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La 'Dido' de Cubillo de Aragón: reivindicación histórica y defensa de un modelo de mujer Domingo Gutiérrez INTRODUCCIÓN La construcción y el sentido de La honestidad defendida de Elisa Dido, reyna y fundadora de Cartago, de Alvaro Cubillo de Aragón, se asientan sobre cimientos y soportes muy utilizados en las producciones dramáticas de los Siglos de oro. Por un lado, el autor hace uso de una arquitectura dramática que no se aparta, salvo en algún detalle original, del esquema conocido de los dramas de enredo: alrededor de la viga maestra de las peripecias de una figura heroica, que sostiene la trama, inserta una historia sujeta a diver- sos avatares y complicaciones, sostenida por un conjunto de personajes bastante reconocibles para los espectadores del teatro áureo: un rey que se hace pasar por príncipe embajador, un gracioso (bastante sorprendente en el contexto de un palacio norteafricano) y un conjunto de acciones secundarias que suelen conducir a la consolidación de relaciones amo- rosas. El final, curioso como veremos, revela que Cubillo ha preferido el desenlace cómico que le pedía su público al desenlace trágico que le pedían las fuentes históricas. Como muchos otros autores del xvn, Cubillo se afana en reforzar, con una alta dosis de verismo y «realidad», de elementos de actualidad, un episodio que presenta lejano en el espa- cio y en el tiempo. Sólo un brote de «irrealidad» nos sorprende: la pre- sencia de Virgilio, presentado por un filósofo, escribiendo «mentiras» sobre la reina Dido; se trata, desde luego, de un recurso tópico de la tra- dicional «teatralidad» del barroco, pero también se ofrece como un gol- pe de efecto que alimenta fuertemente el discurso apologético de la cas- tidad de la reina de Cartago 1 . En cualquier caso, si, desde el punto de vista estructural, el drama discurre por tramos teatrales conocidos, desde el punto de vista del con- Para el análisis de la construcción de la obra véase sobre todo el buen trabajo de Marcello, Elena E., «La honestidad defendida... de Alvaro Cubillo de Aragón: una defensa de Dido en clave de enredo», en La comedia de enredo. Actas de las XX Jornadas de teatro clásico, Almagro, julio de 1997. Universidad de Castilla-La Mancha, Festival de Almagro, 1998, pp. 145-171. AISO. Actas VI (2002). Domingo GUTIÉRREZ. La 'Dido' de Cubillo de Aragón: reivin...

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La 'Dido' de Cubillo de Aragón: reivindicación históricay defensa de un modelo de mujer

Domingo Gutiérrez

INTRODUCCIÓN

La construcción y el sentido de La honestidad defendida de ElisaDido, reyna y fundadora de Cartago, de Alvaro Cubillo de Aragón, seasientan sobre cimientos y soportes muy utilizados en las produccionesdramáticas de los Siglos de oro.

Por un lado, el autor hace uso de una arquitectura dramática que nose aparta, salvo en algún detalle original, del esquema conocido de losdramas de enredo: alrededor de la viga maestra de las peripecias de unafigura heroica, que sostiene la trama, inserta una historia sujeta a diver-sos avatares y complicaciones, sostenida por un conjunto de personajesbastante reconocibles para los espectadores del teatro áureo: un rey quese hace pasar por príncipe embajador, un gracioso (bastante sorprendenteen el contexto de un palacio norteafricano) y un conjunto de accionessecundarias que suelen conducir a la consolidación de relaciones amo-rosas. El final, curioso como veremos, revela que Cubillo ha preferidoel desenlace cómico que le pedía su público al desenlace trágico que lepedían las fuentes históricas. Como muchos otros autores del xvn,Cubillo se afana en reforzar, con una alta dosis de verismo y «realidad»,de elementos de actualidad, un episodio que presenta lejano en el espa-cio y en el tiempo. Sólo un brote de «irrealidad» nos sorprende: la pre-sencia de Virgilio, presentado por un filósofo, escribiendo «mentiras»sobre la reina Dido; se trata, desde luego, de un recurso tópico de la tra-dicional «teatralidad» del barroco, pero también se ofrece como un gol-pe de efecto que alimenta fuertemente el discurso apologético de la cas-tidad de la reina de Cartago1.

En cualquier caso, si, desde el punto de vista estructural, el dramadiscurre por tramos teatrales conocidos, desde el punto de vista del con-

Para el análisis de la construcción de la obra véase sobre todo el buen trabajo deMarcello, Elena E., «La honestidad defendida... de Alvaro Cubillo de Aragón: unadefensa de Dido en clave de enredo», en La comedia de enredo. Actas de las XXJornadas de teatro clásico, Almagro, julio de 1997. Universidad de Castilla-LaMancha, Festival de Almagro, 1998, pp. 145-171.

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tenido La honestidad defendida de Elisa Dido pretende primordialmen-te rescatar a la reina fenicia de la imagen que, sobre todo en el libro IVde la Eneida, transmite de ella Virgilio. En este sentido, la obra es uneslabón de una cadena que, de acuerdo con otras fuentes, pretende mos-trar la imposibilidad de una relación con el héroe troyano Eneas, y, portanto, despojar la vida de Elisa del elemento perturbador que fue parasu reputación la relación amorosa con el hijo de Venus. En otro ordende cosas, Cubillo edifica su discurso teatral sobre la base de la defensade un modelo de mujer que, en mi opinión, va más allá de la apologíade la castidad de una mujer viuda, verdadero eje temático que justificala historia principal del drama.

LA «VERDAD POÉTICA» VERSUS LA «VERDAD HISTÓRICA»

La reina Dido de Cartago aparece en La Eneida ya en el Libro I:Eneas ha salido de Troya acompañado por Ascanio, su hijo, Anquises,su padre, y un grupo de amigos y seguidores. Piensa que, con la pro-tección de Venus, su madre, podrá arribar algún día a las costas de sunueva patria, prometida por el Hado. Pero una gran tempestad, promo-vida por Juno, hace que Eneas y los suyos no lleguen a su destino: lasnaves naufragan y son arrojadas a las costas del norte de África en elmismo momento en que está edificándose la ciudad de Cartago. Allí lareina Dido lo recibe con una gran hospitalidad. A petición de ella, trasel banquete sublime que ofrece a sus asistentes, Eneas comienza a con-tar la historia de la destrucción de Troya y las peripecias de su huida.Pero es en el Libro IV de La Eneida, donde se concentran los episodiosde mayor interés en la relación de Dido y Eneas. El dios Cupido, en-viado por Venus, enciende el amor en el corazón de Dido:

'Árdese toda la infelice Didoy, ya furiosa y de juicio ajena,anda por toda la ciudad vagando,cual cierva que con flecha va herida2.

Durante una cacería se desencadena una aparatosa tormenta, y Eneasy Dido se refugian en una cueva donde, a instancias de Juno, se produ-ce un verdadero matrimonio:

2 Utilizo la edición que de La Eneida de Virgilio hace Virgilio Bejarano en EditorialPlaneta (2000). La traducción que prefiere es la hecha por Gregorio Hernández deVelasco, Toledo, 1555. La cita, en p. 112.

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La diosa de la tierra la primeray Juno, de las bodas presidente,dan la señal del matrimonio infausto.Abrióse con relámpagos el cielo,testigo sabedor del casamiento,y de las altas cumbres de los montesdieron aullidos las présagas ninfas.Aquel primero malhadado díafue causa a Dido de su infame muertey triste origen de sus grandes males.Ya trueca desde allí el recogimientoen libertad; ya olvida fama y honra,ni echa de ver qué todos digan de ella.No nombra ya su amor, amor hurtado:«matrimonio» le nombra abiertamente,con este velo cubre ya su crimen.'3

Cuando aparece Mercurio, enviado por Júpiter, para recordar a Eneasla esencial misión que tiene de fundar una nueva patria, éste, casi a es-condidas, se hace de nuevo a la mar. Es en este momento cuando Virgiliopresenta a Dido, frenética de amor y llorando y gimiendo amargamen-te por la marcha de Eneas. Primero hace una pira a la que, desespera-da, pretende arrojarse, y luego toma la espada de Eneas para entregar-se a la muerte. El relieve que imprime Virgilio a la tonalidad emotivaal final del Libro IV es bien significativo: Dido aparece descompuestapor el amor, presa de una pasión desordenada que se manifiesta hiper-bólicamente en un discurso recargado de imprecaciones y lamentos. Lafenicia, poseída de amor, se abandona a la sinrazón y se entrega, efec-tivamente, a la muerte. Es verdad que son momentos en los que de lainspiración poética de Virgilio surgen versos de una gran intensidad lí-rica.

El antiguo y muy documentado estudio de María Rosa Lida titulado«Dido y su defensa en la Literatura española»4 rastrea muy bien el se-guimiento que se hace de esta versión de la historia de Dido, no sóloentre los grandes escritores romanos, sino, desde muy pronto, en el me-dioevo español: desde la Crónica general de Alfonso X el Sabio hasta

3 Op. cit. (nota 2), p. 117.4 Lida de Malkiel, María Rosa, «Dido y su defensa en la literatura española», Revista

de Filología Hispánica, IV (1942), pp. 209-252 y 313-382. Estos artículos fueronreunidos, con unos «Agregados de la autora y notas exegéticas» y un «índice de nom-bres», en el libro Dido en la literatura española. Su retrato y defensa. London,Tamesis Book Limited, 1974.

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el Cancionero de Baena. En esta versión de la historia de Dido se ins-piraron también algunos autores teatrales de los siglos xvi y xvn. Unode ellos fue Juan Cirne, que escribió una Tragedia de los amores deEneas y la Reyna Dido, en la que explica los sucesos desde una consi-deración medieval de la Fortuna; la otra obra que merece la pena des-tacar es la comedia Dido y Eneas, de Guillen de Castro, publicada en1625. Aunque en Guillen ya hay elementos de la otra «versión» de lahistoria de Dido, el seguimiento que hacen de estos hechos estos auto-res se ajusta esencialmente a los pasos de la creación virgiliana, aun asabiendas de que forman parte de una obra concebida para proporcio-nar una explicación legendaria a la fundación de Roma, en una épocade esplendor como la de Augusto. Es verdad que Virgilio operó sobreuna serie de tradiciones y leyendas para tratar de explicar que el empe-rador era descendiente de Eneas, y, por tanto, de la diosa Venus. En estecontexto y en la organización de la obra, el personaje de la reina Didotiene una función subordinada al héroe: provoca que cuente toda su his-toria y es uno de los elementos que pueden apartar a Eneas de su ver-dadera misión y de su verdadero destino: la fundación de una nueva pa-tria. Pero el poeta de Mantua terminó creando una figura sólida ycompleja desde el punto de vista literario, que no tardó en suscitar lacontroversia y provocar el interés de otros creadores.

La otra versión de la historia de Dido aparece en primer lugar, se-gún María Rosa Lida, en una Historia de Sicilia e Italia de Timeo, perose consolida en unas llamadas Historias Filípicas, de Trogo Pompeyo,contemporáneo de Virgilio, que a comienzos del siglo III resumióJustino. Éste fue un autor muy leído en España ya durante el medioe-vo, y no es asunto baladí constatar que fue la versión de Justino la queacogió con entusiasmo la literatura eclesiástica, especialmente SanJerónimo, que presenta a Dido como una viuda casta, consecuente consus ideas y ejemplar. Esta versión, apoyada por la literatura eclesiásti-ca, fue ampliamente divulgada durante el Renacimiento, y acogida conpreferencia por autores tan señalados como Alonso de Ercilla o Lope deVega. Las claves de esta versión, de las que bebe Cubillo de Aragón, lasencontramos excelentemente resumidas en el Capítulo final de El viajeentretenido de Agustín de Rojas Villandrando. Allí, en una llamada«Exposición de los nombres poéticos que van por declarar en este li-bro» el autor señala a propósito de Dido:

reina de Cartago, hija de Belo, rey de los Tirios, mujer de Siqueo,sacerdote de Hércules; fue honestísima, porque habiéndole muer-to Pigmaleón, su hermano, a su marido Siqueo, hombre riquísi-mo, por robarle sus tesoros, ella, que los tenía escondidos, los

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sacó una noche y, huyendo, se fue a la Tingitania, provincia deÁfrica, donde edificó a Cartago, y se vino a matar por no quererconsentir casarse con Hiarbas, rey de Getulia. Y esta es su ver-dadera historia, porque la que cuenta Virgilio en el Io y 4° de LaEneida es falsa y fabulosa5.

A esta versión se habían acogido, a finales del siglo xvi, Cristóbalde Virués, en una obra construida según los cánones de la tragedia clá-sica, titulada Elisa Dido y escrita probablemente en 1585, y GabrielLobo Lasso de la Vega, en La tragedia de la honra de Dido restaurada(1587). Son obras en las que el objetivo principal de la pieza teatral esla defensa de una reina absolutamente honesta, en contra de la versiónde Virgilio, que juzgan «históricamente» falsa. Lobo Lasso de la Vegano oculta su propósito ya en el prefacio de su obra, cuando dice que loque cuenta es «la verdadera historia de Dido y el succeso de su muer-te, y no el que cuenta Verguío por Eneas que es falso, y contra la ver-dadera y común opinión, porque Eneas vino a Italia muchos años antesque Dido naciese». Y continúa: «esta es la verdadera historia, cuyos au-tores son Trogo y Iustino en el libro dézimo octavo y Sabellico en el li-bro nono de la primera Enéada, y los demás que en las coplas últimasdesta tragedia refiere la fama, donde también van éstos»6. Así pues, dosson los argumentos en los que se apoyan los que pretenden una supe-rioridad de la verdad histórica frente a la verdad poética: por un lado elargumento de autoridad —son varios los autores que descalifican la ver-sión de Virgilio—, y por otro un argumento cronológico que hace hin-capié, sin aportar datos creíbles ni cómputos fiables de fechas, en quees imposible la coincidencia en el tiempo entre Eneas y Dido, y que hayuna distancia grande en años entre las respectivas fundaciones deCartago y de Roma.

Quizá donde aparece más sólidamente utilizado este razonamiento esen La Araucana de Alonso de Ercilla. El autor escoge primero el ana-cronismo como motivo para refutar a Virgilio, y asegura que la historiaque cuenta el mantuano es falsa porque fue «Eneas cien años antes quefue Dido», y después, sostiene que Virgilio sacrificó la realidad para«adornar» su creación poética, y para que el relato de la vida de Eneas

Rojas Villandrando, Agustín de, El viaje entretenido, Edición de Jean Pierre Ressot,Madrid, Clásicos Castalia, 1995, p. 493.Estas palabras proceden del «Argumento della», prólogo en que Lasso de la Vega re-sume el contenido de su obra. Véase Franco Carcedo, María Elena, La personalidadliteraria de Gabriel Lobo Lasso de la Vega (1555-1615), con la edición de LosElogios y las Tragedias, Madrid, Universidad Complutense, (Tesis Doctoral), 1994,pp. 145-146.

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fuera más mágico y hermoso. Dice que «sin miramiento falseó su his-toria y castidad preciada para dar a sus ficciones ornamento».

A estos argumentos que ya utilizaron Virués, Lasso de la Vega y, so-bre todo, Ercilla, se acoge con preferencia precisamente Cubillo deAragón en La honestidad defendida de Elisa Dido. En la jornada pri-mera, y en una fase de presentación elogiosa de las cualidades de la rei-na Dido, irrumpen en escena dos personajes cuando menos peculiares,pues rompen con «la actualidad» en la que se desarrolla la escena.Aparece un filósofo ateniense, extrañamente vestido, que encarna la sa-biduría, el sentido común, y que sirve para introducir, a través de unaprofecía, al personaje que produce un verdadero golpe de efecto: el mis-mísimo Virgilio, escribiendo tras una cortina. El filósofo había anun-ciado que

Un fabuloso autor,o por lisonja o por tema,escribirá un gran poemaen ofensa de tu honor7.

Cuando el filósofo indica a Elisa que Virgilio hace contemporáneosuyo a Eneas, ella replica:

Pues, ¿no ha másde doscientos ochenta añosque pasó?

Y el filósofo concluye:

Señora, sí,Pero en ello está el agravio.

Luego, Virgilio esboza una serie de comentarios sobre la relación deDido con Eneas, que provoca indignados comentarios de la reina:

¡Oh sacrilego escritor!

¿Contando dice?

Cubillo de Aragón, El enano de las Musas, Madrid, M. de Quiñones - J. De Valdés,1654. Edición facsímil: Hildesheim-Nueva York, Georg Olms, 1971. Ésta y todas lascitas de La honestidad defendida que aparecen en este estudio, pertenecen a una edi-ción que tenemos en preparación, con una serie de criterios que modernizan el tex-to, especialmente en lo que se refiere a puntuación y a acentuación.

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[...]¡Oh pensamientos vanos![...]¿Cómo permiten los cielosque de una pluma los rasgosa tanta maldad se atrevan?[...]¿Yo atenta a la relaciónde Eneas? ¿Tan largos añosdespués de su muerte? Yoharé pedazos lo que escribe.

Hasta el gracioso [Tabanco] se permite hacer un comentario signifi-cativo:

Y aún ahora lo estamos justamenteViendo un hombre que escribe lo que miente.

Virgilio desaparece y Elisa Dido concluye el episodio con una inter-vención que no deja lugar a dudas:

No importa que fabulosofinja y mienta este escritor,que no faltará otro autor,más auténtico y piadoso,que castigue y reprendasus torpes adulaciones,pero, porque en opinionesnuestra verdad no se ofenda,en los archivos se escribapara la posteridad,que fundó esta ciudadque émula del tiempo viva.Por mí, cuya fundacióngenerosa y opulenta,que fue a los doscientos ochentaaños de la destrucciónde Troya, porque despuésfabulosos escritores,no califiquen erroresde la lisonja interés.

Luego, evidentemente, a lo largo de la trama, Cubillo se esfuerza porintroducir todos los personajes y acciones que están de acuerdo con laversión de Justino. Y presentan, desde luego, una reina Dido que se adap-

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taba mucho mejor a la doctrina que sobre los comportamientos de lamujer más conectaba con el público de la mitad del siglo xvn.

DEFENSA DE UN MODELO DE MUJER

Efectivamente, la reivindicación de la «honestidad» de Dido co-mienza pronto en la obra de Cubillo. La trama se abre con una gran exal-tación de la figura de Elisa, aclamada por los suyos con música de chi-rimías. Dido empieza por dedicar la fundación de Cartago a la memoriade su esposo Siqueo. Es evidente que, desde el principio, desea subra-yar uno de los elementos que la versión «casta» de Dido quiere trans-mitir: la fidelidad al esposo, como una de las pruebas de su dignidadcomo persona. En una escena posterior aparece Yarbas, rey de Numidia,acompañado de Fabio, un caballero. Ambos contemplan un retrato deDido. Los elogios a la hermosura de la dama se suceden según cánonescomparativos de la estética barroca pero, en medio, Fabio logra señalaralgunos valores de su belleza interior que van a ser desarrollados a lolargo de la obra:

Porque su entendimiento, su cordura,su extremado gobierno y compostura,su honestidad a todo precedida,nunca manchada y siempre defendida,su política y leyesafrentan la grandeza de otros reyes.

Al contemplar el retrato, se dedican sin pausa a destacar las cuali-dades que verdaderamente adornan la personalidad de la reina: la inte-ligencia, la cordura, su capacidad como gobernante, y, sobre todo, la ho-nestidad, verdadera piedra de toque de la defensa que de ella haceCubillo.

«No es tan severa / que haya querido hacer más / de lo que siempreha sido», dice una criada suya, Laureta; sin embargo, se torna bien es-tricta cuando dicta normas sobre la manera de vestir de sus subditos, ycontundente en sus decisiones sobre las viudas:

Las viudas sean preferidas,de mi justicia amparadas,en todo privilegiadasy de la ley defendidas.Mas la que otra vez se casese tenga por desleal,

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pierda su hacienda y caudaly al real patrimonio pague...

Nótese que la propia reina es una de ellas, y que desde el principioparece obligarse a sí misma a seguir estas normas que impone para to-das. En esta disposición, Dido no hace sino seguir la doctrina de mu-chos moralistas de los siglos xvi y xvn que no veían con buenos ojosque las viudas volvieran a contraer matrimonio. El padre Francisco deOsuna pone de ejemplo a la tórtola que, cuando ha perdido a un com-pañero, «no busca otro, sino que anda siempre sola, gime y ama la so-ledad y huye en la compañía de las otras aves y desciende a los huer-tos y florestas a buscar de comer y tomando el manjar que halla, tórnasea los lugares amigos del llanto. En esta avecilla son las viudas amones-tadas a no tomar otros maridos, sino quedar solas y limpias...»8.

Más adelante se anuncia la llegada de «un embajador» del rey Yarbas.En los diplomáticos cumplidos del recibimiento, el recién llegado vuel-ve a deslizar algunas expresiones que abundan en elogios del tipo: «¡Quéhermosa gravedad!».

Ante ofertas concretas de mutua colaboración hay alusiones al de-coro y al buen gusto, cualidades que la reina aprecia especialmente. Acontinuación, en este turno de presentaciones, aprovecha para contar suhistoria: ella es hija de Belo, rey de Tiro, que tiene muchas riquezas,y que deja la herencia a su codicioso hermano, Pigmalión. Dido tienela suerte de haberse casado con Siqueo, hombre que acumulaba tam-bién bastantes bienes. No tarda la reina en mostrar fidelidad a su ma-rido:

Como mi amor excediólos términos naturales,págase de excesos mucho...

Y más adelante confiesa que «vivió religiosa amante de aquel ser».A partir de aquí, el autor focaliza toda la atención hacia los episodios

que destacan la astucia de Elisa Dido. Sigue narrando su historia: cuentacómo Pigmalión, por ambición, hizo matar a Siqueo, y cómo ella, indig-nada, se retiró de la corte a una isla con su hermana y amiga, Ana, y conel tesoro que le había dejado su esposo. Allí trazó un plan: fingió que que-ría volver a la Corte con su hermano Pigmalión y solicitó a éste naves yhombres para realizar la empresa. Pigmalión, lleno de codicia por disfru-

Véase Vigil, Manió, La vida de las mujeres en los siglos xvi y xvn, Madrid, SigloXXI de España Editores, 1986. La cita en p. 199.

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tar también de los bienes de Siqueo, accedió, pero cuando las naves re-gresaban a Tiro, la reina mandó arrojar al mar setenta cofres —llenos dearena—. En ese momento, perplejos, los leales a Pigmalión la aceptaroncomo reina y enfilaron en dirección a Chipre. Allí escogió ochenta don-cellas y partió en dirección a Túnez.

El segundo momento que refuerza con peso en el drama la astuciade la reina se produce cuando llega a la costa de Túnez. Consigue quele vendan el espacio que ocupa la piel desnuda de un toro; pero de lapiel del toro hizo

Unas cintas correales,tan delgadas, tan sutilescuanto libres de quebrarse.Circundé con la piel solaterreno y sitio bastantepara fundar la que yade edificios y homenajesreciente ciudad admiras,bella república aplaudes.

Una vez mostrado el valor de la astucia, comienza a aflorar en ellaotra cualidad: la generosidad, con el grado de paternalismo que tantogustaba en la España del xvn:

Repartiles mil tesorosy en señal de vasallajesólo el diezmo de sus frutosles obligo a que me paguen.

Y más adelante:

Aquí vivo en paz, aquícomo a reina y como a madreme obedecen mis vasallos.

Tras esta presentación inicial de Dido, la acción bascula hacia la pe-ripecia amorosa que exige la comedia de enredo: el personaje que pa-rece ser un embajador hermano gemelo del rey dice que el monarca deNumidia quiere casarse con ella. El embajador que ha ideado la treta dedisfrazarse es en realidad el rey, y solicita a Dido besar su mano. Nadaque hacer:

Quiero singularizarmey hacer en defensa de

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mi honestidad más que hacenotros reyes y otras reinas.

No le concede ese deseo, pero sí admite veladamente el galanteo. Asíconcluye la jornada primera.

La jornada segunda es bastante interesante porque se fortalecen doscualidades de la reina de forma reiterada: por un lado la discreción, queen la obra se llama reiteradamente recato, y por otro la piedad. El en-redo se produce cuando Ana, la hermana de Dido, pretende estableceruna cita con el supuesto embajador a través de un papel, que finalmen-te se extravía y cae en manos de la reina. Su discreción le impide leer-lo, pero en el ánimo del visitante siguen creciendo los deseos de amor.La cita acaba produciéndose en el jardín de palacio, mientras la reina ysus ayudantes discurren por una calle de cipreses no lejos de una fuen-te, en una escena palaciega y vagamente poética, justamente elogiadapor Valbuena Prat9. Un galán tirio, Alejandro, los sorprende, y entra enduelo con el embajador. En el alboroto aparece Elisa, que pide al fo-rastero que se identifique. No lo hace pero deja allí una prueba: aban-dona su espada. La reina, por recato y por piedad, renuncia a perseguirlo.En una larga escena, quizá un tanto tediosa, Dido pretende desentrañarla prueba de la espada y hace que la ciñan a su cintura porque «quieroparecer varón». Vuelve el embajador a elogiar su determinación con sus-tantivos varios, entre los que destaca su «recato honesto».

La jornada tercera se abre con la reina presumiendo de la espada queciñe, que ya es todo un símbolo del valor que atesora. Pero cuando elembajador dice a Elisa Dido:

No falta [la cortesía] en quien os adorapues desde que os vi, señora,soy muy vuestro,

surge, de nuevo, la voz castiza, orgullosa y fiel de la reina:

Yo muy mía[...]Y advierta que adora Elisala sombra de su marido...

En un momento dado, el embajador deja de lado el embuste y apa-rece como rey. Entonces critica el comportamiento atrevido de su her-

Véanse las pp. 68-71 del prólogo a la edición de Las muñecas de Marcela, Madrid,Ediciones Alcalá, 1966.

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mano. Comprueba que no es la reina la que ha mantenido con él unacita furtiva, y lentamente va deshaciéndose el enredo. Al presentarse anteDido como rey vuelve a elogiar de ella su honestidad, su hermosura, y,nuevamente, su discreción. Aprovecha ese momento de confianza paradeclararle con fineza su decidido amor. Ella se resiste en versos de ré-plicas y contrarréplicas. De acuerdo con la llamada «versión histórica»,pretende arrojarse sobre la espada y argumenta:

Señor: yo por voto expresono puedo casarme... yla imposibilidad me excusa.Os quiero, os estimo y os amo,mas por marido no os quiero,y no está bien, señor,casar con mujer que habiendode ser vuestra, en vuestra caradiga este aborrecimiento.

El final es original, porque evita la tragedia, y significativo. El reyimpide que se arroje sobre la espada y renuncia a la boda. Ella, en unarápida escena, acepta el casamiento, pero el rey ya no quiere y, por sor-presa, le solicita un galanteo permanente. Ella lo acepta. No se casan,pues, pero Cubillo no lo deja de esta manera: terminan casándose dosparejas secundarias y el rey acepta celebrar esas bodas ya que no pue-de celebrar la suya.

No se nos escapa, desde luego, que en el envoltorio de esta comediapalaciega de enredo Cubillo ha introducido algunos de los fundamentosde la doctrina, digámoslo así, más ortodoxa sobre el comportamiento dela mujer en el siglo xvn. No se nos escapa tampoco que la brisa que co-rre por toda la obra es, en primer lugar, el concepto del honor, que im-prime sentido a todos los comportamientos de los personajes de la obra.Se trata del mismo honor del que hablaba José María Diez Borque en1976:

El honor es respeto, estima acordada a la virtud o al alto rangoo a la dignidad; por extensión, es una marca o signo de recono-cimiento que un hombre tiene por sus altas cualidades. La asi-milación del honor a la reputación determina que el honor no de-penda de su propietario, sino de la opinión de los demás10.

10 Diez Borque, José María, Sociología de la comedia española del siglo xvn, Madrid,Cátedra, 1976, pp. 297-298.

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Es verdad que, esencialmente, el código del honor era patrimonio dela nobleza, pero la fuerza mimética del mismo era tan grande que lle-gaba a inundar los comportamientos y mentalidades de todas las clasessociales. Creemos que una comedia palaciega vertebrada sobre los prin-cipios del honor tenía, sin duda, un potencial didáctico y referencialenorme en todas las capas sociales.

Por otro lado, a través de La honestidad defendida de Elisa Dido,Cubillo de Aragón no sólo pretendía la defensa de una figura históricainjustamente vilipendiada, sino volver a hacer hincapié sobre la defen-sa de todo un sistema de valores, esencialmente reunidos en torno a unamujer presentada como virtuosa. En concreto, veremos cómo tres cua-lidades del código moral de comportamiento de la mujer que siempreesgrimían los moralistas (la fortitudo, la prudentia y la temperantia) vana resultar, con el ejemplo de Dido, fortalecidos.

Igualmente, cabe decir que para Camarina Walthaus el principio fi-losófico-moral que condiciona la cosmovisión de esta tragedia es la re-lación entre razón, pasión y libre albedrío11. En este sentido, la razóncomo mujer de Elisa Dido se afirma en la triple condición en que en laobra es considerada: como reina, como viuda y como mujer.

Nótese que, en primer lugar, Elisa Dido es reina. En ella destacanalgunas cualidades del buen gobernante, muy efectivas en la construc-ción dramática: su determinación, bastante cercana al autoritarismo, queexige sin tacha una relación vasallática de sus subditos (fortitudo).También la adorna otra cualidad quizá complementaria: la generosidad,que ejerce, como reina que es, discrecionalmente. No es baladí obser-var que otra cualidad que atesora, la astucia, eleva a la heroína a unaespecie de privilegio del pensamiento, a una clase de rebeldía de la in-teligencia que la acredita como reina. También tiene valor —aunque eneste caso considera que la valentía es cualidad de varón—, y es capazde mostrar clemencia cuando el caso lo requiere. Dido afirma su perso-nalidad a partir de la venganza por un acto injusto, y en esa rebeldía seeleva por encima de los demás y es reconocida. Como en otros muchosdramas del xvn, en los que son protagonistas figuras históricas de cier-to relieve, Dido se gana la fama y la gloria inmortal a partir de un sa-crificio que arrostra con dignidad. Cubillo organiza, pues, su drama conun ideal: presentar una heroína que merece serlo por todas sus cualida-

Walthaus, Catharina, La nieve que arde o abrasa: Dido en Lucretia in het spaansedrama van 16de en 17de eeuw, Leiden, Rijksuniversiteit, 1988. Y, de la misma au-tora, «Entre Diana y Venus: mujeres castas y mujeres fatales en el teatro de Juan dela Cueva y Cristóbal de Virués», en La mujer en la literatura hispánica de la EdadMedia y el Siglo de Oro, Amsterdam, Atlanta GA, 1993, pp. 71-90.

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des. Por unas cualidades que, de acuerdo con la mentalidad del sigloxvn, justifican su ventura. La efectividad que en la construcción dra-mática de las obras del Siglo de Oro tenía la unión del heroísmo y lamoral es también probada con éxito por Cubillo en esta obra.

Dido es presentada también, en el drama, como arquetipo de viuda12.Ya hemos hablado de la poderosa influencia que la doctrina eclesiásti-ca ejercía sobre los comportamientos de las viudas. En el drama deCubillo, Dido asume con severidad el puesto que para las viudas asig-na la doctrina: discreción y actitud sombría, tal vez frente al mal ejem-plo de las viudas alegres:

En la viudez nunca tienenbuen lugar festivos actos.

Pero el mensaje más claro que se reserva para ellas es que no pue-den volver a contraer matrimonio: son juzgadas desleales y pueden per-der su hacienda y caudal. Desde luego, se las condena a una situaciónde dependencia de por vida del marido; se trata también de un meca-nismo para fortalecer la sumisión de un sector emergente en la socie-dad, al que no se le permite la libertad de volver a casarse, porque seencontraban en el mundo sin estar sometidas directamente al poder delhombre y su ejemplo podía no ser bueno para las demás mujeres. Cubilloendulza la dureza de esta posición de una manera cuando menos curio-sa: no permite que Dido, por ser viuda, se case, pero sí consiente un ga-lanteo permanente del varón durante toda la vida. La aceptación de estepapel pasivo y de dependencia por parte de Elisa Dido, mujer de altasolidez moral, podía servir como mensaje para todas las viudas que pre-tendieran cruzar la frontera del matrimonio.

En cualquier caso, no obstante, la acción dramática, sobre ElisaDido, aunque reina y viuda, se centra sobre todo en su condición demujer. «¡Cielos, mujer soy!», argumenta en una ocasión. En este sen-tido, el motivo de su existencia es querer vivir en un mundo ético, re-gido por sólidos principios morales. Así, el modelo que transmite es elde una mujer enérgica, que lucha con inteligencia contra la injusticiadel comportamiento de su hermano Pigmalión. Esa imagen de rebel-día, apoyada en una fuerte personalidad, se observa sobre todo en lajornada primera. Luego, tras la fundación de Cartago, comienza a abrir-se paso el arquetipo de la mujer virtuosa por excelencia, apoyada enun conjunto de cualidades que esgrime constantemente en sus inter-

12 Véase a este respecto, el capítulo titulado «La viuda» del libro citado de M. Vigil,pp. 195-207.

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venciones: la cordura, la discreción, el recato y el buen gusto, es de-cir, la «prudentia». Pero no debemos pasar por alto que la verdaderarazón del discurso apologético de Cubillo es la defensa de la honesti-dad («temperantia») de la reina Dido.

Finalmente, el otro gran objetivo dramático de nuestro autor consis-te en mezclar a la heroína en una peripecia amorosa para ponerla a prue-ba. Este discurso se sostiene sobre dos bazas arguméntales: la fidelidada su marido Siqueo, que esgrime con tintes de ternura pero también defirmeza cuando se ve acosada por el embajador-rey, y, sobre todo, la ho-nestidad que un grupo de músicos, a modo de coro, proclama ya al co-mienzo de la obra.

El elogio de la honestidad, que sin duda se transmite como doctrina,se basa, en principio, en la oposición al Libro IV de Virgilio, en la con-servación de la castidad. No olvidemos que la versión de Justino quefue transmitida a través de algunos padres de la Iglesia presentaba a Didocomo modelo de continencia o abstinencia en las tentaciones del amor.Lo que hace Cubillo es una verdadera escenificación de la castidad deDido, pero no se contenta con eso: imprime un valor suplementario a suconducta, porque la presenta como una mujer hermosa, de irresistiblefuerza erótica, y además en una situación de suprema tentación, esto es,atrevidamente acosada por un rey. Entonces, la continencia del perso-naje adquiere una poderosa dosis de heroísmo, y Dido es admirada porsu coraje, por su renuncia, por su actitud decidida. Debía de ser muygrato a los moralistas del siglo xvn que este tipo de mentalidad que afec-taba tan especialmente a las entrañas del código del honor fuese divul-gada a través de personajes dramáticos.

Defender la honestidad significaba también defender un modelo demujer íntegra, éticamente intachable en todos sus actos, un modelo demujer al que no pudieran reprochársele faltas en su conducta moral ysocial. Así se presenta también a Dido: amable con sus seres cercanos,afable y tolerante con sus visitantes, complaciente finalmente con todos.Al ponerse de parte de los moralistas, se convertía de forma evidente envehículo de una ideología conservadora.

CONCLUSIONES

Si he centrado mi exposición más en las claves del contenido de laobra que en la construcción dramática es porqué, con toda seguridad, eldiscurso apologético de Cubillo termina por ahogar, en cierto modo, lafrescura de la trama. La demora y detención en los aspectos nuclearesde la reivindicación de la figura de Dido frente a la versión de Virgilio,

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y la defensa de la honestidad de la reina son motivos dominantes fren-te a la peripecia dramática, de modo que las transformaciones en las si-tuaciones del drama adolecen de cierta rigidez, y carecen, con algunasexcepciones que hemos destacado, de elementos originales.

Pero el conjunto de la obra tiene en su desarrollo una fuerza dramá-tica convincente: gradúa el interés con oficio y sabe mezclar con maes-tría los momentos dramáticos y los cómicos. Tiene además interés la ri-queza de su lenguaje, a veces un tanto conceptista. Y tiene un valorañadido: es una pieza más que nos permite conocer, como hemos seña-lado, algunos aspectos de la mentalidad dominante en la mitad del sigloXVII.

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