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Revista/TónicaNúmero 6. Año 1. Noviembre, 2012. Buenos Aires, Argentina. Revistatonica.com
Índice. Algunas Reseñas: Valeria Tentoni, Nicolás Correa,
Sebastián Pandolfelli, Iosi Havilio y otros / La noche porteña de los
ochenta, carnavales y represión: entrevista a Luis Mazzarello,
director de Editorial Wu Wei /La voz de Leonardo Sabbatella / Un
poco de porno con Andrés Barba / Los libros express del
kichnerismo / Devaneos en torno a Guebel y Garcés //.
Staff. Director_Juan Terranova/ Secretario de Redacción_Nacho
Damiano/ Redactores_Alicia Digón, Mariano Zamorano, Martín
Felipe Castagnet, Dolores Yomha, Leticia Martin, Mariano Vespa,
Marisol Córdoba, Ana Vicini, Mariano Bello, Adela Salzmann,
Natalia Gauna, Victoria Cotino, Luz Marus, Francisco Dalmasso,
Ignacio Rial-Schies, Ezequiel Barbosa Vera, Carlos
Mackevicius.//RT6
www.elcec.com.ar
Entrevista a Luis Mazzarello
Delirando no tan en pelotasPor Ezequiel Barbosa Vera // [email protected]
Me encuentro con Luis Mazzarello a unas cuadras de Parque Centenario
y lo reconozco por el sombrero negro. Antes de que pueda empezar a
grabar, el director de Wu Wei comienza a hablar de Flores, de pequeñas
guerras barriales que se disputaban con las bolitas de los paraísos
durante su infancia, de bombas que reventaron frente a sus ojos a
mediados de los setenta. Mientras habla reparo en el libro que lleva bajo
la palma de su mano, la portada contra la mesa, la contratapa un poco
manchada con tierra o barro. Menciona cámaras avanzadas, su gusto
por los cortos y del aliciente tecnológico para dar con “una expresividad
personal sin caer en una copia del mainstream de Hollywood”. En los
últimos días, asistió al ciclo Poesía en la plaza. Se refiere a su
organizador, Osvaldo Baigorria, como un gran trotamundos: “Es una
persona interesante, vive un poco en Buenos Aires y otro tanto en Tigre.
Me gustaría alternar de lugares en el futuro más próximo posible”, dice
entre risas.
Pero vos también estuviste por todos lados ¿no?
Más de pendejo. En realidad, soy un trotamundos dentro de esta
ciudad. Viví en muchos lugares, cada cuatro años me mudo aunque
ahora me quedé en la misma zona del mismo barrio. Y es muy loco
porque te da otra perspectiva, los barrios de Capital son muy
heterogéneos entre sí. Cuando empezás a tratar con el del bar, con el
que te cuida el estacionamiento, notás la matriz porteña argentina, pero
hay más variedad de la que parece. Yo nací en La Plata, después mis
viejos se vinieron para acá y paramos en Caballito, viví ahí hasta los
veintiuno, veintidós años. Después fui a Almagro y de Almagro, acá
cerca (en Valentín Virasoro y Ángel Gallardo). De ahí, me fui a Brasil,
más tarde a Chile y después volví para instalarme en Plaza Italia. Más
adelante, me fui a Belgrano y a Villa Urquiza… y los barrios cambian, en 2
diez cuadras todo cambia muchísimo. Caballito de cada lado de la vía es
diferente, por ejemplo. Devoto es muy lindo, la placita municipal con
sus barcitos, todo un mundo. Y un chetaje que es el chetaje de Villa
Devoto, el devotero es muy particular. Cada barrio tiene su cheto (risas).
Cuando íbamos a bailar a Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque
(GEVP) siempre se armaban peleas, había picadas entre la chetería de
periferia. Eran chetos periféricos porque el verdadero cheto es de otro
lugar. Los reales son los de Barrio Norte. Los otros son copias, clase
media simulando, con una aspiración X.
Ese imaginario del cheto y sus aspiraciones, ¿desapareció con
el tiempo?
Mirá, en el caso de mi generación no. Los tipos que ahora tienen
cuarenta y cinco o cincuenta y pico siguen medios centrados en ese nivel
de boludo. Creo que uno la va arrastrando y después cada uno tiene la
boludez de su época. Yo voy arrastrando un poco y el resto de mi
generación también: las palabras, los clichés, el tipo de camisa, todo.
Son identidades. Hoy hay mucho personaje impostado, como de serie.
¿Como si fuese sacado de una serie de televisión?
No veo televisión hace muchísimos años, solamente lo hago cuando voy
a lo de mi vieja, que tiene la TV prendida. Entonces cambio a un canal
de cine, me quedo viendo alguna película; pero como no la veo seguido
no puedo decir en qué cambió. Lo que pasa es que la televisión requiere
mucha atención para que uno arme su imagen continuamente, eso te
absorbe muchísimo porque tiende a producir cosas calientes en un
ámbito frío. En el cine ves la pantalla grande con alta definición, das
vuelta la cabeza y probablemente no te pierdas nada. En la televisión
volteas y ¿qué pasó? me perdí. Hay otro ambiente que quema neuronas
a lo pavote.
Hablamos de espectáculos, de festivales, del tiempo que se fue.
Mazzarello recuerda su participación en el Carnaval de Flores de 1994:
“Fue muy copado, durante todos los fines de semanas de febrero con
juegos, elección de la princesa, fue loquísimo. Muy diverso, tocaron
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desde la Bersuit a Ricky Maravilla, era muy mezclado y desde el
escenario veías que eran cuadras llenas, repleto… creo que ese deber
haber sido el mejor carnaval de los últimos veinte años. Vos sentías el
entusiasmo, ahora los corsos son más tristes.”
¿Cuál fue la manifestación más grande en la que participaste?
A mí lo que me dio más escalofríos fueron las marchas del 83 y del 84,
que eran multitudinarias, columnas, cuadras en la 9 de Julio cortadas y
repletas de vereda a vereda. Era portentoso. Fue la época de la apertura
democrática, nunca viví algo así, muy tranquilo, con todo el mundo
cantando. Veías cabezas y cabezas, las pancartas avanzando. El lugar
común era el “que se vayan”, lo otro estaba muy bien identificado. Hubo
dos eventos muy locos, uno fue el 30 de marzo, dos días antes de la
Guerra de Malvinas. Se armó un despelote terrible, metieron a un
montón de gente en cana, a mí no me agarraron porque era un gato y
salí corriendo (risas). Fue terrible. Lo que más me impresionó fue que a
los dos días se vuelve a llenar la Plaza pero vitoreando, festejando por la
Guerra. Y ahí hubo represión, corridas, palos, metieron gente en cana.
No hubo “resistencia” por parte de los manifestantes, tampoco es que
hubo cabezas rotas, yo al menos no las vi. Después, el seis de diciembre
del 82 se armó una trifulca que fue donde unos pibes golpearon las
puertas de la Casa Rosada, quemaron un montón de cosas, gomas, ahí
hubo represión con tanques de agua. Ésa fue la que marcó realmente la
caída de las Juntas, esa marcha fue brava.
¿Cuándo empezó tu relación con el mundo cultural?
Empezó por el 82, estaba ahí porque estudiaba cine en el CERC, estudio
que dejé inconcluso, como el resto de las carreras que cursé en mi vida
(risas). Después del CERC fui a Filosofía y Letras e ingresé en
Antropología. Entonces empecé a estar en ámbitos culturales, tuve la
suerte muy copada de conocer el Café Einstein el día que se inauguró:
pasé de casualidad, vi algo pintado de colores raros que me atrajo, entré
y resultó ser la apertura. Ese día estaba Katja Aleman que hizo una
performance extrañísima, fue un viajete. Así empecé con la movida. Yo
hacía cine y un par de cosas en video, comencé a ir frecuentemente al
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Café Einstein, de martes a sábado. Había días en los que no pasaba nada
y otros escuchabas a Sumo o Los Twist, había un montón de bandas,
todo arrancó ahí. Conocí a Eisenstein y a Chabán, hacía las fotos de una
banda que se llamaba Hollywood nunca aprenderá, participé en un
video de Soda Stereo… empezás a estar, estaba empezando todo y vos
estabas en todas. Era estar en el lugar adecuado, en algo seguro te ibas a
enganchar, en algo que participar, con alguien te ibas a enamorar.
Había una curtición tremenda (risas). Por aquel entonces, con un amigo
subsistíamos haciendo remeras de rock. De hecho, Luca usó una de Lou
Reed en un recital grabado de Sumo.
¿Qué podés decir respecto a la Buenos Aires de entonces?
Hubo una transformación urbana: actualmente ya no es tan orgiástica la
ciudad, los ochenta en cambio sí lo eran. Las fiestas eran bastante
orgiásticas, te ibas con cualquiera a un rincón. Luego vino el sesgo del
SIDA, llegó rápido y lamentablemente empezaron a caer muñequitos.
Diezmó muchísimo a mi generación, especialmente porque muchos se
picaban, el SIDA estaba ahí y se convirtió en aguja. No había prurito:
comenzabas a ver pibes que caían muy feo. Mucha gente de mi
generación lo arrastra hasta hoy y sigue cayendo. Un chico amigo que se
llamaba Diego Luzzi murió en el 2011, a fin de año. Arrastró el SIDA
durante un montón de tiempo hasta el año pasado. Terminó muy mal,
es una enfermedad tan degenerativa. Por ejemplo, mi amigo del
departamento de Virasoro murió rápido. Fue muy vertiginoso el virus,
estaba muy mal, me insistieron pero yo no quise ir a verlo. De hecho lo
menciono en mi novela Un mogra nunca es un gramo …
Los restos de la noche porteña de antes …
Lo que pasa es que en realidad esa época era más que salir a las calles
con miedo: uno hacía cualquier cosa. Buenos Aires tenía mucho más
noche que hoy. Había mucha joda, los pibes se drogaban temprano, era
la época del pasteo. No era cuestión de conseguir un porro, se daban con
Rohipnol y jarabe para la tos. Salía a la calle una cantidad de pibes que
estaban hechos mierda, quizá con una fisura en la cabeza como la que
tienen hoy los pibes que fuman paco, todo un problema que con el
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tiempo fue solapando. Está todo lo no dicho, había mucha violencia
alrededor de las banditas y sus peleas en los bailes. Es un mundo que no
se lo ve, se cree que era una lucha constante armada y no fue así.
Digamos que una parte de la clase media estaba en otra cosa. Los otros
son mitos ya incorporados…
La conversación pasa por otra deriva, observo que Mazzarello no guarda
ni mueve el libro boca abajo. Le comento que hace poco entrevisté a
Valeria Luiselli, hablamos un poco de literatura mexicana. Mazzarello
dice que le gustaría sumar a su catálogo una novela trash de la frontera.
Aparece también el nombre de Bolaño y su estigma.
Acá no se sufre de una marca tan indeleble como la de Bolaño
¿no?
Yo creo que hay un estigma, está el estigma Aira, el de Laiseca …
conozco a muchos chicos que son del taller de Laiseca, ves que hay algo
de ese delirio, creo que era algo que había en el aire. Cuando yo todavía
no lo conocía tenía cosas escritas que tenían un realismo y cosas que
eran efectivamente delirantes. Y me daba vergüenza. Yo estaba out del
movimiento artístico, estaba muy ocupado en la supervivencia cotidiana
y en el mantenimiento de mi familia. Tuve un impasse de años, donde
hice una carrera en la industria empresaria y escribía este tipo de cosas.
No iba ni a talleres ni lecturas ni a nada. Escribía cosas delirantísimas,
todavía las tengo, las sigo trabajando. Yo edité por Wu Wei Un mogra
nunca es gramo y Programación doble, “Figuras en el espejo” (que
integra el volumen de Programación…) es de esa cosecha (risas). Tenía
una necesidad, era trabajar en una Pentium II y trasnochar escribiendo.
No sé por qué será, si es porque la pared de la cabeza ajusta mucho y se
rebalsa todo por un lado y sale de esa forma. En realidad, lo veo
mundialmente. Es como que hay una huida hacia el delirio o lo virtual
respecto a los videojuegos, hay una huida de las condiciones sociales
hacia el delirete.
¿Cómo surge Wu Wei?
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El nombre de la editorial en un principio iba a ser Acqua Lux e íbamos a
sacar una revista llamada Wu Wei. Esto fue en el 2005, cuando no pude
crearla. La idea surgió a partir de una persona a la que yo le doy a leer
una novela mía aún inédita y su editorial (no voy a decir el nombre) me
dice “te la edito”. Nunca fue publicada. En ese momento, estaba
volviendo al mundillo literario. En el 2005 me fundo. Me digo “tanto
reventarme la cabeza con todo esto para llegar de vuelta al mismo punto
al que estaba en los noventa”. O sea, delirando y en pelotas (risas).
Estaba sin guita y con la cabeza partida. Me pongo a laburar para
remontar mi situación personal, me voy rehaciendo y con la idea de
nunca más depender de un solo andarivel económico. En el 2008, noté
que faltaba algo en mi obra, me siento mal y comienzo un taller
literario, vuelvo a delirar y divertirme. Ahí, junto con otras personas,
retomo la posibilidad de una editorial. Soy un tipo que nunca ha dejado
de leer, nunca he dejado de consumir cultura. Tengo un bagaje enorme
de lecturas, películas, teatro, leo tres libros por semana en simultáneo.
Los talleres me sirvieron no sólo para limar, discutir, ver desde otros
lugares, sino también para aprender a leer lo otro. Eso es bárbaro. Más
tarde, le comento a Damián Ríos esta inquietud y él me dice “largate,
mandate. Si te animás mandate realmente a fondo como editor, lee, vas
a ver cosas que te van a sorprender, vas a ver otras que son mejores que
lo que vos escribís, valoralas”. Bueno, para mí es increíble porque me
está pasando. Proyecté Wu Wei en el 2010 y en el 2011 logré plasmarlo.
Este año fue muy importante gracias a Choripán social y también la
mayor apertura de nosotros para empezar a salir a todo este mundo,
para de a poco ir apareciendo.
¿Es la primera vez que trabajás como editor?
Sí, y es una experiencia bárbara. Cuando leo algo y me gusta, me la
juego y voy reservando los medios para llevarlo adelante. No quiero que
le pase a nadie lo que me pasó a mí, del editor que va desapareciendo.
Me enteré que cagó a un montón de gente, no sólo a mí. No sé si le salió
mal y no se terminó de animar a decirme que no, fue todo muy
ambiguo, como en la novela de Aira, La vida nueva (risas). Este
personaje me tuvo dando vueltas todo un año. De todas formas, fue una
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ayuda, fue un impulso lejos de deprimirme. Hay que respetar al autor y
a su obra, tenés que saber dar una devolución, explicar los motivos por
los que tomas una decisión. Hace poco leí una novela y me encantó su
historia pero no me convencía como pieza literaria. Hablé como el
autor y le expuse mi punto de vista, él se sintió muy cómodo y
quedamos en seguir laburando juntos sin un plazo o fecha límite. Editar
no es sólo un oficio, sino también armar un buen vínculo con los
autores.
Wu Wei parece un proyecto multimediático ya que, además
de los libros, tenés las películas y el magazine.
La idea es que sea multimediática. Filmamos el corto de un cuento de
Reynaldo Revagliatti, “El caso del aponeurótico”, incluso lo hicimos
antes de publicar el libro (risas). Me gustaría poder hacerlo con una
parte de la obra cada uno de nuestros autores. Al corto también lo
musicalicé con una composición de los ochenta que realicé en un
estudio donde trabajaba con el grupo Avatar. Esa música, de hecho, era
la banda sonora de una película super 8 perdida de esos años. Tenía los
masters originales de la grabación, digitalizamos el sonido y después lo
pusimos en “El caso…”.
¿Tiene algo más Wu Wei para este año o todos los cañones
están apuntados al 2013?
Este año cerramos, estamos preparando el material para el 2014, por
ahora van a ser seis libros. Creo que el 2013 va a ser muy bueno, vamos
a editar una novela impresionante de Nicolás Correa que me dejó
boquiabierto. También van a salir en abril grandes textos de Ricardo
Strafacce y Natalia Rodríguez Simón, así como una antología con
autores de policial negro y fantasía.
Probablemente haya aún mucho más para contar, pero yo sólo me
quedo mirando el libro embarrado que sigue bajo la mano de
Mazzarello. Se da cuenta, sonríe y me lo muestra. Es un ejemplar de
Choripán social.
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Este libro se me cayó en un charco cuando me los entregaron de la
imprenta. Lo tenía en el auto, después lo miré y pensé “lo encontré
tirado en un accidente, estoy buscando quien lo cuide” (risas). Está en
buen estado y se deja leer. Me acuerdo que una vez encontré un libro
así, IQ, un libro chino, una edición chiquita. Lo encontré tirado en un
charco lo levanté, lo leí y me encantó. Y digo ¿esto qué es? Quizá a otra
persona le pase lo mismo: lo encuentra alguien que no lo compra ni lo
busca, no sabe qué es. Estoy viendo dónde dejarlo y que haga su
camino. Le puse una nota al comienzo indicando lo que pasó, podría
poner mis datos al final para que la persona que lo recoja me diga qué le
pasó con el libro. Son boludeces que uno hace.//RT6
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Libros & Reseñas
La literatura mirando el canal Volver Por Mariano Bello // [email protected]
Programación doble: Este es mi mundo / Figuras en el espejo , de Luis
Mazzarello. Wu Wei, 2012. 200 páginas. $70.
Dos son las nouvelles que conforman Programación doble de Luis
Mazzarello. Este es mi mundo nos sitúa en una Buenos Aires habitada
por personajes de ficción que no echa mano tanto de la literatura como
de la televisión y el cine argentino de otras épocas. Figuras en el espejo,
por su parte, plantea universos alternativos a los que los personajes
acceden a través de prácticas espirituales. Si en Este es mi mundo nos
encontramos con personajes cuya recuperación ha quedado hoy en
manos de canales especializados en materiales de décadas pasadas o de
programas homenaje, Figuras en el espejo pone ante nuestros ojos
mundos paralelos al nuestro en los que los dibujos animados
constituyen una fuerza enemiga de la humanidad y en guerra mortal con
ésta. Ambas, sin embargo, comparten la misma apelación a la picaresca 10
nacional de los setentas. No es allí donde se encuentra la mayor
diferencia entre las nouvelles sino a la hora de explicar las torsiones de
la trama. Figuras en el espejo, no obstante el misterio que envuelve a
algún personaje, echa mano de algún conocido argumento de ciencia
ficción mezclándolo con la percepción extrasensorial de los ritos
chamánicos para volver sustentable la multiplicidad de sus realidades.
Este es mi mundo, en cambio, asume esa ciudad de habitantes ficticios
con la fuerza de una evidencia: aquella que se le impone al protagonista,
Piero Tramposso, desde que se sube a un taxi conducido por Rolando
Rivas. Figuras en el espejo, por su parte, presenta una apelación más
fuerte a la imaginación literaria al incluir como personaje al conde de
Lautréamont.
La legibilidad de las dos nouvelles de Mazzarello no es algo dado:
continuamente (sobre todo en la primera) el forzamiento del verosímil a
través de la inclusión de personajes importados de ficciones que hoy nos
costaría tomar en serio parece querer arrojarnos fuera de la lectura. Y a
la vez, ese afuera estaría también abarcado por los personajes de las
nouvelles, tanto desde la firma de la portada de Este es mi mundo como
desde los comentarios que cierran Figuras en el espejo. En suma,
Programación doble es un libro que recupera para sí un conjunto de
seres y de historias a los que la literatura le ha venido dando la
espalda.//RT6
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Enjoy the silence
Por Mariano Vespa //[email protected]
El sistema del silencio, de Valeria Tentoni.
17 Grises editora, 2012. $50.
En el libro El odio a la música, Pascal Quignard retoma la definición
paradójica que R. McDougall hace del intervalo muerto: silencio que
nace a partir de la separación de dos grupos rítmicos sucesivos. En una
entrevista reciente, Charly García hizo un retuit de un comentario de
Jimmy Hendrix que afirmaba que la música es el silencio entre las
notas. “El resto es silencio” agrega Shakespere. Las citas no son
casuales: El primer libro de cuentos de la poeta y abogada bahiense
Valeria Tentoni se titula El sistema del silencio. Más adelante,
observaremos que el vínculo no es estrictamente nominal.
Los diecisiete relatos breves que conforman El sistema del silencio
exhiben relaciones humanas extremadamente tensas: una madre
reprime a su hija por lavar mal la vajilla; un abuelo maldice a su nieto y
lo castiga continuamente; una niña odia a su hermanita recién nacida;
una convivencia poco feliz entre dos compañeras de cuarto; la envidia
de un grupo de embarazadas a la cintura de la secretaria de su médico;
el rencor de toda una clase hacia el único alumno que tiene un bolígrafo;
entre otros. Los conflictos son cascabeles que resuenan en la mente de
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los personajes. La narradora de “Federico” reconoce no haber decidido
su mejor amiga en su juventud; en “Cuarto de derrota”, un joven abraza
por primera vez a su abuelo para ayudarlo a levantarse de la cama del
hospital; o en “Clases de canto” un empleado apoya a una estudiante en
el subte y desea que el contacto sea apasionado. Entonces, ya sea
mediados por un golpe, un beso o un mensaje en el contestador,
hablamos de cuentos que tienen que ver con el orden del contacto.
Entremedio de la necesidad o el disgusto que tienen los personajes
hacia una situación ideal de armonía, surgen las mejores reflexiones:
“La mentira se ensaya con uno mismo / El asunto con la libertad es ese:
un día empieza y no para / ¿Las palabras pican, sabes?”
Por su parte, la repetición de la palabra miedo en gran parte de los
relatos es la clave para sumergirse de lleno en las historias. Como decía
Fogwill, el miedo cambia, una cosa es el miedo a algo y otra distinta es
el miedo de siempre, que está atrás de todo. Ese miedo superficial
encubre la culpa, el recelo, la inseguridad de pareja, la soledad. Ya se
insinúa en “Dendrita”: “Es miedo, si, pero también es otra cosa: algo
que anda en mi estómago con la libertad del único habitante”. Son
silencios que incomodan, apuran o que lo dicen todo.
Editado por el sello 17 Grises, el libro abre con un interrogante de
Clarice Lispector: “¿O todo eso es aún yo queriendo el goce de las
palabras de las cosas?”. Como es de esperarse, algunos cuentos
funcionan con mayor eficacia que otros. Sabemos que entrometerse en
micromundos cotidianos –algunos muy íntimos- supone el riesgo de
caer en una galería de anécdotas tediosas. La versatilidad narrativa de
Tentoni, ya sea en sus puntillosas descripciones o en los cambios de voz
narrativa, evade cualquier monotonía.//RT6
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Imagen política
Por Natalia Gauna // [email protected]
Sagrada, de Gonzalo Gálvez Romano
2012. Editorial Wu Wei. 91 páginas.
Del escritor uruguayo, Gonzalo Gálvez Romano, Sagrada es una novela
política sobre la pobreza de un barrio que podría ser cualquier villa
miseria de Buenos Aires. Es un libro que no escatima en exacerbar un
lenguaje villero pero que intenta, lejos de estigmatizar una clase,
mostrarla en imágenes, fotografiarla.
Sagrada es una novela que genera más interrogantes que respuestas.
Mostrar la marginalidad de un barrio a través del relato de sus
personajes podría ser la intención de Gálvez Romano. En su contratapa,
Mariano Blatt se pregunta por qué es importante este libro y aventura
alguna respuesta. Blatt concluye que “Sagrada es importante porque
pone a la gente en imagen […] Es como una visión aérea nocturna de un
barrio”. Si bien, no es interesante determinar la importancia de un libro,
algo cierto hay en esa aproximación a esta novela. Sagrada es una
imagen, es la fotografía de un mundo posible y es posible en tanto se
trata de un relato ficcional por más “semejanzas” con la realidad
podamos encontrar.
La pobreza y la marginalidad se presentan en Sagrada desde la primera
línea: “Me había clavado una pepa, no sé qué porquería me vendió el
Ventana y al toque nomás estaba flasheando. Luces y toda esa mierda”.
Gálvez Romano acude a un lenguaje “villero” para exponer y acentuar la
violencia en la que viven los personajes de ese barrio. El uso de cierta
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jerga delictiva termina por delimitar esas calles y encrudecer esas
historias sobre la droga, la violencia en todas sus formas, el delito y el
sexo. “Desde que tengo teléfono que saca fotos me agarró como el vicio.
Apunto y le saco a todo. Me lo dio el Ventana, me debía unos mangos y
de algún lado se lo choreó”, relata el protagonista de la novela mientras
cuenta cómo roban en la Sagrada un camión de Coca-Cola que chocó y
volcó la mercadería que transportaba.
Sin embargo, promediando la novela se abre un abanico de lecturas
posibles. Ya no es una novela que exacerba un lenguaje plagado de
lugares comunes sino que habilita a pensar la marginalidad en tanto
imprime a los personajes ternura y belleza. Así, Sagrada cobra otros
sentidos y la posibilidad de pensarla como una novela que genera “una
imagen” de un sector real de la sociedad es realmente factible. El
hallazgo de Gálvez Romano es encontrar ese punto medio entre la
estigmatización de una clase y la justificación simplificadora de una
realidad demasiado compleja.
En este sentido, los personajes de Sagrada no son ni héroes ni mártires
porque, en principio, rozan el anonimato, apenas pincelados, de modo
que el lector no se identifica con esos jóvenes ¿Por qué el autor elige
producir esa distancia? En ese distanciamiento casi brechtiano es
posible la lectura social y política de Sagrada. //RT6
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Choripán o muerte
por Mariano Zamorano // [email protected]
Choripán social, de Sebastián Pandolfelli.
Editorial Wu Wei, 2012. 178 páginas. $70.
En Choripán Social Sebastián Pandolfelli demuestra que a pesar de toda
la literatura de temática peronista existente, siempre quedará algo por
escribir. Si Osvaldo Soriano tomó los campeonatos infantiles y las sidras
de Navidad para retratar sus Cuentos de los años felices y Felipe Pigna
recreó diálogos incomprobables en Los mitos de la historia argentina,
Pandolfelli le hace un lugar al humor dentro del peronismo y en su no-
vela incluye personajes comparables con Bombita Rodríguez y Jesús de
Laferrere del programa televisivo Peter Capusotto y sus videos.
La figura destacada del libro es el chori: a su alrededor funcionan la bu-
rocracia sindical, el plan alimentario nacional y el comercio. El líder sin-
dicalista, Eliseo Grande, pareja de la estrella infantil travesti, Glenda
Glande y aspirante a presidente por el Partido Único de los Trabajado-
res por la Organización Sindical (P.U.T.O.S.), establece una alianza con
Saporitti, dueño de la empresa Guachampú: el Proyecto Chorisoja con-
siste en fabricar chorizos con el yuyo para vendérselos al Estado y ex-
portar los verdaderos a los yanquis. Miguelito Miguel, un puestero de
choris de Once que no adhirió a un paro y le destrozaron su comercio,
Platero Rodríguez y Cachito –ahijado de Perón- conocen los negocios y
son los encargados de evitarlos. Una Plaza de Mayo repleta, con un “mar 16
de cabezas” extendido hasta el Congreso, será el escenario de la batalla
final. Mientras las huestes de Eliseo Grande celebran la aprobación del
Plan Choripán Social comiendo “manjares choriseriles de soja radioacti-
va”, del lado de Platero se encuentran Los Rollingas de Lugano y un
ejército entrenado de Pibes Chorros vestidos con bermudas anchas, re-
meras de equipos de la Primera B, gorritas con viseras y zapatillas con la
firma de Ruckauf.
En el prólogo del libro Alberto Laiseca –de quien Pandolfelli se recono-
ce “discípulo y lugarteniente”- asegura que Choripán Social es “una aca-
bada muestra de realismo delirante”. Tan delirante que resulta imposi-
ble que algunos fragmentos cómicos no queden perdidos dentro de una
zigzagueante trama: celulares auspiciados por Glenda Glande que pro-
vocan orgasmos, una mujer con la patología S.L.R.B. (Síndrome de la
Loca Rompe Bolas), caracterizada por “inflar los huevos” como dos san-
días hasta hacerlos explotar, y zombis inofensivos que forman la Guar-
dia Umbanda y hacen que “las viejas de barrio estén más seguras y sigan
votando”. A pesar de esto, el desenlace final retoma el camino y muestra
a un Perón versión muñeco de 150 metros, que, por primera vez, inter-
viene en las luchas que se realizan en su nombre pidiendo que “no le
rompan las pelotas”, que con tanto quilombo ya está “inflado y
cansado”.//RT6
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Una voz extranjera que vuelve a la ciudad
Por Ezequiel Barbosa Vera // [email protected]
Paraísos, de Iosi Havilio
Mondadori. 349 páginas. $99
Paraísos es la última novela de Iosi Havilio, autor de las notables
Opendoor y Estocolmo publicadas en 2006 y 2010 respectivamente. En
su nuevo libro, Havilio responde a cómo narrar sin incluir
circunstancias desaforadas, personajes exóticos o hechos
extraordinarios: Paraísos da cuenta de una experiencia urbana y social
que demuele las nociones literarias de lo excéntrico y define otras
coordenadas para la narración.
La novela retoma la historia de la protagonista sin nombre de
Opendoor. Después de haber convivido durante cuatro años con su
pareja y haber concebido al pequeño Simón, la eventual muerte de
Jaime y un insólito desalojo judicial de su propiedad la obligan a
marcharse de Opendoor para regresar a la ciudad que la había visto
partir. Como si se tratase de un territorio virgen por descubrir, la joven
madre se instala en un edificio tomado y comienza a trabajar en el
zoológico casi sin proponérselo, actuando con la misma tranquila
inercia que la guió a lo largo de la novela anterior. La reaparición de
Eloísa, la adolescente explosiva y volátil que ya la había tentado durante
su vida rural, interrumpe la aparente monotonía de su quehacer
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cotidiano y le pone delante la promesa de un futuro incierto pero difícil
de ignorar.
Paraísos funciona como un brillante negativo de Opendoor. La voz de la
narradora, extranjera y emocionalmente amortiguada, incorpora la
ciudad y la hace presente desde lo ajeno de su percepción, “observaba el
conjunto sin escandalizarse, como se aceptan los sueños” comenta
acerca de su hijo, aunque también puede ser leído como una descripción
de su propia mirada. No expresa nostalgia ni recuerdos, tan sólo un
mundo de ambientes que se construye palabra a palabra y que devuelve
una extraña sensación de cercanía temporal y geográfica. Microdetalles
y situaciones mínimas erigen entornos precisos y variados como los
tenedores libres, el zoológico populoso o el ecosistema para nada
sobrecargado del Buti, el edificio tomado.
No hay lugar para pensar en elementos marginales: la integración
permanente y la cercanía de pasos mediante los que la protagonista se
desplaza por la ciudad desbarata cualquier concepción simplista de
centro y periferia. Havilio no opta por el mito aireano, sino que produce
un mecanismo personal de la extrañeza y la ficción. No hay forzamiento,
hay literatura. No sería un despropósito ni una obviedad afirmar que en
el campo literario argentino contemporáneo Paraísos es principalmente
una novela verosímil y casi perfecta. //RT6
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Una poética de la aberración
Por Leticia Martin // [email protected]
Virgencita de los muertos, de Nicolás Correa.
Editorial Libros de la Talita Dorada. 35 páginas. $40.
Virgencita de los muertos es un poemario sobre la impunidad y la
muerte. Dedicado a Candela, e intervenido por panfletos de
adolescentes desaparecidas, no es fácil leerlo en otra clave. Sin embargo,
las tiene. Sus hilos centrales tematizan lo barrial, lo familiar y lo
popularmente religioso. Hay un uso del lenguaje que diluye la presión
que la temática ejerce sobre el lector, focalizando una mirada puntual
sobre el conurbano y la infancia, los hermanos, la lluvia, el portón de la
casa y la tierra del potrero en la nariz.
Sobre ese universo, que Correa ficcionaliza desde la poesía, corren y
hacen sentido, las líneas centrales del libro. Porque si algo sabe hacer el
autor es narrar en verso, riéndose de los límites de los géneros. Su estilo
recuerda la poesía del entrerriano Juan L. Ortiz o los destellos de la
oscura cotidianeidad que observaba y escribía el salteño Joaquín
Gianuzzi, y que retoman en la actualidad Juan Diego Incardona,
Leonardo Oyola o Gabriela Cabezón Cámara.
Candela es Candela Rodríguez de 11 años, quien fue secuestrada en
agosto de 2011 y apareció muerta 36 horas después, luego de una
desesperante y televisada búsqueda que hizo el barrio entero, la policía
y otras autoridades. Encontrada casi de casualidad por una cartonera de
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Hurlingham, y rodeada en seguida por la prensa, los pormenores de la
escena fueron rápidamente públicos. El cuello roto de la niña, su cuerpo
en una bolsa de plástico, su madre encubriendo a un hombre
emparentado con los piratas del asfalto.
“leo tu cara en la piel del polietileno”, escribe Correa, “gruesa piel
virgencita”.
“el plástico también te mordía.”
Hay un dolor social que se purga en la poesía de Correa. Una herida
siempre abierta que encuentra un cauce para drenar ese dolor que no
cabe en el cuerpo social y que no entiende la razón positivista.
“por el río acá no hay río
baja tu voz
como un silbido que va
y trae tus miembros
en jirones de papel
en fragmentos de la musa violada”.
Hay un nosotros en el poemario y una decisión deliberada del uso del
término “virgencita.” Hay una voluntad de ejercer la memoria colectiva
y el rol social del escritor que visibiliza y provoca desde los hechos que
atraviesan su época y su propia vida.
“vamos a enterrarte lejos de nosotros”.
Insiste Correa, cuestionando.
Vamos a distanciarnos de la aberración.
Parece reclamar. //RT6
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Parpadeos que encadenan
Por Mariano Vespa // [email protected]
En la atmósfera, de Daniel Moyano.
Editorial El Mensú, 2012.
Ilustraciones: Emanuel Falconi.
La cuestión del exilio siempre estuvo presente en la obra de Daniel
Moyano. Existir o resistir parece ser un imperante cíclico. El 25 de
marzo de 1976, un día después del golpe militar, Moyano fue
encarcelado. A las pocas semanas se exilió en España, donde residió
hasta su muerte. En una entrevista, el autor de El vuelo del tigre
señaló: “He regresado a Buenos Aires, como muchos, pero me doy
cuenta de que no regreso, aunque regrese. Lo que dejé ya no existe, los
hilos están cortados.” Hace poco, el sello cordobés El mensú reeditó la
nouvelle En la atmósfera, telón de fondo para repensar experiencias de
destierro territorial y emocional.
El protagonista de En la Atmósfera es un preadolescente que arma cajas
y mata moscas en una confitería de las sierras cordobesas. La
monotonía de la vida comercial se refleja en innumerables espejos. Así
lo vive el joven: “cada día cruzaba el puente mientras amanecía, y todo
permanecía allí, como siempre en su ferocidad”. Pasa el verano y todo
sigue igual. El esquema no se modifica: las empleadas acomodan los
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postres, la encargada aguarda la visita de su novio y el dueño controla,
exige y reprime. El trabajo conmina el goce, lo silencia. En la atmósfera,
no hay lugar para el sueño. Desde la trinchera del sótano, el joven puede
ver las piernas de las clientas. Allí experimenta las primeras sensaciones
de placer y resignación.
En la atmósfera, escrita entre 1984 y 1988, abre con la frase “La vida es
el susto de un sueño” de Macedonio Fernández. El cambio de voz
narrativa sobre el final de la novela lo confirma. El protagonista, ya en
su vejez, se pregunta en Madrid, si realmente es posible salir de la
atmósfera. La soledad del exilio es la soledad del niño que aparece a la
pubertad, dice Pablo Heredia en el prólogo de esta reedición. Los
recuerdos son choncacos, sanguijuelas que se pegan en las piernas y
adormecen la piel. Sueños, espejos, laberintos. De eso se trata. Las
referencias borgeanas son ineludibles. El joven da vueltas en el “jardín
amurallado”. Los sótanos se bifurcan. Cualquier lugar es a la vez otro
lugar. La atmósfera es la infancia, el desamor, el exilio, la soledad, el
contexto. Nos atrapa, nos envuelve y nos convierte. //RT6
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El boulevard de los sueños rotos
Por Marisol Córdoba // [email protected]
El porvenir, de Virginia G. Gallardo.
Simurg, 2012. 128 páginas. $70.
“Yo tuve paz alguna vez”. Así comienza el primer libro de la escritora
argentina Virginia Gallardo, ganador de la primera mención del Premio
Casa de las Américas en 2011 y editado recientemente por Simurg. “El
porvenir”, la historia que abre la serie de cuentos y da título a la obra,
narra la debacle de una mujer que ha sido arrastrada irremisiblemente a
su propia destrucción. En el ambiente perturbador de un hotel ubicado
en un pueblo de provincia, la protagonista añora su vida pasada,
desesperanzada y sin saber cómo terminó ahí.
“Soy culta, buena, elegante, ordenada, prolija, todo lo que querían que
fuera. Ahora, por favor, quiero mi recompensa”, se queja el personaje de
“Toda una dama”, quien en la vejez añora el amor perdido por culpa de
los designios familiares y su cobardía.
A lo largo de catorce relatos, narrados por voces femeninas, la autora
nos pone al filo de lo extraño y lo perverso. Las mujeres sin paz de este
libro están atravesadas por el carácter fatalista de la perdición, que las
arrastra hasta sitios insospechados. “Si algo puede salir mal, va a salir
mal”, pareciera ser la premisa que rige las situaciones dramáticas de
cada una de las historias ¿Dónde se produce el quiebre? ¿Dónde está la
falla? ¿Hasta dónde hay que retroceder en la arqueología emocional
para dar cuenta del fracaso? Gallardo expone con sutileza esos
momentos claves en los que ya nada volverá a ser lo que era. Esos
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momentos, parecen triviales y cobran capital importancia a la luz de
acontecimientos futuros. Las protagonistas, consumidas por los celos, la
frustración y el hartazgo ven cómo sus ambiciones se hacen trizas frente
al roce cáustico con la realidad. Sin hacer nada para evitarlo, más bien
se dejan conducir dócilmente hacia ese destino inexorable e implacable,
atrapadas, quizás, por el atroz encanto de caminar hacia el propio
abismo. En el medio de sus tragedias domésticas y dramas cotidianos,
sólo queda contemplar patéticamente cómo el mundo se desmorona.
Con una prosa realista y sin abusar de los lugares comunes, Gallardo
explora el universo femenino haciendo foco en el giro vital expuesto por
las grietas que se abren cuando las cosas no salen como deberían.
Poner una bomba en el trabajo, hallar una cabeza adentro de una
heladera, obsesionarse hasta el paroxismo con un hombre casado, son
algunos de los mosaicos que forman parte de la existencia de estas
damas terribles, sufridas, sádicas y despóticas a las que la autora recrea
con maestría y precisión, otorgándoles voz propia sin juzgarlas.
El futuro se hace esquivo en la escritura de Virginia Gallardo, donde no
hay porvenir para sus chicas de ficción. A la vuelta de la esquina sólo
aguardan la perplejidad y el desencanto.//RT6
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Entrevista a Andrés Barba
SoftcorePor Mariano Vespa // [email protected]
Andrés Barba es considerado uno de los escritores españoles actuales
más importantes. En 1998, con 23 años publicó El hueso que más duele,
su primera novela. Tres años después fue finalista del premio Herralde
con La hermana de Katia. A partir de ahí, promedió un libro cada dos
años bajo el sello Anagrama. Entre tanto, escribió tres libros de narrativa
infantil editados por Siruela. Con la excusa de su última novela, No ha
parado de llover, y su estadía prolongada en Buenos Aires -su novia es
una de las organizadoras de FILBA- dialogamos con él.
La contratapa de Ha dejado de llover habla de un Dublineses
revisitado. Joyce decía que sus epifanías refieren a la niñez,
adolescencia, madurez y vía publica ¿Pensaste la novela
siguiendo ese modelo?
En mi caso el descubrimiento fue posterior, cosa que en realidad va más
con mi carácter, que es tirando a pasmado. Suelo darme cuenta de las
cosas que he hecho después de haberlas hecho, ni antes ni durante el
proceso. El método es más bien intuitivo y el tema, más que la epifanía
era “un problema que termina” o “el fin de un conflicto” que es un bonito
tema literario en realidad. Joyce, por supuesto, es una referencia, pero
también me he dado cuenta de que era así después de terminar.
Las cuatro nouvelles que la conforman hablan de relaciones
humanas difusas, por momentos truncas. Sin embargo, los
personajes de las cuatro historias de algún modo aceptan su
destino ¿Tiene que ver con un carácter contradictorio del
amor?
A mi, la verdad, no me parecen tan truncas y difusas, sino muy normales.
Tal vez la normalidad sea así: trunca y difusa, pero cuando la vemos
expuesta literariamente nos parece más terrible que en la realidad. En
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nuestra vida cotidiana asumimos cosas bastante “fuertes” si uno lo piensa
con detenimiento, pero no estamos acostumbrados a ver expuestas
literariamente esas cosas, tal vez porque consideramos que no son
literarias cuando lo cierto es que sí lo son. Si hubiera que hacer una
apuesta literaria de formato yo apostaría por ese nuevo “realismo” que no
tiene que ver con lo estrictamente psicologista por el que han optado
autores como Alice Munro, o en su día Richard Yates, que para mí son
auténticas referencias.
¿Qué concepción tenés de la familia ya sea a nivel institucional
o como materia prima literaria?
Esa pregunta es Los Buddenbrook…
En tus novelas trabajás mucho la temática sexual in extremis
¿Qué encontrás de atractivo en esa elección sexual?
Supongo que a estas alturas de la película ya no hay un novelista que
quiera escribir un texto realista en el que se hable de las relaciones
interpersonales y que eluda el tema del sexo a la manera en la que lo han
eludido muchos clásicos, Dostoievsky sin ir más lejos. Es verdad que ya
no hacemos girar todo en torno al tema, pero renunciar a él sería
cercenar sensiblemente las posibilidades de la narración. En el deseo, por
supuesto, lo sabemos todos y no sólo por nuestra experiencia literaria,
importa el riesgo y mucho.
Contanos un poco de tu participación en las jornadas de “Verse
uno mismo viendo porno” que se llevó a cabo en CCEBA.
Además, teniendo en cuenta tu ensayo La ceremonia del
porno, ¿cuánto crees que influye la pornografía en la
configuración del yo?
Las jornadas del CCEBA sobre pornografía fueron interesantes sobre
todo por la posibilidad de establecer un diálogo abierto, y evitando la
agotadora e infructuosa discusión a favor/en contra sobre porno. Es
evidente que la experiencia pornográfica forma parte, en el primer
mundo, de la experiencia sexual más básica, pero no hay que olvidar que
no es una relación entre individuos, sino de un individuo con una
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imagen. En ese sentido, configura el yo tanto como la relación de un
individuo con un discurso ideológico o con una obra de arte o una novela.
El libro surgió precisamente de la sensación que el interés del porno (y no
estoy hablando de antropología social) iba más allá del consumo. Hay
cierto tipo de cosas que uno descubre de sí mismo viendo porno, y por
tanto, en ningún otro lugar. Eso era lo que nos resultaba interesante y lo
que nos apetecía investigar: el tipo de relación que uno establece de
forma privada con el género pornográfico.
En la revista uruguaya Eñe confesabas que Polaroid era tu
primer blog ¿Que relación tenés con las redes sociales?
Ninguna, ese fue el primero y el último y fue una cosa de trabajo, más que
una ocurrencia mía. Lo cierto es que aunque leo algunos blogs me
resultaría agotador y seguramente infructuoso tener uno, me costaría
mucho centrarme en mis propios libros y al final me pasaría el día
haciendo el subnormal en Internet.
¿Qué opinas de la difusión gratuita de contenidos en internet?
Que no debería ser gratuita.
Cito a uno de tus personajes de tu última novela: “España es el
colmo del quiero y no puedo”. Teniendo en cuenta la crisis, ¿en
que ámbitos crees que la inferencia se cumple?
La frase es un topicazo, una frase hecha, un cliché, es decir, que tiene un
contenido esencial de verdad en un formato que la vuelve
inmediatamente falsa y deleznable. La dice, en mi texto, una mujer muy
tajante y snob, a la que seguramente le pega decir algo así y que
seguramente no está del todo equivocada a su perversa manera. Y la
crisis, ay la crisis… De momento en España sigue siendo una crisis
primermundista de un sistema que ya no hay quien lo sostenga. Apena
que no hayan rodado más cabezas de los verdaderos responsables, eso sí.
Estuviste varios meses residiendo en Buenos Aires.
¿Escribirías una novela situada aquí?
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¡Claro! No se me ocurre ciudad más literaria que esta, pero aburre un
poco el topicazo, que uno mismo acaba repitiendo por inercia, de lo
mucho que se parecen Buenos Aires y Madrid, hay cierto aire de familia,
puede ser, pero a mí me parece que un español se sigue pareciendo
mucho más a un polaco que a un argentino. Vaya, aunque sólo sea por
llevar un poco la contraria… //RT6
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Sección #CopiaOculta // Entrevista a Leonardo Sabbatella
Cómo narrar la imposibilidad de decir
Por Ignacio Rial-Schies // [email protected]
Conocí a Leonardo Sabbatella en la facultad, en una de tantas materias
intrascendentes. Pero no fue entonces que nos hicimos amigos. Eso
pasó sólo unos meses después, cuando lo encontré de casualidad
sentado en el zócalo de la Shell en Independencia y 9 de Julio y nos
fuimos a tomar unas cervezas.
Esa noche me enteré de dos cosas. Una, que Leo era un lector voraz.
Compartimos cierto gusto por Borges y coincidimos en haber leído a
Michel Houellebecq, pero el resto de lo que él estaba leyendo me
escapaba casi por completo. La otra, que estaba escribiendo una novela.
Por excéntrica que pudiera sonar esa afirmación en boca de cualquier
otro, no recuerdo haberme sorprendido cuando se lo oí decir a él. Lo
que en aquel momento sí me pareció excéntrico fue cuánto parecía
resistirse a hablar del libro. Contaba de la muerte de dos personas
cercanas al personaje principal, también hablaba de una historia coral,
de un relato fragmentado, de capítulos cortos. Parecía que estaba
intentando evitar contar la historia de la novela, más interesado, en
cambio, por contar cómo la estaba escribiendo.
De nuevo, ya publicado El modelo aéreo por Mardulce y después de
haberla leído, me di cuenta de que no había necesitado esforzarse, que
en esa elisión no había excentricidad. Y si la hubiera habido, no sería
por intentar construirse como un autor misterioso, de vender humo
sobre su propia obra. Porque a la inocente suposición de que una novela
tiene que tener un tema, un argumento reductible al nivel de la sinopsis,
sigue de cerca otra: que el autor y el enunciador son el mismo.
Esquiva también otros preceptos de la narrativa moderna. Por un lado,
la trama, que suele simplificarse comúnmente al hilo conductor de la
acción, en El modelo aéreo recupera el valor olvidado de su significante:
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un tejido compuesto de una cantidad (in)contable de hilos que se cruzan
con cierta frecuencia. La posibilidad de declarar el protagonismo de uno
u otro personaje también está puesta en tensión. Si bien los personajes
existen, difícilmente podría decirse que alguno protagoniza, porque se
funden en esa trama narrativa, alternándose capítulo a capítulo en una
secuencia poco predecible. El eje que organiza el relato, entonces,
parece ser otro. Ni los personajes ni la historia, sino un punto ciego, o al
menos desdibujado, pero aún así inscripto en ese universo narrativo.
Pierde quizás el sentido haber empezado por cómo conocí a Leonardo
Sabbatella, porque El modelo aéreo y esa historia no tienen puntos de
contacto si no es de éste lado de la página. Ese extrañamiento, el no
encontrar puntos de referencia que me resultó desconcertante, lejos de
una falencia es el mayor logro de la novela. Es la puesta en uso del
dispositivo literario en su expresión máxima: la de crear un universo
autónomo, con sus propias reglas y coherencia interna. Una literatura
que no necesita recurrir a la realidad para declararse posible.
Otra noche, de las tantas que siguieron a ese reencuentro, nos sentamos
a charlar sobre la novela, grabador de por medio.
¿Cómo empezaste a escribir lo que terminó siendo El modelo
aéreo?
El modelo aéreo tuvo uno o dos meses previos a la escritura de trabajar
en el plan del libro. Es fundamental para mí tener un plan lo más
definido posible con algunos puntos ciegos, que es lo que me lleva
después a escribir, a ver qué se arma. Ese diseño previo estuvo para
encontrar el tono, cómo iban a ser los capítulos y los personajes
fundamentales. Tenía un germen, una primera idea, que eran dos
muertos en un lapso breve de tiempo. Después de tener el plan, la
escritura fue rápida. Fueron veintisiete jornadas de trabajo. Estuve
mucho tiempo sumergido ahí, al ser una experiencia breve fue muy
intensa, como un pequeño viaje.
El libro, aún con ese proceso de diseño previo, no se deja
resumir en un programa, ¿fue esa una búsqueda?
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Si, era fundamental que el libro no se agotara en ese presupuesto
estético inicial, sino que eso pudiera generar otras ideas y otras líneas de
trabajo. Ahí es donde apareció el elenco más amplio de personajes, la
idea de que los capítulos no cierren entre ellos, que funcionen más por
proximidad que por encastre.
Recuerdo que hablabas de una mínima referencia
autobiográfica ¿Dónde está eso en el libro?
Bueno, fueron esas dos personas que en el libro se llaman el pintor y el
profesor, que a fines del 2010 fallecen con muy poco tiempo de
diferencia. Me pareció que ahí había algo para trabajar. Encontré que
una de las motivaciones narrativas interesantes fue que hubiera solo
una persona en la ciudad que los conociera a los dos. Eso quedó en el
germen. El resto es más bien el trabajo con algunos materiales que yo
venía ya laburando, que tiene que ver lo urbano, la ciudad, las imágenes,
con el trabajo en el Estado, que era lo otro que estaba ahí presente. Y
después la idea de sostener un texto del aliento de una novela, en el cual
nunca se terminara de armar una trama convencional, poder hacer algo
fragmentado pero que al mismo tiempo no fuera infinito, que hubiera
algún tipo de coherencia o de límite. Son un montón de escenas que
están orientadas al mismo lugar, a un mismo horizonte, y que tienen en
común a los afectados de manera directa o indirecta por estas dos
muertes.
Hablando tanto de la estructura, y que el título ya haga
referencia al “modelo”, ¿cuál es ese modelo?
Creo que ahí había dos autores que me llevaron a pensar un poco eso.
Por un lado, Sergio Chejfec, de la posibilidad de pensar y de mantener
un relato o una narración que no sea concebida en términos puramente
del orden de la historia. Cómo contar algo sin contar nada era un poco el
desafío de la novela. El otro autor, que fue muy importante para ese
momento, fue Georges Perec con Un hombre que duerme, que está en
una edición chiquitita ahora...
Esperá que lo busco, lo tengo en la biblioteca.
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Sí, esa misma edición es la que leí yo. Me parece que tenía algo de cómo
sostener un tono a lo largo, si bien es un libro corto, no tiene elipsis, es
como un devenir. También en La vida: instrucciones de uso del mismo
Perec, que recorre toda la historia y la vida de los habitantes de un
edificio, creo que podría llegar a haber algo de eso en el recorte de la
ciudad a partir de estas muertes. Si algo pone en cuestión una muerte o
dos muertes cercanas, es la posibilidad de decir algunas cosas. La novela
intenta, entonces, problematizar esa imposibilidad de decir a partir de
la muerte.
Mencionaste dos autores muy específicos como inspiración.
Pero me parece que la novela retoma una corriente de la
literatura argentina contemporánea que busca experimentar
con eso, ¿cuál es el lugar de tu libro ahí?
Justo en esas semanas previas a la escritura había leído Glosa, de Saer,
y me pareció fascinante, en particular el rol que tiene una muerte hacia
el final del libro. Si bien el programa de la novela estaba casi liquidado,
Glosa fue importante. Si el libro pudiera elegir anotarse en un club o en
un linaje de la literatura argentina, eligiría el que tiene que ver con Saer,
con Aira, con Pauls, con Chejfec, con Serra Bradford, con Cohen. Que
son escritores con propuestas estéticas muy diferentes. Pero en esa
tradición hay algo que me interesa. En lo que respecta a Pauls, en
particular, la falta de tensión narrativa, es algo que quería trabajar en la
novela. Sus textos no tienen tensión en el sentido clásico ¿Qué te lleva a
seguir leyendo más que la propia escritura? No hay nada por descubrir,
no hay nada por saber, no hay ningún tipo de epifanía que el libro venga
a prometer. Sobre todo El pasado es un libro que propone un recorrido
por una experiencia amorosa al tope de lo que se puede esperar llegar en
esa experiencia, o con la pretensión de agotarla, donde el libro podría
haber seguido doscientas páginas más o haberse terminado doscientas
páginas antes.
De cualquier manera, en El pasado hay una serie de hitos que
remiten a la estructura clásica del relato, casi arquetípicos: el
encuentro amoroso, la caída en desgracia, la muerte, que me
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parece que es algo que vos eludís ¿Por qué te propusiste una
discusión tan contingente a la literatura?
Me interesaba que Pavel, que es el personaje con mayor
preponderancia, fuera un héroe moderno, pero sin darle el privilegio de
pasar por esas situaciones arquetípicas en el camino del héroe. Pavel es
gris por su propia constitución y por costumbre. Esa falta de
importancia era fundamental para constituir el personaje y que no fuera
en función de un modelo tradicional. Ahí pensé en algunos personajes
de Beckett, que están en una nada tal que los lleva a la imposibilidad de
decir. La lectura de la novela termina siendo una novela muy de los
personajes, algo que estaba en un segundo plano de la escritura.
Creo que un poco el clima de época en la literatura argentina
contemporánea es una apuesta fuerte al realismo, ya desde hace algunos
años con lo que se llamó el regreso del sujeto o el giro autobiográfico.
Hay una apuesta a la experiencia, a lo real, pero no en términos de
trabajar la realidad, sino de que sea un realismo reconocible. Aparecen
nombres de calles, marcas, cigarrillos puntuales. Son obras pop, que no
está nada mal. Muchos de los libros que me gustan tienen esas cosas.
Pero me parece que también se perdió de vista que en última instancia
la literatura se trata de hacer algo con el lenguaje. Como si los libros
hubieran estado más preocupados por la sociología que por la literatura.
Creo que eso principalmente porque no aparecían nuevas escrituras o
nuevas formas de tratar la experiencia literariamente.
¿Por qué te parece criticable esa postura?
Yo desconfío de los discursos de la vitalidad, de los discursos de la
expresión. Desconfío del tipo que se toma una cerveza y escribe. No me
cierra. Para mí, tiene que ver con algo mucho más racional, mucho más
obsesivo. Quizás por mi propia incapacidad, porque yo no me puedo
tomar una cerveza y escribir. No me sale nada. No puedo hacerlo. Si me
dan dos espacios a elegir para escribir y uno es un club de fútbol y el
otro es un laboratorio, voy al laboratorio. Me siento más cómodo en ese
tipo de contexto, por la experimentación, porque me parece que hay
cosas que hay que pensarlas, hay que planearlas. Hay muchas cosas con
las que uno se encuentra en el proceso de escritura y sólo se puede
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escribir escribiendo. Yo escribo de un modo a veces raro para mi. Creo
que escribo rápido y lento a la vez. Escribo lento porque pienso mucho,
pero como pienso mucho tardo poco en escribir. No tengo mucho que
tachar, que corregir, que sacar, pero porque a lo mejor pensé mucho el
párrafo antes, y cada una de las frases la pienso al momento de
escribirla, la trabajo en ese momento. Además para mi el plan es
fundamental para ocuparme de lo que me interesa, que es el cómo.
Entonces tengo que tener resueltas todas las cuestiones del qué, para
cuando me pongo a escribir estar pensando en cómo se arma la frase y
no en qué va a hacer el personaje o en qué va a suceder narrativamente.
Todo surge primero de una forma, antes que de una historia. No es una
historia lo que me lleva a escribir, sino una forma, poner en marcha un
dispositivo.
¿Cómo llegaste a la editorial Mardulce?
Llegué a través de Matías Serra Bradford, que es el amigo en común que
aparece en la contratapa del libro. Llevo la novela y hablo con Damián
Tabarovsky. Me es muy sincero, diciéndome que es una editorial
independiente, nueva, que recién estaba empezando, que tienen un
catálogo con algunas limitaciones y con algunas cosas ya pautadas, por
lo cual que las posibilidades no eran totales. Fue a una pila de
manuscritos que había y a mi el grado de sinceridad me pareció un
avance importante. Pasaron un par de meses y tuvimos una entrevista.
Hablamos un poco, yo obviamente no tenía ninguna referencia, no
tengo ningún otro libro publicado, no soy periodista ni escribo en un
suplemento cultural ni nada, por lo cual era alguien caído de la nada.
Hablamos de mi relación con la escritura, si esto había sido una
excepción, si lo había escrito en un taller literario a partir de consignas.
Y no, lo armé yo y no es un ejercicio de taller. Ahí empezamos a trabajar
en algunas cosas del texto, tocar algunas cosas donde ellos tenían dudas
sobre la sintaxis, si eran deliberadas o que había dejado desprolijo a
propósito o no.
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De esas salvedades que te marcaron al momento de presentar
el libro en la editorial, ¿cómo te parece que El modelo aéreo
encaja en el sistema de los títulos de Mardulce?
Creo que El modelo aéreo ocupa una plaza, de la misma manera que la
de Selva Almada ocupa otra, y desde esos lugares son una puesta en
diálogo de lo que quiere hacer la editorial. A primera vista no tienen
nada que ver entre sí, pero construyen un relato. Creo que en ese
sentido es interesante. No imagino una discusión en la cual pudieran
ponerse en plano de competición, porque no lleva a ningún lado. Me
parece que el modelo aéreo ocupa un lugar que contribuye a la
propuesta estética de la editorial, que a la vez de tener coherencia, se
muestra versátil.
¿Ahora estás laburando en algo nuevo?
Si.
¿No tenés ganas de contar?
Justo encontré que en la contratapa de Perec hay una referencia que me
viene justa: “Un hombre que duerme es un hombre que decide
apartarse del mundo hasta quedar completamente sumergido en él. Un
Bartleby en el silencio de su buhardilla parisina, sin nadie a quien
decirle ‘preferiría no hacerlo’”. //RT6
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Sección #Matraca //
Los libros express del kirchnerismo
Por Mariano Zamorano // [email protected]
La tragedia de Once, el conflicto por las retenciones agrarias, la muerte
de Néstor Kirchner, el secuestro de Axel Blumberg y el asesinato a
Mariano Ferreyra tienen un punto en común: todos fueron
acontecimientos que en un primer momento ocuparon titulares de
diarios y horas de imágenes televisivas y luego, sirvieron para que el
mercado editorial fijara su interés y diera lugar a investigaciones que en
pocos meses quedaron plasmadas en diferentes libros.
De variada calidad, difícil perduración y destino ineludible en las mesas
de saldo, las investigaciones express parecen seguir una única fórmula
basada en testimonios de los protagonistas, reseñas históricas de los
casos que muestren los estados de situación actual, abundante off the
record y escenas y diálogos recreados.
Un repaso por los libros de los últimos diez años que buscaron reflejar
los hechos que conmovieron a la sociedad -o al menos aparentaron
hacerlo- durante los gobiernos kirchneristas.
La biografía del soldado de la seguridad
El secuestro y asesinato de Axel Blumberg, ocurrido en marzo de 2004,
derivó en el ascenso de la figura mediática y política de su padre, Juan
Carlos Blumberg: en menos de un año fue el vocero de tres marchas con
la consigna “seguridad y justicia”, organizó y entregó un petitorio al
Congreso con más de cuatro millones de firmas que pedían penas más
duras, condenas más largas y disminución de la edad de imputabilidad y
en uno de sus viajes al exterior se llegó a reunir con el papa Juan Pablo
II. Lucas Guagnini, por aquellos años editor del diario Clarín, llevó a la
editorial Sudamericana la propuesta de realizar un libro que le
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permitiera recopilar y organizar las notas que había escrito en sus
coberturas diarias para la sección Sociedad: la respuesta fue afirmativa
pero con un plazo máximo de entrega de cinco meses. En diciembre de
2004 apareció Blumberg. En el nombre del hijo, un libro que en 270
páginas divididas en cinco capítulos, repasa el último día de vida de
Axel Blumberg, las negociaciones mantenidas con los secuestradores,
las marchas que disminuían progresivamente su convocatoria y las
negaciones de Juan Carlos Blumberg cuando se lo vinculaba con la
política. Desaparecido por completo de los depósitos de las librerías, en
la actualidad Blumberg. En el nombre del hijo se puede conseguir
ofertando 25 pesos en Mercado Libre.
Los días que vivimos en peligro
El conflicto durante 2008 por el intento de aumentar el porcentaje de
las retenciones a las exportaciones agrarias que mantuvieron el
gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y las entidades
agropecuarias dio lugar a la publicación de las biografías de dos de los
principales protagonistas: Luis D᾽Elia y Alfredo De Ángeli.
A sólo tres meses de iniciado el conflicto, Adrián Murano generó risas
en la redacción del desaparecido diario Crítica de la Argentina y la
acusación de sus compañeros de ser un “ladri” por la publicación de El
Agitador. Alfredo De Ángeli y la historia secreta de la rebelión
chacarera. Si bien el libro presenta en la portada la imagen de De
Ángeli sonriente y envuelto en una bandera de Argentina, no puede
considerarse una biografía exclusiva: recién en el anteúltimo capítulo
Murano presentó los datos biográficos del chacarero, mientras que
durante muchas partes ni siquiera mencionó su nombre –uno de los
capítulos más interesantes es el dedicado a la historia de la producción
de soja transgénica en el país y los problemas de la utilización del
glifosato. A pesar de esto, Murano comenzó el libro narrando el
momento en el que De Ángeli perdió uno de sus dientes por golpearse
con una tranquera, recopiló y cruzó los discursos de la Presidenta y las
respuestas del chacarero, y finalizó citando la letra de la canción que le
dedicó el grupo folclórico La Huella Entrerriana.
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Tres meses más tarde, consumado el voto no positivo de Julio Cobos, la
editorial Planeta lanzó Negro contra Blanco. Luis D᾽Elia y el discurso
del odio, escrito por el periodista Gerardo Young que tomó como
recurso inicial la piña que el titular de la Federación Tierra y Vivienda
(FTV) le otorgó a un manifestante que lo insultaba durante un
cacerolazo de protesta en la Plaza de Mayo y la frase “odio a los blancos”
que D᾽Elia solía repetir en diversas entrevistas. Young, quien este año
moderó una de las charlas organizadas por la Fundación Tomás Eloy
Martínez con la consigna “¿Cómo se cocinan las grandes investigaciones
periodísticas?”, consideró que Negro contra Blanco era un libro sobre
“una de las personas más odiadas de la Argentina” y a partir de una
entrevista realizada en la vereda de la casa que D᾽Elia tiene en el barrio
El Tambo de La Matanza, analizó la percepción de los vecinos y midió
las necesidades insatisfechas de los habitantes por los pedidos que le
realizaban a D᾽Elia. Por otra parte, Young presenció las manifestaciones
en apoyo al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, de las cuales
destacó las “zapatillas de cuerina” de los manifestantes, los celulares con
cámaras digitales de las mujeres pobres con niños en sus brazos y los
tetrabricks de vino que circulaban entre los asistentes. En el último
capítulo, Young predijo: “antes de que termine el mandato de Cristina,
Luis D᾽Elia retirará con furia su apoyo al gobierno”.
El riesgo de lo efímero
¿Qué valor histórico tiene la compilación de las conversaciones entre
José Pablo Feinmann y Néstor Kirchner presentes en el El Flaco,
publicado a seis meses de la muerte del ex presidente?, ¿Y La audacia y
el cálculo. Kirchner 2003-2010, de abril de 2011, en el que Beatriz Sarlo
escribió sobre la ley de medios, el conflicto entre el gobierno y Clarín y
la “amnesia política” sobre derechos humanos que había tenido Néstor
Kirchner durante su gobernación en Santa Cruz?
Ejemplos de investigaciones rápidas sobran; los últimos publicados son
Once, de Graciela Mochkofsky, y Amado, de Federico Mayol.
“Once es el retrato de una tragedia que puso en crisis a un gobierno que
había ganado las elecciones cuatro meses antes con el 54 por ciento de
39
los votos”, anuncia una apresurada contratapa del libro de Mochkofsky
-publicado a menos de cuatro meses de la tragedia del tren Sarmiento-.
El libro contiene las historias de vida de siete pasajeros, incluye un
listado de catorce páginas con los nombres de los 51 muertos y más de
700 heridos, y tres gráficos con el recorrido del tren y los sistemas de
frenado. En la segunda parte, Mochkofsky incorpora un discurso de
Arturo Frondizi quejándose del estado del sistema ferroviario a fines de
la década del 50 e incluye la renuncia del Secretario de Transporte, Juan
Pablo Schiavi, el arresto de Claudio Ciriglano y la quita de la concesión a
la empresa TBA.
Por último, aparece Amado, primer libro de Federico Mayol, cronista
político de la revista Noticias, que utilizó como argumento de la
publicación el “escándalo” Ciccone Calcográfica que “amenaza con
terminar con la meteórica carrera política” de Amado Boudou.
Dedicado a “los periodistas, en tiempos turbulentos”, Mayol investigó
las diferentes etapas de la vida del actual vicepresidente, incluyendo un
completo repaso de sus cargos políticos. En las 348 páginas de Amado
se resalta que “la especialidad de Boudou en el colegio eran las burlas a
los compañeros”, que en el equipo de rugby “lo suyo eran los terceros
tiempos”, que en la empresa en la que fue gerente durante la década del
90 “su costado desagradable y escatológico se había perfeccionado” y las
empleadas aún “tienen presente los ruidos y olores nauseabundos” que
provocaba. Antes de abordar el caso Ciccone –presente en el último
capítulo- Mayol dedica un apartado entero a la relación entre Boudou y
Agustina Kämpfer, en el que detalla que tras haber comprado un perro
al que llamaron Keef -en homenaje a Keith Richards- lo dieron en
adopción por destrozar la casa de ambos. Por otra parte, Amado
incluye una entrevista a Sergio Schoklender, que afirma que “Boudou
fue siempre un pelotudo” y que Hebe de Bonafini le aseguraba que
“Parrilli y Boudou eran 2 forros”. Sobre el final Mayol crea un halo de
misterio y aclara que al cierre de la edición “Boudou se mantenía en el
poder, en gran medida por el apoyo de la presidenta, empeñada en
sostenerlo hasta donde sea posible”.
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El caso Mariano Ferreyra
¿Quién mató a Mariano Ferreyra? , del periodista Diego Rojas es un
libro que puede destacarse como ejemplo de una lograda investigación
realizada en poco tiempo. El asesinato del militante del Partido Obrero,
ocurrido el 20 de octubre de 2010, puso en agenda el problema de las
tercerizaciones ferroviarias y los negociados empresarios con líderes
sindicales. Editado por primera vez en marzo de 2011, la investigación
de Rojas se realizó en paralelo con la de la Justicia, por lo que muchos
de los datos revelados en sus notas fueron tenidos en cuenta y lo citaron
como testigo del juicio que se desarrolla en la actualidad. Por otra parte,
el mayor logro de ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? fue la inclusión de
la única entrevista realizada a José Pedraza, líder de la Unión
Ferroviaria.
“Con mi editora pensábamos que el libro debía salir y tener algún tipo
de difusión como herramienta. Como todo indicaba que Pedraza iba a
ser detenido, cuando eso sucediera debía culminar la primera parte de
la investigación. El día que lo detuvieron, la editora me llamó a las siete
de la mañana y me dijo que terminara el libro”, recuerda Rojas.
La principal contra que sufre la inmediatez de la publicación son las
constantes desactualizaciones (en septiembre, la editorial Planeta
presentó la edición ampliada del libro en la que faltará, por ejemplo, el
secuestro de Alfonso Severo y la sentencia final del juicio). Consultado
por Tónica sobre las diferencias entre la cobertura e impacto que generó
el libro, con respecto a las investigaciones publicadas en el diario Perfil
y el sitio web plazademayo.com, Rojas dijo que “estamos en una etapa
de transición en la legitimación de los medios digitales que va a tener
una cristalización en un período inmediato y la potencia de la
información encuentra los carriles adecuados más allá del soporte en los
que sean publicados por primera vez”. //RT6
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Devaneos en torno a Guebel y Garcés
¿Se puede saber por qué mierda llorás?
Por Luz Marus // [email protected]
Caminando por Cabildo tuve el impulso de escribir algo sobre El miedo, de
Gonzalo Garcés. No podía pasar por mi casa para buscar mi ejemplar.
Además, me gusta escribir en los bares. Entré a la librería El Ateneo, lo
pedí y me lo llevé al café de la planta alta. No sé por qué vuelvo a esta
novela. Algo me quedó dando vueltas. Algo personal. Alguien, hace poco,
me propuso que escriba un ensayo comparando El miedo con Derrumbe,
de Daniel Guebel, y El pasado, de Alan Pauls. “Ahí tenés la trilogía de las
separaciones desde el punto de vista masculino”, me dijeron. Son varios,
en el mundo literario, los que comparan estas tres novelas. Pero lo primero
que diría si escribiera ese ensayo -que no pienso escribir-, es que no tienen
nada que ver. Para empezar, El pasado no habla de una separación sino de
una obsesión amorosa, es el pasado que vuelve, como el retorno de lo
reprimido en Freud. En El pasado suceden cosas desopilantes, como
cuando la ex-novia le secuestra el hijo que tuvo con otra mujer por unas
horas, huyendo con él en un taxi mientras el protagonista se baja a
comprar algo al kiosco. El escritor no juega con la idea de similitud autor-
personaje. En los otros dos casos nos permiten jugar con esa posibilidad.
El parecido más obvio entre Derrumbe y El miedo es, justamente, que
podemos fantasear con que todo sucedió “de verdad”. Los autores manejan
un estilo realista, ligero, en los personajes masculinos se llaman como el
autor (El miedo), o los amigos como los verdaderos amigos (Derrumbe),
aunque no lo sean y no pretendan serlo. Muchos nos sentimos fascinados
por esta manera de seguir una historia. Como sucede con la convención
teatral o cinematográfica, sabemos que no es cierto, que no está
sucediendo en el plano de lo real, pero aceptamos el juego y queremos que
nos convenzan. En ese sentido, Derrumbe y El miedo logran un efecto
hipnótico de realidad. Claro que ahí empiezan también las diferencias: en 42
Derrumbe la historia empieza ya con la separación consumada y un tipo
solo en su casa que no sabe si pegarse un tiro o ponerse a escribir. En
cambio, en El miedo vemos el comienzo, el transcurrir y el desgaste de esa
historia de amor.
Otra cosa separa a El miedo y Derrumbe de El pasado: en las dos
primeras, la separación se da entre matrimonios con hijos en común. Y en
el fondo es esto lo que me quedó dando vueltas. La actitud tan diferente de
estos dos hombres, el hombre de El miedo y el hombre de Derrumbe,
frente al matrimonio.
En Derrumbe, para decirlo de algún modo, se defiende a rajatabla el
matrimonio burgués. Me permito llamarlo así. Si bien, en Garcés esto no
se ve tan marcado, de todas formas está el problema de “qué pasa con los
chicos, dónde vamos a vivir, cuándo voy a verlos”. A diferencia de Guebel,
Garcés toca este tema conflictivo con más resolución. Esto le permite al
protagonista visualizar un futuro posible. Más allá del miedo y la
desesperación del protagonista, sabemos que va salir. Tiene el miedo y el
vértigo inherente a un principiante en natación en un trampolín de cinco
metros. Se debate, se cuestiona. Pero avanza. Algo lo espera en el futuro.
No se sabe bien qué es, pero algo hay. En Derrumbe (novela que me hizo
llorar y sentir bronca contra el personaje), no se vislumbra futuro alguno.
Al personaje masculino lo envuelve una melancolía que exaspera. Al
despedir a su hija en el ascensor en la casa de la madre, el tipo llora y se
lamenta. Es en ese momento, cuando logra arrancarte una lágrima, cuando
decís: “¡Pero sos pelotudo! ¡Si la ves al otro día!”. El personaje no se
separa de mala manera; no hay conflictos judiciales ni denuncias por
violencia, no hay rapto de niños ni enfermedades terminales. No hay nada
de tragedia y, sin embargo, el tipo sufre como en la peor tragedia griega.
Por qué, nos preguntamos. ¿Es que el divorcio llegó antes de que el
hombre esté preparado? Y no digo hombre en el sentido genérico. Digo
hombre porque en estas dos novelas el que más sufre y se resiste al
divorcio es el varón. El que llora e implora como un niño aunque sabe que
la cosa no funciona, ¡es el hombre!
¿Qué pasa, en estas novelas, con el hombre? ¿Qué pasa en la literatura
argentina con el hombre? ¿Qué pasa en el mundo, por Dios, con el
hombre?
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En El miedo, por ejemplo, el hombre dice: “No conservé ni un resto de
orgullo; le pedí llanamente que no me dejara, y Cora terminó por
quedarse.” Todo para volver a replantearse las mismas dudas páginas
después: “A lo mejor soy yo, a lo mejor tengo agujeros que ni Dios podría
tapar, por ahí te pido demasiado, ¿será que te pido demasiado?” para darse
cuenta, por enésima vez, de que lo mejor era separarse. Que ya no tienen
nada que ver. Que siguen juntos por costumbre, por mandato, por miedo.
Para darse cuenta que ella nunca fue lo que imaginó. El narrador se
pregunta: “¿Hay una tara fundamental en mí, que me hizo pasar todos
estos años persiguiendo la imagen imposible de una mujer?” Y una tiene
ganas de decirle: Y, algo de eso puede haber.
No mejoran las cosas cuando Garcés mezcla sus reflexiones amorosas con
pensamientos sobre personajes literarios. Hablando de Proust: “No hay un
punto de equilibrio en el que Swann y Odette se desean del mismo modo;
no, desde el instante en que Swann deja de esquivar a Odette, empieza a
perserguirla, y entonces Odette empieza a esquivarlo”. El narrador se
pregunta después sobre el lugar que ocupa la amistad en la literatura.
Finalmente, vuelve a Proust: “Lo que Swann realmente necesita, por
supuesto, es la búsqueda y no la satisfacción”.
Si el tipo no es feliz con su mujer, ¿no puede buscarse a otra? Justamente
otra diferencia entre Derrumbe y El miedo es el tema de los terceros en
discordia. (O en armonía: parecería que esto funciona, al menos por un
tiempo, en la pareja de El miedo). En Derrumbe no hay terceros, o el autor
no quiso incluirlos. En la novela de Garcés, hay muchas “ellas” y algún “él”
con quien el personaje llamado Gonzalo incita a su mujer a tener sexo. La
incita porque se siente culpable, dice. Por la necesaria perversión que
implica la sexualidad El morbo que si falta por demasiado tiempo hace
imposible sostener el deseo. No lo sabemos. Esto parece funcionarles
durante algunos años. Sobre todo al personaje femenino. Pareciera que el
que sufre esa ausencia de celos es él. Es el más infiel de los dos (aunque no
sé si llamarlo infidelidad, porque se cuentan todo), y a la vez, el que más lo
padece.
Hay otro punto de contacto con Derrumbe. Cito la novela de Garcés: “El
personaje ha sido aniquilado por el derrumbe de su historia de amor”. Es
una línea. En cambio, en Guebel se respira durante toda la novela el
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desasosiego por el derrumbe de una historia de amor. Una historia de
amor de la cual no sabemos absolutamente nada. No hay detalles. Lo que
me obliga a pensar que más que la historia de amor, lo que le importa a
Guebel es otra cosa. No lo hunde la destrucción del amor, lo hunde la
destrucción del hogar. La tríada inseparable que construye el personaje
entre padre-madre-hija. Si bien, en El miedo el personaje vive esto como
un dolor punzante, la relación con los hijos tiene un más allá de la pareja.
“Cuando viajo a ver a los chicos en Saint-Nazaire”, escribe, “me alojo en la
casa de Cora”. Y en otra parte: “El miedo me parece ahora algo provisorio,
indefinido”. La pasa mal, pero vemos una luz al final del camino.
Si pensamos que una novela es mejor si te hace llorar, entonces lo sería la
de Guebel. Si creemos que es mejor ser feliz y disfrutarla, me quedo con El
miedo. A ver si lo explico mejor. Como texto, Derrumbe me impactó. Pero
el personaje masculino me cayó para el orto. No lo soporté. Me recuerdo
insultándolo mientras leía. El miedo me gustó, lo leí rápido. El
protagonista me pareció encantador. Si los personajes de ficción se
hicieran reales y yo tuviese que elegir con quién tomar un café, sería sin
lugar a dudas con el Gonzalo de El miedo. Ahora, si tengo que recomendar
un texto que te haga mierda, sobre todo si sos hombre, te recomiendo a
Guebel. Y lo he recomendado, sobre todo a tipos que conozco y que son
muy parecidos a ese personaje. Pero juro que si ese personaje se
materializara, como en la película Solaris, de Tarkovsvky, no le aceptaría
ni un paseo en auto.
Frases que me gustaron de Derrumbe:
“Soy un escritor fracasado, eso ya se sabe”.
Estos devaneos sobre su lugar en la literatura me atraparon y me dieron
ternura.
“En cambio yo…. Yo, que escribo para todos, no soy leído por nadie”.
“Me derrumbo. Me derrumbo. Me derrumbo. Copiaría y pegaría esa frase
eternamente, pero no soporto esa facilidad”.
Hasta acá, el tipo te da ternura.
“Una posición cómoda: El sufrimiento injustificado. Claro que mi mujer
acaba de abandonarme. Pero yo siempre supe que eso ocurriría, desde el
mismo día en que vino a vivir conmigo”.
Acá ya te empieza a parecer un llorón.
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“De hecho, me esforcé como un condenado para producir su partida y
enterrarme luego en este infierno de dolor”.
Acá creo que ya me comprenden un poco más. El texto está muy bien; el
personaje es un pelotudo.
“¿Y? Hay maneras y maneras de morir en vida y yo elegí la mía”.
Bueno, está bien, somos testigos cómplices de tu dolor. Hasta acá lo
seguimos.
“Durante años nadie pudo decir que hubiese visto desprenderse una sola
lágrima de mis ojos. Ahora mi hija me dice: “Papá, voy a vivir con mami y
te voy a extrañar mucho y voy a venir a visitarte”. Y yo me encierro en el
cuarto y oculto la cara entre mis manos”.
Y acá empieza a exasperarnos. Pero dejá de mariconear, tenés ganas de
gritarle. Si está todo bien. ¿Qué tiene que ver la nena con su matrimonio
que ya no funcionaba? Al final, ¿a quien llorás? ¿No te importa tu mujer?
Bueno, puede ser que no te importe. Es válido ¡Entonces no llorés! Si no se
murió nadie ¡Y encima se mudan a unas cuadras! Juro que no se entiende
qué le pasa al tipo. O llorás por tu mujer, o no llorás.
“¡A tu hija no la perdés, mamerto!” te dan ganas de gritarle. Y así sigue
durante todo el libro, más o menos, también intercalando charlas sobre
literatura, no con nosotros sino con un amigo (que también tiene una hija
y está separado). Después nos cuenta anécdotas de otros amigos, que
pasan por lo mismo, de diferente manera. Uno que va y vuelve con su
esposa y su amante. Extraña a una y a la otra. Pero lo que compara no son
dos mujeres. Cuando habla de la “esposa” se refiere todo el tiempo a “su
hijo y la esposa”, o sea, a su hijo y lo que le duele no acostarlo todas las
noches. Y cuando habla de su amante (ahora novia) habla de ella como
mujer.
Estos tipos tienen un problema. Y es que no pueden disociar a sus hijos de
las madres de sus hijos. Esas madres son instrumentos, son una parte de
sus hijos. Si tuvo éxito Derrumbe fue (además de por estar muy bien
escrito) por el grado de identificación que produjo en los hombres
argentinos. El miedo, en cambio, es más europeo. No entiendo al personaje
de Derrumbe. Pero muchos amigos hombres-padres, lo entendieron
perfectamente. O sea: siglo XXI, civilización, muchachos. Dos casas, los
niños no pierden a ninguno de los dos padres. Se separan de común
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acuerdo, sin violencia, no se cambia el nivel de vida, los adultos mantienen
una relación cordial. Si no llorás por la pareja que se rompe, por la mujer
que perdés, no sé por qué mierda llorás.
Al final de su libro, Garcés escribe: “En este momento todavía no
encuentro esa certeza, y tengo miedo.” Una querría conocer a un hombre
así. Un hombre que diga “todavía tengo miedo”. En ese todavía hay
esperanza. Una se imagina que podría llegar a ser esa mujer que soñó
siempre. En cambio leés Derrumbe, en la parte donde dice que no piensa
sacar la foto de su ex-mujer de la biblioteca por más que entren cientos de
mujeres a su casa, y rezás para no encontrarte nunca con ese personaje de
ficción hecho carne. Ese tipo sabe que no va a perder a su hija; sabe incluso
que la verá más que antes y que tendrá un vínculo más estrecho. Pero llora
por la destrucción de un hogar. Y agrego: un hogar burgués e hipócrita.
Pero es inútil que me esfuerce. Tal vez algo se me escapa. No soy un
hombre, después de todo. Ahora bien, justo por eso, por la exasperación
que me produjo Derrumbe, lo recomendaría. En cambio, si quieren
pasarla bien, e imaginar que personajes de ficción como el Gonzalo de El
miedo existen, lean el libro de Garcés. O sea, lean a los dos. Pero sé al auto
de quién me subiría.//RT6
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//RT6
Revista Tónica 6.0 es una publicación
del Centro de Estudios Contemporáneos
www.elcec.com.ar
Los artículos firmados
son propiedad y responsabilidad
de los firmantes.
Buenos Aires. Noviembre, 2012.
“Ahora que me aproximo a aquel foco desde donde parten para nosotros los movimientos
del espíritu, uno en pos de otro, como los círculos concéntricos que describen las aguas en
algún punto de la superficie, siento no sé qué timidez, mezclada de curiosidad, admiración
y respeto, como aquel sentimiento religioso e indefinido del niño que va a hacer su
comunión primera."// RT6
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