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NOEL QUESSON R4LABRA DE DIOS PARA CADA DÍA primeras lecturas para el tiempo ordinario de los años pares Editorial Claret Grupos de oración v amistad

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NOEL QUESSON

R4LABRA DE DIOS PARA CADA DÍA

primeras lecturas para el tiempo ordinario

de los años pares

Editorial Claret Grupos de oración v amistad

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Noel QUESSON

PALABRA DE DIOS PARA CADA DÍA

Puntos de meditación • de las lecturas litúrgicas entre semana

Tomo IV

Tiempo Ordinario - Años pares

Editorial Claret Barcelona

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Portada: Ernest Puig ® Droguet & Ardant - Limoges 1975 ® Editorial Claret, S.A., Barcelona 1982

Versión castellana de M.N.Q., de la 1.a edición de la obra francesa de Noel Quesson Parole de Dieu pour chaqué jour. Jalons pour les lectures de semaine - Tome I: Les Evangiles de l'Advent a la Pente­cóte - Tome II: Les Evangiles de la Pentecóte á l'Avent - Tome III Premieres lectures pour l'Avent - Noel - Caréme et Temps pasca!.

Nihil Obstat: El Censor: Jorge Marimón Barcelona, 17 de abril de 1982 Imprímase t José M. Guix, Obispo Auxiliar y Vicario General.

3.a edición

Editorial Claret, SA. Roger de Llúria, 5 - 08010 Barcelona Impreso en Diarts, SA. Sant Jaume, 20 - Ripollet ISBN: 84-7263-196-6 (edición completa) ISBN: 84-7263-250-4 (vol. IV) ISBN: 2-7041-0534-0 editor Droguet & Ardant, Limoges, edición original Depósito Legal: B. 28.284-1989

INTRODUCCIÓN

HA CER ORA CION SOBRE LA PALABRA DE DIOS

Siguiendo el mismo método que los tomos anteriores he aquí tres volúmenes que tienen como punto departida la «primera lectura» de las misas semanales. Si la lectura de los evangelios generalmente resulta familiar a muchos cristianos, no sucede lo mismo con los textos del Antiguo Testamento, que a menudo suponen el conocimiento de las circunstancias históri­cas que los vieron nacer. En cuanto alas epístolas de san Pablo es sabido que su lectura resulta a veces difícil debido a su profundidad teológica. Sin entrar en las controversias exegéticas y sin tener en cuenta los muchos trabajos sobre las Escrituras hechos desde hace varios años, estas meditaciones se valen de estudios más técnicos, a fin de evitar, en la medida de lo posible, un subjetivismo excesivo. En la oración es importante estar seguro de que se ha entendido bien «lo que ha querido decir» el autor sagrado que lo expresó hace unos 2.000 años. Respecto al método de oración, lo que resulta impor­tante es el texto sagrado en sí mismo, impreso en negritas. A él hay que volver constantemente una vez leído el párrafo explicativo.

ORAR REGULARMENTE YA PEQUEÑA DOSIS DIARIAMENTE

Este libro no ha sido pensado para una lectural global seguida. La compaginación elegida propone simultá­neamente en dos páginas una corta lectura para cada día. Los textos son los del Leccionario semanal; porque es

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ventajoso que nuestra oración siga el ritmo del año litúrgico. Y, al hacer la reforma conciliar, la Iglesia ha elegido ciertamente los más hermosos textos de la Biblia. Durante el Adviento y la Cuaresma, los temas espirituales son singularmente indicados para esos dos tiempos privilegiados del año. Los textos están sacados de muchos y variados pasajes de la Biblia. En el tiempo de Navidad, se lee las Epístolas de san Juan. En el tiempo de Pascua, los Hechos de los Apóstoles (volumen III). Y durante el tiempo ordinario, distribuidos en dos años —pares e impares— se lee alternativamente un libro del Antiguo Testamento y un libro del Nuevo. Esa lectura continua de un libro, cuya meditación se prosigue durante una o dos semanas, es sumamente favorable a una comprensión profunda de los autores sagrados.

ORA CION PERSONAL

Claro que nadie puede ponerse en lugar de otro para un acto tan eminentemente personal que es la oración; así pues los comentarios que presentamos no son más que una introducción, unas sugerencias... Lo esencial con­siste en saber cerrar a menudo los ojos después de haber leído un párrafo o, incluso, sólo algunas palabras para que surja del interior esa conversación con Dios que, desde el fondo de nosotros mismos, sea como una respuesta a su Palabra. Como una ayuda de esos momentos no hemos vacilado en repetir, a modo de refrán, unas frases invitatorias como: «Guardo el silencio necesario para... ¿Cómo me las arreglaré para hacer lo que aquí se me sugiere?...» Por esto muchos párrafos son interrogativos: precisa­mente para invitara una interiorización personal.

ORAR «HOY»

Notaremos que esta palabra se repite a menudo y que está impresa en mayúsculas.

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Es una palabra capital en la oración. Dios no es un personaje del pasado, es un contemporá­neo nuestro. Su Palabra no es de ayer, es actual y aun cuando ha pasado muchísimo tiempo desde que esos textos se escribieron, son como una carta personal que yo recibo cada mañana para que ilumine mi jornada. A través del texto objetivo, escrito en siglos lejanos —de ahí la utilidad de tener un comentario que facilite su comprensión exacta— Dios, que vive HOY, tiene algo que decirme a mí y al mundo contemporáneo. Esa aplicación concreta al día de HOY de mi vida, es absolutamente esencial. En ese sentido, tampoco nadie puede reemplazarme en mi oración. En el fondo, lo que Dios, espera de mí ante todo no son palabras, sino mi vida de cada día, mis responsabili­dades. La experiencia de los hombres espirituales de todos los tiempos, y también la nuestra, confesémoslo, prueban que nuestras vidas necesitan de esos instantes de concentración. En ellos la carrera de nuestros queha­ceres y de nuestras preocupaciones parece aminorarse y aun pararse algunos minutos, para extraer de esos momentos de oración una mayor intensidad y empuje que beneficiarán todas las horas de nuestra jornada. ¡Dichosos los días en los que no habremos faltado a esa cita con lo más profundo de nosotros mismos donde Dios habita! Dichosos los hombres y las mujeres que han descubierto esa fuente y que regularmente con sus dos «manos abiertas» van a beber y a resarcirse en ella. «Si conocie­ras el don de Dios, serías tú quien diría "dame de beber", y El te daría agua viva», decía Jesús a una mujer, un día de verano, en el brocal de un pozo del que sacaba el agua para su trabajo cotidiano. La fuente está ahí, profunda y fresca. ¡Buena suerte!

N QUESSON

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Primera semana del tiempo ordinario

L U N E S

Primer Libro de Samuel 1, 1-8

Durante las cinco semanas siguientes meditaremos la historia de David, precedida de la de Samuel. En el desarrollo de la historia de Israel, el período de David es un período de estabilización: David, joven pastor de una humilde familia de Belén es el verdadero fundador de la realeza. Comienza su vida como «jefe de banda» en operaciones de «comandos» contra los filisteos, luego conquista Jerusalén y se instala como rey en esta ciudad. Ese personaje, subido de color, de vida aventurera, antepasado de Cristo, está muy lejos de ser un «hombre perfecto»... Es un hombre pecador como todos nosotros. A lo largo del tiempo escucharemos el relato de sus búsquedas, de sus dificultades, de sus éxitos. El proyecto de Dios va realizándose a través de esos acontecimientos ambiguos. Gracias, Señor, por revelarnos con ello que nuestras vidas son también una mezcla de bien y de mal. Ayúdanos a vivir nue.stro propio itinerario personal insertándolo en el más vasto itinerario de tu Pueblo en marcha.

La madre de Samuel: un clima de extrema pobreza humana. Este es un cuadro realista de la condición feminista hacia el año 1000 antes de Jesucristo: Ana, mujer de Elkama, es estéril —y esto crea ya una atmósfera de frustración dolorosa—... pero, además, la poligamia de aquel tiempo refuerza el infortunio de la pobre Ana, pues la rival, Penina, con sus afrentas diarias, mantiene el clima de angustia, apenas sostenible. En un tal contexto, ¿cómo no dudaría una mujer del amor de su marido hacia ella? El hogar mismo está herido.

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«Ana, ¿por qué Horas y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?» Sí, la moral es muy baja en esa casa; y el pobre Elkana no sabe como ayudar a su mujer. Quisiera hacerlo. Nos resulta incluso simpático en su torpeza, pero esto no soluciona nada, aparentemente. En esa situación de extrema pobreza espiritual, Ana descubrirá la maravilla del amor de Dios para con ella.

Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los. cielos. (Mateo 5, 3). Si el grano de trigo no muere, queda él solo. (Juan 12, 24). ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? (Lucas 24, 26). Cuando estoy débil, enton­ces es cuando soy fuerte (II Corintios 12, 10) En esa escena concreta de sufrimiento de un matrimonio, reconocemos el misterio de Jesús: la pobreza, a la que se promete la dicha... la cruz y el fracaso aparente que se transforman en mañana de Pascua... la afirmación de la gracia de Dios, capaz de encontrar una salida a las situaciones más desesperadas... Señor, como la madre de Samuel, me remito a tu amor. Ayudadnos, Señor, a asumir todos los acontecimientos de nuestras vidas.

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MARTES

Primer Libro de Samuel 1, 9-20

Llena de amargura, oró al Señor y lloró mucho... Ayer contemplamos el desamparo de esa pobre mujer. Hoy contemplamos su actitud ante Dios. Su vida pasa a ser oración. Toda su humanidad, cuerpo y alma, está comprometida en su oración. Llena de amar­gura ora y llora. Yo, señor, a menudo me instalo en mi amargura y no pienso que podría desahogarla en Ti. Me quedo en el plano humano, cuando trato de resolver mis problemas lo mejor posible, y no me apoyo suficientemente en Ti mediante la oración. Ayúdame, Señor, a descubrir más y más esa doble reacción: —esforzarme en resolver humanamente las cuestiones que me atañen... con toda mi energía, y toda mi inteligencia, y mi perseverancia. —llevar a la oración esas mismas realidades... con toda mi fe, toda mi confianza en Ti, Señor.

¡Oh Señor del universo! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y darle un hijo varón... lo consagraré al Señor por todos los días de su vida. Ciertamente, no es ésta una plegaria arrogante, que exiga algo de Dios, ni siquiera es una plegaria exaltada... es una oración de pobreza, habituada a no ser atendida, y que sin embargo sigue rogando tímida y humildemente. Su plegaria la sitúa en estado de plena sumisión a Dios. Está decidida a admitir que su hijo, si le es concedido, no le pertenecerá, que deberá «darlo», consagrarlo a Dios. La verdadera plegaria transforma al que la pronuncia. La plegaria no cambia a Dios, nosotros cambiamos en cuanto ella nos prepara a ser más disponibles. ¡Hágase tu voluntad! La verdadera plegaria no nos desmoviliza; nos sitúa en actitud de mejor buscar, mejor trabajar, de mejor hallar

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soluciones... nos alcanza la gracia que Dios quiere hacernos.

Ana se marchó, comió y su rostro no parecía ser el mismo... Volvieron a su casa... Elkana se unió a su mujer y ésta concibió... Después de la plegaria, la vida sigue su curso. Y los procesos humanos más naturales se van desarro­llando. El niño Samuel será «dado» por Dios y a la vez «concebido» por sus padres. Sabemos que es ésta una de las leyes habituales del actuar de Dios. Su acción divina no es ruidosa, más bien se esconde tras múltiples «actos humanos» en apariencia. La Causa Primera, originante de todo, se esconde tras las llamadas «causas segundas» que parecen ser capaces de producir todas las cosas.

Dio a luz un niño, a quien llamó «Samuel», porque dijo «se lo he pedido al Señor». El acontecimiento humano, que podría no ser interpre­tado más que desde un punto de vista natural por unos ojos no creyentes... esta mujer lo ha descifrado en su profundidad de Fe. Y lo «dice» al mundo, lo reconoce «delante de todos», al dar a ese hijo tan deseado un nombre simbólico que afirma su reconocimiento. ¿Sabré yo reconocer así la parte de Dios en mi vida? ¿Tengo el hábito de «descifrar» lo que me acontece? ¿Interpreto los acontecimientos a su doble nivel: natural y sobrenatural?

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MIÉRCOLES

Primer Libro de Samuel 3, 1-10; 19-20

La vocación de Samuel. El Señor se le acercó y lo llamó: «¡Samuel! ¡Sa­muel!» El momento de una vocación es decisivo. Hasta aquí el niño Samuel vive en el templo, en el ambiente litúrgico. Ha sido consagrado a Dios por su madre, y en su corazón de niño, se ha entregado. Pero he ahí que Dios interviene, Dios le llama por su nombre. Ya no es solamente una ofrenda de sí mismo, por hermosa que sea. Es una «respuesta»... Alguien tomó la iniciativa, y Samuel ha de responder: será «sí» o «no». Hay una enorme diferencia entre «hacer algo por propia iniciativa»... y «hacer lo mismo en respuesta a alguien que espera»... Toda la diferencia entre amor y soledad. Ciertamente, puedo vivir cada una de mis jornadas de uno u otro modo: o bien «en autonomía», en «circuito cerra­do», decidiéndolo yo todo; o bien «en respuesta», en «correspondencia a alguien». HOY, Señor, ¿qué esperas de mí? No he de contar con una voz milagrosa. Tu llamada se esconde tras las voces humanas que me solicitan. Son los otros, los que están a mi alrededor. Los acontecimientos de la historia del mundo o de la Iglesia, mis propias responsabilidades... son los que me transmiten tu volun­tad, tu llamada, mi vocación.

Tres veces... llamó el Señor. Dios tuvo que llamar «tres veces» para ser oído, para provocar la toma de conciencia. La escucha de Dios no es fácil, ni absolutamente evidente.

Fue corriendo hacia el sumo sacerdote y dijo: «Heme aquí». La llamada de Dios pasa por la mediación de un hombre,

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el sumo-sacerdote. «Comprendió entonces Eli que era el Señor quien llamaba al niño, y le dijo...» ¿Tengo yo la simplicidad de aceptar la mediación de mis hermanos, de la Iglesia para ayudarme a interpretar la palabra de Dios?

Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra del Señor. Escuchar a Dios. Es algo que se aprende, como se aprende a escuchar a un ser humano. Se establece una cierta familiaridad con el pensamiento habitual de alguien, y esto hace que uno acabe por «conocer», por «adivinar». Ayúdanos, Señor, a frecuentar asiduamente tu Palabra. Todos conocemos la luz y la paz que esa Palabra nos aporta ¡cuando nos dejamos impregnar por ella! Pero también sabemos cuan fácilmente nos dejamos acaparar por variedad de cosas. Decimos: «no tengo tiempo para la oración», y, en un momento dado, de aquel mismo día, caemos en la cuenta de la inutilidad de lo que está entreteniéndonos.

Habla, Señor, tu siervo escucha. Repetir esta oración.

Samuel crecía. El Señor estaba con él, y todo Israel reconoció la autoridad de Samuel como profeta del Señor. La llamada de Dios, la vocación más personal, es siempre una misión, un servicio a los hombres. El profeta es llamado a realizar una tarea en el seno del pueblo de Dios. «Servidor de Dios», es también «servidor de los hom­bres». La atención a la Palabra de Dios, la oración, la plegaria, me remiten a mis tareas humanas, «el Señor está conmigo...» para cumplirlas mejor.

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J U E V E S

Primer Libro de Samuel 4, 1-11

Los filisteos se reunieron para combatir a Israel. Se libró un gran combate y fue batido Israel por los filisteos: cerca de cuatro mil hombres murieron... La Biblia no es un «libro de espiritualidad» en el sentido banal. Relata el destino de un pueblo, sus búsquedas, sus luchas, su historia. Ese pueblo de nómadas venidos de Egipto se ha visto obligado a «conquistar por las armas» el territorio que le estaba «prometido» por Dios. Paradoja. Dios no nos reemplaza en nuestros combates, no se pone en nuestro lugar. No fomenta nuestra pereza, ni nuestras cobardías, ni nuestros fracasos. Nuestro destino se juega en el núcleo de nuestras humanas responsabilidades... En lo «temporal» está en juego lo «eterno»... en lo «material», lo «espiritual»...

Los ancianos de Israel dijeron: «¿Por qué nos ha derrotado hoy el Señor delante de los filisteos?» Revisión de vida. Ante un acontecimiento humano: se analiza, se busca su significado, se mira con ojos nuevos, con miras a la propia conversión, se busca especialmente la parte de Dios en ese acontecimiento y se trata de interpretarlo mirándolo «con los ojos de Dios».

Vamos a buscar en Silo el Arca de nuestro Dios. De repente los israelitas se acuerdan del «Arca» de Dios: que debía de estar muy olvidada. Era un cofre precioso que contenía las dos tablas de la Ley y estaba colocado sobre unas angarillas. Sobre la cubierta llamada «propi­ciatorio» se vertía la sangre de los sacrificios. Se trataba del Arca que había presidido la marcha victoriosa del pueblo de Israel en el desierto: ¡símbolo de la presencia del Dios de los ejércitos!

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Que venga en medio de nosotros y que nos salve del poder de nuestros enemigos. La perspectiva es buena —implorar el socorro de Dios—, pero sin duda marcada de un carácter mágico —se considera el Arca como un fetiche que actuará por sí mismo, automáticamente. No juzguemos precipitadamente a nuestros antepasados. Es una tentación de todos los tiempos. El hombre moderno no tiene nada que envidiar a aquellos tiempos: ¡se cree seguro cuando ha tomado las precauciones y «seguridades» posibles y cuando ha cubierto todos los riesgos! Pero esas «seguridades» no dan inmunidad frente a los accidentes. Y nosotros, los cristianos, ¿no llegamos, tal vez, también a considerar los sacramentos y nuestra misma Fe, como una seguridad automática y mágica... como si nos dispensaran de actuar, de poner nuestro esfuerzo para convertirnos? «No son ]os que dicen «Señor, Señor» los que serán salvados, sino los que hacen la voluntad de mi Padre.»

Trabaron batalla los filisteos. Los israelitas fueron batidos. La mortandad fue muy grande: cayeron treinta mil soldados de Israel. El Arca de Dios fue capturada y murieron los dos hijos de Eli. Se llegó al colmo. El Arca no tan sólo no ha «protegido» a los hebreos, sino que la derrota es peor que la precedente —incluso con el Arca presente en medio del campo—, y ¡el Arca es capturada por los enemigos! La captura del Arca prefigura ya la «destrucción del Templo» anunciada por Jesús. La Presencia de Dios, concretizada por el Arca durante un cierto tiempo, pasará a la ciudad santa de Jerusalén y a su Templo, luego en el corazón del justo Jesús. Para nosotros, el único lugar de encuentro se halla en la humanidad de Jesús. «Destruid ese Templo y en tres días lo reconstruiré». En cualquier lugar que me encuentre, ¿vivo en la presen­cia de Dios?

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V I E R N E S

Primer Libro de Samuel 8, 4-7; 10-22

La historia política de Israel llega a uno de sus virajes más importantes. Desde que entraron en la Tierra prometida, hasta aquí, las doce tribus han vivido sin necesidad de ningún gobierno central. Cada tribu posee su propia organización, elemental sin duda. Bajo el peso de algunas amenazas demasiado acentuadas de los vecinos, una tribu se une a otras de vez en cuando, ocasionalmente. Entonces, un jefe militar, un «Juez» consigue la confe­deración de dos o más tribus para la defensa común. Pero, con el tiempo, se considera muy precaria esa organización ocasional y se desea estar tan armados como los pueblos vecinos tanto política como militar­mente.

Se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a ver a Samuel. La reunión de los ancianos. Su deliberación. Su decisión. También el hombre moderno pasa mucho tiempo en «reuniones». Se habla mucho de «concertación». Todo ello forma parte de la naturaleza del hombre, ser social, destinado a vivir «con los demás». Los niveles de concertación incluso se han agrandado considerablemente. El hombre que quiere vivir «solo» o cuyo nivel de participación es muy elemental, corre el riesgo de quedar envuelto por influencias lejanas. Desde mi Fe y bajo la mirada de Dios, reflexiono sobre esta evolución de la sociedad humana. En tiempo de Samuel, se trataba de pasar de la «tribu» demasiado pequeña, a la «nación». ¿Cuál es mi grado de participación a la vida de la sociedad?, ¿a la vida de la Iglesia?

«Ponnos un rey para que nos juzgue y gobierne, como todas las naciones.» El argumento principal es pues, «ser como las demás

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naciones». Es una reacción sana, en el fondo: a proble­mas nuevos, estructuras nuevas. Dios nos ha dado la inteligencia para «dominar la tierra y someterla». Parece que hay una cierta pereza a remodelar pura y simple­mente las soluciones del pasado. Es una tentación constante de todas las organizaciones y de la misma Iglesia: no inventar más, estancarse, permanecer inadap­tado a las nuevas circunstancias. Esto es también verdad de mi propia vida humana, profesional, familiar: quien no avanza, retrocede y está muy cerca de quedar vencido. Es también verdad de mi vida espiritual: quien se deja invadir por la rutina, por el sueño, está muy próximo a aban­donar.

Disgustó a Samuel que dijeran: «Danos un rey»... e invocó al Señor. Pero el Señor dijo a Samuel: «Haz caso a todo lo que el pueblo te dice; porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, porque no quieren que reine sobre ellos.» Se manifiesta ya la divergencia de opción política. El pueblo y los ancianos piden una monarquía... pero el profeta Samuel no está de acuerdo. Y lleva a la oración este asunto. Y he ahí que Dios está de acuerdo con el profeta y, a la vez, con el pueblo: «haz lo que te pide». Efectivamente, las cosas políticas son complejas. Por un lado es verdad que el pueblo de Dios es «un pueblo aparte». Y el hecho de pedir un rey, parece un retroceso: hasta aquí Dios era quien gobernaba directamente ese pueblo. Y el profeta está molesto, disgustado. Por otro lado también es verdad que el pueblo de Dios es un pueblo humano y regido por las mismas leyes de todas las sociedades humanas: quieren llegar a ser como «las demás naciones». Al concederles con cierto disgusto la monarquía, Samuel les anuncia, por adelantado, todos los inconvenientes del sistema: el fuero del rey les oprimirá. Ayúdanos, Señor, a ver claro en nuestras situaciones ambiguas.

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SÁBADO

Primer Libro de Samuel 9, 1-4; 17-19; 10, 1

Después de insistir sobre todos los riesgos que aceptan los hebreos al pedir un rey, el profeta Samuel se pliega a las decisiones de los hombres.

Conforme a la demanda de los ancianos y del pueblo, Israel tendrá un «Rey». Este debate nos enseña algo muy importante: que Dios está presente allá donde el hombre asume responsabili­dades de orden humano, social, profesional, familiar, político. Aparentemente, Dios se adapta a la decisión de los hombres. Admiro, Señor, tu respeto hacia nosotros. Hacia la libertad que nos has dado. Y el Concilio Vaticano II ha hablado, a ese respecto, de la «justa autonomía de las realidades terrestres». (G. S., 36-2) Pero, a la vez que concede a los hombres el sistema político que reclaman, dejándoles la responsabilidad, Dios cuida de prevenirles contra una confianza dema­siado absoluta en ese sistema: el primer rey de Israel, Saúl, no llegará a fundar una dinastía hereditaria... no tendrá ningún hijo para sucederle. Además se le eligió al azar, de un modo informal, subrayado por el redactor del texto.

Habiéndose extraviado unas asnas, Kish dijo a su hijo Saúl que saliera a buscarlas. Fue durante ese largo viaje cuando, por azar, Saúl encuentra a Samuel y éste le nombra Rey. Las cosas humanas son muy «relativas», ínfimas, minús­culas. Hay que darles toda su importancia pero no mayor de la que tienen. No hay que sacralizarlas ni absoluti-zarlas. Los cristianos tendemos a absolutizar nuestras opciones políticas. Fácilmente diremos: «Dios lo quiere», o bien

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«el evangelio exige ese sistema», para justificar nuestros propios análisis. «Frecuentemente, la visión cristiana de las cosas inclinará a tal o cual cristiano hacia una tal o cual solución. Pero, con igual sinceridad, otros fieles podrán juzgar de otro modo.» (Concilio Vaticano II, G. S., 43-3). Que la elección del primer responsable del Pueblo de Dios por la circunstancia de las «asnas de Kish» nos permita añadir algo de humor a nuestros debates políticos y nos ayude a relativizarlos.

Al día siguiente tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl: «¿No es el Señor quien te ha ungido como jefe de su pueblo?» Por muy relativa y humana que sea esa elección, ha sido ratificada por Dios. Aceptar una responsabilidad es cosa seria. Es necesaria una ayuda de Dios. Antaño esto se señalaba por una «consagración» ritual. Pero sabemos que el óleo santo simbolizaba al Espíritu Santo cuya unción penetraba al ser que investía. Efectivamente: la responsabilidad re­quiere una gracia, un carisma, que hay que pedirlo a Dios humildemente para todos los que comparten cualquier cargo en un grupo. Reflexiono sobre las responsabilidades que haya podido recibir. Trato de llevarlas a la oración para considerarlas mejor bajo la mirada de Dios. Ruego también por los que tengo a mi cargo. Conságranos por tu Espíritu. Pienso también en los que tienen responsabilidades a mi alrededor, en los grupos a los que pertenezco. Ruego por los responsables de la ciudad temporal, por los respon­sables sindicales, por los responsables de la Iglesia. Su misión, por relativa que sea, tiene importancia.

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Segunda semana del tiempo ordinario

L U N E S

Primer Libro de Samuel 15, 16-23

Llevamos ya una semana con la lectura de los Libros de Samuel. Quizá estemos algo desconcertados. Esos textos evocan situaciones muy antiguas y muy diferentes de las nuestras. Si perseveramos meditando sobre esos textos, descubri­remos que, por su rareza misma, nos invitan a no detenernos en sus detalles concretos —aunque no sea inútil conocer las explicaciones arqueológicas e histó­ricas que los aclaran—. Lo esencial es descubrir sus profundas significaciones.

La ambigüedad profunda de los comportamientos y de los principios morales. En la época de Saúl regía un principio moral reconocido por todos los pueblos: terminada una guerra santa, el pueblo vencedor juraba el exterminio total del pueblo vencido. Hombres, mujeres, niños y ganado. ¡Y esto era considerado como un homenaje a Dios, dador de la victoria! Nos horrorizan tales principios; pero eso no impide que tales «hechos» hayan existido históricamente. De otra parte, lo que más nos sorprende es que Dios da la impresión de «seguir» esa costumbre de los hombres. Es como si El reconociera, a destiempo, la regla moral que la conciencia humana elaboró en un momento dado de su evolución.

¿Por qué no obedeciste al Señor? ¡El profeta Samuel reprocha a Saúl el haber salvado a una parte de los enemigos! Quizá Saúl experimentó sen­timientos de piedad. Quizá creyó rendir un mejor home-

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naje a Dios «ofreciendo el ganado del botín en sacrificio cultual» antes que destruirlo en un «anatema estéril».

¿Acaso se complace el Señor en los holocaustos y sacrificios tanto como en la obediencia a la palabra de Dios? Mejor es la obediencia que el sacrificio. Lo que cuenta es hacer la «voluntad de Dios». Obedecer es más importante que ofrecer un culto. Esto es siempre actual. En la ambigüedad de las evolu­ciones morales —el bien y el mal están cada vez más mezclados—, es preciso ir a lo esencial: estar a la búsqueda constante de la voluntad de Dios. Jesús repitió frases semejantes: «Es el amor lo que deseo y no el sacrificio». (Mateo 8, 13). Siguiendo a todos los profetas, Jesús insistió varias veces sobre la necesidad de «interiorizar» la ley y el culto. ¡Señor, si conociéramos más distinta y claramente cual es tu voluntad! En mi vida actual, evoco los puntos de mi vida en que dudo de qué será lo mejor. Acepto, Señor, no ver claramente, no tener plena seguridad en mis compor­tamientos... Concédenos, Señor, continuar buscando.

Porque han rechazado la palabra del Señor, El te rechaza para que no seas Rey. Se esforzó en defenderse, invocando su «sinceridad», presentando sus «excusas». Eso pone en evidencia nuestra radical dependencia respecto a Dios. Cuando nos hemos esmerado en dilucidar cual es el mal menor, debemos, aun entonces, abandonarnos al juicio de Dios. Humildad radical. No somos nosotros los que subjetiva­mente nos justificamos a nosotros mismos. Señor, en la evolución actual, en la ambigüedad de las situaciones, quiero permanecer dependiendo de Ti.

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MARTES

Primer Libro de Samuel 16, 1-13

La lectura del Antiguo Testamento por desconcertante que sea tiene la ventaja de proporcionarnos unos resú­menes sorprendentes. Si miráramos sólo nuestra historia contemporánea* correríamos el riesgo de no ver ciertas verdades importantes: las tenemos demasiado cerca... nos falta mirarlas a una cierta distancia. ¡Sin embargo Saúl, elegido por Dios, debió de reinar diez años! Apenas sabemos por el relato que ha sido procla­mado rey (Samuel 10) que ya, en Samuel 15, leemos que ha sido rechazado. Y hoy sabremos quien es el nuevo elegido y como lo escogió Dios. Con todo ello aprendemos una lección esencial que el «pasado» pone en evidencia para nuestro «día de hoy»... El rey no debe jamás olvidar que su realeza le viene del único verdadero Rey... y en cuanto a mí, he de saber que si he recibido unas responsabilidades no es a causa de mis excelencias, sino a fin de que la gracia de Dios sea exaltada en nuestras debilidades.

El Señor dijo a Samuel: «¿Hasta cuando vas a estar llorando por Saúl? Lo he rechazado para que no reine sobre Israel.» No hay que mirar atrás. ¡Avanzad siempre! dice Dios. Tras un desastre nacional no os quedéis en las lamenta­ciones —el rey Saúl morirá en el combate— ni ante una dificultad colectiva o personal. La vida sigue. Hay que mirar al futuro. Ante Dios oigo esas palabras divinas y las aplico a mi propia vida. ¿Qué es lo que debo emprender?, ¿qué es lo que debo continuar? En los próximos diez años, ¿qué proyecto, qué trabajo, qué responsabilidad esperas, Se­ñor, de mí y de los que de mí dependen?

Samuel dijo: «¿Cómo voy a ir?» Ciertamente, el profeta duda, tiene miedo. En la Biblia,

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cada vez que alguien es investido por Dios de una responsabilidad, se constata ese primer reparo. Yo tam­bién, Señor, tengo miedo de lo que me pides. San Pablo escribirá: «lo que hay de necio en el mundo, lo ha escogido Dios para confundir a los sabios... lo que hay de débil Dios lo ha escogido... a fin de que ningún mortal se gloríe delante de Dios... Yo mismo, me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso...» (I Cor 1, 2 7; 2, 3)

La elección de David, el hijo menor. El problema de Samuel es dar un sucesor al rey Saúl, en una época difícil de la historia de las doce tribus. Humanamente se esperaría una elección racional y segura... un hombre maduro, fuerte y experimentado. Pero he ahí que Dios envía a su profeta a casa de un sencillo campesino de Belén y hace que desfilen los siete hijos mayores, los más gallardos y más fuertes, los que parecían designados por adelantado. Pero no son éstos los que Dios ha elegido. «¿No quedan ya más mucha­chos?» Sí, aquel en quien nadie pensaba: David, el más pequeño, el pequeño David, sólo capaz de guardar el rebaño en las colinas de Belén.

Porque Dios no ve las cosas al modo de los hombres... el Señor mira el corazón. Debo detenerme a escuchar esta Palabra. Y contemplar detenidamente también la escena de la ¡«elección del más débil»! ¡Qué misterio! Es ya el misterio de Jesús nacido, débil, en ese mismo lugar: Belén. Y, a pesar de ello, nosotros continuamos elaborando unos criterios en nombre de los cuales un hombre podría pretender el ejercicio de respon­sabilidades: el derecho de primogenitura, la pertenencia a una dinastía o a una familia particular, los méritos, la experiencia de los años... Los designios de Dios no son los de los hombres. Libertad absoluta de Dios. Ayúdame, Señor, a no ser más que un pobre instrumento en tus fuertes manos.

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24 2. * semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Primer Libro de Samuel 17, 32-33; 45

Los relatos de la infancia de David son bastante elabo­rados pues vienen de tradiciones diferentes mal yuxta­puestas. Después de haber sido «ungido» como rey en secreto en la granja de su padre Jesé, parece que David fue puesto al servicio de Saúl, «rechazado por Dios», pero no totalmente destronado. En un estilo muy popular del tipo de Tarzán, asistiremos a algunas hazañas de David como jefe de banda en el combate contra los filisteos. Todo el relato está compuesto para poner en evidencia las cualidades excepcionales de David y a la vez el sostén excepcional que Dios le concede.

El muchachito David, frente al gigante Goliat. Ciertamente es todo el símbolo de la debilidad, frente a la fuerza. La Iglesia tiene, a menudo, la apariencia del muchachito David. La verdad tiene también, a menudo, esa apariencia. Las fuerzas del mal son gigantescas. La Fe es una llamita frágil, expuesta a los fuertes vientos de la historia. En nuestros combates interiores o exteriores, con fre­cuencia tenemos esta impresión de encontrarnos delante «de cosas que nos rebasan», de estar enfrentados a dificultades insuperables. El muchachito David, ante el gigante más fuerte que él. Evoco algunas situaciones de HOY.

El rechazo a «la armadura de Saúl». El relato cuenta primero como se trató de proteger a David con la armadura de Saúl; pero no podía caminar: le estaba demasiado grande. Cuando se le dieron «los medios humanos» de poder para que venciera al gigante en su terreno, David no pudo avanzar. Constantemente nosotros quisiéramos poseer una «ar­madura de Saúl», una seguridad humana, unas fuerzas humanas.

2.a semana del tiempo ordinario 25

Es necesario mucha valentía y mucha Fe para pedir a Dios que «El sea nuestra sola fuerza»... y para despren­dernos de nuestras «armaduras».

Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Señor del universo. Esta frase es la clave del relato. Esta historia se contrapone a todas las nociones humanas recibidas y mantenidas de generación en generación respecto a la relación de fuerzas, al sentido del poder, del prestigio, de la fuerza, de la lucha. Es preciso evocar de nuevo el pasaje de san Pablo a los corintios: Dios ha escogido lo necio, lo débil, lo despre­ciable según el mundo para confundir y derribar lo fuerte. La sabiduría de Dios es locura para la sabiduría de los hombres... Esto es tan sorprendente que no queremos creerlo. La debilidad del muchacho David no era más que una pálida imagen de la debilidad de Jesús en la cruz, «sin espada, ni lanza, ni jabalina», ¡sin ningún poder humano! Para su gran combate, Jesús se presentó totalmente desarmado, desprovisto, desnudo, sin otra arma que su amor. ¡Ah! Señor, cuanto me espanta esa revelación; y sin embargo es la única solución. Danos, Señor, la Fe en tu victoria. «No temáis, yo he vencido al mundo, y el Príncipe de las tinieblas no puede nada contra mí» (Juan 16, 11-33). Mediante la oración, aplico esa Palabra de Dios a todas mis situaciones de debilidad: mis pecados, mis límites... mis dificultades... las debilidades de la Iglesia, y avanzo «en nombre del Señor del universo». Y para mi último combate, el de la muerte, quédate conmigo, Señor. Y desde ahora permanece siempre conmigo.

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26 2." semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Primer Libro de Samuel 18, 6-9; 19, 1-7

Después de la inverosímil y rocambolesca página de David y Goliat —que no obstante es portadora de una gran lección universal—, la página de hoy contrariamente está llena de humanidad. Se nos explica que, con la gracia de Dios, David poseía varias ventajas muy humanas que aseguran su popularidad: 1) Sus éxitos militares se multiplican. Es un hombre inteligente y hábil. 2) Su belleza física le gana ya la admiración de las mujeres. 3) Sus reales cualidades humanas le obtienen fíeles amistades, entre ellas la de Jonatán, hijo de Saúl. En el interior de esas situaciones muy corrientes, se juega también el destino del pueblo de Dios. Hay que aceptar esas lecciones aparentemente opuestas y contradictorias.

Cuando David regresó victorioso, salían las mujeres de todas las ciudades para cantar danzando al son de los tamboriles, de los cantos de alegría y de los símbolos. Las mujeres danzando cantaban a coro ese refrán: «¡Saúl mató a millares, y David a millones!» ¡Qué secuencia de cine podría hacerse con ese escenario! ¡Cuan humano es esto y cuan ambiguo! Comparación: millares... millones... Así es la humanidad de siempre. Se va tras el que triunfa, y se abandona al que ha fracasado, aunque sea sólo en parte. Señor, ten piedad de los pobres, de los que malogran sus vidas, de los que apenas tienen éxitos.

Saúl se irritó mucho y desde aquel día miraba a David con ojos de envidia. Este es el precio del éxito: la envidia délos demás. Esto es también muy humano y muy ambiguo. Es a la vez un «feo defecto» y «una manera de compensar» lo que tiene de excesivo la admiración precedente.

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Señor, líbranos de esas comparaciones desmesuradas, y de esas envidias. Señor, líbranos del orgullo y de esa suficiencia por la que nos atribuiríamos a nosotros mismos el resultado de los dones que hemos recibido. «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?» (I Corintios 4, 7)

Ahora bien, Jonatán, hijo de Saúl amaba mucho a David, y le advirtió: «Mi padre, Saúl, te busca para matarte, anda sobre aviso.» La amistad entre dos jóvenes. David y Jonatán. Este es también un valor muy humano, que sirve aquí, los designios de Dios. Cualquier realidad puede ser a la vez positiva y negativa, constructiva y negativa. Se juzga al árbol por sus frutos, dirá Jesús. Pienso en mis amistades. ¿Sirven a mi expansión, a mi crecimiento, y al designio de Dios? Jesús, también conoció ese sentimiento: entre los doce, estaba Juan, «a quien amaba». Ayúdame, Señor, a poner todas mis facultades de afecti­vidad a tu servicio y al servicio del mundo. Que jamás llegue a ser yo esclavo de ellas. Por el contrario, te pido que todas mis amistades y afectos sean útiles.

Jonatán habló en favor de David a Saúl, su padre... Se atreve a comprometerse por su amigo con riesgo, sin duda, de ser mal visto él mismo. Mi amistad ¿me hace «aprovechón» del otro, para mi placer y mi expansión? O bien ¿significa para mí el servicio al otro, la disposición a la renuncia de mis propios beneficios para el bien del otro?

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28 2," semana del tiempo ordinario

V I E R N E S

Primer Libro de Samuel 24, 3-21

Acosado David por la envidia y la locura de Saúl se ve obligado a llevar la vida de un resistente. El Libro de Samuel toma a veces el aire de un relato sobre las «aventuras de un guerrillero». David huye, trata de hacerse invisible, se esconde en las cuevas y arma trampas astutamente.

David perdona a Saúl el daño que quería hacerle. Con tres mil hombres persigue Saúl a David. Un día, por casualidad, para hacer sus necesidades, Saúl entra en una cueva donde está escondido David. Este podría vengarse porque se encuentra en estado de legítima defensa, y es la guerrilla: se contenta con cortarle una punta del manto. Con ello, en ese tiempo de violencias y de costumbres brutales, el autor del libro sagrado quiere, ciertamente, decirnos algo: David es un hombre que contrasta con su época. No se deja llevar por la violencia ni el odio. Sabe ser generoso con su perseguidor. David vive ya un valor evangélico esencial. «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdo­namos a nuestros deudores. «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian.» Sí, Señor, ésta será mi oración del DÍA DE HOY. Que la fuerza del evangelio del perdón penetre nuestro duro mundo... los hombres se dañan, se odian, se desprecian, se envidian... por doquier hay heridas abiertas... Por doquier el perdón es la única solución, la del evangelio, la de David. Yo mismo, ¿a quién debo perdonar HOY?

Tus ojos han visto que el Señor te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he querido matarte, te he perdonado.

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Además del perdón, hay aquí otro valor evangélico también esencial: el respeto a la vida. Ante su adversario que quiere su muerte, David se niega a matarle. No es necesario ser cristiano para reconocer en todo hombre una dignidad eminente. El respeto a la vida es patrimonio de la humanidad. Pero ha sido preciso que Cristo nos revelara toda su profundidad. En cuanto a David, no se trata de una simple bondad del corazón, ni de una debilidad de carácter —toda su vida muestra que no es un débil—. De hecho el respeto embarga a David: ¡Dios está presente en ese hombre! ¡Saúl es el ungido del Señor! ¡Ese hombre ha sido consagrado por Dios! Efecti­vamente, a los ojos de Dios toda vida es preciosa, «tiene un precio».

Saúl declaró: Tú eres más justo que yo, porque tú me favoreces y yo te hago daño... Ahora sé que reinarás sobre Israel. También Jesús conoció la tentación de la venganza, cuando Pedro le ofreció su espada, y hubiera sido legítimo que se defendiera. Finalmente, si Jesús se entregó a sus verdugos, si no tuvo una palabra para defenderse de los que le ultrajaban, si a todos perdonó, fue porque no dejó de «ver a los hombres con la mirada de su Padre». En el más pobre, en el más sucio y descuidado, en el más inhumano, en el más pecador, Jesús veía siempre a «un ser amado de Dios». Es ésta una moral nueva, que apunta ya en el corazón de David, el antepasado del Mesías. «Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Imitar a Dios. ¡Qué empresa! Jesús en su persona, «derribó el odio y la enemistad» (Efe-sios 2, 14).

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30 2.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Segundo Libro de Samuel 1, 1-4; 11-12; 23-27

El duelo... El dolor de David... Se acaba de anunciar a David que Saúl y su hijo Jonatán han muerto en el combate, en los montes de Gelboé. A pesar de todas las dificultades que le ha ocasionado, David está profundamente conmovido por esta muerte. Lejos de alegrarse por ella —ahora podrá reinar en su lugar— entona una elegía.

Entonces, tomando David sus vestidos los desgarró, y lo mismo hicieron los hombres que estaban con él. Se lamentaron, lloraron y ayunaron hasta la noche por Saúl y por su hijo Jonatán. La Biblia es un espejo de la humanidad donde se reflejan todos los verdaderos sentimientos humanos. No es necesario poner entre paréntesis ciertos aspectos de nuestras vidas. Nuestra vida entera con nuestras alegrías y nuestras penas es la que ha de desarrollarse y expresarse ante Dios. Señor, te ofrecemos nuestras vidas, nuestras penas. Mira, Señor, nuestras lágrimas y nuestras angustias. Señor, oye los gemidos de los que sufren. Señor, no cierres los oídos a las lamentaciones de los que están separados.

Al llegar Jesús junto a la tumba de Lázaro, lloró... Dijeron entonces los judíos: «Ved como lo amaba.» David amaba a Jonatán, y lloró también la muerte de su amigo. Jesús amaba a Lázaro y a Marta y a María, y lloró la muerte de su amigo. Profunda humanidad de Dios. No me avergüenzo de llorar delante de ti, Señor. Tú sabes lo que es esto. «Da, Señor, el descanso eterno a nuestros difuntos.»

¿Cómo han caído los héroes? Para David, Saúl continuaba siendo el «ungido» del

2.a semana del tiempo ordinario

Señor, el rey consagrado por la unción divina. Y es profundamente escandaloso que un hombre elegido por Dios conozca un tal destino. La pregunta queda sin respuesta. «¿Cómo han caído?» La muerte nos deja desamparados siempre. Serán precisos muchos siglos para que la humanidad reconozca, en Jesús, a la vez: —la unción divina, signo de la elección irreversible de Dios... —y la muerte escandalosa, signo de la condición hu­mana... Pero, únicamente la resurrección da la respuesta defini­tiva. «Espero la resurrección de los muertos, y la vida del mundo futuro». Este es el último artículo del credo y la última respuesta de Dios a nuestros interrogantes.

Jesús dijo: «Todo está terminado»... luego, bajando la cabeza expiró. En cada una de las misas, «confesamos tu muerte, Señor, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús.» Por el misterio de tu muerte y de tu resurrección, ayúdanos, Señor. Ayúdanos a no temer demasiado a la muerte. Ayúdanos a pensar en ella alguna vez, no como en un pensamiento sombrío, sino como en una realidad que viene... y que Tú has querido compartir para liberarnos de ella.

¿Cómo caíste, Jonatán? Tu amistad era delicia para mí. Debemos prepararnos para el reencuentro con los nues­tros.

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32 3.a semana del tiempo ordinario

Tercera semana del tiempo ordinario

L U N E S

Segundo Libro de Samuel 5, 1-7

Las tribus de Israel vinieron donde David, a Hebrón y le dijeron: «Tú serás el jefe de Israel.» Las tribus del norte vienen pues donde David, que reina ya en Hebrón sobre las tribus del Sur. Esto es signo de las dificultades políticas, a las que tiene que enfrentarse: el pueblo no está unificado todavía, hay dos pueblos distintos. Esa división es causa de una gran fragilidad, de una falta de fuerza, frente a los filisteos enemigos... La unidad, la solidaridad... son aspiraciones de todos los tiempos. Él hombre aspira a la paz, la concordia, la felicidad: «¡oh!, cuan bueno, cuan dulce es habitar los hermanos juntos!...» canta el Salmo 133. Ese deseo ideal de comunión procede de lo más íntimo del hombre, de ese punto central donde Dios habita; el corazón de cada hombre: sí, cada ser humano es «imagen de Dios». Ahora bien, Dios no es «soledad», Dios no es «división», Dios es «amor»: Dios es un misterio de «comunión entre tres que sólo hacen uno». Contemplo a Dios-Amor en esa voluntad de vivir juntos de las doce tribus de Israel, hasta aquí separadas en otros tantos pequeños Estados. ¿Qué ocurre, HOY, en mi vida familiar, profesional...? ¿Hay aspiraciones a la solidaridad, al compartir, a la comunión? No ser ya «dos», sino «uno»... Entre marido y mujer... Entre padres e hijos... entre colegas de trabajo...

David reinó siete años y seis meses en Hebrón, sobre Judá —tribus del Sur— y treinta y tres años en Jerusalén, sobre Israel y Judá —el conjunto de las tribus del Norte y del Sur. En efecto, la unidad no se hace sola. Incluso es un larguísimo proceso histórico, con sus progresos y sus retrocesos. HOY, el nivel de solidaridad se ha ampliado

3.a semana del tiempo ordinario 33

considerablemente: ya no es solamente entre hermanos de la misma raza —los hebreos—, ni entre provincias próximas —Palestina— que se contraen relaciones y obligaciones recíprocas. Es a nivel de la humanidad entera. Todo hombre, aun el que se cree más aislado y más protegido, sufre las consecuencias de todas las decisiones internacionales. ¿Cómo participo con la ac­ción y la oración, en ese gran movimiento de solidaridad mundial que hace adquirir consistencia al conjunto de la humanidad? Doquiera que yo actúe, ¿sé compartir? ¿soy un artífice de solidaridad, de comunión? a fin de participar en ese gran movimiento que eleva a la humanidad, y que es el «proyecto de Dios»: «que sean uno, como nosotros somos uno». (Juan 17, 11)

David, con sus gentes, se dirige a Jerusalén contra los Jebuseos que habitaban el país. El sueño dorado de la humanidad —y el proyecto de Dios que éste incluye—, no se concretizan más que por realizaciones materiales, económicas, psicológicas. El sentido político de David le hace comprender que no puede continuar en Hebrón, ciudad del Sur, si quiere realizar la unidad de todo el país. Necesita una capital neutra, que no dependa ni del Sur ni del Norte y escoge Jerusalén que, en aquella época, era todavía una ciudad cananea, ocupada por los antiguos jebuseos. Es además una plaza fuerte muy difícil de conquistar, y por lo tanto, una magnífica capital. El proyecto de Dios progresa por medio de las decisiones humanas inteligentes.

Los jebuseos dijeron a David: «¡No entrarás aquí! Los ciegos y los cojos te rechazarán.» Situada sobre una peña inaccesible, la llamada montaña de Sión, protegida por los barrancos abruptos de los valles del Cedrón y de la Geena. Jerusalén es el tipo mismo de la fortaleza de fácil defensa: ciegos y cojos bastarían para ello. Ayúdanos, Señor, a tomar las mejores decisiones hu­manas.

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34 3." semana del tiempo ordinario

MARTES

Segundo Libro de Samuel 6, 12-15; 17-19

David hace introducir «el Arca de la Alianza» en Jerusalén. Al mandar transferir el Arca a Jerusalén, David actúa una vez más con fines políticos: la antigua ciudad neutra jebusea, admirablemente situada entre los dos reinos, pasa a ser su capital política... pero David quiere que sea también su capital religiosa, a fin de conferir al poder real y a la unidad que simboliza, unos cimientos más profun­dos, más sagrados. ¡Jerusalén! ¡Ciudad santa! No puede decirse que Dios esté más presente en ella que en otra parte... ¿Y sin embargo?... ¡Jerusalén! La ciudad de Dios: el símbolo mismo de la voluntad de Dios de estar «presente» en la humanidad, de implantarse, de encarnarse, de «plantar su tienda entre nosotros». ¡Jerusalén! Es allá —en esa ciudad que David escogió— que Tú, Señor, instituirás la comida de la Cena para simbolizar tu presencia entre nosotros... Es allí, la ciudad, en que Tú elegirás para morir y para resucitar. A través de la elección histórica de David, no podemos dejar de pensar que la humanidad entera tiene, en lo sucesivo, una capital, un símbolo de su unidad: ese lugar, esa colina donde una cruz fue plantada... esa roca, esa tumba donde reposó el cuerpo de Jesús... ese punto de gravedad de la humanidad, ese momento en el que cambió de sentido la historia cuando la muerte fue vencida, ahí mismo por primera vez. ¡Jerusalén! cuyo nombre significa «Ciudad de paz». Jerusalén, ciudad constantemente desgarrada, y que permanece como signo de la búsqueda de la humanidad: vivir juntos... vivir con Dios...

Durante la procesión del Arca, David «danzaba» y daba vueltas con todas sus fuerzas «ante el Señor».

3.a semana del tiempo ordinario 35

David, rey y jefe político, es también el jefe religioso: organiza la liturgia, se entrega con todo su ser, cuerpo y alma. Canta y danza: sabemos que él compuso muchos de los salmos. Es una religión la suya exuberante y entusiasta.

Toda la casa de Israel acompañaba el Arca con «aclamaciones» y resonar de cuernos... Se ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión... Luego se hizo una distribución a todo el pueblo: para cada uno, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de pasas... ¡Qué religión tan alegre y comunitaria tenían nuestros antepasados! ¡Qué fiesta! divina y humana a la vez: la danza, el arte, los gritos, el banquete. Tenemos mucho que redescubrir en ese sentido. Nuestras liturgias han llegado a ser demasiado silenciosas, dema­siado pasivas, demasiado «cada uno para sí». Basta comparar la escena tan viva que se nos describe el día del traslado del Arca a Jerusalén, con nuestras misas deí domingo, tan a menudo apagadas y tristes. Quizá la juventud actual, sacudiendo un poco nuestras costum­bres, nos ayudará a reencontrar una «fiesta», una religión «alegre». Mi religión, ¿es una fiesta para mí?, ¿una dicha?, ¿una alegría? Mi fe, ¿es una buena noticia? y el evangelio ¿un maravi­lloso mensaje? ¿Soy de los que no abren la boca en la iglesia, de los que se aislan? O bien ¿me esfuerzo en cantar, en aclamar, en participar en la liturgia?

Delante del Señor... en presencia del Señor... Es uno de los temas de esos pasajes de la Escritura. Vivir «delante» de Dios. David «danza» delante de Dios. Es toda mi vida la que se juega «delante de Ti, Señor».

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36 3." semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Segundo Libro de Samuel 7, 4-17

La célebre profecía de Natán, que leemos hoy, se nos propone también en otras dos festividades: —el día de la fiesta de san José —19 de marzo—, por medio del cual entra Jesús en la familia de David... —el 24 de diciembre, víspera de Navidad, donde el Mesías es anunciado a los pastores de Belén, ciudad de David... Conquistada la ciudad fuerte de Jerusalén, e introducida el Arca en la ciudad, David quiere completar su obra construyendo un «templo», una «Casa para Dios». Ahora bien, ¡Dios rehusa! Y envía a un profeta con este mensaje al rey. Esto nos sorprende quizá, pero ¡Dios rehusa! Y da sus razones. Hay que escuchar atentamente los motivos que expone Dios para rehusar tener un santuario estable y grandioso. Esto enlaza con la enigmática provocación de Jesús: «destruid este Templo... y en tres días lo levantaré, pero no por mano de hombre...» (Juan 2, 19-21)

¿Me vas a edificar una casa para que yo habite? No he habitado jamás en una casa desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas, pero Yo «acampaba» en una tienda o en un refugio... Primer motivo del rechazo: «no soy un Dios para gente 'instalada', sino un Dios para 'nómadas', para gente 'en marcha', los acompaño en su caminar, y habito en la tienda como ellos...» La «tienda» es el símbolo de la casa frágil, del refugio fortuito, no definitivo. Nuestra verda­dera patria no es la tierra: nuestra verdadera casa está «allá arriba». Y Dios no tiene ningún interés en que nos instalemos aquí abajo. Y, con ello, Dios nos plantea la cuestión. ¿Estoy «en marcha»? ¿Hacia dónde?

3.a semana del tiempo ordinario 37

Yo te he sacado del pastizal, de detrás del rebaño. Yo te edificaré una «casa». Segundo motivo: la total independencia de Dios. No es David quién se eligió rey a sí mismo. Incluso su descen­dencia será un perpetuo regalo de Dios. De sí mismo no era más que un pobre pastorcillo que Dios fue a buscar de detrás del rebaño para darle el poder. El profeta juega con las palabras: «No serás tú quien construirá una casa-templo para Dios, es El quien te construirá una^casa-dinastía».

Cuando tus días se hayan cumplido, te daré un sucesor en tu descendencia, que será nacido de ti... y conso­lidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo... Tercer motivo: el futuro de una dinastía, el futuro del hombre no descansan primordialmente sobre principios materiales —simbolizados por la solidez y la belleza de un edificio cultual como el Templo—... sino sobre una Alianza personal concertada entre Dios y los hombres: la fidelidad mutua de Dios y del rey —un padre con su hijo— es más decisiva que ¡todos los sacrificios del Templo! Un día, Jesucristo, hijo de David, llevará a una perfección insospechada las relaciones de amor filial entre el Mesías y su Padre. Entonces el Templo no será ya necesario: el velo del Templo se rasgará. Jamás ni Nathán, ni David, hubieran podido prever el cumplimiento en la persona de Jesús, en el Cuerpo de Jesús de la verdadera «casa de Dios» —lugar de la presencia inefable—... garantía de la estabilidad del pueblo por su adhesión filial al Padre. ¿Y yo? ¿Dónde sitúo mi religión?

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38 3.' semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Segundo Libro de Samuel 7, 18-19; 24-29

Cuando David se enteró por Nathán de las promesas divinas, fue a presentarse «ante el Señor» y le dijo... De nuevo el tema «ante el Señor». David es un hombre de Fe. Se mantiene «delante de Dios». El profeta acaba de cumplir su promesa; rechazo del Templo, anuncio de un descendiente «que será un Hijo para Dios». Inmediata­mente David estalla de alegría, y de su corazón, brota una oración de acción de gracias —eucaristía = dar gracias. Ayúdanos, Señor, a nosotros también, a saber interpretar los acontecimientos... ayúdanos a orar partiendo de las alegrías que nos llegan... Te alabo, Señor, por... (evocar las alegrías del día de hoy).

¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi «casa», para que me hayas hecho llegar hasta aquí? Humildad. David repite, en el fondo, la Palabra que Dios le había dirigido. Le ha recordado la pobreza de su origen de pastorcillo. David, a su vez, incorpora a la oración esa Palabra de Dios.

Ahora, Señor, guarda siempre la promesa que has hecho a tu servidor y a su casa, y obra tal como has dicho. Repetir la Palabra de Dios. Pero en sumisión profunda a la voluntad divina. Ciertamente, en esto, David podía equivocarse grave­mente si imaginaba que su dinastía conservaría, huma­namente, siempre el poder, y que las herencias y las transmisiones de poder se llevarían a cabo sin problemas. De hecho, la promesa de Dios no se cumplió material­mente: tres hijos de David, Ammón, Absalón y Adonías, morirán por la espada, desgarrándose los unos a los otros. Y a partir de la segunda generación, con los hijos de Salomón, la dinastía davídica se dividirá en dos reinos rivales, antes de desaparecer.

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A través de las promesas humanas era pues preciso entender una promesa divina: el verdadero descendiente de David no es Salomón, sino Jesús... ¡Pero después de cuántos fracasos humanos! y de una realeza sin gloria humana.

Luego, ¿tú eres rey? dijo Pilato. — Tú lo dices soy rey... Pero mi reino no es de este mundo... (Juan 18, 36-37) Dios trastorna nuestras concepciones demasiado estre­chas. Su reino no es como cabría esperarlo. Hay que contemplar en silencio, y dejarse llevar: «Hága­se tu voluntad, venga a nosotros tu Reino.» Creo, Señor, que tu Reino está «ya aquí», que tu reino está cerca. Confío en Ti, Señor, a pesar de todas las apariencias contrarias.

Señor mío, Tú eres Dios, tus palabras son verdad... La oración debería terminar siempre con esa confesión. El rey David reconoce la soberanía de Dios. No busca imponer a Dios «sus» propias voluntades. Después de haber expuesto «sus» deseos, se somete a lo contrario.

Vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad. (Ma­teo 6, 8) Así hablaba Jesús... siguiendo a David, su antepasado. Nos es conveniente haber meditado, hoy, sobre la «oración de David» y haber admirado su alma, porque mañana meditaremos sobre el pecado de David: el justo que llegará a ser criminal.

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40 3." semana del tiempo ordinario

V I E R N E S

Segundo Libro de Samuel 11, 1-17

Hemos visto la fe de David y la calidad de su oración. Eso no impide que sea un pobre hombre, y un gran pecador, en sus horas malas. La Biblia nos relata la historia de un pueblo de pecadores, de pecadores-salvados. Y ésta es una de las páginas más bellas. Una vez más y por adelantado, oímos en ella «la buena nueva» del evangelio anunciado a los pobres. Es ya la página de la samaritana, de la pecadora en casa de Simón el fariseo, de la mujer adúltera. «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».

El pecado de David. David ve a una mujer que se estaba bañando. «Era una mujer muy hermosa» añade el texto sagrado. La desea y la seduce. Pero es la mujer de otro. Es pues un adulterio: a la falta de dominio propio en su sexualidad se añade una injusticia hacia esa mujer y su legítimo marido. Betsabé, la mujer de Urías, será la madre de Salomón. La citará Mateo en su genealogía, entre los antepasados de Jesús. Por ella está inserto Jesús en la dinastía de David, —«Hosanna al hijo de David» gritarán las muchedum­bres—... y por ella se inserta en un linaje de pecadores, a los que viene a salvar. Señor, a través de ese pecado, pienso en mis propios pecados. ¡Qué misterio, Señor, que nos hayas creado con una libertad capaz de pecar! Cuando se piensa en la inmensa marea del mal que irrumpe sobre la humanidad, pensamos que Si la has permitido, Señor, debe de ser porque esperas de ella un mayor bien.

Un pecado no viene solo jamás. Hemos apuntado ya «la falta de dominio propio»... y «la injusticia». Veremos ahora todo lo que de ellos se sigue. «La hipocresía» David quisiera quizá descargarse de su responsabilidad y endosar el embarazo al marido legí-

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3.a semana del tiempo ordinario 41

timo. ¡Cuan humano y cuan repugnante a la vez es esto! Pero no lo logra. El tosco hitita Urías, tiene sus principios y los respeta: existía entonces la norma de la abstención sexual durante una guerra. Incluso estando borracho, Urías la recuerda. Y David que lo ha instigado a beber en demasía para hacerle perder la cabeza se siente libre para proseguir en su crimen. «El homicidio» premeditado. Sombría y lamentable historia, en verdad. «Poned a Urías en lo más recio del combate... que caiga herido y muera.» El pecado es un ataque a la Ley de Dios. Es una infidelidad a ese Dios que ha favorecido tanto a David, y ¡a quien ha hecho tan hermosas promesas! Pero la cara innoble del pecado aparece muy especialmente, cuando, como en este caso, ¡todo el cálculo de un hombre inteligente se ha puesto en el provecho personal aplas­tando a los demás! Para la Biblia, con el pecado de Adán, será éste el pecado-tipo.

«Ten piedad de mí, Señor, según tu bondad. En tu ternura borra mi pecado. Lávame de toda malicia y de mi culpa, Señor, purifícame. Pues mi pecado yo lo reconozco. Mi delito está ante mí sin cesar. Contra Ti, contra Ti sólo he pecado, lo que está mal a tus ojos, eso cometí.» El famoso salmo «miserere» expresa bien el arrepen­timiento de David. El envés del pecado, es la misericordia de Dios. Dios saca el bien del mal. Péguy cantó ese misterio en términos inolvidables: «de aguas sucias, Dios hace aguas puras; de almas turbias, hace almas transparentes...»

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42 3.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Segundo Libro de Samuel 12, 1-7; 10-17

Envió el Señor a Natán donde David. Se trata del mismo profeta que había anunciado a David las maravillosas promesas divinas. Se atreve ahora a ir donde el rey para un mandado muy diferente. Los profetas son la conciencia viviente del pueblo de Dios. Pero su habilidad como educador y su delicadeza son notorias. Natán no condena desde el exterior. Cuenta una parábola y conduce al rey a que tome conciencia por sí mismo y a que sea él mismo quien aporte un juicio sobre su pecado. Gracias, Señor. Ayúdanos a respetar siempre el lento caminar de las conciencias.

«Tú eres ese hombre.» Cuando la conciencia de David se hubo despertado, el profeta sólo tuvo que constatar y autentificar. «Es verdad lo que dices: tú eres ese hombre.» Y esa bonita historia del «pobre y del rico» nos recuerda al mismo tiempo, y una vez más, que Dios, sistemáti­camente toma la defensa de los pobres, de los oprimidos, de las víctimas... Si esto nos irrita, es porque nos colocamos a nosotros mismos entre los «ricos». Del mismo modo, si nos escandalizamos de la parábola de la centésima oveja que el pastor busca, abandonando las restantes noventa y nueve, es porque nos situamos entre esas «noventa y nueve». Peor para nosotros. ¡Gracias, Señor, por tomar la defensa de los pobres! ¡Del fondo de mi corazón te digo: «Gracias»! Ayúdame a tomar conciencia de mis pobrezas y limita­ciones. Ayúdame a no caer jamás en esa terrible pen­diente que es la nuestra, que era la de David, que es la de todo hombre, de «aplastar a su hermano». El hombre, víctima del hombre. El fuerte aplastando al débil. EJ rico aplastando al pobre. Perdónanos, Señor. ¡Tú eres ese hombre!

3." semana del tiempo ordinario 43

¿Soy yo? ¿Cuál es mi forma de opresión sobre las demás? ¿De utilización de los otros en provecho propio? Resulta muy fácil condenar a David.

He pecado contra el Señor. —El Señor perdona tu falta. La verdadera santidad de David es ¡haber sabido reco­nocer su falta! «Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Devuélveme la alegría de tu salvación. Exímeme de la sangre.» Esto es ya como un avance del sacramento de la Penitencia, con el papel del penitente, y el del confesor, que escucha la confesión y transmite el perdón divino. Sólo Dios cambia el corazón del pecador: pero ha sido necesaria la mediación de un diálogo, de una conversa­ción con Natán, para que David «se entienda» y haga un juicio más objetivo sobre sí mismo. «Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos.» Ese tema del perdón se encuentra a todo lo largo de la Biblia: ¡es una revelación tuya, Señor! «Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdo­namos a nuestros deudores.» El verdadero sentido del pecado en la Biblia no es solamente un sentimiento de «culpabilidad» moral, no es tan solo la «transgresión de una ley». El pecado no se entiende de veras en su profundidad más que en el marco de las relaciones personales entre el pecador y Dios. Hay que ser un santo, hay que ser muy sensible a Dios, para «pecar» de veras. Muchos hombres, faltos de amor a Dios se quedan al nivel de la transgresión moral. Señor, haz que comprendamos tu amor. Danos el sentido del pecado.

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44 4." semana del tiempo ordinario

Cuarta semana del tiempo ordinario

L U N E S

Segundo Libro de Samuel 15, 13-14; 16, 5-13

David huye ante su hijo Absalón. Hemos meditado la «profecía de Natán» que prometía la estabilidad a la dinastía de David hasta el final de los tiempos. De hecho veremos las intrigas, las bajezas, los homicidios. El trono real es una presa. Absalón dará muerte a su hermano Amnón, el primogénito de David por haber violado a su hermana. Un oficial de David dará muerte a Absalón, segundo hijo del rey. Adonías, el tercero que pretende la sucesión será ejecutado por orden de Salomón. Triste y sangrienta historia. Hoy se nos relata la historia de la «huida» de David. David ha envejecido: su hijo Absalón quiere arrebatarle la corona. El «conflicto entre generaciones» no es de hoy. El enfrentamiento entre los hijos mayores y sus padres es cosa de siempre. Te ruego, Señor, que, en los conflictos existentes en nuestras familias, tu perdón, tu reconciliación puedan triunfar finalmente.

David subía la cuesta de los Olivos llorando, con la cabeza cubierta y los pies desnudos y todo el pueblo que le acompañaba llevaba la cabeza cubierta y subía llorando. Para huir de Jerusalén, David cruza el valle del Cedrón, llega al Huerto de los Olivos y sube a la colina de los Olivos. Mil años después, precisamente en este mismo lugar, irá a refugiarse Jesús, huyendo también del odio. Misterio del sufrimiento humano. Misterio de los padres que sufren por sus hijos. Misterio de todos los sufrimientos que nos infligimos los

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unos a los otros. Misterio del hombre, víctima de otro hombre. Jesús no ha querido eximirse del dolor. Ha cargado con todo el sufrimiento humano... para transformarlo en esperanza de resurrección.

Un hombre de la familia de Saúl, llamado Semei, salió maldiciendo a David y tirándole piedras. En la desgracia, vuelven a salir todos los antiguos rencores.

Dejadle que me maldiga, si el Señor se lo ha man­dado... Acaso el Señor mire mi aflicción y me devuelva el bien por esta maldición. Reconocemos aquí la grandeza de alma de David. Aceptó la humillación de la huida, para evitar que el conflicto con su hijo fuera sangriento... Ahora acepta la humillación de las injurias de uno de sus enemigos... Y se encomienda a Dios. En ese mismo lugar, recibirá Jesús el beso de Judas, la bofetada del servidor del sumo sacerdote, los latigazos de la flagelación... será abandonado de sus amigos... recibirá las maldiciones de sus enemigos. Al igual que David, Jesús pondrá su confianza en Dios, y perdonará a los que le hacen daño: «Perdónales, no saben lo que hacen.»

A la escalada de la violencia, David contrapone la misericordia, fruto de su experiencia de la miseri­cordia de Dios con él. El destino trágico de David, frente a sus propios hijos, le lleva a comprender mejor la actitud de Dios con nosotros: El nos perdonó, ahora nos toca perdonar a nosotros.

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46 4.a semana del tiempo ordinario

MARTES

Segundo Libro de Samuel 18, 9...30; 19, 4

La insurrección de Absalón condujo a la victoria de David. La página leída ayer nos mostró al rey David acosado por su hijo y por sus enemigos: era el momento del fracaso duro. Hoy es el momento de la victoria: el rebelde es vencido, David podrá entrar en su capital, Jerusalén. Meditemos primero sobre ese hecho; el fracaso, la debilidad no contrarrestan el plan de Dios. Dios puede lograr su fin, incluso sirviéndose de apariencias contra­rias. Toda la historia de la salvación es buena prueba de ello. Medito sobre mis propios fracasos. Trato de comprenderlos a la luz del misterio de la cruz. «Nosotros predicamos un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles... Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina, más fuerte que la fortaleza de los hombres... Lo débil del mundo es lo que Dios ha escogido, para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios...» (I Corintios 1, 22-29) Pablo también pedía a Dios, como nosotros, como David ser liberado de sus debilidades: «El Señor me declaró, "mi gracia te basta"... "porque mi poder se muestra perfecto en la flaqueza"». (II Corintios 12, 9-10)

Pero David no se alegró porque su hijo Absalón había muerto. David acaba de ganar una batalla y se ha dominado una insurrección. Esto podría alegrarle. Pero todo ello se esfuma ante el dolor de haber perdido a su hijo. Los allegados a David, sólo ven la eficacia del resultado: se ha batido al oponente, se ha destruido al usurpador... y van a anunciarlo al rey como una buena noticia.

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Entonces el rey se estremeció, subió a la estancia alta y rompió a llorar. Decía entre sollozos: «¡Hijo mío, Absalón; hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!» Dolor punzante; se retira solo a su cuarto para llorar. Imagen de Dios. Nuestro Padre celestial, aun cuando somos rebeldes y nos oponemos a El, sigue amándonos. «Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ezequiel 33, 11) Me dispongo a meditar sobre mis propios pecados, para sentir en mí todo el dolor de Dios, toda la misericordia de Dios. Si David ha comprendido tan bien el perdón hacia su hijo, es porque él mismo había experimentado el perdón de Dios. Recuerda que después del homicidio de Urías, el profeta Natán había ido a su palacio, le había revelado su falta... y la superabundancia de la miseri­cordia divina. El contagio de la misericordia divina había comenzado en el corazón de Dios, ¡acaso podrá David ser menos misericordioso! Jesús recordará esta ley: «si no perdonáis vosotros, tampoco Dios os perdonará». ¿A quién tengo que perdonar, HOY?

La victoria, se trocó en duelo aquel día para todo el ejército y el pueblo. Poco a poco, el pueblo de Dios llegará a entender que no necesita de técnicas militares para acabar con sus enemi­gos: el verdadero combate se da «contra las fuerzas del mal que alienan a la humanidad». «Perdonar» es una victoria mayor que «vencer». ¿Cuál será mi victoria interior?

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48 4." semana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Segundo Libro de Samuel 24, 2; 9-17

Haz el censo del pueblo para que yo sepa la cifra de la población. Hacia el final de su reinado, el rey David se enorgullece ante la obra de unificación que acaba de realizar. El que había partido de cero está en la cumbre de su gloria: quiere saber el número de sus subditos... se considera como un rey ordinario y cree poder contar con sus fuerzas humanas. Ese censo es considerado como un pecado, porque manifiesta que David no se apoya ya en Dios. Señor, también nosotros sentimos a menudo esa nece­sidad de seguridad. Quisiéramos poder contar con nues­tros medios humanos. Es muy natural. Y sin embargo sabemos muy bien que Jesús nos ha lanzado a una aventura. «El que salve su vida, la perderá, y el que pierda su vida, la ganará.» «El hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza.» «Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo.» Todas esas fórmulas son invitaciones a cortar las amarras y partir con una total confianza... ¡sin cálculo alguno!, ¡sin hacer el censo!

«He cometido un gran pecado.» Efectivamente: «hizo cuentas», «calculó». Una vez más la grandeza de David se manifiesta en el hecho de saber reconocer sus faltas. Pecador, como todos los hombres, pero lúcido y leal. Concédenos, Señor, esa delicadeza de conciencia para que sepamos confesar enseguida nuestros errores. ¿Qué aspecto de la virtud de la penitencia es más habitual en mi vida: la virtud de la veracidad... de la transparencia ante Dios?

4.' semana del tiempo ordinario 49

El profeta Gad propuso entonces a David, en expia­ción, que eligiera entre tres castigos. Nos concentramos ante una mentalidad bastante primi­tiva. La expiación compensa el pecado, restablece la balanza. Lo notable es el motivo que da David de su elección. «Estoy en grande angustia. Pero caigamos a manos del Señor, mejor que a manos de los hombres, porque es grande la misericordia del Señor.»

Yo fui quien pequé... Pero éstos ¿qué mal han hecho? David implora al Señor para que el castigo recaiga sobre él y quede salvo el pueblo. Aquí encontramos ya, una de las argumentaciones de san Pablo en la Epístola a los Romanos: la solidaridad... la falta de uno es causa de la desgracia de todos... Pero la oración o la obediencia de uno basta para detener la plaga. A través de este episodio, contemplo, por adelantado, a Jesús que tomó nuestro lugar. ¡Cordero de Dios, que cargó sobre él el pecado del mundo! Mis pecados... ¿Tengo tendencia a «salir adelante» evitando las solida­ridades que me llevarían demasiado lejos? O bien, con Cristo, ¿acepto toda mi parte de solidaridad? ¿Me aparto, quizá, de los males que afligen a mis hermanos, buscando, ante todo, mi seguridad? O bien, ¿acepto compartir los riesgos?

David compró la era de Arauná el jebuseo y levantó allí un altar para el sacrificio. Así termina el Libro de Samuel y la historia de David. Dios ha perdonado. David es agradecido. Compra el terreno donde se levantará pronto el Templo de Jerusa-lén: una era para la trilla del trigo...

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50 4." semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Primer Libro de los Reyes 2, 1-4; 10-12

Se acercan los días de la muerte de David. Su papel ha sido muy importante. Ha soldado la unidad de las doce tribus de Israel, que hasta entonces vivían indepen­dientes. Pacificó el país de Palestina, de Dan hasta Bersabé, rechazando a todos los enemigos que todavía atacaban a los hebreos. Dio una capital y una ciudad santa, Jerusalén, a ese pueblo hasta entonces nómada. David, ya lo hemos visto, no es un hombre perfecto. Pero, es incontestable que vivió «delante de Dios». Y su testamento espiritual, que confía a su hijo Salomón, es la última prueba de ello.

«Yo me voy por el camino de todos...» Una maravillosa fórmula para hablar de la muerte. El «camino de todos». Fórmula de humildad y de solida­ridad con el conjunto de la humanidad. Tampoco yo me escaparé de ello. Un día tomaré ese camino por el que pasan todos los hombres. En silencio puedo detenerme considerando esto... Ayúdame, Señor, a morir en paz y a preparar ese momento durante toda mi vida.

«Ten valor y sé hombre.» Consejo de valentía. No dejarse abatir. Permanecer de pie en la adversidad.

«Guarda las observaciones del Señor, tu Dios, yendo por su camino... observando sus preceptos... sus órdenes, sus leyes y sus instrucciones...» Hay aquí una acumulación de términos idénticos. El segundo consejo, después de la valentía, es pues la fidelidad a Dios. Estar atento a Dios. Seguir sus caminos. Estar en comunión con la voluntad de Dios.

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A menudo no estamos atentos. Dios hubiera querido esto o aquello. Y no hemos estado a su escucha. La gracia de la oración cotidiana: un momento privile­giado de escuchar el querer de Dios... y de nuestras responsabilidades humanas. No vivir superficialmente. Vivir en profundidad. Encontrarnos con Dios que está ahí en el corazón de nuestra vida.

«Para que tengas éxito en cuanto hagas o empren­das...» Seguir la voluntad de Dios conduce a ese éxito de la vida. No será, quizá, un éxito brillante, aparente, externo. Pero es el único éxito esencial. El que corresponde a lo que Dios esperaba de nosotros: llegar al máximo de huma­nidad llegar al máximo de amor-llegar al máximo de santidad... «La gloria de Dios es el hombre vivo.» La alegría de Dios es «un hombre logrado», «una vida lograda». Esto no se hace sin obstáculos y dificultades —como se ha visto en la vida de David—. Pero ese éxito sigue siendo el fin, la esperanza. ¿Me esfuerzo en ello? «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.» ¿Tengo sed de perfección?

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52 4." semana del tiempo ordinario

VIERNES

Eclesiástico 47, 2-11

Mucho tiempo después de la muerte de David, los Libros sagrados siguieron haciendo su elogio. En el Eclesiástico, llamado también Libro de Sirac está la página que leemos hoy. En tiempos de Sirac, no hay reyes en Israel. Aparen­temente, pues la profecía de Natán no se ha cumplido. Por tanto Sirac encauza de nuevo la esperanza nacional hacia los «sacerdotes» Aaron y Fineas. El sacerdocio ocupa el lugar de la realeza, el Templo de Jerusalén es el único lugar de unidad del pueblo de Dios, ¡mucho más que el trono real vacío! Es por ello que Sirac hace el elogio de David dándole una fisonomía casi sacerdotal.

David fue elegido entre los hijos de Israel. Invocó al Señor Altísimo. Sus victorias humanas son presentadas como un «don de Dios», como un fruto de la oración. Si abatió la arrogancia de Goliat no fue por la fuerza de su brazo, al contrario, David era aquel pobre muchacho que esperaba sólo de Dios la victoria. ¿Y yo?, ¿invoco al Señor Altísimo?

«Escogido», «elegido», «ungido», «Cristo». Estas palabras son equivalentes. David fue el «escogido» por Dios, el «ungido» del Señor... lo que en griego se traduce por «christos». Dios toma la iniciativa, Dios escoge. ¿Sé yo responder, corresponder? Todo cristiano es «otro Cristo».

En todas sus obras glorificó al Santo, al Altísimo. Con todo su corazón entonó himnos y amó a su Creador. Es el más hermoso elogio que Ben Sirac pueda hacer. David salmista. David «cantor» de Dios.

4.a semana del tiempo ordinario 53

De hecho sabemos que varios de nuestros salmos han sido compuestos por David. Era pues, además, poeta. Lo hemos contemplado exultando y danzando delante del Arca.

Ante el altar instituyó salmistas y con sus voces dio dulzura a los cantos. Dio esplendor a las solemni­dades, y a las fiestas dio belleza y perfección... La «fiesta» es esencial al hombre. La «alegría» es esencial al hombre. Una vez más me interrogo sobre este asunto. Por su resurrección, Cristo instituyó una «fiesta» en el corazón del hombre, al revelarle el sentido de su vida. ¿Soy consciente de que soy un salvado? ¿Tengo dentro de mí la alegría de la resurrección prometida? ¿Mi vida, es toda ella un canto? ¿Participo en la «liturgia» de la Iglesia? ¿Contribuyo a «dar esplendor a las solemnidades»?

Para que fuera una alabanza al nombre del Señor, y para que, desde la aurora, resonara el santuario. La palabra «eucaristía», en griego, significa «acción de gracias», «alabanza». ¿Es mi vida entera una eucaristía? Todo el pueblo de Dios tiene un oficio sacerdotal: ofrecer a Dios el culto espiritual, la ofrenda de nuestra vida.

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54 4." semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Primer Libro de los Reyes 3, 4-13

Abordamos hoy la vida de Salomón, hijo de David y de Betsabé. Hoy leemos una «plegaria de Salomón»: Recibió el poder real en circunstancias bastante trágicas, después de intrigas sangrientas. Su corazón está lleno de inquietud: ¿sabrá estar a la altura de su tarea abrumadora?

Pídeme lo que quieras, y te lo daré. Como su padre, el nuevo rey está «delante de Dios».

«Soy muy joven, incapaz de conducirme y estoy aquí en medio del pueblo que Tú has escogido... Este reinado empieza bien: por la humildad. Sabemos que ésta no durará mucho y que muy pronto Salomón quedará prendido en los sueños de poder.

«Concede a tu siervo un corazón atento...» Un «corazón atento»... Un «corazón que escucha»... Para la mentalidad semítica, corazón es equivalente a inteligencia, es la sede del pensamiento. En primer lugar Salomón pide pues la «sabiduría», «la agudeza de la inteligencia», la «comprensión»...

«Para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir el bien y el mal.» Una «inteligencia práctica» aplicada a la acción y en particular a la justicia. Hoy diríamos «tener buen juicio», «ser un hombre de buen consejo». ¿Por qué no repetirla nosotros, por nuestra cuenta esta «plegaria de Salo­món?»... Aplicándola a nuestras situaciones y responsabilidades: Señor, dame un corazón atento, dame la comprensión inteligente de las personas con las cuales convivo.

4.a semana del tiempo ordinario 55

Señor, ayúdame a «ver», a «escuchar», a «interpretar», para que sepa discernir el bien del mal. Señor, en medio de las evoluciones del mundo y de la Iglesia, dame «un buen criterio», lléname de «prudente sabiduría» para que no me deje llevar a ningún exceso de optimismo o de pesimismo. Señor, soy tu servidor, ayúdame a «gobernar» la parte-cita de universo que me ha sido confiada, esa familia que me has dado, ese oficio que es el mío, esa responsabilidad que he aceptado. Es tarea de cada uno repetir, recomponer, prolongar esa plegaria...

Porque es esto lo que me has pedido, y no largos años de vida, ni la riqueza, ni la muerte de tus enemigos... Porque has pedido el discernimiento, el arte de estar atento y de gobernar, hago lo que me has pedido: te doy un corazón inteligente y prudente... Y te concedo también lo que no me has pedido: la riqueza y la gloria. «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y el resto se os dará por añadidura.» Señor, no me des riquezas... dame la inteligencia y el discernimiento de tu Voluntad, dame... tu Espíritu, el Espíritu de Jesús...

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56 5.a semana del tiempo ordinario

Quinta semana del tiempo ordinario

LUNES

Primer Libro de los Reyes 8, 1-7; 9-13

Una de las grandes realizaciones de Salomón fue la terminación de uno de los proyectos de su padre David: construir un templo para Dios. Antes de meditar sobre el significado espiritual de este acto, conviene recordar la trágica historia de ese Templo de Jerusalén: en el 960 antes de Jesucristo: Salomón construye un templo grandioso... en el 586 antes de Jesucristo: este Templo es destruido por Nabucodonosor... en el 516 antes de Jesucristo: es reconstruido después del retorno del exilio... 10 antes de Jesucristo: Herodes, el Grande reconstruye el Templo... Allí fue donde Jesús a los doce años encuentra a los doctores de la Ley. Allí va a orar en peregrinación de la Pascua, todos los años. Allí pronuncia varios grandes discursos... Y Jesús anuncia que ese Templo será destruido y reconstruido en tres días. En el 66 después de Jesucristo: los ejércitos de Tito incendian el Templo. En el 132: se edifican allí varios templos en honor de Júpiter. En el 687: se construye una mezquita musulmana en la explanada del Templo. En el siglo XVI: se edificó la mezquita actual.

La consagración del primer templo, por el rey Salo­món. Hoy los judíos van a rezar al pie del muro de las lamentaciones: son las mismas piedras del Templo de Herodes, el que Jesús vio... Los musulmanes oran en la

5. * semana del tiempo ordinario 51

mezquita de Ornar, edificada en el mismo emplazamiento del Templo. Y los cristianos oran en las múltiples «iglesias» de Jerusalén y de las afueras, porque, para ellos, la verdadera presencia de Dios es el Cuerpo resucitado de Jesús. ¿Cuál es mi devoción a esta «presencia» en los santua­rios? Pero, ante todo ¿cuál es mi inclinación y afecto a esta otra «presencia» en el corazón de todos los cristia­nos, en el mío? Cuando Jesús entró en el Templo reconstruido por Herodes y gritó: «destruid este Templo y en tres días lo reconstruiré»... se habló de blasfemia. Se trataba del templo de su Cuerpo. Y san Pablo sacará de ello una consecuencia: los cristianos son también el Cuerpo de Cristo, donde Dios habita. Orígenes, padre de la Iglesia, decía: «Tú estás siempre en el santuario y nunca sales de allí. No hay que buscar el santuario en un lugar determinado, sino en los actos, en la vida, con los comportamientos. Si éstos son según Dios poco importa que estés en casa, en la plaza pública o en el teatro: si sirves a Cristo, tú estás en el santuario, no tengas la menor duda de ello».

Salomón hizo introducir el Arca en el Templo. Nada había en el Arca, sólo las Tablas de la Ley. Dios no es materializable. No hay nada en el Arca. Ningún objeto misterioso. Ningún talismán. Solamente se colocaron allí las «tablas de la ley»: signo de los mandamientos de Dios... Los comportamientos del hombre rinden gloria a Dios. Hacer el bien, evitar el mal... ¡Hacer presente a Dios!

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58 5." semana del tiempo ordinario

MARTES

Primer Libro de los Reyes 8, 22-23; 27-30

El día de la consagración del Templo, Salomón se puso ante el altar del Señor, en presencia de todo el pueblo, extendió sus manos al cielo y pronunció esta oración... Permanecer en la presencia de Dios. Tú estás aquí, Señor. Y yo estoy ante Ti. Que la postura del cuerpo me ayude en la oración: no se ora sólo con la mente.

«Señor, no hay otro Dios como Tú en lo alto de los cielos, ni abajo sobre la tierrra...» Confesar la grandeza de Dios. ¡Su transcendencia! Soy muy pequeño ante Ti, Señor.

Tú que guardas la Alianza y el amor a tus siervos... La grandeza de Dios es ponerse a disposición de su Pueblo, es ligarse a él, hacer alianza con él. El Dios Transcendente se hace próximo. ¡Es a la vez el Altísimo y el muy Próximo! Este es el gran misterio del Templo.

¿Será verdad que Dios habita sobre la tierra? Los cielos y las alturas de los cielos no pueden contenerte: ¡cuánto menos este Templo que te he construido! En efecto, Salomón no se equivoca. Dios está de veras «en el cielo», es decir, inaccesible, escondido, imposible de captar, está fuera de nuestro alcance y comprensión. Pero el nombre tiene necesidad de «mediaciones» para alcanzar a Dios. Necesitamos «intermediarios» para encontrar a Dios. El Templo es un medio de «significar» de «sensibilizar» la presencia de Dios. Sabemos que Dios está en todas partes. Pero que es difícil de alcanzar. Necesitamos lugares, espacios sagrados que nos ayuden a orar; que

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concreticen, que faciliten el encuentro. ¿Sé yo utilizar estos lugares? Cristo, con su Cuerpo, es el verdadero y único mediador, que concretiza y facilita el encuentro con Dios. Es el único templo, reconstruido en tres días. La Asamblea eucarística, los cristianos reunidos son también el Cuerpo visible de Cristo HOY. Y ciertamente es verdad que esta asamblea concretiza y facilita el encuentro con Dios. En esta búsqueda de Dios hemos sido ayudados por nuestros hermanos y por la Iglesia. ¿Es así como participo yo en la misa, y es con esta convic­ción? Dios no está solamente presente en la misa. Está presente por doquier en nuestra vida. Pero en la Eucaristía, el fuerte signo de Presencia, nos es dado para que sepamos reconocerle en todas partes...

Señor, presta atención a mi clamor, a mi súplica, a mi oración... En el texto hebreo hay también tres palabras diferentes, para designar la oración de Salomón. «Tefilá», es el grito de angustia que se lanza en el dolor... «Tekinná», es la súplica confiada en la misericordia de Dios. «Rinná», es la plegaria gozosa, y ya segura de ser atendida... La plegaria toma en nuestros corazones toda clase de formas, según los diversos momentos.

Que tus ojos, Señor, estén abiertos noche y día sobre este templo... Y Tú, desde el cielo donde habitas, escucha y perdona... ¡Un Dios que me mira sin cesar! En este momento mismo. Tus ojos...

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60 5." semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Primer Libro de los Reyes 10, 1-10

La fama de Salomón llegó hasta la reina de Saba. Salomón es pues un rey importante en el concierto de naciones del Próximo Oriente. Hasta aquí ha triunfado, gracias a la obra de su padre David, y gracias a su propia inteligencia política. Hoy puedo pensar en los aciertos que he tenido en mi vida. En otros días, la Palabra de Dios me ayudará a meditar sobre mis fracasos. Pero hoy, ¿no es quizá el momento de «dar gracias» al Señor? Jesús nos pide que hagamos fructificar nuestros «talen­tos». Recordemos cuan duramente condenó la «higuera estéril».

«Tu sabiduría y tu prosperidad superan todo lo que oí decir. »Bendito el Señor, tu Dios, que te ha mostrado su favor...» Atribuir nuestros éxitos a Dios. Tener una actitud gozosa, que sabe alegrarse de lo que «marcha bien». Pero sin querer deslumhrar a los demás con nuestra dicha... Un santo triste es un triste santo. Aprender la «bendición»: Bendito seas, Señor, por... ¡Proclamar la bondad de Dios! Actitud «eucarística». Una oración que deberíamos repetir a menudo —¿por qué no hoy?— es recitar la letanía de nuestras alegrías: «¡Bendito seas por esto...! ¡Bendito seas por aquello...!»

Salomón resolvió todas sus preguntas. Ninguna le resultó oscura. La reina de Saba vio toda la sabiduría de Salomón. ¡Percatémonos bien de lo que significan esas frases para la época! El relato que leemos quiere hacer resaltar la «Sabiduría» de Salomón, su «Inteligencia». El mundo moderno está ávido de «conocimiento», de «ciencia»: los secretos de la naturaleza, desde la época de

5. ° semana del tiempo ordinario 61

Salomón, han ido retrocediendo siguiendo la orden de Dios al hombre: «¡Dominad la tierra y sometedla!» Algunos cristianos miran la ciencia con cierto recelo. Y es verdad que puede apartar de Dios y desorientar al hombre. Pero la ciencia en sí no es mala; en sí más bien es buena. Permite participar del conocimiento mismo de * Dios. La inteligencia humana descubre las maravillas que la Inteligencia Primera ha creado. Te ofrezco, Señor, las maravillas de la ciencia. Ayuda a los hombres, como hiciste con Salomón, a seguir descubriendo, a penetrar los secretos restantes, a termi­nar el «dominio de la tierra» que nos has confiado... pero ayúdanos a hacerlo sin orgullo. Esa sabiduría-prudencia de Salomón, es uno de los «valores humanos»... Ese encuentro entre el Rey de Israel y una Reina de un país lejano del sur de Egipto... tiene un gran significado en la Biblia. Salomón practica una política de apertura: hace alianza con el Faraón, (I Reyes 3, 1); llama a técnicos extranjeros para construir el templo de Dios (I Reyes 9, 10-24); concluye acuerdos comerciales con Tiro (I Reyes 9, 10-28). Y, por encima de todo, busca integrar el saber humano de su tiempo al pensamiento religioso de su pueblo. La Iglesia ha intentado siempre lo mismo, a lo largo de las distintas épocas. Hoy abre sus puertas al diálogo con todas las grandes corrientes de pensamiento de la humanidad actual. La gracia «eleva» la naturaleza, no la «destruye». Todo lo que es un «valor» en el mundo, todo lo que es «sabiduría» es ya obra de Dios. Visión optimista.

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62 5." semana del tiempo ordinario

JUEVES

Primer Libro de los Reyes 11, 4-13

En la ancianidad de Salomón sus mujeres inclinaron su corazón tras otros dioses. La posesión de muchas mujeres era entonces un signo de riqueza y notoriedad más que de depravación de las costumbres. De hecho, lo que se reprocha aquí es la idolatría. En aquel tiempo, la mujer era considerada como el lugar misterioso de fuerzas incontrolables, y recurría gustosa a la magia para dominar las fuerzas que rigen la fecundidad o la esterilidad. Las mujeres de Salomón permanecían así en contacto con los cultos de su clan y de su pueblo.

Astarté, diosa de los sidonios... Milkom, ídolo abomi­nable de los ammonitas... Kemós, dios de Moab... Sus mujeres extranjeras ofrecían sacrificios a sus dioses. El Señor se irritó contra Salomón. Fecundidad. Esterilidad. Contracepción. Regulación de nacimientos. Es un tema de reflexión que sigue siendo actual y un problema siempre renaciente. Como en tiempo de Salo­món. En comportamientos muy concretos, aun cuando sean diferentes, es donde se juega nuestra fidelidad a Dios. La sexualidad queda siempre como uno de los puntos en los que se juega la dignidad del hombre. «Milkom» es calificado de ídolo abominable, ¡porque se le ofrecían sacrificios de niños recién nacidos que se hacían pasar por el fuego! Líbranos, Señor, de todos nuestros ídolos. Libera a la humanidad de sus ídolos abominables. Ayúdanos, Señor, a progresar siempre más en humani­dad. Hay que progresar la ciencia y el saber para que los hombres no tengamos necesidad de recurrir a ninguna clase de magia.

5." semana del tiempo ordinario 63

Porque tal ha sido tu modo de comportarte... Y porque • no has guardado mi alianza, ni las prescripciones que te ordené... Dios no es indiferente a los comportamientos humanos. Le interesan. Hay cosas que no pueden hacerse. Aunque no sea siempre fácil determinar «lo que está bien y lo que está mal», tenemos que «buscar lo que es mejor». Sabemos que las normas morales son ambiguas y que han evolucionado al correr de los siglos, es cierto. Pero eso no nos dispensa de buscar lo que está «bien», lo que construye... ni de evitar lo que está «mal», lo que destruye... De otra parte, el bien y el mal están inextrin-cablemente mezclados, según Jesús. En nosotros, en nuestros comportamientos y decisiones, hay una parte de «buen grano» y otra de «cizaña». Lo esencial es no resignarnos, por cansancio o hastío, a hacer «cualquier cosa», o bien a hacer solamente «lo que nos gusta».

Se enojó el Señor contra Salomón porque había desviado su corazón del Señor... A través de nuestro combate moral, es Dios quien está «enjuego». Es nuestra relación con Dios la que sale maltrecha o reforzada. «Apartarse de Dios»... «Observar la Alianza»... Son palabras que se refieren al amor. El pecado es ante todo una rotura entre nosotros y Dios. Me reconozco pecador, ¡oh Padre! Al pensar eñ mis pecados habituales, dirijo a Ti mi súplica, Señor.

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64 5.* semana del tiempo ordinario

VIERNES

Primer Libro de los Reyes 11, 29-32; 12, 19

El cisma de las diez tribus del Norte. Una vez más, la Biblia nos interpela. No podemos quedarnos simplemente con el relato de esos aconte­cimientos «antiguos»... interesantes para el historiador o el curioso de antigüedades. Es preciso escuchar lo que Dios quiere decirnos HOY, a través de esos textos. De nuevo, la aventura humana, vivida por el Pueblo de Israel, tiene un valor simbólico ejemplar: el cisma, la separación de los que estaban destinados a vivir unidos... ¿Quién de nosotros no vive, más o menos, en situaciones de ese género? Evoco situaciones parecidas en mi vida... Evoco en mi medio de trabajo, en mi vida de familia, en la Iglesia, entre las Iglesias, en la vida del mundo de hoy, unos hechos, unos cismas, en el más hondo sentido: di­visiones, rechazos de diálogo, oposiciones.

Las causas del cisma. La Biblia reflexiona e interpreta. Son las faltas de Salomón que recogen sus frutos. —Al casarse con mujeres extranjeras, por razones de prestigio político, introdujo cultos idolátricos: los profe­tas de Yahvéh reaccionan. —Los fastos grandiosos y las construcciones de Salomón pesaron sobre la economía del país, en particular sobre los pobres. La rebelión está a punto. —Las reformas administrativas favorecieron el feudo real —la tribu de Judá— en detrimento de las provincias del norte; que reclamarán la autonomía. Tratando también de interpretar a la luz de la Fe, las «divisiones» que encuentro a mi alrededor y en el mundo, me pongo a reconsiderar mi conducta: no todo depende de mí, ciertamente, y no debo culpabilizarme de manera excesiva... pero tampoco tengo derecho de cargar todas las culpas sobre los demás. ¿Cuál es mi parte de

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responsabilidad, en las «faltasde unión» entre los míos, o que yo misma sufro? ¿Cuál es mi parte de pecado en las «faltas de comunicación» entre personas, o entre grupos?

Así habla el Señor, Dios de Israel: «He ahí que voy a arrancar el Reino de la mano de Salomón...» y el profeta rasgó su manto nuevo en doce jirones. A.1 pie de la cruz, los soldados no quisieron rasgar «la túnica de Jesús que era sin costura», y la echaron a suertes. Pero los cristianos han desgarrado la tela sin costura. Están separados. Y ¡esto es un escándalo! Jesús había rogado a su Padre para que «sean uno como nosotros, a fin de que el mundo crea». ¿No es ésta una de las grandes razones de su incredulidad, del rechazo a la Fe?: ¡entendeos primero entre vosotros, vivid lo que decís, vivid como hermanos! Repito la oración de Jesús. Ruego por la unidad...

Dichosos los artesanos de paz. Serán llamados hijos de Dios. ¿Soy de los que se resignan a los cismas, a los racismos, a las opresiones? O, más modestamente, ¿de los que no se esfuerzan ya para reanudar los contactos perdidos? Vivimos cerca, los unos al lado de los otros y nos ignoramos. ¿Se puede ser llamado «hijo de Dios», si uno se contenta con esto? «Artesano de paz». Pienso en la lenta paciencia del artesano. En los medios modestos del artesano. En la tenacidad humilde del artesano. Para la paz.

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SÁBADO

Primer Libro de los Reyes 12, 26-32; 13, 33-34

El cisma humano, político, pasa a ser un cisma reli­gioso. Anterior al período real, el único enlace entre las doce tribus era su fe religiosa en Yahvéh. A partir de Saúl y sobre todo, de David y de Salomón, el enlace fue político, pero siempre frágil. Bajo un solo rey, las tribus conser­varon su peculiaridad. Las torpezas económicas de Salomón y de Roboan exasperan en extremo a las tribus del Norte: a la primera dificultad, cada grupo se encierra en sí mismo... ¡la unidad se ha roto! Ahora bien, los habitantes del Norte habían tomado la costumbre de ir en peregrinación a Jerusalén, donde estaba el Arca de la Alianza. Que ese movimiento continúe no agrada a Jeroboam, rey de las tribus del Norte. Renovará pues para el culto dos antiguos santua­rios, Betel y Dan. Al cisma humano se añade entonces el cisma religioso. Todo está muy íntimamente relacionado. También HOY. Sabemos muy bien que las situaciones económicas y políticas marcan profundamente la vida de los hombres. La Fe es influenciada por el salario ganado: esto puede chocarnos pero es un hecho. Ayúdanos, Señor, a dilucidar todas las condiciones que requiere la evangelización: creer en Dios, ser misionero, debe conducirnos a todos a trabajar también para una mayor justicia, para una verdadera promoción del hom­bre. Los Papas y el Concilio nos lo repiten insistente­mente. Ruego para que el Señor me ilumine sobre lo que El espera de mí en ese punto. Ruego también por todos aquellos que tienen mayores responsabilidades en la marcha del gobierno de los pueblos.

Jeroboam se dijo en su interior: «Tal como van las cosas, el Reino volverá a la casa de David. Si este

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pueblo continúa subiendo a la Casa del Señor, en Jerusalén, el corazón de este pueblo volverá también a su señor, a Roboam, rey de Judá. Jeroboam erigió pues dos becerros de oro, uno en Betel y otro en Dan...» Al principio no fue un culto idolátrico. En el pensamiento de Jeroboam, estas dos estatuas son una evocación del verdadero Dios, Yahvéh. Pero el pueblo pronto se deslizará hacia la idolatría por contagio de los cultos de Baal, existentes en toda la región. Baal era también representado por estatuas de animales. ¿Cuál es mi «becerro de oro»? ¿Qué contaminación de los valores del mundo, contrarios a los valores evangélicos, dejo penetrar en mí? La falta, el error de Jeroboam y el de las tribus del Norte, en el fondo consiste en usar la «religión» «para un fin político». Para conservar su reino, para salvaguardar sus intereses, instituye lugares de culto. También ocurre esto entre nosotros, ponemos a Dios a nuestro servicio, en vez de ponernos nosotros al servicio de Dios. Nos forjamos una cierta concepción de Dios según nuestras necesidades. Señor, ayúdanos a aceptar tus exigencias, incluso cuando nos parece que van contra nuestros intereses inmediatos.

Este proceder hizo caer en pecado a la casa de Jeroboam y fue causa de su ruina y su exterminio sobre la faz de la tierra. Interpretación de la historia. El destino trágico de las tribus del norte está ahí para confirmar que no nos sepa­ramos impunemente de Dios. «Ruina» y «exterminio» son las secuelas del rechazo explícito de Dios. Los golpes de Estado para las sucesiones de los reyes serán conti­nuos durante dos siglos, hasta la total destrucción del reino bajo las armas de Teglat-Falasar. Señor, ten piedad. Sálvanos de nuestras culpas.

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Sexta semana del tiempo ordinario

L U N E S

Epístola de Santiago 1, 1-11

La carta de Santiago que empezamos hoy es una especie de antología del Antiguo Testamento. Se atribuye a «Santiago, el hermano del Señor», es decir, un familiar próximo de Jesús. Es, ciertamente, un cristiano de origen judío, que, como los mejores fariseos, continúa siendo muy celoso de la Ley y de las obras.

Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo... ¿Podría mi nombre encabezar esa fórmula? ¿Soy servidor o servidora de Dios y de Jesús?

Considerad como un gran gozo, hermanos, el estar rodeados por toda clase de pruebas. De entrada, nos encontramos con el clima de las bien­aventuranzas «Felices...» «Los que lloran, los perse­guidos, los que sufren las pruebas». No nos quedemos sólo con la segunda parte. Se trata ante todo de felicidad, de dicha y gozo perfectos. A su vez, san Francisco de Asís, después de Jesús y de Santiago, tomará de nuevo ese tema y propondrá la «dicha» perfecta a los que sufren. Aprovecho esta ocasión para reconsiderar mi vida bajo este aspecto: Jesús quiere mi «felicidad», Jesús me quiete «dichoso». «A fin de que mi gozo esté en vosotros, y de que vuestro gozo sea colmado» (Juan 15, 11) ¿Qué emana de mi vida? ¿Gozo o tristeza?

La calidad probada de nuestra fe produce la perseve­rancia. Incluso humanamente hablando, una de las más grandes virtudes es la constancia, perseverar... aguantar, no estar con los brazos caídos, ¡permanecer en pie!

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Ante ese ideal, Señor, me siento débil e incapaz. Pensan­do en mis propias pruebas, en mis responsabilidades, te ruego, Señor, que seas mi fuerza y mi perseverancia.

Esta perseverancia ha de ir acompañada de una conducta perfecta, exenta de todo defecto. Se encuentra aquí el ideal, tan hermoso en el fondo, del «justo», del «fariseo». Como aspiración, como deseo, es admirable. El judaismo ha preparado tales almas, sedien­tas, de perfección y de absoluto. Y Jesús ha dicho también «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». La santidad de Dios es exigencia de semejanza. El amor de Dios es exigencia de similitud. Señor, solo, no puedo... Contigo, Señor, lo intentaré... Sé que no dejarás que me caiga, que tu mano estará siempre a punto para ayudarme y para levantarme de nuevo...

Si alguno de vosotros está falto de «sabiduría», que la pida a Dios; pero que la pida con fe, sin vacilar... Ideal del Antiguo Testamento: la «Sabiduría», Jesús es Sabiduría de Dios. No es una conquista orgullosa fruto de una tensión de la voluntad... es una gracia que ha de ser acogida con un corazón abierto, receptivo; es un don que hemos de pedir insistentemente en la oración.

Porque el que vacila es semejante a las olas del mar agitadas por el viento. La inconstancia, la falta de perseverancia, la vacilación, son la imagen contraria de lo expuesto anteriormente.

Que el hermano de condición humilde se gloríe en su exaltación... Y el rico, en su humillación, porque pasará como flor del campo... Este será uno de los temas de toda la carta de Santiago. Comentario poético y riguroso del evangelio... y particu­larmente de las bienaventuranzas.

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70 6.a semana del tiempo ordinario

MARTES

Epístola de Santiago 1, 12-18

j Feliz el hombre que soporta la prueba! Superada ésta, recibirá la «corona de la vida» que ha prometido el Señor a los que le aman. La tentación, el mal, la prueba... Hoy más que nunca es ésta una de las objeciones más corrientes contra Dios: «Si Dios es bueno, como decís, ¿por qué?...» Santiago contesta. El mal, lo que daña es pasajero. Es una «prueba», en el sentido moderno de la palabra, cuando se «pone a prueba una máquina, o cualquier elemento técnico» para asegurarse de su «valor», calidad y buen estado. Lo mismo ocurre con el hombre que, destinado al gozo y a la felicidad, pero habiendo de pasar por la prueba... recibirá la «corona de la vida», una vez reconocido su «valor». Si cree en ello, ya desde ahora el hombre puede hallar gozo en sus pruebas, sabiendo lo que «Dios ha prometido»: se trata aquí de la virtud de la esperanza. Una «corona de la vida» (I Corintios 9, 25; Apocalipsis 2, 10): símbolo de alegría, de felicidad, de victoria... recompensa mesiánica, prometida para los últimos tiempos.

Cuando uno se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; lo malo no tienta a Dios y El no tienta a nadie. La interrogación vuelve de nuevo: «¿Por qué nos somete Dios a veces a tales pruebas?...» Santiago contesta: Lo he dicho ya, la prueba forma parte del designio de Dios, como fase pasajera y misteriosamente útil... Empe­ro no es directa ni inmediatamente querida por Dios. Dios «no nos afrenta», sólo esparce bondades. Y Santiago continúa argumentando: Dios es santo, inaccesible al mal, no puede querer el mal ni puede proponerlo al hombre.

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Luego, ¿de dónde viene la tentación? Viene de la naturaleza de las cosas: de la creación, que forzosamente es imperfecta porque no es Dios... y del deseo del hombre, imperfecto también. Si se insiste en el primer párrafo —Dios se sirve de las pruebas para probar nuestro valer y para conducirnos a la corona de la vida— ...si se insiste en el segundo —Dios no nos prueba directamente— ...se puede decir: «Dios me ha enviado esta prueba», o bien «no es Dios quien me ha enviado esta prueba.» En el contexto ateo del mundo contemporáneo, es sin duda prudente no emplear la primera fórmula, que podría dar a entender que Dios no es verdaderamente bueno. De otra parte, resulta indispensable saber tomar las cosas con cierta filosofía y aceptar los golpes de la fortuna, las desventuras de la existencia, o las malas consecuencias de las leyes naturales... viendo en todo ello una ocasión de profundización. Desde este punto de vista las permite Dios. Y Jesús no ha estado tampoco exento de ellas.

No os engañéis, hermanos queridos, toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, descienden del Padre, creador de las estrellas... Santiago insiste en ello. ¡Dios es todo bondad, todo amor, todo luz! En El no hay tiniebla alguna. ¡Sólo puede «querer» el bien!

Con su Palabra de verdad, quiso darnos la vida.

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72 6.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Epístola de Santiago 1, 19-27

Tenedlo presente, hermanos queridos, que cada uno sea pronto para escuchar y tardo para hablar. «Pronto para escuchar...» Una cierta disponibilidad activa, una atención alertada, siempre pronta a la escucha del «otro». Santiago nos presenta aquí un ideal de hombre muy simpático, decididamente vuelto hacia los otros. «Tardo para hablar...» Una cierta reserva, signo de interioridad, manifestación también de nuestro respeto de la personalidad de los demás. Dejarles el mayor espacio posible. No aplas­tarlos.

Tardo para la ira, porque la ira del hombre no realiza la justicia de Dios. La dulzura, signo de Dios. Dios es paciente, dulce, benigno, discreto. La ira, la violencia, el exceso... ¡nada de esto es Dios!

Recibid humildemente la Palabra sembrada en voso­tros, que es capaz de salvaros. La Palabra no es sólo una doctrina, una enseñanza, es una cierta Presencia de Dios para los que de veras la escuchan. ¡Acoger la Palabra! Dios no se impone, tampoco aquí. Habla, a menudo, susurra tan bajito que creemos que se calla. Sólo oyen los que buscan a Dios, los sencillos, los humildes. La arrogancia del orgulloso tiene el temible poder de cerrar el corazón y los oídos. Quien no se pone a la escucha de Dios, modesta y humildemente no le oirá jamás. La Palabra es una simiente, Jesús había dicho esto también.

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Escuchar a Dios es hacer germinar la vida... es introducir en nosotros una vitalidad nueva, divina.

Poned «por obra» la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. En efecto, si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla «por obra», ése se parece al que contempla su imagen en un espejo, se mira, pero en yéndose se olvida de como es. La fe no puede ser tan sólo una adhesión abstracta e intelectual a unas doctrinas. Es necesario que cambie las relaciones sociales, que transforme las relaciones entre ricos y pobres. La Palabra de Dios es un «espejo»'. Hace que nos conozcamos mejor a nosotros mismos, pone de mani­fiesto las manchas y arrugas de nuestro rostro. Tiene pues que suscitar una revisión de nuestra vida. Nunca debe­ríamos salir de una misa o de una oración «igual» a lo que éramos al entrar.

En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y la pone por obra, será feliz. Alegría, felicidad, libertad.

La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado en medio del mundo. He ahí una «práctica religiosa» al alcance de todo el mundo y que ni siquiera requiere desplazarse a la iglesia... sino que se realiza «en medio del mundo». No es de hoy el insistir de la Iglesia sobre este aspecto primario de la práctica religiosa: cumplir con su deber, amar... La «vida» tiene prelación sobre el «culto».

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74 6." semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Epístola de Santiago 2, 1-9

Hermanos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado. Hoy también se pide a la Iglesia que no se inmiscuya en los asuntos humanos, que no hable de las «desigualdades sociales». Santiago contesta: «sois precisamente vosotros los que inmiscuís en la fe la acepción de personas».

Supongamos que entra en vuestra asamblea un hom­bre bien vestido y con un anillo de oro y, a la vez, otro, pobre y mal vestido. Os dirigís al que va bien vestido y le decís: «Siéntate aquí, instálate bien.» Y decís al pobre: «Quédate ahí de pie» o bien «siéntate en el suelo.» ¿No será esto hacer distinciones entre vo­sotros? Cuando uno reprocha a la Iglesia entrar en tales consi­deraciones, es porque se siente aludido. Esas «desigual­dades» a las que no se quiere renunciar, nos favorecen.

Eso es juzgar con criterios malos o falsos. «Criterios falsos...» Referencias ridiculas, superficiales.

¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo? Desconfiemos de nuestras preferencias, no son las de Dios. Dios prefiere a los pobres. Dios elige estar de su parte. Es una cuestión grave que se plantea siempre a la Iglesia. Es una cuestión grave que se nos plantea a cada uno.

Dios los ha hecho ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman. La única «riqueza», la única «superioridad» verdadera es la fe. Los más desheredados, los más humildes, cuando tienen

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esa riqueza son tan dignos de consideración como los que tenemos por afortunados. iVerdaderamente es así! ¿Conozco personalmente algunas de esas «personas insignificantes», pero mucho más respetables que los que se creen superiores?

En cambio vosotros despreciáis al pobre. ¿No son acaso los ricos los que os oprimen? Santiago no se anda con rodeos. No se diga que el esquema «explotadores-explotados» es un esquema moderno. No se acuse de marxista a cualquiera que denuncie esta opresión, si existe y en cualquierparte donde exista... Sencillamente, es la quinta esencia del evangelio más auténtico. Y no hay que renunciar a esos temas por el hecho de ser a menudo explotados por cualquier otra causa que la de los pobres.

Si cumplís plenamente la Ley: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obráis bien. Pero si hacéis diferen­cias entre las personas, cometéis pecado.» Señor, repítenos, incansablemente, que debemos amar, y que el amor empieza por la justicia, y tiende a la igualdad. Sostiene a todos los que son víctimas en nuestra sociedad de hoy ...ayuda a los que luchan por su dignidad y por su medio de sustento... haznos artífices de la justicia social... ayúdanos a comprometernos en el servicio de los más desheredados...

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76 6.» semana del tiempo ordinario

VIERNES

Epístola de Santiago 2, 14-24

¿De qué sirve que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? «No son los que dicen 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre», decía Jesús. No hay que engañarse. Dios no se contenta con hermosos sentimientos. Esas palabras condenan a los que se jactan de ser «creyentes» no «practicantes». Puede haber avatares de la existencia que hayan conducido insensiblemente a algunos hombres a este ilogismo, y no se trata de condenar desde el exterior. Pero, de hecho, esto es una postura insostenible. ¿Qué dirían si algunos de sus amigos les dijesen: «Yo te amo, pero no te lo probaré nunca con obras?» La «creencia», la «fe» que no se expresa nunca con obras es una fe muerta. El amor que no se expresa nunca está a punto de morir si no está muerto ya.

Si un hermano o hermana no tienen de qué vestirse y carecen del sustento diario; y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Exigencia de realismo, de eficacia. Y esto aclara en profundidad la máxima precedente. Insensiblemente y sin advertirlo Santiago ha pasado de la fe a la caridad. ¡Y no lo ha hecho por azar! La «práctica» de la Fe, no consiste sólo en la misa del domingo, consiste también y ante todo en «la verdadera caridad en nuestra vida cotidiana». En este sentido puede decirse que hay «creyentes no-practicantes» entre los habituales de la misa del domingo.

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Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Señor, ayúdanos a ser lógicos con nuestras convicciones profundas. ¡Que mi fe abrace toda mi vida concreta y transforme cada uno de los minutos de mi semana! No se pueden oponer fe y acción, oración y obras. Es necesaria una unidad en la existencia. Ni el pietismo pasivo ni el activismo a ultranza son buenos. Es necesario encontrar un verdadero equilibrio: el tiempo pasado con Dios en la oración permite verificar la calidad de nuestros compromisos humanos... y el tiempo pasado con nuestros hermanos permite verificar la calidad de nuestra fe...

Por mis obras muestro mi fe. Santiago, como hemos observado a menudo, parece reaccionar aquí contra una interpretación inexacta de san Pablo, cuando éste afirma: «El hombre es justificado por la fe, independientemente de la observancia de la Ley.» (Romanos 3, 2-8) Es verdad que no son nuestras obras las que nos salvan. El hombre no conquista su salvación, la recibe por un don gratuito de Dios. Y sin embargo la fe no puede ser una adhesión teórica a unas verdades abstractas, debe expre­sarse por obras. Hay que mantener firmes los dos extremos de la cadena. Dios da la gracia, pero el hombre ha de cooperar y corresponder a ella.

Resumiendo, así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta. La comparación es en extremo esclarecedora. La fe y la vida están en relación biológica la una con la otra. ¿Es mi Fe el alma de mi vida cotidiana? Mi vida cotidiana ¿es el cuerpo de mi Fe?

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78 6.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Epístola de Santiago 3, 1-10

No seáis muchos, hermanos, en querer llegar a ser maestros de la doctrina. Curioso consejo. Y muy útil. Santiago se encontraba ya ante un prurito de «dar lecciones a los demás»... con el deseo de rectificar los pecados o los errores de los demás... Hoy también, con facilidad, se pretende poseer la verdad, acusando de estar en el error a todos los que no se expresan lo mismo que nosotros. Santiago invita a la modestia. Desea que los cristianos no reivindiquen demasiado las tareas doctrinales en la medida que esto podría denotar una cierta suficiencia: «Yo poseo la verdad, vengo a enseñaros.» En nuestra época en que el lenguaje ya se ha desbordado en el sentido de que no damos ya exactamente el mismo significado a las mismas palabras, es importante aceptar un cierto pluralismo: sin duda son necesarias muchas expresiones para aproximarnos a la verdad. No nos apresuremos, pues a acusar a los que expresan su fe con palabras distintas a las nuestras.

Todos caemos en muchas faltas. Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto. Si supiéramos reconocer esto, seríamos sin duda menos intolerantes con los demás. Yo también me equivoco. Mi lenguaje es aproximativo. Y sin embargo sé que tengo buena fe. Entonces, ¿por qué acusaría de mala fe a los demás?

La importancia de la «lengua». Santiago la compara al freno del caballo, al timón del navio... La lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. El lenguaje. La comunicación. La palabra. Instrumento principal del diálogo entre dos personas.

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Importancia de la palabra, ligada a la persona, expresión del alma, medio de influencia. Invitación para mí a verificar la calidad de mis conver­saciones o de mis silencios. ¿Hablo demasiado? ¿Hablo poco? ¿Digo la verdad? ¿Hablo por hablar?

La lengua es también un fuego, un pequeño fuego que puede abrasar todo un bosque. ¿Somos suficientemente conscientes del daño que pode­mos hacer a los demás simplemente con una palabra? Cuántos matrimonios, familias, grupos de amigos... se han visto verdaderamente envenenados por unas pala­bras o unos silencios inoportunos. Y, desde un punto de vista más colectivo, la sociedad se ve a menudo envenenada por la publicidad, la propa­ganda, las ideologías: temible poder de la prensa, del cine, de los anuncios, de las revistas.

Ningún hombre ha podido domar la lengua. Nada es más difícil de controlar.

Con ella bendecimos al Señor, nuestro Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios. «Bendición» y «maldición» salen de la misma boca. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Da, Señor, a mi palabra el tono y la dirección de la «bendición». Ayúdame a ser fuente de diálogo, de consuelo, de gozo y de alegría. Ayúdame a encontrar las palabras adecuadas.

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80 7.a semana del tiempo ordinario

Séptima semana del t iempo ordinario

L U N E S

Epístola de Santiago 3, 13-18

Hermanos, si hay entre vosotros quien tenga «sabi­duría» y «experiencia» que muestre por su buena conducta las obras hechas con la «dulzura de la sabiduría»... Santiago tiene un talante realista y no le embarazan demasiado los principios. Nos dará hoy algunos signos muy concretos y palpables que nos permitirán discernir la «verdadera sabiduría» de la falsa sabiduría. Santiago reacciona aquí contra los que interpretaban mal las Epístolas de san Pablo. La Fe no es en principio el resultado de altas consideraciones intelectuales. ¡La inteligencia es ciertamente útil! Pero, el verdadero cri­terio de la Fe se encuentra «en la vida». ¿Cuál es nuestra «conducta»? ¿Qué «obras» son las nuestras? Puede haber mucha más Fe en un alma humilde, sin grandes ideas, que en el cerebro de un teólogo o de un intelectual. ¡Que mi vida, mi conducta cotidiana, mis obras estén llenas de tu Sabiduría, Señor. Yo quisiera, Señor, que mis manos, mi cuerpo, mis trabajos de cada día, mis conver­saciones, todas mis relaciones humanas, estuviesen im­pregnadas de tu sabiduría... ¡«hechas con la dulzura de tu Sabiduría»!

Si tenéis en vuestro corazón «amarga envidia» y «rivalidades», no os jactéis... Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca. ¡Lenguaje claro y directo! Repite lo que dice también Juan: No se puede amar a Dios, si no se ama a los hermanos. Como dice el evangelio: la caridad es el criterio de la sabiduría.

7.*semana del tiempo ordinario 81

Recordamos lo que Jesús nos dijo: seréis juzgados «sobre el amor» (Juicio final, Mateo, 25) Nuestra verdadera fe se verifica en la capacidad que nos da de crear a nuestro alrededor una red de relaciones interpersonales, una red de amor. Lo contrario de esto es el dejarnos llevar por la «envidia» y las «rivalidades»... en el fondo, la falta de amor. ¡Dios mío! ¡Qué necesidad tenemos de Ti, para realizar ese programa! ¡Transforma, Señor, mi corazón egoísta en un corazón de amor!

En cambio la sabiduría que viene de Dios es «recti­tud», «paz», «tolerancia», «comprensión», «miseri­cordia», «fecunda en beneficios»... Sería conveniente detenerse y dejar que, hasta el fondo de nosotros mismos, se deslizaran estas palabras, una a una, gota a gota. «Rectitud», «Tolerancia», «Paz», «Comprensión», «Misericordia», «Abundancia de beneficios». La característica fundamental del Cristiano, debería ser la «dulzura», la ausencia de orgullo, de intriga, de fanatismo. El verdadero «sabio» trata de vivir en comu­nión, simultáneamente, tanto con sus hermanos como con sus adversarios... con sus superiores como con sus subordinados... con los que piensan como él y con los que no piensan como él. ¿No es éste el auténtico sentido de la palabra «tolerancia», «comprensión»?

Frutos de justicia se siembran en la paz para los artesanos de la paz. Con estos criterios, hago la «verificación», el balance de mi jornada...

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82 7.* semana del tiempo ordinario

MARTES

Epístola de Santiago 4, 1-10

¿De dónde esas guerras, de dónde esas luchas entre vosotros? Santiago está inquieto por los conflictos que surgen en las comunidades cristianas e intenta dilucidar las razones de ellos. ¡Tema de actualidad! 1.° El deseo de gozar. Todos esos instintos que luchan dentro de vosotros. Estáis llenos de codicia... Primera causa de discordias, de conflictos. El amor propio, la codicia, el deseo de los bienes materiales, del dinero. Todo empieza en el fondo de nuestro corazón. ¡Señor! sana nuestros corazones de sus malos deseos.

2.° La envidia a los demás. Sois envidiosos, de ahí los conflictos. Se desea lo que el prójimo posee, o sus logros, si son mejores que los nuestros. Cuántas tristezas provienen del hecho de compararnos con los demás. Señor, ayúdanos a ser realistas y a aceptar francamente nuestras limitaciones, nuestro temperamento. Ayúdanos a alegrarnos de las cualidades de los demás. 3.° La oración mal hecha. Vuestra oración es mala porque pedís riquezas para malgastarlas en vuestras pasiones desordenadas... Sí, llegamos a querer utilizar a Dios hasta obtener tanto como el vecino: la envidia pasa a ser plegaria... ¡es el colmo!, como si nuestras plegarías quisieran intentar poner a Dios al servicio de nuestros cálculos egoístas! Señor, que mi plegaria sea «abierta», orientada hacia Ti y no hacia mí, y más frecuentemente dirigida a las necesi­dades de los demás que a las propias.

4.° El amor del mundo. ¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es hostilidad contra Dios? «El "amigo del mundo" se hace "enemigo de Dios"». Son palabras de la B iblia: amar al mundo más que a Dios,

7." semana del tiempo ordinario 83

es una especie de «adulterio», es romper nuestra unión con Dios. «No se puede servir a dos amos», decía Jesús. «No se pueden tener dos "amores"», dice Santiago. ¿Cuál es mi actitud profunda ante Dios? ¿Le amo? ¿Le prefiero a todo lo demás? Pregunta fundamental a la que evidentemente nos resulta difícil contestar. Pero que hay que hacernos de vez en cuando. Ocasión de revisión de vida sobre lo «esencial». Ocasión también de un encuentro regular con Jesús en el sacramento de la «reconciliación»: no te he amado bastante, Señor... vengo a reconciliarme contigo, a repe­tirte que, a pesar de todo ¡te amo!

5.° El orgullo. Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes. Todavía una fuente de «conflictos». Creerse más que los demás. Imaginarse que nuestras ideas son las mejores. Mirando desde lo alto a los «progresistas» cuando se cree estar en la estricta verdad de la Iglesia... Mirar desde lo alto a los «integristas» cuando se cree pertenecer a la única tendencia de futuro de la Iglesia... Ayúdanos, Señor, a descubrir la parte de verdad de aquellos que no piensan como nosotros. Danos esa humildad profunda que consiste en relativizar nuestras propias opciones, y a poner algo de humor a nuestras opciones demasiado tajantes, demasiado seguras. Te ruego, Señor, que la Iglesia y los cristianos avancemos hacia un mayor respeto a los pluralismos, a las diversi­dades, a las complementariedades. Sánanos de nuestros orgullos, de nuestros sectarismos.

Cuando, HOY, se analizan las fuentes de los múltiples conflictos que oponen o enfrentan a los hombres entre sí, se está siempre intentando contentarse con un análisis sociológico. Santiago, por su parte, nos remite a nuestra «intimidad», a nuestras motivaciones profundas.

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84 7.« semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Epístola de Santiago 4, 13-17

Santiago, predicador concreto, se dirige sucesivamente a algunas grandes categorías sociales de su tiempo. En el pasaje de hoy Santiago hablará más particularmente a los «comerciantes»: desde la época del exilio en Babilonia, algunos judíos se habían especializado en el gran comer­cio internacional. Hemos visto a Priscila y a Aquila instalarse de ciudad en ciudad, de provincia en provincia. Santiago no condena ese oficio pero lleva la luz de la fe a los cristianos que lo ejercen. A través de esta «revisión de vida» de los comerciantes, cada cristiano queda invitado a reflexionar sobre su vida profesional...

Me dirijo ahora a vosotros que decís: «hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí el año, "negociaremos" y tendremos "ganancias"»... Queda aquí perfectamente descrita la «pasión de los negocios», el gusto por el comercio y la habilidad en ver y aprovechar las ocasiones de venta. Se planean proyectos de inversión, se calculan las «entradas», la rentabilidad, lo que da más. Examinar mi vida profesional. Ser competente. En primer lugar ser un buen «comerciante», o un buen «agricultor», o un buen «profesor», o una buena «ama de casa» o un buen «obrero u obrera especializados» o un buen técnico industrial: saber administrar sus «asun­tos»...

Pero no sabéis qué será de vuestra vida el «día de mañana». Sois humo que aparece un momento y después desaparece. Santiago recuerda que la vida es corta. Sin embargo, no hay que olvidar lo esencial. La aplica­ción a las «cosas materiales», al «trabajo cotidiano» puede llegar a ser un fin en sí, una especie de absoluto. El

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horizonte único de nuestra vida se reduce al éxito material. «Peligro» advierte Santiago... «¡Humareda que sube un instante y después desaparece!». Vanidad, caducidad de la vida, si no se tiene en cuenta lo esencial. Humareda pasajera. Imagen tomada de los libros Sapien­ciales del Antiguo Testamento (Job 14, 2; Salmo 102, 4-12). Jesús decía: «donde está tu tesoro, allá está también tu corazón». ¿Dónde coloco lo que es esencial, para mí? ¿En el «humo»? O en los valores seguros del amor. No hay que despreciar mi vida profesional, ni mi manera de «ganar dinero»... Pero, ¿qué amor o qué egoísmo se impregna de ello?

Lo que deberíais decir es esto: «Si el Señor quiere y nos da vida, haremos esto o aquello...» A fuerza de dejarnos sumergir por nuestros «negocios» acabaríamos por vivirlos sin referencia a Dios. Por el contrario, la Fe nos mantiene en estado de dependencia: «Si Dios quiere, haré esto...»

Pero ahora hacéis gala de vuestra fanfarronería. Toda jactancia de este estilo es mala. En efecto, a menudo, por desgracia, somos presuntuosos, nos pasamos de listos, nos creemos capaces de disponer de nuestra vida a nuestro gusto, sin contar con Dios. «¡Insensato! Esta misma noche, se te reclamará el alma!» Con relación al tiempo que paso en mis negocios, ¿cuánto tiempo dedico a mi alma?

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JUEVES

Epístola de Santiago 5, 1-6

Por más que Santiago haya sido considerado como «conservador» —lo hemos visto en el Concilio de Jerusa-lén—, he ahí una página de acentos proféticos, que denuncia con violenta energía los abusos de la vida social y económica. Las encíclicas de los Papas, las llamadas del Concilio, las declaraciones episcopales, repiten esos temas en nuestro tiempo. No hay derecho a taparse los oídos ante esas palabras ásperas y verdaderamente revolucionarias. ¡El evangelio está comprometido en ello! Pero, ¡cuidado! una vez más no hay que cargar esto a la espalda de los demás: cada uno de nosotros es un hombre más o menos rico, en relación con otros...

Sois vosotros, los ricos a quienes me dirijo: Llorad, lamentaos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre. ¡Esta herrumbre os acusará y devorará vuestras carnes como fuego! Es el tono de todos los profetas y son las mismas expresiones. Ver por ejemplo el profeta Amos 8. No olvidemos que es también el tono de Jesús. Ver por ejemplo, los pasajes siguientes en el evangelio de Lucas, 12, 16-21; 16, 19-31; 6-24. Evidentemente, no se trata de los que han aumentado sus bienes lenta y justamente al precio de su trabajo y de su competencia... sino de los que han sido verdaderamente explotadores y se han enriquecido a costas de los pobres. Ese tipo de aprovechados desvergonzados se encuentra tanto en los países «capitalistas», como en los países «socializados»... sí, en todas partes hay gente que maneja inmensas fortunas en función de intereses particulares, en lugar de poner la mira en la promoción de los más pobres. Pero si Santiago tiene en cuenta, en primer lugar ese caso de las grandes fortunas, cabe preguntarnos también cómo

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nos considera a nosotros... ¡a mí mismo! Sería muy extraño que yo no tuviera ningún apego al dinero. No hay que engañarse. Señor, ilumíname sobre mi apego a los bienes de la tierra.

Habéis acumulado riquezas «en estos días que son los últimos». Santiago no se refiere aquí al uso normal y moderado del dinero, sino a los que «amontonan», a los que hacen el dinero ¡a montones! La imagen es sugestiva. Ciertamente ¡hay demasiadas diferencias, demasiadas desigualdades entre los innumerables pobres que no tienen lo suficiente para su sustento y los que tienen los medios de «amon­tonar» y de «malgastar»! La razón dada por Santiago es de orden religioso: «estamos en los últimos tiempos»... El Reino de Dios ha llegado... ha comenzado el Fin de los tiempos... Verdaderamente es así, nadie puede olvidar esto: se me pedirá cuenta de mi «gestión»... como dice Jesús en el evangelio (Lucas 16) Mi comportamiento frente al dinero no lo juzgaré yo, sino Dios.

El salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando y las reivindi­caciones de los segadores han llegado a oídos del Señor del Universo... Con bastante regularidad, en la historia se ha acusado a la Iglesia de «hacer política», cuando ha repetido esas cosas. Y se dice entonces: «habladnos de Dios, ¡mante­neos en lo espiritual!» ¡Pues bien! Justamente, hablemos de Dios: «sus oídos oyen el grito de aquellos a quienes oprimimos». El motivo de la Iglesia es precisamente Dios. Dios que quiere justicia.

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VIERNES

Epístola de Santiago 5, 9-12

Después de haberse dirigido a los más ricos, Santiago se dirige ahora a los más pobres. Veremos que no les recomienda la rebelión. En esto también, la lección es para todos. No se trata de dar consejos a los demás, sino de aplicarlos a nosotros mismos.

No os quejéis hermanos unos de otros si no queréis ser juzgados. Mirad que el Juez está ya a las puertas. El motivo de esa paciencia que el apóstol nos reco­mienda, no es tampoco aquí de orden humano. Es un motivo religioso que debería movernos a «no quejarnos»: ¡Mirad que el Juez está ya a las puertas! La venida del Señor está cerca... a las puertas. La familia de santa Bernardita Soubirous, en Lourdes, en el siglo pasado, vivió maravillosamente esa pobreza «digna», que se abandona a Dios, tratando leal y noblemente de «salir del paso», sin acusar a nadie y sin caer uno mismo en la injusticia. Vivir ante Dios. Dios está muy cerca. ¡La injusticia y la desgracia no triunfarán siempre! Dios está a las puertas.

¡Aguante! ¡Paciencia! ¡Perseverancia! ¿De veras espero yo esa venida de Dios? ¿Está mi vida orientada hacia Dios? He ahí lo que Santiago recomienda a los pobres de su tiempo. No se trata precisamente de la resignación, que tiene un aspecto más pasivo. El aguante, la paciencia, la perseve­rancia son virtudes activas que requieren valentía y dinamismo. Quien se yergue en la adversidad es «gran­de», incluso humanamente... no es un «alienado», ni un disminuido. Su desventaja le agranda, como forzándole a reaccionar.

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Proclamamos «felices» a los que sufrieron con pa­ciencia. Jesús también había proclamado esta bienaventuranza. Es quizá incluso una de las misteriosas razones que explica en parte que Dios pueda permitir ciertos su­frimientos —Hay que decir esto con mucha modestia y moderación—. Hay dichas, grandezas humanas, valores de redención y de amor... que nacen de la prueba. Señor, que todos los que sufren descubran esa alegría. Señor, ayúdanos a todos cuando estemos en el lagar o en el huerto de los olivos. Alivia, Señor, el peso de nuestros corazones y de nuestros cuerpos.

Habéis oído hablar de la paciencia de Job en el sufrimiento y sabéis el final que el Señor le dio, porque el Señor es compasivo y misericordioso. Santiago, dirigiéndose a antiguos judíos, hace alusión a la Escritura. Job «clamó» bajo el sufrimiento. Dios le defendió y le reconfortó. Porque Dios es «ternura»... Dios es ternura... Muéstranos esta ternura, Señor. Sálvanos. Salva la vida de tus pobres.

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SÁBADO

Epístola de Santiago 5, 13-20

Es la conclusión de la Epístola de Santiago que considera ahora algunos casos particulares: cuando se está contento... cuando se está enfermo... cuando uno se siente pecador...

Hermanos, ¿sufre alguno entre vosotros? ¡Que ore! Esto parece muy sencillo. Es la reacción de la gente sencilla, de la gente de pueblo, ¡de todos los pueblos! Sucede incluso que algunos no saben rezar más que en este caso: cuando las cosas marchan mal... Pero es normal. Lo que no es normal es que no sepamos dirigirnos suficientemente a Dios, cuan­do marchan bien. Señor, te confío mis preocupaciones. Me detengo a expresarlas concretamente... a orar partiendo de mis dificultades de mis penas.

¿Está alguno alegre? ¡Que cante salmos! Esto parece también muy sencillo. Cuando se es feliz, ¡se «canta»! Pues bien, seamos de los que «cantan» a Dios. No es por azar que la reforma litúrgica ha sido pensada sobre todo para «hacer participar» a la asamblea del canto y de la plegaria expresada corporalmente. Y aun estando solo, en una plegaria silenciosa es preciso que yo sea un alma alegre, un alma que canta ante Dios, un alma de acción de gracias y de alabanza. Hay ciertamente muchas cosas buenas que puedo contar a Dios. ¡Tantas maravillas que ha hecho! ¡Tantas cosas buenas que me da! Señor, te alabo por tus maravillas. Las expreso concreta y detenidamente... Orar partiendo de mis alegrías, de lo que me hace feliz.

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¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los «ancianos» —los presbíteros— de la Iglesia que oren sobre él y le unjan con óleo, en el nombre del Señor. Esto se llamaba antes la Extremaunción... El Concilio ha pedido que se renueve este sacramento, llamándolo en adelante la Unción de los enfermos... y dándolo más generosamente siempre que sea conveniente. No es un sacramento de agonizantes. Desde el comienzo de la Iglesia, se ve que los Apóstoles, —los Doce— escogieron a unos presbíteros para que colaborasen con ellos y ocupasen algunos cargos en las comunidades. Cada pequeña comunidad de cristianos está estructurada. La familia del enfermo llama a un presbítero; quien no es ahora solamente Don Tal o Cual... es Cristo quien visita a este enfermo. El sacerdote reza y hace la unción «en el nombre del Señor», y no en nombre propio. Dios necesita de los hombres. Dios necesita de los sacerdotes.

Si hubiera cometido pecados, le serán perdonados. , Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados. Mirad pues otro «sacramento» testificado aquí. Incluso si no tiene precisamente la «forma» con que podemos haberlo conocido. La confesión es también uno de esos sacramentos esen­ciales que todos debemos redescubrir y renovar. La Liturgia Penitencial colectiva va en el sentido de la más pura tradición —aunque aparezca para algunos como una novedad—: los primeros cristianos debieron «confe­sarse» sin duda los unos a los otros, con toda simplicidad. No se nos pide esto. Pero no estamos nunca dispensados de dar a ese rito una dimensión comunitaria y eclesial: mi perdón compromete o frustra el conjunto.

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Octava semana del tiempo ordinario

L U N E S

Primera Epístola de san Pedro 1, 3-9

Empezamos hoy la lectura continua de la primera epístola de san Pedro. Escrita hacia el año 64, después de las Epístolas de san Pablo —que fueron escritas entre el 50 y el 64—... pero antes de los evangelios —que fueron escritos entre el 64 y el 90. Centrada sobre el tema del «bautismo», esta Epístola es quizá una homilía pronunciada en una vigilia pascual en la que tenían lugar los bautizos de adultos. Y el comienzo de esta homilía podría ser la repetición del Himno o Canto de Entrada que inauguraba la celebra­ción.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesu­cristo, quién por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia que no conocerá ni destrucción, ni mancilla, ni envejecimiento. Himno primitivo que expresa a la perfección los sen­timientos que debían de experimentar los hombres que recibían el bautismo: regeneración, renacimiento, renue­vo de vida, esperanza. El signo y la causa de ese «nuevo nacimiento», residen en la Resurrección de Jesús, cuya fiesta se celebra esa noche. ¿Mi vida de bautizado? ¿Qué es para mí? ¿Soy capaz-de dar gracias a Dios por mi bautismo? ¿Me apoyo en la gracia de mi bautismo para «renacer» de nuevo hoy, para marchar sin cesar como un ser nuevo, renovado?

Esta herencia es reservada en los cielos para vosotros a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege

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para la salvación, dispuesta ya a ser revelada al final de los tiempos. Los primeros cristianos, más que ahora nosotros, estaban a la espera y la esperanza de la realización escatológica: ¿tiendo yo también a ese futuro que Dios está preparán­dome, tiendo hacia ese término final?

Rebosáis ya de alegría, aunque sea preciso que toda­vía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas. La predicación de Pedro es realista. La vida no es divertida y sin embargo... El cristiano es un «hombre feliz», incluso en las pruebas. ¿Puede decirse de mí que «salto de gozo»? Y, en este caso, ¿en qué se apoya mi alegría?

Esas pruebas verificarán la calidad de vuestra fe que es mucho más preciosa que el oro. La fuente de la alegría es la Fe. Pedro describe esa alegría de la fe con lirismo: «¡rebosáis ya de una alegría inefable que os transfigura!» Las pruebas mismas no destruyen la alegría porque profundizan la calidad de la Fe. Reflexiono detenida y pausadamente sobre mis pruebas, y las pruebas de la Iglesia... Para considerar de qué modo esas pruebas me acercan más a Dios.

...Cuando se revelará Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto y en quien creéis aunque de momento no le veáis. Estar bautizado es perdurar en un lazo de amor y de fe personal con Jesús... En la espera de verle un día.

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94 8." semana del tiempo ordinario

MARTES

Primera Epístola de san Pedro 1, 10-16

Hermanos, sobre esta salvación investigaron e inda­garon los profetas que anunciaron la gracia destinada a vosotros... El Espíritu de Cristo estaba presente en ellos. Ahora, por medio de los que os trajeron el evangelio, os lo ha comunicado el Espíritu Santo enviado del cielo... Tanto en el ritual judío como en la celebración cristiana de la vigilia pascual, se lee el pasaje de Éxodo, 12: la comida pascual, el cordero inmolado cuya sangre salva de la esclavitud y de la muerte. San Pedro, en su homilía «actualiza ese mensaje»: lo que los antiguos profetas anunciaban, ¡sucede «HOY» y se realiza para vosotros! Y Pedro, siguiendo la costumbre de los primeros apóstoles, afirma la continuidad absoluta del Antiguo y del Nuevo Testamento: es el mismo Espíritu el inspirador de los «profetas» antiguos... y el de los «predicadores actuales del evangelio»... En mi vida, ¿creo yo de veras que el Espíritu está ahí, presente en estas Palabras divinas escritas... y que está presente también en mi corazón para que yo las compren­da? ¿Qué espera de mí el Espíritu?

Por lo tanto, tened alertado vuestro espíritu como servidores preparados para el servicio. Es por nuestro propio «espíritu» vigilante que podremos captar al «Espíritu». El cristiano, ante todo es un hombre siempre alerta, siempre atento al Espíritu, disponible, despierto, vivo, vigilante. Y para expresar esto Pedro utiliza espontánea­mente una imagen de Jesús que recuerda bien: manteneos bien ceñida la cintura y con vuestras lámparas encen­didas, como el servidor siempre pronto a la acción... Imagen viva, muy simpática. Pero, ¿ocurre siempre así? O, por el contrario: vivimos medio dormidos, aburridos,

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dejándonos llevar por la pasividad? ¡Ven Señor, manten mi mente despierta! ¡hazme vigilante, disponible!

Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo. No hay ninguna razón para hundirse en el pesimismo. Pedro no habla de desesperanza sino de esperanza perfecta. El mundo no se dirige hacia la nada o la perdición, sino ¡hacia la «revelación de Jesucristo»! Pedro recuerda. Había visto y oído a Jesús en Palestina. Vivía en la esperanza de volver a verle. Y trataba de comunicar esa esperanza a sus oyentes. En griego la palabra «revelación» es el término «apocalipsis», «le­vantar el velo que cubre una cosa». Sí, Señor Jesús, Tú estás ahí, presente, pero escondido bajo un velo. Un día ese velo se rasgará y te veré. Haz que te encuentre HOY en mi vida y en mi oración. Y ¡que la espera de tu encuentro, cara a cara, al final de mi vida, ilumine de esperanza y de alegría cada uno de mis días en la tierra!

No os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia. Más bien así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta. ¡Solamente esto! He ahí la espiritualidad aconsejada a esos recién bautizados que están escuchando a Pedro: ¡el ideal es muy alto! Imitar a Dios. En eso también Pedro repite lo que había oído decir a Jesús: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La gracia de mi bautismo es una llamada a la perfección. Pedir el bautis­mo para un niño es lanzarlo a esa maravillosa aventura, de ser ¡un «hombre perfecto»!

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96 8.a semana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Primera Epístola de san Pedro 1, 18-25

San Pedro continúa su catequesis del «bautismo». Esta Epístola es una de las mejores preparaciones al bautismo para los padres que esperan a un niño y lo confían ya en su oración al Señor. Es también una de las mejores medita­ciones para avivar en nosotros la gracia de nuestro bautismo.

Hermanos, conducios con respeto y temor de Dios, mientras estáis aquí de paso. Hay dificultades en toda traducción. En la lengua bíblica, la lengua materna de Pedro el término «temor» no tiene el matiz teñido de miedo que posee en nuestras lenguas. Sería mejor traducir por «conducios en el respeto amoroso de Dios»: es el sentimiento que experimen­tamos hacia nuestros padres... es el «temor» que los hijos tienen a sus padres cuando se sienten profundamente amados. Así lo que Pedro propone a los bautizados, es «vivir delante de Dios y con Dios» como los hijos en una familia. Ocasión de revisar nuestras actitudes como padres y madres. Ocasión de preguntarnos si adoptamos ante Dios esa misma actitud que pedimos a nuestros hijos. Estar bautizado es en el fondo «estar dispuesto a obedecer a Dios» a «hacer su voluntad por amor», a «adoptar su Proyecto sobre el mundo» a «ser un verda­dero hijo para con Dios»... Esto no es tan sólo un privilegio, ¡es una responsabilidad! El bautismo es un «compromiso», como decimos hoy. Convendría que fuéramos siendo capaces de decir a nuestros amigos no creyentes, en un lenguaje compren­sible para ellos, lo que significa el bautismo para noso­tros: Vivir adoptando el proyecto de Dios.

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Habéis santificado vuestras almas obedeciendo a la verdad, para amaros sinceramente como hermanos. En la misma frase: La santidad, la perfección... —la obediencia a la verdad, la sumisión al plan de Dios...— el amor fraterno... Tal es el contenido, para san Pedro, de esta «vida nueva» en la que el bautismo nos compromete: lo que Dios espera de nosotros es la perfección del amor. Haciendo esto, «obedecemos a la verdad». Es lo mismo que decir que realizamos aquello para lo cual hemos sido creados, aquello a lo que Dios nos ha destinado. ¡Estar bautizado es «corresponder» a Dios! ¡establecer una «correspondencia» entre nosotros y Dios!

Amaos intensamente unos a otros con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible: la Palabra de Dios viva y permanente. Dios es amor. Corresponder a Dios es amar. Nuestro primer nacimiento humano fue ya el fruto de un amor, el de nuestros padres. Nuestro nuevo nacimiento —«engendrados de nuevo»— viene del «germen» mismo de Dios-Amor... un germen incorruptible, vivo y perma­nente. Ser bautizado es dejar que la Palabra de Dios quede «sembrada» en nosotros! ¡Concédenos, Señor, vivir de tu Palabra! ¡Que tu Palabra fecunde nuestra vida! Que nuestra vida llegue a ser «Amor», bajo la influencia de tu gracia.

Toda criatura es como hierba... Como flor del campo... La hierba se seca y la flor se marchita. Pero la Palabra de Dios permanece eternamente. Admirable imagen bautismal. ¡Una flor perdurable! El hombre por naturaleza es efímero y frágil: ¡Dios lo eterniza!

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98 8." semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Primera Epístola de san Pedro 2, 2-5; 9-12

El pasaje de hoy es de una tal riqueza que hay que meditarlo en el texto integralmente. No obstante es preciso hacer un comentario.

Hermanos, desead todos la leche espiritual, pura de la Palabra de Dios. Todos hemos visto a niños recién nacidos lanzarse ávidamente sobre el pecho materno. ¡Pedro nos desea esta misma avidez! Ser bautizado es estar ávido de la Palabra de Dios. ¿Lo estoy? El texto griego es casi intraducibie a nuestras lenguas. Los términos empleados sugieren netamente «una leche de palabras», una leche pura, no adulterada, sin engaño». La «leche» en la Biblia es tradicionalmente símbolo de lo mejor en alimentación. La tierra prometida es aquella de la que mana leche y miel... y son también ellas los alimentos del festín paradisíaco.

A fin de que por ella crezcáis para la salvación si es que habéis «gustado que el Señor es bueno». Así como el crecimiento del niño, queda asegurado por la leche de la cual se nutre, así también nuestro crecimiento de bautizados queda asegurado por la asimilación de la Palabra de Dios. Asimilar a Dios. Crecer en Dios. Gustar de Dios. Pensar en el crecimiento rápido del recién nacido durante las primeras semanas.

Acercaos a El: piedra viva, elegida por Dios... Y también vosotros sed piedras vivas, materiales del templo espiritual que se está construyendo. San Pedro pasa a una nueva imagen. Recuerda el nombre que le dio Jesús: Simón, tú te llamarás en adelante Pedro; y sobre esta piedra edificaré... Dirigiéndose a cristianos dispersos en tierra pagana, y

8." semana del tiempo ordinario 99

que seguían soñando en las grandiosas ceremonias del Templo de Jerusalén... Pedro repite que el verdadero Templo es Jesucristo y que todos ellos son el culto espiritual que Dios espera en adelante. Ya no es necesario entrar en el Templo de Jerusalén para ofrecer sacrificios: quienquiera que adopte, en su vida cotidiana, la actitud de Cristo —es decir, la actitud filial de sumisión respetuosa y amorosa a la voluntad del Pa­dre— constituye el nuevo templo.

Así seréis un sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por mediación de Jesu­cristo. Los bautizados ya no han de descargarse en una casta sacerdotal como la de Aaron, especializada en el culto... El Pueblo cristiano entero está encargado de ese papel sacerdotal. Ser bautizado es «ofrecer a Dios un sacrificio espiritual» permaneciendo unidos al Señor Jesús. Y esta ofrenda o sacrificio es «nuestra propia vida». Esto decía san Pedro a los bautizandos, a los hombres y mujeres que iban a recibir el bautismo.

En efecto, sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios y encargado de anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz... A los que no habíais alcanzado misericordia, ahora Dios os ha mostrado su amor. Pedro acumula citaciones bíblicas. Los cristianos son el «nuevo Israel». Todos los títulos y privilegios pasan a los cristianos. Ser bautizado, es anunciar las maravillas de Dios.

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VIERNES

Primera Epístola de san Pedro 4, 7-13

La Epístola de san Pedro aborda unos «deberes» muy concretos de los cristianos, en sus relaciones ordinarias de la vida corriente: —deberes de los «ciudadanos», respecto a las autori­dades civiles... —deberes de los «esclavos», respecto a sus amos... —deberes de los esposos respecto al cónyuge... —deberes de los hombres respecto a todos sus her­manos... Leemos hoy una parte muy pequeña del final de esta epístola.

Hermanos, el fin de todas las cosas está cerca. El clima humano de esta comunidad es el de una «persecución» que se siente venir. Más adelante Pedro dirá: «no os extrañéis del incendio que ha prendido entre vosotros para probaros». No olvidemos que ese mismo san Pedro morirá mártir en el año 64 o 67, es decir, ¡uno o dos años después de esta carta! Por lo tanto la evocación del «fin de todas las cosas», lejos de descorazonar, es un estimulante.

Sed pues sensatos y sobrios para daros a la oración. El término griego que nuestra versión traduce por «sensa­to» significa a la vez moderado, prudente, mesurador, casto. La frase más aproximada sería «hombre de buen sentido» o de «sentido común»; el término «sobrio» viene a indicar la misma actitud. San Pedro recomienda a los recién bautizados un «dominio de sí» que predisponga a la oración. El enervamiento, los excesos de la pasión, la sobrecarga de horas de trabajo... no facilitan nuestros esfuerzos para la oración. Sabemos esto muy bien. Hay que sacar quizá una consecuencia. Es sin duda lo que suscita la afición hacia las técnicas de «yoga» o de «zen» en muchos de nuestros contemporáneos, por demás sobreexcitados. Encontrar de nuevo la paz para orar mejor.

8.a semana del tiempo ordinario 101

Ante todo, prodigad un amor intenso entre vosotros, porque «la caridad cubre todas las faltas» (Proverbios 10-12) Pedro vuelve a este tema esencial. ¡Ser bautizado, es comprometerse a «amar»! Y para ello cita la Biblia —¡hay sesenta y dos citas del Antiguo Testamento en esta breve epístola! ¡Señor, ayúdame a «amar intensamente»! y ¡que este amor «cubra mis pecados!» Amar a los demás, servirles, es compensar el mal que por otra parte hacemos. La caridad cubre nuestros pecados, y Dios ve la caridad... ¡como si ella camuflara nuestras faltas a los ojos de Dios! Practicad la hospitalidad entre vosotros... Poned al servicio de los demás la gracia que cada uno de vosotros haya recibido... Pedro indica concretamente dos modos de amar: —la acogida, la hospitalidad... literalmente, «el amor al extraño». Esa hospitalidad, tan querida del alma oriental y tan generalmente abandonada en occidente: ¡ser bautizado es ser acogedor! —La puesta en común de los «carismas»... nuestras dotes personales puestas al servicio de todos: ¡ser bautizado es compartir lo que se ha recibido! Si alguien tiene el don de la palabra, ¡que sea portavoz de Dios! Si tiene el don del servicio, ¡que lo cumpla con la fuerza que Dios le da! Dios está aquí, presente, asoma sin cesar. Nuestros «carismas» —dones recibidos— proceden de El. No podemos guardarlos celosamente para nosotros mismos.

Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo. San Pedro, mártir, crucificado como Jesús... rogad por nosotros.

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SÁBADO

Epístola de san Judas 17; 20-25

Uno de los escritos más cortos del Nuevo Testamento. Sin duda ese Judas es el hermano de Santiago y por lo mismo «primo de Jesús». Fue obispo de Jerusalén, después de su hermano mayor. Esta breve Epístola es particularmente violenta para con los «heréticos», los «falsos doctores», tan reprensibles por sus errores doctri­nales como por su mala conducta moral.

Vosotros, queridos hermanos, acordaos de lo que predijeron los Apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. La referencia de la verdad es el evangelio... lo que han relatado los apóstoles. Es una llamada a la «tradición». La verdad no se inventa, se recibe. Para nosotros HOY es una invitación suplementaria a referirnos, sin cesar, a la Palabra de Dios, a tratar de comprenderla mejor. No basta con «repetir» las palabras del pasado... pero es en estas «palabras» fielmente conservadas, que se en­cuentra el criterio de la verdad. A nosotros nos toca traducirlas sin traicionarlas. Costosa responsabilidad la de los cristianos de nuestro tiempo, en este siglo de mutación acelerada: decir la verdad eterna en el lenguaje de hoy. Danos, Señor, esa fidelidad y esa audacia. Ser a la vez «hombres de tradición»... y «hombres de hoy»...

Orad en el Espíritu Santo. Manteneos en el amor de Dios. Estad prestos a recibir la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Conforme a la práctica de la Iglesia primitiva la conclu­sión de san Judas se inscribe en el marco de un himno trinitario. Es también el plan general de muchas oracio­nes de la misa: el «Gloria a Dios en el cielo»... «Creo en Dios Padre...» las plegarias eucarísticas... El final de cada una de las oraciones de la misa es también trinitario: por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor y nuestro

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Dios que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. ¿Qué lugar ocupa la Trinidad en mi oración?

Si titubean algunos, tratad de convencerlos, salvadlos arrancándolos del fuego, a otros mostradíes miseri­cordia con cautela, odiando incluso la túnica mancha­da por su carne... La polémica contra los «heréticos» se transparenta aquí. ¡Hay que tratar de salvarlos discutiendo con ellos! Pero a otros hay que tratarlos con mucha cautela e incluso huir de ellos. La fórmula es particularmente violenta. En ciertas épocas de la historia de la Iglesia, quizá se ha acentuado demasiado este ponerles de lado, este apartar­los. Perdón, Señor, por las épocas de Inquisición. En nuestra época quizá se corre el riesgo de incurrir en la confusión inversa, un liberalismo tan abierto que llega a desconcertar. Una vez más, Señor, danos, da a tu Iglesia, el rigor del pensamiento justo y fiel y la apertura amorosa al pensa­miento de los demás, a las objecciones de los no-creyentes o de los que no piensan como nosotros.

Al que puede preservaros de la caída y presentaros sin tacha ante su gloria con alegría... fuerza y poder, ahora y por todos los siglos. Amén. ¡Danos, Señor, este sentido agudo de tu Gloria! Ayúda­nos a ser más «irreprochables»... y «llenos de alegría»...

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104 9.a semana del tiempo ordinario

Novena semana del tiempo ordinario

L U N E S

Segunda Epístola de san Pedro 1, 2-7

Hermanos, a vosotros «gracia y paz» por el cono­cimiento exacto de Dios y de nuestro Señor Jesucristo. La «gracia» es el don de la benevolencia divina... La «paz» es el sentimiento de plenitud que habita en nosotros cuando estamos en amistad con Dios y con nuestros hermanos... Era éste el deseo habitual de los primeros cristianos. Dios está en el origen de la gracia y de la paz. El hombre que se ha dejado investir por Dios es aquel a quien nada puede abatir ni siquiera turbar. Su paz interior sobrepasa toda agitación. «¿Quién podría separarnos del amor de Dios? La persecución, la tribulación, la angustia, el hambre? No, ni la vida, ni la muerte, nada podrá separarnos del amor de Dios.» (Romanos 8, 35) Danos, Señor, tu paz. Date a conocer plenamente. Haz que te conozcamos de veras. Que cada día descubra algo de Ti. Que cada nuevo acontecimiento me introduzca en un nuevo conocimiento de tu bondad, de tu proyecto. ¡Y que una paz profunda, procedente de Ti, invada mi vida cotidiana!

El poder divino nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado. «Todo lo referente a la vida»... Me encanta esa visión. Pienso en todo lo que vive... Y considero que todo esto es una dote, un don. El formidable poder de vida que aflora en nuestro planeta viene de Dios, y es mantenido por Dios. «Vida y piedad». No solemos ligar esos dos términos, hoy. De hecho es la historia de la lengua que corre el riesgo de cambiar poco a

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poco el sentido de las palabras en la mente de los hombres. No podemos emplear la misma «palabra», corriente en la Roma primitiva del tiempo de san Pedro porque aquella palabra no evoca ya lo mismo en nuestras mentes. La «piedad», era «la veneración, el respeto, el amor filial y sagrado». Es un valor siempre necesario a la «vida». Después de los desaciertos y las faltas de respeto actuales, el gran redescubrimiento de los años venideros será, sin duda, una nueva veneración por todo lo que es «natural».

Para que os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que reina en el mundo. El hombre de la era técnica está tratando de descubrir la noción de «polución», la «corrupción de los equilibrios vitales». Al mismo tiempo «la corrupción moral» parece acentuarse en la misma humanidad. Pedro afirma aquí que el hombre puede escapar a la corrupción, mediante la «participación del hombre a la naturaleza divina». Es una afirmación que hay que meditar. ¿Participo yo de Dios? ¿Estoy en comunión con Dios? ¿Me dejo influir por el pensamiento divino, por el modo de ver divino?, ¿trabajo en el proyecto divino sobre el mundo?, ¿mi ser es «amor», mi vida cotidiana es «amor» como Dios es «amor?». Mi naturaleza, mi modo de ser, ¿participan de la «Naturaleza divina»?

Por esa misma razón, añadid a vuestra fe la virtud, el conocimiento, la templanza, la tenacidad, la piedad, el afecto fraterno, la caridad... La participación de la naturaleza divina no es una evasión teórica y abstracta, ni un «conocimiento» ineficaz... se concretiza en siete, virtudes prácticas. Reconsiderar cada una de ellas, ¡contrastándolas con mi vida!

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M A R T E S

Segunda Epístola de san Pedro 3, 14-15; 17-18

Hermanos, esperad con impaciencia la venida del «Día del Señor». La Esperanza. «Esperar el Día de Dios». ¡Si fuera verdad que los cristianos viviésemos así en la esperanza! A menudo, por desgracia, no esperamos nada. Y estamos desanimados. Ese «Día de Dios», convendría incluso que lo adelantáramos trabajando para su adve­nimiento. Trabajar en vistas al fin del mundo. Estar a la espera de la venida del «reino de Dios».

Ese Día en el que los cielos, en llamas, se disolverán y los elementos abrasados se disgregarán. Esas palabras nos evocan una destrucción completa: nos sugieren que no se pasa de este mundo al otro en una continuidad total. El mundo de Dios no es solamente la prolongación del actual mundo humano. No hay que imaginarse la eternidad como una continuidad indefinida del tiempo. No hay que imaginarse la salvación divina como una simple exaltación de la promoción y de la civilización humana. ¡Hay una ruptura! Cuando se pasa del «día de los hombres» al «Día de Dios»... es como si con el fuego se destruyera una ciudad para construir otra nueva. No nos escandalicemos de estas palabras aparentemente pesimistas. De otra parte no son más que imágenes que no han de ser tomadas en sentido material. Dejémonos captar, por el contrario, por la esperanza extraordinaria que esas palabras sugieren: así será para permitir el advenimiento radical del mundo de Dios, mundo de justicia, de belleza, de amor, de santidad... ¡se llevará a cabo la destrucción total de toda injusticia, de toda fealdad, de todo egoísmo, de todo mal! Señor, haznos participar desde ahora de ese mundo nuevo.

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Porque esperamos, según la promesa del Señor, unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia. No hay aquí ningún pesimismo, sino al contrario, hay una espera alegre y dinámica... capaz de suscitar el entusias­mo y de dar un sentido a todas nuestras actividades. Los cristianos, lejos de ser unos resignados, deberíamos encontrarnos entre los primeros en hacer crecer en la tierra esa justicia que estallará triunfante en el mundo nuevo prometido por Dios. Dios es una fuerza viva de «novedad»... de renovación. Lo mejor no está a nuestra espalda, sino delante de nosotros. Lo mejor no está en el pasado sino en el porvenir. Los cielos y la tierra son ya muy hermosos. Pero no son más que un pálido bosquejo de la maravilla que serán «los cielos nuevos y la tierra nueva».

En la espera de ese día, hermanos muy queridos, esforzaos en ser hallados en paz ante el Señor, sin mancilla y sin tacha, irreprochables. No se trata de una espera pasiva. «Esforzaos para...» Cristo, por su parte, espera también algo de nosotros: la nitidez. Una vida nítida, sin mancilla. Un objeto limpio, un trabajo limpio, el más perfecto posible. Sin mancha alguna. ¡Ayúdanos, Señor, a poner en todas las cosas ese «acabado perfecto» que esperas de nosotros!

Vosotros estad alerta... No os dejéis arrastrar por el error... No abandonéis la firmeza... Progresad en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A El la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad. Llevar a la oración cada una de esas expresiones.

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MIÉRCOLES

Segunda Epístola de san Pablo a Timoteo 1, 1-12

Se trata de unas cartas del final de la vida de san Pablo; ansioso por asegurar la solidez de sus «comunidades», amenazadas ya por las desviaciones doctrinales y las intrigas entre grupos.

Yo, Pablo que, por la voluntad de Dios, soy apóstol de Jesucristo... Danos, Señor, a todos nosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles esa fuerte convicción de que tenemos una plaza, una vocación que viene de Dios. Mi vida no es una «pompa de jabón que se deshace», no es fruto del azar. He sido «querido» por Dios. Todo mi esfuerzo debe consistir en corresponderle.

Doy gracias a Dios... a quien rindo culto con una conciencia pura... Ruego sin cesar noche y día, acor­dándome de ti... Pablo se revela a sí mismo por entero en esas fórmulas sorprendentes: ¡el hombre asido por Dios!, ¡el hombre delante de Dios!, ¡el hombre en comunicación con lo invisible! ¿Qué densidad doy yo a mi vida?

Te recomiendo que avives el carisma de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Adivinamos ahí la preocupación de Pablo. Hasta aquí, en el fondo, él ha sido el responsable de las comunidades que ha fundado. Las tenía presentes; les escribía, les solucio­naba las cuestiones que pudieran surgir. Pero he ahí que se prepara una importante mutación de la Iglesia primi­tiva: En vísperas de la desaparición de los «Apóstoles» es preciso establecer una «Jerarquía»... Timoteo será uno de los primeros sucesores de los apóstoles, de los cuales saldrá el episcopado. No es cuestión todavía de «poderes», ni de «organiza-

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ción», pero sí que se trata claramente de «gracia reci­bida»: una gracia sacramental conferida por la imposi­ción de las manos, y que es un «don de Dios». En este tiempo nuestro de reconsideración de toda autoridad, debemos rogar por aquellos que han recibido ese cargo en la Iglesia de HOY.

Porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza. Todo esto no es todavía demasiado complicado. Forta­leza. Amor. Templanza... «dado por Dios». Gracia del episcopado. Dios concede sus cargos en los «valores humanos» ordinarios. Y esto no es verdad solamente en el episcopado.

No te avergüences pues del testimonio que has de dar del Señor ni de mí, su prisionero. El primer papel de la Jerarquía es el «servicio del evangelio»: el dar testimonio de Nuestro Señor. Fuerza, amor, templanza, están ordenados a este fin.

Soporta conmigo los sufrimientos por el anuncio del Evangelio. Es la función de los obispos y de los sacerdotes. Pero sería impensable, HOY sobre todo que se cargase exclusivamente sobre aquellos el anuncio del evangelio: es función también de cada cristiano. ¿Cuál es mi participación en la evangelización?

No me avergüenzo porque ¡sé bien en quien he confiado!, ¡en quien tengo puesta mi fe! El sufrimiento, sí. Pero no el abatimiento... El esfuerzo sí. Pero no el desánimo... Y siempre por la misma razón: una relación personal con alguien. «¡Yo sé en quien tengo puesta mi fe!» Pablo y Jesús viven unidos.

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J U E V E S

Segunda Epístola de san Pablo a Timoteo 2, 8-15

¡Acuérdate de Jesucristo, descendiente de David, resucitado de entre los muertos: éste es mi evangelio! El himno cantado ahora en muchas iglesias ha honrada de nuevo esa fórmula de san Pablo que él llama «su evangelio». ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo, hijo de David! Esto resume nuestra fe. La «resurrección» atestigua el carácter divino de Jesús. La «filiación davídica» atestigua que es un verdadero hombre. Jesús no es sólo un ser celeste, sino un hombre completo, enraizado en un linaje familiar. Oh Cristo, si Tú no fueras más que un hombre, no podrías aportarme lo que espero de Ti, esa solidez, esa promesa de vida eterna... Pero si Tú no fueras más que Dios, no hubieras podido revelarnos tu amor de un modo tan próximo a nosotros...

Por El estoy sufriendo, hasta llevar cadenas como un malhechor. Para Pablo hay un lazo entre el sufrimiento del apóstol, el suyo, y el sufrimiento de Cristo: ambos realizan un misterioso designio del Padre. Ruego por todos los que sufren.

¡Pero la «Palabra de Dios» no está encadenada! Una convicción íntima que endereza a un hombre. Una certeza que permite a un «prisionero» ser totalmente libre. Pero ¡qué valentía! Y al precio de ¡qué resistencia y aguante!

Pero todo esto lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación por Jesucristo con la gloria eterna.

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El sufrimiento es redentor. Hace estar en comunión con Jesús, a quien se imita. Y hace colaborar en la salvación de los hombres. No se trata de una verdad evidente. A primera vista el sufrimiento es más bien destructivo. Y, por desgracia, lo es para muchos hombres. Para llegar a lo que san Pablo afirma y vive en su propia carne, es necesario tener una fe profunda y contemplar detenida­mente la Pasión de Jesucristo.

Esta afirmación es cierta: «si morimos con El, vivire­mos con El.» Evidentemente. Una identificación contigo, Señor: «Mo-rir-con para vivir-con...» Estas palabras son muy duras. En el texto griego, el termino «con» está incluido en el verbo. Quien sufre y llega a esa convicción de fe, encuentra en ello el sentido definitivo de su estado de sufriente, de enfermo, de anciano: vivir con Jesús, imitar su vida, participar en su obra de salvación.

Procura presentarte ante Dios como hombre probado, como obrero que no tiene por qué avergonzarse, como fiel transmisor de la Palabra de la verdad. Rectitud. Fidelidad. Que los responsables de tu Iglesia HOY, estén llenos de cualidades. Y que el conjunto de los fieles confíen en los que han recibido esa gracia de «pastores».

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VIERNES

Segunda Epístola de san Pablo a Timoteo 3,10-17

Hijo muy amado, me has seguido asiduamente en mis enseñanzas, mi manera de vivir, mis proyectos, mi fe... Persevera en lo que aprendiste. Pablo ve venir los peligros de herejía, de apostasía, de errores. Pide a su discípulo que persevere, cueste lo que cueste. En nuestra época de mutaciones rápidas necesi­tamos oír la misma recomendación. Es evidente que las mentes vacilan. ¿Qué es verdad? ¿Qué será verdad mañana? Son preguntas que se oyen por doquier. El primer esfuerzo que hay que hacer es empezar por discernir lo que constituye el núcleo central de la fe, que no cambia... y lo que son detalles pasajeros que han cambiado muchas veces a lo largo de la historia de la Iglesia... Sucede, en efecto, que dejamos, incluso, que la fe se turbe por unos cambios de usos, cuando no se hace más que reinstaurar otros usos más antiguos y, por lo tanto, más tradicionales... Y ¡que nos parecían innovacio­nes inadmisibles! Un ejemplo típico de ello es el de la «comunión con las dos especies» cuyo uso ha restable­cido el último Concilio. Está claro que Jesús dio la orden de «comer de ese pan y beber de ese cáliz» y que los primeros cristianos lo hicieron así mucho tiempo. Esta, por así decir «novedad» es una tradición sólida recupe­rada. .. y puesta de nuevo en vigor después de varios siglos de abandono. Señor, ayúdanos a dar nuestra plena confianza a tu Iglesia.

Desde muy joven, conoces los textos sagrados. Timoteo, según el modo judío, tuvo una educación basada en el estudio de la «Palabra de Dios», la cual es, efectivamente, la referencia, la fuente. ¿Cuál es mi aprecio de la Escritura? ¿Participo, abiertamente, en la renovación actual de la plegaria litúrgica y personal partiendo de un mayor

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conocimiento bíblico? Las tres lecturas de las misas del domingo, ¿son para mí una especie de «pan» que nutre, a veces, mi oración semanal? ¿Empiezo a servirme de los salmos como plegaria personal?

Las Sagradas Letras pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. La meditación de la Escritura da algo que no es equipara­ble a la cultura filosófica. «Comunica una sapiencia» que no es otra que la Fe. Es decir, ese hábito de pensar como Dios, de adoptar sus puntos de vista. La «sapiencia». La «salvación». La «Fe». Señor, concédenos esta gracia.

Todos los pasajes de la Escritura son «inspirados» por Dios. Los términos de la Escritura no son sólo palabras humanas. Tienen un aspecto humano importante —han sido escritas por hombres de carne y hueso, marcados por una cultura y una mentalidad determinadas—... Pero son también «inspiradas» por Dios. Detrás del autor, el escritor sagrado, hay un único Autor. La Biblia, el Evangelio, no son pues libros ordinarios. Su Autor principal está ahí, presente en nosotros, en el fondo de nuestros corazones y de nuestras inteligencias, para decirnos «en directo», a través de las palabras escritas, lo que El quiere decirnos HOY. ¡Dios es un contemporáneo nuestro! Los textos antiguos están ahí para hacernos oír la «Palabra actual» que Dios persiste en decir al mundo moderno.

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SÁBADO

Segunda Epístola de san Pablo a Timoteo 4, 1-8

Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos... Proclama la «Palabra». La fórmula es extremadamente solemne. Lo que Pablo va a decir ¡es grave! De hecho, vuelve de nuevo a uno de sus temas preferidos: el evangelio... proclamado... Ha entre­gado toda su vida a esta tarea. La transmite a su discípulo y a todos los obispos del futuro. Guardada toda propor­ción, yo soy también responsable de esta «Palabra», en «presencia de Dios y de Cristo». ¿Cómo asumo esta responsabilidad? ¿acerca de mis hijos? ¿acerca de aquellos con quienes convivo?

Insiste a tiempo y a destiempo, denuncia el mal, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Hay pues muchas maneras de «proclamar la Palabra de Dios»: el anuncio de la buena nueva, la refutación de los errores, la lucha contra el mal en todas sus formas, la exhortación alentadora a los que están pasando una prueba, la enseñanza o doctrina. A veces, Señor, llego a justificarme de apenas «procla­mar nunca tu Palabra», constatando que las ocasiones de hablar de Ti son raras; no es corriente decir «Dios»... pronunciar «Jesús» en una conversación... Pero, precisamente, hay mil maneras de «proclamar la buena nueva de Dios»: mantenerse firmes ante la adversi­dad extrayendo fuerzas de la fe en tu resurrección... Hacer el trabajo de cada día con afán de perfección, pensando que participamos en llevar a termino tu crea­ción... seguir comprometidos en el servicio de los herma­nos en un sector colectivo de la vida en sociedad, pensando lo que Tu dijiste: «he venido a servir y no a ser servido»... educar a los hijos según los valores evangé­licos... luchar contra el mal, en uno mismo y en los

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sectores donde eso sea posible... visitar a los enfermos o a los que viven en soledad... etc., etc. ¡Muchas vidas de hombres y mujeres «proclaman el evangelio»! ¡Hay también otras muchas que lo contradi­cen! Manifiéstate, Señor, a través de nuestras pobres vidas.

Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros... apartarán sus oídos de la verdad. De todos modos, ya sea con «palabras» ya sea con «hechos» la proclamación de la Palabra de Dios debe ser auténtica: siempre existirá el peligro de «manifestarse uno mismo» en lugar de manifestar «la verdad de Dios»... existirá siempre el peligro de dejarse seducir por las «filosofías» o las «ideologías» humanas, en lugar de proclamar el puro evangelio... existirá siempre el peligro de seguir a «maestros» humanos, consignas de grupos o de capillitas, en lugar de permanecer en la ancha corriente de la Iglesia universal... Señor, danos el gusto de la santa doctrina, el amor de la verdad, la docilidad a la Iglesia y al Espíritu Santo.

Pero tú, permanece prudente, soporta los sufrimien­tos, trabaja en la extensión del evangelio, cumple con fidelidad tu ministerio. «Trabaja en la extensión del evangelio»... es un verda­dero trabajo que requiere también competencia, empeño, habilidad, capacidad de escuchar y hablar, conocimiento de los procesos de la «comunicación», don de sí, oración. «Cumple tu ministerio»... es un verdadero servicio a la humanidad. ¡Nuestros hermanos lo necesitan más que el pan! ¿Quién se lo ofrecerá?

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Décima semana del tiempo ordinario

L U N E S

Primer Libro de los Reyes 17, 1-6

Durante tres semanas reemprenderemos las lecturas del Antiguo Testamento en la segunda parte del Libro de los Reyes. Este período de la Historia del pueblo de Dios cubre cerca de tres siglos, del año 935, fecha del cisma en dos reinos, al año 586, fecha de la destrucción de Jerusalén por el rey Nabucodonosor. Asistiremos a la decadencia humana y religiosa del pueblo de Dios: la idolatría... las divisiones... las injus­ticias sociales... arruinan poco a poco las relaciones humanas en el interior del pueblo de Israel, y le hacen presa fácil de los grandes imperios vecinos. Durante ese período los «profetas» intervienen como defensores de la Fe y de los que combaten para la justicia: oiremos las potentes voces de Elias, de Elíseo, de Isaías, de Amos.

El profeta Elias, de Tisbé de Galaad, dijo al rey Ajab. El rey Ajab es uno de esos reyes que se aprovechan del poder para amontonar riquezas prodigiosas a expensas del pueblo sencillo. Mientras sus subditos viven en la miseria, bajo el yugo de impuestos demasiado onerosos, Ajab se acuesta en camas de marfil —cuyos restos se han encontrado en las excavaciones de su palacio—. Además Ajab construye un templo a Baal y empuja a sus subditos a este culto idolátrico. Es preciso mucho valor a un hombre, aun siendo profeta de Dios, ¡para ir a decir las verdades al rey! Ayúdanos, Señor, a saber interpretar los «acontecimien­tos» de nuestro tiempo a la luz de nuestra Fe. Ayúdanos a tener la valentía de nuestras convicciones.

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«Vive el Señor Dios de Israel, a quién sirvo; no habrá estos años rocío ni lluvia...» ¡Amenazar de tal manera a un rey, seguro de sí mismo! A mí me falta la valentía necesaria para decir ciertas cosas. Me falta la valentía necesaria para comprometer­me al servicio de mis hermanos o para aceptar ciertas responsabilidades colectivas.

Le fue dirigida a Elias la palabra del Señor: «Sal de aquí y escóndete en el torrente de Kerit... Beberás agua del torrente y ordeno a los cuervos que te lleven allá el sustento.» Exponer la Palabra de Dios con valentía conduce, a veces, a esta soledad. De hecho, para Elias, era un medio de huir de la policía del rey. Se escondió en el matorral. Señor, ayúdanos a saber llevar a cabo nuestras responsa­bilidades, incluso si esto nos lanza a la aventura y la inseguridad. Para Elias, también, esto fue el comienzo de una vida de eremita solitario, en la que se ha visto el origen de la vida monástica: retirarse a un cierto desierto, para vivir solo con Dios. En el seno de un mundo que reniega de Dios para lanzarse a los «alimentos terrestres» y a los placeres de aquí abajo, el monje afirma con su vida que: «Dios solo basta». La vocación religiosa de hoy debe saber revivificarse en esta fuente austera. La soledad y la oración de Elias son el comienzo de su ministerio y el tiempo de preparación a las funciones que en los textos siguientes le veremos ejercer. Guardadas todas las proporciones yo he de vivir también una parte de desierto y de soledad, unido a Dios, testigo de Dios. Y el «cuervo de Elias» es el símbolo de este alimento que Dios da a los que se consagran a El: reciben su alimento de Dios.

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MARTES

Primer Libro de los Reyes 17, 7-16

Al cabo de los días se secó el torrente... i Í era ciertamente allí donde el Señor le mandó que fuera! tlias había ido al desierto, junto al torrente, por orden de tJios. Verdaderamente, Señor, a veces das la impresión de dejar abandonados a tus fieles. Y en el sufrimiento y la duda nos preguntamos: «¿por qué dejas a tu profeta Elias en el dolor?» «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has «abandonado»? decía Jesús en la cruz.

Vete a Sarepta, en el territorio de Sidón, a casa de una mujer viuda... Efectivamente, el profeta recibe ahora la orden de ir a un territorio pagano. Y aunque no ha sido escuchado por el rey Ajab, jefe oficial de un sector del pueblo de Dios, será ahora atendido por esa pagana de buena voluntad, en el país de Sidón. Est página nos anuncia ya las admirables actitudes de san Pablo abriendo el acceso del Reino a todas las naciones. Elias, en misión, dirige la Palabra de Dios a los pobres de más allá de las fronteras del judaismo. Jesús también subrayará esa dimensión universal, ha­blando con admiración de esa «viuda de Sarepta» en el momento mismo en que era rechazado por sus propios compatriotas de Nazaret (Lucas 4, 16-30) ¿Cuál es la apertura misionera de mi vida? ¿Cuál es mi actitud profunda frente a los paganos, los marginados de toda especie, los que no son muy fieles, los que no están muy «en línea»? Dios ama a los paganos. ¿Y yo?

No tengo pan... Tan sólo me queda un puñado de harina... y un poco de aceite.

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Dios envía al pobre Elias... hambriento y sediendo a otra pobre hambrienta y sedienta... El diálogo entre Elias y la viuda de Sarepta es realmente trágico. Sequía, hambre. Acabadas todas las reservas. Sólo queda unos gramos de harina.

No temas... Da lo que tienes. Elias necesita tener mucha fe en Dios para atreverse a pedir a esa pobre que le dé lo poco que le queda. La viuda necesita también tener mucha fe para arriesgarlo todo sobre esta Palabra que le ha sido dicha por el profeta. ¿Presto yo suficiente atención a las promesas de Dios? Todavía HOY, es solamente el amor —¡da lo que tie­nes!— lo que puede hallar soluciones a las inmensas miserias, a la inmensa hambre del conjunto del mundo. ¿Qué voy a dar yo, HOY? ¿Qué es lo que el Señor me pide sacrificar, como lo pidió a esa mujer?

No se acabó la harina en la jarra, ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que el Señor había dicho por boca de Elias. Concédenos, Señor, que tengamos puesta en Ti toda nuestra confianza. ¿A quién iríamos? Hoy quiero ponerme en tus manos.

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MIÉRCOLES

Primer Libro de los Reyes 18, 20-39

La escena que leeremos hoy es característica de una época. Elias busca aún convencer por su prestigio, por ser el más fuerte. A pesar de las apariencias, veremos que fracasará con tales métodos. Más tarde, Dios hará que el profeta comprenda que está más presente «en la brisa ligera» que en «el fuego y el temblor de tierra». Lo leeremos uno de los próximos días. Por hoy, dejémonos instruir por la audacia y la fuerza del profeta que arrostra de frente a los «falsos dioses» y a sus profetas oficiales protegidos por el Poder real.

¿Hasta cuando vais a estar cojeando con los dos pies? Si el Señor es Dios, seguidle... si es Baal, seguid a éste. Jesús, replicará unas invectivas casi equivalentes: «no podéis servir a dos amos... no podéis servir a Dios y al dinero...» Interrogación siempre válida para mi propia vida (Mateo 6, 24) Aceptaríamos tan fácilmente la mezcla: un poco de amor de Dios, un poco de amor a nosotros mismos... un poco de vida de piedad, pero sin perder un cierto aspecto de vida mundana... un poco de sumisión al Señor y un poco de insumisión... El profeta Elias propone una alternativa radical: o esto... o eso... Señor, líbranos de nuestros titubeos, de nuestras dilacio­nes. Ayúdanos a decidirnos lealmente. Presérvanos de las evasivas, de las actitudes inconsistentes e incoloras. Concédenos ser hombres de decisión y de franqueza.

Yo, he quedado solo como profeta del Señor... Y los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta... Lo llevo a la oración. A menudo, también HOY, tenemos la impresión de ser una minoría, perdida entre la masa de los indiferentes u hostiles. Concédenos la noble valentía de Elias... su

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carácter bien templado, capaz de mantenerse firme, aunque todos a su alrededor le abandonen.

Invocaré el nombre del Señor: El es Dios. No se apoya en su propia fuerza sino en Dios. Señor, me siento débil, indeciso. Sé Tú mi fuerza y mi valentía.

Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel... respóndeme. Ante la numerosa horda de sacerdotes de Baal, Elias precisaba de mucha seguridad y temple para orar en público... y para correr el riesgo de perder la vida, si Dios no atendía su plegaria. Señor, que mi oración sea sincera y a la vez confiada y humilde. «Seguros de tu amor y fuertes en la fe, te lo pedimos, Señor».

Todo el pueblo, rostro en tierra y con temor... dijeron: «El Señor Yaveh es Dios.» Los ídolos han sido reducidos a cenizas. Sabemos que habitualmente las cosas no suceden así. Lo más corriente es que el mal siga triunfando. Dios mismo no libró a su Hijo cuando se le provocaba: «¡baja de la cruz!» Es necesario que yo siga confiando en Ti, Señor, incluso en la noche, en la cruz, en el fracaso.

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JUEVES

Primer Libro de los Reyes 18, 41-46

Elias subió a la cima del Carmelo, se encorvó incluso hacia la tierra y puso su rostro entre sus rodillas. Elias se pone en oración. Para ello, una vez más, se aisla, sube a una montaña y toma una postura simbólica de concentración en sí mismo. El resto del mundo no existe, por así decir: con el rostro clavado en el suelo, en un gesto de postración profunda. Los occidentales han abandonado esas técnicas corpora­les de oración. Muchos jóvenes las están hoy redescu­briendo a través de la tradición del Oriente. Pero tenemos siempre a nuestra disposición ciertos gestos que pueden ayudarnos, y que no debemos despre­ciar; porque, en efecto, todo el cuerpo facilita o dificulta la oración.

«Sube y mira hacia el mar.» — «No hay nada.» — «Vuelve siete veces.» Manifiestamente en su oración, Elias espera un beneficio de Dios. Después de un largo período de sequía, espera ahora la lluvia bienhechora que hará cesar el hambre. En efecto, puesto que el pueblo ha abandonado a los falsos dioses, ¡es ahora el tiempo del perdón! Pero esto no se hace sin más, ni con una sola oración rápida y fugitiva. Elias persevera y pide perseverar. Siete veces. Parece que se está oyendo a Jesús: «Hay que orar sin cesar y sin cansarse.» Señor, suelo desanimarme con mucha frecuencia. Creo que es suficiente pedir una vez. Me imagino que un solo esfuerzo me convertirá para siempre.

A la séptima vez, el servidor dijo: «Hay una nube como la palma de la mano que sube del mar.» Generalmente la satisfacción de lo que pedimos en

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nuestras oraciones no es espectacular. Para Elias es solamente una pequeña promesa de lluvia... ¡una nubeci-11a como la palma de la mano! Pero sabe interpretar los «signos de los tiempos», como dirá Jesús y ve ya el cumplimiento de la promesa divina. Ayúdanos, Señor, a ver claro... a descubrir tu manera de atender a nuestras plegarias, a escrutar los pequeños signos que nos envías...

Luego se fue oscureciendo el cielo por las nubes y el viento y se produjo una gran lluvia. Para un pueblo que durante meses de sequía está esperando, la estación de las lluvias es una promesa de fecundidad. La lluvia tan deseada acabará con el hambre. Para los pueblos rurales la lluvia lleva en sí una significa­ción vital profunda: es el agua lo que da vida... Donde­quiera que falte el agua la vida se para y decae. Allí donde el agua es abundante la vida brota y se desarrolla. Jesús repitió ese símbolo en los pasajes del evangelio en los que anuncia el «agua viva». Y el bautismo, la inmersión en el agua es también símbolo de la vida divina, de los beneficios divinos que Dios nos prodiga con abundancia. La oración de intercesión. La oración de Elias mereció esos beneficios de Dios para su pueblo. El mundo necesita almas de oración. Es una de las misiones de los «contemplativos» de los «consagrados». ¿Somos nosotros capaces de comprender la utilidad irremplazable de los que, como Elias, se retiran a un monte Carmelo, para interceder por el mundo? ¿Siento yo la necesidad de interceder por el mundo?

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VIERNES

Primer Libro de los Reyes 19, 9-11-16

Cuando el profeta Elias hubo llegado al Sinaí entró en una cueva. Allí le dirigió el Señor la palabra. Elias es un «hombre de Dios», un contemplativo. Gusta de las alturas y de la soledad. El desierto del Sinaí es uno de esos lugares de la tierra cuya trágica desnudez y la carencia de toda distracción puede incitar al hombre a adentrarse en sí mismo para oír allí la voz de Dios. ¿Tengo yo una «cueva» un lugar de «retiro», un sitio, un momento en el que más particularmente puedo ponerme a la escucha de tu presencia? ¿Transformo con demasiada frecuencia esta meditación en una simple lectura, en una serie de ideas intelectuales? Cuando su única finalidad es la de suscitar el encuentro, el diálogo, contigo, Señor.

«Sal y ponte en el monte, ante el Señor, que El pasará». El paso de Dios. El encuentro con Dios. Es el punto más importante de la oración: ¡mantenerse delante de Alguien! En este momento, por ejemplo, no estoy solo... Tú estás ahí... Yo estoy ante Ti... Me mantengo en tu presencia... Esto es lo que cuenta ante todo. Incluso si no digo nada. Si no tengo ninguna hermosa idea.

Al acercarse el Señor hubo un huracán muy violento... después un temblor de tierra... después fuego... luego ¡una brisa ligera! Gran descubrimiento para Elias. El, el violento, que quería convencer a sus contemporáneos a fuerza de grandes argumentos, sorprendentes y espectaculares —recordemos el gran sacrificio en lo alto del Carme­lo—... descubre que Dios no se encuentra en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego sino «en la brisa ligera».

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Efectivamente, nuestro Dios es un Dios discreto, un Dios «escondido». No se impondrá a nosotros como una tempestad que nos aplasta. No se dará a oír más que a los oídos atentos. Dios es esa «brisa» casi imperceptible, ese «viento» ligero que apenas se nota. Hay que acallar en nosotros todos los ruidos, para percibir, para oír su dulce voz. Concédenos, Señor, estar atentos a tu presencia discreta y humilde.

Al oírlo Elias se cubrió el rostro con el manto... Oyó entonces una voz que decía: «¿Qué haces ahí, Elias?... —«Siento un celo ardiente por Ti, Señor, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza...» —«Vuelve a Damasco, consagrarás a un rey de Siria, y en Israel...» Ese diálogo entre Dios y el hombre es representativo. El hombre se envuelve en su manto en un gesto de temor y de respeto. Dios le hace una pregunta. Dios hace preguntas. ¡El hombre de Dios expone su deseo! Su deseo misionero. En su oración ha descubierto un ardor misionero. A pesar de estar en el desierto se encuentra en medio de un mundo. Piensa en la humanidad que ha abandonado «la Alianza». Y Dios le envía de nuevo a ese mundo, a esa humanidad. Deja tu desierto y vete a la gran ciudad. Este es el ritmo de la contemplación y de la acción. Entrar en contacto con Dios... llevar a Dios a los hombres... ¡Oración... apostolado!

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SÁBADO

Primer Libro de los Reyes 19, 19-21

La vida y las palabras de los profetas están llenas de símbolos. Elias habla tanto por medio de «gestos» y de «hechos» como por sus palabras. El mundo moderno, como todo siglo vuelve a descubrir la fuerza de los medios audio-visuales, de las imágenes y de los sonidos. No despreciemos pues las «imágenes vivientes» que esos relatos primitivos nos ofrecen. Dejemos que las capte nuestra imaginación para descubrir la significación «inte­rior» que contienen.

Cuando Elias bajó del monte encontró a Elíseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Asistiremos ahora a una vocación. Elíseo es el hombre que va a ser consagrado como profeta, sucesor de Elias. E s un hombre corriente que está en su labor. Es sencillamente un agricultor. El Señor viene también a nosotros a «llamarnos» en el centro mismo de nuestro trabajo cotidiano.

Elias pasó junto a él y le echó su manto encima. Es un signo de toma de posesión. Es un gesto que se encuentra a menudo en la Biblia. (Ezequiel, 16-8; Rut, 3-9; Deuteronomio, 23-1) En efecto, también HOY por la llamada de un hombre se deja oír la voz de Dios. Un sacerdote. Un amigo. Una religiosa. Un padre. Una madre. Un hermano. Una hermana. ¿Somos suficientemente sensibles a las llama­das de Dios para llegar a ser capaces de hacerlas sonar en los demás? Con humildad. Con discreción. Pero con la fuerza de Dios.

Entonces Elíseo dejó sus bueyes y dijo: «Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre.»

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Está decidido a seguir a Elias. Pero su renuncia no es total. Tiene un sentimiento muy natural e infinitamente respetable.

Elias respondió: «Anda ¡vuélvete allá! Pues ¿qué te he hecho?» Como si dijera: si es así, no vengas... ¡yo no te he llamado! También Jesús insistirá en que el discípulo «no mire hacia atrás» (Lucas 9, 59). La vocación tiene un carácter de absoluto que a algunos parece demasiado intransi­gente. Así ocurre en la vocación sacerdotal y religiosa. Así ocurre, guardadas todas las proporciones, en la vocación cristiana: seguir a Dios no se hace sin ciertas rupturas, sin ciertas renuncias... «quien quiera venir en pos de mí, que tome su cruz y que me siga». Don total.

Entonces Elíseo tomó el par de bueyes para sacrificar­los, asó su carne con el yugo de los bueyes... luego se fue tras de Elias y entró a su servicio. Imagen viva y penetrante. El labriego que quema su instrumento de trabajo para no volver atrás. Jesús pidió el mismo gesto a esos pescadores de la orilla del lago, quienes dejaron sus redes y sus barcas... ¡Abandonar el oficio y las riquezas es un duro sacrificio! Se pide eso a algunos, por el «reino de Dios». A los que han aceptado esta exigencia y la han comprendido libremente, Jesús propone a cambio una «vida de amistad con El»: «no os llamaré ya siervos, sino amigos» (Juan 15, 15) Comprometerme en la misión, en el servicio de Dios y de mis hermanos. ¡Comprometerme totalmente, en cuerpo y bienes! Cortar las amarras. Quemar el yugo —o las na­ves— para no tener ya la tentación de volver atrás. Donación a Dios, sin retorno.

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Undécima semana del tiempo ordinario

L U N E S

Primer Libro de los Reyes 21, 1-16

La lectura de hoy nos da el contexto histórico exacto, dentro del cual Elias había de proclamar la Palabra de Dios.

Ajab, rey de Samaría, dijo a Nabot: «Cédeme tu viña para hacer de ella una huerta, pues está pegando a mi casa...» La Palabra de Dios no se presenta desencarnada: La palabra de Elias se dejará oír en una situación humana muy concreta. Se trata de un problema social, político, económico... como decimos hoy. Se trata de un rey que quiere comprar el terreno de su vecino y que le ofrece un buen precio para ello. El vecino rehusa «porque es una propiedad familiar heredada de sus antepasados». Veremos como se las compondrá el rey para imponer su punto de vista, y como Elias le recordará los derechos del pobre. Ayúdanos, Señor, a estar persuadidos de que ningún sector de nuestras vidas humanas deba ser considerado sin atender a tus miras. Hacer dos partes en nuestra vida, la religiosa propiamente dicha y la profana, la de nuestros «negocios»... es ir contra Dios. Dios se interesa por nuestras compras, por nuestras ventas, por la manera como tratamos nuestros asuntos financieros.

Se fue Ajab a su casa triste e irritado por las palabras que le dijo Nabot: no te daré mi viña... Jezabel, su mujer, fue y le dijo: «Yo te daré la viña de Nabot.» Ya conocemos a esa reina sin escrúpulos. Jezabel, princesa fanática, cuyo padre era el gran sacer-

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dote de la Diosa Asquera, y que hizo todo lo posible para introducir su culto en Samaría. Jezabel, mujer de Ajab capaz de alinear un ejército de dos mil carros de guerra y de diez mil infantes. ¡Áh! ese pobre Nabot no estorbará sus planes... ¡ella encontrará fácil­mente el medio de obtener su viña! ¡Una reina hace lo que quiere! Señor, ayúdanos a no utilizar jamás nuestra fuerza, nuestras prerrogativas, nuestras relaciones... para facili­tar injusticias. Te rogamos por los que ostentan un «poder» y tienen «responsabilidades»: a fin de que no abusen de ello... ni lo empleen en provecho propio... que piensen en los humil­des, en los que no pueden defenderse...

Disponed acusaciones falsas contra Nabot y que muera. La cuestión está saldada. Se podrá ampliar nuestro palacio. Se arrancará esa viña de Nabot y ¡se plantará nuestro parque y nuestro huerto y jardín! Lo que resulta especialmente repugnante en esta sombría historia de expropiación es que, una vez más, gana el rico... que lo logra llegando hasta el crimen... y ¡utilizan­do, para ello, argumentos religiosos! ¿Hay que acusar a los demás? ¿Sería excesivo, HOY, aplicar este texto a las relaciones entre países ricos y países pobres? Comienza ya a ser notorio que los países más avanzados industrialmente pagan mal las materias primas que compran a los países pobres. Ruego en silencio por la mundial situación aquí evocada.

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130 11.a semana del tiempo ordinario

M A R T E S

Primer Libro de los Reyes 21, 17-29

Entonces la palabra del Señor fue dirigida al profeta Elias: «Levántate... ¡baja al encuentro de Ajab!» Es la misma Palabra de Dios que pide a Elias que se re­tire al desierto en la soledad, y que vaya al encuentro de los hombres... Oración y acción. Elias obedece sin discutir esta Palabra. Un hombre cabal, totalmente entregado a Dios, y totalmente entregado a sus hermanos los hombres. Un hombre capaz de vivir en relación con lo invisible, en la oración y capaz de arriesgarse, en servicio de la justicia. Su «misión» proviene de una fuente profunda: su contem­plación. El Dios contemplado es el que empuja a actuar. En su oración solitaria, particular, oye el encargo: «¡levántate ve donde un tal y haz tal gestión!» Señor, danos el espíritu y la valentía de Elias tu profeta. Ayúdanos a estar a tu escucha de tal modo, que oigamos la llamada de nuestros hermanos que piden justicia.

«Has asesinado y además usurpas... Luego le dirás: en el mismo lugar que los perros han lamido la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre!» Terrible es la transmisión de ese mensaje. Da, Señor, a tu Iglesia de hoy, la valentía de defender a la justicia y a los pobres. Concede a todos los cristianos esa pasión por la justicia.

«Tú has hecho lo que desagrada al Señor...» El motivo es religioso. La razón de esta intervención es Dios. Sucede a veces, HOY, que se reprocha a la Iglesia el hecho de interesarse por las cuestiones sociales. Pues bien es «Dios de quien» se habla, cuando se habla de la justicia. Abre nuestros corazones, Señor, a «lo que te agrada» y

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llévanos a combatir contigo «lo que te desagrada». Considero mi vida concreta desde ese ángulo.

Cuando Ajab oyó las palabras de Elias, se arrepintió. No esperábamos esto. He ahí que Ajab reconoce su pecado y lo deplora. Habiendo sido testigo de la justicia, Elias será ahora testigo de la misericordia. Humanamente no hay ningún odio en su corazón. Ya sabemos que Dios no amenaza nunca por amenazar: «el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.» Concédenos, Señor, en medio de nuestros combates, ese sentido de la justicia y de la bondad.

Por haberse humillado ante mí, no traeré el mal en vida suya... En vida de su hijo traeré la desgracia sobre su casa. He ahí algo sorprendente también y que no corresponde en absoluto a nuestras mentalidades actuales. Sin embar­go, ya lo sabemos, hay faltas que se pagan mucho más tarde. Es grave responsabilidad de cada generación el sentirse responsable de las generaciones venideras. ¿Quién sabe si nuestros hijos no pagarán mañana nues­tras indiferencias de países bien provistos, incapaces hoy de practicar una verdadera justicia con los países subde-sarrollados? ¡Ten piedad de nosotros, Señor!

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132 11.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Segundo Libro de los Reyes 2, 1-6; 14

El relato lleno de imágenes y de símbolos que hoy leeremos, nos cuenta: —la desaparición de Elias, su «ascensión» al cielo... —la transmisión de su poder profético a su discípulo, Elíseo...

He ahí lo que sucedió cuando el Señor arrebató a Elias al cielo... En la tradición judía, este relato, con todo lo que tiene de «maravilloso» había adquirido mucha importancia. En tiempos de Jesús, la creencia popular esperaba el retorno de Elias que debía preceder al Mesías. Así la gente preguntaba a Juan Bautista: «¿Eres tú Elias?» (Juan 1, 21). De otra parte es lo que el ángel había dicho a Zacarías anunciando el nacimiento de Juan Bautista: «Estará con él el espíritu y el poder de Elias» (Lucas 1, 17). Y Jesús dirá un día: «Si queréis admitirlo, él es Elias el que iba a venir.» (Mateo 11, 14) La comparación de esos diversos textos señala: 1.° que no hay que tomar literalmente esos textos —Juan Bautista «es» y «no es» Elias...—, 2.° Sino que hay que saber interpretarlos como un lenguaje espiritual —es verdad la transmisión de una tradición profética y que Juan Bautis­ta fue el último de los profetas anteriores a Jesucristo «que es mucho más que un profeta».

Dijo Elíseo a Elias: «Que tenga yo doble parte de tu espíritu.» Conocemos mejor ahora el espíritu de Elias: es el hombre a la escucha de Dios, enviado en misión cerca de otros hombres para restablecer la Alianza entre Dios y los hombres. Todo un linaje de «profetas» asumieron ese papel en la historia: Elias, Elíseo, Amos, Oseas, Isaías, Jeremías, Juan Bautista... y ¡tantos otros! Concédenos, Señor, este mismo «espíritu», ¡tu Espíritu!

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Haz de nosotros hombres espirituales, transfigurados desde el interior, hombres que tienen «un manantial en ellos», hombres de los que mana «el agua viva». «Habla­ba del Espíritu que debían recibir los que creerían en él.»

...cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ambos... La desaparición de Elias tuvo lugar en circunstancias misteriosas que fueron embellecidas por sus discípulos, como la vida de san Francisco de Asís ha sido adornada en las «fioretti». Un profeta de alma de fuego, como Elias, no podía desaparecer más que en el «fuego», símbolo de Dios: ha sido asumido por Dios... Elias está «en Dios». La Iglesia de Oriente le festeja: «San Elias, ruega por nosotros». Elias permanece vivo. En la mañana de la Transfiguración, Pedro, Santiago y Juan, han visto a Jesús hablando con Moisés y Elias. (Mateo 17). A través de esas páginas concretas está la afirmación de nuestra fe en el más allá, en la superviven­cia. Incluso, aunque no podemos imaginar los detalles, sabemos que la muerte no es el punto final. Ruego a Moisés, a Elias, a los santos... Pienso en los innumerables «vivientes» que están en Dios... los de mi familia.

Elíseo tomó el manto de Elias... Si Elias no ha muerto, si vive en el cielo en Dios... es verdad también que continuará viviendo aquí abajo, en sus sucesores, sus discípulos, los que prosiguen su misión. El «manto de Elias», símbolo de su papel de profeta, pasa a los hombros de Elíseo. Arriesgar la vida, por Dios. ¿Quién recogerá hoy el «manto de Elias»?

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134 11.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Eclesiástico 1, 14

Sirac el Sabio, mucho tiempo después de la «subida» de Elias al cielo, hace su elogio y anuncia su retorno. Tenemos aquí un ejemplo suplementario de la «vida» que corre a lo largo de la Biblia: los hechos y los gestos del pasado son constantemente reinterpretados por las gene­raciones sucesivas.

Surgió «como un fuego» el profeta Elias, su palabra abrasaba «como una antorcha»... Hizo caer fuego tres veces... Fue arrebatado en torbellino de llamas. El personaje Elias es simbolizado por el «fuego». Para los hebreos, como para muchos pueblos acostum­brados a los «sacrificios», el fuego es el elemento misterioso que une al hombre con Dios: se pasaba la víctima por el fuego para que el fuego penetrara en ella, y se comía esa víctima en una comida sagrada, para entrar en comunión con la divinidad. Ese simbolismo nos impresiona menos hoy. Sin embargo hay que tratar de que ese símbolo haga presa en nosotros. Incluso en nuestro mundo moderno, el fuego sigue siendo: — lo que calienta... — lo que alumbra... — lo que purifica... — lo que destruye... — lo que es difícil de dominar... — lo que alegra y a la vez espanta... lo que es útil... Además, una «llama» es algo hermoso, misterioso, viviente:'ante un fuego las miradas quedan como fascina­das, atraídas... y no obstante no podemos acercarnos mucho a él. Puedo ir reconsiderando todos esos simbolismos... me ayudarán a obtener una cierta aproximación de Dios. Y puedo también detenerme un instante sobre esa fórmu­la, pronunciada un día por Jesús: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo quisiera yo que ardiera!»

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Elias, tú que despertaste un cadáver de la muerte... Al resucitar al hijo de la viuda de Sarepta, y cuando pareció que escapaba a las leyes de la muerte —su subida al cielo—, Elias anuncia esta nueva era de la historia en la que la muerte será vencida. ¡Jesús resucitado! Sé nuestra vida. Creemos en Ti. tJna misma fe recorre toda la Biblia. Cristo está ya presente en esta fe.

Elias, tú que oíste la palabra de Dios sobre el Sinaí y sobre el Horeb... Elias se refugió en la soledad del desierto, en la cueva misma de Moisés para oír de nuevo la voluntad de Dios. Concédenos, Señor, ser unos apasionados de tu encuen­tro. «¡Quiero ver a Dios!» decía santa Teresa de Avila, discípula del profeta del Carmelo. Y añadía: «¡Sólo Dios basta!» Entretenerse con Dios sólo.

Elias, tú que consagraste a reyes para que establecie­ran la justicia... Elias, hombre de oración contemplativa, lo hemos visto, no es un débil ni un tímido. Su retiro lejos del mundo no es una huida cobarte: Dios le envía de nuevo continuamente al duro combate por la «justicia». Destinar tiempo al servicio de nuestros hermanos. «Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo...» Estos dos mandamientos se resumen en uno. Pero no hay que descuidar ni el uno ni el otro.

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136 11.a semana del tiempo ordinario

V I E R N E S

Segundo Libro de los Reyes 11, 1-4; 9, 18-20

Atalía... hizo exterminar toda la estirpe real. La obra de Racine inmortalizó para el recuerdo la «tragedia» relatada en esta página de la Biblia. Atalía, hermana de Ajab, rey sin escrúpulo llega a ser una reina sin piedad: cuando se entera de que su hijo Ocosías ha sido muerto por los hombres de Jehú, decide quedarse con el poder y exterminar fríamente a todos los hijos de su hijo —sus propios nietos. En ese contexto de «violencia» inaudita, en ese clima político inverosímil es donde los «fíeles de la Alianza» debían tratar de ver claro para procurar hacer «la voluntad de Dios». ¡No! La fe no es, de ningún modo, una vaga ideología abstracta que está en las nubes: cuando, hoy todavía, decimos «venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», ¿somos conscientes de que ese deseo sería sólo un anhelo piadoso e ineficaz si no nos comprometiera a hacer un análisis de las situaciones del mundo y a entablar un combate para que ese mundo corresponda mejor al proyecto de Dios?

Pero Josabet... tomó a Joas, lo escondió, y evitó así su muerte. El sumo sacerdote Joad y su mujer Josabet, a causa mismo de su fe, hicieron un análisis de la situación y se lanzaron a una empresa política: deciden responder a la violencia con la violencia... Atalía mató a sus nietos, también ella será asesinada... Ella usurpó el trono, a su vez será también destronada. Y se prepara esa operación larga y trabajosa salvando de la muerte a un niño. La violencia es también un problema de HOY. Partida­rios de la «violencia» y partidarios de la «no-violencia» se enfrentan un poco por todas partes en el mundo; ¿hasta dónde se puede llegar en la reivindicación de las clases pobres, de los países pobres? frente a «órdenes estableci­dos» injustos.

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No se puede evitar esta cuestión, ni tampoco hacer la vista gorda ante ellos. Pensando en todas las situaciones del mundo moderno en las que se enfrentan puntos de vista opuestos... elevo mi oración a Dios y me pregunto de qué modo puedo participar en la construcción de un mundo más justo y más humano.

Durante seis años estuvo Joas escondido en el Tem­plo... Entonces, dieron muerte a Atalía, y el sumo sacerdote concertó una alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, para que el pueblo fuera el pueblo del Señor... De hecho, sabemos por la historia que el reino de Joas fue un largo reino de paz y de piedad. Trató de hacer las reformas que se imponían, por lo menos al comienzo de su reinado. Esta fórmula —«para que el pueblo sea el pueblo del Señor»— muestra el motivo por el cual el sumo sacerdote se había comprometido: en el sistema político que era el de todos los pueblos en aquella época, la religión estaba estrechamente ligada al príncipe y a las princesas. Cuando un rey, una reina, amaba el culto de Baal, arrastraba a todo el pueblo a la idolatría... Cuando un rey era fiel a Yavéh, instauraba reformas, destruía los tem­plos de Baal y ¡rompía sus estatuas! No nos encontramos en este contexto, por lo menos teóricamente. Pero los sectarismos no son menores y las presiones existen siempre. Danos, Señor, la firmeza de nuestras convicciones y de nuestros compromisos... y el respeto profundo de las libertades y de las opciones de los demás.

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138 11.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Segundo Libro de las Crónicas 24, 17-25

Hoy leeremos otra interpretación de la historia. Joas ha sido un rey fiel, durante un cierto tiempo... Pero, de temperamento inestable, al final de su vida se deja llevar a los cultos de Baal, decididamente ¡más atractivos que el culto al verdadero Dios! Esta página ha sido escrita en el III siglo antes de Jesucristo, por lo tanto quinientos años después de los sucesos que se desarrollaron en el siglo VIII. El autor de estas Crónicas subraya el papel del «sacerdocio» y del «Templo» en la fidelidad a Dios.

Después de la muerte del sacerdote Yeodada, vinieron los jefes de Judá a postrarse delante del rey... Y Joas les escuchó... Abandonaron el «templo» del Señor y adoraron los árboles sagrados y los ídolos. Toda la historia del mundo está llena de este conflicto entre «el verdadero Dios» y «los ídolos» que el hombre se fabrica. Evidentemente es más tranquilizador fabricarse un «dios» a su propia talla y necesidades... que encontrarse delante del verdadero Dios que es siempre otro, al que no se esperaba y que, a menudo, interviene malbaratando nuestras ideas. Es precisamente característica de Dios el cuestionar al hombre. Cuidado. No juzguemos demasiado severamente a nues­tros antepasados de haberse dejado atraer por «árboles sagrados» y por «ídolos». También nosotros tenemos los nuestros hoy: todo lo que sacralizamos, todo lo que absolutizamos, todo aquello a que damos una importan­cia excesiva... un objeto, una persona, una ideología... el confort, el dinero, el placer, la salud, la belleza... Y aunque no tenemos el mismo modo de ofrecer un «culto» a esas realidades ¿no tendemos quizá, también nosotros a «reducir» a Dios al servicio de nuestras

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necesidades elementales? Poner a Dios a nuestro servi­cio. Hacer de Dios el «motor auxiliar» del hombre. ¿Es siempre la nuestra una oración de petición?

La cólera de Dios estalló sobre Jerusalén... y les envió profetas para que los hombres volvieran a El. Los profetas son los que echan abajo esa tendencia «utilitarista». No se utiliza a Dios. Se le venera. Se le sirve. Señor, ¡envíanos tus profetas! Señor, ¡purifica nuestras actitudes religiosas! Sánanos de ese egoísmo sutil que nos haría utilizar nuestra fe y nuestra oración en provecho propio solamente.

¿Por qué transgredíis las órdenes de Dios, para perdición vuestra? Dios pregunta. Dios hace «esta» pregunta. Dios «me» hace esta pregunta. Me tomo el tiempo necesario antes de contestarla. Me dejo interrogar por Dios. Ya no soy yo quien pone los interrogantes. Sin embargo, no hay que cambiar los papeles. «Por qué traspasas mis órdenes, para perdición tuya?» Señor, quiero ser muy pequeño y humilde ante Ti. Reconozco que Tú quieres mi bien. Ayúdame a no transgredir tu voluntad. Sé que tu voluntad es mi «salva­ción»... y que mi transgresión es mi «perdición». El hombre está perdido cuando olvida al verdadero Dios: se esclaviza entonces a ídolos vacuos, que no tienen ningún valor.

Apedrearon al sacerdote Zacarías en el atrio del templo. Jesucristo reinterpretará este acontecimiento (Mateo 23, 35)

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12.a semana del tiempo ordinario

Duodécima semana del tiempo ordinario

L U N E S

Segundo Libro de los Reyes 17, 5-8; 13-15; 18

Los textos que leeremos esta semana representan un trozo de historia muy conocido, no sólo por la Biblia sino también por las crónicas victoriosas de los reyes de Asiría, de Babilonia y de Persia.

753 Fundación de Roma. 721 Toma de Samaría por Sargón II, rey de Asiría. 701 Primer sitio de Jerusalén por Senaquerib, rey de

Asiría. 612 Los ejércitos babilónicos toman Nínive: el poder

caldeo ocupa el lugar del poder asirio, en Oriente medio.

600 Fundación de Marsella por los griegos. 597 Primera deportación masiva de judíos a Babilonia. 586 Toma de Jerusalén por Nabucodonosor, rey de Ba­

bilonia; destrucción total y sistemática de la ciudad y del Templo... y deportación de toda la población.

538 Los ejércitos persas, dirigidos por Ciro se apoderan de Babilonia, y el Edicto de Ciro permite a los «pri­sioneros y deportados» regresar a su país.

El rey de Asiría invadió todo el país y puso sitio a Samaría durante tres años. El año noveno de Oseas, rey de Israel, el rey de Asiría tomó Samaría y deportó a los israelitas a Asiría. ¡Señor, cuántos sufrimientos, evocan estas palabras! Basta evocar los bajorrelieves que se encuentran en todos los museos del mundo para imaginar el terror que por todas partes siembran los guerreros sanguinarios de Asiría: violar, degollar, empalar, quemar, deportar, ha­cen sus delicias y ¡les aportan una buena distracción entre

12.a semana del tiempo ordinario 141

dos cacerías de león! Las víctimas son los pequeños y humildes. Los tiempos han cambiado mucho. Y los métodos han mejorado. Pero HOY ¿han cambiado mucho las cosas? Las «grandes potencias» se reparten las bombas atómi­cas, fabrican ingenios perfeccionados para matar, ¡ellos los usan y los venden a los demás! El problema de la guerra... El problema de la paz... ¿Qué plegaria me sugiere todo ello? ¿Qué acción es posible?

Esto sucedió porque los israelitas habían pecado contra su Dios... Habían adorado a otros dioses... El redactor del «Libro de los Reyes» se interroga sobre las causas del desastre que alcanzó el reino de Samaría. Para él es muy simple: el desastre político y militar es la consecuencia del cisma que ha llevado el Norte a separarse del Sur y que ha sido el origen de los errores y de las idolatrías. Esta interpretación de la historia es muy elemental. Las cosas no son tan sencillas. Y, a propósito del ciego de nacimiento, Jesús dirá claramente que la desgracia no es forzosamente un castigo (Juan 9, 3) como suele pensarse, demasiado a la ligera. Y Jesús repetirá esa misma idea a propósito de la «torre de Siloé» que al derrumbarse aplastó a dieciocho personas (Lucas 13, 4). Sin embar­go, en este último pasaje hay una cierta amenaza: «si no hacéis penitencia, pereceréis de modo semejante». Efectivamente, es necesario, interpretar la historia, pero con prudencia y discreción. Y sobre todo no aprovecharla para acusar a los demás... sino para una «reconsideración personal» para convertirse y hacer penitencia.

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142 12.a semana del tiempo ordinario

M A R T E S

Segundo Libro de los Reyes 19, 9-11; 14-21; 31-35; 36

Senaquerib, rey de Asiría, envió mensajeros a Eze-quías, rey de Jerusalén: «Bien has oído lo que los reyes de Asiría han hecho a todos los países, entregándolos al anatema, y tú ¿te librarías?»

' Provocación, ultimátum. Ezequías sabe muy bien a qué ha de atenerse. Su propio ejército es ridiculamente débil ante el poderoso ejército de Senaquerib: y todas las capitales vecinas han sucumbido ya. De Samaría, capital del Reino del Norte, no queda piedra sobre piedra. Y está situada sólo a unos sesenta kilómetros de Jerusalén. Y he ahí a los temibles soldados a las puertas de Jerusalén: ¡ciento ochenta y cinco mil hombres dirá el texto, algo más allá! Todo ello indica que la situación humanamente es desesperada. Es la época del profeta Isaías. Este sigue repitiendo a todos que no hay que apoyarse en las «alianzas» humanas, sino sólo en Dios (Isaías 10, 5-34)

Ezequías tomó la carta... la leyó... luego subió al Templo del Señor, y desplegó la carta ante el Señor. Gesto emocionante. Mira, Señor, lee este ultimátum que he recibido. Gesto que se repite en todas las épocas: se acude a Dios para exponerle lo que forma parte de nuestras angustias, de nuestras preocupaciones.

«Señor, Dios de Israel que te asientas sobre los Querubines, Tú sólo eres Dios en todos los reinos de la tierra. Presta tu oído y escucha... abre los ojos y mira...» Ese monoteísmo —afirmación de que no hay más que UN Dios— es ciertamente el que Isaías predica. Es una gran originalidad, en la historia de las religiones, y

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un gran progreso en la idea de «Dios». En efecto, hasta aquí el conjunto de los pueblos creía en «dioses» loca­lizados: en términos generales, cada ciudad tenía el suyo, cada rey, cada nación, tenía su «protector»; pero no se pensaba en imponer su «dios» a los demás. Esto subraya tanto más la pretensión de Israel, único en su género entonces, que adorase al «único Dios de todos los reinos de la tierra». ¿Qué concepción tengo yo de Dios? ¿Tengo yo una idea suficientemente grande de El? ¿Pienso que el único Dios verdadero, para todas las razas, es el Único, el Padre de todos los hombres, el que ama a todos los hombres?

Entonces Isaías hizo enviar un mensaje a Ezequías: «De Jerusalén saldrá un "Resto"; el celo del Señor del Universo lo hará. No entrará en esa ciudad el rey de Asiría...» Cuando un pueblo o una persona pone toda su confianza en Dios, suceden cosas sorprendentes de ese género. Efectivamente, la historia nos enseña que Jerusalén fue salvada por la llegada de un ejército egipcio y también por una epidemia de peste que diezmó el ejercito de Senaque­rib y le obligó a levantar el sitio de la ciudad. Esa salvación inesperada fue interpretada como un signo del cielo. Sucede también a menudo, que unas plegarias incluso fervorosas no son aparentemente atendidas. Porque, sigue siendo verdad que la Fe, en su forma más pura, es un ponerse en las manos de Dios, sin ningún cálculo interesado. ¡Atiéndenos, Señor! ¡Escúchame, Señor! Y ayúdanos, Señor, a seguir creyendo en Ti, aun cuando tenga la impresión de no haber sido escuchado.

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144 12.a remana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Segundo Libro de los Reyes 22, 8-13; 23, 1-3

«He hallado el libro de la Ley en el Templo del Señor...» Un pequeño acontecimiento, en apariencia banal y que llega por azar. En 622, bajo el reinado del rey Josías, unos obreros, que trabajaban en el Templo, «descubren» un libro —es el Deuteronomio—, que había sido perdido —o «escon­dido»— en ese lugar unos años antes. A todos los hombres les sucede algo parecido; y en algunos de esos acontecimientos parece «perderse la Palabra de Dios»... y en otros, se «la encuentra de nuevo»... He de llevar todo esto a la oración. Señor, ¿me sucede a menudo dejar escapar una ocasión? Tal encuentro, tal lectura, tal enfermedad, tal alegría, tal pena... en la que Tú estás ahí, escondido, ¡presto a ser encontrado de nuevo!

Cuando el rey oyó las palabras del libro de la Ley, rasgó sus vestiduras. Es el signo de su arrepentimiento, de su deseo de conversión. El Deuteronomio encontrado es todo él una llamada a la Alianza: el tono del Deuteronomio es envolvente como una confidencia... Dios ama... Dios espera ser amado... Dios nos invita a amarle. Pensando en los pecados de su pueblo en este inmenso olvido que dura hace tanto tiempo, el rey Josías tiene el corazón traspasado y rasga sus vestiduras. Pero si nosotros nos olvidamos de Dios, Dios no nos olvida jamás. Durante nuestras largas ausencias, perdura ahí y sigue amándonos siempre. El descubrimiento de este Amor trastorna a Josías y le suscita sentimientos de gozo y de arrepentimiento.

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El rey hizo convocar a todos los ancianos, con todos los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y los profetas y todo el pueblo, desde el menor al mayor. En el fondo, uno no se convierte solo. Todo aquel que descubre o que redescubre de nuevo a Dios provoca una especie de reacción en cadena: «¡Todo el que se eleva, eleva el mundo!» Que sepa yo pensar en mis propias responsabilidades. En los que dependen de mí. En todo lo que les falta cuando abandono a Dios. En todo el provecho que reciben cuando mi vida es vida según Dios. ¿Me preocupo de hacer partícipes a los demás de mis propios descubrimientos? ¿Tengo que comunicar una «buena nueva» a todos los que amo?

Leyó ante ellos todo el contenido del libro de la alianza, hallado en el templo. Josías organiza pues una especie de gran liturgia, una celebración de la Palabra. El secretario había leído el texto al rey. Ahora el rey lo lee a todo el pueblo. Como en el evangelio, los hechos se desarrollan en cascada: los obreros encuentran el libro cuando estaban trabajando, lo llevan al sumo Sacerdote Helcías, éste convoca a Safan, secretario del rey, Safan advierte al rey Josías que propone la Alianza a todos los habitantes de Jerusalén. La Palabra de Dios pasa de mano en mano, de boca en boca, de oído en oído. ¡Dios necesita a los hombres!

El rey estaba de pie junto a la columna, y concertó ante el Señor la «alianza» que le obligaba a seguir al Señor, y a guardar sus mandamientos con todo el corazón y toda el alma... Comienza una reforma, una nueva fase de vida. «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma...»

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J U E V E S

Segundo Libro de los Reyes 24, 8-17

Dieciocho años tenía Joaquín cuando comenzó a reinar y reinó tres meses en Jerusalén... Hizo el mal a los ojos del Señor, enteramente como había hecho su padre. Decididamente la historia se precipita. Ese joven rey no pierde el tiempo para caer en todos los errores de sus predecesores. «Hizo lo que desagrada al Señor»: injusticias sociales, laxitud moral, culto a los dioses, política únicamente humana, sin referencia a la fe. Este último reproche es el más grave y es lo que reprueban los profetas. «No os apoyáis suficientemente en Dios... sólo contáis con vuestras propias fuerzas... En lugar de confiar en el Señor, buscáis "alianzas" humanas y abandonáis la "Alianza" divina». Este fue el caso de Yoaquimo, padre de Joaquín, que se había rebelado contra Nabucodonosor, apoyándose en el faraón de Egipto. Su hijo hizo lo mismo.

Las gentes de Nabucodonosor subieron contra Jeru­salén y cercaron la ciudad. La ciudad se rinde. El milagro que se produjo en tiempo de Ezequías no se repite. Es la agonía de un reinado y el final de una corta independencia y de una corta prospe­ridad. El pueblo de Israel solo tuvo verdadera indepen­dencia con sus jefes propios durante cuatrocientos años, entre David y Joaquín.

El rey, su madre, sus dignatarios fueron deportados a Babilonia... Nabucodonosor se llevó de allí todos los tesoros del templo y del palacio real, rompió todos los objetos de oro que había hecho fabricar Salomón para el santuario: así se cumplió la palabra del Señor. ¡Este saqueo sacrilego es presentado como una voluntad de Dios!

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Decididamente, Dios es mucho mayor aún que todo lo que nos imaginamos: no necesita de nuestras ceremonias, ni de nuestros vasos sagrados... ¡sólo quiere nuestros corazones! Las duras palabras de Jesús, anunciando, en su tiempo también, una nueva destrucción del Templo, van en ese mismo sentido. Ocasión ésta de preguntarnos si tenemos las mismas perspectivas que Dios: ¿estamos muy apegados a los ritos? o bien, ¿estamos apegados a Dios? Dios no preservará de la destrucción ni siquiera sus «iglesias», sus «santuarios» y sus «instituciones»... si estuvieran vacíos de sentido.

Deportó a Babilonia a todos los dignatarios y nota­bles, a todos los herreros y cerrajeros... no dejó más que a la gente pobre del país. Esto es el comienzo del gran «Exilio» que marcará tanto la historia del pueblo de Israel. Será el tiempo de la purificación y el tiempo de la profundización. Purificación: porque en el exilio, se sufre. Los antiguos prisioneros y deportados lo saben muy bien. Supresión de la libertad. Atentados a la dignidad. Pesados trabajos de esclavitud. Y todos esos sufrimientos hacen reflexionar. Profundización: porque la fe queda despojada de todas sus formas exteriores, ya no hay ni sacerdote ni profetas, ni sacrificios, ni culto... es la ocasión de acentuar una relación con Dios en la fe desnuda. Señor, ayúdanos a vivir también cualquier acontecimien­to, feliz o desgraciado, a la luz de la Fe.

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VIERNES

Segundo Libro de los Reyes 25, 1-12

Humanamente hablando, se trata de los últimos sobre­saltos de ese pobre reino. De hecho sabemos que un pueblo más «espiritual» purificado por la prueba, saldrá de él. En 597, cuando la primera toma de Jerusalén, y después de la primera deportación, Nabucodonosor instaló en Jerusalén a un rey fantoche, Sedecías. Entre los deportados, hay un sacerdote, de nombre Ezequiel, que, desde Babilonia, continuará meditando y revelando la «Palabra» de Dios. En Jerusalén otro profeta, Jeremías, grita al pueblo y al rey los mensajes de Dios: paradójicamente Jeremías recomienda la sumisión y la colaboración ¡con el «ocupa­dor»! Pero Sedecías no le escucha. Y él también, como sus predecesores se las da de listo aliándose con Egipto. Es un mal cálculo político. La reacción de Nabucodono­sor será terrible.

Nuevo asedio a la ciudad... Al cuarto mes de sitiada arreció el hambre en la ciudad... Jeremías, en sus lamentaciones, enumera los dramas humanos que se desarrollan en esa ciudad sitiada: los niños que lloran... los cadáveres sin enterrar... el mercado negro que arrecia...

Una noche el rey trató de escapar. Fue capturado por las milicias babilónicas. Nabucodonosor mandó de­gollar a los hijos de Sedecías, a la vista de su padre, luego sacó los ojos de Sedecías, lo encadenó y lo llevó a Babilonia. Tal es el fin del último rey de Israel, el fin de esa dinastía a la que Dios, por el profeta Natán, había prometido una posteridad eterna: «uno de tus hijos reinará para siempre en el trono que te he dado, había dicho a David.» De hecho se degolló a sus hijos a su vista... y ésta será la

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última visión que el rey se llevará consigo, pues el babilónico le sacó los ojos inmediatamente después. Era cosa corriente en aquella época: los bajorrelieves repre­sentan a menudo tales escenas. Dios ¿abandonaría a su pueblo? Las promesas de Dios ¿serían vanas y falsas? Hay que reflexionar y orar mucho ante tales aconte­cimientos. Porque aportan una significación para todos los tiempos y por consiguiente también para nuestra época, para la Iglesia de HOY. Las promesas de Cristo —«las fuerzas del infierno no prevaldrán contra la Iglesia»— no dispensan a la Iglesia de ciertas formas de muerte aparente... puesto que él mismo pasó por ello, el primero. Pueden imaginarse muy grandes dramas, como el de Sedecías. Algunos Papas han sido ya martirizados. Las promesas de Cristo no preservan a la Iglesia, tan sólo le aseguran su presencia en el corazón mismo de la muerte, en vistas a una nueva vida. La única respuesta a esta interrogación trágica: «Dios ¿había abandonado a su pueblo?» está en la historia de ese mismo pueblo. Ese pueblo retornará del exilio. Ese pueblo purificado producirá, para el mundo entero, una de las más bellas páginas del más hermoso libro sagrado, la Biblia. Señor, creo que la respuesta al «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¡se halla en la mañana de Pascua! Pero qué duro es, Señor, creer cuando se está en la noche, y cuando, humanamente triunfa el fracaso aparente, cuando es la hora del Viernes Santo.

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SÁBADO

Lectura del Libro de las Lamentaciones de Jere­mías 2, 2; 10-14; 18-19

Es muy conveniente que al terminar esa sección histórica del Libro de los Reyes, la Iglesia nos proponga una página de un «hombre inspirado», que nos recuerda que hay dos niveles en la historia. —El nivel de los hechos que las crónicas y los periódicos pueden describir y narrar... —El nivel de la aventura espiritual, el que unos testigos pueden vivir en el hondón de sí mismos, en el interior mismo de esos acontecimientos.

El Señor ha destruido sin piedad todas las moradas de Jacob... Ha derruido, en su favor, todas las fortale­zas de la hija de Judá... En tierra están sentados, silenciosos, los ancianos... Han derramado polvo sobre su cabeza... Las doncellas de Jerusalén inclinan su cabeza hacia la tierra... Se agotan de lágrimas mis ojos, tiemblan mis entrañas por el desastre de la hija de mi pueblo, porque desfallecen niños y lactantes por las calles de la ciudad: Dicen a sus madres: «¿Dónde hay pan?» Es un gran poeta el que ha escrito esto. Y un corazón sensible. Y un hombre de Dios. Es solidario de las desgracias que se han abatido sobre su pueblo... Incluso si este pueblo es culpable. ¡Y lo es! Incluso si ya había anunciado esas desgracias. ¡Y lo hizo con valentía! Lo que resulta más trágico es pensar que esta página no es solamente la descripción de un suceso del pasado: HOY también, es posible, Señor, en nuestra época de abundan­cia en ciertos países, HOY, en el mundo muchísimos niños gritarán pidiendo pan, o arroz,o mandioca... y sus madres no sabrán qué decirles. Con Jeremías puedo llorar yo también.

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En todo caso no tengo derecho a quedarme tranquilo, sin hacer nada.

¿Qué puedo decirte? ¿A quién te compararé, hija de Jerusalén? ¿Quién podría sanarte? Sí, hay que interrogarse. Con esas preguntas. Y con otras.

Tus profetas tuvieron visiones locas y engañosas. Los falsos profetas son los que llevan a todo un pueblo a la desgracia, los hay también en todos los tiempos. Señor, danos verdaderos profetas.

Que tu corazón clame al Señor... Como agua, tu corazón se derrame ante el rostro del Señor... Alza tus manos hacia El... Una invitación a la oración. Si otra cosa no es posible que no falte ésta. Pero hay algo a hacer según nuestros medios y responsa­bilidades. Porque la oración nos transforma para adoptar los puntos de vista de Dios. Sí, el sufrimiento existe. Es inútil taparse los ojos. Pero hay que creer que no es la última palabra de la historia. Jerusalén está destruida. Todo es luto y miseria. Pero no está todo perdido, mientras un hombre como Jeremías esté ahí: el diálogo con Dios continúa, y la vida volverá a su curso.

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Décima tercera semana del tiempo ordinario

L U N E S

Amos 2, 6-10; 13, 16

Los textos de las tres últimas semanas han evocado un contexto histórico: los tres siglos de monarquía de Israel, que van del siglo IX al siglo VI antes de Jesucristo. Fueron tiempos tan agitados como los nuestros: guerras internacionales, lucha social, conflictos políticos, distur­bios religiosos. En ese contexto, unos «hombres de Dios», los profetas, intervienen. Será su voz potente la que oiremos durante las ocho próximas semanas: Amos, Oseas, Isaías, Miqueas, Jere­mías, Nahúm, Habacuc, Ezequiel... Todos combaten «a mano limpia» sin armas; sólo por medio de la oración y de la palabra. Son los más grandes «testigos de Dios» de toda la historia: defienden el proyecto de Dios —la Alianza, como decían— defen­diendo a los humildes y oprimidos —defendiendo la Justicia, como decimos hoy. Oigamos primero, esta semana, al áspero y valiente Amos que profetizó en el Reino de Samaría, bajo Jeroboan II, de 784 a 744.

Palabra del Señor. Es el estribillo que estalla como un trompetazo para despertar las conciencias. Los profetas tienen la audacia no sólo de hablar de Dios, sino de pensar que hablan «en su nombre»: Dios habla por su boca. Juan Bautista decía: «soy la voz que grita...» Y sin embargo no era más que un pastor de Técoa, pueblecito a nueve kilómetros de Belén (Amos 1, 1). Ayúdanos, Señor, a oír tu Palabra en la palabra de nuestros hermanos. Danos ese inmenso respeto a la palabra de los demás, que puede ser un eco de tu voz.

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Por tres crímenes de Israel, y por cuatro, lo he decidido y seré inflexible... Yo os estrujaré, como estruja el carro lleno de gavillas; el hombre ágil no podrá huir, ni el desenvuelto salvará su via, y el más esforzado entre los bravos huirá desnudo... aquel día. Amos es uno de los más grandes pintores literatos realistas. Con vivas imágenes describe la catástrofe histórica que está al llegar, si los hombres no se convier­ten. No nos apresuremos a quedarnos tranquilos, HOY, pensando que esos «profetas de calamidades» vivían en una época distinta a la nuestra, y que su lenguaje era, ciertamente, excesivo. Jesús no habló de otro modo. Decía también: «Si no os arrepentís, pereceréis todos de la misma manera.» (Lucas 13, 5) El «día» de Dios será un día en el que nadie se burlará de Dios. «Aquel día» nadie escapará a la justicia. Pero, ¿cuáles son esos cuatro crímenes que suscitan la cólera de Amos, y de los cuales se atreve a decir que suscitan también la cólera de Dios?

1. Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias. 2. Porque aplastan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y tuercen el camino de los humildes. 3. Porque hijo y padre acuden a la misma moza, para profanar mi santo Nombre. 4. Porque sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar, y beben el vino de los que han multado... Injusticia social. Jueces corrompidos. Sexualidad abe­rrante. Afán de placer. Sociedad de consumo indiferente. ¡No! nadie se burlará para siempre de Dios. Dios es partidario de la moral más natural: Nadie se mofa impunemente de la más elemental «conciencia» humana.

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154 13.a semana del tiempo ordinario

MARTES

Amos 3, 1-8; 4, 11-12

Escuchad esta palabra que pronuncia el Señor contra vosotros, hijos de Israel: «De todas las familias de la tierra solamente a vosotros conocí; por eso os pediré cuenta de todas vuestras iniquidades.» Ningún pueblo escapará a la justicia de Dios. Y Amos afirma con un vigor no superado, la igualdad de todas las razas y de todas las naciones ante la justicia y la mi­sericordia de Dios. Hay que leer (Amos 1, 3 a 2, 3) la lista de los crímenes de Damasco, de Gaza en Filistea, de Tiro en Fenicia, de Edom, de Ammon y Moab... vecinos paganos. Todos deberían obrar según su conciencia. Le­jos de ser un privilegio, la elección particular de Israel es una mayor responsabilidad. Amos invita a profundizar la idea de Alianza: maestro de todos los pueblos, fiador de todas las conciencias humanas, Dios eligió un pueblo para que fuera el «testigo» de una cierta concepción de la existencia. Llevo a la oración mi responsabilidad particular proce­dente de las gracias de elección con las que he sido colmado. Jesús dirá también lo mismo: «Yo os lo digo, en el Día del Juicio, habrá menos rigor para Sodoma, que para ti.» (Mateo 11, 24). Dios es coherente en sus ideas: Amos anuncia a Jesús.

Ha hablado el Señor: ¿quién podría rehusar ser su profeta? Seguramente debieron de preguntar a Amos: «después de todo, ¿quién nos prueba que hablas en nombre de Dios?» Amos responde afirmando muy firme, cuánto tiene su vocación de inesperado y de irresistible. Cuando Dios habla, ¿quién podría resistirle? Señor, danos esa convicción fuerte como una evidencia, de que eres Tú quien nos llama en ciertos momentos de nuestras vidas. En lugar de quedarnos en el nivel elemental y banal del azar, de las influencias psicológi-

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cas, de los condicionamientos de la herencia o del medio... haz que sintamos, Señor, todo lo que hay de trascendente en ciertas llamadas que oímos, en unos compromisos que nos solicitan. Efectivamente, nada menos que el Señor Dios es quien nos habla en esos instantes: ¿quién podría rehusar su llamada?

¿Ruge el león en la selva, sin que haya presa para él? ¿Cae el pájaro en el lazo sin que haya un cebo que le atraiga? ¿Suena el cuerno en una ciudad sin que se alarme el pueblo? ¿Llega el infortunio a una ciudad sin que el Señor sea el autor? El león ha rugido, ¿quién puede no espantarse? Dios ha hablado, ¿quién podría rehusar ser su profeta? Imágenes vivas, inolvidables. Es realmente la experien­cia de un hombre que ha hallado a Dios. Amos no dice «cómo» sucedió. Dice la impresión que le quedó grabada: la llamada de Dios, lo que ha sido tan fuerte para él como un rugido de león, como un cuerno que suena, como una trampa que se dispara. En cuanto a mí, ¿cuál es mi vocación? ¿Qué «rugido» de Dios he percibido? ¿Qué hay de irresistible en mi vida? ¿A qué tiendo a resistirme? ¿Qué es lo difícil? La dificultad es a veces señal del deber.

¡Prepárate Israel a encontrar a tu Dios! En lugar de la palabra «Israel» puedo poner mi propio nombre. «¡Prepárate... a encontrarte con tu Dios!» Dios no habita en lo alto, allá lejos. Se le encuentra en cada llamada de nuestra conciencia, en el hondón mismo de nuestras vidas. Cada instante nos trae una voluntad, un querer del Señor. ¡Prepárate a encontrarte con tu Dios! En la vida corriente se puede esquivar ese «encuentro», o bien no darse cuenta. ¡Cuan hábiles somos a cerrar los ojos y los oídos!

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156 13.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Amos 5, 14-15; 21-24

Palabra del Señor. Buscad el bien, no el mal... Entonces el Señor, Dios del universo, estará con vosotros, tal como decís. «Dios con vosotros» es una de las fórmulas de la Alianza. Al final del reinado de Jeroboan II, hacia el 750 el Reino del Norte vive en la prosperidad: éxitos militares, activi­dades comerciales fructuosas, riqueza y lujo. Las gentes acaban por creer que son objeto de una especie de particular predilección divina. Y se cantan las ventajas de la Alianza. Amos denuncia esta falsificación de la Alianza, esta «pretensión» de privilegio. Para estar realmente «con Dios», hay que «buscar el bien y evitar el mal».

Detestad el mal, amad el bien, haced que reine el derecho en el Tribunal. Lo que agrada a Dios es la búsqueda del bien, tanto en el plan individual como en el plan social. Una civilización de abundancia puede, por desgracia, encubrir muchas injusticias: la corrupción del derecho es, para Amos, un crimen profesional... porque cuando más potente es uno, cuanto más poder tiene, más fácilmente puede perjudicar a las gentes humildes que no pueden defenderse. Me pregunto: ¿soy justo? En lo que de mí depende ¿hago que reine el derecho?

Detesto vuestras peregrinaciones festivas, no me gus­tan vuestras asambleas. Cuando me ofrecéis holo­caustos y ofrendas no me complazco en vuestras oblaciones. Vuestros sacrificios de animales cebados ni siquiera los miro. Apartad de mi lado el sonido de vuestras canciones. No quiero oír la salmodia de vuestras arpas... Jamás ha sido condenado con más vigor el formalismo litúrgico.

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Esta violenta acusación de la hipocresía religiosa será frecuentemente repetida por los profetas (Isaías 1, 10-16; 29, 13; 58, 1-8; Oseas 6, 6;Niqueas 6, 5-8; Jeremías 6, 20). Jesús tendrá acentos equivalentes (Lucas 11, 41; Mateo 7, 21; Juan 4, 21-24). Hay que imaginarse al profeta Amos de pie a la puerta del Templo de Siquem, y vociferando esas invectivas contra el culto en las barbas de los sacerdotes y peregrinos... y en el nombre mismo de Dios. «Vuestros gestos religiosos, dice Dios, no me interesan.» No es el culto en cuanto tal lo denunciado, sino el divorcio entre la «fe» y la «vida»: no puede uno creerse en regla con Dios porque cumple los ritos, si, por otra parte, desprecia los preceptos elementa­les de la justicia social y del amor al prójimo. San Pablo dará la expresión más elaborada y positiva de ese gran principio: «Ofreced vuestras personas como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.» (Romanos 12, 1-2) El verdadero culto que agrada a Dios es nuestra vida cotidiana, vivida en la justicia y el amor. Esto vale más que todos los ritos (Salmo 40, 7-9) (Salmo 50, 5-15; 51, 18-19)

Pero que el derecho fluya como un manantial, la justicia como un arroyo perenne. ¿Estoy de veras convencido de que Dios prefiere un acto de justicia a la solemnidad de hermosas ceremonias? Las religiones siempre corren el riesgo de esta desviación hacia el formalismo. ¿Caigo también yo en esta desviación? Me detengo ante Ti, Señor, para considerar mi jornada de HOY, a fin de que el derecho en toda ella «fluya como un manantial y la justicia como un arroyo perenne.» Los demás tienen derechos sobre mí.

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158 13.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Amos 7,10-17

Amadas, sacerdote de Betel, mandó decir a Jero-boam: «Amos conspira contra ti... el país no puede tolerar más sus discursos.» Y Amadas dijo a Amos: «Vete de aquí con tus visiones, huye a la tierra de Judá; allá podrás ganarte la vida y profetizar, pero en Betel no sigas profetizando porque éste es el dominio real y el santuario del rey.» No es sólo hoy que se expulsa a los profetas, a los oponentes políticos o religiosos, los Soljetisne, los Martin Luter King... No es de hoy que se quiere acallar las voces que estorban. Jesús también es una de esas voces que se ha procurado acallar, con la muerte. No es de hoy que la gente situada —Amacías era sacerdote oficial— tratan de conservar a cualquier pre­cio, sus privilegios.

Amos respondió: «Yo no era profeta ni hijo de profeta; era un simple pastor y picador de sicómoros. Pero el Señor me escogió...» Había, en aquel tiempo, profetas de oficio, profetas hijos de profetas que ganaban su vida atendiendo las consultas de la gente, ávida de conocer el porvenir. Amos es alguien muy distinto. El no se dio su vocación: «¡Dios me escogió!» Soy un hombre libre. El dinero no cuenta para mí. ¿No me siento tentado alguna vez de endulcorar la Palabra de Dios para evitarme disgustos? ¿Me dejo yo «prender» por Dios? ¿Me atrevo a decir ciertas palabras aun corriendo el riesgo de perder ciertas ventajas? ¿Me avengo a ciertos abandonos, a ciertos compromisos para que me dejen en paz? Concédenos, Señor, la valentía de mantener nuestras opiniones, nuestras convicciones.

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El Señor me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo Israel.» Ser apóstol no procede de un prurito de actuar, ni de un deseo de tener una influencia. Es la respuesta a una llamada apremiante de Dios. A pesar de la apariencia, Amos no tiene nada de anarquista; aunque se le acusa de querer cambiar el orden establecido... no es un revolucionario animado, sólo, por una ideología humana... es un enviado de Dios: «es el Señor quien me ha llamado.» Aprovecho esta ocasión para revisar delante de Dios las motivaciones profundas de mis compromisos. ¿Cuál es la finalidad de mi actuación? ¿Por qué causa milito?

Pues bien, así dice el Señor: «Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán por la espada; tus tierras serán repartidas a cordel; tú mismo morirás sobre un suelo impuro, e Israel será deportado lejos de su país.» La Palabra de Dios no está encadenada, decía san Pablo. (II Timoteo 2, 9) A pesar de las amenazas, Amos era ya capaz de decir a los poderosos de este mundo las palabras más difíciles de decir. Te ruego, Señor, por todos los que tienen la responsabi­lidad de «decir la verdad», en la Iglesia como en el mundo. Ayuda, Señor, a los que tienen la responsabilidad de informar a la opinión pública para que, alguna vez, tengan la valentía de disipar las ilusiones y de hablar contra corriente de las facilidades... «Que vuestra palabra sea sí, si es sí; no, si es no», decía Jesús.

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160 13." semana del tiempo ordinario

V I E R N E S

Amos 8, 4-6; 9-12

Escuchad esto los que aplastáis al pobre y queréis suprimir los humildes del país, porque decís: «¿Cuán­do pasará la fiesta del novilunio para poder vender el grano? ¿Cuándo acabará el Sábado para poder dar salida al trigo?» El novilunio como el Sábado interrumpía las transaccio­nes comerciales. (Levítico 23, 24; Éxodo 20, 8) Y vemos que en todas las épocas los fieles han intentado mante­ner tranquila su conciencia observando los preceptos rituales, absteniéndose de trabajar los días de fiesta religiosa... ¡pero conservando su afán de ganancia! Esta «fachada» de piedad no puede engañar a Dios. Ninguna religión debe camuflar la explotación de los pobres.

¡Achicaremos las medidas, aumentaremos el peso con el fraude en las balanzas. Podremos comprar por poco dinero al desgraciado, y al pobre por un par de sandalias. Venderemos incluso los desperdicios del trigo! Dios oye el grito de los desgraciados. Dios ve el «alza de los precios» y el baile de las etiquetas y Dios sabe que son los más pobres los que más sufren. Concédenos, Señor, concede a todos los hombres el sentido de la más estricta conciencia profesional. Ayúdanos a encarnar nuestra religión en los actos más concretos de la vida cotidiana para defender a los más desprovistos. Ayuda nuestras Iglesias a comprometerse más claramente frente a las injusticias económicas que sumen en la desesperación del hambre a más de la mitad del universo.

En aquel día —Oráculo del Señor Dios— haré poner­se el sol, a mediodía, cubriré la tierra de tinieblas en pleno día. Trocaré en duelo vuestras fiestas... Todas

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serán arrasadas... Y su final un día de amargura. El «día de Dios», es el día en que será castigada toda injusticia. La explotación de los pobres tendrá un fin. Ese «día del Señor» va acompañado de signos cósmicos —temblores del suelo, eclipses de sol—, imágenes fantás­ticas estereotipadas que se encontrarán desde ahora en todos los apocalipsis. Entonces las ilusiones de los ricos se esfumarán, como el humo. ¿No hay ya, desde ahora, una especie de maldición que como una gangrena ataca a los países más avanzados? La droga, la polución, la criminalidad, la anestesia de las conciencias. La injusticia lleva en sí misma su propio castigo. Señor, ten piedad de nosotros. Señor, sana nuestras sociedades. Haznos lúcidos, Señor, para que sepamos ver el mal que corroe a la humanidad.

He aquí que vienen días —Palabra del Señor Dios— en que yo enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír las palabras del Señor. Vagarán de mar a mar; irán y vendrán del norte a levante buscando la palabra del Señor, pero no la encontrarán. Esta es la mayor desgracia, hombres que por fin despier­tan de su letargo y que se ponen, por fin a buscar un sentido a su vida, hombres en quienes el «hambre de Dios» ha penetrado... pero que se encuentran cara al vacío del ateísmo. Una sociedad que ha evacuado a Dios y que se encuentra frente a la nada. Cansado de hablar sin ser escuchado, ¡Dios calla! ¡No se escuchaba a los profetas... ya no los hay! ¡Señor, continúa hablándonos! Continúa enviándonos a tus profetas. Danos hambre de Ti... el hambre y la sed de tu palabra.

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SÁBADO

Amos 9, 11-15

En aquel día levantaré la cabana ruinosa de David, repararé las brechas, restauraré las ruinas, la recons­truiré como en los días de antaño. Amos ha sido ante todo un «profeta de desdichas»: que para provocar a la conversión, anuncia catástrofes. Sin embargo no olvidemos que, de hecho, esas catástrofes sucedieron. Caída de Samaría en 722. Caída de Jerusalén en 586. Con todo su cortejo de horribles sufrimientos. ¿Vamos, con Nietzsche, a acusar a la religión de ser «el sepulturero de los entusiasmos humanos»? Los profetas, ¿se habrían complacido en la desgracia y serían unos aguafiestas? ¡No! La última palabra de los profetas es siempre la esperanza. El «día del Señor» es calamidad porque destruye el mal, pero es ante todo «salvación» porque «las ruinas serán restauradas y las ciudades recons­truidas».

He aquí que vienen días —Palabra del Señor— en que el labrador empalmará con el segador. El tiempo se acorta: apenas ha sido labrada la tierra que ¡ya apuntan las espigas! Es la abundancia. Ya no hay que esperar para saciar el hambre.

Destilarán vino nuevo las montañas y en todas las colinas se derretirá. Estas imágenes nos invitan a soñar. Es preciso descubrir de nuevo la esperanza. El «vino» es el símbolo de la alegría, de la comida festiva. Jesús lo escogió como símbolo de sí mismo.

Volverán a Israel los deportados; reconstruirán las ciudades devastadas y habitarán en ellas; plantarán viñas y beberán su vino; cultivarán las huertas y comerán sus frutos.

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En verano en que tantos hombres reencuentran la natura­leza es bueno contemplar en el mundo físico, en una hermosa «huerta», en un árbol frutal los signos de esta vida abundante que Dios quiere darnos. «He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.» (Juan 10, 10) El trabajo tiene a menudo un carácter pesado, alienante, es la tarea que, con demasiada frecuencia, se hace sin alegría, porque es penoso ganarse la vida. Pero precisa­mente lo que aquí se anuncia es un trabajo no alienante, que no tiene el carácter de castigo según el Génesis (3, 19): «Ganarás el pan con el sudor de tu frente.» Señor, ayuda a los hombres aplastados por su trabajo. Condúcenos hacia nuestra profunda liberación.

Yo los plantaré en su suelo y no serán arrancados jamás de la tierra que les di. Eso dice el Señor, tu Dios. Para Dios, la vida presente, sobre la tierra, no es un simple accidente fortuito, ni siquiera una preparación para «la otra vida». Tenemos el deber de ser felices aquí abajo: es un don de Dios. Sin embargo, sabemos que esas promesas divinas no se realizan nunca totalmente en la tierra. Hay pues que permanecer abiertos a las perspectivas de la vida eterna en la que «Dios será todo en todos», realizando una felicidad en plenitud (Apocalipsis 21, 4)

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164 14.a semana del tiempo ordinario

Décima cuarta semana del t iempo ordinario

L U N E S

Oseas 2, 16-18; 21-22

Es en su propia vida conyugal, terriblemente desgraciada donde Oseas encontró los acentos más maravillosos para hablar del amor de Dios hacia su pueblo infiel.

Mi esposa infiel... El capítulo I de Oseas nos relata la sombría historia de un marido engañado. Gómer, su mujer, era una prostituta. Sin duda una de esas cortesanas sagradas que ofrecían sus cuerpos a las liturgias sexuales de Baal. Para comprender el drama de ese profeta, hay que escuchar los nombres que osa dar a los hijos que Gómer le aporta de su vida disoluta. Al primero le llama Yizreel: nombre del palacio donde el general Jehú mandó degollar a toda la familia de su predecesor para apoderarse del trono... algo así como sí a un niño se le pusiera hoy el nombre de «Buchenwald». A la segunda, una niña, la llama Lo Ruhama: «la no amada», a un tercer hijo le llama Lo Amni: «No-mi-pueblo». Todo parece acabado, deses­perado. Pero el verdadero amor ¿ha dicho jamás la última palabra?

Mi esposa infiel, yo voy a seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré de corazón a corazón. La historia de Oseas es la historia de Dios con su pueblo. ¡Es nuestra propia historia! La historia de una humanidad siempre tentada a ser infiel, y a la que Dios no se cansa de perseguir con su ternura. «¡Fue preciso que yo pasara por esto, dice Oseas para comprender cuánto nos ama Dios!» Es emocionante oír a ese hombre decidido a volver a dar

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todas las posibilidades a su esposa infiel... y hablando de ella con tanto afecto: «le hablaré de corazón a corazón.»

Y responderá ella, allí, como en los días de su juventud. En aquel día me llamará «esposo mío», y no me llamará más «Baal mío». Yo te desposaré conmigo para siempre. Ciertamente es uno de los pasajes cimeros de la revela­ción bíblica. Después de la infidelidad de nuestros pecados, Dios sigue amándonos y sigue proponiéndonos su amor, con la misma ternura de siempre. Es como el canto primaveral y fresco de los primeros esponsales, en la ilusión del primer amor. Pero la pareja ha pasado ya la prueba: ha sido purificada por el sufrimiento y tendrá en adelante una solidez inquebran­table: «¡será para siempre!» ¡Todo el evangelio de la «misericordia» está ya aquí! Hay que detenerse a contemplar ese Corazón de Dios, capaz de amar de modo totalmente gratuito, infinitamente desinteresado. Dios ama a los pecadores. Dios me ama a mí que soy pecador. En todo momento me da facili­dades.

Te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en ternura... Te desposaré conmigo en fideli­dad y tú conocerás al Señor. La palabra «amor» traduce aquí un término hebreo importante: «hésed». Ese término expresa la idea de un «lazo profundo, apasionado, visceral», una especie de solidaridad vital, un compromiso, una inclinación afectiva. Se ve que se trata de algo que es mucho más que un sentimiento, que un amorío. Oseas añade la idea de «conocimiento»: tú conocerás al Señor.

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MARTES

Oseas 8, 4-7; 11-13

Palabra del Señor: Los hijos de Israel han puesto reyes sin contar conmigo, han puesto príncipes sin saber­lo yo. Dios reivindica su derecho a decir una palabra en todos los dominios, incluso en la política. Efectivamente, porque en su ámbito están constante­mente comprometidos la moral y el bien de los hombres. Es en el nombre mismo de Dios que los profetas han presentado a los gobiernos las exigencias de la justicia social, del respeto del derecho.

Con su plata y oro se han hecho ídolos, para su propia destrucción... ¡Rechazo tu becerro de oro, Samaria! Mi cólera se ha inflamado contra vosotros: ¿hasta cuándo permaneceréis en la impureza? El profeta habla en nombre de Dios para condenar la contaminación de la religión auténtica por la idolatría: el estricto monoteísmo —un solo Dios— poco a poco ha ido acomodándose a prácticas paganas. Por el hecho de vivir entre poblaciones cananeas los hebreos consienten en que se vayan introduciendo elementos del culto de Baal. Baal era un dios de la fecundidad de la naturaleza, simbolizado por un toro. En su honor tenían lugar frenéticos ritos sexuales. Esas concepciones religiosas naturistas eran, por desgracia, muy populares porque daban la impresión de ser una súplica al dios de la fecundidad para obtener abundantes cosechas y sanos rebaños así como el nacimiento de muchos hijos en las familias. Los sacerdotes de Yavéh, el verdadero Dios, el Único, estaban tentados de consentirlo, explotando así las tendencias populares más elementales. Leyendo al profeta Oseas, dejando de lado algunos detalles que manifiestan una civilización distinta a la nuestra, encontramos uno de los problemas de nuestro tiempo: la contaminación de la fe auténtica por el

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materialismo ambiental. El oro. La plata. La sexualidad, ídolos también de HOY. ídolos ilusorios incapaces de satisfacer el hambre profunda del hombre.

Ese becerro de Samaria quedará hecho trizas. Puesto que sembraron viento, segarán tempestad. El trigo no dará harina; y la que diere la tragarán los extraños. El castigo subraya la ilusión, el vacío total de esos ídolos, ¡que no son sino viento! ¡Esperan que Baal fertilice los campos! ¡Pues bien, el trigo será hueco, sin harina! Y, cas­tigo supremo, el envilecimiento de la civilización condu­cirá a derrotas militares, con sus razzias clásicas: ¡los vencedores vacían los graneros y las bodegas! Quien sabe si nuestra sociedad de «consumo» que es también sociedad de «placer» no contiene en su seno su propia destrucción. Los hombres, faltos de valentía y vacíos de todo ideal noble y profundo, se embrutecen progresivamente para desaparecer un día por extinción, por ¡«fin de raza»! ¿Qué diría Oseas, si regresara a la tierra hoy?

Ahora el Señor recordará las culpas de su pueblo y contará sus pecados. Tendrá que volver a Egipto. Ayer escuchamos la revelación sorprendente del amor de Dios. Hoy, oímos otra verdad complementaria y no menos importante. Israel tenía una vocación única entre todos los pueblos, debía ser el testigo de la Alianza. Había sido liberado de la esclavitud de Egipto para esta misión: si no desempeña su papel, «volverá a la esclavi­tud». De hecho, por su manera de vivir, está ya en ella.

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MIÉRCOLES

Oseas 10, 1-3; 7-8; 12

Israel era una vid frondosa que producía mucho fruto. Por primera vez el pueblo elegido es comparado a una «viña» que ha de dar mucho fruto. Ese tema será desarrollado en (Salmo 79, 9, Isaías 5,1, Jeremías 2, 21; 11-17; Ezequiel 17, 6) Jesús utilizará esa imagen tradi­cional. (Mateo 21, 33; 20, 1; Juan 15, 1) ¿Soy yo una buena viña para Dios?

Pero, cuanto más aumentaba su fruto, más aumentaba los altares. Cuanto mejor era su país, mejores y más lujosos hacían los ídolos. Era Dios quien daba la prosperidad y la felicidad. Pero ellos iban a dar gracias a los Baales. ¿No hacemos también esto nosotros cuando sacamos un mal provecho de nuestros éxitos? ¿Sabemos ser agradeci­dos por nuestros éxitos y nuestras expansiones?

Su corazón es doble. Fingen permanecer fieles al verdadero Dios, pero de hecho su corazón está en los cultos sensuales de los Baales. En verdad, Señor, mi corazón es también doble. Me atrae el bien, pero mi corazón va hacia los materialismos fáciles. San Pablo confesará que hay «dos hombres en él, uno que se complace en la ley de Dios, otro que le empuja al pecado.» (Romanos 7, 14-25)

Mas ahora van a expiar. El Señor demolerá sus altares, romperá sus ídolos. Dirán: No tenemos rey porque no hemos temido al Señor... ¡Samaría se ha acabado! Su rey es como espuma sobre el agua... El castigo toma la forma de un final de civilización: el poder político pierde toda su fuerza en la relajación general y la sociedad se destruye a sí misma antes de perecer por los golpes de los vecinos. Oseas pudo haber

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constatado ya los primeros síntomas de ello en la inestabilidad del poder. A la muerte de Joroboam co­mienza la carrera por el poder. Zacarías, su hijo, es asesinado a los seis meses de reinado. Shalum ha de pedir ayuda a Asiría para asentar su autoridad. Pequahya cae bajo los golpes de uno de sus oficiales después de sólo un año de reinado. Crece la anarquía. La nación se disgrega. Pronto morirá Samaría bajo los golpes de Asiría, en 722. Y el profeta interpreta toda esa historia: «¡Se ha acabado Samaría! su rey no es más que espuma...»

Espinas y cardos crecerán sobre los altares. Dirán entonces a los montes: «Cubridnos» y a las colinas: «Caed sobre nosotros» Cuan emocionante es ver a Jesús citar ese pasaje de Oseas (Lucas 23, 30) para decir, él también, que los hombres, ante la amplitud de la catástrofe, no tendrán ninguna «razón de vivir» y desearán la muerte. En esto para, finalmente, el «furor de vivir» sin freno ni ley. De hecho, en las civilizaciones llamadas «avanzadas» es donde progresa el número de suicidios.

Sembraos simiente de justicia, recoged cosecha de amor, entonces será el tiempo de buscar al Señor, hasta que venga a Hoveros justicia. Las amenazas de los profetas, nunca son solamente amenazas. Siempre se abre una esperanza de conversión, en un futuro mucho mejor, si los hombres quieren colaborar en ello... Gracias, Señor. ¡Danos la valentía de «sembrar la justicia», para que Tú, por tu parte, «lluevas justicia»!

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170 14.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Oseas 11, 1; 3-4; 8-9

Palabra del Señor. Cuando Israel era niño, yo le amé. Y de Egipto llamé a mi hijo. No, Dios no se resigna a castigar. A pesar de que, desde hace tres días, hemos oído cuan deplorable e infiel ha sido el pueblo de Israel. Pero, qué queréis, cuando se es «padre» o «madre» los fracasos aparentes no pueden apagar el amor, la «hesed», el afecto visceral a los que se ha puesto en el mundo.

Yo enseñé a mi hijo a caminar, tomándole por los brazos. Y ellos no comprendieron que yo les ayudaba. Ni en el mismo evangelio se encuentran acentos tan concretos para revelar la paternidad de Dios. Aquí el profeta encuentra, en su propia experiencia de padre, unas imágenes inolvidables. Evoco a unos padres jóvenes tratando de suscitar los primeros pasos de su pequeñín, sosteniéndole justo lo suficiente para salvar una caída, y animándole para que se lance solo a dar unos pasos. Así es Dios con nosotros.

Le atraía benévolamente con lazos de ternura. Otra imagen: el niño delicadamente sujeto a unas bandas de tela suave y resistente, para que empiece a hacer sus propias experiencias, sin riesgo de hacerse demasiado daño.

Como los que levantan a un niño contra su mejilla, así era yo para él. Me inclinaba hacia él y le daba de comer. Otras dos imágenes. Cuando contemplo escenas semejantes en familia, veo una imagen de Dios. Cuando acaricio un pequeño, le estoy revelando el amor mismo de Dios. Y la primera catequesis es ésta:

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en nuestros gestos de amor, hacer entrever al Amor. Ruego por los padres y madres de Ta tierra, por tantos hombres y mujeres a quienes esos gestos «divinos» son tan naturales... a fin de que descubran algo de Ti, Señor, en las realidades de su vida familiar.

Pero han rehusado volver a mí...: ¿les voy a castigar? Cuan conmovedor es el dolor de ese padre que tanto ha hecho por sus hijos, y los ve alejarse de él. ¡Cuántos padres, HOY, reviven ese drama de Dios, en las preocupaciones que les dan sus hijos adolescentes! Ruego por esos padres de corazón destrozado. Trato de imaginar que también yo puedo «hacer sufrir» a Dios de ese modo, por mis infidelidades.

¡No! Mi corazón está trastornado y se estremecen mis entrañas. No obraré según el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Israel, porque soy Dios, no hombre; en medio de vosotros soy el Dios santo, y no vengo para exterminar. A varios siglos de distancia, es éste el mismo mensaje ardiente de Jesús «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo.» (Juan 3, 17) La transcendencia de Dios, su Santidad, se expresa no en lo absoluto de la justicia aterradora, sino en lo absoluto de la misericordia. Mientras que el hombre tiene tendencia a dejarse llevar por la venganza, por la cólera, Dios, afirma: «¡Yo soy Dios, no un hombre!» Es mejor que nosotros.

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V I E R N E S

Oseas 14, 2-10

He aquí la última página del maravilloso libro de Oseas: a través de su amor nupcial doloroso, a través de su sufrimiento de padre humillado por sus hijos... ha leído en su propia vida que el Amor de Dios era mayor que todo. Evidentemente, como en todos los profetas, hemos encontrado en él la lúcida intransigencia que diagnostica la corrupción de una sociedad. No hay que temer al escalpelo: abre las llagas para sanarlas. ¡Qué surjan profetas en nuestra época, y que nos digan la verdad! ¡Que nos revelen los síntomas de las gangrenas que se están infiltrando en nuestra sociedad! Pero las amenazas no son la última palabra del profeta Oseas.

Vuelve Israel al Señor, tu Dios, porque has tropezado por tus culpas. Llevad con vosotros palabras since­ras... Quita toda culpa... Acepta lo que es bueno... «Convertios y creed en la buena nueva.» (Marcos 1, 15) Nunca se repetirá bastante que la Fe en Dios, la Alianza con el Señor implica actitudes morales, sociales., políti­cas. Y ya hemos empezado a ver que los profetas intervienen en esos dominios temporales que comprome­ten las relaciones sociales, el comercio, los procedimien­tos jurídicos, los acontecimientos internacionales, la vida sexual, la vida familiar, etc.. Sin embargo, habitualmente, los profetas no son jefes de partido, ni líderes sociales o políticos. Son conscientes de que no basta con cambiar las estructuras. La alienación, la opresión, la injusticia existen en formas nuevas en todos los sistemas y bajo todos los cielos. «Cambiar la sociedad», como decimos hoy puede ser una auténtica gestión profética. Pero puede ser también, por desgracia, una coartada fácil: ¡porque la sociedad son los demás! Se pide que cambien los demás. No, no basta con «cambiar las estructuras», hay que

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«cambiar los corazones». Y a esta conversión radical nos invitan los profetas.

Asiría no puede salvarnos, no montaremos ya a caballo, y no diremos más «Dios nuestro» a la obra de nuestras manos. Es la demitificación radical de todos los sistemas hu­manos. Cuando el poder de Samaría flaquea, cuando el régimen social vacila apenas sirve fiarse del poder de Asiría, que tiene también muchos puntos débiles. Sólo Dios es capaz de relativizarlo todo. Es ridículo fiarse sólo de la fuerza de los «caballos» o de la precisión de nuestros aparatos, «obras de nuestras manos», tan frágiles como esas manos humanas que los han construido.

¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para conocerlas? Sí, los caminos del Señor son rectos y los justos caminan por ellos, mas los rebeldes tropiezan en eííos. Apoyarse en Dios. Cambiar el corazón. Crecer en amor. ¡He ahí la sabiduría! ¡He ahí la verdadera inteligencia!

Yo sanaré su infidelidad... les amaré gratuitamente... Seré como rocío para Israel... florecerá como el lirio... hundirá sus raíces como el Líbano... sus retoños crecerán... Su esplendor será como el del olivo... Su perfume como el del Líbano... Harán crecer el trigo... florecerán como la vid... Su renombre será como el del vino del Líbano... Dejo resonar en mí cada una de esas imágenes. Los cultos naturistas de la fertilidad no son más que una caricatura. La verdadera fertilidad, el profundo dinamis­mo vital, la vida fecunda, es Dios.

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174 14.a semana del tiempo ordinario

S Á B A D O

Isaías 6, 1-8

Después de Amos y Oseas, abordamos hoy Isaías. Aquellos profetizaron en el Reino del Norte, en Samaría. Este habla en el Reino del Sur, en la misma Jerusalén. Isaías asiste al derrumbamiento de Samaría, minada por la idolatría y la injusticia. Está también atormentado por las amenazas que ve avanzar sobre su pueblo. Este es hoy el relato de su vocación.

El año de la muerte del rey Ozías (en 740), vi al Señor sentado en un trono muy elevado... y las haldas de su manto llenaban el templo... Temblaron los quicios de las puertas... El templo se llenó de humo. Isaías es un joven aristócrata de la capital, destinado, sin duda, a una brillante carrera política. Su edad se halla entre los veinte y los treinta años. Está rezando en el Templo de Jerusalén. «Encuentra a Dios» en una especie de éxtasis místico que marcará toda su vida. Desde entonces, será el profeta de la santidad grandiosa de Dios. Lo que le pasó entonces, nadie lo sabe concretamente. Pero conserva unas «imágenes»: un monarca sobre un trono de gloria... unas aclamaciones extraordinarias que hacen temblar las puertas... la nube de incienso que da a la escena un halo misterioso... un diálogo misionero, una ruda llamada... Esto sucedió también de manera diferente a otros anteriores a él, Abraham, Moisés, Samuel. Esto sucede siempre. La irrupción del Señor en una vida. El «encuentro» del Dios vivo: Pablo de Tarsos en el camino de Damasco, Francisco de Asís en el almacén de su padre, el Cura de Ars podando las viñas, Carlos de Foucault en el confesionario del padre Huvelin... ¿Y yo? ¿He hecho la experiencia de Dios? ¿Dios es Alguien para mí?

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Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas... Y se gritaban el uno al otro: «¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Señor del universo. Llena está la tierra de tu gloría.» ¿Me he dejado deslumhrar por la luz de Dios? ¿Me he dejado ensordecer por el grito de los serafines? El sanctus de cada misa ¿no se ha convertido para mí más que en un monótono murmullo, siendo así que debería continuar expresando la transcendencia divina, la intensa proximidad de Dios? La tierra, nuestra tierra está llena de su gloria. ¡La verdad es que no sabemos verla, ni gritarla nosotros, esta gloria que llena la creación, que envuelve el universo, que estalla en la humanidad! Él término «gloria» es muy pálido para traducir el hebreo «Kabód», que significa el peso real de las cosas. Toda la tierra está llena de su «peso», de su «densidad infinita».

Dije entonces: «Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros... Uno de los serafines voló hacia mí con una brasa en la mano que había tomado de sobre el altar; la acercó a mis labios y dijo: «Tu culpa se ha retirado.» Oí entonces la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré, quien será nues­tro mensajero?» Yo contesté: «¡yo seré tu mensajero, envíame!» Hay que volver sobre esta escena y este diálogo, imaginar cada detalle. Dios da miedo. Me da miedo. Toda vocación, toda llamada de Dios da miedo. ¿Qué hacer? ¿Cómo atre­verse? Es preciso que Dios intervenga personalmente para «quemar los labios» del que será su portavoz. «Quema, Señor mis labios» dice el sacerdote antes de leer el evangelio y de atreverse a hacer la homilía.

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176 15.a semana del tiempo ordinario

Décima quinta semana del tiempo ordinario

L U N E S

Isaías 1, 11-17

¿A mí qué, vuestros innumerables sacrificios? dice el Señor. Harto estoy de vuestros holocaustos... La sangre de los toros me repugna... Novilunio, Sábado, asamblea, no soporto ya vuestras fiestas... Vuestros novilunios y vuestras peregrinaciones las aborrece mi a lma-Es Dios mismo quien nos dice que nuestras «prácticas religiosas» no tienen ningún valor a sus ojos —peor aún: ¡le repugnan!— si no son sinceras. Los gestos exteriores no tienen valor en tanto cuanto no expresen algo íntimo, profundo. Y sin embargo todos esos ritos de holocaustos, sacrifi­cios, Sábados, peregrinaciones... habían sido ordenadas por Dios —ver las prescripciones minuciosas del libro del Levítico 1, 1-17; 23, 1-8, con maldiciones terribles a modo de pecado mortal, para quien no observare esos ritos (Levítico 26, 14)

Cuando venís a presentaros «ante Mí» ¿quién os ha ordenado pisotear mis atrios? No sigáis trayendo oblaciones vanas. Es exactamente como si hoy se dijera: «¡No sigáis viniendo a misa!» Y si esto os choca, pensemos que Jesús dijo lo mismo. «Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que uno de tus hermanos tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí y ve primero a reconciliarte con él.» (Mateo 5, 24) Y lo que es más fuerte aún, Jesús citó textualmente otro pasaje del mismo Isaías que dice lo mismo: «Hipócritas, Isaías profetizó bien de vosotros cuando dijo: Este pueblo me honra con sus labios mientras que su corazón está

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lejos de mí. En vano me rinden culto...» (Isaías 29, 13; Mateo 15, 8)

Y al extender vosotros vuestras manos, me tapo los ojos. Aunque multipliquéis las plegarias. Yo no oigo. ¿De veras, Señor? Cuando tantos cristianos están reunidos en la iglesia el domingo, cuando el sacerdote extiende las manos hacia Ti, en nombre de la Asamblea, ¿de veras te tapas los ojos? Sin embargo no es posible que Tú condenes nuestras plegarias, nos las has pedido. Y no es tampoco el profeta que vio a Dios en el marco de una «liturgia» grandiosa (Isaías 6, 18): texto meditado el pasado sábado quien, a priori, puede estar contra todo culto a la Gloria de Dios: «Santo, Santo, Santo es el Señor. Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria.» Sería falta de honradez utilizar tales textos para justificar una condena de todo culto, de todo esplendor litúrgico. Se ve, por desgracia a mucha gente que «en su propia casa» tienen confort y belleza en que gastan mucho dinero... y que ¡se escandalizan ante los gastos hechos «para la casa de Dios» y por la belleza del culto! ¿Qué diría Isaías, que diría Jesús de esta nueva forma de hipocresía?

Purificaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista. Desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, dad sus derechos al oprimido y al huérfano, defended a la viuda. El huérfano, la viuda... símbolos de los «económica­mente débiles». El verdadero culto que Dios espera es éste: nuestra vida cotidiana al servicio de los demás, especialmente de los más débiles.

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178 /5.° semana del tiempo ordinario

MARTES

Isaías 7, 1-9

Isaías, de origen aristocrático, vive en Jerusalén, la capital del Reino de Judá, en un círculo de escribas, de expertos políticos, de consejeros del rey. Continuamente interviene en la política de su país. Hemos visto ya cuan natural parecía esto a todos los profetas. Ello puede aclarar el debate actual sobre «Iglesia y Política».

En tiempo de Ajaz, rey de Judá. El rey de Siria, Rasón, de acuerdo con el rey de Samaría, subió a Jerusalén para asaltarla. Cuando en el palacio del rey se supo que el ejército sirio acampaba con Efraím, se estreme­ció el corazón del rey y el de su pueblo, como se estremecen los árboles por el viento. ¡Es la guerra! Estamos en 735 antes de Cristo. Jerusalén está cercada por los ejércitos que acampan a pocos kilómetros antes de dar el asalto definitivo. El enloque­cimiento es general. El mismo Ajaz en un alocado gesto de desesperación ha ofrecido en holocausto su propio hijo al abominable dios Moloch (IIReyes, 16-3): ¡se ponía al pequeñín en los brazos calentados al rojo de una estatua del dios! Sacrificio humano. La época era dura, decimos. Pero, ¿qué hacemos, HOY, a veces, para salvaguardar intereses nacionales o sociales? ¿A quién o a quienes sacrificamos?

El Señor dijo a Isaías: «Ve al encuentro de Ajaz, al final del acueducto de la alberca superior, por la calzada del campo del Batanero...» El asustado monarca s.e encuentra allá sobre el teatro de operaciones, fuera de las murallas de Jerusalén,-vigilando los preparativos de la defensa.

Ten calma, no temas ni desmaye tu corazón por ese par de tizones humeantes, el rey de Siria y el de Samada.

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El contraste es evidente entre el aturdimiento del rey y la lúcida serenidad del profeta. Isaías escucha a Dios en pleno centro del «acontecimiento»: «el Señor dijo a Isaías». ¿Sé yo escuchar a Dios que también me habla a mí; a través de todo lo que sucede, especialmente a través de las situaciones colectivas que afectan a un gran número de personas? Esta es la finalidad de la revisión de vida: procurar escuchar lo que Dios dice en pleno centro de los acontecimientos.

Ve a encontrar a Ajaz con tu hijo «Sear yasub» —que significa: «Un resto volverá». Los hijos de Isaías, como los de Amos, tienen nombres simbólicos. Ese hijito con el que Isaías va a encontrar al rey, que acaba de matar al suyo, lleva un nombre de esperanza. ¡No! el futuro de la nación no es un callejón sin salida; pues si, incluso por desgracia, la población de Jerusalén fuere deportada después de una derrota militar, «un pequeño resto regresará». Así, a nivel político, la posición de Isaías no es ni la resistencia a ultranza al invasor, ni la seguridad de una intervención milagrosa de Dios, ni la alianza con Asiría —ésta era la tendencia dominante y esto es lo que de hecho, hará Ajaz—... sino la fe desnuda, la esperanza en un Dios que sigue presente en el seno mismo de los fracasos. Un pequeño resto regresará. Ese tema del «pequeño resto» pasará a ser un verdadero leit motiv de la Biblia: es la lucecita invencible que subsiste en los días tenebrosos. (Isaías 4, 3; 10, 20-23; 16,14; 24, 6, 30, 17; 37, 4; 45, 20; Deuteronomio 4, 27; 28, 62, etc.)

Si no creéis firmemente en Mí, no subsistiréis. Ciertamente es la «fe», la escala de valor del profeta, incluso cuando interviene en plena política. Los aconte­cimientos son, para él, la llamada a una intensa vida espiritual, a una intensa vida con Dios.

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180 15.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Isaías 10, 5-7; 13-16

Palabra de Dios. ¡Ay del asirio! instrumento de mi ira, vara que mi furor maneja. Estamos probablemente en 701, cuando la invasión de Senaquerib, treinta años después de la escena relatada ayer. El rey Ajaz había pedido la alianza de Asiría para librarse del ataque de sus dos vecinos inmediatos. Pero he aquí que su sucesor, el rey Ezequías ha de pagar a un alto precio la deuda de esa alianza del «supergrande»: Sena­querib exige un canon impagable. Ezequías no acepta y los temibles ejércitos asirios se ponen en marcha. Tal es la decisión del muy poderoso Senaquerib. Y él mismo se cree muy listo al tomar esa decisión. Escuchadle más bien vanagloriarse de sus éxitos militares.

Dijo: «Con el poder de mi mano lo hice y con mi habilidad, porque soy inteligente. He borrado las fronteras de los pueblos, he saqueado sus tesoros, he abatido a los poderosos. Como se toma un pájaro en su nido, mi mano ha robado la riqueza de los pueblos. Como se recogen huevos abandonados, he recogido yo toda la tierra. Y no hubo quien aleteara, ni abriera el pico, ni piara.» ¡Qué orgullo! ¡Qué desprecio por los humildes que no pueden defenderse! Y que ni siquiera pueden dolerse: no hubo quien piara, cuando se lo arrebaté todo. Tal es la «lectura» de los acontecimientos según Sena­querib. Pero Dios, por su profeta hace un «análisis» muy diferente que, de ningún modo es de tipo político —un informe de fuerzas—, sino de orden espiritual.

Soy Yo quien lo ha enviado contra una nación perversa... Pero él no lo entiende así, no es éste el juicio de su corazón: lo único que quiere es destruir. ¿Acaso se jacta el hacha frente al que la tiene asida? ¿Y la sierra frente al que la maneja? Como si la vara quisiera

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dirigir al que la levanta, la varilla o batuta, mover el brazo que la agita. Para Isaías, Senaquerib no era más que un «instrumento» en las manos de Dios, para castigar a los pueblos faltos de fe. Vemos toda la diferencia que puede haber entre una «lectura» del mismo hecho simplemente humana y una «lectura en la fe». Desde luego, no quedamos dispen­sados de hacer primero el análisis humano de las situaciones. Es, incluso, necesario. Es el primer tiempo de una revisión de vida. Pero hay que tratar de ir más lejos... ¡hasta reconocer la acción de Dios en las acciones de Senaquerib, rey pagano! Nosotros personalmente, o en equipo de acción católica, ¿nos esforzamos por entrar en una verdadera re-visión de lo que nos sucede? HOY, mismo, estimulado por ese pasaje profético trato de ponerme a la escucha del Espíritu para interpretar en la fe un suceso de actualidad... una situación que me concierne... y orar a partir de esos «hechos». Rezar con mi vida, con mi barrio, con la lectura del periódico, con las informaciones de la radio o de la tele, con los encuentros sindicales o profesionales. Esto es lo que hacía Isaías.

Por eso el Señor del universo hará perecer a esos vigorosos soldados. Palabra de Dios. ¡No se imaginen los poderosos de este mundo que son amos absolutos y que pueden aplastar impunemente a sus semejantes! Por adelantado resuenan ya en nuestros oídos el Magnifícal de María y las bienaventuranzas de Jesús. Con todo, no nos fiemos de una interpretación simplista que afirmaría que los hombres políticos no son más que marionetas entre las manos de Dios.

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182 15.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Isaías 26, 7-9; 12; 16-19

El pasaje que leeremos hoy pertenece a un género literario distinto al de los pasajes precedentes, se trata de un estilo muy parecido a un salmo.

La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo. Una imagen: una senda, un sendero... Una certidumbre: Dios facilita la marcha, allana nuestras dificultades.

Señor, haz que camine rectamente por tu senda. Haz que avance...

Tu nombre y tu recuerdo son el «anhelo de nuestra alma». Te deseo durante la noche. Desde la mañana te busca mi espíritu. Oración de deseo, oración de esperanza. Día y noche, sin cesar. Lo que el profeta desea es al mismo Dios: su Nombre, su Recuerdo. Cuando leíamos los oráculos de tipo político de los días precedentes, en rigor hubiéramos podido equivocarnos de «longitud de onda», imaginando solamente a Isaías como a un hombre de partido, un hombre inmerso en lo temporal. Aquí se nos revela netamente como «el hombre de Dios», inmerso en la oración. No hay que oponer a ambos.

Señor, concédenos la paz, porque tú actúas con nosotros según nuestras obras. Señor en el desamparo de tu castigo te buscamos; tu castigo es la angustia y la opresión. Es la oración de un hombre «en el desamparo» que ora en nombre de un pueblo que sufre colectivamente: las derrotas eran entonces interpretadas como un «castigo» de los pecados cometidos.

15.a semana del tiempo ordinario 183

Como la mujer encinta, próxima al parto, sufre y se queja en su trance, así estamos nosotros delante de Ti, Señor. Hemos concebido, tenemos trabajos, pero hemos dado a luz el viento, no hemos traído salvación a la tierra, no han nacido hombres al mundo. ¡Cuan emocionante es ese sentimiento de la inanidad de todos los esfuerzos humanos, par^alcanzar la salvación! Se está «en trance», se debería «traer al mundo» un hijo... y aparece sólo viento o nada. Se han gastado esfuerzos por una obra en la que se confiaba, y ha resultado un fracaso. El profeta ha hablado, y no es escuchado. Sin el auxilio de la gracia de Dios, nuestras vidas nada son, sino vacío. Es también lo que afirman tan alto HOY las corrientes existencialistas, con la diferencia diríamos, de que ellos se quedan en esa desesperación profunda que marca a la «condición humana» destinada a la muerte. Hay que atreverse a mirar cara a cara el fracaso, la nada, la muerte. Considero mis fracasos y los llevo a la oración como lo hacía Isaías...

Tus muertos resucitarán, los cadáveres revivirán. Despertaos y cantad, habitantes del polvo, porque rocío luminoso es tu rocío, y del país de los muertos la vida renacerá. He aquí la fe, la esperanza en lo profundo del más radical fracaso. Únicamente la resurrección no es ambigua. El sufrimiento resulta fecundo, el esfuerzo humano no es nunca «la nada»... cuando se los considera a ese nivel, el más profundo. Señor, danos la esperanza. Señor, da esa esperanza a los que se encuentran más hundidos por la prueba.

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VIERNES

Isaías 38, 1-6; 21-22

En aquellos días el rey Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías vino a decirle: «Así habla el Señor. Deja dispuesto todo lo que quieras para los tuyos, porque morirás y no sanarás.» El profeta se hace intérprete del querer divino.

Ezequías volvió su rostro a la pared e hizo esta oración: «¡Ah, Señor! Dígnate recordar que yo he andado en tu presencia con fidelidad de corazón. He hecho lo que es recto a tus ojos.» Y Ezequías lloró con lágrimas abundantes. Nos hace mucho bien leer esas cosas en la Biblia, libro inspirado por Dios. Nos hace bien saber que Dios no se extraña de nuestras faltas de esperanza, ni de nuestras plegarias. Nos hace bien ver a ese hombre que, conde­nado, según todas las apariencias, no se resigna sino que se agarra a la vida y suplica a Dios.

La palabra del Señor le fue dirigida a Isaías diciendo: «Ve y di a Ezequías, he oído tu plegaria y he visto tus lágrimas. Mira, añadiré quince años a tu vida.» Nos hace bien ver como aparentemente Dios cambia de parecer. Y ver que los mismos labios que acababan de anunciar la muerte la desmienten ahora y anuncian la curación. Señor, concédenos confiar en la fuerza de la oración. Señor, concédenos seguir confiando aun cuando no haya indicios de curación.

Ezequías preguntó: «¿Cuál será la señal de que podré volver a subir al templo del Señor?» Necesitamos «signos». Es verdad. El hombre está hecho así. Incluso nuestra fe, que es un gran salto en lo desconocido, no queda abandonada a lo arbitrario ni a lo irracional.

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Evidentemente no podemos comprenderlo todo, pero para lanzarnos al «gran riesgo de la fe» contamos suficientemente con algunos signos y puntos de refe­rencia.

Isaías contestó: «Esta será para ti la señal de que el Señor cumplirá su promesa; voy a hacer retroceder diez grados la sombra que había descendido sobre el cuadrante solar...» Y desanduvo el sol los diez grados que había descendido. Signos de este tipo no son frecuentes. Pero ¿sabemos interpretar aquellos que Dios nos da a nosotros, también? Un signo es forzosamente algo frágil, como esa sombra que varía. Podría incluso extrañarnos esa curación que, después de todo nos parece muy elemental: ¿qué son quince años más o menos de vida, ya que un día moriremos? Esto no resuelve la cuestión fundamental. ¿No nos encontramos ante una doctrina teológica muy rudimentaria que no supera la noción de una retribución terrestre? Pero, justamente, ¿no nos sugiere Dios con ello toda la importancia que tenemos que dar a los «años que nos quedan de vida»? Hay un desprecio de las realidades de la tierra y de la vida que no es cristiano. El anuncio de la resurrección y de la vida eterna no es una huida hacia lo irreal: lo temporal cuenta para Dios. Haz, Señor que sepamos aprovechar bien cada una de nuestras jornadas.

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186 75.« semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Miqueas 2, 1-5

Después de una breve incursión en Isaías, leeremos tres páginas de uno de sus contemporáneos, el profeta Mi­queas. Es él quien hizo la célebre profecía: «Y tú Belén no eres la más pequeña entre las familias de Judá, de ti nacerá el que ha de conducir a Israel». La leemos durante el Adviento para preparar la Navidad. Como los demás profetas, Miqueas es a la vez violento y pacífico, amenazador cuando se trata de fustigar la injusticia o la idolatría, pero lleno de esperanza para reconfortar.

¡Ay de aquellos que meditan iniquidad, que traman el mal en sus lechos. Al amanecer lo ejecutan porque el poder está en sus manos. He ahí a gentes especialmente repugnantes... que no sólo hacen el mal, sino que lo «meditan» y lo «traman».

Codician campos y los roban; casas, y las usurpan; hacen violencia al nombre y a su casa, al individuo y a su heredad. La economía rural en tiempos de Miqueas, estaba en plena crisis. Hombres de negocios, poco escrupulosos, lo aprovechaban para acaparar las tierras de labradores en dificultad. ¿Es sólo de aquellos tiempos que se amontonan fortunas en detrimento de los pobres? Y en el plan internacional ¿no sigue siendo verdad que una parte de nuestro nivel de vida, tan superior al del Tercer Mundo, es fruto de injusticias? ¿Qué podemos hacer en ello? Por lo menos concienciarnos. Y participar por todos los medios al desarrollo de los demás. No malgastar. Reducir nuestro tren de vida. La oración más espiritual y sincera nos pone ante esas realidades canden­tes. La Palabra de Dios, si la tomamos en serio, nos conduce a estos interrogantes.

JS." semana del tiempo ordinario 187

Por eso dice el Señor: yo medito contra esa ralea una calamidad de la que no podrán apartar su cuello; no andaréis con altivez porque será un tiempo de des­gracia. Escuchamos una vez más la toma de posición de Dios en favor de los pobres. Si la repetición de ese tema nos irrita, si lo encontramos demasiado «revolucionario», si pen­samos que los profetas abusan de volver a él tan a menudo, ¿no será porque nos atañe personalmente? ¿En qué soy yo, yo mismo, un aprovechado? Señor, ayúdame a obrar siempre en verdad en mis relaciones con los demás. Y dame la valentía suficiente para cambiarme.

Aquel día se proferirá sobre vosotros una sátira, se plañirá una lamentación y diréis: «¡Estamos despoja­dos del todo. Se quedan con lo que me pertenece, se reparten nuestros campos!» Y no habrá nadie que en la comunidad del Señor, os restituya una parte. Los acaparadores han despojado a los demás; serán despojados. Y pierden prestigio. Se ríen de ellos. Una vez más, los profetas no condenan la injusticia social solamente en nombre del «derecho». Ser justo no es sólo un «deber social», es un «deber religioso», es una falta contra Dios. Y el peor castigo no es «ser despojado» sino no estar ya asociado a Dios y a los hermanos y ser borrado de la «comunidad del Señor».

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188 16.a semana del tiempo ordinario

Décima sexta semana del tiempo ordinario

L U N E S

Miqueas 6, 1-4; 6-8

Escuchad ahora lo que dice el Señor: «¡Levántate! Pleitea con los montes. Escuchad, colinas, la querella del Señor.» En este tiempo de vacaciones podemos tener ocasión de ir a la «montaña». En la Biblia, los montes son uno de los lugares elegidos para los encuentros con Dios: el Sinaí, Nebó, Garizim, Sión, el Carmelo. Todas las montañas de Palestina han desempeñado un papel en el simbolismo del encuentro con Dios. Dejémonos sobrecoger, sobre todo si contemplamos el espectáculo, por ese simbolismo. La montaña es: —la cumbre, cerca del cielo... el lugar hacia el cual hay que «subir» —el aire más puro, más vivificante, el silencio de los grandes espacios... —la impresión de inmutabilidad, de solidez, de fortaleza, de un vigor superior a la fragilidad humana... Con frecuencia, las montañas han sido personificadas en la Biblia. (Génesis 49, 26, Ezequiel 35 y 36, Salmo 68, 16-17) En el texto de hoy Dios las toma como testigo, para el juicio que quiere entablar contra su pueblo. «¡Escuchad, montañas!»

Pues el Señor tiene pleito con su pueblo. Pueblo mío ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molesta­do? Respóndeme. Este texto se lee en los Improperios, las Lamentaciones del Viernes santo. Nuestro Dios no es un ser abstracto e insensible. Es vulnerable, se queja como un esposo decepcionado.

16.a semana del tiempo ordinario 189

He de buscar, en la oración, en qué, también yo, he podido decepcionar a Dios.

¿Es porque te hice subir del país de Egipto, porque te rescaté de la casa de los esclavos? El primer sufrimiento de Dios, es la ingratitud de su pueblo. Señor, dame un corazón que sepa decir «gracias» y tener en cuenta los beneficios recibidos.

Antes de entrar en el templo, el fiel pregunta al sacerdote: «¿Con qué me presentaré yo al Señor? ¿Me presentaré con holocaustos de becerros añales? Para obtener su favor ¿es preciso ofrecer centenares de carneros, derramar oleadas de aceite sobre el altar? ¿Daré a mi primogénito por mis faltas, el fruto de mis entrañas por mi pecado? El texto nos muestra a un fiel dispuesto a hacer lo máximo, dispuesto a los más costosos sacrificios. A menudo, es esta la idea que también nosotros nos hacemos de Dios, un Dios que espera ritos y ofrendas costosas. Escuchemos la respuesta del profeta Miqueas:

Se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor reclama de ti, hombre, y no otra cosa que: —Practicar la justicia... —mensaje de Amos. —Amar la misericordia... —mensaje de Oseas. —Caminar humildemente con tu Dios... —mensaje de Isaías. Este es el bosquejo del hombre según el corazón de Dios. Dios nos dice lo que espera de nosotros: no son, los sacrificios rituales, sino que, en la vida corriente manten­gamos esas tres actitudes espirituales... ser justo, ser bueno, ser humilde ante Dios. He ahí «la» pregunta, la única pregunta, que Dios me hace siempre a mí. ¿Qué responderé, HOY?

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190 16.a semana del tiempo ordinario

M A R T E S

Miqueas 7, 14-15; 18-20

Conduce, Señor, a tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad, que mora solitario entre malezas... En este tiempo de vacaciones, de nuevo una imagen pastoral: el amor del pastor, un rebaño conducido por el rabadán. Al hilo de mi imaginación, llevo a la oración esa escena.

Como en los días de tu salida de Egipto, ¡haznos ver maravillas! Recuerdo de los anteriores beneficios. Yo también evoco lo que Dios ha hecho por mí en el pasado.

¿Qué Dios hay como Tú que quite la culpa... que perdone el delito... que no mantenga su ira por siempre... puesto que se complace en el amor... Se trata de un descubrimiento que hay que ir repitiendo sin cesar. ¡Este Dios! y no otro. ¿Qué Dios hay como Tú? Un Dios que es, ante todo, «bueno», misericordioso, benévolo. Un Dios tenaz que continúa amando a su pueblo a pesar de su infidelidad. ¡Un Dios «que se complace haciendo beneficios»! Es una de las definiciones más conmovedoras de Dios. Toda la historia de la salvación nos lo prueba. Dios es así. Todo el evangelio nos confirma en esta certidumbre: El gozo de Dios es hacer beneficios. (Lucas 15, 7) Soy pecador, lo sé. Más que mirar mis pecados, contemplo a Dios... el que perdona, el que borra la falta, el que se complace en perdonar...

Una vez más, ten piedad de nosotros. Me gusta este «una vez más». ¡De tal modo esto es verdad! A pesar de las más hermosas resoluciones, uno vuelve a encontrarse con sus pecados.

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Una sola solución: «una vez más, ten piedad de mí.» Señor, concédeme la gracia de no dudar nunca de la repetición incansable de tu perdón. Ayúdame a no desanimarme nunca ante mis recaídas, porque yo creo en tu costancia. En el deseo de nunca más pecar, ¿no se esconderá el secreto orgullo de llegar a poder prescindir de Ti, Señor? Cuando la misteriosa utilidad del pecado es ayudarnos a tener más viva la conciencia de que «sin Ti no podemos hacer nada» (Juan 15, 5)

¡Pisotearás nuestras culpas, arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados! Dos imágenes muy penetrantes: pisotear, arrojar al fondo del océano. Desde el abismo de nuestra miseria, bajo el peso de nuestros hábitos difíciles de vencer, cuan bueno es pensar que así trata Dios nuestros pecados. Un olvido total. Como el objeto arrojado por la borda y que desaparece para siempre, en el fondo del abismo.

Otorga fidelidad a Jacob, tu amor y gracia a Abraham, como juraste a nuestros padres desde antaño. Efectivamente, nuestra seguridad es esa constante acción de Dios a lo largo de la historia: desde muy antiguo es éste su obrar. No hay razón para que cambie... ¡Millares y millares de veces, ha estado perdonando! ¿Cómo podría­mos dudar HOY? Al hombre moderno, habitualmente, no le agrada depen­der del perdón de otro. Y el término «misericordia» es rechazado.1 Da la impresión de alienación: se prefiere construirse cada uno su vida. Pero, ¿es esto posible? Y además la misericordia de Dios no nos reemplaza: suscita la cooperación, el esfuerzo de conversión... y nos invita a ser nosotros misericordiosos para con los demás.

(1) N. del T. Véase la encíclica «Dives in Misericordia», de Juan Pa­blo II.

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192 16.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Jeremías 1, 4-10

Durante unas tres semanas, leeremos algunos hermosos pasajes del profeta Jeremías. Vivió algo más de un siglo después de los tres profetas precedentes —Amos, Isaías, Miqueas—. Y desde entonces se encuentra metido por entero en el drama de los últimos sobresaltos del Estado Judío, entre 625 y 586, fecha de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, precedida de varias de­portaciones. Alma ultrasensible, inclinada a la interioridad a causa de su mismo sufrimiento, Jeremías está muy cerca de nosotros. Por su propia vida, nos dice que es posible guardar la fe en Dios cuando todo parece venirse abajo... que hay que guardar la esperanza en días mejores... que Dios es más grande y más fiel que todo, a pesar de todas las diferencias contrarias.

El Señor me dirigió la palabra y me dijo: «Antes de haberte formado en el seno materno, te conocía. Antes que nacieses, te consagré.» Notemos ya ahora la diferencia entre la vocación de Jeremías y la de Isaías. Aquí, no hay ninguna puesta en escena grandiosa. Ningún ruido, ningún grito: el silencio interior. Una palabra íntima, una convicción secreta: Dios se me ha adelantado, y ha sido el primero en amarme, ¡desde el seno de mi madre... y antes! HOY se nos repite que no somos más que el fruto del azar, el encuentro, como el caer de los dados, de dos células... así, sin razón alguna, por nada. Con Jeremías, creo, Señor, que he sido querido por Ti... y que Tú tienes un proyecto sobre mí. No me has suscitado a la existencia porque sí, sino para una tarea precisa que nadie más que yo puede cumplir.

Te constituyo profeta de las naciones. La misión de Jeremías es «universal», internacional. De hecho, sabemos por la historia que la misión de Jeremías

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fracasó viviendo él. Pero después, su influencia fue creciendo sin cesar: es el padre del judaismo más puro, que florecerá pasada la prueba del Exilio. Al poner en evidencia las relaciones íntimas del alma con Dios, preparó la nueva Alianza en Jesús. El fue sin duda quien proporcionó los trazos de ese Servidor (Isaías 53) que es la más hermosa imagen de Cristo.

Y dije: «¡Ah, Señor! No sé expresarme. No soy más que un muchacho.» Jeremías es un tímido. A diferencia de Isaías que se ofrecía de entrada, él, en cambio, duda, confiesa su debilidad, su incapacidad.

El Señor contestó: «No digas: soy un muchacho. Irás adondequiera que Yo te envíe, dirás todo lo que te ordenaré. No les tengas miedo, que estoy contigo para salvarte, palabra del Señor.» Entonces alargó el Señor su mano, me tocó la boca y me dijo: «De tal modo, ¡he puesto mis palabras en tu boca!» Jeremías será, verdaderamente, el hombre de la «pa­labra». Ninguna debilidad cuenta ante esa llamada: necesitará «recibirlo todo» de Dios para poder decir algo válido. Señor, toca mis labios, toca mi inteligencia y mi corazón, para que llegue a saber decir algunas palabras de Ti, a pesar de mi debilidad.

Recuerda que hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos, para extirpar y destruir, para abatir y derrocar, para reconstruir y plantar. Jeremías tenía un alma sensible y tierna, hecha para amar, y fue encargado del tremendo papel de derrocar para plantar. Tuvo, sobre todo que transmitir, a grandes voces, mensajes de desgracia y de infortunio a los reyes, a los sacerdotes, a los falsos profetas, a todas las gentes. Señor, danos la valentía de arriesgar nuestra vida por la verdad, por el amor, por una gran causa a la que dedica­mos nuestra vida porque creemos que nos viene de Ti.

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194 16.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Jeremías 2, 1-2; 7-8; 12-13

Entonces me fue dirigida la palabra del Señor: «Ve y grita a los oídos de Jerusalén.» Gritar a los oídos. Somos como sordos. No llegamos a oír a Dios.

De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto. El tiempo del desierto, es el del primer amor, el fervor de los comienzos de Israel. Jeremías hablará a menudo de esta imagen —una joven desposada—, que tan bien corresponde a su temperamento dulce y tierno (Jeremías 7, 34; 16, 9; 25, 10; 33, 11) Me detengo a contemplar esa hermosa imagen, para evocar el amor que Dios espera de mí.

Luego os traje a un país muy feraz para saciaros de sus frutos y de sus bienes. Esta es siempre la intención de Dios, saciarnos de sus bienes. Gracias.

Pero, apenas llegasteis, ensuciasteis mi país, cambias­teis mi heredad en lugar abominable. Decepción divina. Se estropea su obra.

Los sacerdotes no decían: «¿Dónde está el Señor?» Los intérpretes de la Ley no me conocían. Los pastores se rebelaron contra mí. Los profetas profetizaban por Baal y andaban en pos de los dioses impotentes. Jeremías se atreve a atacar todas las categorías de responsables del pueblo. Los sacerdotes no hacían su trabajo esencial que es conducir a los hombres a Dios; «interrogar sobre Dios»: «¿dónde está el Señor?» Los escribas, especialistas de la Ley, fallaron en su tarea

16.a semana del tiempo ordinario 195

esencial: conocer a Dios y darle a conocer: la traición de los clérigos, de los intelectuales. Los reyes no han seguido más que su parecer, en vez de hacer política según el espíritu de Dios. También los profetas aceptaron la solución más fácil: seguir la religión popular que se inclinaba a los cultos fáciles de Baal. La dimisión de los responsables. Rezo por todos los que ostentan un cargo de responsabi­lidad en el Estado y en la Iglesia. Ruego por los sacerdotes de HOY, para que sean hombres de Dios. Ruego por los encargados de la catequesis a fin de que en verdad hagan progresar el conocimiento de Dios. Ruego por los jefes de Estado, los alcaldes, los responsables de Asociaciones, de Empresas, de Sindicatos, a fin de que administren el bien común según Dios. Ruego por los educadores, los periodistas, los responsables de la opi­nión pública, los investigadores, a fin de que promuevan la verdad, cueste lo que cueste.

Pasmaos, cielos, de ello... y cobrad gran espanto. Palabra del Señor. Tan enorme e inverosímil le parece lo que va a decir, que Jeremías toma el cielo por testigo.

Porque es un doble mal que ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, manantial de agua viva, para construirse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua. Inolvidable imagen poética. ¡A nadie se le ocurre, si tiene un manantial de agua fresca y continua, construirse una cisterna... y menos una cisterna con grietas! Tal es el drama del pecado: cree que encontrará felicidad, placer... pero, halla una cisterna agrietada, engañosa, decepcio­nante. Junto al pozo, Jesús hablará también de agua viva, la que El da y la que El es. (Juan 4,10; 7, 38; Apocalipsis 22,1) Dame siempre de esta agua.

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196 16. * semana del tiempo ordinario

V I E R N E S

Jeremías 3, 14-17

Volved, hijos rebeldes, porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad y por parejas de cada familia y os reconduciré a Sión. Se percibe ya el contexto histórico del exilio, de la dispersión. Jeremías anuncia el retorno de los depor­tados. El tema del «reencuentro» forma parte del deseo pro­fundo de la humanidad: estar juntos, volver a encontrarse cuando se ha estado separados. En ese sentido «Babel» es el símbolo de la dispersión de los hombres que no logran vivir reunidos. Jerusalén, como veremos al final de ese oráculo es el símbolo de una concentración universal.

Os daré pastores según mi corazón, que os conducirán con prudencia e inteligencia. La importancia de los jefes, de los que tienen una responsabilidad: ¡qué sean inteligentes! es decir, que sean capaces de analizar de veras las situaciones, con realis­mo, sin ilusiones, sin errores. Llevo a la oración mis responsabilidades que son... Ruego por todos los que son mis responsables... Que mi oración esté siempre en el centro de mi vida real: los profetas me llevan a ella constantemente.

Cuando seáis más y fructifiquéis en el país, Palabra de Dios, no se hablará más del arca de la alianza, ni vendrá en mientes, ni se acordarán de ella, ni la echarán en falta, ni será reconstruida. El Arca de la Alianza era el objeto de culto más sagrado: un cofre de maderas preciosas, en el que estaban-encerra­das las «Tablas de la Ley» de Moisés, el símbolo más explícito de la Presencia de Dios en el Templo. En 587, junto con el Templo mismo, fue quemada el arca por los invasores caldeos.

16.a semana del tiempo ordinario 197

Ahora bien, Jeremías tuvo la audacia de pedir que no se la echara de menos y que no se tratara de reconstruirla.

En aquel tiempo, llamarán a Jerusalén: el «Trono del Señor». El Arca representaba una religión arcaica, demasiado materializada. La Presencia de Dios, dice Jeremías, estará en adelante, en el corazón de la comunidad. Encontramos ya el famoso lema de Jesús: «Destruid ese Templo y lo reconstruiré en tres días... hablaba del templo de su cuerpo.» (Juan 2, 19-21) El malestar que se dejó sentir en Jerusalén por la desaparición del Arca es común a todas las épocas: cuando desaparece una forma de culto, una expresión de lo sagrado. La Iglesia de HOY tiene a veces la impresión de perder su fe porque se encuentra privada de la suntuosa ambienta-ción litúrgica de antaño. Se trata como en tiempo de Jeremías, de valorar la «presencia espiritual» de Dios, que no está unida a ninguna costumbre, ni siquiera a la más sagrada y venerable. Y, lo que es profético también, en esta visión de futuro, es que Jeremías parece sugerir que es «Jerusalén» —es decir una ciudad en la que se vive en comunidad real— la que pasa a ser el Arca, la Presencia de Dios. Dios no está en ningún objeto tabú. Se encuentra donde se viven relaciones interpersonales satisfactorias. Señor, haz que vivamos siempre como hermanos.

Todas las naciones se incorporarán a Jerusalén, en el nombre del Señor, y abandonarán la obstinación de sus perversos corazones. Cuan amplia es esta visión de concentración. No son sólo los deportados de Israel, los que se reúnen en comunidad, son todas las naciones. Señor, haz que todos los hombres vivamos como hermanos.

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198 16.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Jeremías 7, 1-11

Me fue dirigida la Palabra del Señor: «Párate en la puerta del Templo del Señor y proclama allí esta palabra: «Vosotros todos los que entráis por estas puertas para adorar al Señor... Emprended el buen camino, rectificad vuestra conducta, y Yo habitaré con vosotros en este lugar. No fiéis en palabras engañosas diciendo: «¡Es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!» Jeremías reacciona contra una falsa seguridad que el Templo suscitaba. Isaías había lanzado la idea de que Jerusalén no podía ser destruida porque era el lugar de la presencia divina (Isaías 37, 10-20; 33-35). De ahí se deducía la seguridad, demasiado fácil, de que esa protec­ción existiría de nuevo y ¡sin duda alguna de modo incondicional! Y la gente repetía como un talismán: «¡El Templo, el Templo, el Templo!» Formula mágica para librarse del peligro. Podemos imaginarnos en este contexto, el escándalo que supuso la intervención de Jeremías. Como si alguien, a las mismas puertas del Vaticano, anunciase su destrucción, Dios puede abandonar su Templo: Ezequiel verá incluso la Gloria de Dios evadirse de su santuario. (Ezequiel 11, 23) ¿Cuáles son mis seguridades?

Si emprendéis el buen camino, si rectificáis vuestra conducta, si realmente hacéis justicia tanto a unos como a otros y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viudad, si no corréis en pos de dioses extranjeros... Pero ¿qué? os dedicáis a robar, a matar, a cometer adulterio, a jurar en falso, a incensar a Baal... y luego ¿venís a postraros ante mí, en esta casa que lleva mi nombre? Y decís: «¡Estamos salvados!» De nuevo una condena del culto formalista. Es un tema continuo. Repetimos, una vez más, que los profetas no condenan el culto como tal. Sacerdocio y profetismo no

16.a semana del tiempo ordinario 199

se oponen forzosamente. Pero, ¡primero es la «vida»! HOY se está tentado de prestar oídos a esas diatribas anticultuales porque «están de moda» y porque con razón, la Iglesia ha puesto el acento sobre la fe en la vida. Pero se está tentado también HOY de criticar muy duramente la «moral». Ahora bien, si se escucha al profeta hay que escucharle hasta el final: y resulta que es precisamente una vida moral auténtica la que se exige aquí prioritariamente. Como se exigen también las nor­mas más elementales de la conciencia: respetar los bienes del prójimo, respetar la vida, respetar la sexualidad, respetar la verdad... San Pablo hablará del «culto espiritual» aquel que un hombre recto ofrece a Dios con la rectitud de su vida. (Romanos 12, 1; 15, 16; Filipenses 3, 3) Te ofrezco, Señor, mi vida de HOY, todo lo que trataré de hacer según mi conciencia. Te ofrezco también, Señor, todo lo que los hombres de todas las religiones, y aun los no creyentes, harán HOY siguiendo su conciencia.

¿Esta Casa que lleva mi nombre, se ha convertido, a vuestros ojos, en cueva de ladrones? Jesús citará explícitamente esta frase de Jeremías, cuan­do, también El tratará de purificar el Templo (Mateo 21, 12-13) ¿Cuál es mi participación en las misas o en otros oficios? Mis gestos y actitudes religiosas ¿corresponden a un esfuerzo de conversión verdadera en mi vida ordina­ria? ¿Salgo de la misa cada vez más convencido de mejorar mis comportamientos concretos con los demás? Cada una de mis oraciones y de mis plegarias, ¿me «remite» a mis responsabilidades y a mi «deber de estado»? Sólo entonces él culto adquiere todo su valor, en el núcleo de la existencia.

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200 17.a semana del tiempo ordinario

Décima séptima semana del tiempo ordinario

LUNES

Jeremías 13, 1-11

Los profetas hablan no sólo con sus palabras sino con su vida. Hemos visto a Oseas y a Isaías proclamar un mensaje a través de sus hijos. Vamos a ver hoy —«ver»... es un termino moderno, que encaja en nuestra época «audio-visual»—, como en el cine, veremos pues un mensaje en una acción simbólica.

Vete a comprar una faja de lino y póntela a la cintura... toma la faja que has comprado, levántate, vete al Eufrates, y escóndela en una grieta de la peña... El primer aspecto de esta parábola en actos es que Dios está unido a su pueblo, como una faja ceñida a la cintura. Trato de dejarme captar por esa imagen concreta. Una faja. 1. es algo útil: sirve para sujetar el pantalón o la falda. 2. es un adorno: puede ser un detalle elegante. 3. se adapta al cuerpo, sigue doquiera... Por sorprendente que todo ello pueda parecer, Dios se atreve explícitamente a aplicar esos tres simbolismos a sus relaciones con su pueblo. 1. La faja resultará que «no sirve para nada», por consiguiente sólo será útil para Dios, (versículo 7) 2. La faja debía servir para el «renombre y la gloria de Dios»... (versículo 11) 3. Dios se había unido a su pueblo, (versículo 11)

Pasaron muchos días cuando el Señor me dijo: «Le­vántate, vete al Eufrates y recoge allí la faja que te mandé que escondieras... Fui allí, y he ahí que se había echado a perder, la faja no valía para nada. El segundo aspecto de esta parábola, es el anuncio simbólico de la deportación. El Eufrates es el río de

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Babilonia y de Asur, las grandes potencias del Este que amenazan a Israel sin cesar. Algunos piensan que Jeremías escondió de hecho su faja en el curso del río Fara, que fluye a seis kilómetros al norte de Anatot, su pueblo natal: el nombre de ese riachuelo —Fara es peral en hebreo— evocaría el Eufrates.

Del mismo modo echaré a perder la mucha soberbia de Jerusalén. Ese pueblo malvado que rehusa «oír» mis palabras, que camina según la dureza de su corazón y que va en pos de otros dioses para servirles... Que sea como esta faja que no vale para nada. Ser un pueblo «utilizable», un pueblo útil para Dios. Con ese comentario Jeremías nos sugiere que el papel, la utilidad del pueblo creyente es «escuchar» a Dios. ¿Soy un hombre que escucha? ¿Cuál es mi capacidad de atención a la Palabra de Dios... en la Escritura, y en la vida corriente? ¿Tengo también un corazón endurecido, que va en pos de los ídolos de nuestro tiempo, que se hace esclavo de toda clase de cosas? En ese caso no «valgo nada» para Dios. «Si la sal se vuelve insípida, dirá Jesús, no vale nada. Se tira y se pisotea.» (Mateo 5, 13)

Como una faja... de tal modo hice apegarse a mí toda la casa de Judá... ¿Estoy apegado a Dios? ¿Está Dios apegado a mí?

Para que fuese mi pueblo, mi nombradía, mi honor y mi prez. Pero ¡no han «escuchado»! La comunidad creyente debería ser el honor de Dios, su nombradía, HOY diríamos su «publicidad», su atracti­vo... porque resultaría ser ¡muy hermosa!

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MARTES

Jeremías 14, 17-22

Todo este capítulo 14 es una especie de liturgia suplicato­ria, compuesta por Jeremías, para unas plegarias solem­nes hechas en Jerusalén, reinando Joaquín, en ocasión de una «gran sequía». (Jeremías 14, 1-3-4-5) «Los ricos envían a sus criados a por agua, llegan a los aljibes y no encuentran agua... retornan con sus jarras vacías... La tierra está resquebrajada. Incluso la cierva abandona a sus cervatillos recién nacidos porque no hay hierba...»

El Señor me habló así: «Les dirás esta palabra: derramen lágrimas mis ojos noche y día sin parar por el quebranto que ha sufrido la doncella, la hija de mi pueblo, herida gravísimamente. Si salgo al campo encuentro heridos de espada, si entro en la ciudad, veo a los desfallecidos de hambre.» Los ojos del profeta se derriten en lágrimas, noche y día. Sensibilidad de Jeremías: expresión de la sensibilidad de Dios. Porque es Dios quien le envía a decir esto. Dios humano, Dios que «llora» por las desgracias de sus hijos. Evidentemente se trata de modos de hablar, porque Dios no tiene cuerpo. Estas expresiones son llamadas «antro­pomorfismos», porque prestan a Dios sentimientos hu­manos. Pero no olvidemos que anuncian misteriosamente el día en que Dios tomará un «cuerpo» y llorará verdaderas lágrimas, en la muerte de su amigo Lázaro. (Juan 11, 35) Si alguna vez lloro yo también compadeciendo el sufri­miento de alguien, soy entonces «cuerpo» de Dios. Señor, dame un corazón atento a todas las penas de los hombres.

Aún el profeta y el sacerdote andan errantes por el país sin comprender. Y dicen: «Señor, ¿has rechazado a Judá para siempre? ¿o acaso se ha hastiado tu alma de

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Sión? ¿Por qué nos has herido sin esperanza de curación? Verdaderamente, cuando consideramos tales casos ¡no entendemos, Señor! ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el hambre? ¿Porqué el dolor de los inocentes y de los animales? ¿Por qué un universo con tanto clamor, tanta sangre derramada, tantos enfermos y disminuidos «sin esperanza de curación»? ¿Hacia Ti, Señor, elevamos ese clamor y esos infortu­nios? Es preciso rogar frecuentemente así, a partir de los verdaderos «problemas del mundo».

Reconocemos, Señor, nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres: hemos pecado contra Ti. Hay una parte de sufrimiento de la que nadie es culpable. Pero la otra parte proviene de las faltas, del egoísmo, de la pereza, de la necedad, de la negligencia, de la injusticia. Hemos pecado... Lo reconocemos... Ayúdanos, Señor, a disminuir, individual y colectivamente, la parte de su­frimiento que proviene de las faltas de los nombres.

Por amor de tu Nombre, no desprecies. No profanes la sede de tu Gloria. Recuerda, no rompas la alianza con nosotros. Todo ello podría considerarse una especie de chantaje hábil: «te interesa a Ti, Señor. Te deshonras al dar la impresión de que no existes, o de que no eres capaz de impedir el mal.» La audacia de tales plegarias pone de manifiesto que a Dios puede pedírsele todo. ¿Tenemos esta audacia, esta fe?

Dios nuestro, esperamos en Ti. El grito de desesperación acaba en un grito de esperanza.

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MIÉRCOLES

Jeremías 15, 10; 16-21

¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz, como hombre debatido y discutido por todo el país. Ni les debo ni me deben, pero todos me maldicen! En su ministerio de profeta esa fue una crisis grave que obligó a Jeremías a reasumir su vocación purificándola. Por su comprometerse al servicio de Dios se atrae enemigos; él, el manso por excelencia, ha de estar amenazando continuamente.

Cuando tus palabras venían a mí, Señor, ¡las devo­raba! Tu palabra era mi gozo, la delicia de mi corazón. Formulas de belleza recia y fuerte. Palabras que «vienen»... Una «avidez» que devora... ¿Veo yo «venir» a mí las palabras de Dios? ¿Tengo hambre de ellas?

Bajo el peso de tu mano me mantuve apartado... No me senté en el círculo de los que, entre risas, se burlaban... Los «burlones» son los ricos orgullosos, los supersufi-cientes, esta categoría que existe en todas las latitudes y en todo tiempo. Pascal llamaba «libertinos» a los que se ríen de todo y no piensan más que en «divertirse». Es una categoría especialmente maldita por los salmos (Salmo 1, 1; 108, 25; 122, 4), los escritos sapienciales (Prover­bios 3, 34; 24, 9; 21, 11) y por el evangelio: una vez más vemos a Jesús como el cumplimiento de toda una tradición... «Ay de vosotros, los que ahora reís...» (Lucas 6, 25) Hay que tomarse la vida en serio. Hay que tomarse a Dios en serio. Hay que tomarse el sufrimiento, la pobreza, de los demás, en serio ¡sobre todo cuando uno está ahito!

¿Por qué es perpetuo mi penar y mi herida irremedia­ble, rebelde a la medicina? ¿Has sido para mí como un espejismo, como aguas no verdaderas?

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Encontramos de nuevo la audacia extraordinaria de la oración de Jeremías. Una oración interrogativa: ¿Por qué, Señor...? ¿Cómo puede ser? Es una forma de oración muy verdadera que reproducen algunos cantos actuales: «Tú la fuente de aguas vivas, ¿cómo eres también la sed que nada apaga?» ¿Serías Tú una fuente engañosa, un agua no potable que daña? Esas frases, que podrían ser blasfemias, pueden también llegar a ser el punto de partida de una nueva relación con Dios, más verdadera, más purificada. La «noche oscura», para los místicos, es el punto de partida del «encuentro» más perfecto. La duda puede llegar a ser la cara oscura de la fidelidad, de la búsqueda que continúa: pues habría una manera de no dudar que sería negar a Dios y no hacerle más preguntas, actuar como si no existiese... o bien suprimir la duda de un modo ficticio, cerrando los ojos a las preguntas. Señor, ayúdanos a vivir con la duda, como un aguijón que nos empuja a seguir buscándote.

Entonces el Señor habló así: «Si vuelves, y si te hago volver». ¡Oh pensamiento admirable! que expresa perfectamente la cooperación de Dios y del hombre, en la conversión... la unión de la gracia y de la libertad. Jeremías usará muchas otras veces esta fórmula tan equilibrada. (Jere­mías 17, 14 y 20, 7) Señor, nada puedo sin Ti. Y me dices también que sin mí tampoco Tú puedes nada. Ayúdame, Señor, a poner mi parte con lealtad. Hazme suficientemente flexible para acoger la tuya.

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206 17.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Jeremías 18, 1-6

Palabra que fue dirigida a Jeremías, de parte del Señor: «¡Levántate! Baja donde el alfarero: que allí mismo te haré oír mis palabras...» ¡Levántate! Ve y mira como trabaja la gente... Reflexiona sobre su simbolismo... Dios puede hablarte a través de ellos... La taquimecanógrafa, el metalúrgico, el labriego, el alfarero, el agente de policía, el albañil, etc. Si se prueba de hacer la cuenta de los «hechos simbóli­cos» vividos por los profetas, causa asombro su variedad: —su propio drama personal con su mujer (Oseas 1, 3) —los nombres de los hijos de Isaías (7, 3; 8, 1; 8, 18) —el ramo de almendro y la marmita (Jeremías 1, 11-14) —la faja escondida en el Eufrates (Jeremías 13, 1) —la jarra (Jeremías 19) —los higos (Jeremías 24) —el yugo (Jeremías 27) —el campo comprado (Jeremías 32) —el ladrillo grabado (Ezequiel 4, 1) —el alimento racionado (Ezequiel 4, 9) —la marmita (Ezequiel 24, 3) —los dos bastones (Ezequiel 37, 15) ¿Sabemos vivir con los símbolos, humildes signos hechos para nosotros?

Bajé a la alfarería y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. Cuando el vaso que estaba haciendo se estropeó, como suele suceder... volvió a empezar otro vaso, según es costumbre entre los alfareros. Jeremías, de momento, se limitó pues a observar. Es una experiencia de fracaso. El alfarero quería hacer tal tipo de vaso y la arcilla se resistió ya sea que por demasiado húmeda no aguantaba, ya, por el contrario, que por demasiado seca y se resistía a la presión de las manos del alfarero que quería modelarla.

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Lejos de desanimarse, el alfarero hizo de nuevo una bola y comenzó otra pieza con el mismo barro. Toda la gracia de la «parábola» consiste en tomar este sencillo hecho para darle un significado espiritual. Así actúa Dios con nosotros. No le desanimamos nunca. Prueba otra cosa. ¿Sabemos nosotros esforzarnos continuamente de nuevo?

¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? Hay aquí un cierto tono de amenaza por parte de Dios. El artesano puede destruir su obra y comenzar otra. De igual modo, si Israel, no se deja modelar según el proyecto de Dios, Dios realizará su proyecto de todos modos pero con otros pueblos. Con frecuencia aparecerá ese tema en boca de Jesús: los invitados que ocupan los puestos de los que no eran dignos de ellos, los trabajadores de la viña a quienes ésta les es retirada para confiarla a otros.

Como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano. Que se tome la imagen positiva o negativa, nos conviene quedarnos con este último pensamiento: «estoy en manos de Dios»... Dios quiere hacer algo de mí... si me dejo modelar, hará algo bueno de mí. Esta imagen del alfarero es un tema frecuente en la Escritura. Desde el Génesis (2, 7) Dios formaba a Adán con barro. Isaías (29, 16) insistía en la dependencia absoluta del hombre con respecto a su creador. San Pablo dirá también: «¿no es el alfarero dueño de su arcilla?» (Romanos 9, 21) Esta imagen muestra la iniciativa absoluta de Dios. Señor, ¿acepto libremente estar «en tus manos»? Modé­lame según tu agrado. Concédeme ser cada día más dócil a los impulsos de tus dedos divinos. Termina en mí tu creación.

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V I E R N E S

Jeremías 26, 1-9

Al principio del reinado de Yoaquim, hijo de Josías, rey de Judá, fue dirigida a Jeremías esta palabra del Señor: «Párate en el patio del templo... A toda la gente dirás:... trataré este templo como hice con Silo y haré que Jerusalén sea maldecida por todas las naciones de la tierra...» De nuevo, una amenaza contra el culto formalista del Templo. Jeremías está arrestado por el mismo motivo que Jesús: por haber anunciado la ruina del Templo. ¡Se necesitaba valentía para decir esas cosas!...

Quizá oigan y se torne cada cual de su mal camino: entonces me arrepentiré del mal que estoy pensando hacerles por la perversidad de sus obras. La intención última de Dios no es nunca la amenaza. «Quiero la conversión y no el castigo» dirá Ezequiel (33, 11) Y Jesús irá más lejos diciendo: «hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión.» (Lucas 15, 7-10) Señor, te doy gracias por esta posibilidad que me ofreces de cambiar mi vida. Que no la emplee para quedarme voluntariamente en mi mal.

¿Quizá «oirán»?... Si no me «escucháis» estando atentos a las palabras de mis siervos los profetas... Todavía el tema de la escucha, de la atención. A menudo HOY, se oye decir: «no encuentro tiempo para la oración». Es verdad que un cierto tipo de oración de escucha no puede hacerse más que en un cierto silencio y que para ello es necesario ponerse en determinadas condiciones favorables. Danos, Señor, la energía de ponernos en esas condicio­nes, de saber dejar una ocupación, si es preciso, para

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«estar a la escucha»... como nos ponemos de veras a la escucha de alguien que amamos o que respetamos.

Los profetas que persisto en enviaros y que no escucháis. ¡Oh, sí, Señor, persiste! Sé más perseverante que yo. Sigue hablándome aun cuando yo no sepa escucharte. Quizá algún día tu voz llegará a superar la algarabía de mi alma.

Sacerdotes, profetas y todo el pueblo oyeron a Jere­mías pronunciar esas palabras en el Templo del Señor. Y cuando Jeremías terminó de pronunciar todo lo que el Señor le había ordenado decir a todo el pueblo, sacerdotes y profetas le prendieron diciendo: «¡Vas a morir! ¿Por qué has hecho esta profecía?...» Y todo el mundo se juntó en torno a Jeremías, en el Templo del Señor. Se quiere hacer callar a este profeta molesto, como se hará callar a Juan Bautista, como se hará callar a Jesús. Señor, ¿por qué tus amigos, tus portavoces, son rechaza­dos tan a menudo? La fe verdadera es a menudo una prueba. Jeremías la vivió como una prueba. Anunciaba a sus contemporáneos la ruina de todas sus seguridades: «no creáis que el Templo es una protección infalible». Y él mismo, perso­nalmente, veía desmoronarse toda seguridad ante la coalición de las autoridades que querían matarle. Todo hace pensar que murió, de hecho, mártir, realizando ¡por adelantado! algo de la Pasión de Jesús. Señor, ayúdanos a vivir nuestra fe en la desnudez de las pruebas, en la inseguridad de las revisiones, en la noche de las dudas.

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210 17.a semana del tiempo ordinario

S Á B A D O

Jeremías 26, 11-16, 24

Los sacerdotes y los profetas dijeron a los magistrados y a todo el pueblo: «Este hombre, Jeremías, merece la muerte porque ha profetizado contra esta ciudad: lo habéis oído con vuestros propios oídos.» Sorprende la correspondencia de esa escena y el proceso de Jesús. Dos consideraciones podemos hacer a propósi­to de esta semejanza: 1. La Pasión de Jesús que ocupa tanto lugar en los evangelios, como parte más importante de su vida... y que, sin embargo parecía tan contraria a la espera mesiánica y a la idea que el conjunto de los hombres se hacen de Dios... esta Pasión había sido, no obstante, preparada desde mucho antes. Jeremías, hoy, nos da una «figura»: Dios, misterio de amor absoluto, va hasta dejarse juzgar y quebrantar, aparentemente... y en ese exceso de amor está su triunfo final. 2. Si Jeremías es figura de Cristo, hay que decir también que todo hombre que sufre por la justicia participa en cierta manera de ese mismo misterio: la Pasión de Jesús se continúa por doquier que haya hombres que sufran. San Pablo decía: «Me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros —es también acusado y encarcela­do— porque completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia (Colosenses 1, 24)

Jeremías, dirigiéndose a los magistrados y a todo el pueblo, dijo:... Jesús hablará muy poco en su proceso. Pero los tres argumentos que Jeremías usará en su alegato, Jesús los había también propuesto ampliamente en el curso de las controversias que precedieron a su arresto.

El Señor me ha enviado a anunciar sobre este Templo y esta ciudad, todo lo que habéis oído.

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Primer argumento: No hablo de mi mismo, no soy más que un enviado de Dios, es Dios quien habla por mi boca: afirmación de su vocación divina y de su fidelidad a esta vocación. Jesús dirá también: «Yo para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.» (Juan 18, 37) «Aquel a quien Dios ha enviado habla el lenguaje de Dios.» (Juan 3, 34)

Ahora pues, mejorad vuestros caminos y vuestras obras, escuchad la llamada del Señor. Entonces se arrepentirá el Señor del mal que ha pronunciado contra vosotros. Segundo argumento: No he predicado, en primer lugar la destrucción del Templo, ni el mal, sino la «conversión». Todo puede arreglarse si escucháis, si cambiáis de vida. Jesús usará, a menudo, fórmulas condicionales: «Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados.» (Juan 8, 24) «Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.» (Lucas 13, 2)

En cuanto a mí, heme aquí en vuestras manos. Haced conmigo lo que os parezca bueno y justo. Empero sabed que, si me matáis, sangre inocente cargaréis sobre vosotros y sobre esta ciudad y sus moradores. Tercer argumento: Soy, de veras, inocente: si derramáis mi sangre clamará al cielo y la cargaréis sobre vosotros. Las gentes gritarán: «Que caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.» (Mateo 27, 25) Contemplar, HOY, como entonces, en cualquier inocente que sufra, a Cristo sufriente. Participar, por la ofrenda de mis propios padecimientos, en la gran obra de Dios: la salvación del mundo.

Entonces los magistrados y todo el pueblo dijeron a los sacerdotes y a los profetas: «Este hombre no merece la muerte, porque ha hablado en nombre del Señor.» La misma situación que el evangelio: el pueblo sencillo de los pobres está de parte de Jesús, mientras que ]as autoridades oficiales buscan perderle.

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212 18.a semana del tiempo ordinario

Décima octava semana del tiempo ordinario

L U N E S

Jeremías 28, 1-17

Al principio del reinado de Sedéelas, rey de Judá, en el año cuarto, en el mes quinto... Un acontecimiento fechado con precisión. Señor, lo sé, ningún día es igual a otro. Cada hora, cada minuto, vienen a mí con un querer tuyo. HOY, lo sé, tendré que vivir en comunión contigo, Señor... en lo previsible y lo imprevisible. Me detengo a reflexionar algunos instantes sobre esta jornada... Para prever, al máximo, lo que es posible prever: lo que HOY, Señor, esperas seguramente de mí. Y también, ante todo, me dispongo a estar disponible para todo lo imprevisto que se presente. Lo que Tú, Señor, introducirás en este día para cambiar todos mis planes y moverme a un acto de fe y de confianza más purificado. El sufrimiento es, a menudo, este imprevisto que trastorna nuestros planes.

El profeta Ananías habló así a Jeremías: «Palabra del Señor del universo: He quebrado el yugo del rey de Babilonia... Haré devolver a este lugar todo el mobilia­rio del templo... Conduciré de nuevo a este lugar al rey de Judá y a todos los deportados...» ¡El acontecimiento! en fecha tan precisa... aparentemente no tiene importancia: un simple enfrentamiento entre dos personas, entre dos hombres que dicen ser profetas. Uno de ellos, Jeremías, anuncia la desgracia, el castigo de Jerusalén. El otro, Ananías, anuncia la felicidad, el éxito de Jerusalén. Uno y otro pretenden hablar en nombre del Señor, sus fórmulas parecidas: «Palabra del Señor del universo», dijo Ananías. Ambigüedad de la «Palabra» de Dios, siempre envuelta en una «palabra» humana, y que hay que interpretar. ¿Se puede estar seguro, alguna vez, de poseer la verdad? Como Ananías ¿no estamos también tentados de retener,

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de los acontecimientos o de la Escritura, solamente aquello que nos va bien, que nos gusta? Señor, concédenos aceptarlo todo como recibido de Ti. «En lo mejor y en lo peor» como dicen los novios al casarse. Es verdad, Señor, que todo acontecimiento puede o construir o destruir: incluso un acontecimiento feliz puede destruir... y un acontecimiento desgraciado puede construir... El profeta Jeremías contestó: «¡Amén! ¡hágalo así el Señor! Que el Señor confirme lo que acabas de profetizar... Pero escucha, ahora: los profetas que nos han precedido a ti y a mí, han profetizado la guerra, el hambre, la peste... En cuanto al profeta que profetiza la paz, no se le reconoce por un profeta enviado por el Señor, mas que si su palabra se cumple.» Jeremías no halla ningún placer en anunciar la prueba y el sufrimiento. También él desea la felicidad y está presto a desear que Ananías tenga razón. Pero, por desgracia, Jeremías reconoce que es muy fácil anunciar la felicidad. Corresponde de tal modo a las aspiraciones populares, que no hay que fiarse de ese anuncio. ¿No es tentador para un profeta suavizar su mensaje, atenuar la exigencia y el rigor, aceptar compro­misos para ser más fácilmente escuchado? Por lo tanto Jeremías para discernir la autenticidad de los profetas se atreve a formular un criterio... que podría parecemos escandaloso: no hay que fiarse del que nos anuncia éxitos, porque puede muy bien ser que sólo lo diga para contentarnos... el que nos anuncia la «dureza de la existencia», a éste podemos creerle de entrada; porque no es algo fácil de decir... Realismo profundo. Algo pesimista, quizá. Por mi parte, ¿me atreveré a aplicar este criterio a todos los sistemas, a todas las ideologías que nos prometen, para el día de mañana una sociedad perfecta, un paraíso en la tierra? Señor, ayúdanos a recibir las alegrías sin que nos hagan perder la cabeza ni el corazón. Señor, ayúdanos a recibir las pruebas sin que nos dejen en el abatimiento.

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214 18.a semana del tiempo ordinario

MARTES

Jeremías 30, 1-2; 12-15; 18-22

«Escribe en un libro todas las palabras que te he hablado.» Los capítulos 30 a 33 de Jeremías que iremos leyendo, constituyen el llamado «Libro de la Consolación». Cuando el pueblo y sus responsables se dormían en la indiferencia o en la ilusión, Jeremías anunció duramente la desgracia que se acercaba. A medida que la destrucción de Jerusalén es más inminente y se ha realizado ya, en 586, Jeremías anuncia la restauración, y se propone consolar a los desesperados.

Israel, tu herida es incurable y tu quebranto irremedia­ble. No hay nadie para ocuparse de ti. Todos tus amantes te han olvidado, ya no se preocupan de ti... ¿Por qué te quejas? Por tu gran falta, por ser enormes tus pecados te he hecho esto. El Antiguo Testamento no hace nunca distinción entre lo que sucede «por las causas segundas» —es decir lo que proviene de las leyes naturales de la biología, de la historia, de la psicología humana...— y lo que procede de la «Causa Primera» —lo que Dios permite o quiere—. Así la Biblia suele atribuir directamente a Dios todo lo que sucede, incluso el mal: «Te he hecho todo este mal». Jesús rectificará claramente este juicio demasiado sim­plista diciendo, a propósito del ciego de nacimiento: «ni él ni sus padres pecaron para que esto le sucediera...» pero ha sucedido para que se manifiesten en él las obras de Dios, es decir, la gracia de la curación (Juan 9, 3) Dios ama de veras a los hombres. Quiere, de veras, su felicidad. Y hay como una queja dolorosa en su boca ante los «falsos amantes» de la humanidad, que la abandonan a la primera dificultad. «Todos los amantes te han olvidado.» Son los ídolos. Dios, es un «esposo» verdadero. No abandona a los que

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ama. Cuando aprieta el mal —interpretado como una consecuencia de los pecados, según los matices antes sugeridos—, Dios continúa amando. Y he ahí lo que esto significa:

Mira: restableceré las tiendas de Jacob, me compade­ceré de sus mansiones; será reedificada la ciudad sobre sus ruinas, el alcázar será restablecido en su lugar, saldrán de allí loor y gritos de alegría. Una primera imagen: la reconstrucción de una ciudad destruida... Una ciudad completamente nueva surge de sus ruinas... una casa pimpante, sólida, confortable, de la que salen voces de alegría.

Los multiplicaré, los honraré... Sus hijos serán como antes... Su asamblea se mantendrá en pie ante mí... Su jefe de entre ellos saldrá, su soberano será uno de ellos. Yo le daré audiencia y él llegará hasta mí... Una segunda imagen: un pueblo próspero que se multipli­ca... que se reúne delante de Dios... que elige a su responsable a quien Dios dará audiencia... Algunos exegetas subrayan que Jeremías no vuelve a nombrar a «Jerusalén»: la ciudad que el profeta entrevé para el futuro es toda ciudad que se reconstruye. Y Jeremías no nombra tampoco al «rey»: el jefe entrevisto por el profeta no es, forzosamente de la «estirpe de David», como anunciaba Isaías, es cualquier responsable que, democráticamente, elige una comunidad humana —«uno de ellos, de entre ellos saldrá», insiste el profeta. Ruego por los pueblos, y por sus responsables. Ruego por las comunidades humanas de las que formo parte, y por los responsables de estos grupos.

«Y vosotros seréis mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios». En los días venideros, encontraremos a menudo esta fórmula, que es una «fórmula de Alianza»: llevo a la oración esta fórmula admirable.

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216 18.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Jeremías 31, 1-7

En aquel tiempo —palabra del Señor— Yo seré el Dios de todas las tribus y familias de Israel, y ellas serán mi pueblo. Fórmula de la Alianza: una pertenencia mutua, una reciprocidad de destino. «Yo seré tuyo y tú serás mío» Pero la fórmula está expresada en términos colectivos —se trata de un «pueblo»— y esto tiene una profunda significación, HOY también: en el estudio de los fenóme­nos históricos, se insiste actualmente en su dimensión colectiva. Lo que atañe a muchas personas, solidarias las unas de las otras, tiene mucha importancia para Dios. Concienciarse de los «pueblos», de los ambientes a los que pertenezco. Y rogar por su evangelización... y trabajar en ellos según mis medios. La Iglesia es también «un pueblo». La Nueva Alianza tiene siempre un aspecto colectivo. «Todos juntos» llegamos al cielo y «no los unos sin los otros», dirá Péguy. Rogar por la Iglesia... y por el conjunto de la humanidad...

Así habla el Señor: halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada. Israel camina hacia su descanso. Es el tema del «pequeño resto» encontrado ya en Isaías 7-3) (martes de la 15.a semana). En el vacío de las horas más sombrías, hay que conservar la esperanza. Cuando todo parece perdido, hay que levantar la cabeza. Israel «camina» hacia su descanso.

De lejos se le apareció el Señor diciendo: con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti. De nuevo te edificaré y serás edificada, doncella de Israel. Es el tema de la fidelidad de Dios. El contrato de Alianza de Dios con su pueblo no es un regateo, «me das, te doy», «si sois fieles yo seré fiel».

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¡Dios se ha comprometido a ser fiel aun cuando nosotros no lo seamos! «He reservado gracia para ti» Esto, lo hemos encontrado ya, de modo inolvidable, en el profeta Oseas. Gracias, Señor, de esta fidelidad a toda prueba. Que sea yo lo menos indigno posible. «¡Con amor eterno te he amado!» Hay que dejar resonar en nuestro interior estas palabras ardientes que Dios nos repite HOY también. «Habiendo amado a los suyos en el mundo, los amó hasta el fin.» Jesús será pronto el rostro concreto de esta declaración de amor de Dios a la humanidad.

Doncella de Israel, de nuevo tomarás tus tamboriles de fiesta y pasearás entre danzas festivas. Imagen inolvidable, que nos muestra la ternura del alma de Jeremías: una doncella feliz que baila de alegría. Es así como imagina Dios a la humanidad salvada, pasado el tiempo de la prueba.

Aún volverás a plantar viñas... Otra imagen de consuelo: un labriego feliz haciendo plantaciones. La viña, promesa del vino «que alegra el corazón del hombre» (Salmo 104-15)

Pues habrá un día en que gritarán los centinelas en la montaña de Efraim: «Levantaos y subamos a Sión donde el Señor... Gritad de gozo... Aclamad... Que se oigan vuestras alabanzas... Proclamad: ¡el Señor ha salvado a su pueblo, el resto de Israel!» Ultima imagen: un pueblo peregrino, un pueblo en marcha hacia Dios, hacia el gozo. Un pueblo «eucarísti-co» que canta la acción de gracias de los que han sido salvados.

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218 18.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Jeremías 31, 31-34

Palabra del Señor: Vienen días... Dios está enteramente volcado hacia ese futuro, hacia ese «cumplimiento» que está preparando. Dimensión escato-lógica de la obra de Dios. Para juzgar definitivamente este mundo que tan a menudo nos parece mal construido, hay que esperar el final. La creación está todavía muy llena de «arrugas» que la estropean momentáneamente: el su­frimiento, la muerte, el pecado. Pero, dejemos resonar la promesa: «vienen días...» Este «final» está cumplién­dose, ha empezado ya.

Vienen días en que yo pactaré una nueva alianza. Sabemos que Jesús tomó a su cuenta este pronóstico. «He ahí la sangre de la Alianza, nueva y eterna.» Esta profecía de Jeremías constituye una de las cimas del Antiguo Testamento.

No será como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarlos de Egipto: mi alianza que ellos rompieron... Pero esta es la alianza que yo pactaré, después de aquellos días. Se adivina que será un pacto más sólido, inquebrantable. Una Alianza que no podrá romperse.

Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón. Lo que aquí se anuncia es una comunión perfecta y como espontánea con Dios.

No tendrán necesidad de adoctrinarse el uno al otro, diciendo cada uno a su hermano: «Conoced al Se­ñor.» No será ya necesario un código de moral exterior. Dios confía totalmente en el hombre porque su Ley es interio­rizada.

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Entre dos auténticos enamorados no se precisa código alguno, porque cada uno se da espontáneamente a la felicidad del otro. «Ama y haz lo que quieras», dirá san Agustín. Dios sueña en esta perfección del amor. Y si nos escandalizamos de esas fórmulas es que no hemos entendido lo que es el amor. Lejos de provocar un laxismo estas invitaciones a la espontaneidad son una exigencia tanto o más fuerte que los códigos morales. En efecto, al final uno acaba liberándose de una regla precisa —y se cree exento de ella—... pero nunca se acaba de amar, de querer agradar a aquel a quien se ama.

Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Encontramos de nuevo la fórmula de la Alianza. Jesús, volviendo a esta tradición bíblica, la afinará hasta el extremo cuando dirá: «permaneced en Mí como Yo permanezco en vosotros.» (Juan 15, 4) La Alianza no es ante todo un «contrato», es la «comu­nión» de dos seres. Y es Dios el que toma la iniciativa. ¿Cómo es mi vida de comunión, en alianza de amor con Dios?

Pues todos me conocerán, del más pequeño al más grande. El «conocimiento» del otro es un elemento importante de todo amor. A partir de este elemento, puedo revisar si sé amar de veras, ¿procuro conocer mejor, trato de darme a conocer? Esto es verdad de todos nuestros amores. Es verdad también de nuestro amor por Dios. ¿Qué hago para conocerle mejor?

Perdonaré sus faltas y no me acordaré más de sus pecados. El «perdón» es también, lo sabemos teóricamente, una dimensión del amor.

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220 18." semana del tiempo ordinario

VIERNES

Nahúm 2, 1-3; 3, 1-3; 6-7

Un libro profético muy corto es el de Nahúm. Sólo tiene tres páginas. Nahúm es un contemporáneo de Jeremías. Vive inmerso en ese período agitado que precede al derrumbamiento de Jerusalén.

Mira correr por las montañas al mensajero que anuncia la paz. Una vez más hay que dejar vagar la imaginación, ahora partiendo de esta imagen. Después de esta victoria, volverá la paz. Un mensajero parte veloz, y corre, corre con todas sus fuerzas para ir a anunciar a sus conciudadanos esta buena noticia. Llega resoplando y grita su mensaje:

Celebra tus fiestas Judá. Cumple tus votos. El malva­do no volverá por ti: ha sido exterminado, pues el Señor restablece la viña de Jacob como la viña de Israel. Los saqueadores la habían saqueado y habían destruido sus sarmientos. Estas cosas se dijeron en plena crisis. En el momento en que Judá e Israel titubean bajo los golpes de los ejércitos asirios. ¿Soy capaz de esperar? ¿incluso en los momentos en que todo parece perdido?

¡Ay de ti, Nínive, ciudad sanguinaria, llena de fraudes, de violencias, y de incesante pillaje! Cuando Nahúm profetiza, Nínive, capital de Asiría está en el apogeo de su poder. Los bajorrelieves que llenan los museos son testigos de esta civilización prestigiosa y violenta que hace temblar al mundo. En 553 antes de Jesucristo, el imperio asirio y sus ejércitos invencibles han conquistado incluso Tebas, capital del poderoso Egipto. Ahora bien, cincuenta años después, Nínive se derrumba a su vez bajo la embestida de Babilonia.

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Al describir por adelantado esta caída de la orgullosa Nínive, lo que canta el profeta es la esperanza de los pobres: todas las pequeñas naciones, hasta ahora aplasta­das, podrán levantar la cabeza. Escuchemos esta áspera profecía:

Ay de ti, Nínive... ¡Escuchad el chasquido de los látigos, el estrépito de las ruedas, el galope de los caballos, la oleada de los carros! ¡Caballería que avanza, flamear de espadas, centellear de lanzas! ¡Multitud de heridos, montones de muertos, cadáveres por doquier, cadáveres con los que se tropieza! Arro­jaré inmundicia sobre ti, te deshonraré y te pondré como espectáculo. Cuando Asiría se proclama la dueña del mundo, es así como la ve Nahúm; Nínive no es solamente la capital de un país poderoso, sino el símbolo del orgullo y de la violencia, de los «poderosos» de todo orden. Fraudes, violencias, barbarie, brutalidad, no son privilegio de aquel tiempo ni de aquella civilización. Nínive es el tipo de ciudad que quiere dominar el mundo. ¡Este tipo de ciudad no podría durar ante Dios! Será destruida. Nínive, HOY, toma otros nombres: son todas estas potencias sin escrúpulos, que, en el seno de los sistemas económicos actuales, se aprovechan del dinero y de la mentira, para oprimir a los débiles indefensos. Los imperios caen, unos después de los otros. Y la historia continúa. Nínive, la «maravilla del mundo» HOY, es sólo un campo de ruinas: ¿podemos imaginarnos a Roma, París, Nueva York, o Moscú, en ruinas? Meditemos sobre la fragilidad de las cosas. La conciencia del hombre moderno no se siente habitual-mente cómoda ante estas expresiones: ¿cómo podría Dios alegrarse de ver una nación castigada? De hecho sabemos que la historia humana es, en parte, el resultado de la libertad humana, con su mezcla de generosidad y de pecado.

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222 18.« semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Habacuc 1, 12 a 2, 4

Desde los tiempos más lejanos, ¿no eres Tú, Señor, mi Dios, mi Santo, Tú, que no puedes morir? En medio de las fragilidades y de las ruinas, de las dificultades y de los fracasos, el hombre ha considerado siempre a Dios como «el eterno», el fuerte, el santo, el inmortal. Algunos filósofos critican hoy esta concepción de Dios, acusándola de ser un fácil consuelo de nuestros límites humanos: como sí, de hecho, Dios no fuera más que la proyección, más allá del hombre, de sus propias caren­cias; se sueña lo que no se tiene, y se imagina que lo soñado existe en algún lugar. Es verdad que tenemos siempre la tendencia de hacernos un Dios a nuestro servicio, un Dios que colme nuestras carencias. De todos modos, por medio de los acontecimientos Dios se encarga de purificar estas imágenes demasiado sim­plistas que nos nacemos de El: nos desconcierta sin cesar, para provocarnos a avanzar más lejos cada vez hasta que lleguemos a descubrirlo.

Tú estableciste el pueblo de los caldeos para ejecutar el juicio y llevar a cabo el castigo. Ayer, Nahúm nos invitaba a ver a Nínive aplastada por los caldeos de Babilonia. Hoy Habacuc nos invita a considerar que esos mismos caldeos, instrumentos de la intervención de Dios, irán, a su vez, demasiado lejos en su represión.

Tus ojos son demasiado puros para ver el mal, no puedes mirar la opresión. Entonces, ¿por qué callas cuando el malvado devora a un hombre más justo que él? Éste «por qué», esta pregunta dirigida a Dios... ¡cuan actual es!

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Aunque nos hayamos hecho de Dios un concepto de Fortaleza, de Justicia, de Santidad... esto no resuelve todas nuestras preguntas. Nos quedamos en la duda. ¿Por qué, Señor, todo parece salirles bien a los impíos? ¿Por qué el sufrimiento, por qué? No hemos de temer preguntar a Dios. ¡Babilonia no es mejor que Nínive! Y Dios está mucho más allá de Nínive o de Babilonia, aunque, momentáneamente la una o la otra contribuyan a hacer avanzar, quizá sin saberlo, los proyectos de Dios.

Descripción de la pesca: se compara la conquista babilónica a una red que recoge todo lo que encuen­tra... ¡Y se vanagloria de ello! «¡Y para conseguirlo ofrece sacrificios a su red y hace humear las ofrendas ante su nasa, porque gracias a ellos obtiene presa abundante!» El hombre se pasa de listo. Y se atribuye a sí mismo los éxitos.

Entonces el Señor me contestó: «Escribe la visión, ponía clara en tablillas para que se pueda leer de corrido. Esta visión se realizará, pero solamente cuando llegue su tiempo.» Dios es enteramente el otro. Hay que saber esperar. Con El, hay que hacer el salto a lo desconocido. Cuando algo no ha ocurrido como la creíamos ingenuamente, cuando un suceso nos ha des­concertado, cuando uno, se hace, ante Dios, una nueva pregunta... entonces hay que tener paciencia: el proyecto de Dios «se realizará pero a su debido tiempo». Mientras tanto hay que caminar en la noche. Verdad siempre actual. A partir de esta revelación hago una oración de esperanza.

Esta visión tiende hacia su cumplimiento, no decep­cionará. Si parece tardar, espérala: vendrá, ciertamen­te, pero a su hora...

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224 19.a semana del tiempo ordinario

Décima novena semana del t iempo ordinario

L U N E S

Ezequiel 1, 2-5; 24-28

Abordamos hoy, y para dos semanas, la lectura del profeta Ezequiel. La catástrofe del 586, la destrucción de Jerusalén y de toda la vida institucional judía, de modo que ya no hay rey, ni Templo, ni culto, marca un viraje decisivo para el pueblo elegido: bajo la presión tan desconcertante de los acontecimientos, el sueño de un Estado temporal es sustituido por una «comunidad espiritual» despojada de toda posibilidad política. El mismo Ezequiel, que era sacerdote, se encuentra entre los deportados, lejos de su país, lejos de su Templo. A orillas del río Kebar, en tierra pagana, ¡sigue encontrando a Dios!

El quinto día del cuarto mes —era el quinto año de la deportación del rey Joaquín— la palabra de Dios fue dirigida al sacerdote Ezequiel, en el país de los caldeos, a orillas del río Kebar y allí sintió sobre él la mano del Señor. Ya no está en un santuario. Está al aire libre, a orillas de un río. Dios está también allí. ¿Qué hacía Ezequiel en este momento? Estaba quizá agachado ante los látigos de los guardianes que vigilaban los pesados trabajos que se imponía a los deportados. Como los prisioneros de todo tiempo, contaba los días.

La mano del Señor se posó sobre mí. No una «mano» física. Admirable expresión para afirmar, como todos los profe­tas, el dominio de Dios sobre él.

Tuve una visión: un viento huracanado, una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno y en

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medio como el fulgor de un bronce brillante en medio del fuego... Cada profeta tiene una manera muy personal de revelar su experiencia. Ezequiel, como Isaías, ha quedado «deslumhrado», sumergido... Las palabras que afloran a sus labios para balbucear algo pertenecen al vocabulario de las fuerzas cósmicas irresis­tibles: la tempestad, el relámpago, el fuego.

En el centro distinguía la forma de cuatro seres vivos de apariencia humana. Oí el rumor de sus alas parecido al ruido del océano, a la voz del Todopodero­so, el rumor tumultuoso de un campamento. Las imágenes se atrepellan y se contradicen. Un ruido ensordecedor. Esas imágenes sólo están ahí para tratar de sugerir la transcendencia de Dios.

Encima de la bóveda que dominaba sus cabezas, había algo como una piedra de zafiro en forma de trono y en lo más alto una figura de apariencia humana. Ezequiel acumula las precauciones, multiplica las fórmu­las aproximativas: «he visto como el fulgor... una forma de trono... una apariencia humana...» De hecho Dios está mucho más allá de toda imagen. Pero podemos servirnos de todo lo que nos eleva más allá de nosotros, de los espectáculos grandiosos de la naturaleza, por ejemplo, para hacernos una idea de su grandeza.

Vi algo como fuego que producía un resplandor en torno... Era la visión de la imagen de la gloria del Señor. Basta con evocar a «Jesús», humilde y pobre, y sin embargo «glorioso» para adivinar cuan variadas y con­tradictorias pueden ser las imágenes de Dios. Ninguna de ellas es suficiente. Es preciso, sin duda dejarse aprehen­der por cada experiencia, sin negar los demás.

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226 19." semana del tiempo ordinario

MARTES

Ezequiel 2, 8; 3, 4

El Señor me dijo: «Tú, hijo de hombre, escucha lo que voy a decirte. No seas rebelde como esta casa de rebeldes.» Nunca se escucha bastante. Se cree escuchar al otro y a menudo nos escuchamos a nosotros mismos, o bien preparamos interiormente lo que diremos después. Para escuchar de veras al otro, hay que vaciarse de sí mismo, deshacerse de todo prejuicio. Escuchar es una de las formas mas importantes del amor, del respeto.

Abre la boca y come lo que te voy a dar. Como a otros profetas, Dios conduce a Ezequiel a hacer «signos», gestos simbólicos, corporales y significativos a la vez.

Vi una mano tendida hacia mí, que tenía un libro enrollado. Estaba escrito por ambas caras. Contenía cantos lúgubres, lamentaciones y gemidos. Me dijo: Hijo de hombre, come lo que se te ofrece, y ve luego a hablar a la casa de Israel. Este símbolo es claro: el profeta tendrá que transmitir la Palabra de Dios... su palabra humana tendrá un alcance divino, porque primero habrá tenido que asimilar el pensamiento de Dios, para luego ser su portavoz. Y porque se acerca el Exilio con su cortejo de sufrimien­tos, lo que tendrá que comer es muy amargo, es: «luto, lamentaciones, gemidos». Asumir mi existencia. Hacer frente a lo que se presente.

Aliméntate y sacíate de este rollo que te doy. No se trata pues de recibir pasivamente, materialmente la Palabra de Dios. Se trata de alimentarse y de saciarse de ella. Prolongando la imagen, uno casi se atrevería a de­cir: hay que digerir, asimilar, hacer nuestra, la Palabra.

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La imagen de la «manducación» de la Palabra evoca irresistiblemente, para nosotros, el gran discurso de Jesús en el capítulo 6 de san Juan, en el que Jesús afirma que El es un «pan de vida»: «Trabajad no ya por el alimento perecedero sino por el alimento que perdura hasta la vida eterna... El pan de Dios da la vida al mundo... Quien venga a Mí, no tendrá nunca hambre... Quien coma de este pan, vivirá eternamente...» ¿Qué clase de hambre es la mía? ¿Me alimento suficientemente de la Palabra de Dios? ¿Transformo esta Palabra en mi propia carne, en mi propia vida? de tal manera que no quede todo en palabras, sino en comportamientos, en actos concretos.

Lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel. La amargura de la existencia, las lamentaciones y los gemidos se suavizaron, al contacto apaciguador de la Palabra de Dios. Aquí hay también un símbolo. Sucede que la Palabra de Dios es, a veces, una herida, una cuestión incómoda, una impugnación. Sucede tam­bién que es dulzura, apaciguamiento, consolación. De todos modos. Dios es siempre «buena nueva», evangelio. Conviene, a veces, tratar de vivir este símbolo: por ejemplo, tomar una Palabra de Dios, y rumiarla, sabo­rearla como se saborea un manjar suculento. Esta es una forma de oración aconsejada y utilizada por muchos espirituales: repetir muy sencillamente una frase, pres­tando atención a su pronunciación por los labios, e interiorizándola.

Me dijo entonces: «Hijo de hombre ¡levántate! Ve a la casa de Israel, y le hablarás con mis palabras.» La manducación de la Palabra de Dios pasa a ser responsabilidad apostólica: hay que «ir» a tus herma­nos...

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MIÉRCOLES

Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22

La página que leeremos hoy tiene, como otras muchas, ciertos caracteres chocantes. Ezequiel era un visionario. Sus imágenes son brillantes y fuertes como en una película de violencia. Atendiendo a nuestro estado de espíritu y a nuestras necesidades espirituales, podemos, según los casos: —dejarnos alertar profundamente por las amenazas que expresan... —orar a partir de los elementos más positivos que contienen...

El Señor Dios gritó con voz fuerte a mis oídos: Con frecuencia el Dios de Ezequiel es un Dios que «grita». ¡Eran tantas las personas que en aquella época vivían de ilusiones, sin percatarse de la amenaza que se aproximaba! También Jesús, en sus últimos discursos, subrayará el descuido culpable de tanta gente que no toma en serio su frágil condición humana: «estad alerta, guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje y venga aquel día de improviso sobre vosotros como un lazo» (Lucas 21, 34)

«¡Se acercan los castigos de la ciudad, cada uno con su instrumento de destrucción...!» Pascal tradujo en términos inolvidables la condición del hombre siempre amenazada, subrayando, la increíble ligereza de los que no quieren pensar en ello: «Un hombre, encarcelado, que desconoce si ha sido dada la orden de detención contra él y cuando falta sólo una hora para saberlo, resulta completamente antinatural que emplee esa hora, no para enterarse de si ha sido dada la orden de detención, y tratar de revocarla sino para jugar a las cartas.» Señor, ¡que sepamos emplear bien las horas que nos quedan!

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«Recorre la ciudad y marca una cruz en la frente de todos los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en ella...» Los salvados son los lúcidos, los que saben reconocer el pecado del mundo y llorar por este pecado. San Juan, en su Apocalipsis repetirá textualmente esta imagen: «Esperad, no causéis daño a la tierra hasta que marquemos la frente de los servidores de nuestro Dios.» (Apocalipsis 7, 3) Que sea yo también una de esas almas sensibles que sienten en profundidad su solidaridad con el pecado del mundo para «cargar con su peso» y, en lo posible, «salvarlo».

La gloria del Señor abandonó el umbral del Templo y se posó sobre los querubines. Los querubines desple­garon sus alas y se elevaron del suelo ante mis ojos... Era el ser vivo que yo había visto debajo del Dios de Israel, junto al río Kebar. Tras esta imagen hay una verdad extremadamente impor­tante. Dios abandona el Templo de Jerusalén para ir a reunirse con los deportados, allá donde sufren, a orillas del río de Babilonia. Es una intuición extraordinaria. Más que permanecer gimiendo inútilmente por el drama de la ruina del Templo, el profeta ve a Dios que va a habitar en tierra extranjera: el Señor no está ligado a un santuario, ni a un lugar determinado... está presente en todas partes, especialmente allá donde los hombres creen en El, allá donde los hombres sufren. Ayúdame, Señor, a tener yo también esta convicción, que Tú estás conmigo, en el lugar mismo de mis actividades, en el centro de mis pruebas. A la samaritana que le preguntaba por el lugar más favorable para dar culto a Dios, Jesús le dirá: «Créeme, mujer, viene la hora que ni en esta montaña, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.» (Juan 4, 21-23)

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230 19.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Ezequiel 12, 1-12

No nos sorprendan las aparentes incoherencias de este libro complejo que estamos meditando. Algunos capítu­los están desplazados, pues se pasa de textos que se refieren al exilio a otros cuyos hechos sucedieron ante­riormente. En la página de hoy, el profeta trata de hacer comprender a los habitantes de Jerusalén que, algún día, serán fugitivos que abandonarán a escondidas su casa.

La palabra de Dios me fue dirigida: «Hijo de hombre, tú vives en medio de una raza de rebeldes, tienen ojos para ver y no ven; oídos para oír y no oyen.» Son casi las mismas palabras, con las que Jesús condena­rá la ceguera de sus contemporáneos. (Mateo 4, 12) Y con las que, después de haber curado al ciego de nacimiento, subrayará que los fariseos creen ver claro, pero, de hecho son ciegos espiritualmente (Juan 9, 40) «Algunos fariseos que estaban allí le dijeron: ¿Somos también ciegos nosotros? Jesús les contestó: Si fueseis ciegos, no tendríais pecado, pero decís: nosotros vemos... luego, vuestro pecado perdura.» Señor, líbranos de esta ceguera, la peor de todas porque se ignora. Si no veo claro, Señor, concédeme la gracia de hacérmelo saber. No hay peor sordo que el que no quiere oír, dice el refrán popular. Y esto nos sucede a todos algún día. «Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está en la luz.» (Lucas 11, 34) Danos, Señor, la gracia de la lucidez.

En cuanto a ti, hijo de hombre, prepárate un equipo de deportado y como tal sal, a pleno día, ante sus ojos... Acaso vean que son una raza de rebeldes. Acaso comprenderán...

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Es lo que Dios desea. Dios no desea nunca castigarnos, desea que «veamos y comprendamos» lo suficientemente pronto para evitar las consecuencias nefastas de nuestros actos. Es así como el rey de Jerusalén, Sedecías, tratará de escapar del enemigo, huyendo de noche por la brecha de una muralla de la ciudad.

A vista de ellos, haz un agujero en la pared, por donde saldrás. Dirán: «¿Qué estás haciendo?» Les contes­tarás: «Así habla el Señor Dios: esta predicción se refiere a Jerusalén y a todos sus habitantes... Soy un signo que os representa... Lo que yo hago, se hará con vosotros. Seréis deportados, iréis al destierro... El tema del exilio. Estar lejos del hogar, en la inseguridad, obligado a adaptarse a costumbres nuevas. De momento puedo rogar por todos aquellos que todavía HOY, son emigrados, extranjeros, desplazados; y, si me es posible, ayudar a una de esas familias que necesitan ayuda para adaptarse paulatinamente a una vida distinta de la de su país de origen. El exilio. Paradójicamente, sabemos por la historia que fue éste el inicio del más hermoso período para Israel: este pueblo se ve obligado a abandonar sus ensueños demasiado huma­nos... se construye una nueva comunidad cuya escala de valores no será ya de orden político, sino religioso. Ocasión para mí de reflexionar sobre la utilidad misterio­sa de mis pruebas, de mis exilios, de mis soledades... ¿Qué tengo que purificar en mí? ¿Qué es lo que Dios quiere hacer progresar a través de esas situaciones dolorosas?

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232 19.a semana del tiempo ordinario

VIERNES

Ezequiel 16, 1-15; 60-63

El capítulo que meditamos hoy es una alegoría: Ezequiel entrevio la historia de Jerusalén como la de un «amor»... la historia de una jovencita abandonada, perdida, que alguien recoge y ama... después la historia pasa a sería de la ingratitud y de la prostitución... pero todo ello acaba siendo la historia de la misericordia y del amor retor­nado... Dejémonos embargar por este relato lleno de emoción.

Por tu origen y tu nacimiento eres del país de Canaan. Cuando naciste no se te cortó el cordón, no se te bañó en agua para limpiarte, no se te frotó con sal ni se te envolvió en pañales. Nadie se apiadó de ti para cuidarte. Te echaron en pleno campo porque eras repugnante, el día de tu nacimiento. El colmo del desamparo para un inocente recién nacido.

Pasé junto a ti y te vi. No olvidemos que es Dios quien habla.

Te agitabas en tu sangre. Yo te dije: ¡«vive»! Dios nos dice: «Vive». Dios quiere que vivamos.

Te hice crecer como la hierba en los campos. La hierba en los campos es frágil, pero es hermosa y vivaz.

Creciste, te desarrollaste, te hiciste mujer. Se forma­ron tus senos, tu cabellera creció... Me comprometí con juramento, hice alianza contigo, te ungí con óleo. Te vestí con telas recamadas, te puse zapatos de cuero fino, una banda de lino y un manto de seda. Te adorné con joyas... Flor de harina, miel y aceite eran tu

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alimento. Te hiciste cada día más hermosa y llegaste al esplendor de una reina. Inmensa aventura. Inmensa sarta de beneficios.

La reputación de tu belleza se difundió entre las naciones, porque era perfecta, gracias al esplendor de que yo te había revestido —palabra del Señor Dios—. Pero tú te pagaste de tu belleza, te aprovechaste de tu fama para prostituirte, prodigaste tus favores a todo transeúnte... El pecado es esto. La ingratitud, la infidelidad. La herida de amor hecha a aquel por quien hemos sido colmados. Vemos que los profetas llegan hasta decir que el pecado es una «prostitución». ¿Qué sucederá a esta esposa infiel?

Pero yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud. ¿Cuando acabaremos de comprender? ¿Qué le quedará a Dios por hacer para mostrarnos hasta qué punto nos ama? ¿Cuántas veces tendrá que repetírnoslo?

Yo mismo restableceré mi alianza contigo, para que te acuerdes y te avergüences y no oses más abrir la boca de vergüenza cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho —palabra del Señor Dios. ¡Ah! si fuera yo también capaz de callar y en el silencio de mi ser, de «gustar» de este Amor infinito que me cobija. Páginas como éstas son ya páginas de evangelio: percibi­mos a Jesús, que «por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo.» Oímos por avanzado, las parábolas de la misericordia, de la oveja perdida, del hijo pródigo... Pero Ezequiel no es menos hermoso, cuándo nos habla de la esposa perdida y hallada de nuevo, del amor extinguido cuya llama renace.

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234 19.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Ezequiel 18, 1-10, 13, 30-32

La palabra del Señor me fue dirigida: «¿Por qué andáis repitiendo este proverbio en el país de Israel: los padres comieron el agraz y los dientes de los hijos sufren la dentera?» En las catástrofes colectivas, se suele normalmente comentar la injusticia que supone que seres inocentes sean castigados por los culpables. En aquella época, el pueblo de Israel y todos los de su entorno, como también muchos pueblos hoy, tenían un gran sentido de la solidaridad: las faltas del ambiente son también mías y cada una de ellas acrecienta el mal del conjunto. Ezequiel no ignora esto que, en parte, es verdad. Pero su reflexión contribuirá a que la conciencia de la humanidad adelante un gran paso: el de la responsabili­dad personal.

Por mi vida, —palabra del Señor Dios— que no tendréis que repetir este proverbio. Pues todas las vidas son mías; la vida del padre lo mismo que la del hijo. El que ha pecado es el que morirá. Debemos abandonar toda mentalidad fatalista o infantil. No podemos cargar sobre los demás lo que es de nuestra incumbencia. Hay una cierta manera de insistir sobre el «carácter colectivo» de ciertos comportamientos que es sólo una manera disfrazada de abogar por la «irresponsa­bilidad». Ahora bien, ¡no resulta nada agradable ser tenido por «irresponsable»! Danos, Señor, el sentido de nuestras responsabilidades.

El que es justo y practica el derecho y la equidad... no levanta sus ojos a los ídolos... no deshonra a la mujer de su prójimo... no oprime a nadie, ni comete fraude alguno... El que da su pan al hambriento y viste al

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desnudo... no presta con usura ni reclama intereses... El que dicta un juicio según la verdad... El que sigue mis leyes y mis preceptos, obrando conforme a la verdad... Un hombre tal es verdaderamente justo. Conviene releer esta lista y aplicárnosla a nosotros mismos. Lo que Dios quiere es el hombre cabal, el hombre vivo, el hombre «justo».

Por todo ello —palabra del Señor— os juzgaré a cada uno según su conducta. ¡Esto es algo muy serio! Es muy fácil descargarse en los demás: «es culpa de un Tal, es falta del sistema, es culpa de la sociedad». ¿Para qué convertirse si de todas formas tendremos que sopor­tar las consecuencias de las faltas de los demás?

Convertios y apartaos de vuestros pecados. Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Nada de esto será posible si primero no nos convencemos de nuestra propia responsabilidad. Dame, Señor, un corazón nuevo. En este mundo, que marcha cada vez más hacia el colectivismo, necesitarán «personas» de valor que sepan conservar su buen criterio y no torcerse ante la gran corriente de responsabilidad anónima. No se trata de renunciar a nuestras solidaridades. Se trata de no dejarnos llevar como briznas de paja al viento.

No deseo la muerte de nadie: convertios y vivid. ¡Vivid! ¡Vivid!

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236 20.a semana del tiempo ordinario

Vigésima semana del tiempo ordinario

L U N E S

Ezequiel 24, 15-24

Como ya hemos visto varias veces, también hoy un acontecimiento personal de la vida del profeta será el símbolo de una situación de todo el pueblo de Israel. La mujer de Ezequiel muere el mismo día de la caída de Jerusalén; lo que es para él, ocasión de vivir, de algún modo, el drama de Dios.

La palabra del Señor me fue dirigida. Si sabemos estar atentos, Dios se dirige verdaderamente a nosotros, en medio de todas nuestras situaciones humanas.

Mira, voy a quitarte súbitamente tu mujer, el encanto de tus ojos. Hay ternura en estas palabras: «el encanto de tus ojos». De hecho, también para Dios Jerusalén era hermosa, una esposa a la que se había unido por amor, y que era «el encanto de sus ojos». A partir de esta expresión, nada me impide imaginar lo que es el corazón de Dios para la humanidad, para mí... Todas las experiencias humanas han sido aprovechadas por los profetas para decirnos algo respecto a Dios. La experiencia conyugal, en particular, es una de las más utilizadas. ¿Suelo orar a partir de mis experiencias? La experiencia de la separación de un ser amado: Dios sabe lo que esto supone y nos lo revela en esta página.

Pero tú no te lamentarás, no llorarás, no derramarás ni una lágrima. Suspira en silencio, no hagas ostentación de luto.

20." semana del tiempo ordinario 237

¿Qué significa esa aparente insensibilidad? Ezequiel tendrá que explicar a la gente este compor­tamiento insólito. El día que caerá Jerusalén, nadie tendrá ni siquiera tiempo de llorar tal será la prisa por subir a los carros de los deportados que partirán hacia Babilonia. Además, aquel día, todo será ya inútil y demasiado tarde para lamentarse: Se tendría que haberlo hecho mucho antes. Mensaje riguroso y casi desesperante. Demasiado tarde. Hay un momento, dice Dios, ¡en que es demasiado tarde!

Yo hablé al pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi mujer. Al día siguiente obedecí la orden recibida. Mucho valor es necesario para ser profeta. Señor, danos el valor de asumir todas nuestras pruebas, descubriendo en ellas, si es posible una significación.

Haréis lo que yo he hecho: no lloraréis... A veces en el paroxismo del sufrimiento, no hay ánimo ni para llorar, se está al tope, no se puede más.

Os consumiréis a causa de vuestros pecados y gemi­réis los unos con los otros. ¡El pecado! Cada página de la Biblia nos revela su temible presencia en la humanidad. Quisiéramos a veces olvidar su presen­cia; pero permanece aquí. Es un don saber desenmasca­rarlo. Sentirme agobiado por mis pecados, ser más consciente, gemir por mis faltas, reconocer que soy pecador... todo ello es finalmente un gran beneficio. Cuando circunstancias dolorosas de nuestra vida nos conducen a un tal reconocimiento, de nuestras culpas hay que dar gracias a Dios de esta luz, que nos permitirá reemprender el camino.

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238 20." semana del tiempo ordinario

MARTES

Ezequiel 28, 1-10

Sucede a veces que nos preguntamos por qué la Iglesia nos propone meditar ciertos pasajes del Antiguo Testa­mento. Algunas páginas resultan de veras difíciles: —ya porque corresponden a una mentalidad religiosa que nos parece demasiado elemental y demasiado simplista; —ya porque ciertas páginas aluden a sucesos históricos o a situaciones tan antiguos, que uno se pregunta, a veces, por qué sacarlas de nuevo a la luz. Nos es necesario reafirmar dos convicciones esenciales: 1.° Muy frecuentemente Jesús ha hecho suyos los temas más importantes del Antiguo Testamento, para terminar­los en Sí mismo: por lo tanto, toda lectura cristiana de la Biblia, debe conducir a El como a su fin. 2.° El Espíritu está siempre vivo HOY, entre nosotros. Siendo El quien «inspiró» a los autores del Antiguo Testamento... sigue siempre actuando en nuestro tiempo: los viejos textos adquirirán una actualidad concreta, al vivificarse a partir de nuestras propias experiencias de vida y a partir de la historia contemporánea.

La palabra del Señor me fue dirigida: «Hijo de hombre, dirás al príncipe de Tiro...» Tiro es una ciudad de la costa mediterránea, que con Sidón y Biblos fue uno de los grandes puertos fenicios de donde éstos partieron para conquistar la cuenca del Mediterráneo. Al dirigirse al «principe de Tiro» en nombre mismo del Dios único, Ezequiel afirma la universalidad de su mensaje que no queda confinado en el interior de las fronteras de su propio pueblo. En el evangelio, Tiro es también el símbolo de la ciudad pagana. Allí hizo Jesús un milagro en favor de una mujer siro-fenicia (Marcos 7, 24) Para Jesús, Tiro es la referencia esencial de la «ciudad que no ha oído el anuncio del evangelio», y a la que Dios ama como también ama a todos los paganos: «habrá menos rigor

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para Tiro y para Sidón que para ti, Cafarnaúm.» (Lucas 10, 13-15) Ruego por todos los paganos, por todos los países y lugares que no han conocido todavía al verdadero Jesu­cristo.

Así habla el Señor Dios: tu corazón se ha engreído y has dicho: «Soy un dios, habito en una residencia divina en el centro de los mares.» Tú que eres un hombre y no eres Dios, tomas tu voluntad por la voluntad de Dios. Tiro era una isla, próxima a la costa. Su posición estratégica, «en medio del mar» le confería una situación de fuerza por lo que pensaba que era invencible hasta el día que Alejandro Magno mandó construir un dique que la unió al continente. El profeta se alza contra la pretensión orgullosa de esta ciudad. Nos parece oír, por adelantado, las invectivas de Jesús contra todas las ciudades —todos los poderes, y todos los hombres...— que se pasan de listos ante Dios: «Tú, Cafarnaúm, ¿crees que llegarás hasta el cielo? Serás precipitada a los in­fiernos.» (Mateo 11, 23) ¿A qué experiencia humana, actual y personal debo aplicar esta advertencia, atendiendo a la influencia del Espíritu que es quien me repite HOY estas palabras?

Con tu sabiduría y tu inteligencia has adquirido una fortuna, has amontonado oro y plata en tus tesoros. Por tu habilidad en el comercio has multiplicado tu fortuna y por tu fortuna se ha engreído tu corazón.,% «No amontonéis tesoros en la tierra», decía Jesús (Mateo 7, 19) «Recogeré mi cosecha en mis graneros» — «¡Insensato!, esta misma noche te reclamarán el alma.» (Lucas 12\ 16-21) Palabras siempre actuales.

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M I É R C O L E S

Ezequiel 34, 1-11

Consideramos ayer que el evangelio es el objetivo y la plenitud de toda la tradición espiritual de Israel. Algunas páginas inspiraron directamente a Jesús. Es de toda evidencia, por ejemplo, que Jesús tenía en la mente esa página del profeta Ezequiel, cuando hablaba de los «malos pastores» y del «buen pastor». (Juan 10) Por lo tanto, al leer nosotros este pasaje de Ezequiel, estamos meditando una página de un libro que Jesús leyó y que El mismo meditó.

La palabra del Señor me fue dirigida: «Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel... que se apacientan a sí mismos. ¿No deben los pastores apacentar las ovejas? Vosotros os habéis bebido la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas más cebadas. No fuisteis pastores para el rebaño.» Ezequiel apunta directamente a los reyes de Israel que ejercieron el poder en provecho propio en lugar de ejercerlo como un servicio al bien común. «Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos. No ha de ser así entre vosotros.» (Marcos 10, 42-43) ¿Soy servidor de los demás? ¿Me aprovecho egoístamen-te, poniendo mi interés personal por delante del bien común e incluso en detrimento del bien de los demás? ¿De qué modo ejerzo mis propias responsabilidades? ¿en mi profesión, en mi familia, en las asociaciones o grupos a los que pertenezco?

No habéis fortalecido a la oveja débil, cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida. No habéis tornado a la descarriada ni buscado a la que estaba perdida. Prioridad de los pobres, de los débiles, de los que sufren.

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Es lo que Jesús ha estado siempre haciendo (Lucas 15, 4-7; Juan 10) No es solamente el rebaño, globalmente considerado, lo que Dios ama, sino cada una de las ovejas, una a una. Puedo orar individualmente para tal o cual persona, enumerándolas en mi corazón: Pablo, Teresa, Ana, José...

Mis ovejas se han dispersado por falta de pastor y son ahora presa de las fieras. Mi rebaño anda errante por todos los montes y altos collados y nadie se ocupa de él, nadie sale a buscarlo. Quizá hemos visto algún día, en un monte o en un carrascal unas ovejas aisladas del conjunto del rebaño y que parecen perdidas: están en peligro, a merced de un accidente o de un animal salvaje... «Tengo otras ovejas que no son de este redil, a las que tengo que conducir... y no habrá más que un solo rebaño.» (Juan 10, 16) «Jesús moría no sólo por la nación, sino también para reunir en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Juan 11, 52) Una de las misiones del jefe, del responsable es hacer la unidad: permitir que cada persona pueda realizarse en una comunidad, en una red de relaciones interpersonales satisfactorias. Ideal de la empresa, de la familia, de la escuela, de la Iglesia... y de todos los grupos humanos.

Porque los pastores no se ocupan de mi rebaño... Pues bien, les reclamaré mi rebaño... Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y cuidaré de ellas. El Señor tomará de nuevo en su mano a su pueblo. Jesús cumplirá esta profecía al decir: «Yo soy el buen Pastor.» Dios se ocupa de mí como se ocupa de cada ser humano. Dios va a mi encuentro, como al de cada persona. Dios cuida de mí... como cuida de cada hombre.

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J U E V E S

Ezequiel 36, 23-28

El pasaje de Ezequiel, propuesto para hoy, se lee también en la vigilia pascual. Ésto nos dice su importancia y sy simbolismo bautismal y pascual.

Palabra del Señor: os manifestaré mi santidad... Las naciones sabrán que Yo soy el Señor cuando por medio de vosotros manifieste mi santidad... Responsabilidad de los creyentes, de los bautizados. Ser la visibilidad de la santidad de Dios... ser una presencia de Dios. Esta Palabra de Dios se pronunció por primera vez en Babilonia, en pleno corazón del paganismo. En medio de una civilización completamente entregada a los ídolos del mundo, los judíos fueron invitados por el profeta a dar a conocer, «por su vida», la santidad de Dios. En nuestras sociedades actuales, tan a menudo entrega­das a un seco materialismo, los creyentes han de repetir

- «por su vida», y por su oración: «¡Santificado sea tu nombre!»

Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Tema de la unidad, de la reunión, de la catolicidad, del ecumenismo... tema que ya encontramos ayer.

Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de todas vuestras impurezas. De todos vuestros ídolos os purificaré. Visión anticipada del bautismo. «Habéis sido lavados, santificados por el nombre de Jesucristo y por el Espíritu de Dios». (I Corintios 6, 11) ¡Purifícanos, Señor! Renueva en nosotros la gracia vivificante de nuestro bautismo. ¿Cuáles son mis pecados habituales? ¿Cuáles son mis ídolos? Creo en un solo bautismo para el perdón de mis pecados...

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para la destrucción de todo lo que me impide «vivir» de veras, de todo lo que me impide amar.

Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Operación radical. Renovación total. Recreación de un ser nuevo. El primer día de la humanidad, Dios «insufló» su Espíritu en el rostro de Adán. El día de la resurrección Jesús «infundió» su espíritu en los apóstoles. La iniciativa divina es necesaria para la gran transforma­ción del hombre con la que El sueña. El surgimiento del «nuevo hombre» no se halla en las posibilidades de la naturaleza. «Yo» os daré... «Yo» infundiré en vosotros... «Yo os quitaré...» Señor, yo quisiera ser más consciente de esta gran operación que no cesas de querer realizar en mí: cambiar mi corazón de piedra, mi duro corazón, que no sabe amar bastante... en un corazón de carne, un corazón vulnerable y sensible que sepa amar sin medida.

Os infundiré mi espíritu. ¡Nada menos!... Esto va muy lejos. No hay nada más «fuerte» en todo el Nuevo Testamento. Jesús repetirá, palabra por palabra esta sorprendente afirmación de Ezequiel: «Voy a enviaros el Espíritu, Promesa de mi Padre.» (Lucas 24, 49) El Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestro espíritu. «El Espíritu de Dios "habita" en vosotros.» (Romanos 8, 9)

Entonces cumpliréis mis leyes, observaréis fielmente mis mandamientos. Vosotros seréis mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios. Espontánea e interiormente estaréis de acuerdo con mi voluntad, con mi proyecto: os mantendréis en mi alianza y en comunión conmigo. ¿Qué oración me sugiejen estas palabras?

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V I E R N E S

Ezequiel 37, 1-14

Se lee esta pasaje la víspera de Pentecostés. Es una de las más magistrales visiones de un profeta. Depende de nosotros dejarnos sobrecoger por su aliento sobrehumano y actualizar así, esta página aplicándola a nuestra vida y a nuestro mundo de HOY.

La mano del Señor se posó sobre mí, su espíritu me arrebató y me puso en medio de la vega, la cual estaba llena de huesos completamente secos, que cubrían todo el suelo; la mano del Señor me hizo pasar entre ellos. En Babilonia se echaban al osario los cadáveres de los deportados. Aún no se había inventado el horno cremato­rio. Los chacales y los buitres se encargaban de despeda­zar todo lo que era comestible; y el sol acababa de «secar» los huesos restantes. Todo parece terminado. Para contemplar este espectáculo, Dios invita a su profeta a «dar una vuelta». Símbolo de la desesperación y de la muerte: «estaban completamente secos...»

El Señor me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?» Le contesté: «Señor Dios, Tú lo sabes.» Si algo es posible ante la muerte, ya no está en nuestro poder. Sólo está en tu mano, Señor. La muerte es ciertamente la cuestión radical a la que la humanidad no puede responder por sus propios medios... El símbolo radical de la fínitud del ser creado, de todo lo que no es Dios. Señor, Tú sabes si podemos vivir.

Me dijo entonces: «Profetiza sobre estos huesos... Yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis... Sabréis entonces que Yo soy el Señor...» Así dice el Señor Dios: ¡Ven, espíritu de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan!

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Profeticé como se me había ordenado, y el espíritu entró en ellos; revivieron, se incorporaron sobre sus pies, era un enorme, inmenso ejército. Incluso desde el punto de vista literario, se trata de una gran página de la literatura de todos los tiempos y países. Hay que leerla entera, ha inspirado a centenares de pintores, de músicos, de escultores de catedrales. Preferentemente hay que aplicarla a la Resurrección de Jesús y a nuestra fe en la resurrección de la carne... incluso si para el propio Ezequiel sólo representaba el renacimiento de su pueblo después del exilio.

Decían: nuestros huesos están secos, nuestra esperan­za está destruida, ¡estamos perdidos! Pues bien, les dirás: así habla el Señor: Yo abriré vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo a la tierra de Israel. Es pues normal que apliquemos esta promesa a nuestras situaciones humanas desesperadas... a nuestras incapaci­dades, a nuestros horizontes cerrados, a estos problemas, humanamente sin salida con los que nos enfrentamos... Es posible, al límite, que esta profecía no se realice totalmente jamás en este mundo. Pero sí, que debemos empezar por dejarnos llevar por su dinamismo, ya desde aquí abajo y desde ahora, para revitalizar, para dar un nuevo arranque pascual a nuestras vidas. Pero es preciso también proyectar esta visión sobre nuestro futuro esca-tológico, sabiendo que la plenitud de esta promesa sólo se cumplirá en el más allá.

Infundiré en vosotros mi espíritu y viviréis... Lo he dicho y lo haré. Palabra del Señor Dios.

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SÁBADO

Ezequiel 43, 1-7

Los últimos capítulos del Libro de Ezequiel están consa­grados a una visión algo sorprendente en la que el profeta imagina el Israel del mañana: traza las líneas de un Templo imaginario y perfecto, da los nuevos ritos del culto venidero, entrevé el papel futuro de los sacerdotes del retorno del exilio. ¿Somos capaces, HOY, de esta utopía constructora? En medio de nuestros actuales días desgraciados, ¿somos capaces de soñar en la perfección del mañana que Dios nos invita a preparar?

El enviado del Señor me condujo hacia el pórtico del nuevo templo, el pórtico que mira a oriente... El Templo imaginario está orientado. Por una de sus puertas entra el «sol naciente». Cada amanecer tiene allí lugar una brillante salida de sol.

Y he ahí que la gloria de Dios llegaba de la parte de oriente, con un ruido como el de muchas aguas, y la tierra resplandecía de su gloria. La «Gloria». El «Peso real», la «Densidad», la «Presen­cia» de Dios. ¿Soy yo también capaz de dejarme deslum­hrar por la Gloria de Dios? ¿Soy capaz de contemplar en la naturaleza el resplandor de la Gloria de Dios? ¿Es el mundo para mí un mundo sin relieve, insulso, banal, un simple juego de fuerzas anónimas y materiales? O bien ¿soy de los que ven transparentarse el rostro de una Inteligencia y de un Amor excepcionales? ¿Veo la tierra resplandeciente de Aquel que le dio su esplendor? Océano, montaña, cosmos... ¿son signos parlantes para mí?

Esta visión me recordaba la que yo había visto, cuando vine para la destrucción de la ciudad, y como la que había visto junto al río Kebar.

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Hemos meditado (Ezequiel 9, 10) sobre el abandono del Templo por parte de Dios. Dios había seguido a los deportados. Ezequiel le encontraba de nuevo en el espectáculo del río Kebar. Con sus fíeles que retornan a Jerusalén, la Gloria de Dios retorna también. ¿Cómo hablar de la omnipresencia divina de manera más manifiesta?

Entonces caí rostro en tierra. Concédenos, Señor, saber adoptar ante Ti las actitudes más convenientes para captar la Presencia. Ayúdanos a entrar en comunicación con lo invisible con todo nuestro ser, alma y cuerpo.

La Gloria del Señor llegó al Templo por el pórtico que mira a oriente. El Espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior: he ahí que la Gloria del Señor llenaba el Templo. Y oí una voz que venía del Templo: «Hijo de hombre, éste es el lugar de mi trono, el lugar donde se posan mis pies. Aquí habitaré, en medio de los hijos de Israel para siempre.» Hay altos lugares, privilegiados para la presencia divina. Me corresponde a mí descubrirlos, saber llegar hasta ellos y recogerme en ellos. Con tales palabras, Ezequiel trataba de infundir esperanza en los' deportados. Al leerlas no olvidemos que, exteriormente, todo parecía entonces contradecir este ensueño. Tampoco para nosotros la Presencia de Dios es una evidencia que se impone fácilmente, es un acto de Fe y de Esperanza que amplifica nuestras mejores investigacio­nes intelectuales.

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248 21.a semana del tiempo ordinario

Vigésima primera semana del tiempo ordinario

L U N E S

77 Tesalonicenses 1, 1-5; 11-12

Las dos cartas de san Pablo a los Tesalonicenses son las primeras epístolas escritas por él, hacia el año 51... y al mismo tiempo los primeros textos del Nuevo Testamen­to. En esta fecha, veinte años después de la muerte de Jesús, las tradiciones evangélicas eran ya divulgadas oralmente, pero no habían sido aun redactadas tal como las tenemos actualmente. Las Cartas a los habitantes de Tesalónica son pues, de hecho, el primer documento escrito de la fe cristiana.

Nosotros, Pablo, Silvano y Timoteo nos dirigimos a vosotros... Gracia y paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Pablo no está solo. Vive «en equipo apostólico», como decimos hoy. Da, Señor, a los cristianos y en particular a los sacerdotes este espíritu de cooperación. Pablo y sus compañeros desean a sus fieles la «gracia y la paz»... ¡de parte de Dios Padre y de Jesús! He ahí pues una comunidad que vive a un muy alto nivel de relaciones.

A vosotros, Iglesia de Tesalónica que está en Dios y en Jesucristo el Señor. Esta comunidad vive «en Dios»... y «en Jesús»... Como en un medio vital. No obstante, aparentemente, esta gente no era más que los habitantes de una gran metrópoli antigua, capital de la provincia de Macedonia, en la Vía Egnatia que unía el mar Egeo al Adriático, lugar de tránsito donde se mezclaban numerosas razas; floreciente ciudad comer­cial. Han pasado sólo unos meses desde que recibieron a Pablo por vez primera (Hechos 17, 2) Sin duda no son más que un puñado de cristianos: pero Pablo los ve como

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«la Iglesia que está en Dios y en Jesucristo», la Iglesia inmersa en el Imperio romano pagano. Te ruego, Señor, por los cristianos de HOY, a menudo, tan minoritarios en un mundo hostil o indiferente, para que tengan en medio del mundo esta misma conciencia del misterio divino que se halla en ellos.

Tenemos que dar en todo tiempo gracias a Dios por vosotros, hermanos... Porque vuestra fe progresa y se acrecienta la mutua caridad de todos y cada uno de vosotros. La alegría. La acción de gracias, es la tonalidad domi­nante de las primeras comunidades cristianas. ¡Gentes que «continuamente» dan gracias a Dios!, gentes «euca-rísticas» —de eukaristein = dar gracias. ¿Tienen esta tonalidad nuestras asambleas cristianas? Pablo se alegra y da gracias por la fe y la caridad. Esto es, en efecto, lo esencial de la vida cristiana. Y esta fe no es estática, estereotipada... es una fe que «progresa». Y esta caridad no está adormilada, en reposo... se va «desarrollando». Estos cristianos no son perfectos, son gente que continúa avanzando, son una comunidad dinámica, no por sus realizaciones externas, sino por su progreso interior.

Por todo ello nos gloriamos de vosotros por la cons­tancia y la fe en medio de todas las persecuciones y tribulaciones que estáis soportando. Y esta es la dimensión de la esperanza, la tercera gran virtud cristiana.

Esto es señal del justo juicio de Dios: en el que seréis declarados dignos del Reino de Dios por cuya causa padecéis. Que Dios os conceda cumplir todo el bien que deseáis hacer y, a la vez, activice vuestra fe. Él hecho de ser perseguidos: lejos de abatir a estos hombres, por el contrario los anima y excita... los Ueva a pensar en ese Reino escatológico que va viniendo. Saben a donde van.

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250 21.a semana del tiempo ordinario

MARTES

7/ Tesalonicenses 2, 1-3; 14-17

Hermanos, queremos haceros una petición respecto a la «Venida» de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El. La gran cuestión de esas dos primeras epístolas de san Pablo es la «Parusía», la venida escatológica de Jesús —«venida» = parusia en griego. Algunos cristianos estaban persuadidos de la inminencia de este retorno de Jesús, y lo esperaban con tal impacien­cia que eran negligentes en sus deberes cotidianos. En la lectura de mañana veremos de qué manera Pablo les reconduce a las banales realidades humanas. Quizá HOY, nosotros, hemos perdido esta dimensión esencial de nuestra fe. ¿Somos sinceros cuando decimos: «esperamos tu venida gloriosa... Ven, Señor Jesús... esperamos tu retorno...» esas admirables profesiones de fe que proclamamos en la Misa después de la consagra­ción?

No os dejéis alterar fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna revelación, palabra o carta presentada como muestra, que os haga suponer que.es inminente el día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera. Pablo pretende simplemente repetir lo que Jesús había claramente proclamado: «nadie sabe ni el día ni la hora... el día del Señor viene como un ladrón... hay que estar siempre a punto...» (Marcos 13; Mateo 24; Lucas 21) El «día del Señor», según toda la tradición profética, es el que marcará el acto final de la historia: el día en el cual Cristo resucitado sacará de la perdición a todos cuantos se han dirigido hacia El.

Dios os ha llamado por medio de nuestro Evangelio para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesu­cristo.

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La venida escatológica del Señor es, por consiguiente, el gran día de la unión íntima de los creyentes con Cristo, el final del gran proyecto de Dios: hombres radiantes de la Gloria de Jesucristo. Estamos en marcha hacia esta plenitud. Así pues la escatología ya ha comenzado, en la medida en que tratamos de vivir en comunión con Cristo. Aunque esperemos también nosotros la «parusia», la «venida» definitiva de Jesús.

Así pues, hermanos, manteneos firmes; que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones... El pensamiento del «encuentro» con Jesús es una especie de secreto que «dinamiza» desde el interior a los cristia­nos que hallan en él un profundo consuelo. Las persecu­ciones, los padecimientos pasajeros no son nada en comparación de la «gloria que les espera» (Romanos 8, 18) ¿Me mantengo firme? ¿En qué se funda esta firmeza? ¿Considero a Dios como a Alguien que me da una gozosa esperanza? En razón de esta convicción ¿qué tendría que cambiar en mi conducta habitual? ¿Da mi vida este testimonio? ¿Qué imagen presento ante tantos hombres desesperados por­que consideran absurda la condición humana? Mi rostro, mi manera de actuar, alguna vez mis pala­bras... ¿dicen que «yo sé en quien he confiado» (II Timoteo 1, 12), que sé adonde voy?

Y os afiance en las tradiciones que os hemos ense­ñado, sea de viva voz, sea por carta. Esta será la referencia para discernir lo verdadero de lo falso.

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252 21.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

II Tesalonicenses 3, 6-10; 16-18

Hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo... Pablo no está nunca solo. Jesús vive en él. Cuando habla Pablos es Jesús quien habla.

Os mandamos en nombre de nuestro Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva en la ociosidad y no según la tradición que de nosotros recibisteis. Vimos ayer que estar a la espera de la parusia puede ser una fuente de alegría y de esperanza; pero no debe ser nunca una ocasión de evadirse de las realidades tempora­les. El cielo no es un opio. Y Pablo aconsejará a sus fieles que se comprometan a fondo con sus tareas profesionales. Mi oficio, mi tarea concreta de cada día. Me detengo a pensar en ello en este mismo momento. ¡Es algo que interesa a Jesucristo, el Señor! En nombre del Señor Jesús, Pablo llega a decir ¡que hay que evitar el trato con la gente ociosa!

Si alguno no quiere trabajar, ¡que tampoco coma! Esta era la consigna que daba Pablo. La pereza, el ardor en el trabajo... no son cosas solamente profanas. Resulta conveniente pensar en tantos hombres y mujeres que trabajan y que, sin saberlo quizá, cumplen así la «voluntad de Dios». Te ofrezco, Señor, la vida de todos los trabajadores. Atiende muy particularmente a los que tienen un trabajo penoso... a los que están en paro... a aquellos a quienes no alcanza lo que ganan para cubrir las necesidades coti­dianas...

Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos. Estando entre vosotros no hemos vivido en la ociosidad, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que en la fatiga

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y el cansancio dia y noche trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. San Pablo era tejedor. Ganaba su vida. Se adelantó a los sacerdotes obreros.

Ciertamente teníamos derecho a ello pero así os dimos en nosotros un modelo a imitar. Pablo no ignora que Jesús había dicho a los apóstoles que «el obrero merece su salario» (Mateo 10, 10), para afirmar que la comunidad debía atender las necesidades de aquellos que ocupaban todo su tiempo en evangelizar. Pero él, Pablo, quiere ser una excepción, para «dar ejemplo del trabajo asalariado normal». Esto subraya toda la dignidad y el valor de ese trabajo.

Que el Señor dé la paz, os conceda la paz, en todo tiempo y en todos los órdenes. Los griegos se saludaban deseándose «la alegría»: «rego­cíjate». Los romanos se deseaban la «salud», ¡salve! Los judíos se saludaban deseándose «la paz»: xalom, dicen todavía hoy. Es el saludo que Pablo usa. La paz en todo tiempo y en todos los órdenes, de parte de Dios.

Y que el Señor esté con todos vosotros. Este deseo se nos repite en todas las misas. Debería desenpolvarse para devolverle todo su valor. Es la más hermosa expresión que se puede decir a alguien. La repito pensando en aquellos que amo y estimo.

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254 21.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

/ Corintios 1, 1-9

Esta Epístola trata de dar respuesta a unas preguntas de los fieles de Corinto, que estaban totalmente inmersos en un inverosímil mundo pagano, de costumbres corrom­pidas y de las más variadas corrientes ideológicas. Se supone que Corinto era una ciudad aproximadamente de medio millón de habitantes, dos tercios de los cuales eran esclavos. Veremos que el reclutamiento de cristia­nos se hizo al principio entre estas pobres gentes.

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, con Sostenes, nuestro hermano, me dirijo a vosotros que sois en Corinto la Iglesia de Dios... Pablo indica, de entrada, con qué título se dirige a sus interlocutores. No es a nombre suyo personal, ni tampoco como simple «delegado» a quien eí grupo habría dado el papel de jefe de la comunidad. Apostólos = apóstol = «enviado» de Jesucristo. Kletós = «llamado» por voluntad de Dios. Pablo, pues, se compromete a llevar todo el peso de una autoridad que no le viene, de la elección de los hombres, sino de la libre voluntad de Dios. ¿Contemplo sólo a los ministros de la Iglesia con una mirada humana? O bien, más allá de sus cualidades o de sus defectos, ¿descubro en ellos un misterio divino? Vosotros los santificados en Cristo Jesús, vosotros los fieles, los llamados por Dios a ser el pueblo santo, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, su Señor y el nuestro. Estamos siempre en pleno misterio, ya se trate de los fieles o de los ministros. Estos pobres esclavos, que se reúnen cada domingo, han ido a su «asamblea» —eklesia = iglesia = asamblea—, son de veras «convocados» por Dios, por la llamada de Dios. Son «santos». En mi oración trato de ser consciente

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de mi dignidad. Prosiguiendo la lectura de esta Carta veremos que esas gentes no eran «santos», personas perfectas en el sentido limitado que tiene hoy este término. En la comunidad de Corinto tenía que ser rectificado más de un abuso. Nuestra santidad es la santidad de Dios en nosotros. Gracias, Señor. Pablo recuerda a los Corintios que no son una comunidad aislada. Ningún grupo de cristianos puede pretender vivir autónomamente, en circuito cerra­do. Por pequeño que sea el grupo de fieles está unido a «todos aquellos que en cualquier lugar están en oración con el Señor Jesús.» Te ruego, Señor, por todos aquellos que, renunciando a la gran universalidad de la Iglesia, se sienten tentados de encerrarse en las sectas.

Doy gracias a Dios sin cesar. ¿Sé dar, a menudo, «gracias»? Gracias por... gracias por... Por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en El habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento de Dios. Sólo Cristo nos hace conocer de veras a Dios.

Esperáis a ver la revelación de nuestro Señor Jesu­cristo. El os fortalecerá hasta el fin. Encontramos de nuevo la espera escatológica, el día en que Jesús se revelará perfectamente a nosotros. ¡De aquí a allá tenemos que mantener nuestra firmeza! Esto parece ser bastante duro para los oyentes de san Pablo, puesto que tan a menudo vuelve a hablarles de estas virtudes de la valentía y de la firmeza.

Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a vivir en comunión con Dios y con su Hijo, Jesucristo. Vivir en comunión con Jesús. Vivir una misma vida con Cristo. La vida de Jesús circuLa en mí. Que sea yo fiel a esta vida, Señor.

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256 21.a semana del tiempo ordinario

V I E R N E S

/ Corintios 1, 17-25

Hermanos, no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Antes de administrar un sacramento, concretamente el bautismo, es preciso conducir a la fe. Es la misión que Pablo dice haber recibido de Cristo. Pablo no menoscaba el sacramento del bautismo, lo tratará en la Epístola a los Romanos (6, 3) como una incorporación a Cristo. Pero el anuncio del Evangelio debe preceder al sacramento.

Pero no con palabras sabias y elocuentes para no desvirtuar la cruz de Cristo. Los griegos eran muy aficionados a los buenos oradores. Pablo los rechaza. No quiere que la fe tenga como base sólo argumentos humanos. No es necesario ser un ducho y hábil orador para transmitir el Evangelio. El más humilde creyente si está impregnado de Jesús es apto para hablar de El... y será más convincente que todos los sabios del mundo.

El lenguaje de la cruz es una necedad para los que van a su perdición; pero, para los que van hacia la salvación, ¡es «fuerza de Dios»! El «lenguaje de la cruz»... He de dejarme subyugar por esas palabras. ¿Me habla la cruz de veras a mí? ¿Sé ponerme ante una cruz y escuchar lo que me dice? ¡El lenguaje de la cruz es «fuerza de Dios»!

En efecto, la Escritura dice: Destruiré la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteli­gentes. ¿Acaso, no confundió Dios la sabiduría del mundo? Puesto que el mundo con toda su sabiduría no supo reconocer a Dios a través de las obras de su sabiduría, plugo a Dios a salvar a los creyentes me-

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diante la necedad de la proclamación del Evangelio. La inteligencia no es algo malo, es un don de Dios. Danos, Señor creyentes inteligentes, dadnos predica­dores inteligentes. Pero danos, ante todo prudencia y acierto en el uso de nuestra inteligencia. Lo que Pablo condena es el espíritu de suficiencia, de orgullo humano que quisiera reducirlo todo a normas racionales, que pretenden rehusar el «misterio». La razón humana es «limitada» no puede pretender conocer «lo infinito». «El último paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la sobrepasan», decía Pascal. Y añadía: «¡Cómo odio esas tonterías de no creer en la eucaristía, etc.! Si el Evangelio es verdadero, si Jesucristo es Dios, ¿qué dificultad hay en ello?» Señor, ayúdanos a hacer inteligentemente, el gran salto a la fe. Aceptamos la oscuridad del misterio. Creemos en Ti, no porque hayamos calibrado la verdad de tus Palabras según la medida de nuestra mente limitada, sino, simplemente porque Tú te has revelado a nosotros en Jesucristo, en la cruz de Jesucristo.

Así, mientras los judíos reclaman «señales», y los griegos buscan «sabiduría», nosotros predicamos a un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los paganos. Nosotros, también hoy, como los judíos andamos pidien­do prodigios espectaculares... y, a la vez, como los griegos, exigiendo pruebas puramente racionales..., Jesús rehusó lo maravilloso. Señor ayúdanos a avanzar en la noche oscura, a contracorriente de tantos juicios del mundo. Haznos descubrir el prodigioso amor que Tú nos has manifestado con tus padecimientos y tu muerte por nosotros.

Porque la necedad divina es más sabia que la sabi­duría humana, y la debilidad divina es más fuerte que la fuerza de los hombres.

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258 21.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

/ Corintios 1, 26-31

¡Mirad, hermanos, los que habéis sido llamados!: entre vosotros no hay muchos sabios a los ojos de los hombres, ni muchos poderosos, ni muchos nobles o de alcurnia. La comunidad de Corinto estaba compuesta de gente sencilla; humildes artesanos, descargadores del muelle, esclavos, gente poco considerada. Dios ama a los que el mundo desprecia. Señor, ayúdame a no buscar ávidamente el favor y estima del mundo. ¡Que no me moleste ni me disguste no ser «poderoso» según el mundo!

Por el contrario, Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios. Lo débil del mundo para cubrir de confusión a los fuertes. Lo de origen modesto y despreciable según el mundo, lo que no existe, Dios lo ha escogido para destruir lo que existe. ¡Qué misterio! Jesús decía esto ya (Mateo 11, 25), pero de manera menos vehemente que Pablo. Los humildes, los pobres son, por naturaleza, más abiertos a Dios que los demás. El orgulloso, el que se pasa de listo, corre el riesgo de encerrarse en sí mismo. Señor, haz que esté yo contento de mi pequenez, de mi debilidad. Señor, ayúdame a mirar con amor a los que el mundo desprecia, y que Tú «eliges» con predilección.

Para que nadie se gloríe en la presencia de Dios. Frase restallante como un latigazo. ¿Quién como Dios? ¡Nadie! Tú, Señor, eres el Único, el Absoluto. Ante Ti, no soy más que una débil criatura. Y quiero perderme en la inmensidad de tu gloria. «Mi majestad suprema es exaltada por los niños. (Salmo 8, 3) Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos.»

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Vosotros estáis «en Cristo Jesús»... Esta fórmula, la repetirá san Pablo centenares de veces. Y esta nobleza es patrimonio de los que no existían a los ojos de los hombres. Estos están incorporados a Cristo. Están «en El».

El cual fue enviado por Dios para ser nuestra sabi­duría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención. Estas virtudes de Jesús pasan a ser nuestras virtudes. Su sabiduría pasa a ser nuestra sabiduría. Su justicia, nuestra justicia. Su pureza viene a nosotros, y en nosotros «circula» su inmensa facultad de amor. Señor, soy muy poca cosa. Siento profundamente mis faltas. Ven a mí para ser mi santidad.

Así, como dice la Escritura: «el que se gloríe, gloríese en el Señor.» El hombre es grande cuando es reflejo de Dios, cuando acepta recibirlo todo de El. El hombre más pobre puede ser muy rico de Dios. Gracias, Señor por aceptar que una cierta «gloria» tuya llegue a nosotros. «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el hijo del hombre para que de él te cuides? Apenas le hiciste inferior a un dios, coronándole de gloria y de esplendor.» (Salmo 8, 5-6) Esta actitud destruye todo orgullo espiritual. Todo lo que de bueno tenemos en nosotros no nos da derecho a gloriarnos de nosotros mismos: Señor, te ofrezco todo lo que Tú me has dado.

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260 22.a semana del tiempo ordinario

Vigésima segunda semana del tiempo ordinario

L U N E S

/ Corintios 2, 1-5

Cuando fui a vosotros, hermanos, no fui a anunciaros el misterio de Dios con el prestigio de la palabra o de la sabiduría... Antes de hablar en Corinto, Pablo había tratado de evangelizar Atenas, donde se encontró ante unos griegos ergotistas y frivolos, poco preocupados de buscar la verdad pero deseosos de discusiones a la moda del día. Allí fracasó. (Hechos 17,16-32) Ante los corintios, cuya comunidad estaba constituida por gente sencilla —Dios escoge lo débil: Corintios 1, 26—, Pablo confirma este principio, proponiendo su propio ejemplo: no soy elo­cuente, sino débil, no soy más que un pobre testigo de algo que me sobrepasa. La autoridad de los apóstoles no proviene de su ciencia ni de su valer humano. ¡Anuncian el «misterio» de Dios! Señor, hazme más humilde cuando escuche tu Palabra. Líbrame de los entusiasmos superficiales. No quise saber otra cosa sino a Jesucristo... Ninguna otra cosa. A Jesucristo, mesías crucificado. ¡Ah! ¡Cuan lejos nos hallamos de la elocuencia humana y de las mentes cultivadas! El calvario no es el punto de reunión de los razonadores de este mundo: tan sólo se dan cita allí los que humildemente aceptan que Dios les conduzca donde no irían por sí mismos... ¿Qué tiempo dedico a la contemplación de la cruz? Perdón, Señor, por no detenerme a menudo, a fijar mis miradas en tus ojos de crucificado, para leer en ellos, mejor que en cualquier razonamiento, la locura de tu amor por mí.

Y me presenté ante vosotros débil, tímido y temblo­roso. Mi palabra y mi proclamación del evangelio no

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tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría... Pablo, uno de los más grandes santos, era consciente de su debilidad humana. Se confiesa «tímido y tembloroso». No busca salvaguardar ningún prestigio personal. ¡Qué gran ejemplo! Pablo no trataba de «convencer» a fuerza de argumentos. Hablaba, como con cierta timidez. Exponía su testi­monio. El valor de la evangelización no depende de los medios humanos empleados, sino de «la experiencia vivida del encuentro con Cristo». Pablo estaba impreg­nado de Cristo. Pero el Espíritu y su poder eran los que se impusieron. Esta inseguridad que experimenta Pablo ante los pobres medios humanos de que dispone, en vez de abatirle le confiere una razón de mayor seguridad: ¡el vacío que siente en sí mismo es el lugar donde puede expansionarse la «potencia del Espíritu»! La Fe no es una adhesión de orden intelectual, de orden puramente humano. La teología dirá más tarde que es un don de la gracia. Para que vuestra fe no repose en sabiduría de hom­bres, sino en el poder de Dios. La Fe que deseamos para las personas que amamos, no les llegará a fuerza de discutir o de querer probar... sólo llegará por un «testimonio de vida de fe» que, algún día quizá, los interpelará... y por la oración. Él cristianismo no es una demostración, ni una ideología, ni un sistema filosófico, es una «relación de amor» con Dios: y esta relación depende primero de una iniciativa divina. Toda nuestra cooperación, de hecho necesaria, consiste en dejarse modelar por Dios. ¡Esta postura es la contraria a la de «poner condiciones a Dios y querer que pase por nuestras propias exigencias»! La primera «idolatría» es la del pensamiento seguro de sí mismo: tomar nuestro pensamiento como medida de lo divino; pretender que yo tendría que comprenderlo todo; ¡convertirme en medida de Dios! La Fe es el maravilloso privilegio de los «pobres».

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262 22.a semana del tiempo ordinario

MARTES

/ Corintios 2, 10-16

Pablo, al condenar la elocuencia y la sabiduría humanas, ¿condenará también todo esfuerzo de reflexión y de pensamiento? No se trata de esto. «Ciertamente habla­mos de sabiduría entre los perfectos, pero de una sabiduría que no es de este mundo.» (I Corintios 2, 6) Cuando el hombre ha aprendido a «ceder» delante de Dios, cuando ha reconocido su insuficiencia y pobreza, entonces un campo infinito se abre a su investigación intelectual.

Hermanos, el Espíritu Santo puede sondear incluso las profundidades de Dios. El dominio infinito. Las profundidades. Lo que cae fuera de las posibilidades del hombre orgulloso, abandonado a sus solas fuerzas. Todo ello puede «sondearlo» Dios por sí mismo. Todo. Todo. Dios lo conoce todo. Dios no va contra la inteligencia: es la Inteligencia suprema.

¿Quién, pues, entre los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el mismo Dios. Cuando quiero conocer una «cosa», la analizo, comprue­bo su medida, su peso. La naturaleza material es un libro abierto que la ciencia descifra poco a poco. Cuando quiero conocer a «alguien» no tengo otra solu­ción que esperar a que él quiera revelárseme. El hombre más sabio del mundo, capaz de analizar el átomo, es impotente para descubrir lo que piensa su mujer... si ella no quiere decírselo. «Mi secreto es mío. Te lo diré si quiero, lo querré, si te amo.» Esto puede hacernos comprender la inmensa diferencia que existe entre el conocimiento de tipo científico o racional y el conocimiento de tipo «fe» o «revelación».

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Se conquista una cosa. Se acoge a alguien. Sólo el Espíritu de Dios conoce lo que hay en Dios.

El espíritu que nosotros hemos recibido, no es el del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios y por El conocemos las gracias que Dios nos ha otorgado. La sabiduría de Pablo, la sabiduría del creyente tiene su fuente en el mismo Espíritu de Dios. Se trata de «recibir»... y no de «conquistar»...

El hombre, por sus solas fuerzas humanas... Admirable fórmula, que derriba al hombre del trono de sus pretensiones.

No puede recibir Sos dones del Espíritu de Dios. Así esta nueva sabiduría comunicada solamente por los que han recibido del Espíritu el modo de enseñarla... no puede ser tampoco recibida más que por aquellos que se han abierto a su comprensión. A falta de todo ello, esta sabiduría no es sino locura y sinrazón.

En cambio el hombre, animado por el Espíritu, lo juzga todo y a él nadie puede juzgarle. La Escritura dice: «¿quién conoció la mente del Señor?» ¡Pues bien! ¡Nosotros tenemos la mente de Cristo! Nada más. Y es el mismo san Pablo quien se encuentra a la vez «tímido y tembloroso». No, la Fe no es un privilegio para la élite, para los mandarines de la inteli­gencia: el verdadero conocimiento de Dios es accesible a todos los que se dejan «animar» por el espíritu. Y en este caso: ¡qué finura de percepción!

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264 22." semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

/ Corintios 3, 1-9

Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a hombres carnales... Como niños os di a beber leche y no alimento sólido: no lo habríais soportado. Pablo, animado por el Espíritu, reivindicó para sí una «sabiduría» superior a todos los razonamientos de este mundo. Ahora, hace notar a los corintios que no ha podido darles todo el «alimento» que hubiera querido. Como buen educador, supo adecuar la enseñanza a su capacidad de asimilación. Jesús también dijo a sus apóstoles: «no comprendéis ahora, lo comprenderéis más tarde.» Señor, ayúdame a ponerme en el lugar de los demás para amarles tal como son y no tal como yo quisiera que fuesen. Con los niños, en particular, que sea yo respe­tuoso con su caminar, con su ritmo. Ruego por todos aquellos con quienes estoy en relación, para que cada uno progrese a partir del punto en que se encuentra... paso a paso, solamente.

Porque sois hombres carnales mientras haya entre vosotros envidia y discordia. Y así ¿no es vuestra conducta simplemente humana? Son impotentes para comprender la Fe porque están todavía muy sometidos a las pasiones egoístas: la envidia, la discordia, los grupitos en lo que se refiere a los predicadores —¡¡yo soy de Pablo, y yo soy de Apolo!!—, todo esto manifiesta una falta de madurez en la Fe, es «demasiado humano».

Cuando uno dice: «Yo soy de Pablo» y otro «yo, de Apolo» no es esa una reacción totalmente humana? En todo caso, para Pablo, no hay lugar para «partidos» en la Iglesia. Este mal amenaza siempre a nuestras comuni­dades cristianas. Existe siempre el riesgo de los sectaris-

22.' semana del tiempo ordinario 265

mos que permanecen fieles a uajefe, a un mandamás. ¿No tengo yo tendencia a pensar que los demás no pueden tener otros puntos de vista que los míos, y que no se puede encontrar a Cristo por otros caminos que los míos? Señor, ayúdame a tener gran amplitud de miras. Ayuda a los cristianos a aceptarse los unos a los otros con sus propias diferencias sin que las divergencias legítimas en el plano humano los dividan en el plano de la Fe profunda. Divergencias litúrgicas, políticas, culturales. «Yo estoy por la misa en latín... yo estoy en contra...» «Yo estoy por tal diputado... y yo por X de la oposi­ción...»

¿Qué es, pues, Apolo? ¿Qué es Pablo?... Servidores que os han transmitido la fe, y cada uno según el don que Dios les dio. Apolo debió de ser un orador más brillante que Pablo.

Yo planté, Apolo regó, mas fue Dios quien ha hecho crecer. Las cualidades de los predicadores no son inútiles. Pero nunca son más que un instrumento en las manos de Dios.

Somos los colaboradores de Dios; y vosotros, el campo que El cultiva. Podemos adivinar aquí, la idea tan importante de «cole-gialidad»: los compañeros de apostolado forman un solo equipo apostólico, en el cual los carismas de cada uno cooperan a la obra común, que es la de Dios. En esta perspectiva, las concurrencias, las rivalidades, los clanes sectarios, son francamente ridículos. «Colaborador de Diós».„ llevo a la oración, esta hermosa fórmula.

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266 22. <• semana del tiempo ordinario

JUEVES

/ Corintios 3, 18-23

La Iglesia de Corinto, como puede adivinarse a través de los textos de san Pablo, estaba muy dividida. Distintas corrientes de pensamiento, varios gropúsculos estaban tenazmente aferrados a su sistema, a su concepción de las cosas. ¿Cómo hallar la verdad en todo esto?

Hermanos, ¡que nadie se engañe! En efecto, es preciso, primero, no fiarse de uno mismo, no mantener, algo orgullosamente, el propio punto de vista. A fuerza de defender las propias ideas acaba uno por contemplarse uno mismo, por escucharse a sí mismo y por no prestar atención a los puntos de vista de los demás... tal persona se encierra en su propia dialéctica. Esforcémonos en reconocer la parte de verdad que hay en los que no piensan como nosotros. Y sepamos también admitir la parte de error en nuestras propias opciones.

Si alguno de vosotros se cree sabio, según este mundo, hágase necio para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es locura ante Dios. Hay que estar «loco» para absolutizar un sistema huma­no, sea el que fuere. Todo lo humano es ambiguo, frágil, provisional. Dios permite relativizarlo todo. Apoyarse solamente sobre análisis humanos, sobre crite­rios «de este mundo», es insuficiente para un cristiano. Es propio de los sistemas filosóficos o políticos, y en cierta medida es normal, pretender encerrar, toda la realidad en lo observable. Ahora bien, desde el ámbito de la Fe, el mundo no está encerrado en sí mismo: lo atraviesan las intervenciones imprevisibles de las liber­tades humanas, y las de la Libertad de Dios. La historia no puede reducirse pura y simplemente a mecanismos casi materiales. ¿Quién podía prever la Encarnación de

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Dios, la Crucifixión de Jesús? Y esto ha sucedido. Era una locura imaginar cosas semejantes. Fue obra de la sabiduría imprevisible de Dios.

Porque la Escritura dice: «Dios prende a los sabios en su propia astucia... Y el Señor conoce ¡cuan vanos son los pensamientos de los sabios!» Sólo Dios es verdaderamente sabio. Y su proyecto se cumplirá a pesar de todas las apariencias contrarias. Los cristianos de Corinto en ese momento, no eran más que un grupo minúsculo inmerso en un mundo pagano extrema­damente poderoso y que estaba sometido a corrientes de pensamiento en apariencia triunfantes. Según todos los análisis humanos, el «Helenismo», con su civilización brillante que ¡tan espléndidos monumen­tos ha dejado por todo el entorno del Mediterráneo! era el que tenía que perdurar. Ahora bien, «Dios atrapó a los sabios en su propia astucia»: de hecho, será el Cristia­nismo el que tendrá un porvenir, es decir, el «grupito de pobres» que se reunían en torno a Pablo para oír la Palabra de Dios y participar en la Eucaristía.

Todo os pertenece, Pablo, Apolo, Cefas, —Pedro—, el mundo, la vida, la muerte, el presente y el futuro: todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios. Cuan audaces son estas palabras. ¡Los apóstoles son para los fieles, y no los fieles para los apóstoles! Vosotros decís: «yo soy de Pablo, y otro yo soy de Apolo», pues bien, la verdad es exactamente lo contrario. No pertenecéis a estos ministros, ¡son ellos vuestros servidores! Y llevado por este lirismo, Pablo llegará a decir que todo el Cosmos está al servicio de ese puñado de pobres trabajadores del muelle que se reunían entonces en Corinto. Inmensa dignidad de los cristianos.

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268 22.a semana del tiempo ordinario

VIERNES

/ Corintios 4, 1-5

Hermanos, es necesario que los hombres nos tengan simplemente por «servidores de Cristo»... Jesús, muchas veces, se ha dado este titulo de «servidor». Pablo lo toma, a su vez, como un título de gloria. ¿Soy yo, verdaderamente, servidor de Cristo?

Y por «administradores de los misterios de Dios»... ¡Cuan grandes y temibles son estas palabras! Los minis­tros, en la Iglesia, tienen entre sus manos esta responsa­bilidad: ¡todos los medios de la gracia, la doctrina, los sacramentos... los misterios de Dios! Los han recibido para dispensarlos a los demás. Tendrán que rendir cuenta de ellos, como decía Jesús (Mateo 24, 45-51)

Y lo que en definitiva se exige a los administradores es que sean fieles. Ser hallado «fiel»... en la administración de los bienes ajenos. Merecer confianza... y de modo desinteresado. Ser hombre de confianza, para Dios. Ser hombre de Dios. Promover sus intereses. La fidelidad es una virtud que no tiene buena prensa hoy. Es objeto de burla por doquier. Pero cuando llegamos a ser víctimas de una infidelidad, la apreciamos como uno de los valores esenciales del hombre. Que los apóstoles sean fieles al Evangelio, que no acomoden su mensaje a los gustos del día, a las ideologías que flotan en el aire... Señor, concede a tus apóstoles, sacerdotes o laicos, esa fidelidad intransigente a lo que Tú quieres.

Por mi parte, lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ¡ni siquiera me juzgo a mí mismo! Esto tiene un gran alcance. Pablo ha hablado de la gran dignidad de los fieles. «Todo es vuestro, Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la

22." semana del tiempo ordinario 269

muerte, el presente, el futuro. Todo es vuestro...» Pero de ahí no se sigue que los cristianos tengan derecho a erigirse en jueces de sus apóstoles. ¡Es a Dios, a quien los ministros tendrán que rendir cuentas!

Mi conciencia no me reprocha nada, mas no por ello soy justo. El Señor es mi juez. Cuando Pablo retira a cualquiera el derecho de juzgar a su hermano, aunque fuera ministro del Señor, no es una manera de situarse por encima de todo juicio, para actuar a su gusto y modo; nada de esto. ¡Pablo tiene su conciencia! Pero ésta, de por sí, no es tampoco una justificación. La responsabilidad final no es ni ante la comunidad, ni ante uno mismo, sino ante Dios. Señor, ayúdanos a considerar de ese modo todas nuestras responsabilidades.

Por lo tanto, no juzguéis «prematuramente»; esperad la venida del Señor, El iluminará lo secreto en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón. Jesús había repetido: «¡No juzguéis!» (Mateo 7, 1; Lu­cas 6, 37) Pablo añade un matiz capital: no juzguéis, porque vuestro juicio es siempre «prematuro»... no lo sabéis todo para que vuestro juicio sea equitativo, os falta conocer las intenciones secretas de la gente que juzgáis. ¡Todo esto es verdad! Cuando nos acontece ser mal juzgados, sabemos muy bien que los que nos critican no tienen todos los elementos para que su apreciación sea correcta.

Entonces, cada cual recibirá del Señor, la alabanza que le corresponda. Pablo y los primeros cristianos estaban realmente polari­zados hacia esa espera, hacia ese día donde todo, al fin será clarificado. Día feliz cuando nuestros valores desco­nocidos recibirán «la alabanza que les corresponda»; día veraz en que estallará a plena luz la belleza escondida... que no sabemos captar suficientemente.

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270 22.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

/ Corintios 4, 9-15

Hermanos, pienso que, a nosotros los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar entre los hombres, como condenados a muerte, expuestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los nombres. Al leer por primera vez este pasaje no podemos menos que encontrarlo excesivo. ¿Cómo? Los «Apóstoles», el Papa, los obispos, los sacerdotes... ¿serían los «últimos entre los hombres»? Y Pablo encarecerá todavía al final del pasaje: «hemos venido a ser basura del mundo, desecho de los hombres.» En la ciudad de Corinto, Pablo estaba lejos de ser un notable, una autoridad. Se compara a esos vagabundos lastimosos que las ciudades de la época mantenían para servir de víctima expiatoria en las calamidades públicas... o también a esos condenados destinados a las fieras en las anfiteatros ¡bajo la mirada de los «espectadores»! ¿Cómo entender esas fórmulas tan violentas, sino con referencia a Jesucristo? El verdadero apóstol ¿no tendría por criterio el parecerse a Jesús, que aportó la verdadera salvación muriendo en el Gólgota, como un condenado y a la vista también de los espectadores?, dando así testimonio de un amor absoluto... Es pues Jesucristo crucificado a quién quiero contemplar, una vez más. Me detengo en estas reflexiones, incluso si no van a la par con mis tendencias habituales, ni con las tendencias del mundo. ¿En qué puede esto hacerme reconsiderar mi modo de concebir el apostolado y la evangelización? ¿Cómo ilumina todo ello lo que hay de cruz en mi vida concreta? ¿Soy consciente de que tengo que participar en la redención?

Nosotros somos necios, por seguir a Cristo... Efectivamente, hay que ser loco o necio para lanzarse a una empresa tan insensata: anunciar a los hombres el escándalo de la cruz.

22.a semana del tiempo ordinario 271

Y vosotros sois sabios, en Cristo... Todo el pasaje siguiente es de una ironía chirriante, que, opondrá la suficiencia orgullosa de los corintios a la vida pobre y paciente de Pablo.

Nosotros «locos»... vosotros sabios. Nosotros «débiles»... vosotros fuertes. Nosotros «despreciados»... vosotros alabados. Bajo estas diatribas, afloran las bienaventuranzas. Si uno quiere ser cristiano, no ha de olvidarlas. La satisfacción de sí mismo, la suficiencia farisaica, in­cluso la espiritual, son contrarias al evangelio.

Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez, somos azotados, vagabundos, fatigados trabajando con nuestras propias manos. Una vez mas: ¡no!, los apóstoles no son los satisfechos, la gente poderosa, revestida de «poder», los triunfadores, los que no tienen preocupaciones, ni están sometidos a la prueba.

Injuriados... bendecimos. Perseguidos... soportamos. Calumniados... consolamos. Es la repetición, bajo otra forma, de la paradoja de las bienaventuranzas. Gente «pobre», que es «dichosa»... gente «que ha recibido daño de otros» y que pasan su tiempo «haciendo felices a los demás». No olvidemos nunca esta cara del cristianismo. Es el rostro auténtico de Jesús. Y es una de las enseñanzas más importantes de la Epístola a los Corintios. No es discí­pulo de Cristo el que no reproduce alguno de sus rasgos.

No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino para instruiros como hijos muy queridos... En Cristo, no tenéis muchos padres... Por haberos anunciado el Evangelio soy yo quien os ha engendrado.

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272 23.a semana del tiempo ordinario

Vigésima tercera semana del tiempo ordinario

L U N E S

/ Corintios 5, 1-8

Se oye hablar de una falta grave de conducta entre vosotros. Un cristiano de Corinto vivía maritalmente con la segunda mujer de su padre. Este tipo de unión tenía pena de muerte por la Ley de Moisés y por la Ley romana. En Grecia no había nada legislado sobre este asunto, pero la opinión pública lo reprobaba.

Y ¡vosotros permanecéis tan engreidos! en lugar de doleros para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de tal acción. Para Pablo este escándalo repercute en toda la comuni­dad cristiana. Ciertamente los corintios no tienen de qué gloriarse... Y sin embargo ¡pretenden ser una «comunidad de primera línea y misionera»! Este asunto plantea dos cuestiones importantes: 1.° Fe y moral están ligadas. Ciertos cristianos suelen tender hoy, como en tiempo de san Pablo a pensar que la fe o la práctica religiosa son de un orden tan diferente a la moral que, en un corazón humano podrían coexistir la «fe en Cristo» y unas «conductas dudosas». Pablo reacciona con violencia ante esta aberración.

Vosotros sois como el pan de Pascua que no ha fermentado. Mirad que Cristo, nuestro cordero pas­cual, ha sido inmolado. Celebremos pues la fiesta, no con vieja levadura —la perversidad y el vicio— sino con pan ázimo —la rectitud y la verdad. Para celebrar la Pascua del Señor, ciertamente se requie­re una conducta recta y una vida moral. La Pascua de Cristo no es una «ceremonia» ritual, es una «vida nueva»,

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que está enjuego cada día. Y Pablo evoca la práctica judía del rechazo de la vieja levadura, la víspera de Pascua, a fin de comer pan ázimo —no fermentado— en ese día. ¿Qué es la «vieja levadura» lo agrio que debo rechazar de mi vida, para hacerla digna de Cristo y de la Eucaristía? 2.° La Comunidad es responsable de los signos o contra­signos que ella pueda dar. La medida de excomunión pronunciada contra el hombre que vive en estado de mala conducta notoria, muestra el celo de Pablo para que la comunidad cristiana sea un «signo de salvación» y sea «misionera» revelando así al mundo lo que es vivir una vida de hombre ¡a la luz del resucitado!

Reunidos en asamblea, en nombre del Señor Jesús, y con su poder, sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne. Pablo usa fórmulas solemnes: «en nombre del Señor Jesús, con su poder»... exige que la comunidad se reúna para promulgar la condena. La Iglesia es un signo visible, público... y no es una pequeña secta cualquiera espiritual y subterránea.

A fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor. La dureza de la condena no prejuzga, en absoluto el juicio de Dios, al contrario. El castigo tiene carácter medicinal: se le excluye del grupo, se le rehusan los sacramentos... y esto será una prueba muy onerosa para ese hombre —tal es el sentido de la frase «entregado a Satanás»—... Pero es a fin de que reflexione y un día se salve. La excomunión no afecta más que al estatuto y a la «imagen» misionera que la comunidad tiene el derecho de presentar: pero en rigor cada cristiano conserva el deber de caridad hacia el culpable, hacia su salvación.

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274 23." semana del tiempo ordinario

MARTES

/ Corintios 6, 1-11

Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿cómo se atreve a llevar la causa ante los injustos y no ante los fieles? Pablo reprocha aquí a los corintios el hecho de haber ido ante los tribunales. En efecto sabemos que los juramentos de esos tribunales contenían fórmulas idolátricas, lo que prohibía que los fieles accediesen a ellos... Además la legislación pagana era muy amplia, muy tolerante en sus apreciaciones y evidentemente no tenía en cuenta los principios evangélicos. Pablo aconseja pues que los «procesos» se arreglen entre cristianos, escogiendo a los «sabios» o prudentes de entre la comunidad. Esto nos plantea, HOY, la cuestión de la penetración del espíritu evangélico en las «instituciones» civiles, judiciales, polí­ticas y sindicales. Un cristiano no puede poner entre paréntesis su fe, cuando participa en la vida de la sociedad: algo de paganismo circula en las mentalidades y en las estructuras de la ciudad, de la profesión, de la familia... No es cuestión hoy de que el cristiano «se aparte»: pero, entonces, ¿tendría que ser «incoloro, inodoro e insípido»? El compromiso del cristiano en el mundo no puede ser sólo el del camaleón que toma el color del ambiente.

¿No sabéis que los justos han de juzgar al mundo? Pablo evoca una palabra de Jesús anunciando que, al final de los tiempos, los miembros de Cristo participarán de su poder real y judicial. «Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.» (Mt. 19, 28) ¡Enorme responsabilidad! ¡Desde luego, sin orgullo! Pero ¡responsabilidad! Luego, ¡deber de crítica y de juicio! Y recordemos que el Reino ya ha empezado: el juicio de Dios —del que participan los cristianos— está actuando ya en los compromisos que los cristianos asumen, en tanto que cristianos en la ciudad secular.

23.« semana del nerflpo ordinario 275

Repaso en mi memoria mis responsabilidades diversas.

Y ¿no es y^ para vosotros un fallo tener pleito, hermanos entre hermanos, y esto ante los no cre­yentes? Siempre la nüsjna apreciación misionera: ¿qué signo damos a los que nos miran como vivimos? San Pablo apunta aquí ínUy lejos. Dejando el escándalo de ir a tribunales paganos, afirma que es ya una brecha, una mella en el ideal cristiano, el haber ¡«diferencias» entre hermanos! Urio cree soñar, ante la afirmación de tal ideal... si se piensa en todas las oposiciones violentas de hoy entre «gruPc?s» cristianos, y no sólo entre personas... ¡Todo ello orquestado en público por la prensa y otros medios de difusión!

¿Por qué no preferís soportar la injusticia? ¿Por qué no dejaros antes despojar? Esto no es un sueño, ¡es literalmente el evangelio! «Al que te abofetea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra... al que quiera pleitear para quitarte la túnica, déjale tarflbién el manto...» (Mateo 5, 38) Antes de decir que esto es imposible, convendría quizá que me preguntara si, en la práctica, el perdón y la paciencia no serían a veces más eficaces que la actitud inversa. Quién sabe además, si, ante la escalada abe­rrante de la violencia, el cristiano no tendrá que distin­guirse por su manera de ir contracorriente, sacrificándose él mismo para tomarse el evangelio a la letra...

Los injustos no heredarán el Reino de Dios... Ni los impuros, ni lQs idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, n¡ los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, nis j 0 s borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces... Y est<0 fuisteis algunos de vosotros, pero habéis sido lavados por el bautismo y sois «santos». Eran vicios corrientes en la sociedad del tiempo de san Pablo. En ese mundo vivían los cristianos de Corinto. ¿Cuál es mi parte de «santidad»?

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276 23." semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

I Corintios 7, 25-31

Acerca del celibato, no tengo precepto especial del Señor, pero os doy mi consejo, como quien, por la misericordia del Señor, es digno de crédito. En la sociedad de Corinto, como en la de hoy se cuestionaba sobre la sexualidad. La civilización griega de la época estaba en el más profundo desconcierto; se iba desde el desprecio del cuerpo y de la sexualidad... hasta la más total de las libertades. En esta confusión, Pablo defiende simultáneamente: —la grandeza y la indisolubilidad del matrimonio. —el valor del carisma de la continencia. Pablo subraya que es su «parecer personal» lo que aconseja: se compromete netamente en una dirección precisa, haciendo constar que su consejo no tiene la misma autoridad absoluta que tienen muchas otras Palabras. ¿Tengo yo también esta humildad de no comprometer la autoridad doctrinal del Evangelio en asuntos que perte­necen a opciones personales, aunque importantes?

Si te casas, no pecas. Si una joven se casa, no peca. No tienes mujer, no la busques. Si estás casado, no busques separarte de tu mujer. Se trata pues a la vez de una justificación del matrimonio y del celibato. No hay que oponerlos uno a otro. Si Pablo, en sus fórmulas, da a veces la impresión de menospreciar el matrimonio, es porque toma, aquí, una postura bastante nueva: Pablo quiere dar derecho de ciudadanía a un estado nuevo, el del celibato, al lado de un estado ya conocido y considerado, entonces, como única posibilidad: el matrimonio.

Pienso pues que el celibato es cosa buena, dados los acontecimientos que se preparan... Hermanos debo decirlo: el tiempo es limitado.

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La razón única que Pablo da aquí del celibato es que «el mundo es limitado, efímero»: el cristiano no debe ape­garse a nada como a un fin en sí que le absorba por entero.

Porque la apariencia de este mundo pasa. Está claro, Pablo vive ya en el futuro, en la eternidad: el mundo actual, para él, no es más que la preparación de nuestra vida definitiva. Nada es aquí durable, perma­nente. ¿Es normal ir rápidamente a lo que es esencial? Esto significa que los casados no deben olvidar encon­trarse alguna vez solos ante Dios para pensar en lo esencial. Pero también significa que en la Iglesia hay la posibilidad de un carisma del celibato, que hace explícita la elección de «una vida por Dios».

Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Se trata, como decíamos hace un momento, de una invitación a la continencia incluso en el matrimonio. Una vez más: matrimonio y celibato son complementarios. Según nuestro estado de vida, preguntémonos si, en nuestra vida de casados, o en nuestra vida de célibes, hemos hecho de veras una opción «por Dios»; si «la vida eterna» está presente en nuestras decisiones... Nada terrestre podemos usar con la avidez de un niño glotón. Es ésta una formidable invitación, hecha a todos, para mantenernos dueños de nosotros mismos: cosas a las que damos mucha importancia son, de hecho, muy secun­darias... ¿Sabemos dejar paso a lo esencial?

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JUEVES

/ Corintios 8, 1-7; 11-13

Los problemas concretos que se planteaban a los prime­ros cristianos, residentes en el núcleo de una civilización pagana, eran, a menudo, muy complejos. Por ejemplo, la carne que se compraba en las tiendas procedía de animales previamente «inmolados a divini­dades paganas». ¿Tenían los cristianos derecho a comer de esos «idolotitos»? Cuando se come en casa, es fácil abstenerse. Pero ¿cuando se está invitado? ¿Había que hacer como todo el mundo y comer lo que se presentaba? ¿No era esto un compromiso con los ídolos? San Pablo contesta y podremos admirar el equilibrio de su res­puesta: 1.° libertad total respecto a las carnes ofrecidas... 2.° tener en cuenta la conciencia de los demás.

Respecto del comer lo «sacrificado a los ídolos», sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y que no hay más Dios fuera del único Dios. Razonamiento simple: esas carnes no han sido ofrecidas a «nada», porque los ídolos no son «nada»... por lo tanto se pueden comer sin reparo alguno. El hecho de haber sido presentadas a un bloque de piedra, o de haber recibido el incienso no modifica para nada las carnes. Luego, libertad total. ¡El ídolo es sólo una estatua de piedra!

No hay más que un solo Dios: el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos... y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros... ¡Qué libertad y qué certeza! Ocasión de repetir su fe en el Dios único: lo restante no vale nada. Y esta certeza libera totalmente al hombre de cualquier tabú o interdicto sagrado: el mundo no es sagrado sino profano... sólo Dios es sagrado.

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Mas no todos tienen este conocimiento. Algunos comen la carne inmolada como tal carne ofrecida al ídolo. Este es el caso de los paganos y también de algunos cristianos recientemente convertidos, y que «tienen miedo». Efectivamente, es por todos conocido que en muchos problemas de conciencia, todavía hoy existe inmensas diferencias de apreciación moral: algunos consideran como un pecado, lo que para otros no lo es. Ya en Corinto se oponían los «fuertes» que se conside­raban totalmente libres, y los «débiles» que, para sentirse más seguros, defendían las posiciones más estrictas.

Su conciencia que es «débil» se encontrará man­chada. En efecto, cuando uno cree cometer un pecado, lo comete: es una regla esencial de la conciencia... Hoy se insiste quizá demasiado sobre esta subjetividad, pero es una de las dimensiones capitales de la conciencia.

Por consiguiente, si un alimento ha de causar la caída de mi hermano, —por quien murió Cristo— no comeré jamás carne, antes que causar la caída de mi hermano. Finalmente, la caridad es el criterio último de juicio. Por mucho que yo sea totalmente libre personalmente y capaz de comer cualquier alimento, evitaré escandalizar a mis hermanos más débiles y, para ello, renunciaré incluso a lo que tengo derecho. «¡Ese hermano por quien murió Cristo!» Admirable fórmula: ¡qué respeto nos infundiría, si pensáramos más en ella! No tengo derecho de aplastar o de desconcertar a los demás ni siquiera apelando a mis certidumbres.

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VIERNES

/ Corintios 9, 16-19; 22-27

A los problemas suscitados por los corintios, Pablo dio respuestas ágiles y relativas. «Valorizó» el celibato y la continencia, pero sin que las personas casadas se sintie­ran inquietas o condenadas... Valorizó la actitud amplia del que es libre frente a los tabús alimenticios, pero pidiendo tener en cuenta las conciencias débiles. Este comportamiento ágil y favorable tanto a los «Paganos», como a los «Judíos», le valió muchas enemistades. Se acusaba a Pablo de ser oportunista. Todo ello le llevó a precisar el «sentido profundo» que da a su misión de apóstol.

Predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de gloria, es más bien ¡un deber que me incumbe! Humildad extraordinaria, cuando se sabe históricamente el papel irremplazable que tuvo Pablo en la primera extensión del evangelio. Esto no es para Pablo ningún privilegio ni gloria. Estima que Cristo tuvo en ello la iniciativa, sin ningún mérito de su parte. ¡Se considera como un «esclavo» que cumple su tarea porque no puede dejar de cumplirarla!

¡Ay de mí, si no predicara el evangelio! ¡Qué vehemencia, qué grito! ¡Cuan irrisoriamente mediocres son nuestras vidas, al lado de tales exigencias! Y del mismo modo, el «buen cristianismo pequeño y tranquilo» de ciertos consumi­dores del evangelio, ¡resulta también irrisorio frente a esta exigencia! El evangelio no es un objeto de consumo o de conserva... es una «buena nueva» que ha de ser difundida, «anun­ciada». ¿Soy yo un «cristiano-para-mí»? ¿Qué hago del evangelio?

No predico por propia iniciativa; es una misión que

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me ha sido confiada. ¿Por qué he de recibir yo una recompensa? Es un servicio encomendado. Pablo no eligió su vocación de apóstol. ¡Es una «misión, un cargo», confiado por Dios!

Efectivamente, siendo libre con relación a todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. El griego usa el término «esclavo», es decir, servidor de todos. El cargo apostólico de Pablo es una réplica de la misión de Jesús concebida como la del «Servidor pacien­te» de Isaías. El apostolado concebido como un «servi­cio» —ministerio significa «servicio». ¿De quién soy servidor?

Los atletas se privan de todo por una corona corrup­tible. Yo golpeo duramente mi cuerpo... y lo esclavizo, no sea que habiendo proclamado el mensaje a los demás, resulte yo mismo descalificado. La ascesis, el dominio de sí mismo. Útil en muchos deportes... ¡y también en muchos oficios! Indispensable en la vida cristiana. Necesario en la vida apostólica. ¿Cómo pretender «evangelizar» sin imitar a Jesucristo? La evangelización no es un «dulce o una golosina», en Jesús, tomó el recio rostro de la crucifixión. Y Pablo, para evangelizar, trataba «duramente su cuer­po» y se «imponía toda clase de privaciones». ¿Continuó siendo un cristiano mediano, comodón?

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282 23." semana del tiempo ordinario

SÁBADO

/ Corintios 10, 14-22

Hermanos queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes. San Pablo es categórico: hay que abstenerse de cualquier compromiso con los «ídolos». La idolatría, ha tomado HOY nuevas formas. ¿Cuáles?... Señor, líbranos de nuestros ídolos. Señor, líbranos de nuestros falsos dioses. En el fondo, apoyarse en un ídolo es hacerse vanas ilusiones: se nos quebrará en las manos. Relativizar las cosas relativas es, por el contrario, de «hombres pruden­tes». Sólo Dios es Dios.

La copa que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Pablo opone los banquetes paganos a las cenas eucarís-ticas. Está claro que los primeros cristianos tenían la sensación de que Cristo estaba entre ellos: certidumbre de una «presencia». Por el pan y el vino que compar­timos, ¡Tú estás aquí, Señor, entre nosotros! Y comul­gamos con tu Presencia. El primer efecto de la misa es unirnos a Dios. Por desgracia nos sucede a menudo que participamos en la misa de manera automática sin que nos percatemos verdaderamente de que Tú estás ahí.

Porque, aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo. El segundo efecto de la eucaristía es el de unirnos los unos a los otros. «Siendo muchos, constituimos uno solo.» Es la gran ley del universo, porque es la gran realidad de Dios... ¡Tres que son uno! Alegría de la pareja, alegría de las familias unidas, alegría de los lugares de trabajo donde hay un buen ambiente.

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Esto debería ser progresivamente el proyecto, la espe­ranza y el esfuerzo de todo grupo humano, y de toda la humanidad. Para lograrlo, en el núcleo de la humanidad, hay un «sacramento», un signo eficaz, actuante: la eucaristía. La eucaristía construye el cuerpo de Cristo. La eucaristía hace que todos seamos un solo cuerpo. «Siendo muchos constituimos uno solo». Un ideal preciso, concreto, capaz de suscitar acciones inmediatas. Un ideal que puede ser intentado siempre y en todas partes. Una inmensa fuente de alegría. ¿Con quién voy a intentar realizarlo HOY? Cuidado con las ilusiones y los sueños simplistas. No es fácil realizar la unión: no se trata de oprimir o de imponerse el uno al otro. ¡Construir la unidad supri­miendo al otro es fácil! La verdadera unidad implica el respeto a las diferencias. La unión no suprime el plura­lismo ni las diversidades: tiende, sin embargo a la reducción de las oposiciones estériles y sectarias.

Pues todos participamos de un solo pan. El rito del pan «partido» y repartido es todo un símbolo: comulgamos del mismo pan para expresar que recibimos al mismo Cristo. No hay un Cristo para unos y otro para los demás. ¿No hago, en verdad, más que uno con tal y cual? ¿Qué puedo hacer, HOY, para construir el Cuerpo de Cristo?

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284 24." semana del tiempo ordinario

Vigésima cuarta semana del tiempo ordinario

LUNES

/ Corintios 11, 17-26; 33

Hermanos, no os felicito por vuestras asambleas porque son más para mal que para bien: —Cuando os reunís, hay entre vosotros divisiones... —Cada uno se apresura a comer su propia cena... Los corintios celebraban la eucaristía durante una comi­da, llamada «ágape». Pablo les reprocha hacer de ella precisamente todo lo contrario de lo que ha de ser un encuentro familiar. Les reprueba dos cosas: 1.° Hay divisiones entre ellos. Se forman grupos sepa­rados unos denlos otros. Este era uno de los fallos de la iglesia de Connto. (I Corintios, 1-12) 2.° Esto conduce a desigualdades chocantes pues las personas ricas se agrupaban en las mismas mesas y comían mejor mientras que los pobres tenían que conten­tarse con lo poco que podían meter en su cesta. Con otras formas concretas, ¿no incurren, HOY, nuestras misas en el mismo defecto? Una asamblea «dispersa» porque cada uno va a lo suyo, una asamblea que se encierra en su individualismo, da un contratestimonio de Jesucristo. Celebrar el «cuerpo de Cristo» no es sólo respetar las especies sacramentales, es también prestar atención a los hermanos, y cuidar muy particularmente ese signo del «Cuerpo de Cristo» que da o no da nues­tra «asamblea». ¿Somos «un solo Cuerpo» en Cristo? ¿Y también en la vida corriente, fuera de la misa?

La «cena del Señor». ¡Es una lástima que se hayan abandonado expresiones tan hermosas como éstas! Los primeros cristianos no hablaban nunca de «misa» —término muy poco signifi­cativo»—, hablaban de «cena del Señor», de «fracción del pan», de «eucaristía», de «ágape»...

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«¡Voy a misa!» «¡Voy a la cena del Señor!» Lo que quiere decir, de paso, que sin duda no se concebía una misa sin que los asistentes comulgasen... No se dice: ¡voy a una «cena» si me quedo en un rincón, viendo comer a los demás!

Os he transmitido lo que recibí de la tradición que viene del Señor. Admirable y modesta fórmula. No se inventa la eucaristía, esto «viene del Señor». Y el signo de estar en la verdad, es estar «en comunión con el conjunto de la Iglesia», recibir la enseñanza común de los demás apóstoles.

La noche misma en que fue entregado, el Señor Jesús tomó pan... Esto es mi cuerpo entregado por voso­tros... Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre... Cada vez que comáis de este pan y bebáis de esta copa proclamáis la muerte del Señor, hasta que venga. ¡Pablo está mucho más atento a los gestos y a los comportamientos de la comunidad que a las prescrip­ciones estrictamente litúrgicas del celebrante! Lo esencial es la «Fe»: «Proclamaréis la muerte del Señor». Esto nos permite comprender mejor, cuan escan­dalosa era la conducta anticomunitaria de los corintios. Jesús se ha «entregado», «ha amado hasta el fin», ha llegado a «morir por nosotros»... y ¿podríamos vivir nosotros como unos «individualistas», y unos «egoís­tas»?

Haced esto en memoria mía. La eucaristía es una acción: «¡haced!». Es una acción simbólica, cargada de un «recuerdo», de un «memorial».

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286 24.a semana del tiempo ordinario

MARTES

/ Corintios 12, 12-14; 27-31

Nos vamos dando cuenta de que los cristianos de Corinto, como los de nuestra época, estaban muy divididos. Para dar respuesta a esta situación concreta Pablo desarrolla el tema del «Cuerpo de Cristo».

Nuestro cuerpo forma un todo aunque tiene muchos miembros y todos los miembros, no obstante su pluralidad no forman más que un solo cuerpo. Así también Cristo. Aquí Cristo tiene un sentido colectivo que engloba a Jesús de Nazaret... y a todos los que, por la Fe están unidos a El. En esta imagen del «cuerpo» se insiste sobre la unidad: Cristo es un «unificador», conduce a la unidad, nos hace llegar a ser «un solo cuerpo», el suyo. Me detengo a contemplar este misterio: los cristianos somos un solo Cuerpo. Aquellos de los que me aparto, a los que critico, a los que acuso, a los que hago sufrir... ¡son miembros de Cristo! Hago sufrir a un miembro de Cristo. ¿Qué consecuencias deduciré de ello para mi vida?

Todos, judíos o gentiles, esclavos o libres, hemos sido bautizados en el único Espíritu para formar un solo cuerpo. En tiempo de san Pablo, esas oposiciones raciales y sociales eran extremadamente notorias: entre un «escla­vo» y un «hombre libre» no había ningún punto común... ni siquiera tenían los mismos derechos elementales en la sociedad civil. Las oposiciones de HOY tienen otras formas, pero son también muy marcadas. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de hoy de esta mística de la unidad! Que se levanten en todos los países, de todas las razas y de todas las clases sociales, hombres y mujeres «destructores de

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fronteras» que, como Martin Luter King y tantos otros, antepongan la «fuerza de amar» a todo lo demás.

Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo... Sois miembros de este cuerpo. Yo, X..., ¡soy el «cuerpo de Cristo»! ¿Es notorio? ¿Se reconoce así? Esta expresión significa, en primer lugar, que depen­demos de Cristo, como del organismo que nos comunica la «vida»: recibo un influjo vital del Señor Jesús... del mismo modo, en un organismo humano, hay un influjo vital del cerebro que anima los miembros. ¿Me dejo influenciar, guiar y animar por esta «cabeza»? ¿Dejo que el «pensamiento de Jesús» anime de veras mi vida? ¿Qué suelo hacer regularmente para unirme vitalmente a Cristo: oración meditada de la Palabra de Jesús, sacra­mentos de la conversión y de la comunión? Esta expresión «sois el cuerpo de Cristo», significa también que debemos ser la «visibilidad» de Cristo, el signo de su presencia actual en el mundo: somos su «rostro», somos sus «manos», somos su «corazón». El puede actuar a través de nuestra conducta, puede servir, a través de nuestras manos, puede amar HOY a través de nuestros corazones.

Cada uno por su parte... Apóstoles, profetas, maes­tros, médicos... Después de subrayar la «unidad» del cuerpo de Cristo, san Pablo valora también su «diversidad». Nuestro trabajo en el mundo no es el mismo para todos, no somos parecidos. La Iglesia, cuerpo de Cristo, es un organismo complejo, con ministerios funcionales. Ayúdanos, Señor, a encontrar nuestro lugar propio y a respetar el lugar y la misión de los que no son parecidos a mí.

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288 24.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

/ Corintios 12, 31; 13, 13

En esta Epístola a los corintios, Pablo trató de contestar a varias preguntas concretas que interesaban a esta comu­nidad. Ahora bien, después de haber expuesto sus puntos de vista sobre el celibato y el matrimonio, sobre las celebraciones de las asambleas litúrgicas, sobre las diversidades legítimas y la unidad necesaria en la Iglesia, sobre el uso de los carismas particulares... Pablo llega ahora a decir que, a fin de cuentas, ¡todo ello no vale más que por la «caridad», el amor-ágape! Y leemos escrito por su mano el más hermoso himno al amor que jamás haya sido escrito.

Entre los dones de Dios, he ahí lo mejor... Una vía superior a todas las demás: la caridad, el amor. En nuestro lenguaje moderno es dificultoso traducir la palabra que emplea aquí san Pablo... Es el término griego «ágape», si se le traduce por caridad fácilmente sugiere «caridad-limosna». Si se lo traduce por «amor» nos encontramos también ante un término ambiguo, que puede significar lo contra­rio de lo que san Pablo ha querido decir. La lengua griega tenía dos términos diferentes: «eros» significaba el amor-deseo, el amor-placer que quiere gozar y poseer, como cuando decimos: al lobo le gustan los corderos; me gustan los cigarrillos. «Ágape» significaba el amor-don, el amor desinteresado, capaz de sacrificarse para otro, como cuando decimos «la madre ama a su hijo», o «Dios nos ama»...

La caridad es paciente, no busca su interés. La caridad no se irrita, no es envidiosa. La caridad es servicial. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta... Al decir estas cosas, Pablo piensa en Cristo, que ha realizado todo esto a la perfección.

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Repito esas fórmulas líricas a la vez que imagino a Jesús viviendo cada una de ellas.

Aunque conociera toda la ciencia y todos los miste­rios, aunque tuviera plenitud de fe como para trasla­dar montañas, ¡si no tengo caridad, nada soy! El «valor» esencial de nuestra religión no es la «fe», al menos bajo su aspecto «doctrinal» de «conocimiento intelectual», ¡es el «amor-caridad»! Una viejecita que amasa su pan con amor tiene un mayor grado de gracia que un gran teólogo de corazón enjuto, e incluso mayor que el que hiciera milagros, dice san Pablo. «¡Por este signo seréis reconocidos como discípulos míos, si amáis!» ¿Qué parte tiene en mi vida el amor-ágape?

Actualmente tenemos una imagen oscura... Aquel día veremos a Dios cara a cara. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de estas tres es la caridad. Pablo evoca el cielo después de la muerte. Aquí abajo nuestro conocimiento de Dios es borroso, oscuro. En el cielo veremos a Dios «cara a cara»: la expresión es muy viva y penetrante. Dios es «amor», y entonces estaremos totalmente investidos de ese amor: Ayúdanos, Señor, ya desde hoy.

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290 24.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

/ Corintios 15, 1-11

La «buena nueva»... El evangelio... Lo habéis reci­bido, y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados si lo guardáis tal como os lo anuncié... Si no, habríais creído en vano... En esta sola fórmula hay muchas puntualizaciones que son hoy muy actuales: El evangelio es una alegría, un gozo, es algo «bueno». El evangelio no se inventa: se «recibe». El evangelio no se deforma, se lo toma «tal cual es». El evangelio es «salvador», restaura al hombre, lo re­construye. ¿Cuál es mi aprecio por el evangelio? ¿Hago selecciones en él? Retengo quizá lo que me place, corriendo el riesgo, como dice san Pablo, de no hallar ya «nada» en él porque ¡me encontraría sólo a mí! Si, de vez en cuando, Dios no es como un intruso que nos desconcierta y nos choca, si Dios no es el «totalmente otro» es porque en el evangelio buscamos tan solo una justificación a nuestras propias tesis.

Os he transmitido lo que yo mismo he recibido. Profunda humildad del apóstol, es el primero en some­terse al mensaje que ha de transmitir.

Cristo murió por nuestros pecados, según las Escri­turas... Fue sepultado... Resucitó al tercer día según las Escrituras... Tenemos aquí, sin duda uno de los primeros «credo» que recitaban las comunidades primitivas. Diríamos que es una fórmula mínima de profesión de Fe. Una fe extrema­damente simple, toda ella concentrada en «tres aconte­cimientos históricos»: la muerte, la sepultura, la resurrec­ción. ¡Tres hechos! Que se produjeron de una vez. Pero tres hechos «significativos» anunciados en todo tiempo por las «escrituras». La fórmula repetida, «con­forme a las Escrituras» muestran que la muerte y la

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resurrección de Jesús eran unos hechos esenciales en el plan de Dios para la salvación del mundo, «por nuestros pecados»...

Se apareció a Pedro, a los doce, luego a quinientos hermanos, y a mí el más pequeño de los apóstoles. Pablo cita una lista no exhaustiva —ninguna aparición a Magdalena— de testigos que se beneficiaron de las apariciones del «resucitado». Es una lista muy jerar­quizada.

Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. He trabajado penosa­mente... Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Así, los «tres acontecimientos» citados no son solamente hechos históricos «antiguos», son fuente de una vida nueva: Pablo «ha muerto a su pecado» y ha «resucitado», por así decir, con Cristo. La fórmula algo embarazosa de Pablo es muy reveladora: ni yo solo, ni Dios solo, sino Dios y yo... en una unión indivisible. Admirable expresión de la «gracia» que no trabaja sin nosotros pero con la cual hacemos mucho más de lo que lograríamos con nuestras solas fuerzas. ¿Podría decir yo lo mismo? ¿Cómo es mi compañerismo con Dios? ¿Hay osmosis entre Dios y yo, como en san Pablo?

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292 24.a semana del tiempo ordinario

VIERNES

/ Corintios 15, 12-20

«¿Cómo es posible que haya entre vosotros quienes dicen...?» Una vez más, Pablo partirá de una pregunta, de una duda, de una dificultad de fe de la gente de su tiempo: griegos, mentes muy racionalistas tendían a pensar que la resurrección del «cuerpo» —enterrado, o incinerado... ¡descompuesto!— era imposible, filosóficamente hablan­do. De otra parte es verdad que la resurrección de lá carne es un objeto de «fe»: no hay que entretenerse en imaginar como sucederá la cosa, es un gran misterio... y el hombre moderno, en esto, ha heredado mucho del hombre griego... con facilidad duda él también.

Proclamamos —gritamos— que Cristo ha resucitado de entre los muertos. En efecto, en el texto auténtico, hay escrito el término «grito», —Kerigma en griego—. Pablo dice que «está gritando al mundo que Jesús ha resucitado». Un grito es una palabra... pero una palabra vehemente, toda ella cargada de afectividad y de emoción, una palabra activa que remueve al que la oye y lo hace sobresaltarse... es en fin una palabra urgente: se grita en el peligro para alertar rápidamente a todos los que están alrededor... Mi fe en Cristo resucitado ¿tiene estos caracteres? ¿Es una fe apagada, fría, formal? O bien penetra hasta el hondón de mi alma. ¿Puedo decir que mi Fe compromete todo mi ser: intelecto, corazón, acción?

Si Cristo no resucitó, vacío es nuestro mensaje, vacía también vuestra fe, sin objeto... ¡La resurrección es la piedra angular, el punto esencial de la nueva religión! Si esto no fuera verdad, todo llegaría a ser «vacío», «nada»: tanto el mensaje de los apóstoles como la fe de los fieles, que es la respuesta al mensaje. La alegría pascual es la señal del «cristiano», su carac­terística principal. ¿Se nota en mí que creo en ella?

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¿Aparece a través de mi conducta, en mis relaciones humanas frente al sufrimiento, frente a la muerte? ¿Y en todas las dificultades que pesan sobre mí? ¡Gracias, Señor! Ayúdame a testimoniar contigo tu buena nueva.

S¡ Cristo no ha resucitado somos convictos de falsos testigos de Dios... En efecto, es Dios quien se ha comprometido en la resurrección. Su veracidad, su verosimilitud sería cues­tionable en ese punto esencial de «su plan sobre el mundo». Directamente Dios ha comprometido su verdad en esta apuesta: o bien la resurrección existe, tal como Dios ha dicho... o bien habría que confesar la inexistencia de Dios... Y entonces llegamos a ser «falsos testigos», defendemos una causa que no tiene defensa, somos unos impostores hablando de Dios. ¿Es así como Dios está presente en mis convicciones esenciales? O bien, ¿soy tan sólo un hombre que tiene algunas convicciones filosóficas o ideológicas, válidas, pero discutibles porque son sólo «humanas»? ¿Trato verdaderamente de ser testigo de Dios? O bien, ¿lo soy de «mí mismo», de mis ideas, de mis opciones?

Si Cristo no resucitó, estáis todavía en vuestros pecados... Por tanto, los que durmieron en Cristo... perecieron... Este es el tercer argumento. La resurrección es una «fuerza activa» que destruye el pecado y la muerte. En efecto el misterio pascual tiene dos caras: —es ante todo un hecho histórico que sucedió una vez en Jerusalén... —es también una realidad permanente que trabaja en el corazón del mundo, cada día... La vida divina, que hizo surgir a Jesús de la muerte, continúa en todas partes sacando al hombre del pecado y de la muerte. ¿Es ésta mi fe?

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294 24.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

/ Corintios 15, 35-37; 42-49

La oposición entre los corintios y Pablo, venía, en gran parte, de dos esquemas mentales diferentes —de dos concepciones del hombre: —Los griegos y los occidentales en general tienen una concepción dualista, que separa el cuerpo del alma, hasta llegar a dar a ésta una cierta autonomía. —Los judíos, por el contrario tienen una concepción unitaria del hombre: cuerpo y alma juntos constituyen la «persona». Dios salva a todo el hombre. Pablo inicia la controversia: «¿Cómo resucitarán los muertos?» No se trata tanto del «hecho» de la resurrec­ción, como de la manera, el como. Para contestar a sus objetores Pablo usará tres tipos de argumentos: 1.° Comparación con la «semilla».

¡Insensato! Lo que siembras no revive sin morir primero. No siembras la planta, sino un simple grano. En efecto, el universo visible, si sabemos «mirarlo», nos ofrece cada día un «signo» del poder divino, y un anuncio de la resurrección: millones de granos vivos se pudren en la tierra y parecen morir en el frío húmedo del invierno... pero la primavera y el verano se preparan en ellos. Jesús utilizó esa imagen del «grano que muere» para expresar el conocimiento que El tenía de su muerte y de su supervi­vencia. Decía también «ved que ya salen los brotes, la primavera y el verano están viniendo». Sí, ¡lo creo!, ¡lo espero! ¡Ven! 2.° Reflexión sobre la «calidad» del cuerpo resucitado.

Se siembra un ser perecedero... Lo que crece es imperecedero. Se siembra un ser despreciable... Lo que crece es vigoroso. Se siembra un cuerpo humano... y crece un cuerpo espiritual. La comparación de la simiente prosigue: lo que crece es

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diferente de lo sembrado. No crece otro grano de trigo sino un tallo verde... No una bellota sino un roble. Comparación muy simple, pero elocuente. Todas nuestras objeciones vienen en el fondo de allí: no llegamos a imaginar lo que es un cuerpo resucitado. Pues bien, renunciemos, como san Pablo a representaciones extravagantes: contemplemos la naturaleza; tratemos de contemplar en ella el poder maravilloso de Dios, y ¡confiemos en El! Resucitados seremos «otros» y mejores que hoy. Lo feo será hermoso; lo débil, fuerte; el «pecado» en nosotros será por fin (!) santificado, como deseamos. Pero, de hecho, ¿deseamos todo esto? ¿Nos basta quizá la vida terrestre? ¿Somos hombres de deseo? ¿Cuál es nuestra ambición? ¿Vamos trabajando para esta resurrección que viene? ¿en nosotros y a nuestro alrededor? 3.° Argumento de tipo filosófico sobre el «principio vital» del hombre.

Hecho de barro, Adán, el primer hombre, viene de la tierra, tiene un cuerpo humano. El segundo hombre, Cristo, venido del cielo, tiene un cuerpo espiritual. («Psíquico» en griego... psyjé significa «alma»). («Neumático» en griego... neuma significa «espíritu»), son unos matices casi intraducibies. Decimos que Adán recibió un principio de animación que es simplemente «humano» un «espíritu» en minúscula. Mientras que Cristo posee un principio de animación que es «divino», un «Espíritu» en mayúscula... y san Pablo, siguiendo a Jesús, dice que este «Hombre viene del cielo» y no de la tierra. La resurrección no es debida al hombre, no es exigida por la naturaleza humana. Naturalmente el hombre es mor­tal. Pero ha recibido el Espíritu, que lo hace participar de lo «divino».

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296 25.a semana del tiempo ordinario

Vigésima quinta semana del tiempo ordinario

L U N E S

Proverbios 3, 27-34

Durante quince días volveremos a la lectura de los Libros del Antiguo Testamento, los Libros «Sapienciales». Con este título se agrupan varios Libros cuya caracterís­tica es recoger las reflexiones de tipo moral y filosófico que estaban en curso en los países limítrofes de Israel. Esas máximas de Sabiduría, —que podrían también llamarse de «buen sentido»— son un bien común de todos los pueblos. Si se han introducido en la Biblia, libro sagrado, es debido al criterio de los «sabios» que las recogieron y recopilaron. Estos creyeron que toda «sabi­duría humana» deriva de la Sabiduría de Dios, puesto que, cuando el hombre es inteligente, cuando descubre una parte de verdad, participa de alguna manera de la Inteligencia divina. Por esto, todo hombre, desde que existe la humanidad hasta ahora, está bajo el influjo del Verbo de Dios, como dirá el prólogo de san Juan. De otra parte, los Libros Sapienciales son los últimos escritos del Antiguo Testamento, se escribieron justo antes de la aparición de Jesús, «hombre-Dios» y poco antes de la redacción de los escritos del Nuevo Testa­mento. A través de un «humanismo» muy simple, son ya una afirmación de la Encarnación: la Sabiduría divina está ya ahí, encarnada en esos sencillos «proverbios» humanos. ¿Estoy también yo atento a los movimientos del pen­samiento humano de «mi época» tratando de contemplar la Verdad divina que se encuentra expresada en ellos?

Hijo mío, no niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el nacérselo.

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No digas a tu prójimo «vete, te daré mañana» si tienes algo para darle. En Oriente y en África, se viven mejor estos valores humanos que entre nosotros los occidentales: ¡Si tienen, dan! Entre nosotros, muchos no cristianos viven también esas sencillas actitudes de solidaridad profunda. Señor, ayúdanos a ver en ellas tu presencia... aun cuando las ignoran los que las viven. Y ayúdanos a que pongamos en práctica estas actitudes tan humanas. No solamente, ni ante todo, importa «dar limosna», sino estar en continua disponibilidad para los demás: dar, equivale a darse, es decir, a servir.

No te querelles sin motivo contra nadie, que no te ha hecho ningún mal. No envidies al hombre violento, ni elijas ninguno de sus caminos. Son también máximas de buen sentido. Pueden parecer muy a ras de tierra; pero la vida cotidiana es así. Y allí nos espera Dios. Ser un hombre de «paz», de «perdón», de «reconcilia­ción»: el evangelio está cerca... es Jesús quien está ahí en esas máximas humanas. Y es Jesús quien está presente cada vez que un hombre toma estas actitudes.

Porque el Señor abomina a los perversos, pero abre su intimidad a los hombres que obran con rectitud. Todavía no se había hecho mención de «Dios» en ese texto, todo se refería a comportamientos humanos. Pero: ¡ahí está! Ya estaba. Ayúdanos, Señor, a tomarnos en serio nuestra sencilla vida humana.

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298 25.a semana del tiempo ordinario

MARTES

Proverbios 21, 1-6; 10-13

El corazón del rey es una corriente de agua en la mano del Señor, que él dirige donde quiere. En efecto, los grandes «dirigentes» suelen creer que no tienen amo ni superior, y que pueden actuar «a gusto y placer»... como si no estuviera encima de ellos nadie a quien tuvieran que «rendir cuentas». La Sabiduría popular dice que esto es una ilusión: rendirán las cuentas, como también ellos nos la exigen a nosotros. Existe Dios que les conduce como a un río entre sus orillas.

Al hombre le parecen rectos todos sus caminos; pero es el Señor quien pesa los corazones. Esta es otra máxima elemental y muy exacta. Siempre tendemos a justificarnos. Pero ésta no es la última palabra: «es el Señor quien pesa los corazones». Dios sólo tiene un conocimiento exacto de las cosas y de los hombres. Nuestro conocimiento es siempre muy superficial. ¡Señor, dame a conocer tus juicios! Señor, «pesa mi corazón», dime cual es su densidad de amor... ¿según tus juicios es poca o mucha?

Practicar la justicia y la equidad es mejor que los sacrificios. Jesús citará, casi palabra por palabra, ese dicho popular, que de otra parte se encuentra en muchos juicios de HOY, cuando se acusa a ciertos cristianos de que su práctica religiosa no se corresponde con su vida: «¡más les valdría asistir menos a misa y respetar mejor la justicia!» «Amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios», ¡decía también Jesús! (Marcos 12, 33) Exigencias populares de Justicia y de Derecho: exigencias divinas. Señor, ayúdame a «practicar» la justicia y el derecho... que valen más que la

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«práctica» religiosa. Y haz que sea yo fiel a mis «prácti­cas religiosas» para que me recuerden sin cesar la exigencia profunda de la justicia cotidiana que debo a mis hermanos.

Los proyectos del diligente producen abundancia; pero el que se precipita cae en indigencia. Ser activo y diligente, ¡bien! Estar nervioso, tenso y ajetreado, ¡mal! Dame, Señor esa doble virtud. Virtudes de equilibrio. Virtudes en apariencia, muy a ras de tierra. Lo que Dios quiere es: ¡un hombre activo y equilibrado!

Atesorar con lengua engañosa, es vanidad fugaz que lleva a la muerte. «Los bienes mal adquiridos no aprovechan nunca.» «¡Que vuestra palabra sea sí, si es sí; no, si es no!» dirá Jesús. Gran parte de los valores evangélicos, son, buena­mente, valores humanos. Gracias, Señor, de repetírnoslo con estos «proverbios». Y ayúdanos a escuchar, en el corazón de nuestros hermanos, estas sencillas resonancias de tu sabiduría.

El que cierra sus oídos a las súplicas del pobre, clamará también él y no obtendrá respuesta. «La medida que uséis al juzgar a los demás la usarán con vosotros», dirá Jesús. (Mateo 7, 2) Señor, hazme bueno... que lo sea con todos... abre mis oídos, mi corazón y mis manos.

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M I É R C O L E S

Proverbios 30, 5-9

La palabra de Dios es «oro» probado al fuego... Es un «escudo» para cuantos se acogen a él... «Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican». Es un «valor» seguro, ¡es oro! ¿Soy suficientemente fiel a esa «escucha» atenta? Dios tiene algo que decirme, cada quince minutos de mi vida. Dios habla por los acontecimientos, por las personas que me rodean... por las palabras de la Escritura, por la oración, por los sacramentos...

No añadas nada a sus palabras, te reprendería por falaz y mentiroso. No se debe falsificar la Palabra de Dios. Hay muchos modos de hacerlo: escoger sólo lo que me gusta del evangelio... añadir interpretaciones tan personales que acaban siendo una simple justificación de uno mismo... ¡No! La Palabra de Dios es una «espada acerada» que nos juzga y nos interroga... que nos impugna y nos contradice. Hay que aceptarla tal cual es. Si la Palabra de Dios no me lastima nunca es señal de que sólo escucho en ella el eco de mi propia voz. Y esto casi no tiene interés alguno. ¡Habla, Señor!

¡Señor, dos cosas te pido, no me las rehuses antes de mi muerte! 1.° Aleja de mí la falsedad y la mentira... Esta es la primera y la más importante de las peticiones. Y es también mi oración en este día. «¡Que haga yo de mi vida ese algo sencillo y recto como una flauta de caña que Tú puedas llenar de música!»

2.° Y no me des ni pobreza ni riqueza: ¡solamente lo necesario para vivir!

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Es una de las más bellas oraciones de la Biblia. Es mi plegaria que brota de mi corazón en este día. «¡Señor, presérvame de la riqueza y de la pobreza!» Sé que la riqueza no aporta la felicidad, y endurece a menudo el corazón: no me des la riqueza, ¡presérvame para siempre de ser un «rico» algún día! Sé que la pobreza es a menudo fuente de amargura y sufrimiento y no me siento muy fuerte para soportarla: no te pido la pobreza, ¡te pido que me preserves de la miseria! dame tan sólo «lo necesario para vivir». Y esto mismo pido para todos los hombres: no les des ni riqueza ni pobreza... ¡libera, Señor, a los ricos de su riqueza y a los pobres, de su pobreza! Da, Señor, a todos mis hermanos, lo que necesitan para vivir; y ayúdame a trabajar con todas mis fuerzas para que se consiga ese fin y según mis responsabilidades.

En la abundancia podría traicionarte diciendo: «el Señor... ¡no existe!». En la miseria podría darme al robo y deshonrar así el nombre de mi Dios. La riqueza suele conducir al ateísmo, se prescinde de Dios... La miseria puede llevar a hacer cosas reprensibles: la humanidad se degrada... En muchos refranes se encuen­tra este admirable equilibrio del pensamiento popular.

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JUEVES

Eclesiastés 1, 2-11

Entre los «Libros Sapienciales», el Eclesiastés —Cohe-let, en hebreo— es célebre hoy porque expresa en un lenguaje sumamente práctico algunos de los sentimientos humanos más corrientes de nuestra época moderna: el desencanto... el aburrimiento... el peso de la condición humana... la aparente absurdidad de la vida y de la muerte...

Vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad! Este es el tema general de todo el libro. Nada puede «satisfacer» totalmente al hombre: ni el placer, ni la riqueza, ni el trabajo, garantizan al hombre su felicidad. El autor de estas palabras decepcionantes, vivía hacia el siglo III a. de J.C. en una época de brillante civilización: el Helenismo, en que, muchos de sus contemporáneos se lanzaban ávidamente a la facilidad, al confort, incluso al lujo de la civilización griega. Todo es «vano»... vacío... hueco... insatisfactorio.

¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? En efecto, si buscamos solamente «bajo el sol», es decir, «en este mundo», el sentido de la existencia humana... encontramos ¡que no tiene sentido! Si sólo disponemos de la luz del sol para descubrir el valor de la vida... sacaremos la conclusión de que no hay nada que valga la pena de ser vivido. Si el hombre no tiene más que al hombre para iluminar lo que él es y adonde va, todo es monótono y gris, ¡...nada tiene «interés»! La insatisfacción terrestre causa un «vacío» que sólo podrá colmar la revelación de Dios. Mientras se mantiene la ilusión de que la vida «bajo el sol» podría aportar una felicidad sin mezcla, se corre el riesgo de quedarse a ras del suelo.

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La angustia acompaña ese diagnóstico pesimista del Eclesiastés. ¿Sabemos mirarla de frente en nosotros y en las grandes corrientes contemporáneas... no para compla­cernos morbosamente, en ellos sino para descubrir allí la juntura con ese fin último, con ese sentido final verda­dero del hombre que sólo está en Dios? El corazón del hombre está hecho para Dios: ninguna otra cosa podrá satisfacerlo... Es demasiado grande para contentarse con los pequeños solaces parciales de aquí abajo. Sólo Dios puede colmar al hombre.

Sale el sol y el sol se pone... Sopla el viento y gira al norte... Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena... Todo es «fastidioso»... Nadie puede decir que se cansa el ojo de ver, ni que el oído esté harto de oír. Ese diagnóstico es de un realismo muy lúcido: se tiene la impresión que nada avanza un paso, que todo se repite indefinidamente; y nada es más deprimente para un hombre, para una mujer que esta impresión de inutilidad, de ese estar haciendo algo que no sirve para nada. El carácter «cíclico» de la vida nos da precisamente esta sensación de estar «encerrados en un círculo», dando siempre vueltas en él. ¿Quién romperá ese círculo? ¿Tiene el hombre una «salida»? El autor sabe por experiencia que la salida no se halla en la saciedad carnal: nuestros ojos y nuestros oídos y todos nuestros sentidos no están nunca saciados... el deseo renace.

Nada nuevo hay bajo el sol... Si alguien dice: «¡mira, eso es nuevo!» Aun eso ya sucedió; pero no hay recuerdo de las cosas de antaño. Cuando el hombre cree descubrir algo nuevo, su memoria le falla. Danos, Señor, esa lucidez necesaria para que se agudice en nosotros el deseo de Ti.

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VIERNES

Eclesiastés 3, 1-11

La Iglesia, en este «Leccionario Semanal», sólo nos propone tres cortos extractos del Libro del Eclesiastés, pero vale la pena de tomar la Biblia completa y leer todo el libro: se trata de un libro a la vez breve y fascinante.

Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir» un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado, un tiempo para matar y un tiempo para sanar, un tiempo para destruir y un tiempo para edificar, un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para gemir y un tiempo para bailar, un tiempo para abrazarse y un tiempo para abstenerse, un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz... ¿Qué provecho obtiene el que trabaja por toda su fatiga? El autor cita de ese modo, en un hechizo poético y monótono, veintiocho acciones humanas, opuestas y contradictorias, que siguen el ritmo de la vida del hombre: ¡hacer y deshacer! En efecto, si reflexionamos de veras, vemos que el hombre tiene amenaza constante de contra­decirse... de empezar siempre de nuevo. Esta alternancia es decepcionante, porque hace más difícil la continuidad en el esfuerzo. ¿Por qué construir una pared para derribarla luego? ¿Por qué lavar los platos para volver a usarlos y a lavarlos y así indefinidamente? Pero el hombre es el único ser de la creación que siente el dolor de su fragilidad: ¿no nos prueba esto que su fin es otro?, que es la posesión eterna e inmutable de sí mismo.

Considero la tarea que «Dios» ha asignado a «los hombres». Ha hecho todo lo apropiado a su tiempo...

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«El» ha puesto también el deseo de infinito en su corazón... El autor del Eclesiastés no es un ateo, aun cuando repita a menudo el análisis lúcido de ciertos ateos modernos. Para él, en medio del flujo y reflujo del «tiempo», está lo «infinito» que se va construyendo. La fluctuación monó­tona y deprimente del tiempo que pasa es el terreno misterioso de una eternidad naciente en el seno mismo de la descomposición del tiempo. ¡El tiempo, finalmente, tiene pues un sentido! pero no en sí mismo, sino en Dios, en la eternidad de Dios. Y sin embargo no se trata de buscar el sentido del tiempo solamente en el más allá y el después, como si fuera necesario refugiarse en el cielo y huir de lo temporal para descubrir el sentido de lo eterno. Recordemos el texto ¡fue «en su corazón» donde puso Dios la infinitud del tiempo! La eternidad ya ha comen­zado, es concomitante con el tiempo. «No has compren­dido nada, mientras no hayas comprendido que hoy es el día del Juicio»... HOY se desarrolla la eternidad, estás inmerso en ella, y todo lo que haces, minuto tras minuto, toma una densidad eterna en Dios. En efecto algo de lo «permanente» se construye en el núcleo mismo de lo que fluye y pasa. «Incluso si en mí el hombre exterior se va arruinando, el hombre interior se construye día a día», decía san Pablo, que próximo a la muerte, era consciente de ir hacia la vida, una vida que ya había comenzado.

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306 25.a semana del tiempo ordinario

S Á B A D O

Eclesiastés 11, 9 a 12, 8

Un libro tan humano como el Eclesiastés, se termina con una hermosísima evocación de la «juventud», el tiempo de la vitalidad que debe vivirse en la alegría, sabiendo, de otra parte que es pasajera —y vanidad, dice, como todo lo restante— contrastando con esa visión el autor describe también «la vejez», en términos llenos de poesía.

¡Alégrate, joven, en tu juventud y ten buen humor en tus años mozos. Sigue los senderos de tu corazón y los deseos de tus ojos! Esta exhortación a los «jóvenes» parece muy optimista: hay que aprovechar los buenos años de la juventud, porque la vejez nos acecha. Si lo tomásemos como una invitación al placer desenfrenado, no habríamos enten­dido nada del pensamiento profundo del autor.

Pero tienes que saber que por todo ello te emplazará Dios a juicio. La juventud es un don de Dios que hay que vivir en la expansión y alegría, pero del que tendremos que rendir cuentas.

Aleja de tu corazón el malhumor, aparta de tu carne el sufrimiento. Efectivamente, el autor anima clara y simplemente a la juventud a que desarrolle su vitalidad. Esto es muy positivo y también muy moderno. Se facilitarían las relaciones actuales entre las generaciones si se diese cabida a tales aspiraciones. ¿De qué modo podrían los «jóvenes» descubrir a Dios si se les incrustase demasiado pronto la idea del «peso» de la condición humana imponiéndoles un estilo de vida, quizá a gusto de los ancianos y adultos, pero que no es el suyo propio? Nos atrevemos a decir con el autor que el único terreno en que Dios está presente para ellos —el de su vitalidad desbor-

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dante y el de su juventud— no les está prohibido... sino dado por el mismo Dios. ¡Qué vivan su juventud!

Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, antes que vengan los días malos... Cuando tiemblen los guardas de la casa y se doblen los hombres vigorosos, cuando dejen de moler las mujeres y se ahogue el son del molino, cuando enmudezcan las canciones. También la altura da recelo y hay sustos en el camino. Es imposible resumir esta hermosa descripción de la vejez. Conviene leerla por entero. A través de esta descripción poética de la caducidad de la vida que va a la par de la caducidad de todas las cosas, se siente un profundo amor hacia los ancianos... una especie de nostalgia amorosa que pone de relieve la realista belleza de esa edad. Resulta inútil añorar la juventud. Lo mejor es vivir cada edad de la vida con realismo.

Florece el almendro, está grávida la langosta y da fruto el alcaparro y es que el hombre se va a su eterna morada... Y los del duelo circulan por la calle. Muchas de estas imágenes no son muy claras, evocan solamente belleza y fragilidad. «Y el hombre se va a su eterna morada.» En medio de esa evocación realista encontramos esta fórmula tan hermosa, en la que podemos detenernos. La nueva liturgia de difuntos la ha tenido en cuenta en su hermoso canto de «adiós»: «Nuestro Padre te espera a la puerta de su morada y los brazos de Dios se abrirán para ti.» ¿Podemos continuar diciendo que todo es vanidad, cuando todo acaba con esta promesa? Pero ¡sólo la Fe nos abre a esta certeza!

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308 26." semana del tiempo ordinario

Vigésima sexta semana del tiempo ordinario

L U N E S

Job 1, 6-22

Entre los «Libros Sapienciales», el Libro de Job es merecidamente célebre. Escrito hacia el s. V a. de J.C., plantea el «problema del mal» de manera inolvidable.

¿Por qué existen el sufrimiento y la muerte? Los amigos de Job tratarán de decirle: «a causa del pecado...» El mal es un castigo. Esta es una de las respuestas que a menudo se han dado.

Pero Job modifica la pregunta haciéndola más radical: ¿Por qué el sufrimiento de los inocentes? Y es una de las preguntas más graves de todos los tiempos. La respuesta de Job, misteriosa, como veremos, es una aproximación, todavía imperfecta... Habrá que esperarla «cruz» de Jesús y su resurrección, para tener una respuesta más definitiva.

El Señor dijo: «¿Te has fijado en mi siervo Job? es un hombre cabal y recto, que teme a Dios y se aparta del mal. ¡No hay nadie como él en la tierra!» Desde el comienzo del relato, lo sabemos ya, de los labios mismos de Dios: el sufrimiento, la prueba, no son un «castigo». Job es un «justo», un «santo»... y será terriblemente probado. Jesús también, «a fortiori», era «justo» y «santo», sin pecado... y se le crucificó, y murió en la cruz. Señor, ¡qué grande es el misterio en que nos introduces! Todo hombre, cuando sufre, siente la tentación de decir: ¿qué hemos hecho para que Dios nos trate de ese modo?» Para nosotros, pecadores, la pregunta puede tener, en parte, un sentido. Pero sería peligroso dar únicamente esta respuesta.

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Satán respondió: «¿Es que Job teme a Dios de balde? Tócale sus bienes y juro que te maldice a la cara.» Asistimos a una escena inspirada en el viejo folklore sirofenicio. Job feliz y rico lo perderá todo: sus rebaños, sus propiedades, sus servidores, sus hijos, su salud... Y todo ello debido a la proposición de «Satán». En el Antiguo Testamento, Satán es el «adversario» por excelencia —tradición del término «satán» en hebreo... que el griego tradujo por «diabolos», el «calumniador», el que pone zancadillas al que anda—. Satán es el adver­sario al designio de Dios, el que lanza un reto a Dios: no cree que el hombre sea capaz de «justicia» ni de «santidad»... No cree que el hombre sea capaz de servir a Dios «gratuitamente». La señal de Satán es el «interés», el egoísmo: doy para que me des. ¿Soy capaz de gratuidad? ¿Sirvo a Dios y a mis hermanos en vistas al premio, al mérito? o por amor, ¿sin esperar nada en retorno?

Job, postrado en tierra, dijo: «Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo retornaré allá. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Sea bendito el nombre del Señor!» En vez de maldecir, como lo había deseado el Tentador, Job, despojado de todo, acepta su sufrimiento y continúa «bendiciendo a Dios». Conviene releer lentamente esas admirables palabras. Del hombre, abrumado por ese desamparo inaudito, cabía esperar una actitud rebelde, y en cambio asistimos a una sumisión sublime y humilde: «Dios me lo dio, Dios me lo quitó.» Satán ha perdido el primer envite pero volverá al ataque.

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MARTES

Job, 3, 1-3; 11-17; 20-23

Job abrió la boca y maldijo so día: «¡Perezcan el día en que nací, y la noche que declaró: "Un varón ha sido concebido!" ¿Porqué no morí en el seno materno?» Después de la primera aceptación del sufrimiento... cuya admirable expresión leímos ayer... he ahí, ahora, el grito de dolor y de rebeldía." Job es aquí el eco, en todas las lenguas, de todos los hombres del mundo que sufren mucho y dicen: ¿para qué vivir? ¿por qué he nacido? Desea la muerte. Notemos, sin embargo, qué Job no formula directamente ninguna maldición contra Dios; en términos patéticos, maldice el día de su nacimiento. ¿Sé yo escuchar las quejas y lamentos de los hombres muy probados? ¿Sé llevar a la oración mis propias pruebas? A Dios, no lé asombran nuestros gritos. Los gritos de Job, como los de tantos salmos, forman parte de la Biblia, libro sagrado; son palabras divinas a través de expresiones humanas. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

En la muerte descansan los exhaustos. ¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que están amargados, a los que ansian la muerte que no llega y la buscan con avidez más que un tesoro? «Buscar con avidez la muerte, como se busca un tesoro.» «La muerte, en la que descansan los exhaustos.» No hay que juzgar esas palabras de Job. Por doquier en nuestro planeta, en este momento multitudes humanas están gimiendo con quejas equivalentes. Sufrimiento de los incurables, de los que sufren larga enfermedad, de los hambrientos, de los abandonados... Señor, escucha este inmenso gemido que sube de la tierra y prolonga el lamento de Jesús en agonía «hasta el fin del mundo». Señor, que este sufrimiento, unido al de Cristo,

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sea un sufrimiento redentor: que germine con este amor que a veces surge de un corazón anonadado. Y... haz Señor, que muchos hombres se pongan generosa­mente ál servicio de toda esa humanidad sufriente, para curar, consolar y amar: que el amor germine y crezca para con todos los afligidos.

¿Por qué dar vida a un hombre que ve cerrado su camino y a quien Dios tiene cercado? El libro de Job es el libro de los «¿por qué?». La pregunta dirigida a Dios: ¿por qué razón existe la desgracia? Pero es también la pregunta que el hombre se plantea a sí mismo. Interrogar es propio del hombre reflexivo: el simple hecho que un «por qué» se deslice en el núcleo de la rebeldía es suficiente para probar que la existencia no se reduce al mal. Si el hombre plantea «preguntas», muestra que es capaz de tomar perspectiva... que imagina que podría ser de otro modo... muestra que hay en él el dinamismo de la vida y de la felicidad. De otra parte, si el hombre «pregunta» a Dios, aunque sea con dureza, es porque reconoce su Existencia. Si Dios no existiera, no cabría hacerle pregunta alguna... nadie pregunta a la nada. Con la nada por delante los «por qué» no estarían tan sólo «sin respuesta» sino que no tendrían tampoco objeto. Jesucristo es la única respuesta de Dios a todos esos «por qué».

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M I É R C O L E S

Job 9, 1-12; 14-16

¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el sufrimiento del justo y del inocente? ¿El Todopoderoso no puede impedir el desamparo de los niños, las torturas que se infligen a los inocentes? Dos amigos de Job fueron a «sermonearle». Esta es también una experiencia humana corriente: unos «bue­nos amigos» se acercan a vuestro lecho de dolor y tratan de «decirnos alguna buena palabra». ¡Qué fácil es hablar del sufrimiento cuando no se sufre! ¡Cuan irrisorias son esas palabras, corrientemente, incluso cuando parten de un buen sentimiento! Pero el mismo Job vuelve cada vez a tomar la palabra.

Bien sé yo en verdad que es así; ¿cómo podría un hombre tener razón ante Dios? Job, no lo olvidemos, no tiene las luces de Cristo —reden­ción, resurrección, vida eterna—. Sus búsquedas son humanas; en su imperfección, sus respuestas son admira­bles. La primera impresión de Job, es que a Dios, no se le piden cuentas. Esta verdad es esencial. No es una respuesta total dado que no sabemos «por qué ha dejado Dios una creación con "arrugas"», una «obra inacaba­da», imperfecta. Pero hay en ella un algo real: «es así»... el mal existe. ¡Es inútil huir! ¡Es inútil no querer verlo! ¡Es inútil refugiarse en la droga o no seguir preguntándose! Primero hay que mirar el mal de frente, es el primer paso.

Quien pretenda litigar con Dios, no hallará respuesta ni una vez entre mil... ¿Quién le hará frente y saldrá bien librado? Es la confesión de nuestra impotencia radical a compren­derlo todo. El hombre moderno, más que el antiguo, se siente perturbado por el mal, precisamente porque ha creído «haber llegado a ser dueño de todo». Creyéndolo

26.a semana del tiempo ordinario 313

todo explicado no admite ciertos dominios irracionales, unos puntos oscuros, unas enfermedades que se le resisten, o unas avalanchas destructoras. Job reconoce humildemente que la pretensión de saberlo y conocerlo todo es ridicula. ¿Es incomprensible el sufrimiento? Pero, ¡el universo tiene también otras incógnitas! Es el hombre tan pequeño. De «mil» problemas planteados, el hombre ha resuelto «algunos», pero subsiste el misterio, lo desconocido...

Dios traslada los montes... Impera sobre el sol... Hizo las estrellas... Es autor de obras grandiosas, insonda­bles, de maravillas sin número. La Potencia divina es una de las reflexiones favoritas de Job. En efecto, si es verdad que hay «arrugas» en la creación... ¡también abundan y superabundan las maravi­llas! ¿Por qué oír sólo lo que chirría al rodar... y no ver todo lo que funciona a la perfección?

¿Quién le dirá: «¿Qué es lo que haces?» ¡Cuánto menos podré yo defenderme! Job se aferra, tenazmente, a su certeza: Dios es «sabio», Dios es «inteligente», Dios es «bueno», Dios es «pode­roso»... y de ello ha dado muchas pruebas en su creación maravillosa. Es verdad que tampoco comprendo «por qué» hay tanto mal en este mundo... pero quiero confiar en Dios. El sabe «por qué».

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JUEVES

Job 19, 21-27

¡Piedad, piedad de mí, vosotros mis amigos! ¿Por qué me perseguís, como hace Dios? El rechazo de la consolación. ¡Callaos! No aumentéis mi pena. ¡Guardad silencio a mi alrededor!

Quisiera que se escribiera lo que voy a deciros, que mis palabras se grabaran sobre bronce con punzón de hierro y con buril, que para siempre en la roca se esculpieran. Job es consciente de que lo que ahora dirá es decisivo. Sus palabras han sido elegidas por la Iglesia para una de las Lecturas de la liturgia de difuntos: cinco siglos antes de Jesucristo; ¡realmente son notables!

Sé que mi libertador está vivo, y que al final se levantará sobre el polvo de los muertos. Job se halla a las puertas de la muerte. No ha ganado su pleito. Desea que, por lo menos, sus palabras queden grabadas de modo definitivo sobre un material indestruc­tible, para que, algún día después de su muerte, el proceso pueda continuarse. En efecto, hay que afrontar la muerte misma para descubrir el sentido último del sufrimiento. La respuesta final a la cuestión, no está «aquí abajo». Hay que esperar hasta «el final» para juzgar la obra de Dios.

Tras mi despertar me mantendré en pie y con mis ojos de carne veré a Dios. ¿Cómo no ver en esas palabras el anuncio de la resurrec­ción? Vimos ayer que la respuesta de Job a la pregunta: «¿por qué existe el mal, el sufrimiento y la muerte?» era: «el mal es incomprensible, pero soy demasiado débil para com­prender, y quiero confiar en Dios que ha hecho cosas tan buenas y tan hermosas». Aquí su pensamiento ha progre­

só. " semana del tiempo ordinario 315

sado, hasta el punto de creer que nada es imposible a Dios... Incluso la muerte no puede ser un obstáculo a Dios... Más todavía: si todas las apariencias terrenas me dicen lo contrario, yo continúo creyendo en Dios». La fe es una apuesta, un salto en lo desconocido total, pero confiando también totalmente en «aquel a quien me he confiado».

Sí, yo mismo veré a Dios y cuando mis ojos le mirarán, El no se apartará de mí. El punto final será allá, y sólo allá y no antes. HOY, en efecto, la «obra de Dios» está inacabada. Hay que esperar el final. Y Job llega a pensar que el horizonte no se iluminará aquí abajo; que no ganará el proceso antes de morir: a pesar de todo, sigue esperando... a pesar de todo, espera una salvación... a pesar de todo espera la felicidad... Pero es más allá de la muerte, cuando todo quedará iluminado. El que confía en Dios afrontando la muerte, lanzándose a lo desconocido de la muerte... este tal, no cae en la nada, sino en las manos del Padre y cara a cara con ese Padre: «¡veré a Dios, con mis ojos, y El no se apartará de mí!» Así lo hizo Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»

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V I E R N E S

Job 38, 1-12, 21; 40, 3-5

Después de dejar hablar a los «amigos» de Job... Después de haber escuchado la vacilante y dolorosa búsqueda de Job... Dios, a su vez, toma la palabra. Y no es para condenar a Job como le sugerían sus amigos, sino para aprobarlo.

Desde el seno de la tempestad, dijo el Señor a Job: «¿Has mandado una vez en tu vida a la mañana, has asignado a la aurora su lugar?» Job, lo había dicho ya. Dios es grande, no hay órdenes para Dios. ¡Cuan presuntuosa es la inteligencia humana que quisiera penetrar todos los misterios, incluso el secreto del mal, siendo así que no hace más que rozar el misterio de las cosas! ¿Quién manda salir el sol? dice Dios. ¿Quién inventó la «luz»? ¿Qué es la «luz»? ¿Quién decidió la velocidad de la luz: 300.000 kms. por segundo? Ayúdanos, Señor, a saber contemplar tu obra. Ayúdanos a saber admirar. Ayúdanos a reconocer nuestros límites y nuestras ignorancias, danos esta humildad radical que nos viene de la constatación de nuestra «condición humana»: soy «criatura», y Tú eres mi «Creador», y no al revés... dependo totalmente de Ti, y no... a la inversa.

¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? Has explo­rado el fondo del abismo? ¿Has descubierto las puertas de la muerte? Dime... ¿dónde está la morada de la luz? Y ¿cuál es el sitio de las tinieblas? ¿Puedes conducirlas a su casa? El hombre ha preguntado a Dios. Y es normal. ¡Y Dios replica con una ráfaga de «preguntas»! Es verdad. En el fondo, es Dios quien «interroga al hombre». No se tendrían que invertir los papeles. El hombre es una parte del universo... El universo existe

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antes que él y es exterior a él... ¿cómo puede el hombre pretender ser la regla, la medida y el censor de ese universo? El hombre es infinitamente «pequeño» ante el universo y ante Dios. Quizá no nos agrada que nos lo recuerden, pero esto no cambia en nada la realidad: es así queramos o no lo queramos. Entonces, ¿por qué no lo «reconocemos»? Concédenos, Señor, que sepamos someternos a la reali­dad y aceptarla.

Job contestó al Señor: «Soy muy poca cosa para replicar. Taparé mi boca con la mano y ya no insis­tiré...» El hombre debe aceptar esas zonas formidables de misterio. El científico y el técnico lo admiten con dificultad porque su afán es reducirlo todo a su servicio y utilidad. Al hombre moderno, Job le recuerda que las cosas no existen solamente en vistas a satisfacer sus necesidades: un misterio sigue subsistiendo en ellas, incluso cuando cree haberlas pesado, disecado, medido, analizado, definitivamente. Danos, Señor, el sentido del misterio: lo que comprendo de los seres, y de las personas no agota su insondable misterio. Concédenos ser capaces de callar y de admirar en silencio.

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318 26.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Job 42, 1-3; 5-6; 12-17

Job dio esta respuesta a las palabras del Señor: «Sé que eres todopoderoso...» Contestar a Dios. Dios habla: el hombre escucha, y el hombre contesta a Dios. Es una de las mejores definiciones de la «Fe»: la respuesta del hombre a Dios. Tomar una actitud activa y libre ante Dios. Es también una de las mejores definiciones de la «ora­ción»: dialogar con Dios. Escuchar a Dios, hablar a Dios. La «Fe», como la «oración», son a la vez: —algo muy «personal», muy subjetivo... porque cierta­mente soy «yo» quien ha de creer y ha de orar, es una experiencia personal en la que nadie puede ocupar mi lugar... y mi relación con Dios está marcada por lo que soy, mi estado, mi talante, mi temperamento, mis respon­sabilidades. Job respondía a Dios a partir de su expe­riencia de sufrimiento. ¿Y yo? ¿respondo a Dios con toda mi vida? —algo muy «dado», muy objetivo... porque es a Dios, el Todopoderoso a quien se contesta. «Yo sé que Tú eres Todopoderoso». Es de tal manera exterior a Job que se enfrentó, y el sufrimiento sirvió de revelador: «el sufri­miento es siempre algo otro que no se esperaba... y mata algo en nosotros para reemplazarlo por algo que no es nuestro... así el sufrimiento es en nosotros como una siembra, puede ser el camino del amor efectivo porque nos desprende de nosotros para darnos al prójimo y para solicitar de nosotros que nos demos al prójimo...» Son palabras de M. Blondel, uno de los grandes filósofos de nuestro siglo. ¿Acepto dejarme desprender de mí mismo para abrirme a lo que quizá no había previsto?

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Sé que ningún proyecto es irrealizable para Ti. Era yo que, con razones sin sentido, embrollaba tus pensa­mientos. Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Con ello Job reconoce que, anteriormente, su encuentro con Dios había sido defectuoso. Que el sufrimiento le ha puesto entre la espada y la pared y que ha sido para él un «revelador»... esto lo ha obligado, por así decir, a plantearse unas cuestiones y a llegar a un encuentro vital con Dios: «¡ahora te he visto!». Es también así para muchos. La prosperidad y la dicha son ámbitos válidos para encontrar a Dios; pero, a menudo desgraciadamente ¡la felicidad llega a bastarse a sí misma! Felices los pobres. Felices los afligidos. Felices los perseguidos... porque se abren a otra dimensión de la existencia. ¡Para ellos es el Reino de los cielos!

Entonces el Señor bendijo a Job... y le colmó de bienes. Después de profundas reflexiones, encontramos en ese final, el cuento popular folklórico: en aquella época no se estaba sin duda preparado a admitir radicalmente la tesis de Job y se sentía la necesidad de tranquilizarse concre­tamente... Entonces el drama termina bien, color de rosa, podríamos decir. En parte, es una .lástima. Porque sabemos que el problema propuesto no se resuelve aquí abajo. ¡Hay tantos enfermos incurables! ¡Y tanto duelo irremediable! ¡Y tantos fracasos, aparentemente, definiti­vos! Cristo vendrá a compartir nuestro sufrimiento —sin suprimirlo— tomándolo sobre El y transformándolo desde el interior.

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320 27.a semana del tiempo ordinario

Vigésima séptima semana del tiempo ordinario

L U N E S

Epístola a los Gálatas 1, 6-1

Durante una semana y media volveremos a una Carta de san Pablo, la epístola a los Gálatas. Esta carta fue escrita en plena «crisis» de la Iglesia: algunos cristianos de origen judío pretendían imponer a los cristianos de origen pagano un cierto número de ritos tradicionales de la ley de Moisés, en particular, la circuncisión. Pablo reaccionó violentamente. Para él es el meollo mismo de la fe cristiana lo que estaba enjuego: si se torna a la práctica de la Ley, la novedad de Cristo quedaba reducida a la nada. Por otra parte, los «judaizan­tes» habían buscado desacreditar a Pablo, insinuando que no poseía la verdadera doctrina: «después de todo, ese Pablo, ¿con qué derecho introduce novedades en la tradición de Moisés?, no forma parte del grupo de los Doce que vivieron con Jesús, y además, ¡es un antiguo perseguidor!» Pablo responde a este ataque personal.

Hay entre vosotros algunos que os perturban y que quieren deformar el evangelio de Cristo. Él término evangelio está escrito siete veces en la página que leemos hoy —sesenta y una vez en el conjunto de las Epístolas de san Pablo. El rigor del Evangelio es lo que más ama san Pablo. De otra parte, para Pablo, el evangelio no es ante todo un «contenido» —la predicación y las palabras de Jesús—, es una «presencia actuante»: es el mismo Cristo. Modifi­car el evangelio de Cristo, es abandonar la fe en Cristo, único salvador... por ejemplo creyendo que unos ritos o unas obras conformes a la Ley obtendrán la salvación de un hombre, como pensaban los fariseos. ¿Es Cristo el centro de mi vida?

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Si alguien, nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! Se ha dicho que la epístola a los Gálatas era un «torrente de lava». Ya hemos dado un ejemplo del tono patético y polémico que utiliza Pablo. ¿Amo yo a Cristo con este afán, con esta vehemencia?

Hermanos, es preciso que lo sepáis: el evangelio que proclamo no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Los judaizantes pretendían sin duda que la doctrina de Pablo no era auténtica porque no se remontaba a los apóstoles. Pablo contesta que recibió directamente una «revelación» —apocalipsis, en griego— de Cristo. Vere­mos después de qué modo se preocupó también de vincularse a la enseñanza común de los demás Apóstoles. El evangelio no se inventa: se recibe... uno se somete a él... Es Dios quien tomó la iniciativa de revelarse «a sí mismo». ¿Procuro tener tiempo de recibir el Evangelio? ¿Acepto que el Evangelio me interrogue y reproche mis modos de pensar y de obrar? O bien ¿me he fabricado a mi gusto un pequeño evangelio para mi uso particular en lugar de aceptarlo entero y tal cual es?

¿O es que intento agradar a los hombres? En este caso ya no sería «siervo de Cristo». Es la intransigencia de Pablo. No hay dos evangelios. La tendencia actual de muchos hombres moderaos, sería más bien aceptar todas las opciones, dentro de un gran liberalismo: que cada uno piense según su conciencia. De hecho, es verdad que hemos de ser «tolerantes» con los demás, pero, sería también necesario que fuésemos implacablemente «intolerantes con nosotros mismos» para hacernos «servidores» de Cristo.

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322 27.a semana del tiempo ordinario

MARTES

Gálatas 1, 13-24

Para defenderse de las insinuaciones calumniosas de los judaizantes, Pablo cree conveniente explicar los aconte­cimientos que han precedido y seguido a su conversión: si abandonó la «tradición» recibida en su juventud fue debido a una llamada personal de Dios.

Hermanos, sin duda habéis oído hablar de mi conduc­ta pasada en el judaismo. Con qué saña perseguía yo a la Iglesia de Dios tratando de destruirla. Sobrepasaba en el judaismo a muchos de mis compatriotas contem­poráneos... Y defendía más que nadie las tradiciones... ¡No! ¡Que nadie trate de darle lecciones de ortodoxia doctrinal! Ser fariseo, un verdadero fariseo, ¡lo ha sido! Ser defensor de las tradiciones de los antepasados, ¡las ha defendido con fervor! «Sobrepasaba en el judaismo a muchos de mis compatriotas contemporáneos». Si cambió de parecer, no fue por fantasía personal... Se vio constreñido a ello, por así decir. Era «perseguidor», Dios le hizo «apóstol». Ayúdanos, Señor, a ser dóciles a tus inspiraciones. Ayúdanos a ser capaces de esas «reconsideraciones» radicales.

Pero Dios, que me separó del seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar —apocalip­sis— en mí a su Hijo. Pablo descubre de nuevo la expresión bíblica tradicional para decir que fue Dios quien tuvo la iniciativa: me sepa­ró «desde el seno de mi madre», es verdaderamente el summum de la constricción que se impone sin, ni siquiera, poder expresar el propio parecer... ¡una elección radical, soberana, que precede a todo mérito de nuestra parte! En otras circunstancias, Pablo dirá de qué modo supo «responder» libre y generosamente a esta llamada. Pero, de momento es la «gratuidad» abrupta de la «gracia», del

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don, de Dios lo que lo hiere. En el camino de Damasco fue asido, como a pesar suyo, en plena acción de perse­cución contra la Iglesia... y fue reincorporado, sin mérito alguno, sin hacer nada por su parte. Ayúdame, Señor, a creer en tu gracia todopoderosa, en tu previsora iniciativa conmigo. Desde mi cuna también pensaste, Señor, en el papel que me asignabas en el mundo. ¿Lo cumplo, Señor? Ayúdame a estar donde Tú quieres que esté y tal como Tú quieres que yo sea.

Al punto, sin pedir consejo a nadie, sin subir a Jerusalén donde estaban los apóstoles anteriores a mí, partí... Luego de allí a tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y permanecí quince días con él. No vi a ningún otro apóstol excepto a Santiago... Pablo quiere subrayar la unidad de la «misión»: no ha querido ser un «francotirador»... uno que está al margen de la evangelización. Quiere estar de acuerdo con el resto de la Iglesia, y en particular con la jerarquía de su tiempo. Sin embargo subraya con claridad que lo que enseña no lo ha recibido de los Doce, sino directamente «de Dios»: no obstante es el mismo evangelio... Dios no se contradice. No se puede poner en tela de juicio la autenticidad del apostolado de Pablo: su obediencia inmediata a Dios nos lo prueba. Señor, ayúdanos... ayuda a la Iglesia de nuestro tiempo a tener ese mismo respeto de las vocaciones particulares, y la misma preocupación del control fraterno y de la unidad de la Iglesia. En este texto, vemos ya que el primado de Pedro es reconocido en los hechos. Pablo chocará con él y lo dirá agriamente en esta misma epístola. Pero no es cuestión de negar su papel esencial. Te ruego, Señor, por el sucesor de Pedro.

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324 27.a semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Gálatas 2, 1-2; 7-14

El incidente de Antioquía que Pablo relata aquí es de una candente actualidad. Nosotros que, tan a menudo, habla­mos de «malestar» en la Iglesia, que constatamos el conflicto entre los cristianos apegados a las costumbres del pasado y los cristianos que encuentran que la Iglesia no evoluciona con la celeridad debida, los que sufrimos quizá de la contestación o protesta generalizada a la autoridad... escuchemos el equilibrio profundo, pero sin «facilidades» de Pablo cuando no estaba de acuerdo con Pedro. 1.° Una Iglesia, en la que se quiere la unidad, la comunión en el mismo evangelio.

Luego, al cabo de catorce años subí nuevamente a Jerusalén... Les expuse el evangelio que proclamo entre los gentiles... para saber si corría o si había corrido en vano... Las autoridades constataron que yo había recibido la misión de evangelizar a los incircun­cisos, como Pedro la de los judíos circuncisos. Por intransigente que se muestre cuando le quieren quitar su título de apóstol, Pablo es consecuente de que su misión es un servicio de Iglesia que no puede cumplir sino en unión con los que en la Iglesia han recibido un cargo análogo. Le interesa que «su» evangelio sea verificado por los hermanos de Jerusalén, que es la Iglesia-madre. De no ser así, dice «habría corrido en vano». Tampoco hoy se puede actuar «aisladamente», a escon­didas, subterráneamente. ¿Cuál es mi preocupación por la comunión con la Iglesia universal? ¿Acepto, deseo el control de mis hermanos en la fe? ¿Estoy siempre dispuesto al diálogo, a la participación? ¿O me creo lo suficientemente seguro de mí mismo para prescindir de los demás?

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Reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Pedro y Juan que eran considerados como «columnas de la Iglesia» nos tendieron la mano, en señal de comunión a mí y a Bernabé. Santiago, el obispo tradicionalista de Jerusalén, tan apegado a su atavismo y a sus costumbres judías... Pablo el misionero viajero, judío él también, pero ante todo preocupado por la apertura a los gentiles... Pedro el responsable del colegio de los Doce cuyo consejo es tan apreciado. Reconocen que, efectivamente, están en comunión, que tienen el mismo evangelio y que forman la misma Iglesia. «Se tienden la mano». Me detengo imaginariamente ante este gesto y ruego por la Iglesia de hoy. 2.0 Una Iglesia en la que haya libertad de hablar y franqueza exigente.

Pero cuando vino Pedro a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque se encastilló en su error... Por temor a los cristianos de origen judío... Dije a Pedro en presencia de todos... En el Concilio de Jerusalén, se había tomado la decisión de abrir la Iglesia a los gentiles y de no imponerles las prescripciones de la Ley de Moisés. Pero, en la práctica, las repugnancias subsistían: los cristianos procedentes del judaismo conservaban ciertas costumbres de su pasado judío. Por ejemplo, continuaban practicando la circuncisión... y rehusaban comer con los incircuncisos —los antiguos paganos venidos a Cristo sin pasar por la Ley— porque esto era una fuente de impureza legal, según la Ley de Moisés. Pedro, a pesar de la decisión del Concilio, tiene «mie­do»... teme «lo que dirán». Pablo reacciona vivamente. Es la fe lo que está ahí enjuego, dice: «los que así actúan no caminan rectamente ¡según la verdad del evangelio!» En los días siguientes veremos todo lo que está enjuego, todo lo que se ventilaba con esas cuestiones.

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326 27.a semana del tiempo ordinario

JUEVES

Gálatas 3, 1-5

Pablo no se opuso a Pedro, el primer Papa, por prurito adolescente de contradecir la autoridad... sino porque ¡afectaba a la Fe! El criterio es «seguir la verdad del Evangelio». Pedro acepta la voz ruda y fraterna de aquel que le recuerda la común sumisión de ambos a un evangelio que no es propiedad exclusiva de ninguno de ellos: «¿Cómo puedo obligar a los paganos a hacerse judíos?»... pues si resulta que lo que salva a los hombres es la observancia de la Ley, entonces ¡la cruz de Cristo ha sido inútil!

Gálatas insensatos, ¿quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? El reproche es tajante: «¡hombres insensatos, necios!» El ejemplo de Pedro resultó contagioso y algunos gálatas rehusaron, a su vez, comer con los cristianos, venidos del paganismo. Es grave, dice Pablo, es no haber entendido nada de la Cruz, ¡única tabla de salvación! No, la circuncisión no aporta nada respecto a la salva­ción, es una costumbre que puede tener su valor cultural, es una señal perteneciente a un grupo, a una raza, a una tradición, pero no es esto lo que cuenta. Para salvarse ¡hay que mirar a Jesucristo «crucificado»! Señor, concédenos esta gracia... la de contemplar en profundidad tu Cruz... y de penetrar el misterio que en ella se revela... Señor, danos una libertad total respecto a todas las costumbres, incluso las más venerables para que sepamos valorar lo «esencial» de la Fe, aceptando de todo corazón que otros cristianos tengan otras costumbres y otros gustos distintos a los nuestros.

Os hago una sola pregunta: «Vosotros habéis recibido el Espíritu Santo: ¿Ha sido porque habéis practicado

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las obras de la Ley, o bien porque habéis escuchado la llamada de la Fe?» Pedro, sin duda, no había considerado las consecuencias de su actitud «temerosa»... pero contagiosa a causa precisamente de su autoridad. Pablo estima que debe decirle muy alto a la cara su convicción esencial: el Evangelio no tolera acomodamientos diplomáticos... «¿es la Ley o es la Fe?» Decimos que es un dilema radical: «o bien esto... o bien aquello...» Tenemos aquí el resumen mismo del evangelio de san Pablo, que se desarrollará de manera teológica en la Epístola a los Romanos. He ahí como podría expresarse: «Nosotros, los judíos, hemos sido objeto de una elección particular de Dios. Pero no es un privilegio. Para nosotros, como para los gentiles, el único medio de llegar a ser «justos» y de librarnos de nuevos pecados, es la fe en Cristo, y no la observancia de la Ley de Moisés.» Nuestro cristianismo, no lo diremos nunca bastante, no es una moral, ni una ideología... es una persona, es «al­guien». El rigor de las fórmulas y de las definiciones doctrinales es necesario... el esforzarse para una vida moral y responsable según la propia conciencia es necesario... Pero lo esencial es la «llamada de la Fe»: una llamada... un caminar hacia Cristo... la respuesta a esta llamada personal... el encuentro de Aquel que nos llama...

El que os otorga el «don» del Espíritu, no obra así porque habéis practicado las «obras de la Ley», sino porque habéis escuchado «la llamada de la Fe». Dios no salva al hombre en razón del mérito —porque ¡no tenga nada que reprocharse!—... sino por puro amor, por «donación». Hay que aceptar ser amado: Gracias, Señor.

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328 27.a semana del tiempo ordinario

VIERNES

Gálatas 3, 7-14

Hermanos, sabed de una vez que los que viven de la fe, esos son los hijos de Abraham. Encontramos de nuevo aquí, el eco de las célebres controversias de Jesús con los judíos de su tiempo, relatadas por el evangelista san Juan. Abraham era el gran antepasado ideal. Pero se le había monopolizado: se tenía que ser de su raza. Y Jesús ya estaba abriendo de par en par las puertas del «pueblo de Dios»: «de estas mismas piedras, Dios puede suscitar hijos de Abraham». (Mateo 8-11) «Si fueseis hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham.» (Juan, 8-39)

? En efecto, ¡el evangelio de Pablo es en verdad el evangelio de Jesús!

La Escritura había previsto que Dios «justificaría» a las naciones paganas por el «don» de la fe; puesto que anunció con antelación esa «buena nueva» a Abra­ham: «¡En ti serán bendecidas todas las naciones!» Los judaizantes, pretendían que se había de ser «hijo de Abraham», que había que «hacerse judío» para poder ser cristiano. Pablo no lo niega, y reconoce la continuidad en el proyecto de Dios... la Biblia de los judíos, el Antiguo Testamento, es también la Escritura sagrada de los cristianos. Pero Pablo añade en una visión genial que desarrollará en la Epístola a los Romanos: que «todos» los hombres pueden llegar a ser «hijos de Abraham», no por la práctica de la Ley, sino por la Fe... Pues esto es precisamente lo que ha caracterizado a Abraham: «¡el hombre de la Fe!» «Todas las naciones.» ¿Qué amplitud tiene mi visión, la mía? ¿Es tan abierto mi proyecto, como el de Dios? El término «católico» ¿tiene para mí resonancias de ghetto y de fronteras, de conservación rígida de ciertos principios,

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de exclusión de todos los que no comparten esos princi­pios? O bien el termino «católico» significa de veras para mí «universal», «abierto a todos», «misionero». ¿Tengo ansia interna de anunciar la «buena nueva» a los paga­nos? ¿Qué hago yo para ser un testigo de ese amor universal?

Así pues, todos los que viven de la fe, son bendecidos en Abraham, «el hombre de la fe». En cuanto a los que viven de las obras de la ley incurren en maldición:... Puesto que la ley no «justi­fica» a nadie ante Dios, ¡es cosa evidente! Para mostrar que esas perspectivas, aparentemente nue­vas y revolucionarias —dicen los judaizantes— son muy tradicionales en el fondo... Pablo, en este pasaje, acumula citas de la Biblia. «La Escritura, la verdadera doctrina que tenéis siempre en los labios, les dice, pues bien, leedla: ella es Palabra de Dios, y la que siempre ha dicho que la justificación del hombre es un «don» de Dios a los creyentes y no a los que «practican» la Ley.»

Cristo nos rescató de la maldición de la Ley... A fin de que la bendición de Abraham llegara a todas las na­ciones paganas en Jesucristo, gracias a la fe. Es pues algo grave parecer que se retrocede sometién­dose, aunque sea exteriormente, a una Ley caducada. La lealtad a Cristo se expresa en san Pablo con fórmulas de una violencia casi insostenible: «Cristo nos ha rescatado de la maldición, haciéndose "maldición" por nosotros.» Que Cristo haya aceptado por nosotros ser un hombre «maldito» para salvarnos de la maldición que pesaba sobre nosotros... ¡qué misterio!

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•^U 27.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Gálatas 3, 22-29

La Epístola que meditamos responde a los ataques de los judaizantes que se habían introducido en Galacia y querían imponer prácticas antiguas a los nuevos conver­tidos. Pablo, ante ese «fixismo» desarrolla una visión «evolutiva» de la historia de la salvación. Efectiva­mente es verdad que Dios llamó primero a Abraham... es también verdad que Dios dio la Ley a Moisés... Pero ahora ha venido Cristo, elemento decisivo de la Historia prevista por Dios. La Ley, por ese mismo hecho pasa a ser caduca: su vigencia era transitoria, su papel era solamente pedagó­gico y éste desaparece con la presencia de Cristo.

Hermanos, antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la «vigilancia» y el «dominio» de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro «pedagogo» hasta Cristo, para ser justificados en virtud de la fe. Para los judíos la Ley era comparable a esos «pedago­gos» antiguos, a la vez útiles y molestos, que cuidaban de la educación de los niños. Pablo, en su infancia debió de conocer también la tutela algo ruda del esclavo encargado de «vigilar a los pequeños y reprimir sus tonterías». Pero el hombre maduro no necesita de esta tutela, ¡es libre!

l*ero, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el ^celador» o pedagogo, en griego. Porque, en Jesucristo ¡Sois todos hijos de Dios, por la fe. ¡El acontecimiento decisivo de la Historia! *iay una novedad radical que interviene en la historia de la humanidad: desde ahora ¡hay un «Hombre-Dios», un hombre, «Hijo de Dios», Cristo! Y éste es el don supremo V definitivo que Dios pueda ofrecer a la humanidad. Jorque cada hombre, HOY, a partir del día de Jesucristo t>uede también llegar a ser «hijo de Dios, por la fe» por

27.a semana del tiempo ordinario 331

su fidelidad al Padre, Jesucristo abre a todo hombre un camino de libertad. ¿Soy de veras un «hijo» para Dios? ¿Cómo es mi fideli­dad al Padre en las huellas de Jesucristo?

En efecto, todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Fórmula de una excepcional densidad. Hay que meditar detenidamente esa frase. Pablo dirá más tarde a los Romanos que el bautismo nos hace participar de la muerte y resurrección de Cristo. Aquí nos dice que el bautismo nos une a Cristo, y nos hace revestir de El. La comparación del «vestido» es una imagen simbólica muy hermosa: el bautizado está como transformado, recibe una nueva manera de ser, tiene una nueva apariencia, «representa» a Cristo, es su «visibili­dad»... ¡Viendo a un bautizado, debería verse a Cristo! Fe y Bautismo: íntimamente ligados en el pensamiento de san Pablo. «Hijos de Dios, por la fe... Unidos a Cristo, revestidos de Cristo por el bautismo...» El bautismo signo de la fe, incorpora al hombre a Cristo y le ofrece un estado de filiación divina, a semejanza de aquel que es hijo por naturaleza.

Ya no hay ni «judío» ni «gentil» ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ¡porque todos no sois más que uno en Cristo Jesús! Efectivamente ¡cuan mezquina resulta a ese nivel la estrechez de los judaizantes! Y ¡qué visión más universal la de Pablo! ¡Qué fermento para una acción humana a escala mundial! Ayúdanos, Señor a adoptarla de veras. Gracias.

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Vigésima octava semana del tiempo ordinario

L U N E S

Gálatas 4, 22-24; 26-27; 31; 5, 1

Abraham tuvo dos hijos, uno de su sirvienta, Agar... otro de la mujer libre, Sara... estas cosas tienen un sentido alegórico porque las dos mujeres representan las dos alianzas. A los judaizantes que admiten el valor de la Escritura, y que quisieran volver a la antigua Alianza, Pablo recuerda que en esa misma Escritura había el anuncio de la «nueva Alianza». Según un procedimiento dialéctico, muy usado por los rabinos judíos, da una aplicación simbólica de la historia de Abraham.

El hijo de la sirvienta nació según la naturaleza... El hijo de la mujer libre nació en virtud de la «pro­mesa»... Es una nueva manera de afirmar siempre la misma verdad: la salvación del hombre no puede venir sólo de las fuerzas naturales... no podemos salvarnos por nosotros mismos, «ni por el bien que hacemos», ni por el cumpli­miento exacto de la Ley. De hecho, la salvación es un don gratuito, un regalo sobrenatural, procedente de una promesa gratuita: la gracia es el joyel de la nueva Alianza, que ya estaba presente, dice san Pablo en ese don inesperado de un hijo a Abraham. Humanamente nada podía permitir a Sara tener un hijo: Isaac fue un don absoluto de Dios.

«Regocíjate, estéril, la que no das hijos... Rompe en gritos de júbilo, que más son los hijos de la abando­nada que los de la casada.» Dios es el amo de lo imposible. Nada es imposible a Dios. El ángel lo repetirá a la Virgen María, el día de su anunciación.

28.a semana del tiempo ordinario 333

Este es un bello símbolo de la gracia, de la gentileza del don gratuito de Dios: una esterilidad vencida, una tristeza vencida... Dios da la fecundidad y la. alegría a la que ya no podía esperar, humanamente, nada más. ¡Señor, cólmanos de tu gracia! ¡Señor, haznos disponibles y abiertos a las gracias que quieras otorgarnos!

Si Cristo nos libertó, es para que seamos verdadera­mente libres. ¿De qué libertad habla san Pablo? ¿Con relación a qué nos libertó Cristo? Queda claro que la Ley era para él una esclavitud en la medida en que se buscaba en ella justificarse uno mismo, por el propio esfuerzo. Esta cuestión es igualmente importante HOY. Muchos cristianos, en lo que a esto se refiere se han quedado en la «antigua Alianza», no viviendo más que en el miedo de Dios, en el ansia de las «obligaciones y preceptos» a cumplir. Para san Pablo, ser de veras «hijo» es ser «libre», es tener con el Padre unas relaciones tan inmediatas que ya no se tiene miedo de El, y que la ley no es ya una ley exterior alienante: «¡ama, y haz lo que quieras!» será la traducción de san Agustín.

Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nueva­mente bajo el yugo de la esclavitud. Se comprende el furor de san Pablo ante esos cristianos de Galacia que quieren caer de nuevo bajo el yugo de «prácticas legalistas». ¿Soy yo libre, interiormente? ¿Es mi religión «opresora», onerosa, una carga que hay que arrastrar? ¿O bien, es una «liberación» una alegría, una esponta­neidad?

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334 28.a semana del tiempo ordinario

M A R T E S

Gálatas 5, 1-6

No os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud: si os dejáis circuncidar, Cristo no os aprovechará nada. Siempre el mismo argumento: poner su esperanza de salvación en prácticas religiosas o morales es tener la pretensión de «alcanzar la justificación por sí mismo» es dejar por inútil todo lo que Cristo ha venido a hacer. Nunca lo repetiremos bastante. La fuente de la santidad no está en la fiel observancia de los mandamientos, sino en el amor gratuito y salvador de Dios... A santa Teresa de Lisieux le gustaba decir que «llegaría ante Dios con las manos vacías».

Vosotros, que buscáis en la ley el medio de alcanzar la justificación habéis «roto» con Cristo, os habéis apartado de la gracia. En efecto, lo esencial es no «romper» con Cristo. Lo esencial es estar agregado a Cristo, creer que todo viene de El. Señor, yo no confío en mis propias fuerzas, no me fío de mí, sé que soy débil... Pero creo en tu amor, confío en Ti, sé que Tú me amas. A partir de esta convicción, ciertamente, se encuentra una cierta obligación, una cierta práctica, una obediencia: pero ¡todo resulta cambiado! Cuando se ama a alguien, cuando se le tiene confianza... se hacen por él una serie de cosas. Pero es mucho más fácil. Ya no se tiene la impresión de hacerlo por obligación. Se hace voluntaria­mente y gustosamente, por amor. Señor, líbranos de todo miedo. Señor, ayúdame a seguirte por amor y no por temor. Yo quisiera, durante toda mi vida, darte siempre gusto.

La gracia. Es la palabra clave de todo lo dicho sobre esta cuestión, el

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término griego usado por san Pablo significa «don gratuito y gozoso». Es casi la misma palabra que significa «gracia» y gozo o «alegría». La gracia es la acción de Dios en nosotros... es la presencia activa de lo que es «más que nosotros»... es un dinamismo divino que actúa en el núcleo de nuestra vida... Dios nos precede siempre. Está «ahí», incluso cuando no prestamos atención a ello. Señor, hazme atento a tu presencia, a tu gracia de cada minuto. Señor, sé que Tú también actúas en todo aquel con quien trato, o de quien tengo responsabilidad. Tu gracia activa trabaja en el corazón de todo aquel a quien hablo, con quien trabajo... Ayúdame, Señor, a adivinar lo que estás tratando de hacer en el corazón de los demás, para co­laborar yo también en ella, si puedo.

A nosotros nos mueve el Espíritu a aguardar por la fe, los bienes esperados por la justicia. En efecto, en Cristo, ni la circuncisión, ni la incircuncisión tienen valor: lo que cuenta es la fe que actúa por la caridad. Es claro y sencillo... y escandaloso para algunos: Dios no salva al nombre por sus méritos, sino por puro amor al cual nos adherimos por la fe, la esperanza y la caridad. Pero cuidado, que esto no es un fácil «abandonarse»; desde un cierto punto de vista, es mucho más exigente: nos liberamos de una ley, cuando la cumplimos exacta­mente... pero nunca nos liberamos de amar. Nunca amamos suficientemente.

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28.a semana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Gálatas 5, 18-25

Esta libertad dada por Cristo, concedida y no merecida ¿de qué servirá? De ningún modo para permitir una falsa libertad... ¡Lejos de esto!

Si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis sujetos a la ley. «Dejarse conducir»... En estas palabras está toda la paradoja de una libertad y de una coacción-obligación, amada e interiorizada. No hago cualquier cosa: me dejo conducir.

Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, dis­cordias, celos, iras, rencillas, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes. No, la libertad de Jesús no es una permisividad. Es preciso releer una a una ese conjunto de palabras y preguntarnos como podemos, a nuestra manera, incurrir en algunos de esos defectos.

Os prevengo: Que quienes hacen tales cosas, no heredarán el Reino de Dios. «Herencia». Esto es: un beneficio que se recibe sin ningún mérito propio, casi por azar, simplemente porque se es «hijo».

En cambio el fruto del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, bondad, afabilidad, fe, humildad, dominio de sí... ¡Tales son los «frutos del Espíritu»! Releer también aquí cada una de estas palabras. Y orar y rogar muy sencillamente: «Señor, concédeme el amor, haz que brote en mí el amor...

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«Señor, concédeme la alegría, haz que surja en mí la alegría... «Señor, concédeme ser afable y comprensivo... etc. En concreto, considero mi jornada tal como se desarro­llará precisamente hoy; y trato de prever las ocasiones que seguramente se me presentarán de «dejarme conducir por el Espíritu» que está en mí deseoso de «producir» la alegría, la paz, la humildad, el dominio de sí mismo. Los cristianos, impulsados por el Espíritu y liberados por Cristo tendrían que ser una especie de vanguardia de la humanidad, una especie de levadura en el corazón del mundo. La liberación de la servidumbre tendría que manifestarse por un estilo de vida impregnado de alegría, de paz y de servicio a los hermanos: ¡que debería ser visible y atrayente! Por desgracia, ¡estamos muy lejos todavía de esto!: ¡perdón, Señor! Contra tales cosas no hay ley.

Los que pertenecen a Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias egoístas. Puesto que el Espíritu nos vivifica, dejémonos conducir por el Espíritu. «Los que pertenecen a Cristo». Otra definición original de los cristianos. Esta simple expresión, por sí sola, repite una vez más que la vida cristiana no es ante todo el cumplimiento legalista de unas obligaciones... sino una vida «con alguien», un compañerismo con Jesús. No es un abandonarse perezoso, sino un «dejarse condu­cir», que tiene aspectos de crucifixión. «Crucificar en uno mismo su egoísmo.» Señor Jesús, concédeme la gracia de imitarte.

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JUEVES

Epístola a los Efesios 1, 3-10

Escrita durante su cautiverio en Roma, la epístola a los Efesios es una de las más doctrinales de san Pablo. Frente a unos cristianos que daban demasiada importancia a los ángeles y a los demonios, atribuyéndoles una especie de poder sobre el universo, Pablo pone en evidencia la supremacía radical de Cristo.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucris­to que en los cielos nos ha colmado de bendiciones espirituales en Jesucristo. El clima del alma de Pablo es la alegría y la acción de gracias. Cada eucaristía es una «acción de gracias» por todos los beneficios de Dios. Cuando oigo misa ¿procuro captar y aprovechar todas las razones que podría yo tener para decir: «Bendito sea Dios»? Es bueno también decirlo, ahora, en este momen­to de mi oración.

Dios nos ha colmado... nos ha elegido, nos ha desti­nado de antemano a ser hijos suyos adoptivos por Jesucristo... Nos ha colmado de sabiduría y de inteli­gencia, dándonos a conocer el misterio de su volun­tad... lo que de antemano se propuso... Toda la iniciativa parte de Dios. Y nosotros hemos sido «colmados». Estas palabras ardientes y sencillas manifiestan una aventura: la aventura de las relaciones entre Dios y los hombres. El hombre no es un huérfano... no es un producto del azar... es amado de antemano.

Según el beneplácito de su voluntad para alabanza de la maravilla del don gratuito que nos ha hecho en su Hijo muy amado. «Beneplácito... de Dios para mí y para todos los hombres.

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«Maravilla... de Dios para mí y para todos los hombres. «Don gratuito... de Dios para mí y para todos los hombres. El gran don es Cristo. La gran maravilla es Cristo.

El nos obtiene por su sangre la redención, el perdón de nuestras faltas. Esta es la prueba de la gratuidad. Eramos culpables, somos, todavía culpables y Dios nos ama, nos salva y nos perdona... y El pone el precio, el precio de su sangre. En lugar de estar dando vueltas a mis pecados con amargura y despecho de amor propio... ¿por qué, Señor, no considerarlos como Tú haces, como aquello que ha suscitado tu amor y tu perdón?

La «gracia» de Dios es inagotable. Ciertos días sentimos más la necesidad de afirmarnos a tales certezas... los días en que tenemos la impresión de continuar siendo pecadores, incapaces de salir del peca­do, de estar clavados a nuestros hábitos. La gracia es «inagotable».

Dios proyectaba hacer que todo tenga a Cristo por cabeza: lo celeste y lo terrestre. He ahí el «proyecto» de Dios, antes secreto y ahora «revelado»: recapitular todas las cosas en Cristo... Ahora que conozco el designio de Dios, ¿cómo colaboro a él? ¿Soy un artífice de unidad? ¿Considero que es una oportunidad para la humanidad dividida?

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V I E R N E S

Efesios 1, 11-14

En Cristo Jesús, Dios nos ha predestinado a ser un pueblo, nosotros los hijos de Israel... En El también vosotros que habéis escuchado la buena nueva de la salvación... La búsqueda de la unidad que corre a través de las aspiraciones de la humanidad, y que parece ser un hermoso sueño, una utopía irrealizable a causa de las profundas rupturas que separan las razas, las naciones, los países... se ha realizado ya simbólicamente, en la reconciliación de los «judíos» y de los «paganos», en el mismo Cristo. Pablo, judío de origen, estuvo obsesionado toda su vida por esa convicción: introducir a los gentiles en la Iglesia en pie de igualdad.

Para ser nosotros, los hijos de Israel, los que ya antes esperábamos en Cristo, alabanza de su gloria... Hubo una primera oleada, el pueblo judío. Hubo un primer «canto» el de la comunidad de la sinagoga.

Y también vosotros que habéis escuchado la Palabra de la verdad y creído también en El, habéis sido sellados en el Espíritu Santo... Es la segunda oleada. HOY también se puede aplicar ese designio divino a nuestros contemporáneos. Como en los tiempos de san Pablo, hay los que «cantan» ya la gloria de Dios porque han descubierto a Cristo... y hay el inmenso grupo de los que esperan el evangelio y la fe... ¿Estoy atento al esfuerzo misionero de la Iglesia de hoy? ¿Me considero como un privilegiado, —un aprovecha­do— de la fe, o como un apóstol, un participante al proyecto de todos los hombres en Cristo.

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El sello del Espíritu. El término griego usado aquí evoca el «sello» con el que se marcaba a las ovejas para indicar su propietario. La Presencia del Espíritu en nosotros nos marca para poder ser reconocidos por El como suyos.

El Espíritu, es el «primer avance», la prenda de la herencia, cuya plena posesión obtendremos el día de la liberación final. Pablo ve la vida cristiana en un dinamismo vital, lo realizado hasta hoy no es más que un inicio, unas «arras», un «primer avance»... Un día llegará la plenitud, el total cumplimiento. Hoy participamos «un poco» de los dones de Dios. Un día seremos colmados. ¿Considero así mi vida? ¿Me contento con ir tirando...? No obstante el Espíritu ya está aquí, me empuja y me zarandea para que me deje conducir por El. Espíritu de Dios, vendaval de Dios, ¡levántame!

Para alabanza de su gloria. Será éste uno de los estribillos de la Epístola: llegar a ser una «alabanza de gloria» para Dios... ser un «cántico» para Dios... Señor, que mi vida cante tu gloria.

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342 28.a semana del tiempo ordinario

S Á B A D O

Efesios 1, 15-23

He tenido noticia de vuestra fe... y no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones. Una buena manera de orar: recordar a los que amamos... dar gracias a Dios por ellos... pronunciar sus nombres... Juan, Ignacio, María Teresa, Eulalia... etc.

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda el espíritu de sabiduría para cono­cerle perfectamente. Detenerse para descubrir y conocer a Cristo. ¡Dame esa «sabiduría», Señor! ¡Concédela a todos los que amo! A todos los hombres. ¡Que sepa yo trabajar para que te descubran y conozcan!

La soberana grandeza de su poder para con nosotros los creyentes es la misma fuerza, el poder y el vigor que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos. He ahí una de esas frases humanamente inverosímiles y que hay que ser san Pablo para inventarla. Hay que dejarse captar por esa fórmula audaz. ¡La «fuerza divina» que trabaja en mi corazón de creyente, es, ni más ni menos, la misma que resucitó a Jesús y lo elevó a los cielos! ¡Y me atreveré a desesperar de mis pecados y de mis debilidades! Pero, ¿lo creo de veras, firmemente? ¿Qué hago de hecho, para conectar con esa «corriente de fuerza» con este voltaje divino? En lugar de gemir en mis momentos bajos, ¿busco la comunión con Cristo, me aferró a la fuerza de resurrección que trabaja en el fondo de mi mismo?

Dios estableció a Cristo por encima de todas las potestades y seres que nos dominan, sea cual fuere su

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nombre, no sólo en este mundo sino también en el venidero. Pablo se complace en contemplar a Cristo elevado por encima de todas las potencias angélicas. Los efesios vivían en el temor de los «espíritus»: se trata de una tendencia supersticiosa, todavía hoy, lejos de desaparecer completamente. El cristiano es ün hombre liberado de esos miedos. Jesucristo es vencedor.

Dios sometió bajo sus pies todas las cosas... Le constituyó «Cabeza suprema de la Iglesia» que es su Cuerpo, la Plenitud total del que lo llena todo en todo. Esta es también una frase intraducibie que hay que saber saborear en silencio. ¡La Iglesia es el «cuerpo» de Cristo! ¡El lugar de su presencia activa, el cumplimiento total de Cristo! Entre Cristo y la Iglesia rigen las relaciones de la cabeza con el resto del organismo. Un influjo vital pasa de Cristo a la Iglesia. La Iglesia es también «el pueblo que todos nosotros formamos», un pobre grupo humano, lleno de debilidad y de pecado y que a menudo hace de pantalla que oculta a Cristo, en lugar de ser su «cumplimiento». Ruego, Señor, por la Iglesia... para que sea de veras lo que Tú quieras que sea.

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Vigésima nona semana del tiempo ordinario

LUNES

Efesios 2, 1-10

Por naturaleza... Por gracia... La página que leemos hoy está totalmente compuesta entorno a la antítesis naturaleza y gracia. «La natura­leza», es el hombre abandonado únicamente a sus fuerzas humanas, el hombre-sin-Dios. «La gracia», es el hombre elevado por la potencia divina, el hombre-con-Dios. Según se considere una u otra nuestra visión es o muy pesimista o muy optimista. 1.° El hombre-sin-Dios.

Estabais destinados a la muerte como consecuencia de vuestras faltas. Vivisteis en pecado según el proce­der de este mundo, según el príncipe de los demonios, ese «espíritu» que prosigue su obra en los rebeldes. Hay resabios demoníacos en el hombre abandonado a sí mismo. Uno se extraña a veces de ciertas aberraciones inverosímiles de que es capaz la humanidad —maldad, opresión, injusticia, violencia, etc.— Es así porque existe un Príncipe, una especie de Orfebre satánico, un Direc­tor de orquesta muy hábil, un Espíritu maligno que arrastra al hombre a su perdición.

Todos nosotros hemos sido también rebeldes en otro tiempo, vivíamos según las tendencias egoístas de la carne, esclavos de sus caprichos y de los malos pensamientos y así, por naturaleza, estábamos desti­nados a la cólera como los demás. La «naturaleza» humana no es tan sólo frágil sino también desordenada y culpable. Naturalmente, siguien­do su tendencia habitual, el hombre suele volverse hacia sí mismo y no hacia Otro... tiende a satisfacerse egoísta-mente en lugar de amar...

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«Todos nosotros hemos sido de éstos.» Pero, ¿sólo en el pasado? ¿No lo somos todavía alguna vez? Ayúdanos, Señor, a saber detectar el egoísmo escondido, el amor propio hábilmente disfrazado, que impregna, inconscientemente a veces, nuestros mejores actos. Haz­nos lúcidos respecto al mal que nos envenena y hace sufrir a los que viven con nosotros. Ayúdanos a «reconocefque somos pecadores». 2.° El hombre-con-Dios.

Dios es rico en misericordia. Por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestras faltas, nos vivificó juntamente con Cristo: ¡Es ciertamente por gracia que habéis sido salvados! El tono pesimista de san Pablo sólo está ahí para hacer más patente la intervención de Dios en esta pobre humanidad: el poder divino ha sido puesto a disposición del hombre. El hombre no es ya un «simple hombre», ha venido a ser «un hombre + Dios en él» y Cristo es quien ha realizado esto. ¡Y éste es «el gran amor»! Y es «la vida» en lugar del abandono mortal. ¡Salvados! ¡Los hombres hemos sido salvados!

Con El nos resucitó... Con El nos hizo sentar en los cielos... «En» Cristo Jesús. El Poder de Dios se ha manifestado por vez primera en la persona de Jesús, por su gloria y por su gozo pascual, como por su victoria en la Ascensión. «Con El y en El», nosotros, pobres condenados a muerte, somos «ya» unos resucitados y partícipes de su gloria.

Y esto no proviene de vosotros; es un don de Dios: que nadie se engalle.

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MARTES

Efesios 2, 12-22

Hermanos, recordad como en otro tiempo, estabais lejos del Mesías, excluidos de la comunidad de Israel y extraños a las alianzas, sin esperanza y sin Dios en el mundo. En efecto, en otro tiempo existían los «privilegiados» y los no «privilegiados». Esta separación radical era feroz­mente mantenida: estaba prohibido a los «goyims» —naciones paganas— atravesar el recinto del Templo que les estaba reservado... bajo pena de muerte. Este desprecio de los «paganos» había suscitado a su vez un antijudaísmo muy generalizado. Pero, cuidado con juzgar a nadie. ¿Puede decirse que esas actitudes orgullosas han desaparecido totalmente?: ¿no hay todavía entre nosotros racismo, apartheid, separacio­nes entre los ambientes sociales, cuidadosamente mante­nidas, y complejos de superioridad, de castas, de privile­gios? ¿No sucede también alguna vez que el mismo término «católico», desviado de su sentido propio, toma un aire despectivo? Perdón, Señor, por nuestras estrecheces y por nuestras exclusiones.

Es El, Cristo, nuestra «paz». De los dos, Israel y «gentiles» ha hecho un solo pueblo. Por su carne resucitada derribó el muro que los separaba, el odio, suprimiendo las prescripciones jurídicas de la ley... Uno de los frutos esenciales de la redención es la unidad, la paz, la supresión de los racismos, la destrucción de los «muros que separaban a los hombres entre sí». Y esto es simbolizado por Pablo por la coexistencia en el seno de la misma Iglesia de cristianos procedentes de Israel y cristianos venidos del paganismo. HOY, en nuestro mundo actual, en nuestra Iglesia actual ¿cuáles son los riesgos y los puntos de ruptura, los puntos por los que el odio se infiltra?

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Cristo quería reunir a unos y otros en la paz y crear en El «un solo hombre nuevo». Unos y otros, reunidos en un «solo cuerpo» quería reconciliarlos con Dios por la cruz. ¡Esto es lo que Cristo «quería»! ¡Lo que «quiere» todavía! Notemos que Pablo, hasta aquí, hablaba de lo que «separaba a unos y a otro», y que ahora habla de reconciliarse con Dios. Las dos perspectivas están liga­das: tener un mismo Padre, es fomentar la fraternidad. Haz que comulgue con tu voluntad, Señor Jesús. Entrar en la aventura del amor que «agrupa» que «hace la paz», que «reconcilia», que «reúne»... esto cuesta la sangre de la cruz. No es una empresa fácil. ¡Señor! ¡Haznos constructores de paz, constructores de amor!

En su persona dio muerte a la enemistad. Señor, que trate yo contigo de dar muerte a la enemistad.

Por El, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. Ya no sois «transeúntes» ni «forasteros» sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios... Estáis siendo juntamente edifica­dos hasta ser «morada de Dios» en el Espíritu. Estamos lejos de las exclusiones de antaño, ya no hay metecos ni razas inferiores. Todos los hombres son iguales ante Dios. Todos son sus hijos. Todos son de la misma familia. Y el verdadero Templo de Dios no está hecho de piedras, sino de personas vivas: Dios habita en la humanidad... Esto confiere una preminente dignidad a todo ser hu­mano. Por todo ello ¿qué debería cambiar en mis relaciones con las personas, en mi manera de pensar y de actuar?

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348 29.a semana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Efesios 3, 2-12

El misterio de Cristo... es que los gentiles son cohere­deros, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa. Proyecto de amor universal sin fronteras. Apertura infinita. Unidad total de todos los hombres. Cristo es verdaderamente el momento decisivo de la historia toda de la humanidad.

Es el proyecto eterno que Dios ha realizado en Cristo. ¿Soy de veras consciente de que «esto» es el proyecto de Dios? ¿Es mi corazón lo suficientemente grande? ¿Estoy debidamente abierto a estas perspectivas? O bien, quizá y por mi propia cuenta personal ¿me he acomodado a cierta religioncilia, buena para mí, para mi salvación indivi­dual? ¿Participo en la aventura misionera de la Iglesia que quiere ser fiel a ese «proyecto de Dios» de asociar a los paganos a la misma esperanza? ¿Estoy comprometido en la evangelización del mundo? ¿Suelo orar por «los que no conocen a Dios»?

Gracias al anuncio del Evangelio del cual he venido a ser ministro. A diferencia de los «misterios» paganos que eran a menudo unos ritos sagrados, reservados sólo a los «iniciados»... el misterio de Cristo está hecho para ser revelado, anunciado a todos. Su secreto, Dios quiere dar a conocer su secreto. Dios quiere que participen en su proyecto cuantos más mejor. Hay que contemplar detenidamente ese «proyecto»... en el corazón de Dios, en el querer de Dios. Y luego hay que contemplar el mundo desde este punto de vista: discerniendo los deseos de unidad y de solidaridad, los sueños de comunión y de armonía, las aspiraciones a

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la paz y al amor... y discernir también los graves riesgos de roturas, que hay en el aumento de la discriminación y del desprecio, las soledades y los «egoísmos», los exclu­sivismos violentos y los sectarismos...

A mí, el último de todos los fieles me fue concedida la gracia de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas. Desde siempre, desde la creación inicial, Dios tenía en su mente: el proyecto de una humanidad reunida por fin en el amor. Y hasta el «último de los fieles» ha de representar su papel en ese vasto proyecto. Desde donde humildemente me encuentro puedo hacer avanzar algo ese plan. ¿Cuál es mi tarea en esa obra esencial en la que se construye el futuro de la humanidad? ¿Trabajo yo en este sentido? o ¿en el sentido opuesto? ¿Excluyo algo? ¿Man­tengo privilegios? O bien ¿procuro amar siempre como Dios ama? ¡Dios ama a los que yo no amo! Es una formidable invitación a amarlos en adelante.

Gracias a la Iglesia, las mismas fuerzas invisibles conocerán los múltiples aspectos de la sabiduría de Dios. Y Cristo, mediante la fe en El, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios. ¡«Llegarnos confiadamente a Dios»! No alcanzamos a darnos cuenta de la inverosímil revo­lución que todo esto representa en la historia de las relaciones entre Dios y la humanidad.

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JUEVES

Efesios 3, 14-21

Doblo mis rodillas ante el Padre, que es la fuente de toda paternidad. «Doblar las rodillas» para prosternarse: de ordinario los judíos oraban de pie o sentados... el gesto de postrarse —con todo el cuerpo inclinado hasta el suelo— ponía de relieve, según ellos, un profundo sentimiento de adora­ción. A los orientales, en sus templos o en sus mezquitas donde no hay sillas... les es grato siempre este gesto profundo para expresar una intensa adoración. Nos conviene hallar de nuevo unas expresiones corporales que expresen y faciliten la oración. «En casa» esto es siempre posible. «En público» en nuestra civilización nos es a menudo difícil singularizarnos. «Dios fuente de toda paternidad en el cielo y en la tierra»: gracias, oh Padre de habernos hecho partícipes de tu propia alegría de ser «padre» —de ser «madre». En todo hombre, en toda mujer que ama y da la vida Dios está presente. Y no es sólo una «delegación» de paternidad porque Dios «continúa» personalmente siendo el Padre de esos niños de los cuales somos el padre. Somos «padres» con El. O, más profundamente, le damos la misteriosa ocasión de tener otros seres a quienes amar.

Esto es verdad para todos, casados o célibes.

Que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior. Potencia, fuerza. Dones divinos. jHaznos fuertes con tu fuerza, Señor! «El hombre interior» es esta parte de nosotros mismos que está bajo la influencia del É spíritu... y que se renueva de día en día, aun cuando «el hombre exterior» vaya «decayendo» (II Corintios, 4-16)

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«En "mi interior" ciertamente me complazco en la Ley de Dios, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado.» (Romanos, 7-22) ¡Oh Señor! Afianza en mí a «ese hombre», a ese hombre que ama, que es generoso y acogedor, a ese hombre cas­to, comprometido en el servicio de todos, a ese hombre conducido por tu Espíritu... a pesar del «otro hombre» que bulle también en el fondo de mí mismo, el hombre egoísta, mezquino, cerrado, impuro, perezoso, indócil...

Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. He ahí el verdadero hombre: «el hombre interior», en mí, es cierta reproducción, cierta connivencia... un Cristo que se desarrolla en el hondón de mi vida. ¡Qué sea así verdaderamente, Señor!

Permaneced arraigados en el amor... Cimentados en el amor... «El hombre interior», el Cristo interior es, concreta­mente, el amor. Dios es amor. Ser amado por el Espíritu de Dios es amar.

Así seréis capaces de comprender cual es «la anchu­ra» y «la longitud», «la altura» y «la profundidad»... Conoceréis el amor de Cristo que excede a todo conocimiento. ¡Entonces seréis colmados hasta la total Plenitud de Dios! Un amor infinito, que nunca se acaba. Un amor inmenso, inconmensurable. Un amor «amplio». Un amor «exten­so». Un amor «elevado». Un amor «profundo». Me dejo impregnar por esas imágenes. «¡Conoceréis... lo que excede a todo conocimiento!» Nunca habremos terminado de conocer a Dios, a Cristo. Siempre descubriremos algo nuevo. «¡Conocer!» No a la manera seca, fría, intelectual de la ciencia, sino conocer afectivamente, con el corazón. Conocer el amor de Cristo: saborear, adivinar intuitivamente, pasando largos momentos con aquel a quien se quiere conocer.

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VIERNES

Efesios 4, 1-6

Yo, preso por Cristo, os exhorto a que viváis de una manera digna de la vocación a la que habéis sido llamados... Pablo está «en la cárcel» ¡Los judaizantes han logrado atraparle! Le hicieron prender por la policía del Imperio, como un perturbador del orden establecido que suscitaba motines y tumultos. (Hechos de los Apóstoles 22, 22-29) Pero no está abatido sino que orgulloso de ser «cautivo de una causa divina», anima a sus fieles a mantenerse firmes.

Todo con mucha humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros por amor... Reunidos en la paz, poniendo empeño en conservar la unidad en un mismo Espíritu. Pablo no tardará en elevarse a las altas esferas teologales lo que para él no es quedarse en abstracciones. Su fe no es sólo una idea hermosa y justa, es una convicción que compromete todo su ser, y que le obliga a adoptar unos comportamientos muy concretos, muy prácticos en la vida corriente... en particular en el ámbito de las relacio­nes humanas elementales. Humildad, Dulzura, Paciencia, Ayuda mutua. Cuidado de conservar la unidad. Señor, ayúdame a mirar mi vida cotidiana desde este ángulo.

Un solo Cuerpo... Un solo Espíritu... Un solo Dios y Padre... Fórmula Trinitaria: la exigencia de la unidad de todos los hombres es absoluta, esencial... el secreto de la «unidad» del género humano procede de la vida común de las Tres divinas personas. En el esquema sobre la Iglesia, el Concilio ha revalorizado esta convicción: «La Iglesia es el sacramento, es decir, el «signo» e «instrumento» de la

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íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano... Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una nueva urgencia. Es preciso que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente entre ellos por toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo» (Lumen Gentium 1) «La Iglesia se manifiesta como una muchedumbre reuni­da por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Lumen Gentium 4) Quiero contemplar, Señor, tu Dina­mismo Trinitario obrando en el mundo: el progreso de toda solidaridad, de todo trabajo en equipo, de todo acuerdo entre gentes que no se entendían, de todo compromiso al servicio de los demás, de todo servicio prestado... etc. Dios está allí donde «varios forman uno solo». Quisiera, Señor, que toda mi vida concreta, humilde, modesta, pequeña, cotidiana, marchase en el sentido de tu Dinamismo Trinitario.

Cristo... El Espíritu... El Padre... Tal es el orden —no habitual— en el que les coloca Pablo. El Padre ocupa el tercer lugar, en lugar del primero... porque Pablo quiere precisamente indicar una «unidad» dinámica que se está construyendo, que está llegando a ser, y no una unidad estática, terminada: en una unidad que se va haciendo progresivamente por la labor de Cristo, en el Espíritu, hasta el Padre. La humanidad parte de la división... y se remonta hacia la unidad.

Una sola esperanza... Una sola fe... Un solo bau­tismo... Dios es la oportunidad de la humanidad. El es el único «porvenir» del hombre.

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354 29.a semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Efesios 4, 7-16

Prosiguiendo la meditación de ayer, Pablo nos propone contemplar a la Iglesia como «signo e instrumento» de esta ascensión de la humanidad «hacia la unidad de Dios».

Descendió... Luego subió a lo más alto de los cielos para llenarlo todo, para dar al universo su plenitud. Todo el itinerario de Cristo —su descenso a lo más hondo de la condición humana, y su ascensión a lo más alto de la señoría divina— tiene por finalidad, dice san Pablo, de «dar al universo su plenitud». No se repetirá nunca bastante que: los cristianos, la Iglesia, tienen en sus manos el proyecto de Dios. ¿Cómo explicar que, con tanta frecuencia estrechemos, achique­mos, recortemos, reduzcamos a polvo nuestra vida? El futuro de la humanidad, la plenitud del universo están en Cristo: o bien la humanidad se dislocará en una especie de autodestrucción... o bien se construirá en la armonía de un solo Cuerpo... Esta es su oportunidad.

El mismo «dio» a unos el ser apóstoles, a otros, profetas; a otros evangelizadores; a otros pastores y maestros. Así cada fiel ocupará su lugar en orden a las funciones de su ministerio y para edificación del Cuerpo de Cristo. ¡Cada uno tiene un papel, en esa construcción del porvenir del universo! ¿Cuál es mi papel? La Iglesia es un organismo jerarquizado. Pablo no teme decirlo. No tienen todos el mismo papel. En lugar de considerar, como suele hacerse a menudo, a la Jerarquía de la Iglesia como una institución molesta ajena a nosotros —interpretándola sólo en términos de «pode­res» y de «sumisión», según las normas de las sociedades

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civiles—... convendría, como Pablo, contemplar el papel indispensable de esta Jerarquía de la Iglesia.

En la armonía y la cohesión todo el cuerpo prosigue su crecimiento, gracias a las conexiones internas que lo mantienen según la actividad propia de cada miem­bro. Así el cuerpo se edifica en el amor. La Jerarquía, por las «conexiones» que establece, crea la unidad, trabaja al porvenir de la humanidad, promueve el «crecimiento» del universo hacia su plenitud. No deja de tener importancia que obispos «negros» estén en comu­nión con obispos «blancos» para erradicar un día el racismo. Es capital que obispos auténticamente fieles a la misma fe en Cristo vivan en países de sistema «socialis­ta», mientras otros vivan la misma fe y la misma Iglesia, en la misma estructura jerárquica, en el seno de un sistema «liberal». Obispos americanos en comunión con obispos polacos, obispos árabes con obispos de raza judía.

Al final llegaremos todos a la unidad de la fe y al conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombres «adultos», a la madurez de la plenitud de Cristo. La Iglesia conduce poco a poco a la humanidad hacia su «madurez»... en la medida, precisamente, en que constru­ye la «cohesión», la «comunión». Por el contrario, todos los que «dividen», todos los falsos doctores que se «dejan llevar a la deriva por todas las corrientes ideológicas, a gusto de las gentes que se burlan de los demás y que emplean la astucia para llevarlos al error», estos mantienen a la humanidad en un estado de «infantilismo».

Viviendo en el amor, creceremos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo: de quien todo el cuerpo recibe trabazón y coherencia. Y nada lo detendrá. Pero ¿participo yo en ello?

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3 5 6 30.» semana del tiempo ordinario

Trigésima semana del tiempo ordinario

L U N E S

Efesios 4, 32 a 5, 8

Como en todas las Epístolas de san Pablo, después de un principio de tono dogmático nos encontramos con una parte de cariz más moral, en la que el apóstol da unos consejos prácticos. Entre los consejos, empero, se entre­mezclan grandes elevaciones doctrinales: no puede tra­tarse de una simple moral humana, Cristo está siempre ahí... y El es quien justifica a fondo nuestra conducta respecto a lo que se nos pide.

Que entre vosotros desborde la generosidad y la ternura. Perdonaos unos a otros como Dios os ha perdonado en Cristo.. Las páginas de la semana anterior nos presentaron el misterio de Cristo, el misterio del Cuerpo de Cristo, del que brota inmediatamente una actitud: ¡el amor entre nosotros! Siendo «miembros unos de otros» ¿como podríamos vivir sin mutuo amor? Es algo muy distinto de la simple solidaridad humana o de una ayuda mutua, es una exigencia fundada «en Cristo». Me detengo a mirar desde este ángulo, «mi» propia vida, «mis» relaciones, aquellos con los que vivo habitual-mente...

Sed pues «imitadores de Dios» como hijos muy amados. Jesús había ya dicho: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». (Mateo, 5-45) Imitar a Dios. Esto apunta particularmente al terreno del amor: Dios es amor. «Mi mandamiento es que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado.» (Juan, 15-12)

30.a semana del tiempo ordinario 357

Vivid en el amor, como Cristo. No, esto no es una «moral» en el sentido ordinario del termino. No es una «ley», no es un código de preceptos, no se trata de «permisos ni de prohibiciones». Es Alguien a quien hemos de imitar. De ahí la importancia de la meditación del evangelio: de tener continuamente a Cristo ante nuestros ojos. ¿Qué hacía? ¿Qué pensaba? ¿Cuál era su reacción ante tal situación?

Cristo nos amó y se entregó por nosotros, ofreciendo a Dios el sacrificio que podía agradarle. La Pasión, la Cruz... momento esencial de la vida de Jesús. Momento de amor total e infinito. Tenemos tendencia a olvidarlo... a imitar todo el resto de su vida desviando la mirada del camino de la Cruz. Sin embargo esa actitud esencial de Jesús nos es recor­dada en cada misa: «esto es mi cuerpo entregado». Comulgar con Cristo es comulgar con alguien que «entrega su vida por amor». En la frase de san Pablo distingo el doble amor que llenaba el corazón de Jesús en la cruz: —se entregaba «por nosotros»... —se ofrecía «al Padre» para agradarle... ¡Jesús hablaba de los dos mandamientos que se funden en uno! Y Jesús vivió esta realidad.

Desenfreno... Impureza... Codicia... Groserías... In­moralidades... Son actos que excluyen del reino de Cristo y de Dios. Todo ello va contra la simple moral natural y, eviden­temente y con mayor razón, es un deber del cristiano evitarlo. Vivid como hijos de la luz.

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i5S 30.' semana del tiempo ordinario

M A R T E S

Efesios 5, 21-33

Leeremos hoy una página celebre que se leía en todas las misas de bodas y que suele irritar hoy a las mujeres. Digamos de entrada que san Pablo se encontraba ante una situación de la mujer muy distinta a la nuestra: es evidente que la mujer se encontraba entonces en una situación de inferioridad. Apoyándose en esa dependen­cia legal de la mujer respecto a su marido Pablo sugiere que la Iglesia depende enteramente de Cristo. Si no queremos que el texto nos choque, inútilmente, y a la vez queremos hacer del mismo una lectura fructuosa, la actitud adecuada consiste: 1.° en tomar en sentido estricto todo lo que Pablo dice de Cristo y de la Iglesia. 2.° en conjugar en los dos sentidos todo lo que se dice de la pareja. En la civilización de hoy se está todavía lejos de haber realizado la reciprocidad perfecta, pero se tiende hacia este ideal. 1.° Cristo e Iglesia.

Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. La Iglesia se somete a Cristo. Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin mancha, ni arruga, ni defecto alguno... La quería santa e inmaculada. Cristo cuida con cariño a la Iglesia porque somos miembros de su Cuerpo. En estas frases hay dos imágenes entrelazadas: La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia es la Esposa de Cristo. Cuerpo de Cristo, estamos en unión vital con Jesús. La Iglesia es Jesucristo. Los cristianos son Jesucristo en el mundo. Estamos ante una imagen de inmensa belleza y rica en consecuencias. Pero esta imagen, por sí sola, tendría el inconveniente de no marcar bastante la diferen­cia entre la Iglesia y Cristo. Pablo matiza pues su

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pensamiento diciendo primero que Cristo es «la Cabeza» de ese Cuerpo. No somos «Cristo» por nosotros mismos, sino porque lo recibimos todo de la cabeza. Esposa de Cristo. Esta segunda imagen tiene un sentido análogo: se trata siempre de una unión íntima... pero de una relación entre dos personas distintas. Conviene meditar esta hermosa imagen: ¡Cristo se ha desposado con su Iglesia! se ha vinculado a ella, ha hecho causa común con ella, y nunca se separará de ella... porque la ama. Ha «entregado» su vida por ella, ¡ha muerto por ella para embellecerla! ¡La quiere santa e inmaculada! ¡Cuida de ella! Cristo y la Iglesia son sólo uno, se dan totalmente el uno al otro, para dar a luz al mundo nuevo. Apoyán­dose en el estado social de la época —lo repetimos de nuevo adrede— Pablo insiste en la sumisión de la Iglesia a Cristo, porque el «esposo es la cabeza». 2.° La pareja: marido y mujer.

El hombre se unirá a su mujer y los dos serán uno solo: este misterio es grande... Lo digo pensando en Cristo y en la Iglesia. Está claro que Pablo habla de Cristo y de la Iglesia, pero habla también a los esposos. Les da a Cristo y a la Iglesia como modelo. No existe modelo más alto: la relación conyugal y la sexualidad en la pareja, son promovidos a nivel de «sacramento», de signo de gracia, de vía de santidad. Para evitar toda irritación inútil a las parejas «modernas» y a los encarnizados defensores de la promoción femenina bastaría releer estos textos, pensan­do que en una pareja, desde el punto de vista esencial no se reparten los papeles en dirección única: marido y mujer han de ser fuente de gracia, y de santidad, el uno para el otro.

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•ít,° 30.a semana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Efesios 6, 1-9

Hoy, en los «consejos prácticos» que oiremos, tampoco ha de irritarnos ver a Pablo hacer alusión a un contexto social extremadamente diferente del nuestro: queda claro que Pablo no se pronuncia sobre la legitimidad de la «esclavitud», por ejemplo. Pablo es un realista. Si se comprende a fondo lo que dice en esta página, se verá que aun teniendo en cuenta prudentemente el estado de la sociedad de su tiempo, introduce un cambio radical en las mentalidades y en los corazones... que un día desembo­cará en los cambios de estructuras.

Hijos, escuchad y obedeced a vuestros padres, en el Señor. Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz. En el fondo, esto es bastante moderno. El primer deber: ¡saber «escuchar»! Escuchar es ciertamente la primera condición de la obediencia. Pero, además pone el acento sobre una cierta manera inteligente de obedecer: ¿lo has oído bien? ¿lo has escuchado? ¿has entendido qué es lo que te pido? Yendo más allá, podríamos quizá decir además que escuchar es la primera condición para el diálogo... y, por lo tanto, para el verdadero amor. Enseñar a un niño a saber «escuchar» es hacerlo salir de «sí mismo», es ya «enderezarle hacia otro», es enseñarle el movimiento esencial del amor. ¡Nosotros educadores, aprendamos a escuchar! Niños, aprended a escuchar, ¡es el mayor valor humano!

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadles por una educación inspirada en el Señor. Esto es también muy moderno. Pablo aboga por el respeto al niño: «no les exasperéis... no les irritéis exigiendo menudencias». No, los derechos de los padres no son absolutos. No tienen derecho a tratar a sus hijos

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como animalitos a los que se inquieta hasta exasperarlos. Ni tiranía. Ni dejar pasar. Y aquí rige también el motivo profundo: así como el niño debe «escuchar según el Señor», así también el padre y la madre deben «educar según el Señor».

Esclavos, obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres... Sabiendo que cada cual recibirá del Señor su «salario» sea esclavo o libre. Este texto puede interpretarse en dos sentidos opuestos. Puede verse en él únicamente una invitación a la «sumi­sión». Pero puede verse también una extraordinaria invitación a la «promoción de la dignidad humana». Y hay que tener la convicción, en el fondo de uno mismo, de la radical «igualdad» de todos: esclavos y patrón, puesto que tanto él como yo recibiremos, ¡el «verdadero salario» del Dios que nos juzga a ambos!

Amos, obrad de la misma manera con ellos, dejando las amenazas. Sabéis que el Amo vuestro y el de ellos está en los cielos y que en El no hay acepción de personas. He aquí uno de esos fermentos revolucionarios de gran alcance. «Dios no hace diferencias entre los hombres». Es preciso que algún día, en las leyes y estructuras de la sociedad, los hombres lleguen a encontrar el modo de lograr, de asentar esta igualdad, esta «no-diferencia».

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362 30.a semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Efesios 6, 10-20

Al final de la Carta, Pablo exhorta a los cristianos «al combate espiritual», y a «la oración». Dos consejos siempre válidos.

Hermanos, sacad vuestra energía «del Señor», la encontraréis en la fuerza de su poder. Encontramos con mucha frecuencia esas expresiones familiares a san Pablo: «en el Señor»... «en Cristo». No las leamos rutinariamente. Procuremos renovar nuestra atención en relación al misterio profundo que expresan. Es una fórmula concreta para manifestarnos una vez más la realidad del Cuerpo místico que formamos con Jesús, y la realidad de la gracia divina que nos anima desde el interior. Vivo «en Cristo» como en un «medio divino», decía el Padre Teilhard de Chardin: aquí Pablo nos recomienda extraer energía, fuerza y vigor «de Cristo»..., por lo contrario tan a menudo ¡busco mi fortaleza «en mí mismo»! ¡Señor, en mi debilidad, dame tu fuerza!

Revestios de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra los hombres, sino contra las Fuerzas invisibles y el Poder de las tinieblas que dominan el mundo, los espíritus del Mal que están sobre nosotros. La vida humana no es un bonito juguete que nos entretiene. La vida humana no es un «cómodo sillón» para la siesta. La vida humana es un combate, una lucha. Los modernos hablan de «conflictos» y de «luchas». Pero, para Pablo, la lucha es mucho más profunda de lo que parece según los análisis políticos o simplemente humanos. Se trata de un combate «contra fuerzas espirituales invisibles». En el corazón del mundo existen «más fuerte que nosotros» unas fuerzas que están «por encima de nosotros»... No

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hay que pasarse de listo. Y el peor error sería ignorar esas fuerzas, ¡tratarlas de inofensivas o de inexistentes! Esta es, a menudo, la actitud del hombre moderno. Quizá por esto queda con frecuencia vencido por lo que él llama «fuerzas subterráneas... movimientos incontrolables... influencias imprevisibles». Droga, Violencia, Polución. Dificultades diversas para dominar la era postindustrial, la urbanización galopante... etc.. Se requiere una llamada a la energía, al compromiso del esfuerzo total.

El cinturón de la Verdad... La coraza de la Justicia... Las sandalias del Celo por el Evangelio de la paz... El escudo de la Fe... El yelmo de la salvación... La espada del Espíritu... o sea la Palabra de Dios. Pablo está encarcelado. Un soldado romano monta la guardia a su puerta. Lejos de lamentarse de su suerte, Pablo se distrae describiendo la armadura de los soldados de Cristo. Si el cristiano se adhiere a la fe de Cristo no ha de temer, saldrá victorioso de las «fuerzas del Mal». La panoplia completa que Pablo describe no va contra adversarios de carne y hueso, sino que permite afrontar las «fuerzas ocultas» de orden espiritual. Danos, Señor, esta fuerza.

Que en toda circunstancia, el Espíritu os mueva a orar y a suplicar. Permaneced despiertos a fin de perseverar en la oración. La «oración» no es mencionada entre las armas, pero entra en el mismo contexto de la batalla: es preciso velar, dice Pablo. La oración está aquí concebida como fuente de energía, como fuerza para el combate, como «doping» que da nuevo empuje. Hay que mantenerse en pie, per­manecer despierto. En este sentido, lejos de ser un refugio para personas débiles, lejos de oponerse a la acción, la oración es el secreto de la fuerza de los hombres dinámicos.

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364 30.a semana del tiempo ordinario

V I E R N E S

Filipenses 1, 1-11

Comenzamos hoy la lectura continua de la Epístola a los Filipenses. Es la más personal de las cartas de san Pablo, la de tono más confidencial. La Iglesia de Filipos, la pri­mera de las «comunidades» nacidas en el continente —después de Asia Menor, la primera ciudad evangeli­zada de lo que será más tarde Europa— era donde san Pablo se encontraba más a gusto.

Nosotros, Pablo y Timoteo, servidores de Cristo Jesús... Aquí, Pablo, no se da el título habitual de «apóstol», sino el de «servidor», —esclavo de Cristo en griego—: adivi­namos en esta palabra todo lo que comporta de abnega­ción total, de pertenencia absoluta, de servicio concreto, de vida entregada hasta el fin.

Doy gracias a Dios cada vez que pienso en vosotros y, cada vez que ruego por vosotros, es siempre con alegría. El tono de toda la Epístola es: la acción de gracias... la alegría... ¿Suelo orar de este modo por los que amo, por los que están a mi cargo o bajo mi responsabilidad, por los conocidos?

A causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día... Y convencido de que quien inició en vosotros «su obra» la irá consumando hasta el final de la misma... Precisión de las perspectivas teologales y humanas: —los filipenses han trabajado por el Evangelio— pero era Dios quien hacía «su obra» en ellos... Intima colaboración de la libertad y de la gracia, Dios y nosotros. Ni Dios sin nosotros. Ni nosotros sin Dios. Todavía HOY está Dios trabajando en nuestro mundo, en mi vida. ¿Trato habitualmente de meditar lo que Dios «está

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haciendo» en este momento... para incorporarme a El y para colaborar con El? ¿Estoy persuadido, como Pablo de que Dios conducirá su obra «hasta el final»? Optimismo fundamental. Alegre certeza.

Yo os llevo en mi corazón, partícipes como sois de mi gracia, tanto en mi cautividad como en la defensa y consolidación del Evangelio, pues testigo me es Dios de cuanto os quiero «en la ternura del corazón de Cristo Jesús». Hemos destacado ya esa fórmula de Pablo. Tiene la impresión de ser suplantado desde el interior: no es él, el pobre Pablo quien ama... «es la ternura del corazón de Cristo» la que habita en él y la que ama a los hombres a través de él. Pablo puede morir de un momento a otro. Está prisionero y no sabe como acabará su proceso. Sin embargo exulta de gozo y de ternura. Ayúdanos, Pablo, a no apesadumbrarnos por nuestras propias miserias.

En mi oración pido que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y discerni­miento con que podáis aquilatar lo más importante. Es el amor lo que hace progresar el «conocimiento». La oración de Pablo es de gran calidad. Su objeto es completamente espiritual: pide a Dios que aquellos a quienes ama «progresen por el amor, en el discernimiento de lo que es más importante...»

A fin, dice, que caminen sin tropiezos hacia el día de Cristo y que tengan en plenitud la santidad obtenida gracias a Jesucristo para gloria y alabanza de Dios.

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366 30.a semana del tiempo ordinario

S Á B A D O

Filipenses 1, 18-26

Hermanos: Cristo es anunciado; esto me alegra y seguirá alegrándome. No seré confundido en modo alguno, antes bien estoy completamente seguro, hoy como siempre que Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte. Cuando esto escribía, Pablo estaba en la cárcel. Perse­guido por el odio de los judaizantes, fue arrestado y conducido a Roma, es un cautivo vigilado. Pero, esta circunstancia, lejos de entorpecer la difusión del Evange­lio, resultó ser a favor del Evangelio. De hecho, en Roma, algunos años más tarde habrá cristianos en el Pretorio —la Guardia nacional—, y en el palacio del Emperador. También en nuestras vidas hay circunstancias que senti­mos como «contrarias», Dios puede aprovecharlas a pesar de todo. Me detengo a considerar en la vida de HOY lo que podría ser obstáculo, contrariedad en mi vida, en la vida del mundo y de la Iglesia. ¡Señor, haz que todo termine bien!

En efecto, para mí, vivir es Cristo. Dejo resonar en mí esta fórmula algo abrupta. Pablo es un apasionado de Cristo. Todo lo que abarca esta palabra «vivir»... es Cristo para Pablo... Cuando puede morir de un momento a otro Pablo exulta en el gozo: su gozo y su alegría es vivir en una comunión profunda y continua con Jesús. Su alegría no proviene de una situación confortable ni de razones humanas. ¿En cuanto a mí?... ¿De dónde proceden mis alegrías? ¿Cuál es la fuente de mi alegría?

Y morir, una ganancia... De una parte deseo partir y «estar en Cristo», lo cual es ciertamente lo mejor. Es así como Pablo considera la muerte: un momento de

30.a semana del tiempo ordinario 367

felicidad y de alegría... el encuentro definitivo con Jesús, el cara a cara con aquél a quien ha entregado su vida... la entrada en el gozo de Cristo. Para Pablo, la muerte no rompe la comunión que tiene aquí abajo con Jesús: la camaradería divina continúa y se acentúa. A ese nivel de fe, vivir o morir es indiferente... ¡Pablo es total y radicalmente libre! Danos, Señor, esas íntimas certidumbres.

Pero si viviendo en este mundo, alcanzo a hacer un trabajo útil, no sé qué escoger. Me siento apremiado por ambas partes... Para vosotros, quedarme en este mundo es más necesario... Si ir a ver a Cristo sería preferible para él. Pero, pensando en sus fieles queridos escoge quedarse trabajando, sirviendo a sus hermanos. ¡Servir a mis hermanos! ¿Cómo puedo hacerlo, HOY? ¡Hacer un trabajo útil! es una razón suficiente para Pablo, para renunciar a ese encuentro íntimo con Jesús que la muerte le proporcionaría. Reflexiono sobre mi trabajo de HOY. ¿Le doy esa misma importancia, según la mirada de Dios?

Permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe. Progresar. Tener la alegría de la fe. Señor, da a todos los cristianos ese dinamismo. Concede a tu Iglesia ese dinamismo de progreso y de alegría.

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368 31.a semana del tiempo ordinario

Trigésima primera semana del tiempo ordinario

L U N E S

Filipenses 2, 1-4

La comunidad cristiana de Filipos debió de sentirse agitada por disensiones de grupos opuestos.

Si es verdad que «en Cristo» nos reconfortamos los unos a los otros... El pensamiento de Cristo permanece presente. Es la única y constante referencia de Pablo. Usa la fórmula «en Cristo» a propósito de todo. En Cristo se encuentra un inmenso consuelo. Reconforta, Señor Jesús, a los que sufren... Te nombro a algunos de ellos... Sé también, Señor mi consuelo... te manifiesto mis preocupaciones del momento presente... Y ayúdame, hoy, a ejercer ese ministerio de aliento y consuelo mutuos, con los que se cruzarán en mi camino.

Si hay persuasión de amor, si se está en comunión «en el Espíritu»... La fuente profunda de consuelo y de unidad, de la que hablará Pablo, se encuentra en la Trinidad: hay en el fondo de nosotros «tres Personas que no son más que uno»... si estamos en comunión con Ellas, ¿cómo podre­mos estar divididos entre nosotros? Por el contrario, hay que animarnos y alentarnos en el amor. Padre, Hijo y Espíritu, vosotros que vivís en el amor, hacednos vivir como vosotros.

Si existe entre vosotros una ternura entrañable, enton­ces colmaréis mi alegría... El talante de Pablo no es sombrío ni triste. Para él, la cautividad, el sufrimiento, el combate de cada día, se viven en la alegría. Y tiene la sencillez de pedir a sus fieles de Filipos, que completen... esta alegría que él posee ya. «Dar alegría» a los que encontraré hoy...

31.a semana del tiempo ordinario 369

«Pedir alegría» a los que encontraré hoy. ¡Cuan atrayente sería la vida cristiana si mantuviera constantemente esa actitud!

Andad de acuerdo, teniendo un amor recíproco y un interés unánime por la unidad. Si hay que «buscarla», ¡es que no está hecha! Me detengo a detectar, en mis propias relaciones y responsabilidades, todas las rupturas de unidad y tam­bién, todas las veces, que ha faltado el diálogo... Y la unidad no es un sueño... es una exigencia muy concreta que se ventila a nivel de las conductas más corrientes; san Pablo evoca unas actitudes del orden del pensamiento: « «estar de acuerdo», la misma manera de ver... de la afectividad... «un amor recíproco» de la acción... «las mismas actitudes». Donde sea que yo viva, ayúdame, Señor a ser un artífice de unidad.

Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad considerando que los demás son superiores a vosotros. Con mucho realismo, Pablo sugiere que la «humildad» es la condición esencial de la unidad: no creerse superior a los demás, no dar demasiada importancia a las propias ideas, ser capaz de cambiar de opinión admitiendo los puntos de vista de los demás, reconocer que los otros tienen razón. He ahí una especie de secreto de la felicidad. Las tres cuartas partes de nuestras dificultades de «relación» provienen de que hacemos comparaciones: tendríamos que llegar a regocijarnos de los éxitos ajenos, de la superioridad de los demás.

Busque cada cual no su propio interés, sino el de los demás. Para dar una base a esos consejos familiares, pero de una importancia excepcional, Pablo continuará mañana su gran vuelo dogmático.

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370 31.a semana del tiempo ordinario

MARTES

Filipenses 2, 5-11

Lo que Pablo propone a los cristianos de Filipos, es mucho más que un ideal humano de «buena armonía», es mucho más que «ceder para que haya paz»... La búsqueda de la unidad por la humildad, es mucho más que una exhortación moral al uso entre los soñadores de «comunidades unidas»...

Es lo que Jesús ha hecho. He ahí la manera de vivir «en Cristo», el cual, siendo de condición divina, no quiso reivindicar su igualdad con Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hom­bres... Vosotros, miembros de la comunidad que es la Iglesia, trataos unos a otros como miembros de Cristo... recor­daos que sois miembros de Aquel que, siendo de condi­ción divina, se humilló, se despojó, se anonadó... sin reivindicar la superioridad divina a la cual estrictamente tenía derecho. En esa frase, se encuentra, a la vez: —la Gloria divina de Jesús, la afirmación de su «pre­existencia» divina... —la encarnación de Jesús, la afirmación que, por su humanidad, ha renunciado a todas las prerrogativas de gloria y de honor, que pertenecían de derecho a su condición de Hijo eterno de Dios. El término griego es además mucho más fuerte que el término «servidor»: se trata de la palabra «doulos», ¡que significa «esclavo»! Jesús ha querido ser un hombre «como nosotros» un hombre de condición humilde... y sobre todo quiso ser un «hombre sumiso», un «hombre obediente», un hombre totalmente «dependiente de la voluntad de otro». Todo esto está contenido en la palabra «imagen del servidor».

31." semana del tiempo ordinario 371

Apareciendo, en su porte, un hombre como los demás, se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Esta humillación, esta obediencia del Hijo de Dios han sido siempre meditadas con predilección por los santos de todos los tiempos. «Hay servicio» y «servicio», escribe el Padre de Grandmaison: el servicio vistoso, recompen­sado, glorioso, brillante... y el servicio humilde, penoso, duro, servil, perseverante: el de un apuesto soldado y el de un esclavo... Tal fue el servicio de Cristo. Hay que entrar en este espíritu cuando se quiere servir seriamente a Dios y revestirse de Jesucristo. De otro modo es hacer comedia. Ayúdame, Señor, a mirar de veras mi vida desde ese ángulo. ¿Cómo nos ha rescatado Cristo? Por la libre aceptación de las insondables disposiciones de Dios; por la acepta­ción del carácter rudo, inflexible, oneroso de la vida humana; por la obediencia a su «condición humana» que incluye la mortalidad. Aceptar la condición de hombre incluida la muerte que anida en su seno y hacia la cual se dirige día a día, viendo en ella una insondable disposición divina provinente del amor del Padre. «Salvarse» es seguir las huellas de Cristo y, contando con su gracia, adoptar su misma actitud.

Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre; para que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble, y toda lengua proclame que «Jesucristo es Señor» para gloria de Dios Padre. Descendido de las alturas de la gloria divina donde preexistía... Hasta el fondo de la humillación y de la muerte... ¡Jesús está ahora en la cumbre de la exaltación! Tiene derecho a esas dos prerrogativas divinas: la genu­flexión y la aclamación. En todos nuestros «credo» repetimos este himno de san Pablo. Pero, sobre todo debemos vivirlo en el hondón mismo de nuestra existencia. ¿Cómo he de hacerlo yo?

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372 31.* semana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Filipenses 2, 12-18

Pablo nos ha mostrado que Cristo entró en la gloria porque consintió hasta el final en su condición de hombre, por obediencia al Padre. Esta es también la única vía de salvación para nosotros.

Amados míos, vosotros que habéis «obedecido» siem­pre, trabajad con temor de Dios y con temblor, por vuestra salvación. ¡Llegar a ser servidor, esclavo de Dios: obedecer, trabajar con temblor! Pablo no anda con rodeos. De hecho, después de haber contemplado la actitud de Jesús, no sería fácil ni cómodo presentar un evangelio de Jesús recortado y endulcorado. ¡Vivir el peso de los días! ¡Servir! ¡Aceptar a Dios a través de los detalles de la monotonía cotidiana! «Las pequeñas circunstancias son "unos superiores" fieles: no nos dejan un momento, y los "sí" que hemos de decirles se suceden sin interrupción. Cuando se las acepta, sin resistencia, se encuentra uno maravillosa­mente liberado de sí mismo...» (Madeleine Delbrél)

Pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, porque quiere vuestro bien. Dios está ahí y no le vemos. Suena el teléfono. Llaman a la puerta. Un niño llora. He recibido una carta. Se me ha pedido tal cosa. En el fondo de todo, los ojos de la Fe nos dejan ver otra realidad invisible: la Presencia de Dios, la Acción de Dios. Dios no permanece inactivo. Dios no es un ser lejano. Está aquí, donde estoy, donde actúo. ¿Qué hace? Suscita y produce en nosotros el "querer" y el "obrar". La acción de Dios se sitúa al nivel más profundo, el de nuestra libertad: actúa sobre la fuente misma de nuestros

31.a semana del tiempo ordinario 373

actos. Transforma nuestras pobres acciones en «quereres decisivos». Es verdad, Señor, soy débil. Tengo buenas intenciones, pero soy a menudo incapaz de «realizarlas»: ¡Ven y actúa en mi voluntad!

Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones... Como hijos de Dios, irreprochables y sin tacha, en medio de una generación desviada y perversa... Brillad como «focos de luz» presentando a ese mundo la Palabra de vida... Sólo Tú Señor, puedes concedernos que obremos como hijos tuyos, honrándote como un hijo honra a su padre. «No murmurar contra Dios...» «No recriminar...» Sí, esto sería lo ideal, sería una actitud verdaderamente filial y amorosa. «Brillar como un foco de luz....» ¿Es luz lo que emana, cada día, de mi vida? «Presentar al mundo la Palabra de vida...» «¿Habla de Dios, mi vida?, ¿habla de la Vida?»

En el día de Cristo... Mi carrera y mi fatiga no habrán sido en vano. Pablo vive en la espera de «ese día». ¿Y yo?

Y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegro y me congratulo... De igual manera, tam­bién vosotros debéis alegraros y congratularos con­migo. Pablo está en la cárcel. Ve próxima su muerte. Efectiva­mente, le cortarán la cabeza a las puertas de Roma. Pero está alegre. Su sacrificio es una comunión con Jesús, una imitación de Jesús: esto le llena de gozo. ¿Por qué punto mi vida está algo unida «al sacrificio de Jesús»? ¿Puedo decir, como san Pablo que me regocijo de mis responsabilidades y de mis cargas más pesadas?

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374 31.a semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Filipenses 3, 3-8

Los que encarcelan a Pablo y quieren su condena y muerte, son judaizantes de antigua observancia, que se glorian de unas ventajas humanas innegables que tienen ciertos privilegiados por el hecho de pertenecer a un origen favorecido. Pablo se atreve a decir a sus adver­sarios que, si quisiera, podría el también hacer prevalecer sus «títulos»...

Recibí la circuncisión... Soy de la raza de Israel... Hebreo, hijo de hebreo. Fariseo... Había llegado a ser irreprochable... ¡Tendría razones para poner mi con­fianza en esas cualidades humanas! ¿Ño tengo yo tendencia a apoyarme también en ese tipo de cosas? El hecho de pertenecer a una «familia bien», de haber recibido una buena educación... O bien, a la inversa, el orgullo de formar parte de «grupos avanza­dos», comprometidos... con ese desprecio profundo que se siente a veces por todos los que no piensan «como nosotros»... Examino un momento mis adhesiones, en los grupos a los cuales me siento unido. ¿Es que no corro el riesgo de que éstos ocupen el lugar de Cristo?

Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida, a causa de Cristo. La conversión de Pablo fue el paso de una religión basada en medios humanos, a una religión basada en el encuentro personal con Jesucristo. Antes, como todos los fariseos, Pablo trataba de vivir «irreprochablemente», y por ello se apoyaba en «títulos», en «pertenencias» a grupos. Todas esas «ventajas humanas» le parecieron después «irrisorias». En el texto griego auténtico el término es mucho más fuerte: «en ellas no veo ya más que "basu­ra", "cosas de desecho", "inmundicias"». Y el término latino en la traducción de san Jerónimo, es «stercora», ¡que significa «estercolero»!

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Osemos pues pensar con san Pablo «que todas las ventajas humanas», todos los bienes de este mundo, cuando se toman como un absoluto, cuando uno se apoya exclusivamente en ellos, independientemente de Cristo, no valen más que el contenido de un cubo de la basura.

Considero todo esto como una «pérdida» ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor... ¿Qué pretende pues Pablo, al rehusar tan violentamente las «ventajas» humanas? Para él, como para los que ama, no hay más que un único bien: «conocer a Cristo»... no ante todo en palabras o en fórmulas, sino en un «encuen­tro personal». Todo lo restante es irrisorio. Para Pablo, los valores de este mundo son inútiles en orden a la salvación esencial: e incluso llegan a ser obstáculos, de los que hay que desprenderse para «ganar a Cristo». En el mundo moderno, aceptamos mal, en general, esas condenas radicales de san Pablo. Sin embargo hay que escucharlas. De otra parte, en la pluma de san Pablo, lo primero no es el desprecio del mundo, es la «elección positiva» que justifica los rechazos: «¡escogí perderlo todo... para conocer a Jesucristo!» ¡Señor, abre mi ser a tu influencia! ¡Señor Jesucristo, haz que te conozca! «Conocer» a Jesús: llegar a ser suyo, no hacer sino uno, preferir revivir sus misterios, compartir su suerte. ¡Danos, Señor, esa pasión amorosa de Ti, que arde en el corazón de san Pablo!

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VIERNES

Filipenses 3, 17 a 4, 1

Hermanos, sed imitadores míos y fíjaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros. Esta es también una fórmula que hoy nos choca. Sin embargo es pronunciada sin orgullo. Toma de nuevo una fórmula de Jesús: «se coloca la lámpara sobre el lampa­dario... a fin que los hombres vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos...» Dar ejemplo. Tratar de ser un modelo para los demás. Irradiar. No vivir para sí. Atraer.

Porque os lo dije a menudo y ahora lo repito llorando: muchos viven como «enemigos de la cruz de Cristo». Van a la perdición. Su Dios es el vientre... El objetivo de su vida es terreno. La condena, aquí también, es vigorosa. «Su Dios es el vientre.» Cuan frecuente hoy, como en tiempo de san Pablo, nos dejamos acaparar por las «cosas de la tierra», por todo lo que nos impide ver más lejos y más alto: entonces, estamos faltos ya de horizonte... nuestro obje­tivo es terreno... nuestra existencia corre el riesgo de concentrarse en sí misma. El «vientre» es una imagen que representa todo lo que, siendo perecedero, ocupa demasiado lugar en la vida, todo lo que «achata la existencia» reduciéndola a un horizonte demasiado restringido, desprovisto de más elevadas aspiraciones. Se trata tanto de comidas dema­siado copiosas y refinadas, como de placeres sexuales no controlados... pero se trata también de nuestros egoísmos perezosos, y de esa búsqueda del confort tranquilo y comodón que nos hace olvidar a los demás... Antes de aplicar estos textos a los otros miro hasta que punto estoy yo apegado a ellos. ¿Cuál es mi objetivo?

Pero nosotros somos «ciudadanos del cielo»; y es a este título que esperamos como salvador al Señor Jesús...

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Oponiéndose a esas perspectivas demasiado pequeñas porque se reducen a la tierra, Pablo propone «esperar la Venida del Señor». Jesús es «el que viene». Nuestra vida es una larga marcha. Nuestro fin es grandioso, es infinito. Nuestro fin es Dios... No hay que detenerse antes: por lo tanto decimos que nuestro horizonte es inmenso... ¡somos ciudadanos «del cielo»! Nuestra patria está en el cielo. Aquí abajo estamos «de paso». Nuestra vida, ya empeza­da, se acaba allá arriba. ¿Me es familiar esta perspectiva?

Esperamos al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene sobre todas las cosas. ¡Para esto hemos sido hechos! No, no hay en estas palabras ningún «desprecio» del cuerpo ni «del mundo». Por el contrario, es una visión más completa del cuerpo y del «mundo»: las enfermeda­des y limitaciones de nuestra «pobre» carne —que constatamos más cuando nos vamos acercando a la muerte, pero que existen desde la juventud— son sólo temporales. De hecho, nuestros cuerpos están destinados a la resurrección, «¡a imagen de su Cuerpo glorioso!». Gracias, Señor, gracias. Amo absoluto de la materia, Jesús tiene «poder» de dominarlo todo y de comunicar­nos su vida. ¿Tengo, de veras, esta esperanza? Y además ¿empiezo ya HOY a orientar según ella mi existencia, mi manera de apreciarlo todo?

Así, hermanos míos queridos, que sois mi gozo, manteneos firmes en el Señor. Ninguna tristeza. Puesto que el Señor hace al hombre más hombre, puesto que vamos hacia aquello que nos ha prometido y donde El está ya, ¿porqué estaríamos tristes? Tenemos que anunciar y vivir una gozosa noticia: ¡Cristo viene a instaurar en el hombre una fiesta eterna!

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SÁBADO

Filipenses 4, 10-19

Hermanos, me alegré mucho en el Señor de que pudierais expresar de nuevo vuestro interés por mí. Pablo recibió un «paquete de prisionero»: sus fíeles de Filipos le enviaron ayuda. Está contento. Y les da las gracias. Pero sabe también salvaguardar su independen­cia apostólica.

No lo digo movido por la necesidad, pues he apren­dido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado... Estar saciado y pasar hambre... Vivir en la abundancia y falto de todo... En efecto, ¡es libre! El dinero recibido de sus fieles no le hará desviarse de lo que tiene que decir. Y hace notar que hubiera podido muy bien pasar sin sus limosnas. El afecto a Cristo lleva a ese hermoso equilibrio: ¡es feliz en cualquier situación! Cuando está «en la abundancia» lo agradece y da las gracias... Cuando, «en la privación», no se queja... ¡Cristo le basta! ¡He ahí un verdadero secreto de felicidad! Ah, si llegára­mos también nosotros a tomar la vida tal como se presenta... a saber apreciar las cosas buenas cuando las tenemos —sin exceso para no apegarnos a ellas—; pero también a saber aceptar las privaciones, ¡cuando todo «falta»! De otra parte, esto es fácil de decir pero no deja de ser un ideal. San Pablo, hombre libre, ruega por nosotros.

Todo lo puedo en «aquél que me conforta». Y otra vez Jesús. Está por doquier. Basta a todo. Es la razón de su libertad total. «Aquél que me conforta»: una definición más de Jesús, ¡en la pluma de san Pablo! Sin embargo, Pablo se sabía débil. Escribía a los Roma­nos: «no hago el bien que quisiera» (Romanos, 7-19); y aquí escribe que «lo puede todo». ¡Qué audacia! Pero no

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es por su propia fuerza, sino por «Aquel que lo conforta». Danos, Señor, esta visión serena y lúcida: haz que aceptemos nuestras alegrías y nuestras penas con este equilibrio, sencillamente, como algo natural... y con la certidumbre que sabrás «confortarnos» cuando llegue el momento de «soportar» pesos demasiado pesados, opre­siones humanamente insoportables. Si me encuentro así, ahora, ayúdame, Señor, según tu promesa. Si no lo estoy, te lo agradezco y ruego por los que están: los oprimidos... los que sufren... los desesperados... «Después de la Cena, por última vez, se ofreció como víctima al "lagar" de la cruz...» El «lagar» que del racimo dorado hace el vino del sacrificio, está siempre a punto.

Nado en la abundancia después de haber recibido lo que me habéis enviado, como suave aroma, «sacrifi­cio» que Dios acepta con agrado. Y mi Dios proveerá con magnificencia a todas vuestras necesidades con­forme a su riqueza en Cristo Jesús. Sirviendo a nuestros hermanos, los hombres, satisfacien­do en algo sus necesidades, incluso las más materiales, «¡ofrecemos un culto a Dios!» Y esto vale, no sólo por la ofrenda en dinero, sino por cualquier servicio realizado, por cualquier compromiso aceptado. Ninguna acción generosa, incluso la más material, como transmitir de mano en mano un «pliego de billetes», es «ajena a Dios». Pablo lo interpreta todo «en Cristo». Nada es indiferente a Dios. Tenemos «una cuenta abierta» en el banco de Dios, donde se inscriben todas nuestras acciones movi­das por el amor. Nuestra vida terrestre tiene un valor... infinito.

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Trigésima segunda semana del tiempo ordinario

L U N E S

Tito 1, 1-9

Tito era un discípulo de san Pablo, que recibió el encargo de ser responsable de la comunidad de Creta, la gran isla del Mediterráneo. Misión difícil en una época en la que la Iglesia se organiza e inventa sus estructuras esenciales.

Yo Pablo, siervo de Dios... Su único título humano: servidor... Me dejo llevar por esta sencilla imagen. ¿Qué representa para mí? Humildad, competencia, desvelo, estar a la escucha...

Apóstol de Jesucristo... Apóstol significa «enviado». Es también una imagen de dependencia, de humildad: el enviado de alguien no habla en su propio nombre, es el enviado de otro. ¿Me preocupo de mi conformidad y autenticidad a Jesucristo?

Para llevar a los escogidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento religioso de la verdad. Se ha dicho que era la mejor definición del apostolado. Llevo esta frase a la oración, pensando en los que están a mi cargo. No puedo darles la fe... debo tratar de «conducir hacia...» Aquí también, ¡modestia!

Apoyado en la esperanza de la vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios, que no miente... Repito una y otra vez esta fórmula. Dejo que cada palabra penetre en mí.

Si te he dejado en Creta es para que acabaras de

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organizar todo lo que faltaba, y establecieras «presbí­teros» en cada ciudad. Se ha tenido, a veces, tendencia a idealizar a los «primeros cristianos», como si hubiesen vivido en un mundo ideal y aureolado de todas las cualidades. Este romanticismo no se sostiene ante la historia: la Iglesia no ha estado nunca exenta de los problemas concretos que supone todo grupo humano. Desde el comienzo fueron precisos unos «organizadores». Y nada pasaba sin difi­cultades. Tito es el encargado de nombrar a unos «responsables», sin duda de los «colegios de Ancianos», como los había en las sinagogas judías: Tito escoge a los que le parecen más aptos para animar el grupo... hombres maduros, de cierta edad, hombres con experiencia. Los historiadores discuten para saber si son verdaderos «sacerdotes»; en todo caso se ocupan de algunas funcio­nes y de su nombre «presbyteroi» = ancianos procede el de preste y presbítero. Ruego por todos los que tienen responsabilidades en la Iglesia de hoy.

¿Sus cualidades? Que sean irreprochables... Que tengan un buen equilibrio personal... Un amor conyu­gal ejemplar... Una buena gestión familiar... El senti­do de la hospitalidad. Si Pablo entra en todos esos detalles es que debió de haber dificultades en todos esos puntos. Prueba también que un sacerdote no proclama el evangelio solamente ni ante todo por sus «palabras» o sus «sermones»... sino en primer lugar por toda su vida. Lo que también es verdad para todos: laicos, religiosas, sacerdotes.

Intendente de la casa de Dios... Adicto a la doctrina auténtica, conforme a la enseñan­za recibida así será capaz de exhortar según la sana doctrina y de rebatir a los adversarios... He ahí las dos misiones del «responsable» de la comuni­dad: gobernar como un «buen intendente» —éste era el término que usaba Jesús—... y enseñar.

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382 32." semana del tiempo ordinario

MARTES

Tito 2, 1-8; 11-14

Vosotros los hombres de edad... Vosotras las mujeres de edad... Vosotros los jóvenes... Cada uno recibe el evangelio según su estado, su situa­ción y su edad. No hay que copiarse los unos a los otros. Cada uno tiene un papel diferente según sus posibili­dades. Según mi situación, ¿qué papel debo cumplir yo?

Sobriedad... Dignidad... Ponderación... Fortaleza en la fe... Caridad... Perseverancia... Gente de buen consejo... Sensatez... Buenas amas de casa... Los consejos dados son muy «humanos»: se trata de virtudes naturales. La cualidad más recomendada a todas las categorías es ¡la «ponderación»! ¡Los cretenses de­bían de ser algo fogosos!

Muéstrate dechado de buenas obras y conducta inta­chable... Para que el adversario se avergüence no teniendo nada malo que decir de nosotros. Todavía HOY, es lo primero que nos exigen los no creyentes. Que los cristianos den prueba de lo que «dicen», en primer lugar ¡viviendo los valores esenciales de la simple humanidad! ¡Perdón, Señor, por dar tan a menudo, una mala imagen de Ti!

Porque la gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres. Por ella aprendemos a rechazar el pecado y las pasiones. Hasta aquí se podría pensar que se trata de un buen curso de moral griega elemental: san Pablo predicaba simple­mente un buen humanismo... no embriagarse, amar a su mujer o a su marido, llevar bien el cuidado de la casa, tener buena conducta... Pero, todo esto es obra de Dios: la gracia, el don gratuito de Dios está ahí. En el fondo, Dios

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quiere, en primer lugar ¡que seamos hombres cabales! Y, para ello, nos da su gracia.

Para vivir en el mundo presente con sensatez, justicia, piedad... ¡Qué modestia en todo esto! ¿Soy «sensato»? ¿Soy «justo»? ¿Soy «piadoso»? Pienso en lo que esto puede significar para mí, como comporta­mientos concretos.

Aguardando la dicha que esperamos y la Manifesta­ción de la gloria de Jesucristo, nuestro gran Dios y Salvador. ¡He ahí el «sentido»! Es el carácter específico del cristiano: hombre como todos los demás, invitado a vivir los mismos valores que sus contemporáneos, «sabe a donde va», está orientado, su conducta tiene un Sentido, un objetivo final. Y, para Pablo, ese objetivo del hombre, que justifica y polariza todos sus esfuerzos, es el encuentro de Jesucristo. «Aguardad la dicha». «Cuando Jesucristo se manifestará.» ¿Voy yo hacia allá?

Porque se entregó por nosotros para rescatarnos de todas nuestras faltas, y purificarnos para hacer de nosotros un pueblo elegido, entregado a hacer el bien. Toda la «bondad» del mundo dimana de su sacrificio. Todo el «bien» que se hace en el mundo proviene del don de sí mismo que nos ha sido hecho. ¡Señor Jesús, purifícanos! ¡Señor Jesús, haz que seamos «entregados» en la práctica del bien! ¿Qué «bien» podré hacer HOY con ardor y entrega? Dame, Señor, mucho entusiasmo, mucho ardor: haz de mí un apasionado de Ti.

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384 32.* semana del tiempo ordinario

MIÉRCOLES

Tito 3, 1-7

A través de las Epístolas Pastorales —a Timoteo y a Tito— vemos como Pablo instituye una jerarquía en la Iglesia: unos «episcopes», unos «presbyteros», y unos «diakonos». Son los encargados de administrar las «iglesias locales» y cuya misión esencial es la de enseñar: deben enseñar la «buena doctrina», una doctrina que lleve a unas actitudes prácticas. Escuchemos a san Pablo.

Hijo muy querido, recuerda a los fíeles que deben vivir sumisos a los dirigentes, a las autoridades, obede­cerles... Sucede a veces que se ha presentado a los primeros cristianos como a unos revolucionarios empeñados en socavar las instituciones del Imperio romano. De hecho, una verdadera revolución interior está en marcha, una renovación de la sociedad antigua...; pero esto se hará por la renovación de las mentalidades y no por la «toma del poder», o por actuaciones de carácter político. Pablo, y ninguno de los demás apóstoles no cayeron nunca en la trampa que el mundo tiende a la Iglesia... de todo tiempo... para conducirla a un terreno estrictamente humano —una sociedad como tantas otras, un grupo de presión como los otros «partidos» de la sociedad—.Jesús había ya resistido a esa misma tentación: «dad al César lo que es del César.» Pablo, en una fórmula equivalente, dice que hay que respetar los poderes de la sociedad civil.

Estar disponibles para cualquier buena acción... Para Pablo, el Estado es el encargado del «bien común». Y los cristianos han de ser, en el mundo, unos ciudadanos ejemplares: estar dispuestos a toda buena acción. Fórmula admirable. ¿Cómo podríamos ser testigos del «amor de Dios a los nombres» a la vez que les despreciamos o nos distan-

32. * semana del tiempo ordinario 385

ciamos, rehusando participar en los actos colectivos que nuestros hermanos organizan? En nuestros barrios, en nuestras empresas, en las escuelas, en las asociaciones de toda clase... ¿están los cristianos «disponibles»?

No injuriar a nadie, no ser discutidores, sino benévo­los, mostrándonos amables con todos los hombres... Pablo invita a Tito a recordar continuamente esas cosas a los fieles: que los cristianos sean y se muestren buenos y conciliadores respecto de los no cristianos... —y también entre ellos, ¿por qué no?— ¡Señor, si esto fuera verdad! ¡Señor, concédenos esta gracia! Los cristianos: seres «bienhechores»...

seres «benévolos»... ¿Cómo traduciríamos, HOY, esos términos? Por... Servi­ciales. Generosos. Atentos. Afables. Obligados. Com­prometidos en el servicio de los demás. Complacientes, amables. Según nuestro temperamento y nuestro medio social estas palabras son «atrayentes» o «repelentes». Lo que cuenta es la actitud que suponen. Y, en cualquier gru­po humano, nadie se engaña.

Pues también nosotros fuimos, en algún tiempo, insensatos, desobedientes, aborrecibles... Pero, cuan­do se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor a los hombres, El nos salvó. No por actos meritorios nuestros, sino según su misericordia. Por el agua del bautismo nos regeneró, y nos renovó en el Espíritu Santo. La gracia —la acción de Dios—, significada y otorgada en particular por el bautismo, se halla en el origen de nuestra regeneración interior, el cristiano, que era un hombre como todos, viene a ser un «ser nuevo»... El compromiso del cristiano en el mundo es una exigencia de su bautismo.

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JUEVES

Epístola a Filemón 7, 20

Veremos aquí un ejemplo característico de como el evangelio se inserta en las mentalidades para renovar de arriba abajo la «sociedad»: —Pablo aparentemente no se mete en las relaciones jurídicas previstas por el «derecho civil» de su tiempo y por las costumbres que regulan las relaciones entre amo y esclavo... —Pero, de hecho, a la demanda de Pablo, Filemón —el amo— es invitado a tratar a Onésimo —el esclavo— como a su hermano, al servicio de un único Amo... He ahí el «hecho vivido» en relación con el cual Pablo desea que se haga una revisión de vida: un esclavo se escapó de la casa de su amo... según la ley romana, era reo de muerte... lleno de miedo el esclavo va a refugiarse en casa de Pablo... Pablo escribe al amo para pedirle que «tenga a bien recibir» a su esclavo fugitivo.

Aunque tengo en Cristo suficiente libertad para man­darte lo que conviene, prefiero invocar la caridad y rogarte, yo, este Pablo ya anciano y además ahora preso por Cristo Jesús. Pablo pone en juego todo el peso de su amistad. El se compromete, pero no quiere forzar la mano ni imponer­se... sugiere, invita.

Te ruego en favor de «mi hijo» Onésimo a quien engendré en la cárcel dándole la vida de Cristo. Pablo se compromete por entero, se solidariza con aquel por el cual hace la gestión.

Te lo devuelvo, éste que es parte de mí mismo. Este esclavo, es «una parte de mí mismo», dice Pablo. En sus grandes Epístolas teológicas, Pablo había dicho, de un modo más doctrinal: «¡todos sois miembros, los unos de los otros, porque constituís el Cuerpo de Cristo!»

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La cosa tiene mucho alcance. Y las aplicaciones concre­tas son precisas.

Te lo devuelvo para que lo recuperes definitivamente, no ya como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido. ¡Qué revolución! ¡Ya no es tu esclavo... es tu «hermano muy amado»!

Que siéndolo de veras para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo humanamente como amo, sino tam­bién en el Señor! Lo que Pablo pide a Filemón se lo aplica primero a sí mismo: esta fraternidad exigente la vive Pablo antes de pedirla a los demás... Y Pablo no se queda en «hermosas ideas» o en principios teológicos abstractos y demasiado fácilmente «espiritua­les»: la fraternidad «en el Señor» debe traducirse también «humanamente», en comportamientos prácticos...

Por lo tanto si piensas estar en comunión conmigo, acógele como a mí mismo. Y si te ha causado daño o está en deuda contigo... ponió a mi cuenta, yo te lo pagaré... Lo escribo de mi puño y letra. La fraternidad con los más pobres no puede existir sin un esfuerzo. Cuando se entra en los procesos del amor hay que estar dispuesto a perder algo. Pablo se identifica con aquél a quien quiere ayudar. ¡Pagará en su lugar! '

Sí, hermano, dame este consuelo en Cristo, el Señor. Esta carta admirable, ¿qué cambio ha de suscitar en mí? ¿en mis actitudes frente a mis hermanos? ¿ante los problemas sociales de nuestro tiempo? ¿ante los humil­des, los «sin voz» de nuestra sociedad, como decía Pa­blo VI?

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VIERNES

II Epístola de san Juan 4, 9

Vivimos hoy en una época de revisión, de contestación y de mutación. «Todo cambia», dicen. Y por comparación, tenemos a menudo la ilusión de que los períodos pasados eran tranquilos y estables. Ahora bien, los primeros escritos del Nuevo Testamento, las Cartas de los Apóstoles, nos muestran que, desde el comienzo, la Iglesia ha vivido un cúmulo de movimientos peligrosos para la Fe auténtica. Una de las preocupacio­nes de Pablo y también de Pedro y de Juan, es afrontar firmemente las «herejías», las «falsas ideas».

Muchos seductores han salido al mundo que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne mortal: éste es el seductor y el Anticristo. Lo que se debate es la verdad de la «encarnación» de Dios... «Jesús venido en carne mortal». Los grupos aquí apuntados son gentes altamente «espirituales», que si­guiendo a algunos filósofos griegos desprecian la «mate­ria» y la «carne». Se han hecho de Dios una cierta idea de orden racional e intelectual, y encuentran chocante la encarnación de Dios. Quizá encontramos aquí la ocasión de renovar nuestra propia fe en este misterio: «¿por qué, de hecho, ha querido Dios venir en carne mortal? Después de dos mil años, deberíamos aun interrogarnos sobre ello. No es normal que pronunciemos: «se encarnó de María Virgen» así... como la cosa más natural... ¿Por qué «Dios se encarnó»? Es una cuestión capital de nuestra fe. Detengámonos a contemplarla. Tratemos de contestar en lo más íntimo de nosotros mismos... y elevemos a Dios la oración que nos sugiere este misterio de amor. Sí, Tú, Señor, has venido a habitar entre nosotros. Gracias. Sí, Tú has tomado nuestra condición de hombres hasta la muerte. Gracias.

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Sí, Tú has querido vivir nuestras alegrías y nuestras penas, de cerca, desde la intimidad. Sí, Tú nos has salvado de nuestros pecados, cargando sobre Ti nuestras faltas.

El que no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. Dios es inaccesible. No hay otro camino para encontrarle que el que pasa por Jesús. Jesús es el único que nos revela al verdadero Dios. A través de la «carne» de Jesús, «poseemos a Dios»». Esto quiere decir dos cosas: —la vida de Jesús, los actos y las palabras de Jesús, en el evangelio... —los actos y las palabras de Jesús hoy, en los «sacra­mentos»... La «carne» de Jesús, su «Cuerpo» dado en el sacramento por excelencia, es el único medio verdadero de alcanzar a Dios. Dios invisible ha dado un «signo» de su presencia. La eucaristía es este signo, sensible, carnal, por asi decirlo que nos hace encontrar a Dios. Yo, que me quejo, tan a menudo, de no llegar a alcanzar a Dios, ¿tomo, acaso, «el camino»?: «Yo soy el Camino», decía Jesús. El camino del encuentro con Dios: el evangelio meditado... la eucaristía comida..., también el gesto tan útil de ponerse de vez en cuando ante el tabernáculo, en silencio... o bien el paso que consiste en imaginarnos la Presencia que está detrás del rostro de nuestros hermanos en la calle, en el trabajo, en familia... Encontrar a Dios en una «encarnación de Dios», en Jesucristo.

He tenido el gozo de encontrarme entre los que viven en la verdad, según el mandamiento del Padre... No es un mandamiento nuevo, sino aquél que recibimos desde el principio: «Amaos los unos a los otros.» Para Juan, todo eso guarda relación. «El que no ama, no conoce a Dios. Dios es Amor. Y a Dios se le encuentra cuando se ama.»

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SÁBADO

III Carta de san Juan 5, 8

Querido, te portas fielmente en tu conducta para con los hermanos, y eso que son forasteros. En la Iglesia primitiva, había un intenso ir y venir de una comunidad a otra. Viajeros, misioneros, gentes de otra ciudad. Este intercambio es una de las leyes internas de la Iglesia. 1.° Es preciso que la Iglesia sea «local», que esté enraizada en un pueblo, una raza, una cultura, un ambiente: nunca se hará bastante para que cada grupo humano pueda expresarse a su modo, con sus propias palabras, y pueda recibir la Palabra de Dios en su propio lenguaje cultural. De ahí la urgencia de la reforma litúrgica, en particular, y la necesidad de que surjan teólogos en todos los grandes sistemas de pensamiento diversos de los de Occidente. 2.° Pero es preciso también que cada Iglesia local esté en «comunión» con todas las demás: en este sentido, nunca se trabajará demasiado para que el grupo quede abierto y acepte recibir a los forasteros o «extraños». Cuando un grupo cristiano pasa a ser un «club cerrado», un ghetto, sin comunicación con el resto de la Iglesia, deja de ser Iglesia. En nuestras parroquias, en nuestros grupos ¿sabemos acoger al forastero? ¿Lo hacemos en nuestras familias? Vayamos más lejos. ¿Sabemos acoger «lo que nos dife­rencia», es decir, lo que en el otro no se asemeja a lo nuestro? Su temperamento, opuesto al nuestro, sus gus­tos, que encontramos extraños o raros, su manera de hablar o de actuar que nos molesta... etc.

Esos forasteros han dado testimonio de tu amor, ante la Iglesia. La acogida, la hospitalidad han sido tan sinceras que han llenado el corazón de los beneficiarios, que lo comentan en las nuevas comunidades donde se insertan.

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Conviene a veces escuchar «lo que se dice de nosotros»: ¿somos reputados como acogedores... o como gente «difícil de conectar»?

Harás bien de proveerlos para el viaje, de manera digna de Dios; pues por su Nombre salieron, sin recibir nada de los paganos... Juan se dirige aquí personalmente a Cayo, jefe de la comunidad local. Acogió a cristianos forasteros, de otra comunidad. Juan le felicita y le pide que prosigan su buena obra, dándoles para que puedan seguir su camino: son pues «misioneros», quizá predicadores ambulantes que viajan «por el nombre del Señor» y que, a ese título, merecen ser ayudados en su apostolado «de manera digna del Señor». ¿Aporto también mi ayuda a los «misioneros»? ¿Partici­po en la propagación del Evangelio y de la Fe? En general ¿cuál es mi participación en la vida material de la Iglesia, para que pueda «seguir su obra»? Las colectas del domingo forman parte de la misa: ¿es sólo una costumbre? o ¿un gesto consciente? ¿qué sentido damos a ese gesto? Varias veces durante el año hay colectas extraordinarias, cuyos fondos van destinados a obras de interés mundial. ¿No es ésta una manera de continuar lo que hacían ya nuestros hermanos los primeros cristianos?

Debemos acoger a tales hombres para ser colaborado­res de la verdad. Este es uno de los sentidos que podríamos dar a las colectas: «colaborar con la verdad»... ayudar a los'que hacen progresar la «buena nueva»... ¿Y yo? No puedo descargarme totalmente en los «misio­neros» especializados. ¿Soy misionero, allá donde estoy, en lo que puedo, para colaborar con la verdad?

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Trigésima tercera semana del tiempo ordinario

LUNES

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5 Durante las dos últimas semanas del año litúrgico, la Iglesia nos presenta textos que evocan el «fin de los tiempos». El Apocalipsis de san Juan es dado aquí en esta perspectiva. Notemos ya, desde el comienzo de esta lectura que no hay que buscar informaciones concretas sobre el «fin del mundo», como se ha hecho a veces: las imágenes de catástrofes cósmicas, abundantes en el Apocalipsis han conducido a un verdadero contrasentido. En el lenguaje moderno corriente, el término «apocalíptico», ha venido a ser sinónimo de «catastrófico». Y no es éste completa­mente su verdadero sentido. La palabra «apocalipsis» quiere decir «revelación»: es la primera palabra del libro, como veremos enseguida. Este contrasentido viene del hecho que no sabemos ya leer esos textos, cuyos símbolos eran familiares a los lectores del tiempo de san Juan. Para comprender la «Revelación», el «Apocalipsis», hay que entrar sencilla­mente en el juego del autor, y traducir de nuevo en «ideas teológicas» los «símbolos concretos» usados por san Juan. El Apocalipsis es un mensaje cifrado, que hay que descifrar: los objetos, los colores, las cifras tienen una significación simbólica. Y las catástrofes cósmicas for­man parte de ese lenguaje cifrado. De otra parte, el mismo san Juan se esforzó en darnos la equivalencia de algunos símbolos: una «estrella» representa un «ángel», un «candelabro» significa «una iglesia particular» (Ver Apocalipsis 1, 20)... el color «blanco del lino» repre­senta «las buenas acciones de los fieles» (Ver Apocalip­sis 19, 8)

Revelación de Jesucristo. Es la primera palabra.

33." semana del tiempo ordinario 393

Hay muchas cosas que no veo y que no puedo ver: ante el gran poder de Dios, el hombre es un pobre. Hay que aceptar el hecho de «recibir», de acoger una revelación. Un «apocalipsis» es, ante todo, el hecho de «levantar el velo» (re-velar) que cubría ciertas realidades. Sólo Dios es capaz de revelar ciertas cosas, sólo de El conocidas. Señor, al empezar la lectura de-ese libro misterioso quiero estar en actitud de disponibilidad: consiento a dejarme iluminar por Ti. Reconozco que soy un ciego, y que no sé ver aquello que es esencial.

El que tiene las siete estrellas en su mano derecha, y que camina en medio de siete candelabros de oro... Las siete estrellas, lo hemos visto, simbolizan los Angeles de las iglesias. En lugar de hablar de modo abstracto, Juan habla como un «visionario». Ve las iglesias «en la mano derecha» de Dios: esto quiere decir que Dios tiene las iglesias locales en su poder. La «mano», en aquella época, y para todo el mundo oriental, era el signo del poder. Creo Señor que la Iglesia continúa HOY estando en tu mano.

Al ángel de la iglesia de Efeso, escribe esto... El Apocalipsis comienza por «siete» mensajes persona­les, dirigidos a siete «parroquias» de la época —o mejor a «diócesis»—. Son unas «comunidades locales», todas ellas situadas en Asia Menor, en la Turquía actual. Señor, ayúdanos a implantarnos humildemente en algún sitio; existe un lugar, una iglesia en la que recibo la Palabra de Dios y la Eucaristía.

Conozco tu conducta, tu trabajo y tu perseverancia... Pero tengo en contra que has abandonado tu amor primero... Conviértete... Invitación a progresar... a encontrar de nuevo los entu­siasmos de la juventud...

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MARTES

Apocalipsis 3, 1-6; 14-22

Tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Despierta... Si no estás en vela, vendré como un ladrón sin que sepas la hora, te sorprenderé. Los cristianos del siglo I, como nosotros, se veían tentados por la esclerosis, la falta de vitalidad y de dinamismo... la muerte, el sueño, la tibieza espiritual. Juan repite los acentos de Jesús: «Velad... despertaos... vengo... os sorprenderé como un ladrón que viene de improviso». El tema de la «venida» de Jesús es esencial. Este tema importante ocupa ahora un lugar destacado en las nuevas aclamaciones eucarísticas: «esperamos tu venida glorio­sa, esperamos tu retorno... Ven, Señor, Jesús...» Inme­diatamente después de la consagración, en cada misa, reafirmamos esta fe, que estaba ya presente en el credo, aunque poco valorada: «Volverá glorioso a juzgar a vivos y muertos.»

No eres ni frío ni caliente... Puesto que eres tibio, te vomitaré de mi boca. Ningún texto condena con tal fuerza la «mediocridad espiritual». Cuidado con juzgar a «los demás». Es cierto que, en nuestro mundo contemporáneo son muchos los despreo­cupados, los indiferentes. Pero importa que este severo diagnóstico nos lo apliquemos primero a nosotros mis­mos. De hecho ¿no es quizá la tibieza, la mediocridad lo que caracteriza muchos de mis días? Señor Jesús, envia­do por el Padre para sanar y salvar, ¡ten piedad de mí!

Escucha mi consejo... Cúrate... A los que amo los reprendo y corrijo. ¡Vamos, sé pues ferviente y arre­piéntete! Es exactamente el mismo Jesús del evangelio, que curaba a los enfermos y devolvía la vista a los ciegos.

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«A los que amó». ¡Qué ternura en estas palabras! «¡Vamos, anímate!» Escucho estas palabras de aliento que Jesús me dirige. También en este momento me repites las mismas palabras: «¡vamos, ánimo, arrepiéntete!»

Mira que estoy a la puerta y llamo... Una hermosa imagen de la Biblia, es un símbolo, muy comprensible, para todos los tiempos. Dios es «el que espera a nuestra puerta y solicita entrar en nosotros». Humildad de Dios. Discreción de Dios. Proximidad escondida. «El Señor ha llamado a tu ventana, amigo, amigo, amigo... Pero tú dormías.» (Padre Duval)

Si alguien oye mi voz y abre la puerta... Inmenso y misterioso respeto a la libertad de cada uno. Dios no fuerza la puerta. Incluso la «fe», a pesar de la gracia que solicita a todo hombre, sigue siendo un acto libre. Cuando pienso, Señor, como te hemos obligado, a «¡esperarte a fuera!» Y, aun más, sin cansarte, continúas llamando discretamente... para que te abramos. Quiero meditar detenidamente esta imagen. Concédeme, Señor, una mayor atención a tu Presencia. Ayúdame a interpretar los signos de tu «venida» cotidia­na. Pues, en realidad, es así como «Tú vienes» cada día.

Entraré en su casa y cenaré con él y El conmigo. Otra imagen muy simple: la cena, símbolo de intimidad, de felicidad. La «comunidad cristiana» de Laodicea, a la que escribía san Juan, no podía dejar de aplicar todas esas imágenes a la eucaristía, sacramento de la presencia de Jesús, anuncio del «festín mesiánico» del fin de los tiempos. Cenar con un amigo, un invitado. Tal es el ofrecimiento de Dios. He ahí un «apocalipsis», una «revelación» importante, toda ella dulzura y esperanza: tal es una de las imágenes del «fin de los tiempos». ¡Gracias, Señor!

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MIÉRCOLES

Apocalipsis 4, 1-11

El Apocalipsis no es, ante todo, catástrofe. Por el contrario, su sentido principal es «mensaje de esperan­za». Pero este libro fue escrito en pleno período de persecución, entre Nerón y Domiciano, en un contexto de crisis violenta para la Iglesia. El mensaje apocalíptico es pues un «dopping» —estimulante—: «cristianos, que estáis debatiéndoos en las peores dificultades, ¡mantened la confianza en la Omnipotencia de Dios! que ha prome­tido ¡salvar de todo mal a su pueblo!» San Juan, como muchos de sus lectores de entonces, sabe la Biblia de memoria, y espontáneamente para expresar sus ideas su pluma recoge imágenes bíblicas, conocidas de todos. La página de hoy está llena de símbolos sacados de Isaías 6, 15... de Ezequiel 1, 4-27... de Daniel 7, 9-10

Tuve esta visión: una puerta estaba abierta en el cielo... Oí una voz: «Te voy a enseñar lo que va a suceder.» La página que comienza con estas palabras ha inspirado las esculturas del tímpano de muchas catedrales, en particular las de Vézelay, Chartres, Angers, y otras muchas... A unos cristianos vacilantes en su fe, inquietos por el porvenir de la Iglesia, a causa de la dureza de la persecución... Juan dirá que esa prueba será sólo tempo­ral: los perseguidores no vencerán siempre. Dios tendrá la última palabra. Todas las imágenes aquí acumuladas quieren hacernos captar visualmente, la grandeza y la omnipotencia de Dios, dueño de todo.

Un trono erigido en el cielo... Y «Uno» sentado en el trono... de aspecto semejante al jaspe y a la cornali­na... Un arco iris semejante a la esmeralda, alrededor del trono... y sentados en círculo en sendos tronos,

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veinticuatro ancianos con vestiduras blancas... Del trono salían relámpagos y fragor y truenos. Siete lámparas de fuego ardían ante el trono. Delante del trono, como un mar de cristal. En medio del trono y en torno a él cuatro vivientes...: el primero como un león, el segundo como un novillo, el tercero, con rostro humano, el cuarto como un águila en pleno vuelo... ¡Todo es luz, deslumbramiento! Belleza. ¡Trascendencia! ¡Magnificencia! ¿Cómo temer, cuando nuestro Dios es un Dios tal? Aunque hoy seamos menos sensibles a ese cúmulo de imágenes, hay que reconocer que artísticamente son sorprendentes y evocadoras. Conviene, empero, no enga­ñarse tomándolas en sentido material: Dios es «Espíri­tu»... no necesita de trono y no hay localización en El... El mismo san Juan no se engaña: no olvida decirnos que sus visiones son aproximativas... «los vivientes están a la vez en medio y alrededor del trono»... «algo así como con rostro humano»...

Y no cesan de decir: «Santo, santo, santo es el Señor, soberano de todo.» Aquí por lo menos, reconocemos la cita de Isaías, que nuestras misas cantan al fin de cada prefacio. Es toda una liturgia que se despliega en torno a Dios. ¿Somos sensibles al hecho que ya aquí en la tierra, en nuestras modestas eucaristías, tomamos parte en esta inmensa alabanza?: el cielo ya ha comenzado... La Iglesia de HOY es una puerta abierta al cielo. Procuraré cantar el «sanctus...» con más Fe.

«El era, es, y viene.» Es la repetición de la definición que Dios dio de Sí mismo a Moisés: Soy el que soy... Yavé... El Ser por excelencia, que da el ser y la existencia a todas las criaturas. En efecto, la revelación de Dios es «mensaje de esperanza».

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398 33.a semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Apocalipsis 5, 1-10

Vi en la mano derecha «del que» está sentado en el trono, un libro escrito por el anverso y el reverso, y «sellado» con siete sellos... La clave de la interpretación de este símbolo del «libro cerrado y sellado» se encuentra QtiEzequiel 2, 9-10: «lo tiene en su mano derecha», él es el dueño, lo tiene «en sus manos»... «un libro sellado», sólo El conoce el secreto de la historia... El libro de la historia del mundo, el libro de la creación, de la redención, el libro del tiempo... ¡está en la mano de Dios! Evoco mi propia historia y la historia contemporá­nea: las grandes mutaciones actuales, los cambios de civilizaciones y de culturas, las evoluciones de la Igle­sia...

«¿Quién es digno de abrir el libro y de soltar los sellos?» Nadie era capaz de ello ni en el cielo ni en la tierra. Y yo lloraba mucho porque no se había encon­trado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Juan se lamenta y llora mucho, en nombre de la Iglesia perseguida de su tiempo, que se pregunta por el signifi­cado de los acontecimientos que está sufriendo. También nosotros nos sentimos a veces trastornados: ¿quién podría decirnos el sentido de lo que estamos viviendo? ¿qué significa tal acontecimiento? ¿a donde nos llevará todo esto? ¿cuál es el porvenir de mis hijos, de mi oficio, de la Iglesia? Uno de los ancianos me dijo: «No llores. El león de la tribu de Judá ha triunfado, el retoño de David podrá abrir el libro de los siete sellos...»

«De pie, delante del trono había un Cordero, como degollado: el cordero recibió el libro...» Estas dos imágenes contradictorias están superpuestas: «el león es el símbolo del Mesías» (Génesis 49, 9-12),

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término «cifrado» perfectamente comprensible para todo conocedor de la Biblia... «el cordero» es también símbolo del Mesías, según todo el Nuevo Testamento. En efecto, Cristo, que fue inmolado y que venció, es el único ser capaz de decirnos el significado de lo que vivimos. La historia de la humanidad tiene su única y definitiva significación en Cristo Jesús: El es en verdad la clave de la historia del mundo. Sin El, el mundo no tiene sentido. Sin El, la creación entera es como un libro «escrito en el anverso y reverso» pero indescifrable, ilegible, incomprensible.

«Tú eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado: y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación...» La humanidad no camina hacia el anonadamiento, la muerte, las catástrofes, sino hacia la «salvación», el «rescate», la «vida para Dios, junto a Dios» de hombres venidos de todos los horizontes, razas y culturas. El Cordero derramó su sangre por la humanidad. No hay un más grande amor.

Y de esos hombres de toda raza... has hecho de ellos, para nuestro Dios, un Reino de Sacerdotes que reinarán sobre la tierra. ¡He ahí el sentido! Hombres «reyes», que «reinen sobre la tierra», que «dominen la tierra y la sometan»... Hombres «sacerdotes» que alaben a Dios y «ofrezcan, en todo lugar, una ofrenda a Dios», su vida ofrecida, entregada a Dios. Y todo esto tiene su origen en el sacrificio de Jesús. ¿Es éste el sentido de mi vida?

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VIERNES

Apocalipsis 10, 8-11

La página de hoy tiene su clave de interpretación en Ezequiel 2, 8; Jeremías 1, 10 ¡San Juan recibe la orden de comer un libro! El símbolo es bastante claro: se trata de «alimentarse de la palabra y del pensamiento que contiene».

Toma y come el libro. El profeta es ante todo un mensajero y un intérprete de la Palabra divina. Se trata pues, para él, de estar completa­mente lleno de la Escritura, para descubrir en ella el misterio del plan de Dios sobre el mundo, a fin de ser capaz de hacer nuevas aplicaciones en función de la presente coyuntura. Es lo que hace san Juan. Vuelve a tomar pasajes del Antiguo Testamento, se nutre de ellos, los asimila y aclara con ellos las cuestiones contemporá­neas. ¿Es también ésta mi preocupación?

El libro fue en mi boca dulce como la miel. Es normal que el alimento divino sea dulce: nos revela el amor de Dios por nosotros. La meditación de la Palabra de Dios, debería ser para nosotros, de modo habitual, un reconfortante, un tiempo «fuerte», un momento feliz; aunque a veces sucede lo contrario. Saborear la Palabra de Dios, gustarla. Repetir, incansablemente, una Palabra divina que es para nosotros hermosa y dulce.

Pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas. ¿Cómo interpretar este símbolo? La Palabra de Dios, contenida en el Libro, tiene aspectos difíciles, coriáceos, exigentes. Es amarga en el sentido que nos revela también nuestros pecados, nuestras insufi­ciencias, que sacude nuestras tibiezas y nuestras cobar­días.

33.a semana del tiempo ordinario 401

Además, aunque la Palabra de Dios nos da el sentido de nuestros sufrimientos y el de la muerte, no nos dispensa de ellos: el cristiano no es un ser preservado. Señor, ayúdame ano ceder jamás ante las dificultades de la meditación, o de la oración. Que sepa vencer todas esas excusas que solemos darnos para faltar a ella. Aun cuando a veces... a menudo... me sienta totalmente seco, vacío y amargado, ante Ti, ayúdame a perseverar. «¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna.»

Entonces se me dijo: «Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes». Una de las misiones de los profetas ha sido siempre recordar a los pueblos y a los reyes, a los responsables y a los simples individuos, las exigencias de Dios respecto a las personas o las colectividades. Esta es la razón por la que tantos profetas han tenido una influencia política considerable. Todavía HOY, los cristianos han de interpretar la historia y los acontecimientos, como un «leer los signos de los tiempos»... En la Escritura no hay que buscar el hilo conductor de lo que «va a suceder». Es una curiosidad ilusoria. Pero, de otra parte, estamos seguros de la presencia de Dios en el acontecer de la historia. Y la meditación asidua de la Biblia, a la vez que nos familiariza con el modo de pensar y de actuar de Dios, puede darnos una mayor habilidad para detectar HOY «lo que Dios está haciendo ahora», en nuestro tiempo. Entonces nosotros, con otros cristianos podemos «bus­car» y, a la vez, podemos ser conducidos a «profetizar», a decir una palabra divina.

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SÁBADO

Apocalipsis 11, 4-12

Quedan, en el Apocalipsis, pasajes muy oscuros de los cuales no tenemos todas las claves. Hay que contentarse, entonces, con una interpretación global.

Mis dos testigos... Los cristianos, en el mundo, tienen este papel: ¡ser testigos! Testigo: es aquel que «dice lo que ha visto», lo que sabe. El testigo ha tenido una experiencia, ha participado en un suceso y se compromete con él, se hace fiador. La cosa es a veces grave, cuando se trata de «un juicio». En tal caso se le pide que jure decir «toda la verdad y sólo la verdad». La primera y única cualidad del «testigo» es ser fiel: no inventar nada. Los que me miran vivir, al verme, ¿tienen ante sus ojos a un testigo fiel de Jesucristo? A través de mi modo de vivir, ¿se trasluce algo del rostro de Jesús?

La Bestia que surja del Abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará. El término testigo es una traducción del término griego «martyr» de donde procede nuestra palabra «mártir». Es en la persecución cuando el testimonio resulta radical: un testigo es aquél que prefiere la muerte antes que hacer traición a la verdad. La época de san Juan, entre Nerón y Domiciano, era una época de persecuciones. Todo cristiano, al pedir el bautismo, sabía que podía llegar a tener que testimoniar con su sangre la elección de Cristo, que hacía al entrar en la Iglesia. «La Bestia que surge del Abismo.» Es el símbolo del Mal, personificado en Satán. El Apocalipsis abunda en esce­nas de este gran combate. Ya se trate de un gran Dragón, de una Serpiente, de Bestias... ¡que luchan contra Dios! Bajo la cobertura de su lenguaje simbólico, san Juan apuntaba al Imperio Romano, perseguidor, que, en su

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tiempo, representaba las fuerzas maléficas que trataban de oponerse a la Iglesia. Pero, esta revelación es válida para todos los tiempos: el drama durará hasta el fin del mundo.

Sus cadáveres yacerán en la plaza de la Gran Ciu­dad... Y los habitantes de la tierra se alegran y se regocijan felicitándose... La opinión pública, en general, no era favorable a los cristianos. Se los tenía por gente aparte, gente que no quería hacer como todo el mundo, como unos ateos que rehusaban dar culto a los dioses oficiales, en particular a los emperadores.

Pero, pasados los tres días y medio, un soplo de vida, procedente de Dios, los penetró y se pusieron de pie, y un gran espanto se apoderó de todos los que lo contemplaban. Aquellos que han muerto, perseguidos, como Jesús... resucitan también como El. En los días de mayor sufrimiento, en los días de «noche oscura» conviene recordar ese punto esencial de nuestra Fe. Señor, ayúdanos a creer. Que el misterio de Pascua esté constantemente presente a nuestre mente, para darnos la certeza de la victoria final de Dios.

Y subieron al cielo en la nube. Los cristianos, los testigos, están verdaderamente asocia­dos a todo el destino de Jesús. Como han «recibido la muerte», tienen también una resurrección, y una ascen­sión. Señor Jesús, ayúdanos a vivir de tu vida.

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Trigésima cuarta semana del tiempo ordinario

L U N E S

Apocalipsis 14, 1-4

Estamos en la última semana del año litúrgico. Juan, en el Apocalipsis, para volver a dar ánimo y esperanza a los perseguidos, les «hace ver» a través de símbolos expresi­vos el término de la historia, el objetivo final... No nos paremos en esos símbolos, tratemos más bien de contem­plar, también nosotros, «aquello hacia lo cual nos enca­minamos»... y que esto ilumine el HOY de nuestras pruebas terrestres, pasajeras.

Vi al Cordero, de pie sobre el monte de Sión. Quiero contemplar a Cristo de pie... en la gloria del cielo. A Jesús que fue inmolado, que terminó su vida terrestre en la ignominia del fracaso, como un condenado a muerte, rechazado de su pueblo, abandonado de sus amigos... el «Cordero conducido al matadero, mudo ante aquellos que le atormentaban»... y HOY ¡feliz, victorioso, de pie! Es el «Cordero Pascual» la víctima voluntaria, que ha «ofrecido» su vida, que ha «entregado» su cuerpo y su sangre: cada misa es el signo del sacrificio que hizo de sí mismo, por nosotros, porque nos ama.

Y he visto, con El, ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente, «su nombre y el de su Padre». Ciento cuarenta y cuatro mil... No hay que tomar esa cifra al pie de la letra. Es también una cifra simbólica. Doce es la cifra de Israel. Ciento cuarenta y cuatro mil es el cuadrado de doce: doce multiplicado por doce. Mil representa una cantidad muy grande. «He visto ciento cuarenta y cuatro mil alrededor del Cordero» = «He visto el nuevo Israel, el pueblo de Dios,

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innumerable». Hoy diríamos: «He visto millones y millones de cristianos.» La víctima del Calvario ya no está abandonada, en la soledad del Gólgota: Jesús está ahora «rodeado» de millones de amigos y hermanos, que llevan todos «su nombre», son unos «cristos», unos «cristianos». Quiero contemplar el proyecto de Dios cumplido: Innu­merables hombres y mujeres introducidos por «su Hijo» en su propia familia, en sus relaciones... un Dios Padre, cuya paternidad es infinita, y que ha dado su vida y su nombre a múltiples hijos... una humanidad «hija de Dios», amada de Dios... unos hombres que llevan «marcada la frente» por Dios, de una dignidad infinita... Quiero levantar «esa» frente donde tu Nombre está inscrito: es mi mayor dignidad, en mi pobreza y mis limitaciones. Quiero también trabajar en el mundo que me rodea por el respeto y la dignidad inaudita de cada uno de mis hermanos.

Y oí un ruido como de grandes aguas... Como el fragor de un trueno... Como muchos citaristas que tocaban sus cítaras. Los símbolos se acumulan, incoherentes, contradicto­rios... pero esto no tiene importancia: lo que Juan quiere decir está muy claro en su mente. Estos hombres reunidos en torno a Cristo no están pasivos, abren la boca, cantan, dan gritos de alegría, exultan como una avalancha de las aguas del torrente imposible de contener, de ello resalta el potente fragor del trueno y ¡la dulce armonía de una orquesta de cítaras! Quiero contemplarla «alegría» de la humanidad en su plenitud.

Nadie podía aprender aquel cántico, salvo los ciento cuarenta y cuatro mil que fueron rescatados. ¿Seré uno de ellos, Señor? ¿del número de los que oyen, de los que comprenden? La historia de la humanidad es incomprensible, inaudible para los que no tienen Fe... Hay hombres cuyos oídos son sordos a la música que Dios ejecuta con la humanidad rescatada. Abre sus oídos, Señor.

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MARTES

Apocalipsis 14, 14-19

Yo, Juan tuve todavía una visión: había una nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre. El significado de este símbolo está en Daniel, 7-13. Jesús hizo una alusión directa, del mismo ante sus jueces, en el momento de su condena a muerte. «Os lo declaro: desde ahora, veréis al Hijo del hombre sentado a la dies­tra del Padre y venir sobre las nubes del cielo» (Mateo 26, 64) Quiero contemplar a Jesús de ese modo «para siempre». Esta imagen, como todas, no ha de tomarse en sentido espacial: —La «nube» es el símbolo de la presencia divina —Dios estaba presente en la columna de nube del desierto, y en la Transfiguración, una nube luminosa envolvía a Jesús. —El color «blanco» es el símbolo de la victoria. —La posición «sentado» es símbolo de solidez, de poder.

Llevaba en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada. Es «rey» y «segador» a la vez.

Arrima tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, la mies de la tierra está madura. Este símbolo era familiar a los primeros cristianos y también lo es para nosotros. «Dejad que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta la siega... la siega es el fin del mundo...», decía Jesús (Mateo 13, 30; 39) «Cuando el fruto lo admite, se le mete la hoz porque la siega está a punto», decía también Marcos 4, 2-9 Si la he visto o si he participado en ella, quiero evocar la imagen de la siega: una imagen de alegría, de fecundidad, de alimento asegurado, de felicidad, de recoger el fruto de los duros trabajos del invierno... es verano, la hermosa

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estación y la siega es una fiesta. Quiero evocar la imagen de un campo de trigo dorado: «la tierra está madura, dice san Juan»... todas las humildes germinaciones escondi­das, las lentas maduraciones invisibles, las inverosímiles alquimias de la savia, los jugos del suelo, la subida de la vida, la reproducción de óvulos minúsculos, el juego del polen en el viento, los riesgos de las tempestades, el trabajo del sol... ¡todo esto ha llegado a su meta con ese campo de trigo maduro que los segadores cosecharán con alegría! ¡Es así como Dios ve a la humanidad! Una mies que está madurando. Señor, «envía obreros a tu mies». «La cosecha es abundante», tanto mejor... «Los obreros son pocos». Señor, ayúdame a ser obrero, allá donde me encuentre.

Otro ángel, el que cuidaba del fuego... gritó al ángel que tenía otra hoz: arrima tu hoz y vendimia los racimos de la viña... Y vendimió la viña de la tierra y lo echó todo en el gran lagar del furor de Dios. Es un símbolo antitético, que descubre su sentido a través de las imágenes del «fuego» y del «lagar». Mientras que la cosecha era lo correspondiente al «venid, benditos de mi Padre»... la vendimia corresponde al «id, malditos, al fuego eterno»... Los buenos son cosechados en la alegría. Los malos son aplastados y condenados. El tema del «furor de Dios» era frecuente en la Biblia (Isaías 63,1). Estaba asociado a la imagen del «lagar» de donde fluye el mosto, la «sangre», bajo los pies de los vendimiadores. Se trata sólo de imágenes, en verdad sorprendentes, y que deben suscitar nuestra reflexión sobre lo serio y lo trágico del «Juicio» final.

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408 34.a semana del tiempo ordinario

M I É R C O L E S

Apocalipsis 15, 1-4

Vi también como un mar de cristal mezclado de fuego, y a los que habían triunfado de la Bestia, de píe junto al mar de cristal, llevaban las cítaras de Dios y can­taban... Estamos ahora acostumbrados a este lenguaje cifrado. La clave del significado de este pasaje se encuentra en los capítulos 14 y 15 del Éxodo: es una alusión directa a la «primera Pascua» de los hebreos. Estos, liberados de la esclavitud de Egipto, habiendo atravesado el Mar Rojo, se mantuvieron de pie «a la orilla del mar» y entonaron un cántico de acción de gracias. Y Juan ve a los cristianos, nuevo pueblo de Dios, ven­cedores del mal, vencedores de la «Bestia», que habien­do salvado el obstáculo —el mar—, después de su largo éxodo en el dolor de la persecución y de las pruebas entonan alegres un cántico eucarístico; el fin del mundo y de la historia es como la suprema fiesta de Pascua, de la cual la primera a orillas del Mar Rojo, no era más que un pálido anuncio. ¡Al fin libres! ¡Al fin, salvados definiti­vamente! Quiero contemplar, Señor, a la humanidad llegada al termino de su larga marcha... una humanidad que ha vencido a la Bestia... una humanidad que canta... Gracias, Señor, por darnos estas perspectivas de espe­ranza.

Aquellos que han vencido a la «Bestia», su imagen, y la cifra de su nombre... El conjunto de comentaristas está de acuerdo sobre la siguiente interpretación: la «bestia» simboliza el Imperio Romano, perseguidor e idólatra. El mismo Juan sugirió esta significación, al decir que «las siete cabezas de la Bestia representan siete colinas» (Apocalipsis 17, 18) Todo el mundo sabe que Roma está construida sobre siete colinas. Incluso se ha identificado a la «bestia» con el mismo Nerón.

34.a semana del tiempo ordinario 409

Estas precisiones nos son útiles hoy para percatarnos del contexto verdaderamente dramático en que se escri­bió el Apocalipsis: si este mensaje está cifrado, como hemos dicho es porque era peligroso... y debía circular clandestinamente entre gente acosada por la policía imperial. Sólo los iniciados, los conocedores de la Biblia podían comprenderlo del todo. Señor, es pues en lo concreto del mundo que Tú quieres a tu Iglesia... inserta en la historia profana, fermento en el corazón de la historia humana. Los Estados, los jefes del Gobierno, los políticos están implicados en ese gran desarrollo históri­ca, donde se juega el combate de la Fe. Todavía HOY hay persecuciones...

Cantan el cántico de Moisés y el cántico del Cordero: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso... Rey de las naciones...» Es la acción de gracias de los salvados, de los que han escapado a un gran peligro. No olvidemos que ese «cántico» es propuesto para consolar a perseguidos, a hombres y mujeres echados como pasto a las bestias. El triunfo de los elegidos no es aquí abajo un triunfo aparente. Esa esperanza sólo es posible en una visión de fe. Es una alegría y una acción de gracias conquistadas con gran esfuerzo personal. En apariencia más bien ocurre lo contrario: Dios no parece Todopoderoso, puesto que ha dejado que sus mártires fuesen extermina­dos... y el rey de las naciones, aparentemente, es Nerón.

Justos y verdaderos son tus caminos... Sólo Tú eres santo. Todas las naciones vendrán y se postrarán ante Ti. ¡Señor, danos esta fe y esta esperanza! A pesar de no ver todavía la realización efectiva de ese gran designio, creemos que Tú, Señor, trabajas en él: ha comenzado para tu pueblo la liberación de toda servidum­bre, y avanzamos hacia la meta, nos encaminamos siguiendo «tus caminos»... y todas las naciones están en marcha hacia Ti, Señor.

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410 34.a semana del tiempo ordinario

J U E V E S

Apocalipsis 18, 1-2; 21-23; 19, 1-3; 9

Cayó «la gran Babilonia»... Como una rueda de molino que se tira al mar... La pregunta que se hacían los primeros cristianos era la siguiente: ¿No ha triunfado Jesús de todas las potencias del mal? ¿Cómo es posible que los fieles de Jesús sufran ese desencadenamiento de odio y de violencia? ¿Por qué se nos persigue? ¿Va a desaparecer la Iglesia? San Juan se dirige pues a hombres descorazonados, atribulados. El Apocalipsis se escribió para dar respuesta a esa trágica situación. Y la respuesta es ésta: La persecución sólo durará un tiempo, el reino de la Bestia llegará a su fin, la gran Babilonia —Roma— será aniquilada, la gran Prostituda —otro nombre dado a esta ciudad Imperial que aplasta a los cristianos— está juzgada...

Después oí en el cielo una voz potente, como la de una gran muchedumbre que proclamaba: «¡Aleluya! ¡La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios!» La ciudad del mal ha desaparecido. Enseguida estallan gritos de alabanza. Son unas aclamaciones litúrgicas, tomadas sin duda por Juan de las asambleas de su tiempo. Muchedumbres que exultan y cantan «con voz potente». Esto anima a los que quieren HOY restituir a nuestras liturgias ese carácter festivo en lugar del tono algo monótono y aburrido que tenían antaño ciertas misas. Los jóvenes, sobre todo, desean desarrollar ese aspecto de fiesta, en que la voz, los instrumentos y el cuerpo entero participan de la alegría de haber sido «salvados».

«Porque Dios ha juzgado a la gran prostituta, la que corrompía la tierra... Y ha vengado en ella la sangre de sus siervos...»

34.a semana del tiempo ordinario 411

Roma, la ciudad idólatra, es, para san Juan, el símbolo de toda civilización impregnada de pecado, que rehusa amar a Dios. El término «prostituta» es también un símbolo, el de una pobre humanidad lamentable que se entrega a cualquiera sin encontrar en ello la felicidad, en lugar de darse a su Dios. Pero Roma no era sólo la idolatría y la persecución, era también la podredumbre moral, el orgullo dominador, la injusticia y la opresión descarada de los humildes y los pobres. Y esto no apunta sólo a la Roma de aquel tiempo, sino a todas las civilizaciones que se dejan llevar a esas «corrupciones». Perdón, Señor, por nuestra pobre humanidad. Ten piedad de nosotros.

Un ángel me dijo entonces: «Escribe: ¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!» El fin de los tiempos, como en la parábola de las «doncellas prudentes y de las doncellas necias», se presenta aquí como un banquete. Todo el contexto de este pasaje desarrolla ese tema nupcial: el fin del mundo será la celebración definitiva de las bodas de Cristo con la humanidad. Pero esta boda ya ha comenzado. Estoy invitado a esa boda divina. «¡Dichosos los invitados al banquete de bodas!» Cada una de las misas a las que participo es el anuncio y el comienzo de ese banquete nupcial que celebra «la Alianza nueva y eterna». «Tened vuestras lámparas encendidas, despertaos, ¡he aquí el Esposo que viene!...» «Y las que estaban preparadas entraron, con El, en la sala del banquete de bodas.» ¡Ven, Señor, Jesús! Consérvanos vigilantes hasta el día en que Tú aparecerás.

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412 34.a semana del tiempo ordinario

VIERNES

Apocalipsis 20, 1-4; 11; 21, 2

El juicio de Dios... El dragón, la serpiente antigua, el diablo arrojado al abismo. El juicio empieza así: por el aniquilamiento del Mal.

Después vi un gran trono blanco. Juan describe una escena de la Audiencia: la sede, el juez los documentos, los acusados. Ese cuadro es solemne. La vida humana no es un juego, no es un simulacro, Dios nos ha hecho «responsables». ¡Nos considera como tales! Es cosa seria. El mismo tendrá cuenta de ello, respetará nuestras decisiones.

Los muertos fueron juzgados conforme a sus obras y según lo escrito en los libros. Todo lo que se «hace» diariamente se escribe en «libros». El símbolo es claro. Nuestra eternidad será la prolonga­ción de nuestra vida actual, sin arbitrariedad alguna. La salvación o la condenación no son una fantasía injusta de Dios: en este momento, HOY, estamos construyendo el Juicio... porque nuestra vida, nuestros gestos, nuestras palabras de HOY, nuestros compromisos y nuestros rechazos de HOY se están inscribiendo en los libros de Dios. Por qué querer ocultarte, Señor que ¡todo esto me espanta! Conozco bien la pobreza y los pecados de mi vida. Ante tu santa mirada es más patente mi pecado. Pero creo también que, en tu gran Libro, se inscribe también mi arrepentimiento, y la demanda humilde de perdón que HOY te hago. Ten piedad, Señor.

Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva. Evoco, para mí, la idea de «novedad», de nuevo: un vestido nuevo, una casa nueva, un nuevo niño, una flor nueva, un nuevo amor, un disco nuevo, un cuaderno

34.a semana del tiempo ordinario 413

nuevo... un objeto nuevo que he estado esperando mucho tiempo y que ¡está ahí! Dios prepara un cielo nuevo, una tierra nueva, una creación nueva. Para Dios la creación no está en el pasado, está al final del esfuerzo, al final de la historia, al final del mundo: la humanidad camina hacia su novedad, hacia su juventud. Gracias.

Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén... Decididamente, todo es nuevo en esos últimos tiempos.

Que bajaba del cielo, de junto a Dios. La ciudad nueva, el nuevo estilo de relación entre los hombres, es un don que «viene de lo alto».

Engalanada, como una novia... Una de las más bellas imágenes de la Biblia. La humani­dad nueva, una novia para Dios. ¡Una novia! Símbolo de belleza, de juventud, de amor, de frescor, de felicidad...

Ataviada... Ella, que es ya naturalmente bella se engalana... cuida su presentación, su atavío.

Para su esposo... Porque ama... porque es amada... Así ve Dios a la humanidad en su estado final. La humanidad desposada con Dios, unida a Dios, introdu­cida por Dios en su propia familia, en su intimidad, ¡in­troducida por Dios en su propia felicidad! No, apocalipsis no es un término sinónimo de «catástro­fe», es un término que significa «revelación»: he aquí pues el «apocalipsis», la revelación del fin del mundo. He aquí como Dios ve el «fin del mundo», y «mi» fin, el mío.

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414 34." semana del tiempo ordinario

SÁBADO

Apocalipsis 22, 1-7

He ahí la última página de la Biblia, de la revelación que Dios quiere hacernos: es la repetición de la primera página, es el nuevo comienzo del «Génesis», el paraíso encontrado de nuevo, el proyecto de Dios realizado al fin, la «vida que discurre como un río»... «el árbol de vida que da sus frutos»... la luz sin ocaso... Adán y Eva, tal como Dios los había querido desde el principio... ¡el éxito de la creación!

El ángel me mostró el «río de agua de vida», límpida como el cristal, que brotaba del trono de Dios. Símbolo claro: ¡«el agua»! ¡«un río de agua límpida» que da la vida! He ahí lo que proviene de Dios... el gran río de la vida... evoco los millones de billones de billones de seres vivientes que vienen de Dios. Y el «agua» del bautismo es el signo de Dios, el signo de la «vida de Dios» dada a los hombres. Bautizar a un niño es introducirlo en este gran río vivificante, es meter en su ser, el Ser mismo de Dios. Es vincular, por medio de un nuevo cordón umbilical, ese hatillo de vida humana a la misma sangre y vida de Dios... para que ¡la vida divina quede allí «injertada»! una vida eterna.

En cada margen del río hay «árboles de vida» que fructifican doce veces, una vez cada mes. Todas las bellezas naturales son utilizadas como bellas imágenes para tratar de revelarnos el cielo. Primero el «río de vida», ahora, el «árbol de vida». Evoco, de entre mis recuerdos, árboles cargados de frutos: cerezas, manzanas, naranjas, racimos de uvas... De modo manifiesto es el nuevo comienzo del paraíso terrenal: Adán no había podido comer del árbol de la vida... Jesús, nuevo Adán, nos conduce a él, vuelve a introducirnos en el jardín maravilloso. Pero, ¡cuidado!

34." semana del tiempo ordinario 415

son imágenes, son símbolos que hay que utilizar con todas sus resonancias afectivas e imaginativas, sin materiali­zarlas. Imágenes de abundancia: ¡frutos doce veces al año! ¡doce cosechas del mismo árbol! Imágenes de sa­ciedad: las frutas son alimento escogido y agradable.

No habrá más maldición... El trono de Dios y el Cordero estará en la ciudad... Los siervos de Dios le adorarán, verán su rostro y llevarán su nombre en la frente... He ahí otras imágenes menos materiales que se añaden a las precedentes. Todo esto supera todo comentario. ¡«Estar cara a cara» con Dios! ¡Ver a Dios!

Ya no habrá noche, porque el Señor Dios derramará sobre ellos su luz. Una imagen, todavía: una imagen de alegría.

Estas palabras son ciertas y verdaderas... Es el Señor quien inspira a sus profetas y ha enviado a su ángel para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto. Mira, ¡vengo pronto! Dichoso el que guarda las palabras proféticas de este libro. Quiero ver a Dios. ¡Oh! Ven, Señor Jesús.

Un año se acaba. Habéis seguido día a día los textos de la Escritura propuestos por la Iglesia. El Tomo V de la misma obra, por el mismo autor, os dará las primeras lecturas semanales para los años impares del Tiempo Ordinario. Os recordamos los Tomos I y Upara los evangelios de cada día y el Tomo IIIpara ¡as primeras lecturas de Adviento, Navidad, Cuaresma y Tiempo Pascual.

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416

TABLA DE LAS REFERENCIAS BÍBLICAS

para las Primeras Lecturas de las misas semanales

Referencia Día Pág.

GÉNESIS 1,1-19 Lunes 5.a semana ordinaria impar 5, 56 l,20-2,4a Martes 5.a semana ordinaria impar 5, 58 2,4b-9.15-17 Miércoles 5.a semana ordinaria impar 5, 60 2,18-25 Jueves 5.a semana ordinaria impar 5, 62 3,1-8 Viernes 5.a semana ordinaria impar 5, 64 3,9-24 Sábado 5.a semana ordinaria impar 5, 66 4,1-15.25 Lunes 6.a semana ordinaria impar 5, 68 6,5-8;7,l-5.10 Martes 6.a semana ordinaria impar 5, 70 8,6...22 Miércoles 6.a semana ordinaria impar 5, 72 9,1-13 Jueves 6.a semana ordinaria impar 5, 74 11,1-9 Viernes 6.a semana ordinaria impar 5, 76 12,1-9 Lunes 12.a semana ordinaria impar 5, 140 13,2...18 Martes 12.a semana ordinaria impar 5,142 15,1-18 Miércoles 12.a semana ordinaria impar 5, 144 16,1...22 Jueves 12.a semana ordinaria impar 5,146 17,1...22 Viernes 12.a semana ordinaria impar 5,148 17,3-9 Jueves 5.a semana de Cuaresma 3, 120 18,1-15 Sábado 12.a semana ordinaria impar 5,150 18,16-33 Lunes 13.a semana ordinaria impar 5,152 19,15-29 Martes 13.a semana ordinaria impar 5, 154 21,5-20 Miércoles 13.a semana ordinaria impar 5, 156 22,1...19 Jueves 13.a semana ordinaria impar 5,158 23,1...24,67 Viernes 13.a semana ordinaria impar 5,160 27,1-...29 Sábado 13.a semana ordinaria impar 5,162 28,10-22a Lunes 14.a semana ordinaria impar 5,164 32,23-32 Martes 14.a semana ordinaria impar 5,166 37,3...28 Viernes 2.a semana de Cuaresma 3,122 41,55...42,24a Miércoles 14.a semana ordinaria impar 5, 168 44,18...45,5 Jueves 14.a semana ordinaria impar 5, 170 46,1...30 Viernes 14.a semana ordinaria impar 5,172 49,2... 10 17 diciembre 3, 42 49,29...50,24 Sábado 14.a semana ordinaria impar 5,174

Para hallar la página, la primera cifra indica el volumen y la segunda la página correspondiente.

Tabla de las referencias bíblicas 417

Referencia Día Pág.

ÉXODO L8...22 2,l-15a 3,1...12 3,13-20 11,10-12,14 12,37-42 14,5-18 14,21-15,1 16,1...15 19,1...20b 20,1-17 24,3-8 32,7-14 32.15...34 33,7...28 34,29-35 40.16...38

LEVITICO 19,1...18 23.1...37 25.1...17

NÚMEROS 6,22-27 ll,4b-15 12,11-13 13,1.-14,35 20,1-13 21,4-9 24,2...17a

DEUTERONOMIO 4,1-9 4,32-40 6,4-13 10,12-22 26,16-19 30,15-20 31,1-8 34,1-12 JOSUÉ 3,7...17 24,1-13 24,14-29 JUECES 2,11-19

Lunes 15.a semana ordinaria impar 5, 176 Martes 15.a semana ordinaria impar 5,178 Miércoles 15.a semana ordinaria impar 5,180 Jueves 15." semana ordinaria impar 5,182 Viernes 15.a semana ordinaria impar 5,184 Sábado 15." semana ordinaria impar 5,186 Lunes 16.a semana ordinaria impar 5,188 Martes 16.a semana ordinaria impar 5,190 Miércoles 16.a semana ordinaria impar 5,192 Jueves 16.a semana ordinaria impar 5,194 Viernes 16.a semana ordinaria impar 5, 196 Sábado 16." semana ordinaria impar 5,198 Jueves 4.a semana de Cuaresma 3,144 Lunes 17.a semana ordinaria impar 5,200 Martes 17.a semana ordinaria impar 5, 202 Miércoles 17.a semana ordinaria impar 5, 204 Jueves 17.a semana ordinaria impar 5, 206

Lunes 1." semana de Cuaresma 3,102 Viernes 17.a semana ordinaria impar 5, 208 Sábado 17.a semana ordinaria impar 5, 210

1.° de enero 3, 72 Lunes 18.a semana ordinaria impar 5, 212 Martes 18.a semana ordinaria impar 5,214 Miércoles 18.a semana ordinaria impar 5, 216 Jueves 18.a semana ordinaria impar 5, 218 Martes 5.a semana de Cuaresma 3,152 Lunes 3.a semana de Adviento 3, 32

Miércoles 3.a semana de Cuaresma 3, 130 Viernes 18.a semana ordinaria impar 5,220 Sábado 18.a semana ordinaria impar 5,222 Lunes 19.a semana ordinaria impar 5, 224 Sábado 1.a semana de Cuaresma 3,112 Jueves después de Ceniza 3, 96 Martes 19.a semana ordinaria impar 5, 226 Miércoles 19.a semana ordinaria impar 5, 228

Jueves 19.a semana ordinaria impar 5, 230 Viernes 19.a semana ordinaria impar 5, 232 Sábado 19.a semana ordinaria impar 5, 234

Lunes 20.a semana ordinaria impar 5, 236

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418

Referencia

6,ll-24a 9,6-15 ll,29-39a 13,2...25a

RUT 1.1...22 2,1-17

I SAMUEL 1,1-8 1,9-20 1,24-2, la 3,1...20 4,1-11 8,4...22a 9,1...10,la 15,16-23 16,1-13 17,32...51 18,6...19,7 24,3-21

II SAMUEL 1,1-27 5,1...10 6,12b...l9 7,1...16 7,4...17 7,18...29 11,1-17 12.1...17

Tabla de las referencias bíblicas

Día

Martes 20.a semana ordinaria impar Miércoles 20." semana ordinaria impar Jueves 20.a semana ordinaria impar 19 diciembre

Viernes 20.a semana ordinaria impar Sábado 20.a semana ordinaria impar

Lunes 1 .a semana ordinaria par Martes 1 ,a semana ordinaria par 22 diciembre Miércoles 1.' semana ordinaria par Jueves 1.a semana ordinaria par Viernes 1 .a semana ordinaria par Sábado 1.a semana ordinaria par Lunes 2.a semana ordinaria par Martes 2.a semana ordinaria par Miércoles 2.a semana ordinaria par Jueves 2.a semana ordinaria par Viernes 2.a semana ordinaria par

Sábado 2.a semana ordinaria par Lunes 3.a semana ordinaria par Martes 3.a semana ordinaria par 24 diciembre Miércoles 3.a semana ordinaria par Jueves 3.a semana ordinaria par Viernes 3.a semana ordinaria par Sábado 3.a semana ordinaria par

15,13...16,13a Lunes 4.a semana ordinaria par 18,9...19,4 24,2...17

[ REYES 2,1-12 3,4-13 8,1...13 8,22...30 10,1-10 11,4-13 11,29...12,19 12,26...13,34 17,1-6 17,7-16 18,20-39 18,41-46

Martes 4.a semana ordinaria par Miércoles 4.a semana ordinaria par

Jueves 4.a semana ordinaria par Sábado 4.a semana ordinaria par Lunes 5.a semana ordinaria par Martes 5.a semana ordinaria par Miércoles 5.a semana ordinaria par Jueves 5.a semana ordinaria par Viernes 5.a semana ordinaria par Sábado 5.a semana ordinaria par Lunes 10.a semana ordinaria par Martes 10.a semana ordinaria par Miércoles 10.a semana ordinaria par Jueves 10.a semana ordinaria par

Pág.

5,238 5,240 5,242 3, 46

5,244 5,246

4, 8 4, 10 3, 52 4, 12 4, 14 4, 16 4, 18 4, 20 4, 22 4, 24 4, 26 4, 28

4, 30 4, 32 4, 34 3, 56 4, 36 4, 38 4, 40 4, 42 4, 44 4, 46 4, 48

4, 50 4, 54 4, 56 4, 58 4, 60 4, 62 4, 64 4, 66 4,116 4,118 4,120 4,122

Tabla de las referencias bíblicas 419

Referencia

19,9a...l6 19,19-21 21,1-16 21,17-29

II REYES 2,1...14 5,l-15a 11,1. ..20a 17,5...18 19,9b...36 22,8...23,3 24,8-17 25,1-12

II CRÓNICAS 24, 17-25

ESDRAS 1,1-6 6,7-20 9,5-9

NEHEMIAS 2,1-8 8,1...12

TOBÍAS 1,1—2,9 2,10-23 3,1...25 6,10.-8,10 11,5-17 12,1...20

ESTER 14,1...14

I MACABEOS 1.10...64 2,15-29 4,36...59 6,1-13

II MACABEOS 6,18-31 7,1—31

JOB 1,6-22 3,1-23 9,1-16 19,21-27

Día

Viernes 10.a semana ordinaria par Sábado 10.a semana ordinaria par Lunes 11.a semana ordinaria par Martes 11.a semana ordinaria par

Miércoles 11 .a semana ordinaria par Lunes 3.a semana de Cuaresma Viernes 11.a semana ordinaria par Lunes 12.a semana ordinaria par Martes 12.a semana ordinaria par Miércoles 12.a semana ordinaria par Jueves 12.a semana ordinaria par Viernes 12.a semana ordinaria par

Sábado 11 .a semana ordinaria par

Lunes 25.a semana ordinaria impar Martes 25.a semana ordinaria impar Miércoles 25.a semana ordinaria impar

Miércoles 26.a semana ordinaria impar Jueves 26.a semana ordinaria impar

Lunes 9.a semana ordinaria impar Martes 9.a semana ordinaria impar Miércoles 9.a semana ordinaria impar Jueves 9.a semana ordinaria impar Viernes 9.a semana ordinaria impar Sábado 9.a semana ordinaria impar

Jueves 1.a semana de Cuaresma

Lunes 33.a semana ordinaria impar Jueves 33.a semana ordinaria impar Viernes 33.a semana ordinaria impar Sábado 33.a semana ordinaria impar

Martes 33.a semana ordinaria impar Miércoles 33.a semana ordinaria impar

Lunes 26.a semana ordinaria par Martes 26.a semana ordinaria par Miércoles 26.a semana ordinaria par Jueves 26.a semana ordinaria par

Pág.

4,124 4,126 4,128 4,130

4,132 3,126 4,136 4,140 4,142 4,144 4,146 4,148

4,138

5, 296 5,298 5,300

5,312 5,314

5,104 5,106 5,108 5,110 5,112 5,114

3,108

5,392 5,398 5,400 5,402

5,394 5,396

4,308 4,310 4,312 4,314

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420 Tabla de las referencias bíblicas

Referencia

38,1...40,5 42,1...17

PROVERBIOS 3,27-34 21.1...13 30,5-9

ECLESIASTES 1,2-11 3,1-11 11,9-12,8

Día

Viernes 26.a semana ordinaria par Sábado 26.a semana ordinaria par

Lunes 25.a semana ordinaria par Martes 25.a semana ordinaria par Miércoles 25.a semana ordinaria par

Jueves 25.a semana ordinaria par Viernes 25.a semana ordinaria par Sábado 25.a semana ordinaria par

CANTAR DE LOS CANTARES 2,8-14

SABIDURÍA 1,1-7 2,1...22 2,23-3,19 6,1-11 7,22-8,1 13,1-9 18,14...19,9

ECLESIÁSTICO 1,1-10 2,1-11 4,11-19 5,1-8 6,5-17 17,1-15 17,24-29 35,1-12 36.1...17 42,15-25 44,1...13 47,2-11 48,1-11 48,1-14 51,12-20

ISAÍAS U0...20 1,11-17 4,2-6 6,1-8 7,1-9 7,10-14 10,5...16

21 diciembre

Lunes 32.a semana ordinaria impar Viernes 4.a semana de Cuaresma Martes 32.a semana ordinaria impar Miércoles 32.a semana ordinaria impar Jueves 32.a semana ordinaria impar Viernes 32.a semana ordinaria impar Sábado 32.a semana ordinaria impar

Lunes 7.a semana ordinaria impar Martes 7.a semana ordinaria impar Miércoles 7.a semana ordinaria impar Jueves 7.a semana ordinaria impar Viernes 7.a semana ordinaria impar Sábado 7.a semana ordinaria impar Lunes 8.a semana ordinaria impar Martes 8.a semana ordinaria impar Miércoles 8.a semana ordinaria impar Jueves 8.a semana ordinaria impar Viernes 8.a semana ordinaria impar Viernes 4.a semana ordinaria par Sábado 2.a semana de Adviento Jueves 11 .a semana ordinaria par Sábado 8.a semana ordinaria impar

Martes 2.a semana de Cuaresma Lunes 15.a semana ordinaria par Lunes 1.a semana de Adviento Sábado 14.a semana ordinaria par Martes 15.a semana ordinaria par 20 diciembre Miércoles 15.a semana ordinaria par

Pag.

4,316 4,318

4,296 4,298 4,300

4,302 4,304 4,306

3, 50

5,380 3,146 5,382 5,384 5,386 5,388 5,390

5, 80 5, 82 5, 84 5, 86 5, 88 5, 90 5, 92 5, 94 5, 96 5, 98 5,100 4, 52 3, 30 4,134 5,102

3,116 4,176 3, 8 4,174 4,178 3, 48 4,180

Tabla de las referencias bíblicas 421

Referencia Día Pág.

11,1-10 25,6-9 26,1-6 26,7...19 29,17-24 30,19...26 35,1-10 38.1...8 40,1-11 40,25-31 41,13-20 42,1-7 45,6b...25 48,17-19 49,1-6 49,8-15 50,4-9a 52,13-53,12 54,1-10 55,10-11 56,1...8 58,1-9 58,9-14 65,17-21

JEREMÍAS 1,1...10 2,1 — 13 3,14-17 7,1-11 7,23-28 11,18-20 13,1-11 14,17-22 15,10...21 17,5-10 18,1-6 18,18-20 20,10-13 23,5-8 26,1-9 26,11.-24 28,1-17 30,1...22 31,1-7 31,31-34

Martes 1.a semana de Adviento Miércoles 1.a semana de Adviento Jueves 1.a semana de Adviento Jueves 15 .a semana ordinaria par Viernes 1.a semana de Adviento Sábado 1 .a semana de Adviento Lunes 2." semana de Adviento Viernes 15.a semana ordinaria par Martes 2.a semana de Adviento Miércoles 2.a semana de Adviento Jueves 2.a semana de Adviento Lunes Semana Santa Miércoles 3.a semana de Adviento Viernes 2.a semana de Adviento Martes Semana Santa Miércoles 4." semana de Cuaresma Miércoles Semana Santa Viernes Santo Jueves 3.a semana de Adviento Martes 1 .a semana de Cuaresma Viernes 3.a semana de Adviento Viernes después de Ceniza Sábado después de Ceniza Lunes 4.a semana de Cuaresma

Miércoles 16.a semana ordinaria par Jueves 16.a semana ordinaria par Viernes 16.a semana ordinaria par Sábado 16.a semana ordinaria par Jueves 3.a semana de Cuaresma Sábado 4.a semana de Cuaresma Lunes 17.a semana ordinaria par Martes 17.a semana ordinaria par Miércoles 17.a semana ordinaria par Jueves 2.a semana de Cuaresma Jueves 17.a semana ordinaria par Miércoles 2.a semana de Cuaresma Viernes 5.a semana de Cuaresma 18 diciembre Viernes 17.a semana ordinaria par Sábado 17.a semana ordinaria par Lunes 18." semana ordinaria par Martes 18.a semana ordinaria par Miércoles 18.a semana ordinaria par Jueves 18.a semana ordinaria par

3 3, 3 4. 3. 3. 3. 4, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3,

4, 4, 4, 4, 3, 3, 4, 4, 4, 3, 4, 3, 3, 3, 4, 4, 4, 4, 4, 4,

, 10 , 12 , 14 ,182 , 16 , 18 , 20 ,184 , 22 , 24

26 162 36 28

164 142 166 170 38

104 40 98

100 138

192 194 196 198 132 148 200 202 204 120 206 118 158 44

208 210 212 214 216 218

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422 Tabla de las referencias bíblicas

Referencia Día

LAMENTACIONES 2.2...19

BARUC 1,15-22 4,5...29

EZEQUIEL 1.2...28 2,8-3,4 9,1...10,22 12,1-12 16.1...63 18,1...32 18,21-28 24,15-24 28,1-10 34,1-11 36,23-28 37,1-14 37,21-28 43,l-7a 47,1...12

DANIEL 1,1...20 2,31-45 3.14...28 3,25...43 5,1...28 6,12-28 7,2-14 7,15-27 9,4b-10 13,1.-62

OSEAS 2,16...22 6,1-6 8,4...13

'10.1...12 11.1...9 14,2-10 14,2-10

JOEL 1,13...2,2 2,12-18 4,12-21

Sábado 12.a semana ordinaria par

Viernes 26.» semana ordinaria impar Sábado 26.a semana ordinaria impar

Lunes 19.a semana ordinaria par Martes 19.a semana ordinaria par Miércoles 19.a semana ordinaria par Jueves 19.a semana ordinaria par Viernes 19.a semana ordinaria par Sábado 19.a semana ordinaria par Viernes 1 .a semana de Cuaresma Lunes 20.a semana ordinaria par Martes 20.a semana ordinaria par Miércoles 20.a semana ordinaria par Jueves 20.a semana ordinaria par Viernes 20.a semana ordinaria par Sábado 6.a semana de Cuaresma Sábado 20.a semana ordinaria par Martes 4.a semana de Cuaresma

Lunes 34.a semana ordinaria impar Martes 34.a semana ordinaria impar Miércoles 5.a semana de Cuaresma Martes 3.a semana de Cuaresma Miércoles 34.a semana ordinaria impar Jueves 34.a semana ordinaria impar Viernes 34.a semana ordinaria impar Sábado 34.a semana ordinaria impar Lunes 2.a semana de Cuaresma Lunes 5.a semana de Cuaresma

Lunes 14.a semana ordinaria par Sábado 3.a semana de Cuaresma Martes 14.a semana ordinaria par Miércoles 14.a semana ordinaria par Jueves 14.a semana ordinaria par Viernes 14.a semana ordinaria par Viernes 3.a semana de Cuaresma

Viernes 27.a semana ordinaria impar Miércoles de Ceniza Sábado 27.a semana ordinaria impar

Pág

4,150

5,316 5,318

4,224 4,226 4,228 4,230 4,232 4,234 3,110 4,236 4,238 4,240 4,242 4,244 3,160 4,246 3,140

5,404 5,406 3,154 3,128 5,408 5,410 5,412 5,414 3,114 3,150

4,164 3,136 4,166 4,168 4,170 4,172 3,134

5,328 3, 94 5,330

Tabla de las referencias bíblicas 423

Referencia Día Pág.

AMOS 2,6...16 3,1...4,12 5.14...24 7,10-17 8.4...12 9,11-15

JOÑAS 1,1.-2,11 3,1-10 3,1-10 4,1-11

MIQUEAS 2,1-5 6,1...8 7,14...20 7,14...20

NAHUM

2,1...3,7 HABACUC

1,12-2,14 SOFONIAS 3.1...13

AGEO 1,1-8 l,15b-2,9

ZACARÍAS 2.5...15 8,1-8 8,20-23

MALAQUIAS 3,1...24 3,13...20

HECHOS DE LOS APOSTÓLES 1,1-11 Ascensión 2,14...32 Lunes 1.a semana de Pascua 2,36-41 Martes 1.a semana de Pascua 3,1-10 Miércoles 1.a semana de Pascua 3,11-26 Jueves 1.a semana de Pascua 4,1-12 Viernes 1.a semana de Pascua 4,13-21 Sábado 1.a semana de Pascua 4,23-31 Lunes 2.a semana de Pascua 4,32-37 Martes 2.a semana de Pascua

Lunes 13.a semana ordinaria par Martes 13.a semana ordinaria par Miércoles 13.a semana ordinaria par Jueves 13.a semana ordinaria par Viernes 13.a semana ordinaria par Sábado 13.a semana ordinaria par

Lunes 27.a semana ordinaria impar Miércoles 1 .a semana de Cuaresma Martes 27.a semana ordinaria impar Miércoles 27.a semana ordinaria impar

Sábado 15.a semana ordinaria par Lunes 16.a semana ordinaria par Sábado 2.a semana de Cuaresma Martes 16.a semana ordinaria par

Viernes 18.a semana ordinaria par

Sábado 18.a semana ordinaria par

Martes 3.a semana de Adviento

Jueves 25.a semana ordinaria impar Viernes 25.a semana ordinaria impar

Sábado 25.a semana ordinaria impar Lunes 26.a semana ordinaria impar Martes 26.a semana ordinaria impar

23 diciembre Jueves 27.a semana ordinaria impar

4 4 4 4 4 4

5 3 5, 5.

4. 4; 3, 4,

4,

4,

3,

5, 5,

5, 5, 5,

3, 5,

3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3, 3,

,152 ,154 ,156 ,158 ,160 ,162

,320 ,106 ,322 ,324

,186 ,188 ,124 190

220

222

34

302 304

306 308 310

54 326

240 174 176 178 180 182 184 186 188

Page 213: quesson, noel - 04 primeras lecturas años pares

424 Tabla de las referencias bíblicas

Referencia Día

5,17-26 Miércoles 2.a semana de Pascua 5,27-33 Jueves 2.a semana de Pascua 5,34-42 Viernes 2.a semana de Pascua 6,1-7 Sábado 2.a semana de Pascua 6,8-15 Lunes 3.a semana de Pascua 6,8...7,60 26 diciembre 7,51-8,la Martes 3.a semana de Pascua 8,lb-8 Miércoles 3.a semana de Pascua 8,26-40 Jueves 3.a semana de Pascua 9,1-20 Viernes 3.a semana de Pascua 9^31-42 Sábado 3.a semana de Pascua 11,1-8 Lunes 4.a semana de Pascua 11,19-26 Martes 4.a semana de Pascua 12,24-13,5a Miércoles 4.a semana de Pascua 13'l3-25 Jueves 4.a semana de Pascua 13,26-33 Viernes 4.a semana de Pascua 13'44-52 Sábado 4.a semana de Pascua 14,5-18 Lunes 5.a semana de Pascua 14,19-28 Martes 5.a semana de Pascua 15,1-6 Miércoles 5.a semana de Pascua 15,7-21 Jueves 5.a semana de Pascua 15'¿2-31 Viernes 5.a semana de Pascua 16^1-10 Sábado 5.a semana de Pascua 16,11-15 Lunes 6.a semana de Pascua 16,22-34 Martes 6.a semana de Pascua 17,15...18,1 Miércoles 6.a semana de Pascua 18,9-18 Viernes 6.a semana de Pascua 18,22-28 Sábado 6.a semana de Pascua 19,1-8 Lunes 7.a semana de Pascua 20J7-27 Martes 7.a semana de Pascua 20,28-38 Miércoles 7.a semana de Pascua 22,30...23,11 Jueves 7.a semana de Pascua 25,13-21 Viernes 7.a semana de Pascua 28,16-31 Sábado 7.a semana de Pascua

ROMANOS 1,1-7 Lunes 28.a semana ordinaria impar 1,16-25 Martes 28.a semana ordinaria impar 2,1-11 Miércoles 28.a semana ordinaria impar 3'21-29 Jueves 28.a semana ordinaria impar 4,1-8 Viernes 28.a semana ordinaria impar 4,13... 18 Sábado 28.a semana ordinaria impar 4,20-25 Lunes 29.a semana ordinaria impar 5J2...21 Martes 29.a semana ordinaria impar 6,12-18 Miércoles 29.a semana ordinaria impar 6,19-23 Jueves 29.a semana ordinaria impar 7 J 8-25 Viernes 29.a semana ordinaria impar

Pág.

3,190 3,192 3,194 3,196 3,198 3, 60 3,200 3,202 3,204 3,206 3,208 3,210 3,212 3,214 3,216 3,218 3,220 3,222 3,224 3,226 3,228 3,230 3,232 3,234 3,236 3,238 3,242 3,244 3,246 3,248 3,250 3,252 3,254 3,256

5,332 5,334 5,336 5,338 5,340 5,342 5,344 5,346 5,348 5,350 5,352

Tabla de las referencias bíblicas 425

Referencia Día Pág.

g,l-l l Sábado 29.a semana ordinaria impar 5,354 8,12-17 Lunes 30.a semana ordinaria impar 5; 356 8^18-25 Martes 30.a semana ordinaria impar 5,358 8^26-30 Miércoles 30.a semana ordinaria impar 5,360 8Í31b-39 Jueves 30.a semana ordinaria impar 5, 362 9J-5 Viernes 30.a semana ordinaria impar 5,364 11,1...29 Sábado 30.a semana ordinaria impar 5,366 11^29-36 Lunes 31.a semana ordinaria impar 5, 368 12^5-16 Martes 31.a semana ordinaria impar 5,370 13,8-10 Miércoles 31 .a semana ordinaria impar 5,372 14J-12 Jueves 31 .a semana ordinaria impar 5,374 15^14-21 Viernes 31.a semana ordinaria impar 5, 376 16,3...27 Sábado 31." semana ordinaria impar 5,378

I CORINTIOS 11-9 Jueves 21.a semana ordinaria par 4, 254 L17-25 Viernes 21.a semana ordinaria par 4,256 L26-31 Sábado 21 .a semana ordinaria par 4, 258 2'1-5 Lunes 22.a semana ordinaria par 4,260 2,10b-16 Martes 22.a semana ordinaria par 4,262 3'1-9 Miércoles 22.a semana ordinaria par 4, 264 3 J 8-23 Jueves 22.a semana ordinaria par 4,266 4'1-5 Viernes 22.a semana ordinaria par 4,268 4,9-15 Sábado 22.a semana ordinaria par 4,270 5 [ l -S Lunes 23.a semana ordinaria par 4, 272 5^6-8 Sábado Santo 3,172 6,1-11 Martes 23.a semana ordinaria par 4, 274 7,25-31 Miércoles 23.a semana ordinaria par 4, 276 8,Ib...13 Jueves 23.a semana ordinaria par 4,278 9,16...27 Viernes 23.a semana ordinaria par 4,280 10,14-22 Sábado 23.a semana ordinaria par 4, 282 11,17...33 Lunes 24.a semana ordinaria par 4,284 11,23-26 Jueves Santo 3,168 12,12...31 Martes 24.a semana ordinaria par 4,286 12,31-13,3 Miércoles 24.a semana ordinaria par 4,288 15,1-11 Jueves 24.a semana ordinaria par 4, 290 15,12-20 Viernes 24.a semana ordinaria par 4, 292 15,35...49 Sábado 24.a semana ordinaria par 4,294

II CORINTIOS 1,1-7 Lunes 10.a semana ordinaria impar 5,116 l'l8-22 Martes 10.a semana ordinaria impar 5,118 3^4-11 Miércoles 10." semana ordinaria impar 5,120 3,15...4,6 Jueves 10.a semana ordinaria impar 5,122 4,7-15 Viernes 10." semana ordinaria impar 5,124 5'l4-21 Sábado 10.a semana ordinaria impar 5,126 5'20-6,2 Miércoles de Ceniza 3, 94 6,1-10 Lunes 11.a semana ordinaria impar 5,128

Page 214: quesson, noel - 04 primeras lecturas años pares

426 Tabla de las referencias bíblicas

Referencia

8,1-9 9,6-11 11,1-11 11.18...30 12,1-10

GALATAS 1,6-12 1,13-24 2,1...14 3,1-5 3,7-14 3,22-29 4,4-7 4,22...5,1 5,1-6 5,18-25

EFESIOS 1,3-10 1,11-14 1,15-23 1,17-23 2,1-10 2,12-22 3,2-12 3,14-21 4,1-6 4,7-16 4,32-5,8 5,21-33 6,1-9 6,10-20

FILIPENSES 1,1-11 l,18b-26 2,1-4 2,6-11 2,12-18 3,3-8a 3,17-4,1 4,10-19

COLOSENSES 1,1-8 1,9-14 1,15-20 1,21-23

Día

Martes 11.» semana ordinaria impar Miércoles 11 .a semana ordinaria impar Jueves 11." semana ordinaria impar Viernes 11.a semana ordinaria impar Sábado 11.a semana ordinaria impar

Lunes 27.a semana ordinaria par Martes 27.a semana ordinaria par Miércoles 27.a semana ordinaria par Jueves 27.a semana ordinaria par Viernes 27.a semana ordinaria par Sábado 27.a semana ordinaria par 1.° de enero Lunes 28.a semana ordinaria par Martes 28.a semana ordinaria par Miércoles 28.a semana ordinaria par

Jueves 28.a semana ordinaria par Viernes 28.a semana ordinaria par Sábado 28.a semana ordinaria par Ascensión Lunes 29.a semana ordinaria par Martes 29.a semana ordinaria par Miércoles 29.a semana ordinaria par Jueves 29.a semana ordinaria par Viernes 29.a semana ordinaria par Sábado 29.a semana ordinaria par Lunes 30.a semana ordinaria par Martes 30.a semana ordinaria par Miércoles 30.a semana ordinaria par Jueves 30.a semana ordinaria par

Viernes 30.a semana ordinaria par Sábado 30.a semana ordinaria par Lunes 31 .a semana ordinaria par Martes 31 .a semana ordinaria par Miércoles 31.a semana ordinaria par Jueves 31.a semana ordinaria par Viernes 31.a semana ordinaria par Sábado 31.a semana ordinaria par

Miércoles 22.a semana ordinaria impar Jueves 22.a semana ordinaria impar Viernes 22.a semana ordinaria impar Sábado 22.a semana ordinaria impar

Pág

5,130 5,132 5,134 5,136 5,138

4,320 4,322 4,324 4,326 4,328 4,330 3, 72 4,332 4,334 4,336

4,338 4,340 4,342 3,240 4,344 4, 346 4,348 4,350 4,352 4,354 4,356 4,358 4,360 4,362

4,364 4,366 4,368 4,370 4,372 4,374 4,376 4,378

5,264 5,266 5,268 5,270

Tabla de las referencias bíblicas 427

Referencia Día

1,24-2,3 2,6-15 3,1-11 3,12-17 5,6-8

I TESALONICENSES

Lunes 23.a semana ordinaria impar Martes 23.a semana ordinaria impar Miércoles 23.a semana ordinaria impar Jueves 23.a semana ordinaria impar Sábado Santo

1,2b...10 Lunes 21.a semana ordinaria impar 2,1-8 Martes 21.a semana ordinaria impar 2,9-13 Miércoles 21.a semana ordinaria impar 3,7-13 Jueves 21.a semana ordinaria impar 4,1-8 Viernes 21.a semana ordinaria impar 4,9-12 Sábado 21.a semana ordinaria impar 4,13-18 Lunes 22.a semana ordinaria impar 5,1...11 Martes 22.a semana ordinaria impar

' semana ordinaria par ." semana ordinaria par 21.a semana ordinaria par

II TESALONICENSES 1 1,1-12 Lunes 21.' 2,1... 17 Martes 21 3,6...18 Miércoles

I TIMOTEO 1,1-14 1,15-17 2,1-8 3,1-13 3,14-16 4,12-16 6,2c-12 6,13-16

II TIMOTEO 1,1...12 2,8-15 3,10-17 4,1-8

TITO 1,1-9 2,1...14 3,1-7

FILEMON 7-20

HEBREOS 1,1-6 2,5-12 2,14-18 3,7-14 4,1...11

Viernes 23.a semana ordinaria impar Sábado 23.a semana ordinaria impar Lunes 24.a semana ordinaria impar Martes 24.a semana ordinaria impar Miércoles 24.a semana ordinaria impar Jueves 24.a semana ordinaria impar Viernes 24.a semana ordinaria impar Sábado 24.a semana ordinaria impar

Miércoles 9.a semana ordinaria par Jueves 9.a semana ordinaria par Viernes 9.a semana ordinaria par Sábado 9.a semana ordinaria par

Lunes 32.a semana ordinaria par Martes 32.a semana ordinaria par Miércoles 32.a semana ordinaria par

Jueves 32.a semana ordinaria par

Lunes 1 .a semana ordinaria impar Martes 1 .a semana ordinaria impar Miércoles 1.a semana ordinaria impar Jueves 1.» semana ordinaria impar Viernes 1 .a semana ordinaria impar

Pág.

5,272 5,274 5,276 5,278 3,172

5,248 5,250 5,252 5,254 5,256 5,258 5,260 5,262

4,248 4,250 4,252

5,280 5,282 5,284 5,286 5,288 5,290 5,292 5,294

4,108 4,110 4,112 4,114

4,380 4,382 4,384

4,386

5, 8 5, 10 5, 12 5, 14 5, 16

Page 215: quesson, noel - 04 primeras lecturas años pares

428 Tabla de las referencias bíblicas

Referencia Día Pág.

4,14...5,9 4,12-16 5,1-10 6,10-20 7.1...17 7,25-8,6 8,6-13 9,2...14 9,15...28 10,1-10 10,11-18 10,19-25 10,32-39 11,1-7 11,1...19 11,32-40 12,1-4 12.4...15 12,18-24 13,1-8 13,15...21

SANTIAGO 1,1-11 1,12-18 1,19-27 2,1-9 2,14...26 3,1-10 3,13-18 4,1-10 4,13-17 5,1-6 5,9-12 5,13-16

I PEDRO 1,3-9 1,10-16 1,18-25 2,2...12 4,7-13

II PEDRO 1,2-7 3.12...18

I JUAN 1,1-4

Viernes Santo Sábado 1." semana ordinaria impar Lunes 2.a semana ordinaria impar Martes 2.a semana ordinaria impar Miércoles 2.a semana ordinaria impar Jueves 2.a semana ordinaria impar Viernes 2.a semana ordinaria impar Sábado 2.a semana ordinaria impar Lunes 3.a semana ordinaria impar Martes 3.a semana ordinaria impar Miércoles 3.a semana ordinaria impar Jueves 3.a semana ordinaria impar Viernes 3.a semana ordinaria impar Sábado 6.a semana ordinaria impar Sábado 3.a semana ordinaria impar Lunes 4.a semana ordinaria impar Martes 4.a semana ordinaria impar Miércoles 4.a semana ordinaria impar Jueves 4.a semana ordinaria impar Viernes 4.a semana ordinaria impar Sábado 4.a semana ordinaria impar

Lunes 6.a semana ordinaria par Martes 6.a semana ordinaria par Miércoles 6.a semana ordinaria par Jueves 6.a semana ordinaria par Viernes 6.a semana ordinaria par Sábado 6.a semana ordinaria par Lunes 7.a semana ordinaria par Martes 7.a semana ordinaria par Miércoles 7.a semana ordinaria par Jueves 7.a semana ordinaria par Viernes 7.a semana ordinaria par Sábado 7.a semana ordinaria par

Lunes 8.a semana ordinaria par Martes 8.a semana ordinaria par Miércoles 8.a semana ordinaria par Jueves 8.a semana ordinaria par Viernes 8.a semana ordinaria par

Lunes 9.a semana ordinaria par Martes 9.a semana ordinaria par

27 diciembre

3, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5, 5,

4, 4, 4, 4, 4, 4, 4, 4, 4, 4, 4, 4,

4, 4, 4, 4, 4,1

,170 , 18 20 22 24 26 28 30 32 34 36 38 40 78 42 44 46 48 50 52 54

68 70 72 74 76 78 80 82 84 86 88 90

92 94 96 98 100

4,104 4,106

3, 62

Tabla de las referencias bíblicas 429

Referencia Día Pág.

1,5-2,2 2,3-11 2,12-17 2,18-21 2,22-28 2,29-3,6 3,7-10 3,11-21 3,22-4,6 4,7-10 4,11-18 4,19-5,4 5,5-13 5,5-13 5,14-21 5,14-21

II JUAN 4-9

III JUAN 5-8

JUDAS 17...25

APOCALIPSIS 1,1...2,5 3.1...22 4,1-11 5,1-10 10,8-11 11,4-12 14,1...5 14,14-19 15,1-4 18,1...19,9 20,1...21,2 22,1-7

28 diciembre 3, 64 29 diciembre 3, 66 30 diciembre 3, 68 31 diciembre 3, 70 2 de enero 3, 74 3 de enero 3, 76 4 de enero 3, 78 5 de enero 3, 80 Lunes después de Epifanía 3, 82 Martes después de Epifanía 3, 84 Miércoles después de Epifanía 3, 86 Jueves después de Epifanía 3, 88 6 de enero 3, 90 Viernes después de Epifanía 3, 90 7 de enero 3, 92 Sábado después de Epifanía 3, 92

Viernes 32.a semana ordinaria par 4, 388

Sábado 32.a semana ordinaria par 4, 390

Sábado 8.a semana ordinaria par 4, 102

Lunes 33.a semana ordinaria par 4, 392 Martes 33.a semana ordinaria par 4, 394 Miércoles 33.a semana ordinaria par 4, 396 Jueves 33.a semana ordinaria par 4, 398 Viernes 33.a semana ordinaria par 4, 400 Sábado 33.a semana ordinaria par 4, 402 Lunes 34.a semana ordinaria par 4, 404 Martes 34.a semana ordinaria par 4, 406 Miércoles 34.a semana ordinaria par 4, 408 Jueves 34.a semana ordinaria par 4, 410 Viernes 34.a semana ordinaria par 4, 412 Sábado 34.a semana ordinaria par 4, 414

Page 216: quesson, noel - 04 primeras lecturas años pares

TABLA DE LOS TEMAS PRINCIPALES

Acción de gracias, 38, 53, 60, 217, 249, 338, 408,410

Actos (eficacia), 15, 76, 80, 126 Adversario, 309 Alabanza, 52, 60, 90 Alegría, 68, 73, 90, 93, 290,292,

306, 336, 368, 377, 405 Alianza, 58, 63, 146, 152, 154,

156, 193, 215, 216, 218, 219, 243

Amar, 76, 80, 83, 85, 97, 101, 164, 165, 170, 194, 260, 285, 288, 335, 349, 351, 356

Amistad, 27, 386 Apertura, 168, 232 Ateísmo, 161, 301, 304, 403 Atención a los demás, 284 Ausencia de Dios, 11

Banalidad, 252, 372 Bautismo, 92, 95, 96, 99, 123, 256, 331, 385,414

Bondad, 189, 336, 385

Celibato, 276 Cielo, 289, 376, 404, 413, 414 Colectivo, 117, 156, 172, 203, 216, 234

Compartir, participar, 101, 297 Compromisos, 77, 130, 159 Conciencia, 42, 57,63,152,153,

154, 155, 160, 199,279 Conflictos, 64, 82, 275, 297 Confort, 302 Contemplar, 124, 130, 316, 351 Conversión, 172, 191, 208 Cruz, 127, 210, 256, 260, 276, 326, 337, 347, 376

Cuerpo, 34, 58, 76, 90, 122, 247, 292, 294, 350

Culto, 73, 99, 147, 157, 160, 176, 189

Cumplimiento, término, 93, 106, 218, 251. 341, 364, 405, 406, 413

Decisión, 120 Demonios, 344, 402 Desconcertante, 118, 149, 209, 222, 224, 290

Diálogo, 78 Dinero, 86, 128, 160, 391 Discreción, 125, 395 Disponibilidad, 212, 384 Dominar (no), 129, 221 Dulzura, 72, 81

Eficacia, 72 Encarnación, 34, 202, 388 Entusiasmo, 383 Escatologia, 160, 218, 245, 250, 255, 269, 377, 394, 406

Escondido, (Dios) 95, 125, 144, 389, 392, 409

Escuchar, 13, 54, 72, 201, 208. 226, 360

Esencial, 84, 277 Esperanza, 70, 82, 92, 95, 100,

106, 151, 162, 169, 179, 182, 192, 203, 207, 215, 216, 220, 223, 249, 251, 269, 315, 353, 367, 377, 396, 408

Esposo, 236, 359,411,413 Eternidad, 97, 106, 162, 216, 222, 277, 302, 304, 305, 307, 412

Éxito, 26, 51, 60, 84, 414

Farisaísmo, 271 Fe, 76, 81, 93, 109, 113, 179, 212, 249, 256, 261, 262, 264, 272, 315, 318, 327, 405

Felicidad, 271, 302, 378, 383 Fidelidad, 111,216, 268 Fiesta, 35, 53, 162, 405, 406, 410

Formalismo, 156, 176, 198,208 Fracaso, 46, 149, 183, 206, 319 Fraternidad, 96, 279, 284, 387 Fuerza, 25, 350, 362, 378

Tabla de ios temas principales 431

Gracia, 104,205,261,291,322, 332, 334, 339, 344, 364

Humildad,21,38,189,290,316, 336, 369, 370

Humor, 83

ídolos, 138, 166,214,242,278, 282

Iglesia, 285, 286, 323, 324, 343, 354, 358, 390, 393

Inseguridad, 117, 209, 231, 261 Inteligencia, 54, 60, 80, 173,

195, 196, 256, 262, 296, 316 Interioridad, 72 Invisible, 108

Justicia, 73, 74, 86, 106, 130, 152, 157, 186, 189, 298, 411

Lealtad, 299, 300 Liberación, 163, 361, 386, 408 Libertad, 278, 330, 333, 336, 378, 395

Liturgia, 34, 59, 90, 145, 175, 285, 390, 397,410

Lucidez, 230 Luchar, 136, 362

Maravillarse, 99 María, 232, 388 Maternidad, 96, 170 Mediación, 13, 58 Ministerios, 91, 108, 270, 281, 287

Misa, 59, 112, 176, 282, 284, 357, 395,404,411

Misericordia, 131, 165, 171, 190, 233

Misión, 61, 66, 118, 125, 174, 248, 273, 280, 340, 348, 391

Misterio, 254, 257, 268, 313, 317, 348

Moral, 20, 153, 172, 199, 218, 272,296, 351, 357

Muerte, 30, 50, 133, 134, 244, 310, 314, 367

No-violencia, 28, 45, 136, 275

Novedad, 92, 107, 112, 412

Opción, 277, 402 Optimismo, 61, 305, 365 Oración, plegaria, 10, 13, 59, 77, 90, 100, 122, 124, 135, 151, 184, 205, 208, 227, 318, 363, 401

Orgullo, 27, 48, 83, 239, 258, 266, 271, 374

Paciencia, 223 Palabra de Dios, 72, 94, 97, 98,

102, 110, 112, 114, 145, 152, 158, 175, 186, 201, 204, 226, 300, 321,400

Participación, 16 Paz, 65, 81, 100, 104, 140,220, 253, 336

Pecado, 40, 43,48,63, 165, 191, 195, 218, 233, 236, 308, 344, 412

Pequenez, 23, 24, 258 Perdonar, 45, 47, 164, 190 Perfección, 69, 95, 107 Persecución, 249 Perseverancia, 68, 88, 122 Plan de Dios, 267,283,291,293, 338, 339, 348, 354

Pluralismo, 78, 83, 283 Pobres, 8, 42, 74,88, 118, 128,

160, 177, 187, 229, 258, 284, 301

Politica,8,14.16,18,66,73,74, 86, 128, 136, 166, 172. 178, 182, 231, 384,409

Practicar, 76, 298 Preparaciones, 117, 246 Presenciade Dios, 15, 34,37,57,

58,72,197,224,229,242,246, 335 372 389

Primado de Pedro, 92, 98, 291, 323

Progreso, 17 Promoción, 86, 361 Prueba, 70,89,93,209,231,308

Reconciliación, 83, 297, 347 Redención, 310, 339

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432 Tabla de los temas principales

Reflexionar, 311 Relaciones, 81, 100, 197, 241, 248, 352, 369

Renuncia, 127 Responsabilidad, 13, 14, 18, 19,

22,55,131,145,154,199,215, 227, 234, 269, 274, 381, 412

Resurrección, 92, 149, 183, 244, 292, 294, 342, 345, 403

Revisión de vida, 11, 14, 64, 84, 141, 179, 180, 212, 386, 398, 401

Riqueza, 301 Ruptura, 127

Sacramentos, 15, 91, 389 Salvar, 215,229, 290, 345, 371, 408

Sexualidad, 62, 275, 276, 359, 376

Signos, señal, 123, 184, 205, 226, 246, 273, 289, 294

Simplicidad, 297 Soledad, 117 Solidaridad, 49, 50, 150, 182, 216, 229, 234,297

Sufrimientos, 9, 110, 202, 210, 218, 308, 310, 319, 378

Temor, 96 Tentaciones, 70, 166 Testigo, 402 Tolerancia, 78, 81, 83, 103 Trabajo, 84, 163, 252 Trinidad, 102, 282, 352

Unidad, 32, 65, 66, 241, 282, 284, 286, 324, 346, 353, 369

Universalismo, 196, 197, 218, 255, 328, 331, 348, 399

Valentía, valor, 50,116,130, 395 Vejez, 306 Ver, 312, 319, 331, 393,415 Verdad, 115,212 Vida eterna, 30, 110, 163, 185, 414

Vigilancia, 94 Violencia, 43, 72, 136, 221, 275 Virulencia, 172, 280, 321 Vivir, 163, 232, 235, 366 Vocación, 12,23,108, 126, 154,

158, 174, 192