Ise- Tema 1 (Alumnos)
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INTRODUCCIÓN GENERAL A LA SAGRADA ESCRITURA E INTRODUCCIÓN AL ANTIGUO TESTAMENTO
Presentación de la asignatura
La asignatura en su conjunto, tanto ISE y IAT (y INT), aborda los conocimientos
previos que resultan necesarios para una lectura científica y creyente de la Escritura.
Quiere responder a la pregunta: ¿Qué es la Biblia para el cristiano católico?
La ISE es la parte de la teología que examina todas las cuestiones necesarias para la
recta comprensión de los libros sagrados y trata aspectos comunes a todos y cada uno de
los libros de la Escritura. Luego hay también introducciones especiales o particulares
(IAT, INT, IPent, ISinopt,…) que tratan aspectos o problemas concretos de cada
testamento, cada bloque o conjunto de libros (pentateuco, sapienciales, proféticos,
sinópticos…), o cada libro en particular.
La IAT (y INT) aborda el texto con un método más histórico y filológico, ciencias
históricas y literarias. Mientras que la ISE lo hace con un método más teológico, es
decir, un acercamiento científico a la Biblia, considerada desde la fe de la Iglesia
católica como libro sagrado y normativo, Palabra de Dios y palabra humana consignada
por escrito.
La Biblia puede ser estudiada, y así ha sido a lo largo de los siglos, como obra literaria
(desde la ciencia histórico-literaria), como fenómeno religioso (desde la fenomenología
religiosa, y la historia de las religiones), como producto del esfuerzo humano desde las
diversas ciencias humanas. Pero en esta disciplina se aborda especialmente su estudio
como obra divino-humana, es decir, como Palabra de Dios, manifestada a la humanidad
en y a través de hombres inspirados, y dejada a la custodia, transmisión e interpretación
de la Iglesia. Por eso se estudia desde el método propiamente teológico, en el que la fe y
la razón, sabiduría teológica y ciencia humana, prospectiva sobrenatural y lógica
natural, se deben entrelazar armónicamente.1
BLOQUE 1.
INTRODUCCIÓN GENERAL A LA SAGRADA ESCRITURA
TEMA 1: LA BIBLIA, PALABRA DE DIOS
Afirma la Dei Verbum 21:
“En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus
hijos y habla con ellos”.
Se desprende de esta afirmación que en la Biblia Dios habla o, al menos, que en ella
está la palabra de Dios.Es una convicción desde los mismos mensajeros bíblicos de
Dios y los orígenes cristianos: La Biblia es Palabra de Dios.
1 Para una aproximación a la historia de la disciplina ver, A. M. ARTOLA - J. M. SÁNCHEZ CARO,
Biblia y Palabra de Dios (Introducción al estudio de la Biblia 1- Verbo Divino; Estella 1992) 15-18;
M.A. TABET, Introducción general a la Biblia (Palabra, Madrid 32009) 19-23.
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Pero no siempre se ha mantenido así. En el s. XVI esta afirmación se pone en tela de
juicio. En el s. XVII, Holden dice que no es dogma de fe que toda la Escritura sea
Palabra de Dios. En el modernismo se vuelve a repetir. En la ciencia bíblica
contemporánea hay planteamientos minimalistas (algo divino hay, palabra de Dios
como metáfora…).
Por eso surgen una serie de preguntas que configuran la razón de ser de la disciplina de
la ISE:
¿Por qué la Biblia es Palabra de Dios? ¿En qué modo es Palabra de Dios en la palabra
humana? ¿Qué hay de humano y qué de divino? (tratado de inspiración)
¿Por qué en unos determinados libros? (canon)
¿En qué versión del texto? (texto)
¿Si es palabra humana, puede haber errores? ¿De qué nos habla? (verdad)
¿Cómo descubrir e interpretar su sentido en los textos? (hermenéutica)
¿Tiene valor para el presente, para la vida de la Iglesia? (espiritualidad y pastoral)
Vamos a ir respondiendo a estas preguntas en este bloque de la ISE. Pero antes de
comenzar a responder partamos de una aclaración necesaria sobre lo que entendemos
por Palabra de Dios y en qué modo la Biblia es Palabra de Dios.
1. Palabra de Dios, Revelación y Escritura2
Como hemos dicho, podemos preguntarnos, ¿es o no es la Biblia Palabra de
Dios?, ¿en qué sentido? Y, ¿solo la Biblia es Palabra de Dios? Es decir, ¿Palabra de
Dios = SE? Todas estas preguntas necesitan pasar por otra cuestión previa: delimitar el
concepto de Palabra de Dios. ¿Qué es la Palabra de Dios? Desde ahí podremos afirmar
en qué medida la Biblia es Palabra de Dios.
En una primera respuesta se puede decir que la Biblia es una simple modalidad
de esta Palabra que tiene su contexto más amplio en la Revelación. La SE forma parte
de la Revelación sobrenatural y pública que Dios quiso manifestar a los hombres para
su salvación. Así lo refleja la Dei Verbum que ha delineado una visión unitaria de la
economía salvífica en la que la Escritura, en contacto inseparable con la Tradición, es
delineada dentro del más amplio concepto de Revelación divina, adquiriendo así su más
precisa fisonomía. Veamos cuál es el verdadero alcance de la Palabra de Dios en la
Revelación y en la Escritura.
A. La Revelación, Palabra de Dios a los hombres
En la religión cristiana el tratamiento de la Palabra de Dios exige como marco
propio el misterio de la vida intratrinitaria que se auto-manifiesta y auto-comunica en la
Revelación y la Encarnación.La Revelación divina es así la auto-manifestación y auto-
comunicación de Dios.
El Dios de Israel es un ser totalmente misterioso, escondido (Is 45,15), insondable
(Is 40,28). Pese a ello, el AT subraya el hecho de que Yahvé no es como los demás
dioses paganos, que se alejan de manifestarse a los hombres, que tienen boca y no
hablan,ojos y no ven (Sal 115,5). Yahvé ha tenido a bien revelar incluso su propio
2 Este punto está tomado de TABET, Introducción general, 31-47; cf. también ARTOLA - SÁNCHEZ
CARO, Biblia y Palabra de Dios, 29-57.
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nombre (Ex 3,13-15; 6,2).Esta revelación es palabra suya. Dios se presenta hablando a
los hombres y transmitiendo sus palabras por medio de mensajeros.
Se entiende por Revelación, la manifestación sobrenatural que Dios ha hecho a los
hombres de sí mismo y de sus designios salvíficos. En el lenguaje bíblico este
acontecimiento se designa con la expresión “palabra de Dios” (debar Yahve). Una
palabra en la que la vida que existe en Dios se ha exteriorizado y se ha mostrado a los
hombres para atraerlos a la comunión con él. Una Palabra (dabar) que es palabra y
evento, palabra viva y eficaz (Heb 4,12).
El Dios que se revela es un Dios que se expresa mediante un lenguaje lleno de
consecuencias y que actúa en la creación y en la historia.En su auto-manifestación
comunica también sus designios poniendo en acto una presencia operante.
+ Naturaleza de la Revelación
Dios, deseando abrir la vía de la salvación eterna, quiso revelarse de un modo
pleno y alto: se manifestó «a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de
la salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan
totalmente la comprensión de la inteligencia humana"» (DV 6).
Gracias, por tanto, a una decisión enteramente libre (placuit Deo, precisa DV 2),
Dios ha desvelado a los hombres el camino de la salvación eterna: se ha manifestado «a
Sí mismo y el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9)». Esta expresión de DV 2 indica que
la Revelación, antes de hacernos conocer algunas realidades, nos pone en presencia de
Alguien: el Dios vivo en Jesucristo. El termino paulino utilizado —«misterio
(sacramentum)»— evoca el entero proyecto salvífico divino que, escondido por los
siglos en Dios, se ha presentado a los hombres en Jesucristo al llegar la plenitud de los
tiempos; proyecto establecido por el que los hombres, «por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2 P 1,4)» (DV 2).
+ La Revelación, diálogo de amor y amistad
Como expresa a renglón seguido DV 2: «Por esta Revelación, el Dios invisible
(cf. Col 1,15; 1Tm 1,17), habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15),
movido por su gran amor y mora con ellos (cf. Ba 3,38) para invitarlos a la
comunicación consigo y recibirlos en su compañía». La Revelación se presenta así
como una „palabra‟ que surge de la sobreabundancia del amor de Dios por los hombres
(cf. 1Jn 4,8), que ansía afanosamente entablar un diálogo sincero, de amistad, que lleve
a la aceptación de su compañía, la única que puede llenar las aspiraciones de felicidad
eterna del corazón humano.
Su „palabra‟ es por eso una palabra „amistosa‟, que tiene como precisa finalidad
forjar una comunidad de vida y de bien.
+ La Revelación por obras y por palabras
La economía de la Revelación se realiza, precisa DV 2, «con hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la
historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados
por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el
misterio contenido en ellas». Los eventos históricos narrados y las palabras que los
significan no se pueden separar: aquellos confieren consistencia, solidez y credibilidad a
la verdad expresada por las palabras; éstas evidencian el más preciso contenido
revelador de los eventos. La Revelación se encuentra, por tanto, no solo en las acciones
salvíficas de Dios en la historia de la salvación (el éxodo, la alianza, el exilio, la
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restauración del pueblo de Israel, las mismas acciones de Cristo, sus milagros, su
pasión, muerte y resurrección), ni solamente en las palabras (de Moisés y los profetas,
de Cristo y de los apóstoles) encargadas de dilucidar el sentido de las acciones divinas
en la historia: se encuentra en la unión orgánica de los sucesos narrados y de las
palabras que los acompañan, ya prediciendo o anunciando el evento, ya recordándolo,
narrándolo, proclamándolo o explicándolo.
Sin las palabras, los hechos podrían resultar ambiguos y sujetos a interpretaciones
arbitrarias y contradictorias; las palabras, sin los hechos, perderían su concreción
significativa, reduciéndose a enunciados abstractos sin fuerza para convencer. Si es
cierto que los eventos, en cuanto tales, están llenos de inteligibilidad, las palabras
acuden necesariamente a desentrañar la verdad que contienen y la eventual polivalencia
de significado.
Ya en el Antiguo Testamento surgieron los „credos históricos‟ del pueblo de
Israel, que articulaban los momentos cumbres de su historia: los orígenes, su formación
y desarrollo, las penalidades sufridas, la liberación por parte de Dios, el ingreso en la
tierra prometida (cf. Dt 26,5-9); en el Nuevo Testamento se forjaron a su vez,
progresivamente, los credos apostólicos, algunos todavía incipientes (cf. Lc 24,19-24),
otros mejor estructurados gracias a la luz más plena del Espíritu (Hch 10,34-43; 13,16-
31). Con ellos, según las circunstancias de la evangelización, se anunciaban los hechos
centrales de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Estos credos, ciertamente,
confesaban los eventos no solo para afirmar los hechos históricos, que presuponían, sino
para proclamar su significado revelador y su alcance salvífico, porque existía la clara
convicción de que en el acaecer histórico Dios se había revelado y de que de su
aceptación mediante la fe se lograba la más plena comprensión sobre Dios y sus
proyectos de salvación realizados en la historia.
+ La Revelación cósmica e histórica, natural y sobrenatural
La Revelación que Dios hizo de sí mismo se manifestó ya desde el principio de la
creación. Dios en efecto, como creador y conservador de todas las cosas, ha ofrecido y
ofrece en todo tiempo, a través de la realidad creada, un constante y perenne testimonio
de Sí mismo (cf. Sal 19,2-5; Sb 13,1-9; Rm1,18-23), en modo tal que el hombre, con la
razón natural, puede conocer a Dios con certeza por medio del mundo visible (cf. DV 6;
Sal 19,2-5: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus
manos; el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche trasmite la noticia. No
es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan
los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo»; Rm 1,18-20: «lo que de Dios se
puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de
Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su
poder eterno y su divinidad»).
Hay que distinguir, pues, entre una Revelación de carácter natural y otra de índole
sobrenatural, y una Revelación de carácter cósmico (radicada en las realidades creadas)
y otra de índole histórica, realizada „en‟ y „a través‟ de las continuas intervenciones de
Dios en la historia humana. Con la revelación histórica, Dios no ha atenuado o anulado
la responsabilidad del hombre frente a la historia, sino que le ha dado a la historia una
dimensión trans-histórica: una dimensión salvífica trascendente.
+ El desarrollo gradual de la Revelación en la historia
Por su benevolencia y condescendencia, la manifestación de Dios en la historia se
ha realizado paso a paso, preparando gradualmente a los hombres a la plenitud de la
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Revelación que tendría lugar por medio de Jesucristo. Son las etapas de la economía
salvífica. Así lo expresa DV 3.
En todo este quehacer divino, Dios actuó con una sabia pedagogía, preparando a
los hombres al anuncio del evangelio. Dios, en efecto, después de haber hablado
«muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos
habló por su Hijo" (Hb 1,1-2), pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que
ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos
de Dios (cf. Jn 1,1-18)» (DV 4). El texto pone en evidencia tanto la continuidad
histórica de la economía de la salvación —es el mismo Dios, el que habló antiguamente
por los profetas, el que ahora se ha manifestado por su Hijo— como la mayor
excelencia de la nueva economía, pues en esta nueva y definitiva etapa el mediador es el
mismo Hijo, el «Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres» y les manifiesta «los
secretos de Dios»: «el Verbo hecho carne», «hombre enviado, a los hombres», que
«"habla palabras de Dios" (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le
confió (cf. Jn 5,36)» (DV 4).
La función reveladora de Cristo hunde sus raíces en su cualidad de Hijo y Palabra
de Dios. El es la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre, en el que la Revelación
encuentra su cumplimiento y perfección. «El —ver al cual es ver al Padre (cf. Jn
14,9)—, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y
milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos;
finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con
el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del
pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna» (DV 4). Cristo es por tanto el
supremo revelador y aquél en quien encuentra su cumplimiento toda la Revelación. En
El las promesas antiguas se han realizado y El las ha manifestado en su plenitud. La
economía salvífica que Cristo ha manifestado e instaurado es por eso «la alianza nueva
y definitiva», que no puede ser superada por una más perfecta. No es posible, por tanto,
esperar «ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor
Jesucristo [al final de los tiempos] (cf. 1Tm 6,14; Tt 2,13)» (DV 4).
Cristo, en efecto, es el centro de toda la economía salvífica, el único camino de
salvación tanto para los judíos como para los paganos (cf. Ef 2,14). El es el «mediador y
plenitud de toda la Revelación» (DV 2): «mediador» de una nueva y más excelente
alianza (cf. Hb 8,6), único Camino establecido por Dios para comunicar la Verdad y la
Vida, en conformidad con las palabras que Jesús mismo pronunció en la Última Cena:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Es
también la «plenitud» de la Revelación porque en El, el Padre se ha revelado
definitivamente (cf. Jn 14,9), residiendo en El «toda la plenitud de la divinidad
corporalmente» (Col 2,9). Este cristocentrismo adquiere su más exacta expresión si se
considera la dimensión igualmente trinitaria de la Revelación. Las tres Personas divinas,
cada una a su modo, colaboran en efecto, en la unidad de esencia, a la conducción del
hombre a la salvación, que consiste en que los hombres, por medio de Jesucristo, la
Palabra encarnada, se acerquen al Padre (cfEf 2,18) en el Espíritu y alcancen la
«participación de la misma naturaleza divina» (cf2 P 1,4).
A esta Revelación responde el ser humano con la FE, entregándose entera y
libremente a Dios, con su inteligencia y voluntad. Para ello cuenta con la ayuda de la
gracia divina y el auxilio del Espíritu Santo, que dirige el corazón hacia dios (DV 5).
+ La transmisión de la Revelación
Con Cristo, la Revelación entra, por tanto, en una fase escatológica irreversible. A
partir de entonces, la Revelación está destinada a trasmitirse y perpetuarse a través de
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los siglos. La voluntad de Dios era, en efecto, que «lo que había revelado para la
salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a
todas las generaciones» (DV 7). Por eso, Cristo, en quien se encuentra la plenitud de la
Revelación (cf. 2Co 1,20; 3,16-4,6), «mandó a los apóstoles que predicaran a todos los
hombres el evangelio, comunicándoles los dones divinos» (DV 7). Era el evangelio que
había sido prometido por los profetas y que El mismo había cumplido y llevado a la
perfección, promulgándolo con su enseñanza; evangelio que contiene toda la verdad
necesaria para la salvación y toda regla de moralidad.
Este mandato de Cristo se cumplió fielmente, «tanto por los apóstoles, que en la
predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que habían recibido por la
palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por la
inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos apóstoles y varones apostólicos que,
bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la salvación» (DV 7).
El testimonio de los apóstoles supera, como señala el texto de la Dei Verbum, la
predicación oral propiamente dicha, pues se efectuó también a través de los hechos que
realizaron, es decir, a través de su modo de actuar, de promover la práctica evangélica,
en las instituciones que establecieron (Cf. Hch 8,17), en una palabra, con la prosecución
fiel de todo cuanto habían visto y aprendido de Cristo, con sus obras y sus palabras,
asistidos por la luz del Espíritu. Algunas de estas cosas, los mismos apóstoles u otros
cristianos de la época apostólica las pusieron por escrito, inspirados por el mismo
Espíritu.
A una primera fase de transmisión de la Revelación, de Cristo y de su Espíritu a
los apóstoles, siguió una segunda fase, la de la transmisión de los apóstoles a la Iglesia
de todos los tiempos. Con este fin, «los apóstoles dejaron como sucesores suyos a los
obispos, "entregándoles su propio cargo del magisterio"» (DV 7). La Revelación se
transmite integralmente, por tanto, bajo la doble forma de Tradición y Escritura, por la
sucesión legítima de los sucesores de los apóstoles.De este modo, el «espejo en que la
Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea
concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. Jn 3,2)», ha quedado formado por la
«Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos» (DV 7).
+ La Tradición viva de la Iglesia
La Tradición es a la vez enseñanza y vida. Ella no se reduce a enunciados
verbales, sino que su estructura orgánica es coherente con el dinamismo de la
Revelación en su fase constitutiva, formado por eventos y palabras. La Tradición está
presente, en efecto, no solamente en la doctrina apostólica y en los escritos de tradición
apostólica, sino también en la organización y vida de la Iglesia, en su actividad litúrgica
y sacramental, en su interpretación de la Sagrada Escritura; en una palabra, en todo lo
que la Iglesia es y ha recibido «para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente
su fe» (DV 8). Los escritos de los Santos Padres, en particular, testimonian la presencia
viva y vivificante de la Tradición, cuya riqueza se difunde en la vida y en la práctica de
la Iglesia que cree y que ora. La liturgia, por otra parte, es un testimonio privilegiado de
la Tradición, de modo que difícilmente se puede encontrar una verdad de fe que no se
exprese en ella de algún modo. De este modo, la Iglesia, «en su doctrina, en su vida y en
su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que
cree» (DV 8).
En cuanto que es «viva», la Tradición no se reduce a una mera repetición de
palabras y hechos pasados. Ella, en contacto con la realidad que en cada tiempo la
Iglesia debe evangelizar, está llamada a crecer con la ayuda del Espíritu Santo «en la
comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas» (DV 8). Este desarrollo
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orgánico, ley de vida que está en la base de cualquier ser viviente y al que la Iglesia no
puede renunciar sin traicionar su propia misión, tiene por finalidad hacer siempre actual
el mensaje evangélico, ofreciéndolo renovado a los hombres de cada momento
histórico, en su situación única e irrepetible, para responder a sus interrogativos y
conducirlos hacia Dios. Es un desarrollo en la continuidad y fidelidad al mensaje
evangélico, que manifiesta a la vez su perennidad y su dinamicidad. La DV 8 señala que
este progreso en las verdades reveladas se produce «ya por la contemplación y el
estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón (cf.Lc 2,19.51), ya por la
percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de
aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad»
(DV 8). Es decir, siempre que se opera una asimilación del mensaje revelado, tanto por
vía de maduración intelectual y de reflexión teológica como, sobre todo, mediante la
experiencia vivida de las cosas espirituales por parte de los fieles. Para esto el Espíritu
asiste a su Iglesia con un «un carisma de verdad», que ilumina y fortalece a los que
están llamados a predicar el mensaje revelado con autoridad apostólica en la Iglesia.
Esta constante actualización en la Iglesia de la Revelación oral y escrita,
interpretada a la luz de la Tradición viva, instaura un diálogo permanente entre la
Palabra históricamente dirigida por Dios en Jesucristo, y su Esposa: así, «Dios, que
habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el
Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el
mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de
Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col 3,16)» (DV 8).
+ La mutua relación entre Escritura y Tradición
Así, pues, la Escritura se puede definir como «la palabra de Dios en cuanto se
consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo» (DV 9), y la Tradición como
aquella corriente divina por la que la Iglesia «transmite íntegramente a los sucesores de
los apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu
Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y
la difundan con su predicación» (DV 9). Entre Escritura y Tradición existe, por tanto,
por su misma naturaleza, una profunda unidad, formando un todo orgánico que DV 9
expresa bajo imágenes sugerentes: «surgiendo ambas de la misma divina fuente, se
funden en cierto modo y tienden a un mismo fin»; es decir: tienen su origen en el mismo
Dios que se ha revelado en la creación y en la historia; constituyen una misma corriente
salvífica, expresión del mismo y único misterio de salvación; concurren al mismo fin,
que es la salvación de los hombres para la gloria de Dios.
La Tradición viva de la Iglesia no es un concepto ajeno a la Escritura, un añadido
posterior que reinterpreta y, quizás, malinterpreta la Revelación original que Dios nos
transmitió. Muy al contrario, la misma Biblia es ya un fenómeno tradicional ya que se
va conformando por escritos que van sumándose y actualizándose. El mismo concepto
de tradición está muy presente en la predicación de los primeros cristianos. Pablo dice,
por ejemplo, “porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo
murió por nuestros pecados, según las Escrituras…” (1 Cor 15,3; cf. 1 Cor 11,2.23; Jud
3; 2 Pe 2,21). Además la “Tradición da a conocer a la Iglesia el íntegro canon de los
Libros Sagrados” (DV 8). Con todo, aunque tengan su origen en la Tradición eclesial,
las Escrituras son superiores a ella ya que fueron inspiradas por Dios en el periodo
fundador de la historia de la salvación. Por ello, “han sido puestas por escrito de una vez
para siempre” (DV 21).Tradición y Escritura, por tanto, se complementaban al servicio
del mismo fin: transmitir la verdad revelada, que se ha realizado en Jesucristo.
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Escritura y Tradición no son dos vías independientes o paralelas de la palabra de
Dios: cada una, por el contrario, afirma la existencia de la otra, y sin la una la otra
quedaría irremediablemente sujeta a la arbitrariedad de la subjetividad de pensamiento.
Ciertamente, una y otra poseen una propia identidad, determinada por el modo o forma
en que trasmiten la Revelación y sobre todo por la propia índole estructural interna:
mientras la Biblia posee las características de un texto escrito y por tanto fijo y
definitivo en sí mismo; la Tradición es una realidad viva, llamada a crecer y
desarrollarse, no, evidentemente, por adición de realidades ajenas al contenido
originario, sino por la profundización creciente de lo que en el contenido originario
estaba solo presente de modo implícito. Se puede añadir que la Tradición, en cuanto
precede, acompaña y sigue a la Escritura, constituye su contexto natural de
interpretación.
La razón última del vínculo que une Escritura y Tradición es, por tanto, el hecho
que las dos son „palabra de Dios‟. La Escritura, concretamente, no solo contiene la
palabra de Dios, sino que es verdadera palabra de Dios en virtud del carisma de la
inspiración concedido a los escritores bíblicos; la Tradición es la palabra de Dios
transmitida íntegramente y auténticamente a la Iglesia gracias a la sucesión apostólica y
a la asistencia del Espíritu Santo. Por este motivo, «la Iglesia no deriva solamente de la
Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas» y considera que la
Escritura y la Tradición «se han de recibir y venerar con un mismo espíritu de piedad»
(DV 9).
La Escritura y la Tradición constituyen, en consecuencia, «un solo depósito
sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia», que ha de custodiarlo y trasmitirlo
fielmente y del que tiene que sacar alimento constante para la vida del pueblo cristiano.
Ahora bien, aunque todo el pueblo cristiano es portador de la palabra de Dios y
participa en su transmisión según los diferentes carismas que el Espíritu distribuye en su
Iglesia, «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida
ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce
en el nombre de Jesucristo» (DV 10). «Interpretar», en nuestro contexto, significa
descubrir el verdadero sentido: no crearlo, transformarlo o modificarlo. La Dei Verbum
precisa por eso que el Magisterio «no está por encima de la palabra de Dios, sino a su
servicio, para enseñar puramente lo transmitido». El documento conciliar reconoce así
la trascendencia de la „palabra de Dios‟ en relación al Magisterio, el cual, por su parte,
se audodefine como siervo de la „palabra de Dios‟, que no pretende enseñar nada que
esté fuera de lo que le ha sido revelado y trasmitido, y reconoce explícitamente que su
misión, «por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo», es «oírlo con
piedad, guardarlo con exactitud y exponerlo con fidelidad» (DV 10). El Magisterio
cumple así una doble función: en relación a la palabra de Dios, la trasmite con fidelidad
en una constante actualización según los tiempos y las culturas; en relación a la Iglesia,
custodia e interpreta auténticamente la palabra de Dios.
Por todo esto, «la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la
Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma
que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la
acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (DV
10).
El Espíritu Santo es el garante de todo el proceso de transmisión de la Palabra de
Dios. Él inspiró a los autores (Escritura); Él mora en la Iglesia y consigue que la Iglesia
transmita (Tradición) la revelación de forma fiel (cf. Jn 14,26; 16,12-15);Él logra que
los lectores puedan captar en la Biblia la Palabra de Dios (cf. 2Co 3,6);la Tradición
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“progresa bajo la acción del Espíritu Santo” (DV 8). Por todo ello, “la Escritura debe ser
leída con el mismo Espíritu con el que fue escrita” (DV 12).
B. La analogía de la Palabra de Dios
Llegados a este punto podemos sintetizar lo que entendemos por Palabra de
Dios. Como hemos podido comprobar el concepto palabra de Dios nos remite a su
revelación, es la auto-comunicación de Dios.
La formula debar Yahweh (palabra de Yahvé) para designar la Revelación posee
un significado polivalente, que cubre la amplia gama de aspectos de la comunicación
humana. En primer lugar, remite a Dios, que mediante su „palabra’, instruye sobre la
verdad salvífica, interpela, corrige, mueve a la conversión, llama a una comunión
interpersonal, desvela el significado de los eventos pasados, muestra la senda a seguir
en el presente histórico, anuncia y proyecta los eventos futuros, promete y hace alianzas.
El vocablo sirve también para designar el operar de Dios en la creación y en la historia
de los hombres, a la que dirige hacia un fin. Jesucristo es la máxima manifestación de
dicha palabra; más aún, es la Palabra pronunciada ab aeterno por el Padre y encarnada
en el tiempo para salvación de todos los que la reciben con ánimo dócil (cf. Jn 1,1-3).
Mediante la fe en su Persona, el hombre puede hacerse partícipe de la vida que hay en
Dios, como declara san Juan en su primera carta: «Os anunciamos la vida eterna: que
estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos
para que también vosotros viváis en esta unión nuestra, que nos une con el Padre y con
su Hijo Jesucristo» (1Jn 1,2-3).
Por ello, la Palabra del Dios vivo, en su revelación a los hombres, es más que la
Sagrada Escritura. ¿Cómo entender este plus?
Los Santos Padres ya hicieron una propuesta: Verbum versus Vox verbi.
Orígenes, Cirilo, Agustín distinguen entre la Palabra de Dios (logos theou/Verbum) y su
voz (phoné/vox). Así dice San Agustín: “La voz es Juan, la Palabra es Cristo (vox
Joannes, Verbum Christus). Juan era una voz temporal. Cristo es la Palabra eterna desde
el principio” (Sermo 293.3). Esto implica que se debe distinguir entre la Palabra de Dios
como autocomunicación de parte de Dios (Verbum) y sus formas de comunicarla (vox
Verbi). La Sagrada Escritura está en este segundo nivel. Dicha distinción es necesaria
porque así evitamos una lectura fundamentalista o literalista; e impedimos reducir la
Palabra a un conjunto de verdades puramente cognoscitivas y racionales. La Palabra de
Dios no sólo informa, sino que es la vida misma de Dios (Jn 1,4), que se ha encarnado
(Jn1,14), y engendra hijos de Dios (Jn1,12).
En la tradición eclesial surge otra propuesta que recoge la Exhortación
postsinodal Verbum Domini 7 de Benedicto XVI: la analogía de la Palabra de Dios. El
concepto «Palabra de Dios» es analógico, esto es, se dice de cosas distintas de manera
semejante:
• el Logos eterno de Dios = Comunicación que Dios hace de sí mismo.sentido
• El Logos eterno se hizo carne = la persona de Jesucristo. propio
• La creación como libernaturae, como revelación de Dios.
• Dios ha comunicado su Palabra en la historia de la salvación, por los profetas,
por los apóstoles (hechos-palabras).
• La Palabra de Dios se transmite en la Tradición viva de la Iglesia.
• La Sagrada Escritura (AT y NT) es la Palabra de Dios atestiguada y
divinamente inspirada.
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La Palabra de Dios remite en su sentido propio al Logos de Dios, logos eterno
encarnado, Jesucristo, Hijo de Dios y Mesías Salvador. Por ello, n el mismo número la
Verbum Domini 7 afirma: “Todo esto nos ayuda a entender por qué en la Iglesia se
venera tanto la Sagrada Escritura, aunque la fe cristiana no es una «religión del Libro»:
el cristianismo es la «religión de la Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y
muda, sino del Verbo encarnado y vivo». Por consiguiente, la Escritura ha de ser
proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la
Tradición apostólica, de la que no se puede separar”.
Desde este contexto de la Palabra de Dios y la revelación divina podemos
definir la Sagrada Escritura:
“Es la Palabra de Dios puesta por escrito por inspiración divina” (DV 9);
“Es el conjunto de libros que escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo
tienen a Dios como autor” (DV 11);
“Es el testimonio histórico, escrito e inspirado de la revelación divina, por el cual
la Palabra de Dios se expresa en palabras humanas”.
La historia de la Biblia es la historia de la Palabra de Dios a los hombres:
«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres pormedio
de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo»(Hb 1,1-2).
Tanto el AT como el NT no hacen sino describir el itinerario de laPalabra de Dios desde
la creación hasta que toma un rostro concreto en Jesucristo. Elorigen de la Escritura está
en la acción reveladora de Dios que recibe luego unarespuesta de fe por parte del
pueblo.
La Biblia, lugar privilegiado de la palabra de Dios, es en consecuencia algo más
que una tratado teológico sobre Dios, el Hombre y el mundo o una exposición de
verdades trascendentes objeto de una indagación intelectual: constituye el ámbito de un
encuentro interpersonal, existencial, dinámico del hombre con un Dios que revela su
vida y sus designios, que enseña los caminos de salvación, que llama a una felicidad
imperecedera, que busca amigos entre los hombres, que invita a una comunión de vida y
que, por todo esto, no cesa de instruir, exhortar e interpelar. Ella reclama en
consecuencia una lectura sapiencial y atenta, que al conocimiento intelectual una la
vivencia personal característica del diálogo de amor, que penetra necesariamente la
totalidad de la persona con sus facultades y afectos, y que desemboca en aquella «fe
obediencial» característica del que busca con sinceridad de corazón cumplir «la
voluntad del Padre que está en los cielos» (Mt 12,50).
2. La Biblia, como Palabra de Dios
Después de habernos detenido en definir el concepto de Palabra de Dios y de la
Sagrada Escritura como una modalidad de esta Palabra de Dios, ahora es el momento de
seguir reflexionando sobre la identidad de la SE como Palabra de Dios.
Si la SE es Palabra de Dios quiere decir que se comunica en la SE, que al abrirla
nos encontramos directamente con su Palabra. Ahora bien, ¿es esto así? ¿Cómo habla
Dios en la SE? ¿Cómo escuchar a Dios en la SE? Veamos las implicaciones que
conllevan estas preguntas y sus respuestas.
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A. Biblia,palabra de Dios en palabra humana3
+ La empalabración de Dios
"Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por
tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos,
debe estudiar con atención lo que los autores querían decir" (DV 12).
Creemos, los que creemos en estas cosas, que la Biblia es Palabra de Dios, que
Dios nos habla en ella. Pero afirma el Concilio que Dios nos habla a través de unos
hombres. Para entender a Dios es menester, pues, entender previamente a los hombres
por medio de los cuales se comunica con nosotros. Resulta casi un galimatías: para leer
la Palabra de Dios hay que olvidarse de que es Palabra de Dios y tratarla como palabra
humana, pues palabra humana es antes que nada.
¡Que no, que no vale ponerse de rodillas y echarle mucha devoción al asunto! Si
Dios nos habló a través de Habacuc, por citar uno de los autores bíblicos poco
conocidos, mientras no entendamos a Habacuc Dios se nos queda mudo.
Resulta chocante todo esto. ¿Dios que habla por medio de hombres? ¿Un Dios
que, teniendo un mensaje tan importante que transmitir, como se supone que debe serlo
cualquier mensaje de Dios, se somete a las limitaciones humanas del lenguaje, la
cultura, y la historia de un pueblo pequeño y perdido en la geografía terrestre? El
Concilio vuelve a explicarse:
"La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al
lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil
condición humana, se hizo semejante a los hombres" (DV 13).
De algún modo tenía que “humanizarse” para hacerse accesible al hombre. Los
Padres de la Iglesia utilizaban la palabra "en-logación", en paralelo con "en-carnación".
Si el Verbo de Dios se encarnó, es decir, tomó carne humana y habitó entre nosotros,
esta encarnación había sido preparada por la enlogación: la Palabra de Dios había
tomado "logos" (palabra) humana, se había encarnado en la palabra humana, se había
"empalabrado". Y lo mismo que para explicar el misterio de Cristo, Dios y hombre, no
se pueden ignorar o recortar ni su humanidad ni su divinidad, en el misterio de la
Sagrada Escritura no se pueden negar ni mutilar ninguno de sus dos aspectos: la
Escritura es Palabra de Dios y es palabra humana. Y hay que entender a los autores
humanos de esas palabras para captar lo que Dios nos comunica a través de ellos.
La palabra de Dios es una realidad teándrica, divino-humana. La unidad de
ambasnaturalezas es similar a la que se da en la persona de Jesús entre la naturaleza
humanay divina. No podemos imponer un docetismo bíblico (sólo Palabra de Dios)
porquellegaríamos al fundamentalismo, pero también hay que alejarse de un ebionismo
bíblico, negando el carácter divino de la Palabra y, por tanto, la necesidad de la fepara
acercarse a ella y captar su sentido profundo.
+ Biblia, comunicación y literatura
Así pues, si Dios habla en la palabra humana hay que entender la palabra
humana para poder comunicarnos con Dios. Ahora bien, la Biblia es palabra humana
escrita. ¿Cómo entender a Dios en la palabra humana escrita?
Un libro constituye una forma de comunicación. Toda comunicación implica un
3 Seguimos en este apartado los dos primeros capítulos de, G. FLOR - F. MARTIN, Biblia, saber y vida
(CCS; Madrid 1991).
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emisor, un mensaje y un receptor. Para que la comunicación se produzca no debe existir
ninguna interferencia, ninguna barrera entre esos elementos. Tienen que encontrarse,
para entendernos, al mismo nivel.En un libro: el emisor se llama autor; el mensaje es el
contenido del texto literario, el libro como tal; y el lector (receptor) recibirá el mensaje
al leer el libro. A esto hay que añadir el canal de transmisión; en un libro, la escritura
del texto en sí.
En el caso de los libros bíblicos, sin embargo, existen muchas "interferencias".
Para empezar con una obvia, fijémonos en el idioma. El emisor/autor emite su
mensaje/texto en un código o clave que debe poseer también el receptor/lector so pena
de que la comunicación fracase. Los autores de la Biblia escribieron en hebreo, arameo
y griego, y nosotros, los lectores actuales, no poseemos normalmente esas claves, no
sabemos esos idiomas. El mensaje no llegaría a nosotros si no nos lo tradujera alguien.
Ahora bien, ni aun con eso se elimina totalmente la interferencia porque, como se sabe,
toda traducción es una traición: el idioma al que se traduce un texto no logra nunca
reflejar todos los matices, todas las riquezas y todas las asociaciones del original. Al
traducir, pues, siempre se pierde algo del texto original y, por otra parte, se añaden
elementos de la lengua receptora que el original no poseía. He aquí una primera
interferencia, parcialmente solucionada, pero que subsiste en algunos aspectos.
Existen otras. Resulta que los autores bíblicos escribieron hace miles de años, en
una geografía que no es la nuestra, y desde unas -y para unas- circunstancias históricas
que no son las nuestras. Porque ellos escribían para sus contemporáneos, como escriben
todos los autores de todos los tiempos. ¿Podremos conectar con ellos? ¿Seguirá siendo
válido su mensaje para nuestra geografía y nuestra historia, tan distintas y tan distantes
de aquellas? Tendremos que trasladarnos allí, a aquellos lugares y a aquellos tiempos, si
queremos enterarnos de qué decían, por qué y para qué lo decían, y traducir entonces
ese mensaje para nosotros, aquí y ahora. Para entender el Quijote a fondo es necesario
estudiar la geografía y la historia de España de entonces, desde donde surgió y para las
que surgió la obra de Cervantes. Nosotros nos acercaremos también a la geografía de las
tierras bíblicas y a la historia del Pueblo de Dios.
Todavía otra interferencia: el ambiente cultural, la visión del mundo y del
hombre, los modos y estilos de escribir de aquellos autores. El estudiante de literatura
española tendrá que enterarse de qué eran, en la España del XVI, los libros de
caballería, conocer el estilo literario, introducirse en el mundo de los desafíos, entuertos,
damas, gigantes, magos y penitentes; deberá familiarizarse con el mundo de los
refranes; tendrá que aprender a distinguir, literariamente, qué es historia y qué es
ficción, qué es ficción histórica y qué es pura y simple fantasía, para no confundir lo
uno con lo otro. Es exactamente la tarea con relación a los hombres y textos de la
Biblia: trasladarnos a su mundo mental, con sus concepciones científicas, humanas,
sociales, políticas, religiosas, literarias, etc. Habrá que examinar los tipos de libros, los
géneros literarios, la manera de narrar. Todo esto forma parte de la ciencia de la
interpretación, lo que se llama técnicamente hermenéutica.
Por tanto la Biblia es literatura y hay que tener en cuenta todo lo necesario para
entender un mensaje literario. Para llegar al sentido de la Palabra que Dios quiere
transmitir. Así lo expresa también la DV 12.
Alguien podría pensar que, una vez leídos y entendidos esos autores humanos, es
posible prescindir de su ropaje literario para quedarse con el mensaje de Dios puro y
limpio de todo resto de adherencias humanas. La ecuación se formularía así: Biblia,
menos literatura humana, igual a mensaje divino. Pero sería una ecuación falsa. Restar
lo humano mutila también lo divino. En una obra literaria, y todas las de la Biblia lo
son, no se puede separar la forma del contenido, la expresión y la idea abstracta
13
expresada. La forma literaria no es sólo sostén externo del mensaje, sino que forma
parte de ese mismo mensaje. En términos precisos: la forma es significativa. "La forma
literaria realiza y comunica el sentido de la Biblia"(Alonso Schökel). Un poema no dice
jamás lo mismo que dice su "explicación" en prosa. Tomemos un ejemplo bíblico que
muestra de nuevo la dificultad para traducir: Jerusalén suena en hebreo algo así como
"Ciudad de Paz" o "Villa Paz". Todo el salmo 122 está construido sobre el nombre de la
ciudad y el sustantivo "paz":
"Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Villa Paz:
Villa Paz está construida como ciudad bien compacta...
Desead la paz a Villa Paz... haya paz dentro de tus muros...
te saludo con la paz".
En la traducción castellana no podemos traducir la rima, el ritmo, los acentos,
los juegos de sonidos... para captar estos efectos poéticos, que crean todo un ambiente
"pacífico" desde el principio del salmo.La forma poética del salmo es esencial para
transmitir el mensaje.
Todo esto dicho de otro modo suena así: Dios nos habla a través de unos
hombres que, a su vez, se expresan en unas obras literarias. La Biblia es, pues,
literatura, y sólo en tal literatura nos habla Dios, y no a pesar de ella. Nuestro Dios no se
expresa siempre "divinamente", sino que aprendió, para dialogar con nosotros, nuestra
poesía y nuestra jerga jurídica, nuestros refranes y leyendas, nuestro lenguaje vulgar y la
solemnidad de los hombres de peso.
+ La Biblia, “ta biblia”, una biblioteca
Como realidad literaria humana, la Biblia es un libro viejo. Mejor dicho, muchos
libros viejos. Una auténtica biblioteca. Este es el sentido del término Biblia que procede
del diminutivo neutro de biblion (librito, folleto) al plural, biblia (1Mac 12,9 libros
santos). De ahí pasa al latín de la Vulgata como neutro plural (biblia/bibliorum). Y de
ahí a nuestras lenguas. Pero, ¿qué tipo de libro/s, de obra literaria es la Biblia?
Detengámonos aquí un momento.
Tomemos el poema del Mío Cid, algunas páginas del registro civil y del catastro,
varios poemas de Juan Ramón Jiménez, alguna obra de Santa Teresa, un refranero
popular, dos o tres aventuras de nuestro don Quijote, fábulas para niños, un código de
leyes y algunas crónicas oficiales de cualquier gobierno, un pregón de Semana Santa,
algún ensayo de filosofía, oraciones, uno o varios sermones de algún predicador
famoso, una colección de leyendas populares... A continuación encuadernemos todos
esos materiales en un solo tomo que resultará, obviamente, disparatado. Tendremos
entonces algo parecido a la Biblia, en cuanto, conjunto de libros diferentes.
La Biblia ni cayó del cielo ni la planeó nadie. Nadie se puso a escribir "la
Biblia". Nadie proyectó de antemano su contenido, su orden, sus distintos libros y
capítulos. Este volumen fue formándose poco a poco, con el paso de los siglos,
conforme se fueron "amontonando" textos y obras literarias que habían surgido para
responder a las distintas circunstancias y necesidades del pueblo. Hasta conformar lo
que podemos denominar la biblioteca religiosa de Israel y de la Iglesia.
Y debemos notar que tal biblioteca no es, lógicamente, demasiado homogénea;
hay libros y fragmentos antiquísimos y otros muy recientes; unos son largos y otros
cortos. Cada uno de estos libros tiene su propio carácter: existen entre ellos obras
poéticas y retazos de crónicas oficiales o códigos legales. Hay fragmentos de
entonación mística y otros de gran pobreza literaria y cultural, páginas de gran
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profundidad humana y espiritual y otras más bien ramplonas. Encontramos obras
escritas por un solo autor y otras que parecen antologías de textos de diversos autores,
de distintas procedencias y con siglos de diferencia entre ellos. Y, para terminar de
complicar las cosas, en esas obras antológicas los distintos fragmentos no se encuentran
en orden cronológico, ni agrupados por temas, ni nada parecido.
Enunciemos una primera conclusión de urgencia: cada libro o cada fragmento
nos está pidiendo una actitud distinta.No leemos lo mismo una novela policíaca que un
texto de historia universal o un artículo sobre economía. Sabemos situarnos ante una
obra poética y ante un diccionario. Todo esto parecen perogrulladas, pero es bueno
recordarlo porque no siempre se ha tenido en cuenta a la hora de manejar la Biblia. El
libro del profeta Ezequiel no se parece en nada al de Tobías o al Génesis, y un salmo no
se puede leer lo mismo que una página de los Macabeos, aunque todos ellos sean
Palabra de Dios. Dios nos habla de muchas maneras (Heb 1,1) y hemos de adoptar la
postura correcta para escucharlo, que no siempre es la misma.
+ La Biblia, libro de fe
Se oye con relativa frecuencia que el Antiguo Testamento es la historia del
Pueblo de Dios y el Nuevo Testamento la historia de Jesús y de la Iglesia naciente. Pero
esta afirmación es, cuando menos, equívoca. Los autores sagrados no quisieron escribir,
ni escribieron de hecho, una "historia de Israel", aun cuando algunos libros del Antiguo
Testamento se llamen "históricos". Ni los autores de los Evangelios pretendieron
elaborar una biografía de Jesús de Nazaret, aunque a primera vista lo parezcan.
Los textos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento son de carácter
religioso, testimonio de la fe de sus autores y del pueblo del que forman parte. En el
fondo lo que nos están contando es su "credo". No hacen crónica histórica, no cuentan
"lo que pasó", sino su interpretación religiosa de lo que pasó. Dicho de otro modo, no
narran la historia, sino que explican la intervención de Dios que perciben en la historia.
Porque su fe es histórica: ellos creen discernir la intervención de Dios en el
acontecer humano personal y colectivo. Por eso hacen continuas referencias a los datos
históricos. Pero no nos confundamos. No busquemos en sus textos crónica histórica,
reportaje en directo. La historia de Israel, o la de Jesús, o la de la Iglesia primitiva,
deberá ser reconstruida con los datos que encontremos en los textos bíblicos y con otros
que nos proporcionen la arqueología, la historia y los documentos de los países vecinos,
el estudio de las culturas y de los textos de aquel medio ambiente, etc. La Biblia es,
primaria y fundamentalmente, mensaje de fe, desde la fe y para la fe.
Los mismos autores bíblicos son muy conscientes de que no se limitan a recoger
los datos del pasado histórico, sino que los interpretan desde la fe y proclaman de este
modo un mensaje religioso para sus contemporáneos. Miran con fe al pasado a fin de
extraer de él una lección de fe para el presente. Es la "teología" la que está dirigiendo
la narración, y no los sucesos históricos. En este sentido podríamos decir que
manipulan la historia (¡pero no quieren hacer historia!).
Esto introduce una última interferencia en el proceso de comunicación. Desde el
punto de vista de la fe, la Biblia es Palabra de Dios, o sea, que detrás de los autores
humanos de los libros bíblicos está escondido el Autor divino, Dios mismo, que nos
dirige su mensaje a través de estos textos: Dios, por Isaías, le estaba hablando al eunuco
(Hch 8). Ahora bien, a Dios sólo se le escucha por la fe. Si no estamos en esta misma
“longitud de onda” las interferencias serán grandes para escuchar a Dios. Sólo la fe nos
puede llevar a escuchar el verdadero y pleno sentido de lo que Dios dice por la palabra
humana. Además, si es Palabra de Dios quiere decir que en ella Dios habla también al
creyente que escucha en cualquier época esa palabra humana. Y entonces surgen varias
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preguntas: ¿Cómo es posible que estos textos viejos sean Palabra de Dios para nosotros
hoy y para todos los hombres de todas las latitudes y de todos los tiempos? ¿Qué
consecuencias tiene para el creyente? Habrá que prestar atención a estos problemas
teológicos.
Todo esto quiere decir que al acercarnos a la Biblia, después de los pasos previos
de geografía, historia, literatura, etc., debemos tener muy claro que nos encontramos
ante textos religiosos, comprensibles a fondo sólo desde una postura de fe, porque
desde la fe fueron escritos y para dar testimonio de ella.
En resumen. La Biblia es literatura humana -muchos libros y de muy diverso
origen e índole-, de unos tiempos y unos hombres concretos y destinada a ellos, y con
una perspectiva de fe. Lo cual explica que debamos acercarnos a ella, en primer lugar,
con una actitud racional -estudio de geografía, historia, literatura- para después, en
actitud religiosa, captar su mensaje divino.
Son, pues, dos niveles de lectura: en el primero descubriremos "qué dice la
Biblia" por medio del estudio de las ciencias auxiliares humanas; en el segundo nos
interpelará la Palabra de Dios, descubriremos "qué nos dice la Biblia". Si nos saltamos
el primer nivel, no llegaremos jamás al segundo, porque Dios habla a través de hombres
y en lenguaje humano. Y si nos quedamos en el primero, perderemos el auténtico
mensaje de Dios, porque en esos textos humanos está encerrada la Palabra que Dios nos
dirige
B. Leer la Biblia como Palabra de Dios
¿Cómo leer la Biblia para escuchar la Palabra de Dios?
― En primera instancia, a la luz del misterio de la encarnación y de la condescendencia
divina (DV 13), los católicos buscamos la Palabra de Dios en las palabras humanas
de los autores bíblicos. Por ello, aceptamos y utilizamos todos los procedimientos
metodológicos adecuados (literarios, históricos, etc.) al estudio de los textos
antiguos. Precisamente porque Dios ha hablado en la historia humana, hasta hacerse
historia en Jesucristo, el hombre escucha a Dios a partir del lenguaje humano. Así
afirma Benedicto XVI: “Es necesario reconocer el beneficio aportado por la exégesis
histórico-crítica a la vida de la Iglesia, así como otros métodos de análisis del texto
desarrollados recientemente. Para la visión católica de la Sagrada Escritura, la
atención a estos métodos es imprescindible y va unido al realismo de la encarnación:
Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en el evangelio
de san Juan: Verbum caro factum est (Jn 1,14). El hecho histórico es una dimensión
constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino
una verdadera historia, y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la
investigación histórica seria” (VD 32). Dicha postura excluye cualquier tipo de
lectura piadosa y acrítica —también la podríamos llamar fundamentalista—, que
pretende basarse falsamente en la fe y en los dogmas, menoscabando la historia y la
razón. Eso sí, ya que las metodologías científicas parten con frecuencia de
presupuestos filosóficos a veces contrarios a la revelación bíblica (por ejemplo, la
negativa a todo lo que pueda ser trascendente o apuntar a Dios), se deben emplear a
sabiendas de las limitaciones de cada uno.
― En segunda instancia, precisamente porque al estudiar las palabras humanas de los
autores lo que buscamos es la Palabra de Dios, una Palabra eterna que ha irrumpido
en la historia, la DV 12 exhorta a leer la Escritura “con el mismo Espíritu (divino)
con el que fue escrita”. Esto no quiere decir que haya que olvidar los significados
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que hemos encontrado con las metodologías científicas y desentrañar una especie de
sentido “esotérico” de los textos. Pero sí conlleva que el lector católico debe leer la
Escritura no sólo como un texto del pasado con un mero alcance humano, sino como
una Palabra actual y escatológica en la que escucha al mismo Dios. Además, leer la
Escritura “con el mismo Espíritu” con que fue escrita implica que el Espíritu no solo
está de la parte del texto sino también de la parte del lector. Solo reconoce como
palabra de Dios aquel que vive en el Espíritu de Dios. Solo quien «es de la verdad,
escucha la voz” del Señor (Jn 18,37). La DV 12 concreta esta lectura “en el Espíritu”
en tres procedimientos metodológicos: unidad de toda la Biblia, tradición de la
Iglesia y analogía de la fe. Los estudiaremos al hablar de la hermenéutica.
Con otras palabras podemos decir que este doble momento se puede describir como
una lectura “sentados” y una lectura “de rodillas”.
Normalmente leemos sentados. El primer paso para acercarnos a un texto bíblico
es leerlo y estudiar con detenimiento lo que sus autores quieren decir y dicen. Y eso se
hace sentados. Ya se entenderá por qué decimos esto. El primer paso es enterarnos de
“qué dice el texto”.
Para ello nos debemos hacer una serie de preguntas, las que nos hacemos
consciente o inconscientemente ante cualquier texto. 1. Sobre el autor: ¿Quién escribió
esto? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Para qué destinatarios? ¿Con qué objeto? ¿En qué
circunstancias históricas? ¿Qué pretende comunicar? ¿A quién quiere convencer? 2.
Sobre el texto: ¿Qué género literario se emplea? ¿Qué tipo de lenguaje? ¿Se utilizan
fórmulas estereotipadas, o procedimientos literarios especiales? ¿Qué símbolos e
imágenes usa el autor? ¿Qué significan? ¿Cuál es el contexto próximo de este texto? ¿Y
su puesto en la obra total del autor? ¿Y en los otros libros del mismo tipo? ¿Existen
textos paralelos a éste que lo iluminen o aclaren? 3. Sobre el mensaje: ¿De qué se habla
en el texto¿Cuál es el tema principal? ¿Qué dice el autor sobre este tema en otros
textos? ¿Cómo evoluciona o ha evolucionado este tema en el conjunto de la Biblia?
No todas esas preguntas tienen la misma importancia siempre. A veces se
pueden responder todas. Otras veces se nos quedarán algunas sin contestación. Algunas
respuestas dependen de otras anteriores. En fin, lo que se pretende no es rellenar exacta
y detalladamente un cuestionario sobre el texto, sino preguntarse y encontrar todas las
respuestas necesarias para entenderlo bien. Naturalmente nadie sabe las respuestas de
memoria, ni siquiera los más eminentes investigadores. Hay que utilizar los
instrumentos de que disponemos: libros, comentarios, enciclopedias, etc. Si hacemos
bien todo esto, al final del proceso sabremos “qué dice el texto”..
Ahora bien,creemos que detrás de los autores humanos de la Biblia se encuentra
el Autor divino. Creemos que las palabras humanas de la Biblia encierran para nosotros
la Palabra de Dios. Creemos que Dios nos está hablando en esos textos, a nosotros, hoy.
Y a Dios sólo se le escucha por la fe. Pongámonos pues, en actitud de fe, es decir, “de
rodillas”. ¿Qué nos dice? ¿En qué se parecen nuestras circunstancias a las que el texto
refleja? ¿Cómo vale su mensaje para nosotros hoy? ¿Cómo lo podemos actualizar?
¿Qué ámbitos de nuestra vida personal, social, política, económica, religiosa, se ven
afectados por esta Palabra divina? ¿Qué actitudes nos está pidiendo en nuestras
circunstancias personales y comunitarias?
Como nos sucedía en el primer nivel, las preguntas son éstas u otras parecidas.
Ahora se trata de reflejar nuestra reflexión y nuestra experiencia de fe a la luz de la
Palabra de Dios. Aquí ya no hay “maestros”, ni “sabios”, ni “entendidos”. En este
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momento sólo somos creyentes, creyentes honestos que quieren modelar su vida a la luz
de la Palabra que Dios nos dirige. Y nadie puede modelar la vida de los demás: cada
uno tiene que tomar su propia vida en sus manos y manejarla responsablemente,
ayudado, es cierto, por las experiencias y el testimonio de los demás creyentes, pero sin
renunciar a la propia responsabilidad ni dejar que nadie “te dispense” de ella. Porque la
respuesta a Dios y a su Palabra es personal, irrenunciable e intransferible.
Con nuestra reflexión personal, que está hecha de oración serena, cálida, intensa,
acudimos a la comunidad y nos ayudamos mutuamente en nuestro camino continuo de
conversión y de transformación personal y comunitaria. Y la Palabra de Dios, escuchada
primero en la intimidad personal, se nos enriquece al oírla de labios de muchos
hermanos en la fe y en la experiencia cristiana, y al recibirla proclamada solemnemente
por la iglesia, depositaria y garante de esa Palabra de Dios.
Porque la Palabra de Dios no es el libro. La Palabra de Dios se conserva viva en
la comunidad cristiana, en la Iglesia. El libro escrito es como la partitura de esa Palabra
que la Iglesia -y nosotros en su seno- interpreta en su vida y su proclamación. Por eso el
lugar privilegiado de la lectura de la Palabra de Dios es la celebración litúrgica, que
preparamos y enriquecemos con nuestra lectura personal y de grupo.