Somos felices

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“Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme” (Sal 70, 2). A los parcipantes en la asamblea plenaria del Consejo Ponficio para la Promoción de la Nueva Evangelización Francisco Discurso 29/05/2015 Los amigos de Jesús Resúcitado y Sacramentado Queridos hermanos y hermanas: Me alegra recibiros al concluir la sesión plenaria que os ha ocupado con un tema de gran importancia para la vida de la Iglesia, como es la relación entre evangelización y catequesis. Acojo también de buen grado a los miembros del Consejo internacional para la catequesis, que ya es parte integrante de vuestro dicasterio. Agradezco a mon- señor Rino Fisichella su saludo inicial y, juntamente con él, a todo el Consejo para la promoción de la nueva evan- gelización que ya está inmerso en la preparación del Jubi- leo extraordinario de la misericordia. Un Año santo que os he confiado a vosotros para que aparezca de forma más evidente que el don de la misericordia es el anuncio que la Iglesia está llamada a transmir en su obra de evangelización en este empo de grandes cambios. de 2015 / Nº 2

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“Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme” (Sal 70, 2).

A los participantes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización

Francisco Discurso

29/05/2015

Los amigos de Jesú s Resúcitado y Sacramentado

Queridos hermanos y hermanas: Me alegra recibiros al concluir la sesión plenaria que os ha ocupado con un tema de gran importancia para la vida de la Iglesia, como es la relación entre evangelización y catequesis. Acojo también de buen grado a los miembros del Consejo internacional para la catequesis, que ya es parte integrante de vuestro dicasterio. Agradezco a mon-señor Rino Fisichella su saludo inicial y, juntamente con él, a todo el Consejo para la promoción de la nueva evan-gelización que ya está inmerso en la preparación del Jubi-leo extraordinario de la misericordia. Un Año santo que os he confiado a vosotros para que aparezca de forma más evidente que el don de la misericordia es el anuncio que la Iglesia está llamada a transmitir en su obra de evangelización en este tiempo de grandes cambios.

de 2015 / Nº 2

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Precisamente estos cambios son una feliz provocación para captar los sig-nos de los tiempos que el Señor ofre-ce a la Iglesia para que sea capaz —como lo supo hacer a lo largo de dos mil años— de llevar a Jesucristo a los hombres de nuestro tiempo. La mi-sión es siempre idéntica, pero el len-guaje con el cual anunciar el Evangelio pide ser renovado con sabiduría pas-toral. Esto es esencial tanto para ser comprendidos por nuestros contem-poráneos como para que la Tradición católica pueda hablar a las culturas del mundo de hoy y ayudarles a abrir-se a la perenne fecundidad del mensa-je de Cristo. Son tiempos de grandes desafíos, que no debemos tener mie-do de hacer nuestros. En efecto, sólo en la medida en que nos haremos car-go de los mismos seremos capaces de ofrecer respuestas coherentes, por haber sido elaboradas a la luz del Evangelio. Es esto lo que los hombre esperan de la Iglesia: que sepa cami-nar con ellos ofreciendo la compañía del testimonio de la fe, que hace soli-darios con todos, en especial con quienes están más solos o son margi-nados. ¡Cuántos pobres —incluso po-bres en la fe— esperan el Evangelio que libera! ¡Cuántos hombres y muje-res, en las periferias existenciales ge-neradas por la sociedad consumista, atea, esperan nuestra cercanía y nues-

tra solidaridad! El Evangelio es el anuncio del amor de Dios que, en Je-sucristo, nos llama a participar de su vida. La nueva evangelización, por lo tanto, es esto: tomar conciencia del amor misericordioso del Padre para convertirnos también nosotros en ins-trumentos de salvación para nuestros hermanos. Esta conciencia, que ha sido sembrada en el corazón de cada cristiano el día de su Bautismo, pide crecer, junto con la vida de la gracia, para dar mucho fruto. Es aquí donde se introduce el gran tema de la catequesis como el espacio dentro del cual la vida de los cristianos madura al experimentar la misericordia de Dios. No es una idea abstracta de misericordia, sino una experiencia concreta con la cual com-prendemos nuestra debilidad y la fuerza que viene de lo alto. «Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: “Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme” (Sal 70, 2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxi-lio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, to-cados por su compasión, también no-sotros llegaremos a ser compasivos con todos» (Misericordiae Vultus, 14).

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El Espíritu Santo, que es el protagonista de la evangelización, es también el artífice del

crecimiento de la Iglesia en comprender la verdad de Cristo. Es Él quien abre el corazón

de los creyentes y lo transforma para que el perdón recibido se convierta en experien-

cia de amor para los hermanos. Es siempre el Espíritu quien abre la mente de los discí-

pulos de Cristo para comprender más en profundidad el compromiso requerido y las

formas con las cuales dar consistencia y credibilidad al testimonio. Tenemos gran nece-

sidad del Espíritu para que abra nuestra mente y nuestro corazón.

La pregunta sobre cómo estamos educando en la fe, por lo tanto, no es retórica, sino

esencial. La respuesta requiere valentía, creatividad y decisión de emprender caminos a

veces aún inexplorados. La catequesis, como componente del proceso de evangeliza-

ción, necesita ir más allá del simple ámbito escolar, para educar a los creyentes, desde

niños, a encontrar a Cristo, vivo y operante en su Iglesia. Es el encuentro con Él lo que

suscita el deseo de conocerlo mejor y, por lo tanto, seguirlo para llegar a ser sus discí-

pulos. El desafío de la nueva evangelización y de la catequesis, por lo tanto, se juega

precisamente en este punto fundamental: cómo encontrar a Cristo, cuál es el lugar más

coherente para encontrarlo y seguirlo.

Os aseguro mi cercanía y mi apoyo en esta tarea tan urgente para nuestras comunida-

des. Os encomiendo a la Virgen Madre de la Misericordia para que su apoyo y su inter-

cesión os ayuden en esta ardua misión. Os bendigo de corazón y, por favor, os pido que

recéis por mí.

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Oración para pedir los dones del Espíritu Santo Ven Espíritu Santo y concédenos el don de la SABIDURÍA, que dándonos a conocer la verdadera dicha, nos haga gustar los bienes espirituales.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén

Ven Espíritu Santo y concédenos el don del ENTENDIMIENTO, para que más fácilmente penetremos los misterios de nuestra fe.

Gloria al Padre...

Ven Espíritu Santo y concédenos el don del CONSEJO, que nos haga elegir en todo momento lo que contribuya más a la gloria de Dios.

Gloria al Padre...

Ven Espíritu Santo y concédenos el don de la FORTALEZA, que haciéndonos superar todos los obstáculos que se nos presentan, nos una íntimamente a Dios.

Gloria al Padre...

Ven Espíritu Santo y concédenos el don de la CIENCIA, que nos permita conocer profundamente a Dios y a nosotros mismos.

Gloria al Padre...

Ven Espíritu Santo y concédenos el don de la PIEDAD, que nos conduzca a cumplir con facilidad todo lo que sea del servicio de Dios.

Gloria al Padre...

Ven Espíritu Santo y concédenos el don del TEMOR DE DIOS, que nos haga evitar con el mayor cuidado todo lo que puede desagradar a nuestro Padre celestial.

Gloria al Padre…

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Texto del Evangelio (Mt 6,7-15):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. »Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vues-tro Padre perdonará vuestras ofensas».

Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros

nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fué-

ramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajo-

so. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor faci-

lidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado

de humildad.

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