El poder de la resurrección

¡CRISTO HA RESUCITADO!Mateo 28:1-10Javier y Chepy MoralesDomingo de Resurrección 05 de abril de 2015 11:30 am

¡CRISTO HA RESUCITADO!

“Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él.” (Oseas 6:12)

Serie Semana Santa 29 marzo al 5 de abril 2015

Javier y Chepy MoralesDomingo de Resurrección 05 de abril de 2015

11:30 am

La resurrección de Jesús es fiesta que se celebra como el don más excelso que hemos recibido los seres humanos. Allí donde recordamos a Jesús resucitado, vivimos Su Presencia, invocamos Su llegada, cantamos Su grandeza y aseguramos el despunte de la aurora de un futuro más pleno.




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La resurrección de Jesús es el cumplimiento de las promesas de Dios, haciendo visible Su fidelidad y Su verdad, par que a partir de este glorioso hecho haya en todos nosotros novedad de vida, esperanza en medio de la desesperación y amor en medio del odio. La declaración de Jesús de que Él era la resurrección y la vida, es palabra fiel que debe ser recibida por todos, a fin de que nuestra fe se afirme y nuestra vocación se cumpla. ¡Porque Él vive, nosotros también viviremos!




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¡CRISTO HA RESUCITADO!La vida y los acontecimientos que enfrentamos todos los días nos ha enseñado ha distinguir entre lo fundamental y lo accidental, y sobre todo nos ha hecho ver algo salvífico: que ante el contenido de la fe cristiana no cabe en el fondo mas que un sí o un no, y que no hay posturas intermedias. Esta mañana, que nos hemos reunido para celebrar como comunidad de fe la pascua, nos enfrentamos ante la única pregunta que realmente es significativa para nosotros: ¿Consideramos la resurrección de Cristo como una necesidad vital para nosotros, o es un bonito accesorio, o un ingrediente festivo más? Si somos sinceros, tenemos que decir que la Pascua, o bien es el único consuelo en la vida y en la muerte, o nada es; porque solo por Su triunfo sobre la muerte, es que nosotros somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó, y podemos exclamar: “¿Dónde está oh muerte tu aguijón, dónde oh sepulcro tu victoria?” ¡Porque Él vive, nosotros también viviremos! Amén.



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EL PODER DE LA RESURRECCIÓN

Dios triunfa sobre la muerte en beneficio del mundo, a pesar de que la humanidad se ensañó con Su Hijo; fue amada por Dios y ésta prevaricó y volteó su rostro a otros dioses. Dios le ofreció el camino de la vida y ésta optó por seguir el camino de la muerte. No obstante, la resurrección de Jesús se propone restaurar la gloria de la humanidad desfigurada en Adán y renovar la vida humana a pesar de todo. Pero es menester asumir el hecho de Su resurrección por medio de la fe, apreciar desde lo profundo del corazón esta gracia con la que Dios nos ha querido revelar Su profundo amor y deseo de restauración, y proclamación como el único contenido de nuestra esperanza. Es por la resurrección que tenemos el poder de amar allí donde lo único que impera es el odio; de anunciar la esperanza, allí donde reina la desesperación; de afirmar la vida, allí donde dominan los signos de muerte y destrucción; de andar en novedad de vida, allí donde se vive de la resignación y la apatía. ¿Cómo es posible esto?



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En el Evangelio de Juan, capítulo 20:11-18, se nos cuenta que María Magdalena va el domingo al sepulcro para ver a Jesús, y se da cuenta que la piedra del sepulcro se encuentra movida de su lugar y al no hallar a Su Maestro se sale y desconsolada se pone a llorar. El Señor se le acerca y le pregunta: ¿mujer por qué lloras?, ¿a quién buscas?. Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: Señor, si tú le has llevado, dime dónde le has puesto y yo me lo llevaré. Jesús le dice: “¡María!”. Ella le reconoce y le dice en hebreo: “Rabbuni”, que quiere decir: maestro. Lo hermoso y consolador es que Jesús no adoctrina a la mujer que se encuentra sin fe ni esperanza, no le desvela un secreto con palabras clarificadoras, sino que le dice solamente una palabra, una llamada muy personal: “María”. Esta no vacila, no necesita probar y comprobar pacientemente, en un segundo está todo claro: “¡Maestro”!. ¿No es como si con esta respuesta su alma hubiese abierto los ojos, sí, como si por vez primera desde que el mundo existe el alma hubiese abierto los ojos?.


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Cuando algunos de sus discípulos llegaron a Emaús y se sentaron con el “forastero” alrededor de la mesa, y cuando le vieron partir el pan se les abrieron de repente los ojos y supieron quién era el que estaba con ellos. Luego, cambiando impresiones se decían: “¿No ardían nuestros corazones en el camino, cuando Él nos hablaba? Así sucede también en nuestras historias; en un momento Su voz nos llama con ternura y nos dice por nuestros nombres: ¡aquí estoy, he venido a confirmar tu vida! La afligida mujer vio la figura de un hombre como muchos otros. No tenía un aspecto especial, ni se avergonzó de hacerse nuestro hermano, como dice la Escritura. Pero cuando Él se volvió hacia ella y le dijo: “¡María!” ; entonces fue pascua para ella. Ahora entendemos las palabras de Jesús cuando nos dice: “Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco; y ellas me siguen y yo les doy la vida eterna; y nadie las arrebatará de mi mano.” Pero cuántas cosas en nuestra vida cotidiana hay que nos llaman, nos atraen y nos reclaman. Unos quieren nuestras fuerzas y aptitudes; otros nuestra lealtad. Aun el maligno nos llama y nos pide algo, y hasta podrá decirnos: tú eres mío. Pero nunca podrá llamarnos por nuestro nombre. Cuando Cristo nos llama, lo hace personalmente, por nuestro nombre.



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Y nos quiere como somos sin dejar nada. Por eso reconocemos esa voz, la distinguimos con inequívoca seguridad entre las mil y una voces que hoy nos están llamando. Y no es casualidad que el evangelista dejará la palabra en su idioma original: “Rabbuni”. Esta palabra es fruto de un corazón que acaba de ser salvado, indicando así que es intraducible. Así como María se ha comprendido y expresado a sí misma con esta sola palabra, y en ella se ha confiado a Su Señor, así ha querido el evangelista dejar la palabra, aunque sea extranjera; porque es una palabra extraña, distinta, inequívoca a las palabras de este mundo. No hay confusión, cuando Jesús nos llama por nuestro nombre, no podemos equivocarnos, solo podemos responder: ¡Maestro! ¿qué quieres de mi vida? ¡Maestro! ¡Gracias por hacerme oír tu voz! ¡Maestro! ¡Heme aquí, envíame a mí! Hermanos y hermanas, cuando esto sucede, entonces ha amanecido la pascua en nuestras vidas. Amén.




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EL GOZO DE LA RESURRECCIÓN

Pero además, el mensaje de la resurrección tiene un elemento de alegría incomparable, porque el saber que Cristo vive, produce que los discípulos recobren el sentido de sus vidas; recobran la alegría de saber que los tres años con Jesús no han sido en vano; que sus palabras fueron verdad; que su poder no fue el de un hechicero, sino del Mesías esperado; que Su Misión tenía autoridad. Alegría de poder ser, alegría de la paz en medio de la lucha; alegría por ofrecer el sí de la reconciliación en medio del no rotundo del pecado. Alegría de tener la certeza en medio de la incertidumbre; alegría de brindar estabilidad en medio de las desuniones. Hay gozo porque en Cristo todas las cosas son hechas nuevas. Es por eso que cuando las mujeres llegan al sepulcro vacío y se encuentran con Jesús; le abrazan, le adoran y salen gozosas a dar las buenas nuevas a los demás hermanos y hermanas. Esta es la verdadera alegría que irradia dentro del corazón de los cristianos; alegría que es don de Dios. Alegría que no se compara, sino que madura en el espíritu de la iglesia, porque es fruto de nuestro vivir con y del poder del Cristo resucitado. Hay que dejarnos recrear siempre con esta alegría y danzar la propia vida con nuestro Jesús resucitado. Amén



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La resurrección de Jesús es la garantía de la nuestra. Ciertamente que se inaugura aquí en la tierra, pero también es la esperanza de nuestra resurrección de los muertos, “porque ahora Cristo ha resucitado de los muertos y es primicia de los que durmieron” (1 Corintios 15:20). Si la resurrección de los cuerpos vendrá cuando la trompeta suene en el día final de los tiempos; la esperanza de la resurrección comienza aquí y ahora. Y es por esa esperanza que no huimos de la insoportable levedad de la vida, ni de las presiones del presente estado de cosas, sino que traemos el futuro del Reino de Dios a nuestra realidad necesitada y anunciamos, que en virtud de que Cristo vive, nosotros también viviremos; y cuando aquel día toque a nuestras puertas, responderemos: ¡Presente, Señor, presente!, y entonces escucharemos Sus palabras de beneplácito diciéndonos: ¡Buen siervo y sierva fiel, entra en el gozo de tu Señor!

LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN



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Pero además, somos conscientes de que el anuncio de esta buen nueva es fermento que rompe el vaso viejo de la humanidad y nos sentimos impelidos a anunciarlo y compartirlo con todos aquellos que no pueden mirar el presente y el futuro con esperanza. Hay que tener decisión para hacer saltar las resistencias, para cortar los circuitos que tienden a cerrarse desesperanzadoramente, a raspar las incrustaciones del tiempo, de las costumbres, de la violencia y el desamor. Miremos a nuestro alrededor no para hacer un haz que corte toda esperanza de vida eterna para la humanidad, sino para darnos cuenta del dolor humano, para recoger sus lamentos y esperanzas fallidas y proporcionarles este gloriosos anuncio de la Pascua, que para nosotros ha sido el grandioso anuncio de nuestra vida, sí, el anuncio del Cristo resucitado, que ha venido a dar vida y vida eterna.




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“Quien cree en mí no muere”, dice el Señor. Nosotros creemos esto, porque en el fondo de nuestra experiencia como iglesia que celebra la Pascua, la muerte ha perdido su capacidad destructora y se convierte en signo de un amor abierto a Dios y hacia nuestros prójimos. La pascua es el anuncio de que en Jesucristo puede ir surgiendo una mujer y un hombre nuevos, abiertos al amor y a la vida eterna. Amén y Amén.


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