Post on 24-Jul-2016
description
La familia es el plan de
DIOS.
LA FAMILIA CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD.
La importancia y la centralidad de la familia, en orden a la
persona y a la sociedad, está repetidamente subrayada en la
Sagrada Escritura: No está bien que el hombre esté solo. A partir
de los textos que narran la creación del hombre, se nota cómo
según el designio de Dios la pareja constituye la expresión
primera de la comunión de personas humanas.
Eva es creada semejante a Adán, como aquella que, en su
alteridad, lo completa para formar con él una sola carne. Al
mismo tiempo, ambos tienen una misión procreadora que los hace
colaboradores del Creador: Sed fecundos y multiplicaos, henchid la
tierra. La familia es considerada, en el designio del Creador, como
el lugar primario de la “humanización” de la persona y de la
sociedad y cuna de la vida y del amor.
En la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del
Señor, así como la necesidad de corresponderle; los hijos aprenden
las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría práctica a
las que van unidas las virtudes. Por todo ello, el Señor se hace
garante del amor y de la fidelidad conyugal.
La familia, ciertamente, nacida de la íntima comunión de vida y
de amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre
y una mujer, posee una específica y original dimensión social, en
cuanto lugar primario de relaciones interpersonales, célula
primera y vital de la sociedad: es una institución divina,
fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda
organización social.
La importancia de la familia para la persona.
La familia es importante y central en relación a la persona. En
esta cuna de la vida y del amor, el hombre nace y crece.
Cuando nace un niño, la sociedad recibe el regalo de una nueva
persona, que está llamada, desde lo más íntimo de sí a la
comunión con los demás y a la entrega a los demás.
La importancia de la familia para la sociedad.
La familia, comunidad
natural en donde se
experimenta la sociabilidad
humana, contribuye en
modo único e insustituible al
bien de la sociedad.
La comunidad familiar nace de la comunión de las personas: La
“comunión” se refiere a la relación personal entre el “yo” y el “tú”.
La “comunidad”, en cambio, supera este esquema apuntando hacia
una “sociedad”, un “nosotros”.
MATRIMONIO, FUNDAMENTO DE LA FAMILIA.
El valor del matrimonio.
La familia tiene su fundamento en la libre voluntad de los
cónyuges de unirse en
matrimonio, respetando el
significado y los valores propios
de esta institución, que no
depende del hombre, sino de Dios
mismo: Este vínculo sagrado, en
atención al bien, tanto de los
esposos y de la prole como de la
sociedad, no depende de la
decisión humana. Pues es el
mismo Dios el autor del
matrimonio, al cual ha dotado
con bienes y fines varios.
El matrimonio tiene como rasgos característicos: la totalidad, en
razón de la cual los
cónyuges se entregan
recíprocamente en todos
los aspectos de la
persona, físicos y
espirituales; la unidad
que los hace una sola
carne; la indisolubilidad
y la fidelidad que exige
la donación recíproca y
definitiva; la fecundidad
a la que naturalmente
está abierto.
El matrimonio, sin embargo, no ha sido instituido únicamente en
orden a la procreación: su carácter indisoluble y su valor de
comunión permanecen incluso cuando los hijos, aun siendo
vivamente deseados, no lleguen a coronar la vida conyugal.
El sacramento del matrimonio.
Los bautizados, por institución de Cristo, viven la realidad
humana y original del matrimonio, en la forma sobrenatural del
sacramento, signo e instrumento de Gracia. La historia de la
salvación está atravesada por el tema de la alianza esponsal,
expresión significativa de la comunión de amor entre Dios y los
hombres y clave simbólica para comprender las etapas de la
alianza entre Dios y
su pueblo.
El sacramento del
matrimonio asume
la realidad humana
del amor conyugal
con todas las
implicaciones y
capacita y
compromete a los
esposos y a los
padres cristianos a vivir su vocación de laicos, y, por
consiguiente, a “buscar el Reino de Dios gestionando los asuntos
temporales y ordenándolos según Dios”.
La tarea educativa. Con la obra educativa, la familia forma al hombre en la plenitud
de su dignidad, según todas sus dimensiones, comprendida la
social. La familia constituye « una comunidad de amor y de
solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los
valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos,
esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y
de la sociedad ».
La familia tiene una función original e insustituible en la educación de los hijos.
Los padres son los primeros, pero no los únicos, educadores de sus
hijos.
Los padres tienen el derecho a elegir
los instrumentos formativos
conformes a sus propias convicciones
y a buscar los medios que puedan
ayudarles mejor en su misión
educativa, incluso en el ámbito
espiritual y religioso.
La familia tiene la responsabilidad de ofrecer una educación
integral. En efecto, la verdadera educación « se propone la
formación de la persona humana en orden a su fin último y al
bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas
responsabilidades participará cuando llegue a ser adulto ».
Solidaridad familiar Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la
atención a cuantos viven en la pobreza y en la indigencia, a los
huérfanos, a los minusválidos, a
los enfermos, a los ancianos, a
quien está de luto, a cuantos
viven en la confusión, en la
soledad o en el abandono; una
solidaridad que se abre a la
acogida, a la tutela o a la
adopción; que sabe hacerse voz
ante las instituciones de cualquier situación de carencia, para que
intervengan según sus finalidades específicas.
Familia, vida económica y trabajo. La relación que se da entre la familia y la vida económica es
particularmente significativa. Por una parte, en efecto, la «
economía » nació del trabajo doméstico: la casa ha sido por mucho
tiempo, y todavía —en muchos lugares— lo sigue siendo, unidad de
producción y centro de vida.
Una relación muy particular une a la familia con el trabajo: « La
familia constituye uno de los puntos de referencia más
importantes, según los cuales debe formarse el orden socio-ético del
trabajo humano ».
El trabajo es esencial en
cuanto representa la
condición que hace posible
la fundación de una
familia, cuyos medios de
subsistencia se adquieren
mediante el trabajo.
Para tutelar esta relación
entre familia y trabajo, un
elemento importante que se
ha de apreciar y salvaguardar es el salario familiar, es decir, un
salario suficiente que permita mantener y vivir dignamente a la
familia.
En la relación entre la familia y el trabajo, una atención especial
se reserva al trabajo de la mujer en la familia, o labores de
cuidado familiar, que implica también las responsabilidades del
hombre como marido y padre.
Al mismo tiempo, es necesario que se eliminen todos los obstáculos
que impiden a los esposos ejercer libremente su responsabilidad
procreativa y, en especial, los que impiden a la mujer desarrollar
plenamente sus funciones maternas.
EL TRABAJO HUMANO
ASPECTOS BÍBLICOS
La tarea de cultivar y custodiar la tierra.
El Antiguo Testamento presenta a Dios como Creador
omnipotente, que plasma al hombre a su imagen y lo invita a
trabajar la tierra.
El dominio del hombre sobre los demás seres vivos, sin embargo,
no debe ser despótico e irracional; al contrario, él debe « cultivar
y custodiar » los bienes creados por Dios: bienes que el hombre no
ha creado sino que ha recibido como un don precioso, confiado a
su responsabilidad por el Creador.
El trabajo pertenece a la condición originaria del hombre y
precede a su caída; no es, por ello, ni un castigo ni una maldición.
El trabajo debe ser
honrado porque es
fuente de riqueza o, al
menos, de condiciones
para una vida
decorosa, y, en general,
instrumento eficaz
contra la pobreza.
En su predicación, Jesús enseña a los hombres a no dejarse
dominar por el trabajo. Deben, ante todo, preocuparse por su
alma; ganar el mundo entero no es el objetivo de su vida.
Durante su ministerio terreno, Jesús trabaja incansablemente,
realizando obras poderosas para liberar al hombre de la
enfermedad, del sufrimiento y de la muerte.
El deber de trabajar. Ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás El apóstol Pablo exhorta a todos a ambicionar « vivir en tranquilidad » con el trabajo de las propias manos, para que « no necesitéis de nadie » y a practicar una solidaridad, incluso material, que comparta los frutos del trabajo con quien « se halle en necesidad ». El cristiano está obligado a trabajar no sólo para ganarse el pan,
sino también para atender al prójimo más pobre, a quien el Señor manda dar de comer, de beber, vestirlo, acogerlo, cuidarlo y acompañarlo. Con el trabajo y la laboriosidad, el hombre, partícipe del arte y de la sabiduría divina, embellece la
creación, el cosmos ya ordenado por el Padre; suscita las energías sociales y comunitarias que alimentan el bien común, en beneficio sobre todo de los más necesitados. Este parentesco entre trabajo y religión refleja la alianza misteriosa, pero real, que media entre el actuar humano y el providencial de Dios.
La familia y el derecho al trabajo.
El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre.
La vida familiar y el trabajo, en efecto, se condicionan recíprocamente de diversas maneras.
Las mujeres y el derecho al trabajo.
El genio femenino es
necesario en todas las
expresiones de la vida
social; por ello se ha de
garantizar la presencia
de las mujeres también
en el ámbito laboral.
Es una cuestión con la
que se miden la cualidad
de la sociedad y la efectiva tutela del derecho al trabajo de las
mujeres.
El trabajo infantil.
El trabajo infantil y de menores,
en sus formas intolerables,
constituye un tipo de violencia
menos visible, mas no por ello
menos terrible.
León XIII ya advertía: En cuanto
a los niños, se ha de evitar
cuidadosamente y sobre todo que
entren en talleres antes de que la edad haya dado el suficiente
desarrollo a su cuerpo, a su inteligencia y a su alma.
La emigración y el trabajo.
La inmigración puede ser un recurso más que un obstáculo para el
desarrollo. Los inmigrantes, sin embargo, en la mayoría de los
casos, responden a un requerimiento en la esfera del trabajo que
de otra forma quedaría insatisfecho, en sectores y territorios en
los que la mano de obra local es insuficiente o no está dispuesta a
aportar su contribución laboral.
Las instituciones de los países que reciben inmigrantes deben
vigilar cuidadosamente para que no se difunda la tentación de
explotar a los trabajadores extranjeros, privándoles de los
derechos garantizados a los trabajadores nacionales, que deben
ser asegurados a todos sin discriminaciones.
El mundo agrícola y el derecho al trabajo.
El trabajo agrícola merece una especial atención, debido a la
función social, cultural y económica que desempeña en los
sistemas económicos de muchos países. En algunos países es
indispensable una redistribución de la tierra, en el marco de
políticas eficaces de reforma agraria, con el fin de eliminar el
impedimento que supone el latifundio improductivo, condenado
por la doctrina social de la Iglesia, para alcanzar un auténtico
desarrollo económico.
La reforma agraria es, una necesidad política, una obligación
moral, ya que el no llevarla a cabo constituye, en estos países, un
obstáculo para los efectos benéficos que derivan de la apertura de
los mercados y, en general, de las ventajosas ocasiones de
crecimiento que la globalización actual puede ofrecer.
AUTORES:
PÉREZ LINO, HARINSON LEONEL.
PÉREZ LINO, VERÓNICA NATALI
FIGUEROA AVILES, ALEXIA
GABRIELA
CORTEZ AVENDAÑO, WILBER
GERMAN.