ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

17
ARo 1 MÉxico, 1? DE NoviEMBRE DE 1898 BIBLIOTECA DE MÉXICO "JOSÉ VASCONCELOS, NúM. 7 REVISTA o ERNA LITERARIA Y ARTISTICA Q"O':tNCEN.A.L LA FRAGUA. (R!CITEPIN.) En la fragua que fulgura, Tarareando machacas Mi corazpn en el yunque, Con un martillo de plata. tQuieres dé! para el verdugo Forjar la tajante espada1 Haz que la lámina templen Con mis lágrimas por agua. tQuieres dé! para tu pecho Una joya delicada1 Busca en el centro: tu imagen Purpurina allí se halla. tQuieres de él sacar clavos1 Pues toma, por sí los labras, De modelos tus caprichos O mis sospechas airadas. tQuieres combarlo en esfera1 Pues á tu seno lo adapta .. , • Mas en tu afán asesino Lo golpeas para nada. Sólo quieres distraerte, Y pegas, forjas, remachas, Por ver cómo lo cercenas Y en el yunque se desgasta. Y ríes como una loca Cuando el fuego que se t:scnpa Dt:l rojo bloque vencido B":jo el martillo que Deslumbrador estallando Siembra de estrellas la fragua Y sus chispazos de sangre Se extinguen en tu garganta. México, 27 de Julio, 1898. BALBINO DÁVALOS.

Transcript of ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

Page 1: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

ARo 1 MÉxico, 1? DE NoviEMBRE DE 1898

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

NúM. 7

REVISTA o ERNA LITERARIA Y ARTISTICA

Q"O':tNCEN.A.L

LA FRAGUA. (R!CITEPIN.)

En la fragua que fulgura, Tarareando machacas Mi corazpn en el yunque, Con un martillo de plata.

tQuieres dé! para el verdugo Forjar la tajante espada1 Haz que la lámina templen Con mis lágrimas por agua.

tQuieres dé! para tu pecho Una joya delicada1 Busca en el centro: tu imagen Purpurina allí se halla.

tQuieres de él sacar clavos1 Pues toma, por sí los labras, De modelos tus caprichos O mis sospechas airadas.

tQuieres combarlo en esfera1 Pues á tu seno lo adapta .. , • Mas en tu afán asesino Lo golpeas para nada.

Sólo quieres distraerte, Y pegas, forjas, remachas, Por ver cómo lo cercenas Y en el yunque se desgasta.

Y ríes como una loca Cuando el fuego que se t:scnpa Dt:l rojo bloque vencido B":jo el martillo que salt~,

Deslumbrador estallando Siembra de estrellas la fragua Y sus chispazos de sangre Se extinguen en tu garganta.

México, 27 de Julio, 1898.

BALBINO DÁVALOS.

Page 2: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS, 98 REVISTA MODERNA.

IGNACIO RAMIREZ. Abril 6 de l8i9.

Querido amigo:

tQué dirías si en vez de escribir hoy ¡¡obre nove· listas mexicanos la diese por hacer una serie de sem­blanzas intitulando así mi primer ensayo:

IGNACIO RAl.\liREZ 7

Es el c&.so que me ha escocido un poco lo que tú y los tuyos habéis dicho en las columnas (jerga pe· riodísbica) de este templo que se llama la Libertad (que. podrá abrigar á muchos filisteos pero á ningún Sansón), sobre mis pocas dotes críticas. Ya había puesto mano á una serie de dibujos al látigo sobre los no>elistas y había empezado por plantear así el problema: tha.y novelistas eu México~ cuando cierto poeta de los de tu escuela, abominada con razón por un presunto sillón de la academia, D. Tirso R. de Córdoba, me arrancó de mis cavilaciones con un juicio á quema ropa de las cartas de Férula. Se las atribuyen, me decía, al maestro Ramírez, pero el maestro Ramírez tiene más talento que todo eso (galicismo de la misma escuela) porque el maestro Ramírez . ... Comprenderás que rue sentí herido en lo vivo y salí de mis quicios. Como Benítez, que se condenó, nuevo Aristides, al ostracismo, porque sus conciudadanos se habían cansado de oírle lla­mar D. Justo, yo estaba resuelto á consagrarme á todas las ostras del mundo, por no volver á oír á aquel caballero estas tres palabras que me cargan: el maestro Ramírez. Y entablamos el siguiente diá­logo:

Yo.-Tu macBtro Ramírez es una reputación usurpada, compuesta de dos elementos: la ignoran­cia y el escándalo. La ignorancia, porque supo apro · vechar la de sus contemporáneos que apenas cooo­cían á Yoltaire, el modelo de Ramírez en religión, y á Proudhon, su modelo en filosofía social. En po­lítica no tiene modelos: aquí nadie los necesita para hacerlo mal. Es en lo único en que el Nigromante ha sido original y espontáneo: en lo demás es un copista. Y el escándalo. Sus ideas, que á los hijos de esta generación escéptica nos parecen candores, hicieron en sus contemporáneos el efecto de un ca· i'ionazo disparado junto á un nillo. Los curas grita· ron, las se!loras se desmayaron, los generales jura· ron, los obispos sonrieron, los moderados lloraron, y los puros .... hicieron versos á nuestra Seflora de los Dolores. Hasta Juan José Baz defendió in· dignado la existencia del Dieu de bonnes gens de Beranger. Todo ello formó un desafinado concierto de maldit:ioues. Eso buscaba Ramírez, Cubrió su raída capa de estudiante con el manto de llamas de la excomunión y se propuso ser el diablo ya que había declarado muerto á. Dios. Se propuso ser el diablo y efectivamente las gentes abrían paso á aquel hombre de tez bronceada y de frente de bron·

ce, inclinado como el que acecha un abismo y como los burgueses de Ravena decían al pasar el Dante: allí va el que viene del infierno, los habit:.ntes de México exclamaban : aiH viene el que se va al in· fiero o.

El aislamiento puso á ese hombre más á la vista; su figura se destacó entre la turba y fué el seflor de un imperio de sombras; las piedras que arrojaron sobre él le formaron un pedestal y se elevó sobre ellas y pareció un gigante. Desde entonces, tqué ve­los no ha desgarrado esa mano sacrílega, qué alta­res no ha manchado, qné hacha .destructora no ha blandido, á qué dolores, á qué sollozos no ha mez · ciado su risa infernaH Se convirtió en el Mefistófe· les de una sociedad que agonizaba; se mofó de los gemidos del hombre de su tiempo que perdía las crtJencias que se habían inclinado como las hadas buenas sobre su cuna, como los ángeles del consu¡,. lo sobre su peregrinación terrestre, como los ánge· les del perdón sobre su tránsito á la eternidad, y que en vez de ellas sentía un templo sin luz en su corazón y un ara sin dios en su hogar. Sí, aquel audaz fué el Mefistófelfls de una sociedad que, en · vez de una carcajada, necesitaba una palabra de consuelo, que en vez de la burla necesitaba el amor.

Por eso nosotros, hijos de los hombres cuyos des­fallecimientos religiosos aplaudió Ramírez, hemos nacido sin fe y sin piedad; resonamos como cajas sonoras, pero dentro está el vacío, dentro está la tendencia á burlarlo y despreciarlo todo, dentro es­tá la muerte. El día que una mano de hierro se apodere de nosotros, nos romperá como á las nueces vanas y echará las cáscaras al basurero. Más que hombres somos manequíes disfrazados; en nada cree­mos; ayer dudamos del cielo; hoy dudamos de la patria; maflana dudaremos de nuestras madres, esas encarnaciones de la patria y del cielo.

No creas que exagero el papel del Nigromante como factor en esta triste situación moral de la so· ciedad mexicana; negarlo todo, este ha sido el lema inscrito en su bandera. Pues bien: negarlo todo, es tan ilógico como afirmarlo todo; y empellado en tal absurdo, este apóstol de la descreencia y de la des­esperanza, ha recorrido el país desde Sonora hasta Yucatán; ha recorrido toda la escala política desde la tribuna del club hasta la magistratura de la Su­prema Corte; toda la escala docente desde la cáte­dra del profesor del Liceo de Tolu<;a hasta el sillón del ministro de instrucción pública; toda la escala literaria, desde el periodiquillo jocoso hasta el pues­to más eminente en las letras mexicanas, no colo­cado en él por la Academia, que no tiene el voto de nadie, sino por el voto unánime de los electores de la copla y del editorial. tY bien, pregúntale qué ha hecho en tanto tiempo de mando, á ese presidente vitalicio con facultades extraordinarias de la Repú· blica de las letras~ Nada te contestará la concien­cia. Donde se ha podido arrancar una piedra, minar un cimiento, derrumbar un edificio, allí ha estado

Page 3: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 99

el Nigromante; en donde se ha tratado de organizar alguna cosa, allí ha estado también para impedirlo; en l!l sociedad niega la virtud, en el magisterio nie­ga la ley, en la cátedra niega la verdad, en todas partes niega el derecho; sólo una cosa afirma: la des­trucción; sólo tiene un ídolo: la Revolución; para él la libertad no será nunca un estado normal, sino el desorden; no será el águila que domine el viento, será la bala que devora el espacio y va á perder-se entre las ruinas.-Esa es mi opinión sobre el maes­tro Rawírez: dame un vaso de agua.

Elfilisteo.-Toma mejor un paflu<,lo; limpia tus anteojos ahumados y mira 6. través de un cri'stal limpio, si quieres ver hombres en vez de fantasmas. -En todo sér humano hay revueltos, en dosis dis­tintas, un conservador y un liberal. ...

Yo.- ¡Es la opinión dtl la Libertad1 El filisteo.-Es la de la naturaleza. Pues bien, en Ramírez hay esos dos hombres; en

religión, es un incrédulo; en política, un descngafla· do; en literatura, un conservador. Como todos los revolucionarios nutridos por las ubres henchidas de sangre de la revolución francesa, es adorador del clasicismo, reniega del pasado de ayer, pero adora el de más allá; lo detesta en una bula da Alejandro VI, pero lo adora en un verso de Teócrito .. ..

Yo.-Tiene buen gusto. El filisteo.-Tú lo has dicho; eso es lo que tiene

el maestro Ramírez, buen gusto y buen sentido, dos cosas mucho más raras que el genio sobre la tierra. -¡Dices que es un copista1 ¡Porque ha leído á Vol­taire y se ha dejado estereotipada en los labios su sonrisa sarcástica, su arma en la batalla intelectual; porque ha leído á Proudhon y ha templado en esa Estigia el acero de su dialéctica, su arma en el com­bate social, crees que los ha plagiado1 Error. Cuan­do una palabra como la de V oltaire cae en los m a· res del espíritu humano, comunica á la masa tan in­tensa vibración, que no hay un átomo de ella que no entre en contacto con la onda que se difunde, unos para rechazarla, otros para absorberla; esto pasó con el espíritu de Ramírez: á los veinte allos absor­bió aquella ondulación luminosa, y puede decirse de él que plagió á Voltaire, como plagia el hijo al pa­dre, al reproducir sus rasgos fisonóiLicos. Sin e m·

· bargo, de quien es Ramírez hermano carnal, es de Diderot .. . •

Yo.-¡Por lo cínico1 El filisteo.- Y por lo perspicuo Yo.- Y por su incapacidad para hacer un libro1 Elfilisteo.-Y por su incapacidad para hacer un

libro. Pero Ramírez es más disculpable, porque el tiempo que pasó Diderot en preparar una revolu­ción, Ramírez lo ha gastado en hacerla. ¡La revo­lución! He aquí pronunciada la gran palabra.

Yo.- En -ese editorial de veinte kilómetros de largo que Vigil está publicando en el Monitor, di­vidido en tramos diarios que llama boletines y quo tiene la gran ventaja de que el sumario puede ha-

cer veces de boletín y el boletín de sumario ó vice­versa, la revolución ha sido defendida .... ,

El filisteo.-Yo no voy á defenderla, voy sola­mente á reclamar el derecho de juzgar á los hom· brea en su tiempo y en el medio en que vivieron. Ramirez, hoy, con las ideas que tenía en 57, sería un anacronismo; entonces era un corolario. La socie­dad en que vivió bajaba al abismo con el inmenso crujido de un buque que náufrago, estaba en un pe· ríodo de transición que dura aún y que se nos vino encima, no porque Ramlrez negara la existencia de Dios, sino porque las leyes de las cosas se cumplen irremisiblemente; los altares y los templos calan, no porque. blandiera el hacha el Nigromante, sino por· que durante medio siglo las ideas que nos habían traído los vientos del Atlántico se habían ido depo· sitando y comprimiendo debajo del suelo, y las ideas son materia explosible, que cuando no viven al aire libre acaban por estallar en c11tástrofes.

Tú has visto en Ramírez al genio del mal de nues­tra sociedad, seguramente porque crees, con los doo · torea del ascetismo, que la risa es la hij a de Sata · nás; yo creo que también es hija de la salud; los espíritus sanos y robustos distienden sus resortea en accesos de risa. Además, R!lmírez tiene en los ojos lentes de aumento prodigioso; cuando se eleva muy alto, entonces sus ojos le sirven de telescopio, abar­ca un arco inmenso del horizonte con su mirada y le basta un pensamiento arrojado en el molde eter­no de un verso clásico, para revelar á los demás la armonía infinita de las cosas; pero baja, y entonces la lente se torna en microacopio; se acerca á un oh­jeto y ve llena de alimallas repugnantes la gola de diamantes del rocío, y estalla en una carcajada, por­que la risa es un choque nervioso cau&ado por la rápida percepción del contraste entre lo bello y lo feo. Así ha examinado Ramírez lo que se llama vir· tud y es hipocresía., lo que se llama ley y es opre­sión, lo que se llama verdad y es mentira y por eso ha reído y reirá siempre. Su última palabra será un epigrama.

Es bueno en una sociedad un hombre así, de cuya ironía estén todos pendientes; bastaría á nuestros jóvenes literatos preguntarse después de haber he· cho un verso t que diría de él el maestro Ramírez 1 para progresar.

Ciertamente la colosal varieda:l de su talento, que lo hace apto para recogerlo todo y transmitirlo todo, ha dado á su risa matices repugnantes á veces; á veces hemos visto dibujarse sobre su cabeza el gorro de juglar de Momo, con cascabeles y todo; pero agítese esa cabeza, hiervan las ideas dentro de esa frente, anímese esa palabra, torpe y balbucitlnte al principio, y·después alada y relampagueante, y oiréis cómo el sonido de los cascabeles crece y crece, hasta convertirse en el rugido de las campanas que tocan á rebato, que llaman á la insurrección contra una preocupación, contra un escollo. , ....

Yo.-Pero las preocupaciones son el ca~ullo que

Page 4: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

100 REVISTA MODERNA.

mantiene el calor en torno de las almas tiernas,, á quienes la duda mataría de desolación y de frío. Pero los escollos son el rtfugio de las a ves vinj!lras en los días de tempestad ..... .

El filisteo.- N o todos, no siempre ... .. . Pero si crees que es inmortal la obra de Ramírez: tqué dices de este espectáculo~ Allí tienes á un joven misionero que deja su hogar, su fortuna y sus amo res, para ir á perecer en tierra extrafia por haber besado las llagas de un apestado para consolarlo al morir. Ese mártir vuelve, al expirar, los ojos rtl cielo ...... allí t endrá un premio.

Yo.-Ant3 ese hombre me inclino lleno de ter­nura.

El filisteo.-Y aquí tienes á un hombre que in­voca á ese Dios impersonal y difuso, latente en to ­das las cosas, inconsciente y cruel, que se llama la naturaleza:

Madre Naturaleza, ya no hay llores Por do mi paso vacilante avanza; Nací sin esperanza ni temores, Vuelvo á tí sin temores ni esperanza.

Sin esperanza, óyelo bien. Este hombre que no puede al morir volver los ojos al cielo, ha encendi­do un hogar, ha amado á una mujer, que fué una santa, ha engendrado hijos, que son hombres hon­rados, ha practicado el bien, ha socorrido al desgra­ciado, ha llevado, en fin, una vida recta y pura. Ese hombre no espera un premio, no cree en Dios ....

Yo.- Ante ese hombre me inclino lleno de asombro.

El filisteo. -Ese hombre es el Nigromante. El Nigromante que ha recorrido el país desde Sonora hasta Yucatán, paseando su)isa, es verdad, pero también su pobreza; su ironía, pero también su en­fermedad y su desamparo; que ha vivido en las cár­celes, que ha visto de cerco. á la muerte sin renegar de uno solo de sus principios, adorando obstinada­mente la libertad, y predicando por donde quiera el sacrificio por la patria . •..•.

Porque si es verdad que los hijos de los contem­poráneos de Ramírez no creemos en la familla, él sí ha creído, si no creemos en la patria, él si creyó siempre; por eso, si alguna vez una mano de hierro nos estruja como á nueces vacías, este hombre no irá al basurero, porque está lleno de dignidad y de amor ..•...

Sí, de amor: sólo los que no han vi~to escaparse furtiva detrás de su eterna sonrisa, una de esas lá­grimas augustas que derraman los hombres que no lloran, podrán negarlo.

Lee sus poesías y sentirás poco á poco debajo del ropaje de oro del terceto que, desde Rioja y los Argensolas, nadie ha sabido cultivar como Ramírez, el latido doloroso y contenido del corazón, melan ­cólico como los pasos de un hombre que se aleja por la nave sepulcral de un templo á la hora que el sol

s<l poi\e . ... A vece3, muy escondido, muy solo, como de manantial sosegado en una cuenca ignorada, fresca y sombría, brota el hilo de agua transparente que se pierde temblando entre las flores, así brota en las poesías del maes~ro una nota fugitiva de pa­sión, que por lo pura, se conoce que viene de las misteriosas profundidades de una afma que no quie -re revelarse . ..... ¡Y en qué urna tan cristalina recoge esas gotas melodiosas! Los latidos de eso co­razón resuenan en un tímpano de oro ! porque Ra· mírez ha seguido el consejo de Andrés Chenier:

Sur des pensers nou1:eaux faissons des vera anti­ques y cultiva la forma, y nos ensefia á cultivarla, con la devoción de un artista, con la íntima delecta· ción del iniciado en esa voluptuosidad sublime que produce la unión de lo bien pensado y lo bien dicho .•...•

Yo.-Sabes que mier.tr"s dabas rienda suelta á tu entusiasmo, he pensado mucho en ese sabio, en ese poeta, en ese hombre de bien, en ese visionario, y que voy á hacerte una pregunta: LCrees que no se burlaría de mi el Nigromante, si le pidiese permiso para llamarle humildemente: el maestro Ramirez 1

El filisteo.-Harfa las dos cosas: te daría el per­miso graciosamente y se burlaría de tí con más gra­cia todavía . .

JUSTO SIERRA.

NOTA.-Est. artículo t s UllO dt los que con ti t ítulo de "Car­tas dt Fertila," futron publicados tn ti p t r iódico "La Libtrtad," qru dirigía ~1 Sr. Sitrra t1l tl año de r879.

Como poeta soy politeísta; como sér moral deista; como naturalista, panteísta. . . . Y para expresar mi senti!Biento tengo necesidad de todas las formas.

* * *

Goethe.

Un paisaje es un estado del alma.

* * *

Henri F. Amiel.

N u estro ojo, como nuestt·o corazón, tiene sus odios y sus ternuras que secretamente impone á nuestro humor.

* * *

De Maupassant.

Búrlate del ataque de tus seutidos como de la eje-cución de un robo dirigido por tí contra tí mismo.

* * *

Schopenhauer.

Aprender á ver es el largo aprendizaje de todos los artes.

Ed. et Jules De Goncourt.

* * * En el hombre, la voluntad llega á ser una fuerza que le es propia y que sobrepasa en intensidad á la de todas las especies.

De Balzac.

Page 5: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

REVISTA MODERNA

EN EL VIEJO PARQUE. El viejo parque adonde coronado de hastío Encamino mis pasos arrastrando mi duelo Es un triste refugio y un asilo sombrío .... Los Otollos airados tapizaron su suelo De hoj11rasca y de polvo, y empafiados ref!Pjos Los crepúsculos, tristes para siempre dejaron De las fuentes calladas en los turbios espejos ... . Ahí surgen mis sueños, bajo un solio de hiedra Que abandona en mi frente sus obscuros temblores; Ahí paso las horas sobre un banco de piedra Mientras soplan los cierzos y agonizan las llores ....

Del poema de Ovidio que mfl exalta y me inspira Cada verso es la cuerda musical de una lira; Me abandono al ensueilo, al misterio me libro Y una flauta invisible que se acerca, suspira Y la sombra de un F11uno se proyecta en mi libro .. . . Y el Fauno, el buen amigo de todos los poetas Por quien las flores abren sus cámaras u m brasas Por quien se entibia el seno de las carnales rosas Y se desnudan hasta las púdicas violetas, Me habló asten la penumbra del parque silencioso: ¡ Oh bardo enamorado ! soy todopoderoso, A la triunfante Venus que implora tu deseo Envolveré en la fuerza de mis membrudos brazos, La entregaré á tu beso sensual y á tus abrazos, La arrojaré á tus plantas, por fin, como un trofeo!

De su caliente mármol, de su~ cabellos de oro, Del ámbar de sn frente tendrás todo el tesoro, Has de apurar el vino de su fragante seno Como el racimo de uvas los labios de Sileno. Te ha de llevar su blanca carnalidad que trema Hasta Citeres como una ebúrnea trirreme Y en Chipre, en Gnido, en Lesbos, en Pa¡,hos y en Citeres Tendrás todos los besos de todas las mujeres ! Pero escucha oh poeta! si de las alias cumbres Han de bajar las nieves para apagar las lumbres Yo te daré el Olvi.lo, yo arrojaré un Leteo Sobre las rojas brasas de tu fatal deseo !

C.~NCIÓN ·DEL FAUNO.

Siempre en pos de una bellen Violé á la ninfa en la seh·a, En el río á la nereida, Y en el mar á la Sir~na.

Y nunca bajo el follaje Ni en los pálidos estanques, Ni en los ríos, ni en los mares Apngué mi amor salvaje!

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

101

Page 6: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

102 REVISTA MODERNA.

Besé las carnes más blancas Las melenas más doradas; El mármol de las estatuas Y de las diosas las alas.

Yo vencí al toro que á Europa Arrastró sobre las olas Y á Elena que junto á Troya Sintió el ascua de mi boca.

Pero escucha ¡oh enamorado! Ni en los senos, ni en los brazos Ni en las frentes ni en los labios Del placer encontré el rayo!

Y en vano en bosques y Slllvas Quiero asir, entre las bre!las, A una moribunda estrella Que oculta una noche eterna.

N o es la pasión lo que sacia! No es el amor lo que salva! Junto á Sansón está Dálila Y junto á Hércules Onfalia!

¡Pobre canción perdida! Ya mi pasión incauta Ha olvidado esos trinos que murmuró esa flauta, Ya no voy como antes al parque triste y yerto,

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

Mi amor ha reencarnado. . . . el sátiro está muerto .. . .

Y entrega á las traiciones de Dálila, Sansón No sólo sus cabellos sino su corazón . . .. !

1898 JOSÉ JUAN T~BLADA.

SEIS APOLOGIAS JESUS E. VALENZUELA.

Entre los documentos de prueba y de acusación, que debido á pacientísimas y fructuosas pesquisas, conservo en mi poder, para utilizarlos á buen tiempo en un libro repleto de odios y de santas cóleras que me propongo publicar, entre los mamotretos y pa­peles que serán la esencia y la documentación de mi pasquinada contra una decena de hijos espúrios de las letras, tengo un volumen de cuentos, el libro de un escritor mexicano, que tuvo no ha muchos al'ios una hora de éxito ruidoso, la producción de un lite­rato que supo despellejar á los burgueses, para fa bricar luego con su áspero corambre, roncas tambo­ras que, golpeadas por sus corífeos, le dieran bombo de frontera á frontera!

Como un propileo al cinematógrafo rle la vida cur­si que se desenvuelve en aquellas páginas escritas á veces con notable talento y á veces con singular ton­tería, hay una dedicatoria, autógrafa, que textual­mente, dice asi:

"Para Jesús E. Valenzuela, un comensal de Creso, pero grande y leal amigo de Cincinato!"

El autor, sin presumirlo acaso, descubrió con dio­genesco cinismo, todas las infimidades de su espíritu!

Bastánronle sesenta y ocho letras para revelar los tamal'ios de su individualidad moral en una síntesis perfectamente determinada.

¡Tenía con el entonces nabab las bajezas de Ho­racio Flaco con el Mecenas!

¡Con qué dolorosa experiencia ha dicho el elogia­do, alguna vez:

-Hay amigos que valen el oro, ... cuando es unQ el que lo tiene!

Page 7: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA i\lODERNA. 103

Por eso ahora que Jesús E. V alenzuela ha caído herido como el héroe de Niderland por el golpe de Hagen, hoy que este galla.rdo Sigfrido, igual al Cris· to de la tragedia judía, ha pasado ya por la calle de la Amargura, y ha sido enclavado al madero vkti­mario, y ha sentido la lanzada punzante del costado, ogafio que esa alma tan diáfana y tan lírica ha arro­jado á los cuatro vientos cardinales todo fll oro que rebosaban sus arcones, no lo admira su panegirista de antafio, ni pone en el pórtico de sus posteriores libros, horacianos envíos, ni frecuenta su mesa ¡la Mesa de Esmeralda! ni lo busca solícito, porque cree en su extravío, que está solo .... sobre Jos escombros de sus esplendores de otro tiempo!

Y no fué uno ¡oh Dios de los Castigos! el que pe­có de ingratitud contra el altruist~, fueron muchos, fué una car~>vana olímpica, una theoría de efebos, fue · ron los libertos de Lutecia . . . . sus hermanos . ... los poetas ...• los artistas!

¡Porqué'tll enjambre de chuparrosas, que tan leda­mente volaba sobre el epicúreo jardín de aquel sen­sual, se transformó de improviso, por obra de satá· nico maleficio, en una parvada de grajos7 ·

¡Por qué esa multiplicada familia de ruisellores, ensayó los apasionantes preludios de una obertura de primaver.a, entre los ranúnculos prendidos en aquel alero que sería cubierto después por el frío sudario de la m uerte7

¡Por qué las aves del cielo, tendieron allí el ala y gorjearon una noclie en que Titania y Oberon cele­brnbau sus nupcias en la cápsula de una magnolia, para !!lego, emprender la huida hacia un firmamen­to sin plenilunios ni florescencias astrule~7

¡Adónde están aquellos amat.les camaradas que derrocharon agridulces epigramas y versos de frági ­les vértebras en torno del gran sef1or7

¡Adónde aquellos trovadores de las musicales li­ras que se embriagaban como dioses con la champa­na color do rosa de sus ilustres bo.degas7

¡Adónde están los Anacéforos de aquel Pisístrato1 ¡Adónde aquellos, sus aduladores de entonces, que

hubieran sido capaces de decirle á grito franco, lo que el atcniés~e:

-Tu orina atrae las abE>jas! ¡Se hallan lejos, unos vegetan en el árido país de

la Ingratitud; otros, han levantado sus tiendas en la estepa sin confines del Olvido, y los demás, los pa­rásitos, los desplumadores del Faisán Dorado, que­man incienso, en el trono de algún eminente asno capitalino!

El fuego que con tanta infinita piedad ardía en la capilla de helénica arquitectura donde Jesús E. Va­lanzuela fué oficiante, está apagado, extinguiólo un bostezo de la fortuna que después ele haberse aban­donado á él, apufialeada por los besos, se cansaba de ser su querida, un bostezo de esa frívola bacante, que enferma de hastío, escapó también, como los poetas, hacia un firmamento sin plenilunios ni fto­rescencias astrales¡

¡Y este hombre tan generoso y tan sincero, cuyo corazón sangra todavía, acribillado por las alevosas dagas de la perfidia, no ha sido capaz de proferir nunca una queja, ni ha dejado escapar de su boca, como tiene derecho, ninguna catilinaria contra aque llos de sus antiguos correligionarios que lo abando­naron después de jurarle una fraternidad indestruc­tible!

Ninguna miseria humana ha manchado la esplén­dida púrpura de su manto de Dux, porque ha teni· do la disciplina y la energía necesarias, para elimi­nar de su hidalgo carácter todas las escorias del ba· rro de la tierra!

La perversión de los demás es el infortunio que más amargamente puede herir á un sér virtuoso, y este pródigo genial, no ha sido inconsecuente, ni por un momento, con su cristiana divisa de triunfar por la benevolencia pr~pia, del feroz egoísmo de los de­más!

Por eso, por su beatífica y sabia filosofía, porque no ha caído de espaldas en la madrépora de los abo­rrecimientos bestiales, porque es hombre de convic­ción entera, de entusiasmo inmenso y de concordia infinita, lo vemos imperturbablemente jovi11l, captu­rando con una sabrosa ironía en los labios, á las ma­riposas del ingenio, que revolotean sedientas en tor­no de su vibrante palabra!

Por eso cuando estamos á su lado nosotros, la tro­pa á quien el odio gratuito ha pretendido empare­dar en el in pnce de los desprecios, el cascabel toca á rebato según la huguiana figura, pues nos hace ol­vidar las pesadumbres del día, porque ha llegado á ser la nota alegre de nuestra tristeza, como lo dijo en una estrofa impregnada de amoroso bamvilismo!

Nos ama tanto como lo amamos á él nosotros, tal vez porque no ignora, que si bien es cierto, que el infortunio, como un cuervo carnicero, ha destrozado á picotazos nuestros cuerpos ungidos para el estadio, también es, que sobre el cabello de nuestras testas, marchitado á los veinte afios, se iergue orgulloso y nunca abatirlo, un penacho blanco de lirismo, un gran ímpetu de implorante y fervoroso amor á la Belleza Definitiva, un airón de ensue!lo, formado con las plumas del cisne de Leda y con la espuma del Cnballo Alado ... . !

La noche en que por primera vez ví á Jesús E. V alenzuela, al estudiarlo con la meticulosidad que me es ingénita, mi imaginación, de un entusiasta vue­lo se remontó á la !liada de las razas aborígenes, y el musculoso bardo de los Himnos Salvajes, antojó­serna por su aspecto, un heroico cacique de la Arau­cana, un guerrero de esos que aparecen en la glorio­sa leyenda de América, como épicos trofeos dascol. gados de la panoplia de Ercilla!

Y á fe que el lugar no era muy propicio para aven­turarse á recordaciones poéticas.

No olvido aún ol cuadro aquel. Afuera, oíase el rumor chocante de los carruajeo

que pasaba!), y al griterío, agresivo al t!mpano, de IQa

Page 8: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS, 104 REVISTA MODERNA.

vendedores de periódicos y billetes de lotería, se en­cendían los focos del alumbrado, se iluminaban Jos escaparates de las tiendas y comenzaban á sonar en las acAraslos tacones de palo de las alumnas de Afro­dita ....

El crepúsculo, opulento y ardoroso como los de Eugenio Fromantin, desplegaba sus banderas pur· puradas en la betuminosa franja del horizonte, como anunciando con solemne pompa el advenimiento de una noche de cometas y estrellas errantes ....

Adentro, en la cervecería, en la penumbra parda, al borde de una pequli'ia mesa, se hablaba de todo, el panteísmo de Spinoza hallábase mano á mano con la sutil espiritualidadad del viejo Renan, y las obscu­ras paradojas baudelerianas, colgaban como gargan­tillas de diamantes negros, en el cuello de frenéti ­ca blancura de las estatuas orantes de Leconte de l'Isle .... !

Leandro Izaguirre, hac:iendo ~ovimientos de ma­mouth, ensayaba con el lápiz un esquema, aprove­chando las nervaturas del mármol. .... Jesús Con­treras, peinaba á contrapelo su bohemio chambergo · contemplando al mismo tiempo, con sus ojos pica­rescos, no sé qué asunto de las Alegres Comadres de vVindsor tratado felizmente en el realce policromo de un cuadrito alemán .... Balbino Dá vales toma · ba carbonato, é imagínaba ar.aso, que José Rivera puede batirse impunemente porque no prP.senta blanco ó que no existe logaritmo capaz de precisar la incalculable distancia que media entre el Du­que Job y el Duque Juan ..... Jesús U rueta, re­pantigado en la silla austriaca en la indolente y contemplativa actitud qué le es habitual, bebía sor­hitos de whisky escocés y cavilaba dilatando desme­suradamente sus verdes pupilas coronadas por aque­lla frente demostina que parece modelada por la mano de los genios para ser ornada luego con todos los lau­ros de Jo. glorio. .... Leu qué pensaba el formidable tribuno1 .... tal vez en el frontispicio del Partenon, en las columnas de la A tlántida, ó eu los brazos que deLió tener la Venus de Milo ..... José Ju?.n Ta­blarla, esponjando su bigote á lo Edmundo de Gon­court, hablaba con sn impetuso y natural meridio­nalismo, de una suripanta de zarzuela á la sazón triunfante, y su plática antojábaseme un afrodisiaco pastel de cantáridas confeccionado en las cocinas de Bocaccio, Gustavo Droz ó el Aretino! .... Jesús E. V alenzuela afilaba epigramas, recitaba versos hibleos ó aplacaba á trompicones los intempestivos furores bélicos que acometían al pintor cuando descendía el nivel de la cerveza negra de su vaso .... y entretan­to .•..• Estanislao ....• el taberuero polaco, émulo de Pantagruel ó de Gambrinus, una especie de to· nel de Heidelberg hecho carne 6 símbolo báquico, grande amigo nuestro y entusiasta glorificador de nuestras obras, sentado en un banco de tres pi"s, sonreía con la beatitud de un dios pena te , ... arri­ba ...• en el muro poi voriento ••.• en un lienzo de flamenco estilo patinado ya por los aflos, uns olda·

do walon, levantando su vaso de estaf1o colmado de licor ...• también sonreía!

Yo observaba al individuo de quien hoy con tan· to amor me ocupo, con un asombro creciente ¡oh m~ ·

ravilla! aquel millonario no era un imbécil burgués, era un artistn, no pertenecía á la gran canalla, el dinero que derrochó con byroniana largueza, no ha· Lía sido acui'l.auo en una cochinería, ni en una adua· na marítima, ni en una oficina de préstamos, ni en un almacén de abarrotes, los perfiles de su persona­lidad no estaban desprendidos del patrón que por doquiera nos invade y rodea, no era nieto de Sylock ni sobrino de Monsieur Prudhome .... era un tro· vador emigrado de la corte de Juan de Bolonia .... !

Si los príatinos .florecimientos de lo que se autoja llamar, el verbo rojo de las ideas nuevaa, se mani­fiestan comunmente raquíticos y endebles en los ]u . gares en que por tendencia instintin de clima, de temperamento y de raza, el arte, no~es una víctima sacrificada estúpidamente en el patíbulo donde el sentido común funge de verdugo, en los países como on México, ese enervamiento se acentúa más doloro · samente, no por impotencia ó falta de vigor genésico de parte de los que se dedican á esmaltar la frase y orificar la palabra, sino entre otros muchos elemen­tos contribuyentes, por la insuficiencia de los vali­dos que se han sucedido unos á otros, embruteciendo con cohesiones de boa constrictor!\, un importantísi­IDO ciclo de nuestra evolución intelectual.

De alll que se haga casi imposible la subsistencia de hojas volantes, sin munificencia ó subvención gu­bernativa ó privada, que los sindicados· se impongan con todas sus atentatorias preponderancias, que las asociaciones del pensamiento, levantado culto y pu· ro, no existan en la nación, que los libros se empol · ven en las vitrinas de las librerfas, que los tórculos del libre examen hayan sido confiscados ó perma· nezcan estacionarios y que los artistas ¡los malditos! no puedan subsistir expensados por el producto del oficio á que se inclinan, á pesar de ser el único en que pudieran distinguirse!

Si esto no fuera verdad, estaría hoy cada cual en su lugar, y no padeceríamos el monopolio de los pa· peles asalariados, ni presenciaríamos el espectáculo que ofrece el acridio de vates sietemesinos que· ha caído en las sementeras del ideal joven, identifican­do sus ambiciones con la horrenda blasfemia, emiti­da por un editor, que sería capaz de carbonizar los cedros del Líbano y las encinas de Basan para en­cender las calderas de sus prensas rotativas, ó que igual á O mar, quemaría sin escrúpulo las bibliotecas, sólo por calentar durante seis meses los ballos de Alejandría!

Ese audaz que en México ha llegado á ser el ene· migo universal, pretendiendo haber inventado una frase esclarecida, dijo un día á sus paniaguados:

-En mis periódicos se escribe para las cocintlras,

¡Prodigioso!

Page 9: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 105

Jacobo antes de ser soberano, prPguntó 6. Car­los II:

-Por qué no mandas ahorcar á :M:ilton .... 1 ¡Oh, si este perjudicador de cerebrales tu viese con·

ciencia y se conmoviese en la noble expansión de un sentimiento, ya habría visto en muchos torvos in­somnios, el espectro sangrante de Gutiérrez Nájera, y habría escuchado también, pos6ído de Jos espanto­sos terrores de Caín el fratricida, un grito del Re­mordimiento, iracundo é imprecador:

..•. ¡Mercader! .. . .

¡Ha traficado con las células! De allí se arranca la carencia absoluta de perso­

nalidades genuinamente propias, la osadía sin Pjcm­plo de los matoides sin dignidad literaria, que ex­hibiendo las vergüenzas de sus procedimientos vi­ciosos, atajan todo impulso que vaya hacia la ver­dacjera Ruta de Damasco, los merodeos rateriles de los geniecillos de corte y cortijo que arrancan Jises imperiales del solio de José Juan Tablada, y el ci­nismo nunca visto de esos plagiarios que co_n fero­cidad más terrible que de bandidos de Calab>ria, al llegar á nuestras costas, han desvalijado y desvali­jan, á Ruben Darlo, ese príncipe de Ofir que g<'za del derecho de pernada con las Gracias .. . .

Ocurriéronseme estas divagaciones, tal vez con­tumaces, á propósito de la cuestión artiliteraria, que sin disputa alguna, será palpitante en no remoto tiempo, al leer y releer asombrado, Jos recortes de los diarios, semanarios y quincenales en que fueron publicados los versos 'del distinguido fronterizo ¡un poeta original! parecía increíble el caso, y sin em­bargo, la obra estaba allí, fuerte y sana, sin intoxi ­caciones absintias, sin espasmos histéricos ni con­vulsiones epilépticas, sugestiva y valientemente ins­pirada, vigt>rosa y repleta de emociones verdaderas, á pesar de los frecuentes descarríos de una imagi­nación poco disciplinada por el método y del des­orden natural de ese argólida que Jo mismo ha pro­digado los escudos de su escarcela que las gemas luminosas de su ingenio . ... !

Hay dos clases de poetas. Los afeminados que maculan la musa y la em­

brutecen, y los viriles, que la poseen legalmente y proficúan su vientre productor, como fecunda el vo­luptuoso Abril á la siempre rejuvenecida Demeter, en el ardiente uror del verano .... !

Jesús E. V alenzuela es de esos.

Ha sabido fabricar versos tropicales, de los de buena cepa, de Jos que pueden leerse sin que pádez­ca la más refinada sensibilidad artística, estrofas raudas y espondaicas, con blancuras de argento, dulces como miel de abejas, calentadas al rescoldo del trópico de cáncer, enfloradas de jazmines cloróti­cos ó rosas sensitivas, perfumadas de brisas, como las del indio Altamirano cantando maravillosamente al Atoyac!

Verdadero poeta, se conmueve como W alt Whit·

man, ante la tristeza de los ilotas y el abrumante sopor de las cosas insensibles.

Conturbada su alma en fervorosa contemplació~ á la madre de todos, es descriptivo, naturalmente, verídicamente, inefablemente, sin atormentar el co· lor ni pervertir la composición en estrambóticos simbolismos ó metafísicas obscuridades.

Hay en su paleta colores y mntices para pintar lo mismo la amplia llanura do el manso Favonio ar­quea las espadai'las en pleno Vendimiario, qne una campíi'la poblada de arbustos semPjantes á los de Puvis de Chavannes, ó un pinar que se destaca so­bre el ponientfl naranjado de Octubre como en Jos estudios de Sandro Boticelli, ó la centella que ges · ticula y zebrea en la nube, anunciada por los fulgo· res de bengala del relámpago ... . !

Sus poemas son hermosos é imponentes como cuadros muraJe¡¡,

Frente á la desventura humana, ante la rlesespe­ranza y las rebeliones de los Eclipos de la tragedia desoladora de la existP-ucia, ante los equivocados, ante los vencidos por el desfallecimiento ó el can­sancio de la brega infanda, contemplando con clari­videntes pupilas los padecimientos de las criaturas y los errores irremediables de las filosofías que se matan solas en las horcas implacables del dolor eter­no, tiene su lira, ritmos dantescos y apocalípticos, cantos misericordiosamente homéricos y voces sono­ras ó enronquecidas, para clamar, lo mismo las pa­rábolas disolventes de Jesús, que los oráculos de Ezequiel,:cuando gritó iracundo: Huesos, levantáos!

Ese es el hombre! Descansan sus pies en una gran columna de mar­

fil, y sobre su testa, se extiende como inmenso pt ­Jio, el t echo de Guido ... . !

Que lo lapide el que. sea capaz!

CJRO B. CEBHLO~.

NOTA. - Como pudiera 6currlr gue alguno intcrprtlast pLr­versanulllt, la aparición en este periódico, del artículo arriba p u­blicado, hago sa/ur que u ha entregado á las cojas á pdidón de mis compaFieros, y con la desaprobación del elogiado, á quitlt ha desobedecido es/a vez la redacción, por amsidtrar , de acuerdo ro­nuín , que el caso no afecta 11i relaja tn lo más mlnimo la disr.i­plilla d• ella .

C. B. C.

El corazón se oprime al ver que en el progreso de todas las cosas, la fuerza moral no ha aumentado.

* * *

J.fichelet.

Enseñad á todas las naciones á reír en francés; en todo el mundo eso es lo más filosófico y Jo más sano.

llenan.

Page 10: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS, 106 REVISTA MODERNA.

DEL LIBRO "PURPURA."

El jardín está solo, voz alguna Turba la soledad. En la enramada Teje arabescos pálidos la luna, La luna con su faz euharinada De insolente Pierrot, la luna llena Que hace polvo de plata de la arena.

Misteriosa y callada, Margarita Cruza el sendero, con gentil donaire Y aspira los perfumes, y medita En el amor de Fausto, dando al aire Sobre el cuello de lirio, el gran tesoro De sus cabellos rubios, ola de oro!

Con su faz de Pierrot, reir parece Desde lo alto la luna; en la retama Se queja el ruiseilor mientras se mece En un balance lánguido la rama, Y sobre el muro en la penumbra quieta Mefisto surge como roja grieta!

MANUEL LARRAÑAGA PoRTUGAL.

POBRE NIÑO PALIDO. Pobre niño pálido, para qué gritar locamente en

la calle tu canción aguda é insolente, canción que se pierde entre los gatos señores del tejado? Es inú­til, porque no atra>esará las persianas de los pisos principales tras los cuales ignoras las pesadas cor­tinas de seda encarnadina.

Y sin embargo, tú cantas fatalmente. con la tenaz seguridad de un hombrecito que va solo enmedio de la vida y que, no contando con nadie, trabaja para si. Acaso has teuido un padre? no cuentas ni siquie­ra con alguna vieja que te haga olvidar el hambre, golpeándote cuando llegas sin ilinero.

Pero tú trabajas para tí: de pie, en las calles, cu­bierto con ropas desteñidas, hechas como las de un hombre, con una prematura flaqueza y siendo de­masiado grande para tu edad, cantas p·a.ra poder comer, cantas con encarnizamiento, sin bajar tus ojos perversos ya, hacia los otros niños que juegan en la calle, y m lamento es tan alto, tan alto que tu cabeza descubierta que se levanta en el aire á me­dida de tu voz, sube, parece querer arrancarse de tus hombros.

Hombrecito, quién sabe si no partirás algún dia, cuando después de haber gritado largo tiempo en las ciudades, hayas cometido un crimen? un crimen, va! no es muy difícil de cometer, basta tener valor después de desear y los hay algunos . ... ... Tu pe· qn<'ño rostro es enérgico.

Ni un cuarto cae en ia canastita de mimbre que sostiene tu mano dejada caer sin esperanza sobre tu pantalón: te volverán malo y algún día comete­rás un crimen.

Tu cabeza se levanta siempre y quiere abando­narte, como si de anteJ:llallO supiera, mientras tú cantas de una manera que comipnza á, ser an:¡ena­zante.

Te dirá adios cu~ndo pagues por mi, por los <lll~

valen menos que yo. Veniste al mundo probable­mente hacia eso, y auguras desde ahora, que algún día ta veremos en los periódicos.

Pobre cabecita.

STÉPJJANE 1\IALLAin!É. Tradujo

BASCH.

INRI. En la pendiente de la vida he visto,

doblado por el peso del ·madero y enrojecido por su sangre, á Cristo.

El pueblo despreciábale altanero, no se alzaba en redor piedad ninguna, Él iba humilde, sí, pero severo.

tNimbaba su cabeza luz de luua 6 resplandor de fugitiva · estrella rellrjada un instante en la laguna1

No lo sabré jamás, la luz aquella era la del Tabor-la indeficiente, y no dPjaba en los espacios huella!

Vociferaba insólita la gente, Él su camino lento proseguía y el sudor inundábale la frente.

El llanto su mirada obscurecía á las veces, y en lágrimas deshecho por su semblante pálido corría.

Era á cada momento más estrecho el camino y más dura la jornada y el aliento más débil en su pecho.

La turba cada vez más alentada le seguía brutal como si fuera bestia feroz por perros acosada.

Escarnios y blasfemias por doquiera resonaban en torno de aquel justo que lanzaba su lágrima postrera.

Era Jerusalén, ebria de gusto con Barrabás en hombros, y mostrando al excelso Seilor el rostro adusto.

Cerré los ojos para abrirlos cuando cpsó el rumor. Jesús resplandecía ¡ay! enclavado en el madero infando .... ~Hace dieciocho siglos1 .... Hace un día.

JESÚS E. VALENZUELA.

La Academia existe para la vanidad de cuarenta personas y para la diversión de algunos centenareF.

... ... ... Paul Deyardins.

Existen f .. lsos impíos, así como existen falsos de· votos.

... ... ... Eug. Fallex.

La alegría de los qem4s e¡¡ HD~ Gran parte de la nuestra .

Page 11: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 107

CELOS POSTUMOS Esa noche, al entrar en mi cuarto, todo cansado

y taciturno, sentí un extrafio estremecimiento al ver el cráneo que 'luce sobre mi mesa el brillo de su marfil y la avidez de sus ojos ausentes.

Sentí un extrafio estremecimiento al ver el brillo de ese marfil, porque vagos arrepentimientos é in­quietantes temores me agobiaban.

Lacios y habiendo llegado al límite de los pla· cerea, sedientos de nuevas sensaciones que somos incapaces ya de encontrar en nosotros mismos, idea· mos amarnos á la luz moribunda de un cuarto men­guante y á la fosforescencia morbosa de un cemen­terio.

La reja giró extrafiamentl>, extraf1amente dejó es­Cipar un chirrido en el que había algo de dolor, en el que había algo de ironía. Los cráneos que en el osario ruedan polvosos y olvidado~, parcelan dilatar sus vacías órbitas para mirarme. El sc,lo de las ra­mas y las hojas 11l chocar, y los aullidos de los pe · rros que ladran á la noche, hicieron coro á nuestros besos profanadores.

Muchas veces, cuando triste y solitariamente nuestros pasos resonaban en la arena, creímos oir algo como entrecortados murmullos, algo como la­mentos que se esfuerzan por salir de abogadas gar­gantas. Much11s veces, cuando nuestras bocas iban á juntarse, algo pasó como un soplo frío, apartán­donos, y cuando sentados sobre el mármol de una tumba nos volvíamos bruscamente aterrorizados por algún rumor, la luz de una linterna que de un ár­bol pendía hizo enfriarse la sangre en nuestras ve· nas, pues al pronto nos aparecía como inmenso ojo vigilador.

Todo lleno aún de los temorea de la noche, ere· yendo sentir á cada rato la fría impresión de sole­dad que sentía cuando el cuerno lunar se ocultaba bajo una nube y en el cementerio brillaba la fosfo­rescencia salida del osario, todo lleno aún de agita­ción y de temores, me arrojé en el lecho sin des\·ee­tir, y como otras nocheu, mis ojos fueron á la man. cha blanca del cráneo, eMparando que diera alguna respuesta á mi incurable hastío, alguna palabra de solución á mi existencia sin objeto.

Mas he aquí que en la obscuridad del cuarto mis ojos creían ver fosforescente brillo en las apagadas ávidas cuencas del impenetrable cráneo, al tiempo que incomparable malestar atormentaba mi cuerpo.

Los dos ojos muertos parecían abrirse, mirarme, envolverme en su morbosa luz, parecían arroj l\r so­bre mí, sobre mis ojos, dos focos de fosforescencia que de todo movimiento me privaron. "¡Qué será1'' -dije yo-¡qué será tan extralio foco que de todo movimiento me priva1 no es, no puede ser el brillo de la linterna vigiladora que baya quedado fijo en mi espíritu; no es tampoco el brillo emanado del ~sario que mi prP-ocupacióJ+ cree ver todavía; no, el

brillo viene de la avidez de esos ojos apagados, el brillo parte y se dirige á mí de los ojos apagados del cráneo. Berá que mi profanadora visita al ce­menterio le haya ofendido1

Entonces, de encima de mi mesa, de encima de mi mesa donde posaba el cráneo, partieron estas pa· labras:

¡Insensato! no sólo robas á los muertos lo que fué suyo, eino que también vas á su morada, á su mo­rada que débía ser de paz, y turbas su silencío con tus frasP.s y haces estremecerse lo que en ellos que· da de vida con tus besos, ostentando ante sus po · brea restos tu juventud y tu descaro. •

La mujer que en tus profanadoras excursionea te acompalla, la que tantas veces he visto dormir en ese lecho, fué mía, mía por derechos sagrados, mía, porque la amé y porque me amaba. Las palabras que hoy te dice, las que en el silencio de !11 noche te ha­cen regocijar, mil veces las murmuró también al oído que ya no tengo; sus labios, sus labios perfu · mados de placer y de deseo se posaron en los míos prestándoles su calor, y los átomos de vida y de re­cuerdo que esparcidos quedan en mi desentE:rrado cráneo,:se han estremecido de celos y de rabia al ver en otro la8 cariciafl que fueron mías.

Tus labios calienteY y rosados, como los tu \"e yo, han sido intrusos; la han besado en mis sitios pre dilectos, en los míos, en los hechos exclusivamente para los labios que yo tuve! Tus dedos la han estre· cbado tal cual yo Ir\ estrechaba ·y la han envuE:Ito tus brazos y se han perdido en la cascada odorante de sus cabellos, tal cual los míos la envolvieron y se perdieron!

Y á este cuadro he asistido días y noches siempre inmóvil, siempre imperturbable. Muchas veces sus ojos claros y enigmáticos me han visto con espanto, muchas veces su voz te ha dicho de arrojarme. Yo la inquietaba, oh! sí! lo pertinaz de mi mirada sin ojos la inquietaba, lo pertinaz de la mirada en que tantas veces se vió! ah! no pensaba que tal Vfz su cráneo luciría algún día sobre una mesa; que dentro de RÍ lleva el esqueleto que le causa espanto y que algún día desnudo como el mío, dormirá á solas en estrecha cama, teniendo por único calor el del gu · sano, y por única blandura las tablas húmedas de un medio podrido ataúd!

En tanto, tú, todo á tu placer y sintiéndote lleno de vida, jamás te preocupaste de este pobre cráneo; pero es poco, hoy has ido al cementerio con ella, sin pensar lo que los muertos han sentido. Partículas mías, restos de mi inteligencia quedan aún ahí, y cuando oí resonar la reja extrañamente, dije: "po­bres padres, cuán poco conocen la crueldad de la muerte, querrán dar calor con sus lágrimas al hijo desaparecido1 querrán salvar de la carnicería de los gusanos las bellas carnes rosadas1 pero luego, cuan­do la luna, que siempre es cómplice de enamorados, tendió rayas cristalinas color de lis, yo empecé á se-

• guiros, á seguiros con los restos qe JDi Í!l teligencia,

Page 12: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

108 REVISTA MODERNA.

con los restos del amor que le había tenido, y que ella, por su parte, jurara eterno.

A mi alrededor, los que no son más, querían gri­tar y de sus gargantas oprimidas por el tterno frío sólo salían sonidos raucos que decían:

"Miserables, venís así á exponer y proclamar cí­nicamente ante los pobres muertos su juventud y su l'ida y sus pasiones, hacer resonar en el muerto si­lencio del cementerio la música profanadora de sus besos,· hacer que en el fondo de los huesos se estre­mezcan los viPjos cráneos!"

Yo seguía viéndoos; ya os alejábais, ya volvíais; vi sus labios sonrientes, ví su cuerpo lleno de te· mor pegado al tuyo, y vi, oh, sí! sus ojos, sus ojos • húmedos de deseo, los ví, porque harto los ·conocía, porque sobradamente conocía la humedad de esos ojos-tantas veces recogida por mis labios-cuando P.l deseo los hacía brillar.

Luego os sentásteis sobre una tumba, las bocas se juntaron y las escenas que aquí, en este cuarto, me atormentaran tanto, continuaron ahí. ... y el muerto, el pobre muerto, que bajo esa tumba des­cansaba, escuchó todo, lo mismo las caricias que los juramentos y recordaba los que á él le hicieron sin poder ni siquiera llorar de rabia cuando sus brazos querían estirarse en vano para estrechar, cuando deseaba su boca algo para poder besar.

Al pasar frente al osario y al ver los cráneos ro­tos y empolvados, la has estrechado por el talle y has besado su frente, bajo la que también hay un cráneo.

Mal!.ana estarás muerto, y ante tu cráneo pasea­rán á la mujer que hoy amas, y ante ti la besarán y te harán desesperadamente envidiar lo que ya no tienes, lo que ya nunca más podrás tener!

No pude más: Fui al cráneo y lo arrojé al suelo, donde se hizo mil pedazos.

Y desde entonces no conozco la calma, ui sé adón­de ir con los pedazos de ese cráneo, porque ni el mar es demasiado profundo ni demasiado honda la tierra para suficient emente tragar los restos de ese cráneo celoso!

Porque no puPdo volver á besarla sin sentir frío, sin sentir entre nosotros las astillas de ese cráneo celosor.

BtR!HRDo C o uTo CASTILLO.

E~ raro que un mae3tro pertenezca tanto como sus discípulos á la escuela que ha fundado.

* * *

A natole Ftance.

Como las antorchas, las almas se encienden las unas á las otras.

* * *

Plotin.

Los mendigos roban á los pobres. A lph . .l{arr,

La-bas, sous les arbres s'abrite

Une chaumiere an dos bossu;

L~ toit penche, le mur s'tffrite,

Le seuil de la porte est moussu.

La fenctre, un volet la bouchE>;

1\Iais du taudis, comme au tem ps froid

La tiMe haleine d'une bouche,

La respiration se voit.

Un tire bouchon de fumée,

Tournant son mince filet bleu,

De !'ame en ce bouge enfermée

Porte des nouvelles a Dieu.

TH EOPI!lLE GAUTIER.

LAS ISLAS DE AMOR.

II

Caetssv

La G renouillére ríe, canta, bebe, se divierte; y los desnudos y blancos brazos de los remeros, arreba­tan muchachas rubias y muchachas morenas en lo­ca cuadrilla ritmada por destemplado organillo; a llá, entre el silencio del bosque y el silencio del agua, bajo el claro cielo, al que los petardos inten­tan llegar para extinguir la luz de las estrellas.

En la barraca de tablas, en donde las paredes os­tentan botes y mujeres semi-desnudas, es una con­fusión de risas y de gritos, de brazos y de muslos, de mesas derribadas y de botellas que ruedan y de parejas que caen para no levantarse, sino después de saboreado en el pavimento el gusto del cercano lecho.

La botita de una bailadora golpea el cráneo que un dibujante macabro pintó en el tabique, entre la eomandanta del Vibrión y una acuarela donde na­dan media docena de arenques.

Coleta dice en voz baja á Ludovico: -Sabes, estoy muy contenta, no me fastidio; y es­

ta alegria, esta juventud y esta locura, me hacen estar hoy , más alegre, más joven y más loca que nunca. ¿No crees que entre esta música estruendo­sa de risas y de cantos, un beso daría la grata sen­sación de un acorde de órgano?

-¿Y quién pensarla lo contrario al ver tus labios? exclamó Ludovico.

-Quizá yo vi los tuyos, dijo Coleta, y si hubiera b11-jo los árboles cercall:os, un rinco~cito bie~ te!le-

Page 13: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 109

broso y bien lejano de los paseantes frivolos, afron­tarla sin vacilar la situación extrema de encontrar­me á solas contigo.

-EncontrFemos fitcilmente ese gabinete de ver­dura, ya verás ..... ven, Coleta, y procura conser­var en tu boca, tal como ahora está, esa sonrisa ju­venil y rosada que me enloquece y que quiero re­coger con mis labios.

-Sino es esta, será otra que valtlrá más; pero dé­jame antes descubrir sola el rinconcito solitario, en donde te daré dulzura.s, porque lo quiero á mi an­tojo y no al tuyo.

Y al decir esto, Coleta escapó de la mucheduin­bre hasta llegar detrás de. la barraca enfiestada; sa­le á buscar un abrigo de hojas, abrigo propicio pa­ra entretenimientos tiernos; y Coleta semeja un po­co, testigo en busca de terreno propio para un duelo, ¡pero qué duelo!

A la luz blanca de la luna, apercibe un matorral, un escape tenebroso y florido, que apenas se en­treabre como invitando á amar.

¿No estarlan bien all!? Se acerca, se inclina, y con sus frágiles manos toca los céspedes y el musgo. ¡Ah! la plaza está tomada. Dos enamorados al ver­la¡ interrumpen su grata ocupación para lanzar so­nora carcajada; quiere huir; pero ya no es tiempo. Un brazo musculoso la detiene por el tallE'; vió de cerca los mostachos ¡·ubios de un botero, que no tiene nada de repulsivo .....

-Pero, caballero, vd. no está solo. -Y ¿qué importa? mi•Jnt:-as más lo cas haya, lta-

bi·á más amor. Pásase un largo rato, y cuando puede escapar de

los brazos del botero, murmura: ¡Lutlovico, pobre Ludovico!

Sin embargo, prosigue en sus inYestigaciones; pel'O no es fácil en las noches de domingos del ve­rano encontrar en la isla Croissy, un rincón de ver­dura en donde se murmure una égloga.

-¡Ah! ya, ya encontraré, grita alborozada, por­que acaba de entrever, amarrada á un sauce, una barquita, en la que hay abrigos de pieles y cojines.

Quiere volverse para avisar á Ludovico; pero se siente arrebatada en vigoroso abrazo y la canoa desatraca, mientras un guapo botero besa en los labios á ·coleta y le dice:

-Esperaba yo á Elena; pero tú eres más bella. Entre tanto, Ludovico, impaciente, se pregunta:

¿En dónde está Coleta? ¿qué hace? ¿quien la retie­ne? Pasa una hora y después otra; no sabe qué pen-sar; se espanta y se irrita ...... ¡Ah! ya vuelve por fin; pero vuelve sin traer en los labios ni en los ojos la sonrisa que él adora. -

Sin embargo, se siente feliz, porque alli está ella y va á seguirle.

-Y bien, Coleta, ¿encontraste el lugar encanta­dor para el beso prometido, y me serás clemente como en antes?

-¡Ah Ludovico! contesta ella con calma singu­lar, suceden cosas extrañas en esta isla que no está desierta ... ... y en cuanto al beso ofreciuo . .... . hablaremos de él mañana.

CATULLE MENDti:S.

Tradujo ALBERTO LEot:c.

DE r~~AURIGE iilAETERLINK. CHANSON.

Et s'il revcnait un jour Que faut il_Iui dire?

-Dites-lui qu'on l'attendit Jusqu'a s'en mourir.

Et s'il m'interroge encare sans me reconnaitre?

-parlez !ni comme une soeur il soufre peut etre.

Et s'il demande ou vous etes Que faut il repondre

-Donnes lui mon anneau d'or Sans ríen lui repondre.

Et s'il \·eut savoir pourquoi la salle est deserte

-nfontres luí la lamp e etcinte et la porte o u verte.

Et s'il m'interroge olors. sur la derniere heure

-Di tes Iui qne j'ai souri de peur qu'il ne pleure.

li!At:RICE MAETERLINK.

ASESINATO DE ROSSI. (Traducción de la Rroisla Motf<rna.)

Aquella maiiana, el Papa hablaba al conde Rossi de los rumores que amenazaban su vida y Rossi respondía: e He visto á los franceses en revolu­ción .. -. Quien ha visto á ese pueblo en aquellos momentos, no tiene miedo de los romanos,• y arro­dillándose á los pies del Papa le dijo: e Santo Pa­dre, dadme vuestra bendición.•

En las puertas del palacio de la Canciller!a, don­de un medallón en camafeo representaba al Papa acordando la Constitución, la multitud era inmen­sa y el carruaje del ministro pudo apenas pasar. Cuando llegó el carruaje bajo el peristilo, Rossi desciende con su cartera bajo el brazo.

Y entre aquella multitud que ah! esperaba había á lo menos una treintena de hombres que sabían matar á un puerco, y uno de esos hombres le habla dicho á otro la víspera: • Yo me pondré á la iz­quierda con mi cuchillo y tú estarás á la derecha con tu bastón. - . . Tu le pegarás en su pierna de­recha, as!, de esta manera, y cuando se vuelva ha· cia tu lado para verte, yo le sumiré en el cuello tendido todo mi cuchillo, as!, de esta manera.•

Y los labios mudos de todo aquel gentío que es­taba en el secreto de lo que iba á pasar, los labios de las mujeres inclinadas en los balcones, los labios de los niños encaramados en los techos decían al

Page 14: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

110 REVISTA MIJDERNA.

cuchillo del hombre de la multitud: «Que lo maten! que lo maten! que Jo maten! •

Cuando· el conde vió los ojos de toda aquella plebe detrás de la valla de soldados, de aquella plebe contra el pequeño muro del palacio, de aqul!­lla plebe á los pies de las viejas columnas del tem­plo de Pompeya, dejó escapar en voz baja: Fíat voluntas-y resignado é irguiendo su alta est3;tura y llevando muy alta su hermosa testa descarnada, avanzó, con la mirada desdeñosa.

Un bastón golpeó su pierna derecha y cuando volteó para ver al que lo habla g9lpeado, un cu­chillo entró por completo en la izquierda de su cuello. Y la sangre brotó de la carótida flagelando á los soldados en el rostro y pasando por encima de sus cabezas fué á enrojecer la puertecilla secre­ta recien pintada.

Entre la multitud, ni un grito, ni una palabra, mientras que él, ensangrentado, sacaba un pañuelo de su bolsa y tapando con él el agujero del cuchillo, se echaba á andar de nuevo ... . Anduvo un paso, dos pasos ... . El silencio tenia algo de espantoso. Las miradas esperaban. El conde anduvo aún dos pasos, en medio de todos aquellos ojos que conta­ban Jos minutos de su vida .... Después, todavía subió tres escalones de la escalerita con barandal de madera, firmes las piernas y los papeles de Es­tado apretados más fuertemente contra su pecho.

Entre tanto, Jos ojos del pueblo que Jo miraban, comenzaban á impacientuse. Veintidos escalones estaban frente á él. Continuó subiendo, pero el se­gundo escalón lo subió más lentamente que el pri­mero, el tercero más lentamente que el segundo, el cuarto más lentamente que el tercero.

Entonces, de boca en boca, un murmullo al prin­cipio corrió diciendo: •El puerco está degollado, • después voces: •El puerco está degollado! • y en fin, mil gritos: •El puerco está degollado !•

El conde Rossi subia siempre, entre las voces, entre las vociferaciones; más lento en cada escalón. En el vigésimo cuarto peldaño, vaciló cubierto por todas las miradas de la plaza. En el vigésimo quin­to peldaño cayó so ·n·e el piso, la faz contra el suelo y exhalando un profundo suspiro.

ED~WNDO Y J u r.ro DE GoNCOURT.

POEMAS ANTIGUOS SISMÉ

Traducción de la Rroista 11/odcnza.

Esta, á quien ves aquí momificada, llamábase Sis­mé, hija de Thratta. Primero vivió entre las abejas y Jos corderos, después saboreó la sal del mar, y por último, compróla un mercader para llevarla A las casas blancas de la Siria.

.... Ahora está encerrada como estatuita precio­sa en su estuche de piedra. Cuenta Jos anillos que brillan en sus dedos y sabrás los años que vivió en la tierra. Contempla la venda que cubre su frente; allí recibió, tímida, su primer beso de amor.

Toca la estrella de pálidos rubíes que cintila en donde fueron sus senos; allf descansó una cabeza amada. Junto á Sismé está su espejo empañado, sus

huesecillos de plata y los enormes alfileres de elec­tróa que adornaban sus cabellos; porque cuando tuvo veinte años (tiene veiute sortijas) la cubrieron de riquezas.

Un sufete riquísimo le dió todo aquello que de_ sean las mujeres.

Sismé no lo olvida y sus blancas osamentas acep_ tan aún las joyas.

El sufete fué quien le constt uyó este sepulcro advrnado para proteger su muerte tierna y le ro_ dea de ánforas con perfumes y lacrimatorias de oro ... . Sismé lo agradece. Pero sí quieres conocer el secreto de un corazón embalsamado, desliga las falanges de esa mano izquierda y encontrarás una simple sortija de vidrio que fué transparente, los años la obscurecieron y ahumaron.

Sismé ama esa sortija. Calla .. .. medita y procura comprender.

MARCELO ScuwoB.

MARGARITA. tRecuerdas que querías ser una Margarita Gautier1 Fijo en mi mente tu extrailo rostro está, Cuando cenamos juntos, en la primera cita, En una noche alegre que nunca volverá.

Tus labios escarlatas de púrpura maldita Sorbían el champagne del fino baccarat; Tus dedos deshojaban la blanca margarita "Sí .. . no ... sí .. . no" y sabías que te adoraba ya!

Después ¡oh flor de Histeria! llorabas y reias; Tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo; Tus risas, tus fragancias, tus quejas, eran mías.

Y en una tarde triste de loa más dulces días, La Muerte, la celosa, por ver si me querías Como á una margarita de amor, te deshojó!

Run&N DARío.

FRAGMENTO. (TRADUCCIÓN DE LA • REVISTA 1\IODERNA.> )

Fué en San Marcos-en esa obscura capilla de San Clemente, que parece, con sus mosaicos byzan­tinos, su altar envuelto en sombra y su cúpula in­crustada de oro, el refugio supremo de una reli­gión muerta hace siglos y siglos; fué un sábado, á la hora en que los canónigos psalmodiaban el flo­ció de la virgen desde el fondo de sus sitiales, cuan­do pude al fin deliciosamente comulgar por la pri­mera vez sobre tu boca-cuando pude al fin entrar en la dulzura de tus besos de amor y de corrup­ción.

Estábamos solos, y parecfa ser la hora del cre­púsculo. En tu cintura tenias un ramillete de ro­sas rojas y de claveles que sembraban alrededor de ti todo el encanto del renovamiento. Hubiérase dicho que con tu largo talle esbelto, ondulante, con

Page 15: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ V ONCELOS,

REVISTA MODERNA. 111

tus grandes ojos como incrustados de pedrerla y tan cargados de misterio, con tus largos cabellos resplandecientes, tu sonrisa y tu cuello marfilino parecido á una de las columnillas del tabernáculo; pero sobre todo, con tus manos puras, esfumina­das, evocadoras y demasiado blancas, eras la her­mana de esos ángeles de alas extendidas y formas gráciles que pareclan lanzarse hacia el triángulo simbólico en posturas de adoración.

Te apoyabas contra un pilar y sobre tu maravi­llosa cabeza el Santo Obispo, rlgido dentro de su capa deslumbradora, extendla los brazos como pa­ra bendecirte. Olores de incienso habla unidos al perfume de tus rosas, al aroma penetrante que exhala todo cuanto te roza y todo cuanto te revis­te. Los grandes órganos que tenlan voces de una infinita ternura, acompañaban á. la sordina los psalmos blancos, los verslculos apasionados de la Zulamita.

Entonces, sintiendo la cabeza perdida, me aproxi­mé á ti diciendo: •os amo,• ó más bien, y en voz muy baja •te amo,• y te lo repetla con una devo­ción tal, con una lo cura tan grande, que tú al fin me comprendiste y tu corazón no me escapo más parecido á un húesped temeroso y huraño. Y como yo te acariciara con mi aliento, como mis labios buscaran tus labios, violentamente retrocediste un poco, y con tus manos, en. un gesto brusco, levan­taste como se levanta el mantel de un altar de gui­pure de Venecia que cubría lo alto de tu talle. Lue­go, ofreciéndole tu boca á mi boca, murmuraste: •Esto es mi amor, esta es mi vida, este es mi cora­zón, tómalos, tómalos, tú á quien amo, tómalos en este beso, tómalos para siempre y que te den la ab · soluta y la eterna felicidad; • y mientras nuestras almas extasiadas, lejos de todo, se unían en una acción de gracias, los órganos entonaron la antífo­na tierna y cándida que termina las completas en el ritual.

Lo recordáis, fué en San Marcos, en la capilla del obispo clemente, un sábado, en el que cometimos este inefable pecado, y en el que conoci la dulzu­ra de vuestros besos, de su corrupción y su amor.

San Marcos.

RENE l\IAIZEROY.

LA LLEGADA DE LA MUERTE. (Tra~ucci6n para la "RcT'ista Moderna.")

La recámara irradiaba. El medio día la llenaba de calor y de luz. Cerca del lecho, sobre una mesi­ta dispuesta c•Jmo altar y cubierta por un lienzo, dos cirios ardlan y sus flamas palpit-aban en el dla de oro. Un silencio de plegaria entrecortado por sollozos dejaba olr detrás de la puerta los pesados pasos de un cura campesino que se alejaba. Luego todo calló, y las lágrimas, de golpe, se detuvieron en derredor de la moribunda, suspendidas por un milagro de la agonla.

En algunos minutos la enfermedad, los signos de la ansiedad y el sufrimiento se hablan borrado so­bre el rostro enflaquecido de Revié, reemplazados por una belleza de éxtasis y de calma suprema,

ante la cual su padre, su madre y su amigo hablan caído de rodillas. La dulzura y la pa:r, de un arro­bamiento hablan descendido sobre ella. Un ensue­ño parecia reclinar dulcemente su cabeza sobre los almohadones. Sus ojos, enteramP.nte abiertos y vuel­tos hacia lo alto, parecian llenarse de infinito; su mirada, poco á poco, tomaba la fijeza de las cosas eternas.

De todas sus facciones se levantaba a lgo como una aspiración de bienaventuranza. Un !'esto de vida, un último soplo temblaba al borde de su boca adormida, entreabierta y sonriente, su color se ha­bla puesto blanco. Una palidez argentada daba á su piel y daba á su frente un mate resplandor. Se hubiera dicho que tocaba ya con la cabeza otra luz que la nuestra; la muerte se aproximaba á ella co­mo una claridad.

Era la transfiguración de esas enfermedades car­diacas que amortajan á las moribundas en la belle­za de su alma y arrebatan para el cielo el rostro de las muertas jóvenes.

EoMuNoo Y JuLIO DE GoNcouRT.

ATI._ Lloras en tu dolor y yo me río

y no quieres unir, como yo anhelo, bajo el mismo cr~>spón, el mismo duelo . ... que es el tuyo de amor, de amor el mío.

Me consideras vanidoso y frío. Tú alzas en tu dolor la vista al cielo; mientras la bajo yo mirando al suelo . ... y a&í vamos los dos por el vacío.

Y no obstante; debieras, en la obscura soledad en que estamos, con mi risa confundir cariñosa tu amargura

en un impulso generoso y santo: que hay más desesperanza en mi sonrisa que en el raudal inmenso de tu llanto.

JESÚS E. VALI!:NZUELA.

EN LONDRES Salla del teatro y entré en una taberna céntrica,

con cristales grabados y luces múltiples; hacia frio y habla llovido. La taberna estaba concurrida, los taberneros de blanco, los barriles barnizados, sus llaves niqueladas, el mostrador terso, con rebana­das de jamón, de pan, y granos de café tostado en platos de porcelana. Pedí cerveza. Junto al mos­trador, un circulo de hombres mal vestidos, con ca­ras de criminales hereditarios, conversaban sin sol­tar la pipa de la boca; en voz desapacible, la mirada opaca; en un rincón un grepo de viejas cubiertas de trajes negros, un gorro en la cabeza apuraban aguardiente en un vaso de estaño que se alargaban una á otra y del que bebian unos minutos, como

Page 16: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS, 112 REVISTA. MODERNA.

sedientas de olvido; entre ellas hallábasc una chi­quilla, que lo mismo podía tener quince años que vciete; muy rubio casi rojo el cabello, muy flaca, mirando sin ver, la cabeza apoyada en la pared, un aspecto de insensible y de embrutecida que cogía el alma. De cuando en cuando, entraba otro con­sumidor, de sombrero de seda, de abrigo; ordenaba algo, lo bebía, se marchaba, y las ;mertas del esta­blecimiento, de resorte automático, se abrían y se cerraban varias veces, sin ruido, cual si fluctuaran entre la calle y la taberna. Observaron las viejas que yo las observaba y aleccionaron á la mucha­cha, le hablaban en la oreja, le tiraron de los bra­zos, hasta que se levantó, y vacilante, pálida, se lle­gó á mi, con un descaro de enferma y una voz de alcohólica.

-¿N os convida usted á algo? .... El tabernero me comía á señas de que no, que no

le hiciera caso; pero la muchacha me interesaba, pareciame que iba á aliviar una agonía, y las con­vidé á lo que quisieran, á su eterna ginebra. De pronto, un acceso de tos le coloreó el rostro; una tos seca, de las que desgarran el pecho, tos de ti­sica, que sonaba á muerte prematura, por en vena­miento; que la condenaba á agonizar en las calles, debajo de un puente, sola, sin más parientes que el vicio y el hambre; que la condenaba á no tener flo­res en su tumba, á ser arrojada en la fosa común. Su tos me estremecía, me hizo daii.o; aún la oigo algunas noches al caminar á pie por las calles so· litarías. Pagué y sal!; habría dado veinte pasos cuando me detuvo la tísica de la taberna; imaginé á lo que iría y preparé cinco chelines.

-¿Quiere usted hacerme un favor muy grande? -Sí, guarde usted eso, y le tendí las monedas. -No, me contestó enfadada, ¿quiere usted dar-

me un beso? .... No sé que expresión le descubrí en los ojos ¿seria

la borrachera, la brillantez de la tisis, ó una secre­ta necesidad de cariño? El caso es que, venciendo mis actos, le dí de prisa el beso que me pedía en su boca desdentada, en su boca que olía á aguardien­te y á tabaco .... ¿Lo creerán ustedes ? Aquella noche dormi satisfecho de haber dado á esa pobre que quizá moriría al día siguiente, lo que nadie se hubiera atrevido á darle, lo que vale tan poco y lo que una perdida prefiere sin embargo al dinero . Es una de mis mejores limosnas aquel beso noc­turno, en una calleja sombría, á una criatura huér-fana de afectos y de amores !. ." ... , .. , ....... . ... .

FEDERICO GAMDOA.

AN N ABEL LEE. (STEPHANE MALLAR>IÉ.)

Traducción de la Revista .Jloderna.

Hace muchos y muchos a!'1os vivía en un reino, cerca del mar, una niila que bien podéis conocer por su nombre: llamábase Annabel Lee, y esta nilla no tenía otro pensamiento, sino el de amarme y ser

amada por mí.

Eramos amLos unos nil'los viviendo en ese reino cerca del mar, y sin embargo, nos amábamos con un amor que era más grande que el amor-nos amaba­ruos Annabel L ee y yo con un amor que envidiaban los áugeles del cielo.

Y fué esta la razón por la que hace muc:ho tiempo sopló de una nube un viento que heló á mi bella Annabel Lee. Sus más próximos parientes vinieron á quitármela, para encerrarla en un sepulcro, en ese reino, cerca del mar.

Los ángeles, de los cuales la mitad no eran en el cielo tan felices como nosotros, llegaron á envidiar­nos. Oh! y esa fué la razón (como todos los hombres lo saben en ese reino, cerca del ruar) por la que el viento salió de la nube helando y dando muerte á mi ·Annabel Lee.

Desde entonces, la luna no brilla jamás sin ha­cerme soí1ar en la bella Annabe-1 Lee y las estrellas no se levantan nunca sin que yo sienta los ojos bri­llantes de la bella Annabel Lee; y así durante todas las horas de la noche reposo aliado de mi adorada -de mi adorada, mi vida y rui esposa, en ese sepul­cro cerca del mar, en su tumba cerca de la ruido­sa ruar.

P ero nuestro amor que era tan grande como un mundo <:omparado al de gentes de nuestra edad­comparado á los amores de gentes cuya)rudencia era grande como un mundo-nuestro amor era tan gran­de que ni los ángeles en el cielo, ni los demonios bajo la mar, podrán nunca desunir mi alma del alma da la muy bella Annabel Lee.

EoGAR A Polil.

La modestia ~s la urbanidad del orgullo.

El mejor medio de hacerle la corte á una mujer honrada es no hacérsela. iAcaso el cazador le avisa á la liebre que va á tirarle, antes de ha~erlo1

Para entrar á la alcoba de las mujeres hay una puerta muy conocida: la del galanteo; la llave está por dentro y la puerta rechina cuando se le empu­ja. Hay otra puerta más ignorada y traidora, la del amor platónico; la llave está por fuem y la puerta se abro sin ruido.

Cuando la mujer que te ama ríe, ríe ó llora, no importa; pero cuando ella llora, guárdate de llorar; puedes reir, si quieres. Lo mPjor es sonreír.

(Le manuscrit du Pere Silence. H. Guérin).

Trr. CaLLEJÓS DE 57 Nú:.I. 7.

Page 17: ARo 1 MÉxico, 1? NúM. REVISTA o ERNA

REVISTA MODERNA

J . R U EL AS ETHYLISMO.

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,