RNC Número 336 / Tomo II / 2008

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DIRECTOR FUNDADOR MARIANO PICÓN SALASFundada en 1938

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SAEL IBÁÑEZ > Director

AÑO LXX ENERO - JUNIO DE 2008. Nº 336

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CONSEJO DIRECTIVO

Sael IbáñezDirector

Maritza JiménezJefe de redacción

Melbis GuzmánCoordinación editorial

Ligia GuerraSecretaria ejecutiva

Freddy CornejoDistribuidor

Javier LuquezAsistente

CONSEJO EDITORIAL

Maritza JiménezAntonio TrujilloGabriel Jiménez EmánWilliam OsunaCósimo Mandrillo

Hecho el depósito de ley Depósito legal N° P. P. 193802DF 102ISSN: 0035-0230

Casa Nacional de las Letras Andrés BelloMercedes a Luneta. Parroquia Altagracia. CaracasTelefax: [email protected]

>EDITORES

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA CULTURACASA NACIONAL DE LAS LETRAS ANDRÉS BELLO

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SUMARIO

RESEÑAS José Rafael Pocaterra ~ CUENTOS GROTESCOS 11Carlos Borges ~ PÁGINAS PERDURABLES 16Ida Gramcko ~ POESÍA Y TEATRO 19Isaac J. Pardo ~ ESTA TIERRA DE GRACIA. IMAGEN DE VENEZUELA

EN EL SIGLO XVI 25Connie Lobell ~ POETAS VENEZOLANOS 1940-1943. ANTOLOGÍA 31Alfonso Ontiveros ~ FACTORES PREDOMINANTES DE LA CRIMINALIDAD

EN VENEZUELA Y SUS BASES ESTADÍSTICAS 37Arístides Parra ~ EL NIÑO DE LA ALJABA 42Ramón Briceño Perozo ~ DE LOS HECHOS DE LA CONQUISTA

DURANTE LA FUNDACIÓN DE LAS CIUDADES VENEZOLANAS TRUJILLO,

MÉRIDA Y SAN CRISTÓBAL 48Fernando Diez de Medina ~ LA ENMASCARADA Y OTRAS NARRACIONES 51Jesús Alfonso Ferrer ~ ROMANCERO DE LA EPOPEYA 55Joaquín Gabaldón Márquez ~ ARCHIVOS DE UNA INQUIETUD

VENEZOLANA 59León Orgaz ~ LAS MOCEDADES DE SIMÓN BOLÍVAR 63Lisandro Alvarado ~ DATOS ETNOGRÁFICOS DE VENEZUELA.

VOLUMEN IV DE LAS OBRAS COMPLETAS DE LISANDRO ALVARADO 66Miguel Acosta Saignes ~ LA VIVIENDA POPULAR EN BARINAS 69Orlando Araujo ~ LENGUA Y CREACIÓN EN LA OBRA

DE RÓMULO GALLEGOS 73Pedro Díaz Seijas ~ LECTURAS PATRIÓTICAS 87Pedro Rafael Gilly ~ VENTANAL SONORO 90Ramón Díaz Sánchez ~ EVOLUCIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA

EN VENEZUELA 94

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Antonio Márquez Salas ~ LAS HORMIGAS VIAJAN DE NOCHE 98Aníbal Hill Peña ~ MARIANO DE TALAVERA, EL TRIBUNO DE LA LIBERTAD 106Antonio Stempel París ~ LOS HOMBRES, EL CAMINO Y EL MAR 109Arturo Uslar Pietri ~ VALORES HUMANOS 112Augusto Mijares ~ LA LUZ Y EL ESPEJO 115Claudio Vivas ~ HUELLAS SOBRE LAS CUMBRES 119Francisco González Guinán ~ TRADICIONES DE MI PUEBLO 123Francisco Lárez Granado ~ UMBRAL DE AUSENCIA 126Gonzalo Picón Febres ~ EL SARGENTO FELIPE 129José Francisco Torrealba ~ INVESTIGACIONES SOBRE LA ENFERMEDAD

DE CHAGAS EN SAN JUAN DE LOS MORROS 132Jesús María Castillo ~ FECUNDA RECOGIDA 136José Antonio Ramos Sucre ~ OBRAS: LA TORRE DE TIMÓN, EL CIELO

DE ESMALTE, LAS FORMAS DEL FUEGO 140José Gil Fortoul ~ EL HUMO DE MI PIPA. DISCURSOS Y PALABRAS.

DE HOY PARA MAÑANA 146José Ramón Medina ~ EXAMEN DE LA POESÍA VENEZOLANA

CONTEMPORÁNEA 151Luz Machado de Arnao ~ SONETOS NOBLES Y SENTIMENTALES 154Manuel Matos Romero ~ IMPROVISADORES POPULARES

DEL ESTADO ZULIA 158Miguel Cardona ~ ALGUNOS JUEGOS DE LOS NIÑOS DE VENEZUELA 161Miguel de Unamuno ~ ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES 164Otto de Sola ~ EN LOS CUATRO SIGLOS DE VALENCIA 166R.D. Silva Uzcátegui ~ EL ESTADO PORTUGUESA 170Rafael Ángel Insausti ~ CAMINOS Y SEÑALES 173Rafael Pineda ~ LA CAZA DEL UNICORNIO 176Salvador Carvallo Arvelo ~ PALABRAS LEJANAS 180Mariano Picón Salas ~ COMPRENSIÓN DE VENEZUELA 183J.A. Escalona Escalona ~ SOMBRA DEL CUERPO DEL AMOR 186Adriano González León ~ LAS HOGUERAS MÁS ALTAS 191Ángel Rosenblat ~ BUENAS Y MALAS PALABRAS 193Enrique Muñoz Rueda ~ LOS MERCADERES EN EL TEMPLO 196Ima Summis ~ MIRO GUAGUA 199Oscar Guaramato ~ LA NIÑA VEGETAL Y OTROS CUENTOS 202César Tinoco Richter ~ SIGNOS DE NUESTRA ÉPOCA 204Eduardo Arcila Farías ~ CUATRO ENSAYOS DE HISTORIOGRAFÍA 207

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Enrique Ortega Ricaurte ~ ARCHIVO DEL GENERAL JOSÉ ANTONIO

PÁEZ. TOMO II (1821-1823) 211Blas Loreto Loreto ~ HISTORIA DEL PERIODISMO EN EL ESTADO

GUÁRICO 215Pablo Domínguez ~ EL CAPITÁN DE LA ESTRELLA 218Rafael Ángel Insausti ~ DE PIE, SOBRE LA SOMBRA 222Tte. cnel. J.M. Pérez Morales y Enrique Lluch S. de Mons ~ NEGRO

MIGUEL, EL ESCLAVO REY 228Jane Lucas de Grummont ~ LAS COMADRES DE CARACAS (HISTORIA

DE JOHN G.A. WILLIANSON, PRIMER DIPLOMÁTICO NORTEAMERICANO

EN VENEZUELA) 231Dionisio Aymará ~ MUNDO ESCUCHADO 235Gustavo Pereira ~ EL RUMOR DE LA LUZ 238Carlos Mendoza ~ CRISTÓBAL MENDOZA 241César Lizardo ~ VALORES MÉDICOS 245Edmundo J. Aray ~ LA HIJA DE RAGHU 248Enrique Planchart ~ LA PINTURA EN VENEZUELA 251Fernando Paz Castillo ~ ENTRE SOMBRAS Y LUCES 255Gonzalo García Bustillos ~ VOZ MATERIAL (CANTO) 259Héctor García Chuecos ~ SIGLO DIECIOCHO VENEZOLANO 262José Ramón Medina ~ ANTOLOGÍA POÉTICA 266Juan David García Bacca ~ DE LA GRANDE IMPORTANCIA DEL

FILOSOFAR. DE LA MENOR DE LA FILOSOFÍA. DE LA MÍNIMA

DE LOS FILÓSOFOS 272Julio de Armas ~ HOMBRES Y PALABRAS 277Natalio Dobson ~ DIAMANTE... LLANTO DE MINERO 280Pedro Berroeta ~ LA LEYENDA DEL CONDE LUNA 283Rafael Ángel Barroeta ~ BAJO LA TARDE 288Reyna Rivas ~ HUÉSPEDES DE LA MEMORIA 293Adolfo Salvi ~ LOAS Y SEMBLANZAS 296Alberto Arvelo Torrealba ~ FLORENTINO Y EL DIABLO 299Lucila Palacios ~ EL DÍA DE CAÍN 304HOMENAJE A ANDRÉS ELOY BLANCO 308

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LA PRIMERA EDICIÓN de Cuentos grotescos fue hecha en los talleres dela Imprenta Bolívar, el año de 1922, cuando José Rafael Pocaterr a(1889-1954) era ya conocido en el mundo literario venezolanopor sus novelas Política feminista o El doctor Bebé (1911), Vidasoscuras (1913), Tierra del sol amada (1918). Algunos de estos cuen-tos, antes de ser r ecogidos en volumen, apar ecieron en r evistascomo Actualidades y La Lectura Semanal. Después de algunos añosde escrita, Pocaterra publicó en 1946 su mejor novela conocida,La casa de los Ábila . No era éste, sin embar go, el género en quehabría de sobr esalir escritor tan singular . Hoy r esulta lugar co -mún establecer el contraste entr e Rómulo Gallegos y José RafaelPocaterra, quienes se iniciaron en las letras con pocos años de dif e-rencia. El primero comenzó escribiendo cuentos que eran anunciosde su talento y vocación de gran novelista. El segundo principiócon novelas medianas y derivó, en último término, hacia los pr e-dios del cuento, donde señorea con la seguridad de quien está encasa propia.

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José Rafael Pocaterra

CUENTOSGROTESCOS

Segunda edición aumentaday prologada por el autor.

Caracas-Madrid:Ediciones Edime, 1955.

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Correspondióle a Pocaterra sufrir acerbamente una de las épocasmás sórdidas de la vida venezolana: el binomio Castro-Gómez. Suexistencia fue desgarrada por persecuciones políticas, car celazosy destierros. De su actuación en aquella época, Pocaterra ha dejad ouno de los más conmovedores testimonios en esa crónica tremen-da que él bautizó con el nombr e de Memorias de un venezolanode la decadencia, publicadas parcialmente en inglés y francés, bajolos títulos de Gómez the Shame of America y La T irannye auVénézuéla. El año pasado, en vísperas de su fallecimiento ocurri -do en Canadá, y con motivo del Cuatricentenario de Valencia, suvilla natal, Pocaterra pronunció un extenso discurso en verso queacaba de ser editado en folleto por el Concejo Municipal delDistrito Valencia.

Eddie Morales Crespo publicó, hace apenas algunas semanas,una de las notas críticas más vigorosas y atinadas que haya susci-tado esta reedición de Cuentos grotescos. Nuestro admirado y pro-misor ensayista manifiesta en ella lo siguiente, que r ecojo comotestimonio de la reacción que experimenta un lector actual de altasensibilidad y espíritu analítico frente a los relatos de Pocaterra:

La literatura venezolana acaso no haya tenido nunca una elegíatan sórdida, un tan despiadado cuadr o de sus cosas, hombr es ytiempos, como esa visión espantable de los Cuentos grotescos dePocaterra, ahora ampliados y r eeditados. La historia de una per-manente frustración de sí mismo, de su tierra, de su continente yde su tiempo conjugada en uno de los estilos más viriles y en unade las más rudas y sarcásticas prosas de las letras hispanoamerica-nas, aparecen en la colección de retratos de ese venezolano reciéndesaparecido. Libro sin fe, libro cruel, libro de un satánico realis-mo que parece la expresión de una alianza fáustica, el de Pocaterraes uno de los más acabados manuales de horr or que se hayanescrito en medios de Latinoamérica. Instintos desatados, furiosaseclosiones de barbarie, ignorancia, enfermedades, peste moral,chiste amargo; toda una crispante epopeya de la condición huma-na. Venezolano de la decadencia se confesó el máximo narrador .

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Por sus «memorias» desfilaron los episodios de una patria dantes-ca, inmolada, sucia. Como la vio y la vivió quiso pr esentarla enuno de los alardes realistas de más alto logro que pocas veces hayaalcanzado el espíritu venezolano (El Nacional, 22-1-56).

Todo cuanto afirma Morales Cr espo es patéticamente cierto ytiene explicación. Bastaría recordar la época en que fuer on escri-tos los Cuentos grotescos. Dominaba al país Juan V icente Gómezcuando Pocaterra concibió la mayor parte de estos r elatos. Enellos deja constancia de lo que vio

en luengos años en el corazón de las llanuras, bajo el castigo delas plagas, de las guerrillas salteadoras que acometían, sur gidasdel centro o del oeste, las últimas r eses, los últimos caballos, lasúltimas gallinas en hatos, potreros y ranchos… De paso quedabanmujerucas encinta y hombr e adelante como estr ella de Belén,camino de poblados despoblados.

Pero como si no fueran suficientes la desolación y la decaden-cia domésticas, en el campo inter nacional estalló la primera granguerra. El panorama no podía ser más lúgubre y desesperanzador.Propicia era la época para el pesimismo más tor vo, para el apegoa vida y fortuna que podían perderse de un momento a otro, parala evasión irrefrenable. Pocaterra no fue, sin embargo, ni un vividorni un evadido. Pero no pudo evitar que se le impusiera esa visióngrotesca de la humanidad, ese empeño de mirar la vida s ocialpor su faceta comicotrágica. No fue toda suya la culpa de pintaruna comunidad en que los mejor es recibían la peor parte comorecompensa de su bondad; tiempo de antihéroes, de gente oscu-ra que mar chó alucinada atr opellando a los demás. El mismoPocaterra lo confirma en un pár rafo insustituible, inserto en elprólogo a la primera edición de sus cuentos, apretado resumen deuna vida y de una actitud sincera fr ente al mundo:

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Traje a la literatura nacional lo que podía, lo que tenía; y lo trajesobre mis solos hombros: ni lazarillo ni bordón ni un mísero perrode ciego que me llevase a través de las estrechas calles. Dije la ver-dad que creí; y si he sido un poco agrio no es culpa de mi savia,sino del terreno: la raíz chupó, absorbió y devolvió las excelenciasdel abono (p. 9).

¿Cómo es el mundo donde se mueven los personajes dePocaterra? Este cuentista eligió a conciencia ese ambiente cotidia-no donde suceden los dramas más intrascendentes para la huma-nidad, pero más significativos para quienes los sufren en el propiopellejo. En uno de sus relatos, «Bastón puño de oro», después dehaber pasado r evista a algunos de los temas tradicionales de lasliteraturas narrativas europeas, Pocaterra confiesa lo siguiente:

América es también un tesor o de pr eciosas imaginaciones: hayentre mis libr os un Castellanos, un viejo Oviedo, algunas cartasde Fray Pedro Simón y hasta los comentarios populares del Tirano

y las crónicas brasileñas de Francisquito, que podrían darme siquie-ra en préstamo, alguna fuerte e intensa leyenda de aborígenes yde conquistador es (…) Per o no; todo eso quedaría fuera de lavida pequeña, grotesca, divertida e insignificante que yo sufro enfijar por alguna de sus alas membranosas; esta existencia nuestratiene también como las mariposas un r evolotear vacilante y llegahasta los aleros y en veces hasta los campanarios no muy altos…(p. 23).

Esto explica perfectamente por qué no llegó a publicar , y pro-bablemente a concluir, una novela de la conquista que iba a titu-lar: Don Lope de Aguirre. ¿Explicará también por qué dejó inéditasu novela Gloria al bravo pueblo?

En esa «vida, pequeña, grotesca, divertida e insignificante» lospersonajes están a la altura de su medio. Léase con este pr opósi-to un cuento de los más característicos, «La casa de la bruja», es-crito fuera de Venezuela. Allí lo grotesco emerge de aquella ronda

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policial con el clásico jefe civil a la cabeza, que llena de «épicoheroísmo» el asalto al rancho de una vieja indefensa, acusada debruja, cuando en realidad era la más abnegada, la más sufrida madrede la tierra por que ocultaba y padecía la cruenta desgracia de unhijo devorado por la lepra. A lo gr otesco hay que añadir la demo -ledora sátira de Pocaterra contra aquella liviana bur guesía de sutiempo, tan cursi, tan inconsciente y corrompida. De ella es buenamuestra la familia Ábila, pr otagonista de su novela La casa d e losÁbila, escrita con un poco de anterioridad a estos Cuentos grotes-cos. Relatos como «La llave, «Familia prócer», resultan exponentesinsuperables de una tendencia que, en Pocaterra, como en nuestrosmejores escritores de costumbres, tiene algo de moralizante.

Fue la de Pocaterra una personalidad r ecia y combatiente.Hombre de expresar conceptos claros y escuetos, introdujo comonadie en el cuento venezolano una visión realista de la vida crio-lla, que resultó una reacción contra aquella literatura narrativaconcebida al rescoldo del modernismo, en la que eran frecuentesy características las frases pr eciosistas y la pr esencia exagerada-mente reiterada de paisajes y tipos campesinos, elaborados den -tro de ciertos moldes convencionales. A la expr esión alambicadaopuso Pocaterra un lenguaje sacado de las canteras de la diariaconversación, sin pulimento, fuerte y con destellos de mineralacabado de extraer. Contra el excesivo culto por los tipos y paisajescampesinos, Pocaterra situó la parte más numer osa e importantede sus cuentos en ambientes urbanos. Por todas estas razones, ypor otras que no caben dentro de los estrechos límites de las pre-sentes reseñas, José Rafael Pocaterra es uno de nuestros máximosy más venezolanos cuentistas.

Oscar Sambrano Urdaneta

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Enero, febrero 1956

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INSISTIMOS, POR considerarlo necesario para el desenvolvimientode nuestras letras, en el auge de la actividad editorial venezolana.A pesar de los muchos obstáculos y dificultades, cuya solucióntodavía está lejana, nuestro país pugna por incorporarse a la seriede naciones que se distinguen por el cr ecido número de libr osque anualmente vemos salir de sus pr ensas. Sin embar go, paraalcanzar un lugar estable y destacado se exige, como condiciónelemental, el abaratamiento de la materia prima y de la mano deobra. Subsanado este inconveniente nos queda por r esolver otromás grave todavía: la difusión en el extranjer o de nuestra litera -tura. Urge la organización de una oficina encargada de distribuirlas ediciones venezolanas. Pero ese alto costo anotado no arredrala voluntad de tenaces sostenedor es de esta urgencia nacional. Yasí vemos apar ecer, en el trascurso del tiempo, nuevas coleccio-nes y bibliotecas, todas empeñadas en r estituir nuestro pasadohistórico literario. Por tal motivo, vemos con gran satisfacción elaparecimiento de la Biblioteca Rocinante que, bajo la vigilancia ysupervisión de Raúl Carrasquel y V alverde, cuenta ya, en sus

Carlos Borges

PÁGINASPERDURABLESCaracas: Biblioteca Rocinante, 1955.

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escasos doce meses de vida, con dos obras de estimable impor-tancia. El volumen I de esta biblioteca lo constituyen las Páginasperdurables del padre Carlos Bor ges. El libr o, de 464 páginas ysalido de la Impr enta Nacional, se inicia con un «Anticipo» deldoctor José Manuel Núñez Ponte precedido por su retrato, y conun soneto de Jor ge Schmidke dedicado al mismo Núñez Ponte.El volumen se enriquece con la inclusión de algunos r etratos delPadre Borges.

Las Páginas perdurables contienen prosa y verso, pero

segregados por supuesto, en r espeto a la voluntad explícita delautor, aquellos nacidos en horas tenebr osas e infaustas que éldenegó como «flores del abismo», y que si algunos calificaban deperlas en el muladar, yo los tildaba más bien de basuras en campode oro.

De las siete partes en que está dividida la obra que comentamos,destacaremos sólo algunas por la importancia de su contenido. Lasegunda parte agrupa una serie de oraciones líricas pronunciadascon motivos diversos en la ciudad de Barquisimeto; la cuarta, quecontiene poesías, es también capítulo digno de señalar . Por últi -mo, los dos últimos capítulos: el sexto, por las diversas páginasde historia; y el último, por los discursos recogidos, entre los cua-les sobresale el pronunciado con motivo de la inauguración de laCasa Natal de Bolívar, el 5 de julio de 1921.

Aplaudimos la aparición de la Biblioteca Rocinante, con carac-terísticas tipográficas similar es a las de otras ediciones dirigidaspor Raúl Carrasquel y V alverde, entre las cuales r ecordamos lasextinguidas Ediciones LAV, que tan alto ser vicio rindieron y cuyautilidad es hoy un hecho innegable. Cr eemos interpretar el senti-miento de una buena parte de personas que se ocupan de igualesmenesteres, al insinuar la conveniencia de desterrar ciertas rarezastipográficas que ador nan las páginas del libr o que comentamos.Esos detalles eran un acierto a comienzos de siglo. La empr esa ElCojo, que tantos libr os editara, y que durante los prim eros años

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de la presente centuria ocupara uno de los más impor tantes pues-tos entre las empresas editoras, representa, en el arte de la impr e-sión, una etapa superada. No es ésa la técnica más adelantada niresponde al gusto de nuestros días. Este reparo formal y una mayorhomogeneidad en el contenido, con indicación de la pr ocedenciade cada escrito, son las objeciones más importantes que podemoshacer a este primer númer o de la Biblioteca Rocinante, que sepublica bajo la vigilancia de don Raúl Carrasquel y V alverde.

Rafael Di Prisco C.

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Marzo, abril 1956

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IDA GRAMCKO, voz singular de la poesía nacional, ya r econocidaampliamente, dentro y fuera del país, por una labor de cr eaciónque se mide no tanto por los volúmenes de su obra (que ya alcan-zan, sin embargo, un apreciable número) cuanto por la densidadde la misma, producto de una infatigable y vigilante labor literaria,acaba de ser incluida con honor mer ecido en la importanteColección de Autores Venezolanos que respalda la solvencia inter-nacional de las ediciones Aguilar S.A., de Madrid. Poesía y teatro,tal es el título general del libro en referencia, el cual, precisamente,nos presenta excepcionalmente acreditadas dos de las más genui-nas manifestaciones cr eadoras en las que tiene empeñada actual -mente sus días y su vocación: la poesía, que es en ella entrañabley fervorosa militancia, con Poemas y La vara mágica , y el teatr o,nuevo género que abor da con entusiasmo y dominio, pr esentán-donos a La hija de Juan Palomo , comedia infantil en tr es actos, yBelén Silvera, al que la autora denomina auto sacramental.

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Ida Gramcko

POESÍA Y TEATRO

Madrid: Editorial Aguilar, ColecciónAutores Venezolanos, 1955.

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Poesía y teatr o viene precedido de un prólogo suscrito por elescritor español Eduar do Blanco-Amor. Asimismo se incluye enel texto de Poemas la nota de introducción de Mariano Picón Salasque acompañó en su oportunidad a la primera edición de aque-lla obra. Tanto en aquel prólogo como en esta nota se pasa r evis-ta a las características r elevantes de la poética de Ida Gramcko yde la gran fuerza de su obra, colocándola, con justicia, entr e lasmanifestaciones de mayor densidad que pr esenta la lírica con -temporánea de Venezuela.

De Eduardo Blanco-Amor son las siguientes afir maciones entorno a la realidad poética de nuestra autora:

…dentro de la fidelidad más coetánea al espíritu de su tiempo—la briosa audacia de su imaginería, la majestad del lenguaje basa-da en un hondo conocimiento, la libérrima conducción tempo-espacial de la materia literaria etc.—, mantiene una conducta dela más celosa severidad en su trato con la métrica y con la fona-ción del verso. No se escuda en ninguna modernidad para sentarplaza de hereje por insuficiencia, ni ahor ra esfuerzo y rigor en eluso del órgano lírico, como es frecuente en quienes escamoteanel conocimiento, llamándole a la simpleza novedad. Salvo el talentocreador, la inmanencia poética, nada hay de casual ni de involun-tario en esta poesía, ceñida a lo más eter no del menester armóni-co, regida por el más estricto compr omiso con lo per enne de lasestructuras morfológicas, que no tienen por qué ser siempr e niforzosamente academias congeladas y que, de hecho, nunca loson cuando el genio y la inventiva r ealmente nuevos circulan porsu entraña y supeditan la forma, luego de atender a sus leyes deprivativa belleza, al servicio y obediencia de la sustancia. Pero aundentro de esta admisión —que no parte de ningún ar tificio orto-doxo, sino de una armonía al par ecer congénita— Ida Gramckoconduce su caudal lírico dentro de un tempo y de una sonoridadque de por sí configuran una nueva forma de or questación.

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A su turno Picón Salas escribe:

… La poesía de Ida Gramcko supera la habitual cir cunstanciaamorosa en que se confina, en la mayoría de los casos, el temapoético de las mujeres. O el motivo erótico que ella no puede sinosentir con alta delicadeza, par ece el salto que la conduce a másconcentrada inmersión metafísica. Ante el espectáculo del mundo,Ida se apresta, como la telaraña de uno de los poemas de La vara

mágica, a una danza exploradora que abar que cada vez mayorhorizonte anímico: «¡Oh bailarina del desván, comienza!». Delmotivo más legendario y humilde ella extrae el substratum de tra-gedia, de sobrerrealidad o de pávido y fosfor escente mundo fan-tasmal que guardan más allá de la fábula, hasta los cuentos de losniños: La bella durmiente, Piel de asno, La Cenicienta o Caperucita.Cada uno de estos mitos experimenta en el arte de la poetisa unaextraordinaria metamorfosis dramática, y sólo la gracia de su poe-sía, la riqueza musical y plástica de los elementos que acompañanal drama, elude que todo concluya en desolada tragedia.

Es enteramente cierto este juicio de Picón Salas, y no ya sola -mente en cuanto a la individualizada expr esión poética de laautora, sino también con r eferencia a su pr opia creación teatral.Lo dramático, tanto en uno como en otro caso, no rebasa el nece-sario equilibrio de los elementos de la afirmación artística (esen -cial juego estético) para caer en el agr esivo mundo de lo trágicoy desolado. Una ponderada armonía cr eadora supera la fascina-ción de la tragedia que aletea en el mundo de sus personajes o enla fuerza humana y telúrica de su temática, para quedarse en eseplano de logro en suspenso, de expectativa vital y de tenso clima(atmósfera, ámbito ardoroso), donde los fantasmas de la realidadfrenéticamente interponen sus fuerzas y poder es. Per o se alejacon habilidad extrema de aquel poderoso influjo que marca el finde la creación clásica: el fatum dominador, arbitrario y absoluto,

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que en el arte griego determinó el sentido de la poesía y el teatro,porque hombr es y dioses confundían obras y acciones en unamisma misión de personajes. Ida Gramcko, rozando aquellos ex-tremos, per o muy poseída de su condición contemporánea y ,sobre todo, muy penetrada de su papel de poeta venezolana denuestro tiempo, orienta y encauza su cr eación personal por muyespeciales planos, que le acuer dan ese rasgo de originalidad quetodos le r econocemos, pero deja libr e, en su pr opia sustancia ymateria, para que los elementos, ser es, sueños, mitos, fábulas,historias y personajes del mundo que ella interpr eta como hábilmediadora, se expr esen en toda su r otunda validez, en toda suamplia y genuina vigencia y vitalidad. De allí, pr ecisamente, esagran fuerza de autenticidad que emerge de su poesía toda. De allí,también, esa innegable calidad de lirismo humano que sacudecada una de sus manifestaciones, ya en verso, ya en pr osa.

Hemos de decir , igualmente, que la par te de teatr o que seincluye en el volumen que comentamos ( La hija de Juan Palomo,Belén Silvera), se nos aparecen aquí en función poética. O mejor ,si queremos: es otra forma que ha encontrado la autora para darsalida a su manifestación lírica. Porque, en el fondo, tanto es poe-sía la contenida en Poemas y La vara mágica , como la expr esiónmisma (forma, temática y desarr ollo) que definen las dos piezasindicadas. Nada de extraño tiene esta afirmación que hacemosporque con ella, sin desconocer los valor es intrínsecos y la exi-gente formulación a que se acoge Ida Gramcko cuando aborda lacreación teatral, afirmamos también que siendo fiel a los requeri-mientos e imposiciones del géner o, orienta su sentido hacia losvalores primordiales que determinan la vocación y el quehacer dela misma autora, esto, es, la poesía, ceñida materia que domina lavoz y la palabra de quien se ha sometido, desde siempr e, a suselementales y poderosos designios.

Poesía y teatro, de Ida Gramcko, adquiere, por sí mismo, valorde definición de una personalidad poética. Éste es, para mí, elsigno más elocuente de esta publicación. Con ella se da la medi-

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da de una obra y la dimensión de un nombre. Sin que con ello sequiera decir que obra y nombr e cierren con esto su ciclo defini-tivo, ni que hayan declinado en ellos la fuerza pujante de la cr ea-ción, que se obser va, ahora mismo ambiciosa, vigilante, tendidahacia la búsqueda, la transformación, el cambio, urgida, más quenunca, por la briosa sustancia de la fecundidad.

Poemas y La vara mágica , cada uno en su tónica particular ,dependiente de un sentido difer ente en el ámbito de la exposi -ción lírica, y aun en la temática, pero fundidos en ese origen uni-tario que determina el mundo personal del poeta (por que la vozresponde siempre al mundo de adentr o, aun cuando vigile y seapoye conscientemente en la realidad que apasiona el tránsito delpoema), son dos expr esiones de un alcanzado dominio poético:el primero es la culminación de un lar go proceso en que temas,problemas, urgencias, sueños y aspiraciones del ser han madurad osus esencias hasta la transfiguración y comunicación líricas, conamplio vuelo de sentido humano y hasta metafísico que eviden-cia un creciente mundo de valores irrenunciables para el hombrede la época, libr o, por lo tanto, de trascendencia tanto personalcomo colectiva; y el otr o, ceñido a su medida de mágica revolu-ción, recrea, colora y anima con nueva voz y nueva audac ia, elámbito de los mitos, de las fábulas, de los cuentos, de la irrealidad,en suma, en que hace flor ecer la infancia las maravillas, purasy desveladas, de la despierta imaginación que alza sus frágilestransparencias —¡y tan hondas y persistentes!— en ese tiempoimponderable.

La hija de Juan Palomo y Belén Silvera son testimonios de unaactitud diversa, bien fundamentada, bien crecida en el aprendiza-je riguroso ligada al substratum lírico de la autora, como hemosdicho, y en cierta forma determinada por esa fuerza insoslayable,en la que palpita —y esto hemos de aplaudirlo con entusiasmoejemplar— la briosa sustancia de motivos y elementos de activay certera raigambr e venezolanista, apoyada en genuinas eviden-cias de nuestr o folklore y tradición, y por eso de limpia validez

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popular. Sólo que la capacidad, la aptitud y el sentido creador deIda Gramcko han elevado a planos de universal manifestaciónestética, salvando un material precioso, inexplotado en el campopoético y teatral con la fuerza y seguridad con que ahora se hace,siguiendo en este camino a lo que en nuestra novelística y cuen-tística constituye ya un seguro signo de referencia ambiental y derecia afirmación vernácula.

José Ramón Medina

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CASI CON LA llegada de los primeros ejemplares a Caracas, se dio aconocer la noticia de que la obra Esta tierra de gracia , del doctorIsaac J. Pardo, había obtenido el pr emio Miles Sherover, que porprimera vez se otorga entre nosotros, instituido por iniciativa par-ticular, a trabajos de índole ensayística sobr e temas históricos,culturales y artísticos de carácter nacional. El hecho mismo de ladistinción acordada al libr o y el conocimiento de algunos frag-mentos del mismo, publicados o leídos por cír culos cercanos alautor, así como el haber obtenido igualmente un premio recientedispuesto por el Colegio Médico de Caracas para labor es litera-rias y artísticas de sus miembr os, acrecentó la expectativa que sehabía levantado alrededor de una obra que, antes de publicada ydifundida, alcanzaba tan singulares y positivos honores.

Lógico, entonces, el fer vor con que ha sido r ecibido este libr odel doctor Pardo por parte de los núcleos intelectuales del país, así

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Isaac J. Pardo

ESTA TIERRA DE GRACIA.

IMAGEN DE VENEZUELA

EN EL SIGLO XVI

Caracas-Buenos Aires:Imprenta López, 1955.

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como de la masa creciente de lectores que ha ganado. Pero, ¿corres-ponde Esta tierra de gracia a esa expectativa y a ese fervor? ¿Puede,en ver dad, hablarse de ella como de una obra fundament al denuestra literatura? ¿T iene valores y méritos suficientes para quesea destacada, premiada y celebrada como ha sido?

La r espuesta, después de haber leído las casi cuatrocientaspáginas que forman el volumen, en una lectura apasionada y sos-tenida como pocas veces es dado tropezar en libros de esta natu-raleza, no puede ser más positiva ni más rotunda. Efectivamente,se trata de una obra fundamental de nuestra literatura en su másamplio sentido (no sólo en el campo histórico a que se debe), ysu resonancia, andando el tiempo, crecerá a medida que se divul-gue, se comente y se aprenda la hermosa lección que en ella se daa todos los venezolanos.

Como obra de interpr etación histórica hay que colocarla conjusticia en un sitio de alta jerar quía. Y hay que celebrar , sobretodo, el nuevo concepto que el autor expone —el libro, él mismo,es un alegato entero en favor de la tesis sostenida— acer ca de lanecesidad de ver y entender la historia venezolana como obra devida humana, de agitación colectiva esencial, donde todo un pue-blo, en su maravillosa gestación y pasmo cr eador, se mueve bus-cando su definición y acertando su destino en el ámbito americano.Así no es raro encontrar, con el tacto de quien sabe manejar per-sonajes y hechos, pero sin inmiscuirse en su propia sustancialidad,la discusión tácita acerca de ideas que dominan la institucionali -dad del país desde aquel r emoto siglo de nuestr os orígenes, asícomo sobre fenómenos de impor tancia vital sociológica que aúnsiguen preocupando a historiador es y sociólogos venezolanos ehispanoamericanos. Todo eso está limpiamente expuesto, condonaire y acier to, en la pr osa cuidada y armoniosa que llena laspáginas de Esta tierra de gracia , donde la historia es contada, sinperder su compromiso de rigor científico, per o sin caer, tampo-co, en el áspero menudeo de la simple noticia sin vida o del alardedocumental, farragoso y pesado. Per o, y esto es lo más singular ,

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sin caer tampoco en el extr emo imaginativo de algunos ensayis -tas que dan vuelo en sus trabajos a la gracia volandera de la prosapoética, sustituyendo el meollo verídico del tema por el juego líri-co de la palabra, convirtiendo aquél en simple pr etexto de la crea-ción. Pardo se nos aparece, por el contrario, colocado en un justotérmino, en un plano de equilibrada seguridad. Sabe —porque loconoce a fondo— cuál es el valor que tiene el dato histórico, perono lo entr ega sin examen y desconectado de la estructura vital aque pertenece, sino que lo maneja diestramente con una visión deconjunto elemental, recreándole e insuflándole aliento que lo indi-vidualiza, a la vez que lo integra al todo que pertenece, per o sinolvidar que el estilo no debe sacrificarse en favor de la materia quele da sentido, como tampoco éste debe privar sobr e aquélla enforma que la borr e y sustraiga de su genuino ámbito. Por que lahistoria —el ensayo, la obra histórica— tiene su pr opia razón deser en el conjunto de los géner os literarios. Y no podemos pedirque se falle en contra de la esencia misma del géner o, buscandoun simple efecto artístico en la obra, como hemos tenido oportu-nidad de haber visto pregonar por allí.

De allí que Esta tierra de gracia se lea con ver dadero interés,sosteniendo, desde el principio al final, el entusiasmo del lector .Porque, escrito en forma amena, con sentido de las proporcionesdel estilo y dirigido a captar la voluntad del lector, el libro respon-de a una necesidad que estábamos sintiendo desde hace muchotiempo en esta clase de trabajos. El pr opio autor ha expr esadoque su intención al escribirlo era el de que pudiera leerse «comouna novela». Creo que ha logrado con cr eces este propósito per-seguido. La «historia» que se recoge en esta obra está animada deun positivo signo de vida. Animada en su doble sentido: con almay con fuerza cr eadora. Lo colectivo fluye aquí en los personajessingulares con un impulso poder oso, mientras que al fondo de l oshechos mismos palpita, como un cor o, la masa de todos los queparticipan en la empresa conquistadora, avasallados por la urdim-bre de los acontecimientos que determinan el signo de la aventur a,

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de la realidad y del sueño dentr o de los cuales se mueven todos.Porque aquel siglo XVI venezolano estuvo lleno de todas estas fuer-zas diversas, antagónicas y fieramente combatientes. No es, clar oestá, el esplendor sonoro del cuerno de la epopeya. Pero tampocoel frío y riguroso esfuerzo de quienes, dentro de nuestra historio-grafía tradicional, sometieron el examen histórico a un insensibley frío recuento, muchas veces sin el sentido y la perspectiva quesu tratamiento requiere y exige. Por eso, ni el arr ebato romántico,ni la fórmula, casi siempre estática, del positivismo. La «vida his-tórica», por el contrario, toma principio en la narración de Pardo,quien logra dar nos, con verídico y casi espontáneo fluir —en elque no se nota el gran poder de la erudición contenida y el densovalor de la documentación que han d ebido constituir la base detoda esa compleja estructura que for ma su libro: un valor más,indudablemente, que asiste a la obra—, un gran mural del sigloXVI venezolano, donde los personajes se mueven, viven, se agitan,luchan, ganan y pier den batallas; en fin, donde una humanidadbullente y r eal asiste y comparte la gestación de un pueblo. Lohumano, el sentido de lo humano, la veracidad que rodea y alien-ta la empresa del hombre, he allí, precisamente, uno de los valo-res sustanciales de la obra de Pardo, que bastaría por sí sola paraacreditarla si otros valores no menos destacados no la distinguie-ran también, haciendo de su trabajo, como lo hacen, un todo derica exposición de ideas y acontecimientos, de complejo cañama-zo en donde la unidad de la época palpita y se acr ecienta con unaire de novedad, estupenda y espontánea, a pesar de lo tratadoque ha podido ser por los escritor es tradicionales.

Denso libro, estupenda nar ración salpicada de gracia y dono-sura, y certero enfoque del siglo XVI, donde la patria comienza anacer y a afirmarse en medio de las más terribles contradiccionesy a afirmar su intransferible espíritu de nación. Libro que ha cos-tado a su autor —por personal confesión— años de estudios, debúsqueda afanosa y de sacrificio creador al escribirlo, bien mere-ce celebrarse como una obra fundamental de nuestra historia y denuestra literatura.

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El autor ha conseguido todo lo que se pr opuso al escribirlo.Justo es que recordemos, ya al final de esta nota, las propias pala-bras del doctor Pardo inscritas en el pórtico de su libro:

La historia de mi patria es un espejo mágico, y cuantas vecesmiro en él vuelve mi sombra de niño a extasiarse en su platea -do abismo.

Allí veo reflejarse nuestra imagen, o embellecida por la gloria,el valor, la bondad y la sabiduría, o afeada por el oprobio, la cobar-día, la maldad o la ignorancia. T odo según la magia que vanponiendo en el espejo, tur no por turno, los genios plácidos o losgenios adustos que se disputan mi embeleso o mi sobr esalto.

(…)El siglo XVI venezolano es una ebullición vehemente, y el hecho

más trascendental de semejante bullir será la conjunción de tr esgrupos humanos de muy diversos caracter es y muy difer entesacervos culturales. Físicamente unidos, pero espiritualmente pug-naces, blancos, indios y negr os pr oyectarán su existir sobr e elmundo exterior para crear una manera de vida nueva para todos.Porque desde el momento mismo en que se reúnen sobre la Tierrade Gracia, blancos, indios y negros comienzan una vida diferentede la que habían llevado hasta entonces.

No hay expresión íntima de la vida venezolana que no apunteya en el siglo XVI. Ni hay problema que no esté planteado enton -ces en toda su complejidad. Desde la turbulencia anímica queprovocan, primero el choque de las culturas y luego el intenso yvariado mestizaje, hasta las disensiones de los primer os alcaldes.Desde el indómito Guaicaipuro y el levantisco Negro Miguel, hastael tiránico Carvajal y el caudillesco Garci González. Desde el cantomelancólico del indio y el tambor africano, hasta las danzas y lascomedias de España. Desde la magia primitiva hasta el catolicis-mo. Desde el ulular salvaje hasta el canto llano de los templos y elendecasílabo de los poetas. Desde el pasmo de los r ecién llegadosante una naturaleza agreste y fecunda, hostil y prometedora, hasta

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las tenaces empresas pobladoras y agrícolas y las aventuras fr ené-ticas en busca de las perlas y del or o.

Todo eso, y mucho más, es tema y desarr ollo de Esta tierra degracia, hermoso y definitivo libro de la historia venezolana...

José Ramón Medina

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LÍRICA HISPANA es una br eve r evista destinada a la divulgación yenaltecimiento de los valores poéticos contemporáneos de nuestroidioma. Sus fundadoras, directoras y mantenedoras son ConnieLobell y Jean Aristeguieta. Los trece años cumplidos por LíricaHispana, así como sus 155 números, y la excepcional difusión queha obtenido dentro y fuera del país, le asignan a esta publicaciónun lugar señalado dentr o de las mejor es empresas de la culturapatria, y la convierten en una fuente indispensable de consulta.

El ejemplar que tengo a la vista contiene una selección de poe-tas venezolanos, cuyo inicio público está compr endido entre losaños de 1940 y 1943. Son ellos: T omás Alfar o Calatrava, JeanAristeguieta, J.A. Escalona Escalona, Alarico Gómez, Ida Gramcko,Ney Himiob, Rafael Ángel Insausti, Elisio Jiménez Sierra, Pedr oFrancisco Lizardo, Benito Raúl Losada, Aquiles Nazoa, Luis Pastori,Francisco Salazar Martínez y Ana Enriqueta T erán. De este grupose expresa Connie Lobell haciendo el siguiente aser to: «Éste es elnudo del movimiento poético más importante que ha pr oducidoVenezuela» (p. 3). A r englón seguido, la prologuista justifica con

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Connie Lobell

POETAS VENEZOLANOS1940-1943. ANTOLOGÍA

Caracas: Lírica Hispana, año XIII, nº 155, Tipografía Garrido, 1956.

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varias opiniones históricas y estéticas su anterior afirmación. Sinentrar para nada al enjuiciamiento de una declaración de tantovalor como la que atañe a los poetas r ecogidos en esta antología,convendría, sin embar go, revisar con espíritu crítico algunas deestas opiniones.

1) «...las primeras poesías escritas en esta patria que nos dioBolívar eran de fermentos clasicistas ibéricos que desembocar onen un alambicamiento híbrido a lo Udón Pér ez (Bello intr odujomotivos y términos nuestr os, per o siempr e dentr o de modelosespañoles)» (p. 3). Encuentro falsa la afirmación de Connie Lobellcon respecto a la obra poética de Bello, pues los hechos demues-tran que las composiciones en verso, fundamentales, de este ilust reescritor sólo por desconocimiento, pueden ser explicadas comoresultantes de la imitación hecha a modelos españoles. Las églo-gas de Caracas son del más puro corte virgiliano. Entre sus com-posiciones originales, «La agricultura de la zona tórrida» y la«Alocución a la poesía», revelan influencia de Horacio y de Virgilio.De sus traducciones más significativas, «La oración por todos»resulta una versión original y personalísima de un poema encua-drado dentro del más claro romanticismo francés. Y esto, sin refe-rirme a la traducción de dos cantos de Delille, «La luz» y «Losjardines». He aquí casi todos los poetas que Bello tradujo o imitó:Francisco Berni, Lord Byron, Jacques Delille, Jean Pierre Florián,Horacio, Víctor Hugo, Alfonso de Lamartine, Francisco Petrar ca,Plauto, Sir Alexander Pope, Giovanni Rossi, Torcuato Tasso, AlbioTibulo, Virgilio. ¿Dónde están, pues, los modelos españoles queseñala Connie Lobell en Bello?

2) «...los que siguieron (a Bello) fueron de un romanticismo detendencias exóticas —pensiles, odaliscas, languideces, etc.—,movimiento r epresentado por autor es como Andrés Mata, elPadre Borges, Víctor Racamonde, etc.» (p. 3). Aun cuando parala crítica más exigente, del r omanticismo venezolano sólo quedauna gran figura de proyección continental, J.A. Pérez Bonalde, noes tan fácil despachar esta «escuela» a base de señalarle comocaracterísticas temáticas «pensiles, odaliscas, languideces, etc.»; y

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esto sin demostrar que el romanticismo nuestro no es tan exóticocomo a primera vista par ece (recuérdense los cantos de Maitína Choroní, por ejemplo). Lo que sí dudo que nadie acepte hoyes que los únicos r epresentantes de esa tendencia sean AndrésMata, el Padr e Borges y Víctor Racamonde. José Antonio Maitín,Heriberto García de Quevedo, Antonio Ros de Olano, José RamónYepes, ¿no cuentan para nada en este br eve repaso?

3) «...luego apareció el moder nismo —con atisbos de simbo-lismo francés así como de Rubén Darío—, de esta tendenciapodrían citarse, en su mayoría, los llamados “poetas de 1918”,Luis Enrique Mármol, Jacinto Fombona Pachano, Andrés EloyBlanco, Rodolfo Moleiro» (pp. 3-4). Las letras venezolanas moder-nistas dier on pr osadores de considerable significado —ManuelDíaz Rodríguez y Rufino Blanco-Fombona bastarían para ilustraresta afirmación—. En cambio, los poetas de aquella época noalcanzaron la impor tancia ni la originalidad de los escritor es enprosa. Pero, es absolutamente falso clasificar a la mayoría de lospoetas pertenecientes a la generación de 1918 dentro del moder-nismo, puesto que nada r esalta con mayor claridad y evidenciacomo el hecho de que ellos cancelaron en Venezuela el rubenda-rismo decadente, y abrieron el ciclo de la más nueva poesía vene-zolana. Autores, incluso, como Andrés Eloy Blanco, en quienes semanifiesta con mayor claridad esa transición, están sin embar go,muy lejos del moder nismo. ¿Y qué decir de Enrique P lanchart,Luis Barrios Cruz, Jacinto Fombona Pachano, Fer nando PazCastillo, Pedro Sotillo, Rodolfo Moleiro? Una de las más aprecia-bles características de los autor es del 18 que aún viven, ha sidosu ductilidad para remozarse al compás de las nuevas tendencias,y no permanecer enclaustrados dentro de los moldes de su puntode partida. Allí están, para compr obarlo, dos libros recientes: Lasombra del avión, de Barrios Cruz, y Nuevos poemas, de Moleiro.

De aquí en adelante el r epaso histórico hecho por ConnieLobell se adentra en el territorio de lo más r eciente y quizás másrico de la poética venezolana. La falta de perspectiva histórica, asícomo el proceso creador en que se encuentran la mayoría de los

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representantes actuales de nuestra lírica, hace difícil y hasta inse-gura cualquier afirmación absoluta. No alber go ninguna duda,sin embargo, de que a partir de 1918 asistimos en Venezuela a unvigoroso cultivo poético, ni de que en nuestr os días están enpleno ejercicio algunas de las más sustantivas fir mas de toda lalírica venezolana.

Connie Lobell manifiesta que los poetas apar ecidos entre 1940y 1943 forman «el nudo del movimiento poético más importanteque ha producido Venezuela». ¿Cuál es, para ella, ese movimient opoético? La prologuista comienza por asignarle los siguientes lími-tes cronológicos: 1939-1947. En este lapso, Lobell establece tr esgrupos: «1939-1940: Poetas pr ecedentes. 1940-1943: Los poetasreunidos en este trabajo. 1944-1947: Poetas posterior es» (p. 6).Los poetas pr ecedentes son, según esta autora, Pálmenes Y arza,Juan Liscano, Carlos Augusto León, monseñor Luis E. Henríquez,Ana Mercedes Pérez, Juan Ber oes, Luis Beltrán Guerr ero, CarlosIturriza Guillén, Arístides Parra, J.A. de Armas Chitty , entre otros(p. 5). Otros poetas a quienes «el tiempo ha ido conduciendo porotros der roteros —novela, ensayo, periodismo, pintura, etc.—(son) entr e otr os, Ramón González Par edes, César Rengifo,Guillermo Alfr edo Cook, Rafael Clemente Arráiz, Gustavo Jaén,Pedro Antonio Vásquez, Luis Julio Ber múdez, José Boada Alvins»(p. 5). Y, en último término, Connie Lobell encuentra que hay otracorriente que se inicia paralela a ese «nudo» de poetas, y que enalgunos casos termina por fundirse con él: Aquiles Monagas, PedroPablo Paredes, José Ramón Medina, Juan Manuel González, CarlosGottberg, Rubenángel Hur tado, Juan Ángel Mogollón, E nriqueCastellanos, César Lizardo, Morita Carrillo, etc. (p. 5).

Todas estas afirmaciones últimas, relativas a los poetas de 1939a 1947, me parecen muy comprometedoras, si bien es cierto queConnie Lobell las da como testimonio personal. Como tal puedenaceptarse con las reservas del caso.

Presionada por la necesidad de sintetizar en un par de líneaslas características poéticas más r elevantes de los autor es com-

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prendidos en esta antología, Connie Lobell se expresa así, de cadauno de ellos:

Alfaro Calatrava , metáforas que r elumbran y no se detienen nidelante de la muerte, buceador de lo inaudito; Escalona-Escalona,vena formal, plena de encendimiento, melancolía delicada y sere-na; Jean, un aluvión de Roraima, de magia, de hechizada autenti-cidad, el éxtasis es su sangre y su señal; Alarico Gómez, humorismolleno de bondad, rasgos líricos de primera categoría; Ida Gramcko,temperamento meditativo, filosófico, con un hermetismo sutil;Ney Himiob, como si volara su escritura, tal la levedad de sus asi-deros; Rafael Ángel Insausti , esos parajes de novedosa esperanza,algo impresionista, desgarrador cuando se inter na por el mundode la belleza; Elisio Jiménez Sierra es sonámbulo y fino, sus pala-bras caen con una tenacidad de elemento dramático, son severasen su camino de soledades; Pedro Francisco Lizardo, anuncia vita-lidad y añoranza de horizontes, su expr esión es libr e y fuerte;Benito Raúl Lossada , sumamente sensible, caracola de espesurashumanas es su voz, su corazón es generoso como un árbol; Aquiles

Nazoa, nervio, oleaje, relámpago, sombrío y transparente con suscontrastes de ironía y de veracidad; Luis Pastori, el que sueña conredes tendidas a un mar de flora multicolor , el que lanza mensa-jes de fuego y después arr oja al viento su canción de tristeza;Francisco Salazar Martínez , cruza su lenguaje la vivacidad de loinefable, es r ebelde como una guar ura autóctona; Ana Enriqueta

Terán, delicadísima y llameante, oscura y vegetal, entr ega el idio-ma de la nostalgia (pp. 6-8).

El menos exigente análisis encontraría poco feliz la mayoría delas expresiones anteriores. Sería de un virtuosismo exagerado elpoder calificar y clasificar a un poeta con menos de doce palabras,no ya desde luego con rigor crítico, pero ni siquiera en tono lírico.Curioso caso éste de intuición poética, pues partiendo de supues-tos erróneos, Connie Lobell llega a dar una excelente selecci ón

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tanto de autor es como de composiciones, aunque bien es cier toque el poeta Benito Raúl Lossada tiene mucha parte en lo atina-do de la escogencia. El err or más grave de Connie Lobell radicaen subestimar y apreciar desde ángulos falsos todo el movimien -to poético ajeno al que ella encierra dentr o de los límites 1939-1947. Ni los poetas r ecogidos en la Antología de Lírica Hispana—de valor pr opio—, ni el rigor de un prólogo que es leído ysopesado en todas las naciones de lengua castellana, admiten quese apele a recursos tan poco sólidos desde el punto de vista de laverdad histórica.

Oscar Sambrano Urdaneta

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EN LA Primera Convención Nacional de la Comisión de Pr evenciónde la Delincuencia, celebrada en Caracas, en la sede del Ministeriode Justicia, a principios del pr esente año, el doctor AlfonsoOntiveros pr esentó una inter esante ponencia sobr e los factor espredominantes que acusa la delincuencia en nuestr o país, acom-pañando su trabajo con demostraciones estadísticas que ilustranlos estudios realizados por él.

La ponencia del doctor Ontiveros es fruto del trabajo desarro-llado en la recientemente creada Oficina de Antecedentes Penalesy Estudios Criminológicos del Ministerio de Justicia, que tanimportante contribución viene prestando a las tareas que en nues-tro país desarrolla la Comisión de Prevención de la Delincuencia.Precisamente teniendo entre otras funciones la relacionada con lainvestigación y determinación de las causas o factores de los deli-tos y en especial de los hechos de sangr e que se suceden en elterritorio nacional, la referida Oficina ha podido reunir, en formasistemática y ordenada, un precioso material de trabajo que sirve

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Alfonso Ontiveros

FACTORESPREDOMINANTES DE LA

CRIMINALIDAD ENVENEZUELA Y SUS BASES

ESTADÍSTICAS Caracas: s/e, 1956.

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de base para analizar la manifestación delictiva nacional, funda-mentalmente en uno de los aspectos que integran el fenómenorelativo al problema social del delito, como es aquel que se r efie-re a su causación social, esto es, a la influencia de los factores exó-genos o ambientales. Bien es ver dad que se echa de menos elenfoque de la r ealidad biológica y psíquica del fenómeno encuanto se r efiere a la individualización del delincuente y de suhecho; pero ello bien se explica por el hecho de que, en lo quecorresponde al establecimiento de una política criminal en su fasepreventiva, necesariamente los factores sociales atraen la atencióninmediata de los sector es oficiales, pr eocupados sobre todo porlas estadísticas que manifiestan un carácter de más entidad colec-tiva. Esto es lógica y perfectamente explicable en el caso que nosocupa, por cuanto el actual interés de la Oficina de AntecedentesPenales y Estudios Criminológicos está centrado, justamente, enla necesidad de determinar los factor es predominantes del delitoen Venezuela y el modo de combatirlos en la práctica. Ello expli-ca, también, que el primer paso dado en esta materia haya teni -do por principal asunto la determinación de los hechos de sangreen el país (homicidios y lesiones), aislando las causas más gené-ricas de los mismos y pr ecisando las diversas cir cunstancias quecasi siempre entre nosotros acompañan la realización violenta deldelito; tales, entr e otras, como el alcoholismo, el uso de ar masblancas y la comisión de los hechos en los días no laborables,principalmente en la cur va sábado-domingo-lunes, tan caracte-rística en nuestro medio. Lógica y exacta esa posición, por cuan -to bien sabemos que Venezuela en su cuadro delictivo acusa unamarcada tendencia hacia la manifestación del delito violento,como se comprueba a diario, casi con fuerza de caracterización,en favor de una menor r ealidad delictiva fraudulenta.

Orientada, pues, por las anteriores consideraciones, la ponen-cia del doctor Ontiveros entra a desarrollar, con bases estadísticascomprobadas, esos que él denomina «factor es predominantes dela criminalidad en Venezuela», y en tal sentido pasa revista en las

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dos partes que integran los seis capítulos de su trabajo: a la orga-nización y funcionamiento de la Oficina que dirige, al aporte de laComisión de Prevención de la Delincuencia, a la determinación delas zonas criminosas del país con r elación a los hechos de sangr ey la estadística de los mismos, discriminando por entidades loshomicidios y las lesiones, concluyendo la primera parte con elestudio experimental hecho en la Parr oquia Sucr e, de Caracas,como zona criminógena característica de la capital. En la segundaparte enfoca lo r eferente a los r esultados generales y par ciales delos estudios realizados en los estados Anzoátegui, Sucr e, Táchira,Trujillo, Zulia, Aragua y Monagas, en el mismo sentido, para con-cluir, finalmente, señalando los que el autor considera factor espredominantes de la criminalidad. En este último punto conside-ramos que, en r ealidad, la impor tancia mayor, casi exclusiva ennuestro concepto como «causa» del delito violento, está condi -cionada por la embriaguez o alcoholismo. Las otras señaladas, anuestro parecer, son circunstancias y no causas, que coadyuvana la verificación de los hechos.

Expresa el autor que «…los estudios sobr e hechos de sangr etratan de aislar aquellos factores integrantes del delito que se pre-sentan con más insistente fr ecuencia y que se consideran comomás vulnerables a las medidas pr eventivas de r endimiento másinmediato…». Se añade que en tal sentido «se han tratado de ais-lar (…) los días de mayor incidencia delictual, las zonas rural ourbana y el sitio o lugar en que se r ealizaron los hechos, el armautilizada y la influencia alcohólica en los sujetos del delito».

Es innegable el valor e importancia que hay que acr editarle aeste trabajo del doctor Alfonso Ontiver os, representativo, por sísolo, de la labor que viene desempeñando y del gran papel queestá llamado a representar en la lucha contra el delito la Oficina deAntecedentes Penales y Estudios Criminológicos en nuestr o país.Como materia de estudio es digno de todo elogio este esfuerzotendiente a discriminar y aislar los factor es sociales del delito enVenezuela, base para un efectivo plan de lucha antidelictiva.

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No queremos terminar esta nota sin referirnos a las conclusio-nes que señala el estudio y a las r ecomendaciones que presenta.En el primer caso se dice:

La mayor peligrosidad ambiental de los días no laborables, sobr etodo en los medios rurales, donde la vigilancia preventiva se hacesentir en menor grado, puesta en r elación con el ar raigado hábitode portar armas blancas en todas las ocasiones y con la inusitadafrecuencia de la embriaguez, desemboca en el elevado porcentajede delitos sin causa, que se pr oducen en riña y, ocasionalmente,respecto a los que no cabe establecer una causa o móvil lógico,aun dentro de lo anormalidad que supone toda conducta delictiva.

Así lo acreditan con la más clara elocuencia las cifras por cen-tuales que resumen las más acusadas características y los más fr e-cuentes factores exógenos de la delincuencia de hechos de sangr een Venezuela, que volvemos a citar a continuación:

Delincuencia rural 79%Con empleo de arma blanca 76%Bajo influencia alcohólica 58%En días no laborables 56%En hechos ocasionales y en riña 52%

En virtud de lo expuesto y de la conveniencia de nuevos avan-ces en los pr ogramas preventivos, nos permitimos sugerir a estaConvención los siguientes…

Y en cuanto a las conclusiones éstas son:

1. Acción amplia e intensa de los or ganismos especializados en lalucha preventiva contra los delitos de sangre. 2. Intensificación de laprevención y represión del porte ilícito de armas. 3. Intensificaciónde la campaña antialcohólica. 4. Sugerir a las autoridades compe-

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tentes la conveniencia de que la vigilancia preventiva sea ejercidapreferentemente en los días no laborables y en las zonas de mayorpeligrosidad ambiental. Y 5. Ampliación de los sistemas y mediosde divulgación y propaganda para ello.

José Ramón Medina

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Mayo, junio 1956

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CUATRO TÍTULOS señalan, antes de este último libr o que acaba depublicar, la trayectoria poética de Arístides Par ra. Una fiel, soste -nida línea de canto que firmemente va avanzando desde la clara ytransparente circunstancia regional de la copla y el romance hastauna más universal expr esión de su r ealidad humana, con el ale-teante signo de la vida al fondo, como razón de la pr opia actitudlírica, define el fervor de este poeta venezolano, oriundo del esta-do Guárico. Trocha, publicado en el año de 1940, revela y concretasu inicial posición creadora que se confunde sustancialmente conel amor y el apego a la propia tierra, a lo regional, a lo nativo, perotambién con la circunstancia del hombre que se identifica con surealidad ambiental. Un verso de sencilla entonación, de claramodalidad y de leve gracia, donde no falta la intención o sesgopopular, conforman esos poemas de la primera época de Par ra.Sus otros libros, La huella multiforme, 1944, pero sobre todo, Bancode br uma, continúan en otra dir ección el r umbo que apunt a enTrocha, cr eciendo la r esonancia de la voz con ser eno y madur o

Arístides Parra

EL NIÑODE LA ALJABACaracas: Tipografía Garrido, 1956.

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empuje, pero conservando una cierta fide lidad a la temática delterruño y a los elementos que conforman una estilizada tendenciadel nativismo venezolano de la que el poeta participa. El arpa con-movida, publicada el año de 1954 en los Cuadernos Poéticos de laDirección de Cultura y Bellas Artes, anunciaba ya, aun dentr o dela misma cur va lírica del autor , un cambio y una búsqueda que,afirmados sobr e la pr opia trayectoria, completaran el equilibrionecesario de la voz en el desarr ollo integral de un inédito campopersonal hasta ese momento apenas realmente enunciado. Esto es:el paso decisivo de los contenidos generalmente objetivos en quela creación del poeta se fundamentaba hacia una más abierta reve-lación de la personalidad subjetiva, adivinada y trémula, palpitan-te y madura ya para la expr esión genuina.

Síntesis y cambio, a la vez, El niño de la Aljaba revela esa creci-da experiencia del poeta Arístides Parra y esa situación de bús-queda fundamental en su poesía. Es un libr o que representa, encierto modo, la culminación de un pr oceso y la puerta abiertapara mayores conquistas estéticas. El poeta lo sabe, ahora, porquesiempre, a veces oscuramente, otras de manera clara, lo intuyóaun dentro de su misma expresión lírica. Por eso, en este momen-to, su primera afirmación es de júbilo y de seguridad en su con-quista creadora:

Venga el niño de la Aljabaa lanzar la azul saetaque a la vida le faltaba.

Que la flecha abra la vetade la fuente sosegadaque es la sangre del poeta…

El tono de esta nueva poesía de Parra corresponde a un ponde-rado clima de extracción clásica, por su acer camiento a esa grácilseveridad del verso español que determina la mayor conquista delSiglo de Oro y por el desar rollo creador, interno y exter no, esto

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es de forma y fondo, que no desdeña incidir en los temas funda-mentales de esa misma lírica, per o a r eserva de imprimirles unacento personal y de acordarles una justificación temporal que noes otra que aquella que imponen las condiciones vitales y estéti-cas a que el poeta venezolano se debe.

La impronta de Jorge Manrique aparece en las páginas inicia-les y bajo su sombra el poeta se coloca en noble actitud de r eco-gimiento y de invocación: «Recuer de el alma dor mida, / avive elseso y despierte, / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómose viene la muerte / tan callando».

Tres temas sustanciales dominan la atención y el interés delautor dentro de la formulación genérica de los motivos líricos queconforman y perfilan su libro: la vida, la muerte y el amor. Sobreellos gira, insistente, el afilado pulso de la voz que desentraña lamateria temporal y humana de sus contenidos. No están toma-dos, por eso, como simples pr etextos literarios, como meras fór -mulas de creación, sino como entrañables revelaciones de la exis-tencia misma en la experiencia del hombre. Naturalmente, el poetaapunta una intransferible condición filosófica personal acor dán-dole primacía o pr eeminencia a la vida sobr e la desierta afirma -ción de la muerte. No es un estado contemplativo el suyo, sinouna vital y necesaria actitud beligerante. Por otra parte, no desli-ga ni aleja los valor es relacionantes de uno y otr o tema, por quelos siente unidos en la misma aventura de expresarse en la varia-bilidad constante del mundo real. A esto se añade que, como fór-mula del triunfo de la vida en su vasto y jubiloso empuje, sedetermine la claridad rotunda del amor, único y definitivo senti-miento, dentro de la experiencia r eal del hombr e, que lo hacevencer al tiempo y perennizar su historia.

El poeta habrá de decir, al comenzar su tránsito:

La vida es gracia, no hay duda,de la muerte que vigilacon la guadaña desnuda.

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Vive, pues, vida tranquila.Plenada con el desvelodel amor que no vacila.

O respaldará el sentido pánico de la existencia:

La vida a prisa, no pasa.La muerte, lenta, se quedaen el umbral de mi casa.

La vida alegre no ruedapor la profunda pendientedonde la muerte se hospeda.

Y la gracia, alada y terrenal, del amor pondrá su fuerza creado-ra en la historia:

Sea el amor la pausa tier naentre el niño y la alborada,donde brille luz eterna.

Y la dicha sosegada,de la paz no conmovidaplante alegre su morada:

Con la rosa enaltecidapor su clámide de aroma,donde al fin tenga la vidasu ternura de paloma.

Porque el poeta, también, sabe adver tir a tiempo que importala claridad radiante, el júbilo certero, el amoroso esfuerzo:

La oscuridad no convieneen esta tierra aterida,

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donde la muerte mantienesu negra voz suspendida.

Los elementos y la continua resonancia de la actitud poética deParra en este libr o, hacen r eferencia, necesariamente, a toda suanterior poesía. En este libro palpita, por eso, un sostenido pulsode instancias elementales donde es fácilmente perceptible la hue-lla de los r equerimientos nativos a que el poeta ha per manecidosiempre fiel. Por eso, no es rar o tropezar r eferencias dir ectas yconcretas, dentro de la temática general de los poemas, a motivosespecíficamente llaneros, fuera de las mismas alusiones constan -tes. Por ejemplo:

Su imagen pura desgarravestida de sentimiento,el sueño de la guitarra.

Izad el garrido acentoa modo de una banderade música sobre el viento.

Dejad que la brisa lleveen su vida pasajera,la pura voz que conmuevesu corazón de madera.

O este otro:

Cielo azul para la vida.Para el potro: llano abierto—Cola alzada, crin tendida—.

Nada estático ni yerto.Su acción épica proscribala tristeza del desierto…

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Hemos de añadir que la forma poemática escogida por Parra—dos tercetos y una cuarteta final, en octosílabos— no solamen-te le presta flexibilidad y agilidad a la expresión, sino que se aco-moda muy bien a la cercanía clásica que el autor persigue en todoel planteamiento de la poesía contenida en este libr o. Libro que,justicieramente, ha de celebrarse como un hito efectivo en la tra-yectoria creadora de Arístides Parra.

José Ramón Medina

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EL DOCTOR Ramón Briceño Per ozo, ya en el comienzo de estaspáginas pone:

Este libro contiene una síntesis en estilo original de las relacionesDe los hechos de la conquista durante la fundación de las ciudades

venezolanas Trujillo, Mérida y San Cristóbal que fueron escritos porlos Cronistas de estas Indias Occidentales desde el año de 1626.

La tarea, pues, que se impuso el autor es bien clara: seleccionar ,en primer término, entr e la numerosa bibliografía que nos lega-ron los cr onistas, las r elaciones referentes al establecimiento delas tr es aludidas capitales andinas; y , por otra parte, sintetizar ,respetando el «estilo original», como él mismo lo explica, esasmismas relaciones.

Ramón Briceño Perozo

DE LOS HECHOS DE LACONQUISTA DURANTELA FUNDACIÓN DE LASCIUDADES VENEZOLANASTRUJILLO, MÉRIDA Y SAN CRISTÓBALBarquisimeto-Mérida: Editorial Nueva Segovia, 1955.

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El presente volumen se abr e con un «Inicio», afortunadament ebreve para los lectores que, como nosotros, estamos acostumbradosa admirar muy de veras el corr ecto manejo del lenguaje. En él,Briceño Perozo, al señalar que en los años venideros de 1957, 58y 60 celebrarán el cuatricentenario de existencia T rujillo, Mériday San Cristóbal, r espectivamente, añade que este libr o es «nues-tra contribución en la celebración de tan magnas fechas» a la vezque «demostración de admiración y apr ecio por estas tier ras delos Andes venezolanos».

Por lo demás, la obra en referencia consta de veintisiete capítu-los que incluyen desde «La conquista de los Andes venezolanos»,«La fundación de la ciudad de El T ocuyo» y «Noticias del T iranoLope de Aguirre», hasta las vicisitudes de la fundación de Trujillo,que se determinan en cinco apartes: «El capitán Diego Gar cía deParedes y la fundación de T rujillo», «El capitán Francisco Ruiz yla fundación de Trujillo», «Fundación de Trujillo en el valle entreBoconó y Tostós», «Trujillo de Medellín» y «T rujillo de NuestraSeñora de la Paz», asiento definitivo de la ciudad,

con que ya permanecerá en aquel sitio, y por tener bien fundadascasas de piedra, tapias y tejas, una buena Iglesia Mayor, Conventode Santo Domingo, con una razonable Iglesia, y otro de recoletosde la Santa Provincia de Caracas, y aun hecho y acabado otr o deMonjas.

Asimismo, en el capítulo XXII, se sintetiza la crónica de la«Fundación de la Ciudad de Mérida» que se llevó a cabo en «elmismo sitio que estaban ranchados (Rodríguez Suárez y los suyos)por ser mesa alta, limpia, de lindas aguas, vista, air es y temple».Finalmente, en el capítulo XXIII, se da cuenta del establecimientode San Cristóbal.

El Maldonado hubo de dejar aquello y venir al valle que elRodríguez Suárez había llamado de Santiago, con fin de poblar en

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él una villeta, como la pobló a los últimos del año de sesenta, suje-ta a la ciudad de Pamplona, que fue el intento que siempr e estaciudad tuvo al empr ender esta población: llamóle la villa de SanCristóbal.

El libro que comentamos se cierra con el Boletín Oficial en quela Gober nación actual del estado T rujillo decr eta la celebracióncuatricentenaria, crea la Junta Central Or ganizadora de los ActosConmemorativos del Cuatricentenario, y designa la comisión quedará cuenta de ello por ante la Pr esidencia de la República; con eldecreto en que el Concejo M unicipal del Distrito Trujillo designala Junta Central Or ganizadora de los Actos Conmemorativos delCuatricentenario de la Ciudad de Trujillo; y con una breve relaciónde la bibliografía utilizada: Noticias historiales de las conquistas deTierra Firme en las Indias Occidentales, por fray Pedro Simón; Historiageneral y natural de las Indias, por Gonzalo Fernández de Oviedo yValdez; Historia general de los hechos de los castellanos en las islasy tierras firmes del Mar Océano, por Antonio de Herrera.

Reconociendo su indudable utilidad señalamos en la obra deldoctor Briceño Perozo dos deficiencias fácilmente superables parafuturas reediciones: no se determina en el cuerpo del libro la pro-cedencia bibliográfica de cada capítulo; no se determina, asimis-mo, cuándo habla el cronista y cuándo el autor de su síntesis.

Pedro Pablo Paredes

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LA TRAYECTORIA DE Fernando Diez de Medina lo señala como unode los más fecundos e inquietos intelectuales contemporáneos deBolivia. De él se dice en la solapa del libr o que comento:

A Fernando Diez de Medina, celebrado autor de Franz Tamayo,de Thunupa, de Nayjama, de Literatura boliviana, de Siriri, se leconsidera, justamente, como el primer escritor boliviano, por lavena nacionalista de sus juicios, por el vuelo cr eador que losalienta, y por la universalidad que alcanzan sus escritos en revis-tas y diarios del mundo de habla hispánica. Se le conoce comopensador, ensayista, crítico, poeta. Se le ha visto en briosas polé-micas y en brillantes confer encias. Maestro de una generación ala que ha inculcado el sentido profundo del indianismo estético,presidió los estudios que dier on origen a la r eciente Refor maEducacional en el país. Es un conductor espiritual con el prestigiode una fecunda labor y la autoridad de una vida consagrada a lestudio. Pero el artista no se ha escabullido detrás del luchador, del

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Fernando Diez de Medina

LA ENMASCARADAY OTRAS NARRACIONES

La Paz-Cochabamba:Editorial Canata, 1955.

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hombre público. Y el escritor que nos r epresentara dignamenteen la Conferencia de la Libertad Responsable, en la Universidad deColumbia, de Nueva Y ork, desper tando la atención de intelec-tuales y diarios del continente, quier e ahora demostrarnos quesigue siendo un fino lírico, el cr eador de belleza en El arte noctur-

no de Víctor Delhez, de Libro de los misterios, de El velero matinal.

La Enmascarada y otras narr aciones es el último libr o queFernando Diez de Medina ha incorporado a su variada bibliografía,que comprende unos catorce títulos entre poemas, ensayos, biogra-fías, política, mitología indígena, polémicas. Contiene este volu-men trece nar raciones: «La Enmascarada», «El A venturero», «Lamuerte de Axel», «El Mago», «Prisioner os», «El llamo blanco»,«Una corbata», «Anco Huma», «Rivalidad», «Una tar de de abril»,«Sacha-Willka», «Dery», «Nada es imposible». Encuéntranse pr e-cedidas estas narraciones por un breve prólogo del mismo Diez deMedina. En dicho pr eámbulo, y a propósito de la técnica y alcan-ces del cuento, el autor hace varias consideraciones que deben sertenidas muy en cuenta por los lector es, ya que ellas constituyenbuena parte del fundamento estético de sus r elatos.

En el prólogo aludido, Diez de Medina, entr e otras, hace lassiguientes afirmaciones: «¿Es posible distinguir entre lo probabley lo imposible? Es indecisa la fr ontera entre realidad y fantasía(…) Historias hay que de pur o absurdas hacen rabiar. Otras taninverosímiles que encienden la imaginación. Todo es lícito para elque se pone a contar» (pp. 10 y 11). Los anteriores asertos expli-can la presencia en este volumen de dos cuentos que sobr epasancon largueza los linder os de cuanto la razón del hombr e cultopuede admitir como posible y r eal en esta época. Son ellos «LaEnmascarada» y «El llamo blanco». Ambas narraciones, muy es-pecialmente la primera, no tienen mucho que envidiar a las máscalificadas fantasías, hasta el extr emo de que sólo la imagina-ción pura en su más absoluto albedrío puede aceptar sin estu-por un cuento como «La Enmascarada», donde algunos de lospersonajes y acontecimientos parecen haber sido extraídos del

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arbitrario y a menudo poético r ecinto de los sueños. Entre «LaEnmascarada» y «El llamo blanco» hay una diferencia fundamen-tal: mientras la primera r esponde a un libr e juego de la imagina-ción, al margen de toda posibilidad racional, la segunda nutr e suargumento en las fuentes de las viejas tradiciones aimará, y permi-te que el suceso fantástico pueda encontrar una explicación natu-ral. Por último, «Nada es imposible», título de la otra narraciónque contiene hechos extraor dinarios en este volumen, concluyepor resolverse en una solución lógica cuando el lector se entera deque quienes daban como r eales acontecimientos imposibles, erantres r eclusos de un sanatorio para enfermos mentales. De estemodo, y tal vez sin proponérselo, Diez de Medina recoge en sulibro tr es narraciones que r epresentan otros tantos grados en elestilo de sus cuentos de tema fantástico, que no son, como pudie-ra creerse, los que señalan la tónica general de este libro. En cam-bio sí se advierte que una de las notas comunes a todos ellos esun deliberado propósito cosmopolita de no reducirlos a temas dealcance local boliviano. Quizás el mejor exponente de esta actitudsea el cuento titulado «Prisioner os», puesto que se desarr olla enNueva York, tiene como personajes a un industrial caraqueño y auna familia norteamericana, y ofrece como asunto algo tan univer-sal como el amor. No pudiera afir marse, sin embargo, que Diezde Medina soslaya por entero la presencia de elementos naciona-les. Para compr obarlo, léanse «El llamo blanco», «Anco Huma»,«Sacha-Willka», y «Una tarde de abril»; esta última, la única narra-ción donde se pone de manifiesto cierta sensibilidad social relacio-nada con los problemas del indio boliviano.

Algunos de estos cuentos r eflejan la faceta ensayística de suautor, pues están llenos de reflexiones y carecen prácticamente deacción («El A venturero», «El Mago»). Otr os están elaborados abase de temas baladíes, casi frívolos, que Diez de Medina lograsalvar gracias a su notable condición de narrador («Una corbata»,«Dery»). En alguno par ece adver tirse cierta matizada intenciónirónica en contra de los que toman la cultura con un criteriodeportivo y vanidoso («Rivalidad»). Y en otr o se ve la intención

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de crear un personaje simbólico de filiación universal («La muer-te de Axel»).

No debe concluir esta apretada reseña sin que se deje constan-cia de las excelentes virtudes de este autor en cuanto al cuidado yelegancia de la expr esión; en r eferencia con su singular maestríapara el empleo del diálogo y de cierta técnica cinematográfica enel corte de escenas; y en la vena lírica que corr e por estos r elatosdejando a su paso una grata sensación de fr escura poética.

Oscar Sambrano Urdaneta

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JESÚS ALFONSO FERRER es de Maracaibo. Una de las figuras actualesmás conocidas de la intelectualidad del Zulia. Así en verso (llevapublicados, incluido el presente, cinco volúmenes) como en prosa(es autor de tres obras que recogen conferencias, biografías y otrosdiversos temas literarios) se ha distinguido siempr e por la emociónpersonal, el fervor que le inspiran los temas patrios, la compene-tración con las cosas y gentes de su r egión nativa, la desenfadadafrescura de su prosa, y el dominio elegante del verso, que él culti-va con indeclinable conciencia de la tradición castellana.

Romancero de la epopeya es la última obra en verso publicadapor Jesús Alfonso Ferr er. El poeta, a través de tan emocionadaspáginas, cumple y justifica, sin duda alguna, cuanto hemos afir-mado antes. Este libro viene, por entero, desarrollado en romances,como lo anuncia su título. Su autor , con la mirada y la emociónorientadas hacia la gesta emancipadora, selecciona en ésta sustemas. Y, ya en trance creativo, en la línea, caudalosa y eter na, delos creadores del romance español, nos entr ega, en tan imper e-cedera forma lírica, su fina versión poética de nuestr os gr andes

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Jesús Alfonso Ferrer

ROMANCERO DE LA EPOPEYA

Maracaibo: TipografíaComercial, 1956.

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hechos. Romances estos, pues, dadas la significación y dificultadde sus temas, de una definida, extraordinaria tonalidad épico-narra-tiva. El conjunto, por lo demás, aparece dividido en cuatro partes:«Alba cívica», que agrupa los r omances «19 de Abril de 1810»,«La Sociedad Patriótica» y «5 de Julio de 1811»; «Los héroes», con«Miranda», «Bolívar», «Urdaneta», «Páez», y «Sucr e»; «La epop e-ya», cuyos temas son «Boyacá», «Carabobo», «Pichincha», «Junín»y «Ayacucho»; y, por último, «Rasgos sublimes», parte integradapor un solo romance: «Bolívar magnánimo».

Escuchemos, ahora, al propio poeta. Su romance a la batalla deJunín, característico de su estilo lírico, de los mejor es de esteromancero, puede transcribirse en totalidad:

No se oye el trágico estr uendodel fusil ni del cañón;sólo vibran bajo el cárdenoriego del peruano sol,espadas que se entrecruzan,que ofuzcan con su fulgor;lanzas de buida puntaque se mellan en la acción…

Canterac empuña el sabley se bate con furor,arrollando a los patriotassin tregua ni compasión.

El ínclito Necoechea,sangrando en la lid, cayódestrozado y prisioneroen aquel campo de horror.

Sucre, ante la infantería,y a la vanguardia, se irguió;Bolívar, la espada en alto,

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sobre su corcel veloz,dirige, frente al peligro,batallón y batallón.

Con Monteagudo y O’Higginsir y venir se le vió…

Los invictos Granaderosde Colombia, con furorbuscan y rompen la izquierdadel ejército español.También Silva con los Húsaresembiste, del triunfo en pos.Y el regimiento peruanode Miller, entra en acción.Suárez sacude la pampa,al estrépito, al rigorde los célebres caballosde su intrépido escuadrón,acosando a los realistasque con ímpetu ferozlancean por aquel flancoa su altivo contendor.La hispana caballeríase espanta, y huye veloz;mientras, los republicanoscon más fuerza y más ardor,cargan, y ponen en fugalas huestes de la opresión…

¡Junín! ¡Bien vale que Olmedoate con cintas de solel haz de lauros que ciñela sien del Libertador!(«Junín»)

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Con su Romancero de la epopeya , pues, Jesús Alfonso Ferr erratifica sus condiciones de infatigable trabajador lírico, de amablere-creador de nuestra epopeya nacional.

Pedro Pablo Paredes

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ESTE LIBRO ES el testimonio de un periodista; o sea, de un hombr e.Pero no de un hombr e que le hurta el bulto al destino. JoaquínGabaldón Márquez se ha encarado día a día con el ser y el aconte-cer venezolanos. Ha sentido —o siente— los problemas vitales deVenezuela. Le ha pr eocupado, angustiado y apasionado el futur ode Venezuela como nación. Pero sus artículos, «en serie —como élmismo dice— tienen la gran debilidad de que su actualidad suelearrastrarla la marcha viva de los días». Y más en Venezuela, añadoyo, donde las palabras del Eclesiastés («Aquello que ha sido es loque será y lo que se ha hecho, lo que se volverá a hacer») par ecenhaber perdido su profundo significado. Su libro, de todas maneras,es eso: un paso de andadura, un transcurrir y un divagar sobr e latierra venezolana.

Yo soy un ser humano; como ser humano, de la obra deGabaldón Márquez me inter esa la parte humana o humanitaria:la parte cristiana.

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Joaquín Gabaldón Márquez

ARCHIVOS DEUNA INQUIETUD

VENEZOLANACaracas-Madrid: Ediciones Edime,

Colección Autores Venezolanos, 1956.

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Archivos de una inquietud venezolana consta de seis libros o par-tes. El primero se inicia con dos confer encias: «La política inter-vencionista del Estado venezolano» y «La política inter vencionistadel Estado y las clases obr eras». En una estudia la capacidad oincapacidad del venezolano como hombr e de empr esa y, por lomismo, justifica y aun pr econiza la política inter vencionista delEstado, y, en la otra, Gabaldón Márquez hace una larga incursiónpor la historia de las luchas sociales en el mundo, para poner eldedo en «la experiencia del dolor humano, acendrado comoamarga miel de la colmena social», y desear, finalmente, una rein-tegración de la fe de los hombres en la entidad ideal del Estado. Deahí pasa a tratar temas económicos, agrarios y de tecnificación:«Tecnificarse o perecer: el azúcar», «Necesidad de tecnificar elcultivo del maíz», «La tecnificación de las industrias rurales»,«Organización y agricultura», «Agricultura moderna»…

Los otros cinco libros —o capítulos— corr esponden a los si-guientes títulos generales: segundo: «La economía agr opecuariavenezolana y el cooperativismo». T ercero: «La r eforma agraria».Cuarto: «La contienda política». Quinto: «Pensamiento político».Y sexto: «Las campañas del petróleo».

Gabaldón Márquez, a través de sus Archivos de una inquietudvenezolana, pasa de la zozobra y el temor a la esperanza y al júbi-lo, testimoniando, textificando lo que ve y propugnando siempre,para toda empresa vital del país, la intervención o la mirada sabiadel técnico. Así, en una crónica escrita hacia 1942, dice:

Aquello era arr oz, ciertamente. Per o para quienes hubiéramosvisto desde cer ca una siembra de arr oz promisora y cumplidorade buenas cosechas, aquel arroz no era sino una paja de un verdeamarillo, sembrada, posiblemente, en una forma —distancia—excesivamente tramada, y copiosamente mezclada con otras plan-tas, de aspecto cer ealícola, pero que, seguramente, no eran otracosa que paja silvestre y agresiva. Menguado el grosor de la mata

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de arroz; descolorida la hoja; estrecha la distancia entre las matas;menguado, también, el desarrollo en altura. Así se movía, bajo unsol de canícula, perdiéndose a lo lejos, el vasto sembradío.

Ésta es su visión pesimista. Mas inmediatamente, en «Quijotismoy agricultura», la promesa, la fiera e indestructible esperanza:

Nuestra primera observación —dice—, una cerca de cinco cuer-das de alambre, cuadrando la vasta extensión de la sabana, hastaperderse, a lo lejos, en un horiz onte de verdura ribeteado en elfondo por algunas manchas arbór eas. Estos alambres tienen unaprecisa significación, en un aspecto doble, al r omper, primera-mente, la primitiva indivisión de los llanos, representativa de unaganadería también primitiva y rudimentaria, y al establecer uncomienzo de or ganización y de técnica, señalando los límitesentre aquella misma explotación pecuaria, salvaje y movediza, y laagricultura de moderna orientación, perfectamente definida comoproducto del esfuerzo planificado del hombre.

Y Gabaldón Márquez da fin a su libro planteando el siguien-te dilema:

O se despide definitivamente Venezuela de la esperanza de llegara constituirse una economía integrada, compleja, de múltiplesramas, de vida independiente y varia, y se atiene a convertirsefatalmente en un país puramente minero, si se quiere, puramen-te petrolero, o acaso limitado a su solo petróleo y a su hierr o; obien, y éste es el otro término de la disyuntiva, llegamos a la for-mación de una doctrina económica venezolana propia, que, conbase a la estabilización de su economía petr olera sobr e su pieactual, abra a las otras ramas de su economía —agricultura,

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industrias livianas, siderúr gica, etc.—, una perspectiva de des a-rrollo efectivo, sano, fuerte y fecundo, mediante la posibilidad deuna competencia equilibrada y estable entr e todos los sector eseconómicos.

Pla y Beltrán

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LEÓN ORGAZ es un simple seudónimo. Bajo dicho seudónimo seagazapa, recatadamente, el nombre de un escritor asaz conocido.Este escritor, aferrado desde hace años a la vida venezolana, acabade crear, en su Editorial El Samán, una modesta pero interesantí-sima colección literaria: la Colección Átomo.

En el primer tomito de la serie — Las mocedades de SimónBolívar— puede leerse:

No pr etendemos encer rar en este librito, sólo grande en laadmiración y el entusiasmo, la vida entera del gran Liber tador.Deseamos solamente que su nombr e inaugure nuestras tar eas yque sea el protector de nuestros altos deseos de llevar la cultura alos pueblos de América (…) Los hombr es eminentes, los actos delarga trascendencia y pr oyección serán traídos a estas páginas, enlas que, de manera sumaria, pero con exactitud y esfuerzo sintéti-co, llevar emos a los espíritus nobles ideas y elevados estímulos(…) Huiremos del sistema de aquellos libros de los que decía donMiguel de Unamuno que estaban llenos de vacío.

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León Orgaz

LASMOCEDADES DESIMÓN BOLÍVAR

Caracas: Editorial El Samán,Colección Átomo, 1956.

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El propósito de León Orgaz es, como se verá, honesto, hermo-so, plausible: honrar y divulgar los hechos y las vidas de los hom-bres más r epresentativos de América, o de aquellos que, por unmandato del destino, fuer on como hachones o luminarias en elalumbramiento de nuestra historia.

Hasta ahora han aparecido solamente dos tomos de la ColecciónÁtomo: Las mocedades de Simón Bolívar y Humboldt. A éstos segui-rán (se están ya imprimiendo) La suprema hazaña de Fernando deMagallanes, Bartolomé de las Casas, pr otector de los indios, PerézBonalde, el poeta romántico de América, José Mar tí, apóstol, poetay mártir, El Inca Gar cilaso, Misiones civilizadoras en V enezuela,Historia de los doce incas del Perú, La isla perdida del Caribe, Miseriay grandeza de Cristóbal Colón, Páez, el lancero de los Llanos, La poe-tisa sor Juana Inés de la Cruz, La civilización maya, Las amazonas delgran río y otros.

Estamos en desacuerdo —dice León Orgaz en su Introducción—con algunas de las más divulgadas biografías de Bolívar. Para EmilLudwig, biógrafo de oficio, Simón Bolívar vivió en un ambien-te inasequible para quien lo miraba desde su esquina alemana.Resultaba tan r emoto de su pluma el Libertador , que lo manejacomo un muñeco sin vida.

Seguidamente considera que la desviación de Madariaga es bas-tante más grave:

No habla desde un ambiente exótico —como Ludwig—, sinoimpregnado en el hispánico, provisto de rica documentación y deexcelentes cooperaciones; mas se sitúa en ángulos desde los queselecciona mínimos estímulos, en lugar de pr esentar los vitalesresortes históricos (…) Creemos —prosigue respecto a la obra deSalvador de Madariaga— que ha sido un mal el que se haya escri-to este libro desorientador, que será doctrina para no pocos bobosy algunos Boves.

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Y todavía añade:

Se destaca en las páginas de Madariaga el terrible pr ejuicio de las«sangres». Esta preocupación «racista» no es ni española ni his-pánica ya que la Historia ibérica es un proceso de integracionesy mestizajes, desde los íber os de las cuevas de Santimamiñe yAltamira hasta que los castellanos llegan a América con las venascargadas de sangres europeas y africanas.

Para León Orgaz, lo que fundamentalmente imposibilita a losbiógrafos europeos para captar en su grandeza al Libertador es suincapacidad de ver , de compr ender esa «convivencia en la másentrañable intimidad indiferenciada de razas» y «su impor tanciaformativa de la mentalidad y las costumbres en las sociedades» deAmérica. A Bolívar no lo hizo grande su pretendido resentimien-to; lo hizo grande su inteligencia, su inquebrantable espíritu, sufe ilimitada. «Su obra libertadora supo saltar sobr e los Andescomo Aníbal sobre los Alpes.»

Las mocedades de Simón Bolívar es, en suma, una biografíamodesta pero entrañable: sin más fin que el de la justicia; sin máspasión que la de la verdad.

Pla y Beltrán

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CUANDO Lisandro Alvarado tuvo la cer teza de que la enfermedadque había inmovilizado sus músculos lo llevaría irr emediable-mente al sepulcr o, consideró llegada la hora de cor responder alGobierno Nacional las atenciones de que había sido objeto d uran-te su cruenta dolencia. Haciendo inventario de sus bienes espi-rituales, que no los tuvo de otra clase, juzgó que debía legar aVenezuela sus estudios inéditos, únicas prendas que podía entre-gar en testimonio de gratitud. Entre aquellos estudios que la inva-lidez, primero, y la muerte, en definitiva, le impidieron perfeccionaro concluir, se encontraba un grueso legajo que contenía una exten-sa recopilación de datos sobr e la etnografía pr ecolombina vene-zolana. Habían sido extractados aquellos datos de las a tentas yprofusas lecturas que este sabio investigador había hecho, pacien-temente, durante toda una vida lar ga y dedicada. Lecturas queobedecían no sólo al conocimiento etnográfico, sino que estabanrelacionadas con ese espíritu de avidez universalista que impulsó

Lisandro Alvarado

DATOS ETNOGRÁFICOS DEVENEZUELA. VOLUMEN IV DE LAS OBRAS

COMPLETAS DE LISANDRO ALVARADO

Prólogo de Miguel Acosta Saignes.Caracas: Ediciones de la Dirección de Cultura y Bellas Ar tesdel Ministerio de Educación-Editorial Ragón, 1956.

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a Lisandro Alvarado a apr ender todos aquellos fundamentos quepudiesen serle útiles en el estudio y comprensión del pasado indí-gena de Venezuela, de la lengua actual de este país, de su flora yfauna, de su historia, de su literatura y folklore. En setenta y cincocapítulos, Alvarado organizó los dispersos testimonios de cronis-tas, viajeros e historiador es acerca de la conformación biológicade las parcialidades indígenas que poblaron el territorio venezo-lano, de su distribución geográfica, caracteres somáticos y psíqui-cos, modos de vida, cultura, cr eencias, ritos, ar te, estado econó-mico y r eligioso, viviendas, y en fin, todo cuanto a la luz de laciencia etnográfica de entonces pudiese tener interés. Elaboró deeste modo la obra más considerable en su géner o dentro de labibliografía científica venezolana; obra que es utilísima paraconocer las referencias, casi siempre sorprendentes, siempre inte-resantes, de nuestra historia precolombina.

Fue fiel Alvarado a los más estrictos métodos en lo que se r efierea la cita meticulosa y oportuna, cuya fuente señala corr ectamen-te a base de nombrar autor , título de la obra, edición y págin a. Alfinal, un índice bibliográfico facilita al lector no especializado o alinvestigador conocer las obras fundamentales en que se anotanlas tareas de Alvarado. Mediante este rigoroso sistema de trabajo,Alvarado dejó r ezagados a casi todos sus contemporáneos y seacercó notablemente a los más moder nos métodos de investiga-ción. Su completo dominio sobr e algunas de las más importanteslenguas europeas le permitió consultar en su idioma nativo a escri-tores como el alemán Karl F. Appun, el francés Jean Chaffanjon,o el italiano Girolamo Benzoni.

A la primera edición de estos Datos etnográficos de V enezuela,hecha en 1945 por la Dir ección de Cultura y Bellas Ar tes delMinisterio de Educación, la Comisión Editora de las Obras com-pletas de Lisandro Alvarado añadió cuatr o estudios de este autor ,dispersos hasta entonces en revistas de la época, y necesarios paracomplementar el panorama de sus investigaciones etnográficas.Dichos estudios son: «Etnografía venezolana», «Etnogr afía patria(Notas e ideas)», «Noticia sobr e los Caribes de los llanos de

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Barcelona», «Objetos pr ehistóricos de V enezuela». Estos cuatr otrabajos dan un total de ochenta y siete páginas impr esas, tamaño16°, excluyendo las ilustraciones que los acompañan.

La edición que comento viene pr ecedida de una nota biblio grá-fica de la Comisión Editora, de un interesante prólogo de MiguelAcosta Saignes, titulado «La obra antr opológica de Lisandr oAlvarado», en el cual este distinguido especialista analiza los méto-dos de trabajo de Alvarado, las fuentes más importantes de suinformación etnográfica y el valor que esta obra conserva para laactualidad. Contiene, asimismo, el volumen, numerosas notas dela Comisión, un r epertorio de las obras citadas por Lisandr oAlvarado, un Índice Analítico elaborado para la primera ediciónpor Walter Dupouy, y complementado para ésta por la ComisiónEditora.

Agotada como estaba la edición hecha en 1945, ha sido opor-tuna esta segunda salida de uno de los más importantes libros deLisandro Alvarado. Impor tante no sólo por su contenido, sinopor la opor tunidad que depara para el mejor conocimiento yvaloración del autor por parte de las actuales generaciones.

Oscar Sambrano Urdaneta

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Mayo, junio 1956

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LA INCANSABLE actividad investigadora de Miguel Acosta Saignesabarca un vasto campo de trabajo dentro de la bien definida órbi-ta de su especialización de antropólogo y sociólogo. No pasa messin que de su encaminada labor pr ofesoral y junto a su constan -te inquietud intelectual, que atiende con igual pasión, apar ezcaun fruto meditado y firme de sus incursiones por nuestra cultu -ra, por nuestra realidad histórica o sociológica o por nuestro ricofolklore, terrenos en los que la preparación y el penetrante senti-do de indagación pr estan a nuestr o autor un campo de acciónsiempre atrayente.

Esta vez Miguel Acosta Saignes ha publicado un br eve trabajosobre La vivienda popular en Barinas, que originalmente estuvoincluido en el sumario de la r evista Cuadernos Universitarios, co-rrespondiente a su número 5-6, recientemente aparecido. A pesarde su br evedad, éste de Miguel Acosta Saignes es un estudio afondo de las características actuales de la trayectoria, transforma-ciones y ciclos históricos vividos por una de las peculiares formas

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Miguel Acosta Saignes

LA VIVIENDAPOPULAR EN

BARINASSeparata nº 5-6

de Cuadernos Universitarios.Caracas: Tipografía Signo, 1956.

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de la vivienda popular venezolana, como es el «rancho» campe-sino. Estudio que viene respaldado, además, por una nutrida infor-mación gráfica que sir ve elocuentemente para la demostraciónbuscada por el autor.

Acosta Saignes afirma, al iniciar su trabajo, que el «rancho» es,históricamente, el r esultado de la suma de varias técnicas deconstrucción: la indígena, en primer término; la española y laafricana. Añadiendo:

Algunos escritores han declarado que el rancho sigue siendo fun-damentalmente la antigua vivienda indígena. Es pr eciso añadirelementos de otras pr ocedencias. Además, no hay absoluta uni-formidad en la construcción, aunque sí mucha generalidad, en lasdiversas r egiones del país. Convendría, para la historia del de-sarrollo de la vivienda en Venezuela, para estudios sanitarios, parainformación de constructores y arquitectos, conocer la estructurade la vivienda popular , que conser va muchos rasgos antiguoscoloniales y aun prehispánicos.

Con este propósito el autor realizó dos viajes al estado Barinas,en años r ecientes, decidido a pr ecisar las características de la vi -vienda en esa zona. Fruto de esos viajes fue el trabajo que ahoracomentamos, en el cual se recogen las experiencias adquiridas allíen cuanto a las transformaciones que se han manifestado en lavida popular de aquellas r egiones y fundamentalmente en cuan -to se refiere al proceso de cambio en la vivienda, consecuencia dela trasculturación que se está verificando en ellas.

Acosta Saignes aconseja apresurarse en el estudio de las viejasformas de habitación popular , porque las nuevas causas tiendena borrar el contorno tradicional de las mismas y por que

… Dentro de algunos lustr os no será posible encontrar sino enalejadas zonas periféricas, apartadas de las vías de comunicación,ciertos restos de lo que hasta hace poco ha sido tipo general de laconstrucción denominada genéricamente rancho.

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En tal sentido su trabajo viene a ser una primera y saludablecontribución a esta necesidad científica. Con su peculiar métodode análisis, Acosta Saignes pasa revista objetiva y sistemáticamen-te a la historia de la vivienda popular y determina su cuadro geo-gráfico, la utilización de los diversos elementos y la estructura ydisposición de sus partes, desde los estados centrales hasta losllaneros de Portuguesa y Barinas. En este último concentra, pr e-cisamente, sus mejor es recursos demostrativos. Y considera quela diversificación en las formas —y aun en la estructura—que seobserva en la vivienda popular de aquellas zonas se debe a varia-dos factores como son, entr e otros, las campañas sanitarias, lasdisposiciones de salubridad sobr e viviendas, la inmigración y eldesarrollo de vías de comunicación y de ciertos elementos econó-micos y culturales, como la influencia del cine, de las r evistas y delos diarios, los cuales durante los últimos diez años han alcanzadoregiones donde antes sólo muy de tar de en tarde llegaban noticiasde la pr ensa del centr o de la República. La vivienda —piensa elautor— se muestra particularmente sensible al proceso transcul-turativo, a los nuevos materiales, a las nuevas concepciones, a lasmaneras recientes de construir, a la influencia de la inmigración.

Particularmente interesante, aparte del valor sociológico e his-tórico de su investigación, r esulta la deter minación del pr ocesode construcción de la vivienda popular y la persistencia de suselementos y formas tradicionales, aun a pesar de las transforma -ciones que ha venido sufriendo. Una consecuencia de la observa-ción científica r ealizada que sur ge de su lectura es la de que lavivienda depende en su concepción y r ealización, no sólo de lasnecesidades del ambiente, cuanto de los materiales mismos queel medio puede ofr ecer. Circunstancia que, naturalmente, se haido modificando progresivamente a medida que crecen las vías decomunicación con otros medios más avanzados culturalmente.

Estudios de esta naturaleza, que no deslumbran, por el temamismo que tratan, pero que ayudan a una mejor comprensión denuestra r ealidad social, histórica y humana, contribuyendo asentar bases definitivas en nuestr o proceso como nación, exigen

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una continuidad y un desarrollo más ambicioso a la par que unaatención mayor de la que generalmente se les pr esta y una difu -sión más conveniente en medios quizás alejados del interés cien-tífico puro, pero más compenetrados con la viva r ealidad de laque dependen.

Por eso cobran tanta vigencia las últimas palabras que el autorinscribe en su trabajo:

Como se ve, el estudio de la vivienda popular , por un lado perte-nece al Folklore, en cuanto es super vivencia en los sector es eco-nómicamente débiles y por otra parte se incluye en la GeografíaHumana, en cuanto ha de examinar los materiales de la región, lascondiciones ambientales influyentes, la estabilidad o la transfor-mación de las estructuras, las modificaciones según los fenómenosmeteorológicos, etc. Es también, naturalmente, un estudio histó -rico y en el futuro será necesario realizar exámenes comparativos,para conocer el proceso de adopción de la vivienda indígena porlos Descubridores, la modificación que los indígenas supervivien-tes introdujeron, por influjo de los eur opeos; las nuevas formasque pueden haber surgido del acontecimiento en tierras antes des-pobladas y los modos cómo hoy, por efecto de la inmigración y deotros factores económicos, sociales, culturales, evoluciona la vivien-da popular en Venezuela.

José Ramón Medina

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Mayo, junio 1956

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LENGUA Y CREACIÓN en la obra de Rómulo Gallegos , libro primogéni-to de Orlando Araujo, ha resultado el término feliz de una de lasmás delicadas y severas labor es de investigación que joven algun ohaya emprendido y culminado en Venezuela, y tal vez en muchosotros países hispanoamericanos.

Orlando Araujo cuenta ahora veintiocho años. En la UniversidadCentral de Venezuela obtuvo sendas licenciaturas en Economía yen Letras. Durante sus estudios en la Facultad de Humanidades tra-bajó en el Instituto de Filología Andrés Bello. En dicho Instituto, ymientras adelantaba algunas investigaciones r elacionadas con elléxico venezolano en las obras de Gallegos, Orlando Araujo fueconcibiendo el proyecto de emprender sobre nuestro primer nove-lista un trabajo mayor y más personal. El rico campo de estudiosque pr esenta este escritor excepcional atrajo poder osamente laatención del joven investigador. Las fichas de trabajo comenzarona cr ecer y a distribuirse por t emas. A estos contac tos iniciales

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Orlando Araujo

LENGUAY CREACIÓN

EN LA OBRA DERÓMULO

GALLEGOSBuenos Aires: Editorial Nova, 1955.

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siguieron las meditaciones or ganizadas, la valiosa orientación deprofesores universitarios, como Miguel Acosta Saignes, Edoar doCrema, Ángel Rosenblat, Alfonso Cuesta y Cuesta; la discusiónentre compañeros de letras; la consulta metódica de las monogra-fías y ensayos interpretativos acerca de las producciones literariasde Gallegos, y de los estudios generales sobre aquellos temas quehabían de ser considerados en los difer entes capítulos del libr o.Así fue naciendo esta obra, cuya terminación coincidió con el vige-simoquinto aniversario de haber sido publicada Doña Bárbara.

Lengua y creación en la obra de Rómulo Gallegos consta de dos-cientas sesenta y cuatr o páginas r epartidas en las siguientes sec-ciones: «Nota del autor». «Datos biográficos y bibliográficos».«Parte I: Los temas». «Parte II: Las novelas». «Parte III: La concien-cia lingüística». «Parte IV: Rasgos estilísticos». «Parte V: Conclusióngeneral». «Bibliografía utilizada». A continuación trataré de dar unapretado r esumen de algunos de los aspectos más importantesdesarrollados en este ensayo crítico.

Parte I: Los temasa) La geografía. Comienza el libro con la siguiente afirmación:

Las novelas de Rómulo Gallegos se inspiran en la tierra propia, deella toman su gran fuerza poética y el impulso vital que las librade todo artificio y las acer ca a las obras perdurables creadas por elhombre. Esa obra no se queda, sin embargo, en la poética contem-plación del paisaje, sino que r efleja también la vida de las gentesque lo habitan, y expr esa las ideas, los sentimientos, los conflic-tos y las pasiones que sacuden el alma de esas gentes (p. 19).

Demostrar los dos asertos anterior es es el pr opósito general deeste primer capítulo. Para ello, Orlando Araujo comienza poranotar que tanto los cuentos de Gallegos como Reinaldo Solar yLa trepadora, sus dos primeras novelas en or den cronológico, sedesarrollan en Caracas o en sus alr ededores. Doña Bárbara y

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Cantaclaro tienen la llanura como escenario natural; Canaima, laselva guayanesa; Pobre Negro, la r egión de Barlovento y de losValles del T uy; Sobre la misma tier ra, zonas del estado Zulia.Dentro de la enumeración anterior , El forastero resulta excepcio-nal, ya que se desarrolla en un pueblo venezolano de difícil iden-tificación. La brizna de paja en el viento inicia un ciclo americanoen la novelística de Gallegos. Esta distribución geográfica le per-mite a Orlando Araujo hacer la siguiente afirmación:

La obra de Gallegos ofrece una perfecta progresión: primero es elpaisaje en el cual se desenvuelve su juventud (Caracas y sus alr e-dedores); luego, como impulsadas por una fuerza centrífuga, susnovelas se van desplazando hacia nuevos paisajes y gentes: el autorquiere abarcar en su obra la geografía integral del país (p. 19).

Hasta aquí Orlando Araujo se limita a la or ganización de datosque se despr enden inmediatamente de las novelas y cuentos deGallegos. Mas, no satisfecho con este simple inventario geográfi co,O.A. se pr opuso dos cuestiones muy impor tantes para la mejorcomprensión del autor estudiado. Son ellas: el planteamiento desi existe o no determinismo geográfico en las novelas de Gallegos,por una parte; y por la otra, averiguar con certeza el valor que tie-nen dentr o de sus cr eaciones literarias la ciudad y el campo,como entidades que r epresentan diferentes y aun opuestas fiso -nomías nacionales. Con respecto a la primera cuestión, O.A. llegaal siguiente convencimiento:

Si por determinismo geográfico se entiende que la fuerza domi-nante en la vida y en los cambios sociales es el medio geográficoy que, por consiguiente, la naturaleza esclaviza al hombre y deter-mina fatalmente sus costumbres, formas de vida e ideas, entoncesno se puede hablar con propiedad de determinismo geográfico enlos personajes de Gallegos, por que si alguna lucha es evidente

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en sus novelas —y su obra es obra de conflictos— es la lucha delhombre frente a la naturaleza. En ese drama, como en todo dramarealmente humano, hay hombres que vencen y otros que son ven-cidos, pero es viva siempr e la angustia del hombr e por liberarsede los tentáculos del medio. De ahí el por qué sobre los persona-jes de Gallegos se cierne constantemente una atmósfera de trage-dia (p. 25).

En relación con el segundo punto, O.A. llega a las siguientesconclusiones:

...no es del todo exacto hablar de oposición entre ciudad y campocomo tesis del autor realizada en sus novelas. Propósito del autores, en cambio, la oposición entr e cultura y barbarie, que por suprofunda conciencia moral suele ser conflicto entr e potencias delbien y del mal (…) El conflicto de cultura y barbarie en la obra deGallegos no corresponde exactamente al conflicto de civilización y

barbarie en Sarmiento, porque lejos de ser oposición objetiva entreciudad y campo bajo la ley fatal del determinismo geográfico o dela mezcla racial, es oposición subjetiva entr e tendencias buenas ymalas, y más objetivamente, lucha del hombre contra la influenciadel medio (pp. 30-31).

b) El folklore. En un novelista que como Gallegos tiene portemas fundamentales el hombr e y la naturaleza de su país, esimprescindible analizar, aun cuando sea de paso, los rasgos fol-klóricos presentes en su obra. Después de breves consideracionesgenerales —entre las que se destaca esta afirmación: «El conteni-do folklórico en la obra de Gallegos no aparece en forma de cuña,o al modo de una copia fotográfica, sino que pertenece al desarro-llo mismo de la novela, y aparece como fundido en su acontecer»(p. 33)—, O.A. analiza en pequeños subcapítulos cada una de lasmás significativas materias folklóricas que figuran en las nove-las de Gallegos: la copla, cuentos y supersticiones, mitos y leyen-

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das, danzas y fiestas. Finaliza este aspecto del ensayo con lasiguiente conclusión:

Como recurso literario, Gallegos le ha sacado al folklore un granpartido, por que ligado íntimamente al acontecer de la novela,cada hecho folklórico tiene una relación significativa con la accióndel episodio en que apar ece. No se trata, pues, de una simplerecopilación más o menos fiel, sino de una estructura complejaen la que cada parte tiene una función asignada, y la del folklo-re es, dentro de un marco estético, la de expresar con frescura yespontaneidad la visión que el hombr e de pueblo tiene de lascosas que lo r odean, su modo especial de mirarlas y compr en-derlas, de lo cual nace una comprensión propia del mundo, unaposición ante la vida y una determinada actitud ante la historia(pp. 51-52).

c) Contenido social. En la conclusión de la parte primera de suensayo, se pregunta y responde O.A.:

¿Es la de Gallegos una obra de «tesis»? Si por tal se entiende laobra literaria que, además de su realización estilística, se proponellevar hasta el lector un mensaje, dir emos, con pleno convenci-miento, que sí hay una «tesis» en la obra de Gallegos (p. 82).

¿Cuál es dicha tesis o mensaje? La r espuesta no es simple y con -duce a más de un planteamiento. Revisemos, primero, qué entien-de O.A. por contenido social en la novelística de Gallegos:

…el contenido político-social consiste, pues, en el planteamien-to, o mejor en la pr esentación de los males tradicionales de queadolece nuestra vida republicana por falta de cultura política y deresponsabilidad moral; en el señalamiento valeroso de los fraudesy delitos políticos realizados al amparo del gobernante de turno o

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cometidos por éste; en el esfuerzo por profundizar y comprenderfenómenos político-sociales como el caciquismo, la revuelta arma-

da, el machismo; en la lucha contra la violencia en todas sus formas;en la fe en la juventud del país y en la seguridad de que cultura yconciencia cívica son la fórmula esencial para la r egeneración deVenezuela (pp. 59-60).

Si se tiene en cuenta que la mayor parte de las novelas de Gallegosfueron escritas y publicadas durante la tiranía de Juan V icenteGómez, se comprenderá por qué el novelista

trataba de sacudir la conciencia de todo un pueblo y se r efería,como toda obra nacida del corazón del hombr e, a un grupo dehombres vivos y a una época concreta. Cada novela era una invi-tación a la vida heroica y un breviario de educación cívica y moral.Es decir, cada novela hacía frente a dos problemas fundamentalesde la vida venezolana: el de la necesidad de un heroísmo distintodel que brillaba en la hazaña guerrera, en la revuelta armada o enel lance personal, y el de la necesidad de una r egeneración moraly de una educación cívica del pueblo. En este sentido, la obra deGallegos hacía frente a su época y cumplía una función social acti-va (p. 55).

Pero si las obras narrativas de Gallegos tienen una indiscutibleimportancia sociopolítica; si en sus novelas quedan r etratadosépocas y hombres; si algunos de los más inter esantes problemasdel devenir histórico de V enezuela encuentran allí su plantea-miento, junto a todos estos valores no literarios, y tratándose denovelas, está el Gallegos artista:

Gallegos cumple su destino de escritor sin olvidar que es un artis -ta: tiene un pr opósito, una ver dad y un tema, per o sobr e ellosactúa su imaginación cr eadora con entera liber tad. Esto salva suobra y la mantiene en una atmósfera de actualidad perdurable. Las

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técnicas pueden pasar —muchas de las que emplea ya no erannuevas entonces—; pueden quedar atrás la época y muchas ideas;nuevos temas pueden ocupar el centr o de la atención literaria;pero no habrá tiempo que bor re los conflictos que estr emecen elalma de sus personajes y que son capaces de conmover a un pue-blo entero; ni tiempo que destruya la belleza de aquellas descrip-ciones en que la naturaleza es sentida a través de la emoción delautor y en que los elementos inanimados cobran vida como toca-dos por una fuerza mágica. El lector de todos los tiempos y detodos los lugares, aun cuando ignore la urdimbre política y socialde Venezuela, y desconozca el ambiente dentro del cual Gallegoselaboró su obra, se sentirá conmovido por la sinceridad y natura-lidad de sus creaciones y por la auténtica presencia del arte en suobra (pp. 60-61).

d) La mujer, el hijo, la universidad . En este subcapítulo O.A.señala lo que r epresenta en la obra de Gallegos cada uno de lostres elementos anunciados. Personajes femeninos ocupan prime-ros planos en casi todas las novelas de Gallegos (Doña Bárbara,Marisela, Victoria Guanipa, Remota Montiel). En el hijo, Gallegoscentra la fe de que las nuevas generaciones llevan a feliz términolo que los padres no pudieron realizar:

Es la juventud con ideales la que está llamada a realizar el acto sim-bólico de Luzar do al ar rancar del mur o la lanza de su padr e, locual significa liberarse para siempre de una larga tradición de vio-lencia, y rescatar con la obra propia la memoria del padre (p. 60).

Y la universidad es, para nuestr o primer novelista, el máximocentro de cultura de donde habrán de emanar los hombres capa-ces de enfrentarse a los males tradicionales de la nación.

e) Los personajes. Refiriéndose a los personajes, O.A. comienzapor anotar que, cuando se trata de personajes principales, Gal legosprefiere el retrato psicológico a la simple descripción fisonómica.Nota, asimismo, que hay personajes cuyos caracter es se r epiten

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en varias novelas —Santos Luzar do-Remota Montiel, Mar cosVargas-Cantaclaro—. Se refiere también a los personajes secunda-rios, como el Jefe Civil, el Cura, el Extranjero, el «Cacique», el«Peón de hacienda», «merecedores de sendos estudios en que seanalice su psicología y el papel que desempeñan en cada una delas novelas» (p. 75). Con detenimiento O.A. destaca el hecho,confesado por el propio Gallegos, de que este novelista toma lostipos literarios de sus obras de la realidad venezolana. Al ser con-vertidos en personajes por la imaginación creadora, resultan, a lapostre, no simples r etratos o biografías, sino ver daderas creacio-nes, lo que no es obstáculo para que en ellos se advierta con todasu fuerza el espíritu venezolano.

Parte II: Las novelas«Gallegos, en sus novelas, no se ha propuesto escribir ensayos, nipoemas, ni tratados, ni programas de gobierno, sino simplementenovelas, desde Reinaldo Solar hasta La brizna de paja en el viento »(p. 87). Con esta idea dir ectriz le r esulta fácil a O.A. demostrarque las novelas de Gallegos tienen todas una especie de

núcleo vital generador de múltiples acciones, que sin excluir elplanteamiento de nuevas situaciones conflictivas, domina, sinembargo, sobre todas ellas y da a la novela una especial atmósfe-ra dramática. Así, en Reinaldo Solar es fundamental el conflicto delhombre y su destino; en La trepadora domina el drama de la san-gre (tendencias antagónicas en un hijo bastardo); en Doña Bárbara,el drama de la tierra; en Canaima, el conflicto se realiza entre fuer-zas telúricas divinizadas, que representan potencias del bien y delmal, presentes en el hombre y en la selva; Cantaclaro es novela deconflictos dispersos; El foraster o es una novela de excepcióndonde el tema político pr edomina y se plantea el conflicto entr ela juventud renovadora y el orden tradicional; Sobre la misma tie-

rra obedece a la intención de contrastar el infortunio propio fren-te a la riqueza extranjera, ambos sobr e la misma tierra; en Pobre

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Negro se plantea un conflicto racial en un pasado histórico cer ca-no. La brizna de paja en el viento , la última novela hasta hoy , conun ámbito nacional distinto, vuelve un poco a Reinaldo Solar encuanto al tema de la Universidad y de la juventud des orienta-da, y plantea el conflicto del espíritu puro de la revolución frentea sus formas engañosas en la universidad cubana. V eamos todoesto con más detenimiento, analizando cada novela en particular(pp. 88-89).

Cumplir con el propósito anunciado en este último renglón es loque lleva a O.A. a estudiar una por una todas las novelas citadas,respaldando con abundantes citas la demostración de sus puntosde vista críticos.

Parte III: La conciencia lingüísticaAntes de que muriera el siglo XIX, nuestra literatura narrativalogró superar la imitación ser vil de la novelística eur opea, espe-cialmente española y francesa. El paisaje venezolano y sus habi -tantes comenzaron a ser el tema favorito de cuentistas y novelistas.Nació así la literatura criolla. Pero en un comienzo nuestros auto-res de transición no tuvier on dominio absoluto sobr e aquelloselementos que podían constituir una corriente nacional genuina.Entre los elementos que se les escapaban estaba el lenguaje popu-lar. Un crítico venezolano notaba ya, en 1914, el divorcio entre elpersonaje literario de extracción popular y su habla. A este r es-pecto decía Jesús Semprum:

Naturalmente que más extravagante sería el intento de poner enespañol puro las conversaciones de la gente llana de nuestra tie-rra, como alguna vez le ha ocurrido a uno de nuestr os más emi-nentes noveladores con los diminutivos en ico que no son usual essino en casos sumamente raros entre la gente criolla; que suenana eco de lecturas de novelas de España y que chocan a los oídosdel lector venezolano (Sobre criollismo).

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Pero lo que en Semprum fue apenas un relámpago intuitivo, y noalcanzó ninguna pr oyección dentr o de su doctrina crítica, enOrlando Araujo resulta uno de los aspectos fundamentales de suanálisis. En la Introducción a esta parte tercera de su ensayo, O.A.sostiene:

Con la novela de costumbres de fines del siglo XIX hace su entra-da el lenguaje popular en la novela venezolana. Los novelistas dela época —Romer o García, Picón Febr es, Urbaneja Achelpohl,etc.— tenían el pr opósito de escribir sobr e las cosas pr opias ynos ofr ecen diálogos en que el hombr e del pueblo utiliza lasvariaciones pintorescas de su habla, y descripciones en que losvenezolanismos aparecen con cierta profusión. En el aspecto lin-güístico sus obras adolecen en constante inconsecuencia: alter-nando con las formas popular es, y en boca de personajes delpueblo, aparecen a cada paso ciertos cultismos inexistentes en elhabla corriente y aun en la lengua literaria. Entre ellos, el uso devosotros y su forma verbal, el laísmo, ciertos diminutivos en -illo,-ico, -uco, etc. Modos expresivos que ponen de relieve la forma-ción cultista de los autores, la imitación de modelos españoles yla falta de conciencia lingüística (pp. 159-160).

El dominio del lenguaje popular venezolano dentr o de las obrasnarrativas nacionales aparece con las novelas de Gallegos, quientiene perfecta conciencia lingüística del habla en su tierra. Éstees el tema que O.A. desarrolla en tres subcapítulos que constitu-yen no sólo una novedad dentr o de la crítica venezolana, sinoque representa la parte más cuidada y severa, y la más originalcontribución de su trabajo. Estos tr es subcapítulos son: «Laspalabras mágicas», «El lenguaje popular», «Lenguaje y persona».Transcribiré la conclusión que sirve de punto final a este aspectodel estudio crítico de O.A.:

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Sin agotar el tema, hemos pasado revista en la obra de Gallegos aun conjunto de formas y r ecursos literarios generales y locales,hemos visto el modo cómo aparece allí el habla del pueblo, el sen-timiento y la experiencia viva de esa lengua y el dominio queGallegos demuestra en el campo de la lengua culta, todo lo cuales un reflejo de la conciencia lingüística del autor. Vemos, pues, queaquellas contradicciones lingüísticas del criollismo, que hacíanartificiosos los diálogos y los personajes, y aquella bifurcaciónliteraria de un mismo estilo, que por un lado era apego a las for-mas tradicionales y cultas de Europa y por el otro, deseo de expre-sar lo propio, van a alcanzar su solución en la obra de Gallegos.Quienes introdujeron en la novela venezolana el tema criollo, elpaisaje pr opio y los hombr es que lo habitan, no tenían enteraconciencia de la lengua del pueblo ni sentían pr ofundamente elalma nacional: su obra es etapa transitoria hacia mejor es camposy vale como labor anunciadora. Rómulo Gallegos va a tomar elmismo tema de aquellos escritores y lo va a vivir profunda y crea-doramente; la tier ra venezolana y los hombr es que la habitan esla constante temática de sus novelas: hasta la tierra, el autor llevasu emoción y humaniza la naturaleza; hasta el pueblo lleva sugran amor y le busca el alma por el ancho camino del lenguaje. Alrescoldo de las palabras, Gallegos va conociendo a su pueblo y lova comprendiendo y amando más, hasta la entrega definitiva y larealización de su destino de escritor y de hombr e (p. 199).

Parte IV: Rasgos estilísticosEn esta parte, que es la final de su ensayo, O.A. estudia losvalores estilísticos en las novelas de Gallegos en un sentido muypersonal y restringido, ya que sólo hace referencias al aspecto esté-tico de los mismos:

Al estudio estilístico, en un sentido estético, hemos dedicado sólouna parte de este trabajo. Es bueno que todo lector tenga pr esente

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que el análisis estilístico de la obra de Gallegos requiere un esfuer-zo mayor. Es una veta riquísima, per o a condición de trabajarlacomo buen miner o. Nosotros apenas hemos hundido el azadón(p. 256).

Su análisis estilístico demuestra a plena satisfacción cómoGallegos, utilizando ciertos recursos literarios tradicionales, logramediante ellos creaciones de profunda originalidad, que comuni-can a sus novelas ese maravilloso don poético inolvidable e impe-recedero. Los estudios de O.A. en este sentido compr enden lossiguientes aspectos: a) espiritualización de la naturaleza, «quizás,y entre todos los demás, sea éste el rasgo que con más fuerza des-taca la conmovedora sensibilidad de Gallegos fr ente a la natura -leza venezolana»; b) simetría estilística, que O.A. define así: «Lasnovelas de Gallegos ofr ecen al lector una simetría en la disposi -ción de sus partes y en la elaboración de los capítulos, quedemuestra claramente aquel equilibrio poético con que muchoscríticos caracterizan el estilo del maestro» (p. 215); c) paralelismoartístico: «Otra peculiaridad del estilo de Gallegos, que alcanza sumayor desarrollo en Doña Bárbara, es cierta for ma de expresiónfigurada. En ella los elementos que van a ser comparados avan-zan con lentitud para enlazarse más adelante con un vínculo poé-tico, que les mantiene su independencia de sentido y , al mismotiempo, los funde con una nueva estructura artística» (p. 223); d)los símbolos, es la revisión de una de las más peculiares elabora-ciones literarias de Gallegos; e) poesía y gramática, subcapítulo enel que se estudian algunos aspectos de la lengua literar ia deGallegos, como el uso de los diminutivos, presencia y ausencia delartículo, la frase nominal, el uso del adjetivo.

Finaliza este magnífico ensayo de Orlando Araujo con unaConclusión general, en la que se destaca el magisterio intelectualde Gallegos en cuanto él es uno de los creadores y máximos repre-sentantes de la novelística hispanoamericana, a la que se le seña-lan hoy voz y rumbo propios dentro de la literatura universal.

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Después de este largo resumen, en el que he intentado dar unavisión objetiva de los planteamientos hechos por Orlando Araujo,creo justo y conveniente expresar algunas conclusiones persona-les, que no son sino el r esultado de cuanto el lector de esta notaacaba de apreciar. En primer término, juzgo que Lengua y creaciónen la obra de Rómulo Gallegos es el estudio de conjunto más com-pleto e importante que hasta hoy se haya escrito en lo que atañea nuestro primer novelista. Al declarar esta convicción, no puedoevitar que acuda a mi memoria la sincera modestia con que eljoven autor declara así el mérito que él le asigna a su ensayo crí-tico: «Este trabajo no es un estudio exhaustivo de la obra de donRómulo Gallegos, y como ensayo de crítica literaria tiene un ambi-cioso tema, es cierto, per o una modesta aspiración, como luegose verá» (p. 11). Uno, como lector, queda gratamente sorprendi-do cuando piensa que tan severa labor de investigación f ue lle-vada a cabo entre los veintitrés y los veintiséis años, edad en quelos aspirantes a escritores se dedican más a las obras de cr eaciónque a los estudios literarios. En segundo tér mino, dentro de lacrítica literaria venezolana, y aun hispanoamericana, independien-temente ya de la edad de Orlando Araujo, su libr o es un model o,no sólo por el rigor crítico con que está concebido, por la since-ridad de los planteamientos, por lo abundante y complejo de losmateriales considerados, sino también por los aciertos evidentesen la interpretación de la obra literaria de Rómulo Gallegos y delpueblo novelado por éste. ¿Fallas de diversa naturaleza? ¿Quiénque escriba sobre una materia tan discutible está exento de opinio-nes contrarias a las suyas, y de caer en algunos errores que a ve-ces ni la madurez intelectual logra contener? Lo ver daderamentehermoso en este joven autor está en que él no ha salido pr ego-nando haber dicho la última palabra, sino que con modestia limi-ta los alcances de su trabajo y está dispuesto a r ectificar cada vezque se le convenza con razones valederas de que no está en locierto. Por todo esto, Lengua y cr eación en la obra literaria de

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Rómulo Gallegos convierte a Orlando Araujo, no en una promesa,sino en un autor que a tempranos años ha dado ya un fruto con-sagratorio. De ahí que para él esta primera obra r epresente uncompromiso formal consigo mismo en r elación con los t rabajosque puede y debe ofrecer para bien de las letras naciona les.

Oscar Sambrano Urdaneta

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Mayo, junio 1956

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CUATRO TENTATIVAS, que sepamos, se han realizado entre nosotros,todas ellas serias, valiosas, positivas, en un lapso de tr einta años,por la estructuración de un ver dadero libro de lecturas. Abrió elcamino don Mario Briceño Iragorr y, el primer o, en 1926. SusLecturas venezolanas, no obstante las fallas que presenta, continúaninsuperadas, y han merecido, con entera justicia, numerosas yrepetidas ediciones. Han apr endido a leer, en las páginas de eselibro, muchas generaciones de venezolanos. Pese a que, después,algunos otros volúmenes, con expresa indicación de texto escolar—el Novísimo libro cuarto de lectura de Alejandro Fuenmayor, porejemplo— han tratado de suplantarlo. Una segunda r ealizaciónanáloga está representada, en fecha muy reciente, por las Lecturaspara un niño venezolano de la Fundación Mendoza, si mal no recor-damos. Más recientemente aún, uno de nuestros grandes escritores,Arturo Uslar Pietri, lanzó sus Lecturas para jóvenes venezolanos . Yahora, entran en cir culación, pr eparadas por el pr ofesor Pedro

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Pedro Díaz Seijas

LECTURASPATRIÓTICAS

Caracas: Jaime Villegas Editor, 1956.

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Díaz Seijas, infatigable divulgador de nuestros valores culturales,estas Lecturas patrióticas.

Antes de r eferirnos a esta última, motivo de la nota pr esente,trataremos, basados en nuestra experiencia de maestros, de esbozar,muy a la ligera, nuestra teoría de la lectura. De las lecturas de estetipo, se entiende. Creemos que las lecturas, que son para uso esco-lar, para uso de jóvenes que se inician en la actividad intelect ual,deben estar ajustadas, en lo posible, a tr es requisitos pedagógicosesenciales: deben estar cor rectamente escritas , pues conllevan f un-ción de modelos de bien decir; deben ser amenas, es decir, recreativas,ya que se enderezan a lectores que aún no poseen definida aficiónliteraria, o que no llegarán a tenerla nunca; deben ser breves, puestoque han de ser aprovechadas por quienes, psicológicamente hablan-do, no pueden tener capacidad de atención prolongada. ¿Cumplenlas obras anteriormente citadas con tales condiciones? No, enbuena parte. O, lo que es lo mismo: las cumplen muy parcialmen-te. Porque, si a hablar de deficiencias vamos, las lecturas aludidas—cuál más, cuál menos— r evelan una indiscutible deficienciapedagógica: contienen textos demasiado lar gos; contienen t extosmal escritos; contienen textos que, por su valor document al y porsu carácter farragoso o ar caico, apenas interesan a los espec ialistas.A tal circunstancia, de todos conocida, se junta la insuficiencia detoda antología, que será siempr e producto de la capacidad, de lasensibilidad o del simple gusto del compilador.

Las presentes Lecturas patrióticas del profesor Díaz Seijas apa -recen organizadas en cinco secciones, así: «La patria», en que seagrupan los temas, desar rollados literaria o poéticamente, quevan referidos a la significación histórica, humana, espiritual, de latierra nativa; «Medio físico y paisaje», donde, en una u otra forma,los asuntos pertenecen al ambiente natural; «La sociedad», quereúne estudios de diferentes actividades; «Filosofía y religión», ypor último, «El folklore».

Juzgamos estas Lecturas patrióticas, comparadas con las que lashan precedido, mucho más ágiles. Y mucho más nuevas, si se nosentiende y permite el adjetivo. Consistirá siempre en esto su valor

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más personal, su significación más positiva. A pesar de que, de losciento dos autores que las componen, bien hubieran podido supri-mirse, por «injustamente recordados», no menos de veinte, entr emuertos y vivos. Pr oblema éste, desde luego, inher ente a todalabor selectiva. Desde el punto de vista escolar , pedagógico másbien, cuántas páginas —que muy pocos jóvenes leerán— hanpodido eliminarse para bien de la obra.

Como realización bibliográfica, la obra en r eferencia presenta,al mismo tiempo, una virtud y un pr oblema. La primera estárepresentada por la br eve nota biobibliográfica con que se pr e-senta a cada autor, que es de suma utilidad para el estudiante; elsegundo, solucionable en las futuras ediciones, consiste en quesólo en contadísimos casos se indica la procedencia de la lectura yel carácter fragmentario de la misma . Ambos datos, aunque no loparezca a simple vista, son indispensables en obras de esta clase.

Tal nuestra r evisión de Lecturas patrióticas del profesor PedroDíaz Seijas. Obra que mer ece la mejor acogida por par te de quie-nes comienzan en la actividad intelectual y de quienes están encar-gados de imprimirle dirección precisa a ese mismo comienzo.

Pedro Pablo Paredes

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Mayo, junio 1956

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ME ACODO ahora sobr e este Ventanal sonoro. Emocionado mir o,contemplo el mundo del poeta: la tierra venezolana con su her-mosura y la intimidad del hombr e con su angustia, su anhelo ysu esperanza. Toco aquí la tier ra y el pecho del hombr e. Toco lavoz y el fulgor y la sangr e de Pedro Rafael Gilly:

Pluvial recuerdo de tu flor, maduraluz sangrienta, perenne campanario,reteniendo en mi lento calendarioel tibio anochecer de tu cintura.

Tenaz paloma en cruz contra el olvido.

Gilly está como entrecruzado de poderosas y luminosas imáge-nes. Cada soneto suyo, casi siempr e puro de acento, de conso-nantes armoniosamente espontáneas, es un pr odigio metafórico.Así, en «Alta, lejana sombra»:

Pedro Rafael Gilly

VENTANALSONOROCaracas: Ediciones de la Direcciónde Cultura y Bellas Ar tesdel Ministerio de Educación, Cuaderno nº 17, 1956.

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En tu bruma soy ancla porque espero,en el jazmín que tu silencio irisa,hender con el puñal de tu sonrisala noche que me brindas por alero.

Tiene belleza y ternura. Y… hondura.El soneto titulado «Como en el mar la ola» es como un peque-

ño prodigio:

Estás en mí como en el mar la ola—jardinera de sol en noche oscura—y más sonora estás en la blancuraque te da transparencia de corola.

Abierta, como el rojo en la amapola,mi larga sed te sigue en honda altura.Y es cordero pascual, flecha y ternura,blanca en el sueño que el destino inmola.

Mi corazón, como a la uva el vino,llenando estás, oh pálida alborada,con tu erguida tristeza de camino.

Allá en su fondo de infinito y nadame hieres al tomar en leve tinoel nardo que el amor da por espada.

¿No es un soneto perfectamente clásico? Clásico, sí, en lo formal;pero profundamente romántico en el aire caliente que lo cir cula.«¡Allá en su fondo de infinito y nada! (...) ¡el nar do que el amorda por espada!» Un poeta dijo una vez, sin que posiblementePedro Rafael Gilly lo sepa: «Con un lirio pudieras darme muer te».Y que conste que esta cita no va en su detrimento sino en su favor ,porque él, al fin y a la postre, lo que ha hecho ha sido enriquecer

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el acervo poético universal al decir: «el nardo que el amor da porespada».

En «La joven suicida», el poeta se intelectualiza un poco; pare-ce que desea darnos el contraste entre la realidad y el sueño; tieneuna parte mágica y otra perfectamente lógica. La mágica es:

En delirante ninfa convertidarenegó de su clima y fue de viaje.Y todo en el camino, hasta el encajedel alba, oscureció para su vida.

La lógica:

De su alta soledad, como una herida,apenas un testigo: el equipaje.

El equipaje es el testimonio del drama.De los doce sonetos que integran Ventanal sonor o, de Pedr o

Rafael Gilly, los dos más afines a mi manera de entender la poesíason: «Arco-Iris» y «Este niño de luz». Juzguen ustedes mismos:

En mi redor la madrugada canta.El bosque agita una bandera undosa.Y ella en mi corazón es una plantaque aspira a ser campana y pomar rosa.

En su abanico el alba la levantacon reflejo de mirto y mariposa.Y su nombre, ya anciano en mi garganta,en la brisa es botón de nebulosa.

Ella me quiso con el fin, logrado,de tornarse en camino una mañanapara dejar un sauce en mi costado.

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Por eso en mi silencio, luminosa,su sonrisa de canto y porcelanatiene más de arco-iris que de rosa.

Y el más entrañable por su expr esión, por su intención:

Es un nuevo camino hacia el futuroeste niño de luz que me ha nacido.Su llanto es canto y pan para el sufrido corazón de la madre. Cristal puroen la brisa del tiempo compartidodonde guardó el silencio, en alto muro,el grito de mi espera. Ala y conjur odel pétalo en que voy hacia el olvido.Este niño de luz y limpio llantoen casa pobre —matinal presenciade pájaro que da su mejor canto—es salto y nudo de la confluenciade vidas que viajaban con espantoen horas de menguada turbulencia.

Pla y Beltrán

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Mayo, junio 1956

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EL TERCER NÚMERO de los cuader nos que vienen integrando laColección Letras Venezolanas, y que se publican por feliz inicia-tiva de la Dir ección de Cultura y Bellas Ar tes del Ministerio deEducación, tiene por título Evolución de la historiografía en Venezuela,y su autor es Ramón Díaz Sánchez, escritor de los más notablescon que cuenta la literatura nacional, y de los más conocidos yadmirados, por la excelencia de sus dos obras fundamentales: lanovela Cumboto y la biografía Guzmán, elipse de una ambición depoder, extraor dinaria síntesis, esta última, de una complicadaépoca venezolana, vista a la luz de pacientes investigaciones, deuna sensibilidad no común y de un perfecto conocimiento de lahistoria y el hombre de nuestro país.

Claridad de estilo y amenidad en la exposición subyugan pa-ra la lectura de este sucinto estudio, cuyo desarrollo, pese a la au-sencia del detalle analítico, nos permite formar nos idea concreta

Ramón Díaz Sánchez

EVOLUCIÓNDE LAHISTORIOGRAFÍAEN VENEZUELACaracas: Ediciones de la Direcciónde Cultura y Bellas Ar tesdel Ministerio de Educación,Colección Letras Venezolanas, 1956.

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de la labor general llevada a efecto entre nosotros en punto a his-toria, y de las tendencias que han privado en materia de interpre-tación de los fenómenos representativos de la lucha de un pueblopor alcanzar los fines que le pr opone su ideal de vida.

El texto está dividido en br evísimos capítulos. El inicial serefiere al «Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellasartes», que vio la luz en 1895, y donde se menciona a la mayoríade los historiógrafos que tuvimos hasta ese momento. El segun-do versa sobre Oviedo y Baños, autor de la primera historia, pro-piamente dicha, de Venezuela. El tercero, a los historiadores apa-recidos después. Antes de Oviedo y Baños están los cr onistas,pertenecientes a la etapa que Díaz Sánchez llama «r evelatoria».Oviedo representa la etapa «clasicista», seguida, después de la inde-pendencia, y aun en plena guerra, por un «período humanístico» ,que desemboca o culmina en el Resumen de la historia de Venezuela,de Baralt, historiador no tan preocupado por el solo aspecto béli-co, ni tampoco exento de valiente sinceridad, como últimamentese ha sugerido. El cuar to capítulo habla de ese Resumen y de lahistoriografía romántica, henchida de violencia, de pasión políti -ca y hasta de voluntarias inexactitudes: literatura antes que histo-ria. La antítesis de esa actitud se manifiesta pronto en los años delpositivismo —materia del quinto y sexto capítulos—, hace pocoestudiado por nuestr o gran ensayista Luis Beltrán Guer rero, enlíneas generales que abarcan de modo admirable todo el espaciohistórico de ese complejo y fecundo movimiento. Las palabras deDíaz Sánchez sobre la revisión positivista son justas:

Éste es —dice— el momento crucial en que la historiografíavenezolana se alía con la biología, la antr opología, la geología yla etnología con resuelto ademán cientifista, y cuando se examinanlos acontecimientos de la nación desde ángulos específicos quehasta entonces habían permanecido casi intocados, tales la geo-grafía y la economía.

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De esta suerte traza una raya divisoria. Por tanto no piensa que lahistoriografía positivista pueda incluirse en la historiografía tradi-cional, como también se ha pr etendido hacer recientemente, concriterio que olvida ciertas difer encias radicales y que no siempr etoma en cuenta la r ealidad histórica ni los esfuer zos de quienescomenzaron a ver, en los acontecimientos de la historia nacional,la proyección total del hombre y del pueblo venezolanos.

La ciencia, pr oducto de la curiosidad y el análisis crítico, nopuede estacionarse. A nuevos cambios de la sociedad y del modode concebir el hombre la vida, nuevos métodos. Aunque las mo -dernas corrientes del pensamiento son hijas del positivismo,hasta el punto de que será difícil hallar vías que en una u otraforma no tengan ramales de comunicación con éste, lo cierto esque las generaciones últimas se muestran, con fundamento, des-contentas de los sistemas historiográficos anterior es. Parece queal fin se quiere hacer de la historia imagen dinámica de todas lasinquietudes y actividades humanas, testimonio vivo de lo mejordel hombre, razón verdadera de la trascendencia del hombr e enel tiempo. «En estas manos —afirma Díaz Sánchez al final deloctavo y postr er capítulo de su ensayo— se está formando enestos momentos una nueva historiografía venezolana.» Y el aser-to es innegable en buena parte. Muchos de los nombr es que citaconvencen al r especto; y también algunos trabajos a los que yapuede atribuirse valor permanente. Per o todavía vamos por elcamino del deseo y de las tentativas. Ojalá que a las infinitas pala-bras sucedan pronto hechos más numer osos. A los tr einta años,Baralt tenía escritos los tr es gruesos volúmenes de su Resumende la historia de Venezuela, admirable por la dicción, no obstantelos frecuentes arcaísmos; ejemplo de prudencia y buen juicio, eimpresionante —dígase lo que se quiera— por la riqueza docu -mental, la minuciosidad, el pr opósito de ecuanimidad que en élresplandece, y por la exégesis de algunos sucesos, lo cual en cier-tas oportunidades se anticipa a la interpr etación positivista, sibien tímidamente. (Súmese a estas virtudes la de la modestia,presente ya en el primer vocablo del título.) La Historia constitu-

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cional de V enezuela, de Gil Fortoul, con todos los defectos quecabe señalarle, no ha sido aún superada. Ni siquiera se ha pen-sado escribirla mejor . Quiera la suerte que antes de empr endertarea de tama ña magnitud se analice pr olija y científicamente lalabor histórica hasta ahora realizada, para que no se incurra en lasdeficiencias y errores que hoy se critican.

El cuader no objeto de la pr esente nota bibliográfica pone aDíaz Sánchez en camino hacia esa imprescindible revisión. Comopocos, puede él intentarlo. Empresa para toda una vida, para untalento excepcional, e imposible sin un interés pr ofundo y unaactividad constante, que estén atentos al rigor de la metodologíahistoriográfica y de las disciplinas auxiliar es.

Rafael Ángel Insausti

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ANTONIO MÁRQUEZ SALAS lleva publicados, hasta ahora, dos libr os.Ambos de cuentos. Ambos, también, br evísimos. El primer o: Elhombre y su verde caballo; el segundo, motivo de esta nota: Las hor-migas viajan de noche . Aquél, editado en la T ipografía La N ación,aparece en 1947; éste, del año que corre, corresponde al número90 de la colección que publica nuestra Asociación de Escritor esVenezolanos. Insistimos en la br evedad de la obra en r eferencia:el primer volumen consta de once cuentos; de seis el segundo.Estamos, además, ante una obra que demanda lecturas insisten-tes, repetidas; ante una obra difícil, para utilizar un adjetivo car oal lector ordinario. Y es que cada lectura nos convence de que lamirada no había alcanzado la dimensión exacta de este mundopoético. Un mundo que, cada vez, asoma insospechados encan-tos, es decir, valores ocultos que no se rinden a la primera aco-metida. Esto, que emparenta la cuentística de nuestro joven autorcon ciertas obras sinfónicas, la distingue. Definitivamente. De ahí

Antonio Márquez Salas

LAS HORMIGASVIAJAN DENOCHECaracas: Cuadernos Literariosde la Asociación de EscritoresVenezolanos, 1956.

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su dificultad. Por ello, asimismo, como documento de cr eación,como testimonio de arte, pertenece a nuestra época. Lo que, desdeya, la torna clásica. Clásica, en el sentido que quería Juan RamónJiménez: exacta a su tiempo; y trascendente; y , en consecuencia,llamada a perdurar.

Recordemos, siquiera por un momento, El hombre y su ver decaballo. Su lectura sobr ecoge. Desde la áspera violencia interiorque transparenta el personal manejo del idioma, hasta la sor da,incoercible angustia que combate el alma de los personajes; desdela seducción puramente lírica, hasta los problemas, tan humanos,tan entrañablemente humanos, que articulan el dinamismo dra-mático. Hasta la caótica —sólo en apariencia— manera de yuxta-poner o superponer los planos de la acción.

Ahora bien, ¿qué direcciones características ofrece esta prime-ra obra? No son otras, desde un punto de vista meramente exter-no, temático, que el amor («La niña y el mar»); el sexo («Cum-pleaños»); el desdoblamiento interior («Ismael»); lo social («Elhijo»); la muerte («El hombre y su verde caballo»). Vista por den-tro ya, en segundo término, la cuentística r eferida no traspone,a veces, los límites de lo puramente lírico («La niña y el mar»);o alcanza extraordinario, predominante dramatismo («El hijo»,«Adolescencia»); o equilibra los valores líricos y dramáticos («Elhombre y su verde caballo»). Y articulándolo todo, a través de sím-bolos muy personales, la vida —amor, sexo— y la muerte —mis-terio, magia—. Los dos contrarios del drama filosófico, signos dela inalterada lucha del hombre.

Y si el tema del amor culmina en «Las tr es Dalias», el del sexoen «Cumpleaños», el de lo social en «Crepúsculo», todos, más elde la muerte, logran una primera síntesis en «El hombr e y suverde caballo»; la segunda, con indiscutibles condiciones de obramaestra, ya en el volumen presente, se contiene en las estremeci-das páginas de «Como Dios».

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* * *

Nos concretamos, pues, ya a la segunda publicación de AntonioMárquez Salas: Las hormigas viajan de noche. Unas cuantas páginasapenas. Sólo seis cuentos. Seis cuentos que demuestran, sin duda,así su personal dominio del género como su plenitud o madurezcreadora. Se trata de un cuader no en que, permaneciendo fiel asus temas y a sus símbolos, el autor , en cuanto a su evoluciónartística, se halla ya a mucha altura sobre el nivel del primer libro.Notaremos, muy a la ligera, puesto que caracterizaremos la cuen-tística de Marqués Salas a través de «Como Dios», que en «Unamujer y la muerte» encuentran personalísimo desarrollo los temasdel sexo, del amor, de la muerte; que, mediante la simbología quemás adelante estudiaremos en detalle, en «Hacia los bellos días»adquiere un esperanzado dramatismo la obsesión de la muer te;que la atmósfera de «Cachupo» está estremecida por lo misterio-so; que el viento del páramo sopla siniestros, sobrenaturales espan-tos sobre la pareja de «Torbellino».

* * *

«Como Dios» es el ter cer cuento en el or den que tienen los queintegran el cuader no. Representa, a nuestr o juicio, dentr o de laevolución creadora de Márquez Salas, y hasta ahora, claro está, sumáxima realización en el género. Penetremos, poco a poco, ensu extraordinario clima poético.

La realidad inmediata, nuestro ambiente más bien, le pr opor-ciona a nuestr o autor todos los materiales que integran la obrareferida. El cuentista, que en esto nos r ecuerda algunos aspectosdel romanticismo, se inspira en su tierra, en su propia tierra. Hayocasiones en que de sus páginas par ece levantarse el vaho de suregión nativa. ¿Cómo manipula los sobredichos elementos MárquezSalas? Veamos cómo el medio natural aflora por entr e «el lodoque se depositaba sobre el río, espeso de cochinos y per ros aho-gados»; el «campo sembrado de maíz, con sus flor es de rabioso

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plumaje y su amarilla barba flotando despeinada como una nubede ebrias langostas»; el «tor ete negro y r eluciente como sangr easoleada»; el «gallo que tenía la cabeza roja y desnuda como unaanguila»; y «el sol que parecía un tierno hongo silvestre». Es más:junto a estos elementos, hallamos otros de carácter humano. Son«Autilo que contemplaba la noche que nacía con ojos fijos»;«Lura Magina», cuya voz le llegaba a aquél «desde el fondo delcampo como si atravesara un cuer no»; «Lesubia», la madr e,«toro-caja-mujer»; «Caima», que «escupe furiosa cada vez que oyelas dudas de Alceo Jico». Y la emoción amorosa, erótica, de Autilo;y las vacilaciones de Alceo Jico; y la dimensión íntima de Lesubia;y la evidencia —«emoción-idea»— de la muerte, lenta, persisten-te, obsesionante. La acción de este cuento discurr e entr e talespuntos de r eferencia. Ceñida estrictamente a nuestr o medio. Entorno nuestro.

Y no se trata, pues que estamos ante una auténtica obra de cr ea-ción, de simples intuiciones. Los citados elementos se hallan aquílíricamente elaborados. «Sobre la tierra apareció una mano verdey con sus dedos estriados e innumerables empezó a tejer unalíquida alfombra de humo.» «En el comienzo fue el humo, fue-ron ojos huyendo como pájar os.» «Son los deseos y los miedos,chorreando como lodo desde la tibieza de la piel y de los senti-dos.» «La luna como un fruto de cristal caía desde lo alto delbucare celeste y así el patio parecía todo enharinado.» Autilo sen-tía el rumor «de algo que lentamente se diluía». Y Autilo, que sepudría sobre su baba y sus orines, y Lesubia, y Lura Magina, y eltorete negro, «toro-caja-mujer-cadáver», y el Jico, duda pura, conlo que tengan de reales, no son sino símbolos a través de los cua-les emerge lo dramático, símbolos de la subrealidad. Concluimos,así, que tanto en los valor es analíticos como en los sintéticos, elcreador se halla distante de toda posible intuición pura. El mundo,aquí, con ser tan nuestr o, estéticamente simbolizado, cier ra elpaso a las miradas superficiales. «Como Dios» es cr eación casidel todo hermética.

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Desde el punto de vista psicológico, Autilo, r educido a sudeformidad, es la sensibilidad amorosa, la capacidad de sueño, elespíritu desmesurado, cósmico, armonizado por contraste con lamiseria física. Lura Magina, mansa y sucia, es la ter nura; la entera—creadora y agotadora— dulzura del sexo. En Lesubia, ter nuramaterna, se da la conjunción pr ofunda de los co ntrarios. Es eltorete negro y rojo; la vida y la muerte; el sexo y el espanto. Caimay Jico no saben lo que dicen y dicen lo que no saben. Lo que, entreAutilo y Lura Magina crea un estado emotivo determinado (amor-sexo), entre Lesubia (el negro-torete-caja) y los demás personajeses, en apariencia, la certidumbre de la muerte, y, en el fondo, puraarmonía de contrarios: vida-muer te, toro-caja. El tor o es negr o,oscuro; representa a los poder es que se ocultan en la noche; esLesubia muerta; es lo aniquilador. Pero ese mismo torete (el autorlo llama así, torete, es decir toro joven) es la vida en cuanto tienede triunfante; es el sexo en capacidad de pr olongar esa vida sintérmino; es la fuerza inagotada de la naturaleza. Símbolo múltiple,este torete. Y, como tal, por ser la r eunión definitiva de todo elengranaje de la pieza carece de sabor real. Envuelve, como supre-mo hallazgo de cr eación, una dificilísima síntesis. T estimonio desensibilidad creadora dotada poderosamente.

¿Qué desarrollos menores revela «Como Dios»; cómo estruc -turan éstos el dramatismo final?

Autilo «contemplaba la noche con ojos fijos, más abiertos amedida que la sombra tocaba las estrellas». Nada más que el sueño.La capacidad de soñar . El deleite de sabor ear dulcemente, sindesasosiegos, la soledad. Y el amor. En el fondo, en el campo, estáLura, el amor entero; la vida. Nos tropezamos con una identidadde estados íntimos. Al menos, desde dentr o de Autilo. Por queLura, a veces, piensa en Fulvio Dínar o, en cuya casa «par ecíaestar lloviendo todo el año y cr ecían como muñones salvajes losapios»; y, otras veces, a ella «le daban ganas de ir hasta ese campode apios y orinar». La deformidad física le impedirá a Autilo cum-plir en Lura la tarea generadora que Fulvio.

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Autilo, por lo demás, piensa. En su madre: en Lesubia. Ésta leanula la imagen de Lura. Y le genera el sentimiento de la muerte.La muerte de Lesubia le anuncia la suya pr opia. Lesubia, en surecuerdo, es una caja, es un torete. «Lesubia pasaba a ser un negrotoro que r ondaba los campos y por las noches bramaba, arran-cando tierra y hierba con sus pezuñas.» La emoción que cr ea enAutilo la certeza de su invalidez, se armoniza, dentro de su mismaalma, con el poder de ese toro negro que, desde la noche, bramasordamente. El mismo toro pujante que, desde el sueño, le recuer-da que en Lura podría r ealizar el fecundo rito vital.

Entre Caima y Alceo Jico, que afir man y niegan la muerte deLesubia, se pr oduce paridad emotiva, sólo lírica, de vacilaciónpermanente. Pero entre los dos y Autilo el desarr ollo es de con-traste. Autilo tiene la certidumbre de la muerte.

El torete, símbolo de los poderes ocultos en la noche, determi-na el miedo a la desintegración en todos. Y como esos poder es,tanto pueden ser positivos como destructor es, el mismo tor etegenera la duda que aplasta las palabras de Caima y de Jico. El torojunta los demás elementos, les da cohesión a las distintas faces dela acción, centra, en fin, el drama. Por ser, tanto en lo intelectivocomo en lo emotivo, punto de unidad interior . Una vez más, loexterno o real ha quedado, para bien de la belleza, lejos.

Autilo, hemos dicho, se pudre sobre su baba, sobre sus propiosorines. No tiene delante sino la noche. No tiene dentr o sino lavoluntad de soñar. Cada una de estas circunstancias discurre en suespíritu. Lura, «equidistante entre Lesubia y su vida». Fulvio, dis-tante, pero como amenaza a su deseo. Y la noche, como el tor o,negra. Y el tor o, como la noche y como la muerte, negr o. Negrocomo su cuerpo que no puede detener su pr opio derrumbe. Rojoy potente como su espíritu, de poder es, pese a todo, tan eficaces.

* * *

En la obra de Már quez Salas, unificándola siempr e, se destacanalgunos símbolos constantes. Fundamentan valor es secundarios;

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sostienen la unidad estética última. Orientan, por otra parte,acerca del tipo de sensibilidad que define al cuen tista.

La viscosidad, por ejemplo, signo de descomposiciones quími-cas bien conocido, en la cuentística que nos ocupa simboliza lamuerte. Es húmeda, gruesa, lenta, chorreante. Lenta, como lo es,desde el nacimiento, la muerte. Se evidencia, aquí, en «una mela zanegra», un «hedor viscoso», unos «ojos como hinchados vientresde niguas», una «luna como globo de semen» o como «huevoamarillento y gelatinoso» o como «úlcera en la pier na de Dios»,unas «esponjas que se humedecían de esputos verdes», unos perros«que arrastraban sus orejas podridas por donde bajaba la sangua-za en pequeñas gotas ambarinas». Es oportuno r ecordar que en«El hombre y su verde caballo», este símbolo culmina en el muñónde Genaro, «sangrante y oliváceo, lleno de pústulas blancas y cos-tras falsas».

Los poderes ocultos, o lo sobr enatural, lo que la vida r eservade tenebroso para el hombre. El torete negro que ronda los cam-pos y, confundido con la noche, brama, desde la sombra, conagorera insistencia.

El deseo, casi siempr e simbolizado en la figura de un animal,en «Como Dios» reside en la pujanza fecunda del tor ete.

Nótese que en este cuento que analizamos, la simbología enreferencia se pr esenta a cada paso. Cierta mano «extiende unalíquida alfombra de humo»; «el lodo se depositaba sobr e el río,espeso de cochinos y perr os ahogados»; la ar ena está «empapa-da de sangre»; la voz de Lura es «turbia, mezclada con hojas ypolvo»; Autilo duerme «sobr e sus orines y su baba»; los deseos«chorrean como lodo»; el tor o es «de br ea y sangre» o «negro yreluciente como sangre asoleada»; algo «lentamente se diluía»; elsol es «como un hongo silvestr e».

El toro, que r esume todo el drama del cuento, es el símbolomáximo de esta cuentística. Como que r eúne, dentro del sueñovigilante de Autilo, la muerte y la vida y lo meramente fantasmal.Y si bien establece un verdadero valor dramático, por semejanza,entre lo mor tal que conlleva y la impotencia de Autilo, entr e el

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sueño de éste y los poder es sobrenaturales de aquél, el hallazgocreativo es de contraste. Nudo extraor dinario en que llega a sucima la suprema unidad artística de «Como Dios».

* * *

«Como Dios», finalmente, r epresenta, dentro de la evolución dela cuentística de Antonio Márquez Salas, el mayor y más originalesfuerzo de creación. Mundo hermético, difícil, es cierto. Porque,en él, los desarrollos, desde el punto de vista expresivo, han sidoacabados mediante la elaboración imaginífica y simbólica. Nadahay allí, ni en el aspecto lírico ni en el dramático —tan magistral-mente equilibrados— que no haya sido sometido por el autor afunción estética. La técnica de este cuento, además personalísima,contribuye a las dificultades de compr ensión. Los planos que larazón suele ordenar siempre aquí se entrecruzan, se superponen,se interfieren, se enredan. Nada de los tradicionales trama, nudoy desenlace. Sino, en r otunda síntesis, la unidad definitiva de lanaturaleza.

Con Las hor migas viajan de noche , cuyo cuento fundamentalhemos tratado de interpr etar, Antonio Már quez Salas, narradorde singular aliento, con su sensibilidad entrañablemente arraiga-da en lo nuestro, le da a la cuentística nacional de hoy significa -ción permanente y universal.

Pedro Pablo Paredes

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Mayo, junio 1956

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CON UN PRÓLOGO de Vitelio Reyes, el escritor falconiano AníbalHill Peña, ha publicado r ecientemente, un br eve y bien docu-mentado ensayo biográfico intitulado: Mariano de Talavera, el tri-buno de la libertad . El autor que nos ocupa no es un novato enestas lides histórico-biográficas. Antes de esta obra había dado aconocer una serie de trabajos casi todos referentes a lugares y per-sonajes del estado Falcón, mer ecedores del estudio crítico deescritores solventes en el mundo de nuestras letras, como aquelde Jacinto Fombona Pachano, quien al comentar El sentido vene-zonalista de la guer ra de igualdad , afirma que el doctor Hill Peñaseñala que «el movimiento federalista iniciado el 20 de febrero de1859 completó el de la Independencia, ya que éste fue sólo polí-tico y dejó fuera de su radio la solución de muchos pr oblemasque se agitaban en el alma oscura del pueblo». Por este caminode la sociología y de la historia enrumbó sus pasos de escritor el

Aníbal Hill Peña

MARIANO DETALAVERA, ELTRIBUNO DE LALIBERTADCaracas: Editorial Rex, 1956.

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doctor Hill Peña, descendiente de hér oe de la Legión Británica,para que sus esfuerzos de historiador apasionado culminasen conlas fervorosas páginas sobre uno de los civiles más cultos con quecuenta nuestra guerra de independencia.

Probablemente muchos lector es conozcan algunos escritossueltos de este ilustr e prelado coriano, cuya trayectoria lar ga alservicio del bien colectivo es toda una lección de venezolanidad,pero hacía falta la pr esentación de cuerpo enter o de su vida deluchador; y ésta fue la misión que se asignó el doctor Hill Peña.Apoya sus juicios en los de aquellos escritores que en el siglo XIX

y el actual, han escrito páginas elogiosas sobre su vida pública. Apropósito, toma un fragmento del discurso de Bolívar en Bogotápronunciado durante el agasajo ofrecido por éste a los arzobisposde Bogotá y de Caracas, y a los obispos de Guayana, Santa Martay Antioquia. «Estos ilustres príncipes y padres de la grey colom-biana —dice Bolívar— son nuestros vínculos sagrados con el cieloy con la tierra.» Más adelante inserta un fragmento de Juan VicenteGonzález donde califica al doctor Mariano Talavera y Garcés comoel primer orador sagrado de Colombia. Continúa sus ar gumentoscon medulosos conceptos de don Mar celino Menéndez y Pelayo,Cecilio Acosta y monseñor Nicolás E. Navarr o. En su defensa yexaltación no acepta Hill Peña defectos para su biografiado. Siel doctor Caracciolo Parra Pérez lo califica de veleidoso, Hill Peñale r esponde que esto, «en nada amengua y deprime la auste rapersonalidad del insigne coriano».

En su tesis, el autor de Mariano de Talavera, el tribuno de la liber-tad, no se acoge a las moder nas corrientes de la biografía en lascuales debe privar, lógicamente, el análisis sereno y marginar en loposible juicios y conceptos apasionados para que la vida y la obradel personaje se exhiba en su justa dimensión histórica y humana.La divinización de los héroes de carne y hueso no pocas veces hasido causa de lamentables confusiones por parte de historiador esamericanos. Sin negar las brillantes cualidades que ador naban laextraordinaria personalidad de T alavera y Gar cés, estamos deacuerdo con el prologuista de la obra cuando afirma que tenía

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méritos de seducción y gran linaje espiritual, tanto por las variasformas de su estilo político, de su actuación y de su haber en ellibro de las consagraciones, como por sus acciones de conjunto ysu destacado papel que le tocó desempeñar en el campo del pen-samiento y la gestión enaltecedora de conducir almas.

No obstante, la pasión devota y el noble sentimiento regiona-lista de Hill Peña para su biografiado, estamos en pr esencia deun buen libro que entre otras posee cualidades muy significati-vas como la de identificar el honesto clero nacional con la causade nuestra independencia y señalar, indirectamente, que todo nofue adhesión incondicional a la causa realista. Este ángulo bienintencionado y positivo justifica el elogio biográfico del doctorAníbal Hill Peña, escritor acucioso y tenaz, que durante lar gosaños se ha dedicado con fe y vocación a las investigaciones decarácter histórico.

Oscar Rojas Jiménez

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Julio, octubre 1956

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EN UN volumen pulcramente editado, con ciento once páginas ycinco ilustraciones del pr opio autor de la obra, nos pr esentaEdiciones Edime este libr o de Antonio Stempel París, integradopor una serie de seis cuentos o narraciones cortas bajo el sugesti votítulo de Los hombres, el camino y el mar , que corresponde al pri-mero de dichos cuentos, al cual siguen en el mismo orden los inti-tulados: «El último salario», «El Dios de Caín», «La ruta babosa dela huida», «Aburguesamiento» y «La mujer de Lot».

Es de lamentar que en este libr o no apar ezca ni siquiera unabreve referencia biográfica acerca del escritor, desconocido parael que hilvana estos somer os comentarios, ya que nunca habíaencontrado su firma en periódico alguno, en nuestras r evistasy menos aún en otr o libro; pero en quien debemos r econocer—aunque acaso por excesiva modestia se haya mantenido retiradode la publicidad— dotes de escritor experimentado en estas disci-plinas, dominio del material con que trabaja y, como secuela natu-ral de esa experiencia, se ha formado un estilo pr opio, en el que

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Antonio Stempel París

LOS HOMBRES,EL CAMINO

Y EL MARCaracas-Madrid:

Ediciones Edime, 1955.

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predominan la fluidez y la claridad, atento siempr e a los cánon esde la vieja preceptiva literaria, donde no encontramos ni las imá-genes ni las abstrusas ideas que constituyen hoy la última palabrade la cuentística de actualidad, y esto sin mencionar los períodosinconexos y los retorcimientos sintácticos que vuelven más oscu-ro e ininteligible aún el sentido de la composición; y par ece serque ahora esta oscuridad sibilina está considerada como la expre-sión más genuina de la originalidad...

En cambio Stempel París, sin r ecurrir a tales artilugios, buscala originalidad —y la logra— en el tema que desarr olla, en laforma que lo plantea, y no en el lenguaje alambicado y en lasideas-enigmas que r equieren las facultades de un sexto sentidopara su interpretación. Así, por ejemplo, en su primer relato, queencierra un humano mensaje y un hermoso símbolo, éste comien-za así:

Tendido sobre la espesa ar ena de la playa el hombr e comenzó,pausadamente, a hacerme su relato. La voz, ya demasiado débil, yla lentitud de sus palabras, me hicieron comprender que agoniza-ba. No mencionó lugares, ni épocas, ni nombres; pero sus pupilas,turbias de tiempo, y sus manos r ojas, y su cascarón de espalda—encajada entre el musgo de las rocas—, y su larga barba —teñi-da de algas y de sol—, fuer on sacudidas muchas veces, mientrasproseguía incansable su relato, por un sagrado temor y por esa irapoderosa de los hombres que han forjado su vida...

Y este lenguaje llano, transpar ente, inteligible para todos, semantiene en todo el decurso de la narración; pero en esta claridady sencillez hallamos riqueza imaginativa, originalidad en el tema;y sobre todo, sentimos que en su fondo palpita un mensaje huma-no y un hondo simbolismo que nos obliga a meditar ...

En cuanto a los otr os relatos, a nuestro juicio merecen señalar-se «El Dios de Caín» y «La mujer de Lot», en los cuales nos sor-

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prende el autor con una versión original y un tanto heterodoxa deaquellos dos personajes y episodios del Sagrado Libro, donde ponede relieve su conocimiento de la materia y su rica imaginación.

M. Pereira Machado

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Julio, octubre 1956

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ARTURO USLAR PIETRI, con su r econocida autoridad de escritor ,viene preconizando, desde hace algún tiempo, lo que él mismollama el «diálogo con el pueblo». Este diálogo no es otra cosa queun llamado a la r esponsabilidad de los intelectuales para que,atentos a las incitaciones más inmediatas de la r ealidad, identifi-cados con los pr oblemas del or ganismo colectivo, escuchen lasunas y resuelvan o estudien los otros, de tal manera que el hom-bre de la calle pueda, al verse sinceramente interpretado por el depensamiento, aprovechar para su pr opio enriquecimiento cultu-ral las orientaciones que aquél pone al alcance de su mentalidad.

El diálogo con el pueblo, por otra parte, testimonia la posturadel autor de Las lanzas coloradas ante el viejo y debatido tema oproblema de la misión del intelectual. T ema o problema, repeti-mos, que ha pr oducido, siempre y en todas partes, dos solucio-nes contrapuestas: la de quienes creen que el artista, el escritor hade colocarse, decididamente, del lado de su pueblo, al servicio desu pueblo, al inspirarse en los asuntos más vivos de éste y al tra-

Arturo Uslar Pietri

VALORESHUMANOSMadrid-Caracas:Ediciones Edime, 1955.

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tarlos conforme lo impongan las características culturales genera-les; y la de los que opinan que hay que educar a las multitudes,primero, para que puedan entender a sus hombr es de letras.Actitudes opuestas que aun admiten una más, de carácter conci-liatorio según la cual el artista, sin anular su capacidad cr eadorapor imperativos elementales, permite a la comunidad el acceso ala comprensión de la obra, a er udición de que aquélla, mediantela educación, logre dicha comprensión.

Es la posición que, a nuestro modo de ver, asume el extraordi-nario escritor venezolano a través de las páginas de este volumenque, con el mismo título que su conocido programa de televisión,de tanta audiencia popular , recoge las charlas r ealizadas por tanrevolucionario instrumento divulgativo.

¿Hasta dónde es cierto esto último que decimos? Nótese, enprimer término, que las celebradas charlas, a juzgar por las con-tenidas en esta obra, sólo por excepción han versado sobr e valo-res nuestros —Vargas, Bolívar, Miranda, Sucre, Ribas— que sonlos más vinculados con el sentimiento general; y que, en su granmayoría, estudian valor es pertenecientes a otros países y a otrasépocas. Obsérvese también que todos estos valores humanos hansido estudiados, expuestos más bien, con el esquematismo y conel calor vivo que signan la actividad de la cátedra, máxime cuan-do dicha cátedra, como es el caso del pr ograma en r eferencia,tiene por auditorio a la porción más numerosa y menos cultivadadel pueblo. En una palabra, el escritor —caso de excepción en lavida de nuestra cultura— sin dejar de serlo, realiza la inolvidableexperiencia de entrar en contacto ver dadero con las gentes. Seexplica a perfección así el que nuestro público haya correspondi-do tan clamorosamente a la generosa llamada orientadora. Lo queen el principio, cuando Uslar Pietri lanzó su tesis, pudo par ecera la vista de muchos simple utopía ha llegado a ser r ealizacióncabal: el diálogo con el pueblo.

No se le pida, pues, a este libro, a esta colección de charlas, laprofundidad interpretativa ni la calidad estilística que singula-rizan a su autor . Es una conversación con el pueblo, y éste, al

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reescucharla impresa, debe continuar sintiéndola como tal. Huelgade este modo, cuanto agr eguemos a propósito del mérito y de lapositiva influencia colectiva que r eúne esta obra de Uslar Pietri:Valores humanos.

Pedro Pablo Paredes

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Julio, octubre 1956

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TAL VEZ NO haya tenido mucha suerte don Augusto Mijar es —alque no tengo el gusto de conocer— en que sea yo quien comen-te su libro, con el que culmina una obra que le ha merecido com-partir el Premio Nacional de Literatura junto a Casas muertas, deOtero Silva. El señor Mijar es se muestra aquí un excelente ensa-yista venezolano, pr eocupado por la viva entraña de su país, yacaso quien no sea hijo de esta tierra car ezca de ese elementodecisivo que es el sentimiento nacional y también de la ampliainformación requerida para escribir sobre un libro como La luz yel espejo. Sin embargo, condenar una obra al ámbito local de loslímites patrios, sin duda es r estarle eficacia de actuación en másextenso campo.

Creo que está por hacer , en serio, la entr evista franca, clara,bien enterada en el dato y el acontecimiento, entr e la compr en-sión hispana y la venezolana, con la noble altura que r equería

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Augusto Mijares

LA LUZY EL ESPEJO

Caracas: Ediciones del Ministeriode Educación, Biblioteca Popular

Venezolana, nº 55, 1956.

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podar r esentimientos enfer mizos y r esquemores inferior es, sinfalsedades ni alharacas de festivales oficiosos, sin claudicacionesaduladoras ni suficiencias inoperantes. No sé si eso sería posiblehacerlo alguna vez, per o en la modesta apor tación de mi buenavoluntad me he esforzado en tratar de ver clar o con actitud cor-tés, sencilla y atenta, la gestación de la cultura venezolana.

Dos partes fundamentales tiene el libro del profesor Mijares: ladedicada al ensayo general y la dedicada al examen de lo venezo-lano, donde residen, a mi ver, los mayores aciertos.

Don Augusto Mijar es, como hombr e de auténtica formaciónoccidental, piensa, en lo que él llama «lo lírico cotidiano», que lomejor del hombre y para el hombre no reside en el concepto hedo-nista de la vida, sino —como San Agustín— en «nuestr o mundointerior». Quizás limite demasiado el papel de lo femenino en laPrehistoria, pues si bien es cierto que la dimensión sentimentalde la feminidad supone considerable aportación beneficiosa parael alma viril, acaso sea una concepción siempr e ser vil e insufi -ciente. De acuerdo están los estudiosos en admitir que a la mujerse le debe la invención de la agricultura, tal vez la de la cerámica;en la Provenza medieval inventó la cor tesía, desde luego, y mástarde su éxito y su gran cr eación fue la casa, si hemos de cr eer aJorge Simmel. (Y conste que no escribo esto por espíritu de... gre-mio, sino en honor a la ver dad.)

De gran interés para la interpr etación del ser venezolano es laadvertencia de símbolos en la Doña Bárbara de Gallegos. Muji-quitas, Pernaletes y Luzardos son elevados por la perspicacia deMijares a la categoría de paradigmas nacionales. Notables escrito-res venezolanos han sido Mujiquitas, y Per naletes y Luzardos talvez pululen eternamente y se les reconozca en cualquier parte.

El artículo «Venezuela es un país...» —de raíces en Lar ra— esde gran sentido crítico; quizás sea el hombr e de estirpe hispana elmás severo y grave consigo mismo que exista. Advierte el profesorMijares que los venezolanos no han r ecuperado una actitud refle-xiva para juzgarse a sí mismos, porque se han perdido «oscilantes

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entre la depresión y la jactancia» (p. 83). Mijar es pone el dedo enla llaga de muchas fallas nacionales en sus ensayos «Respeto» y«Un signo para nuestra democracia», sin olvidar , claro es, losaciertos ni las directrices que modificarían los inconvenientes.

En la tercera parte del libro, al analizar un pr oblema psicológi-co en relación con la pedagogía, hace atinadas consideraciones alsentimiento de la naturaleza —que no empezó en Rousseau, sinoen el Renacimiento— y a las generaciones, a las que juzga con tinocomo agrupaciones de hombr es unidos «por un mismo esquemade prepercepciones y preconcepciones» (p. 131), algo así como loque Ortega llamaba un «repertorio de creencias» comunes.

Hermosas páginas dedica Mijares a la comprensión del Libertador,de O’Leary, Vargas, Martí y de Fermín Toro. Con gran agudeza expre-sa la verdad de la antinomia liberal-conservador en el pensamientode don Fermín Toro, un noble liberal en política, pero de criteriorealista o práctico, para quien la libertad sin igualdad conducía a latiranía odiosa. Libertad sin economía suficient e, ¿para qué?, decíaun político socialista español en 1935... Lo mismo había pensa -do ya Fermín Toro casi a mediados del siglo pasado que, por ello,resulta un socialista en economía y un liberal en política, en cuantoa que el liberalismo político supone un poder armónico que impi-de la tiranía de cualquier principio, aunque éste sea el de la libertad.

Fermín Toro señalaba las condiciones especiales de cada país ycomprendía que el sistema Bentham era un er ror aplicado enVenezuela; se refería a «las circunstancias de cada país» y conocíaal pueblo con el que había que contar . En nombre de la justiciacombatía la usura y en el de la armonía, la demagogia inoperan-te; hombre de ideas y de sentido práctico, don Fer mín sacrificóel rigor y la verdad de su pensamiento a la palabrería que impre-siona, pero que es inútil, a la postr e. Con inteligente pr ecisiónseñala Mijar es los puntos culminantes del pensamiento de tanvalioso hombre público.

Paladinamente afirma Mijar es que si la igualdad ha sido unéxito en V enezuela lo ha ocasionado el que, por encima de los

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errores naturales, a todos los ligaba, desde la colonia, el senti-miento aglutinante de lo nacional, ingr ediente fundamental paraque un pueblo llegue, de verdad, a serlo.

María Rosa Alonso

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Julio, octubre 1956

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EN UN VALIOSO esfuerzo de acer car los escritor es venezolanos alpúblico el Ministerio de Educación continúa r eeditando unasveces, o publicando de nuevo, otras, cuantas obras contribuyen atestimoniar la personalidad literaria del país. Ahora nos ofr eceesta nueva edición de Huellas sobre las cumbres, del escritor andi-no don Claudio V ivas, sobre el que ya la crítica ha derramadonutrida cantidad de adjetivos elogiosos, como se leen al final delpresente volumen.

Ya Virgilio, el soñador, desde su primera Bucólica trazó un pai-saje que ha corrido, como un tópico, por muchas páginas occiden-tales referidas a paisajes. Al sumirse el diálogo de T itiro y Melibeoen la quietud de la campiña italiana, el silencio espesó la soledady, desde lejos, las sombras del bosque cayeron sobre la última cla-ridad, en tanto que, de las orillas cer canas, el penacho de humorubricaba el estremecimiento de la hora.

Pues bien, semejante paisaje literario actuaba después en lasexcelencias del verso garcilasiano y las villas volvieron a coronarse

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Claudio Vivas

HUELLAS SOBRELAS CUMBRES

Caracas: Ediciones del Ministeriode Educación, Biblioteca Popular

Venezolana, nº 57, 1956.

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con las cimeras del penacho humeante, disueltas en la penumbratoledana. Mundo de un paisaje estilizado, que actuaba dir ecta oindirectamente sobre la sencillez y sobriedad del campo, por quesin duda es el hombr e ar tificioso quien lo siente o interpr eta,mientras que el campesino se limita a vivirlo, como la flor , elárbol o la fauna.

Con r egusto de hombr e culto, adscrito a su paisaje andino,imponente y arrollador, don Claudio Vivas ha construido la mayorparte de su libro. Con primores de costumbrista y de buen lectorescribe el elogio de Lino, el viejo carter o y su réquiem en la ciu-dad; el milagro feliz que dio lugar a la «Er mita de la Cañada»; lapágina de alusión aborigen —que no podía faltar— en el «Totemde la tribu»; asimismo alude al hombre de otras tierras que viene(«Bajo la Cruz del Sur»), o bien al de la suya que se va y sucum-be («Caminos en cruz»).

Personalmente preferimos esas páginas de literatura amor osa-mente campesina a otras menos logradas, en las que el autor tri-buta un poco aquel culto al cosmopolitismo que rindier on losepígonos de una generación a la que él pertenece. T al vez restenencanto al libro páginas como «Sol de Andalucía», por ejemplo,de falsa bisutería y alguna otra y, en cambio, le pongan broche esedelicado capítulo que se llama «¡Qué cosas las de T om!», en elque la hondísima ternura por la vieja aya invade al escritor y logracomunicarla con gran belleza. «Los años —escribe— se le fueronalargando sin aumento pr oporcional en la estatura. Se iba que-dando como la madr eselva con su color de ter nura y su tamañode rosa reducida.»

Dime cómo escribes y te diré de dónde er es. La naturalezavenezolana, lingüísticamente regionalista, de don Claudio V ivas,se advierte en sus giros y en el léxico, y no me refiero sólo a cuan-do intenta recoger el habla vulgar de Mérida, sino cuando escri -be su lenguaje culto.

Es digno de anotar la vitalidad que en Venezuela tienen ciertossufijos, que permanecen menos activos en el español de la penín-sula. De chocante en una acepción más amplia que la dada por la

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penúltima edición del Diccionario de la Academia (la decimosép-tima), es decir, en sentido de fastidioso, inconveniente, acepcióntambién usada en Canarias, forma el español de V enezuela elsustantivo chocantería, que emplea Vivas (pp. 100, 124 etc.); deladjetivo sabroso, el sustantivo sabrosura (p. 72), que no registra laAcademia, naturalmente.

De gran vitalidad en el país es el sufijo -encia. El español penin-sular no usa escogencia, sino elección. Rosenblat advierte que esco-gencia era palabra usada por Alfonso X el Sabio; pues bien, porqueexiste escogencia se usa, sin duda, acogencia (como hace Vivas en lapágina 66). Claro que estas voces no las r egistra el Diccionario.

Otro sufijo —de gran vitalidad en Canarias para nombr es deplantas sobre todo— existe en Venezuela y muy extendido: -ero,era; encontramos en Vivas historietera (p. 100), perdedera, apetus-quero (sobre apetusco: adorno). Todavía con los sufijos -oso e inoinserta Vivas estos adjetivos: tropeloso y relancino (sobre tropel yrelance) y un gracioso parasintético: enventanada. En vano busca-ríamos en el Diccionario semejante riqueza expresiva.

En cambio, en el uso excesivo del participio de pr esente noacierta tanto el español de Venezuela; al menos como lo leemos enVivas: «conmoviente la soledad» (p. 112); «es pesante y envolvien-te el clima» (p. 111); «la hora anocheciente» (p. 159); «r esponsoafligente» (p. 159); «estrellas oyentes» (p. 160) etc. Al contrario,el uso del diminutivo, aun con gerundio, es delicioso: adelantan-dito (p. 31).

Al lado de americanismos aceptados como alfandoques, jojotos,guamos etc., están los ar caísmos vulgar es como ansina, habemos(por tenemos) y ese extraño riyéndose (p. 143), que debe ser dia-lectal merideño, porque lo usa Picón Febres (El sargento Felipe, p.109 de la edición que comento), vulgarísimo en el español penin-sular. Al lado de eso, ar caísmos cultos como cercanidad (p. 70),proceridad (pp. 70, 128 etc.), desusados en la península.

Don Claudio Vivas utiliza todo el español que tiene a su alcan-ce: el libresco y culto, que le permite escribir gamopétala (p. 112),

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al lado de ese percatao (p. 38) andino, tan extendido en el centr ode España.

Voces nuevas como proelero (en vez de pr oel), o ese refistolero,más la epentética del pueblo venezolano, con el sufijo señalado,aparecen en nuestro autor, así como el uso causal del modo con-juntivo «porque y que» (p. 37) utilizadísimo en Rómulo Gallegos,elementos todos con los que el escritor andino pespunta su pr osade sabroso dialectalismo. Cierto que derivaciones tan forzadas comomemoratriz afean el lenguaje que r esulta pedantesco en expr esio-nes como ésta: «proyecciones memoratrices nos trasladan a nues-tra propia r uta inicial» (p. 140), per o nada de ello impide queHuellas en las cumbres sea un delicioso libro de lectura. Para leer enpaz y dar paz a los gustador es de una buena prosa.

María Rosa Alonso

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CON UNAS palabras liminares del periodista y escritor José GonzálezGonzález y un prólogo del autor , se publicó, el año pasado, unvalioso libro del historiador fallecido hace algunos años, FranciscoGonzález Guinán. Para valernos de un lugar común e iniciar nues-tro recorrido por las amenas páginas de este volumen, diremos quees de aquellos que enseñan deleitando; el escritor , en esta oportu-nidad, no se situó en el plano de las complicadas investigacionespara dilucidarnos problemas de nuestro pasado, antes bien, tomóla pluma para contar nos una serie de deliciosas historias de sunatal ciudad de V alencia, historias que fuer on seleccionadas porlos inspiradores de la Colección Cuatricentenario.

Para abrir este homenaje a la cultura valenciana —diceGonzález González—, indicó el escritor y periodista EnriqueBernardo Núñez, nativo de Carabobo, el libr o Tradiciones de mipueblo, del doctor F. González Guinán, autor de tantas y dilatadasobras, muchas de ellas ignoradas por la juventud actual. «Se resu-me en las Tradiciones todo el afecto que un valenciano genuinopodía sentir por la ciudad-cuna de la República y semiller o de

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Francisco González Guinán

TRADICIONES DE MI PUEBLO

Caracas: Editorial Ragón, 1955.

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hombres que inter vinieron en los momentos más difíciles de suvida.» La frase con que el doctor González Guinán inicia su libro,es suficientemente comprensiva del hondo afecto que Valencia leinspiraba; a este doble y hondo afecto de que habla GonzálezGonzález se suma otra cualidad no menos valiosa para darle a est elibro una vigencia per manente: el conocimiento pr ofundo quetenía el autor de la historia menuda de la ciudad. Quizás ningúnvalenciano de su tiempo y acaso de las generaciones actuales sehaya dedicado con tanta paciencia y despr endido cariño a com -pilar e investigar hechos y sucesos de la V illa, que si en aparien -cia muchos de ellos parecen intranscendentes, poseen en cambiola virtud de las cosas gratas que nos deleitan con su lirismo sen-cillo. Llegado a este punto y a manera de ejemplo, podríamoscitar la historia del Mamón Macho o la de El hombre que suda san-gre, donde pone en evidencia la vida de aquella ciudad en el siglopasado en la que un suceso cualquiera despertaba los más apa-sionados comentarios y encendía la polémica callejera y aun enlos estrados.

Al lado de estas historias que en la actualidad pueden leerse yno defraudar, están otras que por caminos difer entes nos llevan aconocer la entraña de la ciudad, incluso desde los primeros días desu fundación, cuando Valencia exportaba sus pr oductos agrícolaspor el puerto de La Borburata y debido a los ataques constantes delos piratas ingleses, holandeses y franceses, que en aquellos tiem-pos de fines del siglo XVI merodeaban por el Caribe, hubo de fun -darse Puerto Cabello. En otras páginas nos relata la historia heroica,la del año de la r esistencia en 1814, y el 1815, cuando las tr opasdel «pacificador» Pablo Morillo, para borrar las huellas funestas deun Boves y un Ceballos, se dier on a obser var una conducta máscircunspecta frente a las cultas familias valencianas y los ingenierosdel Estado Mayor se dedicaron a modificar y reconstruir la fachadade la Iglesia Matriz (hoy la Catedral) y levantar el Puente Morilloque todavía cruza el viejo y r omántico Cabriales.

Después de estas evocaciones donde en un espejo fiel podemosver reflejado el rostro y el perfil de la noble ciudad, este genuino

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valenciano nos conduce en grata romería por templos y mansiones,calles y caminos, más aún, por el pr opio espíritu de muchos desus hombres representativos que han dejado allí recuerdos y obrasque resisten al tiempo. Allí están, entr e los citados por GonzálezGuinán, Aurelio Alcázar, crítico, cómico, abogado, tribuno y poeta,cuya amena conversación hacía las delicias de los valencianos delaño de 1875; y está también Ambrosio Aguirre, «el hombre de lasgrandes ocurrencias, que en las r euniones sociales las pr odigabacon su habitual seriedad. No se reía jamas, pero despertaba la hila-ridad de sus oyentes». Y Er nesto L. Branger , el dinámico jovenfrancés que un día cualquiera del año 75 llegó a la ciudad, des-pués del terremoto de Cúcuta.

Personajes, historia, leyenda, se unen en esta obra gratísimadel escritor González Guinán, para ofr ecernos una imagen de laValencia de antaño, que afirma y justifica la culta y pr ogresistaciudad de nuestros días.

Oscar Rojas Jiménez

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FRANCISCO LÁREZ GRANADO es un poeta mar gariteño nacido en lapoblación de Juan Griego, el maravilloso puer to de la isla queabre sus aguas iluminadas más allá del barrio de La Galera y másallá también de la playa de Los Soplador es, que levantan susespumas en irisados penachos.

Lárez Granado, el poeta-geógrafo, conoce muy bien las tierrasy las aguas de la alucinante Paraguachoa de los guaiqueríes. Conél, y de brazo con su poesía, vemos los atar deceres solemnes dela Laguna de los Mártires en su Juan Griego nativo, y los caraco-les de su bahía tiemblan en su mano con amor osa ternura, por-que ellos son para su sensibilidad personajes de la cr eación.

Umbral de ausencia es, en orden cronológico, su tercer libro depoemas. Antes había publicado Cuadernos del mar y Velero mundo,en los cuales el poeta inició su recorrido sentimental por los cami-nos del mar. En el breve libro que hoy comentamos, Lárez Granadoha ganado en profundidad y su lenguaje poético se ha enriqueci-do con nuevos hallazgos. Una sostenida y nostálgica emociónvibra en estas páginas ante la ausencia inminente de aquellosmarinos que un día levar on anclas y la pr oa del veler o se abrió

Francisco Lárez Granado

UMBRAL DE AUSENCIACaracas: Ediciones de la Dirección de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación, 1955.

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paso por los anchos y azules caminos del mar . Es el poema de laausencia. El drama de los hombres margariteños que han dejadosu tierra por la aventura de las aguas, o de otras tierras, está pr e-sente en estas estrofas escritas con mano maestra:

En el umbral de la ausencia los hombres se ponen serios mirando hacia atrás la tierra que se va empequeñeciendo.(…)—La tierra no queda atrás. La tierra no se ha perdido, porque adonde yo me vaya irá la tierra conmigo. La tierra querida y buena. La tierra que soy yo mismo,porque su pena es mi pena y la pena de mis hijos...

Como Luis Castro, el otro poeta margariteño muerto en plenajuventud, Lárez Granado ama el mar y sus aguas azules, ver des,fosforescentes. Sus ojos se refrescan en las colinas, en los valles yen las torres blancas de las iglesias cor onadas de pájaros y vien-tos que soplan desde el mar . De los labios de este mar gariteñoque cultiva la poesía como una necesidad biológica y no por vani-dad literaria —porque no hace literatura— oí alguna vez la leyen-da de su puerto perfumado con las mejor es sales del Caribe. Laleyenda de Juan el Griego, la del fuerte marino con tatuajes en elpecho, navegante de mares lejanos que un día cualquiera llegó aesas playas. En la ranchería de pescador es divulgóse la noticiavertiginosamente. Un hombre alto y for nido con extraños tatua-jes en el pecho miraba nostálgicamente el mar . Su rostro abatidososteníanlo dos grandes manos velludas en un desesperado in-tento de ahondar aquellas rayas que habían dibujado los vientosfuriosos. La suerte estaba echada para aquel hombr e. A partir de

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aquel momento él sería la misma leyenda del puerto: la emocióndel arribo, la del ancla cuando besa la arena del fondo en los puer-tos de aguas tranquilas, diáfanas y transpar entes. Así el poematitulado «Emoción del arribo en tu pr esencia» contiene muchasde aquellas experiencias iniciales:

Ah, inolvidable. Por la intensa flama de azul espira que abrasó tu alma, por la sal de tus ojos en las sales ceñidas en los flancos de mi nave, por tu firme constancia y por la heroica virtud de resistir que te blasona, acoge en tus brazos a este niño de ensueño y pena por tu amor nacido, de ternura en su sangre para el ansia que nutre tu raíz de rosa aislada, de horizontes fundidos en sus grandes ojos, santuarios de tu estrella-imagen; y de sencilla invocación piadosa...

Poesía de todos los tiempos ésta de Francisco Lár ez Granado,sin oídos para escuchar el llamado de las modas literarias, lejosdel frac de los intelectualistas y del overall de los revolucionarios.Para ella sólo existe una voz que la llama desde lejos y desdecerca; es la del mar, la gran mancha azul que abraza tierna y amo-rosamente la tierra mar gariteña. Allí están los sueños y las r eali-dades de este hombre que se deleita cada mañana en contemplar«la herida azul que el viento hace en la vela», y en los atar dece-res de la isla escribe sus poemas, que ya forman parte de la his -toria lírica del mar y de la tierra de Mar garita.

Oscar Rojas Jiménez

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LO QUE HABRÍA que decir de El sar gento Felipe ya lo ha escritoMariano Picón Salas en el excelente y bello prólogo que lleva alfrente esta edición de la novela de don Gonzalo Picón Febr es(1860-1918). Con su fina mor osidad de ar tista y de merideñoPicón Salas evoca al lejano pariente don Gonzalo, allá en la andi-na ciudad levítica, universitaria, ortodoxa y solemne, viviendosu angustia de inadaptado solitario, con los días luminosos deFrancia y Nueva Y ork r eplegados en la sombra otoñal de suMérida finisecular, melancólica y perdida.

Al lado de los hombr es de su generación positivista, los queeran jóvenes por 1880 y cr eían con entusiasmo en las doctrinasexplicadas por don Adolfo Er nst, Picón Febr es era en novela unrealista a la manera española; más joven que los cultivador es delnaturalismo hispano —un naturalismo sui generis, desde luego—tal vez se acerque más a los viejos maestros del realismo —Pereda,Alarcón, Galdós— en el gusto por el paisaje costumbrista y lanovela nacional y de tesis.

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Gonzalo Picón Febres

EL SARGENTOFELIPE

Caracas: Ediciones del Ministeriode Educación, Biblioteca Popular

Venezolana, nº 60, 1956.

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Porque la pr osa romántica del costumbrismo contenía ya losgérmenes de las descripciones r ealistas y cada escuela lleva en sílos ingredientes de la que habrá de sucederle; es er róneo, pues,pensar que el r omanticismo constr uyó sólo paisajes ideales; elpaisaje del Bierzo entra por las melancólicas páginas del Señor deBembibre, del romántico Gil y Carrasco. El costumbrismo, mesu-radamente administrado por la pluma de Picón Febr es, cobrasabor local, tal vez, pero de ese localismo que ya se ha hecho uni-versal a fuerza de pintar con la misma plácida emoción el amane-cer campesino, el cuidado de la sementera, la melancolía inefabledel atardecer, el temblor de la primera estr ella, la limpidez de lanoche hondísima, que encierra los ruidos del día entre sus tapas.

Don Gonzalo Picón Febr es escribe entr e el telón de fondo deun episodio nacional venezolano de gesta bélica, de «bochinche»quizás, las tribulaciones de un campesino —el después sar gentoFelipe— arrancado a la fuerza de la paz de su conuco para engro-sar un ejército que, en la práctica, era muchas veces la vagabun -dería hecha pillaje; la tesis del novelista merideño —por boca delpadre Vasconcelos— viene a ser ésa: la falta de consistencia socialy política de los bandos contendientes, ansiosos de poder perso-nalista en los días duros en que se gestaba la nacionalidad, hacíasus víctimas en todos los posibles sar gentos Felipes, simbólicosde aquel momento. En la novela de Picón Febres hay un ejemplode episodio nacional venezolano. T odavía un tono lacrimoso yconvencional, her edero de un fácil r omanticismo, y el acentodeclamatorio de los tiempos, sitúan a El sargento Felipe entre lasprimeras novelas de Venezuela en el orden de la aparición, tardíaen el país; per o no obstante las fallas que aun para su tiempotenga, la obra de Picón Febres posee una grata veteranía expresivay un air e de documento de pr otesta ante aquella tr emenda san-gría que extenuaba la sufrida tierra venezolana. Cierto que el con-vencionalismo de los tipos le hace r ozar la novela de tesis, per ohabía que r egistrar la r ealidad, en la que lo her oico era el sufri -miento del pueblo.

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Los hombres de entonces pasaron ya, pero ahí queda manifies-to el r eproche en el documento que es El sargento Felipe , docu-mento de un hombr e de espíritu que, después de todo, son losque auscultan siempr e el pulso de su tiempo y denuncian conello dónde está y cómo es la ver dad.

María Rosa Alonso

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EL LIBRO QUE nos ocupa contiene varios trabajos de investigaciónsobre la enfermedad de Chagas y corresponde al v volumen de laserie donde ese hombre tenaz, el sabio José Francisco T orrealba,entrega nuevas experiencias en tor no a sus tr einta años de com-bate contra el flagelo terrible. Hemos dicho tenaz al r eferirnos aeste sabio: no debemos olvidar que Pascal dijo que la sabiduríaera una larga paciencia.

Una de las cosas que más despierta admiración en Torrealba esla fe con que desde su juventud viene abordando el estudio de laenfermedad de Chagas. Cuando en 1923 le vimos en Santa Maríade Ipire recién graduado, su inquietud ardía en solicitud de nue-vos rumbos. El diploma de médico que le acababan de entr egarno era solamente la autorización legal para poder asomarse alcuerpo humano. Algo más buscaba el médico novel y por eso oyela palabra de los campesinos de Zaraza que le dicen: «Todos sufri-mos por la picada de los chupones que hay muchos en las cho-zas. Nos producen anemia y cansancio, perdemos las fuerzas paratrabajar; los picados por los chupones no ser vimos para nada».

José Francisco Torrealba

INVESTIGACIONESSOBRE LA ENFERMEDADDE CHAGAS EN SAN JUANDE LOS MORROSCaracas: Imprenta Nacional, 1956.

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Un día T orrealba encuentra el chupón o chipito, el Rhodniusprolixus Stal, había observado con insistencia la inter vención detal agente trasmisor. Había hallado un camino. En 1909 encontróen el Brasil Carlos Chagas al mismo agente, y diez años después, enlos estados Zulia, T rujillo y Miranda, otr o sabio venezolano, eldoctor Enrique Tejera, deja constancia de dicha enfermedad. LuegoTorrealba estudia con más ahínco. Pone en práctica el xenodiag-nóstico, método del sabio francés Emile Brumt, ensaya aquí, luchaallá, indaga con más porfía, instala un laboratorio deficiente enZaraza y cada día se acer ca más a lo que él llama realidad angus-tiante al ver que los chagosos se multiplican fatalmente y que elmayor estrago ocurre en la parte más indefensa del pueblo.

La tripanosomosis de América (enfermedad de Chagas) tienesu agente especial en el chipito que se infecta al chupar a un enfer-mo y luego trasmite el microbio al evacuar. Torrealba dice:

Nunca se encuentra el Mal de Chagas en los reptiles y plumados,sino en los mamíferos. En la selva viven animales de los cuales secontagia el Rhodnius; entre ellos están: el rabipelado, la marmota,el zorro, el acure de monte, el oso horm iguero, la ardilla y, prin-cipalmente, el armadillo o cachicamo, de cuyo animal se cr eeque es originaria esta enfermedad. No es rar o encontrar en estemamífero un millón de tripanosomas por cada gota de sangr e. ElRhodnius prolixus puede vivir en cualquier altitud: desde cer ometros hasta superior es a los cuatr o mil. Donde haya casas depaja es casi seguro que allí se encuentre. Vive cuatro años y puederesistir ayunos de ciento veinte días. Pertenece a una de las ochen-ta y nueve especies de la familia Triatomidae, de las cuales más desetenta se hallan diseminadas en toda América.

El libr o en r eferencia adelanta infor mación sobr e muchos«Casos sobre enfermedad de Chagas compr obados en San Juande los Morr os»; «Enfermedad de Chagas y tripanosomosis deTejera en el caserío Casés, estado Mérida»; «Br eve nota sobr eenfermedad de Chagas y la tripanosomosis de T ejera en Caicara

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de Maturín (Distrito Cedeño), estado Monagas»; «Comprobaciónde casos agudos de enfermedad de Chagas en El Sombrero, DistritoMellado, estado Guárico»; «Breve nota sobre un nuevo tripanosomainfectante para triatominos comprobado en un mono de Venezuela:el cebus nigrivittatus»; «Nota preliminar sobre un triponosomadel grupo Lewisi, compr obado en el r oedor Dasyprocta rubratade Venezuela»; «La iloticina y la enfermedad de Chagas y otr osexperimentos con el mismo antibiótico»; «Reportajes clínicos»;«Sobre un caso de abceso tr opical del hígado»; «Cáustica clínica» ;«Nota preliminar sobre la acción malaquicida del fruto del para-paro (Sapindus saponoria L.)»; «Algunas consideraciones sobre laenfermedad de hematíes falciformes en V enezuela»; «Algunasconsideraciones sobre la enfer medad de h ematíes falciformes oenfermedad de Herrick en V enezuela (Ad eendum)» (incluyetambién el trabajo del doctor Ángel Díaz Vásquez, «Distribucióngeográfica de triatominos en Venezuela»); «Pequeñas consideracio-nes sobre la enfer medad de Chagas en la Pen itenciaría Generalde Venezuela» y otr os trabajos científicos. El índice comprendeigualmente los discursos pr onunciados en la opor tunidad en qu erindieron homenaje a Torrealba en Barquisimeto, Coro y Mérida,donde la Universidad de los Andes lo nombró pr ofesor honorario.

Al final del libr o se encuentra el currículum vitae y la biblio-grafía de Torrealba. Ésta nos dice que hasta 1955 ha publicadociento once trabajos, la mayoría de ellos sobr e la enfermedad deChagas; también, que en 1942 la Academia de Medicina de Parísle concedió el Premio Brault y que diversas instituciones científi -cas, tanto de América como de otros países, lo han distinguido enmás de una oportunidad.

Es interesante, por el estímulo que r epresenta, que la gentenueva del país conozca algo del discurso que pronunció Torrealbaen la Universidad de Los Andes en la ocasión en que lo nombraronprofesor honorario, en julio de 1954:

Estoy convencido de que este homenaje, al r ecorrer y volar elámbito de nuestr o querido país, llegará a la mente de los niños

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tristes y humildes del pueblo como una promesa, como una espe-ranza, como una escala de Jacob y también, ¿por qué no?, comoun estímulo. Porque todos los niños de Venezuela saben que yo,en mis primeros años, fui vendedor de jabones y de velas por lascalles de Santa María de Ipir e; becer rero en Aribí y más tar de,leñador y aguador en San Diego de Cabrutica. Así, este homena-je indica que marchando como buen caminante, el joven venezo-lano, sea cual fuer e su origen, puede tomar cualquiera dir eccióny alcanzar las más altas metas.

J.A. de Armas Chitty

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HENOS AQUÍ ante unos poemas llenos de ingenuidad campesina,escritos por un cantor de nuestros campos petroleros, en los cua-les salta a la vista la incipiente cultura de su autor . Por tal moti -vo, estamos absolutamente en desacuer do con algunos de losconceptos que se emiten en la solapa del libro, al referirse al poeta,y cuando se afirma que «en Fecunda recogida se advierte una cons-tante superación del poeta, y en este libr o hay que saludar conalborozo, no una esperanza, sino una personalidad en plena madu-rez». Sin embargo, trataremos de hacerle justicia al reconocer queJ.M.C. es un fer viente devoto de la poesía, hasta el extr emo deempeñarse en un plausible esfuerzo, merecedor de sincero elogioy cálidas frases de aliento, a dedicar las horas que les dejan libresesas rudas faenas de obr ero del petróleo, a estas nobles discipli-nas espirituales y al amor oso cultivo de su rústico huer to inte-rior... Ya son dos las obras que ha dado a la publicidad: ésta yCanto del fervor ter reno; y estamos segur os de que al editar sus

Jesús María Castillo

FECUNDARECOGIDACaracas-Madrid:Ediciones Edime, 1955.

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poemas —acaso con grandes sacrificios—, no lo ha guiado nin-guna idea de lucr o, sino su decidida vocación por las letras y elanhelo de que fluya hacia los puntos cardinales de la patria el cau-dal de su vena lírica, con gener osa abnegación.

La obra está dividida en tr es partes: «Estancias del caminan-te prolífico», «Estancias del campo, la voz br eve y cotidiani-dad» y «Estancias de profunda recogida», para concluir consu «Exclamación final». Con excepción de algunos poemas, entoda la temática de la obra pr edomina su dilección por el campoy el campesino, las labores agrarias y el júbilo triunfal de las cose-chas. De todas sus estrofas brota una fraterna excitación a que loshombres regresen a los sur cos nutricios, y entonces es su cantouna ferviente exaltación del agro:

La tierra os llama, campesino, hermano mío. Corre pronto, píntale un mapa nuevo: vega de los cafetos y los maizales, vega de platanales y cacaotales, vega de horizontes acompasados al ritmo lento de los trigales... Dibújate un mapa nuevo. Muy verde y franco...

Sintámoslo en un fragmento de «La siembra», cuando con unhondo fervor telúrico exhorta al caminante que pasa:

El cuerpo curvo sobre la tierra en espera te perennice al surco. Y como salutación a ras de tier ra,brote el oro de mil retoños nuevos... Ve tu ideal en gestación, crisálida de fe, constante y diuturnal.

Trabaja y ara... Pon un grano... Otro más. Siembra y siembra. No desmayes.

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Nace el grano y florece el sembradío.Las plantas se encaminan a tu encuentro, te detienen. Peregrino no más, ya sedentario. El canto de la espiga, susurrante,te dice de esta siembra mejor... También lo dice el coro vegetal de la caña y el maíz,del trigo y del cafeto...

Pero así como no escatimamos nuestra franca voz de aliento alas cualidades positivas de sus poemas —la primera, ingenua yfluida de inspiración—, justo es destacar asimismo los yerr os enque incurre, derivados de una cultura muy elemental. Y con ellono pretendemos, no, herir con una crítica malévola la sensibili -dad del poeta sino, al contrario, provocar en él un saludable estí-mulo que lo impulse a nuevos esfuerzos para adquirir mayor esconocimientos que le permitan irse superando gradualmente.

Aparte de un total desconocimiento de la técnica de la versifi-cación silábica, que podríamos pasar por alto, puesto que la ar tepoética moderna ha renovado las tradicionales pautas métricas, ypreconiza una libertad sin límites que aprovechan para su como-didad los que r ealmente las ignoran, J.M.C. r ecae en garrafaleserrores de varia índole: ideas disparatadas e inconexas, puntua-ción arbitraria, confusión del sentido de los vocablos que utiliza,como se advierte en las siguientes citas:

Campos: que quieren verdor y exuberante floración... Sin embargo, humos, olas de humos torturantes;los homicidan, poco a poco los consumen, con la incendiaria agonía... Agonía vegetal de tu mano... (…)Porque somos la euforia dislocada de la ironía desatada. Del fuego

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—vaho de nosotros mismos— en ejercicio; que nos la pervierte y la destr uye...

No obstante, confiamos en que J.M.C., con su incontrastabledevoción por las letras y la cuidadosa y constante lectura de escri-tores selectos, en un futur o no lejano llegará a dominar estosescollos, y acaso algún día logre destacarse en este género de poe-sía nativista —plena de encantos y sugestiones y enseñanzas—,por la cual manifiesta marcada inclinación.

M. Pereira Machado

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FÉLIX ARMANDO NÚÑEZ, en el interesante prólogo que escribe para elpresente volumen de Ramos Sucre, advierte que en las letras ame-ricanas la obra de este escritor venezolano es una obra aparte.

Sin duda, lo que desea destacar el pr estigioso prologuista esese carácter singular de la prosa de Ramos Sucre (1890-1930), elcumanés que dejó de vivir voluntariamente en Ginebra, ciudada la que había ido de cónsul de V enezuela, los últimos años desu vida.

Gran conocedor del latín y de diversas lenguas, con una buenapreparación humanística, Ramos Sucr e —descendiente del granMariscal de A yacucho— era en la Caracas del primer ter cio deeste siglo un solitario estudioso, un ensimismado. J.A. Cova lorecuerda en sus paseos nocturnos por la ciudad, porque padecióinsomnio, y trabajaba por hacerse un estilo, como tantos hombr esdel modernismo, o de esos otr os «ismos» del XIX, que luchabanesforzadamente por la originalidad.

José Antonio Ramos Sucre

OBRAS:LA TORRE DE TIMÓN,EL CIELO DE ESMALTE,LAS FORMAS DEL FUEGOPrólogo de Félix Armando Núñez. Caracas: Ediciones de la Dirección de Culturay Bellas Artes del Ministerio de Educación,Biblioteca Popular Venezolana, nº 58, 1956.

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Y es que Ramos Sucr e es un moder nista, ya tardío, preocupa-do por el típico esoterismo r ebuscado de aquellos habitantes dela «torre de marfil», del «arte por el arte» y la aristocracia del este-ta, con que los parnasianos reclutaron sus minorías; éstos fueronlos primeros «raros» y después los simbolistas (no importa que seopusieran a aquéllos), los del «azul» de Mallarme —que tantogustó luego a Rubén— y del sugerir y nunca nombrar en poesía.

Unos y otros, ya es sabido que nutrieron de motivos al moder-nismo hispanoamericano y , aunque un epígono, Ramos Sucr etambién fue un «rar o», que, en 1925 —fecha de su primerlibro— y en 1929 —fecha de los dos últimos— se estremecía conel cosmopolitismo que embriagó a un Leconte de L ’lsle, con lasprincesas o reinas de Banville y Rubén Darío, o con cierto lied decorza blanca, que pespuntaba el paisaje a lo nór dico de GustavoAdolfo Bécquer. Claro que alguna vez no olvida la tradición en qu eestá inserto y de su tierra venezolana recoge la leyenda del Entierro(p. 301), o sea la del mozo que asiste a sus pr opias exequias; yaadvertí en otro lugar, al referirme a Casas muertas de Otero Silva—también recolector de la leyenda— que se trata de una anécdo tacontada por don Cristóbal Lozano (1609-1667) y que influyó enEl estudiante de Salamanca de Espronceda y en El Tenorio de Zorrilla.

Los tres libros de Ramos Sucr e —recogidos ahora en un solovolumen— están escritos en forma de br eves pr osas «raras»,muchas veces en primera persona, con superabundancia delpronombre yo. Tal vez una juventud pr esionada por la lentitudprovinciana de entonces y la sor dina política de aquellos años selanzara en un surtidor cosmopolita de evasiones soñadas; tanpronto es el autor un mandarín de Cantón, como un ruso delCáucaso, un per egrino del Báltico que navega por los fior dos, elhijo de un rey indio a punto «de ser estrangulado por una liana»,el despótico dueño de un serrallo, un villano enamorado de unaduquesa o un pr elado justiciero etc. Ramos Sucr e pasea su granfantasía a través de mundos irr eales donde residen cortesanas deVenecia, monjes de Hungría, posesos y santos, hetairas y vírgenes.

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Como el de Leconte, su cosmopolitismo es el de estar en todaspartes menos en la suya r eal («en cualquier parte menos elmundo», había dicho Baudelair e), cosmopolitismo que extiendetambién del espacio al tiempo. Lo mismo que pasea por todas laslatitudes, dirige a las épocas más diversas, la antigüedad clásica,la Edad Media con su Bizancio decadentista y bien amado, su dis-parado ensueño, que igualmente se encamina por las páginas másdiversas de la literatura universal: el cuerno de Roldán, la melan-cólica Ofelia, el Evangelio y Blancaflor , Ovidio y las hadas delnorte, el rey Lear o un poema indio.

Ramos Sucre alude alguna vez a su juventud sin goces; debióser un introvertido, amigo del narcisismo literario finisecular, quese complacía en escribir: «el horror del sepulcro es ya menos graveque el hastío de la vida lenta y sin objeto» (p. 54).

En su primer libr o, La tor re de T imón (una torre de mar fil,desde luego) todavía alude a elementos venezolanos y en pági-nas excelentes r esume el pensamiento de aquel gran alemáncuyo nombre de nasales y aspiradas era una r etórica más paralos «esteticistas»: Alejandro de Humboldt, pero en los dos librossiguientes —los títulos son pr egoneros de su estética— RamosSucre es ya el escritor desasido de todo localismo en un gestoloco de huir sobre lo que él habría llamado, sin duda, el pegasode la quimera.

Lector culto le apasiona Dante y Goethe y el citar a Plutar co,Ovidio, autores como Menandro, La Ilíada y La Odisea, Amadís,el Firdusí, el Bembo, Leopardi, Cervantes y Jorge de Montemayor.Sus pintores son Alber to Durero —muy citado—, Leonar do y elTiziano; en su mundo cosmopolita donde intenta un sincr etismode espacios y edades no es sólo extraño el personaje y el lugar ,sino la naturaleza que les sirve de paisaje. La flora de Ramos Sucre,de cuna modernista, se compone de anémonas, caléndulas, nenú-fares, adelfas, nar cisos, eléboros, díctamos —aparte los mir tos ylaureles del mundo clásico—, flor es y plantas extrañas, que aveces puede ser la «quimérica flor azul» (p. 219); no lo es menosla fauna avícola —aparte ese anfisbena, un saurio—, el alce blan-

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co, «alumno de la primavera celeste» (p. 159), el «cisne velivolo»(p. 322), el «ave espectral» o los «ruiseñores líricos» (p. 235) etc.

Abunda en los temas de Ramos Sucr e una crueldad a lo Poe, alo Villiers de L’ lsle Adam o D’Annunzio, buscada como elementode arte, de que son ejemplo, entr e muchos, «El Mandarín», «Laplaga», «El Cómplice», «El Presidiario», «El Rajá», «Las suplican-tes», «El Protervo», «El Justiciero», «El Knut» etc., que todavía loacerca a las narraciones de los simbolistas; como en éstos, la metá-fora es típica en la pluma de Ramos Sucre: la virgen tiene «regazode violeta» (p. 221), una mujer posee «ojos de violeta» (p. 107),hay «un pastor de bisontes» y un «ocaso lívido». Otras metáforasson: «las mariposas negras del pr esagio» (p. 68), los «vampir osnegros de la melancolía», «el valle del asombr o, a la luz de unaluna pluvial» (p. 143) o «La niña de infausta belleza r ompía conemersión de nelumbo el lago del tedio» (p. 103). Puede advertir-se que el rebuscamiento preciosista lo hace bordear la cursilería, yque intenta la metáfora a base de uniones de abstractos —melan-colía, tedio— con sustantivos concretos —vampiro, lago.

En ocasiones, el término desusado y rar o hace ininteligible elpárrafo, si el diccionario no está al lado del lector; tal ocurr e eneste trozo: «El tizne del incendio releva a la tez bisunta y los cabe-llos lacios de los guerreros enjutos, esfialtos y vestiglos, delirio deun bonzo» (p. 174). De todas maneras, esos adjetivos de colorvioleta o negro, o los sustantivos tedio, melancolía, nos advierten aun decadentista rezagado. Alguna vez se acuerda demasiado de la«Sonatina» de Rubén y escribe que «una flor de corola de seda (…)sucumbe en un vaso de cristal» (p. 245).

Todavía en La torre de Timón el adjetivo podía ser epíteto, o seamero ornamento, pero más tarde, en los libros siguientes, cuandose convirtió en francotirador del «que», el adjetivo es explicativo;así al «ebúrbeo carr o» o al «enlutado cisne», por ejemplo, de Latorre de Timón (p. 87) sucede el «ciprés atónito», la «visión tácita»,la «lontananza trémula» o el «cielo versátil». Los adjetivos soncada vez más extraños y rebuscados: «ciénaga flatulenta», «leonessitibundos y flavos», «criadas nefarias», «sabandijas ferales».

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Y no se crea que Ramos Sucre inventa sus interminables cultis-mos. Excelente latinista, rebusca afanoso en el caudal del españolla pedrería expresiva con que compone sus prosas. En La torre deTimón, por vía de ejemplo, indicaremos los arcaísmos: incurvados,aviltada (por envilecida), fusco (oscuro) etc.; como latinismos:adunca, ergástulas, dispepticos, venusta etc. En cambio no son vocescastellanas: amplectivos, selvativas, despertamiento etc., pero siem-pre la voz inventada —por él o por otr os— aparece en escasasproporciones. En El cielo de esmalte son arcaísmos: sucedumbre,a so voz; latinismos: vestiglos, pulverulenta, umbrátiles etc., y no cas-tellanas: sucieza, obsede (por obsesiona, muy usado por otr osescritores venezolanos) etc. En Las formas del fuego son latinismos:ferales, flatulenta, flavos, nefarias y ese funambulesco que adjetivalas conocidas Odas de Banville e impresionó al Valle Inclán de losprimeros tiempos modernistas.

Es sabido, y también lo cuenta J.A. Cova en sus Bocetos de hoypara retratos de mañana (Caracas, 1953), que Ramos Sucr e evitóel uso del r elativo, uso estimado por él como «la muleta de losescritores pedestres». Semejante creencia le llevó a una pr osa deoraciones yuxtapuestas, de pausas intelectuales y forzadas, en lasque el objetivo explicativo se ve obligado a una pr esencia mayorpara suplir la ausencia total del «que» en los dos últimos libr os,porque en La torre de Timón todavía aparece, sobre todo en la pri-mera mitad. El escritor no cayó en la cuenta que tal voluntad desuprimir nexo tan importante convierte su prosa en algo forzado;pero tampoco quisieron admitirlo otr os escritor es finisecular esque evitaron muchísimo primer o el uso del r elativo, como unamoda decadente al ejemplo de aquellos gongorinos de guardarro-pía que escribían tal o cual poema sin la vocal a, pongamos porcaso. La física recreativa pasó a la literatura con gran antigüedaden el escalafón.

Para evitar el «que» escribe Ramos Sucr e: «El séquito consta -ba de paisanos acudidos de los escondites de la campiña» (p.139); es decir, que utiliza un par ticipio concertado, desusado en

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el verbo acudir, y violenta el párrafo indebidamente. Para evitarun uso comete, pues, un error.

El intento del autor era escribir una prosa no «en román pala-dino», sino en un lenguaje que fuera r ecreo de los habitantes deuna torre de marfil, cuyo dueño podía ser T imón, bajo un «cielode esmalte». José Antonio Ramos Sucr e habría preferido escribiren un palimpsesto y trazar entr e un boscaje minado las letrascapitales de la palabra yo.

María Rosa Alonso

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DOS DESTACADOS cursantes en la universidad caraqueña que a finesdel siglo pasado contaba con pr ofesores como Calixto González,Alejandro Frías Sucr e, Elías Rodríguez, Rafael V illavicencio yAdolfo Er nst, intr oductores en nuestra cultura del positivismocientífico, fueron dos jóvenes oriundos del estado Lara, que habí ansido compañer os desde los bancos del colegio La Concor dia,luminoso instituto docente dirigido en El T ocuyo por su funda-dor, don Egidio Montesinos. Lisandro Alvarado y José Gil Fortoulconservaron de por vida aquella amistad entrañable. Per o apartede poseer un gentilicio común y de haberse formado intelectual-mente dentro de las mismas cor rientes, ambos son enteramentedistintos. Hombre mundano lo fue Gil Fortoul. Peregrino y humil-de, Lisandr o Alvarado. La vida del primer o se desenvolvió encómodas residencias capitalinas, o en lujosos alojamientos eur o-

José Gil Fortoul

EL HUMO DE MI PIPA.DISCURSOS Y PALABRAS.DE HOY PARA MAÑANAPrólogo de J.S. Penzini Hernández.Caracas: Ediciones de la Dirección de Cultura y Bellas Ar tesdel Ministerio de Educación-Comisión Editora de las Obrascompletas de José Gil For toul, vol. V, 1956.

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peos cuando ejercía, desde la más temprana juventud, funcionesde diplomático que le llevar on más de veinte años. La vida delsegundo se confundió a menudo con la de los hombres más sim-ples de la V enezuela agraria, por donde gustaba deambular confrecuencia en solicitud de informaciones directas para sus nume-rosos trabajos de investigación. Gil Fortoul actuó durante una delas épocas más discutidas de la política venezolana, y llegó a ocu-par provisionalmente la Presidencia de la República. Alvarado semantuvo alejado de la política, y si alguna vez desempeñó unmodesto cargo público, fue porque amigos generosos que teníanacceso a los mandatarios, lograr on para el incansable caminadoruna colocación en el Ministerio de Relaciones Exterior es que loretuviese en la capital. Ambos estados vitales hubier on de reflejar-se necesariamente en la obra de cada uno de ellos. La de Alvarado,por lo abundante de los materiales analizados y lo variado de lascuestiones emprendidas, deja la sensación de haber quedadoinconclusa. Gil Fortoul, hombre cosmopolita, de estudiado mo-nóculo y renovada flor en el ojal; deportista elegante y dueño definos caballos para pasearse por las lujosas avenidas de la Caracasde entonces, deja traslucir en algunas de sus obras el refinamien-to mundano que fue desconocido para Alvarado. En el Pr eludioa El humo de mi pipa están contenidas estas r eveladoras declara-ciones, que por sí solas se bastan para que el lector forme idea deltono y contenido de aquel libro:

¿Quién no siente a alguna hora del día, por más acostumbradoque esté a las rudezas del trabajo, el deseo irresistible de derribar-se sobre un sofá, encender una pipa, dormir con los ojos abiertos,soñar mirando los par edes? ¡Dulces instantes! Los miembr os seextienden perezosamente como en un baño tibio; la querida her-mosa se nos echa encima con voluptuosidad de gata friolenta; losojos pierden la mirada en la contemplación de paisajes ideales y

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sobre el cerebro se mueve una neblina blanca festoneada de ar coiris. El pensamiento vaga entonces con los mismos caprichos que elhumo. No ahonda en nada. Si viene a perturbarle algún recuerdoingrato procura ahogarlo en fantasías ar tísticas. S i es una ideahermosa, le da un beso y la despide como se hace con un niño.Si son las últimas vibraciones de un placer reciente, se les deja quenos conmuevan un instante, y se las paraliza en seguida comoparalizamos las vibraciones de una cuer da. El movimiento conti-nuo del pensamiento hace pasar, entre los ojos y las columnas dehumo, un extraño conjunto de sensaciones, r ecuerdos, ideas.¿Por qué no atrapar algunas de esas cosas, como mariposas cogi-das al vuelo, y fijarlas sobre el papel a medida que pasan? Yo biensé que el trabajo es inútil. Pero, ¡qué diablo! El pensamiento es unniño incorr egible, a quien ningún castigo r etiene en casa. Y silográsemos encerrarlo, se moriría de tristeza. Mejor es dejarle quevaya a realizar su capricho: atraer, en el escaparate del libr ero, lamirada de algún paseante. Estas páginas han sido escritas enhoras de cansancio, cuando el espíritu analiza sin elección, lo queen él surge. Si no cansan al lector, allá irán otras...

De mucho más interés para el investigador de hoy son lasegunda y la ter cera obras incluidas en este volumen V, con lostítulos respectivos de Discursos y palabras y De hoy para mañana .Contienen, ambas, discursos de carácter político pr onunciadospor José Gil Fortoul en difer entes ocasiones. De nuevo r esultaninsustituibles las propias palabras del autor para mejor conocer elsentido de estos documentos:

No es que yo pr etenda extremar la importancia de los Discursosy Palabras que componen el pr esente volumen. Bien sé que tododiscurso, especialmente la improvisación, pierde pronto su primi-tiva vivacidad; porque es apenas posible que pasado algún tiem-po experimente el lector la emoción o el entusiasmo o la cólera y

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el despecho que pudier on sacudir , en una cálida atmósfera, elauditorio numeroso. Pero los discursos y palabras que aquí bus-can lectores, son casi todos actos políticos, y forman parte, aunquehumilde, de la historia contemporánea de este país; porque algu-nas veces la ocasión me llevó a ocupar puesto saliente en la tribu-na y en el Gobierno, y lo que dice o propone el orador o el gober-nante en esas circunstancias, no lo borra por completo el tiemponi del todo lo sepulta el olvido. Mis amigos, de ayer y de hoy ,hallarán aquí repetido el sistema de ideas y propósitos que me haguiado en la vida pública durante los últimos cinco años. A misadversarios, de ayer y de hoy y de mañana, les ahorr o la tarea deallegar los documentos que les sirvan para la oposición, el ataqueo la censura. Saben unos y otr os, que amo la lucha intelectual ygústame ostentar mis responsabilidades. Alejado de la patria, muyjoven, por veintitantos años de servicio diplomático, no me iniciéen la contienda política hasta 1910, en la primera Administraciónde mi jefe y amigo el Presidente Gómez. Cómo he venido actuan-do desde entonces, lo dicen en gran par te las siguientes páginas.Errores y aciertos, éxito y fracaso, entusiasmo efímero y fiel cons-tancia, la ofensa y la defensa, la ilusión y el desengaño, el ímpetua veces agresivo de quien pelea convencido por su ideal y aun lasoberbia de quien pr etende en ocasiones estar r ealizando unaobra buena, todo aquí se mezcla, y forma vario tejido que apr e-ciará algún amigo e impugnarán los adversarios. Eso, sea comofuere. Lo que importa a mi cerebro y a mi corazón, es la esperan-za de que la lectura de este libro confirme dos cosas, que son una:la lealtad a mi Causa, la lealtad a mi Patria.

Las declaraciones anteriores parecen señalar que, desde enton-ces, José Gil Fortoul entendía que hubiesen motivos para que laposteridad, los adversarios de mañana como él los denomina, seocupasen de su obra política e intelectual con criterio de inquisi-dores, como quien, a distancia de los hechos y de las pasiones,

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pretende realizar el balance de una vida. Con firmeza y var onili-dad que no le fuer on extrañas, Gil For toul, en esta obra, par ececomo si se presentase frente a un tribunal dispuesto a sentenciarsu memoria.

Oscar Sambrano Urdaneta

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CON LA SUFICIENCIA que le confier e el sostenido y apasionadoestudio de nuestras letras pasadas y pr esentes; con la autoridadadquirida en la compr ensión y divulgación crítica de nuestr osvalores líricos; y con la penetración con que, poeta de primeramagnitud en su generación él mismo, puede captar las esenciaspoéticas ajenas, José Ramón Medina ha lanzado el pr esente cua-derno: Examen de la poesía venezolana contemporánea . Obra deinvestigación y de encendido reconocimiento de nuestra extraor-dinaria verdad creadora —vista sólo del lado lírico— este ensayo,de tan personal desarrollo y limitaciones, de tan personal acento,arranca de «la generación del año 18», a la que analiza en cuan -to a la «función del grupo y la afirmación estética», en cuanto asus «influencias y originalidad», y, por último, en cuanto a lo quenuestro autor califica de «viraje y búsqueda», por par te de aque-lla misma generación.

Establecido el límite cronológico de 1918, referencia temporalde suma importancia en el desarr ollo de la poesía nacional, José

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José Ramón Medina

EXAMEN DE LA POESÍA

VENEZOLANACONTEMPORÁNEA

Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación,

Colección Letras Venezolanas, 1956.

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Ramón Medina echa «una ojeada retrospectiva» sobre ese mismodesarrollo, que alcanza una de sus más calificadas alturas en lapersonalidad y en la obra de «un poeta singular: Lazo-Martí»,con quien «se funda entre nosotros, en lo que a poesía se refiere,el verdadero movimiento nativista», porque este poeta y su obra«representan una especie de puente espiritual entre la hazaña pri-mera de don Andrés Bello, con su Silva, canto de exaltación a lanaturaleza americana, y lo que los poetas venezolanos r ealizaránpor los alrededores del año 30 y siguientes». Hasta aquí los fun-damentos de partida del presente examen de nuestra lírica.

Capítulo de especial significación, el III, es el que José RamónMedina consagra al movimiento poético que va a culminar en lallamada generación del 28, definida, en el ámbito literario, por suvanguardismo, «especie de inyección de vitalidad para nuestralírica de entonces, desguarnecida prácticamente en cuanto a viven-cias de carácter colectivo», que empar entan la tarea creadora conlas grandes voces del siglo: Neruda y V allejo, entre otros, deAmérica; García Lorca, Alberti, Guillén, Diego, de España. Hechoel balance del 28, el presente estudio aborda una de las agrupacio-nes que han inspirado mayores posibilidades de polémica: el grupoViernes. Queremel, Luis Fer nando Álvarez, Heredia, Gerbasi etc.,son examinados aquí en lo que hace a su actitud personal y a sucontribución bibliográfica, dentro de aquel grupo o en su esferade influencia.

Examen de la poesía venezolana contemporánea , no podía esteensayo divulgativo detenerse en V iernes. Pr osigue mediante laatención a lo que han producido «los poetas del 40 y del 45», quesignifican y representan la natural «reacción contra Viernes», hastafijar conclusiones como la de que «todos los poetas que apar ecenen Venezuela en los últimos 15 años se mueven dentr o de unacorriente literaria plenamente definida que busca ante todo larazón esencial del hombre como primer protagonista de la poesía».

Una breve revisión de los poetas apar ecidos después del 50,muchos de los cuales aún no tienen libro publicado, cierra la pre-sente obra.

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Es natural e inevitable que estudios como el que ahora nos haentregado el autor de Texto sobr e el tiempo determinen las másencontradas discusiones. José Ramón Medina, que tanto ha labo-rado, como poeta y escritor, por nuestra poesía, invita no a dispu-tar sobre su trabajo sino a compr enderlo, cuando lo define como«esquema progresivo, sin ánimo alguno de juicio crítico o históri-co». Quede, pues, su Examen de la poesía venezolana contemporán eacomo sincero y emocionado aporte a la investigación histórico-bibliográfica de la obra de nuestros poetas de ayer y de hoy.

Pedro Pablo Paredes

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LUZ MACHADO DE ARNAO ha querido ratificar con este libro su incon-movible fe de poeta en dos cosas que para ella —para su queha-cer literario en el ámbito del verso— son como especies de caucesque definen una actitud personal y que, en cierta forma, ar rojanluz para definir los límites generales en que ha venido desarr o-llando, sistemática y responsablemente, toda su obra literaria hastaahora: la fidelidad a un cierto rigor formal, en este caso el sone -to, que ella r espeta y «ennoblece» con sincer o apasionamientocreador sin ceder un ápice en su libertad lírica, y la franca y deci-dida manifestación de un mundo pleno de intimidad, en luchaconstante consigo misma y con la realidad externa, de lo cual quedacomo testimonio, que es fruto de experiencia y de cr eación, alpropio tiempo, las pugnas vivenciales del ser solitario que seenfrenta a las desoladas y ásperas contingencias con que el tiem -po ciñe la aventura del hombre en su oficio cotidiano.

Vaso de r esplandor, por ejemplo, publicado en 1946, sería unmagnífico y ya clásico exponente de esa actitud formal que dejamos

Luz Machado de Arnao

SONETOSNOBLES YSENTIMENTALES Santiago de Chile: Edicionesdel Grupo Fuego, 1956.

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anotada; La espiga amarga, libro de 1951, sería, por su parte, unaexacta revelación de nuestro segundo planteamiento. Junto a ellos,ese extraordinario Canto al Orinoco llenaría una función de equili-brio, porque en él la plasticidad de las imágenes, la euforia tr opi-calista del lenguaje enriquecido por interior es ar dimientos y lasensual animación del verso, se vuelcan inconteniblemente enun afán por precisar eficazmente los contornos y valores —objeti-vos y subjetivos— de la compleja realidad del poeta y de su medio—infancia, juventud, elementos selváticos, inminencia fluvial—,vasto mundo en que la palabra poética se r evela como una nece-sidad de expresión y de comunicación humana y literaria.

Lo inter esante es notar , ahora, que este nuevo libr o de LuzMachado de Ar nao, a pesar de su madura posición dentr o de latrayectoria bibliográfica a que pertenece, participa de una cier taansia juvenil y, a veces, de un fr enesí por penetrar la esencia delas cosas vitales —ser y realidad—, como si el poeta estuviera porprimera vez enfrentando la solución de su compleja situación enel mundo. Palpita, en este sentido, un hábito de deslumbramien-to y de búsqueda, al par, en los versos; hay un profundo temblorde iniciado ante el misterio que r odea el tránsito humano, muylevemente matizado por una serenidad que participa de andanzamayor, y de donde br otan las sensaciones como r endidas por elesfuerzo a que las somete un recio dominio interior, conquistadoen cruenta batalla personal. Por que si hay libr o de la autora enque lo personal se manifiesta de manera r otunda y abier ta, conagresivo y hasta recio clamor, es éste, signo de incontenibles fuer-zas que van desde la expectativa tierna y dolorosa, a veces con uncierto dejo irónico y un si no es de jugosa travesura, con que sehiere el mismo pecho que canta, hasta la desgar rada tónica deencendidas apetencias mortales. Esto le da, naturalmente, a losSonetos nobles y sentimentales una fr escura y una inminencia deprimeriza entrega —en lo que a sustancialidad poética se r efie-re— que singulariza, valorando el impulso cr eador, que expresael poemario, suerte de fruto destilado en solitarios días, per o alque no falta, para cerrar su dimensión de dadivosa entr ega, la

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ponderada de luz de lo noble y de lo sentimental, que es otramanera, también, de cumplir el precepto poético. Hay que adver-tir, aunque a esta altura no cr eo que haga falta, que en ningúnmomento lo retórico priva en estos sonetos sobre la viva palpita-ción del lirismo, esencia y sustancia sin lo cual la poesía se doblaal peso del mensaje cr eador. Porque lo formal, en este caso, espretexto si se quiere para la apetencia del canto que busca caucey sendero para darse. Y nada más.

Yo me atrevería a definir el ámbito de este libr o diciendo queél plantea, en todo caso, una situación dramática: la del ser, iner-me y solitario, fr ente a la fuer za mansa pero viva e incontenible,del tiempo que va acorralando sus signos. De allí, por ejemplo,que frente el vencimiento diario de la her mosura y ante la nece-sidad de «resistir dudando», se hallen nor mas «para esta oscuri-dad de estar despierta». Porque «aire de sal, tormenta de ceniza»rodean la soledad, «ciñen la sombra —de cuanto fuera savia yfuera hoja— y flor y rama y árbol en la brisa». Se advierte enton-ces que no se trata de una mera contemplación, de una estáticaactitud indolente, sino de un integrarse a conciencia en la r eali-dad, de una participación activa, que quier e penetrarse —y quelo logra— de la ver dad transitoria que r odea el esfuerzo de lavida. He ahí el núcleo de estos poemas, en general. El poeta vepasar el tiempo, per o no es sólo espectador , también está allí,arrastrado por el torbellino y sintiéndose movido inexorablemen-te por las secr etas fuerzas superiores, entre el fugitivo clamor dela realidad. He ahí el drama, pr ecisamente: oposición constanteentre lo vivo y el escombro, entre lo permanente y la transitorie -dad, entre lo juvenil y lo marchito.

Poesía recia, en última instancia. Poesía batalladora, también.Poesía que define una angustia, un camino y , al pr opio tiempo,una afirmación. Porque el poeta, al fin, buscará en la soledad ren-dida, en el r efugio de su fe humana, la salvación de su batallainterior. Por eso escribirá:

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SOLEDAD

Ya no pregunto más. Ya no contesto. La pregunta está ciega entre la boca. Tierra mordida en el caer sin muerte,manzana oscura, vianda obligatoria.

Ya no pregunto más. Ya no contesto. La respuesta me viene de ti, sola,magnolia estéril, fuente florecida, ciudad de vino con cien puertas rojas.

Prefiero al pensamiento otro delirio. La muerte y no la vida y el hastío. Líbrenme ya materias y palabras.

Quédeme solamente en la garganta el secreto de Dios, que nos levanta sobre la flor y el aire y las campanas.

José Ramón Medina

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FECUNDANDO EL TIEMPO que le queda libre en su profesión de abo-gado, el doctor Manuel Matos Romer o, quizás sin pr oponérselo,ha realizado en su libr o Improvisadores populares del estado Zulia ,una obra de asombr osa vitalidad nacional en cuanto r ecoge, conacuciosidad encomiable, una serie de amables y pintorescos docu-mentos espirituales de las más auténticas fuentes folklóricas.

Se ha ido el doctor Manuel Matos Romero a las verdaderas ver-tientes del alma popular —las más entrañables y r esonantes—como son las décimas silvestr es, las coplas y las gaitas zulianas,resumidoras del más r ecóndito sentimiento popular . Se trata deuna espontánea poesía «repentista y de improvisación» en la cualse especializaron, ayudados por el don natural, algunos tipos pin-torescos de la r egión zuliana, fijos risueñamente en la crónicalugareña como expresión de natural ingenio, fuera de toda prede-terminación de cultura.

En el capítulo primero de la obra, el autor define su propósitocuando afirma su empeño por que no se pier dan «totalmente en

Manuel Matos Romero

IMPROVISADORESPOPULARES DELESTADO ZULIACaracas: Tipografía Matheus, 1956.

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el olvido las manifestaciones más típicas del folklore zuliano». Esdecir: la producción espontánea de los más conocidos r epentistaso improvisadores del verso popular , producción florecida en losfinales del siglo XIX y principios del presente. Asiduo a este propó-sito, el doctor Manuel Matos Romero realizó una jornada admira-ble de espigador por estas eras del verso popular . Así lo reconoceel pr ologuista de la obra, el poeta Héctor Guiller mo V illaloboscuando le concede a este trabajo —como al espíritu que anima losde igual índole intentados por otros escritores— un valor tan gran-de como la defensa de nuestr os r ecursos r enovables. Allí, en elseno de labor es de este tipo, está implícita «la continuidad de lavida espiritual que arranca del r emoto ancestro».

Francisca Cano, Antonio Bríñez, Rafael Ávila (a) «T itán» yNarciso Perozo, fueron individuos de procedencia popular, caren-tes de toda instrucción, que ganaron fama local como fáciles impro-visadores de intencionadas coplas. En ellos, como en un trasuntode sus propias vidas humildes, aludieron, traviesamente, a perso-najes y sucesos de su tiempo en un sazonado caldo de humoris -mo popular.

El doctor Manuel Matos Romero dedica un capítulo de su obraa cada impr ovisador de los nombrados, haciendo r eferencias alcarácter de ellos por medio del amable caso anecdótico y expo-niendo la motivación real que dio origen al texto de las impr ovi-saciones. Surge, de la entraña de estas traviesas coplas (muchasde aguzado ingenio y rochelera intención), como la viñeta retros-pectiva de importantes ciudades del estado Zulia. Así, al referirsea Nar ciso Per ozo, cantador popular de las riberas lacustr es deCabimas y Lagunillas, asoma el ambiente de aquellas ciudadescuando en los años de 1900 eran apenas rancherías oscuras,viviendo de la pesca, de la navegación y de la agricultura, muchoantes del tr epidar de las máquinas per foradoras, del infier no delas cabrias y los mechurrios de la era del petróleo. Matos Romerologra brindarnos amenos y sencillos esbozos de estos cantadores,sumergidos en su ámbito típico.

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En el Capítulo IV de Improvisadores populares del estado Zulia elautor se remite a la exposición de «Supersticiones y costumbres»más comunes en el estado Zulia. Abarca aquí lo relativo a amule-tos, oraciones, aceites, borras de café, animales de mal agüer o, elmal de ojo o mala suerte para luego hur gar sobre los bailes típi-cos de la r egión, como el baile de los «chochos» o el «chimban -gueles», «el zambuyagua», «el celo», «la germania», y datos sobreel fetichismo con el que concluye en bien documentado capítulo.

La obra realizada por el doctor Manuel Matos Romero no es lade un especialista en las ciencias folklóricas, atenido a métodosde investigación e interpr etación. Se trata más bien de una con -tribución que ser virá al especialista como una excelente materiaprima para estudios más sistematizados. Por ello apunta HéctorGuillermo Villalobos:

Su esfuerzo mer ece simpatía y aplauso, por que se ha aplicado aestudiar muchas de las más auténticas expr esiones de poesíapopular en el seno de uno de los pueblos nuestros más inteligen-tes e inspirados —aparte de otras virtudes que lo singularizan—como lo es el zuliano en el mapa espiritual de V enezuela.

Hermann Garmendia

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Miguel Cardona

ALGUNOSJUEGOS DE LOS

NIÑOS DEVENEZUELA

Caracas: Ediciones de la Direcciónde Cultura y Bellas Ar tes

del Ministerio de Educación,Biblioteca Popular Venezolana, nº 59, 1956.

LIBRO ESPECIALMENTE dirigido a los padres y a la escuela venezola -na es el pr esente volumen. Su autor, Miguel Cardona, es uno delos trabajadores que con mayor ahínco y entusiasmo se dedicanentre nosotros a investigar las diversas manifestaciones del fol-klore venezolano. Posee Car dona algunas de las cualidades quehacen más pr ovechosa la exploración en el alma colectiva: laobservación minuciosa de los hechos tal como ellos se pr oducenen la realidad, y la fiel interpretación de aquellos hechos, ajena acualquier intento de adulteración. A la objetividad científica quecaracteriza sus trabajos añade Miguel Car dona la devoción delinvestigador que llega al objeto de su estudio no sólo por loscaminos fríos del puro análisis racional, sino comprometiendo lasnaturales r eacciones afectivas del hombr e que está en contactocon los más elevados intereses que gobiernan y dan razón de sera su existencia.

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El cinematógrafo, la música extranjera grabada y popularizadaa través de aparatos públicos; las tiras cómicas de los periódicosy revistas están influyendo de un modo alar mante no sólo en ladesnaturalización de nuestro folklore, sino en su desaparición ysustitución por formas exóticas, ajenas a nuestra costumbr e y tra-dición. Son varios los obser vadores juiciosos que han manifesta-do su preocupación ante tales acontecimientos, y que han juzgadonecesaria e impostergable una compañía de estudios que nos per-mita, al menos salvar en obras escritas las manifestaciones denuestro genuino ar te popular. Esto es lo que, por su parte, hahecho Miguel Car dona al r ecoger y or denar en el volumen quemotiva la presente nota, algunos juegos de los niños de Venezuela.Mas, no es suficiente r ecoger testimonios para sepultarlos en losanaqueles de una biblioteca, donde sólo habrán de estar al alcan-ce de unos pocos inter esados. Es necesario, para que la obra seacompleta, que esos juegos debidamente ordenados e ilustrados yminuciosamente descritos regresen a los sitios donde la niñez seeduca, a las escuelas venezolanas donde los maestr os están en laobligación de inyectar en el alma del niño aquellos sentimientose ideas que les permitan conocer mejor a su tierra y a su gente.De aquí las palabras con que Miguel Car dona finaliza la br eveIntroducción con que presenta su trabajo:

Nos ha movido a recopilar el conjunto de juegos que presentamosen esta edición la necesidad sentida por algunos padr es y maes-tros de tener un texto donde encontrar las normas básicas de losmás populares juegos infantiles de Venezuela. Sería nuestro mayordeseo que este trabajo les fuera útil para la orientación de losniños que se encuentran bajo su r esponsabilidad hacia unos jue-gos que, además de ser inter esantes y divertidos, tienen para no-sotros el mérito irr eemplazable de formar par te del patrimonioespiritual de nuestro país.

Comprende el libr o las siguientes secciones: «1. Juegos paralos niñitos». «2. Rondas, corr os, ruedas». «3. Juegos de bailar».

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«4. Para contar o elegir en suerte». «5. Juegos de corr er». «6.Juegos de saltar». «7. Juegos tranquilos». «8. Juegos de metras».«9. Juegos de trompo». «10. Papagayos». «11. Juegos de acción,fuerza y resistencia». Leyendo estas r ecopilaciones, en las cualesse ha respetado hasta la expr esión típica de los informador es, ellector adulto no puede evitar que por el cauce r eseco y agostadofluya de pr onto un hilillo de agua cristalina: viene de los máspuros y lejanos hontanar es de la infancia, y a su paso va r efres-cando la tierra y limpiándola de r esiduos y suciedades.

Oscar Sambrano Urdaneta

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Julio, octubre 1956

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CON UN APRETADO Prólogo de García Blanco se publica este libr ounamuniano para presentar unas páginas escritas por el gran sen-tidor y pensador entr e 1897 y 1936, medio siglo casi y sin casi.Cuando aplico el adjetivo apr etado en r elación con el Prólogo,quiero significar con ello varias cosas: conocimiento de la mate -ria, por una parte, y amor , por la otra. En efecto, Manuel Gar cíaBlanco es el mejor conocedor de la obra de Unamuno, no sólo enel orden externo de ella, bibliográfico, sino especialmente en elinterno, el espíritu de la obra. Para llegar a conocer una obra serequiere amor por ella. En esto he parado mie ntes leyéndolo, alprologuista, y conversando alguna vez también.

La edición en tr escientas dos páginas incluye tr einta y sieteartículos y la conferencia pronunciada por Unamuno en los JuegosFlorales de Cartagena, Ateneo, el 8 de agosto de 1902, y la cual datítulo al libro. Forma éste en la Colección Clásicos y Maestros queconstituye un bello programa de la editorial Afrodisio Aguado envías de realización efectiva. Unamuno es, desde hace tiempo, unclásico y un maestro. Su nombre sólo le da a la cultura castellana

Miguel de Unamuno

ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLESPrólogo, edición y notasde Manuel García Blanco.Madrid: Afrodisio Aguado, S.A.-Editores-Libreros, 1955.

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—a la lengua castellana de España y América— un tono de ele-vada genialidad.

La originalidad del libr o consiste en que la exper ta mano deGarcía Blanco localiza aquellos trabajos en que Unamuno tuvopor preocupación central a España y a los españoles, que son, deacuerdo con la idea del autor, una misma cosa, una realidad única.El pr ofesor salmantino vivió pendiente de España como alma,gran alma, histórica. No cr eo que se haya averiguado —ni elmismo García Blanco, tan averiguador , lo ha hecho— de qué ypor qué murió Unamuno. Yo me lo sospecho sin mucha investi -gación: a Unamuno lo mató España, y lo mató, ya se sabe en1936. Bastaría con leer los artículos de 1932 en El Sol, donde lova diciendo casi textualmente, en que apunta ya por qué se vamuriendo —matándose— cada español («Nuestra España», p.243 y ss.); en el titulado «Revida de España» (p. 260), publicadoen 1934 en el diario madrileño Ahora, el sentimiento llega a loslímites del dolor físico; el sentimiento, digo, de cómo España sederrite: «¡Ay, pobre España nuestra!», exclama.

El bullicio que las ideas hacen en una página de Unamuno semultiplica en este librillo entrañable; ellas, las ideas, acompaña-das de los sentires, se encargan de hacer que el volumen no seavolumen puramente sino nutrido contenido, libr o de ver dad.Con cuánta vocación de aclarar, de servir al hombre español, fue-ron escritas estas cuartillas, lo compr enderá el lector fácilmente.¡Una encendida llama hasta más allá de la muerte! Por algo elmismo Unamuno hablaba de la necesidad de ponerse fuego, depegarse fuego.

Un nuevo encuentr o con la vida toda hecha llama de un granespañol, de un gran hombre, de una cultura, será para cualquierala lectura de este libro. ¡Para mí una renovación, una resurrección!

Guillermo Morón

RNC Nº 117-118Julio, octubre 1956

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EL POETA SE halla, desde hace tiempo, ausente, alejado de la patria.De ésta le llegan, de cuando en cuando, ecos. Ecos que van ainfluir en su doble oficio humano: el transitorio, que lo fuerza apermanecer en climas remotos; el verdadero, la creación poética,dentro del cual dos o tr es libros indiscutiblemente inolvidables—Presencia, De la soledad y las visiones, Viajero mortal— dan fe desu paso creador por la historia de nuestra lírica. Uno de los ecosreferidos le sacude, un día cualquiera, el ánimo, lo mueve a laañoranza: la comarca nativa, Valencia, llegaba a sus cuatro siglosde desarrollo. Se ha quedado pensativo el poeta. Mientras en elhorizonte íntimo asomaba el perfil de la ciudad amada, la graciade sus colinas familiar es, la r umorosa cor dialidad de su río. Ypues que de tiempo se trataba, el poeta, en trance de canto ya,comienza por describir la evolución de aquella tierra:

Antes de tu nacer, de tu raza de piedra, eras la selva(Canto I).

Otto de Sola

EN LOSCUATRO SIGLOSDE VALENCIAMarsella: Editorial Labara, 1956.

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* * *

Tendrá nueva ciudad la raza de la piedra en cuanto llegue el hombre con espesa armadura.(Canto II).

Remontando el curso cuatricentenario, el poeta, a la maneraprimitiva evoca apenas:

Los dedos de la fiebre desabrochan la arrugada camisa de los conquistadores.(Canto IV).

* * *

¿Quién es ese jinete del infier no que salta los tranqueros espantando gallinas, pavos y gavilanes?(Canto VIII).

De la remembranza histórica salta nuestro autor a la de la geo-grafía, del paisaje y hasta de las costumbr es de la lejana patriachica:

Todos los gallos de Valencia cantan a tientas y nerviosos entre la madrugada.(Canto X).

* * *

Aquel viejo mercado ya destruido abría sus grandes puertas en la aurora.(Canto XIII).

* * *

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Los talabarteros son mis amigos, utilizan el filo cortante. (Canto XIV).

Hemos aludido antes a la manera un tanto primitiva de r eali-zar esta poesía. Gracias a ella, ha podido Otto de Sola, al pintar-nos de modo tan entrañable el origen y evolución de Valencia, alevocarnos su tibio ambiente, imprimirle al verso, al poema todo,inconfundibles esencias históricas y telúricas. Éstas, pues, verte-bran y caracterizan los primer os catorce cantos —fragmentos deun único poema general— del volumen en r eferencia.

Y hay un instante —cantos XV y XVI— en que al poeta se le des-dibuja poco a poco el acontecimiento, se le deshace por fin laanécdota, se le esfuma la maravillosa geografía. Es entonces cuan-do, desasido de circunstancias o elementos reales, meramente rea-les, asciende, personal voz arriba, al aire lírico, al nivel exacto dela poesía. Ya lo que todavía pudiera par ecer suceso, lo que toda-vía pudiera par ecer ambiente, alcanza, estéticamente elaborado,categoría creadora:

Tus cuatro siglos tienen el polvo de mis muertos. Míralos, reunidos, instruyendo a los pájaros en el amanecer.(Canto XV).

* * *

Siglos buenos y malos, siglos de la vida, siglos de la muerte, nunca cerréis los ojos de Valencia con vuestras viejas manos, donde el viento ha leído mi destino de ar ena movediza. (Canto XVI).

Arturo Uslar Pietri, en el Prólogo de este libr o, declara que nosabe «por dónde este poema sube y por dónde baja y se desha-

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ce». Nosotros creemos, en cambio, que el poema se hace tal, alcabo de catorce estaciones de apasionada memoria. Subidos tanfervorosos peldaños, ya en los cantos últimos, XV y XVI, es dondedecididamente la tierra del poeta, la vigor osa y bella ciudad deValencia, conquista los contornos precisos de la poesía.

Pedro Pablo Paredes

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CON EL sobretítulo de Provincias venezolanas, el escritor R.D. SilvaUzcátegui, miembro correspondiente de la Academia Nacional dela Historia y del Centro Histórico Larense, ha dado a la publicidadun interesante volumen de más de doscientas páginas titulado, Elestado Portuguesa. Por la significación que él encierra para la cul-tura de nuestra provincia, casi siempre al margen del acontecer dela capital, este libr o del autor de la Enciclopedia larense es lo máscompleto que conocemos sobre el importante estado llanero.

Siguiendo un metódico plan de trabajo Silva Uzcátegui agrupalas diferentes secciones que integran el libro por materias, debida-mente clasificadas. En la de geografía incluye la división político-territorial del estado por distritos y municipios, y cada uno deéstos es objeto de un detenido comentario, vivo y ameno, que cau-tiva desde las primeras páginas la atención del lector . Además dela relación histórica sobre la fundación de pueblos y ciudades, pri-meros pobladores, edificios coloniales etc., nos da siempr e datosde geografía económica de primera mano muy útiles para conocer

R.D. Silva Uzcátegui

EL ESTADOPORTUGUESACaracas: Biblioteca de CulturaPortugueseña, 1955.

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el desarrollo progresivo de esta interesante región venezolana. Delo histórico-geográfico, el acucioso escritor pasa a considerar elaspecto cultural que es a nuestr o juicio una de las par tes másimportantes de la obra. De las primeras escuelas coloniales de1778, regentadas por esforzados maestros entre los cuales figura -ba aquel sacristán mayor, don Domingo López, que muchos gua-nareños conocen por r eferencias, hasta la fundación del colegioSan Luis Gonzaga, hoy liceo José Vicente Unda, en homenaje a suprimer director, existe en Guanar e toda una tradición de culturacuajada en los mejores frutos del conocimiento humano.

El Colegio San Luis Gonzaga —dice el autor— fue como el deSanta María del Licenciado Aveledo, en Caracas; el de La Concordia,en El Tocuyo; o el de La Esperanza, en Car ora. Como en todosestos casos citados, su acción constructiva no se circunscribió a lalocalidad y lugar es vecinos, sino que además de otras Pr ovinciasdel país iban jóvenes a estudiar en él, atraídos por la justa fama delInstituto; y muchos de los que después dieron lustre al nombre deVenezuela le debieron la formación de su personalidad moral.

La historia militar y r eligiosa del estado Por tuguesa tambiéntiene cabida en estas páginas. La intención bien lograda del escri-tor guanareño al publicar su documentada monografía está a lasclaras: escribir un libro útil para todos. El estudiante, el historia -dor o el simple comer ciante, ajeno a literatura y a pr oblemas deotra índole no específicos, también tiene allí datos para saber, porejemplo, la producción de arroz en el Distrito Turén. Igualmente,hay quienes se interesan en conocer —y éstos son muchísimos—la aparición de Nuestra Señora de Cor omoto de Guanare y la dela Virgen de la Corteza en Acarigua.

En otra sección, al r eferirse a la historia militar r egional, noscuenta la primera r evolución nacionalista acaudillada en 1898por el general José Manuel Hernández, «el Mocho», y su paso portierras de Portuguesa, que culminó con el célebr e combate de ElDesembocadero el día 15 de mayo del expr esado año.

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Cerca de la una, pasado meridiano, el combate declinaba rápida-mente y no pasó un cuarto de hora sin haber cesado los fuegos;la resistencia de la revolución en la otra margen del río la abando-naron para seguir en completa derrota por el camino de Biscucuy.

De allí continuó el Mocho, río arriba, por Biscucuy y las Ad juntas;ascendió la fila entre los ríos Chabasquén y Chabasquencito hastaSabana Grande. Después el veterano guerrillero se dirigió a Lara.

El ameno libr o de Silva Uzcátegui cier ra con unas páginas deleyendas folklóricas de Portuguesa. Muchas de ellas forman partedel conjunto de hermosas consejas de la llanura venezolana,particularmente de Barinas, del cual for mó parte en un tiempoPortuguesa. Como ejemplo y para no ser muy prolijos, nos referi-remos a la conocida con el nombr e de «El canto del Alcaraván».Esta ave zancuda va y viene por la tierra abierta y r eseca de loscaminos veraniegos. Y no solamente en el estado Portuguesa sinoen todas las r egiones del llano se cr ee que cuando el alcaraváncanta cerca de una casa es porque hay allí una mujer embarazada.

La obra de Silva Uzcátegui forma parte de la Colección de laBiblioteca de Cultura Portugueseña, que bajo los auspicios delgobierno regional se pr opone destacar los valor es de esta por -ción de la tierra venezolana pr estando así un meritorio ser vicioa la cultura.

Oscar Rojas Jiménez

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Julio, octubre 1956

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MUCHOS FACTORES, naturales unos, exter nos o adquiridos otr os,contribuyen a caracterizar al escritor verdadero. Si aludimos, pri-meramente, a estos últimos, la formación cultural, claro está, habráde ocupar puesto principalísimo. La vocación intelectual r equie-re, de manera indispensable, definitiva, fortalecimiento adecua-do, sostenido y riguroso. No se le podría perdonar al hombre deletras —suponiendo, desde luego que pudiera darse así— que,contento con unas pocas nociones, ignorase las causas y conse-cuencias, el dinamismo en fin, que, siglo tras siglo, ha venidoconfigurando a ese fenómeno que estamos acostumbrados a reco-nocer con el nombre de cultura. Solamente una firme sistematiza -ción humanística le permitirá realizar el necesario deslinde entrelo que ya es historia cultural y lo que apenas empieza a serlo, esdecir: lo presente. Análisis de irrebatible lógica, éste, y único mediode ver claro el camino personal —cr eador o no— hacia la siem-pre relativa originalidad.

El progreso formativo, por otra parte, le indicará al intelectual,en un momento dado, cuál es, dentro del amplio espacio literario,

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Rafael Ángel Insausti

CAMINOS YSEÑALES

Caracas: CuadernosLiterarios de la Asociaciónde Escritores Venezolanos-

Tipografía La Nación, 1956.

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el sendero o especialización más concorde con las personales posi-bilidades o ambiciones. Este descubrimiento obliga a comprometertodas las potencias interior es en la corr espondiente fundamen-tación teórica. De modo que el obr ero de las palabras, el escrit or,sólida y universalmente informado, se especializa, luego, para poderincrementar con obra verdadera la heredad que de sus mayor esha recibido. Los nombr es que el tiempo olvida corr esponden aquienes consagraron la vida, sin la preparación previa del caso,a tareas que, por esto mismo, no dominar on nunca. En la selvaperecen, igualmente, los viajeros desapercibidos al mismo tiempoque la reducen a dominio humano bien equipados explorador es.

Cultura primero y especialización después son signos exter nosdel escritor. Uno y otro le darán el perfecto manejo del instrumen-to expresivo: el señorío del lenguaje. Esto último, además, será, sinduda alguna, la consecuencia inmediata, por un lado, del conoci-miento cabal del mecanismo de las ideas, que configura necesaria-mente al habla; y por otro, acaso lo más decisivo, la demostración—hemos hablado de vocación intelectual en el comienzo— deque, sirviendo de naturalísima base a la anterior, un instinto espe-cial ordena, con entera independencia de la razón y de la volun-tad, las diferentes partes —palabras, períodos— del discurso.

Los tres factores analizados caracterizan ya al hombre de letras.Sólo que si éste aspira a ser r econocido, además, como ar tista,habrá de sumarle a la indispensable cultura y al instintivo secr etoidiomático, la condición, única a este efecto, que puede franquear-le las puertas de la cr eación: la sensibilidad. Esa capacidad paraencontrar, hasta en las cosas y circunstancias más familiares, ocul-to a los ojos comunes, el levísimo y eter no temblor de la belleza.

Sólo cuanto dejamos dicho puede explicar la despr oporción,comprobable a simple vista, entre la numerosa cantidad de llama-dos por las letras y los poquísimos escogidos por ellas. Éstas, sonpiedras del tiempo. Por eso, sobr e su faz memoriosa, el tiempo,inapelable, «escribe y borra nombres».

Quien lea los Caminos y señales , la primera obra en pr osa quepublica Rafael Ángel Insausti, tendrá que convenir con nosotr os

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en que satisface por enter o las anterior es reflexiones. La calidadde las ideas allí aprisionadas r esume una firme estructura huma-nística orientada con certeza hacia el campo de la crítica. La br e-vedad de estos nueve ensayos sobr e poetas nacionales —T omasAlfaro Calatrava, Luis Castr o, Pedr o Duno, Pedr o FranciscoLizardo, Rodolfo Moleiro etc.— corre pareja con la más modernaconcepción estética y con el mayor rigor conceptual. Admirablesabiduría del idioma y tonalidad lírica inconfundible distinguena este libro, ejemplo excepcional de prosa artística.

Pedro Pablo Paredes

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RAFAEL PINEDA ha realizado con su poema en siete estancias La cazadel unicor nio, un felicísimo y acertado enlace entr e el mito y lapoesía. Para la sensibilidad contemporánea quizás r esultara unpoco aventurado penetrar los dominios del mito —cantera exhaus-ta al parecer por el reiterado tratamiento literario— para poner arevivir sus fantásticos contor nos en la gracia nueva del versoactual, en el profundo temblor real de la poesía de nuestro tiem-po o en la desgarrada instancia del canto humano que domina elámbito creador de la lírica, pero que a la vez huye de la anécdota,como tal, en busca de un sostenido clima de signos más dramá-ticamente subjetivos.

El poeta de La caza del unicornio ha salido airoso de esta tenta-tiva en la cual el riesgo dominaba toda la andanza del verso. Y nosolamente ha triunfado sobre los escollos inmediatos, sino que almarginar los peligros acechantes, ha confirmado las posibilidadesque brinda a la poesía el tratamiento adecuado de las tradiciona-les formas del mito. Y al mismo tiempo que tal realiza, asegura susingularísima condición poética, alimentada de muy especiales

Rafael Pineda

LA CAZA DELUNICORNIOCaracas: Ediciones de la Direcciónde Cultura y Bellas Ar tesdel Ministerio de Educación, 1956.

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temas en que el rigor de la irr ealidad o el submundo de la fanta-sía cordial se alía eficazmente a los r equisitos de la adustez for-mal, sin que se pier da en esa alianza el temblor necesario de losustancialmente poético. Ya en Poemas para recordar a Venezuela,Pineda había mostrado, con donosa elegancia, su capacidad líri-ca para extraer el brillo justo que se esconde en los misterios dela tradición y del folklor e, reviviendo y r escatando con perfectaelegancia y sentido creador actual, una serie de motivos popula -res venezolanos dentro del espíritu verdadero de la historia y delcarácter humano de nuestr o país. Un paso más adelante en estesentido, y una reiteración de su temática y de su ámbito poético,lo constituye el cuaderno que le acaba de publicar la Dirección deCultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación. Un paso másadelante decimos, porque ahora Pineda ha entrado de lleno en lareelaboración del mito, desde un punto de vista estrictamentelírico, ahora más contraído a la esencia poética en sí, más centra-do en los valor es formales y más cuidadoso en la escogencia dellenguaje, apoyatura de una desbordante imaginería que respondecon justeza a la realidad misma del tema, a sus exigencias r etóri-cas y a sus imperativos de ambiente y época. En esto último losaciertos del poeta son indudables. Por otra parte, si en Poemaspara recordar a Venezuela subsistía un cierto tono de irónico y aveces satírico tratamiento del motivo lírico, muy levemente mati-zado, claro está, por la aleteante gracia del verso desenvuelto, enLa caza del unicornio hay, por el contrario, una actitud de seria res-ponsabilidad que busca estar en todo momento dentr o de unaatmósfera de revelación y deslumbramiento lírico, sin distraer elesfuerzo que se cumple en otra dir ección ajena a la imposicióntemática en sí.

Para el examen bibliográfico del autor , es también necesarioanotar la corr espondencia que se establece —y no solamentedesde el punto de vista formal, sino también en cuanto al riquí-simo empleo de la fábula— entr e La caza del unicornio y su libroEl pie de espuma , publicado en los Cuader nos Literarios de laAsociación de Escritor es V enezolanos en 1953, donde Pineda

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logra un sostenido canto de acertadas imágenes, fundamental-mente en torno a la fuerza rectora del amor terrenal.

La caza del unicor nio es poemario que abr e, indudablemente,un fecundo campo de acción para el poeta. Es justo esperar queen este campo conscientemente escogido dentr o de las vastasposibilidades que la poesía contemporánea ofr ece, Pineda logr edarnos, en poco tiempo, una obra fundamental como la que anun-cia su devoción actual. Para eso tiene ya ganado, como decimos,un lenguaje esencial y un ámbito cr eador propios, junto a esedificilísimo tacto por acertar, en la función lírica, la imagen ade-cuada y el contorno preciso para redondear el sentido poético, talcomo en aquellas felicísimas estrofas, de su poema, donde asomaconstantemente la seguridad y la gracia de la palabra, de las cua-les son, al azar, estos versos:

el ojo sabedor mengua su lumbre(…)y traza de memoria el recorrido.

Avanza un galgo, quéjanse las hierbas, escarba otro lebrel, aúllan juntos, y el cazador, cegado por campánulas,tropieza la osamenta de un guerrero...(…)La batalla se rige por augurios. Si el unicornio prueba hoja de acanto, abatirá a las torres un suspiro. Si escapa un gavilán de los infolios, el vino trocara su viña en piedra...(…)Dentro del unicornio flota un río, en el cual, a su vez, flota el espíritu de muy altos señuelos desprendidos...

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El tema del poema —se nos dice en las palabras de intr oduc-ción— surgió de la contemplación de los siete tapices del uni-cornio que se exhiben permanente en los claustr os del MuseoMetropolitano, en Tyron Park, Nueva York.

José Ramón Medina

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LA FECHA cuatricentenaria de la ciudad de Valencia, celebrada congeneroso espíritu constr uctivo, fue, además, una excelente opor-tunidad para tender la vista en el sentido r etrospectivo hacia losaledaños de la pequeña historia, hacia la crónica de los sucesoslocales, expresiva del hondo existir de la urbe. Dentro de tal espí-ritu pretérito encaja este libr o del escritor valenciano SalvadorCarvallo Arvelo, Palabras lejanas, suerte de animado sentón dondecomparecen, a modo de sentimentales calcomanías, las diversas ydispersas inspiraciones del escritor carabobeño, adherido efusiva-mente, con fruición vegetal de epifita, a los contor nos de la tierranativa, vertiente de suscitaciones líricas para la vigilante sensibili-dad de quien también cultiva el verso.

Especie de espejo r etrovisor, este libr o de Salvador Car valloArvelo recoge en sus páginas, mucho de la crónica y la anécdotade una vida que como la del autor de Palabras lejanas está iden-tificada con su propia circunstancia ambiental. En efecto: la vidade Salvador Car vallo Ar velo ha discurrido en forma vigilante,atenta a las palpitaciones del terrazgo con unción de estirpe azo-

Salvador Carvallo Arvelo

PALABRASLEJANASValencia: Imprentay Litografía Branger, 1956.

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riniana. Es por ello que la multiplicidad temática del volumen—donde se recoge una larga jornada rendida en las letras nacio-nales— conserva unidad de suscitación, a manera de ner vaduracentral del volumen.

El libro está integrado por crónicas br eves, de amable fondoemotivo, llenas de transparente sencillez como que tienen la cofiaen la pr opia tier ra. De ese limo nutricio saca Car vallo Arvelolos mejores jugos ver náculos en temas de suscitación urbana einmediata.

Salvador Carvallo Arvelo procede en cuanto a clima de forma-ción intelectual de las cer canías del novecientos venezolano: dellégamo de la tendencia modernista que se significara en nuestrasletras con definidas características en su peculiar estilo literario ypredilección temática. Sin embargo —como en el caso de excep-ción de Pedro Emilio Coll, hur tado a lo puramente paramentalde la escuela— Salvador Car vallo Arvelo gusta de la sobriedadexpresiva, sin faralaos retóricos. En tal sentido se diferencia de losotros de su generación extraviados en la pura palabr ería del vir -tuosismo que puso de moda Manuel Díaz Rodríguez en sus nove-las y ensayos.

Palabras lejanas es como un br eviario del r ecuerdo donde elautor hace referencia a «hombres de Valencia de hace cincuentaaños y más». La pr osa del autor discur re, serpenteante y alígera,por los borrosos senderos «del buen tiempo que pasó» visto desdeel otero contemplativo de la edad madura, estancia biológica dondelo pretérito adquiere tonalidades afectivas, coloreadas de profun-das nostalgias.

Así es este libr o —dice el autor en las palabras liminar es—, ana-quel de recortes de diarios y revistas donde aún viven las palabrasque escribí para leídas y las palabras que compuse para escucha-das, ya tan lejanas. Gavetas de cosas viejas, ar cón de r ecuerdos,cofre de cariño, urna del pasado. Eso es este libr o.

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Como oportuno aporte para el caudal de la crónica valenciana—tan rica y animada— esta r ecopilación de Car vallo Ar velo,rehabilitada y actualizada, tiene valor para la bibliografía nacio-nal. El trabajo —el de más aliento del libr o— titulado «Valenciaantañona» podría constituir el r esumen de la vida valenciana dehace cincuenta años. El autor evoca la antigua disposición topo-gráfica de la ciudad, sus esquinas tradicionales, los personajesque fijaron el colorido local de la urbe, los episodios que se regis-traron en el ámbito citadino, los hombres de temple moral que ledieron fisonomía a un tiempo esfumado en suaves tonalidades.

En la extensa bibliografía del estado Carabobo, estas Páginaslejanas constituyen el reencuentro con los tiempos idos, sedante re-manso de contemplaciones en el acelerado ritmo contemporáneo.

Hermann Garmendia

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EN UN DELICADO volumen de bolsillo, que contiene más de seis-cientas páginas impr esas en papel biblia, Mariano Picón Salasentrega la segunda serie de sus estudios, ensayos y artículos refe-rentes a nuestr os procesos culturales. A semejanza de lo que elnotable poeta español Jor ge Guillén hizo durante algún tiempocon Cántico, Picón Salas ha r eunido este aspecto de su trabajointelectual bajo un título común: Comprensión de V enezuela. Laprimera de estas series vio la luz en uno de los volúmenes de laBiblioteca Popular V enezolana, patrocinada por la Dir ección deCultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación. De las págin asque formaban aquella primera edición apenas son comunes conla presente cinco títulos: «Geografía con algunas gentes», «Rumboy problemática de nuestra historia», «Paseo por nuestra poesía(1840-1940)», «Problemas y otr os que no lo son», «Perfil deCaracas, 1945».

En relación con sus obras de ámbito americano, los difer entestrabajos r eunidos en el pr esente volumen compendian lo más

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Mariano Picón Salas

COMPRENSIÓNDE VENEZUELA

Prólogo de Hernando Téllez.Madrid: Ediciones Aguilar, Colección

Autores Venezolanos, 1935.

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venezolanista de su autor . Tres aspectos fundamentales par ecenabarcar estos escritos. Uno de ellos intenta pe netrar y explicar loque es Venezuela, vista a través de su tierra y de sus gentes. Otrosse refieren a nuestra literatura y pintura. Y otros, en fin, son peque-ñas crónicas nacidas al paso de los acontecimientos y publicadasen diarios y r evistas caraqueñas. No par ece haber privado en elautor otro criterio de selección que el tema venezolanista que lesda unidad a trabajos de alcance e intención diferentes. Al lado deestudios largos y nutridos, como son «Paseo por nuestra poesía»o «Perspectiva de la pintura venezolana», en cuéntranse artículoscomo «Pequeña historia de la ar epa», «Almanaques», «Cocinaromántica», que recogen, no importa lo modesto del asunto, algu-nos de los más criollos motivos de Venezuela. Además, no puedepasarse inadvertido el extraordinario estilo con que este maestr ode la prosa sabe vivificar hasta sus más humildes temas:

Caliente regalo de las anchas cocinas coloniales, del legendario«pilón» y del budar e de barro —antiguo como las más antiguasculturas de T ierra Firme—, sustento inaugural de la mañanaacompañando a la jícara de chocolate, al meloso guarapo y, a par-tir del siglo XIX, del excitante café, la ar epa evolucionó y aceptómúltiples metamorfosis y aliños a lo largo de su proceso histórico(...) Si en la austera provincia o en el campo es comida madruga-dora, y al último canto de gallos, cuando los celajes de la maña-nita comienzan a dorar los cerr os, el chisporr oteo del budar eacompaña musicalmente el acto de colar el café y forma la prime-ra sinfonía doméstica, en la Caracas mal acostumbrada se truecaen bocado de noctámbulos. El «carrito» del vendedor de ar epas,con su candil r omántico y su hor nillo ambulante, es como unapupila insomne de la ciudad, cuando ya todo comienza a acallar-se y a dormirse. Hay cortejos medianochescos de damas pintadasen traje de baile y de caballeros de frac que, de vuelta del festín yantes de r etornar a sus casas, se detienen popularmente ante latiendecilla nómade, o invaden —como extraña comparsa que

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hubiera pintado Goya— las últimas fondas donde expenden elvenerable pan cumanagoto. A esa hora lívida de la alta noche, yen los venezolanísimos mostrador es de los ventorrillos, con suolor a mondongo y a per nil, desaparecen las clases sociales, y lasgentes que bajaron del Cadillac —como sometidas a la misma leyigualitaria del hambr e— no temen confundirse con el carr eteroque se desayuna, mientras los otr os toman la última cena, o conel borrachito nochar niego que sigue r epitiendo entre cabezadasde sueño, las frases de su monólogo.

Mariano Picón Salas es hoy una de las más r elevantes figurasde las letras americanas. No se discuten su extraordinario tempe-ramento intelectual y la rica formación de sus conocimientos dehumanista. Su estilo literario está a la altura de la mejor prosa his-panoamericana. Y sus conceptos —aun cuando discutibles, aveces— r epresentan la pr oyección de una inteligencia atenta ypenetrante. En el conjunto de la obra del autor estos trabajos sonlos que más directamente se relacionan con el interés de quienesanalizan el desarrollo cultural de Venezuela.

Oscar Sambrano Urdaneta

RNC Nº 117-118

Julio, octubre 1956

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EN LA OBRA lírica de J.A. Escalona Escalona vemos a un hombr eque ha conseguido labrar su soledad: la del amor , la del poema.Soledad —entendida de este modo— que no se difer encia de lavida, por sus inquietudes per entorias, desbordadas las íntimas,tenazmente anheladas aquellas que, desde fuera, asaltan la preca-ria defensa de la morada interior. Soledad dinámica, combatientey creadora, empieza por negarlo todo o por hallar, en todo, moti-vos de exacerbada displicencia: acto fecundo y necesario paraquien se dispone a fabricar su mundo pr opio.

Noche, destrucción, hundimiento, pér dida, quietud, olvido,llanto, son las r ealidades primarias cir cundantes. Vacío y tinie-blas, igual que en el preludio del Génesis; e inicial pesimismo, sí,porque es lo que siempre justifica la decisión optimista de cr ear.

Sin embargo, en esa «cer rada noche» adonde no llegan «lasremotas músicas del mundo», «el corazón clama» y «el fanal delinsomnio está encendido». Hora de angustia, de la sequedad de

J.A. Escalona Escalona

SOMBRA DEL CUERPODEL AMORCaracas: Ediciones del Ministeriode Educación, nº 19, 1956.

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que hablan los místicos. El espíritu se r econcentra, ciego a todaluz perceptible, y entonces sobr eviene esa noche del sentido, deque los místicos también hablan, esa plenitud del alma que sedespoja de lo transitorio:

Cortaron las espadas del relámpagocuanto había de efímero en las frondas.(…)Rotos los lazos que mi cuerpo atabana la ruda presencia de las cosas,he retornado al puro sentimiento.

En esta r enuncia a lo sensible insiste Escalona Escalona, alprincipio sin finalidad apar ente, después con declarada aspira -ción a realidades superiores. Su soledad, su angustia, no han sidootra cosa que la nostalgia del amor. De ahí el que un día opte porderribar «las torres en litoral de olvido levantadas», y el que veacómo, «dentro del murado territorio florece un paraíso de memo-rias». Memorias, solamente. No las cosas sino el r ecuerdo de lascosas: el paisaje ausente; el río que «por el sueño, con libr e prisamelodiosa fluye», y el nombr e y las for mas corporales del amor,surgidos del pasado como reminiscencia de fulgores, de fraganciay de música.

El día del sentido se encuentra sólo en el presente; su noche, enel pasado y el futuro, que representan, por el contrario, el más per-fecto día del espíritu. Deseo y r ecuerdo constituyen la soledadtrascendente. El deseo busca hacer suyo algo que no tiene en susmanos, mediante un esfuerzo dirigido al futur o; con ello pone enpeligro la soledad a cada instante. Por eso el recuerdo ha de encar-garse de mantenerlo a raya, de llevarlo al pasado. La soledad tras-cendente —día del espíritu y noche del sentido— se nutr e, comola poesía, del pasado, todo él memoria, experiencia vital. La queapaga su sed en el futur o es soledad trascendente, per o inestableo amenazada de continuo; y la que se abreva en el presente, no essoledad creadora ni verdadera: causa de que en Sombra del cuerpo

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del amor se la conciba como «enemiga de la luz», como una «ciegasegadora», y de que se le vea tejer «sudarios de ceniza».

¿Tuvo nunca la soledad importancia y profundidad semejantesen la lírica de lengua española? No encuentro que las conclusionesdel famoso libro de Vossler den pie para una r espuesta afirmati-va. La soledad había sido únicamente descansada vida, aldeanososiego, camino de sabiduría, inmateriales azucenas en donde laesposa olvida su cuidado. La soledad de Escalona Escalona, encambio, es fuerza vital, hacedora; y cuando la creación está logra-da, es el mejor centinela de la misma:

Afuera ronda la soledad con sus espadas negras.

IILa soledad de esta poesía vigila, apetece y recuerda. Por esa tripleactividad puede sacar de la nada a que llegó, voluntariamente, elmundo espiritual del amor . Escalona Escalona no empieza porsuponer la existencia de éste, sino por cr earlo. En tal empresa loayuda su soledad lírica actuante. Primer o fue el deseo, elementode la soledad trascendente porque en él se origina el acto creador;después —y ante la avidez o desbor damiento emotivo, ante lafrustración de la soledad en el pr esente y los peligr os, amenazase incertidumbres del futuro— fue la clausura en el r ecuerdo, enla vivencia, fuente de toda poesía, r efugio de una supr ema reali-dad inaccesible a la per cepción y que sólo dentr o de la poesíagana su exacta plenitud.

La soledad, aquí, se identifica, pues, con la intuición creadora:por esto la originalidad que la distingue; e igual que la intuiciónpoética apresa al objeto en su más entrañable esencia, lo espiri -tualiza y transfigura y, al tornarlo actual para el espíritu, lo hacepretérito para los sentidos, lo convierte en r ecuerdo.

Tampoco la obra de esa soledad, el amor , se difer encia de lapoesía, pues la poesía nace de una r elación afectiva con las cosas

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y puede considerarse inseparable, verdadera «sombra del cuerpodel amor». Gracias a éste «el corazón se siente poderoso», y es enlas manos, en la voz y en la fr ente del amor donde el mundo delrecuerdo comienza: melodía, perfume, lejana luz de astr o, comoun parpadear del aire:

De sus manos —en vuelo por las r osas—tomaban forma y levedad los pájaros.(…)Y de su voz; nacientes arroyuelosen música y aroma descendían.Orillas de la noche, sobre el césped,su pie —dulce quebranto del rocío—apagaba las huellas del crepúsculo.(…)Del horizonte puro de su frente el lucero del ángelus nacía.

Y a tanto alcanza la fuerza del amor, que la soledad se le somete, ysi continúa existiendo es por el poder y la voluntad de aquél:

De su resplandeciente señoríosobre mi propia vidatu corazón oscuro se sustenta.Te sostiene su luz. ¡Por ella vives!

Dicho de otro modo, la soledad se salva en el amor y en la poesía.

* * *

Queden estas líneas como simple y muy personal intento deaproximación a la lírica de Escalona Escalona. Con te meridadesbozo en ellas el concepto de una soledad trascendente. Los tér-minos parecen excluirse entre sí. Establecen una difer encia, sin

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embargo. Esta soledad no es la soledad física, familiar a la poe -sía española. Por soledad trascendente se quier e señalar la raí zde la cr eación y también la tentativa cr eadora, el r equisito parala conquista de aquello que el pr opio Escalona Escalona ha lla-mado «la inefable compañía», no otra, en su caso, que la delamor, la del poema.

Rafael Ángel Insausti

RNC Nº 119

Noviembre, diciembre 1956

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LAS HOGUERAS MÁS ALTAS, un título muy sugestivo, r ecoge seis relatosde uno de los más novedosos cuentistas jóvenes con que cuentala Venezuela de hoy. Editado por Sardio, quien recientemente, enun alto deseo de tratar de dar solución al pr oblema editorial delos noveles escritores nacionales, se constituyó en empresa editoray tiene como miras más inmediatas entr egar al público un con-junto excelente de estos trabajos, fr escos y muy elocuent es de lanueva y moderna literatura venezolana.

Adriano González León es, hoy por hoy , uno de los escritor esde más definido aliento humano en la joven narrativa, que vaganando altos sitiales en la literatura nueva del país. Un decirmágico, una vuelta hacia antiguas leyendas y mitos parecen envol-ver su trance, su fino trance de escritor. Lejos de tentadoras pláti-cas sociológicas y de sospechosos manifiestos sociales, GonzálezLeón ha hecho de su cr eación un motivo de hondo r egocijo poé-tico, de cálida arquitectura humana. Desde los días en que obte -nía el segundo pr emio en el IX concurso de cuentos pr omovido

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Adriano González León

LAS HOGUERASMÁS ALTAS

Caracas: Ediciones Sardio, 1957.

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por el diario El Nacional de Caracas, se ha mantenido fiel a lospostulados de la cuentística, o mejor, de su cuentística, porque esdecididamente personal el sello que tiene la expr esión del autorde Las hogueras más altas.

Habría que decir que este deseo por integrar un lenguaje mássugerente, vuelto hacia un cálido sor tilegio donde las palabrasconstituyen el mejor r ecurso, es en cier to modo la intención dealgunos jóvenes venezolanos que aun en la misma poesía, hanhecho de este decir una forma novedosa y saludablemente r eno-vadora de las letras del país. Esta publicación de Adriano GonzálezLeón, con ilustraciones de Manuel Quintana Castillo, sería el pri-mer exponente de esta narrativa en la cual está empeñado uninteligente grupo de jóvenes escritores nacionales.

Por esto, al saludar en esta nota el primer intento bibliográficode Adriano González León, estamos complementando tambiéncon el gesto, un moder no ademán, un nuevo diseño de la jovennarrativa venezolana.

Félix Guzmán

RNC Nº 120

Enero, febrero 1957

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SIEMPRE TUVIMOS una dura imagen del filólogo. Aquella severidadde los trajes, aquel rigor de los cuellos, aquel r ostro afilado hacialos lados por los bigotes, aquellos ojos de lanza siempr e como ala caza de gazapos, nos quitaban el habla, o mejor , nos quitabanlas palabras. Y su misión no era otra que la de un fer oz guardiánde las palabras. Y nunca entendimos ni nos fue grato aquel azotetotalitario sobre la lengua. Por ello pensábamos en el filólogo comoen un tronco seco, asediado por el polvo y las malezas, en mediode aquella selva de infolios y diccionarios, bajo el ojo triangular(como el ojo de Dios) de la Real Academia. Desde allí, desde esaespecie de arsenal de vocablos pulidos y de buena familia, com en-zaba a lanzar dardos contra cualquier despliegue apasionado de l avoz, contra quién sabe qué acentos o qué raíz cortada que la emo-ción, la geografía o la necesidad nos obligaban a usar . Y nuestranecesidad de comunicación, impostergable muchas veces se ver -tía entonces clandestina, moviéndose entr e sombras, siempr e alacecho para borrarle la pista al cazador de vocablos conspirado res.

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Ángel Rosenblat

BUENAS YMALAS PALABRAS

Caracas-Madrid: Ediciones Edime, 1956.

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Pero aun en la oscuridad podíamos entender nos, había diálogos,nos entusiasmaba la fuerza cr eadora de humor o poesía de ciert asfrases, y definitivamente no compr endíamos el monopolio delmensaje que se arrogaban las palabras puristas. Por otra parte, lasgentes sencillas, desprovistas de nuestros prejuicios y miedos inte-lectuales, seguían hablando fr esca y jubilosamente, afilando sustérminos para la ir onía, recortando algunas letras para las horastristes, abriendo su gran hilo metafórico cuando llegaba la poesía.

Pero he aquí que un día cualquiera se presenta alguien sin cue-llo ni bigotes duros, sin el ojo de la academia, parecido más biena una rama fresca, nada señorial ni pulido, ayuno de ceremonias,alguien que también se encar gaba de palabras y se alejaba deltodo de nuestra idea de filólogo. Alguien llamado Ángel Rosenblat,sin diccionarios pesados para lanzarlos contra nuestras cabezas,sin reglas severas que nos cortaran la voz. Y entonces toda aquel lacomunicación clandestina adquirió visos de legalidad. Fue comouna especie de toma del poder después de muchos años de luchacallejera. Y por parques, teatros y avenidas lucieron seguros de símismos los refistoleros que cansados de andar íngrimos y solos,prepararon, sin temor a una pela, un sabroso sancocho en la pulpe-ría que quedaba al voltear la esquina. Con ellos siguieron los palosde hombres, las rochelas, los corotos necesarios, las mamaderas degallo. Porque Ángel Rosenblat, con su sentido creador y vivifican-te hacia el lenguaje, venía a decirnos que «detrás de las palabras,a veces oculto o disimulado en ellas, está siempr e el hombre».

Ese sentido humano del hablar (y no suena a necedad, pues hayun sentido libresco del hablar) viene ahora a reunirnos, en un espe-so volumen, todo un rico conjunto de aquellas palabras ilegítimas.Y como se trata deelementos de no muy alto linaje, Rosenblat, ajenoa los ropajes acartonados, tomando partido por est a democratiza-ción del lenguaje (democracia de altura, pues él mismo r ecuerdaque la voz del pueblo es voz de Dios), se pone también a hablarmuy llanamente, con una gracia admirable, y le sigue los pasos aciento veintiséis expresiones. De toda esa exploración sin rigores,sin amedrentamientos, sin venenos, sin pedantería, sale un libro,

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Buenas y malas palabras , que desde ya ha comenzado a formarparte de las grandes obras r eveladoras del espíritu nacional. Ypocas obras como ésta, escrita justamente por alguien que no hanacido entr e nosotr os, r ezuman mayor acer camiento amor oso,mayor espíritu gallardo hacia nuestro patrimonio popular. Pero esque Ángel Rosenblat se ha hecho venezolano, no simplementepor la carta de naturalización, sino por que se ha puesto a escu-char, a bucear, a husmear, a hablar nuestras pr opias palabras. Ycon ellas entró en la historia, las leyendas, los milagr os naciona-les. Y ningún otro medio mejor para comenzar, pues, según aquelmensaje bíblico, al principio fue el verbo.

Ahora el pr ofesor Rosenblat puede sentirse satisfecho de sutarea. Así como nosotros estamos satisfechos de haber encontradoun filólogo que no levanta las cejas, no frunce el ceño al menordescuido del que habla por su sangr e y su tradición. Buenas ymalas palabras sirve de escudo para nuestras aventuras del lengua-je. Sin que ello implique que se pueda apr ovechar como puertafalsa por los intencionados, pues así como el purista causa espantotambién el chontal de profesión nos pone en fuga. Y no debe olvi-darse —Rosenblat lo recuerda en la Introducción— que «hay unaforma útil del purismo» y que «con todo no hay divor cio absolu-to entre el habla popular o familiar y el habla culta».

Adriano González León

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Enero, febrero 1957

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ENRIQUE MUÑOZ RUEDA, este autor que se inicia después de haberleído a los narrador es clásicos y moder nos en el idioma en queescribieron, publicó a mediados de 1956 una novela que, contodos sus defectos, señalados por una crítica tanto más acerbacuanto que Muñoz Rueda hablaba con un lenguaje antiliterario yatrevido, parecía aportar materiales y revisiones nuevas a la nove-lística venezolana de tendencia social. Se trataba de Beatriz Palma,novela que evocaba el estilo de Gallegos y el de Pocaterra. Per oMuñoz Rueda no procedía de una formación exclusivamente lite-raria ni del todo venezolana y había leído a los contemporáneos,así como desglosado, parte por parte, el inmenso ciclo de Balzac,novelista por el que siente más inclinación que por cualquierotro. Se enfrentaba en Beatriz Palma a problemas que no eran losdel lenguaje, entr egándonos, además, un mensaje de angustia,basado en el examen de algunos pr oblemas contemporáneos.

Desde muchos puntos de vista Beatriz Palma era una novelaimperfecta, y principalmente desde el punto de vista técnico. Pe-ro sacaba a r elucir el viejo atr evimiento temático de la novela

Enrique Muñoz Rueda

LOSMERCADERESEN EL TEMPLOCaracas: Ediciones Edime, 1956.

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venezolana en esos tapices de mediocridad. Venía a comprobar loque ya se sabe: que en nuestro medio hay grandes temas suscep-tibles de expresar en una novela de pr etensión contemporánea yque no era menester evadirse hacia los pr ocedimientos extranje-ros en boga para describirlos. Él no quería echar a menos el valorde nuestra tradición.

Los mer caderes en el templo es la segunda novela de MuñozRueda, aparecida momentos antes de que la crítica dejara de ocu-parse fuertemente de su otra obra, Beatriz Palma. Es una novela,ésta que comentamos, mucho más atrevida en la expresión de sufondo sociológico. Los mercaderes en el templo , novela que tieneeste título tan simbólico y acertado, ha encontrado el éxito dehaber sido una obra muy leída y comentada aquí y allá, un tantoa la sordina. Por tanto recomendamos su lectura, pero nos calla-mos desglosar su ar gumento, no sólo por la br evedad a que selimitan estas reseñas, sino también por evitar un malentendido.

Inspirándose en Balzac, Muñoz Rueda ha dado comienzo conestas dos novelas a un ciclo novelístico tomando como temáticade su narración los aspectos patológicos de una sociedad que estáactualmente en incesante transformación. Sus críticas se dirigen ala juventud y nos describe el camino de la frustración de nuestrosdestinos; el problema de cier ta clase de inmigración, toda clasede prejuicios sociales y, sobre todo, los aspectos más mórbidos deuna sociedad en donde el novelista par ece encontrar el espejode su propio temperamento morboso. Pero Muñoz Rueda carga asu favor el hecho de que plantea ver dades muy hondas, aunqueamargas, en la descripción de ese torbellino de fracasos que nospinta en su mural vasto. ¿Coinciden estos hombr es con los de larealidad? Creemos que no, al menos no siempre. Como novelis-ta le falta elevación moral, y su crítica es negativa y despiadadadesde que no busca las soluciones esperanzadoras que es dadoencontrar en todo lo humano. Él no ha podido encontrar unhéroe y toda novela debe tener un fondo de generosidad, que esla base del verdadero compromiso. Pero el drama se justifica porsí mismo.

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Los mercaderes en el templo viene a continuar, de tal modo, eseperiplo iniciado con Beatriz Palma cuyos personajes vuelven a apa-recer, están vivos en una aventura que continuará, y que nosotros,por otra parte, estimulamos para que continúe; aventura que, enotro sentido llevaría muy lejos a Muñoz Rueda en el cultivo de suexpresión y en el refinamiento de su lenguaje, y también en el aná-lisis de sus personajes que bucean en la mediocridad.

Lo que ha escrito, si no son páginas bellamente compuestas nifelizmente solucionadas, como quisiera escribirlas un joven des-pués que ha terminado de leer a Pr oust o a Faulkner , tienen suprofundo contenido social y su moraleja; y esas páginas que reve-lan una sinceridad que se r ebela, nos enseñarán a unos y a otr osa ver en la vida los símbolos de lo que ver daderamente somos, ylo que r ealmente no podemos llegar a ser , por que en nuestraslimitaciones consiste nuestra libertad.

Juan Calzadilla

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Enero, febrero 1957

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UNA NOVELA constituye una suma de esfuerzos técnicos que, sitúeseen la modalidad más clásica o más audaz, es imposible desechar. Sitoda la narrativa del siglo pasado se imprimió a base de ciertasleyes rigurosas, de ciertos procedimientos de ritmo e intensidad,la negación de esos principios que se ha hecho en nuestra épocano significa sino la creación de nuevas normas. Ello nos acerca ala idea de que existen postulados, en cualquier tiempo, para regirla creación. Y quien se pr oponga cerrar filas en tal sentido, debecumplir con ellos. De otr o modo, corre el riesgo de que su tar easalte la valla, se escape por la puerta falsa y se enr ede en unamaraña de titubeos, decoraciones, deficiencias y pér didas. Y eseso precisamente lo que ocur re con esta novela de Ima Summis.Los primeros nueve capítulos nos señalan que el autor confundelo documental con la acción, violenta o acompasada, que debellevar la novela. Una descripción recargada, una intención en exce-so educativa, ciertas opiniones ligeras sobr e el clima y la econo-mía, casi nos dan la idea de que nos enfr entamos a un libro detexto sobre la tier ra falconiana, escenario en el que se desarr olla

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Ima Summis

MIRO GUAGUACaracas: Escuelas Gráficas Salesianas, 1956.

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Miro Guagua . El conocimiento que Ima Summis tiene de laregión, revelado por los miles de detalles que congrega, lo traicio-na en su tar ea de novelista, haciendo que la trama desapar ezcaen una abundosa colección de estampas inconexas. A tal excesoparece haber sido obligado el autor por culpa de su amor osoacercamiento a la r egión. Los árboles, las hondonadas, los ríos,los más mínimos rincones de la sierra, son tratados con una espe-cie de cariñoso aliento paternal. Pero tal acopio de buenas inten-ciones, por sí solo, no hace la solvencia del libr o. El ritmo sedisuelve y, pese a que Ima Summis ha querido seguir la vida deun personaje, uno llega a tener la sensación de que no ha ocurri -do nada. Hay figuras que muy poco tienen que hacer en el libr o:Piocero, el Cura o ese señor de los incendios llamado Miralles,traído a las páginas nada más que por la necesidad de pr esentarun malo, en aquel paraíso donde Chía, don Mateo, Zoila, otr osamigos, y el propio Miro, son ángeles a los cuales jamás se les entur-bia el alma. Y ello a pesar de que las cir cunstancias en las cualesse mueven implican un duro combate vital. Aquí lo más irritantedel libro. Si ya en un principio hemos dicho que ha fallado comonovela por faltar a la técnica, a la trama, a la seguridad y a laaudacia, el asunto o la «tesis» que pr etende no es más afor tuna-do. Y aunque tenemos conciencia de que el tema cuenta poco enuna novela, de que su calidad y fuerza están dadas por los secr e-tos de su propia jerarquía, y como este libro de Ima Summis tienepoco que decir en este sentido, debemos tomar en cuenta lo argu-mental por la serie de planteamientos insólitos que concita. Ellector se encuentra con un personaje llamado Don Mateo quehabla de la propiedad y tiene sus pr opias teorías para la defensade la tierra en Uria. Sin duda, son de una pureza jurídica elemental.¿Para adónde va Ima Summis, que posiblemente quiera de buenafe que los propietarios de Uria estén asegurados por las vías lega-les, al no conceder valor a la autoridad que se tiene sobr e unosmetros cuadrados si antes no ha habido un contrato o un pr eviocambio de beneficios y obligaciones? ¿No es ello dejar la puertaabierta al desalojo, a las violencias, contra un campesinado que

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en la vida real ha entrado en la posesión de la tierra sin más docu-mentos que sus imperiosas necesidades vitales y de trabajo?

Pero la violencia injusta par ece agradar al novelista, pues, noobstante la nobleza de que alar dea, se solidariza con un persona-je inicuo llamado Juan Afilao que en la novela «soluciona» el pro-blema urbanístico de Punto Fijo derribando a golpes de tractor loskioskos de los pequeños comerciantes. Y ya en los extr emos, ImaSummis logra lo que jamás había logrado la novelística social enel país: desacr editar la acción sindical de un modo ostensible yreunir numerosos párrafos de lugar es comunes sobre el progresode Amuay, Punto Fijo y Car dón. Ese pr ogreso «admirable» queproporciona, de un modo asombr osamente fácil, los medios desubsistencia final para Miro Guagua, quien compra un terreno enuna meseta de Uria y se prepara, candoroso, a explotar las posibi-lidades que el avance petrolero le va a proporcionar. Y allí el rema-te de su desdibujada historia. Ima Summis, que al comienzo de sulibro muestra un afecto intenso por la tier ra falconiana, frustra alfinal, quizás sin saberlo, sus buenas intenciones. Al igual que sehan frustrado sus intentos de hacer una novela. Y Miro Guaguasólo quedará, sin atender a su anécdota, como un documentalvaledero para el conocimiento de la Sier ra de Coro. Nada más.

Adriano González León

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UNA DE LAS particularidades estilísticas más esenciales en OscarGuaramato, como cuentista, es la suger encia: su poder metafóri -co, su imaginación desbocada, su lirismo total y deslumbrante;otra, lo que muy bien podríamos denominar su garra: sus golpestremendistas, su ternura fiera, su inagotable calor humano.

Guaramato es él y su ascendencia, él y su descendencia. Vienede sus propias raíces y está, clavado, en sus propias raíces. Por susangre circula, a lo sumo, un air e de leyendas y supersticiones, d emitos y conjuros. No le adivino otro parentesco ni otro posible ante-cedente. Es —ya lo he apuntado en otro lugar— lo mágico popu-lar venezolano; como García Lorca es —o fue— lo mágico popul arandaluz.

En «La niña vegetal» —tal vez el cuento más poético de cuan-tos hasta ahora he leído— Guaramato emplea palabras comorayos, plenas de temblorosos, oscuros simbolismos. «Rociaremospelos de macho cabrío entre sus dos senos», dice. «Y (...) hiel devíbora en su sexo, para que grite por las madrugadas (...) y en susangre pondremos cien arañas negras...» No le preocupa tanto el

Oscar Guaramato

LA NIÑA VEGETAL Y OTROSCUENTOSPortada e ilustraciones de Luis Luksic.Caracas: Tipografía La Nación, 1956.

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carácter del personaje como la plasticidad del ambiente en que semueve dicho personaje. Le apasiona, más que la trama, el clímax.Lo que sugier e va siempr e más allá de la razón, a clavarse en elmismísimo corazón del misterio. Por encima del excelente narra-dor, en Guaramato está siempre el poeta.

Este libro —preciosamente editado, maravillosamente ilustra-do por Luis Luksic— agrupa seis cuentos o narraciones. Los tr esprimeros —«La niña vegetal», «Luna llena» y «Dolores»— perte-necen a una tendencia perfectamente mágica, donde la suger en-cia y la intuición lírica son lo esencialmente importante; los otrostres —«Los nudos», «V ecindad» y «Par edón»—, sin r omper launidad poemática del volumen, corr esponden a una tendenciamás realista, más fiel al hilo nar rativo, a la anécdota, a la integri-dad psicológica de los personajes y del ambiente. En «Dolor es»,drama de la sexualidad y la ambición, de busca y aventura, haydureza; pero donde tocamos el total escalofrío del hombr e es en«Los nudos» y en «Paredón».

Oscar Guaramato, ya lo dije, viene desde sí mismo y va a símismo; es una nueva fuerza cr eadora, una nueva modalidadnarrativa. No se parece a nadie. Es él. O vale o no vale. Se le niegao se le admite. Mas no se le puede exigir que sea distinto. T ieneque cubrir totalmente una experiencia. No importa que el fulgorlírico le ciegue en alguna ocasión la raíz. Guaramato es una indi-vidualidad, una personalidad poder osa. Sus cuentos, con magiade mito y de selva, son como una r ealidad misteriosa disparadahacia el mismo centro del hombre.

Hace años escribía Azorín: «El cuento es un resumen de nove-la y de poema». Y eso es, en síntesis mágica, la pr odigiosa cuen-tística de Oscar Guaramato.

Pla y Beltrán

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EL DOCTOR César Tinoco Richter, acucioso profesor de las faculta-des de Humanidades y de Economía en la Universidad Central yprofesor asimismo en el Instituto Pedagógico, ha dado ahora a laestampa el conciso volumen al que se r efiere esta nota y que lasincluye diversas, enlazadas por unidad de estilo. Por eso no omi-timos una referencia personal del autor, al que estimamos mucho,dispuesto siempre a recoger en ágiles líneas el sentido que comohistoriador, cree percibir en el instante que corr e.

Erraría quien no tomara el actual libro de Tinoco Richter desdeeste punto de vista. Nada hay en él que pretenda perennidad extra-ña al acontecer enjuiciado; per o nada hay en él que desdiga a launiversalidad de criterio con el que es enjuiciado el cotidiano afán.

Prosa limpia, sencilla. Títulos que dan idea del contenido queles sigue. Todo sin engaño, franca y denodadamente puesto al día.He aquí las características que se nos antojan como más sobr e-salientes en la obra del amigo.

César Tinoco Richter

SIGNOS DENUESTRA ÉPOCACaracas: Ediciones Venezolanas,EDIVE, 1956.

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En tres partes está dividida. La que significa una excursión porla historia cultural de América; y las dos dedicadas a la actualidaddel tiempo en que vivimos: una a sus problemas educativos, peda-gógicos; otra a los pr oblemas políticos, económicos, sociales, dela diplomacia y del derecho.

Unas veces predomina el recuerdo emotivo, como el tributadoal doctor Eloy González; en otras, la consideración del autor secorre a la cuestión del Sarre, calificado justamente como un «valleconflictivo», al nuevo concepto de la igualdad, lejano con r espec-to al de la Revolución Francesa, al régimen parlamentario o la ines-tabilidad gubernamental de Francia, o a la Escuela de Periodismo,reciente en Venezuela como dependencia universitaria.

Se trata de una miscelánea auténtica. Quedaría en despropósi-to cualquier intento de seguirla en sus piezas puesto que éstasalcanzan el elevado númer o de setenta y cuatr o. Cuando es, enverdad, un mosaico; cuando ha de ser entendida en el dibujo deconjunto que con este mosaico se r ealiza, podríamos decir regu-larmente, sin arbitrariedad de rompecabezas.

Hay un pensamiento de la gente joven, aunque de las «gene-raciones» se abuse. El doctor César T inoco Richter hace gala deuna moderación de panorama que no suele ser habitual en loshombres de su edad, per o que no deja de traducir , llegado quesea el caso, una audacia de perspectiva; eso sí: sin herir a perso-nas, con espíritu atento a las necesidades colectivas y a la buenafe de sus personer os, sin distinción de razas, de nacionalidades,de «edades», de credos, ni de otras cosas parecidas.

El espíritu liberal es compr ensivo. Y es liberal y compr ensivohasta con respecto a las tendencias opuestas.

Tomemos ahora un ejemplo, sin que esta elección disuene dela tonalidad de conjunto que hemos querido señalar sobre consi-deraciones de diferente índole. Sea el de la atención benévola queTinoco Richter otorga al imperio español en América y a la llama-da «siesta colonial» que supondría idea de insuperable marasmo,cuando en realidad no era otra cosa que señorial desmayo. Otraspotencias «colonizadoras» del Nuevo Mundo no han hecho más

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que presidios o territorios sin espíritu en los climas en los que la«intransigencia» española permitió la formación de nacionalida -des soberanas. Ya la historia de América no puede «sestear» sobrecategorías cómodas de leyenda negra, cuando Toynbee —uno delos grandes autor es comentados—, a pesar de su nacionalidadinglesa, es capaz de comprender la historia dentro de un horizon-te completamente distinto, más matizado y más exacto.

El autor de la obra que comentamos recuerda a sus maestros yles dedica el fruto. No podría esperarse actitud difer ente de ungran defensor de la continuidad de la historia, de la fe más acen-drada en el hombre.

Domingo Casanovas

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Marzo, junio 1957

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LA COLECCIÓN Letras Venezolanas, cr eada no ha mucho por elMinisterio de Educación a través de la Dir ección de Cultura yBellas Artes, cumple una necesaria y encomiable labor divulgativaalrededor de temas vinculados en una u otra forma a la vida cul-tural del país. El número 5 contiene, como lo indica el título, cua-tro ensayos del historiador y economista Eduar do Arcila Farías,titulados: «Climas de opinión», «¡Arriba la locura y el desorden!»,«¿Para qué sirve la historia?» y «Ubicación de Oviedo y Baños enla historiografía». Si el ensayo, merced a la agilidad y relativa bre-vedad propias del géner o, permite a su autor adelantar teorías,sugerir puntos de vista, esbozar temas y señalar coincidencias odiscrepancias sin tener para ello que r odearse del aparato críticoexigido por trabajos de mayor enver gadura formal, ofrece tam-bién al lector , como característica pr edominante, la posibilidadde encontrar en breves páginas motivos para una más pr olongadareflexión. Que ésta tenga por consecuencia un completo acuerdocon las tesis del ensayista, o que conduzca a una discr epancia

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Eduardo Arcila Farías

CUATROENSAYOS DE

HISTORIOGRAFÍACaracas: Ediciones del Ministerio

de Educación, Colección LetrasVenezolanas, nº 5, 1957.

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más o menos acentuada, es en cierto modo secundario: lo queverdaderamente impor ta es el fecundo estímulo intelectual, laincitación a pensar que surja de las páginas del ensayo. Bienpuede decirse que Arcila Farías ha logrado plenamente este obje-to: sus cuatro estudios constituyen pr ovechosa e interesante lec-tura, y uno de ellos cuando menos —el titulado «¿Para qué sir vela historia?»— mer ece ser conocido de toda persona culta, asíestén sus actividades muy alejadas del campo de la historiografía.Mejor diré: más que a los especializados en esta rama del saber ,interesa al químico y al botánico, al ingenier o y al lingüista, almédico y al abogado, la atenta lectura de las enjundiosas pági-nas que Arcila Farías ha dedicado al problema de «la utilidad» dela historia.

El primero y más largo de los ensayos lo dedica el autor a expo-ner y discutir una tesis del profesor norteamericano Carl L. Beckersobre el sugestivo tema de «los climas de opinión». Si la expresiónes relativamente nueva, en cambio el hecho a que se refiere es tanviejo como la historia misma: ¿hasta qué punto las ideas y senti -mientos de los individuos egr egios les pertenecen, o son debidosal ambiente intelectual, moral y social de su época? A este r espec-to cabe r ecordar que Bertrand Russell, en una de sus obras másfamosas, señala —para apartarse de ellos— dos errores contradic-torios muy comunes: el de exagerar la influencia de los filósofos ypensadores sobre el acontecer histórico y sobr e la mente de susseguidores, y el de considerar a aquéllos como simples pr oductosde las circunstancias, de su ambiente y for mación. En todo caso,resulta evidente que para comprender un determinado sistema depensamiento —el de Santo Tomás, el de Dante, o el de Voltaire—y para analizar sus pr oyecciones en la vida misma, es necesariocolocarlo antes en el «clima de opinión» en cuyo seno se gestó ydesarrolló; precisa relacionar dicho sistema con las creencias y lasvivencias, con los sentimientos y fuerzas generales de su época, sinque ello signifique aceptar los prejuicios y errores de sus contem-poráneos: hay que ser un poco güelfo y gibelino a la vez, comoalguien lo creía indispensable para comprender la Divina Comedia.

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Esta compenetración con el pasado es tanto más fácil al historia-dor cuanto él es más hombre de su tiempo, y en la medida en queha tomado conciencia de los problemas esenciales de su mundo ysu época. Que no es ésta una vana par odia, viene a demostrarlola parte final del ensayo de Ar cila Farías, donde se discute si el«clima de opinión» actual es fáctico —como lo sostiene el pr ofe-sor norteamericano— o sigue siendo tan racional como el de SanAgustín, Santo Tomás, y el de los filósofos de la Ilustración, segúnopina el historiador venezolano.

Un tema de perenne vigencia, y por lo mismo muy de nuestrotiempo, desarrolla el autor en el segundo de sus ensayos, titulado«¡Arriba la locura y el desorden!». Claro está que la locura a la cualse refiere no es la insania del orate o del maniático sino la inquie-tud del «hombre de ideales (…) que saliéndose de la rutina rompeo pretende romper los patrones que la sociedad y la época empleanpara juzgar los actos y las ideas». Prototipo americano de esta clasede «locura» podría ser el Bolívar de Jamaica y de Casacoi ma. Mas,¡atención!, el Libertador no fue un mero idealista, uno de aquellos«visionarios aéreos» que él mismo fustigó en los albor es de suvida pública: fue también, y en grado sumo, u n realizador, unhombre con los pies bien afincados en su mundo americano. YBello, cuya siembra educadora dio tan copiosos frutos en todo elcontinente, no puede ser calificado de «loco», en ningún sentidoque se le dé a esta palabra. Bienvenidos, pues, locura y desor den—tal como los concibe Arcila Farías— cuando anidan en el espí-ritu de hombres de la talla de un Bolívar, un Juárez, un Sarmiento.Y bien está «r omper los patr ones», cuando se tiene algo mejorcon qué sustituirlos; pues de no ser así… peor es meneallo. ¿Quése gana, en efecto, con poner a un Antonio Leocadio Guzmán o aun Vicente Azuero en el lugar ocupado por un Casa León o unGerardo Patrullo?

Ya hemos dicho ar riba cuán valioso nos par ece el tercero de l osensayos de este libro. En cuanto al último —«Ubicación de Oviedoy Baños en la historiografía»— está igualmente escrito de m anomaestra. Habla aquí Ar cila Farías de la for mación de O viedo y

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Baños, mostrándolo afiliado a la escuela erudita surgida de los estu-dios de un Mabillon, un Richar d Simon, un Bouquet (la obra deBossuet, a quien también menciona, tiene a nuestr o juicio unaorientación distinta) e influido por el pensamiento cartesiano y p orlos escritos de Bayle. Para Ar cila Farías —y cr eemos que está enlo cierto— el historiador criollo es ya un hombr e de la Ilustración:su obra presenta ya el carácter de lo que se llamará Historia Civil.Quisiéramos añadir, como una hipótesis que r equiere demostra-ción documental, que entre los «archivos de la Provincia», dondesegún propia confesión se documentó Oviedo y Baños, debe ocu-par el primer lugar el eclesiástico, cuya consulta debió facilitarlemucho su par entesco con el obispo. T al vez una investigacióncuidadosa en este fondo —hoy en vías de reorganización— ofrez-ca datos que sería de positivo interés comparar con la Historia deOviedo y Baños.

No tememos repetirlo: es grato comprobar cómo este libro dereducido tamaño, casi un folleto, r ebosa en estímulos intelectua-les de la mejor ley.

Manuel Pérez Vila

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CON UN EXCELENTE prólogo del doctor Carlos Felice Cardot, emba-jador de Venezuela en Colombia y académico e historiador dis-tinguido, acaba de publicarse en Bogotá el tomo segundo delArchivo del general José Antonio Páez . La obra ha sido pr eparaday realizada, con la colaboración de la señorita Ana Rueda Briceño,por el doctor Enrique Ortega Ricaurte, dir ector del Ar chivoNacional de Colombia. Y a este infatigable investigador , a quientanto debe la historiografía de los países bolivarianos, había ofre-cido en años pasados a los estudiosos de nuestros anales el tomoprimero de dicho Archivo, hoy prácticamente agotado. El segun-do ha sido editado ahora con la cooperación de la FundaciónJohn Boulton de Caracas, impulsada por la dinámica generosidady el amor a las tradiciones patrias que distinguen a don Alfr edo

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Enrique Ortega Ricaurte

ARCHIVO DEL GENERALJOSÉ ANTONIO PÁEZ.

TOMO II

(1821-1823)

Documentación del Archivo Nacional de Colombia.Prólogo de Carlos Felice Cardot.

Bogotá: Fundación John Boulton, 1957.

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Boulton. Se inicia así en el campo de la historiografía una fecund acolaboración colombo-venezolana, que es de desear halle numero-sos seguidores. En efecto, si unos mismos son los fastos de ambasnaciones en el momento más glorioso de su historia, uno mismodebería ser el esfuerzo realizado para su estudio y difusión. En losdocumentos preliminares del libro que comentamos se evidencia elnoble trato dispensado al general Páez durante los postreros añosde su vida por las autoridades y el pueblo de Colombia, y los h o-nores que en Bogotá se rindieron a la memoria del Centauro alconocerse la noticia de su muerte.

Comprende este volumen casi tr escientos documentos,correspondientes a los años 1821, 1822 y 1823, vale decir desdeCarabobo a la toma de Puerto Cabello. Son años de intensa lucha,durante los cuales se afirma y adquier e brillantez la estr ella dePáez. Una simple ojeada al rico y variado contenido de esos docu-mentos nos permitirá advertir algunos de los inter esantes temasque allí apar ecen: los pr olegómenos y secuelas de la batalla deCarabobo (aunque haya en la documentación una vasta laguna,desde el 9 de mayo hasta el 13 de septiembr e de 1821), el lar goy difícil sitio de Puerto Cabello, con el episodio intermedio —taninsuficientemente estudiado hasta ahora— de la confusa campañ ade Maracaibo. El lector hallará también en esas páginas sugesti-vos aspectos de la r ealidad venezolana: la caótica situación eco -nómico-social de los Llanos, y el descontento de sus morador esante algunas medidas del gobier no central; los problemas causa-dos por Leonardo Infante, quien tiende a convertirse en corifeo delos pardos barineses y apureños; la enemistad que enfrenta a Páezy al general Miguel Guerr ero, que andando el tiempo habrá deenvenenarse y tendrá graves consecuencias en 1826, el oscur oasesinato del terrible Aramendi, ultimado —según escribe Páez—en su cama, mientras dormía; la muerte del bravo Rondón, cau -sada por haberse infectado de tétano una leve herida que r ecibiócombatiendo fr ente a Puer to Cabello; las constantes friccionesentre Páez y las autoridades civiles de V enezuela, el intendenteNarvarte o el mismo Soublette; las dificultades que ofr ece el blo-

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queo marítimo de Puerto Cabello por la escasez de buques conque cuentan los patriotas, y la mala coordinación de sus esfuerzos;las actividades de Gerardo Patrullo en Curazao a favor de Morales;las repercusiones que tuvo en Venezuela la orden de expulsión detodos los españoles desafectos, cumplida a rajatabla por Soublettey combatida por Páez como impolítica; las andanzas del cor onelTorrellas por tier ras de Cor o, y la irr esoluta actitud del generalClemente ante la ofensiva de Morales… Así, podríamos señalarcien aspectos más, de valor humano unos, militar otr os, socioló-gico todos, cuyo interés es primor dial para la exacta dimensiónhistórica de aquel período.

Aunque la mayor parte de los documentos publicados llevan,como es natural, la firma de Páez, el editor ha tenido el acier tode incluir igualmente en la obra bastantes piezas emanadas deotros jefes patriotas o realistas, cuando el contenido de éstas acla-ra o completa el significado de los documentos del hér oe de lasQueseras. También figuran en el libro las sustanciaciones puestasal margen de muchos oficios por el vicepresidente Santander o suministro de la Guer ra, Pedro Briceño Méndez, cosa que muchoseditores de documentos olvidan o desdeñan hacer , con gravemengua del valor histórico de sus obras. Como una contribuciónpersonal al mejor apr ovechamiento del libr o que comentamos,señalaremos que los documentos números 279 y 285, que apare-cen sin el nombre del destinatario por no figurar éste en los ori -ginales, los creemos dirigidos al Libertador, basándonos para elloen el texto de dichas cartas: el númer o 327, que se halla en elmismo caso, nos parece dirigido al intendente de Venezuela, gene-ral Carlos Soublette, y en cuanto al número 328, que comprendedos documentos, es indudable que el primer o de ellos, fir madopor Páez, está destinado al general Miguel de La T orre, como sedesprende de la respuesta de ese jefe español.

El Prólogo de Felice Cardot, denso y bien documentado, no esuna de esas páginas de cir cunstancias rápidamente per geñadaspara salir del paso, sino un estudio de la personalidad del caudi-llo llanero henchido de emoción y a la vez de una fina pr ecisión

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histórica. Bella y útil empr esa de cultura esa en que se asocianlos nombres de Ortega Ricaurte, Boulton, Felice Cardot. ¡Sirvaella de estímulo para una más estrecha colaboración, siempre cre-ciente, entre historiadores e instituciones culturales de allende yaquende el Tachira!

Manuel Pérez Vila

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ES POR TODOS conceptos digna del mayor encomio la acuciosalabor que se impuso el bachiller Loreto Loreto para poder presen-tar al público de Venezuela, en ciento sesenta y ocho páginas, unadocumentada historia del periodismo en el estado Guárico, cuyotexto se encuentra ilustrado por treinta y ocho facsímiles de algu-nos de los periódicos que han cir culado en las poblaciones gua -riqueñas y varias fotografías de personas que se han destacado enel periodismo regional.

La labor de búsqueda ha sido indudablemente en extr emominuciosa y pone de manifiesto las facultades de investigaciónque animan al autor de este opúsculo. Entre los facsímiles encon-tramos el del Correo del Guárico, primer periódico del estadoimpreso en Calabozo en el año de 1859. Sin embar go, Lor etoLoreto nos dice modestamente en su breve Prólogo que sus notassobre el periodismo guariqueño

de ninguna manera pr etenden abrazar y describir la actividadperiodística de cada uno de los pueblos que hoy son unidad de

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Blas Loreto Loreto

HISTORIA DELPERIODISMO

EN EL ESTADOGUÁRICO

Buenos Aires: Imprenta López, 1957.

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raíz, conciencia y cielo por virtud de la augusta mano delPerímetro (…) sino cr ear una pauta sistematizada que sir va deayuda a sucesivos, más completos y mejor elaborados trabajos.

Se inicia el folleto con inter esantes datos acerca de la divisiónpolítica del estado y las cifras del último censo de población,correspondiente a noviembre de 1950; luego nos informa los orí-genes de la primera impr enta, que fue llevada a Calabozo por eldoctor José Lorenzo Llamozas en el lapso de 1850 a 1858, paraenumerarnos después, en rigur oso orden cronológico, las diver-sas publicaciones que han visto la luz hasta nuestros días en algu-nas poblaciones del Guárico.

A juzgar por la documentada relación que nos ofrece esta inte-resante monografía, ha sido bastante intensa la actividad perio-dística en el flor eciente estado, y de ella se despr ende que entodas las épocas sus intelectuales han sentido hondas y continuaspreocupaciones políticas, económicas, sociales, que han tratadosiempre de manifestarse a través de ese eficaz vehículo del pensa-miento, para llevar a todos los ámbitos del pueblo la prédicaoportuna, la frase admonitora, la voz de aliento y la lección deenergía y esperanza en sus desfallecimientos, cumpliendo así laverdadera misión del periodista vocacional que tiene concienciade su deber…

Entre los datos curiosos que podemos apr eciar en este folleto,destacamos el que alude al periódico de más r educido formatoque se ha impr eso, cuyas dimensiones fuer on de 57 mm por 32mm. Fundado en Altagracia de Orituco el año de 1915 por A.Aranguren, bajo el pseudónimo de «Juan Hidalgo», quien tuvo lahumorada de bautizarlo por antífrasis con el nombre de El Coloso,mereció el honor de ser reproducido en facsímil en The New YorkHerald, con el epígrafe: «The Smallest news-paper in the World».

Para concluir esta breve nota consideramos oportuno rectificardos pequeños errores en que incurr e L.L.: el uno, cuando men-ciona al director del Boletín de la Biblioteca Nacionaly lo llama JoséEnrique Machado, cuyo verdadero nombre es José Eustaquio, de lo

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cual estamos seguros por tratarse de nuestro difunto tío; el otro serefiere a Luis Emilio Lizar do, director de la publicación Radium,que circuló en Altagracia de Orituco en 1923, de quien afir mael bachiller Loreto que fue «autor de Dos Puntos, colección decrónicas publicadas durante diez años en periódicos del estadoCarabobo». La verdad es que Dos Puntos fue un pseudónimo uti-lizado por el cronista Pedro Lizardo, hermano de Luis Emilio, yaque éste en modo alguno podía haber publicado en esa época cró-nicas para la pr ensa durante diez años, puesto que se hallabarecluido desde 1914 en las bóvedas del Castillo Libertador dePuerto Cabello, donde hicimos estrecha amistad.

M. Pereira Machado

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PARA LOS QUE estamos viviendo esta Caracas tr epidante y agitadade una época de transición, tan difícil de r ecoger en un libr o,resulta esta otra Caracas, esta otra Venezuela, tan extraña…

Y sin embar go sabemos que ha existido, mas que sigue exis -tiendo, y que ha engendrado toda una literatura que ha demos-trado ser tan fecunda, cuando ha plasmado en ella tantas obras.Cuando ha logrado quedar así expuesta en esas galerías de cua-dros que nos muestran el desarr ollo de toda una época, y almismo tiempo que la formación de una nación, la de una cultu-ra muy singular.

Muy singular. Los que hemos r ecorrido diversos países de laAmérica Ibérica que fuer on colonias y tenemos una visión, aun -que ya tan lejana, de la vida colonial, nos quedamos prendidos enel encanto de esa visión nostálgica. Y nos asombramos de la pr o-fundidad de las raíces hispánicas que han dejado enquistadas elsuelo, lo que constituye en r ealidad la ver dadera estructuraciónde las sociedades: las costumbres…

Pablo Domínguez

EL CAPITÁN DE LA ESTRELLACaracas: Tipografía Vargas, 1957.

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Y en este libr o de cuentos y r elatos, Pablo Domínguez nos vahaciendo rever como si acabáramos de vivirlas, las estampas colo-niales de nuestra infancia. Los cuadr os de costumbr es de aquelperíodo que permanecen inmutables como si todo lo que habíaocurrido y que tiene tanto valor histórico, hubiera pasado sindesflorar apenas ese fondo, ese estrato de las costumbr es que hadado su fisonomía al criollismo americano.

Cada una de esas obras es como un pequeño aguafuerte, tanrecio y tan exacto, burilado sobr e aquel fondo. Y eso que ocurr eaquí en Caracas, en Venezuela, lo hemos visto otra vez, comoen nuestra lejana infancia en Filipinas, en Santo Domingo, enMéxico… Aunque claro está que no en ese Santo Domingo trans-formado después del terrible seísmo del año tr einta, sino en lasciudades y los pueblos del interior de la isla. Como tampoco en lainmensa urbe de la meseta, con sus tr es millones de habitantes,entre los que aparecen aquí y allá como islotes étnicos los gruposaztecas, sino en Veracruz, en Guadalajara, en San Luis de Potosí,en Puebla, en el estado de Sonora, en Yucatán sobre todo…

Los cuentos apar ecen fechados, como éste que abr e el tomo:«Contrastes», en 1955, per o a pesar de que pr ecisamente éste escomo una escena de la Caracas de transición, el pr otagonista, lospersonajes, el paisaje de uno de esos cerr os urbanos y sobre todolas ideas del autor , son de la otra Caracas; de esa que lamenta lapérdida de uno de sus hijos —casi con las mismas palabras con -sagradas por la tradición popular en estos casos, con tan intensosabor colonialista— sacrificado al Moloch del lujo moderno —casise está diciendo innecesario—, del nuevo afán del lucro —del carrocomo de aquí a la esquina— tan absurdo…

En «El capitán de la estr ella» —el cuento que da nombr e alvolumen— ese capitán es también un hombr e, un marino, «deaquel tiempo». De aquellas costumbr es caballerescas que le im-ponen el gesto jaque, y suicida, en que se arriesga la vida, tan pre-ciosa para los ser es queridos, p or mantener la actitud hidalga,la palabra dada, el arranque ibérico de los remotos conquistadores

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que han hecho solera; que han formado ese concepto del honorcalderoniano, que no es sólo teatro en la escena, sino realidad vivaen la existencia colonial, donde figuran tantos de esos cuadr os enla galería prodigiosa de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma.

Es esta analogía la que nos causa tanto asombr o. Esto de queen pleno siglo XX y en esta Ciudad de los Caracas, transformadaen una urbe modernísima por la energía de sus gobernantes y entan breve tiempo, se publiquen estos cuentos y r elatos fechadosentre 1925 y 1955 —treinta años— y que resurjan en todos ellosaquellos mismos sentimientos; que resurjan aquellas mismas cos-tumbres, que nosotr os vivimos hace más de sesenta años en lasislas remotas del archipiélago colonial del Pacífico.

En «Domingo de verano», en «Como los muertos», «En unanoche a bor do de la Rosa Mar gariteña» y a pesar del motor delbuque destartalado; y sobr e todo en estas tr es estampas colo-readas de un verismo tan intenso: «Mor dedura», «Ensalmo» y«Costuras», con su característico «husmo» o hechicerías y em bru-jos, tan típicos.

Como hay también un regusto, un picante sabor irónico muy de«aquel tiempo» en «Demasiado humano», «El muñeco de goma»y «Cicatriz».

Y otro sabor más ásper o a las viejas r ebeldías tan pr opias delmodo de ser hispano, en ese admirable r elato que está tan plenode emoción y de belleza, en su auster o dramatismo: «Bayardo».

En suma; el libro de Pablo Domínguez resume aquellas mielesde la añoranza, de lo que no muere. De lo que se mantiene comoun caudal de raudas aguas que br otan de la entraña misma de lacolonia y que no han podido agostarse ni sumirse por que son yaporción de la naturaleza misma, del modo de ser y sentir deVenezuela.

Y aunque la ciudad se agigante y crezca día a día estirándose yextendiéndose por las viejas haciendas en esa invasión de lamarea urbana. Aunque por el ámbito inmenso de los campos y delas montañas el pr ogreso envíe sus máquinas a la conquista delinfinito verde de los unos, y aun del otr o insondable azul de los

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cielos, las gentes permanecen atadas, sujetas a los viejos sentir es.A ese ancestro multisecular de las costumbres, que las hacen reac-cionar como entonces, retornando a su condición básica y étnica,en cada instante de sus vidas.

Que ya en ese amargo Prólogo que le ha puesto Pablo Domíngueza su libr o apar ece el r eproche del escritor contra la civilizaciónmecánica, como otro síntoma de aquel mismo sentimiento ances-tral por lo pasado, por lo sentido, por lo que no se quier e olvidarporque es lo suyo, lo nuestro, lo eterno, lo inmortal.

José Rial Vázquez

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UNA BREVE NOTA final nos advierte el carácter de este libr o deRafael Ángel Insausti, De pie, sobre la sombra, a la vez que defineel proceso singular que opera en el ánimo cr eador del poeta. Enefecto, se nos dice allí que un «deseo de forma y de or denacióndefinitivas» ha llevado al autor a agrupar toda su poesía, desde1951 hasta la fecha, en un solo volumen, después de un rigur o-so examen de la misma, al que ha ser vido de punto de apoyo elafán de imprimir unidad esencial a la expr esión poética (esto es:a la comunicación lírica).

Hay poetas así: cuidadosos y par cos, vigilantes y despier tos acada instante sobr e la pr opia obra que, una y otra vez vueltoshacia la creación intemporal de sus versos, hacen del trabajo líricode todos los días un homenaje de sabiduría integral, una decidi-da y humana entrega a tarea que busca darle eficaz brillo y sentidodefinitivo al material fecundo de que son poseedor es. Ni exube-rantes ni precipitados en la espontánea fluidez del verso, ni retó-ricos o abundantes en la explosión violenta del lenguaje, ni

Rafael Ángel Insausti

DE PIE, SOBRELA SOMBRACaracas: Gráficas Sitges, 1957.

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mucho menos llevados por la facilidad de la inspiración que cadamomento toca la puerta de las voces pr ofundas; precisos y exac-tos, sí; ceñidos a la revelación madura que no descansa, y prestosa la esencial claridad de la comunicación —hecha de sentimien-to, gracia y dominio de las formas personales—; en una palabra,decididos por el desnudo y certer o hueso de la palabra que esmisterio per enne, la obra de los poetas de esta categoría estárevestida por el respeto más profundo hacia la verdad de la poe-sía y por el sincero entusiasmo que presta la autencidad y la ori-ginalidad del acto creador. Poetas de poco volumen, si se quier e,pero de mucho decir y de sustancialidad en el decir. Insausti per-tenece a esa categoría. Basta r epasar las verídicas páginas de supoemario. Y por si ello no bastara r emitirnos a la confesión con-tenida en la nota a que aludimos:

De estos poemas —se nos dice allí—, los de Brisa del canto, los deAire de lluvia y luz y los de la primera parte de Conjuros a la muer-

te fueron publicados hace años; varios de la segunda parte de losConjuros se dieron a conocer posteriormente en la Revista Nacional

de Cultura , Papel Literario de El Nacional e Índice Literario de El

Universal de Caracas. Se agrupan todos ahora, modificados algu-nos, por un deseo de forma y or denación definitivas.

Mayor fidelidad con el lector no es posible, más decidida sinceri-dad de una labor constante no puede pedirse.

* * *

Brisa del canto , la primera sección del libr o, está integrada porsiete sonetos. Escrita y publicada independientemente en 1951,demuestra ya las que son notas distintivas del poeta: categóricoclima de r eminiscencias clásicas en la estr uctura grácil del verso,lenguaje de espontánea claridad lírica, intimidad de ser ena auracrepuscular, voz de sentimiento vivo y ver dadero. Aire de lluvia yluz, de 1952, compone la segunda estancia. En ella se confirm an

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las anteriores características, per o se añade un nuevo valor a laforma expresiva: ese tono de tibias memorias que par ecen emer-ger del fondo mágico de un idioma encristalado y aér eo. La últi-ma parte, Conjuros a la muerte , la más r eciente (1954-56), apun tasobre toda la obra anterior el fuego de la inquietud humana, ali -mentada por temas de trascendencia per durable: el tiempo, lasoledad, el amor, la vida y la muer te, en la coyuntura de la con-fesión o del testimonio del hombr e. Hay en esta par te poemasque tienen la fuerza extraordinaria del logro perfecto, y que en sudimensión de misterio y cercanía dramática, recuerdan el alientode las palabras bíblicas:

Yo cantaba: Eres bella, es terrible tu hermosura. Las ajorcas de tus piernas y brazos parecen un rebaño nocturno. He bebido la música y tu rostro, en la lluvia, de noche.

Pulseras, ahora, los gusanos, anillos de silencio en la humedad y el limo.

No iré sobre tus huellas, por los caminos, tanteando, buscando el sitio blanco donde está tu recuerdo.

Vientos y olas me cercan, delirantes; suben al pecho; llaman, con puño de tiniebla; son el furor, alerta, ¡famélico en la sombra!

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* * *

Este libro, ciertamente, es un cerrado espacio de poesía, dondebrillan las más bellas y duraderas luces de la cr eación, en alta yequilibrada jerarquía, con encendido fuego de perdurable acento,asistido por un lenguaje de severa calidad y a veces cer cano altemblor místico del éxtasis:

La soledad se encuentra, como la sombra, siempre. El ser se colma de ella, que sin embargo es pura como la luz; se enciende el corazón, se pone a destellar sus rojos sobre los quietos montes. En gozo, en vida, en llanto, en muerte, amor, olvido, la soledad del hombre…

* * *

¿Cuál es la savia que, como pulso de poderosa llama subterránea,mueve las gracias elevadas de esta poesía de Rafael Ángel Insausti?No hay sino una sola forma de r esponder a esta pr egunta: elaliento que nutre el acto de la cr eación en este poeta venezolanoes aquel que brota de la realidad misma del hombre, personaje desu propio misterio, ceñido a su insoslayable historia, a sus cir -cunstancias temporales, a su denso mundo cultural, a su centr onatural de agresivas pugnas y desoladas negaciones. Pero del cualbrota, también, la ansiedad de borrar los ásper os contornos paraconstruir la her edad luminosa del amor , de la vida, del destinooptimista y transitorio.

El poeta vigila desde su altura de consumada maestría —pul-cra claridad del lenguaje o alarde de encendida forma, lograda en

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rigor de fuerza fugitiva, de limpia posibilidad metafórica en quela luz es elemento vital y permanente— ese curso infatigable delpropio sentimiento unitario —confesión, emoción—, por que lapoesía no puede renunciar ni a aquélla ni a ésta. El poeta se anun-cia de pie, sobre la sombra; de ella se sustenta, por que es herenciade su propio existir, de su sangre a tientas, de su angustia inevi-table, de su interr ogar ciego como la inerme furia del hombr e asolas; pero, en la noche o en el día, es infatigable la tentativa quesalva hacia la luz, que es la vida misma, con todas sus hazañasbajo el tiempo. Soledad, amor, olvido, tristeza de arrebatados sig-nos, memoria y presentimiento de la ausencia, r ealidad palpablede la naturaleza y del paisaje pleno de evocación o de extrañosaugurios, la sombra de la nostalgia o la inminencia temblorosa dela muerte —olvido definitivo—, amor ciego hacia la tierra, rondade la infancia lejana, conjuros a la sombra y sus muros invisibles,signo del hombre que invoca y testimonia a cada instante la r ea-lidad del sueño, del amor y la luz —o sea: confesión lírica, emociónhumana en su más alta validez y logro—, concurren al milagro deesta realidad mágica —vuelo de encendimiento que vence ojos yoscuridades— que nos da el creador, el vate augural, el reposadocantor o el acuciado indefenso, en su idioma de esmerada pulcri-tud esencial, castigado en el esfuerzo del más cerrado dominiointeligente sobre la materia infor me de la palabra, gracias a eseequilibrio de perfección entre la unidad temática y la unidad esté-tica, formas per ceptibles del quehacer elevado de la r ealizaciónartística.

De este libro de Rafael Ángel Insausti habrá de hablarse —pasa-do el tiempo— como de uno de los hitos fundamentales de lapoesía contemporánea de Venezuela. De su técnica, de su sustan-cialidad humana, de su serenidad estilística —verso sin quiebras,redondo, labrado en el mejor de los air es líricos— y sobre todo desu clima de perfección idiomática y de lograda madur ez creadora.

¿Qué mejor firmeza de expr esión, de contenido esfuerzo líri-co, sin sobradas palabras?:

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Después del resplandor de la frente y la mano, y del amor, que a todo y siempre pudo servir de lámpara; luego de tantas rutas, de tanto servir devorador, de tanta hoguera al cielo levantada, la soledad de un nombre habrá, no más…

José Ramón Medina

RNC Nº 121-122

Marzo, junio 1957

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MOTIVO DE especial complacencia para nosotros la encomienda quenos ha dado la Revista Nacional de Cultura al encar garnos unabreve nota para este interesante trabajo de reconstrucción históri-ca que r evive un episodio desar rollado en el vasto escenario denuestras selvas y en los legendarios tiempos de la conquista.

Se trata del efímero reinado de un negro esclavo que lanzó enestas tierras el primer grito de r ebelión contra los desmanes delinvasor ibero, y en todo el relato palpita un hondo sentido huma-no dentro de una trama de genuina tradición nacional.

Acerca de esta obra aducen sus autor es en la breve Introduccióncon que la pr esentan: «No está escrita en for ma de novela ni enforma de cuento y, aun cuando lo parezca, tampoco es una narra-ción: su forma y estructura cor responden a la de los escenariossinópticos»; y de ahí que la hayan denominado novela cinemato-gráfica. Novela, por que la fantasía va unida al hecho histórico;cinematográfica, porque sus personajes y sus escenas están des -critos con singular plasticidad, pues las mentes que han dadonueva vida al remoto suceso pensaron originalmente en su posi-ble realización como film.

Tte. cnel. J.M. Pérez Morales y Enrique Lluch S. de Mons

NEGRO MIGUEL, EL ESCLAVO REYCaracas: Talleres de Estampados Sarda, 1956.

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En cuar enta y cinco páginas de amena lectura que ilustranveinte preciosas láminas fuera de texto y a todo color , inspiradasen la acción que nos van pr oyectando, se r elatan los incidentesque culminan en la coronación del Negro Miguel y su esposa GuiOmar, personajes centrales de la obra. De aquél se advier te que,a pesar de verse r educido entonces a la deprimente esclavitud,antes había combatido con el grado de capitán a la or den deSolimán II, sultán otomano enemigo de Carlos v , hasta caer pri-sionero en la batalla de V iena, ser vendido luego a los negr erosportugueses y trasladado a V enezuela para trabajar en las minasde Buría. En cuanto a los orígenes de Gui Omar sólo se dice quenació en Córdoba y más tarde fue vendida en Cádiz por su dueñaMencía Quiñones de Albornoz, porque el primo y prometido deesta dama se había enamorado de la joven y hermosa sarracena.

La circunstancia de haberse librado de la muerte el indio Yazú,cacique de la tribu de los Águilas Blancas, mordido por un reptil,merced a los piadosos cuidados que le prodigaron el hidalgo donJulián Bravo Miguel y Gui Omar, establece entre los negros y losindios una amistosa alianza; en tanto que el complot ur dido porla ambición de Pedr o de Muñiz y sus secuaces, para asesinar aBravo y a su fiel ser vidor Miguel y apoderarse de un car gamentode oro, tras una serie de peripecias termina con la lucha entre losnegros y los soldados españoles, los cuales fueron derrotados gra-cias a la oportuna y decisiva inter vención de sus aliados indios.

Fuera de combate la mayor parte de la guar nición hispana yprisioneros los que se habían rendido, después de los preparativosde rigor se pr ocedió a la cer emonia de la r eal proclamación, des-crita con lujo de detalles. En la emocionada alocución que pr o-nuncia ante sus súbditos el flamante r ey promete solemnementeluchar por la libertad de los negros esclavizados, estrechar más laalianza con sus hermanos indios, y echar «del país a los vilesesclavizadores». De inmediato dedícanse a fundar en lo másintrincado de la selva, con el nombre de Curduvare —en recuer-do de la ciudad cuna de Gui Omar—, la capital de su nacientereino, para desde allí proseguir su obra de liberación, destacando

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grupos armados contra las haciendas que poseían esclavos, enincursiones que lograban repetidos éxitos y acrecentaban las hues-tes libertadoras del rey Miguel.

Consecuente con el pr opósito que se había impuesto, planeócon el cacique Yazú la destrucción de Nueva Segovia. Ésta se llevóa cabo al sorpr ender a sus descuidados defensor es en un asaltonocturno, diezmándolos totalmente y convirtiendo la poblaciónen una gigantesca hoguera.

El grueso de las fuerzas españolas estaba acantonado en NuestraSeñora de la Concepción del T ocuyo, al mando de Diego deLosada; y al enterarse éste de los graves acontecimientos, r esuel-ve atacar al enemigo en su pr opio reducto. Por un negr o prisio-nero sometido a tor turas logra informarse de la existencia deCurduvare y del lugar donde se hallaba emplazada. Y contra ellamarchan los iberos sedientos de venganza por la pasada derrota yel último sangriento asalto…

Atacados por sorpresa los combativos negros se defienden contodo el denuedo que da el instinto de conservación unido al odiohacia sus esclavizadores, y en las alternativas de la cruenta luchael resultado final habría sido desastroso para los atacantes, de nohaber mediado, fatalmente, el certero disparo de ballesta que hirióde muerte al Negro Miguel, con la consiguiente desmoralizaciónde sus hombres y su inmediata rendición.

Así concluyó hace más de cuatr o siglos la gener osa y her oicatentativa libertaria, esa gesta inicial con ideales de emancipación,cuya simiente necesitó centurias para germinar; per o que al finun día despuntó con fuerza avasalladora, se convirtió en árbolvigoroso como nuestr os samanes, extendió sobr e América susfuertes ramazones y luego espar ció sobre los pueblos sus almosfrutos de libertad…

M. Pereira Machado

RNC Nº 121-122Marzo, junio 1957

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CUANDO LEEMOS una de estas Memorias, una doctrina —nadamenos que la de la igualdad entre los hombres— se nos mella expe-rimentando este ataque; este contraste, este choque con una r ea-lidad tan ruda, y tan mezquina.

Es sin embargo conveniente que estos libr os sean publicados,y aun más, que sean traducidos, para que se pueda compr enderhasta dónde puede llegar aquella incomprensión. Hasta qué puntounas costumbres, unos métodos de vida, r utinarios y al par ecerintrascendentes, pueden alterar los conceptos básicos sobr e unpueblo —Caracas— y aun más sobre una nación.

El señor Willianson, cuyo diario íntimo nos ha descubier to laautora —Jane Lucas de Grummont—, nos hace al mismo tiempodos descubrimientos: el de la Caracas de aquel tiempo —desde

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Jane Lucas de Grummont

LAS COMADRESDE CARACAS (HISTORIA DEJOHN G.A. WILLIANSON,

PRIMER DIPLOMÁTICONORTEAMERICANO EN

VENEZUELA)Prólogo de Mariano Picón Salas.

Traducción de Rafael Pineda y Felipe Llerandi. Barquisimeto: Editorial Nueva Segovia, 1955.

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1826 hasta 1840—, período tan suger ente de cristalización deuna patria sobre el desmembramiento de un imperio colonial tanvasto, vista por el miope diplomático norteamericano, y la delmismo hombre de Car olina del Sur, que nos muestra su limita-ción aldeana al querer juzgar, con una visión tan pobr e, todo unpueblo a través de una ciudad y esta misma ciudad por el prisma,tan distinto, del minúsculo conglomerado de la colonia extranje-ra, que, además, vive una existencia tan mísera de chismes y deenvidias, a la que se mezcla, para hacerla aún más confusa, la cir-cunstancia de pr etender ser una especie de colonia diplomáticacon todas las ampulosas y falsas concepciones de este géner o degentes, que nos ha r etratado tan admirablemente Abel Her manten los tres tomos de sus obras famosas.

Este hombre parece haber vaciado en el molde de su pr opiacondición el concepto del Hombr e —así con mayúscula— talcomo su cr eador, también tan pobr e y tan r educido, lo ha plas-mado para ejemplo y canon de la especie humana.

En su Diario Willianson anticipa la guerra de secesión. Y pocasveces hemos comprendido tan bien sus motivos cardinales, comoen la manera con que este «caballero» habla y siente a los negrosy a los indios, como ser es totalmente inferior es a la singularhumanidad suya, y de entr e los que sólo hace una excepción: lade Páez…

Desdén que se manifiesta con tanta frecuencia en su Diario, quecuando en su r ebuscada manera pretende pasar por cristiano, ensus invocaciones a ese dios suyo —que por algo escribe en minús-culas— se advierte que su adoración debe tener sus raíces másprofundas en la difer encia entre él y esas gentes inferior es, cuyobarro debió encontrar su dios en alguna ciénaga nefasta, y desdeluego alejada de aquella otra donde su ar cilla nativa se sedimentóblanda y suavemente para crear ese caolín privilegiado.

Todo en la Caracas de aquel tiempo lo enoja. Su dolencia, elcáncer que lo lleva a sumirse en la madr e tierra venezolana, que,piadosamente, le incorporará a ella, en su igualitaria misión demadre, le par ece que le br ota con más ímpetu en esos días lán -

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guidos y finos, del trópico, que convidan a la contemplación, yque a él lo colman de ese aburrimiento que es el viejo «spleen»inglés transportado a las colonias, y que, a través del Atlántico, haperdido sus aristocráticas esencias.

Su señora lo complementa. Y el lector adivina, a través de lasescasas noticias que le dedica, cómo esta dama mojigata y amoja-mada, se aburriría, a su vez, en la semipenumbra de las anchasestancias de su caserón colonial, consumiéndose en la añoranza dela otra existencia de su pr ovincia, de sus amigas y vecinas, de susparientes, de todo ese otr o mundo r ecoleto, sin el que no puedevivir ni respirar ni, desde luego, concebir la vida, por ser ella mismasólo una por ción desprendida de aquélla y car ecer de dotes sufi-cientes —y desde luego de imaginación— para r ehacerse otra, unhogar al menos, al lado de su marido y en este nuevo ambiente.

Lo único que par ece despertar la adormecida obser vación delseñor Willianson es el paisaje. La naturaleza es tan poder osa enestos climas que hasta a un ser amorfo como éste lo penetra. Y ensu venida a Caracas por aquellos pintorescos caminos de La Guairaque le sir ven para lanzar una calumnia más de la leyenda negracontra los colonizadores españoles, y sobre todo en su ascensióna El Ávila, se le despierta un viajer o —porque jamás se le podríainiciar un poeta—, y ese viajer o reconoce, sin cortapisas ni rece-los, la suave belleza de esos paisajes, la visión de la Caracas dor-mida bajo el celaje de las montañas, y el intenso panorama quedesde La Silla se le pr opaga en torno, a uno y otr o lado, con tandiversos matices.

Pero éste es nada más que un paréntesis en la desolada para-mera de su Diario, en el que va detallando con tan pr olija minu-ciosidad todo lo vulgar y adocenado de su propia vida. Sus odios,sus envidias, particularmente ante la elegancia de Sir Robert KerrPorter, el diplomático y pintor inglés, que es su antítesis, y que lovence sin esfuerzo en las intrigas menudas de su oficio, dándoleconstantemente lecciones que lo arrinconan y lo r etornan a sucondición de «colonial, de simple imitador de las fórmulas sutilesde la diplomacia británica, aunque él no se atr eva a confesarlo ni

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en su Diario íntimo; pudiendo solamente estimarse como unasuprema confesión el hecho de que después de sus constantescríticas a Sir Robert, lo nombre su albacea cuando se siente morir,en un gesto tal vez inconsciente, de reconocimiento a ese trato decaballero que se otorga, y al que probablemente aspira.

En suma, la obra de Jane Lucas de Grummont, que ademáscomenta con una per cepción muy fina el Diario a veces al trans -portarnos sus páginas, merece haber sido traducido porque, ademásde los datos inéditos de una época tan interesante de la historia deVenezuela, que nos muestra, aunque con tanta acritud, algunasde sus costumbres, en ese período de transición de la colonia anación, por ese «documento humano» que significa el autor .

Por esa figura del diplomático norteamericano de aquel tiempoque en su Diario se nos proyecta con tan viva luz, con su ingénitavanidad, sus ignorancias, sus hipócritas manifestaciones puritanas,su incomprensión, y sus torpezas, y que muestran como un ejem-plo muy singular las otras incomprensiones de los gobiernos de laAmérica del Nor te acerca de estos países, al ser infor mados porgentes de esta condición, a través de cuyos diarios apar ecen tandeformados y tan «ninguneados» según la expresiva palabra mexi-cana, que habían de ser , apenas, como caricaturas para quienesrecibieran sus absurdos «Memorandums».

Y lo triste es que a través de muchos de esos documentos tenganque seguir desconociéndose los pueblos, por que sus pr etensosrepresentantes en el extranjero carezcan de aquella «comprensiónde lo humano» que nos hace sentirnos iguales a los demás hombres.

José Rial Vázquez

RNC Nº 121-122

Marzo, junio 1957

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DESDE LA MIRADA inicial, este conjunto de poemas que DionisioAymará presenta, conlleva el valor inmediato de su carácter pecu-liar dentro de la poesía del interior del país. Acostumbrados a unaretórica de ingenuidades, a untuosos despliegues pasionales, a unmalabarismo de rurales cursilerías, a esa especie de cohetería defiesta patronal que nos envía en su mayor parte la producción edi-torial de la provincia, es justificado el entusiasmo que este Mundoescuchado proporciona. Un giro de mayor severidad en el manejodel instrumento poético parece haber puesto a Dionisio Aymará aprueba de todas las banalidades y de todas las coloreadas y sospe-chosas manifestaciones de álbum. Una fuerza en la expr esión, unrompimiento con todas las normas limitativas del verso, aun elritmo interior, le proporcionan bagaje suficiente para salir a la bús-queda de una poesía de altura. Decir que se haya efectuado elhallazgo es comprometerse de mala ley con Dionisio A ymará. Esmás, sería viciar su propio trabajo que sólo debe ser para él, trat án-dose de su primer libro, un esfuerzo denodado en pos de la verdad.

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Dionisio Aymará

MUNDOESCUCHADO

San Antonio del Táchira: Edicionesde la Casa de la Cultura, 1956.

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Lo cual, por otra parte, tampoco significa que en Mundo escuchado noexistan calidades que tienen ya de por sí un valor de certidumbr e.

Aymará trabaja sobre una temática que va más allá del descrip-cionismo, más allá de la acuarela aldeana, más allá de las vacías ydomesticadas utilizaciones del folklor e. Dando la espalda a todoese espeso mundo de pr ovincianismo pintoresco, toma partidopor una poesía más densa con la cual —la propia arquitectura delpoema lo impide— sería imposible celebrar amoríos de ventana,ni fiestas domingueras, ni homenajes, ni cumpleaños, ni tarjetaspostales. Hay una trabazón de or den metafísico, de hondura, enpalabras como éstas:

Tráeme la inefable plenitud de la noche, la melodiosa lengua con que cantas su colmado esplendor, mientras tu cuerpo desatado, vida que infundes a los hombres viento claro que risas el agua donde er raron sus manos, viento que desde el fondo de su edad presides el primer día del mundo nacido en mis venas, pasa invisible junto a mí, que en tus gir os permanezco escuchando las inaudibles voces del silencio de Dios que en tu entraña palpita.

Es presumible en Dionisio Aymará el conocimiento de grandesvoces poéticas. Incluso, puede adivinarse un air e rilkeano a tra -vés del contenido de Mundo escuchado. Puede asegurarse que sinduda es este trabajo de información lo que le ha proporcionado aAymará los cauces para que su sensibilidad no se trabara en unapobre y desteñida aldeanidad. Y es justamente tal actitud, talavance logrado, lo que nos lleva a solicitar de él un deslizamien-to total con la r etórica tradicional, el abandono de cier to lastrediscursivo y el definitivo repudio a lugares comunes como éstos:

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«el aire dulce, luminoso del día», «lejos el r umoroso silencio delos parques», «lejos el valle clar o con olor de r ocío», «mientrascalzada de rocío la noche». Creemos que Dionisio Aymará es unhombre dotado para cumplir con valentía su ejercicio poético. Talcualidad debe comprometerlo a marchar con dosis de mayor ries-go en su aventura. A acer carse un tanto más a ese acto cr eador,de soberana libertad, en que, según Breton, se resuelve el poema:«debe ser una catástr ofe del intelecto, una debacle, un sálvesequien pueda». La simple existencia en Mundo escuchado de unaexpresión que ha roto las amarras con lo cir cunstancial, así obli-ga a presumirlo.

Adriano González León

RNC Nº 123

Julio, agosto 1957

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UN COMENTARIO bibliográfico siempre ha implicado, por lo menosen los últimos tiempos, algo más que una simple reseña informa-tiva. Séase reo de ligereza en la mayoría de las veces, péquese deabusar con la capacidad sintética, niéguese incluso la posibilidadde aprehender la auténtica validez de un libr o en tan r educidoespacio, que, aun con tales agravios, el comentador bibliográficono deja de desempeñar funciones de crítico. La nota, el ficher o yaun la simple marginal, si están dotados de la seriedad necesariay el justo rigor valorativo, implican una tar ea de apr eciacióndigna de crédito. El todo reside en que las calidades o invalidecesde una obra sean pr esentadas con dosis de eficiente seguridad,con señalamiento oportuno de sus riquezas y miserias, aun en lalimitada dimensión de una cuartilla. Sin embargo, el caso de estepoemario de Gustavo Pereira desborda los límites de tal concep-ción y uno apenas, en el más clar o beneficio del autor , puede

Gustavo Pereira

EL RUMORDE LA LUZPuerto La Cruz: s/e, 1957.

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enfrentarse con él en un sentido de tolerante reconocimiento porel hecho simple de su publicación.

Gustavo Pereira, quien apenas debe llegar a los dieciocho años,acumula para su lado positivo la valentía de enfr entarse con unavocación. El paso inicial de publicar un conjunto de poemas es depor sí acreedor de un mínimo respeto. Pereira, en Puerto La Cruz,ha podido dedicarse a los deportes, a la carr era comercial, a lavagancia o simplemente a r epasar sus materias de bachillerato.Sin embargo, porque se siente solidario de una aventura mayor ,se decide por la poesía, en un esfuerzo para pr eparar su comuni-cación con los hombr es. Esto, unido a cier ta limpidez en la con-cepción poética y al abandono que ha hecho de la clásica r etóricadel joven que escribe un poema porque han cesado las relacionescon su novia, constituyen el valor de El rumor de la luz.

Ninguna otra cosa podría decirse de los poemas de Per eira.Letrillas simples, tonadas, recuentos familiares, versos para poner-les música, amor de una sutilidad extrema, paisajes de limpia ino-cencia rural, donde flota el air e de algunas lecturas de M achado yLorca. La valentía que suponemos en Per eira por el hecho ele-mental de publicar un volumen nos hace exigirle, pese a su extre-ma juventud, un paso de mayor audacia. Y por que en ver dadpensamos en que él quiere defender su vocación, con limpia buenafe, escribimos esta nota. Y también por que queremos advertirleque muchos vientos, a veces huracanados, han corrido por lapoesía contemporánea. El mundo de la cr eación se ha fertilizadocon grandes voces cuyo trabajo sería importante conocer. Pereirapodría echar una ojeada a la poética de un Vallejo, de un Huidobro,de un Rosamel del Valle, para comenzar por los americanos. Podríaacercarse a un Mallarmé, a un Valéry. Podría seguir una larga listaque encabezarían Eluard, Breton, Césaire, Perse. E incluso acercar-se a dos nombr es nor teamericanos como los de Pound y Eliot.Más tarde podría meditar seriamente sobre esta frase de Sandburg:«La poesía es el diario de un animal marino que habit a en tierra yanhela surcar el aire». O ésta de Rimbaud: «Es necesario ser abso-lutamente moder no». Tal trabajo de estudio e investi gación no

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dañaría en nada el probable aliento o «duende» poético que animeen el interior de Per eira. Al contrario, apr ender toda una instru-mentación, observar los pasos seguidos y los caminos encontra-dos, significa el mejor punto de apoyo para hallar los pr opioscaminos y la propia expresión. Y es que nuestro tiempo exige delpoeta mucho más que aquella celebrada inspiración r epentina.Las dotes de improvisación y facilidad de versificación no signi-fican nada, ni nada significaron nunca en la auténtica poesía, paraenfrentarse con el hondo y desmesurado trabajo creador. Pensamosque Pereira así lo compr enda. La valentía que en él hemos cele-brado será su mejor guía para el trabajo que debe comenzar hoy.

Adriano González León

RNC Nº 123

Julio, agosto 1957

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EN UNA EDICIÓN especial, como homenaje a la ciudad de T rujilloen el cuarto centenario de su fundación, ha editado la FundaciónMendoza una biografía del ilustre prócer trujillano, doctor CristóbalMendoza, escrita por Carlos Mendoza para dicha colección.

En realidad, sorprende la casi absoluta ignorancia que se tieneen Venezuela sobre la vida azar osa e inter esante de nuestr o pri-mer presidente de la República. En efecto, de Cristóbal Mendozaapenas si se conocen algunas referencias ligerísimas en los textosde historia para uso de los liceos, y una que otra noticia, asaz ais-lada, en documentos poco difundidos. De ahí la importancia de estapequeña obra donde se r ecogen de manera sistemática y or gáni-ca los datos fundamentales acer ca de la for mación del pensa-miento republicano de Mendoza y sus distintas actuaciones en elámbito de las luchas de la independencia. No fue, por cierto, el gue-rrero que empuñara la espada y arrastrara los peligros del campode batalla. No fue el capitán combatiente, entregado a la lucha

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Carlos Mendoza

CRISTÓBALMENDOZA

Caracas: Ediciones de laFundación Mendoza, 1957.

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feroz, dirigiendo los encuentros sangrientos de las huestes patrió-ticas. Ciertamente, no. Pero sí el paladín intelectual, el jurista sabioy organizado, que se enfrentó resueltamente con todas sus energías,con todo su talento y su apreciable cultura, a defender el derechoque asistía a V enezuela en los r eclamos de su independencia. Yfue él, precisamente, el designado en vir tud de sus méritos parapresidir el triunvirato y , como pr esidente de tur no, coloca sufirma en el «ejecútese» del Acta de la Independencia, cor respon-diéndole, de esta suerte, el honor de ser el primer pr esidente dela República de Venezuela.

El celo del doctor Mendoza por los inter eses de la tambalean-te República toca, incluso, los extremos. Detiene la fuerza de susconvicciones e impone, según los apremiantes requerimientos delas circunstancias, los más sever os castigos a los enemigos de larevolución. A pesar de su espíritu hondamente religioso, antepo-ne la salud de la República a toda otra consideración. Como frayVicente Freites cediera públicamente a la vir gen María que acu-diese benigna al r emedio de su pueblo, haciéndolo r etornar alsendero del monar ca español. Mendoza le envía de inmediatouna carta al arzobispo, concebida así:

V.S. Illma. notaría conmigo, y no dudo que se escandalizaría, delas expresiones que se han oído esta mañana en la Iglesia de losPadres de la Merced al Predicador de su festividad. No es la igle-sia el teatro de la sedición, ni creo haya un gobierno que tolere uncrimen de esta clase por más sagrada que sea la persona que locometa. Me es extr emadamente sensible la necesidad en que meveo de usar este lenguaje y esper o del celo y luces de V .S. Illma.que sea ésta la ultima vez que se oiga en los púlpitos de Venezuelauna expresión equívoca o mal sonante hacia los que defiendensus derechos contra la crueldad de una Nación que irónicamentese apellida Madre.

Al predicador se le dio por cárcel su convento y se le privó de laslicencias de confesar y predicar.

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Y en la oportunidad en que el caraqueño José María M ontenegrofue apresado bajo la acusación de ser espía de Boves y de habercometido diversas fechorías, revisado el proceso y declarado cul-pable, el gobernador Mendoza sentenció:

Visto el informe anterior, y lo que consta justificado en este expe -diente, resultando al mismo tiempo que José María Montenegro esinepto para el ser vicio de las armas de la República, por enemigodel sistema, como lo ha demostrado con sus hechos, repetidas de-serciones e infidencia, se le conden a a sufrir cien azotes de doloral cañón, de manos del ver dugo, en dos tandas, en la plazuela deCapuchinos (...) particípese al Ciudadano Comandante General(...) para que se sirva dar órdenes a la ejecución de esta sentencia.

Después viene el derrumbe de la Primera República. CristóbalMendoza, en la mayor penuria, va al exilio. En la isla de T rinidadejerce su profesión de abogado hasta que las cir cunstancias políti-cas —los triunfos de Bolívar, esencialmente— permiten su regresoy su reintegración al movimiento revolucionario de la patria.

Una de las características fundamentales de la personalidad deMendoza es su inquebrantable lealtad para con Bolívar. Jamas dudódel genio del guerr ero y por su causa entr ega generosamente, aligual que el héroe, su salud, sus energías y todo el sosiego de susaños. Y esa lealtad fue ratificada con holgura en la oposición abier-ta del prócer a las pretensiones separatistas de los complotadoresde «la Cosiata». Mendoza, fiel al Libertador , siempre se opusoenérgicamente a las maniobras de Páez en sus intentos de conse -guir la separación de V enezuela de la Gran Colombia. Y en esteconflicto se jugó enter o, siendo los consecuencias para él hartodesastrosas. De nuevo la ru ina y las pers ecuciones se des ataronsobre él y su familia.

Desde el exilio, en la isla San T omás, escribe con fecha 15 dediciembre de 1826 una lar ga e inter esante carta a Bolívar , queconstituye una verdadera síntesis de todo lo ocurrido en aquellos

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agitados días que han pasado a la historia con el venezolanísimonombre de «la Cosiata». En ese documento político Mendoza ponede relieve su honradez pública y el alto sentido cívico y patrióticoque animara, a lo largo de su vida, todas sus actuaciones.

Juan Ángel Mogollón

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ÉSTA ES LA cuarta irrupción de César Lizardo al campo de las letras.Anteriormente había publicado Clima del sueño , Espacio y voz delpaisaje y Eternidad del júbilo . Por las tr es circulaba un air e sutil,una especie de fuego fatuo que no era, en el fondo, más que unindeclinable amor o fer vor tendido hacia la poesía y el paisajevenezolanos.

Ahora, con prosa sencilla pero no desprovista de cierta gracia,con el mismo amor y el mismo fer vor, César Lizardo enfrenta enValores médicos la personalidad humana y científica de veinticin-co médicos venezolanos. Esta obra suya viene a ser, fundamental-mente, una contribución y un r econocimiento al valor de unpuñado de hombres que, en cir cunstancias más o menos adver-sas, tuvieron el tesón, el callado her oísmo de dedicar sus vidas ysus afanes a la práctica, a la enseñanza, al desarrollo y difusión dela medicina en Venezuela.

Se inicia el volumen —primer o de una serie— con un br evey poético estudio sobr e el doctor Pablo Acosta Ortiz. Lizar do es

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César Lizardo

VALORESMÉDICOSCaracas: Tipografía

Garrido, 1957.

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preciso, primero nos enmarca, con una estampa del Barquisimetode la época, el nacimiento y los primer os pasos del personaje;después, siempre con amorosa levedad de hoja o rocío, nos narrasu aventura humana y científica: su carácter , su especialidad,obras de que fue autor, cargos que desempeñara... Pero todo estodescrito con amor, con calor, con fervor.

El doctor Emilio Conde Flores es, para el doctor César Lizardo,«marinero detenido en el puer to de la bondad». La figura deAlfredo Machado le hace decir: «Audaz y emprendedor, la medi-cina fue su campo de batalla y su pasión de vivir». Y del doctorEloy Calvo: «su nombre es símbolo que ilumina el porvenir de lapatria y su bondad, ejemplo permanente en la raíz de su pueblo».Y del doctor V icente Peña, autor, entre otros trabajos de investi-gación, de Mecanismo de los edemas, Parasitosis intestinal en clínicainfantil, La psicología en la terapéutica y Acerca de algunos síntomasgraves de la bronconeumonía en los niños:

Amante de la literatura —dice— sabía ar monizar aquel mundogeneroso de ciencia con las huellas per manentes de la cr eaciónlírica. Músico destacado, tocaba a perfección el violín, el piano yla flauta. Siguiendo el mandato de su altura sentimental se le veíacon frecuencia componer valses y canciones.

Y del doctor Luis Felipe Blanco: «V enía del mar, y, como el mar,no tuvo limitación, ni fr ontera». Y del doctor Francisco Her reraGuerrero: «Venía de la bondad y hacia la bondad iba». Y el doct orAgustín Zubillaga es, en el corazón de César Lizar do, «el baluar-te de la generosidad».

Así, con amor oso detenimiento —per o en rápidos y fugacísi-mos destellos—, Lizardo nos va mostrando, además de las figu -ras ya enumeradas, las personalidades médicas de los doctor esJosé Dolores Beaujón, Luis Pérez Carreño, José Antonio Tagliaferro,Juan Lavié, Feliciano Acevedo, Carlos Díez del Cier vo, EduardoFleury Cuello, Juan Pietri, Santos A. Domínici, Alberto PlazaIzquierdo, Daniel Camejo Acosta, Obdulio Álvar ez, José Manuel

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Espino, Miguel Pér ez Car reño, J.M. Ruiz Rodríguez, PastorOropeza y Mar cel Roche. Para todos ellos tiene una devoción,una palabra calurosa, un gesto de amoroso e inolvidable recono-cimiento; todo su libr o puede decirse que es como un gener osotributo, como un homenaje fer viente rendido a los hér oes de lamedicina venezolana.

En los estudios de César Lizardo no hay angustia, todo en él esapacible, sereno y poético. No pone el dedo en el fuego, en lallaga, en el drama que hubo o pudo haber en algunos de los per-sonajes estudiados. Lizardo solamente repara en su gener osa luzafirmativa, en la hermosura y en la nobleza de sus extraordinariasvidas ejemplares.

Valores médicos es, repito, una contribución y un tributo, unreconocimiento y un testimonio. Y como tal creo que quedará enel campo de las letras venezolanas.

Plá y Beltrán

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EDMUNDO J. ARAY es un poeta joven. Quizá sea más exacto decir ,adolescente. La adolescencia, caracterizada por la evasión y elretorno, se muestra en sus poemas atrabiliaria y disímil. En Lahija de Raghu , su primera obra, impr esa por la Editorial NuevaSegovia, parecen vislumbrarse —aquí y allá, a ratos solamente—bellos atisbos creadores que prometen futuros hallazgos verdade-ros. Porque, ciertamente, la poesía —las excepciones en el m undose cuentan con los dedos de una mano— es, en gran medida, unalarga maduración, un extremado padecer en el tiempo y el espa-cio y no cuestión de un día. No todo ser humano puede, así comoasí, de un momento a otr o, como un dios joven y ter rible, crearuna alta poesía.

Aray se nutr e, al par ecer, de buenas lecturas. Rilke, NazimHikmet y Hanri Barbusse, lo dotan, al principio de la plaquette,de excelentes epígrafes. La Biblia es también un libro de su agra-

Edmundo J. Aray

LA HIJADE RAGHUBarquisimeto: Editorial NuevaSegovia, 1957.

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do. Pero es Rilke sin duda el poeta que mayor simpatía le inspi -ra. El genio alemán, el de los sabios consejos a un joven poeta, esel que está más cerca de su sensibilidad.

En La hija de Raghu se intenta r eactualizar, por una parte,algunos giros y modalidades surrealistas. El autor se esfuerza, nosiempre con buen éxito, en la aplicación de esas fór mulas estéti-cas. Usa, por ejemplo, el expediente ya manido de calificar unsustantivo con otro sustantivo:

He aquí Xonhia de los reinos más luces...

* * *

...tu palabra como una saeta en la morada de los amantes más frutos.

* * *

Una de aquellas tardes—de luna ausente sol—.

* * *

Yo anuncio tus senos como cántaros en el día más luces...

Visto desde otr o ángulo, una idea confusa se extiende por laobra. En verdad, no es que la anécdota nos sir va, desde el puntode vista poético, para mucho. Emper o, no hay que desatenderla.En la oportunidad presente, hay uno como argumento general quepugna por definirse quedando a menudo frustrado e inconcluso.

No obstante, el cuaderno de Aray —y es justo señalarlo—, por lanovedad y audacia que imprime a algunos de sus cantos, por susesfuerzos en retirarse, con no poca violencia, del pantano común,está por encima de los innumerables mamotr etos que abundan

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por allí, impunemente expuestos en las vitrinas, envenenando alos desprevenidos par roquianos. Pero ello no es todo. Al poetaque empieza se le exige, pues como dice Rilke: «caminan lar gotiempo los que dejan la aldea, y muchos de ellos muer en tal veza medio del camino».

Juan Ángel Mogollón

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A COMIENZOS de este año empezó a circular un hermoso volumende los trabajos que Enrique Planchart (1894-1953) había escrito,en diferentes épocas, sobre la pintura y los pintores venezolanos.Recogidos ahora por los editores de la obra completa de Planchart,han constituido con ellos el presente libro.

Desde luego que si el autor hubiera pensado en una obra sobrela pintura en su patria, los capítulos car ecerían de las r epeticio-nes que se advierten en ésta, ya que Planchart los escribió comoartículos sueltos para ser publicados en la opor tunidad requeri-da; sin duda que, con los datos e información de primera manoque el autor poseyó, Planchart pudo escribir una historia de lapintura en Venezuela de mayor extensión que los trabajos de unRamón de la Plaza, Nucete Sar di o Picón Salas, quienes tambiénhan escrito sobre pintura y arte en el país.

Planchart pertenecía a la época de la aquí llamada generaciónde 1918, o sea la de los hombr es que fueron jóvenes después dela Primera Guerra Mundial, cuando ya los ismos no figurativos

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Enrique Planchart

LA PINTURA ENVENEZUELA

Prólogos de Fernando Paz Castillo

y Pedro Grases.Caracas-Buenos Aires:

Imprenta López, 1956.

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comenzaban a alborotar las galerías europeas, pero el ponderadocrítico venezolano no va más allá del impr esionismo, esa tar díamanera que cultivan la mayoría de los paisajistas del Cír culo deBellas Artes caraqueño, amigos admirados por Enrique Planchart.

Leyendo las páginas de La pintura en V enezuela advertimoscómo en todo momento hubo nombr es que permiten trazar unalínea de continuidad desde la colonia hasta nuestr os días en elquehacer pictórico venezolano; existe obra r eligiosa anónima delos siglos XVII y XVIII y pintores de retratos. Planchart nos dice queel gobierno español pensionó en 1794 a José Rodríguez Rendónpara estudiar pintura en Madrid; Landaeta es ya nombr e conocidocomo pintor de vírgenes, y del período republicano es el indecisoJuan Lovera (1778-1842?), primer nombre conocido en la pinturade cuadr os históricos, tradición que en V enezuela llegará hastaTito Salas, después de haber pasado por Martín Tovar y Michelena.Planchart no dispuso de muchos datos sobre Carmelo Fernández,Carranza y Celestino Martínez, tal vez de una generación o grupoanterior a Martín Tovar, que trazó sus primeras líneas bajo la ense-ñanza de los dos últimos. Martín Tovar (1828-1902) fue, a su vez,maestro de Her rera Toro (1856-1914) quien, con Emilio Maur y(1855-1909), guió los primeros intentos artísticos de varios pinto-res, que fundarían después el Cír culo de Bellas Artes, muchos deellos, maestros de algunos artistas abstractos actuales; es decir, quela relación de aprendizaje se puede seguir desde los primeros nom-bres conocidos, aunque las escuelas y las generaciones se vayansucediendo y oponiendo unas a otras.

Constituyen los estudios mayor es de Planchar t en el pr esentevolumen monografías de Juan Lovera, Martín T ovar y Ar turoMichelena, aparte los ensayos de la pintura venezolana, en gene-ral; para Planchart no hay tal pintura venezolana, en cuanto tal,hasta la generación del Cír culo, cuando se incorpora el paisaje,máxima creación artística del grupo. Las personalidades notablescomo Martín T ovar, Cristóbal Rojas (1858-1890), Michelena(1863-1898) y después un Tito Salas, se formaron fuera del país

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y no constituyen grupo artístico como los pintor es del Cír culo,que tuvieron en Enrique Planchar t su desvelado crítico; el r estodel libro que reseñamos está dedicado a ellos.

La prosa de Planchar t es tersa, limpia, elegante, con un tonoemocional de gran finura evocadora, en la que se adivina al cul-tivador de la poesía y al preocupado por la soltura del párrafo, lamisión del adjetivo y esa sencillez que adquier e la prosa cuandorechaza el cultismo pedantesco o el gir o forzado.

Los amigos del escritor: Paz Castillo y Grases, han escrito atina-dos prólogos sobre Planchart. Grases alude a las dotes personalesy generosas del que había sido dir ector de la Biblioteca Nacionalde Caracas, or ganismo que tanto le debe; Paz Castillo centra lacontinuada labor crítica del mentor o definidor del grupo delCírculo, que es, para el autor de A los cuatro vientos, un represen-tante de su generación literaria de 1918.

Entendemos siempre como una misión de servicio añadir algúndato de utilidad, siempr e que nos sea posible, al hacer nuestr oscomentarios. Después de que el Índice Onomástico de La pinturaen Venezuela fue redactado, nuevas fuentes de consulta per mitenampliarlo en el orden de fechas de nacimiento y muerte, o de algu-na de las dos, en los autores citados. Si el lector curioso se interesapor completarlos en su ejemplar tome nota: en vi rtud de un tra-bajo de El Cojo Ilustrado, nº 235, de 1° de octubre de 1901, la fechadel párroco y benefactor de La Pastora fray Olegario de Barcelonaque se refiere a su nacimiento es 1815; el de Castillo, Marcos, 1900;la de la muerte de Cortés Madariaga es 1826, conforme a la bio -grafía aparecida en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia,nº 158, abril-junio de 1957. Para Depons, Francisco Raimundo, elfamoso viajero, las fechas son: 1751-1812; Fer nández, Carmelo,nació en 1810; las fechas de Lamas, José Ángel son: 1775-1814;Lazar, Bela, nació en 1869; Lira Espejo, Eduardo, en 1912; Moyer,Augusto L., en 1885; Paz Castillo, Fer nando, en 1895; PicónLares, Eduardo, en 1889; las fechas de Poquelin, Juan Bautista, osea Moliére, se le olvidaron al cajista: 1622-1673; el nacimiento de

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Reverón, Armando, es 1890 y no 1889; V aldés, Francisco, murióen 1 918; l as f echas d e V illanueva, Carlos A., son: 1865-1925.Celebraría mucho que fueran precisiones de utilidad para alguien.

María Rosa Alonso

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EN LA EXTENSA y valiosa pr oducción de Fer nando Paz Castillo seevidencia un fondo de equilibrio poético. Su cr eación es ávida,densa, fina.

Esta serie de poemas que le edita el Ministerio de Educaciónno hace, pues, más que reafirmar la devoción de este autor com-patriota. Una devoción que le honra y que por ende honra a lapoesía venezolana.

Con un «Pr esagio» inicia Paz Castillo su depurada obra deEntre sombras y luces. En esta composición se percibe la fuerza delclamor íntimo y, esencialmente, una atmósfera de desolación:

Qué largo ese viento que cruje y estorba el sueño apacible de todas las cosas.

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Fernando Paz Castillo

ENTRE SOMBRAS

Y LUCESCaracas: Ediciones de la Dirección

de Cultura y Bellas Ar tesdel Ministerio de Educación, 1957.

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Como su título ya lo indicaba, se trata de un «pr esagio», puesen seguida la voz admonitoria del poeta nos ofr ece una «V isiónde España» (la de la Guerra Civil) en donde los color es trágicosalzan el sortilegio de la ceniza:

España, casa cerrada con una puerta entre sombras.

Paz Castillo refleja en este poema el aire sombrío de la matanza:

Hacia los hondos caminos hacia los caminos largos coma cruces y campanarios.

Entonces aparecen figuras acusadoras —«Figuras en sombras»—como la del niño que «quedó sin pierna / y va cruzando los cam-pos / sobre dos largas muletas».

El terror se convierte en vitral de melancolía:

La madre, siempre madre, como una iglesia entreabierta por los caminos sin árboles.

Pero hay una pausa en la escritura del poeta: «Hacia el alba».Y desde ese ámbito la entonación par ece afirmarse en evocacio-nes ardientes:

Medrosa oscuridad ahonda el pavor del agua de una fuente que desnudó la luna.

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Pero cuanto rodea al testigo es dolor de muerte. Por eso, casimísticamente puede exclamar:

Las almas se van tornando simples se van haciendo hermanas.

Luego sigue una «Plegaria por Miguel de Unamuno al Cristode Velásquez», hermoso poema que estremece. Este fiel y abrasa-do testimonio concluye de una manera rotunda, no sólo estética-mente, sino desde el punto de vista de las ideas:

ruégale al Padre que está en los cielos por España trágica en la muerte, y por Unamuno, español del mundo y santo laico de los ojos tier nos.

Fernando Paz Castillo r ealizó en estos versos todo el padeci-miento, toda la alter nativa dramática y apasionada que vivió enEspaña. Su obra Entre sombras y luces posee también este mérito,no menos copioso que el bien trazado lineamiento poético quelo define. Paz Castillo se sumió en el drama español de la guerra,de allí que estos poemas no sean abstracciones, sino cár denosasombros. Semejante atmósfera enlutada y desgar radora quedaentrañablemente descrita en el poemario, cada composición esun cuadro, una hazaña de sangre. En su «Plegaria por AntonioMachado al Cristo de la agonía», pr onuncia:

Cristo de los harapos más negros que los trajes de los mendigos(...)ruega al Padre por Antonio Machado.

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Después, la pr ocesión interior del poeta (un r ecorrido des-membrado, horr orizado, fatídico), piensa en «Las campanadasdel triunfo»:

Las que evocan limones y naranjas de or o en sus notas claras y las que parecen rezar por los muertos en las tardes hondas, con sus quejas largas.

El odio, la miseria humana, se enfr entan a la primavera de latierra. Pero el poeta que ha visto «los rostros retorcidos» solamen-te busca la piedad, la armonía, «el per dón fecundo». En el másbello canto de este trabajo —«Cuando mi hora sea llegada»—, asílo proclama:

Y que la muerte suave ponga en mis ojos la apacible luz de un manso atardecer entre violetas.

Jean Aristeguieta

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ESTE NUEVO autor venezolano —como numerosos poetas surame-ricanos de la hora— siente la influencia cr eadora del per uanoCésar Vallejo. El poema inicial —«Principio de la voz»— estáescrito bajo la invocación de V allejo (trae un epígrafe). Además,la tónica general del volumen corresponde al escalofriante, seco ysiempre angustioso aire del poeta de Los heraldos negros.

García Bustillos comienza su libro con estas estrofas:

Tengo unas ferias de signos y cantos dándome dentelladas, como si el aire me amarrara la piel!

A menudo el lenguaje surge de una manera desordenada perodentro de un plano imaginativo cr eciente:

Invoco a los oráculos del fuego a las cítaras mágicas de cuerpos abisales.

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Gonzalo García Bustillos

VOZ MATERIAL(CANTO)

Zaragoza (España): Talleresde El Noticiero, 1957.

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Tal vez se trate de un lirismo colérico, un lirismo que se sumer-ge en los dédalos de la desesperación. En todo caso es la heridamayor (y la más importante) por donde el autor entr ega su «vozmaterial»:

Y canto solo y libre(…)para estar en la vida y repartir mis fuerzas y mis fibras.

El acento es insistente:

Voz material no calles tus quebrantos.

Además, la fantasía —nutrida de nobles vivencias— completa elcuadro de ardimiento con que García Bustillos intenta el trazadopoético:

Eres légamo azul y agua intranquila

o bien, estupendamente bien:

en la mujer azul de fresca espiga con un ramo de cruces hundiéndole el amor.

La «unidad» de este volumen de versos podría considerarseuna unidad formal, es decir , una búsqueda no necesaria sinoanhelada. El esmero del autor se desentiende de las espesuras delasombro. De allí que los temas (las realidades) aparezcan con unasistematización o doctrina. Esta posición, por supuesto, le r estaintensidad.

Sin embargo, en todo el cauce de Voz material se evidencia undeseo de sinceridad, de valentía, y hay expr esiones que son amanera de espejos. T ambién hay muchas ideas deslindadas enuna entonación evocadora —esas memorias—, sortilegios de la

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ardua y compleja batalla del poeta con el ángel. Cito algunosejemplos de estremecida luz poética:

Tierra de cañabravas con ofidios a lomo de cigarras.

* * *

Hierba que duermes con tu piel de cocuyos.

* * *

¿Dónde recoge el árbol las voces de su fuego?

En estas breves citas se vislumbra un temperamento honesto conuna aspiración legítima de conquistar la belleza de cuerpo deso-lado (y desconsolador) como el misterio.

García Bustillos bien puede desentenderse de un cer ebralismoque rompe las mareas de su avidez lírica, desafiar a los espantos y alas sirenas míticas, eso sí, para asumir toda la her mosa responsabi-lidad que le corresponde como poeta joven en esta era de mistifica-ciones, tan contrarias a la poesía. García Bustillos tiene ese deber porsu sensibilidad limpia y por su inteligencia ennoblecida en la luchacontra los demonios de la frivolidad, del tecnicismo u nilateral.

El promisorio trabajo contenido en Voz material autoriza a tenerfe en la obra venidera de Gonzalo Gar cía Bustillos. Pues si se hacomprometido r ealizando pensamientos señer os de albedrío, dedeseos de comunicación con lo trascendente, no hay que dudar enque estos altos atributos le entr eguen —merecidamente— lo queél mismo exaltara bellamente: «la inacabada esperanza del agua».

Jean Aristeguieta

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ESTE GRATO, sencillo y amenísimo libro de Héctor García Chuecos,director del Archivo General de la Nación, constituye la historia delos capitanes generales habidos en la entonces colonia durante elsiglo de las luces. Gracias a la ágil pluma de García Chuecos —plu-ma o experta mano de cicer one eficaz— nos sentimos transporta-dos a la Caracas más bien tranquila que turbulenta de aquellaépoca, si bien al final de la misma ya los agitados aires anunciabanlos vendavales del siglo XIX y los tiempos de la independencia.

Una detenida lectura a tan importante libr o como el que rese-ñamos, nos advierte los pormenores de la provisión del más altocargo en el mando de la colonia; tal el de capitán general de laProvincia de Venezuela, que había de reunir el de gobernador deCaracas y, cuando se creó la Audiencia, el de presidente de la misma,aunque únicamente era r etribuido por uno solo de los empleos.Muchas veces el inter esado adquiría en vir tud de «donativo gra-cioso», o sea por sus pesos contantes y sonantes, el nombramient ode capitán general; lo normal era que este car go se proveyera porcinco años, al final de los cuales se verificaba la llamada r esidencia;

Héctor García Chuecos

SIGLODIECIOCHOVENEZOLANOCaracas-Madrid: Ediciones Edime,Colección Autores Venezolanos, 1957.

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ella obligaba al funcionario a dar cuenta de su gestión ante unjuez nombrado para el caso. Algunas veces, las pesquisas del juezde residencia —tanto aquí como en Canarias— costaba sus dis -gustos al funcionario que, en general, era persona de edad y deprobados méritos. Si los conquistadores fueron gentes temerariasy jóvenes, estos capitanes generales eran gentes muy maduras yexperimentadas.

El doctor Gar cía Chuecos comienza por historiar la llegada aCaracas de don Nicolás de Ponte y Hoyo, un personaje loco, paraun esperpento de V alle Inclán, que trajo a «Indias» gran boato,parientes, criados, caballos y litera. Dice el autor que descendíade los primeros conquistadores de Tenerife, pero no hay tal, aun-que lo dijeran los papeles del fastuoso don Nicolás. Los primerosPonte eran sólo poblador es de Tenerife, gente adinerada por ne-gocios, que llegaron a la isla después de la conquista y tuvier onluego grandes humos nobiliarios.

Algunos capitanes generales mueren en Caracas, como Rojas yMendoza, tal vez don Felipe Ricardos, y desde luego, los tres últi-mos del siglo: don Juan Guillelmi, don Pedr o Carbonell y donManuel Guevara y Vasconcelos. Cúpole a éste r ecibir a los viaje-ros Depons y luego Humboldt y Bonpland. América era ya obje-to del estudio científico y la metrópoli no descuidó enviar a sustierras azotadas por la viruela la expedición de Balmis, que habíade cantar el joven Andrés Bello y en Canarias el viejo V iera yClavijo (1731-1813), a su paso por las islas.

Hubo sujetos malignos como Cañas Merino, que se entr eteníaen deportes de mal gusto, después de todo inofensivo pr ecedentede lo que habría de hacer andando el tiempo —no con cabezas depollos sino de hombr es— Sotillo con los Belisarios en la épocade los Monagas. Una vez cr eada, la Compañía Guipuzcoana esta-bleció la costumbre de sobornar a los capitanes generales, a fin deque la dejaran actuar a su gusto; funesto para los intereses criollosfue don Martín de Lardizabal, que se puso al lado de la Compañía.aunque vino como pesquisador de Gar cía de la T orre. El puebloquiso asesinar a Lar dizabal por sus excesos. Otr o capitán general

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negativo fue el inepto y cobar de Castellano, que no fue capazde r esolver la situación cr eada por el levantamiento de JuanFrancisco León contra la Compañía.

Pero al lado de estos poco gratos personajes, no todos se ple-garon a los deseos de la Gui puzcoana; el primer capitán generalque vino con los primeros barcos de la Compañía, don SebastiánGarcía de la Torre, se opuso a las pretensiones de la entidad. Buengobierno fue el de don Gabriel de Zuloaga, que rechazó el ataqueinglés a La Guaira, así como el del bailío fray Julián Arriaga.Arriaga no aceptó los mil doblones del sobor no habitual de laGuipuzcoana y, ya en la corte, fue ministr o de Marina e Indias y,por tanto, conocedor de una situación que había vivido; en Madridorientaba las regias disposiciones para algunos capitanes genera -les que le sucedieron. Excelente progresista fue don José Solano,creador del ejér cito nacional y del corr eo marítimo, célebr e porsu famosa expedición de límites al Orinoco. De gran austeridadresultó el gobier no de don José Carlos Agüer o, que «se ganó labenevolencia y gratitud de los criollos», según escribe Gar cíaChuecos. También fue buen gobernante don Luis de Unzaga; él ysu antecesor Agüero no aceptaban las cargas que imponía al pue-blo el intendente Ábalos, personaje malquisto de los caraqueños.

De don Manuel Torres, que sucedió a Unzaga, ponderaba elconde de Segur —quien visitó por entonces a V enezuela— «suespíritu cultivado, su carácter humano, afable y gener oso»; fueel constructor del primer T eatro de Caracas —de Conde aCarmelitas— y desde uno de sus palcos contemplaría Humboldtlas estrellas del cielo de Caracas.

Mejoras materiales en la ciudad hicier on el general Ricar dos,que construyó dos hermosas fuentes en la Plaza Mayor , tambiénarreglada por entonces. Ricardos fundó el Hospital de San Lázaroy se pr eocupó de las subsistencias. Don José Solano solucionócuestiones de higiene y arr eglo de las calles, Agüer o comenzó aedificar los puentes de La Trinidad y La Pastora; Carbonell se pre-ocupó de los edificios de la Gobernación y de la Audiencia, en laesquina de Traposos.

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Por nuestra cuenta añadamos que, además de don Nicolás dePonte, era canario don Marcos de Bethencourt y Castro; respectoa don Antonio José Álvarez de Abreu (1683-1756), que fue capi-tán general interino, era de San Miguel, no de San José de LaPalma (cf. p. 35), sustituyó a su paisano don Mar cos, cuya ges -tión no fue muy clara, al par ecer. Álvarez de Abreu, futuro mar-qués de la Regalía, fue un sujeto inteligente y culto; su hijo, elsegundo marqués, nació en Caracas del matrimonio de su padr econ doña T eresa Cecilia Bertodano —hija del capitán generalBertodano—, verificado también en Caracas. Caraqueño fue tam-bién don Francisco Solano Ortiz (1769-1808), general y marquésdel Socorro, víctima del pueblo gaditano en los días de la invasi ónfrancesa, que algunos confunden con su padr e, el citado capitángeneral don José Solano y Bote (1726-1806), primer marqués delSocorro desde 1784; su tertulia representaba en Caracas el mejorespíritu del siglo.

Anécdotas diversas de la vida caraqueña de entonces y alusion esa fiestas y diversiones refiere el delicioso libro de García Chuecos;nos ofrece, incluso, el nombre de las comedias que se representa-ban, de utilidad para un futuro historiador del teatro en Venezuela.La hija del air e (Semiramis), de Calderón de la Bar ca apar eceentre ellas.

Pleitos de generales y regentes; desavenencias entre la noblezacriolla y los funcionarios peninsular es y otros detalles curiosos ydel mayor interés figuran en tan agradable libro, que se lee de untirón. Para un libro de historia, creo que es su mayor elogio.

María Rosa Alonso

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CON SU AIRE de prosélito áspero y arrebatado saludó aquel milagrode la poesía que fue Miguel Hernández la aparición de Residenciaen la tierra. Hernández en el folletón de El Sol de Madrid —2 deenero de 1936—, combativo y violento para las «confituras rima-das» de la poesía de entonces, veía en Neruda el poeta de la sole-dad y del sentimiento. «La poesía —escribió Her nández— no escuestión de consonante: es cuestión de corazón.»

Se estaba, de nuevo, desde los días del r omanticismo, per oahora sin r etórica, ante una nueva conquista del hombr e comovalor fundamental del contenido poético. Con palabras del pr o-pio José Ramón Medina esa actitud se r esume al afirmar que enla poesía pr esente «el hombr e, como pr otagonista, tomaba susitio elemental en los versos».

Desde Edad de la esperanza —libro editado en Bogotá en 1947—hasta La voz profunda, aparecida en Caracas en 1954, Medina nosha ido ofreciendo una decantada labor de poeta que ahora espu -ma para la presente Antología de Losada diez años de afanoso ejer-cicio lírico con tal depuración y nitidez poéticas que su nombr e

José Ramón Medina

ANTOLOGÍAPOÉTICABuenos Aires:Editorial Losada, S.A., 1957.

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representa hoy en la poesía venezolana una de sus más finas ypreciadas voces.

El peso de la poesía de Medina está en su levedad, si se entien-de la antítesis para una poesía cuyo caudal consiste en mer eceresta palabra: delicadeza.

Los caminos iniciales del poeta —Edad de la esperanza— tienensabor de antiguo cancionero petrarquista, de breviario erótico parala amada, esa que Medina concretó en unos versos no recogidos enla Antología, pero que definen la calidad de su numen:

Antes de que nacieras ya estabas en mi vida como un presagio casi voz de mi propia sangre.

La Antología comienza con una selección de poemas a Myriam:en la aliteración de la palabra Desde, con aire de leit motiv sinfó -nico, surge al final el nombre. ¿Cuántas veces el nombre y el nom-brar se adentran en la preocupación poética de Medina?

Desde la piel sonora de una campana alegr e viene este nombre leve, que cabe en un poema.

Todo un mundo de intimidad r ecóndita, sencilla y purísimaasalta el castillo interior del lector, removido en sus llagas por estededo poético de José Ramón Medina. El hondo y grave AntonioMachado, o aquel ensimismado canario «Alonso Quesada» nosllevaron por unos pr edios semejantes. La cancioncilla y la elegíaestán aquí para el olor inefable del clima campesino de la casacolonial —sin bucolismos falsos a lo r ococó—, los corr edores ylos muros en rítmicos alejandrinos de sabor posmodernista, perocon lenguaje poético actual:

Casa abierta a los pasos serenos de mi padre con sus cuartos sencillos, su singular pobreza, su calor inocente, sus lánguidos espejos. ¡Qué distante el rumor de sus vivas presencias!

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(Lástima que los versos centrales del cuarteto final de esta«Vigencia del r ecuerdo» pequen contra la medida y lleven ese«labio clausurado», tópico de la poesía «garcilasista» española dela posguerra civil.)

Una inmensa, honda y viril ter nura poética se derrama en losversos de «La infancia», donde no son extrañas las imágenes felices:

El ave de la sombra vuela con ritmo leve y un junco de neblina asoma su luz tímida.

Por el corredor solitario cruzó la sombra de la madre, «con susmenudos pasos y su prisa de ángel»:

Su corazón vivía en un tiempo sin fechas,deshojando la sangre, como una antigua rosa.

¿Quién ha llegado a precisar el desvelo y la pasión maternas encimas poéticas semejantes a éstas de José Ramón Medina?

Aquí sus manos fueron la vegetal frescura aporcando la harina, desciñendo el per fume.(…)Todo en la casa ahora lleva su nombr e: el patio la enredadera azul cayendo en la ventana, la voz del surtidor que imitaba su paso...

Para esa luz dorada de la juventud y los ausentes, para todosesos muertos que tiran de nosotros, a los que llevamos en el cos-tado permanente de la sombra, la melancolía del ubi sunt retóri-co, pero de gran belleza poética:

¿Dónde está aquella niebla amorosa cubriendo los rostros que cantaban, el trigo que crecía?

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¿Dónde el fresco retorno de la madre...(…)¿Qué viento poderoso corrió por estos muros? ¿Qué mes venció el delgado corazón de los días?¿Qué fuego repentino por fin quemó las bocas...(…)La muertecamina por los hondos silencios de la casa.

Sobria y noble poesía la de «Manso laur el», en que las doscabezas de la compañía —por que en la vida la unidad es la delnúmero dos— se inclinan sobr e el texto del Cantica canticorumy después:

La noche pasa entre los dos como corza delgada, como húmedo junco resbalando en los muros.

En los libros posteriores, Medina abandona el léxico poético deuna moda que abusó del adverbio en mente, el participio en ado:«derramado», «clausurado», de la adjetivación cultista: acerbo, pár-vulo, pluvial, etc. y abandona también la rima y el ritmo. Los pro-blemas del hombr e y sus angustias —«donde tantas inútilescadenas que nos cercan»— ocupan el quehacer poético del autor.

Alguna vez el juego semántico, que desde el Petrarca divierte alos poetas:

los pasos del último que vino a probar el vino morado del crepúsculo (p. 97).

Para la «Estrella» tiene el poeta venezolano casi el mismo requie-bro que el Arcipreste para el cuello de garza de doña Endrina:

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Ahora que está sola, ahora que ahí brilla,¡qué alta, qué cercana, qué rotunda y precisa!Miradla; sólo pesa un pedazo de sueño...

Honda elegía la del «Poeta muerto», El poema IV de Texto sobreel tiempo posee trozos de gran belleza:

y te vas hacia los años, hacia el tiempo, dentro de un viaje turbio, hacia un espejo, y te borras, te vas, desapareces con una niebla de alargadas manos, en un río de mansas amapolas donde arde el corazón, tu nombre, el sueño...

El poeta se salva, o agarrándose con fuerza a su poesía, o ele-vando su trémula y pequeña voz hacia Dios, viva soledad quees «áspera piel del tiempo que no pasa». Los acier tos poéticosde Medina llenarían varias páginas de apr etados comentarios.Todavía la poesía y tal vez la vida es antes que nada cuestión decorazón. Claro está que el pr opio poeta ha dicho que ya no esposible ser «un intuitivo, un puro creador al azar», sino «un dis-ciplinado y metódico intelectual que somete sus instancias voca-cionales a un arduo, paciente ejercicio poético», pero yo creo másen lo que hacen los poetas y en lo que pintan los pintores, que enlo que ellos dicen de la poesía o de la pintura.

Desde luego que la carpintería hace bueno al «virtuoso», per o¿qué hacer con las palabras, si detrás no bate suavemente sus alasquien las pone en pie arr ebatado? ¿Oficio? Bueno, per o ángel...también. Y el ángel de la poesía es ángel de su guar da con espa-da blanca y delgadísima, que vigila sin fatiga la cr eación poéticade José Ramón Medina:

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Morir, caer, desventurarse, andar a ciegas y todo ser, a veces, un inmenso tropiezo. Porque las manos gimen bajo el cielo. Y no hay sitio donde poner la vida a cantar como antes.

¿Oficio, admirado poeta, o ángel que nunca duerme?

María Rosa Alonso

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LO QUE A un poeta como yo le apasiona más del filosofar de unMartín Heidegger o de un Juan David Gar cía Bacca es, posible-mente, su poesía. Es decir: el aparato centelleante que mueve susinstrumentos filosóficos. O sea, esa especie de tiento a la graciatan particularísimo de su filosofar, ese perpetuo juego de su pala-bra —o de su entendimiento— haciéndose, trocándose en fuego.

Ha pocos días me comunicaba Gar cía Bacca: «Voy a publicarunos trabajos destinados a hombr es como usted». Y o traduje:«Voy a publicar unos trabajos no demasiado sistemáticos, no parafilósofos ni para especialistas en filosofía, sino para poetas u hom-bres de buena voluntad». Y ahora me llega este juego, este inten-

Juan David García Bacca

DE LA GRANDEIMPORTANCIA DELFILOSOFAR. DE LA MENORDE LA FILOSOFÍA. DE LAMÍNIMA DE LOS FILÓSOFOSSeparata del nº 7 de la revista Cienciay Cultura de la Universidad Nacional del Zulia.Maracaibo: Tipografía Cervantes, 1957.

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sísimo fuego: De la grande importancia del filosofar. De la menor dela filosofía. De la mínima de los filósofos .

Tras una br evísima intr oducción —siempr e entr e juego yfuego— en la que alude a las clásicas palabras platónicas «Diosno filosofa», para añadir , muy cer teramente: «Sólo filosofan loshombres, por ser algo inter medio, en camino, entr e lo simplemortal y lo divino», el profesor García Bacca selecciona, para estu-diarlas en su trabajo, tr es funciones del entendimiento rigur o-samente filosóficas: 1) reflexionar, 2) estar doblemente despierto,3) hacerse cada uno yo.

Distingue, en el primer punto, entr e r eflexionar y pensar ,señalando:

Precipitación, desconsideración, prisas, azacanamiento, cualquie-rismo, agitación, efectismo (...) son formas, moder namente exa-geradas, no solamente de ver sin mirar , oír sin escuchar , pensarsin reflexionar; sino algo más y peor, de ver y no querer mirar, oíry no querer escuchar, pensar y no querer reflexionar.

Reflexionar es, para este filósofo, dar de repente un frenazo, poner-se el ser en una situación escandalosa,

chocar con todos y desentonar ruidosamente del mundo, social,religioso, político, público (...) Y surgen entonces justamente esaspreguntas de frenazo: qué es, por qué es, para qué es, cómo es; osea las pr eguntas filosóficas por excelencia sobr e esencia, razón,causa eficiente, causa final, fin (...) del mundo, de la vida, de tantocorrer...

Reflexionar es, para Gar cía Bacca, la r eal y auténtica aristocraciadel pensar. Y filosofar no es sino la función natural de pensarpotenciada, la de repensar, de reflexionar.

En el segundo punto —«Filosofar es estar doblemente despier-to»— señala que, en r ealidad, filosofar es un segundo grado y

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potencia de vigilia. El mundo de los sueños es un mundo inco-herente, sin razón, y ha sido menester la genial audacia de Freud,unida a ciertos r estos de magia que andan todavía por la mentehumana,

para tratar de descubrir hilachas de esas subconscientes razones,faena casi de novela policíaca psicológica, que subtienden allá porlo hondo y desde lo hondo la fantasmagoría insubsistente delbatiburrillo de los sueños de cada uno.

* * *

El científico —dice Gar cía Bacca—, en su estado de tal, que nodura ni toda la vida ni la mayor parte del día, está doblementedespierto; y lo que en tal estado ve es un mundo compuesto deideas, necesariamente conexas entr e sí, fr ente al cual el mundoreal de los despiertos corrientes, es sueño.

* * *

Filosofar es —agrega—, en este fundamental sentido, estar doble-mente despierto y en vigilia nueva ante mundo nuevo. Y el cien-tífico, y el filósofo en cuanto tales, son otr o yo, doblemente yo;potenciación del yo suyo de despiertos, como el yo que somosdespiertos es potenciación del mismo yo que somos dormidos.

En el tercer punto —«Filosofar es hacerse cada uno yo»—, eldoctor García Bacca enfr enta el primer mandamiento filosófico:«No tomarás en vano el nombr e de Y o». Y pr egunta: «¿es quepodemos tomar en vano nuestro propio nombre, el nombre de Yocuando somos necesariamente cada uno yo, mi yo?». Y afirmaque, por paradójico que parezca, desde el hombre primitivo has-

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ta nuestros días es bastante común tomar en vano nuestr o nom-bre, nuestro yo, nuestra propia personalidad. Porque,

cuando una idea llega a ser obsesión, manía, tema, es el momen-to de máximo idealismo, de supr emo dominio de las ideas sobr elo real; y de mínimo dominio del hombr e sobre ellas. Entonceslleva el hombr e en vano y en vanísimo el nombr e de yo, y dice«yo pienso»; y hasta se gloría insensato e imbécil, de estar domi-nado por grandes ideas, de ser uno de tantos fieles, uno de tantossúbditos, uno de tantos esclavos de las ideas. Todo, menos ser yo.

En «De la menor importancia de la filosofía», García Bacca dis-tingue entr e filosofías inventoras y constr uctoras de simples«aparatos» —Platón, Aristóteles, Santo T omas...— y filosofías qu eson «laboratorios y fábricas de máquinas mentales» —Descartes,Kant, Hegel...,

los métodos de duda metódica —dice—, de r eflexión trascen-dental, deducción trascendental, método dialéctico, son, en ver-dad, «máquinas» que, de funcionar eficazmente, y con tal planse las inventó y montó, transformarían el mundo exter no eninterno, en contenido de conciencia, las cosas en sí, en objetospara mí; la r ealidad exterior, material, psíquica, histórica, enEspíritu absoluto.

Pues

en definitiva todo artefacto: aparato, máquina mental, o material—ciclotrón o método dialéctico, telescopio o método de abstrac-ción formal— se compone sin evasión posible de lo natural. Y enfilosofía, de la inteligencia y voluntad naturales, de ideas, devalores. De ahí la menor impor tancia de la filosofía, menor r es-peto del filosofar que es lo natural.

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García Bacca da fin a su ensayo —siempre como jugando, peroen el fondo del fondo quemando— con una br eve referencia alfilósofo, hombre de carne y hueso, de quien dice entra en la «bio-grafía» y no en la «filosofía».

Plá y Beltrán

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EN UN VOLUMEN sobrio, de elegante for mato, el doctor Julio deArmas ha agr upado una serie de pequeños ensayos biográficos,artículos y discursos que, a través de su meritoria vida de edu -cador, ha ido hilvanando con acendrada devoción. Hombres y pala-bras, en su primera parte, inaugura una como galería de retratos,rápidas y emotivas semblanzas, br eves notas cir cunstancialesescritas —la mayor parte— al margen de las apremiantes laboresen el desempeño de su profesión. De Armas se aproxima al hom-bre, a los hechos, a las cosas, con una asombr osa sencillez, conun criterio lógico y científico, apasionado a ratos. Los hombr esy las palabras han calado en lo más hondo del espíritu, sacudien-do sus fibras, conmoviendo su corazón de hombr e sensitivo.Desfilan, pues, los hombr es y los hechos: «V argas, creador de lapatria», «El santo de la llanura», «El r ecuerdo a Beauperthuy»,«Eduardo D. Méndez. Misioner o de luz», «Semblanza del viejoRísquez», «Crespo, expresión liberal», «Venezuela no provoca,ni teme», «V icente Peña, médico para todos los tiempos»,

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Julio de Armas

HOMBRES YPALABRAS

Caracas: Editorial Sucre, 1957.

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«Leopoldo Aguerrevere», «Carlos Enrique Reverón o la perseve-rancia patriótica», «El visitador médico», «La fiesta de Rafael»,«La Universidad Centenaria, 1852-1952», «Mensaje» y «Ha muertoun universitario», son verdaderos lienzos de comprensión huma-na, de fecunda enseñanza y ejemplaridad. Sus escritos p oseen lavirtud de acercarnos aún más a nuestra tierra y sus valor es, conun sentimiento de auténtica venezolanidad, pues vienen de lafrente de un escritor que ha aprendido —en el recio ejercicio delprofesorado de altura— a conocer los núcleos humanos, las agru-paciones de ser es que buscan r ealizarse, que tienden sus m iradashacia horizontes, a veces encontrados, pero siempre fecundos. DeArmas los penetra, los examina con pupila avizora, pues él sabever claro en los asuntos que caen bajo sus ojos. Con una preocu-pación altamente patriótica analiza los hechos, estudia los proble-mas, aconseja, planifica, se entr ega con fervor. La semblanza delviejo Rísquez, sus notas sobre Vargas, su recuerdo para el malogra-do poeta Tomás Alfaro Calatrava, el universitario muerto en la florde su edad, son conmovedores y hermosos.

En la nota liminar escrita por el doctor Ismael Puerta Flor es,que sirve de prólogo del libro, señálanse algunas virtudes de estainteresante obra:

Se dan la mano en mar cha ascendente en estas páginas — dice—hombres y palabras-valor es que pr estaron a la ciencia todo unarsenal de motivaciones, asiento de futuras r ealizaciones, o cola-boran su concurso de sabiduría en el diario quehacer de la comu-nidad: desde el maestro en su figura de educador en las primerasletras hasta la del universitario que, en maridaje, favor ecieron alescritor en sus lecciones de ciencia y de bondades. Otr os son traí-dos del fondo lejano y sembraron principios científicos o polémi-cas de vida y de política que se hermanan con aquellos que todavíamantienen la aur eola de sus pr ofesiones. Palabras también de launiversidad o para la universidad. T odas son líneas pedagógicasdichas y escritas con entusiasmo, con sencillez, con bondad nacidade un equilibrio espiritual, para exaltar méritos, esculpir figuras

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en tierra nuestra, para oídos nuestros, y para el aumento de nues-tra musicalía nacional.

La segunda y última parte de Hombres y palabras está integra-da por diecisiete discursos y una contestación al importante traba-jo del doctor J. Quinter o Quintero, intitulado «Consideracionesgenerales sobre el médico de ayer y el de hoy», en el cual se dis -cuten, de manera exhaustiva, las características y condiciones delos médicos de antaño en su r elación con los contemporáneos, eilustra ampliamente sobre la evolución del médico, aparejada a laevolución de la ciencia y de la humanidad misma, desde la épocatenebrosa del oscurantismo hasta los días de la ener gía atómica.(«Del fondo opaco y turbulento de lo intuitivo iba cr eciendo lallama blanca de lo deductivo, de lo positivo, de lo r eal», escribeQuintero Quintero en sus «Consideraciones».)

En los discursos, casi todos acerca de la vida universitaria, estála huella del hombr e preocupado por la juventud y sus pr oble-mas. Son, en gran medida, la pequeña historia de esas horas anó-nimas, pero, intensas, de los profesores y alumnos que se afananpor enriquecer el patrimonio cultural de nuestra tierra, mediantela evolución individual o colectiva —casi siempre la tarea es, pordesventura, individual que no de equipo— de sus talentos, desus esfuerzos y sus luchas calladas, muchas veces amar gas.

Por eso estas páginas tienen —agr ega Puerta Flor es— laindudable huella del hombr e que se ha paseado por la panorá -mica de nuestros acontecimientos, que vive intensamente el pro-ceso de las horas, y nos da, en experiencias, las motivaciones másdiversas, unidas todas por ese hilo psicológico de voluntad ypasión que da preeminencia a las cosas.

Juan Ángel Mogollón

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NATALIO DOBSON no es un escritor pr ofesional. Escribe a dentella -das, a rajadiablos, fiera y bravamente. Sus palabras son duras,incisivas y, en ocasiones, nada académicas. Le apasiona no tantola verdad como la r ealidad, y la desnuda hasta los cuer os. Mas aveces, entre la agonía y el sudor, burila frases deslumbrantes: «Laley de la selva es única, sencilla, simple; dura, sin per dón. La leydel más fuerte, la ley del talión» (p. 32). «La r ecompensa portanto trabajo, la cosecha de la semilla sembrada con sangr e ysudor en una tierra de lamento: ¡diamante, sangre de minero!» (p.53). «El hijo de la selva nació en esta tierra y muer e en ella olvi-dado. Nadie llorará su muerte, ni depositará flor es en su tumba,que es la selva inmensa. Riqueza y pobreza ríen y lloran a la vez.Es la gran payasada de la vida, la ruleta eter na» (p. 82). O: «Laselva es su gloria. La selva será su tumba» (p. 104).

Diamante... llanto de minero es fruto de la personal aventura deNatalio Dobson. Dobson, aquí, es personaje y testigo. T iene dosojos: con uno observa los infortunios del minero (ser compuesto

Natalio Dobson

DIAMANTE...LLANTO DEMINEROCaracas: Editora Grafos, C.A., 1957.

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de audacia, astucia. gener osidad. resignación, fe, esperanza, tra-jín, búsqueda, fracaso, hallazgo, derroche, derrota, enfermedad ymuerte) y con el otro las penalidades del comprador de diaman-tes, que, según él, «aunque con más diner o», se halla sentado ala misma mesa de angustia y sacrificios, jugándose la vida en uncontinuo cara o cruz.

El minero, para Dobson, vive en una especie de loco azar, en elque se juega vida y salud, lentamente o todo de un trago; el dia-mante le envileció alma y cuerpo. «La selva antihumana dio unaparte de sus tesoros para cobrar con altos intereses su entrega.»

El minero de la Guayana es indomable; lo mismo en la opulen-cia que en la miseria, es siempr e un impulso tendido hacia lalibertad. Da mucho más que r ecibe. Y con sudor minero se enri-quecen «los prestamistas de Tumeremo o de Arabia; los tenderos,los bodegueros, los que entr egan las criaturas cr eadas por elloscomo objeto de mercancía» (p. 54). Porque

la bestia humana busca a la mujer . No importa cuál de ellas. Nohay edad que cuente: viejas, feas, acabadas, deformes, viciosas,desechos de mujer , no por la edad, sino por la vida que llevan,por el trajín, por la mina, por la falta de higiene, por la corrup-ción... (p. 51).

Ésta es, en el libr o de Dobson, la par te que podríamos llamarhumana, donde Dobson ha puesto su pasión, su fuego, su cente-lleante ironía. Luego viene la fauna con el tigre, los reptiles, la víbo-ra, la cuaima candela, la terciopelo, el caribito, la araña mona, lashormigas veinticuatro... Y la geografía con sus nombr es sugerentesy misteriosos: Orinoco, Roraima, Caroní, Salto de Arpuchi, Urimán,Surukum, Apaipo, Uaiparu, Udioken, T isita, Uairén, Ahuitepuy,Dairén, Camoirán, Arauta-Meru, Urodai, Ptari-Tepui, Demenare,Manaos, Akurima, Peraitepuy, Kukenán, Yuruani, Kama... consu fasto de poesía, de inaudita belleza, pero también con su hos-tilidad y su muerte. O sea todo lo que Natalio Dobson ha obser-vado, vivido, gozado y sufrido durante quince años de contacto

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con la selva (que no perdona) y con sus alucinados y desconcer -tantes moradores.

Después anécdotas y datos fidedignos: la aventura de JaimeHudson, Barrabás, descubridor del diamante Libertador, en sugrandeza y en su pobreza, la historia de la mina del Polaco; la ver-dad sobre la figura del doctor Lucas Fer nández Peña, fundadorde Santa Elena de Uairén, en la Gran Sabana...

Las últimas páginas de Diamante... llanto de miner o las de-dica Dobson a la parte técnica: a la pr oducción diamantíferaen Venezuela y en el mundo, a la historia del diamante en elpaís, a cómo se calibra y valora un diamante, a cómo se tala undiamante...

La obra de Dobson, lujosamente impresa y ricamente ilustradacon fotografías tomadas por él mismo en Guayana, es, si se mepermite la paradoja, de un incalculable valor: no sólo por lo quecontiene de diamante sino por lo que encierra de soterrado llan -to humano.

Plá y Beltrán

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LA LEYENDA DEL Conde Luna fue galardonada con el Pr emio Novelade la Cámara Venezolana del Libro. Pedro Berroeta, con prosadomada —per o fluida y fluyente— penetra en ella los oscur osdominios de la creación abocándonos a las más extrañas y fastuo-sas simbologías. Su leyenda, con el Juan sin miedo de Ida Gramcko,me parece no sólo una de las obras venezolanas más intensamen-te imaginativas sino también más impresionantemente bellas.

La trama de la novela de Berr oeta es sencilla, su sencillez,empero, no le r esta originalidad. La narran, en primera persona,cinco personajes: el Visir de Cólcida, capital del imperio; el CondeLuna, hijo de Ar nulfo y Persia; Lesio, el pastor de r ebaños; unposadero —regente a la vez de un lupanar— y un capitán de laBallestería del Alcázar. Los personajes son, además de los ya cita-dos, Arnulfo el cejijunto, señor del Imperio, y Persia, su esposa;Aluina, amante de Arnulfo y madre de la Bestia; la Bestia y algúnque otro personaje de menos relieve.

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Pedro Berroeta

LA LEYENDA DELCONDE LUNA

México: Editorial Aguilar, 1956.

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Berroeta inicia su relato con la siguiente cita de los Presocráticosde Juan David García Bacca: «Empédocles dijo: Que ya Yo mismo,doncella y doncel fui una vez, ave y arbusto, y en el Salado fui pezmudo». Creo que jamás una cita fue emplead a más justamente.Porque en estas palabras de Empédocles subyace el clima y eltotal estremecimiento de La leyenda del Conde Luna .

A excepción de los hombres del pueblo —que se mueven entreel realismo y la magia—, los dos únicos tipos de la novela queguardan un per fecto equilibrio mental son Ar nulfo y el V isir.Piensan los dos con la ser ena frialdad de los estadistas. Ar nulfogana una batalla, antes de que ésta tenga efecto, con el «aballes-tamiento» de dieciséis de sus más aguerridos bar ones. El V isir,hombre descreído, razona:

...ya sabía que murmuraban por que no habíamos hecho inter ve-nir a los astrólogos y magos. Per o era que yo sabía el peligr o queimplicaba esto, porque si fracasaban, perdíamos con la magia unpoderoso instrumento de gobierno y si matábamos a la Bestia des-pués de haber reunido al Consejo de Magos, el pueblo les hubie radado más crédito por la victoria de lo que hubiera sido conve-niente; y los magos, apr ovechándose de lo que ellos sabían eraobra nuestra —per o que el pueblo les hubiera atribuido— ha-brían intentado de nuevo intr oducirse en la gestión de los nego-cios del Estado...

No obstante, «el Alcázar prestó al Templo su apoyo decidido siem-pre que éste se vio en dificultades». Por ello, entre un hombre, unpobre diablo «que no viviría más de cuarenta años», y el Templo,«una institución que duraría tanto como el Alcázar», se decidepor el poder del Templo, en acto que consagra a la vez su flaque-za personal y su sabiduría política.

Persia y Aluina están poseídas de deseos y sentimientos «nonaturales». Una y otra concebirán de Ar nulfo. La primera, al

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Ángel; la segunda, a la Bestia. Pero entre Bestia y Ángel existe unahermandad, una frater nidad entre amorosa y terrible. De ahí lafantástica simbología; la lucha, el terror ante la fiera certidumbrede que no hay unidad ni solidaridad en el universo.

El Conde Luna es heredero de estos contradictorios sentimien-tos, ama y odia a la Bestia, que es sangr e de su sangr e. «Dentrode mí no existía la unidad —expresará—, sino, al contrario, un caosen el cual una multitud de voluntades incoherentes, de contradic-torios sentimientos, se anulaban r ecíprocamente». Estos contra-dictorios sentimientos —o deseos— le conducen a una concepciónpesimista, fatalista del mundo: «...las estr ellas —dice—, los ríos,los árboles, las piedras y los hombr es, todos seguimos nuestr ocauce milenario y nadie puede arrancarse de su alvéolo para soco-rrer a nadie». Y cuando al fin, «fatalmente» tiene que enfrentarsea la Bestia, su hermana, para hundirla «involuntariamente» en lanada y el despojo, en medio del combate dirá:

De vez en cuando sentíamos que la ternura nos estrechaba en suspoderosos brazos y arrancándonos a la r ealidad nos confundía.De vez en cuando hacíamos un gesto que, si hubiera sido simul-táneo, nos hubiera pr ecipitado el uno hacia el otr o, desarmadospor el amor.

Uno de los personajes más definidos en la novela de Pedr oBerroeta es el posadero. Este dueño de burdel les haría puntas alLazarillo de Tormes y a Guzmán de Alfarache. T iene, como todopícaro, su personalísima filosofía, que patentiza así:

Nunca me habían inter esado las mujer es —dice—, ni siquieratenía una opinión sobre ellas, como no la tengo sobre los gatos nisobre las ratas. No niego su razón de ser, no cabe duda, por ejem-plo, para que nazcan los hombr es. También para que me traigandinero...

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O:

Yo nunca he comprendido que la gente se pr eocupe de que con-denen a un inocente; primeramente, no hay nadie inocente, todoel mundo ha hecho algo malo, y segundo, ¿qué importa a losdemás que a uno lo castiguen por lo que hizo o por lo que no hahecho todavía?

Y una de las páginas más hermosas del relato es la que incluyelas palabras que el Mago le dirige al Conde:

Hay hombres, Luna, que sirven de testigos a Dios, hombres en queél ensaya los planes que concibe para la humanidad entera, en losque hace un resumen de lo hecho y de lo que está por hacer, pueses más fácil rectificar en un hombre que en varias generaciones: túeres uno de ésos. Debes ir sin miedo hasta el fin. Quisiera que noolvidaras esto que voy a decirte, lo único que puedo decirte, y quequizá ahora te par ezca incompr ensible. Óyeme bien, Luna, elCreador y lo creado, es decir, Dios y la materia, forman uno de losfocos de una elipse que el hombr e ha de r ecorrer forzosamentepara volver a Dios. El camino que lleva hacia la más pura vida delespíritu, pasa a través de la vida, en medio de los goces y sufrimien-tos del mundo. El hombr e que quiera esquivar su experienciaterrenal como pretende hacerlo el monje creyendo así aproximar-se a lo divino, antes bien se aleja, pues el paso a través de las cosasde la carne es un filtro que purifica el alma, como el río que hundesus aguas en lo pr ofundo de la tier ra, sale luego al sol límpido,transparente y fr esco. No hay atajos para llegar al otr o lado; hayque descender a los abismos para r egresar al cielo, y nadie tienederecho a decir a otr o: «no hagas eso», ya que nadie conoce elcamino de otro ni las pruebas que le son necesarias para avanzar.Porque, recuerda bien esto, Luna, perfeccionarse es pasar a travésy más allá, no evitar.

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No sé si, en mi br eve comentario, habré traicionado el espíri -tu de la letra de Pedr o Berroeta. Y repito que su obra me par ece,en su feroz simbología, algo de lo más bello y apasionante leídopor mí en los últimos tiempos.

Plá y Beltrán

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Septiembre, octubre 1957

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BAJO ESTE sugestivo título —feliz hallazgo para darle nombre a unabella obra lírica—, y con motivo de los festejos realizados en con-memoración del Cuatricentenario de la ciudad de Trujillo, recien-temente comenzó a circular este nuevo poemario de R.A.B., editadopor generosa iniciativa de un comité constituido en Punto Fijo,estado Falcón, e integrado por todos los trujillanos r esidentes endicha localidad, con el propósito de tributar en la magna fecha uncariñoso homenaje al afamado cantor de su terruño.

Uno de esos ejemplar es ha venido a nuestr os manos con unacordial dedicatoria del poeta, compañero de aventuras líricas en laapacible Caracas de otro tiempo, con sus callejas estr echas y limi-tados contornos, y de aquellas gratas horas juveniles en que nues-tras almas se enfrentaban a la vida con risueño optimismo, ¡porquetodavía teníamos fe en el futuro y nos era posible soñar y esperar...!

También habían discurrido muchos años sin saber nada de laexistencia del poeta. ¿Dónde estaba? ¿Qué había sido de él? Nisiquiera llegaba a nuestros oídos el eco de sus sencillas y musica-

Rafael Ángel Barroeta

BAJO LA TARDECaracas: Impresos Rodríguez, 1957.

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les canciones, ¡como si se hubiese disuelto en un pr ofundo fosode silencio y de olvido! Alguna vez llegamos a pensar que, decep-cionado de las mentiras, vanidades y oropeles de la urbe falaz, sehabía recluido en alguna Cartuja remota; o, acaso, convencido deque los sueños, los nobles anhelos y las dulces esperanzas de losaños mozos no se realizarían nunca, había marchado un día, consus alforjas de r omero ya vacías de ilusiones, «hacia el r emotoencanto de su terrón natal».

Y leyendo ahora Bajo la tarde, sus claras y cadenciosas rimas n oshan producido el mismo gozoso deleite del chicuelo que, despuésde corretear bajo el sol por un rastrojo de agotadas hierbas, encon-trara de súbito una patilla en sazón y , sediento, hundiese toda lacara en la roja y dulce y fresca pulpa para saborear glotonamentesu almibarado jugo... Emper o, lo que más nos ha r egocijado escomprobar que el poeta no ha evolucionado y se ha mantenido fiela las viejas normas, a la manera suya de sentir y expr esar la poe-sía, sin imágenes r etorcidas y extravagantes, como él mismo loconfiesa paladinamente en sus categóricas «Palabras liminar es»,que tienen toda la gallardía de una profesión de fe:

Yo creo humildemente que el verdadero poeta debe ser sencillo yclaro como el agua del ma nantial, y armonioso como el trino delos pájaros.

(…)Las voces que no logr en llegar hasta el fondo de las demás

almas, estr emeciéndolas, es decir , emocionándolas, serán vocesinútiles, estériles, perdidas.

(…)Estoy de acuerdo en que no hay escuelas sino poetas.(…)En cuestiones de Arte, no hago diferenciación entre lo que lla-

man algunos lo nuevo y lo viejo: para mí lo esencial es la belleza;y mi aspiración, como la de Darío, es ir al por venir bajo el divinoimperio de la música!

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Y consecuente con este canon poético —en el cual coincidi-mos—, de que la poesía no debe ser sino belleza diáfana y senti-da emoción, Barroeta ha seguido cultivando su huerto ver náculocon la misma solicitud y cariño de otrora: sin dejarse arrastrar porlas modalidades de esa «nueva estética» que hoy priva en todaslos manifestaciones del arte y cuyas imágenes concebidas conideaciones obstrusas e ininteligibles —tanto en el plano literariocomo en el plástico—, son tan oscuras, tan deformes y a veces tanmonstruosas, que no llegarán nunca a la conciencia del pueblo,puesto que en los mismos cerebros cultos, pero normales, podránproducir cansancio, desconcierto, el vértigo y aun la risa...; masno despiertan un sentimiento ni suscitan en las almas el místicoestremecimiento de una emoción.

Y así, afirmado en su cr edo, el poeta no ha querido superarsepara ponerse a tono con la época. Seguramente piensa, como no-sotros, que la beldad es una y eter na: el r umor cristalino de lasfuentes, el melodioso trino de los pájar os, el diuturno rimbombode los mares, la feérica policromía de los crepúsculos, son tan anti-guos como la naturaleza y no se han modificado nunca; per o¿osará alguno negarles su belleza inmortal? ¿O llegar emos un día,en ese afán morboso de originalidad, a pr etender que los pájar osgorjeen con nuevas melodías, que el r esponso del mar se moder-nice, que corran los arr oyuelos con nuevos ritmos y que pincelesabstractos creen nuevo colorido para las auroras y para los ocasos?

Y por eso el poeta continúa punteando su sonora guitarra pue-blerina para acompañar sus virgilianas coplas, musicalizando susromances, repujando y puliendo sus estr ofas como el lapidariosus gemas, hasta lograr sonetos de puras y luminosas facetas y deestructura eurítmica, fluidos y musicales como las aguas quebajan de sus montañas, entre los cuales elegimos el que transcri -bo a continuación:

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SUEÑOS DE OTOÑO

Amo la vida campesina. Quiero junto a la choza pintoresca, el río;las garzas meditando en el estero y la gracia del sol en el plantío.

En el patio florido, el jazminero;libre como la brisa mi albedrío;y en la torre del pueblo, el compañero echando hacia el azul su vocerío.

Las muchachas airosas y hechiceras que por entre colinas y riberas descienden de mis páramos bravíos.

Y al vaivén de las últimas corolas, proseguir, como siempre, hilando a solasen mis ruecas de amor los sueños míos!

Y ésta es la actitud lírica que ha mantenido el bardo en toda sutrayectoria poética: la que echó a volar en sus sonoras «Ráfagas»;la que reafirma en la luminosa «Lámpara» que irradia suave luzen su melancolía crepuscular, y que ahora viene a ratificar en suhermoso poemario Bajo la tarde, donde todos los poemas que harecogido en sus páginas nos ofr ecen la fluidez, la diafanidad y lafrescura de los manantiales que descienden de las enhiestas mon-tañas de su tierra, cantando su límpida canción de cristal.

Y, como una definitiva reafirmación de esa actitud, en el brevepoema final nos manifiesta que él sabe «que en esta época de lastransformaciones del arte» no están bien los sones de sus cancio-nes; pero que sigue dando sus versos «cual los pájar os sus tri-nos»; y finaliza su composición con esta emotiva estr ofa:

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Para mis versos solamente ansío, y le basta a mi goce cotidiano, la palabra cordial de algún hermano; o con saber que alguna vez sobre ellos, posó con adorable señorío una dulce mujer sus ojos bellos!

M. Pereira Machado

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Septiembre, octubre 1957

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EL OJO SABIO del poeta tiende su mirada más allá de los confinesvulgares. Y en la penetrante visión nada es, por cier to, delibera-damente rechazado. Porque las categorías que establece el artista,las posibles —infinitas— jerar quías, no tienen nada en comúncon el criterio adocenado de las mayorías. Su mundo, arbitrarioy en apariencia ilógico, está poblado por criaturas de ensueño,por extraños objetos y palabras de un paraíso inusitado. Podría,pues, un caballo ser tan grande como el Aconcagua, o tan peque-ño como un grano de mostaza. Y la imagen, en el asombro de losinofensivos parroquianos, en el círculo de las «buenas personas»,cae centellante y violenta, toda llena de misterio y elevado fulgor.El poeta puede decir —lo dice—, por ejemplo:

Un niño come sal sobre la playa. Ha extendido allí su mantel de espuma y, sobre la blancura, el último aliento de los peces que mueren.

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Reyna Rivas

HUÉSPEDES DELA MEMORIA

Caracas: Tipografía Vargas S.A.,1957.

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Dice que es buena la sal. Que sabe a almendrón y a granada, a maíz y a panela. El mar deja siempre sobre la orilla redes de oro y banderas de escamas. Entonces, donde quiera podemos extender la mesa. Sólo que a lo nombrado no le viene su nombr e. Cielo puede ser cualquier cosa y amor la posesióntotal de un objeto pequeño.

Cielo puede ser cualquier cosa, el mar deja siempre sobre la ori-lla redes de or o y banderas de escamas... Los cangr ejos muertoseran un tren... Todo se abraza a esta total conjunción del univer-so porque en cada gesto o palabra podemos encerrar el mundo.Ciertamente, no hay comienzo ni fin. Es decir, el supremo creadory descubridor de universos, el poeta, pasa r evista —rigur oso ytodo a un rito de elementales símbolos, de señales herméticas— asus criaturas como un mariscal de campo. Y , plantándose allí,semeja un árbol lleno de encantamientos. Y bate sus ramas haciatodos los vientos, estremecido.

Reyna Rivas se ha propuesto, como todo poeta que ama la ori-ginalidad, el propio fuego, la constr ucción de un pequeño r einode maravillas, poblado de hechizos y mágicas estancias, donde lapalabra recobra la majestad de su pureza y el imperio absoluto desu esencia. Su r eciente libro, Huéspedes de la memoria está signa-do por una voluntad creadora. A cada paso, a cada página, es os-tensible el esfuerzo de penetrar y r evelar el ver dadero rostro delas cosas. Hay una búsqueda permanente por obtener el sentidometafísico (¿por qué no?) de los pequeños motivos ocultos eninsospechables rincones. Al r escoldo de un hogar en miniatura,ella canta la simplicidad de los hechos, de los objetos, traducién-dolos a un plano de belleza mayor.

El sentimiento panteísta, esa como concepción ecuménica yglobal de su obra, está r ealizado con pur eza, con extraor dinarialimpidez. Toda palabra inútil, muere. Allí sólo hay cabida para loesencial, para lo justo y lo exacto. Para lo escueto y lo pur o. La

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palabra es indemnizada y el concepto —indisolublemente asocia-do a la imagen— resplandece.

A veces, es cierto, la idea que ocupa al poeta traiciona el fin es-tético. Y es sólo prosa el resultado. Mas siempre está allí la manoinconfundible del poeta:

Clamo por alumbrar tantos objetos olvidados. Por darle a cada uno un nombre que lo ciña y lo envuelva como el aire a las formas.

Pero la constante en la poesía de Reyna Rivas es su permanen-te asombr o inter rogante, que la conduce —casi siempr e consobrada fortuna— al hallazgo cr eador, al clima puro de lo bello.Y allí, en verdad, se ha establecido.

Juan Ángel Mogollón

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Septiembre, octubre 1957

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NUESTRO BUEN amigo y atildado escritor Adolfo Salvi, antiguo com-pañero de andanzas literarias allá en los lejanos y añorados tiemposde nuestra juventud, ha tenido el acierto de seleccionar y r ecogeren este pequeño volumen de ciento dieciséis páginas, seis discur-sos y una conferencia, pronunciados en diversos actos y oportuni-dades para tributar un sentido homenaje a hombr es ilustr es deVenezuela o rememorar acontecimientos históricos que han mar-cado épocas en el desenvolvimiento social, político o cultural dela patria; y así nos encontramos con su elogio a José Martí en lafecha centenaria de su nacimiento; sus elocuentes evocaciones deJosé Joaquín Olmedo y Simón Rodríguez, al inaugurar sus bustosen el Paseo Independencia de esta ciudad, sus palabras para con-memorar el cuarto Centenario de la ciudad de Sao Paulo; su dis-curso de orden en el Aniversario de la Fundación de Caracas; susconceptos acerca de don Andrés Bello en la celebración del Día delMaestro, y su bien documentada confer encia sobr e el hér oe deBoyacá en la sede de la Casa Anzoátegui. Prosiguen luego cuatro

Adolfo Salvi

LOAS Y SEMBLANZASMéxico, D.F.: Talleres de Manuel Casas, 1957.

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breves semblanzas de compatriotas que tuvier on dimensión con-tinental: Bolívar, Cecilio Acosta, Cajigal y Bolet Peraza, para concluircon una emocionada página elegíaca, publicada en 1940, a lamemoria del joven e inspirado poeta insular Luis Castr o, cuyoslíricos cantos, por desdicha, ¡enmudecieron prematuramente!

En un estilo pleno de casticismo, fluidez, claridad y pr ecisión,expone sus conceptos con respecto a los hombres o a los hechos,que sabe enfocar certera y objetivamente, hasta dar nos imágenesen que alienta la vida. Cuando en una concisa semblanza nos pre-senta la compleja y radiante figura del super hombre de América,su verbo adquiere entonaciones ditirámbicas, bajo el impulso dela honda admiración que le inspira el Libertador, y se expresa así:

No es sólo América sino que tampoco en el mundo ha apar ecidotodavía el hombre que pueda equipararse con Bolívar en el senti-do de su cosmicidad mental. Su pensamiento fue vasto y sus pro-pósitos tan vastos, como hijos de su pensamiento. Cuando piens aen la libertad de Venezuela no se detiene en sus lindes territoriales,sino que lleva su concepción a todo el continente, al que quier ever libre, sin oprobiosas ataduras, ni sujeciones irritantes. Confíaen el destino americano por que posee una gran mentalidad quele permite intuir el futur o de las últimas tierras ocupadas por elhombre civilizado. Penetra a través de la cerrazón del tiem po ymira claro el por venir, asentando principios que no periclit ansino que, por lo contrario, encuentran justificación a medida queel mundo discurre en su existencia y América integra con su g randesarrollo y su puñado de jóvenes repúblicas la totalidad esférica.

Y en el br eve, pero meduloso ensayo biográfico con que nospresenta al brillante polígrafo Cecilio Acosta dentr o de la épocay el medio en que discurrió su pr oficua existencia, tan hostilespara la plena difusión y florecimiento de sus nobles ideas, porque«Venezuela se encontraba entonces enfebr ecida por las pugnaspolíticas de los caudillos que engendrara la gesta liberadora»,

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asienta con sobrada razón que Acosta era «un gigante cuya voz seperdía entre el agitado oleaje de las pasiones». Y concluye su her-mosa apología con esta incontrastable afirmación:

Corridos los años y ser enadas las pasiones, V enezuela halla enAcosta un guía, un maestr o, que junto con Sarmiento, Montalvoy Martí —su insigne panegirista— forma armónica unidad depensamiento americano, de dignidad humana y de clara visióncontinental.

Y en este plano de elevación —en cuanto a pulcritud en el len-guaje y dignidad en los conceptos— se mantiene a todo lo lar gode sus loas y semblanzas el autor de esta pequeña obra, cuyo some-ro comentario escribimos impar cialmente, sin que en nuestr omodesto juicio haya influido la amistad que nos une desde hacemucho tiempo.

M. Pereira Machado

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Septiembre, octubre 1957

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EN NUESTROS viajes por seis países de la América Ibérica hemospodido contrastar cómo permanece, enquistado en las costum-bres, rigiéndolas con el pr estigio de la poesía, el viejo r omancehispánico, en estancias diversas, per o con la misma emoción eidéntico ritmo, asonantando o aconsonantando sus estr ofas.

Y asimismo hemos advertido cómo se ha incorporado estetema del duelo entr e el poeta y el diablo, que se enraiza pr oba-blemente al romance morisco antes de hacerse cantar de juglería,en todas esas tierras, al romancero popular.

Que si se estudia bien —y no hemos tenido tiempo ni modosde hacer ese estudio tan atrayente, y estábamos por decir ya, tannecesario— toda esa algarabía de las canciones que acompañano ponen simplemente letra a los ritmos afr oamericanos, carecendel sabor , de la sustancia, de la íntima constr ucción de estosromances coloniales que, con el idioma, se engarzaron a la líricaiberoamericana.

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Alberto Arvelo Torrealba

FLORENTINOY EL DIABLO

Caracas: Editorial Rex, 1957.

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Porque las dos migraciones —la europea y la africana—que hanvenido a afluir a estas r egiones del Nuevo Mundo, enriquecien -do su tesoro lírico, han influido de manera muy distinta, pudien doafirmarse que la primera se hizo car ne viva en el pueblo criollo,porque le venía de los padr es y a veces de las madr es —comoapunta picarescamente Ramón Díaz Sánchez en una de sus nove-las más logradas— languidecientes bajo el sopor del trópico...

Mientras que la segunda ha invadido este Nuevo Mundo máscomo una extravagancia rítmica, como un motivo bailable en elque, naturalmente, se pierde la voz, la palabra, que apenas si sirvede acompañamiento al son estr epitoso de los instr umentos. Y escomo un ritornelo apenas, como un fondo apagado, que mantie-ne un hilo fugazmente melódico sobr e la tor mentosa sonoridadde la música.

El romance, en cambio —manteniendo tal vez la lejana tradi -ción helena—, figura en primer término y exige, lógicamente,trama, o tal vez estaría mejor drama, pensamientos y, a veces, sen-tencias, porque es la razón principal del concierto al que la gui-tarra o el cuatr o ponen su fondo musical como un for o sobre elque se van destacando los versos... De ahí que estas composicio-nes per duren y sigan, en el lenguaje ver náculo que le dan lanueva sensación y el nuevo acento, pero que conservan el presti-gio antiguo de aquel r omancero que en sus orígenes se hace lagesta del héroe nacional hispánico en el del Cid Campeador .

Nosotros le hemos encontrado siempre a estos romances, cuan-do los hemos oído recitar en su ambiente apropiado —en el campo,en los bosques o los llanos de estas antiguas colonias—, el encan-to de las añoranzas de aquellos otr os, lejanos, que oímos, en lajuventud, en los cortijos o en la serranía andaluza, en el chozode un pastor o también en las noches de la vendimia y del verso d elos olivos, cuando se hace ese r eposo —tan bien ganado— entr elas fatigosas tar eas campesinas. Nunca en la «juer ga clásica» decolmado, de esas que enturbian la visión señera de las legítimasfiestas andaluzas, con ese espectáculo de lo pintor esco, embuste-ro, artificialmente inventado para un turismo burgués adocenado.

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El poeta del Llano que es Alberto Ar velo Torrealba, que noconocíamos, ha sabido exprimir de esos mostos añejos este roman-ce nuevo, de tonos calientes de los antiguos caldos r econcentra-dos allá abajo, y envasado en estos toneles de maderas r eciéncuradas, para darle al r omance antiguo su paladeo actual. Labordifícil. Sobre todo porque no se ha dejado arrastrar por ningunade las dos corrientes absorbentes, manteniendo en su canto elcurso sereno de su propio estilo y de su inspiración racial, regio-nal, con sus pr opios vocablos —que también son añejos conparecer tan actuales—, y con unos giros de una modernidad quehace encajar en la autaugía de sus estrofas, como aquellas piedraspreciosas de las alhajas de una vir gen gótica, en los montajes dela orfebrería de estas épocas.

Pero lo que r esalta sobre todo en su r omance es la sabiduríaantigua que va engarzando en el r osario de sus versos las imáge-nes esmaltadas de aquellas sentencias car gadas de experiencias yaromadas del sándalo de las consejas, como éstas:

Por si me quiere tentaryo soy como el Dios te déque hace la cruz en el aguapara poderla beber.

Que todo renglón no es versoni ritmo son conchas de ajo,ni el secreto del repique,es guindarse del badajo.

Pero lo que sobr e todo da a ese libr o su característica máspopular son las imágenes —tan confusas, tan rebuscadas y barro-cas en la moderna poesía americana—, y que en este libro se nosproyectan tan claras y radiantes en su prístina r ealidad sencilla yrústica, como estas otras:

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La palma, en la luz agónica,centra pávido ajimez.

* * *

Fusileros federalesen godas cabalgadurasanunciando la pelea:la del siempre con el nunca.

Adentro suena el capachoafuera bota la lluviaVena en corazón de cedroel bordón sangra ternura.

* * *

y se le ve jeme y mediode puñal, en la cintura.

Y no queremos dejar de exponer cómo el mismo trovero popu-lar de sus tierras que es Ar velo Torrealba —y conste que lo deci-mos como un elogio entusiasta, por que en nuestra opinión lapoesía americana ha de tomar a estos hontanar es para r enovar-se—, para perder el bruñido artificioso de las metáforas demasiadoculteranas —que r enuevan la insopor table afectación gongori-na—, el mismo autor hace transpar entes referencias a los oríge-nes de su leyenda, en estos versos:

Soy retador de juglaresdesde los siglos del Rey.Le sobra con esperarmesi me quiere conocer.

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Como revela ya la tradición clásica de sus cantos en estos otr os:

En un verso largo y hondose le estira el tono fiel,con su América andaluzaen lo español barinés.

Que hasta las contiendas civiles de la independencia cantaron,con estos mismos r omances, las der rotas de unos y las victoriasde los otros.

José Rial Vázquez

RNC Nº 125

Noviembre, diciembre 1957

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PULCRAMENTE EDITADO viene este volumen a nuestras manos en unalarde de rapidez tipográfica. El día de Caín , cuyos originalesguardaba la autora desde 1954-55, época en que fue escrito ellibro, sólo pudo ser dado a la estampa después del 2 3 de enerodel presente año. Su tema, de candente actualidad política, no lepermitía el ser editado antes ni menos aún distribuido. Hoy vienea llenar un puesto de avanzada. Sin duda serán muchos los auto-res que luego se lancen por la vertiente fácil del libr o político,mas el mérito de esta obra de Lucila Palacios radica en haber sidohecho al r escoldo sombrío de la dictadura. Esto en cuanto a loque tiene de documento libertario, pues en cuanto a sus méritoscomo obra literaria son muchos y diversos, como ya lo ir emosapuntando. Lucila Palacios escoge la forma de la novela —esemar sin riberas, como la llamó un conocido novelista actual—para verter en ella, donde todo cabe, una historia viva y humana,no sólo de varios personajes sino de un pueblo amor dazado yperseguido hasta en los más profundos reductos de su libertad, lade pensar y de sentir.

Lucila Palacios

EL DÍA DE CAÍNCaracas: Tipografía Vargas, S.A.,1958.

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Los personajes que se mueven en la novela son tan reales, quetodos hemos conocido a uno o varios de ellos, por lo menos.Tipifican al burócrata, al luchador democrático, al estudianteentusiasta y heroico, al extranjero arrojado a nuestras playas porun tr emendo avatar y que no puede ser indifer ente a nuestrasluchas, que le r ecuerdan las suyas pr opias. Hay un personajeestupendamente trazado y tan lleno de vitalidad que es imposi-ble no reconocer en él a muchos hombres: el Hombre-Trampolínlo llama la autora, y su descripción ha de llenar de confusión amuchos que bien podrán r econocerse en el implacable r etrato.Cómo afectó a las distintas clases sociales la tremenda descompo-sición de un régimen de saqueo y terr or, cómo hizo de uno unneurótico y de otra una espía que se r etuerce en los abismos desu pr opia conciencia, cómo llega hasta alcanzar y destr uir esemundo dulzón y ficticio que la «mujer de su casa» trata de crear-se a fuerza de indifer encia y de pasividad, cómo acaba por arra-sar bajo sus duras ruedas dentadas a todo lo que es limpio, lo quees nuevo y quier e crecer y ver la luz, cómo siega vidas y destru-ye voluntades la tremenda maquinaria de hierro que quiere abar-car el mundo y dejarlo sin sol, es la historia ver dadera que narraLucila Palacios. A pesar de lo vastísimo del tema, que tiene pr o-yecciones épicas, la autora logra encerrar dentr o de los límitesnovelísticos una estampa coloreada y recia y darnos toda la trági-ca dimensión del problema, que no es tan sólo nacional sino hu-mano. Muestra ella con perfecto acierto los puntos de contacto,la similitud de métodos y de miras que une entre sí a las diversasdictaduras del mundo, y hace de su novela una ver dadera sagadonde se canta a los libertador es de todos los pueblos, a los queuna vez y otra han ido a romperse la frente contra el acerado apa-rato que constituye el monstruo devorador de vidas y haciendasque quiere ser adorado como un dios.

Esto en cuanto al contenido del libro, el cual está perfectamen-te logrado. En cuanto a sus valores literarios diremos que la escri-tora parece haberse superado en esta ocasión. Su estilo, que eseminentemente pictórico —la sensibilidad de la novelista Lucila

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Palacios nos ha impr esionado siempre como visual, a tal puntoque ella pinta cuadr os llenos de imágenes y sus descripcionesestán repletas de colores, de movimiento, de relámpagos, de lucesy sombras, como si el escritor se doblara de un excelente agua-fuertista—, en esta oportunidad par ece establecer una r elaciónestrechísima entre lo que el autor tiene que decir y sus medios d eexpresión. Debido a esta conjunción de factores el libro es litera-riamente muy afortunado. Además notamos en la ya veterananovelista que es Lucila una más perfecta y diferente forma de pun-tuación, que acaso pase desaper cibida para lector es menos m e-ticulosos, pero que hubimos de notar en seguida. Con ello obtienela novelista mayor claridad de expr esión y más vigor en la expo -sición de ideas.

Sus atisbos poéticos están allí como siempr e. La novelista guar-da dentro de sí un poeta lírico que a ratos asoma la or eja pordebajo del gorr o frigio, y esto da a la novela un nuevo sabor ,haciéndola más femenina, más tier na. A pesar de lo magno delintento de describir una maquinaria dictatorial a través de algu -nos personajes prototipos, se conserva siempre el detalle fresco yhermoso como la brizna de paja que asoma por entre los bloquesde piedra de algún sever o monumento. El personaje tétrico delburócrata que no quiere seguir siendo un pelele y pierde la razónen esa lucha desigual entre sus tímidos ideales y la deshumaniza-da maquinaria que pr etende arrollarlo, nos recuerda al héroe deArthur Miller en la famosa Muerte de un viajante . Es el mismodilema trágico del maquinismo contra el alma. Más adelante,cuando el burócrata enferma y juega a destruir muñecos de trapocon una absurda rueda mecánica inventada por él, es El rey y lareina de Ramón Sander los que vienen a nuestra memoria. T odolo cual quiere decir que la obra de Lucila Palacios está bien empa-rentada, y que en distintos climas y con medios de expr esióndiferentes, los hombr es muestran su mismo incorruptible cora-zón. Todavía hay algo más que elogiar en El día de Caín, y es quesiendo el tema pr opicio a los desahogos de patriotería fácil y la

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hora bien dispuesta para r ecibir caricaturas de personajes r ealesligeramente vestidos de ficción, la autora haya sabido evitar unacosa y otra, fiel a su buen gusto profesional y sacrificando lo opor-tunista tentador en aras de su arte y de su nombr e.

Gloria Stolk

RNC Nº 126

Enero, febrero 1958

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DESCENDIENTES DE generaciones constantemente combativas, losjóvenes de nuestro país mantuvieron en los hechos ocurridos fren-te al pasado régimen, la valentía y her oicidad tradicionales, antelas numerosas situaciones despóticas por que atravesara nuestrasociedad últimamente. Unidos unos, dispersos otr os, con armasdiferentes, en ocasiones apar entemente pasivos, de todas formashubo una especie de brigada juvenil que fustigó constantemente alos oscuros mantenedores de aquel régimen. Se or ganizaron asíasociaciones y grupos cuyas inquietudes pasaban fr ecuentementedel arte a la política o del deporte a la actividad clandestina. Deeste modo aquel desmán, por un azar inverso, nos legó gruposliterarios y artísticos que hoy pueden ocuparse con entera libertadde sus menesteres precisos. Uno de ellos, y tal vez de los más inte-resantes, es Giraluna, cuyo nombr e nos evoca ya al poeta home-najeado en este cuaderno de sobria edición, ilustrado por el pin torCarlos Cruz Diez.

HOMENAJE AANDRÉS ELOYBLANCOCaracas: PublicacionesGiraluna-Imprenta del Ministerio de Educación,Cuaderno nº 2, 1958.

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Ocho poemas contribuyen al homenaje, y son de los jóvenesEster Cedeño Tinoco, Helí Colombani, Claudio Rojas Wettel, JesúsRosas Marcano, Víctor Valera Mora, Iván Urbina Ortiz, AntonioE. Saavedra, Ángel Eduardo Acevedo y Rubén Jaramillo, cada u node los cuales aporta un poema. Con muy contadas excepcionestodos son nombres muy nuevos para los lectores de poesía. Puedeobservarse a través de la lectura de los poemas un lenguaje mar-cadamente áspero, combativo, tal vez con intenciones de cier taliteratura de años atrás y que se llamaba «de mensaje». De todasmaneras, dada la juventud del grupo más numer oso entre ellos,cabe esperar de Giraluna, y así lo hace pensar este cuaderno, másy mejores incursiones por el campo creador. Se nos antoja que seríadifícil analizar cada una de las producciones, y también que ellasno pueden darnos una idea de la individualidad de cada nombre.Por eso hay todavía expectativa acerca de lo que ellos, particular-mente, puedan darnos.

En cuanto al cuader no pr esente digamos que hay bastantefuerza y empuje, mucha voluntad de crear, mucha inquietud, perodebemos recordar que además de la inspiración, del «duende»,que dijo Gar cía Lor ca, del misterio, también debe existir , a sulado, el trabajo constante, la superación cultural y el esfuerzo porhacer siempre algo mejor. Por nuestra parte, saludamos de mane-ra entusiasta las publicaciones de Giraluna y felicitamos a susmiembros, en tanto permanecemos a la espera de nuevas produc-ciones suyas, que en definitiva son las que habrán de darnos ideade la importancia de quienes ahora se están iniciando en el que-hacer poético.

Ramón Palomares

RNC Nº 128

Mayo, junio 1958

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Agradecemos a la Biblioteca Nacional y a la Universidad Central de Venezuela (UCV) por las imágenes de carátulas cedidas.

Corrección de textosCésar RussianDiseño gráfico y portadaClementina CortésDiagramación Ana Beatriz MartínezImpresiónEdiciones Anauco

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Esta revista se terminó de imprimiren el mes de diciembre de 2007

en los talleres de Ediciones Anauco,Caracas, Venezuela. En su diseño se utilizaron

las familias tipográficas Futura y Berkeley.En su impresión se usó papel Saima Ivore de 60 gramos.

La edición consta de 5.000 ejemplares.

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