Carrier Henry Evangelio y Culturas

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Evangelio y culturas

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  • 4

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    Patrimonio Cultural de la Iglesia Herv Carrier, S.J.

    2

    e.

    EVANGELIO Y CULTURAS j) Len XIII a Juan Pablo II

    Secretariado de la Comisin Episcopal para el PatriMonio Cultural

    22./.1~* 97. '

    Cra.6 N,10-47 MI, 2 42 ao ez

    Editorial EDICE # Madrid 1988

  • Titulo de la edicin original: vangile et culturas: de Len Jean-Paul II. Citt del Vaticano, 1987.

    Traduccin realizada por Angel Cortabarra Beitia, O.P. y Adolfo Varona Lpez, O.P.

    INDICE GENERAL INTRODOCCION

    Presentacin: El tiempo de las culturas

    7

    1 Parte LA.

    CULTURA, NUEVO ESPACIO DE LA IGLESIA

    Captulo 1: La Igri 101@i-i@htfli la It.11114fa Moderna

    Captulb 2: Iglesia, civilizacin, cultura: progreso de un pensa- miento

    II Parte

    DEFENDER EL HOMBRE Y SU CULTURA

    Captulo 3: Defender la cultura del hombre

    Captulo 4: Cultura, justicia y paz van unidas

    Captulo 5: La aportacin de las polticas culturales

    III Parte

    EL EVANGELIO Y LAS CULTURAS

    Captulo 6: Evangelizacin de las culturas 85 Captulo 7::

    La inculturacin: un nuevo concepto de evangelizacin 99 Captulo 8: Experiencias de inculturacin

    117

    0 1987 by Libreria Editrice Vaticana EDICE - Editorial de la Conferencia Episcopal Espaola C/. Toms Redondo, s/n. Edificio Luarca - 28033 MADRID

    ISBN: 84-7141-204-7 Depsito Legal: M-21619-1988

    Imprime: S.S.A.G, S.A. C/. Lenguas, 4 - Villaverde Alto

    IV Parte

    CULTURA Y ESPIRITU

    Captulo 9: Iglesia, ciencias y artes

    Conclusin: Hacia las nuevas culturas

    Principales documentos consultados

    Indice de materias

    Indice analtico

    147 169

    173 177 191

    16,

    27

    43 55 67

  • INTRODUCCION

    La UNESCO (Mxico, 1982) declar que "la cultura, en sentido ms amplio, puede considerarse hoy como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social. Engloba, no slo las artes y las letras, Sino tambin los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. La cul-tura da al homb la capacidad de reflexin sobre s mismo. Es ella la que hace de nosotros seres especficamente humanos, racionales, crticos y ticamente comprometidos. Por ella es como discernimos los valores y realizamos nuestras opciones. Poi ella es como el hombre se expresa, toma conciencia de s mismo, se reconoce como un prOyecto inacabado, pone en cuestin sus propias realizaciones, busca incansablemente nue-vos significados y crea obras-que lo trascienden".

    S.S. Pablo VI en la Evangelii nuntiandi afirma que "Evangelizar signi- fica para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la

    humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad" (n. 18). "El Reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura y la construccin del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las cultural humanas" (n. 20). La Iglesia, a lo largo de casi dos mil aos de presencia en el mundo, ha creado y conservado su patrimonio hist-rico-cultural para ponerlo al servicio del pueblo en orden a la evangeliza-cin y al culto, constituyendo hoy uno de los conjuntos ms notables por su cantidad y calidad. En l quedan reflejadas las caractersticass ms destacadas de la religisidad popular, manifestativas de su manera de pensar y vivir, los momentos relevantes de la historia de los pueblos. El patrimonio histrico de la Iglesia es; pues, huella e instrumento de evan-gelizacin. Su patrimonio documental es la memoria escrita de la vida de sus comunidades o pueblo de Dios. La Iglesia, cuando evangeliza, crea cultura, encontrndose con otras culttirasa7 cumplir su

    -- misin evan- gelizadora.

    La Comisin Episcopal para el Patrimonio Cultural quiere progra-marlo mejor posible una completa accin pastoral entorno al patrimonio cultural de la Iglesia en Espaa. Esta accin tiene dos niveles: una pasto-ral sobre el patrimonio, y una pastoral desde el patrimonio. Actualmente

    7

  • pone su acento especial en brindar medios y sugerir acciones para "anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras".

    Mi encuentro con el P. Carrier en Sintra (Portugal) con motivo de la V Conferencia de Ministros Europeos responsables de los Asuntos Cultu-rales, formando parte de la Delegacin de la Santa Sede, y nuestra poste-rior amistad, ha hecho posible la aparicin de esta importante obra en espaol. La Comisin Episcopat acord su publicacin, formando parte de la coleccin "Patrimonio Cultural de la Iglesia" de su Secretariado Nacional en Edice. Su traduccin, esmerada y perfecta, la han llevado a cabo dos especialistas colaboradores del Secretariado.

    Los que trabajamos en el campo d la cultura, como un gozoso que-hacer pastoral y un doble servicio a la sociedad, sirviendo con ello a la Iglesia y a los hombres de nuestro tiempo, vamos a disponer de una valiosa ayuda con los contenidos de este libro. Servir para plantear de manera nueva el problema de la cultura en su relacin con el Evanjelio. La evangelizacin del mundo de la cultura es una tarea apasionante, actual y difcil. Si nuestro futuro depende de la cultura como parece, al menos en parte importante, qu cultura seremos capaces de cons-truir conjuntamente?

    Despus del ltimo Concilio se concibe la cultura como e nuevo espacio de la Iglesia. La lectura y estudio de esta obra orienta para:

    1. Modernizar el concepto de cultura en beneficio de la accin evangelizadora.

    2. Partir de la defensa del hombre y de su cultura, sin abandanar por ello el combate de la justicia, e interviniendo en las polticas cultu-rales de los Estados.

    3. Trabajar por la evangelizacin de la cultura y estar atentos a las experiencias de inculturacin.

    4. Crear relaciones nuevas y abiertas entre la Iglesia y el mundo cien-tfico y de los artistas.

    Finalmente este libro aporta nuevas luces y caminos al progreso de la toma de conciencia cristiana n relacin con la importancia de la cultura, ayudando a su evangelizacin.

    ANGEL SANCHO CAMPO Director del Secretariado Nacional

    de la C.E. para .el Patrimonio Cultural

    PRESENTACION EL TIEMPO DE LAS CULTURAS

    Por una conciencia cultural

    A partir del Vaticano II, los cristianos contemplan el mundo en sus rela-ciones Con el Evangelio con una nueva mirada. Uno de los lugares privile- giados de su accin es el de la cultura, sentida desde ahora como un nuevo

    . espacio de la Iglesia.

    El presente volumen pretende ilustrar la contribucin del Concilio y de ' los ltimos Papas en este progreso de la conciencia cristiana. Queremos

    mostrar cmo, desde Len XIII hasta el Vaticano II, se ha desarrollado lo que podemos IlaMar una "conciencia cultural" de los cristianos. Con Pablo VI el Snodo de los Obispos que inspir la exhortacin

    Evangelii Nun-tiadanfli

    de 1975, el encuentro del Evangelio y de ras culturas vivas ha lle-go a ser una prioridadPaia la Iglesia. Esa es tambin -corno no cesa de repetirlo la preocupacin central y constante de Juan Pablo II, para quien el dialoltfa Iglesia con las culturas actuales reviste urja

    or- tancia decisiva ara el futuro del mundo. Verejos cmo esta maduracin del dilogo'evanglico se ha benefi-

    ciado de la reflexin teolgica y sociolgica ms reciente, que ha hecho a los catlicos ms Solidarios de su poca y les ha apremiado a adoptarlos

    mtodos del anlisis cultural para mejor definir su servicio del hombre y su accin evangelizadora en eimundo.. Esta nueva sensibilidad hacia las cul-turas merece toda nuestra atencin.

    Fi resurgir de las culturas

    De hecho, una de las evoluciones ms asombrosas de nuestra poca es el resur irde las culturas.

    Nunca hasta ahora, el hecho cultural se haba afirmado con tanto vigor en la vida de los individuos y de las sociedades humanas. Con la decadencia de las ideologas y de las utopas, es

    els!. e - h uma M? mismo quien busca ideritificarse de nuevo, como sujeto y actor. Ule-Talicalismo, que llamamos

    concienciacin cultural, es a la vez prometedor y revelador de inquiettid:

    A

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    9

  • Por una parte, la cultura expresa una necesidad fundamental de identi-dad, de dignidad, de libre participacin en los beneficios de la civilizacin. Memoria, tanto como proyecto, la cultura constituye la norma ideal

    que lleva al hombre a fecundas superaciones.. Con el despertar de las nuevas naciones, con la revolucin de losogclics de comunicacin social, el pro-greso

    cultural aparece en adelante como la aspiracin mayor de todo hom-

    bre y de toda mujer; y sta aspiracin, como lo subrayaremos en seguida, va inseparablemente unida al desarrollo social, econmico y poltico de los pueblos. De esta manera, el resurgir de las culturas promete un futuro ms. humanizado y fraternal, ms respetuoso de los valores creadores del esp-ritu. Promover la cultura de las personas y defender la identidad cultural de los pueblos se convierte en el desafot mayor de nuestros compromisos colectivos. Se abre aqu un campo inmenso a la responsabilidad de las per-sonas y de las instituciones, muy particularmente de ls cristianos.

    Veamos tambin la otra vertiente: las culturas de nuestro tiempo, por- . tadoras de los ms altos valores de los pueblos; van acompaadas fre-cuentemente de contradicciones internas

    que pueden llegar a ser fatales para las comunidades que las encarnan. 1-11cho i,nqu ietante decimos y que se manifiesta de mltiples maneras: aqu, es la exasperacin de las culturas tradicionales, amenazada de "estallar" frente a una moderniza-cin

    mal asimilada o a un pluralismo sin "consensus minimal"; y estas

    tensiones se viven tambin en el seno de muchas comunidades creyen-tes. All, son las nuevas naciones que se agotan en diferentes luchas con-tra la dominacin cultural de los poderosos:

    All todva, una inmigracin masiva viene a trastornar el equilibrio cultural de los pases de acogida, creando problemas de cohabitacin mal definidos y lejos de ser resueltos. Sabemos, por experiencias todava recientes, que tensiones culturales exacerbadas pueden engendrar guerras aparentemente sin salida. En otros lugares, en los pases de rgimen autoritario, el choque es violento entre la ideologa oficialmente progrnada y la cultura viviente de las poblaciones. Varios pases del Este viven este drama doloroso desde hace cuarenta aos.

    Dilogo y comprensin de las culturas

    Al escribir estas pginas, he tratado de mostrar cmo I Iglesia se sita en el corazn de estas preocupaciones culturales. La Igles a tiene concien-cia, en estos momentos del carcter decisivo que reviste el dilogo y la comprensin de las culturas, porque en ello se juega el estino del hom-bre. Se puede decir que nuestra poca la entrado en el ti mpo de las cul-turas. La observacin social revela con claridad que d s son las preo-cupaciones mayores que caracterizan a nuestros conte porneos:

    De una parte, todos se preguntan sobre su identidad cultural, en un mundo donde las huellas del pasado quedan desfiguradas por los rpidos y universales cambios que dominan nuestras sociedades. Cmo perma-necer uno mismo en la dignidad y la libertad, frente a un presente amena-zado, a un futuro por crear? Todas las colectividades humanas tienen que redefinir sus caractersticas esenciales, en un contexto socio-cultural en continua mutacin.

    La reafirmacin de las identidades culturales pide, por lo dems, el di-logo entrelas culturas,

    porque todos los hombres se revelan cada vez ms interdependientes. Ningn grupo puede vivir cerrado sobre s mismo, so-pena de agotarse en su aislamiento. El mundo del.futu ro no podr subsis-tir si no es en una cultura de la solidaridad, nica garanta de justicia, de paz, de desarrollo para todos.

    La cultura, a partir de ah, se muestra a la Iglesia como el terreno privile-giado de su accin, bien porque le comunica expresamente los valores del Evangelio, bien porque trate simpleMente de defender al hombre en su dignidad radical. La Iglesia proclama a nuestra generacin que es esen-cialmerte por su cultura por lo que'el ser humano puede sobrevivir y pro-gresar y que, el futuro del hombre depende por tanto de su cultura.

    La Iglesia se presenta, en el mundo actual, como una de las raras ins-tancias capaces de asumir, con toda libertad y desinters, la defensa del ser humano como tal. De esta manera, de forma cada vez ms clara, se revela una connaturalidad entre la Iglesia, el ser hurnand y la cultura.

    Los irkerrogantes prioritarios

    Entre los innumerables problemas que se plantean hoy en el horizonte de las culturas, nos limitaremos a una serie de cuestiones que parecen merecer una atencin prioritaria de parte de nuestros contemporneos, de los cristianos en particular. En trminos sucintos, los principales interro-gantes que nos van a orientar sern los siguientes:

    Cmo el concepto de cultura ha adquirido una significacin antropo-lgica y ha llegado a ser un ihstrumento de anlisis social y una categora de accin para el desarrollo de las sociedades?

    Cmo la Iglesia ha llagado a modernizar su concepto de cultura? Por qu la expresin "'civilizacin cristiana", utilizada corrientemente hasta ms o menos 1950, ha cedido progresivamente el puesto al concepto de Cultura?

    Frente a las culturas resquebrajadas y amenazadas, cmo pueden los cristianos acudir en defensa del hombre y de su cultura? Trataremos de mostrar que la lucha por la cultura es indisociable de la lucha por la justicia.

    11

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  • Veremos tambin en qu condiciones ticas el desarrollo de las cultu-ras puede ser resultado de la intervencin de los Estados, cuya mayora sigue actualmente una poltica cultural.

    Considerando ms directamente la accin especfica de la Iglesia nos preguntaremos sobre los sentidos que conviene dar a la evangelizacin de las culturas, trmino empleado cada vez ms frecuentemente desde hace una quihcena de aos. Consideraremos en particular la cuestin de la inculturacin, que ha llegado a ser central en los debates actuales sobre la insercin de la Iglesia en las cultura de nuestro tiempo. Para completar esta cuestin, examinaremos las experiencias de inculturacin que viven los cristianos en los pases de primera y segunda evangelizacin.

    En el interior mismo de la Iglesia, dos cristianos estn forzados a vivir una situacin de pluralidad cultural, que no dej de engendrar a veces ten-siones, incomprensiones y conflictos. De ah, la necesidad de profundizar en las relaciones del pluralismo y de la universalidad en el seno de la comunidad eclesial.

    Finalmente, nos detendremos en el estudio de las cuestiones cultura-les entendidas en el sentido ms clsico y nos preguntaremos cmo la Iglesia actual se sita en relacin con el mundo de la ciencia y de las artes. Por una cierta vocacin connatural, la Iglesia se convierte en la aliada de las ciencias y de las artes, como signos de esperanza para el caminar del hombre.

    El panorama de las cuestiones evocadas aqu nos remite a las mltiples dimensiones de la cultura, que examinaremos ms adelante: la cultura entendida en el sentido humanista ly clsico, y la cultura considerada como estilo de vida o como antropologa viviente.

    Frente a este vasto universo, la Iglesia se da cuenta de que tiene, una doble misin: una, defender y promovel la cultura del hombre, sin otro pretexto, nicamente porque el ser humano, creado a imagen de Dios, merece ser amado por s mismo. La otra misin, ms especficame.nte ligada a la fe cristiana, se propone un objetivo ulterior, que es llevar libre-mente el Evangelio al sebo de las culturas, para permitirles crecer segn todas sus virtualidades y surerarse en la esperanza. Ah est el complejo y estimulante desafo que representa el encuentro de la Iglesia con las culturas.

    Quisiera agradecer aqu a Sor Maryvonne Duclaux, RSCJ, por su com-petente ayuda en todas las fases de la'elaboracin de este trabajo. Su con-curso me ha sido precioso, tanto para la bsqueda de la documentacin como para la composicin progresiva del manuscrito.

    I PARTE

    LA CULTURA, NUEVO ESPACIO DE LA IGLESIA

  • LA IGLESIA ENCUENTRA LA CULTURA MODERNA

    Nuestra poca se caracteriza por una nuevajercencin dedacuitura, y

    el pensamiento moderno recurre al mtodo 'del anlisis cultural para mejor comprender la situacin concreta de los hombres -TaIlirnujeres de nuestro tiempo.

    En los dos captulos siguientes, veremos cmo la Iglesia ha adoptado esta aproximacin cultural en su examen del mundo contemporneo (captulo 1). Procuraremos indicar las principales etapas que han mar-cado los progresos de la Igleia en su comprensin de la cultura y de las culturas, (captulo 2).

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    Sumario: 1. La cultura: nueva percepcin del hombre. 2. Descripcin-definicin de la cultura. 3. Cmo ha surgido el concepto de cultura. 4. La Iglesia moderniza su visin de la cultura. 5. El Vaticalo Ir fue un acontecimiento cultural.

    HACIA UNA CONCIENCIACION CULTURAL

    Seguir los caminos que la Iglesia ha recorrido para modernizar su per-cepcin de la cultura ser revelador para'nuestro propsito. Se trata de una evolucin*que reviste una import'ancia considerable para la Iglesia y para su accin sobre las sociedades. Importa ver cmo ha madurado entre los dristianos una especie de concienciacin cultural.

    El Vaticano II marca un viraje decisivo, primer Co

    -ncilidi que trata explcitamente de la cultura

    humana y de las culturas de nuestro tiempo. Pero ya los cristianos se haban .familiarizado con el anlisis de las culturas, por el mtodo de la accin catlica y de la sociologa religiosa, y por la prctica de las ciencias humanas. Hallan ampliado su concepcin clsica de la cultura y haban prestado atencin a las culturas vivas que interpelan a la Iglesia,

    Para captar este progreso en la comprensin de las sociedades, exami-naremos en primer lugar cmo la sociologa d_e la cultura ha tomado forma y cmo su aproximacin socio-histrica nos ha marcado a todos en nues-tra psicologa colectiva, enriqueciendo de forma innegable la percepcin gue.la Iglesip tiene de s misma y del mundo.

    1. La cultura: nueva percepcin del hombre 4

    Partamos de una observacin reveladora: la cultura ocupa un lugar cada vez ms importante en el lenguaje social. El factor cultural se impone como el primer presupuesto de toda la vida colectiva. Desde ahora, la cul-tura se percibe como el dinamismo fundamental que condiciona toda forma de vida social, econmica, poltica e internacional.

    15

    Irmemt",t44,M.

  • En el Plano de la representacin social, la cultura ha llegado a ser un concepto indispensable, de la que no pueden prescindir ni los socilogos ni los responsables sociales, para mejor conocer los fenmenos colectivos y para mejor definir la intervencin social. La nocin moderna de cultura es l nuevo paradigma, o el instrumento conceptual, que orienta el anlisis del campo social y la comprensin de sus dinamismos vitales.

    Como lo mostraremos en estas pginas, la Iglesia misma utiliza desde ahora el lenguaje del anlisis cultural para diagnosticar las realidades sociales y para traducir, en el lenguaje de las culturas de hoy, el mensaje evanglico de la fraternidad, de la caridad y de la justicia.

    El inters de nuestros contemporneos por el hecho cultural consti: tuye una actitud relativamente reciente en la historia, pero, evidente-mente, la cultura como realidad no es una novedad. La cultura existe desde el "homo sapiens": es ella la que ha hecho de nosotros seres pro-piamente humanos. Lo que es nuevo, es la percepcin de la cultura como realidad antropolgica. La cultura nos revela los rasgos caractersticos de una colectividad: su mentalidad, su estilo de vida, su manera propia de humanizar el medio ambiente. Para nCsotrds, la csultbra es el signo distin-tivo de una sociedad, de una categora social, de una comunidad humana, y as se habla de la cultura obrera, de ra cultura de los medios rurales, dedos jvenes, de los emigrantes, de los grupos tnicos.

    Antes del comienzo de este siglo, no se empleaba casi la'palabra, cul- tura en este sentido socio-histrico. El trmino cultura tena entonces una connotacin intelectual y esttica y designba la elidicin, el refina-miento del espritu, el progreso artstico y literario. El concepto de cultura se aplicaba a personas llamadas cultas, a individuos o a categoras cultiva-

    . das. Esta significacin clsica o humanista de la palabra cultura persiste todava, pero la expresin ha tomado ahora un sentido sociolgico e hist-rico. El lenguaje corriente manifiesta esta evolucin, como lo testimonian 7ulas tales como la identidad cultural, el dilogo de las culturas, la

    dominacin o la liberacin cultural. La Iglesia habla de la evangelizacin de las culturas, de la inclturacin.

    Precisemos ms el sentido antropolgico que el pensamiento mo-derno da a la palabra cultura y tratemos de comprender bajo qu influen-cias se ha constituido este concepto.

    2. Descripcin-definicin de la cultura

    La cultura es el universo humanizado que una colectividad se crea, consciente o inconscientemente: es su propia representacin del pasado y su proyecto del futuro, sus instituciones y sus creaciones tpicas, sus costumbres y sus creencias, sus actitudes y sus comportamientos carac-tersticos, su manera original de comunicar, de trabajar, de celebrar, de 1 6

    rw,141., t

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    idnKI 1;1441- .11 /r

  • sociales y en su accin en el seno de las culturas. Sealemos las principa-les etapas de este resurgir del concepto moderno de cultura.

    .En el siglo pasado, los observadores de las llamadas sociedades primi-tivas haban introducido el trmino "cultura" para analizar los hbitos, las costumbres y los comportamientos sociales de grupos tnicos. Segn esta manera de ver, la cultura, para los primitivos, era en cierta manera, el equivalente de civilizacin para los pueblos llamados desarrollados. En 1871, el antroplogo Edward Tylor publicaba su obra Primitiva Soc/ety, donde se halla una de las primeras definiciones de la cultura entendida en sentido antropolgico: "La cultura o la'civilizacin es ese complejo con-junto que abarca el saber, las creencias, el artela tica, las leyes, las cos-tumbres y cualquier otra aptitud o hbito adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad" (1).

    Una fuente menos conocida, quiz menos destacada, pero no despre-ciable, viene de la tradicin alemana. Mencionemos en particular a Samuel Pufendorf, un jurista, hijo de Pastor, que fue en Alemania uno de los pione-ros de la idea de cultura. Propona una antropologa que distingua en la sociedad las entidades biolgicas y las entidades morales (entra physica, entia moralia). La sociedad humana deca se explica esencialmente por los entia morara, fundados sobre% dignidad, la libertad del hombre, conduciendo a ste a todas las formas de lo social. Las instituciones estn dotadas de una vida objetiva, pero todas ellas se fundan sobre los actos de la voluntad moral de los individuos. Pufendorf afirmaba el papel central de la cultura en la sociedad, vindose obligado el individuo, cultivar su ser: "porque la cultura es necesaria al hombre" "homini cultura sui est necessaria" (2). Pufendorf public varias obras, en particular, Les devoirs de l'homme et du citoyen (traduccin por Barbeyrac,de su Officio Homi-nis et Civiis), que tuvo una influencia notable en Europa e inspir la "Dcla. ration sur les droits de l'homme et du citoyen"de la Revolucirl francesa en 1789 (3).

    En Inglaterra, la idea de cultura se afirm en el lenguaje social hacia principios del siglo XIX y, como hace notar Raymond Williams, cinco tr-minos fundamentales se hicieron entonces corrientes en ingls: "indus-try, democracy, class, art, culture", y el ms cheocante dice es el de cultura porque expresa las mutaciones caractersticas de la nueva poca (4).

    Hay que sealar tambin la influencia de Karl Marx sobre la nocin de cultura y sobre todo de "cultura proletaria", recogida despus por Lenin. Marx, en su interpretacin de la realidad social, puso de relieve el feri-. meno de la dominacin cultural, mostrando cmo las clases subordinadas estn dominadas por la cultura de las clases que retienen los medios de produccin (5).

    Todas estas corrientes de pensamiento, que provienen de diversos or1- 1) Ales, han contribuido a la formacin del concepto moderno de cultura,

    pero este concepto fue empleado primeramente slo por los especialistas,. los escritores, los antroplogos, sobre todo en Inglaterra, Alemania, Fran- cia y Estados Unidos. Despus de la guerra dp 1914,1a palabra pas gra-

    dualmente al lenguaje ordinario como categora de pensamiento para analizar las sociedades modernas. Las conmociones sociales, las nuevas

    < mentalidadeWleia postguerra proporcionaron un amplio material a la observacin, y la opinin pblica se sensibiliz vivamente con las mutacio-

    nes que traan consigo las instituciones, los valores, los modos de vida de las sociedades, marcadas cada vez ms por el pluralismo. De esta manera, las sociedades industriales llegaron a ser a su vez objeto del anlisis cultural.

    En una poca ms reciente, el choque de las culturas aparece a nues-tros ojos y nos revela el enfrentamiento dramtico de los nacionalismos, frecuentemente fanatizados, de los fundamentalismos religis-5-175-deTs estilos de vida que nos enfrentan radicalmente unos a otros. Desde ahora, el problema decisivo se revela como de naturaleza cultural, y estamos invi-

    , tados, casi a pesar nuestro, al anlisis cultural. Todos estamos obligados a asumir la ''eludible necesidad del dilogo de las culturas, aunque no sea ms que para asegurar la supervivencia de los hombres y de las so-ciedades.

    Esta evolucin exige dos observarciones. Por una parte, se puede decir que la cultura es ahora un trmino operacional para analizar la realidad social y actuar sobre ella. La cultura ha llegado a ser una categora din-mica, como lo atestiguan expresiones tales como la poltica cultural, la accin cultural, la revolucin cultural, la liberacin cultural. Como lo sea-lbamos ms arriba, la Iglesia misma da ua acepcin dinmica a la pala-bra cultura cuando habla de evgngelizacin de las culturas, de encuentro de las culturas, de inculturacin.

    (1) EDWARD TYLOR, Prirnitive Culture, London, John Murray, 1987, vol. I, p. 1. (2) Cf. VICTOR HELL,Lide de culture. Pars, Presses Universitaire$ de France, 1981, ch.

    2, p. 24. (3) V. HELL, op. cit., pp. 17-30. (4) RAYMOND WILLIAMS, Culture and Society: 1780-1950. London, Hardmonswort,

    1963,p. le. Citado por. V. HELL, op. cit., p. 18.

    18

    (5) Marx escriba en L'ldologie allemande: "Las ideas de la clase dominante son tambin, en todas les pocas, las ideas dominantes; dicho de otro modo, la clase que tiene el poder material dominante de la sociedad tiene tambin el poder dominante espiritual. La clase que dispone de medios de produccin material dispone, al mismo tiempo, de los medios de pro-duccin intelectual, aunque en uno yotro, las ideas de aquellos a quienes se les ha negado los medios de produccin intelectual estn sometidos, al mismo tiempo, a esta Clase dominante." Cf. KARL MARX, L'Idologie allemande. Presentada y anotada por Gilbert Badia. Pars, Edi-tions sociales, 1968, p. 75.

    rhisj Chp 19

  • Por otra parte, se comprenden mejor ahora las relaciones dialcticas 7 que se establecen entre la cultura del individuo y la de la comunidad a la

    que pertenece. En una poca en que la escolarizacin tiende a universali-zarse, resulta ms difcil que en otros tiempos oponer la cultura de la clase

    1 - selecta a la cultura vivida. Los medios modernos de comunicacin han

    contribuido poderosamente tanto a la personalizacin como a la socializa-cin de la cultura. La intensific.acin de comunicaciones, entre todos los sectores de la sociedad y de todas las partes del mundo, han provocado en todos una toma de conciencia de la diversidad de los modos de vida y ha llevado a cada grupo humano a preguntarse sobre su propia identidad. Todo esto explica la atencin que nuestros contemporneos conceden al hecho cultural, a la diversidad de las culturas, al dilogo de las culturas, a la defensa de las particularidades culturales. El es5ritu moderno se esfuerza por comprender mejor lo qbe es la cultura y qu papel dinmico juegq en la vida de los individuos y de las sociedades.

    La Iglesia, por su parte, ha hecho suya manifiestamente este concepto moderno de la cultura, como se puede constatar sobre todo a partir del Vaticano II. El documento Gaudium et Spes presenta una definicin de la cultura que armoniza perfectamente las dos dimensiones, clsica y antro-polgica, que hemos subrayado: "Con la expresin (cultura', en grteral, se indica todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumera-bles cualidades espirituales y corporales, procura someter al mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace ms humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalnlente, a travs del tiempo, Tormula, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias y aspiraciones, para que sirvan de provecho a muchos; ms an, a todo el gnero humano.

    "De aqu se sigue que la cultura humana lleva consigo necesariamente un aspecto histrico y social, y que la palabra 'cultura' asume con frecueh-cia un sentido sociolgico y etnolgico..." (6).

    4. La Iglesia moderniza su'visin de la cultura

    El documento Gaudium et Spes marca u' na etapa en la enseanza social de la Iglesia. Por primera vez un Concili se dedic a estudiar sistemtica-mente la situacin histrica del mundo y la condicin de los hombres con-temporneos. Ciertos testimonios del Concilio no dudan en afirmar que

    (6) CONCILIO VATICANO (I. Constitucin pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual: Gaudium et Spes, n. 53. Cf. Biblioteca de Autores Cristianos Editorial Catlica, S.A., diciem-bre, 1965.

    20

    el Vaticano II se ocupdiesencialmente de dos temas: de la Iglesia y del hom-bre de hoy, a los que corresponden las grandes Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes. Por una parte, se trat del terna mayor de la Iglesia.' su constitucin, la liturgia, la revelacin, los obispos, los sacerdo-tes, los religiosos, los laicos, Iglesia y.educacin, las misiones, los medios de comunicacin social, las relaciones con los dems cristianos y con las otras religiones. Por otra parte, el Concilio se centr sobre el mundo actual. El documento que result de ello, Gaudium et Spes, fue elaborado conjuntamente por Pastores, telogos y socilogos, que trabajaron segn un mtodo interdisciplinar y adoptaron una aproximacin netamente antropolgica en la comprensin del mundo actual. Se ha observado, por

    . ejemplo, que la palabra "historia" aparece 63 veces y la palabra "cultura" 91 veces en los documentos del Vaticano II, Pablo VI reconoca este aspecto renovador del Concilio en su discurso de clausura el 7 de diciem-bre de 1965: "El Concilio ha tenido vivo inters por el estudio del mundo moderno. Tal vez nunca como en esta ocasin ha sentido la Iglesia la nece-sidad de conocer, de acercarse, de comprender, de penetrar, de servir, de evangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla: por decirlo as, de alcanzarla casi en su rpido y continuo cambio" (7).

    Perfeccionando los mtodos de anlisis empleados en sus anteriores docrionentos sociales, la Iglesia, sobre todo despus de Gaudium et Spes, entiende la realidad social desde el punto de vista de las culturas tpicas de nuestro tiempo, cuya influencia penetra todas las esferas de la realidad social, familiar, tica, poltica, econmica e internacional. De ah el tono nuevo y contemporneo de los documentos de la Iglesia para describir las condiciones sociales de nuestro tiempo. Una nueva intuicin cultural lleva a la Iglesia a iescubrir que la sociedad humana parece entrar "en un nuevo orden de cosas", deca ya' Juan XXIII en la apertura del Concilio (8).

    Durante el Concilio mismo, Pablo VI haba lanzado una apremiante invitacin a la comprensin del mundo moderno y se haca el abogado et,e1 dilogo corr toda persona de buena voluntad. "La Iglesia debe ir haca el

    "dilogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio." Y aade: "Antes de-convertirlo, ms an, para convertirlo, el mundo necesita que nos acerque-mos a l y que le hablemos." La Iglesia deca Pablo VI debe asumir lo humano como tal, mediante una especie de comunin cultural: hacemos nuestra esta "primera universalidad" (9).

    (7) Pablo VI: Alocucin del 7 de diciembre de 1965 en la Clausura del Concilio Vaticano II, n. 6; BAC., p. 815.

    (8) Juan XXIII: en la solemne aperturadel Concilio (11 de octubre, 1962), Geudet Mater Ecclesia; BAC., p. 747.

    (9) Pablo VI: encclica Ecclesiam Suam (6 de agosto, 1964), n. 27. Cf. Coleccin de Enc-clicas y Documentes Pontificios (Accin Catlica Espaola), Madrid, 1967, p. 2.594.

    21

  • La Iglesia asume plenamente la causa del hombre. "Dondequiera que hay un hombre que busca comprenderse a s mismo ylal mundo, para defender la justicia y la cultura, podemos estar en comunicacin con l." (10).

    Esta fecunda intuicin ha sida!? que ha guiado a los autores de Gau-dium et Spes en su percepcin del mundo actual y han logrado trazar, por su agudeza y penetracin, un esbozo sorprendente de la cultura contem-pornea. Pero es sobre todo el Concilio el que hay que releer para entender su contribucin a la inteligencia cultural de nuestra poca. Recordemos los puntos ms importantes.

    5. El Concilio Vaticano II fue un acontecimiento cultural

    Una de las caractersticas del Concilio fue precisamente echar una mirada nueva sobre las culturas, en el seno de las cuales la Iglesia debe ahora tra-bajar. En las formulaciones del Concilio sobre la cultura, encontramos como la sntesis de las experiencias y enseanzas anteriores de la Iglesia. Lo mostraremos ms adelante. Desde el plinto que hemos adoptado en el presente captulo, tratemos de trazar ls ideas maestras del Concilio, refe-rentes precisamente a las relaciones del cristianismo y la cultura, po-niendo de relieve sobre todo la creciente atencin de la Iglesia por los hechos culturales. Gaudium et Spes sigue siendo el documento mayor sobre la cuestin. No es ste el lugar de analizar sus principales proposi-ciones, que sern abordadas en los captulos siguientes. Procedamos ms bien a una panormica general, teniendo en cuenta el conjunto de los documentos conciliares.

    El Vaticano II ha mostrado claramente cmo la Iglesia ha contribuido, por su experiencia propia, al progreso de las culturas. La Iglesia se ha esfor-zado, a lo largo de su historia, por penetrar en las culturas ms diversas y expresarse a travs de ellas (11). La Iglesia tiene tambin clara conciencia de su universalidad, porque ha sido "'enviada a todos los pueblos de todos los tiempos y de todos los lugares" y por esta razn ho se siente identifi-cada con nin una cultura particular. Permanece dispo7lible para entrar en comunin con toas a civiliiai*ones. "No est ligada de una manera exclusiva e indisoluble a ninguna raza o nacin, a ningn gnero de vida particular, a ninguna costumbre antigua o reciente." Su actitud d univer-salidad y de comunin es doblemente fecunda: "de ah el enriqueci miento que resulta as para ella como para la cultura" (12).

    (10) Ibid, n. 36. (11) Gaudium et Spes, n. 58, BAC., 0. 296. (12) /bid., n. 58; BAC., p. 297.

    e

    Para la Iglesia, la manera propia de actuar sobre las culturas es renovar al hombre desde el interior, defenderlo y protegerlo del mal. La Iglesia "no cesa de purificar y elevar incesantemente la moralidad de los pueblos". Trabaja como fermento, "fecunda como desde sus entraas las cualida-des espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad". Es su modo de civilizar. "As, la Iglesia, cumpliendo su propia misin, por ello mismo ya contribuye a la cultura humana" (13).

    Sin embargo, el Vaticano II ha comprendido el carcter dramtico de las mutaciones que conllevan las sociedades actuales, y las implicaciones que representarn las nuevas culturas. La humanidad toma conciencia de

    que entr en una nueva edad de la historia. La. Iglesia de nuestra genera-cin dgbe esforzarse por comprender el mundo actual con sus esperan-zas, suS .aspirciones y sus dramas.

    El conjunto del universo est marcado por profundas transformacio-nes, provocadas por la creatividad del hombre, pero cambiando tambin al hombre mismo en sugmaneras de pensar y obrar. Todas las sociedades estn perturbadas: el ambiente social, las mentalidades, las tradiciones, las instituciones, los valores tradicionales. De todo ello surgen profundos cambios psicolgicos y morales. Las repercusiones corren el riesgo de ser graves en el plano religioso. Si, a los ojos de algilnos, el progreso del saber y del espritu crtico ha contribuido a purificar una concepcin mgica del mundo, para otros, el desarrollo cientfico conducira al rechazo de Dios y de la religin. El Concilio ha optado por una apreciacin a la vez positiva y crlica del progreso cientfico y tcnico.

    El verdadero progreso culturalodel hombre est de por s abierto a lo trascendente, y por esto el Evangelio puede ser generador de cultura. La Iglesia, ppr su misin, puede Tambin concurrir a la obra Civilizadora. La cultura aparece, pues, como la dignidad

    misma del hombre y su necesidad

    ms radical. Se adivinan 1s problemas que un tal ideal de la cultura puede suscitar.

    Gaudium et Spes enumera vatios, que se pueden resumir as:

    a) Cmo conciliar la intensificacin de los intercambios culturales con la salvaguardia del patrimonio y de la identidad de cada pueblo?

    b) En particular, cmo armonizar la cultura surgida de las ciencias modernas corfla cultura tradicional, fruto de la sabidura de las naciones y de las tradiciones clsicas?

    c) Cmo elaborar una sntesis entre las disciplinas, cada vez ms *eCpecializadas,teniendo tambin en cuenta la capacidad de contempla-

    cin que conduce a la sabidura?

    (13) /b/d, n. 58; BAC., p. 297.

    22 23

  • d) Cmo hacer participar de los beneficios de la cultura alas multitu- des, ya que la cultura de las clases selectas no:cesa de crecer, especiali-zndose indefinidamente?

    e) Cmo reconocer la autonoma de las cubras seculares sin caer en un humanismo que rechaza la , religin?

    La Iglesia define desde ahora su accin evangelizadora en el interior de esta realidad cultural; ella trat de comprender mejor los vnculos que se establecen entre la fe y las culturas, mostrando cmo el Evangelio puede llegar a ser fermento de cultura. Todo esto supone de parte de los cristia-nos una nueva percepcin de/ hecho cultural y una motivacin para traba-jar sobre las culturas vivientes, inspirndose en los principios de la teologa y sirvindose tambin de la atortacira de las ciencias humanas. La Iglesia se muestra atenta a todo lo bueno que se encuentra en el cora-zn del hombre o en las culturas, y obra de tal manera que esos valores "que se hallan sembrados en el corazn y en la mente de los hombres yen las culturas de los pueblos, no solamente no perezcan, sino que se sanen, se eleven y se completen para gloria de Dios" (14).

    Los cristianos laicos tienen una responsabilidad propia el la tarea de evangelizacin de las culturas, porque su actividad se ejerce en elporazn de la ciudad y de las culturas vivientes. Se exhorta a los cristianos a consi-derar los valores de orden temporal que afectan a la familia, las actividades socio-econmicas, polticas o internacionales, como realidades que con- tienen una consistencia propia y "no solamente como subsidios para el ltimo fin del hombre" (1 5).

    1 T 1 Se comprende, pues, que la Iglesia mire con el ms grande respeto a las culturas en su diversidad y en su riqueza, guardando al mismo tiempo toda su libertad para criticarlas e invitarlas a superarse. En el decreto Ad Gentes, sobre las misiones, el Concilio invita a los cris- tianos a comprometerse en la vida cultural y social de su pas, a familiari-zarse con las tradiciones nacionales y religiosas para "descubrir con gozo y respeto las semillas de 19 palabra que en ellas se contienen" (16). Hay que estar sobre todo atento a las

    transformaciones profundas Que se ope-

    ran en las naciones y vigilar para qu'e los progresos de la ciencia y de la tc-nica no se vuelvan contra el desarrollo espiritual de los pueblos. Los fieles formen comunidades propias y stas, en la medida de lo posible, deben enraizarse en su cultura nacional (1 7). El Concilio cita a este propsito las

    (14) Concilio Vaticano II: Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad Gentes, n. 9; BAC., p. 670. (15) Concilio Vaticano II. Decreto sobre el apostolado de los laicos: Apostoiicam Actuosi-tatem, n. 7; BAC.. p. 512. (16) Ad Gentes, n. 11; BAC., p. 582. (17) lb/d., n. 15; BAC., p. 589.

    24

    palabras de la carta a tiogneto, afirmando que los cristianos "no se distin-guen de lo?dems hombres, ni por el lugar en que viven; ni por su len-guaje, ni por su modo de vida" (18). Para continuar su trabajo de evan-gelizacin, lq Iglesia tiene necesidad de hombres y de mujeres particular-mente bien preparados (19).

    Es un hecho que las grandes tradiciones religiosas han sido generado-ras de cultura. En la declaracin Nostra Aetate, sobre las relaciones con las religiones no cristianas, el Vaticano II habla de las ''religiones ligadas al progreso de la cultura". Menciona sobre todo el hinduismo y el budismo y otras formas de religin que se esfuerzan "por responder de varias mane-ras a la inquietud del corazn humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas'de vida y ritos sagrados". Discrepando de estas religio-nes en varios puntos, la Iglesia considera con un sincero respeto su manera dei obrar y su doctrina. Se invita a los cristianos a tomar una actitud de pludencia, de caridad, de dilogo y de colaboracin con los no cristia-nos. Dando testimonio de su fe cristiana, participan en el progreso cultural de estos pueblos. Que se esfuercen por comprender su cultura desde el

    .interior, que "reconozcan, guarden y promuevan aquettos N'enes espiri: t715TIFY morales, as como los valores socio-culturales que en ellos exis- ten" (20).

    Dgtengamos aqu esta mirada panormica del Vaticano II, que con-firma cunto se sensibiliz la Iglesia oficial en el Concilio por las realidades socioculturales, as como tambin por las nuevas condiciones de su accin en el mundO. El anlisis de las relaciones Iglesia-cultura se ahon-dar ms cuando abordemos ms adelante los problemas especficos de la Evangelizacin de las culturas, de la inculturacin, de la promocin cul-tural del hombre y descubriremos todava ms claramente la luz que el Vaticano II ha proyectado' sobre los problemas de nuestro tiempo (21). Tratemos, por otro cauce, de comprender cmo la Iglesia ha llegado a modernizar su perfeccin de las culturas. El captulo siguiente nos permi-tir apreciar-mejor las etapas que han conducido a una progresiva madura-cin del pensamiento de la Iglesia en sus, relaciones con las culturas vivas.

    (18) D la Carta a Diogneto, can. 5-6, Funk, 1; pp. 397-401. (19) Ad Gentes, n. 34, BAC., p. 618. (20) Coi filio Vaticano II: Declaracin sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones r. no cristiana. Nostra Aetate, n. 2; BAC., pp. 724-25. (21) Par- un estudio ms detallado del Concilio Vaticano II, como acontecimiento cultural y fuente de e serianza sobre las relaciones Iglesia-culturas. Cf. H. Carrier,

    -L'apport du Concile la culture' en la obra en colaboracin Vatican 11. 25 ans aprs (1962-1987), bajo la direc-cin de Re Latourelle. Pars-Montral, Editions Cerf/Bellarmin, 1987.

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    CAPITULO 2

    IGLESIA, CIVILIZACION, CULTURA: PROGRESO DE UN, PENSAMIENTO

    Sumario: 1. Defensa de la Iglesia, maestra de civilizacin. 2. Civilizacin, educacin, cuestin social. 3. Civilizacin cristiana y reconstruccin social. 4. Cultura de los cristia-

    nos, justicia y paz. 5. Los Papas de la cultura moderna.

    CAPTAR LAS CULTURAS VIVIENTES

    Como se ha visto en el captulo anterior, la Iglesia en el Concilio ha for-muladg, netamente su posicin frente a las culturas modernas. La cultura ha llegado a ser, por:decirlo as, el espacio privilegiado de su accin. Sin embarro, hay que darse cuenta que la orientacin cultural de la Iglesia en el Vaticano II es el reSultado de una lenta y paciente maduracin. El punto de llegada ha supuesto todo un proceso que no ha sido siempre fcil, como lo recuerda Gaudium et Spes: "Aunque la Iglesia ha contribuido mucho al progreso de la cultura, consta por experiencia que no escasean a veces las dificultades de .cbm a finar la cultura con la formacin cris-tiana" (1).

    Para apreciar tod la novedad y la importancia de la posicin del Vati-cano II sobre las relaciones de la Iglesia y de la cultura, es indispensabl ver las etapas por las que la percepcin cristiana se ha enriquecido progre-sivamente sobre este punto.

    El propsito de este captulo es, pues, descubrir, a partir de los princi-pales documentos de la Santa Sede, desde Len XIII hasta nuestros das, cmo la visin de la Iglesia moderna sobre las relaciones del cristianismo

    con lag culturas se ha ido precisando y formando poco a poco. Un punto importante a tener en cuenta: en un primer tiempo, los docu-

    mentos de la Iglesia hablan de civilizacin

    y raramente de cultura, si no es en un sentido clsico. Es interesante ver cmo aparece, en la terminologa

    . de sucesivos Papas, la idea de cultura entendida en sentido antropolgico,

    (1) CONCILIO VATICANO II: Constitucin pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual: Gaudium et Spes, n. 62, BAC., p. 302.

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    un concepto que utilizan para analizar las situaciones socio-culturales. Esta evolucin, perceptible ya desde Po XII, se precisa con Juan XXIII y se confirm sobre todo en la enseanza de Pablo VI y de Juan Pablo II. Este Sucesivo examen de los documentos de la Iglesia arroja una luz comple-mentaria a nuestro primer captulo, donde hemos mostrado cmo la Igle-sia haba modernizado su visin de la cultura.

    Una mirada retrospectiva alas declaraciones de los Papas, ser, pues, particularmente instructiva, porque nos mostrar hasta qu punto el pen samiento de la Iglesia ha tratado de 'responder a las diversas circunstan-cias histricas en las que se encontraba.

    1. Defensa de la Iglesia, maestra de civilizacin

    En tiempo de Len XIII, era natural hablar de civilizacin ms bien que de cultura para designar los hechos socio-histricos. Al final del siglo XIX, se acusaba abiertamente a la Iglesia de rechazar la nueva civilizacin. Tuvo que soportar los asaltos del agnsticismo liberal y de las corlientes ilumi-nistas o racionalistas que presentaban, abiertamente a la Iglesia como fuerza retrgrada, enemiga del progreso y de la civilizacin. En nichos de sus documentos oficiales, Len XIII se dedica a demostrar cmo la Iglesia, lejos de ser enemiga del progreso, se ha revelado, a lo largo de toda la his-toria, como una gran fuerza civilizadora. En su primera encclica, Inscruta-bili (1878), recuerda que no sera posible tener verdadera 'civilizacin sin el fundamento de principios eternos referentes a la verdad, la justicia, el amor y sin la ayuda de leyes inmutables. La Iglesia ha "favorecido siempre el amor y el progreso de las ciencias' humanas". Ella ha combatido las supersticiones, la esclavitud y barbarie. E'n otros tiempos recuper los res-tos de la sociedad antigua e impidi ms tarde caer en la supersticin, "civiliz al gnero humano en sus costumbres privadas y pblicas". 1Por qu se ataca, pues, a aquella que ha sido la "maestra" y la "madre" de la civilizacin? "Si los numerosos bienes que acabamos de recordar, y que han tenido su origen en el ministerio de la Iglesia y a su influencia saluda-ble, son en verdad obras y glorias de la civilizacin humana es, pues, falso que la Iglesia de Jesucristo aborrezca y rechace la civilizacin, ya que per-tenece a ella totalmente el honor de haber sido su nodriza, su maestra y su madre" (2).

    En su encclica Irnmortale Dei (1885), sobre la constitucin de los Estados, Len XIII traza como un cuadro ideal de lo que fue en otros tiem-pos la cohabitacin benfica de la Iglesia, y de los ,Estados: "Hubo un tiempo en que la filosofa del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces

    611 Onskomil \I, Citvw 141ilfriA

    . a aquella energa propia de la sabidura cristiana, aquella su divina virtud, haba penetrado profundamente en las leyes institucionales y costumbres de los pueblos, en todos los rdenes y problemas del Estado" (3), La reli-gin, aade, cre la grandeza y la irradiacin de Europa, lo que le permiti "mantener la primaca de la civilizacin'" (4). A los que acusan a la Iglesia de perjudicar al Estado moderno, responde citando a San Agustn: ,"Los que dicen ser la doctrina de Cristo nociva.a la Repblica, que nos den un ejrcito de soldados tales como la doctrina de Cristo manda; que nos den asimismo regidores, gobernadores, cnyuges, padres, hijos, amos, sier-vos, reyes, jueces, tributarios, en fin, y colaboradores del fisco, tales como

    la enseanza de Cristo los quiere y forma; , y una vez que los hayan dado, atrvanse entonces a decir que semejante doctrina se opone al inters comn" (5).

    EI.Paph Benedicto XV comenz su pontificado cuando la guerra aca- baba de iniciarse con sus "gigantescas matanzas". En su carta Ad Beats-

    simiApostolorum (1914), sobre los principios de la caridad y de la justicia cristiana, recuerda pacientemente a todos los beligerantes el principio 'radical de la caridad enseada por Cristo, as como "los fundamentos de la filosofa cristiana". Anteriormente a la carta, habla de una civilizacin del amor y exhorta a todos los catlicos a esforzarse; mediante sus asociacio-nes, gUS iniciativas a trabajar para que penetre en la sociedad el principio del amor fraternal, fundado "sobre el Evangelio, as como tambin sobre la naturaleza humana y los intereses, sean privados o pblicos". Cierta-mente, el amor fraterno no puede suprimir las diversidades (diferencias) que se dan entre la?; condiciones y las clases sociales, pero sin la caridad, se crece en violencias inadmisibles. Los catlicos sobre todo deben evitar las divisiones internas, que constituyen como contratestimonios de la enseanza de la Iglesia: "Que se guarden de ciertas apelaciones que han comenzado a circular recientemente para distinguir nos catlicos de otros... El catolicismo, en lo esencial, no admite ni ms ni menos... O se

    ..profesa ntIgramerite, o no se profesa" (6).

    K

    2. Civilizacin, educacin, cuestin social

    Con el Papa Po XI, la Iglesia precisa su posicin, particularmente en lo referente a la educacin cristiana y la cuestin social. En su encclicaDivini IlliUs Madistri sobre la educacin cristiana de la juventud, de 1929, Po XI

    ) I en XIII: encielic.a InInortole Dei (1 noviembre. 1885), n." 28. Cf. Coleccin de Ene.,- y Dortimentos Potificins, p. 54.

    1 Yuri o 29. C1 Coleccin de Encklicas y Documentos Pontificios, p. 54. S Agustn: Cenes, mires. 138, 5. Ad Marcellimon, caps, 2, 15. Citado en Inmortede

    " 27. Cf. Coleccin de Encfclicos y Documentos Pontificios, p, 54. flonedicto XV; encicIrca Ad Beettssimi Apostolorum (1 noviembre, 1914), ri, 20.

    29

    (2) Len XIII: encclica Inscrutabill 21 abril, 1878.

    28 .

    1. tic.,

  • hogar domstico hasta las reinas y emperatrices" (n. 61). Po XI: Divini illius Magistri (31 diciembre, 1929). Esta encclica subraya :constante-mente el papel civilizador jugado por la Iglesia cuando ejerce su misin evangelizadora.

    En su magisterio social, Po XI ha insistido igualmente sobre el tema de la civilizacin cristiana. Por ejemplo, en la Quadragesimo Anno (1931), constata que los principios de la latesia en materia social se han difundido ampliamente en el mundo, a cuarenta aos de la gran encclica Rerum Novarum de Len XIII sobre el orden social. Esta afirmacin marca un pro-greso real para la Iglesia: Los principios del catolicismo en materia social "son normas segursimas a todo el gnero humano para resolver los 'arduos problemas de la sociedad humana" (n. 1). Este progreso de la doctrina social de la Iglesia es ahora visible en la prensa, las publicaciones, en el seno dh los parlamentos y ante los tribunales. Para Po XI, es claro

    -que es sobre todo por medio de su enseanza social que la Iglesia puede transmitir los valores cristianos a la sociedad y a las culturas de su tiempo. El Papa analiza las transformaciones que se han producido en el sistema cabitalista y en los diversos sectores del socialismo y seala cules son los principios fundamentales para la instauracin de una sociedad justa y fra- tamal. Refirindose a la enseanza social de la Iglesia, reclama una doble reforma"; la de las instituciones y la de las costumbres, y repite lo que haba ya afirmaado Len XIII: "Si la sociedad humana debe ser curada, no lo ser si no se recurre a la religin o a la Iglesia" (n. 3) (8).

    Po Xi se mostr .particulrmente preocupado por el resurgir de los totalitarismos, y sobr todo por la amenaza del comunismo ateo. Su enc-clica Divini Redemptoris, de 1937, se abre por una consideracin sobre la civilizacin cristiana, instaurada por "el Salvador del mundo, que viniendo a la tierra, colm la expectacin e inaugur una nueva civilizacin univer-sal, la civilizacin cristiana, inmensamente superior a la que hasta enton-ces trabajosamente haba alcanzado el hombre en algunos. pueblos ms. privilegiados (9). Pero he aqu que esta civilizacin est hoy en peligro; lo's pueblos se encuentran amenazados por una nueva barbarie: "Pueblos enteros estn en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aque-lla en que an yaca la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor" (10). El liberalismo ha abierto paso al comunismo. Los cristianos deben buescar los principios de discernimiento para hacerle frente. Todos los cre-yentes 'estn invitados a una accin comn inspirad en la doctrina social

    (8) Po XI: encclica Qoadregesimo Anno (15 mayo, 1931), nms. 3 y 1. Cf. Len XIII: encclica Rerum Novarum (15 mayo, 1891), n.. 13. Cf. Coleccin Encclicas y Documentos Pontificios, pp. 624 y 595.

    (9) Po XI, encclica Divini Redemptoris (19 marzo, 1937), n.1. Cf. Coleccin de Enccli-cas y Documentos Pontificios, p. 154.,

    (10) n. 2.

    31

    reivindica el derecho de la Iglesia en el campo de la educacin en contra de teoras y de polticas de su poca que ponan en duda este derecho de la Iglesia. Siguiendo su vocacin, la Iglesia afirma su pleno derecho a "promo-ver las letras, las ciencias y las artes... aun fundando y manteniendo escue-las e instituciones propias en toda disciplina y en todo grado de cultura" (n. 12). Y aade: "Esta obra de la Iglesia en todo gnero de cultura cede en inmenso provecho de las familias y las naciones" (n. 12). Sostiene el Papa que la misin educadora de la Iglesia se extiende incluso a los infieles gracias a las miles de escuelas que los cristianos han creado en los pases de misin donde ella contina su obra,. del mismo modo como en otro tiempo la Iglesia con sus misioneros "ha educado en la vida cristiana y en la civilizacin a las diversas gentes que ahora forman las naciones cristia-nas del mundo civilizado" (n. 14). Po XI interpel; a los gobiernos que dis-cuten a la Iglesia su derecho y su misin propia. Hace suyo el argurriqnto de San Agustn mencionado ya por Len XIII. Contra aquellos que repro-chan a la educacin cristiana de desviar los ciudadanos de las tareas importantes de la ciudad terrestre, como si los principiol cristianos de educacin "sean ajenos a la vida social y a la prosperidad tempoLal, contra-rios a todo progreso en las letras, en las ciencias, en las artes yen toda obra de civilizacin", recurre a la historia de la Iglesia y en particular airTertu-liano, quien responda a sus conciudadanos: "No vivimos fuera de este mundo." Los cristianos que honran a Dios, explicaba Tertuliano, "no rechazamos fruto alguno de las obras del Creador; solamente nos refrena-mos, para no usar de ellas desmesurad o viciosamente. As que no habi-tamos en este mundo sin foro, sin mercado, sin baos, casas, ?iendas, caballerizas, sin vuestras ferias y dems suertes de comercio. Tambin nosotros navegamos y militamos con vosotros, cultivamos los campos y negociamos, y por eso trocamos nuestros trabajos y ponemos a vuestra disposicin nuestras obras. Cmo podamos, pues, pareceros intiles para vuestro negocios, con los cuales y de los cuales vivimos, francamente ro lo veo" (n. 60) (7). La iglesia como educadora manifiesta, pues, a travs de toda la historia su poder'civilizador. -Lo dicho se ve claro en toda la his-toria del cristianismo y de sus,instituciones, que se identifica con la histo-ria de la verdadera civilizacin y del genuino progreso hasta nuestros das." Al difundir el ideal de la santidad, la Iglesia se hace presente y ope-rante en todos los sectores de la sociedad, todas las clases, las profesio-nes, los estados de vida, "desde el campesino sencillo y rstico hasta el hombre de ciencias y letras, desde el humilde artesano hasta el que capita-nea ejrcitos, desde el oscuro padre de familia basta el monarca que gobierna pueblos y naciones, desde las sencillas nias y mujeres del

    (7) Tertuliano: Apologtica, n. 42. Citado por Po XI en Divini illius Magistri (31 diciem-bre, 1929). Cf. Coleccin de Encclicas y Documentos Pontificios, nms. 12-14, p. 1.590.

    30

  • de la Iglesia, para combatir el materialismo ateo. La Iglesia por su parte trata de inculcar "los medios por los que la civilizacin cristiana, la nica 'civitas' verdaderamente 'humana', pueda ser salvada" (1 1).

    3. Civilizacin cristiana y reconstruccin social

    En Po XII, la idea de civilizacin cristiana reviste una importancia parti-cular. Insiste sobre ella con frecuencia y aporta elementos complementa-rios as como precisiones exigidas por las circunstancias en las que viva la Iglesia , en aquel momento. Es sobre todo al final de la guerra cuando Po XII quiso tratar especficamente est, tema en un radiomensaje consa-grado a la "funcin de la civilizacin cristiana' (12).

    Recordemos que en ese momento se celebraba en los Estados Unidos, en Dunbarton Oaks, una conferencia internacional sobre la reorganizacin del mundo, una vez terminada la guerra. Frente a un mundo en ruinas, Po XII hace un llamamiento a la conciencia humana, y sobre todo ala concien-cia cristiana. De la respuesta a est llamamiento, dice el Papa: ,:depende la suerte de la civilizacin cristiana en Europa y en el mundo" (n. 5). Esta civilizacin, lejos de ensombrecer las diversas formas de las comsnidades civiles, las refuerza establecindolas sobre la ley moral y sobre el respeto de la persona humana: "Y as es como la civilizacin cristiana, sin ahogar ni debilitar los elementos sanos de las ms diversas culturas nacionales, las armoniza en las cosas esenciales, creando de esta suerte una amplia uni-dad de sentimientos y de normas mrales, firmsimo fundameento de la

    verdadera paz, de la justicia social y del amor fraterno entre todos los miembros de la gran familia humana"' (n. 6).

    Po XII subraya una paradoja: por uria parte, la civilizacin cristiana parece minada en sus fundamentos, y por otra, se observa que esta civili-zacin se difunde cada vez ms entre todos los pueblos. "Algunos Ilegn a olvidar este precioso patrimonio, a desdearlo, incluso a rechazarlo; pero subsiste siempre el hechaS de aquella sucesin hereditaria" (n. 6). No se la puede olvidar, como no se,puede rechazar su familia. Esta voz contina escuchndose, como ."el eco de aquella herencia cristiana".

    Po XII, consciente de la extrema gravedad del momento, lanza un Ha-' mamiento urgente para salvar el patrimonio de la civilizacin cristiana,

    "por encima de toda colaboracin cori otras divergentes tendencias ideo-lgicas y fuerzas sociales, sugerida a veces por motivos puramente con-tingentes", porque afirma "la fidelidad al patrimonio de la civilizacin cristiana y su enrgica defensa contra las corrientes ateas y anticristianas

    (1 1 ) !Ud., nms. 2, 7. (12) Po XII: radiomensaje de 1 de septiembre, 1944. Cf. Coleccin de Encclicas y Docu-

    mentos Pontificios, nms. 5.7, p. 204.

    es la clave de la bveda, que nunca podr ser sacrificada ni ante alguna ventaja transitoria ni ante ninguna combinacin mudable" 'h. 7). Po XII confa en "esta invitacin, que esperams ha de encontrar un eco favora-ble en millones de almas sobre la tierra", y podra suscitar una colabora-cin leal y eficaz, a fin de promover un nuevo orden jurdico, elemento que se revela como "ua exigencia particular de la misma idea cristiana". Para el Papa, no hay duda de que la civilizacin cristiana ser el fundamento de la sociedad del maana, construida sobre la paz, la justicia y el amor fra-terno entre los hombres. Esta afirmacin, para Po XII, no tiene nada de autoritaria, como jo explica cuidadosamente, mostrando que no es absolu-tamente irrealista proponer los valors evanglicos de la justicia y de la

    caridad como principios de renovacin social. Algunos meses ms tarde, Po XII vuelve a insistir sobre la cuestin al

    tratar, "del" futuro de la democracia" y se alegra de pensar que "puede creerse que hayan pasado ya los tiempos en los cuales el recordar los prin-cipios morales y evanglicos como vitales para los Estados y los pueblos era desdeosamente despreciado como cosa anacrnica" (13). En este discurso, pero sobre todo en el que acabamos de mencionar anterior-mente, Po XII aade una importante precisin para una justa compren-sin de la nocin de civilizacin cristiana.

    Sera errneo creer que la Iglesia propone al mundo entero una especie de dominacin espiritual, Po XII explicita lo que l entiende por civiliza-cin cristiana, que se funda esencialmente sobre la enseanza social de la Iglesia. En su discurso de septiembre de 1944, consagrado precisamente a la "civilizacin cristiana", reserva toda la segunda parte a las cuestiones econmicas zsociales, vistas a la luz del pensamiento cristiano: dignidad de la persona humana, derechos y deberes de la propiedad, crtica del capitalismo, derechos y deberes de los organismospblicos, obligaciones de los catlicos a consagrarse a la promocin de la justicia social, etc.

    Su pensamiento se precisa todava ms en su discurso pronunciado 31 da siguient de la guerra, 20 de febrero de 1946, sobre la funcin de la Iglesia en la reconstruccin de la sociedad humana. El Papa repite que el papel de la Iglesia no es comparable al de un inmenso imperio. La Iglesia, esencialmente, acta ene/

    interior*/ corazn del ho' mbre. El 1-joder moral de la Iglesia no s ejerce al modo de una potencia tr7

    -17.re: "No ya porque sea oficio de la Iglesia abarcar y en cierto modo abrazar, a guisa de un gigantesco Imperio mundial, a toda la sociedad humana. Concebir as la Iglesia, como un Imperio terrenal y dominador del mundo, es fundamen-talmente falso" (n. 4). En ninguna poca de la historia, dice Po XII, esta concepcin no ha correspondido a la realidad, porque la Iglesia procede de manera inversa. "Ella seala en su progreso yen su expansin un camino

    (13) Po XII: radiomensaje de Navidad, 1944, n. 19. Cf. Coleccin de Encclicas y Docu-mentos Pontificios, p. 378.

    32 33

  • inverso al del imperialismo moderno" (n. 4). La Iglesia busca ante todo el hombre mismo y su progreso espiritual. Po XII describe el ciudadano ideal formado por la Iglesia, la cual "eleva al hombre a la perfeccin de su sr y de su vitalidad para dar a la sociedad humana hombres as formados" (n. 9). El Papa enumera cuatro elementos esenciales: la inviolable integri-dad del hombre creado a imagen de Dios; hombres orgullosos de su digni-dad y de su sana libertad; hombres justamente celosos de su comn igualdad en todo lo referente a la dignidad humana; hombres vinculados a su tierra y a sus tradiciones. He aqu la naturaleza del poder espiritual de la Iglesia: "Tal es, por tanto, tambin el verdadero sentido y el influjo prctico de la su pranacionalidad de la Iglesia, la cual muy lejos de ser-semejante a un Imperio, al elevarse por enciny de todas las diferencias, de todos los espacios y de todos las tiempos, construy; incesantemente sobre el fundamento indiscutible de toda sociedad humana."

    En la Pacem in Terris, el Papa invita a distinguir siempre "entre el que yerra y el error... Puesto que el que yerra no por ello est dabojado de su condicin de horribre, ni ha perdido su dignidad de persona y merece siempre la consideracin que se deriva de este hecho" (n. 1 58). El Papa exhorta igualmente a los catlicos a distinguir entre doctrinas y movi-mientos sociales. ,'Se ha de distinguir tambin cuidadosamente entre las teoras filosficas 'sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre, y las iniciativas de orden econmico, social, cultural mpltico, por ms que tales iniciativas hayan sido originadas e inspiradas en tales teo- r.. ras filosficas" (p. 159) (15). Siguiendo las normas de la prudencia, es legtimo reconocer en estos movimintos "elementos buenos y merece-

    . dores de aprobacin". De acuerdo con las normas de la prudencia, de la enseanza social de la Iglesia y las directrices de la autoridad eclesistica, ser posible juzgar de la oportunidad de una colaboracin con los no cat-licos, "como tambin establecer las formas y el grado en que hayan de rea-lizarse contactos en orden a conseguir metas positivas, ya sea en el campo econmico o social, ya tambin en el campo cultural o poltico con fines

    'tiles al bien de la comunidad" (n. 160) (16). Estas indicaciones tienen una importancia objetiva y mereceran un

    mayor desarrollo. Nos contentamos con mencionarlas aqu, en la medida en e se desprende, en el pensamiento social cristiano, la idea de que desdg ahora la Iglesia debe actuar en las culturas pluralistas, y que el obje-tivo comn de defender el hombre y su dignidad tiene que suscitar, en toda la familia humana un sentido nuevo de responsabilidad y de colabO-racin. Los cristianos tienen que ser los primeros en promover esta civili-zacin de ksolidaridad universal, una idea que sera particularmente familiar a Pablo VI. A los ojos de la historia, Juan XXIII es el Papa que pro-yecta y convoca el ,Concilio Vaticano II. Quiz, ms que sus escritos,.su gesto proftico contena en germen el aggiornamento de la Iglesia en el interior de la cultura de hoy. El Vaticano II iba a mostrar toda la fecundidId de su atrevida y providencial decisin.

    Completemos este captulo sealando cmo las orientaciones mayo-res del Concilio, a propsito de la cultura, han inspirado el pensamiento y la accin de los Papas que se propusieron poner por obra el Vatica-no II.

    5. Lcis Papas de la cultura moderna

    Es muy significativo or a los ltimos Papas utilizar corrientemente el lenguaje del anlisis y de la accin cultural.

    4. Cultura de los cristianos, justicia y paz

    El tema de la cultura y sus relaciones con la Iglesia, es tambin fre-cuente en Juan XXIII. Los lazos que establece entre cultura y juisticia son particularmente recalcados por l; de ellos trataremos n el captulo 4. En la doctrina de Juan XXIII, se ven precisarse poco a poco las grandes ideas que luego se consolidaran en los documentos del Concilio y sobretodo en Gaudium et Spes. Baste por el momento notar que sus encclicas: Mater et Magistra, de 1961 y Pacem in ferris, de 1963, dieron una enorme difusin al pensamiento social cristiano, llamando la atencin de los espe-

    ' cialistas, de los movimientos sociales, de los gobiernos y organismos internacionales. Para Juan XXIII, el penlamiento social de la Iglesia no est destinado nicamente a los catlicos. El Papa habla para el mundo entero y quiere dar un testimonio elocuente de ello, dirigiendo su encclica sobre la paz, Pacem in Terris, no slo a los obispos y a los catlicos, sino tambin, como lo indican las primeras lneas de presentacin, "a todos los hombres de buena voluntad". Hay que sealar que, en estas dos enccli-cas, Mater et Magistra y Pacem in Terris se invita a los catlicos a colabo-rar incluso con los que sostienen una concepcin diferente de la vida, que no profesan ninguna religin, con tal que se respeten ciertas condiciones referentes sobre todo a la religin, la moral y los derechos della autoridad

    f eclesistica. Se les da a los catlicos las directrices siguien s: "Que se muestren animados por el espritu de comprensin, desinter sados y dis-puestos a colaborar lealmente en la realizacjn de todo cuant por su natu- raleza sea bueno, o por lo menos, se pueda

    al bieri" (14).

    (15) Juan XXIII: encclica Pacen? in Terris (11 de abril, 1963), n. 159. Cf. Coleccin de Encclicas y Documentos Pontificios:p. 2.562. (16) lbd., n. 160. (14) Juan XXIII: encclica Mater et Magistra (15 mayo, 1961), nms. 6, 239. Cf. Colec-

    cin de Encclicas y Documentos Pontificios, p. 2.270.

    34

    35

  • El tenia de la civilizacin y de la cultura fue particularmente preferido por Pablo VI y de ello trata con frecuencia en sus discursos y documentos. Su famosa encclica Populorum Progressio (1967)

    que puede conside-rarse como una encclica sobre la cultura del progreso humano fue vista por algunos como un acontecimiento de civilizacin. El economista Fran-cois Perroux deca, al da siguiente de su publicacin, "es uno de los ms grandes textos de la historia humana. Irradia una especie de evidencia racional, moral y religiosa" (17).

    Otro documento mayor de Pablo VI fue Evangelii Nuntiandi (1975), que constituye como la carta de la evangelizacin de las culturas. Volvere-mos sobre ello. Por el momento sealemos nicamente que Pablo VI es el primer Papa que utiliza_

    en su sentido moderno la terminologa de la socio-loga cultural. Su contriucin fundamental ser examinada ms adelante; nos detendremos por un instante en considerar la bella expresin pie l cre e introdujo en el lenguaje de la Iglesia: la "civilizacin del amor". Lo utiliza por primera vez en Pentecosts de 1970. Ese da deca desde su balcn: "Pentecosts ha inaugurado la civilizacin del ardor y de la paz, y todos nosotros sabemos an hoy,tunta necesidad tiene nuestro mundo de amor y de paz."

    Hablando cada ao al cuerpo diplomtico, reunido en Romalon oca-sin de la felicitacin navidea, Pablo VI insista siempre sobre la idea de la paz y de la fraternidad y, ante estos representantes de naciones y culturas tan diversas se refera con frecuencia a la "civilizacin del amor". Esta expresin aparecer constantemente en sus discursos, e incluso en la 'clausura del ao jubilar de 1975, de8larar que la civilizacin del amor, .vena a coronar el sentido del Ao Santo que se terminaba (18).A partir de ahora, la expresin civilizacin del amor se generalizar.

    En Juan Pablo II, la perspectiva teolgico-cultural del Concilio se enri-quece y profundiza todava ms, hasta tal punto que la cultura aparece como uno de los polos mayores de su pontificado. Para l, el dilogo dla Iglesia con las culturas

    de nuestro tiempo es capital para el futuro de la Iglesia y del mundo. El Papa le concede una importancia decisiva. Dirigin-dose FilCardenales, convocados especialmente en Roma el 5 de noviembre de 1979, afirma: 'No pasa desapercibido para vosotros, cun-tas veces he intentado consagrarme personalmente y con la ayuda de mis colaboradores a los problemas de la cultura, de la ciencia y de las artes. Es un punto vital sobre el que se juega el destino de la Iglesia y del mundo en este fin de siglo" (19).

    (17) Diario La Croix, 19 abril, 1967. (18) L'Osservatore Romano (1 enero, 1976). Cf. Paul Vret la Modernit dans I'Eglise,

    coloquio de la Escuela francesa de Roma, 2-4 junio, 1983. Roma. Ecole Franpaise de Rome, 1984. Cf. en particular: Paul Poupard, L'enseignement social de Paul VI, pp. 429-443. (19) Juan Pablo II: Discurso a los Cardenales (5 noviembre, 1979). Cf. Ecclesia, n. 1.985 (17 noviembre, 1979), p. 1.467.

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    Juan Pablo II saca las consecuencias prcticas yproyecta crear un organismo que dar un nuevo impulso a toda la Iglesia, en liitlilogo con las culturas. Reconociendo la accin cultural y educativa ya asumida por la Santa Sede (20), proyecta la creacin de un rgano del Vaticano, que incrementar an ms el compromiso'de la Iglesia en el seno de la cultura y de las culturas.

    En mayo de 1982, Juan Pablo II cre, pues, el Consejo Pontificio para la Cultura, con el fin de dar a toda la Iglesia un "impulso comn" en el encuentro del Evangelio con la pluralidad de las culturas. Este Consejo testimoniar el inters de la Santa Sede por las culturas, tratar, segn sus atribuciones propias, de armonizar mejor la accin de los catlicos en el dominio cultural, asegurar una presencia ms incisiva de la Iglesia ante los organismo y congresos internacionales y seguir mejor la poltica 'cultural de los-gobiernos. Los principales objetivos que se asignan al Consejo para

    la Cultura pueden resumirse as:

    Testimoniar el profundo inters de la Santa Sede por el progreso de la cultura y por el dilogo entre las culturas y Evangelio.

    Participar en las actividades culturales de los dicasterios romanos y enras instituciones culturales de la Santa Sede para facilitar la coordinacin.

    Establecer un dialog con las Conferencias episcopales para animar un intercambio fructuoso de investigaciones, iniciativas y acciones culturales realizadas por las Iglesias locales y hacer que la Iglesia entera se beneficie de ellas.

    Colaborar'con las organizaciones catlicas internacionales (univer-sitarias, histricps, filosficas, teolgicas, cientficas, artsticas e intelectuales) y promover su cooperacin.

    Seguir, segn su competencia propia, la actividad cultural de la Unesco,.del Consejo de Europa y de otras organizaciones que se n interesan por la promocin del hombre.

    . (20) La accin cultural de la Santa Sede es considerable y se ejerce a distintos niveles:

    muchas congregaciones 'romanas se interesan por las cuestiones culturales, sus funciones,

    materias que se relacionan con la doctrina, le evangelizacin, la catequesis, las misiones, la educacin, la liturgia y el arte sacro. Recientemente han sido creados nuevos organismos, siguiendo el espritu del Concilio Vaticano II, que se ocupan del ecumenismo, las religiones no cristianas, los no creyentes, la justicia y la paz, los laicos, la familia, los emigrantes y el turismo, la accin :aritativa y el desarrollo de los medios de comunicacin social.. Todos estos organis-mos han .de tener en cuenta constantemente el dilogo de la Iglesia con las culturas. Por otra parte, laSanta Sede dirige universidades, facultades, academias, comisiones de expertos, un observatd,rio astronmico, la biblioteca y los archivos vaticanos, museos, cuya radiacin cultu-ral es apreciada en todo el mundo. La Sant'a Sede, adems, est presente en la Unesco, en el Consejo dlEuropa, en la Organizacin de Estados Americanos para toda gestin que interese al culturales;

    htormalbes:re y a la cultura, participando cada ao en numerosos congresos cientficos culturales;

    y

    37

  • Asegurar una presencia eficiente de la Santa Sede en los Congresos internacionales consagrados a las ciencias, a la cultura y la edu-cacin. Interesarse en la poltica y en la accin cultural de los gobiernos del mundo.

    Facilitar el dilogo cultural entre la Iglesia y las universidades, los organismos de artistas, de especialistas, de investigadores y de sabios promoviendo encuentros .de inters en estas esferas cul-turales.

    Acoger en Roma a las personalidades del mundo de la cultura deseosas de Conocer mejor la actividad cultural de la Iglesia

    -y hacer que la Santa Sede se beneficie de

    . su experiencia.

    La funcin asignada al Consejo para la Cultura ilustra el enfoque que la Iglesia pretende dar a su dilogo con las culturas. El Consejo, ciertamente, no ha de funcionar por va de autoridad, porque la Iglesia no procede domi-nando a las culturas, ms bien hacindose presente en ellas, como

    un fer-mento. El mtodo de accin ser, pues, de escucha, de encuentro, de bsqueda, de dilogo, de presencia comprensiva, de discernimiento. ESta accin supone una colaboracin continua, no solamente entre catlicos, sino tambin con todos los creyentes y toda persona de buena voluntad. La cultura es un terreno comn, donde todos los que se interesan por el futuro y el desarrollo del hombre pueden encontrarse en una accin con-junta. -Este Consejo buscar los propios pbjetivos con espritu ecurninico y fraternal, favoreciendo tambin el dilogo con las religiones no cristianas y con individuos o grupos que no profesan religin alguna, en la bsqueda conjunta de una comunicacin cultural con todos los hombres de buena voluntad" (21).

    Existen dos lneas de orientacin para la accin del Consejo y estas, directrices son vlidas para la totalidad de la Iglesia en su encuentro con las culturas: la evangelizacin de las culturas y la defensa del hombre en su cultura,

    siendo ambas tareas complementarias. La accin de Juan Pablo II viene, pues, a coronar una larga evolucin y

    una paciente maduracin de la Iglesia, suscitadas desde Len XIII hasta los ltimos Papas; todos ellos han querido, a su modo, cmprometer la Santa Sede en el encuentro de las cultursas y la promocin del hombre. Este doble objetivo, Juan Pablo II lo proclama como urgente y decisivo, para los cristianos y para toda la familia humana: "En muchas ocasiones he deseado afirmar que el dilogo de la Iglesia y de la cultura reviste hoy da una importancia vital para el futuro de la Iglesia y del mundo. Same

    (21) Juan Pablo II: Creacin del Consejo Pontificio para la Cultura (20 mayo, 1982). Cf. Ecclesia, n. 2.082 (19 junio, 1982), p. 783.

    permitido volver a ello insistiendo sobre dos aspectos principales y com-plementarios que corresponden a los dos niveles en Ids que la Iglesia ejerce su accin: el de la evangelizacin de las culturas y el de la defensa del hombre y de su promocin cultural. Ambos cometidos exigen sean definidos los nuevos caminos del dilogo de la Iglesia con las culturas de nuestra poca" (22).

    La Iglesia define desde ahora su accin evangelizadora en el centro de esta realidad cultural; la Iglesia busca comprender mejor los lazos que se establecen entre la fe y las culturas, mostrando cmo el Evangelio puede llegar a ser fermento de cultura. Todo ello supone por parte de los cristia-nos una nueva percepcin del hecho cultural y una invitacin para trabajar

    sobre las, culturas vivas, inspirndose en la teologa y sirvindose de la aportacin de las ciencias humanas.

    Lo,quets importante y que constituye un real desarrollo en el pensa- - miento de la Iglesia, es haber situado con tanto relieve, en el centro del

    problema social, al hombre concreto, histrico, al hombre de hoy, creador y lleno de esperanza y tambin al hombre trgico, frgil y amenazado. La rglesia se ha vuelto resueltamente hacia la modernidad y con ello da a nuestro tiempo un testimonio creble de su amor incondicional al hombre.

    La Iglesia aparece desde ahora como la promotora por excelencia de lo humaftum y ha trazado las dos vas de la accin cultural de los cristianos: en un primer nivel, que se podra llamar elemental, se trata de defender al hombre y su cultura, por la simple razn de que ha sido creado a imagen de Dios. A un nivel superior, la Iglesia pretende proseguir, en la libertad, el encuentro fecundo de las culturas con el Evangelio. Estos dos objetivos se examinan en la II y III parte de este libro. En la IV parte se tratar de la accin de la Iglesia en relacin con la cultura entendida en el sentido de las ciencias y de las artes, y esta accin hace tambin referencia a los objeti-vos indicados ms arriba.

    (22) Juan Pablo II: A los miembros del Consejo Pontificio para la Cultura (18 enero, 1983), n. 4. Cf. Ecclesia, n. 2.112 (5 febrero, 1983), p. 174. El CPC publica un boletn en francs, ingls y espaol: "Eglise et Cultures", "Church and Cultures", "Iglesia y Culturas".

    38

  • II PARTE

    DEFENDER EL HOMBRE Y SU CULTURA

  • CAPITULO 3

    DEFENDER LA CULTURA DEL HOMBRE

    Sumario: I. lo precario del hombre: 1. El hombre amenazado como nunca. 2. Miseria moral, miseria cultural. 3. Degradacin cultural de las sociedades avanzadas. II. Espe-

    ranas para el futuro de la cultura: 1. Amor incondicional del ser humano. 2. Moviliza-cin de la conciencia universal. 3. La educacin, primera labor de la cultura. 4. "Por una definicin completa del hombre".

    LA CULTURA ES LA ULTIMA DEFENSA

    El hombre moderno se ha enfrentado a una extraa paradoja: por una parte, ha sabido crear maravillosas tcnicas que ninguna civilizacin haba conocido; por otra parte, el hombr se siente amenazado como nunca hasta ahora por las creaciones de su espritu. Hoy todo hombre y toda mujer se preguntan cul ser el futuro del ser humano, amenazado por el fuego atmico, por la ruina ecologista, pcir las perturbaciones biolgicas y los dominios ideolgicos. La coyuntura mayor de la sociedad tecnolgica es ante todo cultural.

    El hombre podr salvarse nicamente por un incremento tico y por una movilizacin de la co'nciencia universal, La Iglesia, por un amor radical del ser humano, se inclina por la defensa de la cultura, nico modo de supervivencia y progreso (captulo 3).

    Se comprende ahora mejor que para promover el desarrollo del hom-bre, hay que buscar simultneamente los imperativos de la justicia y los de la cultura. Las exigencias primarias dl hombre son a la vez de orden fsico y cultural. Cultura, justicia y paz son objetivos necesariamente solidarios (captulo 4).

    En el plano poltico, estos principios re,claman nuevos compromisos, por parte de los.Estados. Las naciones modernas traducen estas exigen-cias en polticas culturales, que deben inspirarse en una intencin tica, respetuosa de los derechos culturales de todos los ciudadanos (cap-tulo 5).

    42

    Delde el tiempo, y no hace tanto todava, en que Andr Malraux se inquietaba del hombre precario, la condicin del ser humano no ha cesado de degradarse. Basta observar los hechos a nuestro alrededor: el resurgir de los fanatismos y de los racismos, el terrorismo y la criminalidad en expansin, las guerrs interminables y la loca concurrencia de armamen-tos, el subdesarrollo y la miseria que humilla a una gran parte creciente de la humanidad. Quiz lo ms,grave es la desintegracin de la razn de vivir, de las personas y de las culturas.

    Trgica paradoja de una poca que proclama, como nunca hasta ahora, los derechos y el progreso del hombre y que, por otra parte, contina des* {precindolo en su dignidad elemental. Millones de oprimidos y hambrien-tos lo testimonian, en un silencio dramtico que puede llegar a ser explosivo.

    Nos parece que hay sin embargo un signo de esperanza: estas calami-cldes, que nos sedian a todos, forman parte desde ahora de nuestra angustia colectiva y proyecta ante nosotros la imagen del hombre amena-zado su-humanidad misma, en aquello mismo que le hace humano, su cultura. Se nospone a todos ante nuestras responsabilidades y eso puede ser saludable. Pero la defensa del hombre ser extremadamente exigente.

    Es que el hombre est ms amenazado por el fantasma del hambre, por la apocalipsis nuclear o por el proceso de desintegracin de las cultu-ras humanas? En el fondo no hay nis que un peligro: la deshumanizacin que puede conducir, bien al aniquilamiento biolgico, bien a la muerte del espritu. Es ah donde sita la lnea ltima de la defensa del hombre.

    43

  • ge

    1. El hombre amenazado como nunca

    A partir del Concilio, la Iglesia se afirma de forma cada vez ms visible como el abogado del hombre y s compromete a defenderle como tal. Jams en la historia, el hombre ha estado tan amenazado en su ser y sus razones de vivir. Es el drama de nuestra poca. Juan Pablo II ha ffiscrito bien esta triste paradoja de nuestra cultura. "Quiz una de las ms vistosas debilidades de la civilizacin actual est en una inadecuada visin del hombre. La nuestra es, sin duda, la poca en que ms se ha escrito y hablado sobre el hombre, la poca de 195 humanismos y del antrspocen-trismo. Sin embargo, paradjicamente, es tambin la poca de las ms hondas angustias del hombre respecto a su identidad y destino, del reba-jamiento del hombre a niveles antes insospechados, poca de valores humanos conculcados como jams lo fueron antes" (1).

    Por una parte, el hombre ha dilatado maravillosamente su poder dp dominacin sobre el universo, pero se corre el peligro de que este poder se le escape de las manos y se vuelva contra l. Su dominio sobre la creacin va acompaado de una miseria moral y cultural, que amenaza su futuro. La Iglesia, esencialmente destinada 'a una obra de evangelizacin, com-prende que debe tambin, en nombre de su propia vocacin, defender al hprn=( su cultura, por una especie de amor radical del ser humano.

    Qu es lo que amenaza al hombre hasta tal punto? Ante todo, lo que l mismo crea, lo que produce por su tcnica, por su inteligencia, por sus ideologas, por sus clculos interesados, por sus proyectos colectivos. Sus productos corren el riesgo de volverse radicalmente contra l: "Teme que puedan convertirse en medios e instrumentos de una autodestruc-

    .

    (1) Juan Pablo II: Discurso en la apertura de la l// Asamblea del Ce/am en Puebla (28 enero, 1979). Cf. Documentacin Santa Sede, 1979, p. 78.

    cin inimaginable, frentela la cual todos los cataclismos y las catstrofes de la historia que conocemos parecen palidecer" (2).

    El futuro del hombre est lleno de angustia. El hombre ha inventado la energ nuclear que amenaza con destruir todo rastro de civilizacin. El hombre puede tambin provocar la cats,trofe ecolgica que pone en peli-gro las condiciones de vida terrestre. El mismo procede a expeimentos genticos que amenazan con romper el equilibrio biolgico del ser humano. En el plano cultural, ideolgico y filosfico, las amenazas son de otro orden, pero no menos temibles, porque, desde hace ms de una generacin, se han propagado teoras que desmoralizan al ser humano, en el sentido etimolgico de la palabra. Se ha destruido, .en opinin de muchos, sobre todo entre los ms jvenes, la conviccin de que el hombre es un ser responsable, libre, dueo de su conducta moral, capaz de cono-cer lo absoluto y de trascenderse. . Ms an, el hombre est a merced de todas las explotaciones y de todas las manipulaciones, inspiradas por intereses egostas o por ideolo-gas deshumanizantes. Todas estas situaciones son generadoras de angustia e inquietud profunda para el conjunto de la familia humana. El hombre est gravemente amenazado por la anticultura.

    Lo que corre el riesgo de degradarse es su misma humanidad. Juan Pablo II bra trazado un cuadro muy realista de la condicin humana en este siglo, que "ha sido habta ahora un siglo de grandes calamidades para el hombre,Ide grandes devastaciones no slo materiales sino tambin mora-les, ms an, sobre todo morales... este siglo ha sido un siglo en que los hombres se han preparado a s mismos muchas injusticias y sufrimien-tos" (3).

    2. Miseria moral, miseria cultural

    De hecho, nuestros contemporneos se han creado una situacin de miseria moral y cultural, cuyosefectos malignos,son impresionantes. Cier-tamente, la injusticia, la opresin totalitaria de naciones enteras, la permi-sividad moral o la degradacin espiritual no son lo propio de nuestra poca. Sin embargo, lo que sorprende al 'observador, es que, en un lapso de tiempo relativamente corto, la humanidad ha debido afrontar proble-mas desconocidos por su gravedad y sobre todo por el hecho dramtico de que poneh en peligro los valores fundamentales e incluso la supervi-vencia de lo humano. Algunos ejemplos aparecen sintomticos.

    Sistemas totalitarios retienen, en situacin de exilio interior, poblado-

    (2) Juan Pablo II: encclica Redemptor Hominis, n. 15. Cf. Documentacin Santa Sede, 1979, p. 160.

    (3) lb/d., n.0 17.

    LO PRECARIO DEL HOMBRE

    Ante la amplitud del peligro, es necesaria la denuncia moral, pero es insuficiente. El problema no es nicamente tico, ha llegado a ser ontol-gico,

    porque lo que est en peligro es el ser humano y su futuro. Defender la cultura del hombre es, pues, para nosotros una cuestin radical: la cues-tin de la supervivencia del humanum. Miremos con realismo las graves amenazas que pesan sobre nuestro futuro, pero veamos tambin los sig-nos de esperanza que promete una nueva conciencia para afrontar postu- ras colectivas