COMPENDIO UNIDAD II ECONOMIA

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COMPENDIO DE ECONOMÍA 1 UNIDAD II: EL PROCESO DE FORMACIÓN SOCIOECONÓMICA DEL ECUADOR 2.1 BREVE HISTORIA SOCIOECONÓMICA DEL "ABYA-YALA ABYA YALA, el verdadero nombre de este Continente. Esta denominación es dada al continente americano por el pueblo Kuna, desde antes de la llegada de los europeos. Este pueblo es originario de la serranía del Darien, al norte de Colombia. Y que hoy en día habita la región al sur de Panamá y el norte de Colombia. A los Kuna de la región Colombiana se les conoce como Kuna-Tule. La cultura kuna sostiene que ha habido cuatro etapas históricas en la tierra, y a cada etapa corresponde un nombre distinto de la tierra conocida mucho después como América: Kualagum Yala, Tagargun Yala, Tinya Yala, Abia Yala. El último nombre significa: territorio salvado, preferido, querido por Paba y Nana, y en sentido extenso también puede significar tierra madura, tierra de sangre”. Así esta tierra se llama “Abia Yala”, que se compone de “Abe”, que quiere decir “sangre”, y “Ala”, que es como un espacio, un territorio, que viene de la Madre Grande. Es así como hoy en día, diferentes organizaciones, comunidades e instituciones indígenas y representantes de ellas de todo el continente, han adoptado su uso para referirse al territorio continental, en vez del término “América”. Es por esto que el nombre de ABYA YALA es utilizado en sus documentos y declaraciones orales. Como símbolo de identidad y de respeto por la tierra que habitamos. Aunque los diferentes pueblos originarios que habitan el continente atribuyeran nombres propios a las regiones que ocupaban Tawantinsuyu, Anauhuac, Pindorama, la expresión ABYA YALA es cada vez más usada por los pueblos originarios del continente objetivando la construcción de un sentimiento de unidad y pertenencia. A partir de 2007, sin embargo, en la III Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades. La idea de un nombre propio que abarcara todo el continente se impuso a esos diferentes pueblos y nacionalidades cuando comenzaron a superar el largo proceso de aislamiento político a que se vieron sometidos tras la invasión de sus territorios en 1492, con la llegada de los europeos. Junto con ABYA YALA hay todo un nuevo léxico político que también se viene construyendo, donde la propia expresión "pueblos originarios" gana sentido. Esa expresión afirmativa fue la que esos pueblos en lucha encontraron para autodesignarse y superar la generalización eurocéntrica de "pueblos indígenas". A fin de cuentas, antes de la llegada de los invasores europeos, en el continente había una población estimada de entre 57 y 90 millones de habitantes que se distinguían como maya, kuna, chibcha, mixteca, zapoteca, ashuar, huaraoni, guarani, tupinikin, kaiapó, aymara, ashaninka, kaxinawa, tikuna, terena, quéchua, karajás, krenak, araucano/mapuche, yanomami, xavante, entre tantos y tantas nacionalidades y pueblos originarios del continente. La expresión "indígena" es, en ese sentido, una de las mayores violencias simbólicas cometidas contra los pueblos originarios de ABYA YALA en la medida en que es una designación que hace referencia a las Indias, o sea, a la región buscada por los negociantes europeos a fines del siglo XV. La expresión "indígena" ignora, así, que esos otros pueblos tenían sus propios nombres y su propia designación para sus territorios. Paradójicamente, la expresión "pueblos indígenas", en la misma medida en que ignora la diferencia específica de esos pueblos, contribuyó a unificarlos no sólo desde el punto de vista de los conquistadores/invasores, sino también como una designación que, en principio, servirá para constituir la unidad política de esos pueblos por sí mismos, cuando comienzan a percibir la historia común de humillación, opresión y explotación de su población y la dilapidación y devastación de sus recursos naturales.

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UNIDAD II: EL PROCESO DE FORMACIÓN SOCIOECONÓMICA DEL ECUADOR

2.1 BREVE HISTORIA SOCIOECONÓMICA DEL "ABYA-YALA ABYA YALA, el verdadero nombre de este Continente. Esta denominación es dada al continente americano por el pueblo Kuna, desde antes de la llegada de los europeos. Este pueblo es originario de la serranía del Darien, al norte de Colombia. Y que hoy en día habita la región al sur de Panamá y el norte de Colombia. A los Kuna de la región Colombiana se les conoce como Kuna-Tule. La cultura kuna sostiene que ha habido cuatro etapas históricas en la tierra, y a cada etapa corresponde un nombre distinto de la tierra conocida mucho después como América: Kualagum Yala, Tagargun Yala, Tinya Yala, Abia Yala. El último nombre significa: territorio salvado, preferido, querido por Paba y Nana, y en sentido extenso también puede significar tierra madura, tierra de sangre”. Así esta tierra se llama “Abia Yala”, que se compone de “Abe”, que quiere decir “sangre”, y “Ala”, que es como un espacio, un territorio, que viene de la Madre Grande. Es así como hoy en día, diferentes organizaciones, comunidades e instituciones indígenas y representantes de ellas de todo el continente, han adoptado su uso para referirse al territorio continental, en vez del término “América”. Es por esto que el nombre de ABYA YALA es utilizado en sus documentos y declaraciones orales. Como símbolo de identidad y de respeto por la tierra que habitamos. Aunque los diferentes pueblos originarios que habitan el continente atribuyeran nombres propios a las regiones que ocupaban Tawantinsuyu, Anauhuac, Pindorama, la expresión ABYA YALA es cada vez más usada por los pueblos originarios del continente objetivando la construcción de un sentimiento de unidad y pertenencia. A partir de 2007, sin embargo, en la III Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades. La idea de un nombre propio que abarcara todo el continente se impuso a esos diferentes pueblos y nacionalidades cuando comenzaron a superar el largo proceso de aislamiento político a que se vieron sometidos tras la invasión de sus territorios en 1492, con la llegada de los europeos. Junto con ABYA YALA hay todo un nuevo léxico político que también se viene construyendo, donde la propia expresión "pueblos originarios" gana sentido. Esa expresión afirmativa fue la que esos pueblos en lucha encontraron para autodesignarse y superar la generalización eurocéntrica de "pueblos indígenas". A fin de cuentas, antes de la llegada de los invasores europeos, en el continente había una población estimada de entre 57 y 90 millones de habitantes que se distinguían como maya, kuna, chibcha, mixteca, zapoteca, ashuar, huaraoni, guarani, tupinikin, kaiapó, aymara, ashaninka, kaxinawa, tikuna, terena, quéchua, karajás, krenak, araucano/mapuche, yanomami, xavante, entre tantos y tantas nacionalidades y pueblos originarios del continente. La expresión "indígena" es, en ese sentido, una de las mayores violencias simbólicas cometidas contra los pueblos originarios de ABYA YALA en la medida en que es una designación que hace referencia a las Indias, o sea, a la región buscada por los negociantes europeos a fines del siglo XV. La expresión "indígena" ignora, así, que esos otros pueblos tenían sus propios nombres y su propia designación para sus territorios. Paradójicamente, la expresión "pueblos indígenas", en la misma medida en que ignora la diferencia específica de esos pueblos, contribuyó a unificarlos no sólo desde el punto de vista de los conquistadores/invasores, sino también como una designación que, en principio, servirá para constituir la unidad política de esos pueblos por sí mismos, cuando comienzan a percibir la historia común de humillación, opresión y explotación de su población y la dilapidación y devastación de sus recursos naturales.

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2.1.1 LAS GRANDES CIVILIZACIONES DE MESOAMERICA: CULTURA, ECONOMÍA, SOCIEDAD, POLÍTICA

Las civilizaciones precolombinas en Mesoamérica se encontraban localizadas en lo que ahora es el área de México, Guatemala. Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica y que comprenden entre ellas a las culturas Olmecas, Aztecas y Mayas. CULTURA: Aldeas agrarias y desarrollo de la manufactura de vasitas y figurillas de barro cocido El fin del tercer milenio y los comienzos del segundo a.n.e constituyen una importante etapa en la evolución de las sociedades de la América media. Se generalizan los modos de vida sedentaria en aldeas permanentes. Por primera vez, se nota el nítido predominio de las plantas cultivadas en el régimen alimenticio. Finalmente, en el plano tecnológico, se observan la aparición y el desarrollo de figurillas y de recipientes de barro cocido. Estos desarrollos conciernen únicamente a las regiones centrales y meridionales de la América media, que muy pronto emergerá como una región nuclear -sede de una civilización compleja-, conocida hoy con el nombre de "Mesoamérica". En las regiones situadas al Norte de este universo agrario los cazadores-recolectores continuarán su modo de vida seminómada hasta las épocas históricas. Primeros testimonios cerámicos La más antigua figurilla en barro cocido descubierta hasta hoy en la América media ha sido hallada en el sitio arqueológico de Tlapacoya-Zohapilco, en la cuenca de México. En esta época las multimilenarias relaciones del hombre con ciertas plantas, entre las que se encuentra el maíz (Zea mays), parecen haber alcanzado en Tlapacoya-Zohapilco un punto irreversible. En el inventario de las plantas cultivadas sobre las antiguas riberas de este sitio lacustre figuran el amaranto, el tomate verde, la calabaza, el chile y el chayote. Sobre la costa pacífica de Guatemala y del Sur de México, el complejo cerámico Barra (1600-1400 a.n.e.) muestra, en efecto, un grado marcado de sofisticación con un rico repertorio decorativo que incluye el uso de engobe rojo y de pintura iridiscente, la impresión de cuerda, los motivos incisos y las formas globulares con finas acanaladuras. Hacia el 1500 a.n.e., el registro arqueológico ofrece, por primera vez, un importante corpus de datos que indican que la vida aldeana, asociada a una economía agraria, a la manufactura de vasijas, al tejido y al desarrollo de estructuras públicas, es un fenómeno ampliamente extendido en la Mesoamérica naciente. Los instrumentos líticos abarcaban muelas y "manos" de piedra pulida, para la molienda de los cereales, así como puntas de proyectil, cuchillos, raederas y raspadores de pedernal y obsidiana. La industria cerámica está representada por ollas monocromas de color bayo o café, rojo y naranja, tazones hemisféricos con decoraciones geométricas de color rojo sobre engobe bayo. Se nota también la presencia de ollas sin cuello (tecomates) y de platos de fondo plano y bordes divergentes, Entre los temas más comunes de decoración plástica se nota la impresión de mecedora. Estas características se observan también en los complejos cerámicos contemporáneos de la costa pacífica meridional Chiapas-Guatemala, en San Lorenzo, sobre la costa del Golfo, así como en Tiapacoya-Zohapilco, en la cuenca de México. Sin embargo, es preciso notar que estas tres últimas regiones poseen, en este nivel cronológico, un conjunto cerámico cuyo repertorio es sensiblemente más rico en formas y modos decorativos.

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Sobre la costa del Pacífico, en la región de Ocos, cuya riqueza ecológica hemos evocado más arriba, una larga tradición sedentaria y el uso de la alfarería desde la fase Barra llevaron a un modo de vida particularmente elaborado, hacia el 1400 a.n.e. Las casas, con paredes de adobe a menudo blanqueadas con cal, se construían, para evitar posibles inundaciones, sobre pequeños montículos. La densidad de la población parece haber sido más elevada que en la región de Oaxaca para la misma época. Por otra parte, comienzan a estudiarse sistemáticamente los niveles cerámicos antiguos de otras regiones de la América media hasta ahora poco conocidas. Así, en el Estado de Colima, en el Noroeste de México existe un complejo cerámico antiguo, denominado "Capacha", asociado a la fecha C14 1450 a.n.e. Las vasijas Capacha provienen esencialmente de ofrendas funerarias, ubicadas en tumbas excavadas en el subsuelo. Esas vasijas incluyen ollas, tazones hemisféricos, tecomates, asi como recipientes de forma muy especial, llamados "vasos de asa de estribo". Una de las formas más características es el bule, especie de olla panzona, de cintura reducida, que imita la silueta de una calabaza. El inventario incluye también vasos de doble cuerpo, ligados por tres tubos, jarras zoomorfas, tazones dobles o triples y vasijas miniatura. El conjunto se completa con figurillas, perlas, morteros en piedra y conchas marinas. En los Estados de Nayarit y de Sinaloa se han encontrado también conjuntos cerámicos de estilo Capacha, en particular en contexto funerario. Sin embargo, no se ha señalado todavía ningún sitio de habitación Capacha. ECONOMÍA: La principal actividad económica de los pueblos mesoamericanos lo constituyó la agricultura; siendo la mayoría intensiva, es decir, plantaban pequeñas extensiones de terreno obteniendo grandes cosechas. Para lograrlo en pueblos de altiplano central, como los mexicas, implementaron chinampas. Éstas eras diminutas superficies de tierra abonadas con estiércol de murciélago y lodo. La economía de subsistencia estaba basada en el cultivo del maíz -quizás asociado al teosinte (Zea mexicana)- y otras plantas cultivadas como el aguacate. La dieta se completaba con la recolección de ciertas plantas silvestres como la del fruto del nopal. Entre los animales cazados y consumidos se encontraban el venado cola blanca, el conejo y la tortuga de agua dulce. Instauración de una economía agrícola y paleoambientes La instauración de una economía agrícola constituye una condición sine qua non para el desarrollo de sociedades complejas. Al comparar las trayectorias culturales desarrolladas en zonas de amplios recursos bióticos, bien repartidos todo a lo largo del ciclo anual y las áreas semiáridas, se observa que los sistemas de explotación de los recursos alimenticios y los modos de ocupación del territorio no han seguido ritmos de evolución similares. Las regiones semiáridas Aun cuando las regiones semiáridas han proporcionado, en razón de las condiciones favorables de conservación que allí reinan, las pruebas más antiguas de domesticación de plantas en la América media, es probable que esas regiones no hayan desempeñado un papel central en la puesta en marcha no sólo de una economía agraria, sino también del conjunto de los procesos que caracterizan un modo de vida neolítica. En cuanto a la domesticación de plantas, es en el valle de Oaxaca, más precisamente en la gruta de Guilá Naquitz, donde se ha encontrado el más antiguo testimonio fiable de actividad agrícola. Se trata de un fragmento de una calabaza comestible, descubierta en un nivel arqueológico de 8 000 años a.n.e. El inventario de plantas que los arqueólogos encontraron en el valle semiárido de Tehuacán (Puebla) muestra también que, entre 5 000 y 3 500 años a.n.e., se explotaban cucurbitáceas, frijoles, chiles, aguacates, granos de Setaria, de amaranto y de maíz y que algunas de esas plantas eran ya objeto de manipulaciones agrícolas.

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Sin embargo, el nomadismo perduró durante mucho tiempo en esas regiones. Estas comunidades poseían un profundo conocimiento del ciclo anual de los diversos recursos silvestres, pero también una gran movilidad para poder explotar ecosistemas dispersos y temporalmente fértiles. Al comienzo de la estación de lluvias -de mayo a octubre-, los habitantes de esas zonas cosechaban las vainas de plantas leguminosas y los frutos espinosos del nopal y de la pitahaya. Al final de la estación de lluvias, se desarrollaban actividades hortícolas en los fondos de las cañadas húmedas. Por otra parte, en otoño se explotaban las nueces y las bellotas de las plantas de las regiones aluviales. Por último, durante el periodo más seco del año, en invierno, se explotaban recursos disponibles todo el año: el venado de cola blanca, el conejo, los lagartos, las aves o los roedores, así como también las raíces de pochote o algodonero silvestre, las pencas del agave y el nopal. Ahora bien, en el estudio de las regiones semiáridas el caso de Tehuacán nos parece muy interesante, ya que muestra que el conocimiento de las prácticas agrícolas, al menos a partir del quinto milenio, no va a cambiar en absoluto el tipo prevaleciente de ocupación seminómada del territorio hasta aproximadamente 1500/1000 años a.n.e. Aun cuando se conocen las prácticas agrícolas, los riesgos que presenta la agricultura de temporal, en un medio semiárido, han incitado a los cazadores-recolectores de Tehuacán a privilegiar la movilidad y el tipo tradicional de explotación estacional de ecosistemas variados, fuente segura y regular de recursos alimenticios silvestres. Las regiones lacustres de montañas y los estuarios costeros o los procesos de neolitización en zonas no áridas El Sur de la cuenca de México, con un régimen pluvial satisfactorio y con sus grandes lagos de agua dulce, constituye, entre el 6000 y el 2000 a.n.e. un buen ejemplo de una región del Altiplano con recursos bióticos densos y variados. Los estudios interdisciplinarios de la fauna y del polen fósil obtenidos en Tlapacoya-Zohapilco muestran que las antiguas comunidades de esta región tenían un acceso directo o de corto radio a diferentes zonas ecológicas, ricas en recursos perennes o estacionales: bosques de robles, de pinos y de alisos, suelos aluviales de alto nivel freático y medios lacustres. Durante todo el año podían explotar la fauna lacustre: pez blanco, pez amarillo, ciprínidos, así como también el pato mexicano y la amplia población de gallinas de agua. En los bosques cazaban diferentes tipos de mamíferos, entre los cuales se contaba el venado cola blanca. Entre los recursos específicos de la estación de lluvia figuraban el amaranto, el género Zea (maíz y teosinte), el tomate verde,la Portulaca, un anfibio comestible, el axolotl (Ambystoma) y reptiles tales como la tortuga del género Kinosternon. Uno de los rasgos más notables en los sistemas de explotación de los recursos regionales era la caza de la densa población de aves acuáticas, en particular la explotación, durante el otoño y el invierno, de las aves migratorias provenientes del Norte del continente: colimbos, avocetas, agachadizas, gansos del Canadá y patos silvestres. Hacia el 5500 a.n.e. los habitantes, en el Sur de la cuenca de México, explotaban, de hecho, diferentes ecosistemas yuxtapuestos que, a lo largo de todo el año, les ofrecían la totalidad de los recursos alimenticios necesarios, así como el agua dulce del lago y de manantiales. Todos estos factores tuvieron como consecuencia una ocupación sedentaria temprana del territorio, tal como lo prueba el hallazgo de vestigios de actividades multiestacionales y de recursos alimenticios de todas las estaciones del año en las zonas de hogares del sitio.

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Así, la evolución cultural de esta zona diferirá sensiblemente de la que se observa en la región semiárida de Tehuacán. De hecho, el estudio de los fenómenos de neolitización en Tlapacoya-Zohapilco, en el Sur de la cuenca de México, ha permitido definir un primer ejemplo americano de sedentarismo precoz. Las consecuencias más importantes de una temprana sedentarización son de diversa índole: se observa generalmente un sentido más agudo de los derechos territoriales, un aprovechamiento sistemático del espacio habitado, un crecimiento demográfico significativo, una organización política de mayor complejidad y el desarrollo de relaciones hombre/plantas más estrechas que tiende a acelerar el ritmo de instauración de una economía agraria. En Guatemala, sobre la costa del Pacífico, la gran variedad de los recursos en la zona de los estuarios costeros parece haber ofrecido también la posibilidad de un sedentarismo antiguo. Más tarde, por otra parte, la vida aldeana se desarrolló rápidamente en la región de Oco. Las playas ofrecían moluscos, cangrejos, iguanas negras; los estuarios marinos y las lagunas, hábitat de cocodrilos, proporcionaban, por su parte, numerosas especies de peces entre las que se contaban el dorado americano, así como ostras y mejillones. La ribera de los ríos constituía el hábitat de camarones, nutrias, tapires, iguanas verdes (Iguana iguana) y caimanes. El bosque interior, con sus árboles frutales, albergaba zorros grises, y numerosos jaguares, hoy prácticamente desaparecidos. En esta zona se descubrió uno de los más antiguos conjuntos cerámicos de la América media. SOCIEDAD: Características de la vida aldeana Gracias a las excavaciones arqueológicas de los últimos decenios, comenzamos a tener una visión más coherente de esta etapa caracterizada por una organización social relativamente igualitaria y una economía predominantemente agrícola. El valle de Oaxaca brinda actualmente el conjunto de datos arqueológicos más claro de este periodo. Hacia el 1400 a.n.e., al principio de la fase Tierras Largas, el valle de Oaxaca estaba ocupado por 17 caseríos permanentes de 3 a 10 casas cada uno. La casa campesina, de planta rectangular, estaba construida con materiales vegetales (postes de pinos, cañas, gramíneas). Las paredes, hechas de adobe, estaban revestidas de una capa de material arcilloso, a veces blanqueado con cal. Las paredes se apoyaban, a menudo, sobre un cimiento de piedras. Cada unidad doméstica se extendía sobre una superficie de unos 300 M2 e incluía la casa propiamente dicha y un espacio doméstico externo. En este último se situaban unas fosas de forma tronco-cónica -cuya primera función era almacenar cereales-, las zonas de entierros familiares, los hornos de barro, así como las áreas dedicadas a la molienda de maíz, a la cocción de alimentos o a la fabricación de vasijas. El perro, y quizás una especie de loro, estaban domesticados. En este área de poco más de 1.100.000 km2, se desarrolló un patrón de civilización mediante el cual las culturas compartieron una serie de rasgos básicos, como la utilización del calendario ritual de 260 días; una concepción del universo en la que el espacio y el tiempo se consideraban como un continuum con un comportamiento cíclico, recurrente; varios elementos en el campo de la religión, incluyendo deidades de similar funcionalidad, autosacrificios de sangre y toma de cautivos; un sistema social estratificado basado en el prestigio; el cultivo del maíz, la calabaza y el frijol como recursos básicos de subsistencia; la confección de libros manuscritos elaborados en pergamino de papel de amate y en piel de venado; la práctica del juego de pelota en canchas de piedra; la construcción de estructuras piramidales y, en definitiva, el sentido de un origen cultural común. El principal elemento a tener en cuenta es que una cerámica tan compleja sólo pudo ser manufacturada por artesanos especializados, manifestando una incipiente jerarquización de la sociedad; la cual se trasluce en la aparición de figurillas emparentadas con cultos a la fertilidad de la tierra que fueron encontradas en algunos suelos de las casas de La Victoria, y que señalan la existencia de especialistas religiosos, tal vez shamanes dedicados a la curación y al ritual a tiempo parcial.

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En cuanto a la política económica, Las referencias a la administración de la economía maya son escasas. Sin embargo, recientemente se han descifrado glifos que hacen mención de una economía a base de tributos (patan, ikats). Además, existen pinturas, especialmente de tipo cerámico, con escenas de extranjeros presentando tributos al rey o a otros funcionarios de la corte maya. Desde 1.200-400 a.C., se caracteriza por un mayor control de los recursos agrícolas, algunos de los cuales están acompañados por técnicas intensivas de producción, y por la formación de grandes centros ceremoniales que integran jefaturas complejas. En estos grandes asentamientos vive una sociedad cada vez más estratificada, sancionada por la obtención, por parte de algunos individuos, de bienes exóticos y de alto rango. Para ello se hace necesaria la existencia de especialistas alejados de la producción agrícola, que elaboran productos de elite y un complicado estilo artístico dirigido a la sanción de una sociedad desigual. En la medida en que este sistema social tiene éxito, es exportado a otras regiones mesoamericanas donde se ha instalado la vida compleja, dando lugar a un horizonte de uniformidad cultural en el cual se fundamentan las formas básicas de las civilizaciones mesoamericanas. Estos acontecimientos alcanzan mayor grado de expresión en una región que abarca 18.000 km2 del sur de Veracruz y oeste de Tabasco. Es un área que no supera los 100 m sobre el nivel del mar, a excepción de las Montañas Tuxtlas, y que está afectada por un alto régimen anual de precipitaciones, por lo que el paisaje resultante es un alto y húmedo bosque tropical alternando con sabanas que en época de lluvias se transforman en pantanos. Entre el 1 d.C. y el año 1.000, según las zonas, algunas culturas mesoamericanas alcanzarán su máximo esplendor. En el altiplano mexicano, Teotihuacan supondrá una cultura de referencia y marcará patrones que estarán presentes más allá de su área de influencia y en periodos posteriores. Algo parecido puede decirse, en el área sur mesoamericana, con respecto a la civilización maya. En la región de Veracruz se desarrollará la cultura zapoteca, que alcanzará rápidamente su periodo de esplendor y decadencia. Hacia el año 1000 d.C. los desarrollos culturales han sentado las bases necesarias para la constitución de estados fuertemente militarizados, que será la característica principal del periodo inmediatamente posterior. Uno de los fenómenos claves de la historia mesoamericana afecta a la decadencia de los grandes centros clásicos, lo que sucederá durante. En un corto lapso de tiempo entre el 750 y el 1.000 d.C. la mayor parte de los núcleos urbanos que habían controlado la vida mesoamericana sufre un proceso de abandono y deterioro, posibilitando que nuevos sitios retomen el poder y se inicie una profunda remodelación de las áreas de influencia y control. El centro de México vive a finales del siglo VIII una etapa de revueltas sociales y de reacomodación del poder debido al fin del Estado teotihuacano; surgen entonces algunos centros muy pujantes desde un punto de vista comercial y militar, que se sitúan en sitios bien defendidos y construyen paredes defensivas a su alrededor. Son capitales de pequeños Estados regionales y protagonizan una etapa de transición hacia un nuevo estado: aquel basado en una sociedad secular y militarizada frente a las teocracias características de la etapa anterior. Para concluir, debemos poner ahora el acento sobre la estrecha relación que existió, en el vasto territorio de la Mesoamérica antigua, entre el intercambio de bienes y la circulación de la información. Los datos arqueológicos ofrecen testimonio de la existencia de redes estructuradas de comercio y de intercambios interregionales que han permitido el transporte, a veces muy lejos de su lugar de origen, de productos tales como la obsidiana, el pedernal, el cuarzo, la amatista, el ónix, el jade, la serpentina, el cristal de roca, la mica, los espejos de mena de hierro, la toba volcánica, el ámbar, la cal, la sal, el asfalto, cierto tipo de arcillas, el algodón, productos para tinturas, caparazones de tortugas o conchas marinas. Todo sistema estructurado de comercio y de intercambio posee una dimensión no económica. A la circulación de los bienes materiales se agrega la información. Por medio de esta doble red, una cierta forma de simbiosis cultural se asocia a la economía. Todas las comunidades de la América media que forman parte de esas redes de comunicación interregionales no sólo manipulan símbolos visuales, un sistema mítico y un campo semántico común, sino que también participan activamente en su codificación, evolución y circulación. Así, la relativa unidad de estilo y de modos de vida que se observa hacia el 1250 a.n.e. -y que precisamente define a Mesoamérica en su forma primera- deriva sin duda de diferentes factores, pero sobre

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todo de la larga ósmosis económica observada entre regiones geológica y bioclimáticamente contrastadas. En otros términos, la cristalización de esta primera expresión de una civilización panmesoamericana y multiétnica no parece ser la consecuencia de la influencia o de la dominación de una región específica -como por ejemplo la costa del Golfo, tal como lo quiere una tenaz tradición académica-, sino más bien, creemos, de una larga maduración cultural en la que pudieron participar de manera activa, y en grados diversos, una gran cantidad de regiones de la América media dotadas, desde fines del segundo milenio a.n.e., de una organización social ya compleja y de sistemas agrícolas eficientes. POLÍTICA: Desarrollo de capitales regionales y cristalización de la civilización mesoamericana A fines del segundo milenio a.n.e. se desarrollan de manera casi simultánea y en numerosas regiones de la América media, varios centros mayores, marcos de un poder político y religioso creciente. Los vestigios arquitectónicos que sobrevivieron indican que esos sitios mayores fueron concebidos según un plan coherente cuyo centro era un espacio de connotación sagrada. En este nuevo modo de organización espacial centrípeto se desarrollan y se intensifican los procesos de jerarquización social. Los testimonios arqueológicos recogidos señalan la aparición de agentes políticos estables y de una clase de dignatarios con vestimentas e insignias específicas, destinados a regir el dominio de lo sagrado. Centros de control y de transmisión de conocimientos, esos sitios mayores fueron también el punto focal de creación de una iconografía elaborada, tal como lo atestiguan las artes lapidaria y cerámica. Las complejas técnicas utilizadas subrayan la presencia, en el seno de esas comunidades, de grupos de artesanos especializados. Por último, el volumen y la variedad de los productos que circulan, a veces sobre distancias considerables, indican que esos centros mayores de la Mesoamérica antigua formaban parte de redes regionales e interregionales de intercambio ya fuertemente estructuradas. La síntesis de los datos arqueológicos recogidos permite observar que, hacia fines del segundo milenio a.n.c., se desarrollaron en la parte meridional de la América media, nuevas estructuras sociales, políticas y económicas, así como sistemas de creencias de complejidad acrecentada. Uno de los fenómenos más notables es el desarrollo, a fines del segundo milenio a.n.e., de una nítida jerarquización de los sitios en los diversos territorios ocupados. Esta jerarquización espacial conduce al surgimiento de asentamientos mayores -focos de integración regional- rodeados por una constelación de pueblos y de aldeas satélites. Los conjuntos de arquitectura pública observados están hechos de tierra apisonada, a veces mezclada con piedra y adobe. En el marco de un trazado planificado se nota la presencia de montículos bajos y de plataformas. Hacia el 1000-900 a.n.c., las estructuras públicas -a veces construidas con piedra tallada- asociadas con esculturas monumentales se multiplican. El desarrollo de sistemas de control del agua, de acueductos y de canales de drenaje refleja una particular maestría de diversas técnicas hidráulicas. En el marco de estas capitales regionales el poder político se intensifica. De algunos bajorrelieves y pinturas rupestres de esta época parecen emanar escenas de ratificación de lazos de vasallaje. La autoridad política parece estar fuertemente marcada por connotaciones sagradas. La iconografía muestra personajes con adornos y emblemas hieráticos singulares, ligados a funciones o rangos eminentes. En todo el cuerpo social, fenómenos de jerarquización se formalizan tal como lo indica, en particular, el estudio de las prácticas funerarias. En una perspectiva más amplia de la antropología política se puede definir a estas primeras comunidades mesoamericanas como "sociedades de rango". Construyeron más de 120 ciudades. Entre las principales ciudades constan: Cobá, Tolum, Palenque, Uxmal, Mayapán, Chichen Itzán (ubicadas en México); Kirigua y Tikal (en Guatemala); y Copán (Honduras).

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Las capitales de la Mesoamérica antigua son núcleos de recepción, creación y circulación de información y de mensajes que, en ciertas instancias, son el objeto de un registro permanente bajo la forma de códigos, de símbolos gráficos o de formas primitivas de escritura grabadas en la piedra o en la arcilla cocida. Gracias a este registro y a los símbolos recurrentes observables, se pueden descifrar algunos elementos relativos a las creencias religiosas y cosmológicas de los primeros mesoamericanos. Parece poco probable que en la Mesoamérica antigua hayan existido divinidades formalizadas. El sistema de creencias parece más bien implicar un universo de potencias sobrenaturales formado por seres compuestos y formas fluidas, constantemente capaz de metamorfosis formal y semántica. La lista de actividades que eran administradas dentro de los centros era impresionante: visitas reales, entrega de tributos y regalos, arreglo de casamientos, presentación de cautivos, autosacrificios, banquetes, adivinaciones, consultas de libros (códices), danzas, teatro y pintura de murales y esculturas. Aunque parece que los funcionarios no estaban organizados en una jerarquía muy formal, formaban una estratificación de diferentes niveles o rangos. En el primer nivel estaban los señores cortesanos (ajawab’), quienes servían como los emisarios, consejeros, asistentes y mediadores más importantes. Entre tales funcionarios se encontraban, probablemente, el ajk’ujun(guardián o custodio de los libros), el guardián de los tributos y el maestro de ceremonias. En otro nivel alto se hallaban quizás los sacerdotes de más categoría (ajk’inib’, rara vez mencionados en los textos glíficos), los gobernadores (sajalab’) y otros oficiales que servían en las provincias. Nota Revisar material de apoyo (Civilizaciones precolombinas): Canal Encuentro, emisión del Ministerio de Educación, Argentina. (2013)https://www.youtube.com/watch?v=GlEQ4UA0Q0I

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2.1.2 LA REGION ANDINA Y EL CONTROL DE PISOS VERTICALES

La importancia del trabajo de J. Murra sobre la Sociedad Andina, adquiere fuerza por el estímulo que ha creado para muchos investigadores el conocer la sociedad Andina. En la obra "La organización económica del Estado Inca", se aborda por primera vez la organización económica y política, sobre todo la utilización del espacio ecológico y la red de reservas productivas para las comunidades. La originalidad de este autor, es de ser el primero en haber estudiado la Sociedad Inca, partiendo de la organización económica y la relación de esta con el Estado. Ha estudiado la sociedad, partiendo de las relaciones entre el Ayllu y el Estado. La

Sociedad Inca es tomada en su totalidad por el movimiento comunidades-centro coordinador (Estado).Es el primero en haber estudiado la responsabilidad del Estado en la gestión del excedente. Las fuentes del trabajo de investigación son las de los cronistas e historiadores. Según el autor mencionado, es importante reconocer los siguientes términos en la historia andina.

a) El Ayllu:

Es presentado como un grupo de parentesco endogamo y de descendencia patrilineal. El sistema de parentesco es conocido sólo en términos generales. Es importante remarcar que J. Murra no distingue netamente familia, Ayllu y comunidad. El derecho de acceso al territorio común por parte de la comunidad es automático y se basa sobre el parentesco y sobre las reglas de reciprocidad. La tierra es poseída y cultivada por el Ayllu de tal modo que exista una identificación con el territorio, tanto en las ligazones de subsistencia como en las relaciones de parentesco marcadas por la pertenencia. La tierra es distribuida periódicamente de acuerdo con las necesidades de la familia y probablemente del Ayllu. La propiedad de la tierra consiste y se justifica por el trabajo común. Las reglas de reciprocidad, existen en el trabajo. El, trabajo entre grupos del Ayllu se hace sin que nadie sea pagado. En la comunidad no existe ni trueque, ni tributación. Es la regla de reciprocidad que funciona entre las familias. Los trabajos tanto en la agricultura como en la construcción de una casa, relevan de un esfuerzo colectivo. El Ayllu es una comunidad auto-

suficiente. "Es imposible de desconocer seriamente la autosuficiencia del Ayllu"().En esta descripción, J. Murra no hace distinción entre propiedad y posesión. Además nos muestra la comunidad como aislada, sin dinámica propia y sin ligazón con otras comunidades. J. Murra, con respecto a la expansión o sea la incorporación de las etnias Andinas en el Tawantinsuyu nos dice: El Estado acepta el derecho inmemorial de la comunidad para conservar sus derechos sobre sus tierras, pero una parte es deducida y ésta se convierte

en dominio del Estado y de la Iglesia.El Ayllu en este Estado es pues la base de la organización económica, conservando su carácter de relación de parentesco, donde las reglas de reciprocidad, funcionan tanto para el Estado como para el Ayllu. Ahora nuestra preocupación es de saber si las reglas de reciprocidad son del orden de la familia o el Ayllu.

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b) El Poder

El Kuraka es el jefe de la comunidad. Pero sus privilegios y su autoridad son objeto de especulación. Según los cronistas, el Kuraka es ya un usurpador instalado por los Inca luego de la conquista, o es un miembro del Ayllu, que goza de privilegios. Para algunos, los Kurakas no reciben ni tributos, ni servicios; para otros tienen derecho a los servicios de parte de los miembros del Ayllu. El estatus del Kuraka y sus privilegios, si los hay son muy vagos, generalmente contradictorios: "Parecen (Kurakas) haber tenido derecho, además de un cierto número de servicios domésticos un tributo les es debido pero jamás bajo formas de bienes"(). J. Murra agrega que "los campesinos deben trabajar la tierra, pero nada más". El papel del Kuraka no está precisado en el funcionamiento de la comunidad, sólo es mencionado cuando se refiere a la estructura del poder del Estado; existen dos cuerpos o grupos de personal en el sistema administrativo Inca; los parientes del Rey y los Kurakas.

c) El Estado Inca

El Estado en el enfoque de Murra aparece como aislado de las comunidades no parece haber una relación orgánica. Después de la "conquista" el Estado integra las comunidades al Tawantinsuyu y esto sin hostilidad de parte de ellas. "Los pacificadores del Cuzco, además de apropiarse de tierras para el Estado y el culto solar integraron sin suscitar hostilidad en la etnia local". El Estado es analizado por J. Murra, en su papel de distribuidor. La particularidad del autor, su originalidad, es de haber mostrado las relaciones entre comunidades y el Ayllu a través del proceso de redistribución de del excedente.

En la Sociedad Inca, cada comunidad como tal y no como familia, está sujeta a una prestación rotativa de trabajo. El tributo consiste en trabajos agrícolas, trabajos de tejidos, el servicio militar obligatorio. La tierra se trabaja según las reglas de reciprocidad; la Mita es un trabajo colectivo, efectuado por los miembros de la comunidad, en beneficio del Estado, a cambio (de este trabajo), éste provee los útiles, la semilla, la comida

para los hombres, durante las jornadas de trabajo.El Estado, nos dice J. Murra, tiene raíces profundas en las instituciones de reciprocidad y generosidad. El Estado reorganiza y proyecta a una gran escala las técnicas y las prácticas Andinas. Las comunidades están sometidas de una manera relativa a los trabajos de la tierra y a los trabajos públicos. Cada miembro de la comunidad de 25 a 50 años de edad, es sometido a esta

prestación de servicio "alma del sistema". El excedente es luego almacenado en numerosos depósitos. El Estado dispone así de una diversidad de productos; con el Estado cambia el sentido y la función de reciprocidad y de generosidad. El Estado controla la vida económica del país, él "obra como un mercado". El Estado organiza sistemáticamente la producción de excedentes a través de prestaciones rotativas y la creación de fondos estatales. El Estado, absorbe el excedente de la comunidad, destina para alimentar los linajes reales, nutre a aquellos que hacen su servicio militar y a aquellos que efectúan trabajos y finalmente

las distribuyen bajo formas de dones.En el estudio de Murra lo que resalta es el estatus del ayllu, es percibido como relación social. En cambio el Estado, es descrito bajo el aspecto funcional y su naturaleza es desconocida. A partir de ahí El Estado tiene carácter externo y se sitúa por encima de las comunidades como

una máquina administrativa.Murra aísla arbitrariamente el Estado de la comunidad, es un elemento exterior con relación a ella. Esta separación no le permite presentar el Ayllu, como una estructura dominante y estructurante el Estado. Es decir no aparece como resultado del desarrollo de un proceso de generalización de las comunidades. El Estado no encuentra una determinación sino es definido como una maquinaria externa integrando las comunidades.

El Estado aparece como una máquina exterior que somete a las comunidades, constriñéndolas al trabajo obligatorio, sin hostilidad de parte de éstas (comunidades). El Estado presenta un carácter ambiguo, y ostenta como tal, en la medida en que, es éste mismo que fija la ideología y somete las comunidades junto a su propia ideología (reciprocidad).

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Por otra parte, el Estado se presenta como una fuerza exterior, tendiente a someter a las comunidades; el problema es saber, ¿cuál es el origen del Estado? ¿Cuál su relación con el Ayllu? El Ayllu, es grupo de parentesco y una relación social, donde las relaciones económicas están basadas en la reciprocidad. El Estado es concebido como una relación de apropiación y de redistribución. Si se reduce el Ayllu solamente a la relación de parentesco no permite pensar como una relación social, sólo a partir de la relación social es posible encontrar una explicación de la formación del Estado.

Esta ambigüedad entre relación de parentesco y social nos parece una de las limitaciones de Murra en la comprensión del Ayllu. Es decir, de haberse quedado en su estudio, sólo a nivel de las relaciones de reciprocidad del Ayllu y no haber visto el movimiento dialéctico de expansión y de multiplicación del Ayllu, ni la lógica simultanea de la propiedad común y posesión privada en el encadenamiento de los Tampu. J. Murra bajo ese marco sitúa el Estado sólo a nivel del Tampu, pero no ve en este circuito (Tampu), la red organizada por la cual, las comunidades se procuran de un mecanismo de redistribución del excedente que circulan en una sociedad donde existe la “ausencia” el dinero.

Murra considera al Estado Inca como la maquinaria que juega el papel de mercado en la redistribución de los productos. Y no así el proceso de la generalización del Ayllu de la lógica de la nomenclatura. El mercado es un dado, donde se distribuyen los bienes, pero esto nos lleva a preguntar cómo se constituye este mercado y cual la relación mercado y Estado. El Estado corresponde a una cierta necesidad lógica que exige la extensión, la generalización del Ayllu y al mismo tiempo, el Estado no es más que el resultado de esta generalización. De esa manera, el Estado, tiene la misma ideología que el Ayllu y no hace más que reforzar la ideología del Ayllu y recíprocamente.

Durante los períodos de Desarrollo Regional (500 a.C.-500 d.C.) e Integración (500 d.C.- 1 460 DC.), que culminaron con la conquista incaica, se consolidó y profundizó el desarrollo de la agricultura, se crearon relaciones intensivas de intercambio, aprovechando la verticalidad andina, en el sentido descrito por John Murra y Frank Salomon, y se consolidaron organizaciones sociales y políticas más complejas, con la sofisticación de la cerámica y la introducción de la metalurgia, alcanzándose un notable desarrollo preurbano. Estas transformaciones fueron acompañadas de un significativo crecimiento demográfico y una utilización más extensiva de los recursos naturales, sobre todo en el Centro Sur de la Costa desde el período de Desarrollo Regional, y en la Sierra durante el período de Integración.

Los nuevos cultivos permitieron mayores densidades poblacionales; se introdujeron principalmente la yuca, el cacao, el maní, el ají, el camote, el tomate y el tabaco en la Costa, y la oca, la quinua, la zanahoria, la mashua, el melloco, la chira y el pimiento, que complementaron a la papa, el maíz y el fréjol en la Sierra.

El crecimiento demográfico en la Costa fue muy significativo, aunque desigual. Mientras la franja costanera del centro-sur de Manabí (Salango, Jaramijó, Jocay, Puerto Cayo y Puerto López) habría experimentado un elevado crecimiento iniciado durante el periodo de Desarrollo Regional (cultura Manteña), alcanzando densidades poblacionales comparables a las de la segunda mitad del siglo XX, la península de Santa Elena y la provincia de El Oro fueron afectadas por un proceso de desertificación cuyas causas permanecen poco conocidas, lo que provocó que su población se estancara o no creciera en la misma proporción. La deforestación podría haber influido en este cambio climático de larga duración.

Aunque hay alguna evidencia de densidades significativas en la Costa Central (entre Santo Domingo y Babahoyo) y existe una importante riqueza arqueológica en Esmeraldas (cultura Tolita), es muy probable que en las áreas cubiertas por bosques húmedos tropicales de la Costa y la Amazonía se hayan desarrollado culturas principalmente basadas en caza, pesca, recolección y agricultura itinerante. Las densidades poblacionales parecen haber sido relativamente bajas, como consecuencia de la abundancia de recursos de caza y recolección, que hace menos probable el establecimiento de la agricultura sedentaria como fuente principal de subsistencia, las dificultades de los suelos amazónicos para la agricultura, y sobre todo el impacto de las enfermedades tropicales, como ha ocurrido en otras regiones similares del mundo. Una de las pocas excepciones en este sentido es la cultura Maya, que alcanzó un significativo desarrollo urbano en

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medio de la selva tropical.

Las evidencias arqueológicas confirman que en la Amazonía la agricultura sedentaria se limitó a las orillas de los ríos, donde las crecidas renuevan la fertilidad del suelo. En las restantes áreas prevaleció una agricultura itinerante o nómada, combinada con caza, pesca y recolección, y con densidades bajas de población. Los límites de los suelos para la agricultura impidieron cambios hacia formas sedentarias de agricultura más generalizadas. En la Sierra el crecimiento demográfico durante el período de Desarrollo Regional fue bajo, posiblemente como consecuencia de erupciones volcánicas de gran magnitud del Pichincha o el Quilotoa. Por el contrario, durante el período más reciente de integración, se alcanzaron densidades elevadas, estimándose que en el área Cara (la Sierra entre Pasto y el Azuay) la población habría llegado a entre 1,5 y 2 millones de habitantes.

En los valles interandinos la presión demográfica habría generado una extensa tala de los bosques naturales y su substitución por especies de gramíneas y otras herbáceas. La construcción de terrazas tuvo menor difusión que en el Perú, pero alcanzó aproximadamente 2 500 hectáreas solamente en la provincia de Imbabura. En la misma provincia se ha encontrado el uso extensivo de “camellones” para el control de aguas y el drenaje en aproximadamente 2 000 hectáreas. Estas obras evidencian una fuerte presión demográfica. De la misma forma, la construcción de pirámides como las de Cochasquí y Zuleta (600-1 200 d.C.), que demandaron contingentes considerables de fuerza de trabajo durante períodos prolongados, atestiguan las altas densidades poblacionales que se alcanzaron nuevamente sólo en el siglo XX.

A diferencia de los “Andes de Puna” de Perú y Bolivia, donde la hostilidad del clima y la baja pluviosidad impulsaron la construcción de complejos sistemas de irrigación y demandaron mucho de organizaciones sociales y políticas centralizadas (lo que culminó en el imperio Inca), en los “Andes de Páramo” ecuatorianos, la relativa generosidad de las condiciones naturales y la mayor fertilidad de los suelos favorecieron un desarrollo alternativo, donde los centros urbanos jugaron principalmente el papel vinculado al intercambio comercial y a funciones ceremoniales y religiosas, y la organización política permaneció descentralizada entre los distintos señoríos étnicos. El tema, sin embargo, está sujeto a debate y existen otros argumentos que pueden explicar la dispersa estructura política de los “Andes de Páramo”.

Agricultura multicíclica.

La base de la economía de los curacazgos fue la agricultura, sustentada en un conocimiento amplio del medio ambiente. Este conocimiento permitió a las sociedades aborígenes desarrollar un sistema de agricultura multicíclico en diversos pisos altitudinales contiguos, con un aprovechamiento óptimo de la fuerza de trabajo, debido a que paralelamente se realizaban varios ciclos productivos. Esta forma de utilización del espacio agrícola es más evidente entre los curacazgos que tenían sus centros poblados en la sierra, curacazgos que utilizaron áreas productivas desde los 3.000 m. sobre el nivel del mar, hasta zonas en los 2.000 m., propias de los valles interandinos o de las cejas de montaña.

La explotación y utilización agrícola de estos pisos altitudinales, localizados contiguos a los centros poblados, se hizo por medio de un tipo de productores quienes, desde su pueblo de origen se desplazaban temporalmente a los diferentes pisos ecológicos (llamados islas) con ese propósito; a ellos se los conoció con el nombre de camayuc. Es así como los curacazgos caras y pastos mantenían en claves productivos en el valle del Chota, los puruháes en la cuenca del río Chanchán, o los pueblos panzaleos en territorios de los valles de Patate y del Guayallabamba.

En el caso de las sociedades del Litoral se han encontrado evidencias de modelos similares a los serranos, con núcleos de vivienda cerca del mar, preferentemente, en los valles fluviales, y con islas en las zonas del interior, como es el caso de los pueblos de la zona de Agua Blanca, en el sur de Manabí.

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Actividades comerciales.

Esta estrategia productiva de autobastecimiento agrícola (gracias a la explotación de diferentes pisos ecológicos hecha por una misma comunidad indígena) se combinó con actividades comerciales de carácter local y regional, lo que aseguró un abastecimiento regular de diversos productos. Las actividades comerciales se hicieron bajo dos modalidades: una libre y otra dirigida.

En el primer caso, se trató de un intercambio comercial en mercados, llamados "tianguez", realizado por individuos comunes con fines de abastecimientos de productor básicos de consumo (tubérculos, maíz, algodón, etc.). En cambio, el comercio dirigido fue ejecutado por un grupo de especialistas, llamados "mindala", que actuaban en nombre de un señor o curuca. Los miembros igualmente comerciaban en los tianguez, pero allí intercambiaban productor exóticos y de uso ceremonial como la coca, la sal, el oro y la chaquira.

En la región serrana tuvieron especial importancia económica los valles interandinos secos como: el Chota, Guayllabamba, Chanchán, Patate y Paute, entre otros. Estos valles sirvieron para el cultivo y explotación de variados productos agrícolas tales como el algodón, la coca, la sal, el ají, el añil y las frutas. La siembra de estos productos se realizó en las terrazas aluviales de las cuencas hidrográficas (playas o patas) y su control productivo lo ejercieron unidades políticas residentes en los mismos valles, pero también por colonias o enclaves pertenecientes a otros curacazgos del callejón interandino, de tal manera que estos espacios fueron multiétnicos, es decir, aprovechados por diversos grupos étnicos.

Las relaciones que surgieron de esta convivencia cedieron sobre la base de acuerdos en torno al control de la tierra, al uso del agua y a la disponibilidad de mano dura. Todo lo señalado dio lugar a una diversidad de relaciones de trabajo sobre cuya base surgieron diferentes tipos de trabajadores como los ya mencionados camayac, los llamados "forasteros", que prestaban su fuerza de trabajo a cambio de una parte de la producción, o los yanas, indios a los que se les había limitado su libertad.

En la región amazónica y en el litoral se formaron colonias con una economía especializada principalmente en sitios aptos para la producción o explotación de algodón, coca, sal y chaquira.

Estos lugares de producción especializada fueron al mismo tiempo centros de intercambio (tianguez), los cuales tuvieron la condición de mercados abiertos a donde concurrían vendedores y compradores comunes y también comerciantes especializados de diversas regiones, quienes probablemente formaron parte de circuitos de intercambio mayores que vinculaban comercialmente a pueblos de la sierra con pueblos de la Amazonía y de la costa.

Los mindalaes debieron conseguir en estos lugares los bienes exóticos que requerían sus sueños. Bajo este sistema de intercambio, ciertos productos agrícolas locales adquirieron la condición de moneda, tal es el caso de chaquira, en algunos pueblos de Guayas y Manabí, y en la sierra el de la cocla, en lugar como Pimampiro, y el de la sal, en las Salinas, de Imbabura y Bolívar.

Los curacazgos huancavilcas y manteños, apoyados en una importante tecnología de navegación marítima, practicaron un importante comercio a larga distancia que les llevó hasta las costas del Perú y seguramente hasta las de Colombia. Su principal producto de intercambio era el "mullo" o la concha Spondylus, considerada importante símbolo de fertilidad entre las poblaciones nativas.

Organización social y política.

Los sistemas de organización social de los pueblos prehispánicos se sustentaron en grupos de parentesco ampliados. A estos grupos se les conocer con el nombre de ayllus. Si bien es un vocablo quichua, probablemente originario de los Andes centrales, los principios básicos de su organización responden a elaboraciones de los propios grupos norandinos.

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La poliandria (la posibilidad que los hombres tengan varias esposas), las normas exogámicas (la prohibición de casarse, dentro del mismo grupo hasta la cuarta generación), o la dualidad en el ordenamiento de sus territorios o de sus grupos familiares, entre otros, son sus características básicas.

Cuando el ayllu está relacionado con el territorio y con los medios de producción básicos, se transforma en llajitacuna. Ahora bien, cada curacazgo estaba integrado por uno o varios ayllus. En los Andes septentrionales del actual Ecuador, a diferencia de lo que ocurrió en los Andes centrales (Perú y Bolivia), los ayllus, como tendencia general, eran unidades demográficas pequeñas cuyo número fluctuaba entre las 200 y 1200 personas. Aunque generalmente su tamaño más bien gravitó alrededor de sólo las 200 personas. En términos de organización política, cada ayllu tenía su propia autoridad (a la que los españoles designaron con el nombre de principal), autoridad que dependía a su vez de un cacique mayor, que ejercía el poder sobretodo el curacazgo.

En general, los curacazgos se caracterizaron por ser grupos autónomos en términos políticos y económicos, ya que hay pocas evidencias de confederaciones o alianzas entre ellos. El poder de la autoridad de los caciques mayores o señores étnicos se sustentó en la capacidad de movilización de mano de obra, obtenida como tributo, y en la posibilidad de redistribuir bienes exóticos entre los miembros de cacicazgo. Al analizar su comprensión social se evidencia la acentuación de importantes procesos de diferenciación social, que ya se iniciaron entre los pueblos indígenas en siglos anteriores. Estos grupos, tal como lo muestran los estudios de los pueblos del Valle de los Chillos, en el área Panzaleo, socialmente estaban conformados por una élite indígena privilegiada compuesta de los señores étnicos y sus parientes que no sólo percibían un tributo en mano de obra para el trabajo de sus tierras, sino que a su disposición estaban varios grupos familiares mindala y yanas; por un sector de especialistas artesanos y comerciantes o mindales, objeto de trato diferencial al interior del curacazgo, en tanto no estaban obligados a tributar en fuerza de trabajo como lo hacía la población común, sino en especies; por la población común mayoritaria, la cual en cambio generalmente estaba obligada a tributar al cacique en fuerza de trabajo y sólo en algunos casos en productos, y por los yanas, población con limitada libertad, que dependía directamente del cacique.

Creencias religiosas.

De acuerdo con las evidencias documentales, cada grupo étnico poseía su propio sistema de creencias religiosas. Más al mismo tiempo, y gracias seguramente a las relaciones comerciales existentes entre los diferentes grupos étnicos, compartieron también un conjunto de creaciones religiosas que asumieron el carácter de supra local. Así pues, entre las poblaciones indígenas coexistió, por lo tanto, al mismo tiempo un sistema de creencias religiosas de orden local y, por otro lado, un conjunto de creencias de orden regional.

Entre estas poblaciones de voz guaca sirvió para referirse a las divinidades, adoratorios o lugares en donde se colocaban los ídolos. Existió una jerarquía de guacas con funciones definidas: mayores, menores y personales. Entre las mayores tenían más importancia las guacas de origen o pacarinas, que representaban el origen o inicio; en el panteón andino, fueron una constante y era de carácter regional y local. Cada grupo étnico tenía su propia pacarina, que la representaba en diversos objetos de la naturaleza. Entre los Paltas era la Acancana, representada por un montón de piedras sobre un cerro, y entre los cañaris era el cero de Guasaynan o Huacayñan.

Las divinidades mayores más comunes fueron el sol y la Luna independientemente de su difusión como dioses durante la expansión Inca. En cuanto las guacas menores, la característica fundamental fue su difusión regional, es decir, su carácter divino era reconocido por un grupo étnico o ayllu. Estos dioses eran los nevados, cerros y montañas, piedras y lagunas, designados con nombres propios.

Los puruhaes tenían como guaca principal Tulapuc, y como guaya menor, Puna; entre los panzaleos existieron dos guacas principales: el cerro Piccinca y el nevado Yllinca y una guaca local, representada por un cerro llamado Andazana. En cuanto a las guacas personales, se designaban como malquis y consistían en un culto personal representado por un antepasado o un objeto que le perteneció.

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Las sociedades tribales.

A diferencia de los curacazgos las sociedades tribales, que basaron su sobrevivencia en la recolección y en una incipiente agricultura, se organizaron bajo un modelo de economía diverso y hasta hoy poco esclarecido. Lo que mejor se conoce son sus prácticas comerciales, lo que les permitió a estas sociedades a establecer relaciones entre comunidades que no pertenecían a la misma región. Por ejemplo, debido al comercio de larga distancia, los quijos y jívaros se vincularon comercialmente con comunidades serranas, utilizando diversas rutas de intercambio. Por su parte los lachas, chachis y yumbos mantuvieron tratos comerciales no sólo con pueblos de la sierra, sino también con algunos de la costa.

El estado inca se apoyó en algunas técnicas y normas de subsistencia extendidas en la mayor parte del callejón interandino. Así, por ejemplo, los principios andinos de "reciprocidad" y "redistribución" fueron pautas que permitieron al Estado en expansión obtener, de las comunidades que se fueron incorporando, cuotas de trabajo para el Tawantinsuyu. Tanto la tradición de "obligaciones reciprocas comunales" de trabajo por turnos, cuanto una "generosidad obligatoria" de la autoridad, fue muy común en el mundo andino y no pueden equipararse hoy en día a un tipo de tributo; por ello, las investigaciones aluden mejor a un préstamo acordado de trabajo, junto a las obligaciones gubernativas. Para conseguir mano de obra el Inca presentaba una variedad de dádivas a los representantes de las comunidades y a su vez las etnias acordaban, por ejemplo, ocuparse de confección de textiles, o de un servicio guerrero, y de la labor de las tierras estatales y de culto. Al parecer estos medios resultaban menos onerosos que la coerción.

Debido a esas normas andinas antiguas, en la etnia que aceptaba aquella modalidad, la organización de tareas y el período de dedicación se convirtieron en obligaciones comunales acordadas por todos con anterioridad. Este fue un tipo de prestaciones ordinarias, que cada unidad familiar al interior de la comunidad otorgó rotativamente al Estado y que es conocida como mita. Otra forma de prestación fue la dedicación total de ciertos grupos (kamayuj) a tareas especializadas o eventuales como la minería, obras públicas y labores textiles. Otra posibilidad -tardía en instituir- consistió en la provisión de un tipo de mano de obra sin regirse a las formas de reciprocidad, debido a que fue un grupo de personas (yana) que perdieron su condición de miembros de una comunidad y que cumplían exclusivamente objetivos estatales.

El Estado captó el resultado del trabajo de las etnias, de los kamayujy de los yana, para obtener reservas que se destinaron en su mayor parte en actividades guerreras y en la manutención de las demás comunidades que entregaban otros turnos de trabajo (mita). Otra parte importante de la producción se utilizó en el funcionamiento y en las dádivas gubernativas. También se construyó una red vial (Q' apaqñan) que cubrió unos 4.500 km. de la cordillera de los Andes. Además, la cantidad de mano de obra vasta facultó al incario para adquirir recursos agropecuarios. En la conservación de alimentos se aplicaron excelentes técnicas, que permitieron almacenar cantidades grandes de productos en los depósitos estatales, mientras que la acumulación de bienes contribuyó para que el gobierno inka cumpliera, además del gasto administrativo, con la redistribución a nivel estatal y las exigencias de la reciprocidad, configurando un sistema de prestaciones rotativas y depósitos estatales (J. Murra, 1975; 1978).

Este esquema organizativo general implicó formas diferentes de control, según el tipo de actividad estatal. Si bien hubo funcionarios vinculados al Inca por parentesco, hubo otros por designación de confianza, junto a autoridades étnicas locales que conservaron sus funciones antiguas en beneficio del incario. Una de las actividades más notorias de aquellos funcionarios fue el registro detallado de la población y de los recursos de subsistencia, denominado k' ipu.

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Otro tipo de funciones con responsabilidad estatal fue los mitmaj. Se trató de comunidades o etnias enteras que fueron trasladadas desde su lugar de origen hacia regiones preestablecidas por el gobierno. La finalidad del traslado fue múltiple, considerando objetivos políticos y económicos. Hay información acerca de poblaciones que fueron movilizadas bien como forma de sanción, o como vigilancia de las fronteras del Tawantinsuyu. Los indicios de objetivos productivos se refieren en su mayoría a la apertura de nuevas zonas agrícolas para el sustento del estado, donde una parte de la tierra de los curacazgos fue empleada para usufructo del Inca y del Tawantinsuyu. Las labores fueron coordinadas con el ciclo agrario de cada región y consideraron el estilo de trabajo de cada etnia, porque en la época del Tawantinsuyu los curacazgos locales permanecían sosteniendo el acceso de los miembros de los ayllu a todos los medios de vida de su grupo. Sin embargo, algunos historiadores sugieren que al final de la existencia del incario se ha podido constatar una presión creciente del Estado para obtener mano de obra, que afectaba la permanencia autosuficiente de las comunidades locales y que pudo conducir hacia un control particularizado sobre los recursos económicos.

La región andina comprende Ecuador, Perú, Bolivia, norte de Chile y noroeste argentino. Para su mejor estudio se diferencian tres subregiones muy distintas entre sí:

La costa: tierras bajas o llanos. Franja árida con muchos ríos transversales que bajan de la cordillera.

La sierra: tierras altas. Área de valles con cultivos hasta 2500 metros de altura y la puna que llaga hasta unos 4200metros sobre el nivel del mar.

La selva: extensión de bosques sobre la Amazonía.

Como bien demostró John Murra, el trabajo de los mitayos que rotaban entre los andenes verticales aseguraba la autosuficiencia de sus comunidades serranas (ayllus).

La zona de la sierra andina (tierras altas), es la franja entre la costa y la selva. La sierra es una zona diversa y de contrastes llamativos que encierra ambientes heterogéneos. En esta zona se diferencian distintos pisos ecológicos ubicados a diferentes alturas de la cordillera. La variante en la altitud produce temperaturas y recursos disímiles que el hombre andino aprendió a controlar y a utilizar para su supervivencia.

Uno de los fenómenos más importantes de la organización andina del espacio fue el desarrollo de sistemas económicos que permitieron controlar simultáneamente una variedad de microclimas en diversos pisos ecológicos (Murra 1972). Este primer patrón de ocupación del espacio nacional, que denominamos control múltiple de los ecosistemas de Charcas, antiguo patrón andino, fue compartido por etnias muy distantes entre sí y muy diferentes en lo económico, social y político. Por ejemplo, este patrón se presentó entre los Yacha (quechua hablantes de Chaupiwaranga), los Tiwanacu, los Lupaqa, los Wari y los Inka, diferentes desde el punto de vista de la organización social y económica, y el funcionamiento de sus sistemas políticos.

Basado en las fuentes etnohistóricas del siglo XVI, el antropólogo John Murra planteó en 1972 la tesis sobre “El Control Vertical de un Máximo de Pisos Ecológicos”. Las principales fuentes utilizadas por Murra fueron las visitas de Iñigo Ortiz a las comunidades yaros, huamalies y chupaychus de Huánuco y la de García Diez de San Miguel a los lupacas de la Meseta del Collao.

El "Control Vertical de los Pisos Ecológicos" era un ideal que compartieron muchos reinos serranos y, posiblemente, costeños. Este modelo, llamado también, “Técnica de los Archipiélagos”, consistía en el control simultáneo de “islas ecológicas” por parte de un estado cuyo núcleo demográfico y centro de poder podía encontrarse a decenas de kilómetros de distancia. Es característica importante de este modelo, el no ejercicio de soberanía o control político-militar de las regiones intermedias que separan el núcleo y los enclaves. Estas “islas ecológicas” eran colonizadas por mitmaqkuna (ayllus movilizados) que conservaban sus casas y sus derechos en la etnia de origen. Los mitmaqkuna o colonizadores se dedicaban a la producción o aprovechamiento de recursos que por condiciones altitudinales o climáticas en el núcleo no se obtenían. El afán por extender el “archipiélago” era vital pues de ello dependía el acceso a recursos como coca, madera,

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algodón, maíz, minerales, guano o recursos marinos.

Este macro-sistema según el etnohistoriador probablemente fue lo que les permitió sobrevivir a las adversidades naturales. Su hipótesis afirma que cada etnia contaba con una zona nuclear en la que se encuentra el grueso de la población, el poder político y la producción de los alimentos básicos, tales como el maíz y los tubérculos. Además de esto plantea que en las periferias del núcleo existían islas o archipiélagos en los cuales se desarrollaban el cultivo y explotación de los demás recursos, estas islas se encontraban al norte, sur, este y oeste, y a distancias de días o semanas del centro social, en ellas se establecían rebaños de llamas y alpacas, se cultivaba algodón, ají, la coca, etc., se explotaban los bosques para abastecerse de madera, además de la presencia de salinas, entre otras cosas.

Estos pisos ecológicos eran desarrollados, controlados y cuidados por mitmaq’s, los cuales eran sujetos enviados a posiciones estratégicas desde el núcleo para cumplir funciones económicas, sociales, culturales, políticas y militares. Estos a pesar de estar lejos de su etnia conservaban sus derechos y su lazo comunal.

Por lo general estas zonas de desarrollo tenían un carácter multiétnico debido a que en estas compartían diferentes grupos étnicos, los cuales se diferenciaban por una serie de distintivos étnicos. Dentro de los archipiélagos existía una convivencia pacífica, dentro de la cual cada comunidad hacia un esfuerzo para conseguir sus recursos.

Dentro de su texto además toca el tema del modelo de archipiélago vertical usado por los Incas, en el cual el modelo principal sufrió diversos cambios debido al sistema incaico, el cual era más complejo por la gran cantidad de habitantes. En este caso las islas o archipiélagos ya no necesitaban tener proximidad con el núcleo porque poco a poco fueron apareciendo nuevas funciones independientes, como por ejemplo la especialización artesanal, monopolizando las instituciones de redistribución e intercambio de bienes por medio de los mitmaq.

Este control vertical sin duda alguna fue compartido por la mayoría de las comunidades étnicas andinas, y tiene una relación directa con el control y desarrollo económico, y en cierta medida social y cultural de estas comunidades. Mediante este John Murra refleja la alta capacidad de adaptación que poseía el hombre andino, y como a raíz de sus necesidades fue capaz de crear un sistema socio-económico estratégico.

Finalmente se entiende que se cumple el concepto de control vertical de un máximo de pisos ecológicos ya que las comunidades andinas supieron hacer uso de la diversidad ecológica que se les presentaba en cada piso, ya sea aprovechando el clima, el relieve, la altura y los demás factores que ofrecía su medio, para el desarrollo de su sociedad.

Nota Revisar material de apoyo (entrevista fragmentada a John Murra): https://www.youtube.com/watch?v=12unr4yx83o

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2.2 LA DOMINACIÓN COLONIAL DEL "NUEVO MUNDO"

2.2.1 FORMAS ECONÓMICAS DE DOMINACIÓN COLONIAL: MITAS, OBRAJES, CONCERTAJES Y HACIENDA

Los objetivos de la colonización Para 1492, España se había consolidado como una de las primeras naciones europeas que, en la era moderna, se unificaron bajo un gobierno central. Esto se había logrado después de varios siglos de lucha armada contra la presencia árabe en la Península Ibérica, la así llamada “Reconquista” desde el norte. Con la expulsión de los últimos moros del sur, en Granada, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón –los Reyes Católicos– aseguraron su dominio del nuevo reino unificado que ahora era España. También en ese año se decretó la expulsión de los judíos (o su forzosa conversión al cristianismo), y se publicó la primera gramática española (Antonio de Nebrija 1441-1552). Estos datos revelan tres de las bases ideológicas y políticas con que se inició la expansión española en América. En primer lugar, había un ejército muy organizado y ansioso de nuevas conquistas heroicas en nombre del cristianismo. En segundo término, el Catolicismo, el idioma español y el absolutismo de la Corona eran los elementos unificadores de la nueva identidad nacional. Y un tercer factor, no menos importante, era la ambición expansiva, en busca de riquezas para premiar a los héroes de la Reconquista y sostener una economía basada en la guerra y en la posesión de tierras. Ya que el comercio comenzaba a florecer en Europa, la compra y venta de mercancías era una dinámica social fundamental que utilizaba el oro y la plata como monedas de cambio. Desde fines del siglo XVI se abre un nuevo período de la dominación colonial en la Audiencia de Quito. La estrategia española orientada a hacer de América un centro proveedor de metales preciosos, generó una especialización regional dentro del imperio colonial. La Real Audiencia de Quito emergió entonces como un importante abastecedor de tejidos y alimentos para los grandes centros de explotación minera de Potosí. La encomienda fue perdiendo importancia hasta ser suprimida, y se consolidó el mecanismo básico de la organización económica, la llamada mita. Esta institución de origen incaico, reformulada por los colonizadores, consistía en un determinado tiempo de trabajo obligatorio que los indígenas varones adultos tenían que realizar. La Corona distribuía este tiempo de trabajo, reservándose parte de los mitayos para obras públicas y entregando los demás a los colonos españoles que requerían de mano de obra. Aunque el trabajo era forzado, tenía que pagarse un salario, lo cual garantizaba al Estado que los indígenas dispusieran de recursos para el pago del tributo. Los mitayos trabajaban principalmente en la producción textil y la agricultura. Los llamados obrajes –centros de elaboración de paños– se desarrollaron enormemente, de manera especial en la Sierra norte y centro. La Real Audiencia de Quito se transformó de ese modo en uno de los polos dinámicos del imperio colonial español, con una actividad productiva y de intercambio especializada, aunque por ello sumamente vulnerable. El poder económico se concentró en manos de los grandes productores y comerciantes de textiles, que manejaban obrajes propios o alquilaban los de la Corona. Se definió una relación de explotación metrópoli-colonia, en la cual las riquezas producidas iban en parte a manos de los grupos dominantes locales y fundamentalmente a alimentar el funcionamiento de la economía española, que a su vez era crecientemente dependiente de los centros más dinámicos de la manufactura y el comercio europeos. Determinada estructuralmente por el hecho colonial, la economía de lo que hoy conocemos como Ecuador era desde esta época influenciada en forma directa por su inserción en la economía internacional.

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Mita Desde fines del siglo XVI se abre un nuevo período de la dominación colonial en la Audiencia de Quito. La estrategia española orientada a hacer de América un centro proveedor de metales preciosos, generó una especialización regional dentro del imperio colonial. La Real Audiencia de Quito emergió entonces como un importante abastecedor de tejidos y alimentos para los grandes centros de explotación minera de Potosí. La encomienda fue perdiendo importancia hasta ser suprimida, y se consolidó el mecanismo básico de la organización económica, la llamada mita. Esta institución de origen incaico, reformulada por los colonizadores, consistía en un determinado tiempo de trabajo obligatorio que los indígenas varones adultos tenían que realizar. La Corona distribuía este tiempo de trabajo, reservándose parte de los mitayos para obras públicas y entregando los demás a los colonos españoles que requerían de mano de obra. Aunque el trabajo era forzado, tenía que pagarse un salario, lo cual garantizaba al Estado que los indígenas dispusieran de recursos para el pago del tributo. Los mitayos trabajaban principalmente en la producción textil y la agricultura. Los llamados obrajes –centros de elaboración de paños– se desarrollaron enormemente, de manera especial en la Sierra norte y centro. La Real Audiencia de Quito se transformó de ese modo en uno de los polos dinámicos del imperio colonial español, con una actividad productiva y de intercambio especializada, aunque por ello sumamente vulnerable. El poder económico se concentró en manos de los grandes productores y comerciantes de textiles, que manejaban obrajes propios o alquilaban los de la Corona. La mita durante el periodo colonial fue un trabajo obligatorio de los indios varones entre 18 y 50 años a favor del Estado español, este administraba la mano de obra indígena en función a los pedidos de las diversas “industrias” españolas. Cabe recalcar que la mita no surgió con la llegada de los españoles, sino que existía en la época precolombina, ya que los Incas la practicaban dentro de su imperio, aunque la diferencia fundamental entre la mita precolombina y la mita colonial era el pago de un salario en la segunda. En la colonia existieron distintas mitas, según el trabajo que se realizase. La mita agraria, para el trabajo en las haciendas, duraba tres o cuatro meses. La mita minera se hacía en las minas y duraba diez meses. La mita de obraje, entretanto, se realizaba en las incipientes fábricas textiles. Pese a la existencia de salario, en la práctica, la mita se transformó en el trabajo perpetuo y forzado de los indígenas. De este modo, los españoles se enriquecían y las comunidades se desintegraban. El modelo de trabajo con mitayos, puesto en funcionamiento en las minas de Potosí, se intentó traspasar a Zaruma, convirtiéndola en un importante foco minero. Para ello se trasladaron indígenas procedentes de las regiones de Cuenca y Loja. Las posibilidades de las minas de Zaruma eran incomparablemente menores a las de Potosí; de este modo la Audiencia de Quito se transformó en una región subordinada a la distribución del trabajo y producción aplicada a escala del virreinato. Sobre la base de esta dependencia surgió el aparente desarrollo económico de las provincias quiteñas, cuya producción se orientó a los ramos textiles y agropecuarios. A estas labores se destinaron los mitayos en la Audiencia quiteña. Las innumerables reclamaciones sobre malos tratos sufridos por los indios de las industrias textiles obligaron a la Corona, a finales del XVII, a decretar la extinción de los obrajes de comunidad y, en 1704, a abolir las mitas en los obrajes. Las crisis mineras peruanas y neogranadinas, a las que acompañó un gran descenso de la población indígena en ambos territorios permitió a Quito asentarse como un territorio económicamente independiente y próspero, ya que su mano de obra tributaria siguió aumentando y los tejidos que elaboraba se adueñaron de los mercados marginales, consiguiendo a cambio de ellos plata y oro que cimentaron su prosperidad.

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Los Obrajes Eran talleres de manufactura artesanal, para producir textiles de los cuales se confeccionaban prendas de vestir, los de primera calidad eran exportados a Europa, los de segunda, vendidos a los mismos indígenas y los de tercera, era parte de pago a los mitayos, en estos talleres operaban indígenas, por ley, pero la infamia de los “patrones” obligaba a que trabajen niños, niñas, ancianos y mujeres, por lo que los obrajes llegaron a constituir vastas masas laborales. El trabajo era realizado por esclavos negros o por indígenas que debían cubrir con su trabajo un tributo a los españoles. Aunque también había hombres libres que laboraban en los obrajes y a quienes pagaban poco. Los obrajes se concentraron principalmente en Quito, Latacunga y Riobamba. En estas zonas funcionaron alrededor de cincuenta obrajes, que se fueron estableciendo desde 1560. En lo que se refiere a los obrajes, hubo de dos clases: los de comunidad y los de particulares. Los obrajes de comunidad fueron unidades productivas pertenecientes a las comunidades indígenas, que se fundaron con el objeto de proporcionarles un medio competente a través del cual obtener dinero para pagar el tributo monetario a los encomenderos. Los obrajes de particulares, en cambio, fueron unidades productivas de corte empresarial privado iniciadas por españoles de corte empresarial privado iniciadas por españoles encomenderos o comerciantes, que vieron en el comercio de textiles la oportunidad de obtener magníficas ganancias. Por ejemplo, algunos descendientes de los conquistadores, como los Ramírez de Arellano, Lorenzo de Cepeda, Bernardino Ruiz y Juan de Vera Mendoza, entre otros, fueron dueños de obrajes. Los obrajes de particulares contaron con entregas periódicas de fuerza de trabajo indígena, concedida por el estado español, preocupado de incentivar la producción textil. Los obrajes particulares generalmente se establecieron cerca de los pueblos de indios. Otros se fundaron en centros urbanos como Quito, Riobamba y Latacunga. Por su parte los "chorrillos" fueron unidades productivas intermedias entre los obrajes de comunidad y los grandes obrajes particulares. Los llamados "obrajuelos" constituyeron unidades productivas de carácter doméstico, que generalmente se instalaron en las afueras de las ciudades, aunque también los hubo en los patios de las casonas familiares. Estas unidades menores trabajaron con mano de obra especializada, es decir, con indígenas que habían aprendido el oficio previamente y conocían cada una de las fases productivas del tejido de los paños. Estos dos tipos de unidades (chorrillos y obrajuelos) se especializaron en la producción de tejidos de baja calidad para suplir las necesidades del mercado local, tales como telas bastas, jergas y bayetas. En otros casos, la función que cumplieron fue la de realizar sólo una fase del producto del tejido, que luego era terminado en el obraje. Cada una de estas unidades obrajuelos y chorrillos funcionó con un número determinado de telares. Para el caso de las obrajuelos entre cuatro y doce; en cambio, los obrajes contaban a veces hasta con cine telares, lo que da cuenta de la importancia de la producción textil en la época. Las comunidades religiosas también incursionaron en la producción textil. Los jesuitas, mercedarios y dominios fueron propietarios de sendos obrajes en los valles y alrededores de Quito. La Campaña de Jesús, por ejemplo, tuvo obrajes en el Valle de los Chillos y en Patate el famoso obraje de San Ignacio de Alfonso. Los textiles se elaboraban con los llamados obrajes, chorillos y obrajuelos. Se establecieron obedeció a tres razones fundamentales:

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1.- El aumento de población indígena que experimentó la Sierra entre finales del siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, debido al regreso de los indios que trabajaban en las minas de Zaruma y Portovelo, a sus pueblos serranos de origen. 2.- La consolidación de la producción agropastoril, que implementada desde mediados del siglo XVI experimentó un significativo apogeo desde principios del siglo XVII, convirtiéndose en la base de la producción textil, por las razones antes señaladas. 3.- La política del estado español en favor de la encomienda y el tributo, que convierte al obraje en centro importante de extracción tributaria y, al mismo tiempo, en centro aglutinador de los pueblos indígenas desde 1570. En los obrajes había mayor división del trabajo que en los talleres artesanales, por ejemplo, en los obrajes textiles mientras unos hombres lavaban la lana, otros la cardaban, otros la hilaban y otros más la tejían. De esta manera se inició la producción en serie. Se utilizaba la fuerza motriz del agua, de los animales y algunas máquinas, pero por lo general dominaba la técnica manual. Entre las condiciones de vida de los obrajes constaban: Hombres libres, indios y hombres de color, están medio desnudos, cubiertos de andrajos, flacos y desfigurados. El lugar parece más bien una oscura cárcel; las puertas, que son dobles, están constantemente cerradas, y no se permite a los trabajadores salir a casa; los que son casados; sólo los domingos pueden ver a su familia. Todos son castigados si cometen la menor falta contra el orden establecido en el obraje. Como es conocido, los primeros obrajes que se establecieran en la Audiencia fueron los de comunidad -pertenecientes a las comunidades; indígenas- pero administrados por la Corona y usualmente situados en sus propios poblados. Los casos más conocidos fueron el de Chimbo y el de Latacunga. La expedición de licencias para este tipo de obrajes se hizo entre 1560 y 1620. Pero estos obrajes no prosperaron como se hubiera deseado; malos tratos, salarios bajos, pocos incentivos, hicieron que los indios en muchas ocasiones, se fugaran, quedando vacantes puestos claves, a la vez que se perdía el tributo individual y el control sobre los tributantes. Las haciendas se desarrollaron principalmente en estas regiones textiles, «en concordancia con todo un sistema de producción en el que los obrajes y la crianza de ovejas constituían los elementos esenciales. Quito, Latacunga, Riobamba, Otavalo y, en menor grado, Ambato, constituyeron los centros más importantes de esta gran producción textil. Alrededor de estos puntos se asentaron las más grandes haciendas, algunas de ellas dedicadas casi exclusivamente a la producción de tejidos de lana como respuesta a la creación, a nivel Audiencia de un mercado seguro por la creciente demanda y necesidad de los mismos al sur de la Audiencia. Estos mismos espacios geográficos se mantuvieron a lo largo del siglo XVlll y se convirtieron en áreas tradicionales de este tipo de producción. Sólo en algunos casos, como el de Latacunga, siguieron subsistiendo a lo largo del siglo XIX, aunque con una baja considerable. En resumen, lo que interesa para nuestro caso es que la producción textil se inició en la Audiencia muy tempranamente y que atrajo el interés no sólo de la Corona, sino de propietarios particulares, quienes, desde el inicio y durante largo tiempo, actuaron ilegalmente. Estos obrajes particulares se situaron en las zonas rurales y urbanas, siendo Quito y sus alrededores la zona más importante en el área que nos ocupa.

Los Concertajes Es un convenio por el que se concertaba un trabajo, los patrones aseguraron la permanencia de la mano de obra forzando a esta a endeudarse de por vida con el obraje, que se convirtió prácticamente en un lugar de reclusión perpetua, porque el indio jamás acababa de pagar su comida ni su tributo. Las deudas eran hereditarias. Sólo se les daba 35 días al año para trabajar sus tierras, lo cual era muy poco en el complicado sistema agrícola andino. Sólo se liberaba de esta esclavitud con su muerte, no obstante, de no haber cancelado las obligaciones estas eran transmisibles a sus descendientes.

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Lo que organiza la dotación de mano de obra, las condiciones de trabajo, la movilidad, etc., es el concertaje como institución Que expresa una forma de trabajo teóricamente voluntaria. El concertaje es una envoltura Que encubre variadas relaciones laborales, que irán expresando a lo largo del Siglo XIX, formas muy cercanas al trabajo asalariado, o combinadas con este. El concertaje designa en la figura del concierto a dos tipos distintos de trabajadores: el huasipunguero que está dotado de un lote de tierra y reside en la hacienda y, el peón Que no reside en la hacienda y cumple un número variable de días de trabajo a la semana. La imagen huasipunguero o concierto con huasipungo, ha sido reiterada como el principal tipo de trabajador en las haciendas desde el siglo XVIII. Su difusión se atribuye al declive de la mita como mecanismo de reclutamiento de fuerza de trabajo, (pero se han tratado: de dar otras explicaciones, como que la expansión de la hacienda en el siglo XIX, erosionó la base territorial de las comunidades, obligando a los indígenas a buscar el concertaje como salida). Pero sabemos que en la provincia de Tungurahua, casi ya no hay expansión de la hacienda en el siglo XIX; del lado de las comunidades indígenas existe más bien una fuerte defensa de su territorialidad, aunque hubo erosión de las áreas de tierras comunales por efecto de los remates de tierras. Para un tratamiento adecuado, conviene definir al concertaje en su origen como una relación de renta en trabajo combinada con una relación salarial. Los salarios expresan un conjunto de remuneraciones en especie y dinero que bajo la forma de socorros, suplementos y suplidos, adquirieron en el período colonial, una connotación más o menos precisa, aun cuando pudieron existir variaciones regionales. Estas remuneraciones registradas en la contabilidad patronal, tenían un sistema de cuentas donde se descontaba de acuerdo al número de jornadas de trabajo devengadas según los salarios que se habían pactado. Esto daba lugar a que exista una deuda del peón, o una cuenta favorable a él, dependiendo esto de las obligaciones familiares y sociales del peón, la asignación del lote de tierra, el huasipungo, supone que ahí se realiza una parte de la reproducción da la unidad familiar. Por tanto, en el trabajo global de las familias huasipungueras, existe una cantidad de trabajo que se realiza para la manutención de los productores (trabajo necesario) y aquella que se realiza en las tierras de la hacienda (trabajo excedente), con una separación no solo temporal, sino espacial del trabajo global de los campesinos, en una forma de renta en trabajo. La sierra centro ­ norte cubría desde la actual provincia del Carchi hasta la de Chimborazo. Era la región donde más definidamente se había consolidado la hacienda como eje de la economía. El mecanismo más común de expansión del latifundio fue el desalojo de las comunidades indígenas, o la compra de sus tierras por presión o fraude. Las enormes extensiones cultivadas en un bajísimo porcentaje fue la característica más visible del agro serrano. La hacienda era un complejo de tierras destinadas a la agricultura y al pastoreo, dentro de cuyos límites se asentaba la población trabajadora. La relación productiva prevaleciente era el concertaje. El campesino "se concertaba" (comprometía), en teoría voluntariamente, a trabajar en la hacienda a cambio de un salario, que en la práctica no llegaba a pagarse, porque el "concertaje" se veía permanentemente obligado a solicitarlo por adelantado. El concertaje estaba organizado por la represión y el control ideológico. Por una parte, el hacendado podía mandar a prisión al concierto que no trababa para descontar la deuda. Por otra, la Iglesia, también terrateniente, ofrecía la justificación del sistema con el adoctrinamiento y mantenía mecanismos de profundización del endeudamiento: "fiestas", "priostazgos", "derechos" de bautizo, entierro, etc., que demandaban dinero en efectivo, obtenido mediante nuevos préstamos al patrón de la hacienda. El panorama económico de la sierra era complejo. La esclavitud continuó a lo largo del Siglo XIX, encontró resistencia en la propiedad comunal indígena. Aunque subordinada a la gran hacienda, la pequeña y mediana propiedad se mantuvieron.

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La Hacienda (1820-1949) La Hacienda es la institución básica de la formación de la República. Siendo entendido por esta, según palabras de Hurtado como: “…toda unidad de producción agrícola que usa mano de obra dependiente y que explota la tierra y el trabajo de manera tradicional.”*1+, que se conforma paulatinamente en la Colonia desde el Siglo XVIII y en el siglo XIX adquiere sus características definitorias. La Hacienda se forma por la compra, el despojo, la herencia, matrimonio, donaciones y mayorazgos. En la Sierra la hacienda se afianza por la falta de títulos de propiedad de los indígenas, cuyas tierras cayeron en manos de criollos, que se apropian también de las tierras del Rey. En la costa, con el auge del cacao, se amplían con las tierras colonizadas y la tierra de los pequeños labradores. Se produce una concentración de la tierra en pocas manos, siendo la mayoría de hacendados, herederos de los encomenderos y la iglesia (jesuitas). La ocupación de mano de obra de la hacienda en la Sierra posteriormente, se basará en el concertaje, (Cédula Real 1601) según el cual “…se autoriza que los indios concierten libremente su trabajo por semanas o por días. Con el tiempo por este contrato –ordinariamente vitalicio- un campesino que carece de tierra se compromete a trabajar para un hacendado todo el año o la mayor parte de él. Estas obligaciones se extienden a su familia que debe colaborar en ciertas faenas agrícolas y prestar periódicos servicios domésticos: sus hijas como servicias y él como huasicama.”*2+ A cambio el patrón le entrega dinero, granos o animales (suplido), un huasipungo o pedazo de tierra para el sustento de su familia. Sin embargo, este sistema obliga a los indígenas a caer en deuda por el sistema de los suplidos. Cada día de trabajo es acreditado a su deuda y esta puede ser heredada por su familia. Toda esta institución opresiva estaba sustentada con “la prisión por deudas”, que permitía encarcelar a los campesinos que según el patrono no cumplía con sus obligaciones. Otras formas de explotación de la mano de obra, fueron la sembraduría o finquería, por el cual un labrador consigue un espacio en una hacienda mediante endeudamiento o crédito y planta cacao, café, arroz o algodón. Cuando se realiza la cosecha es obligado a vender a venderle al patrono a un precio inferior del mercado, y con este dinero paga las deudas contraídas. Están, de la misma manera, la aparcería o mediería, contrato por el cual un campesino aporta trabajo y semillas y el patrón la tierra, y se divide la cosecha por partes iguales. El trabajo esclavo no es importante en la República. El trabajo asalariado existió en algunas haciendas de la Costa, pero son sólo una forma embrionaria de capitalismo. La explotación al indio, al campesino, al montubio; se basa en la propiedad de la tierra y la dependencia total del peón a la hacienda; toda la sociedad se basa en la explotación de estas clases; y esta explotación y abuso ejercido por el hacendado es el gamonalismo. La Hacienda fue además de eje económico, el eje del poder político; siendo los hacendados quienes ejercieron el poder directa o indirectamente. La expansión urbana se inició ya en la segunda mitad del siglo XVI y estuvo acompañada de un control directo sobre las tierras. Aunque se prohibió la venta de propiedades indígenas desde finales de siglo, existió de hecho la expropiación. Por su parte, los caciques continuaron vendiendo sus tierras a los españoles. En poco tiempo, el grupo criollo se convirtió en el dueño del espacio a través de la constitución de grandes dominios y en competencia con las órdenes religiosas. Quedó establecida la necesidad de una producción agrícola mayor y el indiscutible interés por parte de los europeos de apropiarse de las tierras cultivables. Posteriormente, todo esto derivó en la existencia de la hacienda como unidad de producción cerrada social y económicamente. Las haciendas absorbieron la mano de obra local, ya fuera a través de la mita, ya por voluntad propia del indio, que a la larga se concreto en el concertaje; ambos sistemas constituyeron una de las bases más sólidas para el éxito económico de la sociedad criolla. El pago del tributo indígena, hábilmente canalizado a través de estas mini-estructuras económicas, y el endeudamiento provocado por estas y otras cargas, supuso la adhesión incondicional del indio a la hacienda.

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Las deudas llegaron a ser ~~hereditarias~ en la mayoría de los casos, con lo cual la sociedad criolla y las órdenes religiosas mantuvieron bajo su control mano de obra barata para sí y para sus futuras generaciones. Este proceso se había iniciado de manera muy efectiva en la sierra centro norte del actual Ecuador. Los procesos de trabajo en las haciendas, se asientan sobre un núcleo de trabajadores permanentes que hacen su residencia en la hacienda y un conjunto variable de trabajadores eventuales. También habían campesinos que establecen relaciones desaparecería, y aparte de esto, comunidades externas que tienen relaciones de renta en trabajo y especie con las haciendas. Todas estas vinculaciones con la hacienda, no son excluyentes, sino que pueden encontrarse coexistiendo, y dependían también del tipo de unidad de producción, la zona donde estén implantadas, a la escasez de trabajadores, etc. La condición básica, es la expansión de la pequeña propiedad mestiza e indígena y la subsistencia de comunidades, que serán las fuentes de oferta de trabajadores. El sistema hacienda, construido sobre las bases del sistema de encomiendas de la colonia, es un sistema que combina elementos de la cultura propia de los pueblos indígenas, con elementos de dominación colonial. La hacienda es un mundo cerrado en sí mismo (autárquico y autoreferencial). El núcleo central del poder en la hacienda en el que se codifican las relaciones de poder, es el patrón de la hacienda. Es una figura simbólica en la que se condensan relaciones simbólicas y reales del poder. Figura paternal. Figura de poder. Es la representación del poder secular y sagrado, económico y productivo. Una figura que también “contaminaría” al régimen político que se crearía en la república. El patrón de hacienda es también el diputado, el senador, el ministro de Estado, el representante del poder político. De hecho el poder político es extensión de su poder dentro de la hacienda. La hacienda controla a sus indios, a sus peones, a sus trabajadores, como si fuesen parte de su propiedad sobre las cosas. Establece complejas relaciones con ellos. El indio fuera de la hacienda es un indio “libre”, pero es una libertad negativa, es un desarraigamiento. En la hacienda están las comunidades, y a su interior se establecen relaciones sociales densas que sirven de identificación y auto-identificación a los indígenas que allí habitan. La hacienda ecuatoriana se construye sobre la institución del concertaje de indios, heredera a su vez de las encomiendas. El sistema de concertaje de indios pervivió a todo lo largo del siglo XIX y hasta 1920, año en el cual oficialmente fue abolido, aunque como relación social existió hasta la modernización de la hacienda serrana en los años cincuenta. Según Guerrero, el concertaje de indios es una "modalidad de trabajo emparejada... con el llamado "peonaje por deudas", que imperaba, aunque con notable diversidad regional, en casi todos los países latinoamericanos. En aquellos con poblaciones indígenas numerosas, como el área andina y la mesoamericana, llegó a ser en el siglo XIX, al menos en la agricultura, una forma preponderante de vínculo laboral”.

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2.2.2 REDUCCIÓN DE LA POBLACIÓN INDÍGENA Y EL TRÁFICO DE ESCLAVOS HACIA AMÉRICA La comprobación del número de indios desaparecidos entre 1492 y 1650 es realmente difícil, pues los

cálculos sobre la población aborigen de América en el momento del descubrimiento son bastante discutibles.

Se han realizado estudiando el decrecimiento del número de tributarios en años posteriores y en

determinadas zonas, y extrapolando dichos datos al período para el cual carecemos de toda información.

Estas tasas de decrecimiento resultan extremadamente peligrosas, por cuanto no eran iguales en todas las

regiones y se refieren además a los tributarios (hombres de 15 a 50 años), siendo necesario establecer la

tasa familiar que correspondería a cada uno de ellos: 3, 3,6, 3,8, 4, 4,2, etc. El sistema fiscal español no

registraba las mujeres y los niños indígenas, llamados genéricamente la chusma, porque no pagaban tributo.

Resulta así que la tasa familiar es un tema de amplia discusión, en el que una variación de un punto supone

la desaparición o añadido de millones de naturales y crea, además, nuevos errores por acumulación. Las

disparidades sobre el particular llegan a tal punto que los historiadores hispanistas defienden una población

indígena de 11 a 13 millones en el momento del descubrimiento, cifra apuntada por Rosemblat (1954), y los

indigenistas, sobre todo la escuela de Berkeley, de 90 a 112 millones. Nuevas ponderaciones y rectificaciones

permiten hoy suponer que América tendría unos 80 millones de habitantes en 1492, cantidad que podemos

aceptar aunque con las debidas reservas. De este total, sus tres cuartas partes, es decir, unos 65 millones,

corresponderían al territorio que luego fue Hispanoamérica. Sus grandes hormigueros serían el imperio inca,

con casi la mitad, y luego el azteca con unos 20 millones. Siglo y medio más tarde se había reducido a cinco

millones, como señalamos, lo que viene a significar que habían desaparecido 60 millones de indios: 400.000

por año. Un hecho que supera lo realizado por los nazis con sus hornos crematorios para los judíos y por los

estadounidenses con sus bombas atómicas para los japoneses. Las razones que se han aducido como

explicación del problema son las siguientes: la conquista, el impacto psicológico producido por la

dominación, la expansión ganadera, el trabajo indígena obligatorio, las epidemias, y el mestizaje. Ninguna de

ellas es, por sí sola, suficientemente satisfactoria. La conquista fue la única etapa en la que los españoles

mataron intencionalmente a los indios, pero cuesta trabajo pensar que los conquistadores, ocho o diez mil

españoles y veinte o treinta mil indios aliados de ellos, llegaran a matar más de un millón de indios, lo que

sólo representaría el 1,5% de la población aborigen entonces existente. El impacto psicológico de la

dominación pudo producir mayor mortandad, ya que sabemos que algunos pueblos antillanos practicaron el

infanticidio, utilizaron plantas anticonceptivas para restringir la natalidad y además dejaron de cultivar la

tierra, padeciendo enormes hambrunas, pero este fenómeno no se reprodujo apenas en el continente, y

menos aún en las regiones de mayor demografía indígena, que son las más significativas a estos efectos. La

expansión ganadera amenazó igualmente la supervivencia del indio agricultor (las estancias ganaderas

ocuparon las antiguas tierras de cultivo indígenas), pero no pudo exterminar masivamente la población

amerindia, que además se benefició de ella (gallinas, puercos, ovejas). Nos quedamos, así, con las tres causas

que conjuntadas pudieron incidir más en producir la gran catástrofe demográfica: las epidemias, el trabajo

obligatorio y el mestizaje. Las epidemias del Viejo Mundo (Europa, Asia y África), introducidas por los

primeros pobladores (también vinieron algunas con la ganadería), produjeron enormes mortandades entre

los indígenas. Sabemos que la viruela exterminó gran parte de la primitiva población de Santo Domingo,

frustrando el intento de los Jerónimos de reducirla a poblados (lo que facilitó más su propagación). La viruela

(que portaba un negro de Pánfilo de Narváez), flageló a los aztecas sitiados por Cortés en Tenochtitlan y se

extendió luego a Guatemala, Centroamérica y Suramérica. Llegó a Perú antes que los españoles (los incas la

llamaban los granos de los dioses) y entre sus víctimas se contó la misma persona del Inca Huayna Cápac

(1524), padre de Atahualpa y Huáscar. En 1529 se produjo una epidemia de sarampión que recorrió

igualmente América, en 1545 de tifus o "influenza", en 1558 de gripe, en 1563 de viruela, en 1576 de tifus, y

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en 1588 y 1595 de viruela. La breve periodicidad epidémica impedía la recuperación de las enormes

mortandades. Si pensamos en lo que las epidemias representaron en la Edad Media europea, podremos

imaginar lo que pudo ser en América. El azote siguió diezmando a los indios hasta mediados del XVII, cuando

perdieron eficacia, quizá porque los indios generaron ya sus propios anticuerpos a las extrañas

enfermedades, o porque los españoles extremaron las condiciones de lucha contra ellas, ya que también las

padecieron. El trabajo obligatorio originó otra gran matanza de naturales. Entre las culturas formativas

precolombinas (que cubrían la mayor parte de lo que luego fue Hispanoamérica) se practicaba una economía

de subsistencia de la que se pasó de pronto a una economía de producción de excedentes mediante el

repartimiento de los aborígenes. Estos tuvieron que trabajar con calendarios laborales (de lunes a sábado y

de sol a sol), muchas veces alejados de su familia. Peor fue el caso de los naturales que verdaderamente

estaban acostumbrados a la agricultura intensiva (regiones: mesoamericana y centro-andina), pues fueron

convertidos en improvisados mineros, laborando en lugares áridos y a veces situados a gran altura, donde

morían exhaustos. Incluso el sistema de encomienda fue duro para ellos, pues el pago del tributo les exigía

duplicar su esfuerzo. El hecho de que huyeran de las encomiendas desde finales del siglo XVI es bastante

significativo. Finalmente tenemos el mestizaje. Españoles y negros se mezclaron con las indias (menos

frecuente fue la mezcla con indios), dando origen a mestizos y zambos, grupos étnicos diferenciados de sus

ancestros. El problema fue aumentando progresivamente, pues los mestizos volvían a unirse frecuentemente

con las indias, mermando la descendencia auténticamente indígena. Los 400.000 mestizos que existían a

mediados del siglo XVII eran prueba de ello. En cuanto a los indios de la época colonial, conviene señalar

que no tienen nada que ver con los precolombinos, pese a lo que algunos creen. Los españoles les

impusieron un proceso muy rápido de aculturación, obligándolos a tributar, a vivir en poblados y a abrazar, al

menos aparentemente, la forma de vida de los católicos. Esto destrozó sus sistemas vitales y sus cuadros de

valores y creencias. Hubo también una aculturación natural, ya que los naturales utilizaron instrumentos de

hierro y acero, criaron animales domésticos y cultivaron alimentos antes desconocidos. El proceso terminó

por hispanizarlos a medias, resultando unos indios diferentes a los de las zonas marginales (no cristianos,

bárbaros o salvajes, que de todas estas formas se les llamaba), y diferentes también a los españoles. Muchos

emigraron a las ciudades, constituyendo barrios periféricos (cercados) donde vivían miserablemente,

representando un peligro cuando se producían hambrunas, como ocurrió en México a fines del siglo XVII.

Otros huyeron de sus encomiendas para no pagar el tributo y se asentaron en otros lugares como forasteros,

constituyendo una mano de obra barata contratable. Los más, siguieron en las encomiendas pechando para

pagar tributos a cambio de la paternal legislación del rey, que les permitía vivir en las tierras donde habían

nacido.

Explotación del indígena Los recursos humanos para la minería fueron obtenidos valiéndose del trabajo forzoso, designado como mita. Dieciséis provincias indígenas estaban obligadas a proporcionar la mano de obra, apelando a los varones que contaban entre 18 y 50 años de edad. La tarea debía cumplirse obligatoriamente durante un año entero y volvía a repetirse cada siete años. La partida anual inicial en el momento de su implantación en 1573 por el virrey Toledo fue de 13.500 personas. En los siglos posteriores el contingente se redujo en forma notoria, debido a las condiciones demasiado severas de la propia mita. Era casi imposible que un individuo pudiera soportar tres tandas a través de su existencia, porque bastaba una para amenguar su salud hasta límites insólitos. El indígena introducido a la mina quedaba físicamente extenuado y con frecuencia era atacado por enfermedades que lo llevaban a la muerte. La Villa Imperial de Potosí precisaba más de 90 mil nativos en las tareas y si se tiene en cuenta que iban jefes de familia y que cada núcleo poseía un promedio de cinco miembros, cerca de medio millón de personas

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sufría las consecuencias. Algunas descripciones de la vida en Potosí en 1603 consignan datos como el consumo de 1.600.000 botijas de chicha (bebida alcohólica local) y de 21.900 juegos de naipes, lo cual da una idea del ambiente que se vivía entonces. Un verdadero genocidio El fenómeno más contundente y trágico del período colonial fue la reducción de la población indígena. Entre las causas principales de esa merma se puede mencionar el trabajo en condiciones infrahumanas y la difusión de epidemias. Un ejemplo elocuente es el de Tiahuanaco, en Bolivia, que en 1583 disponía de 868 tributarios y en 1658 apenas 9, o sea 1,03% de lo que era 73 años antes. Entre el momento de la conquista y 1754, la población del Tahuantinsuyo decreció más de 95%, de 13 millones y fracción pasó a 612.780. Esa reducción drástica repercutió en la propia minería, que vio recortada la posibilidad de conseguir su mano de obra, con la consiguiente decadencia al alborear el siglo XIX.

Medio Ambiente -tierras El antiguo pueblo de Moquehua, situado en el tercer tramo —el más amplio y fértil de la cuenca, a una altura aproximada de 1.000 m. s. n. m.—había sido el centro administrativo de la parcialidad de hanansaya en tiempos incaicos y sede de su último cacicazgo principal (el de don Carlos Pacaxa) cuya legitimidad fue desestimada por el visitador Juan Gutiérrez Flores con ocasión de su visita al Colesuyo en 157317. Hacía tres décadas que los españoles habían descubierto la fertilidad de este valle. El virrey marqués de Guadalcázar repartió «las tierras de sembradura» junto con los «indios de mita y los que se llaman yanaconas», entre los 80 primeros colonos, quienes iniciaron en 1580 el cultivo de la vid a gran escala y convirtieron el pueblo incaico de Moquehua en capital de la provincia del Colesuyoy en la sede de un curato de españoles. Por su parte, la población indígena se mantuvo en las zonas pedemontanas que se alzaban entre los 1.700 y los 3.500 m. s. n. m. y donde se hallaba enclavado el pueblo de Torata, sede éste del cacicazgo principal de hurinsaya. Su último titular, don Martín Cutipa, fue reconocido por los españoles en 1592 como único cacique legítimo de la región. Todo este espacio indígena fue puesto inmediatamente bajo la administración de religiosos dominicos, aún cuando su organización definitiva en reducciones no se inició hasta el año 1638. Como cabeceras de estas demarcaciones religiosas se designaron el mencionado pueblo de Torata, poblado por indios aymara de origen mitma, más otros seis pueblos habitados por grupos multiétnicos: Carumas, Omate, Ubinas, Puquina, Pocsi e Ichuña. Estos pueblos-cabecera fueron replanteados urbanísticamente con la intención de «aliñar y componer las calles procurándose la igualdad de las fábricas para sujetara los indios a reducción». Si bien la verticalidad de la pendiente y la escasez de agua propiciaron la complementariedad económica y la cooperación intra e intercomunitaria actuando como factores de cohesión social, desde el punto de vista residencial, en cambio, estos mismos elementos operaron simultáneamente como fuerzas disgregadoras al limitar los espacios físicos habitables. La ubicación de los asentamientos humanos no era casual, sino que estaba inexorablemente condicionada por la graduación de la pendiente, por la presencia de agua y también por el emplazamiento de las obras de infraestructura agro-hidráulica. Es por ello que las agrupaciones de origen aymara se asociaron a un sistema de enclaves o «nichos ecológicos». Con esta calificación bautizó John Murra a estos asentamientos que, ciertamente, se interpolaban como un archipiélago de islas a lo largo de toda la cuenca, aprovechando casi siempre la fertilidad de los manantes o los ensanches que se abrían en los barrancos fluviales. Esto hizo que en cada una de las reducciones persistieran, junto a los pueblos cabecera, otros poblados menores registrados como «anexos», en donde los indios siguieron habitando de forma dispersa durante todo el periodo colonial. La reducción de Torata, por ejemplo, agrupaba dentro de sus linderos a los sitios de Yacango, Tumilaca, Pocata, Chuquisquea, Otora, Queli e Iluvaia, unidades de población separadas unas de

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otras entre una y tres leguas de «camino malísimo y de muchos riesgos y barrancos». En la documentación colonial estas unidades de población aparecen identificadas mediante una terminología geográfica (pagos, quebradas, valles y punas); económica (estancias); o bien parental (ayllus), manteniendo todas ellas sus emplazamientos y nomenclaturas pre-hispánicas en el marco de las reducciones coloniales y conservándose en muchos casos hasta el día de hoy. Está claro que el proyecto urbanístico toledano quedó aquí reducido a levantaren las cabeceras algunos edificios representativos con el fin de dar forma a la capilla y albergar al cura, al cacique y a las autoridades del cabildo indígena junto con un puñado de indios. El intendente Alvarez y Jiménez, tras una visita de inspección a la región, culpaba de este fracaso «al natural apego que los indios tienen a vivir más contentos en las chozas de sus chacras». Si bien el sistema de reducciones no introdujo cambios sustanciales en la configuración urbanística del espacio indígena, si que tuvo importantes consecuencias en lo que se refiere a su configuración demográfica y agropecuaria. El cambio drástico que la cultura experimentó en el seno de estas demarcaciones religiosas afectó a la conducta económica de sus habitantes quienes se vieron obligados a causar absentismo de las tierras de sus comunidades y, a la vez, a introducir en ellas nuevas variedades de cultivo, cuestiones ambas que ocasionaron la aparición de notables cambios ecológicos en la forma que vamos a ver a continuación.

Absentismo agrícola Tras el establecimiento de las reducciones , los indios debieron combinar sus tradicionales necesidades de subsistencia intracomunitaria con una creciente demanda exterior expresada desde ahora, en forma de prestaciones de servicios a encomenderos y corregidores (mita y repartos de mercancías), pago en especies a los doctrineros (diezmos y primicias) y contribución en dinero al Estado (tributos). Es así que los indios se vieron obligados a ausentarse de sus comunidades para cumplir con sus servicios de mita y para incorporarse a un mercado de trabajo y de productos que les permitiera adquirir circulante con el que hacer frente al nuevo sistema tributario y con el que satisfacer también los nuevos hábitos de consumo adquiridos (por ejemplo el aguardiente). Es cierto que estos valles del litoral no se vieron afectados por el sistema compulsivo de mita minera que rigió para las zonas del altiplano inscritas en la órbita de Potosí. A pesar de todo, el sistema provocó, si no una brusca recesión demográfica, cuando menos una dislocación de la población indígena de consecuencias inmediatas para el medio ambiente. Baste considerar que en 1573, con motivo de la tasa confeccionada a instancias del virrey Toledo, tan sólo se pudieron censaren los pueblos 2.263 indios de los aproximadamente 5.000 que se habían repartido entre 1540 y 155927. El ritmo de despoblación de las comunidades indígenas y de sus tierras de cultivo se mantuvo una vez extinguidas las encomiendas que es cuando los indios pasaron a articularse de forma masiva en el mercado de trabajo. La información documental hace constantes referencias al desplazamiento de los indios hacia los pequeños yacimientos mineros descubiertos en la región y sobre todo a los tramos inferiores del valle para trabajar en los viñedos de los españoles en calidad de jornaleros. Esta participación indígena en el mercado laboral incrementó el índice de absentismo en las reducciones, hecho que redundó en una progresiva disminución de la producción agrícola practicada tradicionalmente en las laderas y valles de altura. Es a partir de entonces cuando, tras su parcial abandono, las tierras ancestralmente ganadas a las laderas de los cerros y dispuestas en fértiles terrazas, recuperaron su primitiva aspereza con la consiguiente retracción de la frontera agrícola que ello supuso. Pero este abandono de las comunidades y tierras indígenas no sólo estuvo provocado por la articulación del indio en el mercado de trabajo sino, además, por la interiorización de nuevos valores que atentaban contra las instituciones sociales sobre las que descansaba el sistema de producción tradicional. La presencia del dinero socavó profundamente la reciprocidad andina potenciando, como contrapunto, el sentido de la privacidad debilitamiento de los que fueran intereses comunitarios, como en este caso lo eran las infraestructuras agro-hidráulicas, cuya construcción y mantenimiento se habían fundamentado en una

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urdimbre social tejida mediante la estrecha cooperación intra e inter-comunitaria. Cambios en la fisonomía agropecuaria Es sabido que los españoles introdujeron nuevas variedades de cultivo acordes con unos hábitos de consumo y unos intereses comerciales específicos. En el valle de Moquegua estas innovaciones agrícolas se asocian, además, a una tríada de gran contenido simbólico para su cultura religiosa: el olivo, la vid y el trigo, productos que se introdujeron en los tramos cuarto, tercero y segundo de la cuenca respectivamente. En los valles inferiores los cambios agrícolas obedecieron a la acción directa de los españoles que fueron los que detentaban allí la propiedad de la tierra. Los olivos y la vid transformaron aquel paisaje —hasta entonces salpicado de «sembríos» de ají, algodón, maíz y coca— provocando la aparición de importantes cambios en el biotopo. Los olivos fueron sembrados en el tramo más bajo del valle alrededor del año 1550 y alcanzaron un alto grado de prosperidad en toda la zona costera. Sin embargo, su cultivo supuso la aplicación de un nuevo sistema de riego y demarcación agrícola. Los canales preexistentes se vieron interceptados por la presencia de cercos de maleza instalados con un propósito divisorio, así como por la construcción de canales transversales que contribuían a interrumpir el flujo hidráulico. Ello provocó, en definitiva, una recesión de la frontera agrícola que fue afectando progresivamente a un 14 por 100 de tierra fértil por centuria. Por fin, un factor medioambiental —la erupción en 1600 del volcán Huaynaputina— cubrió de cenizas una buena parte de la plantación de olivos que nunca más volvieron a recuperarse. El siguiente tramo, el más fértil, se sembró de vid a partir de 1580, aunque este cultivo logró también adaptarse a las pequeñas mollas de las pendientes andinas en las reducciones indígenas, siempre con vistas a un próspero mercado regional. Hay que tener en cuenta que el vino y el aguardiente eran objeto de una gran demanda en La Paz, Oruro, Cochabamba y sobre todo Potosí, a donde se transportaban en grandes odres o en botijas. La vid generó ciertamente una próspera industria de vino y aguardiente que dio el tono económico a este valle durante toda la etapa colonial. También este producto convirtió muy pronto en objeto de demanda para el consumo local tanto de españoles como de indios. El aguardiente pasó a formar parte de la dieta habitual de estos últimos considerándose uno de los elementos más decisivos en la incorporación indígena a la economía monetaria. Ello explica que el cultivo de la caña se asociara a la vid, siendo de hecho el cañaveral el primer cultivo importado en Moquegua y cuya producción se afirmó a partir del siglo XVII para atender a la creciente producción de aguardiente en la región. El cultivo de vid a gran escala tuvo también sus efectos en el medio ambiente al demandar una sobredosis de agua para el riego e interceptar el flujo hidráulico en este tercer tramo del valle, provocando, como refería a comienzos del XVIII el viajero Francoise Frezier, que «el agua y los alimentos a veces faltan, especialmente el agua en lío ya que es utilizada en su mayor parte en recorrer los ricos viñedos de Moquegua». Factores medioambientales contribuyeron, también, a precipitar la desaparición de este cultivo. Su decadencia se inició tras el terremoto de 1868, viéndose acelerada por la guerra del Pacífico de 1879-1883 y, finalmente, por la plaga de la filoxera que terminó asolando prácticamente todas las cepas del valle. Está claro que las innovaciones agrarias afectaron de una forma arrolladora y directa a los espacios situados en el cuarto tramo de esta cuenca que es donde la sociedad colonial acaparó la mayor parte de la propiedad.

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Reformas del Virrey

Las reformas de comienzos de la década de 1570 realizadas por el virrey Francisco de Toledo, en particular la Reducción General y la organización de la mita potosina. La reducción implicaba que la población indígena dejara de vivir dispersa por el área rural y se concentrara en pueblos creados a semejanza de los españoles, tanto en la distribución de calles, viviendas y espacios públicos, como en la concepción de orden social y del gobierno. Un porcentaje de los hombres de estas reducciones debía cumplir con una obligación rotativa y por turnos llamada mita. Aunque hubo diferentes mitas en el virreinato de Perú, la más importante para nuestras preguntas es la potosina, que implicó que tributarios de 16 provincias acudieran a dicha villa a servir en las minas y en los ingenios de moler metal. Aunque debían ir en forma obligada a Potosí, recibían una paga que estaba muy por debajo de la de los trabajadores voluntarios. Además debían realizar las peores tareas: en su gran mayoría los mitayos eran apiris (quienes sacaban el mineral de las minas en unas bolsas de cuero cargadas a sus espaldas), o incorporaban el mineral ya seleccionado a los mazos de moler en los ingenios. Casi un siglo después de las reformas toledanas el virrey duque de La Plata realizó otra visita general (1683) que permite observar la magnitud de los cambios operados en los Andes a lo largo de ese periodo. Todavía en ese momento seguían siendo visibles las consecuencias demográficas de la conquista –combinadas con las secuelas de las reformas toledanas– que se pueden sintetizar en una enorme migración forzada, importantes transformaciones ocurridas en las categorías tributarias y las huidas de quienes no podían o no querían cumplir con las obligaciones fiscales. En Charcas, menos de la mitad de la población indígena (44%) fue empadronada por los funcionarios del duque de La Plata como originarios de las comunidades donde estaban residiendo, y el resto lo fue mayoritariamente como forastero o yanacona. Para los fines de esta síntesis, lo que nos interesa destacar es que en el siglo XVII ambas categorías implicaban que la mayoría de quienes se habían empadronado o sus antepasados habían migrado. Entre Toledo y La Plata la redistribución de la población tributaria no había sido homogénea: las provincias que habían sido asignadas para cumplir con la mita potosina fueron las que más población habían perdido (por muerte o migración), mientras que los valles orientales y las nuevas ciudades y asientos mineros habían atraído migrantes. El sur de Charcas, esto es el entorno de Potosí, comenzó a tener un mayor peso demográfico, en parte porque muchos de los que asistían a la mita con sus familias se quedaban en la cercanía. Aunque la población indígena había migrado en forma muy significativa desde tiempos prehispánicos, los movimientos de población del siglo XVII ocurridos en un contexto de debacle demográfica transformaron profundamente la geografía de los Andes. Estos movimientos tuvieron, además, un impacto significativo en el sistema de recolección de impuestos y en la organización de la mita, porque ambos estaban basados en la visita general realizada por el virrey Toledo. A lo largo del siglo XVII tanto el pago de los tributos como los contingentes de la mita disminuyeron fuertemente. Las autoridades coloniales eran conscientes de lo que ocurría, aunque con frecuencia se declararon impotentes para detener los flujos de población. Pero no todas eran quejas, hubo quienes se beneficiaron por estas migraciones y presionaron para que la situación no se modificara. Miles de españoles que habían sido excluidos de la mita fueron beneficiados por la llegada de trabajadores que huían de esta carga dirigiéndose a sus haciendas o a sus minas para conseguir la plata con la que podían pagar sus tributos o sus reemplazos en el trabajo forzado. La mayor preocupación de los funcionarios siguió centrada en la mita y en el reparto de la mano de obra minera, entre otras cosas porque esta actividad seguía siendo en aquel momento la principal fuente de ingreso de las Cajas Reales de Charcas. Aunque la mita era tan importante, durante el siglo XVII la mayoría de los trabajadores de Potosí eran indios alquilados a quienes se llamaba mingas, que cobraban en forma diferente según cual fuera la actividad que desarrollaban. Muchos mitayos preferían trabajar como mingas, tanto en Potosí como en otros asientos mineros, porque con lo que ganaban podían pagar su reemplazo en la mita. Justamente uno de los reclamos de los azogueros potosinos era que los nuevos asientos (como San Antonio) tenían mayores ventajas para los indígenas porque ofrecían mayor paga, lo que generaba ausencias generalizadas.

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Salud La población merma, sobre todo en los llanos y regiones bajas. Ciertos valles de la costa pierden hasta 9/ 10 de sus habitantes poco después de la Conquista. En la sierra, las bajas son desiguales, siendo su promedio de uno a dos tercios. Esta disminución guarda relación con los disturbios, masacres, suicidios vinculados a situaciones desesperadas, obligaciones del transporte de cargas y, especialmente, al desarrollo de complejos patógenos que provocan una serie de epidemias. Cabe interrogarse respecto al complejo patógeno prehispánico aún mal conocido no obstante las recientes investigaciones. ¿Era la América tropical indemne a gran parte de las endemias tropicales? Se sabe que son autóctonos los anofeles vectores del actual paludismo americano (A. Darlinghi, A. Aaquasalis, A. Pellator), ¿pero existían los parásitos de la malaria antes de la llegada de españoles y africanos? En todo caso en América se desconocía el paludismo más peligroso, provocado por el Plasmodium jalciparum. Ahora bien, cabe señalar la extrema rápidez y lo nocivo de las fiebres palúdicas difundidas inmediatamente después de la Conquista y que en las zonas cálidas atacaban a los españoles, las mismas que causaron el abandono de los primeros establecimientos en las costas de Uraba y Panamá, al norte de Colombia. Las pérdidas fueron numerosas en las tropas de Quesada al remontar el Magdalena y en las de Alvarado al dirigirse a Quito. Pese a la existencia de vectores locales, como en el caso del paludismo, parece que no existió la fiebre amarilla. Los monos de la selva, reservorios potenciales de virus, son inmunes, a diferencia de los monos africanos, víctimas desde hace mucho de la fiebre amarilla. Su virus encontró un vector particularmente eficaz en la vida urbana, con la introducción del mosquito africano Aeses Aegipti. El desarrollo de la filariosis se correlaciona con la llegada de esclavos negros infectados. Por el contrario, la presencia en las yungas húmedas de la leishmaniasis, trasmitida por un flebotomo; del mal de Chagas que exige la conjunción de un tripanosoma, de un chinche y del hombre señala la existencia de enfermedades específicamente americanas. Igualmente, en las yungas secas con riego, la verruga, fiebre que produce anemia y deriva en mal neurológico, ocasionada por un esporozoario y transmitida por la picadura de un flebotomo. Las yungas secas tenían por eso mala reputación entre los campesinos serranos de la América prehispánica. Antes de la llegada de los españoles, en las sierras altas debió existir el tifus exantemático, transmitido por los piojos. No debieron existir los virus gripales, de la viruela y rubéola contra las que las poblaciones indígenas americanas estaban (y aún lo están) mal inmunizadas. Por eso el desencadenamiento de epidemias fulminantes con la llegada de los españoles, incluso precediéndolos, como la que en Ecuador fue causa de la muerte de Wayna Kapaq, en 1528. La baja demográfica hizo que el hombre y su fuerza de trabajo escasearan. En la América andina la mano de obra colonial, como consecuencia del descenso demográfico de las primeras décadas inmediatas a la Conquista, determinaron la escasez de mano de obra mucho más que de tierras, que convenía utilizar de la mejor manera para asegurar la producción. Esto explicaría la preferente atención que se dio a la reubicación de las poblaciones. Los españoles, incluso con mayor vigor que los incas, se esforzaron en movilizar la mano de obra existente para favorecer al máximo sus intereses. Sin duda alguna, en los mismos periodos parte de Europa sufría epidemias (en 1586 a causa de la peste desapareció la mitad de la población de Roma), pero la reconstitución demográfica se efectuó en medio siglo (aproximadamente dos generaciones). En los Andes la conjunción de factores desfavorables y probablemente una excesiva presión sobre la mano de obra existente mantuvieron estacionarias a las poblaciones andinas durante varias generaciones, por lo menos hasta el siglo XVIII. Los aportes de españoles y esclavos negros, que vivían en las ciudades o trabajaban en las haciendas, no compensaron la disminución de la población autóctona.

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Tráfico de esclavos hacia América

El acercamiento con África venía desarrollándose en Europa, y es a partir de 1492, que también comienza a influenciar en el nuevo continente. El traslado de negros africanos a esta parte del continente no fue solo, según lo han dicho, como mano de obra bruta para ser utilizados como esclavos, sino también muchos fueron escogidos en zonas donde se habían desarrollado la agricultura y la minería. Lo expuesto permite afirmar que el pensamiento esclavista no nace con el descubrimiento de América, lo precede, ya que antes de 1492 existían esclavos y siervos en Europa. A diferencia de Europa, América tenía mayores posibilidades de desarrollar y en algunas culturas desarrolló la agricultura y la minería. Así, por ejemplo, la gente que está en el Chocó, Colombia, fue seleccionada en zonas mineras para buscar oro y trabajar en áreas de extracción. Los conocimientos previos de los negros de determinada cultura facilitaron el desarrollo de la agricultura y la minería en el nuevo continente.

Hacia 1449 había en África una relación entre el hombre y la naturaleza. No existía la propiedad sobre la tierra, esta era propiedad comunitaria y la gente se trasladaba de una zona a otra en busca de mejores recursos. Había propiedad social y relación con la naturaleza, y eso genera la alegría de vivir. De 1492 a 1800 surge una mentalidad esclavista como producto de la necesidad de los occidentales de tener presencia económica y financiera. Allí empieza un proceso de traslado de gentes de África a América; en este lapso ocurre en grandes movimientos y encuentros bélicos como las cruzadas.

El descubrimiento del Nuevo Mundo generó el tráfico de esclavos más intenso y degradante que haya tenido lugar en la historia de la humanidad y en el cual participaron comerciantes españoles, ingleses, franceses, holandeses, genoveses e, incluso, africanos.

Durante el período colonial, el occidente de África fue la zona de donde salió la mayor cantidad de personas que vinieron como esclavos al continente; todos ellos pertenecían a diferentes grupos étnicos con complejas

y múltiples organizaciones sociales, políticas, económicas y culturales.Desde el segundo viaje de Colón, los esclavos negros comenzaron a acompañar a los descubridores y conquistadores; los esclavos hablaban el idioma del amo y conocían aspectos de su cultura y algunos eran mulatos.

Debido a la disminución de nativos de América y a las necesidades de la mano de obra en las plantaciones y en las minas, la esclavitud se convirtió en una empresa muy rentable y a estos esclavos se les dio el nombre de bozales.

En las colonias Iberoamericanas, el esclavo negro se dedicó, especialmente, a las minas y plantaciones; luego con la disminución de indígenas tuvo que desarrollar otras actividades en pueblos, haciendas y obrajes. En las colonias inglesas y en las Antillas trabajó, principalmente, en el sistema de grandes plantaciones.

La captura y el comercio de negros, produjo:

• Gran despoblamiento de África.

• La ruptura de las unidades tradicionales como la familia y las organizaciones sociales.

• El deterioro de la identidad de diversos grupos étnicos.

• Guerras entre los propios grupos nativos por obtención de cautivos.

• La anulación de los esclavos como personas, pues se les trató como mercancías que no debían romper el orden social, económico y político.

Mientras tanto, a finales del siglo XV, en América existían desde grupos nómadas hasta grupos muy

organizados. En la Colombia actual, las culturas con mayor desarrollo eran la muisca y la tairona.Las sociedades más complejas en América fueron los imperios aztecas, en México y el Inca, en Perú. Estos imperios lograron cohesión interna por la capacidad de satisfacer necesidades básicas de su población, la

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organización familiar, la aceptación de sólidas normas de comportamiento, el respeto por las jerarquías y el poder fundado en el conocimiento y las capacidades y cualidades personales.

La esclavitud africana

A medida que disminuía la población indígena, la esclavitud africana fue sustituyéndola. Al principio los negros llegaban como criados cristianizados e hispanizados de los españoles, pero la mortandad indígena hizo que se desarrollara un comercio de esclavos directo desde África, principalmente de Senegal y Angola. En 1518 Carlos V permitió la introducción de 4,000 esclavos y declaró el comercio de esclavos monopolio real. El fenómeno de la esclavitud africana se dio donde había un clima cálido y una economía de plantación y cultivo de productos tropicales como el algodón y el azúcar: mayoritariamente en las Antillas, las costas continentales del Caribe (lo que son hoy Colombia, Venezuela, México, etc.) y el Brasil, adonde llegaron los primeros esclavos en 1538. Durante la época colonial se introdujeron tres millones y medio de esclavos africanos en las Américas. Las condiciones de vida bajo la esclavitud eran insoportables. A los esclavos que huían de su situación se les llamaba "cimarrones", término usado también para referirse a los caballos que al escapar de sus amos españoles regresaban a un estado salvaje. La violencia intrínseca del sistema esclavista motivó varias rebeliones de esclavos. La más exitosa fue la de Yanga, a principios del siglo XVII en la costa del Golfo de México, y que llevó a la fundación del pueblo de San Lorenzo de los Negros en Veracruz. Los esclavos huidos se organizaban en comunidades--llamadas "quilombos" en Brasil, "cumbes" en Venezuela y "palenques" en las demás regiones hispanohablantes--en que se reactivaban costumbres e instituciones africanas. El quilombo más importante fue el de Palmares de Alagoas, que llegó a tener 20,000 habitantes y duró hasta el siglo XVII. Como había ocurrido con los indígenas, hubo clérigos que defendieron a los esclavos. En Nueva Granada el jesuita español San Pedro Claver (1589-1654) se dedicó a la evangelización de los esclavos en la ciudad de Cartagena de Indias, ganándose el epíteto de "Apóstol de los negros". Se le considera hoy el santo patrón de Colombia.

Esclavitud • La esclavitud es la situación en la cual un individuo está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de sí mismo. • El tráfico de esclavos en África, que primero habían dominado los árabes para vender su mercancía en los mercados mediterráneos, comenzó a ser controlado por los europeos durante el s. XV. • En 1473 se presenta un proyecto de ley por el cual todos los esclavos comprados en África debían llevarse primero a Portugal. • En 1479 se firma el Tratado de Alcaçovas mediante el cual España autoriza la venta de esclavos en España. El centro de la trata es Sevilla. • En 1486 se funda en Portugal la Casa dos Escravos, cuyo fin era conceder licencias y asegurarse que se recaudaban los impuestos. • En 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas, que traza la línea divisoria entre España y Portugal para las exploraciones de nuevas tierras, impone igualmente límites que impedirán durante los primeros siglos de la Colonia el comercio directo de esclavos desde las costas de África. • Entre 1493 y 1495 se registraron tres mil seiscientos esclavos en la Casa dos Escravos de Lisboa. • Los españoles utilizaron a los esclavos negros en América en 1501, participando muchos de ellos en la exploración del continente. • En 1579 los negros rebeldes en Portobelo (Panamá) llegan a firmar un tratado de paz con los colonos españoles mediante el cual consiguen libertad colectiva. • En 1664 se estipula que los esclavos debes servir de por vida. Se prohíbe también el matrimonio entre mujer blanca y hombre negro. • De 1780 a 1790 fue la década de máxima actividad en el comercio trasatlántico de esclavos. • En 1789 se otorga la Real Cédula de su Majestad concediendo libertad para el comercio de Negros con las islas de Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, y Provincia de Caracas, a Españoles y Extranjeros. • En un comienzo los esclavos negros fueron llegando a América mediante licencias reales especiales,

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semejantes a la que se incluye en la "Capitulación otorgada a Diego de Nicuesa y Alonso de Ojeda para comerciar en Urabá y Veragua". (1508) • Debido a la conquista de América y a toda la labor que esto implicaba, se buscó 'mano de obra barata' para los trabajos más pesados, recurriendo primeramente a los habitantes naturales, los indígenas y luego de la abolición de ésta práctica se optó por importar personas esclavizadas desde África debido a que tenían mayor resistencia física y a las enfermedades, especialmente las tropicales, comenzando así un comercio a gran escala de esclavos africanos: el comercio negrero.

Procedencia y comercio de los esclavos

• Entre los siglos XV y XVII, los mayores exportadores de esclavos fueron los portugueses, que los traían desde el Congo, lugar próspero al que habían llegado en 1483. • En 1502 se introducen los primeros esclavos en las islas del Caribe. Primero se autoriza en la isla La Española, pero para 1530 se ha institucionalizado ya en el resto del Caribe. • Los primeros cuatro mil esclavos arribaron al continente americano en el año 1518, cuando España autorizó su ingreso por el plazo de ocho años. Muchos esclavos ingresaron de modo ilegal. • La rápida despoblación de la isla Española y la necesidad de trabajar las minas, inicia el rápido aumento de la población negra esclava. El rey Fernando el Católico autorizo el 22 de enero de 1510, en Valladolid, España, el transporte de cincuenta esclavos negros para que trabajaran en las minas de la Española.

¿Cómo eran valorados?

• Las mujeres tenían un valor mayor que los hombres, siendo el factor determinante la salud, el busto y la dentadura. • Los niños eran evaluados por su dentadura y las condiciones en que se encontraban al momento de la transacción; carecían los niños de nombre individual y se les llamaba por las características de la dentición. • Los hombres deberían pesar cuando menos 60 kilos. • Todos los esclavos eran exhibidos en las escalinatas exteriores de la Casa de los Esclavos, donde eran manipulados como animales para analizar y discutir el precio, en lo alto de las escalinatas se encontraba un balcón desde donde los mercaderes y tratantes ajustaban el precio.

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2.2.3 EL SAQUEO VIOLENTO DEL "NUEVO MUNDO": LOS MINEROS DEL "CERRO RICO" EN POTOSÍ, BOLIVIA, DURANTE EL PERÍODO COLONIAL “La ciudad de Potosí no se fundó formalmente, como ocurrió con otras ciudades de Bolivia, sino que se creó espontáneamente por la irrupción de la población ávida de acumular riquezas al descubrirse los yacimientos de plata en el Cerro Rico”; por esta razón, se dice que pensar en Potosí es pensar en el Cerro Rico.

Desde entonces, los periodos más importantes de producción de plata estaban determinados por las técnicas de extracción. Durante el primer periodo, los españoles realizaron la explotación del Cerro Rico con base en técnicas incaicas e implementaron algunas variantes, entre ellas el mejoramiento de las herramientas y la construcción de socavones para facilitar la extracción del mineral; “la producción ascendía a las 80 toneladas”. Para el tercer periodo denominado “la época de oro potosina”, la producción alcanzaba a las 220 toneladas de mineral (año 1529) debido a dos innovaciones: la primera fue “la introducción y la aplicación del método de amalgamación, llamado de patio” y la segunda innovación estaba relacionada con la organización del trabajo: la introducción de la mita que multiplicó la producción de la plata. Con este método se introdujeron los ingenios y se construyeron molinos para la fina molienda del mineral, lo que significó el uso de mercurio en el proceso.

Los estudios sobre el mundo del trabajo en la minería de plata colonial de América Latina han dado cuenta de la existencia de diferentes modos de organizar la mano de obra, modos que variaban entre voluntarios y forzados, y que se habían dado en forma desigual a lo largo de la geografía, dependiendo –además– de los diferentes desarrollos regionales.

El trabajo forzado tuvo características muy diferentes en los principales centros mineros del continente ubicados en México y Perú: en el primero, el uso de este tipo de mano de obra fue limitado y se utilizó sobre todo en los primeros años de la actividad minera; en Perú, en cambio, fue muy importante sobre todo en Potosí y en Huancavelica, los dos asientos que se constituyeron en los pilares de la economía regional. En la mayoría de los centros mineros, no obstante, predominaba el trabajo voluntario. Esta fue una forma de trabajo que se incrementó rápidamente a partir del último cuarto del siglo XVI, en parte por la demanda creciente que hubo de especialistas que conocieran la técnica de la amalgama con mercurio (implementada en México en la década de 1550 y en Potosí en la de 1570), y en parte por la desaparición de la encomienda y la limitación geográfica que tuvo el trabajo forzado.

El hecho de que un trabajador fuera voluntario o que recibiera una paga, sin embargo, no significaba que existiera un mercado de trabajo como el moderno. Los dueños de minas o de ingenios de beneficiar mineral incorporaban trabajadores con métodos que alternaban mecanismos de atracción, con otros de reclutamiento más o menos forzado o de retención de la mano de obra.

Las dos principales maneras de atraer población fueron la combinación de una oferta de mejores jornales (algo que se podía hacer en los asientos recién descubiertos y ricos) con el permiso que tenían los trabajadores de sacar mineral durante los fines de semana para su propio provecho. Una de las formas clásicas de retención de la mano de obra muy descrita para México fue el del endeudamiento, que parece haberse extendido menos en Perú.

El Virrey Francisco de Toledo visitó toda su jurisdicción llegando hasta Potosí, allí construyó la Casa de Moneda y las lagunas para la molienda hidráulica del mineral. Así mismo reguló la mita en base al sistema incaico que había encontrado. La mita consistía en el servicio obligatorio y escasamente remunerado que, en plazos de cuatro meses y por turno, debían prestar los indígenas en las minas. Esta dura reglamentación, a través del tiempo, se convirtió en semillero de abusos. El Virrey Toledo durante su gobierno (1569-1581) hizo la tasa, o censo, de los indígenas y los sujetó, además de la mita, a tributo.

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Los mecanismos compulsivos, por su parte, estaban vinculados principalmente a la condición de tributarios de los indígenas, que eran la mano de obra mayoritaria en esta minería. Este mecanismo varió desde formas directas (el servicio personal formó parte de las obligaciones incluidas en los tributos tempranos), a formas indirectas promovidas por la obligación de pagar en plata u oro. Esta última forma se vio favorecida por la tasación de los tributos en plata u oro, que se fue incrementando muy claramente a partir de la Tasa General del virrey Francisco de Toledo realizada en la década de 1570, y que forzó a los indígenas a “alquilarse” o a vender su producción para poder hacer frente a estas obligaciones fiscales.

El caso más estudiado dentro de la minería de plata de Charcas ha sido Potosí con sus más de tres siglos de historia colonial, un asiento minero que lejos de ser un modelo es la excepción en los Andes. Sus minas en entregaron casi la totalidad de la plata del virreinato de Perú en el siglo XVI y más de 68% en el XVII; gozó de un importante sistema de trabajo forzado casi desde sus comienzos (primero con las encomiendas, luego con la mita), y tuvo una productividad y duración que no se pueden comparar con ningún otro centro minero.

Aunque hubo diferentes mitas en el virreinato de Perú, la más importante es la potosina, que implicó que tributarios de 16 provincias acudieran a dicha villa a servir en las minas y en los ingenios de moler metal. Aunque debían ir en forma obligada a Potosí, recibían una paga que estaba muy por debajo de la de los trabajadores voluntarios. Además debían realizar las peores tareas: en su gran mayoría los mitayos eran apiris (quienes sacaban el mineral de las minas en unas bolsas de cuero cargadas a sus espaldas), o incorporaban el mineral ya seleccionado a los mazos de moler en los ingenios.

Entre Toledo y La Plata la redistribución de la población tributaria no había sido homogénea: las provincias que habían sido asignadas para cumplir con la mita potosina fueron las que más población habían perdido (por muerte o migración), mientras que los valles orientales y las nuevas ciudades y asientos mineros habían atraído migrantes. El sur de Charcas, esto es el entorno de Potosí, comenzó a tener un mayor peso demográfico, en parte porque muchos de los que asistían a la mita con sus familias se quedaban en la cercanía.

Aunque la población indígena había migrado en forma muy significativa desde tiempos prehispánicos, los movimientos de población del siglo XVII ocurridos en un contexto de debacle demográfica transformaron profundamente la geografía de los Andes. Estos movimientos tuvieron, además, un impacto significativo en el sistema de recolección de impuestos y en la organización de la mita, porque ambos estaban basados en la visita general realizada por el virrey Toledo. A lo largo del siglo XVII tanto el pago de los tributos como los contingentes de la mita disminuyeron fuertemente. Las autoridades coloniales eran conscientes de lo que ocurría, aunque con frecuencia se declararon impotentes para detener los flujos de población.

Pero no todas eran quejas, hubo quienes se beneficiaron por estas migraciones y presionaron para que la situación no se modificara. Miles de españoles que habían sido excluidos de la mita fueron beneficiados por la llegada de trabajadores que huían de esta carga dirigiéndose a sus haciendas o a sus minas para conseguir la plata con la que podían pagar sus tributos o sus reemplazos en el trabajo forzado.

La mayor preocupación de los funcionarios siguió centrada en la mita y en el reparto de la mano de obra minera, entre otras cosas porque esta actividad seguía siendo en aquel momento la principal fuente de ingreso de las Cajas Reales de Charcas.

Aunque la mita era tan importante, durante el siglo XVII la mayoría de los trabajadores de Potosí eran indios alquilados a quienes se llamaba mingas, que cobraban en forma diferente según cual fuera la actividad que desarrollaban. Muchos mitayos preferían trabajar como mingas, tanto en Potosí como en otros asientos mineros, porque con lo que ganaban podían pagar su reemplazo en la mita. Justamente uno de los reclamos de los azogueros potosinos era que los nuevos asientos (como San Antonio) tenían mayores ventajas para los indígenas porque ofrecían mayor paga, lo que generaba ausencias generalizadas.

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Para los primeros trabajos en el famoso Cerro, tampoco era necesaria la experiencia, por la bonanza de los minerales. La explotación en los primeros años consistía en tanteos o trabajos superficiales y a tajo o a cielo abierto, siguiendo el curso de las vetas primigenias que afloraban.

Esas vetas fueron así trabajadas hasta donde fue posible; y eran tan hondas que en todo un día un natural

hacía el camino de subida, cargando el mineral, en dos etapas.La forma de trabajar de los barreteros en las labores a cielo abierto era siempre en grupos de a dos, que se alternaban uno sujetando el barreno y el otro con el combo cogido con ambas manos.

La tecnología del trabajo subterráneo es tan antigua que los españoles la habían heredado de los romanos, quienes trabajaron así las minas de mercurio en Almadén/España. Luego la transfirieron a Potosí y junto a las técnicas incaicas en un principio convivieron bien hasta el empleo de puntas aceradas que reemplazaron a los implementos nativos a lo sumo recubiertos en la punta con bronce o cobre.

La profundidad y extensión creciente de las minas potosinas habían conducido a la generalización de las labores subterráneas mediante socavones y galerías. Con ello se facilitaban la explotación, el transporte, el drenaje y la ventilación.

Para la extracción de los minerales y rocas duras se utilizaba los barrenos, herramienta que antiguamente en España se llamaba punterola. No obstante, hacían la roca menos resistente sometiéndola alternativamente a la acción del fuego y del agua. El avance mediante esta técnica era lento. En las labores subterráneas con los barrenos se hacían unos agujeros cilíndricos de menos de un metro de profundidad y de 2.5 a 3.5 centímetros de diámetro, golpeándolos con los combos. Para abrirlos se empleaba un surtido de ellos, variando su longitud; eso sí, todos coronados en uno de sus extremos por una forma de cuchilla. Hacer un barreno de unos 80 centímetros costaba una jornada de trabajo.

En 1556 fue iniciado el primer socavón, terminándose 29 años más tarde. Tuvo 209 metros de longitud y 2.4 metros cuadrados de sección. Para su construcción se empleó la técnica de adosado de fuego para romper por dilatación térmica la roca; sugerida por el inglés Enrique Sandi que, junto con otros naturales, murió asfixiado. Al llegar a la veta el socavón permitió desarrollar muchas minas encima de él; asimismo mejoró el transporte, ya que era más fácil bajar el mineral 58 metros mediante escaleras, que subir 225 por ellas hasta la superficie.

Los trabajos de profundidad se acrecentaron a medida que aumentaba la producción y la ley de cabeza empobrecía. Un problema radicaba en la construcción de los respectivos caminos. En los primeros años (antes de la visita de Toledo), se emplearon las escaleras de patilla que consistían en el uso de grandes vigas de madera como sostenes para colocar los pies. Como los pasos no tenían igual espaciamiento, la seguridad de estas escaleras no era buena.

Hacia 1573 (después de Toledo), Niccolò de Benino nos da a conocer que las minas en el cerro llegaron en promedio a unos 250 metros de profundidad, o sea 165-330 metros, y que se había generalizado el uso de escaleras de tres ramales fabricadas con tiras retorcidas de cuero de vaca, como gruesas maromas, y de un ramal a otro puestos palos o peldaños de madera; debían ser anchas, ya que servían a la vez para subir y bajar. Tienen estas escaleras de largo 165 metros, y al fin de ellas está otra que comienza de un apoyo con andamios en que podían descansar, que eran las barbacoas. Existían estos lugares de descanso entre cada nivel (que podía tener hasta 120 metros). Normalmente subían en grupos de tres personas con el mineral, el jefe llevaba una vela atada a su dedo pulgar (Capoche 1959 [1585]: 109). Cada apiri llevaba algunos kilogramos en un saco como mochila en su espalda, teniendo las manos libres para sujetarse.

De acuerdo a las ordenanzas de seguridad del virrey Toledo, de 1574, basadas en las de 1561, para Potosí las reglas sobre seguridad vigentes eran: se prohibía el trabajo a tajo abierto, en razón de los peligros de derrumbamiento, y ordenaba que los soportes (puentes) de roca natural sean dejados para que apuntalen las obras subterráneas y que las escaleras debían ser lo suficientemente fuertes; se especificaba sus

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dimensiones (25 metros de largo y con una separación entre travesaños de 40 centímetros). Encargado de su cumplimiento era el alcalde mayor de minas o veedor.

Al ser retirados los puentes no tenían "sobre qué estribar, y así con el peso de la parte del Cerro que carga sobre ella, se viene y cae sobre la otra de abajo, cierra y hunde los caminos y labores con el daño ordinario de muertes y encierro de indios y deja la mina imposibilitada de poder labrar (...)"

Ya en 1582 se tenía en el cerro nueve socavones que habían cortado las diferentes vetas y otros siete aún no; la longitud de los últimos era de unos 500 metros. Todos recibieron mano de obra mitaya de acuerdo al repartimiento, tanto para mantenerlos limpios cuanto para terminarlos.

Los propietarios de una mina cruzada por un socavón estaban obligados a pagar un quinto de todo el mineral que sacaban al constructor del socavón, y todas las vetas en trabajo debían ser registradas por el propietario del mismo. Esto traía muchas dificultades, ya que era difícil determinar si la veta había sido trabajada. Los dueños de las minas no podían rehusar el paso del socavón por su propiedad, y por ley se debían sacar por los socavones el mineral de las minas.

A principios del siglo XVII, el padre Ocaña comentaba sobre lo primitivo del laboreo de las minas y se compadecía de la forma cómo se efectuaba el transporte de los minerales con ayuda de un zurrón atado a las espaldas; gastando para ello mucho tiempo en bajar y subir por unas escaleras de palo y sogas. Habían muchos socavones por los cuales se entraba; ya adentro las galerías iban culebreando unas por aquí y otras por allá o se encontraban unas con otras, y se podía salir por donde uno quería; eran tan estrechas y profundas que faltaba el aire para su ventilación y para que ardan las velas, muy necesarias para la iluminación. Otro problema radicaba en el peligro de derrumbamientos que era inminente y a cuya causa muchos indígenas perecieron enterrados.

Es importante referirse a la iluminación dentro de las labores mineras subterráneas. Se gastaban anualmente en velas de sebo cincuenta mil pesos; cuatro, costaban un real. Las velas, como otros insumos y herramientas, ponían los naturales. Para fines del siglo XVIII y de los datos de la visita general del gobernador Juan del Pino Manrique y Lara, en las 44 minas en explotación en el Cerro Rico se gastaba anualmente 34 000 pesos sólo en velas.

Respecto a la ventilación, especialmente en los piques se tenía malas condiciones de aire. A medida que las labores fueron profundizándose se idearon sistemas de ventilación. Para ello se construyeron socavones por debajo de las bocaminas. La construcción de éstos era una lotería, ya que estas labores no necesariamente cortaban vetas a las cuales iban dirigidas; además, su costo aumentaba porque se construían conductos verticales.

Los métodos de explotación y extracción no mejoraron en el siglo XVI y parte del XVII, y las minas se iban profundizando más. Se tuvieron que abrir más socavones, con lo cual se descubrieron "nuevas vetas"; pero que se las siguió trabajando con los métodos rutinarios. Las minas alcanzaron profundidades de hasta 330 metros; no obstante, los mineros no confrontaron grandes problemas con el agua (aunque en 1609 los planes de algunas minas estaban inundados). Lo primitivo de la forma de trabajo se neutralizaba por el empleo de gran número de mano de obra coaccionada y gracias a ello se podía mantener la producción y competir con otros centros mineros.

Un hecho notable tecnológico fue la introducción de la pólvora para realizar el arranque. Esta transferencia de Europa a Potosí necesitó muchos años. Este explosivo se utilizó por primera vez en 1627, en Schemnitz/Baja Hungría; y en este continente, allá por 1676, en Nueva España o México. Al parecer, en Potosí la pólvora fue introducida en la segunda mitad del siglo XVII y esto habría aumentado los riesgos de enfermedades profesionales, por la gran profusión de polvo originado por las explosiones.

La explotación en el Cerro Rico jugó un importante rol para la Corona y ello se deduce de la implantación de

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esta tecnología de punta mucho más antes que en las reales minas de mercurio de Almadén (1698), lo que elevó la producción; aunque su empleo no se generalizó hasta 1703.

Para el año de 1788 se sabe que el acopiamiento semanal de pólvora para las 44 minas activas en ese momento en el Cerro de Potosí era de 584 kilogramos, y que se extraían 740 toneladas de minerales por semana

La explotación en el Cerro Rico poco cambió en el siglo XVIII, ya que la tecnología minera se mantuvo casi sin innovación. Todas las operaciones eran efectuadas por los mingas y mitayos, con diverso grado de entrenamiento.

La producción de la plata en 1588 sobrepasó las 200 toneladas. Entre 1581 y 1600, Potosí produjo más del 42% de la plata mundial; no teniendo prácticamente competencia de ningún otro yacimiento. Desde 1573 hasta 1650, tres factores aseguraron esta posesión de privilegio: uno, tecnológico (la introducción de la amalgamación y las variantes desarrolladas en el lugar); el segundo, de orden social (consistente en un régimen de trabajos forzados: la mita); y el último, energético (energía barata aplicada en la fragmentación de los minerales, para lo cual se construyó uno de los sistemas hidráulicos más grandes de América).

Sin duda alguna, la explotación minera de las vetas argentíferas en el Cerro Rico de Potosí, dependiente de la Real Audiencia de Charcas y consiguientemente del Virreinato del Perú (hoy Bolivia), ha sido para la Corona Española y toda Europa -en la Colonia-, de mucha significación económica; ya que éste fue y es considerado todavía el más grande yacimiento de plata del mundo, pese a las más de cuatro centurias de su trabajo intensivo desde 1544.

Un hecho importante que destaca a la minería potosina para poder competir con otros centros en la América española, constituyó el pedido que los dueños de minas, ingenios y fundidoras formularon al virrey don Francisco de Toledo, el Solón del Perú, que entre sus reformas sean ellos favorecidos con la mita o trabajo bajo coacción de los nativos. Con este valor agregado, que rebajaba los costos de operación al ser la mano de obra prácticamente gratuita, Potosí mantuvo su lugar de privilegio y de aportador de las regalías (quinto y diezmo, respectivamente) al Rey.

Mano de obra

La mano de obra en Potosí en el siglo XVI correspondía al yanacona minero. En una época tan temprana que se puede ver claramente cómo el yanacona especializado o huayrador prehispánico, – que era el que sabía utilizar los hornos de beneficio de mineral activados por el viento – pasa a ser aquel indígena minero especializado en diferentes áreas del trabajo en socavones o en ingenios, sin embargo no en cualquier trabajo relacionado con las minas, sino en aquellos que requerían algún conocimiento y especialidad, como fueron los barreteros, quienes tenían que conocer cuál era la veta a seguir, con el fin de encabezar la ruta de la extracción del mineral de plata. Los barreteros eran seguidos por los siquepiques, o indígenas encargados de recoger el mineral picoteado. En los ingenios eran yanaconas los indígenas conocedores de la amalgamación y de los hornos, quienes eran asistidos por indígenas carboneros, lavadores de mineral y los mezcladores que batían la amalgamación dentro de los buitrones, antes de vaciar en los cajones o en los cedazos, donde el metal ya purificado era golpeado y enfriado a la vez, para formar las piñas de plata.

Estamos hablando de unos yanaconas que tenían cierto status. Un estamento laboral que se establece después de analizar diferentes variables. La primera que entra en consideración es que la mayor parte de los yanaconas huayradores que se encontraban trabajando en Potosí en 1575, procedían del Cuzco, donde se conoce que existía el Koricancha (hoy templo de Santo Domingo) o templo del sol, de la luna y de las estrellas, que estaba adornado con objetos de uso cotidiano fabricados en oro y plata. El Cuzco constituyó una de las diez provincias obligadas a la mita minera de Potosí, instituidas por el Virrey Toledo, no solamente porque era la cabeza de los reinos del Perú sobre la cual había que sentar precedencia de autoridad, ni porque era la provincia más poblada del Perú, sino porque allí se encontraba la mayor cantidad de yanaconas

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especializados, especialmente en el arte de los metales. La segunda variable se refiere a la tasa que pagaban. El Padrón de Yanaconas establece que los yanaconas huayradores, pagaban una tasa anual, no un tributo como el resto de los indígenas. La tasa estaba destinada a pagar a sus propios caciques. En esta misma consideración tenemos que los caciques encargados de regirlos eran de procedencia noble. La tercera y última consideración, es que por ser yanaconas, ellos podían regresar a sus tierras de origen o sementeras cuando querían, pero en su caso no se fueron, se quedaron luego de cumplir un año en Potosí. Pasaron de ser de especialistas en hornos de viento prehispánicos a serlo en purificación de la plata en los ingenios o barreteros, como se indicó antes. En Potosí recibían como remuneración dos pesos diarios, a diferencia de los mitayos comunes que recibían 2.75 reales. Se constituyeron así en mingados o contratados. En todos los casos ellos podían apropiarse además de los llampos, o residuos de mineral, pues formaba parte de su jornal. De esa manera fueron la primera mano de obra asalariada y libre que pasó a formar parte del mercado laboral minero. En el ámbito del régimen de sujeción a la mita y coacción de que fueron objeto todos los demás indígenas del común, ellos fueron especiales y privilegiados.

Potosí: Ciudad minera y valorización ambiental Altiplánica

El vencimiento de las máximas altitudes andinas fue estructurado por los conquistadores hispánicos con la explotación de sus abundantes recursos mineros. La fama de la existencia de la riqueza minera de Charcas hizo que muy tempranamente se establecieran conquistadores poseedores de minas en Porco y en otros sitios altiplánicos. Esta tendencia nueva a la ocupación de las enormes altitudes se afianzó a partir de 1545 con el descubrimiento del mineral de plata de Cerro Rico de Potosí a 4.790 msnm, en el desamparo del altiplano. Al pie de la explotación minera se formó desordenadamente a partir de los 4.000 m de altitud la ciudad de Potosí, que se fue extendiendo por las faldas de Cerro Rico, formando una ciudad populosa a pesar de las adversas condiciones ambientales. Sólo en 1572 es fundada oficialmente, introduciéndose medidas de ordenamiento espacial que otorgaron una gran regularidad a su trazado originalmente desordenado, contándose a partir del mismo año con molinos impulsados por fuerza hidráulica para la molienda del metal, captándose el agua en albercas en la montaña, que fueron incrementando paulatinamente su número hasta alcanzarse más de una treintena de embalses, con sus canales derivados hasta los molinos. Ello posibilitó una enorme expansión en la producción de este mineral, acarreando prosperidad a la ciudad que en 1611 alcanzaba los 160.000 hab., siendo ornada por la monumental Real Casa de Moneda, Aduana, Cabildo, Coliseo, Casa de los Oficiales Reales, la Caja del Agua, varios templos renacentistas, palacios de los acaudalados mineros y azogueros y acueductos, mientras que a la falda de Cerro Rico se alzaban los ingenios de procesamiento y las canchas de amalgamación con sus imponentes muros, contándose además con numerosos obrajes, talleres dedicados al tejido de telas y ropas. De esta manera Potosí se estructuró en estas extremadas altitudes como el mayor centro minero, económico e industrial del alto Perú, la primera ciudad de América y una de las mayores del mundo en dicha fecha. Abandonará esta primacía a finales del período virreinal, descendiendo su producción de plata, con lo que la población bajó a menos de 30.000 habitantes a comienzos del siglo XIX. El paisaje andino en el cual está enclavado Potosí es sumamente extenso y diversificado, acompañándose al complejo modelado orográfico de la Puna, con salares, serranías, cordilleras y cerros, singulares espejos de agua en forma de lagos y lagunas, un seco y riguroso clima frío, variada biodiversidad y ricos recursos minerales, estando en el período de este ensayo geohistórico bajo el signo de la explotación de la plata. Paisajes naturales, flora, fauna y recursos de diverso tipo, fueron valorizados diferencialmente por la intensa explotación minera de Potosí. La acción humana de mineros y azogueros movilizó gran parte de los recursos de estos paisajes altiplánicos que posibilitaron a un gran costo ecológico y ambiental, enormes cambios locales. Altitudes extremas, fríos intensos, largas sequías, junto a otros eventos geográfico-físicos, acompañados con catástrofes naturales, no pudieron impedir la tenaz conquista del paisaje altiplánico,

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lográndose conformar la ciudad minera más importante de Iberoamérica. Esta aprehensión geohistórica minera del paisaje andino de Potosí desde mediados del siglo XVI hasta comienzos del siglo XIX, se perfeccionó en el ordenamiento laborioso, con la contribución obligada y sostenida de la mano de obra indígena, de los espacios locales de extracción, transformación y tráfico de la plata, irradiándose a paisajes extra-regionales, que se conformaron como puntos vitales de apoyo logístico de abastecimiento, reclutamiento forzado de recursos humanos y otras actividades, en territorios que hoy son parte de Bolivia, Perú, Argentina, Chile y Paraguay. A su vez, en los propios paisajes andinos de la zona de influencia de Potosí, sus habitantes lograron conformar en las cercanías de los inhóspitos y peligrosos sitios de extracción, molienda y amalgamación, gratos paisajes de distensión, al interpretarse adecuadamente matices climáticos y bondades de aguas termales. La acción humana incentivada por el hallazgo de la plata fue venciendo todas las barreras espaciales que obstaculizaban la accesibilidad a Potosí, habilitándose caminos en sitios fragosos que superaron los obstáculos de la extremada altitud, de la mediterraneidad y del apartamiento geográfico. El interés por sus riquezas argentíferas aventajaba todo concepto de inaccesibilidad y distancia. Multitudes de hombres dispersos en el ámbito hispanoamericano y peninsular se sentían atraídos por la "fiebre potosina", caracterizada, por la tendencia a glorificar y magnificar los hallazgos del Cerro Rico y la Villa Imperial de Potosí. El clima en estos altos paisajes andino es seco y frío. En el caso de Potosí son aún más bajas, descendiendo por debajo de cero grados en numerosas noches de mayo a agosto. Debido a la altura de la subregión potosina y a la sequedad del aire, la insolación diaria es muy importante, existiendo fuertes contrastes en la temperatura entre los terrenos expuestos al sol y la sombra. Ello tocaba incluso a la geografía laboral, puesto que los mineros del Cerro de Potosí estaban separados en dos parcialidades correspondientes a las dos caras del cerro, la que tenía sus labores en la vertiente del sombrío, que caía entre el poniente y el mediodía, y la que desarrollaba sus trabajos en la parte del sol, que es la del norte. Estas parcialidades, con diferentes advocaciones marianas, celebraban competencias devotas y profanas todos los años. Indudablemente, Potosí era un lugar frío para vivir y trabajar, aunque era sólo una rigurosidad relativa, comparable según algunos de sus escritores a la de algunos sitios peninsulares, al hacer un frío parecido al de Cantabria de España; según otros excedían al de Castilla la Vieja y Flandes. La percepción de estas difíciles condiciones climáticas en los lugareños ha sido testimoniada en la obra de Arzáns: "...cuyos relatos sugieren la sensación del medio telúrico con su frío, su nieve, su granizo y sus rayos". La movilización de los recursos mineros estaba ligada, entre otros factores, a la contingencia de la geografía del azar climático. No eran estables las condiciones de los factores climáticos sucediéndose de año en año importantes cambios en la temperatura, la pluviosidad y los vientos, aparte de bruscos cambios estacionales por nevazones y granizadas. Las condiciones del extremado frío eran molestas para los habitantes de Potosí. Sin embargo, se puede conjeturar un ligero mejoramiento en las condiciones de las bajas temperaturas, al contrastarse con las rigurosas particularidades en los primeros años del establecimiento minero. De acuerdo con los datos recopilados, se observa que en los primeros tiempos durante la formación del asiento de minas de Potosí se sufrían condiciones climáticas muy extremadas, especialmente por las bajas temperaturas, incluso se llegaba a comparar con las condiciones gélidas de la cordillera de Chile. Este riguroso frío causaba muertes en quienes dormían al descampado de la Puna. Este mejoramiento en la percepción de un menor frío puede deberse en que a medida que se estabilizaba el asiento minero y se transformaba en villa, mejoraban las condiciones de confortabilidad de las viviendas y se habilitaban mejoramientos en el utillaje de braseros y otros adminículos para el calor doméstico, junto al mayor consumo de mate y otras bebidas estimulantes. Sin embargo, tampoco es descartable que se hayan

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producido variaciones climáticas, con la ocurrencia en esos años de mediados de la década a partir de 1540 con un pulso de la pequeña Edad Glaciar, que habría incidido en un período más seco y frío. En el resto del siglo XVI continuaron los grandes fríos, como los registrados en 1557, con enormes nevadas. Sin duda, esta rigurosidad incidió hasta 1584 en la mortalidad infantil, como es señalado específicamente: "Cuantos niños nacían en este Potosí... de padres españoles morían, o al nacer o antes de los 15 días de nacidos, porque el terrible frío y los aires helados los mataban; y aunque las señoras vecinas por lograr sus hijos se salían a parir a los valles convecinos desterrándose un año o más tiempo, las más veces cuando volvían con ellos se los mataba el riguroso frío". Más tarde, la contingencia del frío, aunque molesta no tuvo gran incidencia en los modos de vida de los potosinos, señalándose su periodicidad: "Los rigurosos fríos (aunque como queda dicho en otras partes de esta Historia no son tan terribles como en los principios de la fundación de esta Villa) comienzan en ella desde principios de abril y duran hasta septiembre o a lo menos hasta sus principios, siendo entre estos meses los más rigurosos mayo, junio julio y agosto". Eran excepcionales los años gélidos, como el de 1709, reputado como de fríos y nieves intolerables. El clima de Potosí es sumamente ventoso, siendo tempranamente aprovechado el vigor de los vientos locales. En la primera etapa del establecimiento minero entre 1545 y 1571, la fuerza e intensidad del viento posibilitaba el adecuado y continuo trabajo minero en la guaira u hornillo de barro en que los indígenas fundían a carbón y leña los minerales de plata de alta ley, aprovechando la fuerza del viento. Las guairas expresaban un sabio aprovechamiento de los vientos locales como fuente de energía. La frecuencia de estas corrientes posibilitaba una sostenida utilización de estos hornos de raigambre indígena. Aunque los esfuerzos para generar energía del viento estaban a merced de la naturaleza eran escasos los días de calma que obligaban a cesar la habilitación de estos hornillos. Por lo tanto, tenía una singular importancia la dirección y velocidad de este elemento climático, muy sujeto a la influencia del relieve cordillerano y las enormes elevaciones del altiplano y la puna. En estas elevaciones por encima de los cuatro mil metros sobre el nivel del mar es notable el aumento de la velocidad del viento. Las variaciones periódicas y no periódicas de viento eran bien conocidas por los fundidores indígenas de Potosí, por lo que se ubicaban las guairas en las cumbres y altas laderas de los cerros, donde el viento suele soplar durante el día valle arriba y durante la noche valle abajo. En la cima de los cerros aislados se notaba durante el día cierta debilidad del viento y en la noche, a la inversa, mayor intensidad. Ello explica el maravilloso espectáculo de una geografía de la noche con las luminarias de las guairas: "Están puestas las guairas por las cumbres y faldas de los cerros y collados que están a vista y circuito de esta villa, que da contento ver con la oscuridad de la noche tantos fuegos por el campo, unos puestos por orden por las puntas y pináculos de los cerros a manera de luminarias y otras confusamente asentadas por las laderas y quebradas, y todas juntas causan una regocijada y agradable vista". Incluso, Vázquez de Espinosa habitualmente parco, expresó irónicamente su asombro: "...llamaban a estos hornillos, donde ardían por aquellos cerros, y montes todas las noches más de 6.000, con el fresco viento, que les soplaba, que era contento ver de noche tantas luminarias, que parecía se ardían los cerros, y que habían alegres fiestas, y cierto lo era para los Españoles, por la plata que los indios por ellos les sacaban". Se aprovechaban las variaciones periódicas estacionales de los tiempos más ventosos entre los meses de mayo a agosto, cuando soplaban regularmente vientos muy fuertes, impetuosos y fríos, denominados tomahavis. Su importancia era vital para el trabajo en las guairas, por lo que son precisas las referencias a su desencadenamiento: "Su calidad es seco frío y ventoso sobremanera, especial por mayo, junio, julio y agosto, que se levantan unos recios vientos que llaman tomahavis, por venir por un pueblo que tiene este nombre...". Menor significación tenían los vientos huracanados en otras estaciones. Son numerosas las anotaciones específicas sobre acontecimientos climáticos, referidos generalmente a eventos catastróficos que inciden en los trabajos mineros; en especial, grandes sequías e inundaciones. Hay otras múltiples referencias de datos indirectos que revelan la incidencia de la magnitud de las precipitaciones

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en la vida de los habitantes potosinos, como en hambrunas, pestes, muertes de personas y animales y pésimas cosechas de las plantas andinas. En los saturados y sobrepoblados paisajes urbanos y mineros de Potosí se reconocía la gran influencia de pluviosidades, fríos y sequías, en el desencadenamiento de pestes y plagas. Estos eventos mortales se repetían frecuentemente en las punas inmediatas, siendo particularmente extendidos los efectos en la mortalidad, entre otras muchas, de la peste de 1719-1720 que ocasionó 20.000 muertes; otras veces, como en la peste de 1733, se reitera, junto a la sequía su incidencia en la hambruna: "El hambre era muy sensible, pues pan, carne y semillas de la tierra todo estuvo tan escaso que perecían los pobres". En numerosos casos la asociación del estado del tiempo con epidemias era muy simple, lo que se registra en estos paisajes en 1557 con la cruel peste de catarro y toses "de que murieron muchos, y que desde aquella ocasión en todas cuantas nevadas caen en esta Villa sucede lo mismo, como al presente se ve, con estar mudados todos aquellos antiguos rigores". Lo mismo se constataba, entre otras muchas, en las epidemias de gripe de 1589 y de 1590-1593. Más compleja era la ligazón de condiciones climáticas de sequía con la difusión del tifus o tabardillo, como es anotado en 1684: "Con esto, fuera del grave trabajo de faltarles las aguas, al mejor tiempo sobrevino una peste terrible de tabardillo tan violenta que a los tres, cuatro o nueve días de heridos los hombres morían, sin haber remedios que siquiera dilatasen en algunos días más el accidente". Ello es reiterado en ocasión de epidemias del mismo tipo en 1692, lo mismo que varias en el siglo XVIII. Eran escasos los años percibidos como normales, lo que llevaban a establecer una diferencia entre un año estéril, que correspondía a un año de lluvias escasas, malo para el sistema hidráulico que accionaba los ingenios, y un año fértil, que se expresaba en un año de lluvia abundante, propicio para el mismo sistema hidráulico. En efecto, desde comienzos de la década a partir de 1570 con el advenimiento de la utilización de los ingenios de agua con su beneficio a través del azogue, fue básico asegurar el abastecimiento regular del recurso hídrico, tomando una importancia fundamental el ritmo y la intensidad de la lluvia. La sequedad era fuerte en el período de mayo a agosto. Los pobladores potosinos intentaron acoplar su situación climática a las cuatro estaciones de las zonas templadas, a pesar de su situación en las altitudes intertropicales. Sin embargo, se impuso la realidad de un clima absolutamente diferente, revelando las limitaciones de las abusivas interpretaciones clásicas de verano, invierno, primavera y otoño: "Pero en esta Villa de Potosí estoy por decir que solamente hay dos tiempos al año, no porque sea así sino porque parece serlo, pues ordinariamente comienzan las aguas a comienzos de octubre y duran hasta fines de marzo, aunque también hay años que comienzan por noviembre y algunos por diciembre, pero como llevo dicho lo ordinario es el principio en octubre y su fin en marzo". Los cambios climáticos en la provisión del agua se proyectaban de diversas formas en los trabajos mineros del Cerro y en las fundaciones. A pesar de la aridez local, incluso lluvias demasiado copiosas incidían en daños para la minería, al ampliarse las posibilidades de inundaciones de los socavones mineros y de los establecimientos de la Ribera, reventones de las lagunas del macizo de Caricari y otros desastres. Este peligro del azar de las lluvias es una constante en la historia. En el siglo XVI, a partir de 1547 y 1548, se mencionan entre los años sumamente lluviosos los de 1567, 1570, 1588 y 1597; en cambio, en el siglo XVII los años lluviosos fueron mucho más escasos, salvo 1624, cuando se produjo la inundación de la laguna de San Sebastián, y 1626 donde se sufrió la reventazón de la laguna Caricari. La contingencia de las lluvias excesivas se desencadenó en el siglo XVIII, sobresaliendo el año sumamente lluvioso de 1710: "Las lluvias del mes de diciembre del año antecedente y de enero y febrero de este de 1710 fueron tantas que echaron por tierra muchas casas, y en los minerales y pueblos del contorno de esta Villa arruinaron los arroyos, vueltos en caudalosos ríos, muchas haciendas y ahogaron mucha gente". A los pocos años se repiten los peligros acarreando el pánico colectivo, lo que se observaba en 1714: "Las lluvias de enero y febrero se continuaron con tal abundancia que arruinaron muchas casas de esta Villa, y sus

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lagunas se llenaron de suerte que la de San Sebastián desaguó a comienzos de febrero y la de Caricari a principios de marzo por todos sus términos, llenando de horror a la Villa con el temor de que se rompiesen...". Los riesgos se desencadenaban especialmente en el tiempo de las entradas de las lluvias, acusándose cuando se extendía el lapso de lluvias continuas, lo que se expresaba en pérdidas humanas y en el deterioro del hábitat y de las instalaciones mineras. Ello se registra en 1719 y en 1725, cuando se derrumbaron más de 300 viviendas de españoles y criollos, junto a 270 ranchos de indígenas y parte de las iglesias de la Matriz y San Agustín. Durante el estío de 1733 se registraron 70 días continuos de intensa pluviosidad y al año siguiente llovió furiosamente durante los meses de enero y febrero, lo que hizo crecer al río de la Ribera, que saliéndose de madre se llevó la plazuela de Palaco, varios ingenios y cayeron más de mil casas. En los paisajes andinos caracterizados por el árido clima de Potosí era básico asegurar los depósitos de agua para mantener los trabajos mineros y de molienda durante el mayor tiempo posible, además de garantizar el continuo abastecimiento de agua potable para sus habitantes. Fue indispensable la maestría de la acción humana, a través de la habilitación de diversas obras artificiales de represas y canales, puesto que la pequeña corriente fluvial natural que fluía por Potosí, algo más que un gran arroyo, no bastaba para proporcionar la fuerza motriz necesaria en los trabajos de molienda durante los meses secos. Ello se posibilitó con la construcción de una serie de presas, estando interconectada las principales, donde se podía almacenar el agua a fin de derivarla hacia los ingenios operados por energía hidráulica, que se repartían en los suburbios y en la misma ciudad de Potosí. Sus imponentes construcciones, obras maestra de ingeniería de la época, modificaron puntualmente el aislado paisaje natural. La fragilidad de estos artilugios hídricos se expresó unas pocas veces en el paisaje potosino, con pérdidas humanas y en las instalaciones de viviendas y refinerías. Derrames de aguas desde las lagunas artificiales o reventazones en sus murallas, emplazadas a un gran desnivel y una corta distancia del centro minero de Potosí, podían desencadenar un huayco, o masa enorme de piedras y barro que las lluvias torrenciales desprendían de las laderas del macizo de Caricari y que, al caer en el río canalizado de La Ribera, ocasionaban su desbordamiento. Fue el caso de la inundación de la presa de San Sebastián en 1624, que produjo grandes daños al destruir gran parte de las viviendas de indígenas en la parroquia de la Concepción y en las rancherías de Santa Bárbara y San Benito, ahogándose más de un centenar de indígenas y algunos españoles. La labor estresante en el Cerro de Potosí y en los molinos e ingenios de la Ribera, junto a las tensiones de las actividades socioeconómicas urbanas, implicaron la búsqueda de espacios naturales extraurbanos para el ocio y la distensión. Es cautivante observar que en estos ríspidos y desolados paisajes se conformaron gratos espacios, que sedujeron a los potosinos, tanto a los sectores sociales más opulentos como al pueblo en general. A las innumerables fiestas efectuadas en el recinto intraurbano se agregaban festividades religiosas y profanas que eran celebradas profusamente en sus parroquias de la Ranchería por los indígenas que trabajaban en Potosí. Se encuentra documentada la profusión de regocijos que efectuaban las lavanderas indígenas en las inmediaciones del aliviadero Cusimayo, que deriva del desaguadero de la laguna de Caricari. En la cumbre del Cerro Rico de Potosí los espacios se reciclaban para actos ceremoniales religiosos y asimismo para usos de comercio carnal. Se celebraban misas y fiestas religiosas, con participación de españoles e indígenas, registrándose numerosas procesiones, y prédicas, marcándose este encumbrado paraje con una gran cruz. A menudo estas actividades religiosas culminaban con abundantes banquetes. En el mismo cerro proliferaban las actividades de prostitución "y las indias a trueque del metal les dan sus propias personas, y sus madres las suben para este efecto al cerro". A su vez, en las faldas del cerro se fueron incrementando costumbres de peleas espontáneas con palos, piedras y puñales como actividad para escapar al tedio en los meses de noviembre y diciembre. Nota Revisar material de apoyo (Minas de Potosí, parte I): https://www.youtube.com/watch?v=-bfYt68YaAQ

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Revisar material de apoyo (Minas de Potosí, parte II): https://www.youtube.com/watch?v=xg9seBFcGT0

2.3 EL SIGLO XIX Y LAS INDEPENDENCIAS EN AMÉRICA

2.3.1 EL SUEÑO DE BOLIVAR: LA PATRIA GRANDE Simón Bolívar Nació en Caracas el 24 de julio de 1783, en el seno de una familia de ricos criollos, los Bolívar y Ponte-Palacios y Blanco. Estudio de manera no convencional con maestros como el escritor y político venezolano Andrés Bello y el filósofo y educador también venezolano Simón Rodríguez, si bien fue este último quien en su etapa caraqueña contribuyó en más alto grado a forjar la personalidad de Bolívar. También se formó leyendo a los pensadores de la Ilustración (Locke, Rousseau, Voltaire, Montesquieuú) y viajando por Europa. Bolívar se convirtió desde 1813 en el máximo conductor de la revolución que culminó con la independencia de Sudamérica, por lo que es conocido como el Libertador. Su sueño era formar una gran confederación que uniera todas las antiguas colonias españolas de América. Para cumplir su sueño se unió en 1810 a la revolución independentista que estalló en Venezuela dirigida por Francisco Miranda. El fracaso de aquella intentona obligó a Bolívar a huir del país en 1812; tomó entonces las riendas del movimiento, lanzando desde Cartagena de Indias un manifiesto que incitaba de nuevo a la rebelión, corrigiendo los errores cometidos en el pasado (1812). En 1813 lanzó una segunda revolución, que entró triunfante en Caracas (de ese momento data la concesión por el Ayuntamiento del título de Libertador). Aún hubo una nueva reacción realista, bajo la dirección de Morillo y Bobes, que reconquistaron el país para la Corona española, expulsando a Bolívar a Jamaica (1814-15); pero éste realizó una tercera revolución entre 1816 y 1819, que le daría el control del país. Su estrategia consistió en libertar primero a Nueva Granada, triunfar luego en Venezuela y seguir a Quito y Lima, plan que se conoció como Campaña Libertadora- Bolívar comenzó con la República Federal creada en diciembre de 1819 en Angostura -tres departamentos que eran Cundinamarca o la antigua Nueva Granada, Venezuela y Quito, cada uno de ellos gobernado por un vicepresidente- para crear una nación unitaria un año después, tan pronto como la independencia empezó a ser una realidad. El golpe militar sorprendió al ejército expedicionario español que estaba esperando refuerzos para recuperar el territorio perdido tras la batalla de Boyacá. El general Morillo recibió la orden de jurar la Constitución, poner en libertad a los presos políticos y concertar un armisticio con Bolívar. Los generales Sámano y Warleta se negaron a luchar en esas condiciones y se embarcaron para Jamaica. Morillo trató de concertar una negociación con el Congreso de Angostura a través de Bolívar. Éste le contestó que la única negociación posible era el reconocimiento de la independencia de Colombia, por lo que se acordó una tregua de seis meses, a partir del 25 de noviembre de 1820, y una regularización del estado de guerra para evitar matanzas inútiles. La victoria militar de los patriotas se impuso rápidamente. Bolívar rompió el armisticio y realizó una serie de acciones que culminaron con la batalla de Carabobo (24 de junio de 1821), en la que derrotó al ejército de La Torre. Los últimos efectivos realistas se encerraron entonces en Puerto Cabello, donde La Torre resistió hasta noviembre de 1823.

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Tras Carabobo, los patriotas se volcaron en la antigua Nueva Granada o Cundinamarca, tomando en octubre de 1821 Cartagena. Bolívar dejó en la costa el baluarte realista de Santa Marta, de escasa importancia y que terminó cayendo en 1823, y se dirigió a Popayán, en diciembre de 1821 para acabar con la resistencia pastusa. Tras arduos combates logró entrar en Pasto en Junio de 1822. Mientras tanto en Quito hubo que plantear dos batallas: una contra los realistas y otra contra los propios patriotas, que siendo partidarios de la independencia veían con reticencia su integración en Colombia. El 9 de octubre de 1820 estalló un movimiento independentista en Guayaquil que instaló una Junta de Gobierno, cuya presidencia recayó en León de Febres Cordero, mientras que las funciones civiles fueron para el poeta José Joaquín de Olmedo. El general Antonio José de Sucre fue enviado por Bolívar, junto con un millar de hombres, para en primera instancia apoyar la revolución contra las fuerzas realistas bajo el mando del general Aymerich, y posteriormente convencer a los patriotas de la conveniencia de unirse a Colombia, lo que aceptaron al fin como una solución provisional. Las tropas libertadoras acantonadas en Guayaquil se organizaron para abatir los últimos baluartes del poderío español. El día 22 de abril de 1822, al mando de las argentinas y chilenas, el general bonaerense Lavalle expulsa a los realistas de Riobamba. Las tropas restantes, unidas a los guayaquileños y a los patriotas del interior, al mando del futuro mariscal de Ayacucho logran el armisticio de Babahoyo y, desde Santa Rosa, barren los últimos retazos del dominio español en las provincias de Loja y Cuenca. En Quito, Sucre se vio atrapado en un laberinto político, estorbado no sólo por los realistas que le cerraban el camino a la capital, sino por las distintas facciones que peleaban dentro de Guayaquil, dividida como estaba entre quienes querían la independencia tanto respecto de Colombia como de España, y los que pedían la unión con el Perú. Pero Sucre necesitaba de los insurgentes de Guayaquil y éstos necesitaban de Sucre y de Colombia. Así, sin mencionar el estatuto de Guayaquil se firmó una alianza en mayo de 1821. Sucre podía defender la costa de modo efectivo, pero continuaba sin tener el poder para pasar por las tierras altas hasta Quito, y en ese frente quedó encantado de aceptar un armisticio en noviembre de 1821. Protegida por la cordillera por el Oeste, Quito era también inexpugnable desde el Norte, donde los enclaves realistas cerraban los pasos de montaña a la revolución. Finalmente Sucre, tras atravesar las alturas de la cordillera en abril de 1822, en vez de atacar por el Sur como se esperaba, avanzó desde el Norte, y el 24 de mayo dio la gran batalla del Pichincha, con su extinguido volcán cubierto de nieves eternas, que fue un gran triunfo patriota y supuso la liberación del territorio que luego sería ecuatoriano. Sucre entraba victorioso en Quito y aceptaba la rendición del Gobernador Aymerich. Quito aceptó integrarse en Colombia, pero Guayaquil siguió defendiendo su independencia, por lo que el Libertador tuvo que ir personalmente a dicha ciudad en julio de 1822 para convencer a los guayaquileños. La anexión de Guayaquil y la entrevista con San Martín fueron los grandes hechos de aquel julio de 1822. El 16 de junio de 1822 el Libertador entró en la capital, pero sólo para dejar a un no muy contento Sucre como presidente del nuevo departamento de Quito. A su llegada a esta ciudad Bolívar conoce a la ecuatoriana Manuela Sáenz, una criolla ilegítima. Esta joven se convirtió en su celosa amante, que le acompañaba del campamento al campo de batalla y de ahí al Palacio Presidencial, tan enamorada de la causa de la liberación como de los hombres que la defendían y, sobre todo, de aquel cuyos designios dirigía. En mayo de 1830, cuando Bolívar abandonó Bogotá obligado a un exilio desesperado, dejó atrás a una Manuela amargada que intentó suicidarse siete meses más tarde al recibir la noticia de la muerte del Libertador, y que pasó sus últimos días vendiendo caramelos y tabaco en una pequeña ciudad del Perú.

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Volviendo a junio de 1822, mientras Sucre quedaba en Quito, Bolívar se encontraba en Guayaquil, uno de los más intratables y difíciles problemas de su carrera y causa de una creciente tensión entre Colombia y Perú. Tomó la precaución de enviar tropas a Guayaquil, y allí fue él en persona, como ya hemos apuntado, a principios de julio. Colombia quería Ecuador y Ecuador necesitaba de Guayaquil. Económicamente las tierras altas no tenían salida al mar. Bolívar se aprovechó también de la necesidad de salvar Guayaquil del dominio de la plebe: «Sólo vosotros os veíais reducidos a la situación más falsa, más ambigua, más absurda, para la política como para la guerra. Vuestra posición era un fenómeno, que estaba amenazando la anarquía; pero yo he venido, guayaquileños, a traeros el arca de salvación». Y el 13 de julio decretó la formal incorporación de Guayaquil a Colombia, posteriormente confirmada por el «voto» de los guayaquileños. Bolívar esperó ahora la llegada de San Martín y los dos libertadores se entrevistaron durante dos días, el 26 y el 27 de julio.

La entrevista de Guayaquil La entrevista de Guayaquil es, sin duda, uno de los episodios más controvertidos de toda la campaña libertadora de Sudamérica. San Martín, debido a sus ideas monárquicas, se veía cada vez con una mayor oposición entre los peruanos, siendo su única salida el negociar con Simón Bolívar, el gran libertador del Norte. Pero no podía esperar una fácil solución ya que la asociación con el Libertador planteaba más problemas que resolvía: puso a discusión la base entera de la colaboración militar, exacerbó el asunto monarquía frente a republicanismo, e introdujo el problema del conflicto de intereses por Guayaquil. Guayaquil era una importante base naval, un centro de construcción de buques y un puerto importante. Estratégica y comercialmente era indispensable para la revolución, y de gran importancia para los intereses de la República de Colombia que representaba Bolívar. A fines de 1820 Guayaquil se declaró independiente, formó un nuevo gobierno y abrió sus puertas al comercio exterior. Los dos generales querían contar con este estratégico centro neurálgico: San Martín lo quería para Perú, aunque reconocía su derecho a decidir su propio futuro político; Bolívar, por su parte, sostenía que debía unirse a Colombia sobre la base de que la presidencia de Quito, en donde se incluía la provincia de Guayaquil, había pertenecido al virreinato de Nueva Granada y lo consideraba como materia no negociable. A finales de 1821, San Martín contaba con algún poder negociador, porque Bolívar tenía dificultades para libertar Ecuador y necesitaba de la ayuda de la división proporcionada por San Martín, bajo el mando del coronel Andrés de Santa Cruz. Sin embargo, tras el golpe de mano de Sucre y su victoria en Pichincha, Bolívar tenía todas las cartas en su mano. De este modo, al ir aproximándose a Guayaquil, San Martín tenía clara la situación: él era el que proponía y Bolívar el que disponía. Bolívar fue el prototipo del criollo: ambicioso, paternalista, impaciente, siempre seguro de sus métodos y de sus metas. Su brillantez brotaba de la singular intensidad de su visión, que fue capaz de llevar la liberación a un continente, pero que fracasó al valorar la dinámica de las nuevas naciones. Su contrapunto argentino, José de San Martín, era estoico, taciturno y retraído, el complemento ideal de Bolívar. La única vez que se encontraron, en Guayaquil, para planear el futuro de la Gran Colombia y del Perú, uno de los grandes momentos del Ecuador. San Martín llegó a Guayaquil el 26 de julio de 1822, donde le esperaba Bolívar. Aquel día hablaron una hora y media sin testigos, mientras que en la siguiente jornada la entrevista se alargó por algo más de cuatro horas, también sin la presencia de testigos. Luego hubo un baile para los dos libertadores del que salió San Martín para embarcarse de regreso a El Callao. Lo tratado lo conocemos por la correspondencia posterior entre ambos personajes y por fuentes indirectas. San Martín le pidió ayuda militar a Bolívar y se ofreció, como posibilidad, a estar bajo sus órdenes en la campaña del Perú. Bolívar se negó a aceptarle como subordinado, ofreciéndole poco más de mil hombres.

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Ante esta posibilidad y la diferencia de pensamiento sobre el sistema de gobierno, Bolívar no quería una monarquía en Sudamérica, San Martín interpretó que su presencia era un obstáculo para la liberación del Perú -que pensó emprendería Bolívar en cuanto desapareciera- y decidió salir de la campaña. Al regresar al Perú convocó el Congreso para el 20 de septiembre, presentó en él su renuncia al mando y anunció su deseo de dejar la vida pública. Ese mismo día dirigió un mensaje de despedida en Pueblo Libre en el que manifestaba su satisfacción por haber presenciado la declaración de independencia de Chile y Perú, con lo que consideraba cumplidas sus promesas de hacer la independencia de los pueblos. Ese mismo día abandonó Perú y partió entonces hacia Chile, desde donde pasó a Mendoza para posteriormente, en febrero de 1824, partir hacia Europa donde se autoexilió voluntaria y casi ininterrumpidamente. Vivió entonces en Bélgica y Francia, muriendo en este último país en el año 1850.

Ecuador y la liberación del Perú Libre el territorio que pocos años después se conformaría como la República del Ecuador, se continúa la lucha, entre 1822 y 1824, por parte de los ecuatorianos por la liberación de Perú. Los batallones Pichincha, Yaguachi, Voltígeros, Vencedores y Quito, integrados por quiteños, guayaquileños y cuencanos, colaboraron muy activamente en la liberación del territorio peruano, plantando en Junín el estandarte republicano. Afirma el historiador colombiano Restrepo que «los departamentos del Ecuador (así denominábase el Norte de la sierra ecuatoriana), Azuay y Guayaquil hicieron en aquellas circunstancias grandes y dolorosos sacrificios y parecía que nada les costaba». Aparte de proveer de alimentos, municiones, caballos, mulas, vestidos, equipo, etc., los tres departamentos exprimieron sus angustiadas arcas para contribuir en numerario: Quito con doscientos mil pesos; Guayaquil con ciento sesenta mil; y Cuenca con una cantidad algo inferior. En total unos 20 millones de sucres de moneda actual.

El fin del sueño bolivariano El año de 1830 marca el fin del sueño de unidad del Libertador y, tristemente también, el final de su existencia. Morirá con la desdicha de ver cómo el abismo que preveía en su «delirio en el Chimborazo» se abría, tragándose todas sus expectativas de unidad y desarrollo para Sudamérica. Ese mismo año, Sucre, el sucesor elegido por el Libertador, fue asesinado en el camino de Bogotá a su residencia en Quito. Este hecho influyó sobremanera en un Bolívar enfermo de muerte que exclamó, al recibir la noticia, «han matado a Abel». En Santa Marta, el litoral septentrional del Continente que él había transformado, en casa del español Joaquín de Mier, muere Simón Bolívar el 17 de diciembre de 1830, como un hombre derrotado y frustrado, que resumía su vida con estas palabras: «Hemos estado arando en el mar». La Gran República comenzó su existencia en época difícil. Sin embargo muy pronto su independencia es reconocida por Gran Bretaña (1822), mientras que en 1823 la República Mexicana establece relaciones con su hermana colombiana. No había crédito con el que comenzar a levantar el nuevo estado, pero se logró negociar un empréstito con Inglaterra, mejorando la situación al entrar el año 1825. Mientras tanto, el prestigio de Bolívar como estadista iba creciendo. Sin embargo, poco a poco el inconformismo con la situación política planteada por Bolívar fue aumentando. Empezaron a circular rumores de que el Libertador quería coronarse Emperador y se decía que la Constitución Vitalicia que había elaborado para Bolivia iba a ser impuesta en la República de Colombia. El rumor se divulgó ampliamente en Perú, que había nacido a la independencia sin las antiguas provincias de Quito y Alto Perú.

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La idea de una Confederación de los Andes (Nueva Granada, Venezuela, Quito, Perú y Bolivia) no agradaba a los independentistas, que acababan de sacudirse el yugo del imperio español. Además no había entendimiento entre los distintos vicepresidentes de la República: José Antonio Páez, que gobernaba en Venezuela, desconfiaba de Santander, que lo hacía en Nueva Granada, por cómo había negociado el empréstito con Inglaterra; en Quito, el general venezolano Juan José Flores, esperaba el momento para desligarse de su antiguo caudillo Bolívar. Además había cuadrillas de rebeldes y facciones políticas que se levantaban en armas, y el reclutamiento de soldados era motivo de resentimiento, sobre todo en Caracas; y los nuevos países empezaron a manifestar grandes desacuerdos sobre sus demarcaciones fronterizas. Bolívar mediaba en todos ellos, pero sólo lograba acuerdos forzados, sin fe en el entendimiento. En 1828 se reunió la Convención de Ocaña para dilucidar los problemas políticos. Santander rechazó la proposición de introducir la Constitución Vitalicia y aunque el partido de Bolívar pudo aún conservar la dirección de los negocios públicos, en Perú se inició la lucha contra lo que el Libertador representaba. Poco tiempo después el ejército peruano invadía Bolivia, y el partido contrario a Bolívar fue ganando adeptos, llegándose al atentado fallido contra su persona en 1828. El general La Mar sublevó a los guayaquileños y hubo guerra entre Perú y Colombia, y en 1829 dos nuevos generales se levantan en armas. 1830 marcará el fin del sueño: Páez convocó un Congreso con el objeto de declarar la autonomía de Venezuela; Santander queda al frente del gobierno de Nueva Granada; Quito rechaza su anexión a Colombia y declara su independencia; Sucre, el fiel amigo del Libertador muere asesinado. La existencia de la «Gran Colombia» termina, junto con la vida del Libertador Simón Bolívar.

La independencia y sus consecuencias La Independencia puso fin al monopolio español, eliminó a la antigua metrópoli y confirió a Hispanoamérica un acceso directo a la economía mundial. Los comerciantes e industriales británicos, o sus agentes, irrumpieron con presteza en los nuevos mercados en busca de ventas rápidas a bajo precio, vendiendo tanto a los sectores populares como a las elites. Gran Bretaña no era sólo el mayor exportador a Iberoamérica, sino que también era el principal mercado para la exportación latinoamericana. Existió al principio un desequilibrio comercial, dado que las exportaciones agrícolas y mineras hispanoamericanas se estancaron y el capital local se gastaba en importaciones en lugar de acumularlo para la inversión. Los principales poseedores de capital, como eran la Iglesia y los comerciantes, tenían pocos estímulos para invertir en la industria a falta de un mercado fuerte y protegido. Resultaba más fácil permitir que los productos manufacturados británicos invadieran el mercado, incluso a expensas de los productos locales. Los líderes de la Independencia comenzaron reivindicando libertad y acabaron reivindicando autoridad. El pensamiento y la práctica políticos en el período posterior a la liberación tendían a favorecer un poder ejecutivo fuerte y la centralización. Durante las guerras estas tendencias se justificaban por la necesidad de derrotar a España, defender los nuevos Estados y conseguir la confianza de las potencias extranjeras. Tras la guerra cambiaron las preocupaciones. El desorden político continuado y el empeoramiento de las expectativas económicas persuadieron a los líderes políticos de la necesidad de gobernar a los hispanoamericanos con mano dura si querían evitar la anarquía y la guerra civil, e imponer la ley y el orden. Los instintos políticos se hallaban polarizados, y en el período de 1820 surgieron dos modelos constitucionales: el del gobierno centralizado, inspirado por la Constitución española de 1812, y el de un estado absolutista por el que abogaba Simón Bolívar. Las elites criollas se sintieron atraídas hacia el modelo de Cádiz porque trataba problemas que les concernían directamente y que eran peculiares del mundo hispano.

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Mientras la élite civil se inspiraba en el constitucionalismo liberal como referencia para su pensamiento político, otros elementos de los grupos dominantes, en especial el grupo de los militares, eran herederos de otra tradición política, la del absolutismo ilustrado, cuyo representante más distinguido era, como ya hemos dicho, Simón Bolívar. En la práctica, el modelo propugnado por el Libertador no fue capaz de granjearse el suficiente apoyo para sobrevivir. La dificultad consistía en encontrar un presidente cualificado y merecedor del cargo. Pese a todo, constituciones con esta base fueron adoptadas en casi todos los países del área. En 1843 fue proclamada con este espíritu una Constitución en Ecuador, de la mano de un ex oficial de Bolívar, el general Juan José Flores, en este caso con un mandato presidencial de ocho años y el senador vitalicio designado por él. El poder político será ejercido, a partir de la Independencia, por los que ostentaban el poder económico, y éste radicaba en la tierra. Así, la elite urbana, que había ostentado el poder durante la Colonia, no supuso una fuerza poderosa en las nuevas ciudades. Se produjo, pues, un vuelco en el equilibrio del poder, que pasó de la ciudad al campo, y éste se mantenía firme en manos de un grupo reducido de criollos que comenzaron a movilizar la mano de obra de un modo más eficiente que el que se les había permitido en el período colonial. Socialmente se producen cambios en la estructura instaurada por España, aunque no con la rapidez que cabría esperarse, sobre todo por parte de los grupos menos favorecidos y que colaboraron activamente en la liberación de los distintos territorios. En general, la cronología de la abolición estuvo determinada por el número de esclavos que había en cada país y por su importancia económica. Sin embargo, la emancipación de esclavos es algo muy difícil. De hecho, pese a la revuelta de negros en Ecuador (1825-1826), no se facilitaron las circunstancias apropiadas para esta liberación. No cabe separar la cuestión de la esclavitud en Hispanoamérica del régimen agrario al que estaba sometido el resto del campesinado, al que el propio ex esclavo solía unirse. Por su parte los indios fueron, en cierto sentido, emancipados, porque ahora eran ciudadanos libres y en la mayoría de los países fueron liberados del peso del tributo. La tesis liberal blanca era que los indios debían ser hispanizados y, a ser posible, se debía legislar para que dejaran de existir como grupo, declarándoles libres de tributo y otorgándoles propiedades privadas de tierras. De esta manera se intentaba hacerles individualistas e independientes y no súbditos protegidos del Estado, integrándoles en el orden social estatal. Si las expectativas de los negros y los indios no experimentaron prácticamente ninguna mejora con la Independencia, las de las razas mezcladas, los mestizos no eran mucho mejores. Supuso ciertas ventajas en su condición legal y en promociones militares, pero dichos beneficios fueron a parar a unos pocos solamente. Los mestizos y pardos libres de la costa se vieron confinados al sector de servicios y a los talleres locales, y sus perspectivas en la industria textil se vieron frenados por la competencia extranjera. La población blanca disminuyó a causa de las bajas de la lucha y a la emigración; y tras la guerra, el grupo de elite se encontraba en una desventaja demográfica aún mucho mayor. Los pardos exigían ahora la liberación de las restricciones tradicionales que la ley y la sociedad les imponía y comenzaron a aspirar a oportunidades hasta entonces reservadas a los criollos.

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2.3.2 LA CONSOLIDACIÓN DEL CAPITALISMO Y LAS DEPENDENCIAS CENTRO-PERIFÉRICAS De 1500 a 1750 se desarrolla el mercantilismo

1. La evolución del centro del mercantilismo se da sobretodo

en: España, Portugal y Holanda. El sistema de relación centro y periferia es una relación mercantilista (colonial). En la periferia se da el proceso de conquista y de institucionalización. La evolución de la periferia se basa en el apogeo y el desarrollo hacia fuera que se da (1820-1870) se ingresa al periodo de crisis de la economía de la plata.

SUBDESARROLLO, PERIFERIA Y DEPENDENCIA

La situación de subdesarrollo se produjo históricamente cuando la expansión del capitalismo comercial y luego del capitalismo industrial vinculó a un mismo mercado economías que, además de presentar grados diversos de diferenciación del sistema productivo, pasaron a ocupar posiciones distintas en la estructura global del sistema capitalista. De ahí que entre las economías desarrolladas y las subdesarrolladas no sólo exista una simple diferencia de etapa o de estado del sistema productivo, sino también de función o posición dentro de una misma estructura económica internacional de producción y distribución. Ello supone, por otro lado, una estructura definida de relaciones de dominación.

El reconocimiento de la historicidad de la situación de subdesarrollo requiere algo más que señalar las características estructurales de las economías subdesarrolladas. Hay que analizar, en efecto, cómo las economías subdesarrolladas se vincularon históricamente al mercado mundial- y la, forma en que se constituyeron los grupos sociales internos que, lograron definir las relaciones hacia afuera que el subdesarrollo supone. Tal enfoque implica reconocer que en el plano político-social existe algún tipo de dependencia en las situaciones de subdesarrollo, y que esa dependencia, empezó históricamente con la expansión de las economías de los países capitalistas originarios.

La dependencia, de la situación de subdesarrollo, implica socialmente una forma de dominación que se manifiesta por una serie de características en el modo de actuación y en la orientación de los grupos que en el sistema económico aparecen como productores o como consumidores. Esta situación supone en los casos extremos que las decisiones que afectan a la producción o al consumo de una economía dada se toman en función de la dinámica y de los intereses de las economías desarrolladas. Las economías basadas en enclaves coloniales constituyen el ejemplo típico de esa situación.

Frente a la argumentación presentada., el esquema de “economías centrales” y “economías periférica” pudiera parecer más rico de significación social que el esquema de economías desarrolladas y economías subdesarrolladas. A él se puede incorporar de inmediato la noción de desigualdad de posiciones y de funciones dentro de una misma estructura de producción global. Sin embargo, no sería suficiente ni correcto proponer la sustitución de los conceptos desarrollo y subdesarrollo por los de economía central y economía periférica o -como si fuesen una síntesis de ambos- por los de economías autónomas y economías dependientes. De hecho, son distintas tanto las dimensiones a que estos conceptos se refieren como su significación teórica.

La noción de dependencia alude directamente a las condiciones de existencia y funcionamiento del sistema económico y del sistema político, mostrando las vinculaciones entre ambos, tanto en lo que se refiere al plano interno de los países como al externo.

1 Se basa en el desarrollo del comercio y la exportación. Se requería de un Estado fuerte para regular la economía, esto se lo lograba

principalmente con la acumulación de riquezas.

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La noción de subdesarrollo caracteriza a un estado o grado de diferenciación del sistema productivo –a pesar de que, como vimos, ello implique algunas “consecuencias” sociales- sin acentuar las pautas de control de las decisiones de producción y consumo, ya sea internamente (socialismo, capitalismo, etc.) o externamente, (colonialismo, periferia del mercado mundial, etc.).

Las naciones de “centro” y “periferia”, por su parte, subrayan las funciones que cumplen las economías subdesarrolladas en el mercado mundial y sin destacar para nada los factores político-sociales implicados en la situación de dependencia.

- Las economías centrales son las que al conseguir retener en su seno los beneficios del progreso técnico, pueden articular su capacidad de producción (derivada de los incrementos de la productividad que se van difundiendo a todos los sectores) con su capacidad de consumo (a través de la suficiente remuneración de los factores, lo que significa la absorción endógena del valor añadido), El desarrollo del sistema de crédito y del sector exterior aseguran la dinámica autocentrada, en la que, en definitiva, las necesidades del mercado interno definen las relaciones externas (mediante la expansión comercial y financiera) y el consumo improductivo del excedente (consumo de lujo, terciarización y otros mecanismos de absorción del excedente). - Las economías periféricas, por el contrario, son aquellas que no pueden retener los avances en productividad en su seno, sino que se les fugan a través del comercio con los centros (Intercambio desigual) y el ajuste financiero permanente (endeudamiento externo). La capacidad de producir, determinada por las necesidades de los mercados externos, no se puede articular estructuralmente con la capacidad de consumir, ya que la retribución de los factores y, por consiguiente, la distribución de la renta, está hipotecada por la necesidad de competir internacionalmente con precios bajos (y, por tanto, con costes ultrabajos). El crecimiento endógeno viene determinado, entonces, por las relaciones externas, y éste es el contenido de la extraversión. Los países latinoamericanos, como economías dependientes, se ligan en distintas fases del proceso capitalista a diferentes países que actúan como centro, y cuyas estructuras económicas inciden significativamente en el carácter que adopta la relación. El predominio de la vinculación con las metrópolis peninsulares -España o Portugal- durante el período colonial, la dependencia de Inglaterra más tarde y de Estados Unidos por último, tiene mucha significación. Así, por ejemplo, Inglaterra, en el proceso de su expansión como economía, exigía en alguna medida el desarrollo de las economías periféricas, dependientes de ella, puesto que las necesitaba para abastecerse de materias primas. Requería, por consiguiente, que la producción de las economías dependientes logra cierto grado de modernización; estas mismas economías, además, integraban el mercado comprador de sus productos manufacturados, por lo que también era evidentemente necesario que se diera en ellas cierto dinamismo.

La economía estadounidense, en cambio contaba con recursos naturales y con un mercado comprador interno que le permitía iniciar un desarrollo más autónomo en relación con las economías periféricas, es más, en algunos casos la ubicaba en situación de competencia con respecto a los países productores de materias primas. La relación de dependencia adquiere, así una connotación de control del desarrollo de otras economías tanto de la producción de materias primas como de la posible formación de otros centros económicos. El papel dinamizador de la economía de Estados Unidos respecto a las economías latinoamericanas en la etapa anterior a la formación de los “conglomerados” actuales, es, por consiguiente, menos importante que en el caso anteriormente descrito.

Metodológicamente no es lícito suponer -dicho sea, con mayor rigor- que en los países "en desarrollo" se esté repitiendo la historia de los países desarrollados. En efecto, las condiciones históricas son diferentes: en un caso se estaba creando el mercado mundial paralelamente al desarrollo gracias a la acción de la

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denominada a veces bourgeoisie conquerante2, y en el otro se intenta el desarrollo cuando ya existen relaciones de mercado, de índole capitalista, entre ambos grupos de países y cuando el mercado mundial se presenta dividido entre el mundo capitalista y el socialista. Tampoco basta considerar las diferencias como desviaciones respecto de un patrón general de desarrollo, pues los factores, las formas de conducta y los procesos sociales y económicos, que a primera vista constituyen formas desviadas o imperfectas de realización del patrón clásico de desarrollo deben considerarse más bien como núcleos del análisis destinado a hacer inteligible el sistema económico-social.

La ruptura de lo que los historiadores llaman el “Pacto colonial” y la primera expansión del capitalismo industrial europeo son, pues, los rasgos históricos dominantes en el período de formación de las "naciones nuevas" en el siglo XIX. La expansión de las economías centrales industrializadas -primero la de Inglaterra y más tarde la de Estados Unidos- no se realizó en el vacío, puesto que se encontró con sistemas económicos y sociales ya constituidos por efecto de la precedente expansión colonial. A partir del período de la independencia, desde el punto de vista sociológico, la dinámica de las economías y de las sociedades recién formadas se presenta a la vez como refleja y como autóctona en la medida en que la expansión del centro encuentra situaciones nacionales que hacen posibles distintos tipos de alianza, de resistencia y de tensión.

El tipo de vinculación de las economías nacionales periféricas a las distintas fases del proceso capitalista, con los diversos modos de dominación que éste supone implica que la integración a la nueva fase se realiza a través de una estructura social y económica que, si bien modificada, procede de la situación anterior. Serán distintos el modo y las posibilidades de desarrollo de una nación que se vincula al sector exportador internacional con un producto de alto consumo, según se verifique en el período del capitalismo predominantemente competitivo o en el período predominantemente monopolista. De igual modo serán distintas, comparadas con las "colonias de explotación", las posibilidades de integración nacional y de formación de un mercado interno en aquellos países: cuya economía colonial se organizó más bien como “colonias de población” es decir, formadas sobre la explotación (controlada por productores allí radicados) de productos que requieren mano de obra abundante. En estos casos, y en el período posterior a la independencia., fue más fácil la organización de un aparato político-administrativo interno para promover y ejecutar una "política nacional". Además, la propia base física de la economía -como por ejemplo, el tipo y las posibilidades de ocupación de la tierra o -el tipo de riqueza mineral disponible- influirá sobre la forma y, las consecuencias de la vinculación al mercado mundial posterior al período de formación nacional.

En cada uno de los tipos de vinculación posibles, según esos factores las dimensiones esenciales que caracterizan la dependencia se reflejarán sobre las condiciones de integración del sistema económico y del sistema político. Así, la relación entre las clases, muy especialmente, asume en América Latina formas y funciones por completo diferentes a las de los países centrales. En rápido bosquejo, podría decirse que cada forma histórica de dependencia produjo un acuerdo determinado entre las clases, no estático, sino de carácter dinámico. El paso de uno a otro modo de dependencia, considerado siempre en una perspectiva histórica, debió fundarse en un sistema de relaciones entre clases o grupos generado en la situación anterior. De este modo, por ejemplo, cuando se rompe la dependencia colonial y se produce el paso a la dependencia de Inglaterra, ésta tiene como sostén social al grupo de productores nacionales, que por el crecimiento de su base económica -crecimiento ya dado en la situación colonial- estaban en condiciones de suscitar un nuevo acuerdo entre las distintas fuerzas sociales gracias al cual estaban llamados a tener, si no el dominio absoluto, por lo menos una situación privilegiada. Al pasar de la hegemonía de Inglaterra a la de Estados Unidos entran en juego nuevos factores que encuentran su origen en la situación anterior. En efecto, como entonces, junto al crecimiento de los grupos exportadores se produjo un crecimiento significativo de los sectores urbanos, y esta nueva acomodación debió hallarse presente en la relación con Estados Unidos. Lo que se quiere señalar brevemente -por ahora es que- si la nueva forma de dependencia tiene explicaciones exteriores a la nación, tampoco es ajena a ella la relación interna entre las clases que la hacen posible y le dan su fisonomía. Fundamentalmente, la dinámica que puede adquirir el sistema económico dependiente en

2 Burguesía conquistadora.

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el ámbito de la nación, está determinado -dentro de ciertos límites- por la capacidad de los sistemas internos de alianzas para proporcionarles capacidad de expansión. De esta manera se da el caso, paradójico sólo en apariencia, de que la presencia de las masas en los últimos años haya constituido, a causa de su presión por incorporarse al sistema político, en uno de los elementos que ha- provocado el dinamismo de la forma económica vigente.

Situaciones fundamentales en el periodo de “expansión hacia afuera”

Las naciones americanas se vinculan al sistema mundial de poder y a la periferia de la economía internacional considerando en líneas generales distinguir tres formas, de relación de las áreas coloniales con las metrópolis, a partir del modo como se constituyó el "mundo periférico" dentro del sistema colonial de producción y dominación: las colonias de población, las colonias de explotación y las reservas territoriales prácticamente inexplotadas.

Es evidente que la forma que adquirió la incorporación del mundo colonial a los centros metropolitanos estuvo condicionada por la base económica de producción que en cada caso se implantaba. En general, la ocupación extensiva de la región, con la consecuente dispersión geográfica, se dio en las colonias agropecuarias; la organización de factorías estuvo presente en las explotaciones de recursos naturales, minerales o forestales; en cuanto al virtual mantenimiento de áreas inexplotadas, esto se da en función de los intereses estratégicos metropolitanos y de una política de reserva de recursos para incorporaciones futuras.

Con la ruptura del “pacto colonial” esto es, cuando la comercialización de los productos coloniales dejó de hacerse a través de los puertos y aduanas ibéricas para ligarse directamente a Inglaterra, la formación de las naciones en América Latina se hizo posible a, través de grupos sociales locales cuya capacidad para estructurar un sistema local de control político y económico varió justamente en función del proceso histórico de su constitución en el período colonial. En todos los casos el problema de la organización nacional consistía:

1. En mantener bajo control local el sistema productivo exportador heredado del sistema colonial, que constituía el vínculo principal con el exterior y la actividad económica fundamental.

2. En disponer, de un sistema de alianzas políticas entre los varios sectores sociales y económicos de las antiguas colonias que permitiera, al grupo que aseguraba las relaciones con el exterior, -con el mercado internacional y naturalmente con los estados nacionales de los países centrales-, un mínimo de poder interno para que la nación pudiera adquirir estabilidad y se constituyera como expresión política de la dominación económica del sector productivo-exportador.

Como es natural, el proceso de formación nacional pudo darse con mayores posibilidades de éxito en el caso de las colonias que se habían organizado como base agrícola de la economía metropolitana. En efecto, tales posesiones no sólo fueron organizadas en torno a productos "coloniales" -azúcar, café, cacao, etc.-, indispensables para las economías centrales, y de los cuales por razones diversas -climáticas, tecnológicas, etc.- no les era posible autoabastecerse, lo que garantizaba a las antiguas colonias continuidad del mercado, sino también porque en ese tipo de colonias se constituyó una élite económica y política criolla que se apoyaba en el sistema productivo local y era más o menos idónea para manejar un aparato estatal.

La formación nacional basada en las antiguas colonias "de explotación" -como en las áreas mineras- o en regiones marginales a la corriente principal del mercado colonial tuvo menores posibilidades de éxito en el siglo XIX. En muchos casos la organización política se logró como consecuencia de las dificultades que España debió enfrentar para el nuevo arreglo de fuerzas dominantes en el escenario mundial. En algunos otros casos la constitución de unidades políticas se debió a la distribución de zonas de influencia entre Inglaterra y Estados Unidos, que se servían de oligarquías locales, sin efectiva expresión económica en el mercado mundial, para consolidar nuevas naciones.

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De todas maneras los límites nacionales no coincidían con las áreas económicas y socialmente "desarrolladas" de inicios del siglo XIX e integradas al mundo exterior.

Antes bien, el proceso de formación nacional se dio de tal modo que, aun en el caso de colonias que poseían una economía exportadora local más o menos sólida, ésta dependía para su funcionamiento de sectores económicamente marginales al mercado externo. Dichos sectores, no obstante, se mantenían en relación con el mercado externo, ya sea porque constituían la base de la economía de consumo interno - mandioca, trigo, maíz, etc.- o aseguraban productos esenciales para el funcionamiento- de las economías exportadoras -mulas, charque, etc. o porque se entroncaban en forma complementaria al sector exportador, como en el caso de la economía ganadera respecto a los sectores de comercialización de carne exportable.

La ruptura del pacto colonial y la formación de los estados nacionales implica, por lo tanto, un nuevo modo de ordenación de la economía y de la sociedad local en América Latina. A través de él, los grupos que controlaban el sector productivo-exportador de las economías locales tuvieron que asegurar vinculaciones y definir relaciones político-económicas nuevas en un doble sentido: reorientando las vinculaciones externas en dirección a los nuevos centros hegemónicos, y constituyendo internamente un sistema de alianzas con oligarquías locales que no estaban directamente integradas al sistema productivo-comercializador o financiero vuelto "hacia afuera".

Control nacional del sistema productivo

Este proceso no se dio en forma homogénea en la historia de los países latinoamericanos ni se produjo sin obstáculos. Sin embargo, las declaraciones de independencia fueron seguidas en todas las unidades políticas de la región por una fase de luchas agudas entre los varios grupos locales. A través de esas luchas –que caracterizan el período denominado "anárquico" de las historias nacionales se fueron definiendo las alianzas a que hicimos referencia más arriba y se delinearon los mercados nacionales, así como los límites territoriales donde se afirmó la legitimidad o la eficacia del orden establecido por los grupos hegemónicos. Con ese propósito, los grupos que “forjaron la independendencia” recuperaron sus vinculaciones con el mercado mundial y con los demás grupos locales. Se perfila entonces una primera situación de subdesarrollo y dependencia dentro de los límites nacionales.

Prescindiendo del curso concreto de este proceso en los varios países constituidos en el siglo XIX, se podría caracterizar esta situación y las posibilidades de éxito ínsitas en ella en función de los siguientes elementos:

a] Desde el punto de vista del conjunto del sistema capitalista mundial -cuyo centro hegemónico constituía Inglaterra-, se relacionaba con la periferia a través de la necesidad de abastecimiento de materias primas. La dinámica de la expansión industrial inglesa no reposaba necesariamente en la inversión de capitales productivos en la periferia, sino en asegurar su propio abastecimiento de productos primarios. Por dicho motivo, y con relación a América Latina, el capitalismo europeo del siglo XIX se caracterizó como un capitalismo comercial y financiero: las inversiones se orientaban principalmente hacia los sectores que las economías locales no estaban en condiciones de desarrollar; expresión de esta política fue el sistema de transportes. Y aun en este sector, se tradujo en el financiamiento de empréstitos para la realización de obras locales, garantizados por el Estado, más que en inversiones directas. El centro hegemónico controlaba fundamentalmente la comercialización de la periferia, aunque no sustituía a la clase económica local que heredó de la colonia su base productiva. La única excepción de importancia refiérase a la explotación minera, pero aun en este caso coexistieron los propietarios locales y los inversionistas extranjeros.

b] De lo que llevamos dicho se infiere que la ruptura del pacto colonial permitía el fortalecimiento los grupos productores nacionales, puesto que el nuevo polo hegemónico no interfería y más aún, en cierto casos, hasta podía estimular la expansión del sistema productivo local. Este fortalecimiento dependía de la capacidad de los productores locales para organizar un sistema de alianzas con las “oligarquías locales” que hiciese factible el Estado nacional. Las probabilidades de éxito para imponer un orden nacional, estuvieron condicionadas tanto por la “situación de mercado” regida por el grupo que controlaba las exportaciones – monopolio de los

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puertos, dominio del sector productivo fundamental, etc.-, como por la capacidad de algunos sectores de las clases dominantes de consolidar un sistema político de dominio. En este sentido la organización de una administración y de un ejército nacional, no local o caudillesco, fue decisiva para estructurar el aparato estatal y permitir la transformación de un poder de facto en una dominación de jure, proceso que alcanzaron, en épocas diversas, con mayor o menor similitud, Portales en Chile, Rosas en Argentina y la Regencia en Brasil, para citar sólo algunos ejemplos.

El mayor o menor éxito de las economías nacionales en esta situación dependía, desde el punto de vista económico de: 1] la disponibilidad de un producto primario capaz de asegurar, transformar y desarrollar el sector exportador heredado de la colonia; 2] abundante oferta de mano de obra; y 3] disponibilidad de tierras apropiables. De estos elementos, los dos últimos constituyen los factores productivos esenciales para la formación directa de capitales, puesto que la acción de los empresarios sobre ellos les permitía capitalizar independientemente de "las decisiones de ahorro".

Es fácil comprender, en estas circunstancias, que el problema de la expansión de la economía exportadora era a nivel local menos económico que político. En efecto, asegurar la apropiación de la tierra y el dominio de la mano de obra -por medio de la esclavitud de la inmigración o, en las antiguas colonias más densamente pobladas, o poniendo obstáculos a la integración de la mayoría de los antiguos colonos al sistema de propiedad-, constituían los problemas básicos para los grupos locales dominantes. A fin de lograr el éxito en esta tarea -era fundamental pactar con los grupos de propietarios marginales al sistema exportador, de tal modo que asegurasen el orden en los latifundios improductivos, o de escasa productividad que constituían sus dominios. Así, no sólo se hacía factible el control político nacional que el grupo exportador, dada la precaria administración disponible, no habría tenido medios técnicos para ejercer de otra manera, sino que al mismo tiempo se impedía el acceso a la propiedad a los colonos pobres, a los inmigrantes o a los "libertos" en las áreas esclavistas, etcétera.

De este modo queda puesta de manifiesto la relación entre el grupo "moderno", constituido por los sectores de la economía exportadora, y el grupo “tradicional”. Si es cierto que los primeros constituían el sistema nacional en torno a sus intereses, no lo es menos que de sus propios objetivos surgía una alianza con los segundos. Sin embargo, las diferencias entre ambos grupos no desaparecen con esta alianza las oligarquías locales lucharon muchas veces contra la hegemonía de los grupos exportadores para asegurarse una mejor participación en la distribución de la renta. Sin embargo, el perfil de la estructura nacional de dominación sólo se comprende cuando se concibe a los grupos de exportadores -plantadores, mineros, comerciantes y banqueros-, ejerciendo un papel vital entre la economía central y los "tradicionales" sectores agropecuarios. Ese sistema quedaría puesto de manifiesto a través de las funciones del aparato estatal, donde se hace evidente el pacto, entre los grupos dominantes de cuño modernizador y los grupos dominantes de cariz tradicional, con lo que se evidencia la ambigüedad de las instituciones políticas nacionales. Estas obedecerán siempre a una doble inspiración, la de los grupos "modernizadores", a que da el propio sistema económico exportador y la de los intereses oligárquicos regionales; estos últimos suelen oponerse a que el paternalismo dominante se transforme en un burocratismo más eficaz. En el plano político, la historia de los países latinoamericanos también encierra contradicciones entre ambos sectores dominantes. Estas contradicciones se acentúan en la medida en que, ya entrado el siglo XX, el éxito del modelo exportador de integración a la economía, mundial permitió que en algunos países se sumasen a la economía nacional nuevos sectores, como el urbano-industrial, el comercial urbano y el de servicios. Desde entonces, las clases medias empezaron a propiciar reformas en el orden político, actitud que permitía la eclosión de las divergencias entre los grupos dominantes.

En términos generales, la situación descrita implica condiciones bien definidas de integración del sistema político y el sistema económico, cuyos principales rasgos son los siguientes:

a] El control del proceso productivo se da en el ámbito de la nación periférica en un doble sentido: i] como los estímulos del mercado internacional dependen de las “políticas nacionales” en cuanto a los productos de exportación, las decisiones de inversión "pasan" por un momento de deliberaciones internas de las que

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resulta la expansión o la retracción de la producción; ii] ello significa que el capital encuentra su punto de Partida y su punto final en el sistema económico interno.

Esa segunda condición de control, relacionada con

la primera (política de inversiones) es fundamental para obtener una relativa autonomía de decisiones de producción, porque representa la posibilidad de existencia real de grupos empresariales locales.

b] Sin embargo, la comercialización de los productos de exportación depende de condiciones (precios, cuotas, etc.) impuestas en el mercado internacional por quienes lo controlan a partir de las economías centrales.

c] La viabilidad de la integración económica de las economías locales -al mercado mundial como economías dependientes, pero en desarrollo, se relaciona estrechamente con la capacidad del grupo productor criollo para reorientar sus vínculos políticos y económicos en el plano externo y en el plano interno. i] En el plano externo las condiciones de negociación son determinadas por el sector financiero y comercial de las economías centrales y sus agentes locales, lo que supone la reorientación del aparato comercializador de las economías locales de tal modo que liquiden los “intereses coloniales” en beneficio de los nuevos núcleos dinámicos del capitalismo que emerge, con la consiguiente alteración de las alianzas políticas internacionales. ii+ En el plano interno se establece básicamente el “orden nacional” y se crea un Estado a través de luchas y alianzas con las oligarquías excluidas del sector exportador, o que desempeñaban en él un papel secundario. Se forma así una alianza entre lo que sociológicamente se podría llamar la "plantación" o la hacienda moderna, con su expresión urbana y sus grupos comerciales y financieros, y la “hacienda” tradicional. Fueron ésas las dos formas básicas de la estructura social, que durante el período comprendido entre el fin de la "anarquía" (1850) y la crisis del modelo de crecimiento hacia afuera (1930), constituyen los pilares de la organización social y política de los países incorporados al mercado mundial a través del control nacional de las mercancías de explotación.