GOROGÓ

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HOMENAJE A ANA MARÍA MATUTE

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Homenaje a Ana María Matute.

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H O M E N A J E A A N A M A R Í A M A T U T E

Gorogó. Homenaje a Ana María Matute.

II Ciclo de Encuentros con Autores en las Bibliotecas.

Publicado en Málaga en octubre de 2014.

Coordinación: Sonia Márpez y Gabriel Noguera.

Colaboran: Cristian Alcaraz, Jesús Castro, Jenn Díaz, David Durán,

Laura Franco Carrión, David Leo García, José Pablo García, Mätt,

Gabriel Noguera, Elena López, Akeno Omokoto, Francisca Pageo,

Carmen Ramos, María Simó, Isabel Tejada, Almudena Vega y

Francisco Javier Valverde.

Ilustración de la portada: María Simó.

Elena López

estás hablando con una niña que ha tenido el mal gusto de crecer Ana María Matute

el mar, el niño nunca había visto el mar, el niño creía que el mar era

alto y verde ¿dónde? se preguntaba ¿dónde me llegará el mar? ¿es

esta la manera? sí, yo también soy una niña, mi corazón es una casa

habitada por las cosas que sueño, a veces la sombra de los muebles

contra la pared me preocupa, a veces es el mundo el que nos rodea

como una sombra, recuerdo cuando mi madre me encerraba en el

cuarto oscuro, recuerdo el lenguaje oculto del silencio, la luz de los

sitios cerrados a la luz, porque yo sigo siendo esa niña, mi corazón

es una casa habitada, yo la inocencia no la he perdido del todo, esta

es la manera y te lo harán pagar muy caro y te harán pagar un

precio y es que cada vez dura menos la infancia y tal vez la infancia

es más larga que la vida, la vida parpadea apenas como una llama al

viento, dura lo que dura la luz de la tarde que guardábamos en la

frente cuando éramos niños, esas tardes de apariencia tranquila que

rompíamos alegres cuando aún no nos habían arrebatado la isla,

cuando aún no habíamos sido expulsados, escucha, sigue ahí ¿no lo

oyes? el niño habla, el niño sigue dentro, el niño aún se está

preguntando por el mar, preguntándose si el mar no será una

caracola grandísima, si será allí donde encontrará las voces que

llaman lejos

Isabel Tejada

Francisca Pageo

EL RÍO

Podría acaso valer la pena hacerse viejo

aun si a cambio de un consuelo mínimo fuese.

Por curiosidad de ver agostarse otros veranos,

las floraciones que el porvenir oxidase

o únicamente alguna palabra al fin

leída desde la perspectiva acertada,

y la juventud mirando, satisfecha solo

de haberse sabido en lo cierto siempre,

—cruel galardón, laurel maldito—

con los ojos traicionados, pero clementes.

Celebro por ahora que, torpes y con ternura,

acojan mis manos la noción de los frutos

aunque desconozcan este día su ser exacto,

y no porfío en conocer más de la cuenta.

Habrá tiempo para buscar respuesta, salida:

cada río posible desembocará en su desaparición

como si nada fuese la última palabra que todo dice.

Pero hay palabras que aún no comprendo, y el cauce

es todavía estrecho, y con los labios cerrados bebo.

Jesús Castro

David Durán

ASÍ, ECHÁNDOTE DE MENOS

Lo que no se puede entender es que ahora esté yo así, por

ejemplo, que estoy como quien echa de menos a una tía, o a una

hermana, y lo digo como si pudiera saberlo, pero gracias a Dios, no, no

falta nadie en casa y toquemos madera, pero me siento como...

huérfana, no sé si me entiendes, Ana María. Que hace ya unos meses

que te fuiste, y digo que te fuiste porque decir que te has muerto me da

todavía respeto, me da un no sé qué, y en estos meses me he ido

acordando de ti, pero como no me puedo acordar de muchas cosas

porque no nos vimos, pues me acuerdo de cosas raras, esas cosas que

una tiene dentro y no sabe para qué, pero tampoco sabe cómo

sacárselas, y me acuerdo del día de tu cumpleaños, por ejemplo, o me

acuerdo de tus manos y me acuerdo de tu pelo blanco, y me acuerdo de

lo que cuentan los demás de ti, que si bebías que daba gusto verte

beber, o que se te olvidó la dentadura y te dio la risa porque ibas a dar

una entrevista en la televisión; esas cosas que no me pertenecen pero

que hago mías, y sobre todo me acuerdo de las cosas que escribías, de

las cosas que contabas, y me da una pena, Ana María, que no te

imaginas, una pena de verdad, de querer abrazarte; una pena rara, si

quieres. Claro que ahora, ya, no me queda otro remedio que mirarte en

los libros, porque yo en los libros siempre te he mirado, he intentado

encontrarte, y eso es lo que me queda ahora, porque antes aún podía yo

soñar con besarte las manos, esas manos con manchitas de color café,

como tú decías, pero ahora ya ni eso y tampoco me quejo, que muchos

otros, Ana María, ni siquiera te conocieron por lo que dejaste en los

libros, y de esos sí que siento pena. Una pena aún más profunda que la

que siento por mí, que al fin y al cabo no me eres nada y en el fondo

eres mi hermana.

Jenn Díaz

Mätt

NUNCA LA LONGITUD DEL SUSURRO ABARCARÁ LA VOZ

INFORME DEL ÁRBOL

Una noche nació un niño.

Supieron que era tonto porque no lloraba y estaba negro como el cielo. Lo dejaron en un cesto, y el gato le lamía la cara. Pero, luego, tuvo

envidia y le sacó los ojos. Los ojos eran azul oscuro, con muchas cintas encarnadas. Ni siquiera entonces lloró el niño, y todos lo olvidaron.

El niño crecía poco a poco, dentro del cesto, y el gato, que le odiaba, le hacía daño. Mas él no se defendía, porque era ciego.

Ana María Matute

Los niños conocían

que la bondad es débil en el mundo sin bosque,

cazaban gatos para aprender con exactitud su falta de compasión.

Descifraron el lenguaje del pájaro azul

para tatuarlo en sus manos

y matar, así, a los leñadores

en nombre de los tilos.

El viento dulce secaba la sangre de sus rostros.

Secaba los cortes de su espinazo,

con la grupa ya acostumbrada al daño vegetal,

poco a poco, abandonaron el lenguaje.

El más antiguo de la manada, dicen,

rezó por última vez, arrodillado, ante el cuerpo sin vida de un podador:

nunca la longitud del susurro

abarcará la voz informe del árbol

Almudena Vega

Laura Franco Carrión

ASIENTO K

Una mujer fluorescente camina por la hierba.

Siete nudos coronan la cinta del pelo.

Fluorescentes todas sus articulaciones,

al Noroeste.

Serás la tercera mujer elegida.

Caminarás entre ciervos de petróleo.

Te predestinaron.

Pero el río se acabará primero,

el verano y el agua se acabarán.

Tendrás que inventarlos.

Años después ocupaste

el asiento ―K‖ de la Real Academia,

lloraron por ti los soldados de noche,

los demonios familiares,

la Academia.

HOY HA VENIDO EL POETA

Como cada otoño, hoy ha venido el poeta al pueblo. Ese que tiene

los ojos negros y cuenta una historia que ha sido contada desde los

tiempos del abuelo del abuelo de su abuelo: la historia de los

jóvenes Aranmanoth y Windumanoth.

Como cada otoño yo le he escuchado, con la misma atención de la

primera vez. Y cuando termina su recitado me voy vagando por las

calles y busco las palabras en las hojas de los árboles que caen,

intento descifrar el murmullo de la fuente de la plaza,

retozando con el leve roce del viento del otoño en la cara.

Y creo entonces ver el pelo espigado de Aranmanoth al doblar la

esquina de mi calle o reconozco el olor a uvas del pelo de

Windumanoth en el portal de mi casa.

Pero no, no han vuelto.

Hoy sólo ha venido el poeta al pueblo, como cada otoño.

Carmen Ramos

Akeno Omokoto

LOS FUSILADOS

Por la tarde, al salir de la escuela, los niños iban a la tapia de

don Mateo a jugar a los fusilados. Vendaban los ojos al condenado

con un pañuelo y simulaban que le disparaban con una rama negra y

reseca. A veces, buscaban casquillos de bala entre la rala vegetación que

asomaba del suelo requemado, pues contaban en el pueblo que allí

habían matado una noche a Miguel Parra. A los niños les parecía raro

que se fusilara de noche, ¿cómo iban a acertar en plena oscuridad? Pero

Jonás repuso que habían usado los faros del camión para iluminarse;

había escuchado a sus padres comentándolo.

Elena encontró una vez un agujero en la tapia. Metió un dedo

en él y dictaminó que había sido una bala. Jaime, su hermano, aventuró

que el soldado había tirado a fallar. Jonás dijo que eso era de traidores

y que también fusilaban por algo así. Los otros niños asintieron en

silencio.

Un día, Jonás vino a la tapia con la escopeta de su padre.

Aseguró que esto haría más divertido el juego, que ya estaba cansado

de la rama. No había nada que temer, ya que su padre siempre

descargaba la escopeta cuando volvía de caza.

La primera condenada fue Elena. La niña empezó a llorar

cuando Jonás le vendó los ojos: tenía miedo de la escopeta, quería

seguir jugando con la rama. Jonás se mostró inflexible, pero le dijo que

estuviera tranquila, que sería Jaime quien dispararía.

Jaime no quería disparar contra su hermana, pero Jonás era muy

fuerte. Todos los niños le tenían miedo. Le dijo a su hermana que se

tirara al suelo cuando dijera «pum» y después apuntó con cuidado ante

la atenta mirada de Jonás y el resto de niños.

Elena escuchó un trueno y sintió que se le doblaban las rodillas.

Ya no lloraba, pero notó el pañuelo empapado. Le pareció escuchar

gritos mientras caía y pensó que era el enemigo, que celebraba.

Gabriel Noguera

José Pablo García

LA VOZ EN EL ESTADIO

Hacerme daño a mí no tiene ningún mérito

Ana M.ª Matute

Que me hace daño que me hagáis daño.

No es nada nuevo. Lo sé, no importa.

Pasan semanas, somos los mismos.

Qué más da íntegros o sólo enteros.

Estamos, ¿cierto? La noche cruza,

nos cruza el alba como un arpón.

Somos más débiles si emocionados

y yo pregunto: ¿más para qué?

Alba de mártires ya en su lugar.

Todo en un orden. Estamos, ¿cierto?

Qué más da enteros o sólo vivos.

Tanto me daña que os haga daño.

David Leo García

Francisco Javier Valverde

LOS CHICOS

Llegaban entre una nube de polvo que levantaban sus pies, como las pezuñas de los caballos.

Ana María Matute

Como si un elástico se me quedara en la garganta

y tirara para el fondo y mis dedos hacia el centro,

la infancia se vuelve hacia mí con sus manazas.

Los chicos juegan a ver qué hay de real tras la ventana:

el esperma de las gotas de rocío,

los puentes larguísimos.

Yo, parte del árbol quemado –astilla, insecto,

caballo, maleza– descubro en el polvo lo que he sido:

la arena y la postilla, los labios rotos y la sangre seca

masticada. Como todos los chicos he venido al fuego

por el humo y la estridencia. Mi peso

es el peso de la herida. Niño y hombre

atragantados.

Cristian Alcaraz