IV. CRISTÓBAL COLÓN – PERSONAJE HISTÓRICO Y OBJETO DE ESTUDIO
HISTORIOGRÁFICO
No nos proponemos reconstruir aquí la biografía de Colón. La relación de sus hazañas
forma parte de la educación elemental, a la vez que abunda la literatura que se dedica a
describir la vida del Descubridor en muy distintos registros y formas de aproximarse al tema:
desde unos retratos del Almirante de vocación popularizadora hasta los estudios
historiográficos serios. Ahora bien, aquí surge un problema, advertido por Consuelo Varela,
la editora de Textos y documentos completos de Colón:
Si bien es verdad que en estos últimos veinte años se ha avanzado
muchísimo en el conocimiento de la obra colombina –tanto en el análisis de
sus concepciones geográficas, como en el estudio de otros personajes que
también intervinieron en el Descubrimiento o en trabajos puntuales sobre
diversos aspectos de aquel descubrimiento y conquista–, salvo rarísimas
excepciones, los tópicos sobre su personalidad han continuado hasta
hoy. (…) La nómina de errores, generalmente admitidos como verdades
incuestionables, es numerosa y, lo que es peor, aumenta con la aparición de
libros oportunistas1.
Desde nuestra perspectiva eso significa que resumir todo lo que se sabe hoy sobre la biografía
de Colón y, por otra parte, enumerar y desmentir todos los tópicos acerca de su figura, es una
tarea que requeriría un estudio especial.
Sin duda, a la hora de interpretar las novelas históricas sobre el Almirante, debemos
tener en cuenta los datos que ofrecen los documentos de la época y las investigaciones
científicas. No obstante, en vez de reproducir la imagen completa de la vida de Colón –para
después compararla con las versiones novelescas–, consideramos mucho más oportuno
indicar los momentos de mayor trascendencia desde el punto de vista de la relación entre
lo establecido por la historiografía y las versiones ofrecidas por los escritores, ya en el curso
del análisis de las obras literarias. De lo contrario, nos hubiéramos embrollado en una labor
minuciosa, que nos habría llevado demasiado lejos del núcleo de nuestra tesis, y no sólo por
la cuestión, ya indicada, del gran número de errores y tópicos relacionados con la vida del
Descubridor. Hay otro problema, los escritores –que componiendo sus obras pasaron mucho
1 Consuelo Varela, Cristóbal Colón. Retrato de un hombre, Alianza Editorial, Madrid 1992, p. 15.1
tiempo en el estudio de la historia de su protagonista– transgredieron la versión establecida de
la biografía de Colón en algunos puntos, al parecer, nimios. Para poder contrastar las
versiones novelescas con los datos determinados por los historiadores, tendríamos que
recoger toda la información disponible y, en consecuencia, otra vez nuestra recreación de la
imagen del Descubridor hubiera resultado demasiado detallada y extensa, en comparación
con las demás partes de nuestro trabajo.
Carácter de Colón
Es necesario, en cambio, hacer una breve presentación de la figura del Colón
histórico e indicar las cuestiones que suscitan el interés de los investigadores y se sitúan
en el centro de las polémicas; como es lógico, estas cuestiones, junto a la personalidad del
Almirante, serán fundamentales también en el estudio de las novelas históricas sobre Colón.
Empecemos con la caracterización del Descubridor. Lo que aún a finales de los años
60 del siglo pasado interesaba más –según advierte Anna Ludwika Czerny en la introducción
a la edición polaca de los escritos de Colón–, era precisamente la personalidad y la vida de
Colón, como hombre2. A unos les parecía casi un santo, digno de canonización, mientras que
otros lo veían como un embustero avariento y hasta como un asesino3. Czerny afirma que el
atractivo de los escritos del genovés reside justamente en el hecho de que dan pie a múltiples
interpretaciones, algunas opuestas. En otras palabras, de los testimonios que nos ha legado
el Almirante, se desprende la imagen de una persona compleja y a veces contradictoria, con
todas sus virtudes y todos sus vicios: valiente y débil, soberbio y callado, inquebrantable y
vacilante, defensor de los “buenos salvajes” y traficante de esclavos, benéfico y avaro, activo
y pasivo4.
También Paolo Emilio Taviani, en su aproximación al “hombre Colón”,
aparentemente opta por una visión equilibrada del Descubridor: ni beato, ni inmoral. En
primer lugar, Taviani define a Colón como una persona a caballo entre dos épocas distintas:
medieval, en cuanto a sus conceptos filosóficos, teológicos y científicos; renacentista puesto
que era comerciante, con su espíritu concreto y práctico, en fin, moderno hasta en su fe
cristiana “libre de supersticiones o hipocresías”5. Según Taviani la concepción cristiana del
mundo es el pilar de la personalidad de Colón, lo que no quiere decir que el genovés fuera un
santo:2 Anna Ludwika Czerny, “Co to są pisma Kolumba i kim był Kolumb”, [en:] Krzysztof Kolumb, Pisma, PIW, Warszawa 1970, p. 6.3 Ibídem, p. 6.4 Ibídem, p. 10.5 Paolo Emilio Taviani, El hombre Colón: protagonista del gran acontecimiento, Cuadernos Americanos, No. 21, Vol. 3, Mayo-Junio 1990, p. 92.
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Para serlo no basta la fe, por inquebrantable que ésta sea; no bastan las
pruebas de humildad, de resignación y, en ocasiones, aunque no a menudo,
de generosidad. Existen otras de apego al dinero y a los privilegios, de
recelo, casi de tacañería, de favoritismo en favor de parientes y familiares,
de indiferencia frente a la terrible práctica de la esclavitud. Y sobre todo de
orgullo; en los últimos años de su vida, la concepción mística que tenía de su
propia persona y su misión, hizo que se considerara el hombre que pondría
en marcha la tercera era, la del Espíritu Santo, profetizada por Joaquín de
Fiore6.
No obstante, en su artículo, Taviani notablemente oscila hacia una apología. A pesar de
que, como el mismo reconoce, “toda la vida del genovés fue una aventura”, rechaza la imagen
de un Colón aventurero, porque eso significaría disminuir sus méritos, “considerar sus éxitos
como frutos de la suerte, o sea del azar”7. Lo que principalmente elogia Taviani es el genio
marinero y geográfico de Colón, pero finalmente no quiere limitar su alabanza sólo a esta
dimensión8. Para fundamentar la imagen positiva del Descubridor, Taviani recuerda la
cantidad de amigos y protectores que consiguió atraer Colón, el prestigio y el respeto gozado
por él tanto de los marineros, como en la Corte, de parte de los mismos reyes9.
Así que, al fin y al cabo, la visión del Descubridor que nos ofrece Taviani acaba
siendo panegírica, y, pese a las excusas del autor, puede servir como ejemplo de glorificación
de Colón, la cual deforma su imagen10. En esta situación, no tenemos otro remedio que
recurrir al ya citado estudio de Consuelo Varela –la editora de los escritos del genovés–, en
el que apreciamos la más objetiva presentación de la figura del Almirante. El primer detalle
que vale la pena tener en cuenta es el estado de salud de Colón. Solemos imaginar al
Descubridor como una persona activa y enérgica, mientras que, “al menos desde1494, cuando
sólo contaba 43 años, era ya un enfermo grave”11 que padecía hidropesía, gota y reuma.
Describiendo el carácter de Colón, Varela lo define como pésimo y enumera sus
defectos12: era tremendamente suspicaz, arrogante, soberbio, a veces mentiroso –trató de
engañar hasta a su propio hijo–, adulador, pendenciero y carente de tacto. A eso hay que
añadir que “nunca supo gobernar a los hombres atrayéndoselos”13, constantemente se
6 Ibídem, p. 94.7 Ibídem, p. 95.8 Ibídem, pp. 95-97.9 Ibídem, p. 98.10 Colón ni tuvo tantos amigos auténticos, ni el respeto suscitado por él fue tan general y firme.11 Consuelo Varela, Cristóbal Colón…, p. 24.12 Ibídem, pp. 27-33.13 Ibídem, p. 27.
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equivocaba juzgando a las personas que lo rodeaban y cometió un sinfín de graves errores
políticos, sobre todo en su trato con los habitantes de las tierras descubiertas; además, en
muchas ocasiones su megalomanía le imposibilitaba darse cuenta de lo que realmente pasaba
a su alrededor. Varela equilibra la imagen de Colón, aludiendo sus aspectos positivos: era un
gran soñador, extremadamente firme, incorruptible, a la vez que seductor y encantador;
“persona versátil, que se adaptaba a todas las circunstancias, fue capaz de convertir en
triunfos sus fracasos”14.
Basándonos en el estudio de Varela, podemos agregar que Colón era solitario, en el
sentido de que tuvo pocos amigos, en cambio, siempre se encontró pendiente de su familia,
a la que sentía muy limitada:
Colón es un hombre al que vemos siempre rodeado de los suyos y que se
siente el patriarca de un cohesionado, aunque pequeño, clan familiar al que
cuida y mima al máximo. (…) La familia para Colón se compone
exclusivamente de sus dos hijos Diego y Hernando, de sus dos hermanos
Bartolomé y Diego y de su cuñada Briolanja Muñiz15.
Varela termina su libro dedicado a retratar a Colón con una observación que juzgamos válida
también desde nuestra perspectiva, y que nos va a servir a la hora de acercarnos a las novelas
históricas que convierten al Descubridor en su protagonista:
Y es que con la figura de Colón es fácil equivocarse. Su personalidad es
tan compleja que, incluso, cuando creemos conocerle bien nos surge la duda.
Si a ello se une la existencia de abundante bibliografía que, sin rigor
científico, pero avalada por firmas de prestigio intelectual, ha lanzado
hipótesis como hechos comprobados, la posibilidad de que la cadena de
errores se repita es inmensa16.
Primera descripción del indio
Después de haber realizado esta corta caracterización de Cristóbal Colón, pasemos a
las cuestiones abordadas más a menudo por los estudiosos que se ocupan del significado
de la hazaña del Almirante. Lo que en los últimos años atrae la atención de los investigadores
es la interpretación de sus cartas y, en particular, del modo en que el genovés describió las
14 Ibídem, p. 34.15 Ibídem, p. 74.16 Ibídem, p. 194.
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tierras descubiertas y a sus habitantes17. La importancia de la primera representación del
Nuevo Mundo estriba en que, como señala Federico Acevedo:
ejerció una función de primer orden en las relaciones que España estableció
con esas tierras al transplantar sus instituciones políticas, militares y
religiosas, así como en el desarrollo de una nueva cultura en ese espacio que
José Martí denominó “Nuestra América”18.
Por eso es preciso indicar aquí los elementos más importantes de la imagen del indio, creada
por Colón. Ya en el momento de la llegada de las tres carabelas españolas a la isla de
Guanahani, surge la cuestión de la naturaleza de la gente que habitaba las tierras descubiertas.
El Diario del primer viaje constituye un valioso testimonio de la sorpresa, del encanto, y
también del recelo que experimentaron los primeros europeos al entrar en contacto con los
aborígenes.
Ya el nombre con el que el Almirante se refiere a los aborígenes resulta problemático.
La palabra “indio” tenía que ver con sus expectativas de haber llegado al continente asiático,
en particular a la India, cosa que no había sucedido. Llamando “indios” a los hombres de las
tierras encontradas, Colón demostró creer desde el primer momento que había encontrado lo
que buscaba y que se hallaba donde en realidad no estaba.
Con este primer acto se inauguró lo que hoy en día se suele llamar la colonización
lingüística. Sirviéndose de la voz “indio” para designar a todos los habitantes de las tierras
descubiertas, Colón (y también los que lo siguieron) los uniformó, poniendo énfasis en su
alteridad, pero ocultando a la vez la diversidad étnica y cultural que caracterizaba a los
aborígenes19. Como advierte Tzvetan Todorov, durante el primer viaje Colón muy a menudo
subrayaba la falta de rasgos distintivos entre los indígenas a los que iba conociendo en islas
distintas20. Según el semiótico búlgaro, Colón sí que descubrió América pero no descubrió a
17 Para dar unos ejemplos: Federico Acevedo estudia detalladamente tres procedimientos descriptivos básicos empleados por el Almirante: la descripción simple, la semejanza y el silencio o la afasia (cfr. Federico Acevedo, “De semejanzas, disformidades y excesos en el Diario: los procedimientos de la representación”, Revista de Estudios Hispánicos (Puerto Rico), 19, 1992); Fernando Ainsa, en su análisis de “cómo a partir de lo desconocido que aborda Colón surge la diversidad americana”, distingue tres procesos: “1. El proceso comparativo y de medición del otro. 2. El proceso de clasificación de la otredad. 3. Finalmente, el doble proceso de conversión (sobre todo religiosa) u uniformización (unidad de vocación administrativa), por un lado, y de diversificación (división de intención imperial, «dividir para reinar»), por el otro (Fernando Ainsa, “Alteridad y diversidad de lo americano en el discurso fundacional de Cristóbal Colón”, La Torre, Año V, Número 16, Octubre-Diciembre 1990, 440). 18 Federico Acevedo, Federico Acevedo, “De semejanzas, disformidades y excesos…, p. 19.19 Cfr, Claudia Rodríguez Monarca, “Descubrimiento (de América): reflexividad de un concepto etnocéntrico”, [w:] J. L. Caramés Lage, C. Escobedo de Tapia, J. L. Bueno Alonso, El Discurso Artístico Norte y Sur: Eurocentrismo y Transculturalismos, Universidad de Oviedo, Oviedo 1999, p. 175.20 Manejamos la traducción polaca: Tzvetan Todorov, Podbój Ameryki. Problem innego, traducción de Janusz Wojcieszak, ALETHEIA, Warszawa 1996, p. 44.
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los americanos. Con el discurso del Almirante se había hecho presente la cuestión de la
otredad de los indígenas, pero esta otredad no fue admitida por los europeos21.
La ambigüedad del texto de Colón permite hacer dos interpretaciones opuestas del
carácter de los indígenas. Podemos rastrear aquí las raíces del mito del buen salvaje, puesto
que en el diario aparecen elementos constitutivos de la imagen idealizada del indio que es
bello, generoso y pacífico, lo que hace ver en él la inocencia perdida por el hombre después
del pecado original. En el Diario del Primer Viaje el Almirante describe a los indígenas de la
manera siguiente:
todos de buena estatura, gente muy fermosa; los cabellos no crespos, salvo
corredíos y gruessos como sedas de cavallo, y todos de la frente y cabeza
muy ancha, más que otra generación que fasta aquí aya visto; y los ojos muy
fermosos y no pequeños; y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los
canarios (p. 111).22
En cuanto a la conducta, lo más sorprendente para Colón era que “todo davan por
cualquiera cosa que se los diese” (p. 112). Además, comenta: “yo vi qu’esta gente no tiene
secta ninguna ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué sea mal ni matar a otros ni
prender, y sin armas” (p. 135). Aparecen también otros muchos comentarios llenos de
entusiasmo: “porque son la mejor gente del mundo y más mansa” (p. 162), “crean Vuestras
Altezas que en el mundo todo no puede aver mejor gente ni más mansa” (p.176), “son gente
de amor y sin cudiçia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el
mundo creo que no ay mejor gente ni mejor tierra” (p. 178)23.
Sin embargo, cuando Colón no entendía algo en la conducta de los taínos, no vacilaba
en juzgarlos con desprecio, subrayando su cobardía y su ingenuidad, así que pronto se percibe
un aire de superioridad en boca del descubridor que emana de la primera descripción de los
habitantes del Nuevo Mundo, al relatar el primer encuentro con los indios: “Ellos deven ser
buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dizen todo lo que les dezía.” (p.
111). Otros apuntes en los que se constata el tono de superioridad y la instrumentalización de
los indios son los fragmentos de 14 de Octubre y de 5 de Noviembre:
esta gente es muy símplice en armas, como verán Vuestras Altezas de siete
que yo hize tomar para le llevar y deprender nuestra fabla y bolvellos, salvo 21 Ibídem, p.59.22 Cristóbal Colón, Textos y documentos completos, edición de Consuelo Varela, Nuevas cartas, edición de Juan Gil, Alianza Editorial, Madrid 1997, p. 111. Siempre citamos a Colón a través de esta edición, indicando la sólo la página.23 Alessandro Martinengo advierte que la idealización del indio se debe a la proyección de los rasgos utópicos que los auctores antiguos y medievales atribuían a algunos pueblos de Asia. Cfr. Alessandro Martinengo, “La utopía de Cristóbal Colón”, Quaderni Ibero-Americani, 72, Dicembre 1992, p. 559.
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que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o
tenellos en la misma isla captivos, porque con cincuenta hombres los
terná(n) todos sojuzgados, y les hará(n) hazer todo lo que quisiere(n)” (p.
113).
Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin
armas y sin ley (p. 131).
Un factor que condicionó la forma en que Colón percibió a los aborígenes fue la
desilusión por no haber encontrado las maravillas de las Indias, descritas por los viajeros
medievales. De ahí el tono de decepción: “En fin, todo tomavan y daban de aquello que
tenían de buena voluntad, mas me pareció que era gente muy pobre de todo” (p. 110).
Decepción que se manifiesta en la prisa con la que el Almirante quería seguir su viaje para
encontrar lo que buscaba, es decir, las islas del lejano oriente y, ante todo, el continente
asiático:
si el tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta isla fasta que yo aya
lengua con este rey y ver si puedo aver del oro que oyó que trae, y después
partir para otra isla grande mucho, que creo que deve ser Cipango, según las
señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba, en
la cual dizen que a naos y mareantes muchos y muy grandes, y d'esta isla (a)
otra que llaman Bofío, que también dizen qu'es muy grande. Y a las otras
que son entremedio veré así de passada, y según yo fallare recaudo de oro o
especería, determinaré lo que e de fazer. Más todavía, tengo determinado de
ir a la tierra firme y a la ciudad de Quisay y dar las cartas de Vuestras
Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella” (p. 122).
Volviendo a la reconstrucción de la imagen del indio, desde el principio, aparece el
polo opuesto a la figura de buen salvaje, la de caníbal, cuya imagen iba a influir de manera
decisiva en el discurso europeo sobre la naturaleza del hombre bárbaro de las tierras
descubiertas. En la carta a Luis de Santángel, Colón anuncia :
Así que mostruos no he hallado ni noticia, salvo de una isla que es Carib, la
segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una iente que tienen en
todas las islas por muy ferozes, los cualles comen carne umana. Estos tienen
muchas canuas, con las cuales corren todas las islas de India, roban y toman
cuanto pueden. Ellos no son más disformes que los otros, salvo que tienen
en costumbre de traer los cabellos largos como mugeres, y usan arcos y
flechas de las mismas armas de cañas con un palillo al cabo por defecto de
fierro que no tienen. Son ferozes entre estos otros pueblos que son en 7
demasiado grado covardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros
(pp. 224-225)24.
El caníbal, que en el diario del primer viaje causaba incredulidad y escándalo, ya
durante el segundo viaje se convierte en un objeto útil susceptible de sustituir el poco oro
encontrado, destinado a cubrir los gastos de la expedición. La primera propuesta de establecer
la esclavitud de los caníbales como negocio oficial, aparece en el Memorial para los Reyes de
1494. Colón sugiere:
Item diréis a Sus Altesas qu'el provecho de las almas de los dicho caníbales,
e aun d'estos de acá, ha traído en pensamiento que cuantos más allá se
llevasen sería mejor, e en ello Sus Altesas podrían ser servidos d'esta
manera: que visto cuánto son acá menester los ganados e bestias de trabajo
para el sostenimiento de la gente que acá ha de estar, e bien de todas estas
islas, Sus Altesas podrán dar licencia e permiso a un número de carabelas
suficiente que vengan acá cada año, e trayan de los dichos ganados e otros
mantenimientos e cosas de poblar el campo e aprovechar la tierra, y esto en
precios razonables a sus costas de los que les truxieren, las cuales cosas se
les podrían pagar en esclavos d'estos caníbales, gente tan fiera e dispuesta e
bien proporcionada e de muy bien entendimiento, los cuales quitados de
aquella inhumanidad creemos que serán mejores que otros ningunos
esclavos, la cual luego perderán que sean fuera de su tierra; y de estos
podrán aver muchos con las fustas de remos que acá se entienden de fazer,
fecho empero presupuesto que en cada una de las cara velas que viniesen de
Sus Altesas pusiesen una persona fiable, la cual defendiese las dichas
caravelas que non descendiesen a ninguna parte ni isla salvo aquí, donde ha
de estar la carga e descarga de toda la mercaduría e aun d'estos esclavos que
se llevaren; Sus Altesas podrían aver sus derechos allá; y d'esto traeréis o
enbiaréis respuesta, porque acá se fagan los aparejos que son menester con
más confianza, si a Sus Altesas pareciere bien” (pp. 260-261)25.
24 No obstante la afirmación de Colón de que los caníbales “no son más disformes que los otros”, la imagen del antropófago caribeño va a contener también la deformación física, también en el discurso dl genovés; cfr. Nicolás Wey- Gómez, “Cannibalism as Defacement: Columbus’s Account of the Fourth Voyage”, Journal of Hispanic Philology, Tomo 16, No. 2, Invierno de 1992. 25 En este fragmento podemos observar la habilidad retórica del Almirante. Tal como Colón presenta la situación, todos saldrían ganando si su propuesta hubiera sido aceptada: los reyes se beneficiarían con los ingresos del tráfico, España obtendría mano de obra barata y eficiente, el genovés conseguiría a cambio las cosas necesarias en la colonia; los más afortunados serían los mismos caníbales que podrían salvar sus almas… Pero no debemos dejarnos engañar, como no se dejaron engañar los Reyes Católicos, pues, como apunta Juan Gil al comentar el primer transporte de esclavos de la Española, “si había todo el oro que proclamaba [Colón], ¿a qué venía sacar un beneficio mísero de hombres más míseros todavía? De existir las minas fabulosas, sería poca toda la mano de obra de la Española para su laboreo: entonces, ¿por qué semejante esquilmo humano? En realidad, en esta remesa de esclavos se cifra todo el fracaso de un sueño, se adivina el derrumbamiento de un ideal mítico”; Juan Gil, Mitos y utopías del descubrimiento, Alianza ditorial, Madrid 1989, pp. 103-104.
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De manera que ya con letra del Almirante empieza la línea de argumentación
posterior, que subrayando el carácter cristianizador de la conquista, justificaba los actos
violentos contra los indígenas en lucha contra la antropofagia. Esta iba a ser una de las
razones destacadas por Ginés de Sepúlveda y otros defensores de la empresa conquistadora,
para legitimar el derecho de los europeos a sojuzgar a los salvajes. Según ellos, la guerra
contra los caníbales era justa desde el punto de vista de la ley natural26.
Colón como objeto de estudio
Recientemente Colón pasa a ser visto como el portador de un conjunto de ideas,
nociones y expectaciones de origen europeo, que son impuestas por el Almirante a la
realidad del Nuevo Mundo. De manera que la figura del Descubridor como individuo se
queda un poco al margen, a menos que se la analice en función de sus escritos. Colón como
escritor también pude resultar fascinante, como sucede en el artículo de S. R. Wilson, puesto
que de un simple marinero se convierte en “an agent of interpretation, of communication, of
discovery and ultimately, a divine and creative power”27. El genovés es visto como un autor
que con destreza construye su discurso también por Valerie I. J. Flint. La investigadora cree
que la dualidad de la personalidad del genovés es sólo aparente y surge a causa de la variedad
de los recursos retóricos, de los cuales el Almirante se servía para conseguir sus objetivos28.
A su vez, Elise Bartosik-Vélez estudia cómo evolucionan las estrategias retóricas
empleadas por Colón, dependiendo de la situación en que se encuentra el genovés. Durante
mucho tiempo el Almirante apelaba al nacionalismo de la Corte e intentaba definir su
empresa como la culminación de la reconquista, por lo que Bartosik-Vélez define su discurso
de este primer periodo como “the rhetoric of the reconquest”29. Sólo cuando su influencia en
la Corte había disminuido notablemente, Colón decidió recurrir, primero –en la relación del
tercer viaje– a la retórica patética y presentarse como el mensajero de Dios, para acabar, ya
caído en desgracia, con la retórica apocalíptica, en la cual su hazaña y su proyecto de 26 Cfr. Leopoldo Zea, Filozofia dziejów Ameryki, Varsovia: CESLA, 1993, pp. 50-58. Vale la pena remarcar en este punto que, partiendo de las investigaciones arqueológicas y antropológicas recientes, se cuestiona la existencia de caníbales en el Caribe. Pues, se trataría de un malentendido: los indios se referían a unos seres sobrenaturales de la mitología taína mientras que Colón había entendido sus palabras como descripción de la realidad inmediata. Lo curioso de esta interpretación es que como el Almirante y sus compañeros fueron vistos por los indígenas como seres sobrenaturales, relacionados, éstos precisamente, con actos de antropofagia, quizá “ante los ojos de los taínos, Colón y sus marineros fueron los primeros caníbales antillanos”; cfr. Marithelma Costa, “1492: la utopía invisible o el desencuentro de dos mundos. Textos y contextos”, La Torre, Año VII, Números 27-28, Julio-Diciembre 1993, p. 377.27 S. R. Wilson, “The Form of Discovery: the Columbus Letter Announcing the Finding of America”, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Vol. II, No. 2, Invierno 1978, p. 162.28 Valerie I. J. Flint, The Imaginative Landscape of Christopher Columbus, Pricenton, 1992, p. 213.29 Elise Bartosik-Vélez, „The Three hetorical Strategies of Christopher Columbus”, Colonial Latin American Review, vol. 11, No. 1, 2002, p. 36.
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reconquistar Jerusalén, cobraron una dimensión escatológica30. El análisis de Bartosik-Vélez
no sólo permite apreciar la habilidad del Almirante de construir un discurso conmovedor y
convincente, adaptado a las circunstancias y al auditorio, sino también nos hace reparar en el
carácter dinámico de la imagen que Colón da de sí mismo.
Pareja es la aproximación de Estelle Irizarry, quien concluye su estudio, titulado
“Cristóbal Colón, escritor”, con un comentario sintético que merece ser citado:
[En sus textos] Colón muestra sus dotes de gran comunicador que se ajusta
a las modalidades que exigen sus intenciones y situaciones. Su acusada
personalidad se manifiesta en el yoísmo de sus autorreferencias, pero a la
vez alude constantemente a sus destinatarios, Fernando e Isabela. Insistente
en la verdad y certeza de lo que dice, está consciente de su propio discurso
y defiende la veracidad de él. Logró que su prosa respondiera a variados
fines de tipo persuasivo, narrativo, informativo y descriptivo31.
La combinación de todos los fines enumerados por Irizarry les resulta bastante difícil de
captar a algunos de los investigadores que dedican sus estudios a la interpretación de las
cartas de Colón. Es decir, es fácil caer en la trampa de una explicación parcial, que
sobreestima uno de los factores a costa de los demás, y termina deformando los escritos del
Almirante y a su autor. Paradójicamente, eso suele suceder en los artículos y los libros que
pretenden analizar precisamente las deformaciones y las manipulaciones perpetradas por
Colón en su descripción de la nueva realidad. Tal es el caso del primer capítulo del influyente
libro de Beatriz Pastor sobre los discursos narrativos de la conquista. Pastor elige unos
aspectos, efectivamente presentes en el discurso del Almirante, para tratarlos como los únicos
que entran en cuenta:
La realidad que emerge de las descripciones que ofrecen los textos de este
discurso es una realidad que aparece simultáneamente ficcionalizada
por identificación y mutilada por reducción. El modo de caracterización
del Nuevo Mundo dentro de estos textos corresponde a una percepción
selectiva que sólo se propone aprehender los elementos que sostienen el
proceso de identificación de América con Asia32.
30 Ibídem, p. 44.31 Estelle Irizarry, “Cristóbal Colón, escritor”, Hispania, Vol. 75, No. 4, October 1992, p. 793. También E. Michael Gerli analiza cómo, sirviéndose de las citas de las autoridades cristianas y las de la antigüedad pagana, Colón no sólo asigna el papel de un elegido a sí mismo, sino que también sabe inscribir hábilmente en su discurso la idea de que los reyes son predestinados a realizar la misión providencial de ayudarle; cfr. Michael E. Gerli, “Columbus and the Shape of the Word: Authority and Experience in the Relación of the Third Voyage”, Journal of Hispanic Philology, Tomo 16, No. 2, Invierno de 1992, p. 217.32 Beatriz Pastor, Discursos narrativos de la conquista: mitificación y emergencia, Ediciones del Norte, Hanover 1988, p. 32.
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Es cierto que en muchas ocasiones Colón, ansioso de orientarse entre las islas que considera
asiáticas, asegura que sus habitantes no saben pronunciar bien el nombre de su propia tierra, y
por eso, por ejemplo, en vez de “Saba” dicen “Sobo”. Pero las conclusiones que de este
detalle quiere sacar Pastor, son tan precipitadas que hasta se truecan en grotescas:
La implicación de las enmiendas colombinas no es ya que a los habitantes
del Nuevo Mundo no se les comprende porque hablan lenguas distintas de
las europeas, sino que son ininteligibles porque no saben hablar
correctamente ni las propias. La visión indígena, que hasta aquí era
ignorada, será, a través de esta última forma de enmienda, rechazada global
y explícitamente33.
Colón se concede, frente a los habitantes del Nuevo Mundo, el poder
exclusivo de crear América, siguiendo las coordenadas establecidas por su
modelo literario y presentando la ficción que resulta como fiel e
incuestionable descripción de la realidad del Nuevo Mundo. Y el proceso de
eliminación de la capacidad verbal de los indígenas que se da en el contexto
del discurso colombino implica la eliminación de cualquier forma de
pluralidad cultural34.
De modo que, según Pastor, Colón ficcionaliza la realidad americana, a lo que la
investigadora añade otro cargo, el de instrumentalizar por fines económicos tanto la
naturaleza del Nuevo Mundo como a sus habitantes35. Esta interpretación es recogida y
desarrollada por Antonio Gómez-Moriana. Este autor opina que, en el trato con los indígenas
Colón “establece una equivalencia entre amistad, entrega y conversión”, para acabar
transformando los nativos en mercancía36. Para Gómez-Moriana el discurso de Colón ilustra
el impacto que un discurso propio de la mentalidad económica (burguesa)
ejerce sobre el discurso ideológico oficial, incluida la (neo)escolástica que
informa el pensamiento político y religioso de la España imperial,
33 Ibídem, p. 43.34 Ibídem, p. 44. Salta a la vista el anacronismo de la perspectiva de Pastor; este anacronismo se expresa de una forma aún más contundente en el fragmento que analiza el contexto ideológico del descubrimiento y de la conquista: “(…) la apropiación de los elementos materiales de cualquier cultura descubierta era, de acuerdo con el modelo ideológico dominante en la época, el botín legítimo de los esfuerzos que llevaba aparejados el proceso de propagación de la fe” (ibídem, p. 16). Es obvio que a fines de la edad media a nadie se le hubiera ocurrido interpretar el resultado de las expediciones náuticas como el descubrimiento de otras culturas. La noción del relativismo cultural es, más bien, el resultado de la reflexión acerca de estas expediciones.35 Ibídem, p. 45.36 José Gómez-Moriana, “Narración y argumentación en las «Crónicas de Indias» sobre el Diario de Colón, entrada del 12 de octubre de 1492”, Nueva Revista de Filología Hispánica, Tomo XXXIX, No. 2, 1991, p. 816.
11
precisamente en el momento en que se intenta restaurar la mentalidad
medieval (ya obsoleta)37.
En esta misma dirección, claramente ideologizada, limitando la motivación del genovés a
un sólo factor, va el artículo de Gustavo V. García, que, al repetir los argumentos de Beatriz
Pastor, llega a sostener que “el poder de la escritura es incuestionable para Colón”38, a pesar
de que existen claras muestras de la actitud crítica del Almirante respecto a las autoridades39 y
de que es obvio que el genovés se sirve de las ideas de los sabios y de los filósofos antiguos
para conseguir sus propios fines.
Con todo, a García le inquietan estos fragmentos de los escritos de Colón que
expresan la admiración ante los habitantes de las tierras descubiertas, pues evidentemente no
concuerdan con su interpretación que quiere ver en el discurso colombino sólo un claro
intento de denigración del indígena. El crítico resuelve este problema de un plumazo y asigna
todos los comentarios que crean la imagen extremadamente positiva del nativo americano a
fray Bartolomé de Las Casas, a quien debemos la transcripción del Diario de Colón. García
cita varios investigadores que aluden a los problemas relacionados con las posibles
intervenciones de Las Casas en su reproducción del texto colombino, creando una impresión
falsa de que todos cuestionen la fiabilidad del dominico40; de su bosquejo manipulado García
deduce:
37 Ibídem, p. 817.38 Gustavo V. García, “«Verificación», mediatización y manipulación en el Diario de Cristóbal Colón”, Revista de Literatura, t. LXI, n. 122, Julio-Diciembre 1999, p. 541.39 Por ejemplo, en una de las apostillas a Imago mundi de Pedro D’Ailly, Colón afirma: “La zona tórrida no es inhabitable, porque por ella navegan hoy los portugueses sino que está muy poblada” (tercera apostilla, en: Cristóbal Colón, Textos y documentos completos…, p. 90), oponiendo de este modo la experiencia a la autoridad de los antiguos. La muestra más clara de su espíritu crítico respecto a lo que ha leído es, paradójicamente, su teoría de la forma de la tierra que formuló en la relación del tercer viaje: “Así que d'esta media parte no obo noticia Ptolomeo ni los otros que escrivieron del mundo, por ser muy ignoto: solamente hizieron raíz sobre el emisperio adonde ellos estavan, que es redondo espérico, como arriba dixe” ( ibidem, p. 377). Finalmente vale la pena tener en cuenta que, como observa Sandra H. Ferdman, la novedad también puede ser fuente de autoridad (cfr. Sandra H. Ferdman, “Colón asombrado”, La Torre, Año VIII, Número 30, Abril-Junio 1994, pp. 193-194).40 Por ejemplo cita a Consuelo Varela, que advierte las complicaciones a la hora de distinguir las citas directas de las indirectas en la transcripción de Las Casas, y de los comentarios del dominico; sin embargo, Varela en ningún momento afirma que esa tarea sea imposible ni tampoco imputa a Las Casas manipulaciones de índole ideológica. En cambio, tal tesis es defendida por Margarita Zamora y justamente en sus estudios se basa el artículo de García (cfr. Margarita Zamora, “«Todas son palabras formales del Almirante»: Las Casas y el Diario de Colón”, Hispanic Review, Vol. 57, No. 1, Winter 1989; también de la misma autora “El prólogo al Diario de Cristóbal Colón”, Ínsula, 522, Junio 1990). Juan Adolfo Vázquez opina que “Zamora no consigue refutar la opinión tradicional de que el texto lascasiano del diario consiste en apuntes que fray Bartolomé escribió al leer una copia no muy clara del original hoy perdido, y que los resúmenes, paráfrasis y citas, así como sus propios comentarios, fueron materiales para su Historia de las Indias, donde efectivamente los utilizó. Hay muchas maneras de tomar notas de estudio. Una de ellas es la de Las Casas. Los textos abreviados, citados, comentados, en cuaderno de trabajo, no deben considerarse manipulados para engañar al lector en una edición fraudulenta”; Juan Adolfo Vázquez, “En torno a Colón”, Revista Iberoamericana, 170-171, Enero-Junio 1995, p. 277.
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En el Diario de Colón se tiene a un editor que pese a sus reiteradas
manifestaciones de presentar las «palabras del Almirante», entrega un
testimonio manipulado donde lo «añadido» es acaso tan substancial como
lo «omitido». En efecto, no obstante las protestas de fidelidad del padre Las
Casas, es imposible corroborar o no sus afirmaciones y/o silencios ante la
inexistencia de una escritura colombina original41.
El párrafo que acabamos de citar nos parece sintomático: en la primera frase el autor define la
transcripción de Las Casas como manipulación, aunque en la siguiente afirma que es
imposible demostrar que lo es. El caso de García es ilustrativo por la ingenuidad del autor,
con la cual queda al descubierto que es justamente su propio discurso, de pretensiones
desmitificadoras, que se fundamenta en la instrumentalización y deformación de los
textos analizados.
En cuanto a la cuestión de la fidelidad de la transcripción de Las Casas, nos fiamos del
criterio de Juan Gil, basado en el conocimiento profundo de la producción colombina:
Una sana desconfianza no debe convertirse en estéril y vana hipercrítica que,
llevada a sus últimas consecuencias, conduciría a la negación misma de la
Historia. Hay múltiples pasajes en que Las Casas copia ciegamente el
original, incluso sin comprenderlo. (…) Esta precisión es importante porque
permite aplicar a las copias los principios de la crítica textual para intentar
recuperar, no ya lo que quiso escribir Las Casas, sino las palabras mismas
del arquetipo42.
A los planteamientos de Pastor, Gómez-Moriana y García podemos contraponer el excelente
estudio de Juan Gil Mitos y utopía del descubrimiento. Nos interesa aquí el primer tomo,
dedicado a Colón y su tiempo, que es, a nuestro parecer, el mejor ejemplo de una forma
adecuada de aproximarse a los problemas relacionadas con el descubrimiento y su
representación textual. Gil, como Pastor y otros investigadores tan críticos con el
Descubridor, analiza cómo Colón y los que lo siguieron adecuaron la realidad novomundana
a la imagen y a los datos que poseían sobre el Extremo Oriente43. No obstante, el objetivo de
Gil es diseñado en términos muy distintos de los que sostienen Discursos narrativos de la
conquista de Pastor. En el caso de Mitos y utopías del descubrimiento, se trata de un intento
41 Gustavo V. García, “«Verificación», mediatización y manipulación …, p. 545.42 Juan Gil, “Introducción”, [en:] Cristóbal Colón, Textos y documentos completos, edición de Consuelo Varela, Nuevas cartas, edición de Juan Gil, Alianza Editorial, Madrid 1997, p. 28.43 Cfr. Juan Gil, Mitos y utopías del descubrimiento…, p. 21.
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de “la comprensión de la mitología de los conquistadores”44 y de “averiguar que significaba
para Colón su propio hallazgo”45; desde el principio Gil advierte, que “cuando se intenta
penetrar en la mentalidad del pasado el escollo más difícil es el anacronismo”46. Es decir,
lo que interesa a Gil no es deconstruir y denigrar el discurso del Descubridor ni tampoco
glorificar a Colón, sino reconstruir la mentalidad que formuló este discurso, con lo que se
podrá entender mejor en qué difiere el genovés del hombre de finales del siglo XX. En este
sentido se pronuncia también José Pascual Buxó:
Diríase que aún somos incapaces de admitir sin repugnancia que en la mente
de Colón trabajaban principios semióticos e ideológicos que ya no pueden
ser los nuestros, que su visión del mundo no era sustancialmente distinta de
la que encarnan literalmente los héroes góticos de las caballerías místicas y
que su firme creencia en el bíblico Paraíso terrenal no le impedía ser un
navegante experto47.
A fin de cuentas, lo que está en el fondo es la actitud que los investigadores adoptan frente a
los personajes a quienes consagran sus estudios. En este contexto vale la pena recordar una
vez más los escrúpulos de Teodor Parnicki –a los cuales hemos aludido en la sección
anterior– que surgían cuando el escritor polaco se planteaba el problema de la reconstrucción
literaria de las figuras históricas. La cuestión del respeto a los personajes históricos es aún
más vigente en el caso de las obras historiográficas48. Por eso consideramos conveniente la
postura de Juan Gil y de José Pascual Buxó, ya que estos investigadores no manipulan la
imagen de Colón, sea para calumniarlo, sea para ensalzarlo, sea para alumbrar al público con
una interpretación brillante pero fraudulenta. A diferencia de Pastor, Gómez-Moriana y
García, Gil y Buxó son conscientes de que, si bien es cierto que la descripción de América
que hizo Colón era una deformación de lo otro, no es menos cierto que, desde nuestra
44 Ibídem, p. 17.45 Ibídem, p. 18.46 Ibídem, p. 17.47 José Pascual Buxó, La imaginación del Nuevo Mundo, Fondo de Cultura Económica, México 1988, p. 35.48 Un precioso ejemplo de la defensa de un personaje histórica encontramos en el libro de Juan Manzano Manzano sobre el período que Colón pasó en España antes de emprender sus viajes. El autor rechaza enérgicamente las acusaciones de los historiadores que quieren explicar con la mala conducta de Beatriz Enríquez de Arana por la cual Colón no legalizó sus relaciones con la madre de Hernando: “¡Pobre huérfana! Cuánto dislate se ha escrito en torno a su persona. Hombres, incluso cultos, que no la conocieron y que tampoco lograron pruebas irrefutables de su deslealtad hacia el amante, no vacilan en arrojar con ligereza suma sobre su infeliz memoria una nueva mancha, ahondando con ello más y más la herida de su honra” (Cristóbal Colón. Siete años decisivos de su vida 1485-1492, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid 1989, p. 175). Manzano argumenta que Colón no pudo casarse con Beatriz, dada su condición humilde, después de ascender y ser nombrado Almirante y Virrey de las Indias (ibídem, pp. 176-179).
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perspectiva, también la mentalidad del Almirante hay que concebirla como lo otro49; así que
quienes censuran anacrónicamente a Colón, cometen el mismo fallo que acaban de
amonestar.
Otras monografías que adoptan el punto de vista similar al de Juan Gil, son los
estudios de Valerie I. J. Flint, The Imaginative Landscape of Christopher Columbus50 y de
Claude Kappler, Monstruos, demonios y maravillas a fines de edad media51. La autora de la
primera, declara que quiere “reconstruct, and understand, not the New World Columbus
found, but the Old World which he carried with him in his head”52. Flint realiza este
propósito, analizando tres elementos que intervinieron en la formación de la visión geográfica
de Colón: los mapamundis53, las lecturas del futuro Descubridor y las historias náuticas que
había podido oír en los puertos portugueses.
En el libro de Kappler, los escritos de Colón sirven con mucha frecuencia para
ejemplificar un fenómeno característico de la tardía edad media, a saber, la búsqueda de las
maravillas, “uno de los más importantes atractivos de la exploración del mundo”54.
Curiosamente, según Kappler, lo que perseguían los viajeros medievales, era lo nuevo, lo
extraordinario y lo diverso55, propósitos que hacen problemática la tesis de que Colón,
49 Para acercarse a la otredad de la mentalidad medieval, podemos recomendar la reconstrucción de la visión del mundo de aquella época de Clive Staples Lewis en su libro The Discarded Image. An Introduction to Medieval and Renaissance Literature (manejamos la traducción polaca de Witold Ostrowski, Odrzucony obraz, Znak, Kraków 1995) o una curiosa monografía de Jean Verdon sobre el placer en la edad media (Jean Verdon Le plaisir au Moyen Age; nos servimos de la traducción polaca de Jan Maria Kłoczowki, Przyjemności średniowiecza, Oficyna Wydawnicza Volumen, Warszawa 1998). Las peculiaridades de la vida privada en la edad media están presentadas en el segundo tomo de la serie Historie da la vie privée (usamos la versión polaca: Georges Duby, Historia życia prywatnego. Od Europy feudalnej do renesansu, Ossolineum, Wrocław 1998). Si se trata de la evolución de los conocimientos geográficos en la edad media, la problemática es estudiada por ejemplo por Jerzy Strzelczyk en su libro Klucze do poznania nieba [Claves para conocer el cielo], Novus Orbis, Warszawa 2003. 50 Valerie I. J. Flint, The Imaginative Landscape of Christopher Columbus….51 Claude Kappler, Monstruos, demonios y maravillas a fines de la edad media, Akal, Madrid 1996.52 Valerie I. J.Flint, The Imaginative Landscape of Christopher Columbus, p. xi. Pareja es la aproximación de Rosa Pellicer en su artículo dedicado a la presencia de la imagen del Paraíso en la interpretación de la nueva realidad: “Estos elementos [del Paraíso], que provienen de la tradición bíblica, son los que estaban presentes en la imagen que Colón llevaba consigo en su viaje al Oriente, a los que hay que añadir toda la tradición de las islas legendarias del Atlántico” (Rosa Pellicer, “El Paraíso en el Nuevo Mundo. De Colón a León Pinelo”, [en:] M. Muñiz Muñiz, Espacio geográfico/espacio imaginario. El descubrimiento del Nuevo Mundo en las culturas italiana y española, Universidad de Extremadura, Cáceres 1993, p. 137).53 Katarzyna Zalewska-Lorkiewicz, que estudia con detalle los mapamundis ilustrados, observa que tenían escaso valor práctico, ya que no eran útiles para los viajeros; en cambio, su función consistía en transmitir el saber sobre el mundo visto como un todo y sobre la ubicación de los continentes. Cfr. Katarzyna Zalewska-Lorkiewicz, Ilustrowane mappae mundi, DiG, Warszawa 1997, p. 16.54 Claude Kappler, Monstruos, demonios y maravillas…, p. 55.55 Ibídem, p. 56.
15
movido por el espíritu medieval, hubiera negado ciegamente la otredad de las tierras
descubiertas56.
Desde el enfoque propuesto por Juan Gil, no parece justo recriminar a los europeos la
imposición de sus categorías a la realidad encontrada al otro lado del Atlántico. Se trata más
bien de “un progresivo entendimiento y racionalización de los datos disponibles”57, un
proceso natural y espontáneo:
Colón descubre un nuevo mundo. Ahora bien, él no acepta la realidad de
este mundo tal como le viene dada, sino que, como es natural, la acomoda a
unos conocimientos previos y a un criterio propio, desde el que procede a su
interpretación. Este enfoque subjetivo de la realidad se refleja de manera
muy clara en algo tan elemental como las palabras con que describe lo que
ve, o mejor dicho, lo que cree ver58.
Aún más clara y tajante es la opinión al respecto de José Juan Arrom:
No comparto la postura de quienes le acusan [a Colón] de mentir, engañar,
deformar. Careciendo de una lengua y una cosmovisión en común para
entender a sus guías, tuvo que interpretar como pudo los gestos que éstos le 56 Aunque, como advierte Fernando Ainsa, hay que tener en cuenta que lo maravilloso o lo extraño se identifica con lo lejano, de modo que “la cercanía desmiente la fantasía” (Fernando Ainsa, “Alteridad y diversidad de lo americano…, p. 436). Con todo, Ainsa concuerda con la observación de Kappler, ya que “resulta evidente que si la distancia entre los países «origina» la diversidad, ésta sólo puede «descubrirse» gracias a la «curiosidad» que lleva al ser humano a aventurarse en lo desconocido (ibídem, p. 438). A su vez, Sandra H. Ferdman se fija en lo que llama “una retórica de la novedad”, que funciona en el texto de Colón de la manera siguiente: para hacer más verosímil su descripción de la nueva realidad, el Almirante subraya precisamente lo maravilloso, con lo que aumenta su credibilidad como testigo ocular. Es decir, “el efecto del elemento maravilloso para esta retórica es el de hacer verosímil o realista el conjunto en el que está incluido” (Sandra H. Ferdman, “Colón asombrado…, p. 190). Ferdman cree que con esta retórica, originada en los textos Marco Polo, Colón inspira e incluso funda las futuras literaturas de Hispanoamérica, ya que los escritores del siglo XX se sirven de los mismos procedimientos. Cfr. también Sandra H.Ferdman, “Conquering Marvels: The Marvelous Other in the Texts of Christopher Columbus”, Hispanic Review, Vol. 62, No. 4, Autumn 1994.57 Juan Gil, Mitos y utopías del descubrimiento…, p. 183. Hay que recordar por ejemplo que en aquella época la búsqueda del Paraíso terrenal era una empresa racional; cfr. V. I. J. Flint, The imaginative…, pp. 156, 180, 181. No obstante, como indica Giovanni Battista de Cesare, tampoco debemos olvidar que prácticamente nadie hizo caso a la teoría de Colón, lo que parece indicar también para sus contemporáneos parecía una interpretación bastante excéntrica de las tierras descubiertas (cfr. Giovanni Battista de Cesare, “Colombo: il Paradiso Terrestre”, Rassegna Iberistica, 46, Marzo 1993, p. 33). De todos modos, debemos tener en cuenta que, como escribe Antoni Picazo Muntaner, “Cartógrafos, cosmógrafos, marineros, soldados y autoridades se dejaron arrastrar por la presencia de innumerables mitos en un proceso que podemos definir como «lógico». No hubiera habido forma de entender las nuevas tierras si no se le hubiese aplicado las leyendas y estereotipos mágicos del Viejo Mundo a las que muchas veces se unían clasicismo y cristianismo”; Antoni Picazo Muntaner, “Los mitos de la cartografía y su influencia en el descubrimiento y la colonización de América”, Cuadernos Americanos, 92 (2002), p. 119.58 Juan Gil, “Introducción…, p. 43. Un buen ejemplo de cómo el Almirante intenta solucionar las dificultades de describir la realidad americana es el uso de la convención de locus amoenus en el Diario del primer viaje; cfr. Denis Madrigal, “El ‘locus amoenus’ en el Diario de Colón”, Revista de Estudios Hispánicos (Puerto Rico), 21, 1994. Del problema de la búsqueda de la forma adecuada de dar cuenta de lo descubierto se ocupa también Teresa M. Rossi, resaltando el papel de los neologismos semánticos y de los préstamos de las denominaciones autóctonas que pronto entran en el léxico del Viejo Mundo; cfr. Teresa M. Rossi , “Denominar lo nuevo y volver a denominarlo: un problema a raíz del descubrimiento”, Rassegna Iberistica, 43, Maggio 1992.
16
hacían. Si no acertó siempre, acertó más que muchos de los que han
pretendido corregirlo y a veces denigrarlo59.
Examinando la evolución de las nociones geográficas europeas que se iban adaptando a las
informaciones aportadas por las expediciones descubridoras, Gil afirma que “la interpretación
del Nuevo Mundo es el resultado de una tarea anónima”60, es decir, colectiva, de modo que no
se la puede asignar sólo a Colón61.
59 José Juan Arrom, “En demanda de Cathay: lo real y lo imaginario en el Diario del primer viaje de Colón”, Cuadernos Americanos, No. 33, Vol. 3, Mayo-Junio 1992, p. 46.60 Juan Gil, Mitos y utopías del descubrimiento…, p. 183.61 También Salvador Álvarez analiza la gradual aprehensión de los datos aportados por las sucesivas expediciones descubridoras en la cartografía de la época. Álvarez observa: “Mucho más que un ejercicio puramente especulativo, la cartografía fue un gran receptáculo de la experiencia de los navegantes y exploradores y al mismo tiempo también, una guía de acción para éstos mismos, ya convertidos en conquistadores”; Salvador Álvarez, “Tierras imaginadas, tierras en imágenes: la geografía asiática del Nuevo Mundo en la cartografía del descubrimiento”, Relaciones, 75, Verano 1998, Vol. XIX, p. 109.
17
18
V. POLÉMICA EN TORNO AL QUINTO CENTENARIO
En la el discurso historiográfico, filosófico y crítico dominante en Hispanoamérica,
que quiere adoptar la perspectiva de los vencidos, se suele poner en duda tanto la primera
descripción del Nuevo Mundo como la consiguiente forma de plantearlo por la historiografía
europea. Se cuestiona el lenguaje mismo con el que los europeos han descrito el choque de los
dos mundos. Sobre todo se rechaza la palabra “descubrimiento” que implica una
interpretación estereotipada: los europeos encuentran unas tierras desconocidas, las
conquistan para después describir tal hazaña en su propio idioma (sea español, portugués,
francés, inglés u holandés). Poniendo en duda esta versión, los pensadores hispanoamericanos
alegan que la descripción de América hecha por los viajeros, conquistadores y cronistas está
llena de errores, invenciones y sobreinterpretaciones a la vez que ofrece una imagen falsa del
Nuevo Mundo. Esta imagen, que se basa más en la imaginación que en la realidad a la que
impone las categorías de un pensamiento europeo, que le es ajeno, durante siglos ha sido la
única conocida. En ella se ha fundamentado la historiografía europea y, en consecuencia, en
vez de descubrir América, la ha encubierto. Horacio Cerutti Guldberg comenta:
El descubrimiento se revela así como el sujeto agente del conocimiento, el
que nombra, el que dota de ser al que estaba como en potencia, en el mejor
de los casos. Por medio de este acto de conocimiento, desde lo conocido se
encubre lo que aparece. Este acto ahoga la novedad real o virtual del objeto
reducido a la pasividad o percibido como pasivo. En el momento mismo de
descubrir envuelve y encubre lo novedoso para hacerlo aprehensible y
cognoscible. Por tanto, en verdad, nunca hay una desnudez plena de lo
objetivado. Este sale – cubrimiento para caer en otro. Incluso, ese
encubrimiento es reproducido por el mismo objeto (sujeto objetivado) que
asume o introyecta la visión del Sujeto (con mayúsculas), dominador activo,
agente, conquistador, colonizador o civilizador o, diríamos hoy,
«democratizador»…62
También Leopoldo Zea habla de “encubrimiento” al referirse a la interpretación
europea del llamado “descubrimiento” del Nuevo Mundo. Es que los europeos vieron en
América sólo lo que querían ver y encontraron lo que querían encontrar.62 Horacio Cerutti Guldberg “Hacia la utopía de nuestra América”, Ibero-Amerikanisches Archiv, Jg. 18 (1992), Heft 3/4, pp. 461-462.
19
La auténtica realidad de esta región y sus hombres, quedó encubierta por los
prejuicios que traían consigo sus descubridores. (…) [También]
conquistadores y evangelizadores cubrieron con una densa capa el mundo
con el cual se encontraron63.
Pronto se cumplirán los cinco siglos de esta fecha. Fecha que se ha
calificado como el descubrimiento, pero que legítimamente es de un
gigantesco encubrimiento; ineludible y natural encubrimiento, impuesto por
una cultura a otra64.
Con motivo de la celebración del Quinto Centenario del descubrimiento la discusión
en torno al tema de los viajes de Colón se agudizó, envolviendo cada vez más escritores y
pensadores y llegando a una polarización sintomática en cuanto al título oficial de los festejos.
Esta polémica es como un prisma que permite ver las posiciones intelectuales, aún actuales,
más importantes; las cuales en gran medida han determinado el contenido de las novelas
históricas sobre el Almirante. Éstas pueden ser interpretadas precisamente como una toma de
partido en la discusión sobre el significado del Descubrimiento.
Muchos pensadores americanos opinaron que no se podía aceptar la reducción del
Nuevo Mundo a un objeto pasivo y por eso se negaron a que se celebrara el
“descubrimiento” de América. La idea del descubrimiento lleva implícita la asignación del
papel civilizador a un activo sujeto europeo, obviamente superior al indígena salvaje65. Hasta
hace poco se creía que la dominación del viejo mundo demostraba no sólo su superioridad
tecnológica sino que implicaba también la preeminencia de la cultura europea y sus valores
frente a las culturas y los valores precolombinos. De esta manera se justificaba la conquista.
Por ser ésta fuente de bien, a pesar de su altísimo precio, ya que hizo posible que los
habitantes de América pasaran de la “barbarie” a la “civilización”66.
Para muchos escritores y ensayistas latinoamericanos sostener que Colón durante su
viaje había descubierto América hubiera significado seguir la interpretación que justificaba la
dominación europea. Por eso, para algunos, todos los argumentos que negaran la “teoría del
63 Leopoldo Zea, “América: descubrimiento o encubrimirnto?”, Cuadernos Americanos, 258 (1985), p. 97. El término “encubrimiento” emplea también Abel Posse en su texto “La novela como nueva crónica de América. Historia y mito”, [en:] K. Kohut, De conquistadores y conquistados. Realidad, justificación, representación, Frankfurt-Madrid,1992.64 Ibídem, p 101.65 Cfr. Leopoldo Zea, “Descubrimiento o encuentro?”, Cuadernos Americanos, No. 11, Vol. 5, Septiembre-Octubre 1988, p. 148.66 Cfr. Ernesto Garzón Valdés, “La polémica de la justificación ética de la Conquista”, K. Kohut, De conquistadores y conquistados. Realidad, justificación, representación, Iberoamericana, Madrid 1992
20
descubrimiento” servían. Por ejemplo Gustavo Vargas Martínez, desacreditando la “teoría del
descubrimiento”, dio por comprobada la llamada hipótesis del piloto anónimo y habló de una
“recodificación (…) que debe ser forzosamente crítica y enamoradamente americana”67.
Según Vargas Martínez, las
tres tesis aberrantes apuntalaron la teoría del descubrimiento de América,
pretextos a su vez para la invasión impúdica: 1. La doctrina omniinsular del
pontificado romano, de luenga historia, que hizo del Papa un árbitro
universal de la ecumene. 2. La tardía reivindicación de la doctrina
aristotélico-tomista que autorizaba hacerles la guerra a los infieles y que se
asentaba en la tesis de la esclavitud natural. 3. La pretendida y manipulada
narración de la casualidad del descubrimiento, punto de partida para erigir el
culto a Colón, la tesis de los pueblos americanos “sin historia” y por último,
el centro argumental de tres siglos de ocupación y despojo68.
Vargas Martínez resume: “casualidad + renuncia de los reyes indios + donación papal
= «descubrimiento» de América” y concluye: “tres aberraciones no pueden servir de
fundamento para una historia americana, sino para una contrahistoria”69.
Los pensadores latinoamericanos se vieron apoyados en su cuestionamiento de la
interpretación eurocéntrica por los estudios de materias como la arqueología, antropología e
historiografía, ya que sus investigaciones les habían conducido a un cambio del modo de ver
tanto a las destruidas civilizaciones indias como a las culturas “primitivas” aún existentes en
América Latina. Por ejemplo, José Luis López-Shümmer, presidente de la Sociedad Estatal
Española, encargada de ejecutar los programas conmemorativos del Quinto Centenario,
declaró:
Al afirmar que América fue descubierta en 1492 (…) queremos decir:
primero, que hasta esa fecha América estaba oculta para Europa y segundo,
que esa ocultación le había impedido ingresar en la Historia Universal, es
decir, en la Historia de la Civilización. Los pueblos que la habitaban eran,
por tanto, no sólo ignorados, sino ignorantes. Esta visión se refleja en la
acción de descubrir: unos descubren, papel activo, otros son descubiertos,
papel pasivo. En esa relación de actividad-pasividad los primeros van a
llevar y los segundos van a recibir la civilización. No es necesario insistir en
67 Gustavo Vargas Martínez, “Filosofía de la historia latinoamericana”, Cuadernos Americanos, No. 33, Vol. 3, Mayo-Junio 1992, p. 276.68 Ibídem.69 Ibídem.
21
que tal concepción no es históricamente admisible porque adolece de un
eurocentrismo invalidante70.
Arturo Andrés Roig llamó la atención al hecho de que en Europa se hubiera intentado
glorificar el descubrimiento, separándolo de la conquista y reduciéndolo a una suerte de acto
contemplativo. No obstante, como observó Roig, la violencia brotó desde el principio y, aún
más, no se plantearía celebrar el descubrimiento si no lo hubiera seguido la conquista. Sólo
con el comienzo de la conquista el viaje de Colón alcanzó su significado trascendente:
la “Conquista” no fue la “etapa” siguiente a los “viajes de descubrimiento”,
sino que estos viajes fueron, a la vez y necesariamente de “descubrimiento y
conquista”, a tal extremo de que si no hubiera habido un acto conquistador,
no se habría dado el tal “Descubrimiento”71.
Hoy en día, muchos investigadores se empeñan en entender el mundo de los indios,
lamentándose de los daños producidos por los europeos durante el periodo colonial. Los
mismos indígenas tomaron la palabra en forma de movimientos indigenistas, para los que el
“descubrimiento” fue un desastre que a largo plazo casi provocó la extinción de la población
aborigen. Los que han logrado sobrevivir e intentan llevar una vida de acuerdo con su
tradición “primitiva”, siguen presionados por la civilización occidental, que por razones
económicas e ideológicas tiende a su eliminación definitiva. Por eso, en los años noventa, los
indígenas americanos que habían rechazado los modelos europeos, acompañados por los
defensores de los derechos de los indios, protestaron contra la celebración del aniversario del
punto de partida de la ocupación europea del Nuevo Mundo. Una ocupación que iba a durar
varios siglos. Según ellos, más bien se deberían conmemorar los “500 años de resistencia
Indígena y Popular” frente a la opresión de la civilización dominante y el 12 de octubre
celebrar el Día de la Dignidad Indígena72. Desde esta perspectiva, lo más importante no era
tanto la interpretación del pasado en sí, sino más bien la oportunidad de atraer la atención de
la opinión pública hacia los movimientos indigenistas y la consiguiente divulgación de su
70 José Luis López-Schümmer, “El descubrimiento como mito”, Cuadernos Americanos, Vol. 3, No. 9, Mayo-Junio 1988, p. 22.71 Arturo Andrés Roig, “Descubrimiento de América y encuentro de culturas”, Freddy Ordóñez Bermeo [ed.], Problemática indígena, Loja, Ecuador: Universidad Nacional de Loja, 1992; citado de la versión digital http://ensayo.rom.uga.edu/antologia/XXA/roig/culturas.htm (05-02-06).72 Walther L. Bernecker, “El aniversario del ‘descubrimiento’ de América en el conflicto de opinions”, Ibero-Amerikanisches Archiv, Jg. 18 (1992), Heft 3/4, p. 514.
22
discurso de lucha contra un sistema político y económico que sigue hostil al indio73. Como
escribe Walther L. Bernecker,
no cabe duda que a los grupos indígenas les interesan menos los
acontecimientos hace 500 años y más los indios de hoy, que sobrevivieron a
pesar de la conquista; más los peligros ecológicos, los derechos humanos, los
recursos naturales, la educación y la cultura, la autonomía y la propia
identidad74.
Ahora bien, como subraya Leopoldo Zea, los que hablan del Quinto Centenario del
genocidio indígena y promueven la formación de una gran nación indígena que debería
expulsar a sus verdugos y depredadores, en realidad están sustituyendo un racismo por otro75.
También Silvio Zavala advirtió que había
estudios y actuaciones indigenistas valiosas y constructivas al lado de otras
excluyentes y hostiles que prometen a los países latinoamericanos un
porvenir semejante al de las segregaciones y enfrentamientos de África del
Sur, así como una desintegración de la comunidad de Iberoamérica que
debilita a las partes constitutivas de ella76.
En 1984 Miguel León Portilla, como presidente de la Representación Mexicana ante la
Reunión de Comisiones Nacionales del Quinto Centenario del Descubrimiento de América
propuso una aparente fórmula de compromiso, el “encuentro de dos mundos”:
La representación mexicana propone que, con un enfoque orientado por la
equidad, demos entrada a la idea de que, más que hablar de un
descubrimiento —Colón, por cierto, jamás creyó haber descubierto un
continente— suprimamos el etnocentrismo y reconozcamos que en 1492 se
inició en realidad un encuentro: el del extraordinario mundo Mediterráneo
en su versión hispánica con el universo, también henchido de
significaciones, de las islas del Caribe, y las tierras del Orinoco y el
Amazonas, antesalas de las grandes culturas del México antiguo, de
Centroamérica y del ámbito de los pueblos andinos. Tomemos conciencia de
73 Ibídem, pp. 508-509, p. 515.74 Ibídem, p. 516.75 Leopoldo Zea, “Descubrimiento o encuentro…, p. 153.76 Silvio Zavala, “Anticipo de mis reflexiones sobre el Quinto Centenario del Descubrimiento Colombino”, [en:] Iris M. Zavala [coordinación], Discursos sobre la ‘invención’ de América, Amsterdam-Atlanta, 1992, p. 11.
23
esto, reconociendo que más allá de los conflictos iniciales, las luchas y las
conquistas, a la postre perduró el acercamiento y la fusión de los pueblos77.
León-Portilla subrayó que en este encuentro tanto los indios como los europeos
desempeñaron papeles de igual importancia, sin embargo lo que parecía importar más era el
fruto de la fusión de las dos razas, el mestizaje:
reconociendo el hecho insoslayable del encuentro, se comprenderá mejor lo
que ha sido el mestizaje no sólo biológico sino también cultural, como lo
muestran el ser de México y gran parte de América78.
Tampoco esta versión fue aceptada por todos. Edmundo O’Gorman la tachó de
eufemismo que sirve para no tener que llamar por su nombre la realidad de
las guerras de conquista, la subordinación y explotación de la población
original y la destrucción de sus culturas79.
Asimismo, Arturo Andrés Roig hizo constar que ni “encuentro de dos mundos”, ni “encuentro
de dos culturas” eran fórmulas admisibles precisamente por la desigualdad de relación entre
los pretendidos “mundos” y “culturas” cuyo fruto era ante todo la “aculturación” de los
indígenas, “fenómeno que en sus formas extremas llegó a los límites de «muerte cultural» y,
en tal sentido, de etnocidio”80. Según la interpretación de Roig, el único encuentro que se
había producido era el de Europa consigo misma, ya que el verdadero receptor del mensaje
civilizador y evangélico de los conquistadores y misioneros se hallaba, precisamente, en
Europa. Por eso Roig habló del “desencuentro de culturas”81.
Por su parte, Edmundo O’Gorman advirtió que la convivencia no implicaba
necesariamente fusión cultural. En el caso de América, los conquistadores cohabitaron con los
conquistados y se produjo el mestizaje biológico pero eso no permite hablar de una fusión
cultural puesto que la que se impuso fue la cultura europea mientras que las culturas indígenas
77 Cfr. Miguel León Portilla, José María Muría, Aberto Lozoya, “Ponencia de la representación mexicana”, Cuadernos Americanos, 2 (1987), p. 187; M. León Portilla, “Encuentro de dos mundos”, Cuadernos Americanos, 2 (1987).78 Miguel León Portilla, “Encuentro de dos mundos”, Cuadernos Americanos, No. 2, Vol. 2, Marzo-Abril 1987, p. 190.79 Citado por. W. L. Bernecker, “El aniversario del ‘descubrimiento’…, p. 507.80 Arturo Andrés Roig, “Descubrimiento de América…81 Ibídem.
24
del Nuevo Mundo habían sido anuladas en cuanto tales82. O’Gorman amonestó a León-
Portilla:
Así se revela mejor la trampa en la que nos quiere hacer caer el doctor León-
Portilla, la de arbitrariamente elegir, entre las casi infinitas posibilidades de
las que se puede afirmar que se iniciaron el 12 de octubre de 1492, la que
más cuadra a sus propósitos. Y me atrevo a sugerirle que, en lugar de tratar
de imponer subrepticiamente sus personales predilecciones, no olvide que
aquellas consecuencias que desecha indignas de festejo fueron, nada menos,
condición de posibilidad de las que propone como merecedoras de jubiliosa
celebración83.
O’Gorman recordó que si se quería celebrar el mestizaje, precisamente este era el
sentido de la fiesta del “Día de la Raza” que tenía una larga tradición (es celebrada en México
desde 1916). Según este autor no había ninguna razón para sustituir el consagrado
oficialmente nombre de “Día de la Raza” por el elegido superflua y arbitariamente “Encuentro
de Dos Mundos”84.
Criticando el término “encuentro” O’Gorman demostraba que el “Nuevo Mundo” era
un concepto creado por los europeos en un largo proceso de reflexión acerca de los sucesivos
descubrimientos y conquistas. En 1492 los términos “Nuevo Mundo” y “viejo mundo”
carecían de significado, así que parece anacrónico y equivocado hablar de su encuentro:
resulta que el aniversario del 12 de octubre de 1492 debe conmemorarse
como el encuentro de aquellos dos mundos, y tendrá que ser porque se
piensa que eso fue lo que ocurrió ese día. Lo malo es el anacronismo en que
se incurre, porque en esa fecha nadie tenía ni nadie podía tener noción de
que esa pequeña isla a la que llegó Colón fuera un “nuevo mundo”; se creyó,
por el contrario, que era una región del único mundo que, por motivos
científicos y religiosos, podía existir85.
La famosa tesis de inspiración heideggeriana formulada por O’Gorman ya en los años
cincuenta hace constar que Europa en vez de descubrir “América” la inventa, sustituyendo la 82 Edmundo O'Gorman, “La falacia histórica de Miguel León Portilla sobre el ‘encuentro del Viejo y Nuevo Mundos’”, Quinto Centenario, 12 (1987).83 Edmundo O’Gorman, “Encuentro de dos mundos o lo superfluo”, Cuadernos Americanos, No. 2, Vol. 2,Marzo-Abril 1987, p. 195; publicado originalmente en el suplemento La Jornada Semanal, el 19 de mayo de 1985. Según O’Gorman si se quiere celebrar lo ocurrido el 12 de octubre de 1492 por el posterior surgimiento de las naciones iberoamericanas, de acuerdo con esta lógica, “los judíos deberían festejar el Holocausto, porque, consecuencia del alcance universal de ese horror, fue el surgimiento del Estado de Israel” (ibídem, p. 201).84 Ibídem, p.21285 Ibídem, p. 198. Cfr. Edmundo O'Gorman, “La falacia histórica de Miguel León Portilla…
25
verdadera imagen del Nuevo Mundo precisamente con una invención conceptual. En su libro
La invención de América, ya clásico, O’Gorman censura las premisas ontológicas y
hermenéuticas de la idea del descubrimiento, partiendo de la crítica de
la noción tradicional acerca de América como una cosa en sí y la idea no
menos tradicional de que, por eso, se trata de un ente cuyo ser es descubrible
que de hecho fue descubierto86
y se propone “reconstruir la historia, no del descubrimiento de América, sino de la idea de que
América fue descubierta”87.
A pesar de su dimensión desmitificadora, el planteamiento de O’Gorman sigue siendo
eurocéntrico ya que hablar de una “invención” presupone aceptar el punto de vista de los
llamados “descubridores”. Como ya indicó Enrique Dussel al tomar la palabra en la discusión
en torno al Quinto Centenario, era necesario un cambio de perspectiva:
si con la misma fenomenología heidegerriana nos situamos ahora desde el
ser-ahí habitante de este continente, el hombre que mora en este espacio
nuestro, la descripción no sería simplemente la invención de la anterior, sino
que sería constituir de sentido distinto a lo que aparece en el horizonte de su
mundo propio. (…) Desde Europa, en posición extrema, se da la “creación”
de América (invención); desde nuestro continente se da la “intrusión” en
nuestro mundo ya dado, con su sentido propio, sus derechos, su dignidad88.
Dussel poniendo en tela de juicio el concepto de “invención”, rechazó enérgicamente
el término “encuentro” y optó por la palabra “enfrentamiento”89.
También Silvio Zavala se fijó en la perspectiva que había adoptado el autor de la tesis
de la invención de América. En el planteamiento de O’Gorman, reconstruido por Zavala, el
proceso de la invención lleva consigo la sustitución de una estrecha y arcaica imagen del
mundo por otra, más amplia y generosa. Zavala concluye que O’Gorman
ofrece una idea de la marcha y progreso de la Cultura de Occidente, como el
único proyecto vital de la historia con verdadera promesa en virtud de la
dialéctica interna que lo vivifica90.
86 Edmundo O’Gorman, La invención de América, México, 1977, p. 53 (primera edición 1958).87 Ibídem, p. 17.88 Enrique Dussel, “Otra visión del descubrimiento. El camino hacia un desagravio histórico”, Cuadernos Americanos, No. 9, Vol. 3, Mayo-Junio 1988, p. 36. Cfr. también Iris M. Zavala, “De ‘invención’: Palabras liminares”, [en:] Iris M. Zavala [coordinación], Discursos sobre la ‘invención’ de América, Amsterdam-Atlanta, 1992.89 ibídem, p. 39.
26
Por otra parte Silvio Zavala, como crítica a la propuesta de León Portilla, recordó que
el viaje de Colón fue tan sólo uno de toda una serie de encuentros que se produjeron como
consecuencia de las expediciones descubridoras a lo largo de los siglos XV y XVI. En aquel
entonces se entablaron muchas relaciones, se conocieron y conquistaron también otros
continentes.
De las grandes navegaciones ibéricas no quedan solamente el encuentro
hispano-mexicano o hispano-indio en general, sino una multiplicidad de
encuentros de gentes y culturas que precisamente van a marcar la
significación del cambio histórico a partir de la expansión iniciada en el
curso del siglo XV. Hay encuentros de Europa con África, por la ruta del
Cabo de Buena Esperanza con el Oriente, a través del Atlántico con la que
vino a llamarse América y luego por Pacífico con Asia91.
Los habitantes de todas estas tierras, sobre todo los esclavos negros importados en gran
escala, contribuyeron a la formación de la América colonial. También Leopoldo Zea advirtió
que hubo un encuentro de más de dos mundos: “la hazaña de Colón permitió el encuentro, no
ya con un mundo sino con muchos mundos, con el resto de los pueblos que formaron el
mundo”92.
Por último, la palabra “encuentro” es poco relevante cuando nos referimos a la historia
de la expansión europea y al desarrollo de la ciencia vinculado con ella93. En este caso el
término más adecuado resulta ser la palabra “descubrimiento” y por eso la defendía Silvio
Zavala:
yo insisto en que para haber “encuentro” de mundos y culturas se requiere
que antes alguien haya “descubierto” la ruta de ida y vuelta y que la deje al
alcance de quienes van a continuar la navegación. Éste es el memorable
hecho colombino, y tanto histórica como lingüísticamente le corresponde en
español con propiedad el término de ‘descubrimiento’94.
Zavala observó con ironía:
no deja de ser paradójico el intento de apartar de los mares el recuerdo de la
gesta colombina en su quinto centenario, para fijarse solamente en sus 90 Silvio Zavala, “Excursión por el Diccionario de la Academia de la Lengua, con motivo del V centenario del descubrimiento de América”, Nueva Revista de Filología Hispánica, Tomo XXXV, No. 1, 1987, p. 274.91 Silvio Zavala, “Examen del título de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América” , Cuadernos Americanos, No. 9, Vol. 3, Mayo-Junio 1988, p. 17.92 Leopoldo Zea, “Descubrimiento o encuentro…, p. 152.93 Silvio Zavala, “ Examen del título de la conmemoración…, pp. 15-16.94 Silvio Zavala, “El nuevo mundo”, Cuadernos Americanos, No. 11, Vol. 5, Septiembre-Octubre 1988, p. 143.
27
consecuencias terrestres, convirtiendo su hazaña, por decirlo así, en una obra
“anhídrica” o “deshidratada”95.
En su “Excursión por el Diccionario de la Academia de la Lengua, con motivo del V
centenario del descubrimiento de América” Zavala destacó la sinonimia de las palabras
“descubrimiento” y “encuentro”, por la que “el ruido del cambio” no le parecía necesario ni
justificado y así concluyó que
el peso de una tradición favorable al uso (…) del término “descubrimiento”,
bien establecido durante quinientos años, debe prevalecer sobre la
apresurada propuesta del cambio al encuentro de dos mundos, que puede
tener ecos populistas, pero no descansa sobre una base histórica y lingüística
suficiente para justificar su implantación en el uso culto o en el de la escuela
en lugar del que pretende desplazar96.
Tampoco hay que olvidarse de que la interpretación supuestamente eurocéntrica tenía
sus partidarios. Por ejemplo, Antonio Gómez Robledo argumentaba que detrás de la
suplantación de ‘descubrimiento’ por ‘encuentro’ parecía estar el deseo de presentar las
culturas y civilizaciones del viejo y nuevo mundo como igualmente valiosas y apreciables. De
este deseo surgió una visión deformadora de la historia puesto que, según Gómez Robledo,
parece obvio que la civilización del Anáhuac, por no ir más lejos, era
notoriamente inferior a la civilización europea, y no por ninguna inferioridad
racial, ya que el indio y el mestizo y el mulato han demostrado ser tan
capaces como el criollo o el europeo, sino simplemente en razón de los
elementos que están en la subestructura de una civilización de altura97.
Una cuestión aparte constituyó la actitud de España en el contexto del Quinto
Centenario. Francisco Ayala reprobó tanto la actitud de los españoles que se preparaban para
celebrar las “antiguas grandezas” como la de estos que se veían obligados a “echarse ceniza
sobre la cabeza, ponerse de rodillas y pedir perdón” por los excesos de la conquista y
colonización. Ayala denunciaba que
ambas actitudes incurren por igual en la vanidosa falacia de asumir como
propias las hazañas cumplidas por hombres de otra época, o de asumir como
95 Silvio Zavala, “Anticipo de mis reflexiones …, p. 14.96 Silvio Zavala, “Excursión por el Diccionario…, p. 280.97 Antonio Gómez Robledo, “Semántica y aporética del descubrimiento”, Cuadernos Americanos, No. 9, Vol. 3, Mayo-Junio 1988, p. 30. Estos elementos básicos son para Gómez Robledo “el trigo, el olivo, la vid, la rueda y los vertebrados superiores a su cabeza el animal de tiro”; ibídem.
28
propias las tropelías y atrocidades que hombres de otra época pudieron
cometer, alarde éste, a su vez, de una falsa virtud que, con pretensión
utópica, ignora la ineludible trama de la historia para horrorizarse de
violencias pretéritas cerrando los ojos a los horrores e hilos de áspero
esparto, y en la conquista de América hubo, por supuesto, de todo98.
Los críticos vieron en la fórmula de las celebraciones propuesta por España o la
expresión de una “imperial exaltación de la hispanidad civilizatoria”, o la realización de unos
objetivos exclusivamente económicos (apertura de los mercados latinoamericanos a los
productos españoles), o una forma para distraer la atención de la opinión pública de la crisis
interna, o, finalmente, un intento de “restablecer la identidad fracturada del pueblo español” a
través del mito de la conquista99.
Sin ir tan lejos, y prescindiendo del agresivo tono crítico, Walther L. Bernecker
reconoció que
la triple fiesta en Barcelona, Madrid y Sevilla constituye un maravilloso
medio publicitario para dar una imagen positiva de la joven democracia
española dentro de la Comunidad Europea, llamar la atención pública
internacional por un año entero, movilizar inversiones futuras y atraer
millones de turistas100.
Por otro lado, Eduardo Subirats resaltó los aspectos positivos que, según él, llevaron
consigo las celebraciones en España:
Tan sólo en el contexto de los eventos mediáticos agrupados en torno al
Quinto Centenario de 1992, el progresismo español llegó a romper la
continuidad histórica del tradicionalismo nacional-católico a este respecto.
Sólo en este contexto se llevó a cabo la sustitución de las categorías heroicas
y teológicas de la conquista y la colonización cristianas de América por la
representación postmoderna de una modernidad técno-científica, mediática y
espectacular. Y sólo en este contexto la ejemplaridad y el predominio
españoles en relación a América suplantó sus anacrónicos emblemas castizos
por los modernos signos de un indefinido descubrimiento, homologado con
los descubrimientos cienitífico-técnicos, en la era de los descubrimientos101.98 Francisco Ayala, “El descubrimiento de América en perspectiva del presente”, Hispania, Vol. 75, No. 4, October 1992, pp. 1006-1007.99 Cfr. H. Sachs, “1492-1992”. 500 Jahre Kolonisation – und kein Ende!”, Schwarzer Faden 2 (1990), 25; citado por W. L. Bernecker, “El aniversario del ‘descubrimiento’…, p. 505.100 W. L. Bernecker, “El aniversario del ‘descubrimiento’…, p. 505.101 Eduardo Subirats, “Tres visiones de América”, Quimera, 137, Junio 1995, p. 39.
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Para terminar el análisis de la polémica en torno al Quinto Centenario, vale la pena
recordar los títulos oficiales finalmente aceptados. Si en España se celebraron los “500 años
del Descubrimiento y Encuentro de Dos Mundos”102, la UNESCO en su conmemoración
eliminó la palabra “descubrimento” para quedarse con el “Quinto Centenario del Encuentro
de Dos Mundos”103, y en la versión oficial acordada en 1990 por los ministros
latinoamericanos de cultura al lado de la palabra “encuentro” tuvo que aparecer otra,
“confrontación”:
La conmemoración del Quinto Centenario representa una oportunidad
propicia para investigar las consecuencias del encuentro y la confrontación
de pueblos y culturas, así como sus recíprocas influencias, sus respectivos
aportes para el desarrollo general de la región y la humanidad104.
Ya después de las celebraciones, Marithelma Costa criticó la idea del “encuentro”
desde una perspectiva un tanto distinta, aduciendo que no puede haber encuentro de dos
culturas si sus categorías temporales y espaciales son diferentes y si los personajes
considerados históricos para una sociedad, para otra representan categorías míticas. Éste es
precisamente el caso del “descubrimiento” de América. Por eso, Costa recurrió al término de
Roig y habló de un “desencuentro”:
El doce de octubre de 1492 se inició uno de los desencuentros más
impresionantes de la historia de la humanidad. Chocaron dos continentes y
dos concepciones radicalmente diferentes de la realidad. Un continente
politeísta poblado por sociedades de tipo tradicional se enfrentó a uno
monoteísta construido sobre una concepción histórica. Un mundo de
naturaleza ritual, cíclica y variable fue invadido por uno donde primaba la
concepción lineal del tiempo. Las consecuencias de este choque son para
todos evidentes: triunfó el que tenía mejor desarrolladas las técnicas bélicas
y la historia de la destrucción de las sociedades precolombinas es un
hecho105.
102 Cfr. W. L. Bernecker, “El aniversario del ‘descubrimiento’…, p. 508.103 “Conmemoración del Quinto Centenario del encuentro de dos mundos (1492-1992)”, Cuadernos Americanos, No. 21, Vol. 3, Mayo-Junio 1990.104 III Encuentro de Ministros de Cultura y responsables de las políticas culturales de América Latina y el Caribe. Documento final, s. 1 [México], s.a. [1990], 13. Citado por Walther L. Bernecker, “El aniversario del ‘descubrimiento’…, p. 507.105 Marithelma Costa, “1492: la utopía invisible o el desencuentro de dos mundos. Textos y contextos”, La Torre, Año VII, Números 27-28, Julio-Diciembre 1993, p. 374.
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Walther. L. Bernecker recapituló la polémica resaltando la distancia, al parecer
insuperable, que medía entre las diferentes posiciones adoptadas por los pensadores
latinoamericanos y españoles. Las posiciones reflejaban unas visiones históricas que
resultaron opuestas. Y en estas visiones históricas contrarias se basan diferentes identidades,
con sus proyectos sociales, políticos y existenciales106.
Más allá de la polémica —frecuentemente denominada bizantina— se dejaron oir
voces que apelaban a que, conmemorando los quinientos años, sea del “descubrimiento”,
“encuentro”, “encubrimiento” o “tropiezo”, se aprovechara esta oportunidad para fijar la
mirada en la posición actual de América Latina en las relaciones internacionales y para
analizar las perspectivas de futuro. La democratización de la Unión Soviética que marcó el fin
definitivo de la guerra fría y el rápido proceso de la integración europea otra vez les hizo ver,
a muchos latinoamericanos, en el viejo mundo el modelo a seguir. En 1990, Leopoldo Zea
escribió en su artículo “Sentido y proyección del Descubrimiento de América”:
los cambios que en la Unión Soviética viene realizando su actual conductor,
Mijail Gorbachov, que nada quiere saber de guerra alguna ni de agresiones
ni de armamentos que impidan elevar el nivel de su propio pueblo, ha
mostrado la inutilidad de la protección impuesta por los Estados Unidos a
Europa. Esta Europa es la que se unifica para decidir sobre todo lo que se
refiere a sus intereses sin subordinación alguna. La integración de Europa es
para la América Latina un viejo sueño respecto de sus propios pueblos. La
América que soñó Bolívar, que nada quiere saber de imperios por soportar ni
coloniaje por imponer, sino la libertad de individuos y el derecho de
autodeterminación de sus pueblos107.
Al mismo tiempo advirtió con preocupación la tendencia de Europa que, al
reestructurarse después de la pérdida de sus colonias, parecía querer olvidar todos los vínculos
con los países antes por ella dominados:
llegamos así a esa fecha [el 12 de octubre de 1992] cuando una Europa sin
colonias se prepara a integrarse en su totalidad tratando, paradójicamente, de
lanzar al vacío su ya viejo y obsoleto pasado colonial. Una Europa sin
colonias que nada quisiera saber de sus colonizados, dispuesta a dejar que
sean los mismos europeos quienes se encarguen de los diversos quehaceres
para el futuro de una Europa exclusivamente propia108.
106 Cfr. W.L. Bernecker, “El aniversario del ‘descubrimiento’…, p. 517.107 Leopoldo Zea, “Sentido y proyección del Descubrimiento de América”, Cuadernos Americanos, No. 21, Vol. 3, Mayo-Junio 1990, p.112.108 Ibídem, p. 109.
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A muchos pensadores hispanoamericanos, por ejemplo a Iris Zavala, les preocupaba
en especial el caso de España que, buscando su lugar en la comunidad europea, podía
encerrarse en un “hermético europeísmo”109.
Leopoldo Zea añadía que al intento de desprenderse de toda responsabilidad por la
crisis en las ex-colonias le acompañaba el miedo del terrorismo y la drogadicción, los males
que solían vincularse con el llamado Tercer Mundo donde quedaba incluída América Latina.
Lo confirmó Gustav Siebenmann, cuando subrayaba el papel primordial de los medios de
comunicación en la creación de la imagen negativa de América Latina. Puesto que éstos
buscaban noticias sensacionalistas y silenciaban lo positivo,
para muchos europeos de hoy, en una regresión lamentable [América Latina]
ha vuelto a ser globalmente una región de golpes militares del caudillismo,
de la violencia y de la tortura, en suma, una zona marcada por la
inestabilidad política y la corrupción, siendo amparo para criminales de
guerra y otros delincuentes, reserva del narcotráfico, etc110.
En consecuencia los países del llamado Primer Mundo, entre ellos los europeos,
promovían políticas de protección, negando el acceso a su territorio a los habitantes de
regiones menos desarrolladas y potencialmente peligrosas:
Paradójicamente mientras en los países socialistas se eliminan las murallas
que impedían salir, en los Estados Unidos y, al parecer en Europa, se
levantan y levantarán murallas para impedir entrar111.
Partiendo de tal definición de la situación, Zea resaltó la necesidad de cambiar esta
última e impedir el alejamiento entre Europa y América Latina. El acercamiento, según Zea,
debería ser una de las prioridades de los países del Nuevo Mundo:
Precisamente en las difíciles relaciones de la América Latina con los Estados
Unidos —que ya deberían ser anacrónicas—, relaciones más viejas que la
confrontación Estados Unidos - Unión Soviética, sería importante la
presencia de otros grupos de naciones como las europeas, que ahora saben,
por experiencia de relaciones semejantes dentro de un horizonte vertical de
dependencia. Para la América Latina es de extraordinaria importancia una
presencia de Europa en América que permita ampliar la distensión que ha
hecho posible a esta Europa crear una Casa Común Europea. Tal presencia
posibilitaría la creación de una Casa más amplia dentro de la cual
109 Pedro Lange Churión, “Una hispanidad dialógica y conflictiva”, Quimera, 175, Diciembre 1998, pp. 63-64.110 Gustav Siebenmann, “Reflejos. Cómo Europa y Latinoamérica se veían y se ven recíprocamente”, La Torre, Año IX, Número 33, Enero-Marzo 1995, p. 2.111 Leopoldo Zea, “Sentido y proyección del Descubrimiento…, p. 115.
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encontraría lugar privilegiado. De otra forma la América Latina tendría que
buscar salidas que pusiesen fin a quinientos años de historia dependiente112.
También desde el otro lado del Atlántico, Francisco Ayala consideraba importante el
acercamiento entre la América Latina y España, la cual al ingresar en la comunidad europea
dispondría de mayores posibilidades para apoyar los intereses hispanoamericanos en los foros
internacionales y debería servir como puente entre los dos continentes113.
Más allá de la polémica se situaron también los intentos de profundizar en la
comprensión del significado del Quinto Centenario. Como ejemplo puede servir la
interpretación de Jaime Rubio Angulo:
La celebración del V Centenario del Descubrimiento no es otra cosa que el
intento de retomar, a nuestro modo, la tradición de nuestros orígenes; una
suerte de “repetición”. La repetición es en primer lugar la herencia en tanto
que “trasmitida y recibida”: la repetición es el retroceso a las posibilidades
que han sido. Es este acto comunitario de “repetición'”, que es a la vez
iniciativa e inauguración, lo que permite “hacer historia”; esta “repetición”,
es el fundamento de la historiografía, ya que el discurso histórico explícita
una identidad social no en tanto que dada o estable sino en tanto que se
diferencia de una época anterior o de otra sociedad. Las crónicas, las más
elaboradas o las más elementales, permanecen atadas al destino de un
pueblo. No es una simple retrospección sino la reanudación de lo que
podemos ser a partir de nuestro haber sido. En efecto, nuestra herencia son
las “posibilidades”, nuestros "proyectos". La repetición, entonces, significa
retomar nuestras potencialidades más propias bajo la forma de un destino
personal y colectivo114.
En esta dirección va la interpretación de José Luis López-Schümmer quien ve en el
Descubrimiento ante todo un mito, en particular, el mito de la recreación del mundo:
la significación del mito del descubrimiento [es] descubrir, de nuevo, la
unidad del mundo. (…) Aunque pueda hablarse de un encuentro entre dos
mundos en 1992, lo realmente significativo es el re-descubrimiento de
América, la re-creación del Nuevo Mundo, la re-novación del mito de la
unidad del mundo115.
112 Ibídem, p. 118.113 Cfr. Francisco Ayala,“El descubrimiento de América…, pp. 1008-1009.114 Jaime Rubio Angulo, “América - Europa comunidad de diferencias”, Cuadernos Americanos, No. 21, Vol. 3, Mayo-Junio 1990, p. 133.115 José Luis López-Schümmer, “El descubrimiento como mito…, p. 26.
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