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La Brújula de
la Andrómeda:
Cuaderno de
Bitácora
APÉNDICE 3
Jesús Salviejo
Técnico de Educación y Cultura de la Diputación de Valladolid
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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ÍNDICE
TIERRA – LUNA (3)
Bitácora I: Valladolid, 21 de abril de 2218. (4)
Bitácora II: Valladolid, 2 de junio de 2218. (6)
Bitácora III: Valladolid, 30 de octubre de
2218. (8)
Bitácora IV: 31 de diciembre de 2218. (10)
Bitácora V: 6 de enero de 2219. (12)
VENUS – MERCURIO (14)
Bitácora VI: 8 de febrero de 2219. (15)
Bitácora VII: 17 de febrero de 2219. (17)
MARTE (19)
Bitácora VIII: 20 de mayo de 2219. (20)
Bitácora IX: 30 de mayo de 2219. (22)
Bitácora X: 2 de junio de 2219. (24)
JÚPITER – SATURNO (26)
Bitácora XI: 25 de abril de 2220. (27)
Bitácora XII: 1 de mayo de 2221. (29)
Bitácora XIII: 5 de mayo de 2221. (31)
Bitácora XIV: 10 de mayo de 2221. (33)
Bitácora XV: 20 de mayo de 2221. (35)
Bitácora XVI: 23 de mayo de 2221. (37)
URANO – NEPTUNO (39)
Bitácora XVII: 23 de agosto de 2223. (40)
Bitácora XVIII: 28 de agosto de 2223. (42)
Bitácora XIX: 7 de febrero de 2226. (44)
Bitácora XX: 13 de febrero de 2226. (46)
Bitácora XXI: 16 de febrero de 2226. (48)
Bitácora XXII: Valladolid 17 de marzo de
2227. (49)
PLUTÓN – CARONTE (51)
Bitácora XXIII: 16 de noviembre de 2228. (52)
MÁS ALLÁ DE PLUTÓN (54)
Bitácora XXIV: 31 de diciembre de 2228. (55)
Bitácora XXV: Primavera de 2230. (57)
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Bitácora I
Valladolid, 21 de abril de 2218.
Hace años que el mar no es de agua y el tiempo no se cuenta por las estaciones. Y
hace tanto que partió. De ella me llegan de cuando en cuando breves noticias de
lugares lejanos. Recuerdos quebradizos que siento como pisadas en la hojarasca.
Se llama Isabel. Es mi hija y lleva mi nombre. Pero tan distinta. Decía cuando era
niña que quería recorrer todos los océanos. Decía cuando se hizo mayor mientras nos
despedíamos en el muelle antes de su primer viaje que volvería pronto. Y a su modo lo
hizo. En forma de cartas. Sé que son meras transcripciones de los mensajes
electrónicos que envía a través de las balizas del Sistema Solar y que sólo me llegan en
forma de cartas por una romántica y desusada convención que acordamos antes de
que se marchara, pero esos escasos gramos de papel color marfil texturado como una
piel -su leve solidez- en los que una computadora reproduce con milimétrica
exactitud su caligrafía, me acercan más a ella que el susurro metálico y retardado de
un mensaje de vídeo colgado en el vacío espacial.
Soy una antigua, ella siempre me lo dice.
Hace años que el mar es de tiempo y las estaciones de años. Y las cartas se
acumulan en el cajón del viejo escritorio como la piel de un árbol. Es su cuaderno –mi
cuaderno- de bitácora. Un archivo de nómadas. Al atardecer, siempre al atardecer las
leo. Vuelvo sobre su delgada letra de bramante que me recuerda su perfil de mujer. En
una de ellas me habla de un libro que lee, ella siempre lee, en las largas guardias de la
madrugada, cuando la noche es la sombra del silencio: madre, me dice, acabo de leer
a un hombre, porque ella no lee las palabras sino a las personas en las palabras, dice,
y me he acordado de ti. Es de Thomas Hardy, un inglés loco, mira:
ELLA no habría podido siquiera señalar
dónde se encuentra Blackmoor, el camino
que conduce hasta Bath, o indicar el lugar
del horizonte en que se halla el pueblo vecino.
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Mas sabía hacia dónde se encontraba Catay,
el cabo de Hornos o la ciudad de Bagdad,
y dónde estaba Boston y en qué lugar Bombay
podía señalar con toda claridad.
Ella no conocía el camino desierto
de Froom Mead o de Yell’ham su bosque concurrido,
pero sabía el modo de atracar en un puerto
austral y con el mar enfurecido.
Veía rielar las playas de Pattaya
bajo el ciruelo de su hortal
y escuchaba el bramido del golfo de Vizcaya
en la pequeña presa del canal.
«Mi hijo es marinero y ha surcado
todos los anchos mares del mundo conocido,
y cada vez que ha vuelto a casa me ha enseñado
dónde se encuentra cada país que ha recorrido.
¿No te parece que habla de ti y de mí? Aún permaneceré un tiempo en la estación
orbital próxima a la Luna, pero pronto partiré, creo.
Te quiero.
I.
Postdata. Desde el ojo de buey de mi camarote he visto amanecer la Tierra. Son
muy largos los días aquí.
Hace años que el mar no es de agua y que cuento el tiempo por las cartas. Y hoy
me he dado cuenta de que al partir ella, nos fuimos las dos.
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Bitácora II
Valladolid, 2 de junio de 2218.
He recibido su última carta. Comienza así:
En el muelle 3
En órbita sobre el Mare Imbrium, 32,8° N y 15,6° O, la Luna.
Sí, ya sé, ya sé, llevo meses sin escribir. Imperdonable. También sé que la disculpa
del trabajo ya no te la crees, pero es cierta… a medias. Jamás pensé que el emprender
este viaje fuera a suscitar en mí tantos recuerdos. Aún puedo rescatar en mi memoria
la primera vez que soñé con viajar a lo largo y ancho del mundo conocido como los
viejos exploradores de mares y hielos. E incluso mi fascinación la primera vez que me
dijiste que la idea de los barcos solares la habían tenido primero los egipcios hace
miles de años. Yo soñaba con viajar, y aprendiendo, leyendo, educando mis manos y
mis ojos, sin saberlo ya lo estaba haciendo… quizás por eso, ahora que estoy a punto
de cumplir ese sueño, siento cierto vértigo, una mezcla de serenidad y urgencia que
me hacen estar alerta. Y, realmente ¡aún no hemos partido!
Los entrenamientos son agotadores pero las cosas marchan. Ayer vi por primera el
velero solar. Se llama Andrómeda. Es una fragata de doce palos con un casco alargado
que recuerda el cuerpo de una libélula. Sería muy parecida a un viejo clíper si no fuera
porque es muchísimo más grande y ahusada, y porque los mástiles se despliegan en
vuelo como las varillas de un paraguas. Los que la han visto tras la botadura en sus
primeros vuelos de prueba dicen que su aspecto en plena singladura es el de una flor
fantástica de corola irisada, y desde la superficie de la Luna, sus velas de mylar la
hacen brillar como una diminuta estrella. Nosotros sólo hemos tenido oportunidad de
visitarla atracada en el muelle del astillero, pero a partir de mañana comenzaremos los
primeros vuelos de prueba en órbita lunar para familiarizarnos con ella. Al fin y al
cabo va a ser nuestro hogar durante los próximos dieciocho años. Aproximadamente
nueve de ida para alcanzar la órbita de Plutón y nueve de regreso.
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Desde el momento en que partamos se lanzará un nuevo velero cada año, para
reemplazar a la tripulación anterior y establecer un flujo de viajes constante dentro del
Sistema Solar. Nuestra misión, aunque me imagino que ya lo sabrás porque las
televisiones en la Tierra se han cansado de divulgarlo, es establecer la primera ruta y al
alcanzar Plutón lanzar sondas al espacio profundo. La información completa no te la
puedo contar, ya sabes… secreto.
Pero sí te puedo decir que varias de las sondas van a muchos de los lugares que de
niña me señalabas en los libros con aquellas mezclas de letras y números tan extrañas
del catálogo de Messier, pero de las que yo guardo los nombres que les dieron los
antiguos, mucho más hermosos, ¿te acuerdas? La constelación de Acuario, la del
Delfín porque recuerda a uno saltando fuera del agua, también a las Nubes de
Magallanes, la nebulosa de la Medusa o lugares más allá de Orión, el gigante al que el
mar no cubría…
¿Sabes? Me recuerda aquel poema sobre el mar que me contabas que escribió tu
bisabuelo, hace tantos años y que decía:
Es en las cartas de navegar
el arco de los meridianos,
y el iris brumoso de las nebulosas
en el negro mineral del espacio.
Creo recordar que se llamaba Héctor. Lo buscaré en el e-media que me regalaste
con todos aquellos libros, películas, músicas y sonidos que me recuerdan tanto nuestra
casa.
Pero eso será esta noche.
Bueno, tengo que dejarte.
Y sí, intentaré escribir más, lo prometo.
I.
PD: Mañana vamos a dar un paseo por el Mare Imbrium, el Mar de las Lluvias,
porque también en la Luna hay mares.
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Bitácora III
Valladolid, 30 de octubre de 2218.
Cerca y Lejos
Ella me hablaba en su última carta del Mar de las Lluvias y hoy, durante la tarde,
mientras el aguacero restalla contra los cristales de la casa empujado por el viento, me
siento muy cerca de ella. Tan cerca que la casa se me ha hecho camarote y miro por
mis ventanas y la imagino oteando por su ojo de buey en la Andrómeda los océanos
lunares y las profundidades del espacio con su eco abisal. Y me detengo sobre una de
las gotas que la lluvia le regala al cristal como ella se detiene en el minúsculo destello
pulsante de una estrella lejanísima. Y lo cercano atrapa a lo lejano y el universo se
pliega a la infinita pequeñez de la gota. Los dioses nos miran con microscopio y
nosotros inventamos los telescopios para mirar cara a cara a los dioses. Así sé de
Júpiter y Saturno, o del lejano Plutón como de las diatomeas.
Y mientras yo escucho el ulular del viento y veo las hierbas cortadas y las hojas
muertas levantarse en espirales de bruja hacia el cielo donde el sol cae, ella quizás
observe las hélices de un ciclón blanco sobre la silueta de los océanos y el amanecer o
el ocaso tras la curvatura de la Tierra o el desplazamiento de estrellas y satélites sobre
la materia silenciosa y negra del cosmos.
Ese lugar que me recuerda a Thomas Hood cuando escribe:
Hay un silencio donde nunca ha habido sonido,
Hay un silencio donde no puede haber sonido,
En la fría tumba, bajo el mar profundo, profundo,
Cuanto más grandes nos hacemos más pequeños nos descubrimos, me decía siendo
aún pequeña. Y pienso que una agradecería, que de las profundidades de ese abismo
llegara, algún día, un eco amigable que desde más allá de esa soledad, como el canto
de una ballena en las oscuridades del océano, nos regalara la sensación de que no
estamos solos en este inmenso y misterioso Universo.
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Entonces abro la ventana y me asomo fuera, porque ella no puede, y sobre la
llanura verde el último sol de la tarde y la borrasca inventan un arco iris, y así la
atmósfera también me regala una pequeña y perfecta forma de nebulosa.
Cuando les digo a mis amigas que mi hija está en la Luna se ríen y piensan que
estoy loca. Ella me cuenta en sus cartas historias de mares de piedra por los que pasea
en la vieja Selene y entonces yo imagino lejanas y brumosas voces de sirena de barco.
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Bitácora IV
31 de diciembre de 2218.
Colonia Selene I. Superficie de la Luna.
Hemos descendido hace unas semanas de la estación orbital y ahora estamos
finalizando la fase de entrenamiento para tripular la Andrómeda. Vamos a ser 25 a
bordo entre personal científico, técnico y pilotos, además de varios androides que
harán las labores de mantenimiento. Las velas –deberías verlas desplegadas, en verdad
nos hacen parecer una mariposa- son siete y mide cada una 1 km2 de superficie.
También llevamos a bordo tres láseres empleados para generar una corriente continua
de fuerza solar en momentos de maniobras delicadas o de calma chicha cuando nos
alejemos demasiado del sol. El sistema de navegación está guiado por un complejo de
computadoras cuánticas, pero, aún en su tremenda sofisticación debe tener en cuenta
–como antaño- el curso de las estrellas.
Curioso ¿verdad? Todas estas cosas me recuerdan el momento en que todo cambió.
Cuando el Atlántico era una frontera insondable llena de monstruosos dragones,
donde reinaba la amenaza del craken y que terminaba en una caída de agua de
infinita profundidad, cuando el único abismo en el que podemos caer es el de nuestra
ignorancia acerca de este inmenso y mágico Universo. Tú siempre me lo recordabas
cuando me leías a Baudelaire que decía:
¡Ven! ¡oh, ven viajero en los sueños,
más allá de lo posible, más allá de lo conocido!
Más allá de lo conocido. ¿Y qué es aprender sino eso?
A veces salimos a dar cortos paseos por el Mar Imbrium, ya sabes, el Mar de las
Lluvias. Un mar gris de basalto y sombras rodeado por montañas que son como
gigantescas olas congeladas, sobre las que se recorta el perfil del cráter Arquímedes.
Ojalá pudieras sentir su sobrecogedora quietud probablemente semejante a la calma
en altamar, cuando el rugido del agua se convierte en un compañero tan habitual que
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su voz adormece los sentidos y no dejas de oír otra cosa que no sean tus propios
pensamientos. Algunas veces, antes de dormir, me siento frente al ojo de buey de mi
camarote y me llevo al oído la caracola que me regalaste cuando era niña. Y puedo
imaginar en este desolado y hermoso mar gris el agua fantasma de las olas de mi
caracola rompiendo contra el silencio.
Te recuerdo.
Te extraño.
I.
P.D. Feliz Año Nuevo.
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Bitácora V
6 de enero de 2219.
En el muelle 3 de la estación Internacional Prometeo SS1.
En órbita sobre el Mare Imbrium, 32,8° N y 15,6° O, la Luna.
La partida.
Hoy, antes de la partida me ha dado por pensar de dónde me vinieron esas ganas
de marcharme, de viajar. Y tengo que reconocer que en parte la culpa es tuya. Tuya y
de Moby Dick. Tengo grabado a fuego en mi memoria sus primeras líneas:
“Llamadme Ismael. Hace algunos años, encontrándome con muy poco o ningún
dinero en el bolsillo y sin nada de particular en tierra que tuviera especial interés para
mí, se me ocurrió ponerme a navegar, con el fin de ver la parte acuosa del globo
terráqueo. Siempre que empiezo a sentir que un rictus sombrío me contrae los labios,
que los ojos se me nublan y que la melancolía se me apodera del alma, creo llegado el
momento de hacerme a la mar lo más aprisa posible.”
¿Recuerdas? Me la regalaste con apenas doce años. Y mucho tiempo después me di
cuenta hasta qué punto ésta y muchas de las lecturas que me mostraste se me
convirtieron en brújulas y portulanos. Sembraste en mí la necesidad de descubrir, que
ya en sí se tornó descubrimiento. Y comenzó todo este insospechado viaje. Descubrir
quién era sin nadie a mi alrededor que me lo dijese. Al final, la descripción que
tenemos de nosotros mismos se convierte en un retrato sesgado, incierto si sólo está
compuesto de las impresiones que provocamos en los demás por bien intencionadas
que éstas sean. Me niego a ser aquello que se espera que sea. Prefiero ser sin más yo y
mis penumbras.
Todo esto lo he pensado hoy, horas antes de que comenzáramos nuestra
singladura. Me pregunto si los viejos marinos de siglos atrás tuvieron la misma
sensación de desarraigo de la tierra firme, del hogar y al mismo tiempo el súbito
descubrimiento de pertenencia a algo infinitamente más grande y lejano como el
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océano. Porque yo me siento así. Fuera de todo lo que me dijo cómo soy, cómo seré,
incluso cómo fui, escucho por vez primera una voz que no me dice quién soy. Se
limita a estar junto a mí y a no abandonarme.
Esa voz soy yo misma. Y no me asusta esta nueva compañía. Siempre pensé que las
personas hablamos para hacernos oír por los demás. Ahora sé que en medio de este
tumulto ensordecedor que es la vida, las más de las veces hablamos para oírnos a
nosotros mismos, igual que nos pellizcamos para saber que no estamos soñando.
Cuando hemos soltado amarras, he mirado las dársenas, el muelle de atraque de la
nave. Pero allí no había hombres embutidos en abrigos con sombreros ocultándoles
los ojos bañados en lágrimas mientras sus hijos parten hacia el otro lado del mar, que
entonces era el otro lado del mundo, o de la vida. No hay mujeres silentes
preparándose para albergar en el corazón una ausencia perenne. Sólo hay cámaras que
retransmitirán con minutos de retardo la partida a la Tierra, donde muchas personas,
al otro lado de sus pantallas, contemplarán este rito de infinita antigüedad con
rutinaria ansiedad televisiva, mientras unos androides flotando a gravedad cero, en un
rasgo de herencia humana que llevan escrito en sus códigos, hacen oscilar sus manos
metálicas ante mí en un último y silencioso saludo.
Tranquila. Me encuentro bien aunque notes que me encuentro algo meditabunda.
Por aquí dicen que no te haces marino cuando navegas sino cuando comienzas a
hablar contigo mismo.
Quizás sea eso.
Un beso muy grande.
La próxima carta puede tardar algo en llegarte. Para entonces es posible que
estemos alcanzando la órbita de Venus. Ya sé, ya sé, le saludaré de tu parte.
I.
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Bitácora VI
8 de febrero de 2219.
Sobre Ishtar Terra.
Avistamos los Océanos de lava de Venus.
Cuánto tiempo desde la última comunicación. Me imagino que de la mayoría de las
cosas ya te estarás enterando a través de las noticias que sobre nuestra misión dará la
televisión, aunque tampoco me sorprendería que tras la novedad, hubiéramos sido
relegados al olvido en los informativos para dejar paso a concursos y deportes. Pero
antes que nada, me encuentro perfectamente. He perdido un poco de peso por el
sistema de comidas que llevamos a bordo, pero nada de importancia. Las cosas del
espacio van despacio, ya sabes, aunque nosotros hace ya tiempo que volamos a una
velocidad media de 80.000 kilómetros por hora. Sin embargo, todo parece moverse a
cámara lenta cuando lo observas. En la Andrómeda tenemos una cabina con una
ventana especial, mucho más grande que los ojos de buey, en la que algunos pasamos
los pocos ratos libres de que disponemos, observando la noche exterior cuajada de
estrellas, dejando reposar la mente en el negro profundo que nos envuelve como si
fuera la línea larga y curvada del horizonte marino. Y si te olvidas del zumbido
eléctrico constante que tapiza la cabina del Mirador, puedes llegar a escuchar un
silencio difuso que recuerda el susurro de una meditación. Hace unas semanas que
alcanzamos la órbita exterior de Venus. El sol aquí amanece por el oeste y dibuja su
crepúsculo por el este. Es un planeta nocturno ya que nunca llega a su superficie la
luz del sol y el único de nuestro pequeño sistema -además de la vieja Tierra- que
tiene nombre de mujer. Debería decir que nos encontramos en órbita elíptica
estacionaria a una altura entre 66.000 y 250 kilómetros en torno al planeta, pero me
gusta más pensar que voy en un barco, así que te diré que hemos echado el ancla
sobre Isthar Terra, el más pequeño de los continentes que conocemos en Venus. Está
en el norte, cerca del polo y tiene un tamaño parecido al de Australia. Es alto, sabes,
como un escalón en la piel del planeta, un altiplano de roca si lo comparas con el
monte Maxwell que se encuentra al este, con Frejya al norte, con Akna al oeste o con
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Danu al sur. En su centro hay una llanura que es como una mano posada sobre una
inmensa laja de piedra que se llama Lakshmi. Y también tiene volcanes como el
Sacajawea y el Colette. Pero el que más me impresiona es el que llaman Cleopatra.
Cuánta mujer en este planeta que es casi gemelo de la Tierra ¿verdad? Un sueño para
la imaginación y un mundo de dióxido de carbono y piel de basalto, ardiente y hostil
como un infierno en realidad. Hemos enviado una sonda -la hemos llamado Ícaro-
hacia Mercurio, sobre el volcán Rembrandt y a continuación reemprenderemos el viaje
de regreso por otra ruta, para pasar cerca de la Tierra camino de Marte.
Ignoro cuándo te podré volver a escribir, pero recibe todo mi cariño en esta botella
lanzada al mar.
I.
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Bitácora VII
17 de febrero de 2219.
Abandonando la órbita de Venus.
Camino de Marte, nos han llegado las primeras imágenes de la Ícaro. Mercurio se
me ha mostrado distinto y mira que lo hemos estudiado juntas desde las imágenes
que mandó hace ya más de dos siglos la Messenger hasta las más modernas, como se
miran las fotografías de un hijo desde la infancia hasta que se hace mayor, como se le
hacen pequeños y extraños zapatos y pantalones, el sorprendente reemplazo de las
camisas que se agrandan de pronto y no caben en los percheros de los armarios... He
recordado entonces cuando tú bromeabas diciendo que en el álbum de fotos de la
familia había, más que tíos y hermanos, galaxias y planetas. Tenías razón. Por eso,
hoy, ante las imágenes de alta resolución de este pequeño desierto, he sentido que
volvía a ver a un hermano mayor que vive lejos, al que sólo se ve muy de vez en
cuando, a la vez conocido y desconocido.
Su aspecto sigue siendo el de una pequeña esfera cubierta por cráteres de impacto
de todos los tamaños que recuerdan la piel erosionada de una vieja guayaba. Este
viejo cascarón lleva millones de años cazando meteoros y cometas que han dejado
profundas cicatrices en su piel, como si fuera una red de cazar mariposas. No te haces
a la idea del calor y del frío que puede hacer en su superficie, de donde nos han
llegado lecturas de más de 400 grados a pleno día cuando el viento solar lo arrasa
como si fuera una canica de hierro bajo el fuego de un soplete, hasta los 180 bajo
cero que te puede regalar la noche más fresca.
Hay un cráter grandísimo, el Caloris -ya te puedes imaginar porque le pusieron el
nombre-, el mayor de Mercurio, que me fascina; se formó después de que chocara
contra su superficie un meteoro de considerables dimensiones. El golpe fue tan fuerte
que brotaron por la herida auténticos ríos de lava y se levantaron ondas concéntricas
como cuando una gota de agua choca contra la arena en un día de lluvia. Bueno,
pues soportando ese calor por fuera, su lecho interior está cubierto por el hielo.
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Es fascinante volver a comprobar hasta qué punto se parecen algunas personas a
los planetas ¿verdad?
El Sol se ve allí casi tres veces más grande que en la Tierra. Contemplar un
atardecer en él tiene que ser magnífico y aterrador, y de noche, mientras todo se
congela, desde alguna de sus fallas, se tiene que ver la Tierra como una diminuta
estrella azul.
¿Siguen siendo allí igual de hermosos los atardeceres? No te pierdas ninguno. Si tú
los ves, siento que aún los tengo delante de mis ojos.
Besos.
I.
Por cierto, estoy releyendo Lucky Star y el gran Sol de Mercurio de Isaac Asimov.
Qué ingenuo, pero qué buenos recuerdos me trae a la memoria.
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Bitácora VIII
20 de mayo de 2219.
Ascensores espaciales en la meseta de Tharsis en Marte.
Recuperando un meteoro en el monte Olympo.
Ha sido increíble. Todos lo habíamos estudiado pero sólo tres miembros de nuestra
tripulación, con muchas horas de vuelos espaciales a sus espaldas lo habían visto.
Bueno, perdona. Te estarás preguntando ¿Mi hija se ha vuelto loca? ¿De qué me está
hablando? Pues del ascensor espacial de la estación minera de Tharsis, en Marte. La
meseta de Tharsis es una planicie bastante alta, donde nace el Noctis Laberynthus -un
profundísimo cañón que forma parte del valle del Mariner- pero que parece bajísima
cuando ves descollar las cimas de los montes Arsia, Pavonis y Ascraeus, y sobre todo la
del Monte Olympo erizada de chimeneas que es tres veces más alto que el Everest y
tiene unas escarpaduras y farallones de vértigo que van decayendo durante cientos de
kilómetros hasta suelo marciano de tal forma que desde su cima es imposible ver el
final, y desde la superficie, aunque el día sea claro, es imposible observar la cima,
dándote la sensación de que has topado con una altísima pared formada por
desmesuradas olas de basalto que se estrellan contra un inexplorado vacío.
Cuando nosotros descendimos hasta la plataforma de atraque donde está la cabina
de recepción del ascensor, cruzando unas nubes de tonos amarillos y azules, la
atmósfera parecía relativamente tranquila, pero apenas unos días antes, había cesado
una tremenda tormenta que había estado azotando toda la superficie de Tharsis
durante varios meses.
A medida que nos aproximábamos, fuimos viendo cómo iban apareciendo las
plataformas del resto de los ascensores -son más de veinte ya- y volamos entre ellos
como si fuéramos peces en un bosque de kelp y nadáramos sobre una pradera de
posidonias en el Pacífico.
Ya sé que para ti la idea de un ascensor que vaya desde la superficie del planeta
hasta la parte más alta de su atmósfera te sigue pareciendo una idea de ciencia
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ficción, pero recuerda que los primeros proyectos se hicieron al principio del siglo XXI,
y que incluso cuando el ser humano pisó por primera vez la luna, apenas 68 años
antes H. G. Wells ya lo había imaginado en sus libros.
En el fondo la idea es tan sencilla que resulta increíble, porque quién no ha jugado
alguna vez al yo-yo, haciéndolo girar pendiente al final de la cuerda mientras rota.
Pues el principio es el mismo, sólo que el yo-yo es más grande y la cuerda es de
nanotubos de carbono de varios millares de kilómetros de largo, que son mantenidos
por unos micro-robots araña que recorren constantemente el tubo reparándolo.
Los robots de la estación minera de Tharsis han localizado los restos de un extraño
meteoro incrustado en un depósito de hielo del subsuelo que contiene material
desconocido. Nosotros nos hemos encargado de recogerlo -probablemente sea el
paquete postal más caro de la historia- y a partir de ahora tendremos que analizarlo e
investigar su origen. Quién sabe lo qué traerá a cuestas este viajero.
Siento haberme puesto pesada con lo del ascensor, pero deberías haberlo visto.
Pese a todo lo que te he contado sigo teniendo la sensación de no tener palabras.
Quizás sea cierto que hay que inventar nuevas expresiones para este nuevo mundo.
Cada vez comprendo mejor a los viejos navegantes que rebautizaron antiguas
ciudades y desconocidos océanos con los nombres de mares y ciudades ya
descubiertos y sin embargo, nuevos, para luego olvidar los de sus hogares y aprender
de los desconocidos habitantes de aquellas tierras nuevas voces con las que volver a
llamarlo todo. Pero dudo que nosotros tropecemos con alguien por aquí. Por lo demás
todo va sobre ruedas con el resto de la tripulación a bordo. Cada uno de nosotros
pertenece a un país diferente pero hemos logrado inventar una pequeña familia. Estoy
bien, sé cuidarme, y ya sabes si quieres verme durante unos meses estaremos en órbita
en torno a Marte, así que por la mañana, cuando veas el Lucero del alba, piensa que
yo estoy dando vueltas a su alrededor como en un diminuto carrusel.
Besos.
I.
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Bitácora IX
30 de mayo de 2219.
En órbita en torno a Marte próximos a Phobos.
Te escribo estas líneas mientras observo desde el mirador de la Andrómeda antes de
regresar al puente para la maniobra de aproximación, la silueta de Phobos
recortándose sobre la superficie de Marte mientras sobre sus llanuras se desata una
enorme tormenta de viento.
Phobos es una roca de aspecto áspero con un cráter enorme llamado Stickney en
honor de Chloe Angeline Stickney. Es curioso que su nombre signifique miedo cuando
a mí me produce el efecto de una terrible soledad. Es la luna más grande de Marte y
también la más próxima. Está a menos de 6000 kilómetros, la distancia en línea recta
entre Valladolid y Samarcanda o las orillas del Lago Victoria. Las fuerzas de la marea
gravitatoria hacen que cada vez pase en su órbita más cerca de su superficie, y eso
hará que algún día caiga como una bola que baila dentro de una ruleta y acaba
encontrando su casilla. Pero eso pasará dentro de millones de años, porque el reloj del
Sistema Solar es como un viejo carillón en el que el tiempo siempre es mucho más
largo y Phobos sólo es el resto de un viejo pecio que aguarda a que la marea lo lleve a
la orilla, entre las dunas de Marte.
Estos últimos días han sido apasionantes pero también agotadores. Hemos estado
comprobando la evolución de la terraformación en Marte. Ya sabes, aquel viejo sueño
que dio comienzo a mediados del siglo XXI. Transformar la atmósfera del planeta para
hacerlo habitable cuando casi habíamos acabado con el nuestro. Al principio sólo era
un vaga imagen en las mentes de los escritores como lo fue el viaje de Jules Verne a
la Luna. Después llegaron las primeras misiones tripuladas, el desarrollo tecnológico
que nos permitió controlar el efecto invernadero en la Tierra. Más tarde la invención
del Bosque de Espejos de Montag -ya sabes los que se construyeron a principios del
siglo XXII a 225.000 kms. de Marte- que reflejan la luz solar sobre su Polo Sur
subiendo su temperatura. Y luego la siembra de microorganismos diseñados por
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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ingeniería genética para transformar el regolito y así convertir aquel gélido y árido
suelo en un nuevo hogar.
Pues bien, Marte inhóspito y guerrero, donde los cuerpos se tornan livianos, está
cambiando. Y dentro de unas pocas décadas habrá un ser humano, quizás una mujer
-quién sabe dónde habrá nacido- que verá correr el agua por los ríos de Marte...
Pero esa no seré yo.
Pese a todo, como su día solar es apenas unos minutos más largo que el de la
Tierra, me siento un poco en casa, aunque no puedo decir lo mismo de su año que
dura 687 días terrestres.
Es hermoso estar en un lugar en el momento en que cambia todo. Creo que debe
de ser lo más parecido a nacer o a morir.
Nuestro Areógrafo dice que cuando ahora miramos todos los cráteres de impacto,
los campos de lava, los volcanes, cauces secos de ríos y las dunas de arena que oscilan
entre el amarillo y el rojo anaranjado, podemos estar viendo lo que será un fondo
marino.
Se llama Ysmail. Nos hemos hecho buenos amigos. Cuando me preguntó de dónde
me viene esta curiosidad que me ha hecho tan viajera le dije que de ti, y entonces,
metiendo una mano en el bolsillo cogió algo y me lo tendió. Me dijo, mira para tu
madre y me regaló un trozo de roca de un rojo terroso y suave, un pedazo de Marte.
No te preocupes. Te lo enviaré a través de una de las naves de suministros de la
mina.
Tengo que dejarte ya. Me llaman.
Besos. Muchos besos.
I.
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Bitácora X
2 de junio de 2219.
En las proximidades de Hellas Planitia (Marte).
Es extraño, pero sólo a ti puedo contártelo. Hoy ha muerto mi amigo Ysmail.
Sepultado bajo las rocas en la cuenca de impacto Hellas Planitia, en el hemisferio sur.
El cráter de Hellas es como la huella de un tremendo puñetazo de 2.000 kilómetros
de diámetro y cerca de seis de profundidad sobre suelo marciano. A Ysmail le parecía
hermosa.
“¡Qué colosal fuerza la de ese golpe en la roca!”, decía fascinado mientras
caminaba por la falda de una de sus imponentes crestas la última vez que le vi, “¡Qué
fascinante el azar cuando se vuelve destino!”.
Apenas cinco horas más tarde una tormenta de viento -son tan violentas como
frecuentes aquí y peligrosas- le aisló del resto del grupo. Cuando le encontramos
descubrimos que le había arrastrado un alud de rocas mientras recogía muestras del
permafrost.
Es el primer ser humano que muere en Marte.
Y hoy todos nos hemos sentido tremendamente solos. Pero era una soledad hostil
que nos aislaba a los unos de los otros. La psiquiatra de a bordo me ha dicho que
toda muerte entraña cierta culpa y sentimiento de pérdida que poco a poco va
tomando la forma de duelo, y que ese duelo es privado. Pero que cuando eso se
produce en la tripulación de una nave, a esa pérdida hay que añadirle otra que es
compartida por todos, la que siembra en el ánimo el dejar atrás irremisiblemente el
lugar en el que queda el último recuerdo del que murió.
Y que ambas chocan como dos guijarros que buscan encender fuego.
Es algo que se puede recordar hasta el infinito pero para lo que no queda
posibilidad de reparación ni de rescate. Semejante a una herida dentro de otra herida.
Como si la muerte sucediera dos veces.
El hecho de no poder regresar acentúa un sentimiento de abandono que hace esa
pérdida aún más irreparable. Los marineros de otros tiempos lo sabían bien. Por eso
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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echaban sus cuerpos al agua. Y a su modo regresaban siempre, en cualquier lugar del
océano, aunque eso significara no volver nunca. Y para muchos, el mar se volvía
tumba y hogar, no por el tiempo que pasaban en él, sino porque era el lugar al que
necesitaban volver para sentirse en casa.
Y a partir de ese momento, su casa –la de verdad- quedaba lejos para siempre.
Porque uno siempre desea retornar al lugar de su pérdida, que no está en el solar que
le vio nacer ni tan siquiera la ciudad o la aldea que albergó sus primeros pasos, sino
en aquel rincón en el que se encuentra con sus ausencias.
El lugar donde está lo primero que perdiste.
Hoy me he sentido completamente sola y frágil como la luz de una vela.
Por eso sólo a ti puedo contártelo.
Hoy es el primer día que lo hubiera dado todo por estar de nuevo en casa.
Te quiero.
Más que nunca.
I.
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Bitácora XI
25 de abril de 2220.
En la órbita de Io, en las proximidades de Júpiter,
frente al archipiélago de manchas rojas.
Aquí estoy de nuevo y por cierto más animada que la última vez que te escribí. El
duelo por la muerte de Ysmail ha sido muy duro, pero aquello que nos aisló al
principio, ahora nos ha unido a todos aún más, como a los soldados que pierden a un
camarada en una batalla. El recuerdo sigue ahí, seguirá ahí siempre, pero como tú me
dijiste: eso también pasará.
Hemos tardado unos meses, un poco más de los previsto, pero acabamos de
alcanzar Io, la luna más cercana a Júpiter, una roca erizada de montañas y volcanes
que vomitan azufre y hierro como si fueran fuentes, hasta el punto de que su
superficie, de rasgos muy acentuados, está en continua transformación por estar
lavada por las sucesivas oleadas de materia fundida.
Es una luna que nunca tiene el mismo rostro.
Aunque la llamaron así por ser una de las amantes de Zeus, una virgen digna de un
dios, te confieso que es lo más parecido que he visto en mi vida a un dragón. En su
suelo existen lagunas y flujos que podríamos llamar torrentes de azufre fundido. Pero
nada de ello es comparable, cuando ves a esta diminuta luna corriendo por encima del
excepcional y veloz Júpiter, un planeta sin superficie interior definida, sin rostro, un
planeta rodeado por tormentas que le confieren el aura de un espíritu o del fantasma
de un gigante.
Quizás debió de ser una estrella y en él cabrían 1.317 Tierras.
A veces mientras le observo desde el Mirador de la Andrómeda, me imagino a esta
estrella fallida, como a un Adán expulsado del paraíso, o como a un dios expulsado
del Olympo, mirándome desde su gran mancha roja semejante al ojo de un cíclope.
Condenado a ser el más grande entre los planetas, pero sabiendo en su fuero interno,
en su recóndito corazón oculto que no pudo llegar a ser estrella. Ya ves, yo también
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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humanizo a estas enormes esferas de gas y rocas, quizás porque no puedo evitar al
mirar ahí afuera sentir una terrible nostalgia de un tiempo remotísimo, una suerte de
útero originario al que todos pertenecemos. Igual que los griegos, o los andinos,
condenada a medir el Universo como los humanos, miró con eterna nostalgia las
estrellas.
Estaremos poco tiempo aquí, mientras estudiamos en profundidad otras manchas
rojas que han aparecido en otras latitudes del planeta.
Espero que sigas encontrándote bien y que no te preocupes tanto por mí. Me
ayuda imaginarte sentada en el porche, a la puerta de la casa, con una taza de café en
las manos y viendo como el viento levanta olas en las espigas. Saluda de mi parte a
los campos.
Yo con Júpiter, tú junto a Ceres. En el fondo siempre, de alguna manera, juntas.
Te quiero.
I.
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Bitácora XII
1 de mayo de 2221.
De reparaciones en Titán.
Hoy te escribo desde Titán, la luna más grande que orbita en torno a Saturno,
donde hemos tenido que poner a la Andrómeda en “dique seco” para hacer una serie
de reparaciones en la arboladura y en el paño de las velas que una pequeña tormenta
de meteoros microscópicos perforó como si fuera el ala de una mariposa.
De manera que aprovecharemos para echar una ojeada. Es incluso más grande que
el viejo Mercurio. Ya ves, un satélite que podría ser planeta. Aquí la atmósfera que
envuelve la curva de su silueta que se recorta sobre el inmenso Saturno, es difusa y se
ofrece a la vista como una paisaje de arena y viento. Es azul amarillenta, como un
desierto a orillas del mar barrido por el Harmatán. Sólo que a diferencia de un desierto
éste es el único lugar de todo el Sistema Solar -además de la Tierra- en el que llueve.
Sí, llueve. Una bruma de metano aparece al amanecer semejante a la de nuestros
mares que busca la costa hasta tropezar con las montañas donde se condensa y
precipita igual que el vapor de una olla lo hace en la tapa y en sus paredes de metal.
Sí, llueve con cierta frecuencia. Aunque lo que llueve es metano líquido.
Es mitad hielo y mitad roca, y su paisaje recuerda enormemente al de algunos
desiertos de la Tierra con collados, depresiones y gargantas, dunas surcadas por ríos y
algaidas a orillas de mares de metano.
Sin embargo, la temperatura es bajísima. Muchísimo más baja que en los polos de
nuestro planeta.
Continuaremos viaje sin mayores contratiempos una vez que terminen las
reparaciones de la arboladura, aunque en el ánimo de todos, pese a lo que nos
ayudamos, empieza a pesar la sombra del deseo de regresar a casa. Y es que ya han
pasado casi tres años.
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Cada vez falta menos.
Ya te contaré.
Besos.
I.
P.D: Es posible que en unos días descendamos a la superficie para hacer una
exploración del subsuelo en una altiplanicie que es casi un continente y que se llama
Xanadú, en busca de un océano subterráneo.
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Bitácora XIII
5 de mayo de 2221.
Océanos subterráneos en Titán.
Apenas hace unas horas que hemos regresado de realizar la exploración, aunque
con el retardo y los controles de las comunicaciones me imagino que tardarás al
menos cuatro meses en recibir mi carta. Pero te puedo decir, que tras mi estancia de
preparación en las bases del Polo Sur en la Tierra nunca llegué a imaginar un lugar
tan frío ni tan hermoso. Montañas pálidas y colinas leves apenas intuidas a través de
la bruma de nitrógeno y metano que constantemente empaña nuestras escafandras
junto a un mar de metano plástico y sin olas como una inmensa charca sobre cuya
superficie tersa se reflejan pequeñas islas... y hacia el interior canales regados por las
últimas lluvias que tienen un vago aspecto de barro húmedo, con piedras de hielo
desperdigadas. Es como caminar dentro de un whisky on the rocks, sólo que alguien
se ha bebido el whisky.
Mientras avanzamos en fila, hacia la cueva en la que vamos a aventurarnos, no
puedo evitar acordarme de aquel poema de Samuel Taylor Coleridge, recuerdas:
En Xanadú, Kubla Khan
mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Vamos a entrar en esa caverna. Como el profesor Otto Lidenbrock tras las huellas
de Arne Saknussemm en el Viaje al centro de la Tierra que leíamos y releíamos cuando
era niña, recordé las palabras de su sobrino Axel junto al océano subterráneo:
“Yo contemplaba en silencio todas estas maravillas. Faltábanme las palabras para
manifestar mis sensaciones. Creía hallarme transportado a algún planeta remoto, a
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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Neptuno o Urano, por ejemplo, y que en él presenciaba fenómenos de los que mi
naturaleza terrenal no tenía noción alguna. Mis nuevas sensaciones requerían palabras
nuevas, y mi imaginación no me las suministraba. Contemplábalo todo con muda
admiración no exenta de cierto terror.”
En ese momento yo era Axel. Era yo quien necesitaba palabras nuevas, o mejor
dicho dar cabida en viejas palabras a nuevas sensaciones y significados. Caminamos
con sumo cuidado dentro de aquella cueva erizada de cristales de hielo. Nuestra
exploración no podía ser muy larga dado lo limitado de nuestras reservas de oxígeno,
pero tomamos numerosas muestras e hicimos mediciones de todo tipo para
determinar la posible existencia de grandes bolsas de hidrocarburos en el interior.
Luego regresamos al módulo de exploración y de ahí a la Andrómeda.
Volver a ver algo parecido a un paisaje ha sido algo que me ha devuelto la
esperanza en este viaje. Aunque te parezca mentira, había olvidado que pese a la larga
soledad, la inmensa distancia que nos separa de casa o al trabajo agotador, somos
unos privilegiados. La oportunidad de descubrir, el acto de aprender, la invención de
un saber nunca alumbrado es algo indescriptible y probablemente la mayor conquista
individual que pueda realizar un ser humano.
Y poder contártelo, aunque sea a millones de kilómetros de distancia o años de
tiempo, me devuelve a mi ser más que ningún otro descubrimiento.
Esta noche volveré a leer el Viaje al centro de la Tierra en mi e-media. Y si tú lo
haces también, aunque tenga que ser forzosamente cuando te llegue este mensaje,
tendré la ilusión de que, como cuando era niña, pasamos juntas las páginas.
Recibe todo mi cariño.
I.
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Bitácora XIV
10 de mayo de 2221.
Titán nos despide con una tormenta tropical.
Aquí estoy de nuevo. No es la primera vez que observamos este fenómeno, pero sí
la primera vez que es registrado en primera fila de butacas.
Comenzó en el hemisferio sur del satélite, con un vórtice increíblemente grande.
Para que te hagas a la idea cuando alcanzó su mayor tamaño sería como la superficie
de España si la multiplicáramos por seis. Aquí en Titán, el clima es habitualmente
bastante tranquilo, con sus brumas de una quietud que hace que hasta el tiempo
parezca estancado. Pero de vez en cuando esa aparente calma se rompe por unos
fuertes vientos debidos a su compleja circulación atmosférica, que recuerda un poco a
la de la Tierra, y a la poderosa fuerza de marea gravitatoria que Saturno ejerce sobre
el satélite. No tienes más que recordar cómo se comportan nuestros vientos y océanos
por nuestra Luna.
Incluso cómo nos comportamos nosotros.
Todos andamos últimamente un poco “lunáticos” y la perspectiva de explorar en
los próximos días los anillos de Saturno nos tiene verdaderamente en ebullición.
Por eso en cuanto puedo regreso al Mirador para relajarme; me pierdo en la solitud
del Cosmos, mientras escucho alguna de las viejas melodías que me grabaste en mi e-
media y que me acompañan a todas horas. A veces escucho el fragor de unas olas,
otras el viento en los chopos de la ribera cerca de casa, otras una solitaria melodía de
pífano o de mandola...
A veces tu voz o el llanto de una gaita que siempre me recordará tierras lejanas.
Hoy, mientras escuchaba el tañido de unas campanas, me ha venido a la memoria uno
de tus poemas favoritos, Viaje, ¿Recuerdas?
No hay nadie en las calles o en las casas,
Ni un ruido de niño ni de ratón,
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Y cuando apacible cae la noche
No se encienden las luces de la ciudad.
Allí he de llegar.
Pues aquí estoy, a punto de enfrentarme al Señor de los Anillos, aunque ya sabes
que existen anillos en otros planetas, pero Saturno... es el rey.
Veremos.
Te echo de menos.
I.
P. D: Por cierto, el meteoro que recogimos en Marte, perece tener un núcleo de
carácter desconocido, del que nunca habíamos tenido noticia alguna. Seguimos con
su análisis, pero nos tiene muy intrigados. Pero ¿Qué sería de la vida sin misterio?
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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Bitácora XV
20 de mayo de 2221.
Explorando los anillos de Saturno.
Recuerdo que de niña se me parecía a la cabeza de un hombre con un gran
sombrero de picador. Saturno: el dios del tiempo es una gran olla de hidrógeno y
helio, en la que cabrían más de setecientas Tierras. El primero en observar sus anillos
fue el viejo Galileo, pero con su primitivo telescopio creyó ver lunas.
Sus toroides alcanzan su plano ecuatorial desde los 6.630 km a los 120.700 kms.
por encima de su ecuador y son como unos inmensos arrecifes de hielo y de roca,
donde rompe el oleaje de la noche estelar. Su atmósfera es listada y aparentemente
lisa, como si unas manos fabulosas lo hubieran moldeado y pintado en un torno
gigante. Ese patrón de bandas oscuras y claras es similar al de Júpiter, pero menos
intenso. Sus vientos tienen bastante mal genio, y están dominados por una ancha y
velocísima corriente en el ecuador, que revuelve nubes de cristales de amoníaco, y sus
tormentas –que duran meses- disparan unos rayos que ni recuerdan a los del Zeus de
la mitología griega, pues llegan a ser 10.000 veces más potentes que los de cualquier
tormenta de la Tierra.
De hecho una de las regiones del planeta, el hemisferio sur, es conocida como
"callejón de las tormentas". William Kovalski, uno de nuestros mejores geólogos, dice
que le recuerda Kansas -un territorio de Estados Unidos-, no sólo porque él es de allí,
sino por el Mago de Oz. Desde entonces se ha empeñado en llamarme Dorothy y no
hace más que preguntarme dónde he dejado mi perro y que dónde queda el camino
de baldosas amarillas. Es un tipo agradable, y uno de los pocos que aún no ha perdido
la capacidad de reír en este viaje. Y no es que sea simplemente alguien alegre, es,
sencillamente, que pese a estar tan conmovido como nosotros por todo lo que
estamos viendo, aún no ha perdido la capacidad para soñar. Aún cree que al final del
viaje no encontraremos Plutón, sino Oz. Me ha recordado una vez más a Baudelaire:
Pero la voz me consuela diciendo: «Conserva tus sueños;
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¡los cuerdos no los tienen tan bellos como los locos!»
Cuando se lo he dicho, me ha mirado fijamente, se ha metido la mano en el
uniforme a la altura del ombligo y se ha marchado caminando agachado como si
fuera un pequeño Napoleón.
Cuando lo recuerdo aún siento ganas de reír.
Y aquí estamos, a la vez locos y cuerdos, cerca siempre de algo y a la vez alejados
de todo menos del increíble Saturno. En unos días vamos a conocer sus lunas
pastoras.
Te escribiré.
P. D.: Ha sido William quien me dijo que estaban desconcertados con el meteoro de
Marte. Parece que últimamente ha descubierto que el núcleo no es macizo, y anda
devanándose los sesos para abrir esa insólita caja fuerte, como él la llama.
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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Bitácora XVI
23 de mayo de 2221.
Pandora y Prometeo, las lunas pastoras del anillo F.
Hoy he soñado el zumbido afilado de la honda del pastor mientras navegábamos
en las proximidades del anillo F, a 140.210 kilómetros del centro de Saturno, en busca
de Pandora y Prometeo. Lunas pastoras, curiosa idea ¿No crees? Pandora es el satélite
externo del anillo y Prometeo, algo más grande, el interno. La mayoría de los huecos
en los anillos de Saturno indican la presencia de satélites pastores. Así Mimas, guarda
la división de Cassini y Atlas pastorea el anillo A. No es sorprendente que los
bautizaran con esos nombres ya que su trabajo sólo podrían desempeñarlo gigantes.
Es su fuerza de atracción lo que mantiene agrupados los materiales de los anillos,
igual que un pastor y sus perros mantienen agrupado un rebaño. Por eso he soñado el
zumbido de la honda. Lo he soñado mientras veía agrandarse la silueta de una de las
lunas sobre la enorme curvatura de Saturno, porque me ha traído a la mente una
imagen de pastores antiguos, de llanuras silentes cobijadas por las nubes y el viento.
De su silencio roto solamente por el sonar de los cencerros y el seco ladrido de los
perros.
Recordar, soñar, ver los anillos ha sido como recorrer lentamente los surcos de un
viejo disco de vinilo, con sus bandas anchas para las canciones largas, las
discontinuidades del silencio seguidas por bandas más estrechas para la canciones más
cortas. Y todo esto mientras en el Mirador la soledad del Universo se filtra como un
oscuro y sigiloso vals.
Hoy te cuento –para ti dentro de unos meses- todo esto porque dentro de unas
horas nos sumiremos en el sueño criogénico que nos mantendrá suspendidos durante
cerca de dos años, que es lo que calculamos que tardará la Andrómeda en alcanzar las
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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proximidades de Urano. Y no sé qué ensoñaciones me acompañarán en una noche tan
larga.
Sólo quería decirte que aún recuerdo todo lo que me enseñaste.
Todo.
Tengo que acostarme y no quiero decirte hasta dentro de dos años, porque decirlo
me asusta.
Digámonos hasta mañana.
Te quiero.
I.
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Bitácora XVII
23 de agosto de 2223.
Desde Miranda.
Buenos días desde las cercanías de Urano. Aunque parece que me acabo de
levantar de esta siesta de dos años, realmente llevamos cerca de tres semanas
despiertos, pero hemos necesitado un tiempo para ir haciéndonos de nuevo con la
Andrómeda, que afortunadamente nos ha velado como una auténtica madre. He leído
–realmente devorado- todas las cartas acumuladas en el ordenador a lo largo del
tiempo y que sé que fuiste enviando con regularidad. Son fantásticas, y todo lo que
me cuentas en ellas, de amigos y amigas, de ti –por cierto me parece magnífico que
hayas vuelto a estudiar-, de tus viajes, de la tonelada de libros que has leído, y sobre
todo de que te encuentres bien, pese a tus dolores de espalda, me ha llenado el
corazón de esperanza. William, ya sabes el geólogo, dice que eres Glinda, la Bruja
buena del Sur de Oz. Sueña con que nos envíes unos zapatos mágicos –a los dos-
para poder hacerlos chocar y volver a casa. Pero me temo que eso no va a ser posible,
porque por aquí aún hay muchas cosas que hacer. Él ha vuelto a su meteoro
misterioso y yo estoy ahora ocupada en las observaciones de Miranda –no la de Ebro,
como podrás imaginar- sino la de aquí, en realidad el satélite natural de Urano más
pequeño. Lo descubrió Kuiper a mediados del siglo XX. Es casi una esfera de 472
kilómetros de diámetro. Y las fuerzas de marea –la atracción- entre él y Urano
parecen haberlo sobrecalentado provocando una intensa actividad geológica –la más
alta conocida del Sistema Solar- en su ya de por si accidentada geografía, en la que
estamos pudiendo ver cañones de hasta veinte kilómetros de profundidad, que dejan
al del Colorado convertido en un simple arañazo en la tierra. Las temperaturas son
muy bajas y en su mayoría el suelo parece cubierto por el hielo.
Hasta un pájaro sentiría vértigo si lo sobrevolara.
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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Después he vuelto a sumergirme en los recuerdos.
Aún conservo en mi memoria cuando era pequeña, y me dijiste: imagina los planetas
como unas bolas, como las de billar, o como las canicas, de distintos tamaños y
pesos sobre una finísima tela extendida y suspendida en el aire sujeta por sus
esquinas.
Si las fueras depositando a distintas distancias, cada una de ellas formaría con su
peso su propio valle, como un nido en el que se asentarían.
Y entonces vi los planetas.
Como nidos de pájaro en las rocas de la costa rodeadas de un mar extenso y
profundo.
Como ya te dije en mi última carta lo recuerdo todo.
Dentro de unos días vamos a entregarnos de lleno a la observación de Urano. Te
encantaría. Es tan azul que me recuerda a la Tierra.
Te escribiré.
Te quiero.
I.
P. D:: William insiste en que nos envíes los zapatos.
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Bitácora XVIII
28 de agosto de 2223.
Urano: el gigante de hielo.
Aquí estoy de nuevo con muchas cosas que contarte en muy poco tiempo porque
apenas hemos despertado y ya estamos proyectando un periodo de sueño aún mayor
para llegar a Neptuno, que junto con Urano es uno de los gigantes de hielo.
¿Cómo explicar lo que una ve cuando se alcanzan los confines del mundo que se
conoce? Espero que las emociones, más que las palabras me ayuden. De modo que te
contaré como siento más que lo que veo. Mirar Urano, madre, es como mirar el ojo
del mar o del cielo si atiendes a su nombre, si éste pudiera tener ojos, porque este
planeta es todo océano o todo cielo dependiendo de cómo lo veas. Posee una
naturaleza tan uniforme que su transición de gas a océano es casi imperceptible.
Como si mordieras un bombón tan delicado que no notaras el paso del chocolate al
licor, una delicia astronómica. Desde las grandes capas de nubes exteriores hasta las
interiores está hecho de hidrógeno y helio enriquecido con metano, que se vuelven
líquidos a medida que se desciende hacia el interior hasta convertirse en el manto
oceánico que cubre el corazón de metales y hielos de agua y amoníaco de alta
conductividad eléctrica que compone su núcleo.
Urano, padre de titanes, hecatónquiros y cíclopes, sin embargo, vive rodeado por
satélites cuyos nombres nacieron de la imaginación de Shakespeare y Pope. Está
rodeado de mujeres como Miranda, la hija de Próspero, Ariel, el espíritu del aire,
Umbriel, la sílfide, Titania, la reina de las hadas, y las acompaña Oberón, porque
donde hay una reina siempre hay un rey.
A estas alturas te preguntarás si me he vuelto loca. La respuesta es no.
Simplemente William y yo hemos hecho un intercambio de libros con nuestros e-
media, y ahora él está leyendo El rizo robado y yo tras La tempestad he vuelto a El
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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sueño de una noche de verano. ¿Qué mejor lugar para hacerlo que éste en el que sus
personajes cobran vida, danzando sin fin alrededor del anillo azul de Urano?
Madre, he de volver a dormir, esta vez el sueño será un poco más largo, y quiero
un regalo para cuando despierte. Que sigas ahí.
Buenas noches.
Te quiere.
I.
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Bitácora XIX
7 de febrero de 2226.
Tritón, en la órbita de Neptuno.
Hola madre. Me alegro de que continúes ahí, aunque la Tierra empiece a parecerme
poco menos que un mito. Te escribo desde el Mirador hoy -sea cuando sea ese hoy-
desde Tritón, el mensajero de las profundidades. Un pequeño mundo congelado, lejos,
muy lejos del sol, y a unos 4.500 millones de kilómetros de la Tierra. Desfigurado por
erupciones volcánicas, su rostro agrietado es el de un viejo gladiador con demasiadas
peleas a sus espaldas. En su superficie, géiseres vomitan a su atmósfera nitrógeno
líquido que acaba forjando abruptas y largas cordilleras. Son los Sulci: los surcos.
Desde ellos y hacia oriente se abren las llanuras Ryugu y Cipagu y el altiplano
Cipango. Cómo me recuerdan sus nombres a los viajes de Marco Polo y su Libro de las
Maravillas. En la falla de Tano Sulci en la región de Bubembe –dice William que hay
una isla en el lago Victoria con ese nombre- se encuentra uno de los lugares más
extraños de cuantos hemos podido contemplar hasta ahora, una región llamada
terreno de cáscara de melón, que únicamente existe en Tritón y lo forman valles de 30
a 50 km de diámetro, con un espaciamiento regular y separados por sierras curvas que
recuerdan escarificaciones de hasta 1 km de altura.
También existen dos volcanes de hielo que forman en sus conos humaredas de
hasta 8 kilómetros, que se llaman Hili y Mahilani que hasta donde sé se corresponden
con nombres de espíritus del agua de mitologías africanas.
Es un paisaje casi sobrenatural de acantilados y de viento.
Esta vez cuando nos hemos despertado todo ha sido distinto. Apenas nos
recordábamos los unos a los otros y han pasado un par de días hasta que hemos
superado el desconcierto. Afortunadamente el despertar de la tripulación siempre es
gradual cuando se tienen sueños criogénicos de tanta duración y una parte de la
tripulación llevaba despierta ya más de un mes cuando despertó la segunda y dos
cuando lo hicimos nosotros, así que pudieron ayudarnos.
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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Periódicamente realizamos grabaciones de audio y vídeo para documentar nuestro
estado y fue extraño contemplarme a mi misma hablando hace años, cuando sólo me
parece que hayan transcurrido unos meses a lo sumo desde que partimos de la Luna.
Pero lo que más me sirvió fueron tus cartas, que han sido quizás, lo que me ha
ayudado a recuperar el equilibro temporal; han sido como una cuerda de seguridad
que me ha mantenido atada a la realidad sin dejar que me cayera. Así que aquí estoy
de nuevo en el mundo de los vivos. Cuando una sueña tanto corre el riesgo de creer
que la realidad es lo soñado y lo real un mero espejismo.
Y antes de que lo preguntes.
¿Que qué se sueña durante tres años? Sencillo: una vida entera.
Permaneceremos en órbita en torno a Neptuno todo el mes de febrero.
Volveré a escribirte.
Te quiere tu desorientada hija.
I.
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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Bitácora XX
13 de febrero de 2226.
En la órbita de Neptuno.
Buenas noticias. ¿Te acuerdas del meteoro que estaba estudiando William? Sí, el
que encontramos en Marte. Tenía un núcleo de una naturaleza y densidad que no se
correspondía con ninguna otra materia que conociéramos. Pues bien cuando nos
despertamos los ordenadores que lo controlaban habían detectado un cambio. William
no ha podido explicarme bien por qué, pero cree que el núcleo ha reaccionado a un
sonido. A uno en particular. Lo descubrieron al exponerlo a la grabación del saludo de
unas ballenas, uno de los viejos archivos sonoros que Carl Sagan y sus colaboradores
incluyeron en el disco del mensaje interestelar de la Misión Voyager en 1977. Uno de
los archivos sonoros que yo traía en mi e-media.
Al parecer, desde entonces ha empezado a emitir las mismas señales que las notas
musicales de la grabación, pero mezcladas con otras. William está tan entusiasmado
que cuando me lo contó me dijo: Dorothy creo que he encontrado el camino a la
Ciudad Esmeralda.
Cree que puede descifrar el código de la señal.
No sabemos qué puede significar, pero el resultado del descubrimiento podría
situarnos ante uno de los hallazgos más importantes de la historia de la Humanidad. Y
esto podría alterar el rumbo de la misión, ya que el siguiente salto deberíamos darlo
en poco tiempo hacia Plutón.
Neptuno es un planeta tempestuoso que hace honor a su nombre. Su Gran Mancha
Oscura, semejante en su tamaño a la Tierra se ha vuelto a formar hace unos años con
los vientos más fuertes de todo el Sistema Solar. Las rachas que hemos medido con
sondas alcanzaban más de 2.000 kilómetros por hora. Mal lugar para volar una
cometa.
Su temperatura en la superficie es de -200 ºC.
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Y en nuestros polos, un mal día nos da entre 40 y 50º C bajo 0. Sin embargo, aún
alberga en su interior una antigua brasa de lo que fue en sus orígenes y que se va
apagando como un fuego en invierno. Es probable que sea este contraste de
temperaturas lo que hace que su atmósfera sea tan explosiva.
Estamos aproximándonos más a la Gran Mancha para enviar sondas de estudio. Te
mantendré al tanto de lo que descubramos.
Te quiero.
I.
P.D.: Tengo la sensación de que algo muy importante va a ocurrir de forma
inminente. Me alegra que estés ahí conmigo. Y digo ahí, porque este viaje, ahora ya lo
sé, es también un viaje en el tiempo y al tiempo, de las dos. Eso me hace feliz.
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Bitácora XXI
16 de febrero de 2226.
Un huracán en Neptuno
Ha sido el mayor espectáculo que hayan visto ojos humanos. Casi no encuentro
palabras para describirlo. La Gran mancha Oscura ha estallado como... Hemos... [Error
en la Comunicación] xx--------------------------------------------
---------------------------------------------------------xx
Fin de la transmisión.
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Bitácora XXII
Valladolid 17 de marzo de 2227.
Sin noticias de la Andrómeda.
Hoy hace 394 días exactamente que me he vuelto loca. La noticia de la pérdida
temporal de las comunicaciones con la expedición Andrómeda sobrecogió al planeta
durante unas semanas y estuvo a punto de acabar conmigo. Después la noticia
también naufragó. Más tarde llegó el momento de los duelos, los reconocimientos, las
condecoraciones. Y por último la soledad. Mi soledad. La carta que llegó meses más
tarde reconociendo oficialmente la desaparición de la Andrómeda, su posible
naufragio en las cercanías de Neptuno no me dolió. Es difícil que algo pueda dolerme
ya. Al principio sólo me hizo levantar y salir de casa. No iba a ninguna parte.
Únicamente salí, y sin darme cuenta me encontré en medio de un campo que ya se ha
cuajado de tempranas amapolas. No sé cuánto tiempo estuve allí varada, yo también
náufraga en medio del oleaje de las espigas verdes como un extraño pecio. Después
volví sobre mis pasos.
Entré en la casa.
Subí las escaleras y entré en tu habitación, donde aún me recibieron, maravillosas y
hostiles, fotografías de nebulosas.
Me senté frente a la pequeña mesa. Observé tu cama vacía como muchas otras
veces a lo largo de estos años, pero por primera vez la vi vacía de verdad. Demasiado
estirada la sábana, la manta. Sin arrugas. La superficie tirante de la ausencia. Yo por
primera vez sola en la casa.
Un tiempo después –el sol del atardecer se colaba hecho jirones por la ventana- sin
saber cómo ni por qué, me he sentado de nuevo a escribir la enésima carta, que
enviaré al centro de telecomunicaciones, con la esperanza de que aún envíen los
mensajes de las familias de la tripulación de la Andrómeda a través de las balizas del
Sistema Solar. La salida de nuevos veleros no se ha detenido. De modo, que como los
náufragos de hace siglos, confío este mensaje a una botella y lo lanzo al mar con la
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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esperanza de que te llegue. No sé por qué, pero el hecho de volver a escribirte me ha
devuelto el aliento, y me he acordado de aquel poema de Anne Sexton que tanto te
gustaba:
Dulce peso,
en celebración de la mujer que soy
y el alma de la mujer que soy
y de la criatura central y su deleite
canto para ti. Me arriesgo a vivir.
Pero también he recordado uno que hace poco he descubierto, como se descubre
una isla en mitad del océano; es de un desconocido, se titula Cuando vayan mal las
cosas y dice así:
Si en la lucha el destino te derriba,
si todo en tu camino es cuesta arriba,
si tu sonrisa es ansia satisfecha,
si hay faena excesiva y vil cosecha,
si a tu caudal se contraponen diques,
Date una tregua, ¡pero no claudiques!
No te digo más, hija.
No claudico.
No claudiques.
Adiós.
Te volveré a escribir.
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Bitácora XXIII
16 de noviembre de 2228.
Plutón y Caronte.
Cómo decirte que creí que nunca más podríamos volver a hablar o a escribirnos que
para nosotras hace ya tiempo que es lo mismo. La carta de hoy te la envío tras
despertar del último sueño de la misión. Estamos orbitando Plutón, en el confín del
Sistema, junto al barquero y al dios del inframundo.
Mientras tus cartas y el resto de los mensajes llegaban al ordenador central de la
Andrómeda, nosotros dormíamos ya camino del sistema de Plutón y Caronte. Por eso
no podíamos saber que se nos daba por perdidos, ni que nos creíais muertos.
Pero no claudicamos.
Sí. La leí. La botella que lanzaste al mar llegó. Como todas las demás.
Tranquila. Volvemos a estar aquí.
Respecto a nuestro naufragio, sólo puedo decirte que una tormenta magnética de
procedencia desconocida se nos echó encima mientras observábamos el mayor
huracán que se ha visto en la historia sobre Neptuno. Nos atrapó por sorpresa y volvió
locos a nuestros sistemas. Fue como tropezarse con la tormenta perfecta. Una vez más
el mundo de Oz, como diría William. Nos dejó aislados y sin comunicaciones durante
meses. De modo que decidimos continuar con la esperanza de que lograríamos
restablecer las comunicaciones más adelante. Después de ver lo que te escribo. William
dice que tengo un espíritu “muy Verne.”
Pero lo más importante no es esto.
Lo más importante es que hemos conseguido desvelar el secreto del meteoro.
El meteoro también era una botella lanzada al mar, pero a un mar concreto.
William descifró la clave. La señal que venía mezclada con el canto de las ballenas del
mensaje del Voyager nos proporciona unas coordenadas. Unas coordenadas que se
sitúan más allá del confín del Sistema Solar, hacia un mundo que nosotros conocemos
como Sedna, en la Nube de Oort. Coinciden con unas captadas hace años por el
Proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence).
La Brújula de la Andrómeda - Archivo de Nómadas: Cuaderno de Bitácora
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Ahora por fin lo sabemos.
No estamos solos.
Y tenemos una cita.
Nos han permitido comunicároslo personalmente porque probablemente si lo
contarais nadie os creería.
Pero dentro de poco la noticia llegará al mundo entero.
Ahora sé lo que tuvo que sentir Cristóbal Colón, cuando escuchó:“Tierra a la vista.”
Por el momento no te puedo contar más. Tenemos que valorar la situación.
Concluir el estudio de Plutón y Caronte. Recibir órdenes. Tomar decisiones.
El descubrimiento del mensaje del meteoro lo cambia todo.
Sólo una cosa más.
Gracias por no abandonar.
Te quiero.
I.
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Bitácora XXIV
31 de diciembre de 2228.
Hacia Sedna.
Hoy hace ya diez años que todo esto comenzó. La misión, la increíble singladura de
la Andrómeda.
Hoy tengo que decirte las palabras más difíciles de mi vida.
Hoy te escribo para decirte que no volveré a la Tierra.
Aunque imagino que ya lo sabías. Me conoces demasiado bien.
Hace tiempo que se tomó la decisión de salir al encuentro de quienes –como
nosotros- lanzaron la botella al mar; hacia el lugar remoto que marcan las
coordenadas del meteoro. Y hace ya tiempo que se nos propuso, a la tripulación de la
Andrómeda, el reto de seguir, hacia Sedna.
La decisión ha sido unánime: continuar.
¿Sabías que su nombre le viene de una diosa que vive en el fondo del mar? En un
lugar de sus profundidades llamado Adliden. Y dicen que es la creadora de todos los
animales marinos y que enviaba todo tipo de catástrofes a los seres humanos si estos
se portaban mal. Sedna es un objeto transneptuniano, descubierto desde el
observatorio de Monte Palomar en el 2003 y un año más tarde el Jet Propulsion
Laboratory de la NASA anunció que Sedna era el objeto más remoto que se conocía en
el Sistema Solar. Han pasado desde entonces más de dos siglos.
Y hoy sabemos que va a ser el final del viaje.
El principio de todo.
Pero esto no es una despedida. Las dos sabemos que poco a poco las
comunicaciones serán cada vez menos frecuentes, hasta que una de las dos no esté
para recibirlas.
Pero no tengo que explicarte nada, porque eso es lo que les ha sucedido siempre a
los navegantes. Es lo que nos ha sucedido siempre.
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Por eso quiero que sepas que seguiré escribiendo, por muy lejos que esté, en este
inmenso mar en cuyos mapas no veré aparecer dragones ni monstruos fantásticos
como en los antiguos planisferios de perdidos siglos. Veré cada vez más cerca las
viejas nebulosas: la de La Laguna, un cúmulo globular en Acuario. Una galaxia en
espiral en la Constelación de la Ballena. La del delfín y la de los Mares gemelos. Veré
también quizá Alfa Centauri que podría tener un planeta parecido a la Tierra. Avistaré
la Nebulosa del Sextante y la Nebulosa de La Medusa, con sus trenzados y
serpenteados filamentos resplandecientes.
Y tú los verás conmigo.
Siempre.
Dicen que el mañana es como llaman al futuro los que tiene prisa porque llegue.
Pues hasta mañana madre.
Te quiere.
I.
P.D.: Al final encontramos el camino de baldosas amarillas.
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Bitácora XXV
Primavera de 2230.
Un acuario en las estrellas.
Hace años que el mar no es de agua y el tiempo no se cuenta por las estaciones;
que sus cartas y mi diario son un mismo libro, como las ramas viejas y los nuevos
brotes de un árbol centenario que despierta en cada primavera. Leo y releo su última
carta. Y también todas las demás. Está bien, sumergida en su viaje extraordinario hacia
el conocimiento, que es otra manera de llamar al futuro. Sé que serán cada vez más
escasas hasta que finalmente desaparezcan al otro lado del espacio como un eco que
rompe contra el silencio. ¡Qué tiempos estos que nos ha tocado vivir en que los
cambios son tan repentinos que tienen algo de revolución y de tormenta, y que al
tiempo que nos fascinan y nos hacen desear saber más de ellos, nos empujan a buscar
refugio en lo que ya dábamos por sabido!
Y con lo que tardan en llegar sus cartas, cada vez más su pasado es mi futuro. Vivo
en una paradoja. Ella me dice que curiosamente nuestro mayor reto futuro es un viaje
al pasado, ya que cuanto más desenredamos el hilo del ovillo de la luz estelar, más
retrocedemos al origen mismo del Universo. A un tiempo sin tiempo.
Ya soy una anciana. Como lo será ella. Pero aún viajo, y visito las bibliotecas y el
oceanario de la ciudad, y cuando me saluda a través del cristal una medusa azulada
con su majestad leve y silenciosa, pienso en todos los sitios que hemos visitado juntas,
y en los que visitaremos. Y le hablo. Entonces la gente me mira raro. Una anciana que
les habla a las medusas, parece cosa de locos, y me río, porque ellos no saben...
Y cuando llega la noche, salgo al patio premeditadamente oscurecido donde tengo
el telescopio que ella me regaló. Llevo al cuello, sujeta como un antiguo dije, la roca
que me mandó desde las minas de Marte. Y contemplo el espléndido cielo nocturno
que ampara los campos, el reloj de arena en el que se funden el Sol, la Luna, la Tierra
y todo el Universo. Y escucho sonora, como un mar de fondo, por sobre el rumor de la
noche, la gran clepsidra, el eterno y retumbante tambor del tiempo.
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Miguel Hernández decía:
Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.
Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.
Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.
Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.
Y sonrío, porque no me siento sola, porque acabo de recordar que al partir ella, nos
fuimos las dos.