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LA TERCERA MÁXIMA En el fragmento tercero de la tercera parte del Discurso del Método que trata sobre la moral, Descartes defiende la tercera máxima, la cual trata como dice en el fragmento de Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, en esta también hay que esforzarse en cambiar los deseos propios más que el orden del mundo. En primer lugar, Descartes defienden que nada está enteramente en nuestro poder, excepto nuestros pensamientos, y coloca la dignidad del hombre en el uso que hace de sus facultades. Esta máxima expresa el espíritu del cartesianismo, el cual exige que el hombre se deje conducir únicamente por la propia razón. En segundo lugar, hay que saber que esta máxima se encuentra influenciada por el estoicismo ya que estos afirman que “no hay nada que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros pensamientos”. Y, en concreto, por Epicteto, para el cual lo único que está realmente en nuestro poder son nuestros pensamientos. Por otra parte, Descartes opina que si basamos nuestra felicidad en los bienes exteriores, esta máxima nunca dependerá de nosotros. Si por el contrario, gobernamos nuestros pensamientos alcanzaremos la felicidad, y el argumento que debe convencernos es que todo lo que no hemos conseguido después de actuar lo mejor que hemos podido, es inalcanzable, y por tanto imposible desearlo. La propuesta que nos hace Descartes es controlar nuestros deseos mediante nuestros pensamientos, porque es de lo único de lo que realmente podemos ser dueños. El control de nuestros deseos debe realizarse mediante la razón. Basar nuestra felicidad en la satisfacción de todos los deseos no nos hace conseguir la felicidad sino entrar en un círculo, pues el deseo no comprende la realidad ni tiene límites, y al no saber determinar que es imposible y que es posible para nosotros nos carga de amarguras e insatisfacciones. Esta situación no supone la suspensión de la ambición, sino todo lo contrario, se trata de no desear lo imposible sin implicar una falta de ganas por las cosas. La razón es la encargada de enseñarnos esta distinción entre las cosas exteriores, y de ella se deriva la aceptación de la realidad. “Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y modificar mis deseos antes que el orden del mundo”.

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LA TERCERA MÁXIMA

En el fragmento tercero de la tercera parte del Discurso del Método que trata sobre la

moral, Descartes defiende la tercera máxima, la cual trata como dice en el fragmento de

“Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna”, en esta también hay que

esforzarse en cambiar los deseos propios más que el orden del mundo.

En primer lugar, Descartes defienden que nada está enteramente en nuestro poder,

excepto nuestros pensamientos, y coloca la dignidad del hombre en el uso que hace de sus

facultades. Esta máxima expresa el espíritu del cartesianismo, el cual exige que el hombre se

deje conducir únicamente por la propia razón.

En segundo lugar, hay que saber que esta máxima se encuentra influenciada por el

estoicismo ya que estos afirman que “no hay nada que esté enteramente en nuestro poder

sino nuestros pensamientos”. Y, en concreto, por Epicteto, para el cual lo único que está

realmente en nuestro poder son nuestros pensamientos.

Por otra parte, Descartes opina que si basamos nuestra felicidad en los bienes

exteriores, esta máxima nunca dependerá de nosotros. Si por el contrario, gobernamos

nuestros pensamientos alcanzaremos la felicidad, y el argumento que debe convencernos es

que todo lo que no hemos conseguido después de actuar lo mejor que hemos podido, es

inalcanzable, y por tanto imposible desearlo.

La propuesta que nos hace Descartes es controlar nuestros deseos mediante nuestros

pensamientos, porque es de lo único de lo que realmente podemos ser dueños. El control de

nuestros deseos debe realizarse mediante la razón. Basar nuestra felicidad en la satisfacción de

todos los deseos no nos hace conseguir la felicidad sino entrar en un círculo, pues el deseo no

comprende la realidad ni tiene límites, y al no saber determinar que es imposible y que es

posible para nosotros nos carga de amarguras e insatisfacciones. Esta situación no supone la

suspensión de la ambición, sino todo lo contrario, se trata de no desear lo imposible sin implicar

una falta de ganas por las cosas. La razón es la encargada de enseñarnos esta distinción entre

las cosas exteriores, y de ella se deriva la aceptación de la realidad.

“Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y modificar mis deseos antes que el orden del mundo”.