Entrevistas a Christian Ferrer

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http://www.edicionesgodot.com.ar/content/entrevista- christian-ferrer-prop%C3%B3sito-de-el-entramado Entrevista a Christian Ferrer, a propósito de El entramado Medio: Radar / Página 12 Autor de la nota: Juan José Mendoza Fecha de publicación: Martes, Enero 15, 2013 Carne trémula En El entramado, Christian Ferrer trata de pensar la conquista técnica de los cuerpos, esa gran oferta de dietas, cirugías y aparatos con que se forjan los barrotes de las cárceles biotecnológicas y mentales del presente. Docente del seminario Informática y Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, podría decirse que las tecnologías son el centro de ese blanco móvil contra el que Ferrer lanza sus flechas envenenadas. Pero no: “No las desprecio. Me interesan mucho las tecnologías. Lo que me impresiona más bien es su elogio desmesurado. Ya hubo grandes entusiasmos. Cuando apareció la televisión se pensaba que iba a mejorar moralmente a la humanidad. Lo mismo con la radio. Hasta con el cable submarino, que se pensaba que iba a unir a todos los habitantes del mundo en una única hermandad. Y el cable submarino sirvió en realidad para mandar órdenes militares durante la Primera Guerra. Lo que las personas esperan de las tecnologías es que los protejan, que los liberen del aburrimiento, que les mejore la imagen corporal. Es un truco viejo. Todos han asumido que el aspecto corporal es un arma en la lucha por sobrevivir en los mercados laborales y en los mercados del deseo”. En el libro te referís a las transformaciones técnicas y culturales que se produjeron en los años ‘60: el trasplante de órganos, la píldora anticonceptiva. –El ciclo de las transformaciones culturales abierto en la década del sesenta todavía sigue activo. Es decir, lo que entonces fue una especie de “revolución cultural”, muy mitificada por otra parte y por lo tanto muy cristalizada en imágenes que a esta altura son más obstáculos que otra cosa para pensar la década. Pero esas revoluciones culturales siguen interpelándonos.

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Entrevista a Christian Ferrer, a propósito de El entramadoMedio: Radar / Página 12Autor de la nota: Juan José MendozaFecha de publicación: Martes, Enero 15, 2013

Carne trémula

En El entramado, Christian Ferrer trata de pensar la conquista técnica de los cuerpos, esa gran oferta de dietas, cirugías y aparatos con que se forjan los barrotes de las cárceles biotecnológicas y mentales del presente. Docente del seminario Informática y Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, podría decirse que las tecnologías son el centro de ese blanco móvil contra el que Ferrer lanza sus flechas envenenadas. Pero no: “No las desprecio. Me interesan mucho las tecnologías. Lo que me impresiona más bien es su elogio desmesurado. Ya hubo grandes entusiasmos. Cuando apareció la televisión se pensaba que iba a mejorar moralmente a la humanidad. Lo mismo con la radio. Hasta con el cable submarino, que se pensaba que iba a unir a todos los habitantes del mundo en una única hermandad. Y el cable submarino sirvió en realidad para mandar órdenes militares durante la Primera Guerra. Lo que las personas esperan de las tecnologías es que los protejan, que los liberen del aburrimiento, que les mejore la imagen corporal. Es un truco viejo. Todos han asumido que el aspecto corporal es un arma en la lucha por sobrevivir en los mercados laborales y en los mercados del deseo”.En el libro te referís a las transformaciones técnicas y culturales que se produjeron en los años ‘60: el trasplante de órganos, la píldora anticonceptiva.–El ciclo de las transformaciones culturales abierto en la década del sesenta todavía sigue activo. Es decir, lo que entonces fue una especie de “revolución cultural”, muy mitificada por otra parte y por lo tanto muy cristalizada en imágenes que a esta altura son más obstáculos que otra cosa para pensar la década. Pero esas revoluciones culturales siguen interpelándonos.¿De qué modo?–A través de lo que yo llamo las industrias del cuerpo, que se ocupan de modelarlo, formatearlo, potenciarlo a través de la farmacología, la erótica, la cirugía, las dietéticas, la gimnástica, la sexología. Todas ellas son efectos no deseados de los programas culturales que se empezaron en los ‘60. Ahora, cincuenta años después, son dominantes. De aquella época quedó vigente la voluntad de transformar la vida, ahora por medios técnicos.¿Dirías que las tecnologías son formas anestésicas de la conciencia?–Vivimos en una sociedad que trata de incluir a la mayor cantidad de habitantes en “esferas de inmunización”. La personalidad contemporánea está sentimentalmente muy poco preparada para los embates inevitables de la vida. Las sociedades antiguas tenían un contacto más continuo con el dolor y por lo tanto de-sarrollaban técnicas espirituales destinadas a administrarlo. El temperamento actual se aferra a todo tipo de muletas tecnológicas para poder sostenerse. Son fármacos que intervienen en los 

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estados de ánimo, implantes que mejoran la imagen del cuerpo. Desde los seguros de vida, una industria que comienza en el siglo XIX, hasta la farmacología que lucha contra la depresión, el gran síntoma clínico del siglo XX, o medicaliza el berrinche infantil. Nietzsche escribió una frase reveladora. Decía que en tiempos antiguos, cuando todo era más inhóspito y había que luchar mucho por la vida, se sufría menos que ahora. En otras palabras, nuestro afianzamiento existencial es enclenque, por eso hay que sostenerlo técnicamente.Frente a todo esto el anarquismo aparece en tu libro como un antídoto.–El libro está escrito con un trasfondo de ideas libertarias. Sigo pensando que el anarquismo funciona como antídoto contra este nuevo pensamiento conservador, que no es el de la derecha, que no es el de los neoliberales, sino que es el de los benefactores de la humanidad: gente bienpensante que considera que basta con que un país crezca económicamente, gente que se conforma con el mejoramiento gradual como programa. De lo que se trata es de criticar el estilo de vida que llevamos. El anarquismo fue una revolución cultural en su tiempo. Planteaban cambiar el régimen psicológico, político y cultural del sistema de vida moderno. Creo que hay que sospechar de la idea de incluir mayor cantidad de excluidos a un sistema que destruye a las personas.

 http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Entrevista-Christian-Ferrer_0_744525780.html

Ideas 

27/07/12 - 18:16 

Christian Ferrer: "Consideramos a la política y la cultura moralmente superiores para no hablar de su potencia emancipadora"

En “El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo” (Ediciones Godot), el sociólogo analiza desde una perspectiva ensayística y poética la subjetividad del hombre moderno, una explicación que no pocas veces coincide con ese malestar existencial, (mal) percibido como íntimo.

POR AGUSTIN SCARPELLI 

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TIEMPOS MODERNOS. "Se gasta más energía social en la gestión de tecnologías que en invenciones afectivas y espirituales", dice Ferrer. 

Quienes hayan pasado por la “experiencia Christian Ferrer” dentro de un aula, o en el sótano de alguna librería, saben que su efecto puede perdurar meses, años y hasta una vida. No es, como podría suponerse, un pedagogo en el sentido tradicional: un maestro que imparte una serie de clases que tienen, al final, alguna enseñanza o moraleja. Ferrer es, más bien, una voz inquietante e incisiva que sugiere caminos por donde pensar lo contemporáneo –el cuerpo lacerado y exigido hasta en lo más íntimo, la ciudad como un organismo viviente, la matriz técnica que atraviesa a ambos–; caminos donde no hay garantías porque la “metodología Ferrer” no es algo que pueda enseñarse y aprenderse; es, más bien, una actitud: aquella que, por ejemplo, lo llevó a conocer casi todos los días de la vida de Ezequiel Martínez Estrada, protagonista de su tesis doctoral –“me gusta de él hasta lo que no me gusta”, reconoció durante su defensa–, o a visitar los lugares emblemáticos en la vida del escritor bon vivant Raúl Barón Biza, a quien dedicó una puntillosa y sorprendente biografía.

Ferrer recupera del olvido, y de archivos subterráneos –de antiguos diarios, revistas, librerías de viejo, bibliotecas personales, memorias manuscritas--, datos que pueden parecen anecdóticos pero que a veces definen la forma mentis de una nación. Por ejemplo, el discurso con que en 1899, el entonces presidente Julio Argentino Roca inauguró el ramal de ferrocarril Bahía Blanca-Neuquén. Porque si bien no es difícil recordar que aquel tren que llevaba a Roca tuvo que detener su marcha por una inundación antes de llegar a destino, pocos repararon en la claridad con que se encabalgaban en aquel discurso improvisado los avances técnicos representados por el ferrocarril con la agresividad genocida hacia la población nativa. Allí, lee Ferrer “el preámbulo ideológico de la imaginación técnica argentina”. Una especie de Sherlock Holmes a contrapelo, que busca en los detalles del crimen cometido el signo de una violencia constitutiva.

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Vale aclarar que aquello que podríamos llamar el “archivo Ferrer” no es un catálogo de temas y preocupaciones más o menos homogéneas, sino que la pila se va abultando a partir de una guía sentimental, que nunca está desvinculada de su adscripción a las ideas y el modo de vida anarquistas. Sobre qué significa para él el anarquismo, pero sobre todo, para saborear el tono cautivante de su voz, el video que acompaña esta nota puede ser útil.

En El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo, una colección de ensayos compilada por Ediciones Godot, Ferrer se convierte en un cirujano dispuesto a diseccionar la subjetividad del hombre moderno, para mostrar que hasta las formas en que hoy se experimentan el placer y el dolor son susceptibles de ser rastreadas en sus historicidades y leídas a la luz de la matriz técnica del mundo. Los temas que pone bajo la lupa pueden ser los habituales –la donación de órganos, el consumo de pastillas o de pornografía como sucedáneos espirituales, la conformación de una imagen del mundo acorde con las necesidades de la globalización o el advenimiento del libro electrónico– pero la forma de ponerlos en serie, aquello que suele llamarse “perspectiva”, es siempre completamente singular y reveladora. "Es, en ese sentido, un autor universal: como sucede al leer a Susan Sontag o a John Berger, su razonamiento se abre paso a través de imágenes poderosísimas y, un poco por detrás, camina la argumentación, al mismo tiempo ensayística y poética".

En el ensayo “El sufrimiento sin sentido y la tecnología”, Ferrer rastrea la causa del temperamento adictivo que caracteriza a la personalidad contemporánea en el desmantelamiento de toda una serie de herramientas espirituales que servían para hacer frente a los desmanes existenciales. Nos recuerda que en la época en que la industria farmacéutica estaba todavía en pañales, cuando aún no se había descubierto la anestesia, y “las operaciones quirúrgicas eran poco menos que batallas campales entre cirujano y paciente”, el hombre disponía sin embargo “de una serie de tecnologías de la subjetividad destinadas a fortalecer el alma con el fin de ‘pertrecharla’ para el inevitable encuentro con el dolor. La disciplina de los guerreros y la ascética religiosa o la concientización del militante aprestaban a la personalidad para que no se desorientara en caso de que el combatiente, creyente o revolucionario quedaran atrapados en territorio enemigo”.

En El entramado puede escucharse aquella misma respiración que se oye en las aulas de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, sólo interrumpida por el viejo chirrido de las paletas del ventilador. Ferrer habla como escribe, por eso sus teóricos suelen deslumbrar incluso a los desprevenidos, que propagan la noticia y hacen de lo que podría haber sido una clase íntima otra multitudinaria. Fue y sigue siendo difusor de autores como Georges Bataille, Gilles Deleuze y Martin Heidegger. Su prólogo a La sociedad del espectáculo es fundamental, por otra parte, para profundizar las ideas de Guy Debord.

Pero, también, Ferrer escribe como habla, por eso en El entramado, un artefacto cultural sofisticado y preciso, es posible encontrar una especie de voz compañera (la relación de amistad es una de los pilares del anarquismo) con la que meditar sobre 

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aquello que nos pasa ante las diversas e insospechadas manifestaciones de la técnica en el corazón de nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestras relaciones sociales más primarias. “El síntoma de la actualidad se revela en la necesidad de huir del dolor, que se corresponde con el temperamento adictivo de esta época”, dice con algunas formas expresivas que pueden parecer muchas veces extemporáneas. Como si el lenguaje de uso corriente no le alcanzara al sociólogo para plasmar sus ideas sobre los cruces entre técnica y sociedad, esa amalgama que hoy impregna casi por completo la cultura, y necesitara recuperar los sentidos primigenios de las palabras o, al menos, rastrear sus transformaciones. Por ejemplo, la forma en que la palabra “confortación”  –consolar y amparar a una persona devastada por la tragedia o acongojada por un revés de la fortuna– se licuó en la palabra “confort”: una serie de juguetes tecnológicos que sirven de colchón al sufrimiento del hombre ante las inclemencias de la vida industrial. “Medios y espectáculo ofrecen refugio y paliativo a infinidad de vidas dañadas, aunque la consecuencia de acostumbrarse a ellos es fomentar el hábito de ocuparse de las cosas no ocupándose de lo que es importante, es decir llevando adelante vidas que quizá se preferiría no repetir en una eventual reencarnación. Encontrar virtud en la adquisición de confort y el consumo de espectáculos es lo propio de una subjetividad asediada y adictiva, para la cual el domicilio funciona a modo de estuche protector”, reproduce con tino la contratapa de esta compilación de artículos cuyo origen y sentido revela en pocas palabras el propio autor.

-¿De qué manera y según qué criterios fueron reunidos estos ensayos? -El libro es el fruto de reflexiones específicas sobre las novedades tecnológicas de los últimos tiempos, contempladas con extrañeza y sin entusiasmos rápidos ni acríticos. Quizás lo escribí sorprendido de que susciten tanta excitación y ocupen un tiempo que se le resta a realidades existenciales íntimas y relacionales que requieren de intervención afectiva e intelectual constante y que se vuelven tanto más acicateantes cuando no se les presta atención. En otras palabras: se gasta más energía social en la consecución y gestión de tecnologías de todo tipo de lo que se lo hace con invenciones afectivas y espirituales que son, al final de cuentas, las únicas perdurables. Muchos de esos artículos, algunos inéditos, derivaron de la observación de tecnologías específicas, particularmente las comunicacionales, pero en verdad todas ellas son sólo engranajes de una máquina mucho más global, un entramado en el cual psiquis, afecto y técnica son ramas de un mismo árbol de ruedas.

-Es difícil captar en sus artículos en qué momento pasa de la sociedad a la cultura, de ésta a la técnica o a la política, ¿cómo piensa la relación entre estas esferas?-No hay diferencia sustancial. Técnica, política y cultura coadyuvan al sostenimiento y gestión del actual sistema de cosas. La insistencia en considerar a la política o a la cultura como actividades moralmente superiores, aún teniendo en cuenta sus "perversiones" y sus paupérrimos significados, para no hablar de su posible potencia emancipadora, es un síntoma de detención de la imaginación de la época. Esta misma termina desgastada entre arabescos e ilusiones.

-He visto algunos datos muy curiosos en este libro y en otros anteriores, ¿cómo se constituyen sus archivos?

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-Mi archivo es caprichoso y sintomal. Diría que mi archivo es miniaturista. En un pormenor se puede encontrar la zona áurea de una época.

El entramado puede ser leído como material de inspiración para comenzar una tesis, pero también en el colectivo, antes de dormir o con el desayuno. No se encontrará allí consuelo, pero sí una explicación para nuestros males de época, que no pocas veces coinciden con nuestro malestar existencial, (mal) percibido como íntimo.

Ferrer Básico

Doctor en Ciencias Sociales, sociólogo y referente anarquista en el mundo de habla hispana, es autor de ensayos como “Mal de Ojo. Crítica de la violencia técnica”, compuesto por ensayos sobre filosofía de la técnica, su principal rama de estudios; Cabezas de tormenta, donde rescata una historia libertaria que va desde el Ludismo –los destructores de máquinas ingleses de principios del siglo XIX– hasta los pioneros de la Patagonia; Barón Biza, el inmoralista,  una especie de biografía histórica sobre el excéntrico magnate y pornógrafo yrigoyenista, quien, como después haría su hijo, se suicidó; La mala suerte de los animales, donde realiza, en la línea de Elizabeth Costello de Coetzee, un análisis descarnado de la crueldad humana en su relación con otros seres del reino animal, desprovistos de un mundo técnico. Integró el grupo editor de revistas como El ojo mocho, Sociedad, Zigurat y, su niña mimada, Artefacto. Pensamiento sobre la técnica. 

http://www.losinrocks.com/libros/christian-ferrer

23/12/12 ENTREVISTAS, LIBROS

Entrevista al sociólogo Christian Ferrer

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Desde hace años, el ensayista y sociólogo Christian Ferrer viene investigando la relación entre técnica y sociedad. En los ensayos de El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo, su nuevo libro, vuelve a la carga sobre los dobleces de la “matriz técnica” en la que vivimos inmersos. / Por Ana Wajszczuk. Foto Vanina Escales

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“En nuestros días, las redes informáticas se han ajustado a las ciudades como el nailon a la piel.” Internet apenas empezaba a convivir con la cotidianeidad, y Christian Ferrer ya hacía tiempo que escribía, como en esta cita de su ensayo Mal de ojo (1997), sobre las avanzadas desplegadas por la “matriz técnica” del mundo contemporáneo donde vivimos, con una mirada que tiene el rigor del abordaje histórico pero también la capacidad de la poética de iluminar zonas oscuras. Quince años y varios libros después –entre ellos otros ensayos indispensables sobre filosofía de la técnica como Cabezas de tormenta (2004) o La suerte de los animales (2009) pero también compilaciones sobre pensamiento libertario y biografías como la del escritor Raúl Barón Biza–, con la reciente aparición de El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo, una nueva colección de sus ensayos publicado por Ediciones Godot, Ferrer vuelve a hacer del pensamiento sobre la técnica un viaje revelador hacia el corazón de nuestra época. Ensayista y sociólogo, definido muchas veces como anarquista –un tema sobre el cual sabe como pocos–, rara avis entre los profesores de la Universidad de Buenos Aires (donde sus alumnos de la cátedra de Informática y Sociedad son legión), es también parte del grupo editor de la revista Artefacto. Pensamientos sobre la técnica. Entrar en sus ensayos –por donde se pasea la voluntad de “decir verdades implacables” de Schopenhauer y la crítica técnica de Lewis Mumford, tanto Heidegger como los ecos de Guy Debord– es entrar en la zona áurea de nuestra modernidad técnica, donde “toda última tecnología se propaga junto a una buena nueva”, y poder vislumbrar mas allá de la ilusión inevitable que sus juguetes nos provocan.

 

ENTREVISTA> ¿Cómo surgieron estos ensayos y la posibilidad de compilarlos?Christian Ferrer: Son diferentes artículos, algunos inéditos, con aproximaciones a cuestiones sobre la técnica, un tema sobre el cual me debo un libro más general. Conciernen a un momento de la historia humana en el cual las personas viven en un mundo maquillado técnicamente, en una burbuja inmunizadora. Fuera de esa burbuja puede haber un mundo o no, eso carece de sentido para quien vive dentro, porque fuera de ese mundo protegido técnicamente no se podría sobrevivir.

¿A eso te referís cuando decís que la “matriz técnica” donde vivimos produce una inmunización?Sí. La matriz técnica produce vulnerabilidad, esto es, inmunización, pues sin las comodidades, los entretenimientos, la farmacología, los espectáculos, en fin, las excitaciones programadas, nadie podría sostener su personalidad ni su cuerpo. No es 

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solamente síntoma de progreso, o de mejoría en la calidad de vida, o promesa de resolución de antiguos problemas de la humanidad. El progreso técnico no solo coloca al ser humano en una posición dependiente de esos procesos sino, además, lo vuelve vulnerable a cualquier forma de vida que no esté organizada en función de ellos. En otras palabras, los hombres de las cavernas sufrían mucho menos que nosotros.

Podría pensarse en una lectura a vuelo de pájaro que sos un ludita o estás en contra del “progreso”…No, al revés, a mí no me incomodan las máquinas, son necesarias, son en muchos casos sorprendentes. Y en otros traen aparejadas confortabilidades que hacen la vida más sencilla. Pero soy consciente de que alguien paga el costo, y no es el usuario. Así como quien degustaba una taza de café en el siglo XVIII y era un perfecto iluminista muy racional, carecía, sin embargo de conciencia de que los costos los pagaban los esclavos haitianos que producían el azúcar; de la misma manera quien usa un teléfono celular o una tableta hoy en día no quiere tener conciencia de que los minerales estratégicos necesarios para fabricar esos aparatos se consiguen al precio del trabajo semi-esclavo en el Congo, en medio de una guerra civil con bandas armadas que hacen trabajar a la población a la fuerza. El no saber cuál es el costo del progreso es una precondición para usar las máquinas.

 

“Las interconexiones de la actualidad suponen un pacto mutuo: yo hago como que estoy vivo y quiero que vos me lo confirmes. Entre otros usos, Facebook sirve para

eso.”

 

¿Y bajo qué otras condiciones generales ves que se vive dentro de esta burbuja técnica?Me parece que nunca como hasta ahora hemos estado más quietos gracias a la tecnología. Todos experimentamos sensaciones de movilidad permanente porque estamos interconectados “al mundo” o haciendo conexión entre puntos de partida y de llegada, ida y vuelta. Pero estamos quietos en nuestros trabajos, en nuestros hogares. Lo que antes se llamaba el “tiempo de ocio”, el tiempo que nos “libera” el proceso laboral, hoy ha sido secuestrado por las interconexiones de la red informática. Pero no sé si la “conexión”, por sí misma, es algo valioso. Recuerdo que, en mi infancia, en todos los barrios existían los radioaficionados. Tipos que se pasaban todo el día tratando de hacer conexión con algún otro que vivía lejísimo. Su gran logro era poder decir “me conecté con uno de Australia”. ¿Y todo para qué? Para hacer “conexión”, no había otro motivo. Las interconexiones de la actualidad suponen un pacto mutuo: yo hago como que estoy vivo y quiero que vos me lo confirmes. Entre otros usos, Facebook sirve para eso.

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Todo esto bombardeado, como decís, por el “terrorismo de la publicidad”: somos ilimitados, estamos conectados todo el tiempo, todos juntos, en todos lados….¿Y por qué razón habría que estar conectado todo el tiempo? Quizás porque las desdichas de la vida son muy intensas e ineludibles. Las frustraciones derivadas de la vida laboral, de las fricciones familiares, de la monotonía matrimonial, la soledad, el tedio… esos viejos y persistentes problemas de la Modernidad, no han sido resueltos. Ese malestar equivale a la carcoma. Por lo tanto, todo proceso técnico que prometa no solo potenciar el cuerpo sino además resolver problemas de soledad tiene que resultar agradable a los “usuarios”. Hay cientos de millones de personas en el mundo conectados a las redes y sus vidas se pierden en ajetreos olvidables. Hay que trabajar duramente, hay que luchar por conseguir algún tipo de honor, no se dispone de más aventuras que las que proponen la industria del turismo o la del espectáculo, así que la interconexión concede una ilusión de participación, de colaboración. Tener mil amigos, participar de corrientes de opinión, enviar maldiciones a todo tipo de blogs, ser uno más de los cientos de miles de lectores de publicaciones on-line, y así. Pero el número no dice nada. Tal parece que lo importante hoy es emitir “opinión”, que es un género dominante en las redes sociales. Estamos obligados a ser emisores de “información”, todo el tiempo.

Pero sin embargo algunas posibilidades que se ven en las redes sociales podrían estar en consonancia con ideales libertarios: su protagonismo en las rebeliones de Oriente Medio, Global Noise… Hay una idea de que ahora que existen estas posibilidades tecnológicas la gente común tiene un cierto poder.En verdad, si lo que molesta es el “sistema” tal cual lo conocemos, derrumbarlo es una cosa muy fácil. Basta con dejar de pagar impuestos, o bien sacar todo el dinero de los bancos, o dejar de consumir. Pero nadie, ningún “indignado”, ningún protestón, quiere hacer eso. Además, es necesario estudiar con detenimiento las situaciones históricas en las cuales la tecnología pareciera funcionar como ariete de emancipación. Un “indignado” español, o argentino, un talibán que se comunica con sus cofrades, un salafista en Egipto, un guerrillero checheno… el hecho de que todos usen Twitter, correo electrónico y abran una cuenta de Facebook no los unifica. Me parece que aquellos que anudan todas estas experiencias políticas en un solo matete no saben ni de política ni de historia. En otras palabras, superponen la mística de la tecnología a los acontecimientos, que es una forma de desconocerlos. No desmerezco ni minimizo las posibilidades libertarias que este tipo de tecnologías traen aparejadas, pero no determinan el desarrollo de una situación política. Esa “mística” es una tradición moderna, y eso ha sucedido ya con el telégrafo, el cable submarino y la televisión, de las cuales se esperó que promovieran no solo la interconexión de poblaciones, sino también su “mejoramiento” moral y político.

 

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“A menor fortalecimiento espiritual, mayor necesidad de blindaje técnico”.

 

Con respecto al cuerpo, un tema recurrente en los ensayos es la pornografía, que ligás a las revoluciones culturales de los años 60. ¿Cuál es el vínculo?La pornografía es la industria de mayor crecimiento exponencial en Internet. Eso no es un dato menor. Su mensaje, entre tantos otros, pero uno muy poderoso, es el de felicidad compartida. Allí no hay conflicto, no hay tristeza, incluso si aparece el marido cornudo se integra a la felicidad general. Propone ilusoriamente, al menos para la platea masculina, un uso del cuerpo que equivale a la felicidad. Con respecto a las demandas de los años 60, su móvil era desembarazarse de las restricciones a que eran sometidos los afectos y la sexualidad. Se pretendía proclamar una especie de “derecho natural al placer”. En esos años se estableció una plataforma giratoria a la cual todavía estamos subidos, pero como efecto invertido de esas demandas, se desplegó un discurso paradojalmente “juvenilista”. Se intensifica un mandato social que propone experimentar el presente de la forma más placentera posible, pero eso también supone exhibir antes los demás una vida emocional y sexual satisfactoria, y entonces hay que dar pruebas continuas de deseabilidad. Como es difícil cumplir con ese requisito, la angustia, los problemas de “autoestima”, se acrecientan, y para compensar a los desfavorecidos en la lucha por ocupar posiciones en el “mercado del deseo”, todo tipo de industrias modeladoras del cuerpo y la imagen personal hacen su agosto.

Es un momento histórico donde decís que el sexo es “salud y obligación”.Aparentemente, nunca como ahora, por lo menos en la época moderna, ha habido tantas posibilidades de mantener relaciones afectivas entre personas con tanta libertad. Y sin embargo las personas no se sienten a gusto con sus propios cuerpos, no parecen confiar en sus posibilidades emocionales, no parecen entregarse jubilosamente. Basta con pensar en la importancia hoy en día de la cirugía estética, las dietas, el gimnasio, el consumo de todo tipo de medicamentos destinados a estabilizar los estados de ánimo, el asesoramiento sexológico, como si fuera preciso aplicar, desde un exterior, inyecciones de vida, o potenciadores del cuerpo, una suerte de blindaje de tipo técnico, para que la persona pueda sostener su cuerpo frente a los demás. Se pretende capturar la mirada de los otros para poder afirmar “estoy vivo”. Es el mundo de la frustración permanente.

En ese sentido, la “confortación” espiritual se transformó en el “confort” tecnológico.Como la formación espiritual es precaria, cuando las personas se hallan a sí mismas en contextos dolorosos o frustrantes, se derrumban. Y entonces requieren de ayuda técnica, sea la farmacología, la cirugía estética, la constante oferta de espectáculos, o la conexión al ciberespacio. A menor fortalecimiento espiritual, mayor necesidad de blindaje técnico.

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“La matriz técnica produce vulnerabilidad, esto es, inmunización, pues sin las comodidades, los entretenimientos, la farmacología, los espectáculos, en fin, las excitaciones programadas, nadie podría sostener su personalidad ni su cuerpo.”

 

En tus ensayos no te preguntás cómo influyen las tecnologías sino en qué historicidad se van inscribiendo y se van haciendo imprescindibles. ¿Cómo historizás la aparición de este momento de aceleración supertecnológica?Para que existiera la televisión, o el cine, no bastó con la invención del aparato técnico, se necesitaban enormes transformaciones de la subjetividad que son muy previas. Por ejemplo, la construcción de la ciudad moderna como una metrópolis inabarcable por la experiencia, la proliferación de ilustraciones en las revistas, el uso de todo tipo de artefactos ópticos. Se necesitó además, acostumbrar a las personas a que el mundo no se les presentara de forma inmediata sino mediatizada. Y también se necesitó disponer de una fe perceptual en que lo que aparece en televisión es mas verdadero que lo que antes se mostraba de otra manera. Lo mismo pasa con Internet: no es posible conectarse si primero no se hubiera elevado la categoría de información a estatuto de saber. Más importante quizás, la categoría conceptual de “representación”, tanto en política como en el arte y el consumo de espectáculos, se volvió el modo de comprender nuestra relación con “la verdad”.

Y eso no es nuevo…No, para nada, es un proceso que proviene del siglo XIX, la unificación del mundo mediante procesos comerciales y tecnológicos. El ideal de Internet, en última instancia, es el modelo “Benetton” de la década de 1990, una sociedad global donde todos los habitantes del mundo se entienden entre sí. Pero primero tiene que haber un cierto grado de aplanamiento antropológico para facilitar la interconexión, algo que también concernió a la unificación de pesos y medidas en el siglo XIX, sin la cual la expansión del capitalismo hubiera sido muy lenta.

¿Y cómo nace Internet, como decís, como una “voluntad de poder en sí misma”?Es un fenómeno de masas, pero asimismo es un vehículo acelerador del capitalismo y del control sobre la población. Un gran movilizador de las finanzas, puesto que se amplía la esfera del consumo. Voluntad de poder significa que es voluntad de voluntad, que se potencia a sí misma. El cristianismo, cuando se expandió por el mundo, a través de la evangelización y la conquista, era una voluntad de poder en movimiento. La televisión en su momento también lo fue. Son fenómenos en los cuales se expanden e intensifican el control, el afán de lucro y la extroversión de las psicopatologías de masa. Es necesaria una mirada menos ingenua sobre las máquinas y los procesos técnicos, una mirada no ajena a la curiosidad pero también escéptica y 

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alerta. ¿Qué ocultan, qué sostienen los aparatos? Esa es la pregunta que me parece importante.

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Christian FerrerEl entramado. El apuntalamiento técnico del mundoEdiciones Godot128 páginas

http://www.clarin.com/asia/Sismos-imagen_0_443355740.html

Mundo - Asia - terremoto en Japón

13/03/11 

Por Christian Ferrer Sociólogo, Profesor De Ciencias De La Comunicación (UBA) 

En otros tiempos, las noticias sobre sucesos tremendos ocurridos en algún punto antípoda del planeta tardaban meses en ser dadas a conocer. La era del telégrafo y la fotografía las volvió próximas aunque por un tiempo aún se necesitó del relato de testigos que les concedieran volumen y sentido.

Hoy, la “imagen” de un desastre natural es instantánea y múltiple. En el Japón, un desencadenamiento de la naturaleza fueron registrados con cámaras desenfundadas en un pestañeo. El interés por este tipo de malas noticias proviene de la impávida gratuidad del costo humano resultante: el azar, el brío y el arrasamiento se encastran sin motivo. Huracanes, terremotos o diluvios, en la Antigüedad hubieran sido consideradas señales de la ira de algún dios. Eran anunciados por chamanes más que por sismógrafos y su apaciguamiento era asunto de rogativas, no de conocimiento científico.

Hoy atraen la atención, como antes, pero está ausente el sobresalto de pavor, mitigado por el acostumbramiento de las audiencias al género del “cine–catástrofe”, cada vez más recargado. Pero la forma de capturar imágenes dice más de nosotros que de lo capturado .

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En otra época, cuando las aguas volvían a su cauce, se indagaban las culpas colectivas; ahora nuestra mirada está deslumbrada por la destrucción en sí misma, como si las fuerzas desmesuradas y elementales carecieran de sentido humano y justamente por ello los ríos de chatarra, los lamparones de fuego y los bienes devastados se pueden volver objeto momentáneo de admiración morbosa, tal como también sucede con los accidentes automovilísticos o los bombardeos de precisión. O quizás la persistencia de la fascinación sea tanto más intensa por cuanto la ciencia, encargada de domesticar los poderes de la naturaleza, falla en su rol de predicción. Por otra parte, un mundo sólo interpretable bajo forma de imagen se concede a sí mismo el derecho de editar y orientar el punto de vista. O sea, el modo de registro, y su montaje, determinan la cuota de dolor que una población todavía puede administrar. Las vidas desbaratadas pasan a ser pasto de la estadística en tanto sobreviven por un tiempo, en televisión o Internet, las imágenes de las ruinas destinadas a ser erigidas una vez más, pues así de terca es la doctrina de la “destrucción creativa” del progreso. ¿De qué otro modo el hombre moderno podría entender la majestuosidad de semejante estrago? Así como hay gente que lee el libro del Apocalipsis (que también está contado en imágenes) como si se tratara de una novela del género fantástico, sin apenas un asomo de temor y temblor, en el Japón, donde se inventó la miniaturización de las cámaras, los miles que se dedicaron a documentar el terremoto no dejan de ser la parodia involuntaria de las legiones turísticas japonesas que acribillan, gatillo en mano, todo aquello que les sale al paso. En ambos casos, son suvenires.

http://www.ffyh.unc.edu.ar/alfilo/anteriores/28/entrevista.html

Entrevista a Christian Ferrer

“El espectáculo es aquello que derrota a la vista”

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La frase es de Christian Ferrer, ensayista y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de  de la UBA, quien vino a Córdoba en abril de este año para participar en el encuentro internacional “Dilemas de la Cultura. La tentación de las ideologías contemporáneas”, organizado por el Centro de Investigación de la Facultad de Filosofía y Humanidades, el Centro de Estudios Avanzados y la Prosecretaría de Relaciones Internacionales de la UNC. En diálogo con Alfilo, el autor de Baron Biza, el inmoralista, se detuvo en la caracterización de la cultura actual, a partir de la descripción de dos de sus componentes medulares: la técnica y el espectáculo. Según Ferrer, esta dupla cumple una función paliativa en el presente. Nos ayuda a olvidar la cantidad infernal de sufrimiento que concentran nuestras vidas. Sus palabras –corrosivas y eficaces- abren a un mundo de imágenes conocidas por todos, pero negadas. “Vivimos asediados por el aburrimiento, el tedio, la soledad, las desdichas, la falta de placer. Vidas así necesitan un equilibrio”. En su argumentación, el confort  y la técnica proliferan entonces como “acolchonadores” de la existencia. Ferrer recorre con agudeza las formas inusitadas que adoptan el dolor y la redención en la era del consumo. Habla con profunda sensibilidad sobre nuestro “déficit de vida espiritual” y del amor como salvación.

Su conferencia se tituló “Titanismo. Técnica y espectáculo en la vida moderna”. Por un error de imprenta, la primera palabra de esta frase apareció en algunos programas impresa como tiranismo. “Buenísimo acto fallido”, comentó en el arranque de la conversación.

- ¿Por qué titanismo? - Los titanes eran una figura de la mitología griega. Es decir, una raza poderosa que se sublevó contra Zeus y los dioses. Los titanes fueron derrotados y castigados por Zeus, pero durante un momento parecía que eran vencedores. La palabra “titán”, por otra parte, alude a un poder inmenso, indesafiable. Es decir, algo tan gigantesco y tan poderoso que pareciera que es inútil toda resistencia y todo intento de luchar contra él. Tomé la palabra de la antigua mitología griega. En cierto sentido, la figura del titán fue recuperada en la Modernidad en términos técnicos. El hierro es titánico. El acero, la energía, el poder del átomo, la bomba atómica, los Estados Unidos son titánicos. El barco más grande del mundo, en su momento, se llamó justamente “Titanic”. Creo que el siglo veinte ha sido un siglo de titanes.  Las artes y la guerra se volvieron inmensamente poderosas y desmesuradas. No sólo la bomba atómica, ya un tanque de guerra asume esa forma acerada y poderosa. No sé cómo va a ser el siglo veintiuno o el veintidós, pero el siglo veinte claramente ha sido un siglo de titanes. También en relación al espectáculo, no solamente a la técnica, que moldea nuestra vida cotidiana y ejerce una pedagogía sobre nosotros, una erótica incluso. No sólo nos enseña a manejarnos funcionalmente en el mundo, sino que nos seduce con su diseño y su poder. 

- ¿Esta definición de lo titánico puede aplicarse del mismo modo al espectáculo?- El espectáculo también asume formas titánicas, sobre todo a partir de la aparición de la televisión e internet. El espectáculo es omnipresente las veinticuatro horas al día y a trescientos sesenta grados alrededor nuestro. Es, por decirlo así, lo que no puede dejar de mirarse. Y, al mismo tiempo, el espectáculo es aquello que derrota a la vista. El viejo 

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mito griego de la medusa gorgona. La medusa es una mujer con una cabellera llena de serpientes y que ningún hombre podía mirarla. Quien mirara la cabeza de la medusa moría por su mirada. Era alguien indesafiable. El espectáculo tiene algo de eso. No se puede penetrar en su principio rector, en su forma de construcción. Sólo se puede admirar, de lejos, a la distancia. No importa que esa distancia sean tres metros hasta el televisor. Simula una envergadura y un poder titánico. Porque el espectáculo exige ser juzgado solamente en términos estéticos, no en términos morales o políticos. Las audiencias lo juzgan según les gusta o no les gusta. No, según si es bueno o malo, progresista o no progresista. Es decir, según si confirma mi gusto o no lo confirma. Además, la audiencia juzga el espectáculo según regocije a su psicopatía. Las personas viven vidas dañadas. Yo creo eso. Todos vivimos vidas dañadas. Asediados por el trabajo extenso, laborioso y agotador. Un trabajo que no llena nuestras vidas. Vivimos asediados por el aburrimiento, el tedio, la soledad, las desdichas, la falta de placer. Vidas así necesitan un equilibrio. Exigen, incluso, una compensación, un consuelo. El espectáculo es un enorme consuelo para las personas. Un circo romano descomunal. Todas las personas lo necesitan, porque sin eso la vida sería incolora, inodora, insípida. Carecería de ritmo y sonoridad. Pero, al mismo tiempo, el espectáculo fija a la persona en su vida cotidiana de un modo tal que no vive una vida, si no que la vive por interpósita persona. Consume el espectáculo, en vez de ser él parte de una fiesta o ceremonia que le redima la capa de alienación que destruye su vida. Yo no sé si la mayor parte de las personas, si les dieran a elegir, quisieran reencarnarse de vuelta y tener la misma vida. Sí querrían ser ellas mismas. No sé si tener la misma vida. La vida es dura, difícil, y la cantidad de sufrimiento siempre es superior a la de los placeres. Es una balanza desequilibrada.

- ¿Eso ocurre como producto de la vida en la ciudad moderna?- En la ciudad moderna es así. Creo que desde siempre también ha sido así. El sufrimiento es históricamente antiguo. Las formas de consuelo cambian. Las formas de redención, de salvación y de sufrimiento. El cristianismo fue una explicación y un consuelo muy poderoso durante muchísimo tiempo. Hoy ya no está activo. Las formas de consuelo de la vida moderna son, en cierta medida, tecnológicas y están asociadas al confort. La persona se pertrecha en su hogar, en el cual se refugia como si estuviera en una cápsula o en un estuche. Y se llena de objetos, de bienes de consumo, que son su índice de la felicidad. Puede mostrarlos: “He aquí lo que me sostiene. Tengo todas estas cosas. Puedo consumirlas. Puedo comprarlas. Además, necesariamente, hay que renovarlas”. Me parece que la persona busca el confort como un “acolchonador”, como un amortiguador de la existencia. Y la técnica le ofrece eso. Le ofrece esparcimiento, pasatiempos, comodidad. Pero todo eso se puede derrumbar fácilmente. Todos estamos expuestos al naufragio, por pérdida del honor, de la amistad, de un amor… por desgracias enormes que pueden caer sobre la vida. Y en el momento del naufragio no son esos “acolchonadores” artificiales los que te sostienen, es la fuerza espiritual. En cierto sentido, esas comodidades, esos espectáculos permanentes que nos rodean, que consumimos o que están en nuestras casas (televisión, internet, etc.) ejercen una función, no sólo de consuelo y comodidad, sino que tratan de evitarnos pensar en el déficit de vida espiritual que tenemos. Pero cuando todo se derrumba, sólo la vida espiritual y el carácter nos sostienen. Podés perder todo. Todos tus bienes, tus cosas, honores y estar en una isla desierta. ¿Qué es 

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lo que queda? El cuerpo, el carácter y la vida espiritual. No queda otra cosa. La confianza depositada en los bienes mercantiles y tecnológicos es una desesperación. En realidad, es una medida desesperada de las personas. La palabra “alienación” no se usa hace tiempo. Yo creo que la gente vive vidas alienadas.

- Es posible vivir, entonces, sin reparar en esa condición trágica de la vida… - No soportamos la tragedia. Por lo tanto, al no soportarla, necesitamos un catálogo de muecas. Necesitamos una sonrisa permanente. Es decir, una falsa sonrisa; como son las sonrisas de atención al público, por ejemplo. Creo que es un tipo de fascismo simpático todo aquello que nos rodea. A lo cual nos acostumbramos, porque es simpático. Pero en los momentos duros de la vida, en los momentos difíciles, en la vejez de las personas, ahí es donde la tragedia es inevitable y uno no puede escapar de ella. Justamente, al no poseer un pensamiento y una sensibilidad que se adecue a ella, la tragedia más cara se cobra sobre nosotros su existencia real. La vida no es una mueca simpática. Ni las verdades son simpáticas. Son amargas. Creo que gran parte del mundo del espectáculo tiene como función suavizar nuestra vida, quitarle sus aristas más agresivas y, sobre todo, hacer que nos ocupemos de las cosas sin ocuparnos de lo importante. Lo importante no es el consumo de bienes ni la compra de tecnologías, por más cómodas y necesarias que sean. Allí están y está bien que estén. El lavarropas, el televisor, internet, la licuadora, no importa lo que sea. Es importante que estén. Lo que uno no puede confundir es a esas cosas con las esencias de la vida. Esas cosas no dan amor. Lo que más necesitan las personas en el mundo es amor. Justamente, porque las personas están llenas de resentimiento y odio por sus propias vidas, de bronca por lo que no pueden conseguir, de insatisfacciones y frustraciones, consumen espectáculos en donde se escenifican escenas de crueldad y humillación. Como las personas viven en un mundo de crueldad -la escuela hace eso, la familia hace eso, los trabajos son eso-, necesitan una escenificación de esa crueldad representada para ellos. De alguna forma, gran parte de los espectáculos que consumimos tienen esa función. Es especular. La persona se confirma a sí misma en su lugar de víctima de un sistema cruel y de victimario de otro. En vez de limpiarse del resentimiento, lo confirma consumiendo esas imágenes.

- Ante estas escenas devastadoras, ¿sólo queda horrorizarse?- No, ¿por qué? La vida es horror. No tiene ningún sentido horrorizarse. La cuestión es cómo uno da sentido. Lo demás, lo que equilibra, lo que se puede poner en el otro platillo de la balanza, es una enorme cantidad de amor. No digo amor en el sentido romántico telenovelesco. El amor es una fuerza vital que ilumina el mundo. Las personas se van secando. Todos nos vamos secando. Todo coadyuva en la sociedad a que nos marchitemos. Pero lo que equilibra a un sistema cruel es el amor, no el odio. Uno escucha los discursos de los partidos políticos o de los centros de estudiantes o de las personas enojadas y todo es ira, balbuceo inconducente. Todo es un aullido. Necesario, quizás a veces, pero eso no es conducente. No se combate el odio con odio sino con un enorme amor, que se puede depositar en muchas cosas distintas: en una mujer, un hombre, un hijo, un animal, una obra, en el mundo. Las personas que, a lo largo de su vida y en la medida que crecen, no van aumentando la cuota de amor que les es posible y la mirada amorosa, terminan su vida no jubilosamente si no 

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destrozados. Creo que el mundo destroza a las personas. No conozco otro remedio más que ese enorme amor. Un amor vital.

Christian Ferrer (Santiago de Chile, 1960), sociólogo y ensayista argentino, nacido en Chile. Anarquista, especializado en filosofía de la técnica. Es sociólogo, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Es profesor titular del Seminario de Informática y Sociedad (Ciencias de la Comunicación, UBA). También enseña en los posgrados de la UBA, en la Universidad Nacional de General San Martín y en la novedosa Facultad Libre de Rosario, una institución surgida en la década de 1990 que propone cambios en la relación docente-alumno y en el lugar del saber.Ha publicado El lenguaje libertario: antología del pensamiento anarquista contemporáneo (1990). Este libro compila textos de Michel Foucault, Gilles Deleuze, Murray Bookchin y Noam Chomsky, entre otros. Integró los grupos editores de las revistas Utopía, Fahrenheit 450, La Caja y La Letra A. Actualmente es parte de los grupos editores de las revistas El ojo mocho y Artefacto. Además, sus artículos sobre técnica y sociedad aparecen frecuentemente en el Diario Clarín y en la Revista Ñ.Algunos de los temas recurrentes de la obra de Ferrer son las redes de poder, la libertad, las sociedades de control y el anarquismo. Su último libro Barón Biza. El inmoralista es una biografía del escritor Raúl Barón Biza. Ferrer reconstruyó la vida privada de la familia del escritor maldito a partir de su amistad con su hijo, Jorge Barón Biza.También ha publicado, como compilador, Prosa plebeya, Ensayos 1980-1992 (Colihue, 1997), recopilación de ensayos del poeta Néstor Perlongher, y Lírica social amarga. Últimos escritos sobre ajedrez, ciudad, técnica, paradoja (Pepitas de Calabaza, 2003) escritos inéditos de Ezequiel Martínez Estrada.

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Christian_Ferrer

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/subnotas/4905-614-2013-01-06.html

Domingo, 6 de enero de 2013

Los Nuevos Idolos“Producción”, “Planificación” y “Tecnología” son los nombres de nuevos dioses, ídolos de una mitología ordinaria a la que todos los días les tributamos horas en livings y oficinas pertrechadas de tecnología. Los Videojuegos, el Celular, el Facebook o el Twitter son los nombres de otros semidioses del Hades contemporáneo. Internet es “un sistema guerrero en marcha”, “un sistema de espejos deformantes”. Las pantallas son los nuevos charcos de Narciso. Los Blogs y las Redes Sociales son “plataformas de 

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exhibición de vanidad”, un lugar en el que todos devienen emisores de algo, no importa de qué. Los hogares son “estuches protectores de la personalidad” y, las tecnologías, “colchones del sufrimiento humano”, “organizadores psicofísicos de existencias amenazadas”, “corazas” sin las cuales los pobres cuerpos en los que vivimos descubrirían la irreductible intemperie de la que están hechos. Estas son sólo algunas de las concepciones que alimentan la máquina de pensar de Christian Ferrer en El entramado, el apuntalamiento técnico del mundo. Las imágenes de la cultura hipermediática son el final de un largo proceso de preparación cultural que no puede comprenderse sin una historia del sentido de la vista. Una larga historia que va desde los vitraux hasta los dioramas, los poliscopios y la linterna mágica.

El lenguaje de Ferrer está lleno de metáforas. Las metáforas son el combustible de su pensamiento. Un pensamiento que no tiene vocación de automóvil sino de Molotov. La Molotov es silenciosa y explota en los interiores acolchados del lector. Ya lo decía Michel Foucault: los anarquistas no quieren poner bombas, sueñan con escribir libros que sean como una bomba. Entre los párrafos de Ferrer rumia uno de esos anarquistas que ven en los lugares menos visitados del lenguaje un dispositivo que está ahí, listo para ser detonado. Un percutor al que sólo hay que encontrarle la espoleta o avivarlo con una de esas ideas que se parecen a los fósforos.

http://www.lavoz.com.ar/suplementos/temas/poseer-o-no-juventud-belleza-es-hoy-equivalente-poseer-o-no-riqueza

"Poseer o no juventud y belleza es hoy equivalente a poseer o no riqueza"

Christian Ferrer, doctor en Ciencias Sociales, sociólogo y ensayista, reflexiona sobre los valores que sustentan la utilización de la técnica para la remodelación del cuerpo.

22/04/2012 00:02 | Ángel Stival (Periodista)

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Debate. “En este país, se discuten pocas cosas en las que hay desacuerdo de fondo” (La Voz).  “No es tan fácil matar. La inmensa mayoría de las personas que viven en el mundo jamás lo ha hecho y probablemente nunca lo hará”, dice Christian Ferrer en una carta con la que participó en la polémica abierta por el filósofo Oscar del Barco con su célebre artículo “No matarás”.Ferrer es doctor en ciencias sociales y un agudo ensayista que reivindica orígenes anarquistas. Es profesor titular de la Universidad de Buenos Aires. Integró los grupos editores de las revistas La Caja y El Ojo Mocho, y actualmente de Artefacto , entre otras.Su último libro, Barón Biza. El inmoralista , es una biografía del escritor Raúl Barón Biza. También ha publicado, como compilador, El lenguaje libertario. Antología del pensamiento anarquista contemporáneo ; Prosa plebeya: Ensayos 1980-1992 , recopilación de ensayos del poeta Néstor Perlongher y Lírica social amarga . Otros libros suyos son Mal de ojo. Critica de la violencia técnica ; La curva pornográfica. El sufrimiento sin sentido y la tecnología ; La mala suerte de los animales y El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo .Antes de llegar a Córdoba, donde disertará el próximo jueves en Galileo (ver El jueves... ), accedió a responder un cuestionario, vía correo electrónico.–Usted titula su charla del próximo jueves en Galileo “El malestar de la carne. La época de la remodelación técnica del cuerpo”, ¿de qué técnica habla?–Son todas aquellas (de las farmacológicas a las quirúrgicas, entre otras) que posibilitan eludir, momentáneamente, la inmensa incomodidad que se siente ante la imagen del propio cuerpo. Se trata de técnicas que prometen una metamorfosis, tomando al cuerpo como “playmobil”, de modo de dejar atrás la sensación insoportable de inadecuación social. Dado que la apariencia en sí misma ha devenido en valor, se pretende transformarla en un arma para la supervivencia e incluso para posibilitar el ascenso social. Eso revela una debilidad existencial tanto como una urgencia por resolver el dolor causado por las presiones sociales descargadas sobre el 

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cuerpo. Más que encarnación, o potencia de auto creación, este mismo deviene en objeto a ser apuntalado de continuo.–¿Por qué la técnica puede remodelar el cuerpo?–Porque responde a una tendencia adictiva de la subjetividad, un rasgo contemporáneo. Se requiere que el sufrimiento sea tratado desde un “afuera”, que la regulación de los estados de ánimo sea lograda sin mayores esfuerzos espirituales, como si necesitáramos de un gran consuelo y supusiéramos que dando la talla de una imagen de cuerpo joven y bello buena parte de nuestros problemas se desvanecería como por arte de magia.–¿Cuáles fueron las rebeliones subjetivas propias de la década de 1960 y qué efectos no previstos o no deseados provocaron?–Fue una etapa de aprestamiento cultural, en la cual la juventud se transformó en actor protagónico de los cambios sociales, amén de que por entonces se demandaron cuotas de placer que anteriormente estaban sometidas a variadas restricciones. Eso supone una revolución cultural. Pero luego de medio siglo, esos reclamos que parecieron revolucionarios devinieron en un vector de diferenciación social. Poseer o no poseer juventud y belleza es ahora equivalente a la posesión o desposesión de riqueza. De modo que las industrias del cuerpo funcionan como dispositivos compensatorios para quienes carecen de las mismas, de la misma manera en que los “estados de bienestar” prometían aliviar la posición desfavorecida de los “perdedores” en el juego económico.–El anarquismo fue una presencia política muy fuerte en el mundo de fines del siglo 19 y principios del 20, incluso en Argentina. ¿Dónde podría reconocérsela hoy?–Es cierto que el anarquismo tuvo su esplendor 100 años atrás, pero no ha desaparecido. A lo largo del siglo 20 se mantuvo como reserva de imágenes refractarias, como imagen antípoda de las diversas variantes de la jerarquía, como nutrición subrepticia del ineliminable malestar existencial, como estilo de alarma disidente y como afluente de influencia de otros pensamientos radicales o de prácticas inconformistas. Probablemente, eso responda a que su ideal de transformación social suponía una revolución cultural insólita y original para su época y también para la nuestra. Su divisa era: “Vive ahora tan libremente como te gustaría que se viviera en el futuro”. Eso supuso la promoción de la autarquía personal, del apoyo mutuo, del vegetarianismo, de la organización por afinidad, del nudismo, de milicias femeninas, de lo social en desmedro de lo político, de la experimentación amorosa, de la enemistad con dioses, amos y patrones. Se trata de una idea a la vez muy sensata y muy exagerada de la libertad.–El mundo desarrollado teme un renacer de los nacionalismos en América latina con nuestro país a la cabeza, sobre todo a partir de la expropiación de YPF. ¿Qué opinión le merece esta situación?–Estatal o privada, la cuestión de la energía debe ser pensada en relación al tipo de mundo que se ha venido construyendo en la época moderna, en donde rige la producción por la producción misma, en desmedro de necesidades que serían mejor compensadas con bienes afectivos. Pero está claro que la industrialización no se detendrá, al menos hasta que se agoten las fuentes de energía. Más específicamente, en esta etapa el mundo, y el ser humano mismo sólo pueden comprenderse a sí mismos como productores y distribuidores de energía.–Oscar del Barco inauguró el ciclo de conferencias en el que usted participará. ¿Qué piensa sobre él, en particular a partir de la

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polémica desatada por su carta “No matarás”?–Pienso que en este país se discuten pocas cosas importantes, particularmente pocas en las que haya desacuerdos de fondo. Oscar del Barco hizo saber que él no era parte de ese coro y “no matar” me parece un mandamiento imprescindible para cualquier comunidad que no se pretenda ase sina. Además, es algo con lo que está de acuerdo la inmensa mayoría de las personas, a excepción de la inmensa mayoría de los intelectuales de izquierda. Es una cuestión de decisiones: justificar o no hacerlo a las ideologías de la muerte.–¿Por qué en su libro sobre Raúl Barón Biza lo llama “inmoralista” y no simplemente “inmoral”?–Porque Barón Biza se impuso a sí mismo una suerte de misión: enrostrarle a la sociedad argentina una verdad sobre el sexo. Era una tarea de desenmascaramiento, de ataque al pudor, de denuncia del mecanismo de destrucción de la vida cumplido por la Iglesia y el Estado.El jueves, en GalileoEl sociólogo Christian Ferrer disertará el jueves próximo, a las 19,30, en Galileo (avenida Gauss 5700, Villa Belgrano) en el marco de un ciclo de conferencias que se desarrollan con el lema “¿Es posible un mundo distinto?”El tema del catedrático argentino será “Técnica: El malestar de la carne. La época de la remodelación técnica del cuerpo”.El ciclo fue inaugurado el pasado 29 de marzo por el filósofo Oscar del Barco, quien abordó la problemática planteada desde la perspectiva de la religión, y continuará con una serie de charlas de diferentes especialistas a lo largo de este año