Qué Es La Historia - Azorín

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    ¿QUÉ ES LA HISTORIA?

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    Azorín

    ¿QUÉ ES LA HISTORIA?

    Re exiones sobreel o cio de historiador

    Edición, introducción y notas de

    Francisco Fuster García

    fórcola

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    Singladuras

    Director de la colección: Javier Jiménez

    Diseño de cubierta: Silvano GozzerDiseño de maqueta y corrección: Susana PulidoProducción: Teresa Alba

    Detalle de cubierta: Wilhelm Bendz (1804-28),The Waagepetersen Family, 1830.Statens Museum for Kunst/National Gallery of Denmark

    © Caja de Ahorros del Mediterráneo, 2012© De la edición, la introducción y las notas,Francisco Fuster García, 2012© Fórcola Ediciones, 2012C/ Querol, 4 - 28033 Madrid www.forcolaediciones.com

    Depósito legal: M-23688-2012ISBN (PDF): 978-84-16247-16-5ISBN (papel): 978-84-15174-53-0Imprime: Elece Industria Grá ca, S. L.Encuadernación: Moen, S. L.Impreso en España, CEE. Printed in Spain

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    ción de nuestro autor a volver la vista atrás, hacia lostiempos pretéritos. En este sentido, y a juzgar por ellugar que ocupa la historia en la obra azoriniana, meatrevo a decir que esas primeras lecturas dejaron unahuella indeleble en la personalidad de aquel futuroescritor que muchas décadas después confesaba se-guir viviendo en el pasado, de donde bajaba de vez encuando al presente.

    Por otra parte, y después de haber repasado la

    lista de títulos que integraban esa primera bibliotecade la que se nutrió el joven Martínez Ruiz durantesu etapa de formación como lector, debo decir queigual el padre que el hijo tuvieron muy buen gusto ala hora de elegir a sus autores de cabecera. Tanto en la biblioteca familiar de los Martínez Ruiz como en la bi-

    blioteca personal del escritor, catalogadas y conser- vadas ambas en la Casa-Museo Azorín de Monóvar2,encontramos una nutrida representación de autores y obras hoy convertidas en clásicos de la disciplinahistórica. Allí está la or y nata de la historiografíaeuropea –especialmente francesa– del siglo xIx :la Historia de Roma de Theodor Mommsen, Loshéroes de Thomas Carlyle, la Introducción a los es-tudios históricos de Langlois y Seignobos, una His-toria de la Revolución Francesa de Louis AdolpheThiers y otra de Jules Michelet, la Historia de losgirondinos de Alphonse de Lamartine, la Historiade la revolución de Inglaterra de François Guizot,

    una Historia Universal y una Histoire de France deErnest Lavisse, varios ensayos de Hippolyte Taine yalgún título suelto de Arnold J. Toynbee, Joseph de

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    Maistre y el vizconde de Bonald, por citar sólo losnombres más conocidos.

    Pero al margen de esta circunstancia personal y desu contribución al despertar de la pasión azorinianapor la historia, existe otro factor de tipo «generacio-nal», si se puede decir así, que también pudo ayudara la perpetuación de esta querencia del novelista ali-cantino por todo lo relacionado con el pasado. En un

    capítulo de su libro de recuerdos titulado Madrid , elpropio Azorín admite que la suya fue una generación«historicista», integrada por un grupo de intelectua-

    Azorín joven. Archivo Casa-Museo Azorínde Monóvar, Obra Social CAM.

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    otra España; como escribió José Ortega y Gasset enun extraordinario ensayo publicado en El Imparcial y luego recogido en el segundo volumen de El Es- pectador, oír el nombre de Azorín equivale a recibir«una invitación para deslizar la mano una vez mássobre el lomo del pasado, como sobre un terciopelomilenario»4. En segundo lugar, y como demuestra laexistencia de los textos que forman esta antología,a esta presencia del pasado en su creación literaria

    Azorín añade algo que no encontramos en el casode esos compañeros de generación a los que mehe referido: un acercamiento a la historia desdeun punto de vista que podríamos llamar «teórico»o «metodológico»; esto es, un interés en la historiacomo disciplina y en la gura del historiador como

    artista, como autor que usa unas fuentes y sigue unmétodo para crear una obra de arte. Es cierto queautores como Baroja o Unamuno también dedicaronalgún ensayo a exponer su opinión sobre lo que ellosentendían que era o debía ser la historia, pero lacantidad de re exiones azorinianas dedicadas a esteasunto no tiene parangón. Aquí he seleccionado lostreinta y un textos (treinta artículos o breves ensayos,más un cuento –«La continuidad histórica»– queañado como «propina» o bonus track) que me hanparecido más representativos del pensamiento azo-riniano sobre la historia.

    Lo que a continuación pretendo hacer es dar algu-

    nas pinceladas sobre los que son, según mi criterio,los denominadores comunes en la concepción queel crítico alicantino tuvo de la historia, apreciables

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    tanto en esas novelas que nos son más familiares atodos, como en los artículos periodísticos agrupadosen esta antología, sin duda mucho menos conocidospara el llamado «gran público». Como podrá ver ellector, al escritor no le interesa del pasado la anécdo-ta concreta o el apunte erudito que no reviste mayorimportancia que ésa, la de ser un dato aprovechablepara el historiador; a Azorín le preocupa sobre todoel método del historiador y su manejo de las fuentes:

    quién es el sujeto histórico y cómo el historiadorse convierte en narrador para construir un relatocoherente a partir de lo que sólo era una montañade datos, una acumulación de sucesos aislados, denombres y de fechas, de indicios y de huellas.

    Azorín como historiador: la petite histoire y las «vidas opacas»

    En Azorín no hay nada solemne, majestuoso,altisonante. Su arte se insinúa hasta aquel estratoprofundo de nuestro ánimo donde habitan estas me-nudas emociones tornasoladas. No le interesan las

    grandes líneas que, mirada la trayectoria del hombreen sintética visión, se desarrollan serenas, simples ymagní cas, como el per l de una serranía. Es todolo contrario de un « lósofo de la historia». Por unagenial inversión de la perspectiva, lo minúsculo, loatómico, ocupa el primer rango en su panorama, ylo grande, lo monumental, queda reducido a un breveornamento.

    J oSé o rtega y g aSSet , Azorín o primores de lo vulgar (1913)

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    Son varios los estudiosos de la obra del escritormonoverense que han coincidido al subrayar que sialgo caracteriza la forma azoriniana de observar elmundo es el empleo de una especie de microscopioque condiciona inevitablemente su mirada y la dirigehacia las cosas pequeñas de la vida, hacia el detalleminúsculo que pasa desapercibido en la vorágine deldía a día, eclipsado por esos hechos inusuales quesobresalen a simple vista. Como ha escrito en esta

    línea el profesor Miguel Ángel Lozano, «la estéticade Azorín está fundamentada en la observación deobjetos anodinos, sucesos irrelevantes, ambientes vulgares y vidas opacas, en cuya armonía se advierte‘la fuerza misteriosa del Universo’»5. Aplicada a lahistoria, esta atracción por la prosa diaria de la vida,

    por intentar ir más allá de lo aparente para descubrirel alma de las cosas, se materializa en la predilecciónde Azorín por las vidas anónimas y por lo que élllama la «historia menuda», como ahora trataré deexplicar.

    Desde el punto de vista cronológico, nuestro autorpercibe el pasado como un proceso lento y secular,marcado por el transcurso inexorable del tiempo,auténtica jación para el crítico monoverense. Y den-tro de este tiempo, de este pasado que el historiadortrata de recrear, le preocupan especialmente lo quepodríamos llamar «tiempos muertos» de la historia:lapsos cronológicos durante los cuales el mundoparece haberse paralizado y no acontece nada; todoestá quieto e inmóvil. Como expresa en uno de lostextos aquí recogidos, esos fragmentos de vida que la

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    historia no ha retratado son las más importantes paraél, los que más curiosidad le suscitan: «losintersti-cios del tiempo, los espacios vacíos, esto que no puedeser materia de la historia, porque no ocurre nada, yque, sin embargo, es la esencia de la vida, lo princi-pal de las cosas, han quedado suprimidos, ocultos»(«La Historia», ABC , 17-VI-1909). En este sentido, y salvando las distancias, se puede decir que Azoríntiene una concepción braudeliana de la historia. Y me

    explico. En el célebre ensayo en el que acuñó el con-cepto de longue durée, denunciaba Fernand Braudelque la «historia tradicional, atenta al tiempo breve, alindividuo y al acontecimiento», nos había habituadoa un relato histórico «precipitado, dramático, de cor-to aliento»; frente a esta historia episódica o de los

    acontecimientos (histoire événementielle), el granhistoriador de Annales proponía «una historia dealiento mucho más sostenido», «una historia de larga,incluso de muy larga, duración», que se jara en losprocesos históricos de amplitud secular6. Azorín noescribe sobre estos largos procesos a los que sere ere Braudel; escribe sobre los pueblos españoles y sobre esos labriegos y herreros que viven al margende la historia, pero lo hace poniendo un especialénfasis en la continuidad de la historia y en cómo esacontinuidad se mani esta en la aparente inmovilidadde esas existencias insigni cantes que se repiten yse repiten a lo largo del tiempo, ajenas a los grandes

    sucesos de la historia. Glosando los Diálogos de Luis Vives en uno de sus primeros escritos publicados, el joven Martínez Ruiz ya nos cuenta que lo que más le

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    agrada de esta obra es que, a diferencia de la novelao el teatro, que «nos revelan la vida anormal de losantiguos, su vida de aventuras», el libro de Vives«nos muestra su vida íntima, nos da a conocer lo quehacían cuando no les ocurría nada de extraordinario,cuando no hacían nada »7.

    Como decía, una preocupación fundamental delpensamiento azoriniano sobre la historia tiene que ver con el papel que juega el historiador en el proceso

    de ordenar una cadena de hechos y darles sentido,coherencia. Según Azorín, aquello fundamental quedistingue a los buenos historiadores de los malos esel método: la capacidad para hilvanar un discursoordenado que, además de ser riguroso con la verdadde los documentos, debe ser atractivo y sugerente

    para el lector profano, para el no especialista. Poreso, compara el trabajo del historiador con el de unnigromante; el buen historiador es un artista porquedebe ser capaz de formar un todo reconocible conesas partes sueltas (los documentos, las pruebas)de las que dispone. Y para el autor de La voluntad ,esas piezas que el historiador tiene que ordenar paracompletar su puzle son los «pequeños hechos» quecada autor coloca en un sitio distinto, dando lugarcon ello a múltiples formas de entender el pasado,de narrar la historia:

    Es falaz la crítica; es falaz la historia. La historia

    es arte de nigromántico. Toda historia puede ser dediferente manera de comoes. Los pequeños hechos tienen eso: que se prestan a todo. Son como las

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    diminutas piezas de los mosaicos: se puede formarcon ellos mil combinaciones y guras. En España,por ejemplo, podría demostrarse que la literaturadel siglo de oro decayó por la Inquisición y que laInquisición no tuvo nada que ver con la literatura…Los pequeños hechos por sí no dicen nada; el arteestá en escogerlos, agruparlos, generalizarlos,agrandarlos, hacerles decir lo que el historiadorquiere que digan. He aquí la nigromancia8.

    Como vemos, la idea que tiene de la historia partede ese principio irrenunciable: conceder la atenciónque merecen a los pequeños hechos, a esos sucesosprotagonizados por individuos anónimos, por lasclases populares y subalternas de la sociedad que

    pasan desapercibidas para la «historia o cial», parael discurso hegemónico que queda re ejado en losmanuales de historia. Es por esto por lo que hace yamás de cuatro décadas y cuando todavía no existíala microstoria italiana como corriente historiográ-ca, José Antonio Maravall dedicó un pionero es-tudio a argumentar que Azorín tenía una idea de lahistoria que podría responder bien al nombre de«microhistoria», a pesar de que por entonces estaetiqueta todavía no formaba parte del argot acadé-mico de la historiografía europea. Según Maravall,el uso de este cali cativo en referencia al conceptoazoriniano de la historia obedecía al hecho de que

    era éste un enfoque que ponía un especial énfasis en«esos hechos pequeños en su aparente gura exter-na, que hacen tan lento el ritmo del tiempo» y que

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    representan «lo inalterable, o lo que es lo mismo,lo que permanece y cambia lentamente»9. Aunqueen estas palabras se mezclan de alguna manera dosmétodos o corrientes historiográ cas distintas –lamicrohistoria y la larga duración–, así es como apa-recen también en las re exiones de Azorín sobre lahistoria.

    En verdad, y por tratar de ayudar en lo posible allector menos familiarizado con el vocabulario propio

    de nuestra disciplina, podemos decir que la petite histoire a la que se re ere nuestro autor en variosartículos de los que aquí se reúnen y la «microhisto-ria» en el sentido moderno y actual de la palabra noson la misma cosa. De hecho, el lector percibirá fá-cilmente que cuando el escritor habla de la «historia

    menuda» se re ere normalmente a lo que la historio-grafía actual llamaría la «historia local»: la historialimitada a un espacio geográ co reducido y a unperíodo de tiempo acotado. Es cierto que en esto –yen la elección como sujeto histórico de un único in-dividuo o de un grupo reducido de ellos– coincide laidea que tiene Azorín con el método microhistórico;sin embargo, la microhistoria es una variante o mo-dalidad de la historia algo más compleja y, en cual-quier caso, distinta en sus objetivos y métodos de lahistoria local propiamente dicha. Sin entrar a fondoen la descripción de una tendencia historiográ casobre la que se han escrito excelentes trabajos10, sípodemos decir que la microhistoria se caracterizafundamentalmente por una reducción en la escalade estudio del historiador, que toma lo particular (lo

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    especí co e individual, que no lo típico) como objetopara, a partir de ahí, estudiarlo en su contexto; y porel uso del método de análisis al que el historiadoritaliano Carlo Ginzburg –autor de El queso y losgusanos (1976), obra que inaugura de alguna formala corriente microhistórica– ha llamado «paradigmaindiciario».

    Evidentemente, son matices de método y de voca- bulario que no se le pueden exigir a un escritor que, sin

    ser historiador profesional, sí que poseía –y tambiénes de justicia subrayarlo– un gran conocimientono sólo de la obra de los grandes clásicos de lahistoriografía decimonónica, sino también de lascorrientes historiográ cas de moda durante la época,como se demuestra en alguno de los artículos que

    integran esta antología.De cualquier forma, lo que no se puede negar esla especial sensibilidad mostrada por el crítico haciaesta faceta de la historia menos visible. Desde estaperspectiva, y como ya apuntó Ortega y Gasset, sepuede decir que «Azorín es todo lo contrario de un lósofo de la historia: es unsensitivo de la historia»;mientras que el primero «se complace en ordenar,como en procesión o cabalgata, las variaciones dela humana existencia, el siglo opulento y gloriosotras el humilde y sin destellos», el arte de Azorín–dice Ortega– «consiste en revivir esa sensibilidad básica del hombre a través de los tiempos»11. Si

    existe algún texto en el que se aprecie mejor queen ningún otro esta sensibilidad azoriniana porlos «pequeños hechos», ése es sin duda alguna el

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    titulado «Confesión de un autor», publicado porprimera vez en el periódico España (6-II-1905) eincluido después como capítulo en Los pueblos.Como apreciará el lector, más que una confesión esuna declaración de intenciones o, dicho de otro modo,un ideal de lo que también debería ser la historia:

    ¿Por qué tratáis vosotros, hombres superiores,con un desvío benévolo, compasivo, a don Pedro,

    a don Juan, a don Fernando, a don Rafael, atodos los que viven en estos pequeños pueblos?¿Por qué escucháis sonriendo, con una sonrisainterior, mayestática, lo que os dicen doña Isabel,doña Juana, doña Margarita, doña Asunción y doña Amalia? Todo tiene su valor estético y

    psicológico; los conciertos diminutos de las cosasson tan interesantes para el psicólogo y para elartista como las grandes síntesis universales. Hayuna nueva belleza, un nuevo arte en lo pequeño,en los detalles insigni cantes, en lo ordinario, en loprosaico; los tópicos abstractos y épicos que hastaahora los poetas han llevado y han traído ya no nosdicen nada; ya no se puede hablar con enfáticasgeneralidades del campo, de la Naturaleza, del amor,de los hombres; necesitamos hechos microscópicosque sean reveladores de la vida y que, ensambladosarmónicamente, con simplicidad, con claridad, nosmuestren la fuerza misteriosa del Universo, esta

    fuerza eterna, profunda, que se halla lo mismo enlas populosas ciudades y en las Asambleas dondese deciden los destinos de los pueblos que en las

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    poder vivir muchas vidas vulgares e ignoradas; esdecir, no poder meterme en el espíritu de este pe-queño regatón que está en su tiendecilla oscura; deeste o cinista que copia todo el día expedientes y porla noche van él y su mujer a casa de un compañero, y allí hablan de cosas insigni cantes; de este saltim- banqui que corre por los pueblos; de este hombreanodino que no sabemos lo que es ni de qué vive yque nos ha hablado una vez en una estación o en un

    café…15

    En este interés por las vidas anónimas de lahistoria, Azorín se adelanta en varias décadas aotra corriente historiográ ca surgida en Europa:la llamada «historia desde abajo» ohistory from

    below. Explicada a muy grandes rasgos, la historiadesde abajo puede ser de nida como una forma deescribir la historia que, como su propio nombreindica, se concibe desde la perspectiva de aquellasclases sociales que ocupan los estratos más bajosde la sociedad: las clases trabajadoras o, por decirlocon la terminología acuñada por Antonio Gramsci,las «clases subalternas». Aunque se pueden rastrear varios precedentes, la historia desde abajo como taltoma carta de naturaleza en 1966, cuando el his-toriador marxista E. P. Thompson publica el textoque después daría nombre a esta corriente historio-grá ca desarrollada sobre todo a partir de los años

    setenta. En ese texto fundacional, titulado History from Below, este célebre historiador británico de-nunciaba la ausencia de una historia del laborismo

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    hecha con los documentos generados por los pro-tagonistas del movimiento obrero inglés y narradadesde su propia perspectiva y vivencia, en oposicióna la historia hecha «desde arriba», desde las clasesdirigentes de la sociedad británica. «Una de las pe-culiaridades de los ingleses –empezaba Thompsonsu artículo– es que la historia de la ‘gente común’siempre ha sido distinta de la historia inglesa pro-piamente dicha»16.

    Evidentemente, al señalar esta coincidencia deenfoques no estoy queriendo decir que Azorín prac-ticara la historia desde abajo; primeramente porquetodavía no existía como tal, y en segundo lugar, por-que nuestro autor no fue ni quiso ser nunca historia-dor. Lo que pretendo hacer ver al lector es que existe

    una con uencia entre sus intereses y los que añosmás tarde serán objetos de estudio de dos tenden-cias historiográ cas formadas muchas décadas des-pués de que el monoverense publicara sus novelas y artículos. En el caso concreto de la historia desdeabajo, son varios los textos en los que el escritor nosadvierte sobre este sesgo en el discurso hegemónicode la historia. En algunos de los artículos aquí reuni-dos (por ejemplo, en «La materia histórica»,Crisol ,9-VI-1931) se plantea este problema de la represen-tatividad del sujeto histórico; también se acuerda deello en Una hora de España (entre 1560 y 1570), eldiscurso leído con motivo de su ingreso en la Aca-

    demia Española de la Lengua en 1924, en el que nofalta la denuncia de esta ausencia en los anales de losmás humildes, de los desheredados de la historia:

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    Las catedrales y los palacios son grandes y os-tentosos; los nombres de quienes han levantado lascatedrales y de quienes han morado en los palacios,tal vez han pasado a la Historia. Pero en estas casashumildes, a lo largo de los siglos, han vivido genera-ciones de gentes que han trabajado y sufrido en si-lencio. Y estas paredes blancas y estas maderas ahu-madas, anodinas, sin primores artísticos, vulgares,llegan acaso a producir una emoción más honda,

    más inefable que los maravillosos monumentos17

    .

    En de nitiva, y por decirlo con sus propias pala- bras, lo que nos viene a decir Azorín en sus novelas y en los ensayos o artículos periodísticos en los queargumenta su personal losofía de la historia es que,aunque no gure en la historia o cial de España,en esa historia que se re ejaba en los libros y seenseñaba en las universidades, la vida de cualquierindividuo era digna de ser tenida en cuenta comomateria histórica; desde Felipe II o Carlos V, hasta elmás paupérrimo labriego de la Mancha quijotesca ode los pueblos de esa Andalucía trágica que él mismodescribió. Ésa es su principal aportación al concep-to de la historia que se tenía en España, y ésa es ladifícil y oportuna pregunta que sus re exiones nosdejan sobre la mesa:

    ¿Cómo explicaréis mejor las vicisitudes de Es-

    paña: leyendo los libros de historia o charlandocon los tipos de los pueblos, los tipos más castizos,los menos internacionalizados? Todo es necesario.

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    Pero la charla y el trato de estos hombres nos aho-rra muchas horas de lectura y nos aclara problemasque parecían inextricables. D. Manuel, D. Pedro, D.Leandro…, cada uno lleva su marcha y es un pedaci-to de historia patria. Tratemos de comprenderlos. Yno afectemos desdén, superioridad respecto a hom- bres que, tal vez sin erudición, ni sin haber dejadosu casa ni una hora, pudieran tener de las cosas una visión más exacta que la nuestra de hombres erudi-

    tos, cultos y mundanos18

    .

    Historia, ¿para qué?

    Para que el hombre activo, en medio de estosociosos débiles y desesperanzados, en medio de es-tos aparentes hombres activos –en realidad, compa-ñeros excitados y ruidosos– no se desanime y sientahastío, ha de interrumpir la marcha hacia su meta,mirar detrás de sí y tomar aliento. Una meta que esalguna dicha, quizá no la suya propia, a menudo, in-cluso, la de un pueblo o la de toda la humanidad. Así,mediante la utilización de la Historia, logra escaparde la resignación. En general, no recibe ningún sala-rio, excepto, quizá, la gloria, es decir, la expectativade ocupar un sitio de honor en el templo de la histo-ria, donde él mismo puede ser maestro, consuelo yadvertencia.

    n IetzSche , Sobre la utilidad y el perjuiciode la historia para la vida (1874)

    En un aleccionador ensayo titulado «Filosofía,¿para qué?», publicado originalmente en la salva-

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    se debe estudiar en institutos y universidades. Sinembargo, sí que quiero plantear este interrogantedesde una perspectiva mucho más concreta y pen-sando en el lector que tiene entre sus manos estelibro y que, en el momento en que descubrió su exis-tencia, se preguntó a sí mismo: ¿Un libro de Azorínsobre la historia? ¿A estas alturas? Y, ¿por qué aho-ra? ¿Para qué?

    Como «autor intelectual» de este proyecto y

    responsable de seleccionar los artículos que formanesta antología, sí me creo en la obligación de apor-tar alguna explicación, más allá de la apelación a lacalidad inherente que se les supone a unos textosescritos por uno de los mejores articulistas y críticosliterarios que ha dado la prensa española.

    Hace unos meses, mientras navegaba por esemar de información inmenso que es la producciónperiodística azoriniana pensando en preparar unaantología de textos sobre Pío Baroja para un encar-go20, descubrí varios artículos sobre la historia y elo cio de historiador que desconocía; pese a ser yomismo historiador, admito que mi primer contactocon Azorín –hablo del articulista, no del novelis-ta– fue a través de sus reseñas de libros barojianos y no de sus re exiones sobre la que es teóricamentemi disciplina, mi hábitat natural. Eso sí: tan prontodescubrí los primeros textos, me puse a indagar ycomprobé que existía un libro –muy ignorado por

    parte del gran público– titulado Historia y vida,publicado por Espasa Calpe en 1962. Como otrosmuchos títulos azorinianos aparecidos durante los

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    años cuarenta, cincuenta y sesenta, el libro era unaantología de artículos de distinto pelaje y calidaddesigual, seleccionados y ordenados por José Gar-cía Mercadal (1883-1976), un escritor y periodistaaragonés que aprovechó su amistad personal con elcrítico alicantino para ejercer de compilador o cial

    –siempre con el visto bueno de nuestro autor– desus artículos en prensa, confeccionando y llevandoa imprenta más de veinte recopilaciones de textosazorinianos21. El hallazgo me resultó muy grato por-que, a pesar de los innegables defectos del volumen(errores en la transcripción de los textos o artículossin datar), no dejaba de resultarme útil que alguienhubiese reunido buena parte de los artículos rela-cionados con la historia. Y digo buena parte porquepronto descubrí que no estaban todos y que, de losque estaban, había varios que por su temática oenfoque restaban coherencia a una selección queparecía querer responder a una idea preconcebidapor parte de su editor. Y trato de explicarme. En laheterogénea antología preparada por García Merca-dal conviven las re exiones más generales de Azorín

    Cubierta de Historia y vida,Espasa Calpe, Colección Austral,

    Madrid 1962.

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    sobre la historia como disciplina y sobre el o cio dehistoriador, con textos sobre temas muy especí cosno siempre relacionados con la historia (reseñas delibros, apuntes sobre temas literarios, etc.) y conotro grupo numeroso de artículos dedicados exclu-sivamente a recordar –para ensalzarlos o para cri-ticarlos– distintos períodos de la historia de España(la época de los Trastámaras, el reinado de los ReyesCatólicos, la rendición de Granada, etc.) y a trazar

    retratos –unas veces más hagiográ cos, otras másneutrales– de algunos personajes históricos por losque sentía interés y en algún caso cierta simpatía(Fernando el Católico, Carlos I, Felipe II, José Anto-nio Primo de Rivera). Aunque es imposible conocercon exactitud el criterio seguido por el compilador

    de los artículos, leyendo algunos de ellos y teniendoen cuenta el contexto político en el que se publicóel libro y la postura de García Mercadal conniventecon un régimen en cuyo ambiente cultural se sentíacómodo, se puede intuir que la elección de estos tex-tos y no de otros no fue casual. Ahora bien, si no heincluido estos artículos en mi selección es porque nose ajustan al hilo conductor o la idea matriz de estaantología, no porque considere que tienen menos valor que los que sí incluyo o que no son igual derepresentativos. Lo que sucede es que son textos queno responden a esa visión azoriniana de la historiadesde el punto de vista teórico o metodológico que

    a mí me interesa rescatar aquí, sino a otra vertientedel pensamiento de nuestro autor más relacionadacon su percepción de la historia de España.

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    Según Azorín, y esto se aprecia bien en varios delos textos que aquí he reunido, el patriotismo equi- vale al conocimiento de la historia del propio país,de forma que un español que se precie de serlo nopuede ignorar lo que fue su país en el pasado: susépocas de esplendor y sus etapas de decadencia. Poreso, cuando vive su primera experiencia como dipu-tado del Partido Conservador en las Cortes retoma eldebate –iniciado en la prensa española muchos años

    antes, a raíz del «desastre» del 98– sobre la necesi-dad de europeizar España en una serie de artículospublicados entre 1907 y 1911 en los que se muestrapartidario de limitar el alcance de esa europeización y, sobre todo, de concentrar todos los esfuerzos en elanálisis introspectivo que los españoles debían hacer

    de su propia historia:[…] España, como los demás países, tiene una

    tradición, un arte, un paisaje, una «raza» suyos, yque a vigorizar, a hacer fuertes, a continuar todosestos rasgos suyos, peculiares, es a lo que debetender todo el esfuerzo del artista y del gober-nante. […] El progreso estriba en lacontinuidadnacional , no en su rompimiento brusco y absur-do. La continuidad nacional se logra creando unaconciencia de nuestro propio ser. Esa conciencia laforma principalmente la idea religiosa, y contribu- ye a formarla también el arte. Y así, los artistas y

    escritores que han contribuido a esa fecundísimaobra –entre nosotros, Velázquez, Cervantes, ElGreco, Garcilaso, Santa Teresa, Goya, etc.– son los

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    verdaderos fomentadores y propulsores del pro-greso, y no los «modernos», los «progresivos» ylos «europeos»22.

    Obedeciendo a este principio según el cual la res-ponsabilidad –o una de ellas– del escritor es la decontribuir a la creación de esta conciencia de con-tinuidad nacional, nuestro autor quiso aportar sugrano de arena al proyecto de elevar la cultura y el

    patriotismo de los españoles publicando centenaresde artículos en los que glosaba las guras de esosescritores olvidados por la historia, y otros en losque recordaba esos momentos de esplendor en elpasado de España, de auge de su cultura y fortalezade su gobierno. Dentro de esta labor de rescate azo-

    riniana habría que situar la gran cantidad de artícu-los y retratos literarios sobre monarcas y políticosespañoles que el escritor alicantino publicó a lo largode su vida, especialmente en el período que va entre1907 y 1919, cuando entra en la órbita de in uenciade Antonio Maura primero y del ministro Juan de LaCierva después, llegando a ser diputado por el Par-tido Conservador hasta en cinco ocasiones. Duranteestos años escribe varios artículos en los que de en-de una política conservadora basada en la defensa dela religión y la monarquía como instituciones «deprobaba vitalidad y fecundidad, a las cuales habránde volver forzosamente las sociedades que se hayan

    apartado de ellas»23. Más que defender al PartidoConservador como institución o estructura, lo quehace el Azorín político es ensalzar las personalidades

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    Azorín en 1919. Archivo Casa-Museo Azorín de Monóvar,

    Obra Social CAM.

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    de Maura y La Cierva (a ambos les dedicó muchosartículos laudatorios, que en el caso de La Ciervafueron recogidos en dos opúsculos), lo que unido asu desempeño de cargos en el gobierno conservadorle valió las críticas de aquellos intelectuales que nosucumbieron a la tentación del escaño y de algunosde sus compañeros de generación que, habiéndoleconocido durante su juventud anarquizante, ahorale reprochaban esta adhesión incondicional a unos

    hombres que participaban de aquel sistema políticocorrupto que había traído la ruina al país. InclusoPío Baroja, uno de los pocos que antepuso su rela-ción personal a las discrepancias ideológicas queambos mantuvieron, no quiso perder la ocasión alrepasar sus amistades literarias en Juventud, egola-

    tría para dejar constancia de su desacuerdo con estaactitud de su amigo:

    […] Azorín se hizo partidario entusiasta deMaura, cosa que a mí me pareció absurda, porquenunca he visto en Maura más que un comediantede grandes gestos y de pocas ideas; después se hahecho partidario de La Cierva, cosa que me parecetan mal como ser maurista; y no sé si pensará haceralguna otra evolución.

    Hágala o no la haga, para mí Azorín siempre seráun maestro del lenguaje y un excelente amigo, quetiene la debilidad de creer grandes hombres a todos

    los que hablan fuerte y enseñan con pompa los pu-ños de camisa en una tribuna24.

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    Para Azorín, y esto explica su querencia pordeterminados personajes de la historia, los grandeshombres son los auténticos motores de una sociedad.«Un partido político –dice en otro artículo de estaépoca– no es una idea: es un hombre. Los hombres, y no las ideas, son los que lo hacen todo. En la vidanos movemos todos por a nidades personales. Allado del corazón, el cerebro no es nada. El elementoafectivo es el que rige la sociedad, y no el intelectual.

    Adoptamos una idea porque nos seduce su represen-tante»25. Esto es lo que explica que dedicara tantos ytantos artículos a las guras de aquellos monarcaso políticos de todas las épocas a los que veía comomodelos de estadistas responsables, de hombres quehabían puesto su talento al servicio del país. Que en

    Historia y vida se recogieran seis artículos sobre Fe-lipe II, uno sobre José Antonio Primo de Rivera y va-rios sobre los Reyes Católicos, y no otros –que tam- bién existen– dedicados a personajes de la historiade España de otro per l o con otras implicaciones detipo ideológico, tiene una explicación clara que nosremite de nuevo al contexto cultural y editorial en elque el libro fue publicado. Como explica FranciscoJosé Martín en su completo estudio introductorio a El político, durante la posguerra franquista asisti-mos a un intento de apropiación de los autores de lallamada «generación del 98» por parte de una seriede intelectuales falangistas –encabezados por PedroLaín Entralgo y su famoso ensayo La generación del98 (1945)– que tratan de aprovechar el prestigio al-canzado por determinados escritores españoles del

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    primer tercio del sigloxx para ponerlo al servicio dela causa franquista. En el caso particular de Azorín,coincido con Martín en que esta maniobra consistió básicamente en silenciar su etapa juvenil de activi-dad más crítica con la sociedad y su labor política eintelectual en favor de la modernización de España,con el objeto deliberado de «levantar la imagendel ‘escritor puro’, del estilista por antonomasia,preocupado por la perfección de la página, por el

    uir temporal y por la evocación de España, índicetodo ello, a la postre, de un patriotismo rancio, peromuy e caz, sobre todo a la hora de mostrar su avalal nuevo régimen»26. En de nitiva, una labor demaquillaje tan interesada como evidente que, sinembargo –y esto también hay que decirlo–, contó

    con la aquiescencia de un Azorín que, tras sus añosde prudente exilio en París durante la Guerra Civil, volvió a España para quedarse con la clara intención–compartida por varios intelectuales– de limitarse asus labores literarias y no complicarse la existenciamás de lo justo y necesario.

    Teniendo en cuenta todo esto, insisto en que estaantología no pretende ser una enmienda o réplicaa la editada por Espasa Calpe en 1962 con el títulode Historia y vida. La única relación entre amboslibros es que, cada uno a su manera, los dos tratande poner al alcance del público una faceta del pensa-miento azoriniano que acostumbra a pasar desaper-cibida para los lectores del escritor monoverense.Prueba de la diferencia entre el criterio de selecciónde aquella antología y el de ésta es que de los cuaren-

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    que se empezaron a discutir en el sigloxIx , cuandonace la disciplina histórica, y que todavía hoy siguensiendo motivo de agrias disputas, no sólo dentro delgremio académico, sino también en un ámbito másgeneral, en la esfera de la opinión pública. Como siexistiera un hilo conductor invisible que comunicaraambos pensamientos, algunas de estas re exionessobre la historia anticipan debates que la historio-grafía europea también se ha planteado a lo largo del

    sigloxx . Veamos algún ejemplo.En el artículo «Síntesis nacional» ( ABC , 2-II-1944),nuestro autor desarrolla una idea que remite direc-tamente a esa célebre máxima del lósofo italiano,Benedetto Croce, según la cual «toda historia es his-toria contemporánea», pues todo discurso histórico

    responde a las necesidades actuales del momento enque ese discurso se elabora; por eso, concluye Croce,toda la historia se hace desde el presente y proyec-tando sobre el pasado interrogantes y preocupacio-nes que hacen que cada época busque respuestasdistintas, que cada generación nueva reescriba lahistoria27. En ese artículo de 1944 dice lo siguiente Azorín: «La Historia cambia con las acciones y re-acciones del presente; podemos decir, por lo tanto,que el pasado depende del presente; o mejor, que elpresente es quien hace el pasado. Según sintamoscolectivamente, así será la Historia».

    Y si conocida es la idea croceana de la historia,también lo es la teoría del historiador estadouni-dense Hayden White –expuesta en libros ya clásicoscomo Metahistoria: la imaginación histórica en la

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    Europa del siglo xix (1973) o El contenido de la for-ma: narrativa, discurso y representación histórica(1987)– sobre el discurso histórico como una narra-ción creada por el historiador usando recursos quela emparentan más directamente con la cción lite-raria que con las ciencias en el sentido estricto. Para White, la historia es un relato mediante el cual elhistoriador ordena unos documentos o fuentes em-pleando el esquema o modelo tropológico que más

    conviene a los intereses de la tesis que se pretendedemostrar. Sin decirlo –naturalmente– con las mis-mas palabras, Azorín nos está hablando de lo mismoen textos como «La Historia» ( ABC , 7-III-1943),donde emplea una metáfora pictórica para describirel trabajo del historiador, al que ya hemos visto an-

    tes que también comparaba con un nigromante: «Eldon de colorear los hechos, de ponerlos en relieve,de seriarlos y cubicarlos será lo que dé valor a la his-toria. Como si el historiador tuviera ante sí un cua-dro en blanco, habrá de ir poniendo en su verdaderolugar y con su verdadero signi cado cada episodio ycada pormenor. El arte suplirá muchas veces lo queno puede la ciencia».

    Y por último, y para no abundar en ejemplos decoincidencias que el propio lector irá descubriendo,no puedo dejar de referirme a un tema tan antiguo y a la vez tan actual como es el de la subjetividaddel historiador y su imparcialidad ante los hechos.Debates de gran alcance social como el surgido enlos últimos años en torno a la memoria histórica o elsuscitado por la publicación del denostado Diccio-

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    sobre la necesidad de leer estos textos, pudiendoacudir a las magní cas novelas del escritor alicanti-no, mi respuesta sí que sería rotunda: nos convienerepasar lo que dice Azorín sobre la historia y los his-toriadores porque, lejos de sonarnos a palabras deotra época, los juicios azorinianos nos refrescan lamemoria y nos documentan sobre los antecedentesde algunos de los debates de mayor actualidad. Delos artículos de esta antología puedo decir que, sien-

    do verdad que responden a ese principio croceano yamencionado, pues nos muestran la concepción dela historia que podía tener el escritor de Monóvardesde su presente, no es menos cierto que muchosde ellos parecen haber sido escritos ayer, como sisurgieran al hilo de los intereses y las preocupa-

    ciones del día, de nuestro presente. Pero además,también le digo a ese lector dudoso que la obra y elpensamiento de José Martínez Ruiz no se entiendenni se valoran en toda su riqueza si no se conoce sufaceta como articulista y, dentro de ella, sus re exio-nes sobre la política, la losofía o la historia. Eneste sentido, estoy de acuerdo con Francisco JoséMartín en que la inclusión de Azorín en el canon dela literatura española y su adscripción a la etiquetade clásico ha ocultado la vertiente de nuestro autorcomo intelectual y pensador, favoreciendo con ellouna lectura parcial y jerárquica de su obra en la que«esas otras facetas (el periodismo, la política, el

    pensamiento, etc.) quedan relegadas en el horizontedel canon a una función subsidiaria de la creaciónliteraria»28. Dentro de esta riqueza «oculta» y to-

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    de cinco mil quinientos artículos que Azorín publicóen la prensa española durante más de seis décadas. Algunos de los libros incluidos por la crítica dentrode lo mejor de la producción de nuestro autor – Lec-turas españolas (1912),Clásicos y modernos (1913), Los valores literarios (1914) y Al margen de losclásicos (1915)– son recopilaciones de estos trabajospublicados en periódicos y revistas de la época. Lle-gar al éxito alcanzado por estos títulos se me antoja

    complicado, pero creo sinceramente que estos textossobre la historia publicados en ABC , La Prensa, LaVanguardia , Crisol o Destino se merecían una se-gunda oportunidad. Si el lector azoriniano descubreuna faceta del escritor que desconocía o si a alguienle sirven para acercarse a la historia o para compren-

    der mejor en qué consiste lo que Marc Bloch llamóel «o cio de historiador», el esfuerzo realizado yahabrá valido la pena.

    Valencia, abril de 2012

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    431 Azorín, Memorias inmemoriales, Biblioteca Nueva,Madrid 1946, p. 18.

    2 El lector interesado puede consultar el catálogo dela biblioteca y hemeroteca personal de Azorín, así comode la biblioteca y hemeroteca familiar de los MartínezRuiz (con referencias completas de todos los títulos einformación adicional sobre las anotaciones del escritoru otros indicios de lectura que contiene cada libro) que

    se conservan en la Casa-Museo Azorín de Monóvar, enel útil inventario elaborado por la profesora RobertaJohnson, Las bibliotecas de Azorín, Caja de Ahorros delMediterráneo, Alicante 1996.

    3 Azorín, Madrid [1941], Losada, Buenos Aires 1952,p. 58.

    4 Ortega y Gasset, José, « Azorín o primores de lo vul-gar» [1913], en El Espectador II [1917],Obras Completas, vol. II, Taurus-Fundación Ortega y Gasset, Madrid 2004,p. 292.

    5 Lozano Marco, Miguel Ángel, «Introducción: los en-sayos de Azorín», en Azorín,Obras escogidas, coord. porMiguel Ángel Lozano Marco, vol. II, Espasa Calpe, Madrid

    1998, p. 39.6 Braudel, Fernand, «La larga duración» [1958], en Lahistoria y las ciencias sociales, trad. de Jose na GómezMendoza, Alianza, Madrid 1995, p. 64.

    NOTAS A LA INTRODUCCIÓN

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    7 Azorín, «Soledades» [1898], enObras Completas, vol. I, Aguilar, Madrid 1975, p. 187.

    8 Azorín, El alma castellana (1600-1800) [1900], Bi-

    blioteca Nueva, Madrid 2002, p. 208.9 Maravall, José Antonio, «Azorín: idea y sentido de la

    microhistoria», Cuadernos Hispanoamericanos , n.o 226-227 (octubre-noviembre, 1968), p. 51.

    10 Especialmente recomendable es el excelente ensayode los profesores Anaclet Pons y Justo Serna,Cómo seescribe la microhistoria. Ensayo sobre Carlo Ginzburg,Cátedra-PUV, Madrid 2000.

    11 Ortega y Gasset, José,op. cit ., pp. 296-297.12 Azorín, Los pueblos (ensayos sobre la vida provin-

    ciana) [1905], Biblioteca Nueva, Madrid 2002, p. 186.13 Vargas Llosa, Mario, Las discretas cciones de Azo-

    rín [Discurso de ingreso en la Real Academia Española de

    la Lengua, leído el 15 de enero de 1996]. El texto íntegrodel discurso se puede consultar en la página web de laRAE: www.rae.es.

    14 Ortega y Gasset, José,op. cit ., p. 317.15 Azorín, Las confesiones de un pequeño lósofo

    [1904], Espasa Calpe, Madrid 1990, p. 118.16 Thompson, E. P., «La historia desde abajo» [1966],

    en Obra esencial , trad. de Alberto Clavería, Crítica, Barce-lona 2002, p. 551 [la versión original del texto apareció enThe Times Literary Supplement el 7 de abril de 1966].

    17 Azorín, Una hora de España (entre 1560-1570)[1924], Espasa Calpe, Madrid 1957, pp. 72-73.

    18 Azorín, Páginas escogidas, Editorial de Saturnino

    Calleja, Madrid 1917, p. 83.19 Ellacuría, Ignacio, «Filosofía, ¿para qué?», Abra,n.o 11 (1976), pp. 42-48.

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    20 Azorín, Ante Baroja: edición crítica, revisada yampliada (1900-1960), edición y estudio introductorio deFrancisco Fuster García, Universidad de Alicante, Alican-

    te 2012 [en prensa].21 La lista con los títulos de las antologías de textos

    azorinianos preparadas por José García Mercadal y laschas con la descripción de todas estas ediciones se puedeconsultar en el libro de E. Inman Fox, Azorín: guía de laobra completa, Castalia, Madrid 1992.

    22 Azorín, «La continuidad nacional», ABC , 21-V-1910.23 Azorín, «La doctrina conservadora», ABC , 3-VI-1910.24 Baroja, Pío, Juventud, egolatría [1917], enObras

    Completas, vol. XIII, dirigidas por José-Carlos Mainer,Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona 1999,p. 409.

    25 Azorín, «La ética en el periodismo», ABC , 18-V-1908.26 Martín, Francisco José, «Introducción», en Azorín,

    El político [1908], edición de Francisco José Martín, Bi- blioteca Nueva, Madrid 2007, p. 15.

    27 Croce, Benedetto,Teoría e historia de la historio-grafía [1917], trad. de Eduardo J. Prieto, Editorial Escue-la, Buenos Aires 1955, pp. 11-14.

    28 Martín, Francisco José,op. cit ., p. 17.

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    ¿Qué es la historia?

    Re exiones sobreel o cio de historiador

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    49e Sta antología está formada íntegramente por trans-cripciones hechas por mí a partir de las fuentes ori-ginales: los periódicos y revistas de la época dondeaparecieron los artículos por primera vez. De lostreinta artículos que la integran, dieciséis fueron pu- blicados –con los errores que he señalado en la in-troducción y que ahora han sido subsanados– en el volumen titulado Historia y vida (1962). De los otroscatorce textos, tres fueron publicados en otros librosde Azorín o en algún volumen de susObras Comple-tas editadas por Ángel Cruz Rueda y publicadas por Aguilar entre 1947 y 1954; los otros once artículos jamás habían sido reeditados desde su primera apa-rición en prensa y, por tanto, se publican ahora por

    primera vez en formato libro. En su Azorín: guía dela obra completa, E. Inman Fox nos advertía sobrelas particularidades de los artículos de Azorín publi-cados en la prensa, donde se redacta a menudo conprisa y no se ofrece al autor la posibilidad de revisarlas pruebas, y donde no es infrecuente el error hu-

    mano de los cajistas españoles –sobre todo durantela primera mitad del sigloxx – que podían modi carinvoluntariamente el texto o inventarse alguna pala- bra cuando no lograban descifrarla en el manuscrito

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    del autor. En este sentido, y como es de rigor, he in-tentado poner el máximo celo a la hora de transcribirlos textos, para poder ofrecer al lector una ediciónseria y cuidada. En relación a la ortografía, y con elánimo de alterar en lo mínimo el espíritu y la formadel texto salido de la pluma de Azorín, he respetadoel texto original siempre que ha sido posible y sólose han corregido aquellas palabras que contenían al-guna falta de ortografía según la normativa vigente

    de la RAE.

    Quiero aprovechar esta nota para dar las graciasa la Casa-Museo Azorín de Monóvar, donde localicéalgunos de los textos aquí reunidos y obtuve todaslas facilidades para trabajar cómodamente en este

    libro; este sentimiento de gratitud se concentra enlas personas de José Payá, su sabio y atento direc-tor, y de Julia, su amabilísima y e ciente secretaria.La ayuda y el consejo de ambos me resultaron muyútiles durante los días del verano de 2011 que paséinvestigando en el santuario azoriniano. En estesentido, también me parece de justicia reconocer laexcelente labor cultural realizada por la Caja de Aho-rros del Mediterráneo a través de su Obra Social.

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    Sobre la utIlIdad de la hIStorIa

    para la vIda

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    53¿c ómo se enseña en España la literatura? ¿Qué ca-

    pacidad han de tener quienes enseñan la literatura?Mejor dicho, concretando más, de niendo más,¿cómo ha de ser lasensibilidad del profesor de lite-ratura ante la obra de arte y ante la evolución de laobra de arte a lo largo de los siglos? Sobre la mesatenemos el programa de unas oposiciones a unacátedra de Literatura. Examinémoslo. La primeraparte del programa la componen temas relativos acuestiones gramaticales, lingüísticas y estéticas. Pa-semos adelante. Pasemos adelante no sin decir algorespecto a estos temas de estética. Algunos de estostemas (explicados en nuestras cátedras y debatidos,antaño, en nuestros Ateneos) se nos antojan pueriles.He aquí algunos de esos temas tomados del aludidoprograma: «Ideal literario; absoluto y relativo»; «Lanobleza en el arte»; «Concepto de la corrección y dela novedad»; «Lo lindo y lo gracioso»; «La sobriedad y la elegancia en el arte». Declaramos sinceramenteque no entendemos casi nada de esto. ¿Qué quiere

    decir ideal absoluto en el arte? ¿Qué es lo correcto y

    La historia de la literatura*

    * Publicado en el periódico La Vanguardia , 5-VIII-1913.

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    qué es lo noble? No extrañe el lector estas preguntasnuestras; no dudamos de que mucho se podrá ha- blar de todo esto; un profesor hará con cualquiera detales temas un discurso elocuente de hora y media.Mas (y esto es una confesión personal) para nosotrospreceptivas y estéticas están de sobra. No las cree-mos de e cacia ninguna; incapaces son de suscitaruna obra de arte. La obra de arte es la sensibilidaddel artista; la sensibilidad se tiene o no se tiene. La

    sensibilidad no se crea. Un hombre que la tenga, unhombre que sea curioso de los espectáculos estéticosirá continuamente, ávidamente divagando de una enotra obra, a través de todas las literaturas, a lo largode todas las civilizaciones, y así, prácticamente, sinnecesidad de preceptivas, se irá formando su perso-

    nalidad. Repetimos que esto es una impresión per-sonal y que no queremos regla ninguna al sentar queno nos placen las estéticas y los formularios (pormodernos y cientí cos que sean) para la confecciónde la obra bella.

    Lo dicho no se re ere en nada a la historia de laliteratura. Si la obra futura puede escapar a todaprevia catalogación y preceptuación, el pasado bienpuede ser examinado desde un punto de vista lógico y racional. ¿Cómo han pensado y cómo han sentidolas generaciones artísticas de los tiempos pretéri-tos? Al contestar a estas preguntas sería absurdo yridículo el que a obras insigni cantes, mediocres,

    pospusiéramos obras y cuestiones verdaderamenteimportantes. Tal es lo que se hace en el programaque estamos examinando. Para más clara compren-

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    sión, transcribiremos los temas y entre paréntesispondremos nuestro comentario. Comencemos. A laliteratura hispanoarábiga dedica el programa nadamenos que cuatro lecciones. Nos parecen muchaslecciones. En una de ellas vemos el siguiente apar-tado: «Carácter de la literatura sevillana en tiemposde los almohades» (Algo escépticos somos respectoa ese carácter de la literatura sevillana en tiemposde los almohades). «Estudio de los procesos de

    Ruy Páez de Ribera» (No sabemos qué importanciatendrían esos procesos del tal Ribera en la evoluciónestética española). «Pedro de Espinosa y Pedro Vene-gas de Saavedra» (Espinosa, autor secundario; Ve-negas, sin trascendencia ninguna. Una lección, sinembargo, para los dos). «Estudio de Pero Giullero1 y

    Antón de Montoro» (Ni uno ni otro merecen, comose les dedica, todo un tema. Giullero, Giullero…).«Comparación del discurso escrito por Medina paralas Anotaciones de Herrera a Garcilaso y de la epís-tola al Marqués de Ayamonte que la precede, con ladedicatoria de la primera parte del Quijote» (¿Seescribe esto en serio? Cervantes en dicha dedicato-ria copió muchas frases de la otra epístola. Pero talfutilidad, ¿vale la pena de consignarla en un progra-ma para que un opositor diserte sobre ella?). « La Mesíada, La Cristíada y La Cristopatía. ¿Quién esel autor de esta última?» (No vale la pena de entrete-

    1 Pero Guillén de Segovia (1414-1474), escritor y poetasevillano, autor de lírica cancioneril castellana durante elperíodo del Prerrenacimiento.

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    nerse en acertijos de tal índole. Se trata de un librejomediocre. Seguimos en la región de la bagatela). «Lanovela económica en el sigloxvI . Labricio Portun-do» (Vaya por la novela económica y por el señorLabricio Portundo).

    Como ve el lector, todo esto es sumamenteentretenido y ameno. Sigamos comentando. «An-tecedentes del soneto que empieza:Un soneto memanda hacer Violante. Imitaciones y traducciones

    del mismo» (Futilidad y más futilidad; el temamerece gurar en la obra de don León Carbonero ySol sobre los entretenimientos literarios). «Poemasépicos burlescos: La Mosquea, La Gatomaquia, La Perimaquia, La Burromaquia (Toda una lecciónpara esto). «Los grandes sonetistas: Arguijo, Quija-

    da, etc.» (¿Gran sonetista Quijada? ¡Sépase quién esQuijada!). «Comparación entre fray Luis de León yLuis de Ribera», «Comparación entre Gregorio Mo-rillo y Quevedo», «Comparación entre Santa Teresade Jesús y Sor Gregoria Parra» (Tres comparacio-nes de primer orden. Como si dijéramos: Quintana y don Juan Bautista Alonso, Galdós y Luis del Val;Emilia Pardo Bazán y doña Faustina Sáez de Melgar,o doña Patrocinio de Biedma, o doña Ángela Grassi, odoña Enriqueta Mendoza de Vives, o doña Carolinade Soto y Covio). «Comparación entre las novelas deRodrigo Fernández de Ribera y El Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara» (Sin importancia). «Luis de

    Belmonte, sus principales comedias» (No vale lapena). «Teatro de don Francisco de Leiva, don Fe-lipe Godínez, Álvaro Cubillo de Aragón y Cristóbal

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    Ninguna de las cuestiones verdaderamente serias,trascendentales, son tocadas en él. Nada de Cervan-tes y de la sensibilidad en elQuijote, como índicede la civilización española; ni de la Naturaleza en lapoesía; ni de la innovación romántica en la lírica; nide la ideología de Larra en relación con la ideologíacorriente de su tiempo; ni de la novela moderna, nide los orígenes y causas del romanticismo… ¿Quéidea se tendrá, al confeccionar esos programas, de lo

    que es la civilización de un pueblo?

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    59h e encontrado a mi amigo leyendo el Ensayo sobre

    la debilidad del entendimiento humano, atribuido alobispo Huet. Al entrar yo en su despacho, mi amigoha dejado el libro sobre la mesa.

    –¡Me marcho de España! –me ha dicho, con unprofundo desaliento, mi visitado.

    Veo de tarde en tarde a mi amigo. Es este hombreun poco extravagante, es decir, un hombre inteligen-te, de agudeza, culto, erudito; pero que vaga en tornode las cosas sin posarse en ellas, sin ponerse nuncaen el punto preciso del equilibrio.

    Le he preguntado a mi amigo por qué se marchade España, y él me ha replicado haciéndome las si-guientes preguntas.

    –¿Sabe usted quién es Bardají?–No.–¿Y don Francisco Heredia?–Tampoco.–¿Y don Antonio González?–No tengo idea.

    –¿Y don Marcelo Cortázar?–Ni sospecha.

    Por saber historia*

    * Publicado en el periódico ABC , 23-III-1923.

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    –¿Y don Vicente Sancho?–No caigo.Me era imposible ver adónde iba a parar mi amigo

    con tal interrogatorio. Tenía patente ante mis ojosuna extravagancia más de mi singularísimo y absurdo visitado. Pero mi estimado señor no ha terminadoaún con sus preguntas. Ha proseguido, sí, en estaforma:

    –¿Y don Álvaro Gómez Becerra? ¿Conocerá usted

    a don Álvaro Gómez Becerra?–Ni remotamente –he dicho.–¿Y a don Serafín Soto?–Mucho menos.–¿Y a don Francisco Lersundi?–No caigo.

    –¿Y a Armero?–No recuerdo.Me encontraba abrumado por mi ignorancia. Mi

    amigo me ha mirado jamente en silencio, y ha dicho:–Pues todos estos señores, Bardají, Heredia,

    González, Ferraz, Cortázar, Sancho, Gómez Bece-rra, Soto, Lersundi, Armero; todos estos señoresque usted no conoce, que usted no ha oído nombrarsiquiera, han llegado en su Patria a la más alta po-sición política. Todos ellos han sido presidentes delConsejo de Ministros; algunos, dos veces.

    –¿Y qué consecuencia deduce usted de ese hechoperegrino? –he preguntado yo a mi amigo.

    –Deduzco, primero, que usted no sabe la historiade su Patria e historia tan cercana a nosotros, puestoque se trata del sigloxIx ; pero de esto ya nos ocupa-

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    recordará la incomunicación en que vivo. En Españarespiro el ambiente de la tradición, de la historia, yno puedo hablar de la historia. En el extranjero notropezaré con el contraste doloroso. Y por eso emi-gro. Por saber historia, por amar a España.

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    65l a historia es una aproximación a la verdad. La

    realidad es movible, uctuante, sujeta a las modi-caciones que imponen el tiempo y –a lo largo deltiempo– la sensibilidad humana en cambio perpe-tuo. ¿Sabemos acaso lo que sucedió en las calles deMadrid, a la vista de todos, en 1840? Y si no sabemoslo que tantos vieron en las calles de Madrid, en 1840,¿cómo vamos a saber lo que sucedió, en el secretode Palacio, en 1568, entre el padre y el hijo, entreFelipe II y el príncipe don Carlos? Si no sabemos, apunto jo, en qué calles de Madrid había alumbradopor gas en 1840, o si lo había o no, ¿cómo pretende-remos saber, con todos sus pormenores, con su au-téntica realidad, lo que sucedió en la cámara regia,en 1843, entre la reina Isabel y su primer ministrodon Salustiano Olózaga?

    En mi novela Doña Inés hablo del alumbrado porgas, en Madrid, en 1840. Roberto Castrovido ha leí-do el libro, y ha puesto en evidencia –con la más irre-prochable cortesía– el anacronismo padecido por

    mí. En 1840, doña Inés no pudo ver las llamitas del

    El problema de la historia*

    * Publicado en el periódico ABC , 19-XI-1925.

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    gas en Madrid; es decir, no lo había como alumbradogeneral, extendido a toda la ciudad. La historia delalumbrado por gas en Madrid –y en toda España– esalgo como un problema de la Edad Media. Nadiesabe con certidumbre de pormenores la marcha quellevó tal procedimiento iluminativo. ¿Ha sucedidoesto –la implantación del gas en Madrid– en el sigloxIx o en el sigloxII ?

    Para desenredar este problema histórico se nece-

    sitaría aplicar al caso la atención perseverante, sutil,profundamente intuitiva, perspicua que el queridomaestro Menéndez Pidal aplica a las cuestiones me-dievales. Consignemos algunos datos. Lo primero detodo han de ser los antecedentes.

    En 1868, el catedrático de la Facultad de Farma-

    cia don Rafael Sáenz Palacio publica, en dos volú-menes, un Tratado de química inorgánica teóricoy práctico. En el segundo de los dos volúmenes dedicha obra (página 239) se habla de la historia delalumbrado por gas. La primera población españo-la, donde se hicieron «importantes ensayos» de talsistema de iluminación fue Granada. Casi al mismotiempo se ensayó también el gas en Cádiz. Se ensayóen Granada en 1807. La guerra de la Independenciaestorbó la prosecución de las tentativas; los trabajoscomenzados quedaron en suspenso. Más tarde, en1826, se hizo «el primer ensayo práctico» en Barce-lona, en el recinto de la Escuela de Comercio. Y años

    después, en 1831, se ensayó también el gas en Ma-drid, pero el procedimiento nuevo «no se formalizóhasta 1846».

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    ¿Qué ocurrió de 1831 a 1846? ¿Hubo o no hubofaroles de gas en las calles? ¿Desapareció totalmenteel gas de las calles y plazas de Madrid? ¿Dejaron de brillar las tenues llamitas? Veamos lo que nos dicedon Ramón de Mesonero Romanos. Entramos enlos dominios del gran periodista Castrovido; la ar-gumentación del ilustre y querido compañero está basada –principalmente– en lo expuesto por Meso-nero Romanos en una de las ediciones, la cuarta, la

    de 1854, del Manual de Madrid . Pero vayamos concuidado; examinemos todo lo que Mesonero dice entodas las ediciones de su libro. En todas las ediciones y en el Apéndice a una de estas ediciones. MesoneroRomanos ha publicado cuatro ediciones de su céle- bre Manual . Habla de ellas, con todo cuidado, don

    Emilio Cotarelo, en un magistral estudio que, en el Boletín de la Real Academia Española, acaba de pu- blicar. Las cuatro ediciones del Manual de Madrid son de 1831, 1833, 1844 y 1854. El Apéndice es de1835.

    En la edición de 1833, Mesonero Romanos noshabla del ensayo que se ha hecho para alumbrarMadrid, del gas hidrógeno carbonado, «extraído delaceite». Se han instalado en la ciudad 201 faroles.El gasómetro y los condensadores han sido coloca-dos en el jardín del café de la Victoria. Dos añosdespués, en 1835, se publica el Apéndice de quehemos hablado. En ese libro se nos dice que el nuevo

    alumbrado está «de nitivamente establecido» enlas plazas –plural, plazas y no plaza– de Palacio.Se querría extender a todo Madrid la iluminación

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    novísima; para ello sería necesario extraer el gas,no del aceite, sino del carbón de piedra. El gasextraído del aceite no tiene cuenta. No represen-ta ventaja ninguna sobre la utilización directa delmismo aceite. Al precio del aceite –del aceite quepodría utilizarse directamente en los faroles– hayque añadir el coste de aparatos, los aparatos de lafábrica, las obras de conducción, las cañerías, etc.,etc. Hay, pues, que renunciar al procedimiento de

    alumbrado por el costoso gas extraído del zumo de laoliva. Y, en efecto, en la edición del Manual de 1844,Mesonero nos dice que se ha renunciado, «por cos-toso y peligroso», a dicho sistema. Y entramos enla edición de 1854. En esta edición, utilizada por eladmirado y erudito Castrovido, las noticias que se

    nos dan del gas son más extensas. El primer ensa- yo –lo acabamos de ver– se hizo en 1832; el nuevoalumbrado quedó sólo « jamente establecido» en laplaza de Palacio –ahora es singular, plaza, y no plu-ral, plazas–; posteriormente, en 1847, se formó unaSociedad industrial y se alumbraron varias calles, ladel Lobo, la del Prado, y un paseo, el del Prado; mástarde, en 1849, se generalizó ya el sistema. Fernán-dez de los Ríos corrobora, en suGuía, lo dicho porMesonero.

    He procurado ser el y escrupuloso en la trans-cripción de los argumentos empleados por mi insig-ne antagonista. Y ahora nos hallamos en el puntolitigioso, crítico, del problema. ¿Qué pasó en 1840?¿Había o no había gas en Madrid? Un nuevo perso-naje va a entrar en escena: un alcalde de Madrid, y

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    alcalde de cuerpo entero (Después ha habido mu-chos en miniatura). Hablo de don Fermín Caballero.La autoridad, en materias de urbanización de Ma-drid, no puede ser más segura. En 1840 precisamen-te, don Fermín Caballero, alcalde constitucional, asíreza la portada, publica sus Noticias topográ cas-estadísticas sobre la administración de Madrid . Yen la página 14, al describir el barrio de las Afuerasde Segovia, comienza así: «Empieza en la Fábrica del

    Gas…» Existía, pues, en 1840, una fábrica de gas enMadrid. ¿Para qué servía? ¿Qué extensión alcanzabael alumbrado por gas en la capital de España? Cuatroaños más tarde, en 1844, el mismo don Fermín Ca- ballero publica su Manual geográ co-administrati-vo de la Monarquía española, y en la parte dedicada

    a Madrid se consigna que el alumbrado por gas exis-te «en las cercanías de Palacio». Y nada más, querido y admirado Castrovido. En

    1840 y en 1844 existían faroles de gas en Madrid.¿Qué debemos entender por la frasecercanías de Palacio? ¿A qué ámbitos se extendían esas cerca-nías? Me basta, ilustre Castrovido, con que se meconcedan unos cuantos faroles. Las cercanías dePalacio no están lejos del barrio de Segovia, dondetranscurren las primeras escenas de mi novela. Yono hablo en Doña Inés de calles y plazas alumbradaspor gas; restringiré el radio de iluminación en lasediciones futuras, si no lo olvido –la cosa es nimia–,

    a más estrechos términos. Me bastan con unos pocosfaroles. Existía la fábrica del gas en Madrid. Y bienpudo un vecino de la corte tener, como don Juan en

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    mi novela, un mechero de gas en un corredor de sucasa, tanto más cuanto que la casa no estaba lejos dela fábrica indicada. Y ese mechero es el que se ve en Doña Inés.

    Y así podemos quedar todos contentos. A menosque toda esta argumentación –la de Castrovido y lamía– no sea una pura apariencia y que la cuestióndel gas en Madrid no sea un problema tan intrincado–yo lo sospecho– como el de Felipe II y don Carlos,

    y el de la reina Isabel y Olózaga. Todo es movible,ondulante y contradictorio en la realidad de la his-toria.

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    71e l doctor Nogueras ha recibido de un íntimo amigo

    suyo una esquela en que le dice: «Te visitará mañanapor la tarde Gaspar Salgado. Se encuentra en lasti-mosa situación. No me re ero a los posibles, sinoa la moral. He tenido gran tristeza al hablar con él.Su juicio está un poco desnivelado. Pero la locuradel gran pintor de España es mansa, dulce. Tal vezSalgado te cuente algún desvarío curioso. Supongoque tú eres admirador suyo. Trátale con bondad.Claro que tú no tratas a nadie con aspereza». Al díasiguiente por la tarde, Gaspar Salgado estaba en laconsulta del doctor Nogueras. Al ver Nogueras aSalgado ha sufrido la misma penosa impresión desu amigo. El pintor estaba demacrado y acusaba en

    toda su persona sumo descuido. El doctor le ha aco-gido cordialmente con un estrecho abrazo.–Vamos a ver, don Gaspar –le ha dicho–; cuén-

    teme usted sus males. Y cuéntemelos con toda con-anza.

    –No estoy malo, doctor –replica Salgado–. Esdecir, estoy malo y no lo estoy. La enfermedad de

    La continuidad histórica*

    * Publicado en el periódico La Prensa de Buenos Aires,20-VI-1940.

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    vacila. «Nadie quiere alquilar este cuarto», dijo. «¿Ypor qué no quieren alquilarlo?», torné a preguntar. Y esta vez el conserje sonríe enigmáticamente y nocontesta nada. Dos días más tarde estaba yo insta-lado en mi nueva mansión. No podía hallarme mása gusto. Todo respiraba misterio y soledad. En estasoledad, sin interposiciones enojosas, yo podía sen-tirme más en comunicación espiritual con España.Los seis primeros días no pasó nada. Pero advertía

    yo en el ambiente algo extraño. Por las noches, ala madrugada, me despertaba sobresaltado. ¿Quéocurría? ¿Quién trasteaba por la casa? ¿Qué extrañasensación me sobrecogía? La noche del día séptimofue memorable. Sobrevino lo fatal. El misterio tiróde mí. Estaba yo fuera ya del tiempo, y la eternidad

    me llamaba. A las dos de la madrugada me despertérepentinamente. Dispóngase usted a escuchar unade las cosas más raras que habrá oído en su vida. Elaposento en que yo dormía estaba, al despertarme,iluminado. Frente a mi cama había una mesa deoperaciones. Y un caballero con largo blusón blan-co, asistido de un ayudante, aprestaba unos acera-dos y brilladores instrumentos de cirugía. Cuandotodo estuvo dispuesto, el caballero preguntó a sucolaborador: «¿Qué glándula le parece a usted quele extirpemos, la del patriotismo a la del sentidohistórico?». El ayudante respondió: «Da lo mismo. Ya sabe usted que se ha dicho que la Patria es la His-

    toria. Sin una u otra de las dos glándulas, quedarálisto el paciente. No volverá ya más a acordarse deEspaña. No sentirá ya más el deseo de que sea enla-

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    zado lo presente con lo pretérito. En la Historia deEspaña habrá para él una solución de continuidad. Ypodrá, con eso, ser perfectamente indiferente al per-feccionamiento de España, puesto que usted sabe,querido maestro, que no hay progreso verdadero,progreso moral, que es el que importa, sin ese enlaceestrecho con la tradición». Escuchaba yo estos razo-namientos con verdadero terror. Pero ni podía gri-tar ni moverme. Algún pomo de esencias letales de-

    bieron de darme a oler estando dormido. No de otromodo me explicaba esta rarísima situación: tenía losmiembros libres, libres los brazos y las manos, y meera imposible el levantarme ni hacer movimiento al-guno. Los dos personajes me trasladaron a la mesade operaciones. El maestro empuñó un bisturí para

    operarme, y en este momento yo perdí el sentido.No supe más. No percibí nada. Pero al despertar enmi cama y ya de día, yo era ya otro. Ningún dolorsentía en el cuerpo. No me pasaba materialmentenada. Al levantarme, empero, no eché una ojeada,como hacía todas las mañanas, al mapa de Españaque tengo frente al lecho. Ni un retrato de Cervantesme inspiró pensamiento alguno. Ni cogí luego, a lolargo de la mañana, ninguno de mis poetas prefe-ridos: Berceo, Jorge Manrique, Herrera, Garcilaso,Zorrilla, Núñez de Arce, Campoamor, Antonio Ma-chado. Ni al ponerme ante el lienzo para pintar, meacordé de España, ni pinté un asunto español, como

    hacía siempre. Y éste es mi caso, querido doctor. Yentre sus manos está un pobre artista que viene austed lleno de a icción.

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    El doctor Nogueras, en tanto hablaba Salgado, leconsideraba atentamente. La curiosidad cientí ca semezclaba en él a la amistad sincera. Luego ha sonreí-do con bondad y ha dicho:

    –¿Hace mucho tiempo que no ha estado usted enMontejo, su pueblo natal? Allí tiene usted su casa so-lariega, según creo, lo que usted tiene, querido donGaspar, no es cosa de monta, todo esto pasará. Perousted necesita un poco de emulsión española. Vuel-

    va usted a Montejo. Pase usted allí una temporada, yesa pérdida del sentido de la continuidad histórica,que usted padece, se remediará. He estado en el pue- blo de usted muchas veces. No lo hay más bonito enEspaña. En Montejo, ciudad de Castilla la Vieja, seha detenido el tiempo. Allí se vive como en el sigloxvI

    . Sus habitantes se contentan, modestamente,con la España de Cisneros y Gonzalo de Córdoba, deSanta Teresa y fray Luis de Granada, de don Juande Austria y don Álvaro de Bazán, de Cervantes y deLope de Vega.

    Quince días más tarde, Gaspar Salgado entrabaen Montejo. Ha dejado París con tristeza y ha pe-netrado en España con alborozo. Pero su atonía, encuanto a la continuidad histórica, subsiste. Llega ala ciudad a la caída de la tarde y no ve a nadie. Lacasa, ya limpia, está como cuando él estuvo en ellala última vez. El crepúsculo va invadiendo las salas ypasillos de la vieja mansión. Ha sonado, con campa-

    nadas graves y lentas, dulcemente, el Ángelus de latarde. Gaspar Salgado ha hecho un alto, al recorrerla casa, en el cuartito que él llama de los recuerdos.

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    Vive el pintor habitualmente en Madrid; pero se re-fugia, a temporadas, en Montejo. Y a Montejo envía,desde Madrid, las cosas y libros que suscitan en élcaras rememoraciones. En el aposento en que se ha-lla sentado, inmóvil, absorto, el gran pintor, se venmuchos retratos fotográ cos a él dedicados. Aquíestán, por ejemplo, Guerrita igualando un toro en laplaza de Madrid; don Benito Pérez Galdós; EduardoBerges, en su papel de La Tempestad , zarzuela que

    él estrenó; la sin par María Guerrero y FernandoDíaz de Mendoza, conde de Balazote, gran actor y señor; Matilde Pretel; Antonio Vico, genio de laescena; Luis Muriel y el boceto de una decoraciónsuya; el barítono Pepe Sigler; Campoamor con suspatillas de ganadero andaluz; Leopoldo Alas, rebo-

    sante de espiritualidad; Joaquín Sorolla; CarmenCobeña en su papel de Angelita Montes, enGenteconocida, de Benavente, obra estrenada en 1896…Las sombras del crepúsculo van espesándose y lascaras de estos amigos de otros días van oscure-ciéndose en sus marcos. La hora es de una dulzurain nita. Gaspar Salgado comienza a sentir algo ex-traño, algo alentador, dentro de sí. Una luz nueva–nueva y antigua a la par– va iluminando su ánima.Comienza a restablecerse el enlace entre el presente y el pasado. Todas estas imágenes que decoran lasparedes, en este santuario de los recuerdos, estándentro del siglo xIx . El sigloxIx , que se prolonga,

    en lo literario, hasta bien entrado el sigloxx . El si-glo xIx , que es el segundo siglo de oro de nuestrasletras y nuestras artes. Ese siglo de oro es cerrado

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    por la llamada generación del 98, generación degrandes patriotas. Grandes patriotas que saltan deltrampolín del pesimismo a la esperanza y al férvidoamor a España. Ya no sabe Gaspar Salgado lo quele sucede. ¿Se encuentra en los días presentes o enlos pretéritos? La casa se levanta en una plazuela.Frente a ella se yergue un monasterio de monjascistercienses, fundado por doña María de Molinaen 1282, el mismo año en que casó, en Toledo, con

    su sobrino el infante don Sancho, hijo de Alfonso elSabio. Salgado siente por doña María de Molina unaadoración cálida. Hay en España una tradición dehumanidad que mantienen, en cuanto a la doctrina,principalmente, Santa Teresa de Jesús, fray Luis deGranada y Cervantes, y que preludia, prácticamente

    en la gobernación, doña María de Molina. A esa tra-dición gloriosa procuran atenerse los moradores dela noble ciudad de Montejo. A prima noche, ya estáel pintor en la cama. Su sueño es dulce. A la madru-gada la campana del convento, que llama a maiti-nes, le despierta. Y ahora sí, ahora es cuando advier-te que recobra su olvidado sentido de la continuidadhistórica. Porque estas campanadas cristalinas queresuenan en la soledad de la alta noche se le metenen el alma. Estas campanaditas han venido sonandodel sigloxIII al xx . Todo es fugaz y todo perece. Pe-rece lo que semejaba más duradero. Y sin embargo,estos sones dulces, sones fugaces, permanecen y

    son como un nexo que une lo caduco, a lo largo deltiempo, con lo inconmovible. La continuidad histó-rica, en esta amada España, no puede tener signo

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    más expresivo. Se desvanecen las campanadas en elaire y se suceden otras campanadas a lo largo de lasgeneraciones. Seguro ya de sí mismo, hondamentefortalecido, Gaspar Salgado torna a dormirse.

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    79d eScendí del tren en la estación de Caudete, a las

    cuatro y media de la tarde, con siete minutos de retra-so, después de recorrer trescientos ochenta y cuatrokilómetros. Había yo transitado la línea de Madrid a Alicante innúmeras veces. Discurría ahora, otra vez,con honda emoción. De pie en el pasillo del coche,momentos antes de llegar, bajado el cristal de la ven-tanilla, azotado el rostro por el viento del convoy, es-peraba con ansiedad la aparición del verde grisáceo,nuncio del Levante. Y allí estaba, en la extensa navade viñedos y olivos en la que se asienta el pueblo, en-tre levantino y manchego. En la lejanía se columbranlos montes de Yecla. Caudete dista de la estación cin-co kilómetros; anduvimos unos dos en ligera tartanaPaco Mergelina, mi amigo, y yo. La casa de Paco selevanta entre las viñas; estábamos en tiempo de ven-dimia; preludiaba el otoño y saturaba el aire, en elcielo diáfano de Levante, dulce serenidad.

    Gozaba yo en casa de Mergelina, tras intensa la- bor mental, reposo confortador. Pocos hombres tan

    nos y atentos cual mi amigo, de claro abolengo en

    Cruceros de la historia*

    * Publicado en la revista Destino, n.o 274, 17-X-1942.

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    la comarca. Levantábame tempranamente y abría el balcón de par en par; entraba el aire vivi cador de lamañana y la mirada se me huía hacia la lejana Yecla,patria de mis deudos paternos y lugar en que yo,niño, pasara ocho años de internado religioso. Leía yo y escribía; la biblioteca de la casa contaba conlibros selectos. Cuando la lectura me hastiaba, de-partía con mi amigo, y juntos salíamos a los viñedos,en que los vendimiadores cortaban con sus corvillos

    los racimos y henchían de negra uva los hondos re-cipientes de roble. Sobremesa, un día pregunté a miamigo por sus preocupaciones. Paco Mergelina de-rribó con el meñique la ceniza de su veguero, contranorma del bien fumar, y dijo:

    –¿No crees tú, querido Antonio, que al tratarse de

    nuestra Historia ha habido cruceros, es a saber, con-uencias de caminos, en los que España, en vez deseguir el rumbo que todos conocemos, pudo haberemprendido otro, determinado por evento fortuito?

    Sonreí benévolamente, bebí un chupito del fraganteanís que Mergelina destila en su alquitara y repuse:

    –Puede ser y no puede ser. Completa tu idea.–Existen, a mi entender, cruceros en la Historia.

    En el cruce de los caminos, la suerte de España seha decidido varias veces. Fernando, el hermano deCarlos I, pudo ser rey de España; estuvo instituidoheredero. No lo fue. Fernando nació en Alcalá deHenares, donde había nacido antes, según presun-ciones, Juan Ruiz, el mayor poeta medieval, y dondenació después Cervantes, el mayor prosista moder-no. Fernando nos conocía y hablaba castellano. Ni lo

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    hablaba Carlos ni nos conocía. Si continuo de Carlosfue un poeta, Garcilaso, secretario de Fernando fuetambién otro poeta, Castillejo. Garcilaso representa- ba la novedad extranjeriza, y Castillejo la tradicióngenuina. ¿Cuál hubiera sido el rumbo de España conFernando? Por los menos no hubiéramos tenido enCastilla las Comunidades, ni en Valencia y Mallorcalas Germanías. Anteriormente a este crucero hubootro sensacional. Sabes que Fernando el Católico,

    viudo de Isabel, tornado rey de Aragón, contrajo se-gundas nupcias con la guapetona y robusta Germanade Foix. Logró sucesor Fernando en una criatura, elpríncipe de Gerona, que vivió no más que unas ho-ras. ¿Y cuál hubiera sido el rumbo de España a vivirese niño treinta, cuarenta, cincuenta años? Fueron

    España y Portugal, en tiempos, una misma nación,o por lo menos un solo Estado. Felipe II reinaba enese Estado. Si el monarca hubiera trasladado la ca-pital de Iberia a Lisboa, ¿no crees tú que el destinode nuestra patria hubiera sido otro? España, comole aconsejaba Antonio Pérez, como lo pidiera mástarde Saavedra Fajardo, hubiera sido seguramentegran potencia naval. Cuando la guerra de Sucesión,en los campos de Almansa se decidió la contienda enfavor de Felipe de Francia y en contra de Carlos de Austria. Si hubiera triunfado Carlos, ¿cómo hubierasido España? Preocúpanme estos problemas crucia-les de la Historia porque en este llano de Caudete,

    en que nos encontramos, a veinticinco kilómetros de Almansa, fueron aniquilados los restos del ejércitoaustríaco ya en Almansa vencido.

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    Escuchaba yo atentamente. Paco Mergelina sedetuvo en espera de mi réplica.

    –Puede ser lo que dices –repliqué– y no puedeser. Hay algo fundamental que se opone a tu sistemaaleatorio. La vida de un pueblo es como un caudalinmenso que, más o menos rápidamente, va hacia lofuturo. Forman ese caudal elementos y esencias di- versos y múltiples. La totalidad de ese haz colectivoes tan recia y coherente que no puede sufrir modi -

    cación substantiva. Si se produjera la eventualidadque tú imaginas y se torciera el rumbo de la nación,necesariamente ese descamino sería temporal, y lafuerza honda e incontrastable de las cosas, elabora-da en siglos, representativa de la raza y de la tradi-ción, se sobrepondría y volvería a dominar. Hay, en

    suma, un designio providencial que no puede estar amerced del acaso. Y poniendo la mano en el hombro de Paco Merge-

    lina, agregué:–Usemos y no abusemos, querido Paco, de la

    Historia. La Historia, en dosis excesivas, nos llevaríaa la inacción; viviríamos encandilados con lo preté-rito. «Siempre mañana y nunca mañanamos», decíaLope de Vega. Federico Nietzsche profesa verdad, almenos parcialmente, en su pugna al historicismo. Vivamos el presente, y lo que para mañana planee-mos hoy, cumplámoslo mañana. Sí; la Historia pue-de ser un beleño. Nietzsche en El crepúsculo de los

    ídolos escribe: «A fuerza de indagar los orígenes, se vuelve uno cangrejo. El historiador mira hacia atrás y acaba por creer hacia atrás».

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    83d ar en pocas palabras una impresión de cualquier

    período histórico es cosa ardua. La Historia es unamateria uida; se engañan los que pretenden empri-sionarla en las incontables chas de un sabio chero.La Historia cambia con las acciones y reacciones delpresente; podemos decir, por lo tanto, que el pasadodepende del presente; o mejor, que el presente esquien hace el pasado. Según sintamos colectivamen-te, así será la Historia. En el caso de la guerra de laIndependencia podemos a anzarnos un poco más;contamos, para nuestra con anza, con una Historiaclásica, la de Toreno, con otras varias y con multitudde monografías. No queremos olvidar una Historiaque nunca se cita –no se la considerará bastante

    cientí ca, sin duda–; pero que es sumamente curio-sa: la del agustino Salomón. Con sinceridad extre-ma, casi con ereza, acusa este historiador a los queél juzga que son las culpables de la catástrofe.

    Vayamos precisando; no dé asenso el lector, eneste simple apunte, a lo que parezca arriesgado. Hay

    que considerar, cuando se trata de un hecho magno,

    Síntesis nacional*

    * Publicado en el periódico ABC , 2-II-1944.

  • 8/9/2019 Qué Es La Historia - Azorín

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    cual la guerra de la Independencia, los más remotosorígenes. No se produce en la vida de un pueblo unhecho por espontaneidad; todo, desde lo remoto, se va enlazando en la vida de una nación. Y aquí tene-mos, compendiado en un año, hecho síntesis en unaño, el 1808, síntesis nacional, todo el espíritu denuestra España desde los más remotos tiempos.No debemos remontarnos mucho; no perdamos de vista que esto no han de ser sino pocas palabras. La

    corriente del tiempo es inexorable; no se detienenunca; no hay en ella cortes; si en el lejano pretéritohubo tal hecho culminante, ese hecho lo estamos to-cando nosotros, sin saberlo acaso, en cuanto nos cir-cuye. Esparzamos la vista por el sigloxvIII ; en estacenturia todo parece que dormita; ha terminado la

    esplendente oración literaria del siglo anterior; sehabla –es ahora cuando se habla– de decadencia. Nohay tal desmayo; si antes las letras esplendieron, alpresente, en el sigloxIx , es el espíritu crítico lo quecomienza a formarse. Tras la expansión de la sensi- bilidad –representada en lo más alto por Cervantes