Rómulo Gallegos, Imagen y Trayectoria de su Obra · del interior y a los azares de las frecuentes...

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Luis Augusto Arcay Rómulo Gallegos, Imagen y Trayectoria de su Obra MADRID - 1978

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Luis Augusto Arcay

Rómulo Gallegos,

Imagen y Trayectoria

de su Obra

MADRID - 1978

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Luis Augusto Arcay

Rómulo Gallegos.

Imagen y Trayectoria

de su Obra

MADRID- 1978

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Conferencia pronunciada en el Ateneo deMadrid el 3 de julio de 1978.

Hizo la presentación, el Secretario Gene-ral del Ateneo, Académico Señor Don Joaquíndel Val.

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Antes de iniciar el bosquejo que os haré de unade las existencias más preclaras de nuestra historialiteraria, don Rómulo Gallegos, os señalo que mispalabras sólo serán una breve interpretación de loque fue el ilustre maestro dentro del mundo de lasletras hispanoamericanas y, singularmente, de mi pa-tria. Como habréis de imaginar, no es fácil recorreren el breve espacio de una charla los senderos quellevan desde el alba hasta el ocaso de su vida, elestudio de su obra y las proyecciones que, toda ella,en su propio acontecer, lleva consigo. Rómulo Galle-gos fue, por la fuerza incontrastable de su acción,por la claridad de su pensamiento, por la gallardíade su espíritu, por la nobleza, firmeza y valentía desus principios, la más alta, la más vigorosa repre-sentación del intelecto venezolano de los últimostiempos. En su austeridad proverbial, trasunto de dig-nidad y señorío —esa sensibilidad que aflora y sevuelca en su prosa—, se conjugaban a la par, la pon-deración del educador y del maestro, la encarnaciónmás cabal del decoro, de la hidalguía y de la lealtad,y el brillo caudaloso de su ingenio; ese ingenio don-de la palabra, henchida de simbolismo y poesía—para bien de nuestras letras—, se apartó prontode los límites del cuento para hallar después, en lanovela, toda su más exacta expresión y, con ello, conalientos de perennidad, la consagración definitiva desu nombre.

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En época de tormentosas revueltas, en Villa deCura, ciudad que cabalga entre dos grandes porcio-nes del suelo venezolano —la entrada de los Llanoscon toda su imponente grandeza geográfica, y lasricas regiones del centro, de fértiles tierras, espejofiel de lo que Andrés Bello retrató en su Silva a laZona Tórrida—, nace el padre del novelista, don Ró-mulo Gallegos Osío. Eran días de asonadas guerrille-ras y de levantiscas aventuras; de cacicazgos y ban-derías, de luchas en que pugnaban por tomar elpoder los godos o conservadores, llamados azules,y los liberales, o liberales amarillos, como más pro-piamente les nombraban. Son revoluciones que sur-gen de la noche a la mañana hasta que llega, con eltriunfo de la Federación, un joven caudillo, AntonioGuzmán Blanco, quien instaurará un largo gobiernoautocrático y el asentamiento del Partido Liberal. Hu-yéndole a los rigores de los empobrecidos pueblosdel interior y a los azares de las frecuentes guerrasintestinas, la familia Gallegos se traslada a Caracas.Allí van naciendo los hijos. El mayor, Rómulo, comosu padre, viene al mundo el 2 de agosto de 1884, ysu infancia se desliza en aquella ciudad con aireprovinciano, apegada aún a costumbres antañonas ya un discurrir tranquilo, todo lleno de reminiscenciascoloniales. Guzmán Blanco, llamado luego el Autócra-ta Civilizador, va transformando la ciudad. Derribatemplos y conventos, erige teatros, mercados, bule-vares, organiza la hacienda, decreta la instrucciónpública obligatoria, levanta edificios públicos y cons-truye en el vecino burgo de Antímano su «palaciode invierno» —suerte de Versalles aldeano dondedespacha con Ministros enlevitados y una pompa quequiere parecerse un poco a las genuflexiones pala-ciegas de la Corte del Segundo Imperio. A los 14años ingresa al Colegio Sucre, regentado por el sa-bio doctor Sifontes, y, hallándose en ese plantel,muere su madre, doña Rita Freire Guruceaga. El do-lor hiere su infancia y hace presa de su espíritu so-

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ñador, lo que marcará en su sensibilidad de niño sig-nos de su vehemente religiosidad. Estos signos losconservará durante toda su vida, y aunque fue unhombre abierto a todas las ideas sociales, un hombreque estaba por encima del bien y del mal, se refle-jarán, en los años futuros, en la proverbial austeri-dad de su existencia. A poco se inscribe en la Uni-versidad, terminado el Bachillerato, para cursar es-tudios de Leyes, las cuales ha de interrumpir pron-tamente, por necesidades familiares.

El joven Gallegos, ya ducho en latines y ma-temáticas, en gramática, literatura y filosofía, ejer-ce diversos menesteres para aliviar un poco lasnecesidades hogareñas que le acucian. La Vene-zuela en transición alimenta su inquietud junto conel cambio de ideas de los jóvenes universitariosde la capital. Surgen las primeras promociones deinvestigadores, historiadores y científicos. Se reac-ciona contra el falso romanticismo y el sentido epo-péyico de los estudios históricos. En las tertuliasveinteañeras su vida comienza a cobrar un nuevosentido: el mundo trascendente de las ideas, la filo-sofía y la literatura. Cuatro eran sus amigos predi-lectos, con él, cinco. El mismo lo dice: «Eramos cin-co con una misma posición ante la vida. Cuestaarriba, cuesta abajo, nos íbamos por los callejonesde las haciendas de café, paseando nuestro cenácu-lo errante por todos los caminos. El Avila nos prestólos empinados sitios de sus cumbres para los ele-vados sueños...» Y ya, con el dolor profundo dela patria exhausta, dolida y sangrante por las cica-trices de sus guerras fraticidas y la opresión de laDictadura, urdían sueños de libertad y de justicia,ávidos de reivindicaciones sociales, imaginando —lodice él mismo— que con ellos comenzaba un mundonuevo... Esos cinco cruzados del ideal se llamabanRómulo Gallegos, Julio Planchart, Enrique Soublette,Julio Horacio Rosales y Salustio González Rincones.

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El 11 de enero de 1909 lanzan a la calle el primernúmero de «La Alborada», la revista que, no obstantesu precaria vida, dejó una huella profunda en el mun-do de las letras venezolanas aunque, más que unapublicación de afirmación literaria, resultó ser unaantorcha de orientación pública y política. Cónclavesereno en que se juntaban un crítico, un dramaturgo,un cuentista, un poeta y un novelista. Sólo apare-cieron ocho entregas, la última de ellas, el 28 demarzo de 1909. No obstante, la cohesión del grupoliterario que le dio vida se mantuvo firme hasta quelas circunstancias inmutables de la vida los separa-ron: Enrique Soublette viaja hacia las Islas Canarias,donde había de morir; Salustio González Rinconesse fue a París, Rosales se dedicó a ejercer la Judi-catura y Julio Planchart —el único que siguió man-teniendo contacto con Gallegos, aunque muy de tar-de en tarde—, se entregó a sus actividades de edu-cación, arte y literatura.

Durante un tiempo, Rómulo Gallegos hace vida deintensa comunicación literaria, comunicación que to-ma fuerzas en los días del Círculo de Bellas Artes,cuya influencia abarcaba por igual las Bellas Artesy la Literatura. Un gran artista venezolano, don Car-los Otero, a quien frecuentamos íntimamente unosdos años, aquí en Madrid, antes de irse a morir a suestudio de Baruta, perteneciente al grupo de los Pin-tores Disidentes que se rebeló en Caracas contra elmagisterio de la Academia de Bellas Artes, nos re-lató muchas veces que aquélla no fue una agrupaciónexclusiva de artes plásticas, sino lugar de reuniónde las más importantes figuras de las letras vene-zolanas de entonces. Las cotidianas tertulias, bien enel Círculo o en la Plaza Bolívar, eran cónclave de le-trados, de pintores y de músicos. No sé si sobre-viven algunos todavía, ya que los Key Ayala, los Ma-nuel Segundo Sánchez, los Enrique de los Ríos, handesaparecido. Rómulo Gallegos, con los Planchart

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—Julio y Enrique— y otros compañeros, era asiduode esas reuniones. Allí —relata e! poeta FernandoPaz Castillo— leyó muchas de sus páginas emotivasde ensayos y cuentos. Pintores, poetas y artistas ex-tranjeros que llegaban a Caracas se sumaban a losjóvenes, como aquel extraño poeta mejicano JoséJuan Tablada o e! enigmático ruso Nicolás Ferdinnan-dov, quienes aún se recuerdan en algunas exposicio-nes y páginas de arte caraqueñas.

Después de «La Alborada» toma conciencia en suespíritu y se expande, lo que dentro bullía con ocul-tas o detenidas fuerzas: su vocación de maestro ysu mensaje de escritor. En enero de 1912 es desig-nado Director del Colegio Federal de Varones de Bar-celona, en el corazón del oriente venezolano. Aquellaheroica ciudad había tenido antes un excepcionalmovimiento cultural pero ahora, por avatares de lapolítica, la turbulencia de las revoluciones y la per-secución implacable de que era objeto por parte delególatra caudillo de Villa Zoila, primero; y, luego porsu sucesor de La Mulera, había visto reducida supoblación a escasamente unos diez mil habitantes.Después de la desgraciada revuelta del bizarro Ge-neral Nicolás Rolando, en la llamada Revolución Li-bertadora en que cayó vencido en los baluartes deCiudad Bolívar, Castro desmembró el Gran EstadoBermúdez y sus secciones fueron convertidas en losEstados Anzoátegui, Sucre, Monagas y Nueva Espar-ta. Barcelona quedó reducida a la categoría inferiorde Cabeza de Sección. Gallegos contaba a la sazón28 años. Ante unos toscos bancos de madera, unatribuna burda, dos pizarrones, comienza en la viejacasona del Colegio sus funciones didácticas. Fugazy desconsolador ejercicio de una misión que pocopudo realizar: apenas tres meses. Durante ese inte-rregno contrae nupcias con su bella prometida, Teo-tiste Arocha Egui, en El Valle, representándolo, porpoder, su padre. Pasa un informe al Ministro de Ins-

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tracción Pública sobre el plantel y pide —por sudeplorable estado y su desorganización— su clausu-ra. Ante la gravedad de su padre regresa a Caracasy, a poco, cuando muere su progenitor, es designadoSub-Director del Colegio Federal de Varones.

No obstante su breve estancia en Barcelona, nohay duda de que le fue provechosa, pues le sirvió dealmirez espiritual para la realización de su primeraobra, publicada en 1920 con el título de El UltimoSolar, ya que, según Lowell Dunhan, las primerasocho y media páginas del Capítulo VIl son una ver-sión, casi textual, del cuento suyo publicado con eltítulo de «La Ciudad Muerta». Diez años después,en 1930, esta obra se edita en España con un nom-bre distinto y definitivo: Reinaldo Solar. Con ponde-rado criterio y claros razonamientos, el escritor ve-nezolano Adolfo Rodríguez Rodríguez estudia la pre-sencia del oriente venezolano en la obra de RómuloGallegos, principalmente de Barcelona con sus lla-nuras, sus litorales, sus ruinas. Ellas son —segúnapunta Rodríguez— escenario de símbolos dramáti-cos en «Reinaldo Solar», en «El Forastero» y en mu-chos de sus cuentos: allí vemos —agrega— barran-cas de Uñare y sentimos pasar las guerrillas de Ara-gua de Barcelona y de Cantaura...

En esos tres meses, Gallegos hacía anotacionesde diólogos, muletillas, historias, y la imagen de laciudad y sus gentes se quedó grabada en su ánimo.Allí se hizo patente en él, lo que el escritor René Gi-rad ha dicho: las grandes creaciones novelescas sonsiempre el fruto de una fascinación superada. En suestudio citado, Rodríguez identifica a muchos hom-bres y lugares de Oriente en «El Milagro del Año»(vertido en cuento y pieza de teatro); en «La Ciudadmuerta», en «Reinaldo Solar», en «Un Místico», en «ElForastero» y, aún mismo, en «La Trepadora».

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Superada la anécdota vital de sus primeros años,donde se juntan la hora primigenia de «La Alborada»,sus trabajos ensayísticos, su fugaz estancia en Bar-celona y su boda con la noble mujer que habría deacompañarle durante 45 años, doña Teotiste, tomancuerpo, razón y prevalencia en su persona, lo quehabría de ser imagen y constante de su vida entera:el educador, el maestro de juventudes, el creador li-terario, el novelista y el prócer civilista. Por esa ima-gen se plasma en él y va cobrando dimensiones loque, por los caminos de las aulas y los libros, porel foro del Parlamento, el estrado municipal, su Ga-binete Ejecutivo, el breve solio presidencial que de-tentó y el horizonte ilímite de su pueblo fue forjando,irreversiblemente, año tras año, su avasalladora, aus-tera y noble personalidad.

Hasta 1918 realiza una positiva labor docente co-mo Sub-Director del Colegio Federal de Caracas. Deallí va con iguales funciones a la Escuela Normal,hasta que vuelve —esta vez como Director— al an-tiguo Instituto convertido ahora en Liceo Caracas.Y es aquí donde realiza su magna tarea de educadorpreparando a toda una valiosa generación de jóvenesa quienes lleva con sus enseñanzas, con su cátedrade moral y de civismo por el camino de fecundasrealizaciones que recorrerían luego sus discípulos.

Hemos de sintetizar necesariamente, como bru-mosas pinceladas, la caudalosa labor literaria delMaestro hasta llegar a sus obras fundamentales.

En pleno período de madurez física y con esa se-vera disciplina que siempre tuvo para sus estudios,para sus actividades literarias, para su acontecerhumano, van transcurriendo los años siguientes a subreve estancia en Barcelona en una casi monótona eintrascendente acción. Son los días de la primeraGuerra Europea. Caracas sigue siendo un poco aque-lla pequeña ciudad alegre y confiada de ambiente

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colonial de nuestros padres, con sus grandes casonas, sus frescos patios y corredores, sus viejos mu-ros y claveteados portalones, en un discurrir callado,arrebujada entre las nieblas decembrinas de su Avi-la, sus típicas calles empedradas, los pregones ca-llejeros, las tertulias de la Plaza Bolívar y el chirriarde los tranvías que subían penosamente las cuestasde la Pastora o daban la vuelta por el Paraíso y Puen-te de Hierro. Gallegos, que trabaja afanosamente ensus actividades docentes, lleva algunas contabilida-des comerciales, pero escribe poco. Apenas publicaalgunos cuentos. Por los años 18, asociado a Eduar-do Coll, dirige la revista Actualidades, y cuando pre-paraba un número dedicado al Estado Aragua conoceal General Gómez en Maracay. Al viejo Dictador lesimpatizó la figura del autor de «Doña Bárbara», li-bro que se hizo leer por su Secretario, doctor Re-quena. Comienza para él una época de intensa ma-duración literaria.

Después de sus artículos y ensayos aparece suprimer libro: Los Aventureros, que es una recopila-ción de cuentos. En la gran revista «El Cojo Ilustra-do» salen narraciones suyas. Escribe dos piezas deteatro, una de ellas, El Milagro del Año, es estrenadaen Caracas con señalado éxito por la compañía Gua-dalupe Mendizábal, del Teatro Español, de Madrid.En la revista «Actualidades» se insertan sucesiva-mente 16 relatos suyos. En 1920 sale su primera no-vela, El Ultimo Solar, que diez años después, comoya he dicho, es editada en España con el título deReinaldo Solar. Dirige la «Novela Semanal», una pu-blicación destinada a divulgar los nuevos escritoresvenezolanos. Allí se inserta su relato «Los Inmigran-tes», y en la «Lectura Semanal», de José Rafael Po-caterra, publica su novelín «La Rebelión». Su otranovela de entonces. El Forastero, no se puede pu-blicar hasta 1942. Ya el Maestro no volverá a escri-bir cuentos. Escribe, escribe siempre, pero frecuen-

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temente rompe originales en la búsqueda constantede la superación. El Maestro cambiaba, pulía, reha-cía y sacrificaba muchas veces páginas enteras desus obras. Así aconteció con El Encendedor de Fa-roles, que nunca se llegó a publicar, y con El Pasa-jero de la Plataforma de Atrás. En 1925 sale a luzLa Trepadora, que es recibida por la crítica con ex-traordinario fervor por su hondo contenido humanoy con la cual —publicada cuando Gallegos era unhombre maduro de 41 años— culmina su primerafase de creación. Obra en que —según apunta JuanLiscano— obedece a ciertas directrices que señalanuna continuidad constante entre sus ensayos, susrelatos cortos y sus novelas. La culminación de eseproceso será su propia acción como educador y hom-bre público. Queda atrás toda una etapa de ansias,de trabajos dispersos, de esa labor apasionada delos primeros años: «La Alborada», «El Cojo Ilustra-do», «El Ultimo Solar», «La Rebelión», «Los Inmigran-tes». Con La Trepadora comienza la consagración deRómulo Gallegos y el escritor conquista unánime res-peto intelectual. Pero nada hacía presentir en esosdías lo que sería después su verdadera consagracióninternacional como escritor: la aparición de DoñaBárbara. Todo lo que había sido en él pasión deaprendizaje en años anteriores y sacrificado procesode formación, concluye fecundamente en esa obra,la más importante de la novelística continental. Amé-rica ganaba por derecho propio un autor de tallauniversal, y Venezuela al más grande novelista detodos sus tiempos.

No por sabido vale la pena dejar de mencionarcómo fueron los prolegómenos de la creación deDoña Bárbara, que ha tenido aquí últimamente unagran notoriedad, por la escenificación que se hizo dedicha obra en la Televisión Española. En la SemanaSanta de 1927 Rómulo viaja a los Llanos para docu-mentarse en una novela que prepara y cuyos prime-

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ros capítulos compusieron el novelín La Rebelión.La obra se titularía La Casa de los Cedeño. Al llegara San Fernando, el contacto con la realidad llanerale impresiona profundamente. En el hato «La Cande-laria» conoce a un señor de apellido Rodríguez, quienle relata cosas sorprendentes que le aguzan la ima-ginación. Le habla de Mier y Terán, un doctor en le-yes que se internó en un hato de su propiedad ydespués de convertirlo en uno de los más ricos dela región, se aficiona a la bebida, cuyos excesos learruinan, le arruinan físicamente y le convierten encasi una piltrafa humana; le dice también de los due-los personales y matanzas entre dos familias de te-rratenientes, los Manuit y los Belisario, y de la exis-tencia de Francisca Vásquez, la mujerona, que eratodo un hombre para jinetear caballos y enlazar to-ros cimarrones, codiciosa, supersticiosa, con famade hechicera, sin grimas para quitarse de por de-lante a quien le estorbase... (Hemos de señalar en-tre paréntesis y como cita anecdótica que el poetaAndrés Eloy Blanco, cuando estuvo en Apure reciéngraduado, fue abogado de esa tal Francisca Vásquez,y parece ser que no era tan hermosa ni perversa,pero sí mujer de armas tomar. Vivía en un hato desu propiedad, amancebada con un llanero de garrací,blusa, alpargatas y catire, como José Antonio Páez,de quien se decía descendiente.) Gallegos, fascina-do, se interesó por el personaje. Más tarde él mismonos lo dirá: Han pasado veintisiete años. Yo no meolvidaré nunca (refiérese a Rodríguez) de que él fuequien me presentó a Doña Bárbara. Desistí de lanovela que estaba escribiendo, definitivamente iné-dita, ya... La mujerona, la devoradora de hombres sehabía apoderado de mí...

De regreso a Caracas escribe de un tirón la no-vela «La Coronela». Fue esa la primera versión deDoña Bárbara. Vienen los sucesos estudiantiles delaño 28. «La Coronela» se hallaba en prensa. De pron-

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to ordena suspender el trabajo. Su esposa se en-cuentra enferma y el matrimonio resuelve ir a Italia,a Bolonia, donde es sometida a una intervenciónDoña Teotiste. Allí, durante la convalescencia, repasalos originales de «La Coronela». Trabaja incesante-mente. Retornan por Barcelona y, revisada por últi-ma vez su obra, la entrega al editor Araluce. El 15 defebrero de 1929 aparece «Doña Bárbara». En septiem-bre la Asociación del Mejor Libro del Mes favorececon su voto a «Doña Bárbara». Integraban el JuradoJosé María Salaverría, Gabriel Miró, Ramón Pérez deAyala, Ricardo Baeza, Azorín, Gómez de Baquero, En-rique Ruiz Canedo y Pedro Sainz, todos ellos pres-tantes figuras del movimiento literario español.

Doña Bárbara se constituyó, desde el momentomismo de su aparición, en una novela ejemplar. Na-cía con ella un nuevo camino para la narrativa his-pánica. No fue, como afirma José Ramón Medina, unmilagro literario en la historia de la novelística ve-nezolana, pero sí la culminación genial de un vastoproceso que hundía sus raíces en las lejanas tenta-tivas de la novela venezolana del siglo pasado, paraser luego realidad de aliento en los criollistas, enlos modernistas y aún en los naturalistas posterio-res. Ninguna de las novelas que se escribieron ennuestra tierra antes de «Doña Bárbara» poseía, comoésta, «solidez, equilibrio, ponderación, fogoso alien-to poético, intensidad dramática». «Doña Bárbara»constituyó una síntesis y una culminación. «DoñaBárbara» —dice Juan Liscano— es una novela rea-lística y poemática. También picaresca, descriptiva,costumbrista, folklórica, sociológica y dramática. Elescritor español y miembro que fue del Jurado, Ri-cardo Baeza, la califica como novela realista y novelapsicológica, novela de acción y novela de caracteres,y nuestro crítico y catedrático, Pedro Díaz Seijas, vaaún más allá, al considerarla como una de las nove-las más perfectas dentro de la literatura castellana,

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afirmando luego que «su equilibrio, su sobriedad,corresponden a su linaje clásico».

Por eso trascendió las fronteras patrias adqui-riendo vigencia universal. En aquella hora históricade la vida del novelista, «Doña Bárbara» sirvió paraque surgiera en el proceso literario de América unnuevo personaje avasallante en el campo de la na-rrativa: «el paisaje llanero, la naturaleza bravia, for-jadora de hombres recios. Aquel paisaje hermoso ydesolador del Llano. Aquel mundo de inmensidad, debravura y de melancolía». Esa tierra que ya habíacomenzado a ver Rómulo Gallegos cuando emprendiósu viaje al Llano en plena sequía, recorriendo cami-nos polvorientos y cruzando caños en improvisadasbalsas. El propio Gallegos lo dice cuando llega deSan Fernando y evoca «el ancho río, el cálido am-biente llanero de aire y de cordialidad humana. Al-guna ceja de palmar, allá en el horizonte; tal vez unrelincho de caballo salvaje a lo lejos, respondiéndolequizá, a un bramido de toro cimarrón y, también,cerca de nosotros —dice el Maestro—, un melan-cólico canto de soisola... Tierra ancha y tendida, todahorizontes, como la esperanza; toda caminos comola voluntad...

Por la obligada concisión a que debemos some-ternos en esta charla, hemos querido señalar conun comentario más extenso la obra más celebradade Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, pero pasando,casi sin tocarlo, el desarrollo de su otra obra decreación. El Maestro tiene, además de Reinaldo So-lar y Doña Bárbara, a quienes nos hemos referido, co-mo libros fundamentales suyos, a La Trepadora, pu-blicada en 1925; Cantaclaro, en 1934; Canaima, en1935; Pobre Negro, en 1937; El Forastero, en 1942;Sobre la Misma Tierra, en 1943. Luego vienen La Briz-na de Paja en el Viento, en 1952, en La Habana, yLa Brasa en el pico del cuervo, escrita en Méxicoen 1953.

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De la copiosa bibliografía que existe sobre suobra, tanto de las más calificadas plumas venezola-nas como de escritores, críticos y especialistas deliteratura americana en el extranjero, podría glosa-ros, así fuera superficialmente, conceptos sobre suextraordinario quehacer, los cuales le consideran—y aquí no cabe ditirambo— como uno de los másgrandes novelistas del Continente americano, y al-guno de ellos, además, señala su obra como «lamás importante, en su conjunto, en toda la historiade la literatura venezolana y, por extensión, de lanovelística hispanoamericana». Esta frase que copiotextualmente es del gran escritor del sur Hugo Emi-lio Pedemonde. El crítico Juan Liscano considera quela obra de Rómulo Gallegos se presenta como un ci-clo, como un conjunto de escritos comunicantes en-tre sí y alimentados por motivaciones permanentes,y no como una sucesión de textos interdependientesunos de otros. Es decir, que los temas y personajesse repiten o reaparecen en el desarrollo de sus di-versas novelas.

Sin embargo, vale la pena que nos refiramos,apenas como una mínima pincelada, sobre algunasde estas obras. La Trepadora, por ejemplo, está con-siderada como la primera novela genuinamente ve-nezolana. Las anteriores, harto conocidas, pecabanpor un exceso de elementos folklóricos. Les faltabaestructura, unidad, dicho sea sin lastimar obras co-mo Zarate, Peonía o Todo un Pueblo, las cuales, contodas sus posibles deficiencias influyeron un pocoen la formación de Gallegos. El Maestro dijo en oca-siones que Doña Bárbara era su mejor novela, la quetuvo mayor difusión y estaba mejor lograda. Pero aél le gustaba más Cantaclaro. En esta novela, tam-bién sobre el Llano, la imagen está cubierta de unacomo impalpable fronda de lirismo, de poesía. DoñaBárbara es pura acción, fuego, trazo firme y emocio-nado. Cantaclaro es leyenda, sueño, hopalandas de

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ternura ceñidas a la fábula de un mundo que sepierde en las soledades del paisaje abierto, de loshorizontes sin límites y, también, un poco, en la po-breza y el abandono.

Una gran novelista venezolana, Lucila Palacios,afirma que después de Doña Bárbara, Cantaclaro yCanaima ya no podría existir ni continuar la novelavenezolana sin estas creaciones. Canaima es consi-derada por muchos la obra culminante del Maestro.En un inmenso salto, el novelista se interna de losllanos al mundo tremendo y angustioso de la selva.El crítico Pedro Díaz Seijas afirma que en esta obra,como en La Vorágine, de Pedro Eustasio Rivera, sesiente la fuerza demoníaca de los bosques tropicalescon toda su magnífica grandeza y majestad. Tresnovelas: Pobre Negro, El Forastero y Sobre la Mis-ma Tierra, proyectan al novelista hacia nuevos ho-rizontes. En la primera, por el estímulo psicológicode los personajes, que convierte a la obra en unanovela-símbolo, saturada de idealismo y sobresalien-te belleza; en la segunda, porque el paisaje desapa-rece por completo y se proyectan, en cambio, lascuestiones sociales; y en la tercera, porque la tra-ma, que se desenvuelve en una de las regiones másricas de la geografía venezolana, el Zulia, la tierradel petróleo, y en la Guagira, es fascinante y, tam-bién, por su hondo contenido social. En La Brizna dePaja en el Viento, escrita cuando Rómulo Gallegosse hallaba en el exilio, en Cuba, aparece de nuevoel escritor lírico, en medio de una sobriedad y equi-librio admirables. Anotaba Arturo Torres Rioseco, queal Maestro le gustaba mucho insistir sobre los mis-mos personajes y encontraba que algunos de estaúltima novela, podían identificarse con otros de LaTrepadora o El Forastero. En estas obras se halla pre-sente «el estilo perfecto, la madurez dorada y la ex-traordinaria sensibilidad del Maestro».

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Después de este breve recorrido que hemos he-cho sobre la obra de Rómulo Gallegos con ligerasimágenes de su condición humana y algún recuentoanecdótico, nos hallamos ante un panorama que po-dría llenar, él sólo, la figura de cualquiera otra exis-tencia extraordinaria, como podrían ser sus activida-des en el campo de la política, sus exilios, su sere-nidad de apóstol y maestro de juventudes en susúltimos años y, finalmente su muerte, de la que hantranscurrido apenas nueve años, mas la obligada li-mitación del tiempo nos impide discurrir detenida-mente sobre ello.

Rómulo Gallegos amó profundamente a España.En esta tierra pasó varios años. En 1930, en Barce-lona, publica su novela Reinaldo Solar, que es unasegunda edición de su primer libro titulado entoncesEl Ultimo Solar. Después, en la misma ciudad, salea luz Doña Bárbara que, como ya hemos dicho, fuecalificada como el mejor libro del mes. Pasa dos otres veranos en Galicia y algún tiempo en Madrid.El escritor mejicano Andrés Iduarte, que le conocióy frecuentó mucho en esos días, escribió un magní-fico trabajo sobre su estancia madrileña. El formabaparte, junto con otros jóvenes venezolanos y españo-les del grupo que le veía y acompañaba siempre. Vi-vió el Maestro en el barrio estudiantil de Argüellesen la llamada Casa de las Flores, por la calle de Hila-rión Eslava, que quedó reducida a escombros durantela guerra civil. La colonia venezolana antigomecistaque vivía aquí, le seguía con devoción, como GonzaloBarrios —hoy Presidente del Congreso Nacional— loshermanos García Maldonado, Juan Oropeza, Nelson Hi-miob y otros. Solían llegar a cada momento, estudian-tes venezolanos procedentes de Barcelona, París,Nueva York, y hombres maduros, familias enterasque huían de Venezuela ante la dictadura de Gómezy se acercaban a él como un símbolo y una esperan-za de libertad. Frecuentaba poco el mundo literario,

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aunque sí, museos y bibliotecas. Entre sus pocos—aunque dilectos amigos españoles— hallábanseGabriel Miró, Ricardo Baeza, Salaverría, Gómez deSaquero, Ramón Pérez de Ayala y Alberto FernándezMezquita. Esa fue su vida española: de estudios, desosiego espiritual, humildísima en todos sus aspec-tos. Un día le sorprende la muerte de Gómez, acae-cida en diciembre de 1935. Pronto se abrirá para é!,una nueva etapa llena de trascendencia humana, polí-tica y social, cuando entonces se reincorpora a lapatria. Atrás quedaban sus días de Barcelona y sularga estancia en Beluse, la bella región gallega don-de pasó varios veranos y terminó sus novelas Ganai-ma y Pobre Negro.

Llamado por el General López Contreras que su-cedió en el Gobierno, a Gómez, es designado Minis-tro de Educación. Eran días anárquicos. Su nombra-miento se tomó como una concesión a la izquierdaque Gallegos representaba. Pero todavía tenían fuer-zas los corifeos de la dictadura, los Pérez Soto, losGalavís, los León Jurado. Con Gallegos estaba Maria-no Picón Salas que trajo a muchos técnicos extran-jeros, particularmente chilenos. Duró escasamentetres meses en el Ministerio. Vuelve a lo suyo y con-cluye su novela Pobre Negro, que publica en 1937.Postulado por la oposición, sale electo Diputado alCongreso por el período 1937-1940. Ejerce la Presi-dencia del Concejo Municipal de Caracas, y el 14 dediciembre de 1947, en las primeras elecciones libresefectuadas en el país, sale electo Presidente de laRepública. Contaba 63 años. El 15 de febrero siguien-te toma posesión en medio de las aclamaciones po-pulares y la masiva presencia de escritores y dele-gaciones representantes de treinta naciones. Escasosmeses duró en el Poder. Un movimiento subversivoencabezado por militares derriba al régimen consti-tucional. Con espartano estoicismo, se negó a re-nunciar. Fue hecho prisionero y enviado al exteriorcon su familia, exiliándose en Cuba.

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Se repetía, por segunda vez, su ostracismo. Elprimero, cuando Gómez. En aquellos días, habiendosido electo Senador por el Estado Apure, por unamaniobra del Ministro Rubén González para sumara la corte de áulicos del viejo Dictador, el nombredigno de Gallegos, éste sintió que se derrumbaríansus más nobles ideas si aceptaba esa designación,que consideraba espuria y una avilantez. Pero, si lohacía en Caracas, iría a la cárcel. Dejó pasar los días,no se incorpora al Senado y se va, exiliado volun-tario, con un pretexto cualquiera a los Estados Uni-dos. Desde Nueva York envía una carta al Presidentedel Congreso que es todo un dechado de dignidadhumana renunciando a su representación y a la je-rarquía de Senador.

Durante su largo destierro recibe muchas pruebasde afecto y homenajes. Viaja a Costa Rica, a Guate-mala y a México donde se radica en julio de 1949.Se instala en Cuernavaca donde se hallan exiliadosotros ilustres venezolanos, como Andrés Eloy Blanco,y en 1950 pasa por el inmenso dolor del fallecimien-to de su esposa, doña Teotiste, ocurrido en las Lomasde Chapultepec, de la capital, el 7 de septiembre.Fue, sin duda, la pena más dura que sufrió en todasu existencia. En una desgarradora carta que escribeal hermano de su mujer, Juan Arocha Egui, le dice:«¿Será necesario que yo les diga de qué magnitudes mi dolor? Fueron cuarenta y cinco años de con-templación, mis ojos puestos en la dulce imagen coninolvidable amor como en el día de la primera mira-da, 1.° de septiembre de 1905», y agrega: «... Pocasmujeres habrán llenado tanto la vida de un hombrecomo ella, la mía, con su ternura, su bondad, con suhermosa abnegación, su admirable entereza de áni-mo en los trances difíciles y su fácil e inmensa ca-pacidad de sacrificio, tanto en el ordinario momentode todos los días, así en la fortuna como en la ad-versidad, cual es la hora dramática de las determi-

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naciones decisivas de un destino»... para expresarfinalmente: «... A la serenidad de su recuerdo en miespíritu, le confío yo el decoro con que debo llegaral término de mi vida...». El cadáver de su esposafue embalsamado y depositado en una Capilla delPanteón Español adonde acudía a diario para verlay meditar amorosamente frente a ella. Cuando doñaTeotiste murió, depositó todo su afecto en sus hijosadoptivos, Sonia y Alexis, huérfanos de un sobrinode doña Teotiste y levantados por María Arocha, suhermana. Con la ternura y amor de esos niños hallósu espíritu apesadumbrado el lenitivo que le hacíafalta a su tremenda soledad. Permanece en Méxicohasta 1958 en que, derrocada la dictadura perezjime-nista por el pueblo, regresa a Venezuela, ungido porel recuerdo y el reconocimiento unánime de su Pa-tria.

Es el dos de marzo. El sacudimiento que produjoen todo el territorio nacional el derrocamiento delrégimen dictatorial que sufría el país, se halla toda-vía en plena efervescencia. Después de ese desmo-ronamiento brota en las gentes un ansia inconteniblede libertad y de acción reconstructiva. Alcanzada yala estabilidad democrática, día a día se incorporan ala Nación los miles de compatriotas que habían pa-decido horas dolorosas de sacrificio en el exilio. Enmedio de una gran espectación llega al aeropuertode Maiquetía, Rómulo Gallegos. Trae consigo los res-tos de su esposa. Un millarada de persona acude arecibirlo. Desciende del avión, saluda a la multitudy se inicia la caravana hacia Caracas presidida poraltos cargos del Gobierno. Ya no son mil ni dos milpersonas quienes le acompañan, acaso veinte o trein-ta mil almas. Es el pueblo, su pueblo, las mujereshumildes, los obreros, los niños azotacalles, y cuan-do el ataúd, en un instante de sobrecogedora emo-ción es depositado en la fosa, un inmenso silencioimpresionante selló la patética escena. Altos digna-

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tarios, como el Ex-Presidente de la República LópezContreras le abrazan conmovidos. En el aire, con uncielo opaco, sin sol y sin azules, se humedece la ce-niza de un llanto que el Maestro, de frente ante lagravedad sin mentiras de la muerte, le borbota enel pecho y no puede, siquiera, derramar...

Rómulo Gallegos, otra vez en la patria sufre unatremenda depresión espiritual y, preso de melanco-lía, sólo halla un poco de consuelo en el amor desus hijos y en la veneración y afecto de sus compa-triotas. Como compensación —generosa y noble com-pensación— se inician en su honor infinidad de ho-menajes y distinciones. Varias Universidades le ha-cen Doctor Honoris Causa. Es dado su nombre a lu-gares públicos en todo el país. En el Estado Guáricose le erige un busto. El Gobierno de la Argentina leotorga la Gran Cruz de la Orden de San Martín. Alas promociones de profesores y maestros de todala República, graduados ese año, se les da, por dis-posición del Ministerio de Educación, el nombre deRómulo Gallegos. Se le concede el Premio Nacionalde Literatura y es elegido Miembro de la Academiade la Lengua. Algunas Universidades, Academias, laAsociación de Escritores y gremios profesionalespresentan su candidatura para el Premio Nobel. Seeditan sus obras completas. El Gobierno del Perú leotorga la Orden del Sol. Aún se hallaba fuerte y go-zaba de buena salud en sus 75 años. Pero, no obstan-te, no tiene alientos para escribir. En 1961, sufre uninfarto. Repuesto, viaja ese mismo año a Roma dondepronuncia el Discurso de Orden en la inauguraciónde la estatua del Libertador. El 2 de agosto de 1964,al cumplir los 80 años recibe un hermoso homenajede entidades oficiales y culturales de Venezuela yde toda América. Pero, ahora sí es un hombre acaba-do. Por un milagro de voluntad apenas sacaba alien-tos de su organismo deshecho. Se extingue su vida.No puede escribir y apenas sale de la casa. Allí le

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visitan sus amigos y las Delegaciones que vienendel interior o de corporaciones extranjeras. Sonia, laabnegada hija, no se le separa un instante. A vecesle lee páginas de sus libros. Al pie del Avila, en laUrbanización Los Palos Grandes, está su hogar. Enlas mañanas, cuando la neblina caracolea por lasfaldas del monte y por las veredas de inverosímilestrechez bajan los mozos que traen de Galipán susjumentos cargados de claveles, de gladiolas y azu-cenas, el Maestro siente el aire fresco y madrugadorde la montaña. A veces, como en las descripcionesde Manuel Díaz Rodríguez, llega hasta su lecho elperfume de los ceibos y apamates florecidos, o elfuerte olor de jazmín de los barbechos cuando, enlos canjilones de alguna hacienda cercana, mojadapor el rocío del alba, abre sus pétalos la rosa escar-lata del café. Son los alientos últimos del astro quese apaga. La agonía del cóndor cuando aletea en laabrupta cumbre, sobre la nieve del invierno, el oromortecino de la gloria.

Y todo concluye cuando en la madrugada del 5de abril de 1969, al extinguirse en los templos lasúltimas luminarias del Viernes Santo, con el estoicis-mo de los filósofos de la antigua Grecia, como trans-currió su existencia de escritor, de maestro, y, fu-gazmente, de político, duerme su sueño postrero yse enfrenta cara a cara con la muerte.

Aun cuando su fallecimiento era esperado por sugrave estado de salud, la noticia se expandió por to-da Venezuela con la velocidad de la luz. En Caracas,su ciudad natal, se sentía un halo de profunda tris-teza. En las barriadas, en las chabolas de la periferia,en los institutos de cultura, en las universidades, enlas redacciones de los periódicos, en las Academias,unos y otros se abrazan, estremecidos, por el duelocomún que les afecta. En su residencia, la quintaSONIA, el aire mueve quejumbres y viste de apaci-

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bles banderas vegetales sus jardines. El aposentoexhala un aroma que se mezcla con el olor de loscirios y el eco, ungido de congoja, de los rezos queconfortan su último aliento.

Llegan los primeros visitantes. El Presidente dela República, doctor Rafael Caldera. Lilina Iturbe, viu-da de Andrés Eloy Blanco junto con Cecilia Olava-rría, que acompañaba a este poeta en el mismo co-che del accidente mortal. Carlos Guinand Baldó, Go-bernador del Distrito Federal, un sacerdote, el PadreIsaías Ojeda, el hermano del Maestro, don Pedro Ga-llegos, su entrañable y leal amigo, Ricardo Montilla,el Canciller Arístides Calvani y buenas gentes ami-gas de la vecindad.

En las calles comienzan a enlutar los balcones. ElGobierno decreta Duelo Público. La radio transmiteal mundo entero la noticia. Todos ios diarios, en unextraordinario despliegue informativo, llenan sus pá-ginas con fotografías y artículos sobre el Maestro.Y con gran solemnidad se traslada poco después elcadáver a la Capilla Ardiente instalada en el SalónElíptico del Capitolio Nacional.

En torno al catafalco montan guardia los cadetesde las Fuerzas Armadas y los relevos de los AltosMiembros del Gobierno. Allí están también, con sunoble y muda presencia, las Condecoraciones, laBanda Presidencial, los Pergaminos de Academias yUniversidades y una edición especial, primorosa joyabibliográfica, de Doña Bárbara. Al día siguiente secelebran las honras fúnebres que preside el PrimerMagistrado y quien pronuncia un discurso que tradu-ce el sentimiento de pesar del Gobierno y pueblo deVenezuela; Monseñor Pellín, su amigo personal yaustero vicario de Cristo, no puede contener las lá-grimas. Hablan también el Ex-Presidente Leoni, elPresidente del Congreso, José Antonio Pérez Díazy el del Concejo Municipal de Caracas, Rafael Do-mínguez Sisco. Al salir el féretro que cargaban sobre

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sus hombros Raúl Leoni, Jóvito Villalba y sus hijosSonia y Alexis, en primer término, el pueblo que es-peraba en la calle en noble vela desde la noche ante-rior, casi arrebata el ataúd para llevarlo en procesióncívica hasta su reposo final del Cementerio.

Allí, la última despedida, al lado de la tumba queguarda los restos de su esposa. Hablan el escritory académico José Nucete Sardi y el poeta Luis Pas-tori, que preside la Asociación de Escritores Venezo-lanos, y a nombre del Partido Acción Democrática,fundado por Gallegos, Rómulo Betancourt, GonzaloBarrios, otros compatriotas y su Secretario General,hoy Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez.

Y esto es todo, señoras y caballeros. En este bre-ve paseo dialogado he querido ofreceros una imagende ese integérrimo hombre de letras que se llamóRómulo Gallegos. Una de las figuras más brillantesde la narrativa hispanoamericana. Un apóstol del ci-vismo. Un ciudadano ejemplar. Aquí, en estos instan-tes, en esta noble casa de la cultura que es el Ateneode Madrid, hemos sentido palpitar un poco el corazónde Venezuela, no con palabras de silencio emocio-nado, sino como las que, en nombre de la Historia,cabalga sobre piedras de amor y de recuerdo y seva, camino de la Gracia, para recoger con su ejem-plo la más pura, la más hermosa, la más gallarda lec-ción de humanidad.

Muchas gracias.

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