme entre ellos, me consideraban ya como un miembro ms de su familia.

    Sin embargo, a pesar de mis splicas, ellos se obstinaban en no querer llevarme consigo.

    Mi madre dice que ustedes se llevan a los nios, as es que llvenme a m no dejaba de repetirles.

    No respondan ellos. Tienes que quedarte con tu padre y con tu madre. Ellos son tus padres...

    Iba a desvanecerse mi hermoso sueo?

    Un da, los gitanos me dijeron que iban a marcharse de la ciudad. Fue el pnico.

    Me volv infernal en casa, dando vueltas alrededor de mi madre y repitindole sin cesar:

    Quiero irme! Quiero irme! Estoy bien aqu, pero quiero irme!

    Y lo que tena que suceder sucedi. Mi madre, aburrida, me grit por fin:

    -Pues bien, si te quieres ir, vete! Vete y no regreses ms!

    Esto me pill por sorpresa. Yo poda ir a donde los gitanos y decirles: "Me pueden llevar con ustedes, ya que mi madre me ha echado de casa". Corr hasta el campamento. Pero, en el solar, slo quedaban las cenizas an calientes como nica huella de su paso por all. Mis amigos los gitanos se haban ido.

    Corr por todas las calles del barrio sin xito.

    Me sent entonces sobre un escaln y me ech a llorar y a rumiar mi pena. Qu iba a hacer ahora?

    La noche comenzaba a caer. La luz de los faroles en medio de la niebla daba a la gente y a las cosas formas extraas que me causaban un miedo terrible.

    Slo tena que regresar a mi casa para estar bien calentita y segura.

    Pero me lo impedan mi amor propio y mi testarudez. Lo mismo que me ayudaron a no desesperar cuarenta aos despus cuando, en plena debacle, no tena a nadie que me ayudara, ahora me hacan resistir a la tentacin de volverme atrs en mi decisin.

    Que si tena miedo? Por supuesto que s. Y sin embargo no regresara a casa a tener que afrontar las zumbas de mam.

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    Ah!, ya ests aqu. Has vuelto? No queras irte?

    Algunas personas, creyendo que me haba perdido, se empearon en llevarme a casa. Me negu en redondo. A una de ellas, una seora que conoca, le respond:

    -Espero a los gitanos. Mi madre me ha echado de casa y no quiero volver all.

    De pronto vi a mi abuela. Probablemente prevenida por esta seora, haba venido a mi encuentro.

    Olvid, entonces, todo mi rencor, y ech a correr con todas mis fuerzas a acurrucarme en su falda. Era tan agradable sentirse protegida!

    Pero en este preciso momento intervino la justicia inmanente. Mi abuela, para demostrarme que no quera reirme, me dio veinte cntimos y me mand a comprar pimienta. De nuevo ech a correr, pero esta vez tropec con un mozo que sala con panes de una panadera.

    Me vi, de pronto, en el suelo, con la ceja partida y con sangre en la cara. A mi alrededor se form enseguida un grupo de curiosos. Mi abuela, nerviosa perdida, no saba qu hacer, pensando que yo me mora, ya que a pesar del dolor y quiz por el efecto del choque, yo me qued obstinadamente callada sin derramar una sola lgrima.

    Por fin, alguien se hizo cargo de la situacin al formarse esta clase de grupos, siempre hay un ladrn que intenta aprovecharse, pero tambin un jefe desconocido que se revela. Rpidamente desinfectaron mi herida y me llevaron a casa de un mdico. No sin pasar antes por mi casa.

    Pap no haba vuelto todava y yo escap a los azotes, ampliamente merecidos esta vez, slo gracias al terrible aspecto que daban a mi cara la sangre, la mercromina y otros desinfectantes.

    En casa del mdico, las cosas se complicaron. Cuando dijo que eran