Ruinas Del Museo
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En las ruinas del museoDouglas Crimp
El término alemán museal tiene inflexiones desagradables. Describe objetos hacia los cuales el observador ya no tiene una relación vital y que están moribundos. Deben su preservación más al respeto histórico que a las necesidades del presente. Museo y mausoleo son términos que están relacionados por algo más que una asociación fonética. Los museos son los mausoleos de las obras de arte.
Theodor W. Adorno, “Valéry Proust Museum”
Al examinar el montaje de la sala del arte del siglo XIX en las nuevas
Galerías André Meyer del Museo Metropolitano, Hilton Kramer
ridiculizaba la inclusión del salón de pintura. Caracterizándolo como
tonto, sentimental e impotente, Kramer aseguraba que, dado que el
nuevo montaje había sido hecho hace una generación, los cuadros
deberían haber permanecido en los depósitos del museo, donde alguna
vez habían sido consignados con justicia:
Después de todo, es el destino de los cadáveres permanecer enterrados,
y el salón de pintura está en efecto bien muerto.
Pues hoy es un arte tan muerto que no puede encontrarse un
historiador del arte que detecte algún simulacro de vida en sus restos
descompuestos. En la última década, de hecho, ha surgido en el mundo
académico una sub-profesión poderosa que se especializa en estos
desentierros lúgubres1.
Las metáforas de Kramer acerca de la muerte y decadencia del museo
evocan el ensayo de Adorno, en el cual se analizan las experiencias
opuestas pero complementarias de Valéry y Proust en el Louvre,
excepto que Adorno insiste en esta mortalidad museal como una
consecuencia inevitable de una institución atrapada en las
contradicciones de su cultura y, por lo tanto, una mortalidad que se
extiende a cada uno de los objetos allí consignados.2 En contraste,
Kramer, manteniendo su fe en la vida eterna de las piezas maestras,
vincula las condiciones de vida y muerte no al museo o la historia
particular de la cual éste es un instrumento, sino a las obras de arte
mismas, a su carácter autónomo amenazado por las distorsiones que
podría crear un montaje equivocado. Él por lo tanto desea explicar
“este giro extraño que ubica bajo el mismo techo una pequeña pintura
banal como Pygmalion y Galatea de Gérôme con piezas maestras de la
talla de Pepito de Goya y Woman with a Parot de Manet. ¿Qué clase de
gusto es éste -o qué sistema de valores— que puede acomodar
fácilmente opuestos tan obvios?”
La respuesta se encuentra en ese fenómeno tan ampliamente discutido
–la muerte del modernismo—. Mientras el movimiento modernista se
concebía como algo en continuo crecimiento, no había duda acerca del
renacimiento de pintores como Gérôme o Bouguereau. El modernismo
hizo uso de una autoridad tanto moral como estética que destituía tal
resurrección. Pero la defunción del modernismo nos ha dejado con
pocas, quizá con ninguna defensa contra las incursiones de un gusto
espurio. Bajo la nueva indulgencia del postmodernismo, todo vale [...]
Es como una manifestación de este ethos posmodernista [...] lo
que necesita la instalación del arte del siglo XIX del MET [...] para
comprenderse. Lo que se nos brinda en las maravillosas nuevas
Galerías de André Meyer es la primera explicación comprensiva del arte
del siglo XIX desde un punto de vista posmodernista en uno de nuestros
museos más importantes3.
Tenemos aquí un ejemplo del conservadurismo cultural moralizante de
Kramer presentado como modernismo progresivo. Pero tenemos
también una interesante apreciación de la práctica discursiva del
museo durante el período del modernismo y de su transformación
actual. El análisis de Kramer fracasa, sin embargo, en no tomar en
cuenta hasta donde el reclamo del museo por representar el arte
coherentemente ya ha sido puesto en cuestión por las prácticas del arte
–posmodernista— contemporáneo.
Uno de los primeros usos del término postmodernismo aplicado a
las artes visuales se encuentra en “Other Criteria” de Leo Steinberg, en
el desarrollo de una discusión en torno a la transformación que llevó a
cabo Robert Rauschenberg de la superficie de la pintura hacia lo que
Steinberg llama “plancha”4, haciendo referencia, significativamente, al
proceso de impresión5. Este plano imagen plancha es una nueva clase
de superficie pictórica, una que efectúa, de acuerdo con Steinberg, “el
giro más radical en el objeto del arte, el giro de la naturaleza a la
cultura”6. Es decir, la plancha es una superficie que puede recibir un
vasto y heterogéneo conjunto de imágenes y artefactos culturales que
no habían sido compatibles con el campo pictórico de la pintura tanto
premodernista como modernista. (Una pintura modernista, desde el
punto de vista de Steinberg, retiene la orientación natural de la visión
del espectador, aspecto que la pintura posmodernista abandona.)
Aunque Steinberg, al escribir en 1968, no tenía una noción precisa de
las amplias implicaciones del término postmodernismo, su lectura de la
revolución implícita en la obra de Rauschenberg puede tanto precisarse
como extenderse, si tomamos su denominación en serio.
El ensayo de Steinberg sugiere paralelos importantes al proyecto
“arqueológico” de Michel Foucault. No sólo el término postmodernismo
implica lo que Foucault llamaría la episteme, o archivo, del
modernismo, sino aún más específicamente, cuando insiste en dos
clases radicalmente distintas de superficie pictórica sobre las cuales
diferentes clases de información pueden acumularse y organizarse,
1 Hilton Kramer, “Does Gérôme Belong with Goya and Manet?” New York Times, Abril 13, 1980, sección 2, p. 35.2 Theodor W. Adorno, “Valéry Proust Museum”, en Prisms, traducción al inglés Samuel y Shiery Weber (Londres: Neville Spearman, 1967), pp. 173-186.3 Kramer, “Does Gérôme Belong,” p. 35.4 N.T. El término original es flatbed que se refiere a la parte trasera de los camiones que es abierta, no tiene lados y sirve para transportar objetos de gran tamaño como carros o maquinaria. La flatbed press es una prensa de impresión.5 Leo Steinberg, “Other Criteria”, in Other Criteria (New York: Oxford University Press, 1972), pp. 55-91. Este ensayo se basa en una conferencia presentada en el Museo de Arte Moderno, New York, en Marzo de 1968.6 Ibíd. , p. 84.
Steinberg hace uso de la misma figura que empleó Foucault para
representar la incompatibilidad de los períodos históricos: las tablas
sobre las cuales el saber sobre ellos se formula. La arqueología de
Foucault involucraba el reemplazo de aquellas unidades de
pensamiento historicista como la tradición, la influencia, el desarrollo,
la evolución, la fuente y el origen con conceptos como discontinuidad,
ruptura, umbral, límite y transformación. Así, en términos de Foucault,
si la superficie de una pintura de Rauschenberg realmente involucra la
clase de transformación que reclama Steinberg, entonces no puede
afirmarse que evoluciona a partir de o que de alguna manera es la
continuación de la superficie de una pintura modernista7.Y si las
imágenes plancha de Rauschenberg se experimentan como imágenes
que producen tal ruptura o discontinuidad con el pasado modernista,
como creo que lo hacen y como pienso que lo llevan a cabo muchos
artistas de hoy, entonces quizá estamos en efecto experimentando una
de esas transformaciones en el campo epistemológico que describe
Foucault. Pero no es sólo, por supuesto, la organización del
conocimiento lo que se transforma de manera irreconocible en ciertos
momentos de la historia. También emergen nuevas instituciones de
poder así como nuevos discursos: de hecho, ambos son
interdependientes. Foucault analizó las instituciones modernas de
confinamiento –el asilo, la clínica y la prisión— y sus respectivas
7 Ver la discusión de Rosalind Krauss acerca de la diferencia radical entre el collage cubista y el collage “reinventado” de Rauschenberg en “Rauschenberg and the Materialized Image”, Artforum, no. 4 (Diciembre 1974), pp. 36-43.
formaciones discursivas –la locura, la enfermedad y la criminalidad—.
Hay otra institución de confinamiento esperando un análisis
arqueológico –el museo— y otra disciplina –la historia del arte—. Ambas
son las condiciones de posibilidad del discurso que hoy conocemos
como arte moderno. Y Foucault mismo sugería la forma de empezar a
pensar en este análisis.
§
A menudo se ubica el comienzo del modernismo en la obra de Manet de
inicios de la década de 1860, en la cual la relación de la pintura con sus
precedentes histórico-artísticos se hace de una forma
desvergonzadamente obvia. La Venus de Urbino de Tiziano se plantea
tan reconocible como vehículo para la pintura de una cortesana
moderna en la Olympia de Manet, así como el tono rosado sin escala
que compone su cuerpo. Justo cien años después de la forma en que
Manet convierte la relación de la pintura con sus fuentes como una
problemática auto consciente,8 Rauschenberg realizó una serie de
cuadros usando imágenes de Rokeby Venus de Velásquez y de Venus at
Her Toilet de Rubens. Pero las referencias de Rauschenberg a las
pinturas de los grandes maestros se llevan a cabo de una manera
enteramente distinta a la de Manet; mientras Manet duplicaba la pose,
la composición y ciertos detalles del original en una transformación
pintada, Rauschenberg simplemente hacía serigrafías con
reproducciones fotográficas de los originales en superficies que
también podrían contener imágenes tales como camiones y
helicópteros. Si los camiones y los helicópteros se extraviaron en la
superficie de Olympia, no sólo fue debido a que obviamente tales
productos de la época moderna no había sido inventados todavía, sino
porque además la coherencia estructural que hacía a un soporte legible
como imagen en el umbral del modernismo difiere radicalmente de la
lógica pictórica que se instala al comienzo del postmodernismo. Justo lo
que constituye la lógica particular de una pintura de Manet lo sugiere
Foucault en un ensayo acerca de la Tempation of St. Anthony de
Flaubert:
Déjeneur sur l’Herbe y Olympia fueron quizá las primeras pinturas de museo,
las primeras pinturas en el arte europeo que fueron menos una respuesta a los
logros de Giorgione, Rafael y Velásquez que un reconocimiento (sostenido por
esta singular y obvia conexión, usando esta referencia legible para encubrir su
maniobra) de la nueva y substancial relación de la pintura hacia sí misma,
como una manifestación de la existencia de los museos y de la realidad
particular y la interdependencia que las pinturas adquieren en los museos. En
el mismo período, The Temptation fue el primer trabajo literario para
comprender las instituciones frondosas donde los libros se acumulan y donde
la lenta e incontrovertible vegetación del saber prolifera lentamente. Flaubert
es para la biblioteca lo que Manet es para el museo. Ambos producen trabajos
en una relación auto consciente con textos o pinturas previas –o más que eso
con los aspectos de la pintura o la escritura que permanecen indefinidamente
abiertos—. Erigen su arte dentro del archivo. No fueron producidos para
promover lamentaciones –de juventud perdida, la ausencia de vigor, y el
declive de la inventiva—mediante la cual abordamos la edad alejandrina, sino
para descubrir un aspecto esencial de nuestra cultura: ahora toda pintura
pertenece a la gran superficie de la pintura y todo trabajo literario está
confinado al murmullo indefinido de la escritura.9
Casi al final de su ensayo, Foucault señala que “Saint Anthony parece
invocar a Bouvard and Pécuchet, al menos en la medida en que el
último permanezca como su sombra grotesca”. Si The Temptation
señala a la biblioteca como la creadora de la literatura moderna,
entonces Bouvard and Pécuchet la señalan como el suelo movedizo de
una cultura clásica irredimible. Bouvard and Pécuchet es una novela
que sistemáticamente parodia las inconsistencias, irrelevancias y la
tontería de las ideas típicas de mediados del siglo XIX. En efecto, el
8 No todos los historiadores del arte están de acuerdo en que Manet volvió problemática la relación de la pintura con sus fuentes. Así es, sin embargo, el punto de partida de Michael Fried en “Manet’s sources: Aspects of his Art, 1859-1865” (Artforum 7, no. 7 [March 1969], pp. 28-82] cuyas frases iniciales afirman, “Si hay alguna pregunta que guíe nuestra comprensión de la obra de Manet durante la primera mitad de la década de 1860 es esta: ¿Cómo abordamos las numerosas referencias en sus pinturas de aquellos años al trabajo de los grandes pintores del pasado?” (p. 28). En parte, la suposición de Fried de que las referencias al arte previo de Manet eran diferentes, en su “literalidad y obviedad”, a las formas como la pintura occidental había previamente usado fuentes, condujo a Theodor Reff a atacar el ensayo de Fried diciendo, por ejemplo, “Cuando retrata a sus modelos en actitudes prestadas de imágenes famosas de Holbein, Miguel Angel y Anibale Carraci, humorísticamente se burla de la relevancia de éstas para su propio tema; cuando Ingres deliberadamente se refiere en sus composiciones religiosas a las de Rafael, y a la escultura griega o la pintura romana en sus retratos a ejemplos conocidos, ¿no revelan la misma conciencia histórica que da forma a los primeros trabajos de Manet?” (Theodor Reff, “’Manet’s Sources’: A Critical Evaluation”, Artforum 8, no. 1 [September 1969], p. 40). Como resultado de esta negación de la diferencia, Reff es capaz de continuar aplicando al modernismo metodologías histórico-artísticas inventadas para explicar el arte del pasado, por ejemplo, cuál explica la verdadera relación particular del arte Renacimiento italiano con el arte de la antigüedad clásica.
Fue un ejemplo que parodia dicha aplicación ciega de la metodología de la historia del arte a la obra de Rauschenberg lo que ocasionó este ensayo: en una conferencia del crítico Robert Pincus-Witten,se afirmó que la fuente del Monogram de Rauschenberg (un ensamblaje que emplea a cabra de peluche) era ¡Scapegoat! de William Holman Hunt.
“Diccionario de Ideas Recibidas” fue hecho para adornar un segundo
volumen de la última, inacabada novela de Flaubert.
Bouvard and Pécuchet es la historia de dos solteros excéntricos
parisinos que, en un encuentro al azar, descubren una simpatía mutua y
se dan cuenta que ambos son escribanos de banco. Comparten el
desagrado por la vida de la ciudad y en particular por estar condenados
a pasar el día sentados detrás de un escritorio. Cuando Bouvard hereda
una pequeña fortuna, ambos compran una hacienda en Normandía a
donde se retiran, esperando vivir la realidad que se les había negado en
media vida de oficinas parisinas. Empiezan con la idea de que
cultivaran la hacienda, en lo que fracasan miserablemente. De la
agricultura ellos se desplazan al campo más especializado de la
arboricultura. Al fracasar, se deciden por el diseño de jardines. Con el
ánimo de prepararse para cada nueva profesión, consultan varios
manuales y tratados, ante los cuales quedan perplejos debido a que
encuentran contradicciones e informaciones erróneas de todo tipo. Los
consejos son o confusos o totalmente inaplicables: teoría y práctica
nunca coinciden. Impávidos ante sus fracasos sucesivos, sin embargo,
se mueven inexorablemente a la próxima actividad, sólo para encontrar
que es demasiado inconmensurable con relación a los textos que se
supone las representa. Intentan la química, la fisiología, la anatomía, la
9 Michel Foucault, “Fantasia of the Library”, en Language, Counter-Memory, Practice, trad. al inglés de Donald F. Bouchard y Sherry Simon (Ithaca: Cornell University Press, 1977), pp. 92-93.
geología, la arqueología—y la lista continua—. Cuando finalmente
sucumben ante el hecho de que el conocimiento en el que han confiado
es una mezcla de contradicciones caóticas bastante separadas de la
realidad que buscan confrontar, vuelven a su trabajo inicial de
escribanos. He aquí uno de los escenarios que crea Flaubert para el
final de la novela:
Copian papeles caóticamente, todo lo que encuentran, envolturas de
cigarrillos, periódicos, afiches, libros viejos, etc. (objetos reales y sus
imitaciones. Típicos de cada categoría).
Luego, sienten la necesidad de crear una taxonomía, hacen tablas,
oposiciones antitéticas tales como “crímenes del rey y crímenes del pueblo”.—
bendiciones de la religión, crímenes religiosos. Beldades de la historia, etc.; a
veces, sin embargo, se encuentran con verdaderos problemas ubicando las
cosas en su lugar adecuado por lo cual sufren profundas ansiedades.
-¡Adelante! ¡Suficiente especulación! ¡Sigue copiando! La pagina debe
llenarse. Todo es igual, lo bueno y lo malo. Lo estúpido y lo sublime –lo bello y
lo feo— lo insignificante y lo único, todos se vuelven una exaltación de lo
estadístico. No hay mas que hechos –y fenómenos—.
Gozo final.10
En un ensayo acerca de Bouvard and Pécuchet, Eugenio Donato
sostiene persuasivamente que el emblema para la serie de actividades
heterogéneas de las actividades de los dos solteros no es, como
Foucault y otros han reclamado, la enciclopedia-biblioteca, sino más
que eso el museo. No sólo porque éste es un término privilegiado por la
10 Citado en Eugenio Donato, “The Museum’s Furnace: Notes Toward a Contextual Reading of Bouvard and Pécuchet”, en Perspectives in Post-Structural Criticism, ed. Josué V. Hararu (Ithaca: Cornell University Press, 1979), p. 214.
novela en sí misma sino también por la absoluta heterogeneidad que el
museo agrupa. Contiene todo lo que contiene la biblioteca, y también a
la biblioteca misma:
Si Bouvard y Pécuchet nunca acoplaron lo que puede contar como una
biblioteca, se las arreglaron sin embargo para fundar un museo privado
para ellos mismos. El museo, de hecho, ocupa un lugar central en la
novela; se conecta al interés de los protagonistas en la arqueología, la
geología y la historia y es así como a través del Museum se exponen con
claridad cuestiones acerca de los orígenes, la causalidad, la
representación y la simbolización. El Museum, así como los asuntos a
que éste intenta responder, dependen de la arqueología epistemológica.
Sus pretensiones representacionales e históricas se basan en un
número de preceptos metafísicos acerca de los orígenes –la arqueología
intenta, después de todo, ser una ciencia del archēs—. Los orígenes
arqueológicos son importantes en dos sentidos: cada artefacto
arqueológico tiene que ser un artefacto original, y estos artefactos
originales deben a su vez explicar “el significado” de una historia
subsecuente más amplia. Así, en el ejemplo caricaturesco de Flaubert,
la fuente bautismal que descubren Bouvard y Pécuchet tiene que ser
una piedra celta de sacrificio, y la cultura celta tiene a su vez que
operar como un patrón original para la historia cultural.11
Bouvard y Pécuchet derivan de las pocas piedras que quedan del
pasado celta no sólo toda la cultura occidental sino además el
11 Ibíd., p. 220. La continuidad aparente entre los ensayos de Foucault y Donato es aquí ambigua puesto que como Donato está explícitamente comprometido en una crítica de la metodología arqueológica de Foucault, sostiene que esto implica que Foucault retorna a una metafísica del origen. Foucault mismo fue mas allá de su “arqueología” tan pronto como la decodificó en The Archaeology of Knowledge (New York: Pantheon Books, 1969).
“significado” de esa cultura. Esos menhires los conducen a construir el
ala fálica de su museo:
En tiempos antiguos, torres, pirámides, candelabros, postes y aún
árboles tienen una significación fálica, y para Bouvard y Pécuchet todo
se vuelve fálico. Coleccionaron ejes de carretas, patas de sillas,
pasadores de cerrojos, pistilos de morteros de farmacias. Cuando la
gente venía a verlos les preguntarían: “¿A qué cree que se le parece?”,
confesaban el misterio, y si había objeciones, se encogían de hombros
lastimosamente.12
Aún en esta subcategoría de objetos fálicos, Flaubert mantiene la
heterogeneidad de los artefactos del museo, una heterogeneidad que
desafía la sistematización y homogeneización que demanda el saber.
El conjunto de objetos que despliega el Museum se mantiene unido sólo
por la ficción que de alguna manera los constituye como un universo
representacional coherente. La ficción que se crea mediante un
desplazamiento metonímico repetido de los fragmentos por la totalidad,
del objeto por la etiqueta, de series de objetos por series de etiquetas,
puede aún producir una representación que es de alguna manera
adecuada a un universo no lingüístico. Tal ficción resulta de una
creencia acrítica en la idea de que ordenar y clasificar, esto es, la
yuxtaposición espacial de fragmentos, puede producir una compresión
representacional del mundo. Si desaparece la ficción, no queda más en
el Museum que “baratijas”, un montón de fragmentos de objetos sin
sentido y valor que son incapaces de sustituirse a sí mismos ya sea
12 Gustave Flaubert, Bouvard abd Pécuchet, trad. al inglés A. J. Krailsheimer (New York: Penguin Books, 1976), pp. 114-115.
metonímicamente por el original o metafóricamente por sus
representaciones.13
Esta mirada del museo es lo que Flaubert figura a través de la comedia
de Bouvard and Pécuchet.
Fundada en las disciplinas de la arqueología y la historia natural,
ambas heredadas de la antigüedad clásica, el museo fue una institución
desacreditada desde el mismo instante de su gestación. Y la historia de
la museología es una historia de los intentos diversos por negar la
heterogeneidad del museo, de reducirlo a una serie o a un sistema
homogéneo. La fe en la posibilidad de ordenar las “baratijas” del
museo, haciendo eco del de Bouvard y Pécuchet, persiste hasta
nuestros días. Montajes como el de la colección del siglo XIX en las
Galerías Andrew Meyer, particularmente numerosos a través de las
décadas de los años setenta y ochenta, son testimonios de dicha fe. Lo
que alarmó a Hilton Kramer es que el criterio para determinar el orden
de los objetos estéticos en el museo durante la era del modernismo –la
“auto manifiesta” cualidad de las piezas maestras— ha sido
abandonada, y como resultado “todo vale”. Nada podía testificar más
elocuentemente la fragilidad del reclamo del museo de que representa
coherentemente cualquier cosa.
§
13 Donato, “The Museum’s Furnace”, p. 223.
En el período que sigue a la Segunda Guerra Mundial, el monumento
más grande a la misión del museo es el Museo sin Paredes de André
Malraux. Si Bouvard and Pécuchet es una parodia de las ideas típicas
a mediados del siglo XIX, el Museo sin Paredes es la expresión
hiperbólica de dichas ideas a mediados del XX. Las pretensiones que
exagera Malraux son las de “la historia del arte como una disciplina
humanística”14. Pues Malraux encuentra en la noción de estilo el
principio último homogeneizante, de hecho la esencia del arte,
hipostasiada, curiosamente, a través del medio fotográfico. Cualquier
trabajo de arte que pueda fotografiarse puede ocupar un puesto en el
supermuseo de Malraux. Pues la fotografía no sólo asegura la admisión
de varios objetos, fragmentos de objetos, detalles de objetos al museo,
sino también el mecanismo organizador: reduce la que es ahora una
heterogeneidad aún más vasta a una similitud singular perfecta. A
través de la reproducción fotográfica un camafeo toma lugar en una
página próxima a un tondo pintado o a un relieve; un detalle de Rubens
en Antwerp se compara a uno de Miguel Angel en Roma. La diapositiva
de la conferencia de un historiador del arte y la del examen del
estudiante de historia del arte habitan el museo sin paredes. En un
excelente ejemplo reciente ofrecido por uno de nuestros eminentes
historiadores del arte, el boceto en óleo de un pequeño detalle de una
calle empedrada en Paris—A Rainy Day, pintado en la década de los
años 1870 por Gustave Caillebotte, ocupa el lado izquierdo de la
pantalla mientras un pintura de Robert Ryman de la serie Winsor de
1966 ocupa el lado derecho, y ¡listo! Son una y la misma.15 ¿Pero
precisamente que clase de saber es éste que puede ofrecerse en un
estilo o esencia artística? He aquí a Malraux:
En nuestro Museo sin Paredes, pintura, fresco, miniatura y vitral parecen una
y la misma familia. Pues todas –miniaturas, frescos, vitrales, tapices, placas
escitas, cuadros, pinturas en jarrones griegos, “detalles” y aun estatuaria— se
han vuelto “fotos a color”. En el proceso han perdido sus propiedades como
objetos; pero, por la misma razón han ganado algo: la máxima significación
que pueden adquirir como estilo. Es difícil para nosotros entender con
claridad el vacío entre la puesta en escena de una tragedia de Esquilo, que
incluye la amenaza persa y los Salamis entrando en la Bahía, y el efecto que
obtenemos cuando la leemos; sin embargo, aunque sutilmente, sentimos la
diferencia. Todo lo que queda de Esquilo es su genialidad. Sucede lo mismo
14 La frase es de Erwin Panofsky; ver su artículo “The History of Art as a Humanistic Discipline”, en Meaning in the Visual Arts: Papers in and on Art History (Garden City, N.Y.: Doubleday Anchor Books, 1955), pp. 1-25.15 Esta comparación la presentó por primera vez Robert Rosenblum en un simposio titulado “Modern Art and the Modern City: From Caillebotte and the Impressionists to the Present Day”, montada en asocio con la exhibición de Gustave Caillebotte en el Brooklyn Museum en marzo de 1977. Rosenblum publicó una versión de su conferencia, aunque sólo se ilustraron los trabajos de Caillebotte. El siguiente extracto será suficiente para dar una impresión acerca de la comparación hecha por Rosenblum: “El arte de Caillebotte parece estar a tono con algunas de las innovaciones estructurales de la pintura y escultura no figurativa reciente. Su comprensión, en la década de 1870, de la nueva experiencia del París moderno [...] implica formas frescas de ver que están sorprendentemente cerca a nuestra década. Para uno, él parece haber polarizado mas que cualquiera de sus contemporáneos expresionistas los extremos de lo azaroso y lo ordenado, usualmente yuxtaponiendo estos modos contrarios en el mismo trabajo. Los parisinos en la ciudad y el campo vienen y van en espacios abiertos, pero dentro de sus movimientos reposados están las retículas de la regularidad aritmética y tecnológica. Andamios de acero intercalados o paralelos se mueven con el ritmo de un A-A-A-A junto con el entramado de un puente. Retículas cuadriculadas de pavimento muestran los sistemas repetitivos de los andamios que vemos en Warhol en el joven Stella, en Ryman o en Andre. Rayas, como en Daniel Buren, les imponen de repente un orden estético alegre y primario al flujo y desorden urbano. Robert Rosenblum, “Gustave Caillebotte: The 1970s and the 1870s”, Artforum 15, no. 7 [March 1977], p. 52). Cuando Rosenblum volvió a presentar la comparación entre Caillebotte y Ryman en diapositivas en un simposio sobre modernismo en Hunter College en Marzo de 1980, admitió que era quizá lo que Panofsky hubiera llamado un seudomorfismo.
con las figuras que en la reproducción pierden tanto su significación original
como objetos así como su función (religiosa o cualquier otra); las vemos sólo
como obras de arte y nos traen a casa sólo el talento de su creador. Podríamos
llamarlas no “trabajos” sino “instantes” de arte. Pese a ser tan diversos como
son, todos estos objetos [...] hablan del mismo esfuerzo; es como si una
presencia invisible, el espíritu del arte, les impusiera a todos la misma misión
[...] Así es que, gracias a la imprecisa unidad impuesta por la reproducción
fotográfica a una multiplicidad de objetos, que van desde la estatua al
bajorrelieve, del bajorelieve a la impresión de sellos, y de estos a las placas de
los nómadas, un “Estilo Babilónico” parece emerger como una entidad real, no
una mera clasificación –sino como algo que refleja, más bien, la vida de un
gran creador. Nada comunica más vívida y persuasivamente la noción de un
destino que da forma a los fines humanos que los grandes estilos, cuyas
evoluciones y transformaciones parecen como grandes cicatrices que el
Destino ha dejado, al pasar, sobre la faz de la tierra.16
Todas las obras que llamamos arte, o al menos todas las que pueden
someterse al proceso de la reproducción fotográfica, pueden ocupar un
lugar en la gran superouvre, el arte como ontología, creado no por
hombres y mujeres en su contingencia histórica sino por el Hombre en
su verdadero ser. Es el saber “facilitador” del cual da testimonio el
Museo sin Paredes. Y, al mismo tiempo, es el engaño con el que la
historia del arte está mas profundamente, a menudo de forma
inconsciente, comprometida.
Pero Malraux comete un error fatal al final de su Museo: admite en sus
páginas la cosa precisa que había constituido su homogeneidad; eso es,
16 André Malraux, The Voice of Silence, trad. al inglés Stuart Gilbert, Bollingen Series, no. 24 (Princeton: Princeton University Press, 1978), pp. 44, 46.
por supuesto, la fotografía. En tanto la fotografía sea considerada
simplemente como un vehículo mediante el cual los objetos de arte
entraban al museo imaginario, se obtiene coherencia. Pero una vez la
fotografía misma entra, como un objeto entre otros, la heterogeneidad
se restablece en el núcleo mismo del museo; sus pretensiones de
conocimiento se arruinan. Pues aún la fotografía no puede hipostasiar
el estilo a partir de una fotografía.
§
En el “Diccionario de las Ideas Recibidas” de Flaubert” la entrada bajo
el nombre “Fotografía” reza, “Haremos obsoleta la pintura”. (Ver
Daguerrotipo).” Y en la entrada “Daguerrotipo” se dice, a su vez,
“Tomaremos el lugar de la pintura. (Ver Fotografía).17 Nadia tomaba en
serio la posibilidad de que la fotografía pudiera usurpar el lugar de la
pintura. Un poco menos de medio siglo después de la invención de la
fotografía tal noción era una de las ideas típicas que se parodiaban. En
nuestro siglo, hasta hace poco, sólo Walter Benjamin dio crédito a la
idea sosteniendo que inevitablemente la fotografía tendría un efecto
profundo en el arte, aún al extremo de que el arte de la pintura podría
desaparecer, al haber perdido su siempre famosa aura debido a la
reproducción mecánica. 18 Una negación de este poder de la fotografía
para transformar el arte continuó dando fuerza a la pintura modernista
durante el período de posguerra en los Estados Unidos. Pero después
en el trabajo de Rauschenberg la fotografía empezó a conspirar la
propia destrucción de la pintura.
Aunque con una sutil molestia se le llamó pintor a Rauschenberg
en la primera década de su carrera, cuando empezó sistemáticamente a
trabajar con imágenes fotográficas a los comienzos de la década de los
años sesenta se volvió menos y menos posible pensar en su trabajo
como pintura. Era por el contrario una forma híbrida de impresión.
Rauschenberg se había movido definitivamente de las técnicas de
producción (combines, ensamblajes) a las técnicas de reproducción
(estampado, transferencia de imágenes). Y este movimiento nos pone a
pensar en la obra de Rauschenberg como posmodernista. A través de la
tecnología de reproducción, el arte posmodernista abandona el aura. La
ficción de crear temas da lugar a una franca confiscación, citación,
selección, acumulación y repetición de imágenes ya existentes.19 Se
socavan las nociones de originalidad, autenticidad y presencia,
esenciales para el discurso del orden del museo. Rauschenberg se roba
Rokeby Venus y la imprime en la superficie de Crocus, que también
contiene pinturas de mosquitos y un camión, así como un Cupido
copiado con un espejo. Aparece de nuevo, dos veces, en Transom, ahora 17 Flaubert, Bouvard and Pécuchet, pp. 321,300.18 Ver Walter Benjamin, “The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction”, en Illuminations, trad. Al inglés Harry Zohn (New York: Schocken Books, 1969), pp. 172-251.19 Para una discusión anterior de estas técnicas posmodernistas dominantes en el arte reciente, ver Douglas Crimp, “Pictures”, October, no. 8 (Spring 1979), pp. 75-88.
en compañía de un helicóptero y de imágenes repetidas de torres de
agua sobre los techos de Manhattan. En Bycicle aparece con el camión
de Crocus y el helicóptero de Transom, pero también con un bote, una
nube y un águila. Se reclina justo encima de tres bailarinas de Merce
Cunningham en Overscast III y sobre una estatua de George
Washington y una llave de automóvil en Breakthrough. La
heterogeneidad absoluta que es el campo de operación de la fotografía,
y a través de la fotografía, el museo se esparce a través de la superficie
de la obra de Rauschenberg. Aún más, se esparce de un trabajo al otro.
Malraux fue cautivado por las posibilidades infinitas de su museo,
por la proliferación de discursos que ponía en movimiento,
estableciendo nuevas series estilísticas mediante la simple operación de
combinar las fotografías. Rauschenberg realiza dicha proliferación: el
sueño de Malraux se vuelve el chiste de Rauschenberg. Pero, por
supuesto, no todo el mundo entiende el chiste, ni siquiera el mismo
Rauschenberg, juzgando por la proclamación que compuso para el
Centennial Certificate del Museo Metropolitano en 1970:
Tesoro de la conciencia del hombre
Piezas maestras coleccionadas, protegidas y
honradas siempre. Eterno en
concepto, el museo acumula para
orquestar un momento de orgullo
sirviendo apolíticamente a la defensa
de los sueños e ideales de la humanidad
Consciente y receptivo a los
cambios, necesidades y complejidades
de la vida actual mientras mantiene
la historia y el amor vivos.
Este certificado, que contiene reproducciones fotográficas de obras
maestras del arte –sin la intromisión de cualquier otra cosa— fue
firmada por los directivos del Museo Metropolitano.