Edición 364 suplemento literario

16
Eduardo Gregorio SUPLEMENTO LITERARIO DEDICADO A LA OBRA DE EDUARDO GREGORIO INTEGRA LA EDICIÓN DE TIEMPO DEL ESTE Nº 363 1939-2012

description

Tiempo del Este

Transcript of Edición 364 suplemento literario

Page 1: Edición 364 suplemento literario

Eduardo Gregorio

SUPLEMENTO LITERARIO DEDICADO A LA OBRA DE EDUARDO GREGORIOINTEGRA LA EDICIÓN DE TIEMPO DEL ESTE Nº 363

1939-2012

Page 2: Edición 364 suplemento literario

2Jueves, 18 de octubre de 2012

por Roberto Mercado

El canto llamado gregoriano, inicialmente canto cristiano es un tipo de interpretación llana

(simple, monódico, sin saltos: movi-mientos por grados conjuntos y con una música supeditada al texto) utili-zado en la liturgia de la Iglesia Católica Romana. Hasta aquí la definición.

Ahora trazaré similitudes con lo que llamo Canto Gregoriano a la Amis-tad, esa con la que me honró Eduar-do Gregorio. Venía de un tipo simple, era monódica porque estaba hecha para una voz, siempre calma y pau-sada, sin saltos por la tranquilidad de su persona y porque fue construida paso a paso y con una elevada calidad musical que estaba supeditada a su palabra, la que contenía un inmenso respaldo intelectual.

Ese Canto se hacía gigante en la litur-gia de nuestros Templos y sabiendo que liturgia significa: conjunto de ri-tos que componen un culto, pues los mismos empezaban con una simple llamada, el abrazo del encuentro, es-perar la llegada del otro Flaco (el Al-mada), sentarse a la mesa para com-partir lo que hubiere, descorchar el Vino del Monón, y dejar que la noche hiciera el resto. ¿Cuál era el Templo? La casa de la Chiquita.

Anécdotas simples

No recuerdo cuándo ni dónde nos co-nocimos. Tengo la vaga idea de que haya sido la Beba Bustos quien nos presentara ya que la Biblioteca fue el lugar que le abrió las puertas a mi can-to y ella era una de las activas mujeres que le daban vida a ese otro Templo.

Después vendrían las reuniones a rea-lizar “los desagravios” (encuentros po-líticos – culturales) a las que invitaba un amigo en común. ¿Quién era?, otro Flaco (el Ciafrelli). ¿Dónde eran las reuniones?. En la Rotonda. Obvio

A partir de allí un sinnúmero de gra-tos recuerdos: Su primer convocatoria para cantar en la muestra de poesías y fotografías en San Martín donde re-cibí el mejor pago, la amistad de Raúl Massieri, el otro expositor.

Las incontables presentaciones de li-bros a la que íbamos a reunirnos con compadres que andaban en lo mismo y a los que descubrí gracias a él.

Después vinieron los programas de ra-dio en que uno contribuyó con el otro. El tenía una columna imperdible en el mío. Yo musicalizaba sus programas políticos. Siempre era un ir y venir.

De aquí y de allá

Los grandes momentos compartidos no reconocían sitios fijos, se podían producir en cualquier lugar. Uno fue en Buenos Aires en ocasión de una presentación de libros de autores lo-cales en la Casa de Mendoza. A termi-nar la magnífica velada recibimos la invitación a cenar del Pedrito Bell-munt. Qué decirles de lo que resultó. Entre bocado y bocado “la palabra”, siempre la palabra, la que fue corona-da con un Malbec Luigi Bosca, cosecha no sé cuanto que disfrutamos brindis a brindis, poema a poema, canción a canción.

Pero como no creo en casualidades, más bien creo en las causalidades, la música y la palabra nos reunió en EEUU. Eduardo andaba escribiendo libros sobre Perth Amboy y Paterson de Nueva Jersey, yo cantando en Nue-va York. Un día de paseo por la Gran

Manzana estuvimos charlando al pié del mismísimo Rockefeller Center, con un desparpajo total, como si am-bos saliéramos de depositar nuestra enormes regalías por libros y discos vendidos. Los dólares era escasos, la felicidad del encuentro, millonaria.

De allí podíamos pasar, sin escalas, a compartir un asadito techado de es-trellas en lo del Manuel Medina en Philipps, con la misma satisfacción y con la siempre asegurada profundi-dad.

También le admiraba su especial ca-pacidad para irse de los lugares donde no estuviera cómodo. Una vez en un café de San Martín donde una seño-ra, sentada en una mesa al lado de la nuestra, le mostraba su disgusto por que no había sido premiada por “una” poesía. Respetuoso y asombrado por el planteo el Flaco le dijo que solía suceder. Ante la insistencia, bastante fuera de lugar por cierto, éste se paró y se fue. No solo dejó hablando sola a la mujer sino que a mí también me dejó solo. Para aplaudirlo.

Qué felicidad me da saber que existió un tipo como el Flaco Gregorio, al que pudimos disfrutar y al que deberemos recordar haciendo un culto a su Canto Gregoriano a la Amistad!

CANTO GREGORIANO A LA AMISTADAnecdotario personal con el gran amigo Eduardo Gregorio.

Page 3: Edición 364 suplemento literario

3

*por Ariel y Javier Gregorio

Cada día que pasa nos sigue sor-prendiendo con su talento, con su coherencia, con su humildad,

con su compromiso. Jamás aceptó las invasiones. Por eso nunca aceptaría ser invadido. Esa increíble, para algu-nos, concepción de la vida, fue la que llevó a nuestro viejo a tomar otra de las tantas decisiones que un ser huma-no debe poder decidir sobre su exis-tencia. Algunos dirán que fue por mie-do a sufrir. Jaja, qué poco lo conocían. Después de haber sido un ser humano sin niñez, que cambió de pueblo y de afectos siendo muy chico, de trabajar desde los 12 años para colaborar con la familia, después de haberse adapta-do a decenas de trabajos distintos por el sólo hecho de tratar de adaptarse a un mundo que siempre le fue incom-prensible, después de haber soporta-do ser un detenido desaparecido por tratar de mejorarle la vida a la gente, después de haber llegado a ser un escritor de la puta madre desde un pueblo muy pequeño y muy, muy le-jos de los grandes centros culturales y siendo además un autodidacta porque sólo asistió a la escuela primaria, des-pués de lograr haber sido reconocido en muchos lugares del mundo por sus obras, nadie puede decir que nuestro papá pudiera haber tenido miedo a sufrir y enfrentar los vaivenes de la vida.

El viejo fue un tipo incapaz de meterse en la vida de nadie, ni siquiera en la nuestra. Fue una persona que decidía lo que quería y coherente con eso, de-jaba decidir. Ese mismo respeto por la vida de los demás fue lo que hizo que él, aunque el resto de nuestros afec-tos, en ciertos momentos, por alguna razón de “solidaridad pública obliga-toria” se alejaran de nosotros, nunca se dejase influir por lo que los demás pensaban, y estuviera siempre cerca nuestro.

Hay tantas cosas que se cruzan por nuestras cabezas en este momento, tantos recuerdos. Cada día que pasa estamos más convencidos de que “la tenía muy clara”. Hasta en la última

decisión de su vida. Con la coherencia de siempre.

Ese día en que se pegó un tiro muy meditado y con una claridad que nos sigue asombrando, ninguno de los dos lloramos, lo puteamos claro, 5 o 10 minutos, pero no lloramos, porque lo conocíamos.

¿Que si vamos a extrañar? Sí, claro, va-mos a extrañar los momentos en que nos encontrábamos y nos reíamos juntos de las incoherencias, del ab-surdo. Eso era en lo que pensábamos cuando sabíamos que nos íbamos a encontrar con el viejo en alguna reu-nión familiar, cultural, bueno, cada vez que nos íbamos a juntar ¿Extrañarlo a él?, nunca vamos a poder, porque la ausencia física duele, pero nos basta con leer cualquiera de las cosas que escribió para encontrarlo, porque en todo lo que escribió está él, sus ideas, su personalidad, está el papi.

Nos dejó un puñado de buenos ami-gos, que nos hacen saber a cada paso cuánto lo querían y eso nos hace sen-tir acompañados en este momento.

La vida nos regaló a nuestro viejo. Un regalo que no tiene precio. Y nos lo re-galó para siempre, porque siempre va a estar con nosotros en cada decisión que tomemos, como padres, como hi-jos, como hombres.

Viejo, sabemos que vos sabías muy bien, lo que significabas para noso-tros. Como vos bien escribiste, “aun-que no está demás decirlo, esas cosas se saben”.

Sólo no gustaría, haber sido tan claros en nuestros pensamientos y nuestros actos como para que nuestros hijos entiendan nuestras decisiones, como nosotros entendimos las suyas, hasta la última.

* Los autores de esta nota, son hijos de Eduar-do Gregorio.

“La vida nos regaló a nuestro viejo”

Page 4: Edición 364 suplemento literario

por Rubén Valle 4Jueves, 18 de octubre de 2012

Tal vez mal citada, pero sin perder su esencia, recuerdo aquella frase que decía algo así

como “la muerte no es otra cosa que dejar de ver a los amigos”. Si bien con Eduardo no llegamos a entrar en tan digna categoría, le tenía ese particular aprecio que siempre va a atado a la empatía.

Creo no equivocarme si digo, afirmo, que Eduardo, ese flaco cordobés de Del Campillo que eligió a Junín como su lugar en el mundo, era como se lo veía: un buen tipo, un sensible que en-contró en la palabra, como muchos de

nosotros, un refugio. Y este, se sabe, nunca garantiza que el dolor, la per-plejidad ante el mundo, no nos hagan mella.

Nos quedan al menos, como panes o peces para repartir, sus libros y sus textos inéditos, su intensa vida dise-minada en un amplísimo abanico de poemas, cuentos, novela, canciones, relatos históricos e investigación pe-riodística. Como para que no queden dudas de su legado, repasemos: “Án-geles y caídas”, “Las otras cosas”, “Tra-bajos”, “Historia de pueblo”, “Sin ir tan lejos”, “El fuego por el juego”, “Juntos

pero separados” y “El caso Greco”. Sus libros, entonces, como esquirlas de lo que fue y será.

La literatura y el periodismo fueron, no hay parca que lo desmienta, dos brazos con los que intentó abarcar el mundo y dentro de él a todos los que lo caminamos sin saber del todo hacia dónde va ese bendito camino. Hacía allí debe haber ido el querible Gre-gorio a buscar un puñado de explica-ciones. Las mismas que nos quedaron flotando ese sábado en que alguien nos avisaba con estupor de su absur-da muerte.

DOS BRAZOS Y UN CAMINO

Page 5: Edición 364 suplemento literario

por Oscar Luis Guevara” 5

En la mañana más triste

Juntaste todos tus versos

Y le diste luz de barco

Para irte tierra adentro.

El reloj daba la hora

Entre el vidrio y otro cielo.

Te fuiste calladamente,

Como era tu pretexto,

Sin consentir que ese viaje

Ya no tenía regreso.

Atrás quedaba tu paso,

Adelante iba tu vuelo.

La pena que no tuviste

La dejaste en nuestro encierro.

Ordenaste los latidos

Alrededor del silencio

Para que no descubrieran

Ninguno de tus secretos.

En el patio de tu vida

La flor no encontró consuelo.

Tantas charlas literarias,

Tantos talleres de verbos

Dejaron en cada escuela

Tu amor resumido en ecos.

La tonada que te nombra

Ha perdido su pañuelo

Y se fue por otra senda

Ansiosa de andar sin tiempo.

No te olvidaste de nada:

Del malvón que era tu fuego,

Del severo manuscrito

Que dejaste en el tintero,

Si hasta le diste la mano

Al surco niño de almendros.

Yo te agradezco el prefacio

Aunque aclaraste mis textos;

Aún sonrojan mi pluma,

Aún sin letras los leo.

Si el dolor cambia de nombre,

Desde hoy se llama recuerdo.

Page 6: Edición 364 suplemento literario

6Jueves, 18 de octubre de 2012

por Silvia Lizárraga de Valot

Hoy se ha ido un Poeta.Hoy se ha ido un poeta...

ha volado en la frágil inquietud de la aurora,dejó atrás la lucha inútil, despiadada,esclava de su vida,

esclava de sus horas...Ha cruzado el arco iris

buscando sus versos de esperanza...dibujando en su acervo argentinomanos que presienten añoranzas,y esa furtiva melodía de la tierra

que rige su destino, a la distancia...Hoy se ha ido un poeta...

heredamos su canto por la patria,por la amistad que nunca finaliza,

por el amor, que vive cada díaen un gesto, una mirada, una caricia...

Heredamos su halago a la belleza, su eterno caminar por la justicia,

por el orden que rige nuestro pasoy la paciencia enlazada a su sonrisa...

Hoy se ha ido un poetamas su recuerdo, aún palpita y vibra

en cada corazón y en cada versodonde clama el fulgor de la poesía...

Page 7: Edición 364 suplemento literario

por Roque Grillo 7

Si alguien me pregunta, no sabría decirle cuando me hice amigo del Flaco. Estimo que yo andaba

por unos desordenados 24 y él, siete años más. En realidad la relación llegó a través de mi viejo –periodista- y, a su vez, por culpa de Tarik Tillar, uno de los personajes más irreverentes que ha parido este San Martín. Pero esa es otra historia.

El Flaco escribía. Poesías. Un género que siempre me fue esquivo y al que esquivé cuantas veces pude. Al correr el tiempo, fui conociendo detalles de esta leyenda urbana, a caballo entre Junín y San Martín, con algunas rami-ficaciones internacionales, tales como vivir en USA (un país que no le caía particularmente en gracia) o ganar premios literarios en Europa. De la lírica a la crónica periodística; del re-lato histórico al cuento súper corto. Su pluma esplendía, como diría una ami-ga que de esto sabe un montón. Casi, casi tanto como su personalidad. Es que el Flaco, sin calentarse, enseña-ba una nueva forma de vivir. No sólo era fácil ser su amigo. Era agradable. Hasta cuando no compartíamos algu-na opinión, se encargaba de encontrar los puntos de coincidencia para facili-tar el diálogo. Esto tenía un agregado infaltable: el humo del café de ambos y de los puchos de él.

Así se fue armando una relación que, en los últimos años se consolidó. Por supuesto, casi todo el mérito le perte-

nece. Digo, era frecuente que a media mañana mandara un mensaje invitan-do a un café y llegando con puntua-lidad al boliche de siempre. Y jamás me falló en los actos que organicé en San Martín, fielmente correspondido cuando él hacía lo propio en Junín. En los últimos tres años, comparti-mos casi todo lo que hizo. Me invitó a presentar su último libro –que hice honradísimo pero muy preocupado-, también me pidió que hablara en la despedida a Raúl Massieri, común y entrañable amigo. Por supuesto con la siempre abierta complicidad de Ro-berto Mercado, la otra pata de esta ecuación edificada sobre el respeto y la recíproca admiración.

Finalmente, me llamó una mañana para requerir mi opinión sobre lo que sería el próximo certamen literario de Junín ya que había decidido dedicar-lo a la minificción y conocía mi debi-lidad por ella. No sólo nos pusimos inmediatamente de acuerdo sino que, además, me designó jurado –junto con Enrique Pfaab y él mismo- acotando que era la primera que los tres encar-gados eran periodistas y escritores.

Los resultados fueron halagüeños: más de 60 participantes, alrededor de 80 cuentos. Cada uno los analizó en soledad y en tres de los textos había coincidencia absoluta. Ya teníamos los ganadores. Y en dos jornadas a pleno se resolvió quienes integrarían el res-to de la antología.

Nos despedimos cerca de mediodía del viernes con el compromiso de resolver por correo electrónico cual-quier duda ya que, nos había antici-pado, el lunes se haría unos estudios para una posterior operación. Ese lu-nes, ahora lo sabemos, nunca llegaría. Esa noche, un estampido quebró el silencio en Junín y dicen que algunos pájaros volaron espantados. No lo creo. Para mí, eran palabras que ya no tenían su nido.

El Flaco se fue, cumplidor hasta la desgracia (para los que nos quedamos delante de su taza vacía) Ya debe estar acomodando las nubes para un nuevo certamen, con imágenes del Raúl, es-perándome con el café bien cargado, la sonrisa presta y la ocurrencia a flor de labios. Nos quedan muchas pelícu-las viejas para comentar, muchos es-critos por criticar, demasiadas cosas de las que reírnos. Para la música ten-dremos que esperar un largo tiempo, hasta que Roberto decida que es hora de traer su guitarra, su voz y –espero- alguna damajuana. Entonces sí, no ha-brá más penas ni olvidos.

Allá, como todo el mundo sabe, están prohibidas las lágrimas.

Me olvidaba. Se llamaba Eduardo Gregorio. Desde esa noche y para siempre, El Flaco.

El Flaco

Page 8: Edición 364 suplemento literario

EDUARDO GREGORIO, UNA OBRA FECUNDA

Page 9: Edición 364 suplemento literario

EDUARDO GREGORIO, UNA OBRA FECUNDA

Page 10: Edición 364 suplemento literario

10Jueves, 18 de octubre de 2012

por Jorge Barrionuevo

No pudo escapar a esa legión de escritores que buscaron en el suicidio, el mal menor del futuro. Si, como Hora-cio Quiroga, Alfonsina Storni, Leopoldo Lugones o

Marta Lyinch. O como Ernest Hemingway, José Asunción Silva o el mismísimo Emilio Salgari. Hay una lista extensa de hombres y mujeres vinculados a las letras, que tomaron la de-cisión de acabar con su vida.

Como ellos, Eduardo Gregorio eligió la muerte romántica en la extensa lucha que llevaba contra una enfermedad que le iba restando calidad de vida. Vencedor antes que vencido. Por eso decidió que -en esas condiciones- no valía la pena seguir vi-viendo. No se estaba disparando a si mismo, sino que buscaba exterminar el mal que lo aquejaba.

El existencialista Albert Camus, en su ensayo “El mito de Sí-sifo”, se pregunta: “… ¿hay que creer, por lo tanto, que no existe relación alguna entre la opinión que se pueda tener de la vida y el acto que se realiza para abandonarla? No exageremos en este sentido. En el apego de un hombre a su vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. El juicio del cuerpo equivale al del espíritu y el cuerpo retrocede ante el aniquilamiento”…

De personalidad sencilla y encaramada en el bajo perfil que lo acompañó toda su vida, supo granjear amigos, bajo un concep-to al que le dio mas sentido, aún, a su existencia. La amistad, para Gregorio, tenía la simplicidad de los buenos hábitos. En su escala de valores las noches de tertulias eran letra sagrada, por la sola excusa de compartir un café o un vaso de buen vino y, allí, desparramar anécdotas bajo las parras.

De su obra, se puede decir que fue rica en matices y en conteni-dos. Que cumplió con creces el viejo adagio de desarrollo para el hombre: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.

Respecto a esto último, afortunadamente, fueron muchos, cer-ca de 20. En su vasta obra literaria, se han de encontrar cuen-tos, poesías, novelas e investigaciones históricas, de Santa Rosa y –muy especialmente- de su Junín. Pero tampoco ha de olvi-darse su visión crítica –plasmada en una investigación- en un tema que fue ícono para la provincia: el caso Greco.

Pero habría más: el CD de música cuyana “Habitantes y senti-res” con letras suyas, musicalizados por Víctor Hugo Cortez y del que participan referenciales voces del Este.

Eduardo estaba solo, esa madrugada de sábado, cuando deci-dió concluir con su vida. Sus últimos pensamientos seguramen-te fueron dirigidos a su familia, a sus hijos y sin ninguna duda, a quien él consideraba sus amigos. Y para su lugar de residencia, ese paisaje juninense de viñas y sembradíos al que tanto amó, encaramado por labriegos y gente urbana.

Esta llegando el amanecer, Eduardo. Ya se escuchó el estam-pido. La vida se apaga, pero se enciende tu espacio en alguna estrella.

Canción del amanecer

Traigo un tono que se vuelve panorama

Tarareando por las calles al pasar

Bajo el cielo silencioso de mi pueblo

Que amanece despuntando claridad

Remanente de la noche guitarrera

Se perfila una romántica canción

Que se esparce por la quieta madrugada

Y hace nido en un lugar del corazón.

Melodía cadenciosa de tonada

Con sus notas me acompaña al caminar,

Se recrea con el aire en cada esquina

Se renueva con el lento despertar.

Y al nacer con sus primeros habitantes

La mañana rumorosa por venir

Voy mezclando poco a poco con palabras

Esa música que acabo de vivir.

(De su libro “Sin ir tan lejos”, 2010)

EDUARDO GREGORIOEL ÚLTIMO POETA ROMÁNTICO

Page 11: Edición 364 suplemento literario

por Humberto Palmieri 11

Debo confesar que me resulta muy difícil encontrar la ma-nera para que las palabras se

acerquen, aunque sea vagamente, a esa complejidad infinita que son las sensaciones. Más aún cuando alguien como Eduardo decidió, así, como un rayo que atraviesa los muros de la perplejidad, que todos nosotros de-bíamos quedarnos. Como si él necesi-tara que alguien, no sé, cualquiera de nosotros, u otros, debiera dar cuenta de su impresionante existencia.

No se trata de reconocer al escritor, periodista y amigo genial que fue, simplemente porque él no lo hubiera aceptado. Por otro lado, lo obvio y lo evidente no constituyen aspectos que deban ser destacados en alguien que siempre jugó a las escondidas con los formalismos desde ese lienzo sagrado que dibujaban sus palabras.

A él no se lo podía ubicar pero sí en-contrarlo. Su fobia hacia ciertos ins-trumentos de la tecnología hipermo-derna como el celular, era una muestra acabada de su condición de hombre autosuficiente, autónomo, coherente y casi intangible. Ahí lo vemos, despla-zándose por las calles de una ciudad que lo agotaba aún más si el café, el ci-garrillo y otras necesarias fatalidades humanas no se hacían presentes para

justificar, pero sobre todo para degus-tar, la charla que tiene sentido.

Anarquista de todo lo convencional, transgresor envidiable de normas que antes de ser sancionadas ya entraban en desuso, para quienes estuvimos en diferentes momentos cerca de él, Eduardo era una rareza. Sí, una ra-reza en muchos sentidos. Diatérmico y atérmico en su entropía humana y social, solía congeniar con maestría su visión aguda de la realidad con la astucia sutil de quien impone una idea sin necesidad de agravios direcciona-dos. Prudente pero incisivo, fumador pero moderado, compañero y nunca demandante, enemigo de los dogmas, silencioso, aunque sus palabras explo-taran en un imperativo ético tan par-ticular que esa singularidad limitaba la falacia de lo categórico. Todo este cúmulo de acciones que lo describen, sólo parcialmente, finalmente muta-ban en inefables a la hora de definirlo desde el rango angular que ofrece lo cotidiano.

Veo el taunus, seguramente mal esta-cionado, en la zona de los cafés o cerca de alguna oficina municipal que in-tenta, a veces infructuosamente, oler a cultura para que tu ausencia, para colmo, llene con más incertidumbre la absurda dimensión de lo efímero.

Te veo impecable brindando en algu-na fiesta de fin de año con mi familia, que también supo ser tuya. Te veo ahí, junto a Alberto, demoliendo teclados y ridiculizando a los crédulos. Te veo como el GRAN PEZ de los peces de la luz que, imprudentes afortunadamen-te, se atrevieron a iluminar con pala-bras, y muchas fueron tuyas, la som-bría noche que sembró la dictadura.

Como acertadamente me dijo Pa-tricia al otro día de tu partida: “yo he deambulado por la vida pariendo padres, y vos fuiste uno”. Soy afortu-nado por haberte conocido y haber compartido innumerables momentos de aprendizajes constantes. Tuve la fortuna de realizar una obra literaria con vos que nos ubica, como una iro-nía en presente continuo, “mas juntos que separados”, a costa incluso de este universo multidimensional que se nos abre y cuyo portal decidiste traspasar. Porque la vida también esta hecha de decisiones, decisiones que difícilmen-te todos podamos compartir, aceptar o juzgar. Pero por sobre todo, respeto la tuya. Entonces siento que las pala-bras comienzan a deambular para en-mudecer, mientras el café casi helado y sin azúcar suspira la nostalgia, de repente gélida y siempre errante, de saber que ya no estarás. Pero estarás…

EL SOCIO DEL SILENCIO

Page 12: Edición 364 suplemento literario

por Alberto Labrador 12Jueves, 18 de octubre de 2012

Apocos días de tu partida qui-se sumarme a las manifesta-ciones de estupor y asombro

que nos envolvió a quienes tuvimos la suerte de ser tus amigos. Cono-ciéndote, intuí tu respuesta: “No vale la pena”, atreviéndome a no hacerte caso, aferrándome a ese viejo refrán: “Los muertos sólo mueren cuando se olvidan”, donde tu presencia se man-tiene presente, porque aparte de tus cinco sentidos, sumabas el mejor: el sentido común, ya que tus charlas, aparte de ser objetivas y sinceras, eran como un bálsamo, pese a tocar temas urticantes, pero que luego de escucharte, salíamos relajado y a ve-ces sonriendo. Todos los comentarios que giraban sobre vos eran de admi-ración. Como todas tus apreciaciones las hacías siempre desde una óptica transparente, a veces adornadas con cierta ironías que calzaban justas, que aunque no cambiara nuestro criterio, lo entendíamos de una manera sutil, anecdótica, cómplice.

Aunque eras de la localidad cordobesa El Campillo, Mendoza se adaptó a tus sueños y en unos años que estuvistes en EE.UU. te especializaste en sas-trería. Ejerciste esa profesión en San Martín, pero pronto tu alma de poe-ta, el olor a tinta y papel marcaron tu rumbo definitivo.

Lo conocí en un encuentro de poetas y escritores y como afirma el refrán: “Los iguales se atraen”. Comenzamos editanto revistas, programas de radios y algunas vendimias de la zona, cuan-do éstas se otorgaban por concurso, hasta llegar a nuestro anhelo mayor: Editar “Nuestra Gente”, un periódico mensual que cubría un departamento por número durante más de un año y que nos abrió muchos caminos como anécdotas. Teníamos un método espe-cial para lograr entrevistas con altos funcionarios y empresarios para ob-tener publicidad. Todos ellos cuentan con una secretaria que sirve de muro donde el “no está” es el mejor saludo. Hacía yo de puntero logrando a través de preguntas establecidas de obtener su signo, estado, etc. Mientras Eduar-do, impasible, quedaba a varios me-tros. De inmediato me preguntaba si entendía astrología, indicándole que mi socio, el profesor “Lagash” era el

especialista en ese rubro como tam-bién de Cartas Astrales, solicitando de inmediato si la podía atender. Cuando llegaba a Eduardo pidiéndole que se acercara, le trasmitía rápidamente los datos obtenidos. Era un lujo verlo en su rol de astrólogo junto a su savia poética y conocimientos sensitivos que envolvían rápidamente a su inter-locutora. A los pocos minutos se con-cretaba la entrevista.

Obtuvimos por ello una Agencia de Quiniela durante 12 años, editando también el “Pico Chato” para el Partido Demócrata. Contaba Eduardo con una experiencia de más de 3 años en el dia-rio “Noticias del Este”, para la región y que luego se sumara Villa Mercedes, junto con los hermanos Bonada.

Tuvimos la suerte de ganar la lotería de Mendoza y festejarlo, donde en medio de la euforia y alegría de nues-tras familias, Eduardo se mostraba “moderadamente feliz”, como si el At-lético San Martín hubiera empatado. Un conocido de ambos aseguraba de que parecía un extraterrestre, ya que pocas veces demostraba estar alegre o triste, como de sentir frío o calor. Incluso cuando en una oportunidad y mostrando una foto familiar, nos indi-caba que no había salido, pese haber estado allí.

Contaba con un espíritu de honda sen-sibilidad que volcaba en sus trabajos que siempre representaban nuevos desafíos, ya como poeta, escritor o periodista. Y entre premios provincia-les, nacionales e internacionales vale recordar una anédota donde se pinta tu capacidad de trabajo: En unas “va-caciones” en EE.UU. le presentó al in-tendente del pueblo donde residía un proyecto para editar un libro sobre el mismo. No sólo lo hizo, sino que reci-bió el reconocimiento del pueblo, au-toridades y dólares.

Queda una pregunta pendiente ¿Cómo alguien con la inteligencia, la capaci-dad y honestidad de Eduardo, estu-viera marginado para ocupar cargos o puestos estratégico en cualquier área gubernamental?. Creo que una vez alguien se lo sugirió, pero él andaba siempre un paso adelante.

Y dentro de la nostalgia nos queda una reflexión: Ante una invitación de tomar un café, su contestación era in-mediata, tajante: “El día que no tenga tiempo para tomar un café, me pego un tiro!”... La madrugada de aquel sábado quizás no había ningún café abierto... Hasta siempre flaco. En mi próximo cumpleaños sobrará una silla.

querido flaco...

Page 13: Edición 364 suplemento literario

por Oscar Alberto López 13

Se me cayó la palabra esa mañana…

(me dijeron, sorprendido, “el Flaco se nos fue”),

se hizo tristeza un libro de poemas

y apretando recuerdos se me enfrió un café.

“Esta mañana es distinta a todas”

en mis “Pájaros del alba” su talento dejó

el gesto del amigo, el trazo de su pulso

y ese largo abrazo del verso al corazón.

El pueblo elegido para vivir creando,

las calles que lo vieron sus veredas caminar,

se juntan en la plaza, esperan al poeta

pero aquel amigo ya nunca más vendrá.

Derramaba simplezas compartiendo verdades,

escribiendo con altura, su poema fue canción,

un viejo cenicero y un pocillo con borra

esa mañana, con él, escribieron, el ultimo adiós…

………………………

Por las veredas del tiempo se fue un hombre simple

con un verso en el bolsillo de su saco marrón.

(Madrugada del 29 de septiembre de dos mil doce)

Page 14: Edición 364 suplemento literario

14Jueves, 18 de octubre de 2012

Zamba del AniversarioCuando la infancia se recuerda caminando

por esas calles sosegadas de mi puebloacompañados del correr de las acequiasy los ladridos espaciados de los perros

hay una gracia singular que nos circundapara que nuestro corazón vaya sonriendo

mientras disfruta del saludo del vecinoo de la plaza con su sombra y su silencio.

Así son los lugares

de mi departamento

que se llama Junín y es de Mendoza

y como ha ido transcurriendo el tiempo

ya tiene un siglo y medio de memoria

pero cada mañana está naciendo.

Su geografía se divide en diez distritosen cada uno encontrarás su propio pueblo, viene del este desde Philipps y Alto Verde,

sigue con Algarrobo Grande y Mundo Nuevo.

Con Ingeniero Giagnoni se completan,van La Colonia y la Ciudad formando el centro

y hacia el oeste se recuestan Los Barriales,Rodríguez Peña y Medrano en el extremo.

Feliz Aniversario

es el mayor deseo

para que en el futuro que le aguarda

pleno de desarrollo y de progreso

Junín recuerde siempre su pasado

y no deje de sentirse pueblo.

(A Junín de Mendoza, en sus 150 años)

Eduardo Gregorio

Page 15: Edición 364 suplemento literario

15

por Gustavo Capone

Gregorio, un gran tipo. Discre-to y reservado. Bonachón. Fiel custodio de su intransigencia

intelectual. Comprometido amante de las historias nuestras. Periodista punzante. Gestor cultural. Revisionis-ta popular. Amigo.

No creo que Gregorio esté en el cie-lo. No porque no se lo merezca. Pero su planteo de vida nunca fue el de un metafísico. Siempre fue el romántico escudero idealista y terrenal que no sólo enfrentaba a los molinos de vien-to, sino que en circunstancias hasta lograba doblegarlos, destruyendo sus paredes para repartir el trigo. Así era él, generoso y desprendido. Perspicaz e intuitivo. Una especie de anti-héroe sesentista en tiempos de Boudou. Gambeteando a lo Messi en un mun-do de pragmáticos.

Eduardo Gregorio anda por ahí, con su cuaderno de anotaciones y su modo prudente. Leyendo un cuento. Buceando en algún archivo de biblio-teca. Defendiendo siempre sus con-vicciones.

Todos sabemos que vamos a morir, pero no podemos imaginar o expli-car la muerte. Ese fue el eje de Wi-lliam Shakespeare en Hamlet. ¿Qué somos? Siempre preguntamos las causas de una muerte. Pero nunca nos detenemos en los fines de esa muerte, obviando mezquinamente la coyuntura de la experiencia personal.

En el fondo, a nosotros los convencio-nales, nos cuesta interpretar la defen-sa a raja tabla del paradigma existen-

cial. Aún el de nuestra condición au-tónoma. Y Gregorio era un defensor aguerrido del existencialismo. Era distinto. Libre e independiente hasta el extremo de elegir la forma de como lo deberíamos extrañar. En síntesis, estaba condenado a vivir en libertad. Humilde, pero libre y sin fronteras.

Con pecados de juventud, como cual-quiera. Contestatario irreverente al incorporarse a discutir el caso Greco cuando nadie abría la boca. Trans-gresor, escribiendo con Palmieri un libro que para leerlo había que ir dán-dolo vuelta. Inmortalizado en las le-tras que musicalizó Víctor Hugo Cor-tez. Amante fanático de su Junín, pero defensor de la dimensión local hasta el punto tal de escribirles su historia a los cosmopolitas habitantes de Per-th Amboy en EE.UU.

Con compromiso. Perseguido en la épocas de la dictadura por gritar cuando muchos se callaban.

¿Que nos dice la muerte?

La muerte, más aún la de un ser queri-do, nos hace madurar. Nos humaniza. Pero sobre todo genera replanteos. No es casualidad que la amplia ma-yoría de nuestros grandes hombres y mujeres hayan muerto en el exilio, accidentalmente o tomaran por su cuenta el camino para despedirse. Tal vez porque la muerte hace rato que dejo de ser un hecho individual, involucrándonos a todos por estar en consonancia con algunos crueles pa-trones del mundo actual. Hay muchos que se adaptan, otros ni lo piensan,

algunos se la aguantan, pero los re-beldes no tranzan. O todo, o nada.

Él decidió morir así, y al igual que los romanos que establecían la mayor clasificación a sus ilustres difuntos cuando reflejaban en su epitafio: “Vi-vió y murió con dignidad.”, la vida y el final de Gregorio tiene en dicha frase un merecido elogio, pero además un mensaje para pensar.

Para Eduardo, como para Calderón de la Barca, “la vida es sueño”. Sue-ño donde el paraíso, pero también el infierno, siempre están en nuestra imaginación. Probablemente cuando ese sueño se trunca, surge en noso-tros la contradictoria idea que llegó el momento de partir por otro veri-cueto. Tal vez eso pensó Eduardo. Ya lo anticipaba Platón: “filosofar es pre-pararse para morir, pero prepararse para morir no es otra cosa que pensar en la vida”. Y eso también era Grego-rio, un utópico filosofo de la pluma y el barrio. De buena letra, pero con mucha calle y la bonhomía propia del tipo común.

Entonces la muerte, y sobre todo la de Gregorio, no es real cuando se ac-tuó tan bien en la obra de la vida, y no debería ser penosa para él, que ha hecho tanto para que fuéramos mejo-res. Un maestro.

Se fue Gregorio. Pero por un rato. Su inteligencia dejará un espacio va-cío en las mesas de los café del Este Mendocino. Se fue un amigo. Y se ex-trañará.

Una página en blanco siempre estará esperando una palabra del querido Eduardo, cuando en una novela al-gún escritor decida que debe volver como El Quijote que siempre fue.

“Morir en Grande”

Page 16: Edición 364 suplemento literario