Primer capítulo de Milagros y de Melancolías mujica lainez

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______________________________________________________________________________________ El Autor de la Semana ______________________________________________________________________________________ UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Manuel Mujica LÆinez Selección, diagramación: Oscar E. Aguilera F. ' 1996-2000 Programa de InformÆtica, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.

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  • El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Manuel Mujica Linez: La Fundacin (Primera parte de De Milafros y Melancolas)-1-

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    El Autor de la Semana______________________________________________________________________________________

    UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

    Manuel Mujica Linez

    Seleccin, diagramacin: Oscar E. Aguilera F. ' 1996-2000 Programa de Informtica, Facultad de Ciencias Sociales,Universidad de Chile.

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    Manuel Mujica LinezManuel Mujica Linez naci en Buenos Aires en 1910 y muri en 1984. Autor prolfico, escribinovelas, cuentos, biografas, poemas, crnicas de viaje y ensayos entre los cuales resaltan: MisteriosaBuenos Aires, Los dolos, Invitados en el paraso, Bomarzo, El unicornio, El viaje de los sietedemonios. Varias novelas y cuentos suyos fueron llevadas al cine y a la televisin, y el compositorAlberto Ginastera realiz una pera, basada en la novela Bomarzo . Mujica Linez obtuvo mltiplespremios por su obra literaria, entre ellos el Premio Nacional de Literatura, en 1963, y La Legin deHonor del Gobierno de Francia en 1982.

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    Seleccin, diagramacin: Oscar E. Aguilera F. ' 1996-2000 Programa de Informtica, Facultad de Ciencias Sociales,Universidad de Chile.

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    Manuel Mujica Linez: La Fundacin (Primera parte de De Milafros y Melancolas)-3-

    Manuel Mujica Linez

    Fragmento de De Milagros y Melancolas: La Fundacin

    Dos veces trescientos sesenta y cinco das, con ciento once das ms, haban transcurrido desdeque Don Nufrio inici su marcha en pos del Hombre Dorado. Durante tan largo tiempo, todandole de amarguras acos a su diezmada hueste. Narrarlas sin callar pormenores, es trabajoque solicitara volmenes en los que el esplendor de lo horrible se tomara montono. Quedar tarea detal pesadumbre para historiadores menos nerviosos que los que escriben estas pginas, como el repasarlasy almacenaras en la mente se reservar para un lector ms rico de paciencia. Slo se consignar aquque mientras se arrastr el expedicionario desaliento de esos dos aos, tres meses y veinte jornadas (enel curso de los cuales la verstil actitud de Don Nufrio oscil entre la imploracin reverente a SantiagoApstol y la memoria blasfema de muchas malas madres que parieron), el anciano capitn padeci conigual rigor las crueldades que emanaban del morbo con que Venus premi su constancia, y del laberintosiempre polifurcado que le proporcion la Amrica misteriosa.Buena parte del viaje se fue desarrollando, en lo que atae al jefe conquistador, a hombros de indgenastaciturnos. Transportaron ellos su hamaca balanceada, a travs de pramos de hielo y de selvas ardientes,de quebradas malvolas y de cornisas cuya delgadez exiga a los indios la fila india tradicional; enocasiones, a alturas que atacaban al viejo corazn de Don Nufrio mediante martilleos feroces; en otras,vadeando ros de tumultuaria pasin, o desgarrndose los caminadores lo flaco que del calzado subsista,en pedregales y espinos; o corriendo detrs de ilusos espejos de agua; o luchando a brazo partido conmonos atlticos que, al descargar puetazos sobre los hispanos morriones, huan aullando y lamindoselos dedos.Ms vale no recordar lo que en ese perodo ingirieron por imposicin del hambre alerta. Cmo noapuntar, sin embargo, el ntimo detalle de los duros caimanes devorados con fuga de dientes; el de latortilla de piojos y huevos de buitre? Cmo no tener en cuenta la semana pegajosa, a lo largo de la cualnicamente se alimentaron de miel, que almacenaban en los yelmos, como en abollados tarros y marmitas,y con la que untaban hojas de pltano para originar postres aberrantes? En esa oportunidad dieron cazatambin, con fines culinarios, a las moscas que los perseguan y que, de noche, mientras los empalagadoscabeceaban, se detenan en sus barbazas chorreantes de miel, hasta que por golosas moran, presas depatas en su pringue. Fue aquel lapso especialmente desagradable. Ahtos de dulzura, se miraban los unosa los otros, con repugnancia esencial, y Don Nufrio despertaba de sus sueos melifluos, hecho unaviscosa melaza, un mosquero arrope, gimiendo la triste palabra puta, como referencia a CristbalColn, a los hermanos Martn Alonso y Vicente Yaez Pinzn, al maldito Rodrigo de Triana, y hasta aAmrico Vespucio, sin los cuales la tierra que recorran no sera ms que un quimera de cartgrafosvisionarios, y Don Nufrio hubiera permanecido en la paz de Toledo.Pero no nos adelantemos a los episodios, en nuestro afn de dejar atrs una poca de hondas melancolas.Comencemos por el principio, y tracemos el cuadro de la expedicin, tal como lo vieron las tribusatnitas, los guanacos, las llamas dciles, las guilas de vuelo imperial, los colibres, los jaguares.Iba adelante, en su hamaca que sostenan cuatro aborgenes, Don Nufrio de Bracamonte. Lo segua, enuna segunda hamaca de similar conduccin pero de ms arduo transporte pues Don Nufrio eraenfermizamente magro, mientras que ella triunfaba con la insolencia de su obesidad Doa Mara de laSalud, su amante india. Luego, llevado por un paje sonmbulo del cabestro, el caballo del conquistador(uno de los pocos que haban sobrevivido a los reclamos famlicos de las entraas guerreras), con laarmadura, el espadn y la lanza del jefe, distribuidos en hatos y alforjas. Despus apareca, como una

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    milagrosa imagen, Fray Serfico, reserva espiritual de la expedicin, en su mula. Lo escoltaban dosmuchachos morenos y emplumados, que agitaban incensarios para alejar a los demonios de la comarcahertica. Cuando se termin el incienso, quemaron cualquier promiscuidad de semillas, previamentebendecidas por el santo franciscano, as que a menudo los exploradores avanzaron entre densas neblinaspestilentes. Cantaban los nios, en un irreconocible latn, lentas estrofas gregorianas que les enseara elbuen fraile, y sus voces se sumaban al estridor sin descanso de los coyuyos, de los loros, de los monoschillones, a la conversacin infinita de las selvas, cuando no se levantaban, nicas, en el silencio de lasplanicies.A continuacin cabalgaba, en el costillar de su yegua, Don Suero Dvila y Alburquerque, el granhidalgo de la banda, a quien rodeaban varios infelices nativos, meciendo hojas de palma para ahuyentara los insectos, y que, casi invisibles en medio del follaje giratorio, haca pensar en un artefacto conmuchas hlices vegetales. Por ah andaban dos personajes adolescentes, dos hroes de cuento pastoril:Baltasar, hijo de Don Nufrio, enviado por su madre, la tremendamente aristocrtica Doa Llantos Piade Toro, a incorporarse a la expedicin paterna, y Catalina del Temblor, hija de Doa Mara de la Salud.Eran ambos muy hermosos. El lector puede inferir desde ya, por obvio (haba poca opcin), el amor quecreci entre los jvenes. No lo defraudaremos. Se amaban. Lo que no puede ni siquiera sospechar sonlas consecuencias de ese sentimiento, derivadas de otros vnculos, y que revelaremos ms adelante, puessi descubriramos de inmediato los mltiples enigmas de su compleja trama, este libro no tendra raznde ser.Y por fin, restantes, vacilantes, harapientos, hablando solos o atenaceados por el mutismo de la desilusinrencorosa, marchaban a los tropezones, con algn caballejo, con alguna llama, los ltimos fantasmaseuropeos de la expedicin soberbia, cuya plaidera incertidumbre contrastaba con la estoica serenidadde los indios adictos que an no haban desertado y que acarreaban bultos de justificacin imposible.Qu diferencia con la airosa tropa que saliera en bsqueda del Hombre de Oro, desde el atrio de laCatedral de San Juan Bautista, haca dos veces trescientos sesenta y cinco das, con ciento once das msQu diferencia Aquello s daba gusto de mirar y remirar, aquellos tres centenares de aventurerosorondos, puro penacho, hoy reducidos a unas docenas lamentables; aquella multitud cobriza de aliadosdesnudos, que se esfumaron en breve, hasta compendiarse en el puado de los que permanecan fielespor falta de imaginacin.En verdad, la empresa se complic y hubo de malograrse, a causa de los guas autctonos traidores, quenunca faltan en estos relatos ejemplares. Haban proyectado matar a Don Nufrio, a Don Suero, a FraySerfico y a los dems blancos apetitosos, y comrselos, luego de hervirlos en ollas decoradas conmotivos preincaicos (Nazca), pero el plan les fall, y en venganza optaron por comerse los mapas queDon Nufrio y sus ayudantes manipulaban constantemente, y que indicaban ms o menos, ms o menosla ruta hacia el Hombre de Oro. Una vez tragado el pergamino, que supli en su digestin a pieles msasimilables, los guas autctonos traidores se dieron a la fuga, y. para la abandonada milicia comenz laandanza sin sentido por desiertos y bosques, por desfiladeros, nveas cumbres y depresiones luciferinas,dando vueltas y vueltas en redondo, volviendo sin percatarse sobre sus pasos, cruzando de nuevo paisajescuya asombrosa belleza reproduca con demasiada exactitud anteriores panoramas. As se explican losdos aos y tres meses de vagar desgraciado, sealando con sus huellas, que borraba el viento astuto,espirales, rombos, circunferencias y otras estriles geometras.Don Nufrio de Bracamonte trat de remediar el desastre, valindose de sus esmeraldas. Fue la suya, enprincipio, una idea sagaz, de originalidad indiscutible, pero ms adelante se sabr la pobreza de su fruto:la pobreza material, porque la ganancia mstica fue inconmensurable. Por lo pronto, conviene queaportemos ciertos antecedentes biogrficos relativos al anciano caballero, a fin de enterar al lector depor qu poda disponer de las esmeraldas, al voleo, con la fcil comodidad que evidencia la hacendosamujer que desparrama granos de maz, para alimentar a sus gallinas.

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    Nos remontaremos a sus orgenes, acoplando lo escaso que de ellos se sabe con relativa precisin.Don Nufrio haba nacido, setenta aos atrs, en Toledo, en las casas destartaladas del Marqus deVillena, que el Greco habit, frente al palacio de la Duquesa Viuda de Arpona y a la residencia de losilustres Dvila y Alburquerque. Tan linajudos vecindarios inflamaron el magn del nio que, hijo de unatejedora, y tal vez de un humilde cardador de lana (como antes nos enseaban de Cristbal Coln),nunca conoci a un padre concreto, sino a los muchos padres posibles que visitaban a su dadivosamadre. Uno de stos era un seor de gran estirpe de Bracamonte, particularmente benigno con el pequeoy acaso tambin su inconfeso padre, cuyo apellido termin por adoptar el rapaz castellano, quienentretena sus ocios de pastor de cabras, dibujando sobre las piedras el blasn famoso de los Bracamonte:la negra maza impresionante.Tena Nufrio un primo, llamado Serafn, hijo de una hermana de su popularsima madre, harto mstranquila que sta, quien comparta con l esperanzas y desvelos. juntos iban detrs de la caprina majada;juntos ordeaban, almacenaban quesos y despojaban de sus pieles hediondas a sus cornudas. Eran,empero, muy distintos. Nufrio no consigui dominar jams, plenamente, el arte de la lectura, en tantoque su primo llevaba bajo el brazo, durante las tareas de solitario pastoreo, algn libro de vidas desantos, que sin tropiezos recorra. Nufrio solt las riendas al instinto gozoso y autntico hijo de sumadre, en su natural comunicacin sembr doquier los testimonios de una generosidad fsica queignoraba la timidez. En cambio Serafn esquivaba la proximidad de las mozas comprensivas, las decorpio flojo, y hurao, severo, conservaba la flor de su virtud en el invernculo de su abrigada modestia.Esos puntos de vistas dismiles, frente a fenmenos que rigen al fundamento de la vida, se reflejaban enlo opuesto de sus cataduras: Nufrio era sanguneo, jugoso, bien plantado y dorado, de bailarines ojosverdes y pelo en pecho, brazos, piernas y dems, sobre todo en la cabeza, que lo muy negro de suscrenchas, harto acariciadas, cubra de rebelde esplendor; al tiempo que Serafn era seco, enteco, deesqueleto presente, lampio, con unos ojos cuyo color recordaba a los de su primo, pero de un verdeplido y como ansioso de que lo perdonasen, as como su transparente cabellera desvada pronosticabala pronta calvicie. Las manos de Nufrio se aseguraban, pujantes, en el cayado, y las de Serafn sedesmayaban sobre el libro de horas. Nufrio saltaba de pea en pea, gil como sus cabras, y Serafn dabalargos rodeos para evitar los pasos difciles. Nufrio taa la vihuela y entonaba canciones procaces, ySerafn rezaba las letanas en alta voz.Lo curioso es que el primero, tan escandalosamente viril, no despreciara o maltratara al segundo, tanpacato y encogido. Sucede que desde la infancia, mal que le pesase, Nufrio advirti que bajo la dbilapariencia de su primo, se ocultaba una voluntad firme, quiz ms frrea que lo que su propio carcterdemostraba ser, y esa intuicin a regaadientes, por descontado le hizo no slo admitir a Serafn ensu intimidad, sino tambin defenderlo, cuando fue menester, de las toledanas burlas. Por lo dems, sihubiera roto la alianza con l, hubiese quedado sin compaa, en la tarea de cabrero, y eso era algo queno poda tolerar su necesidad permanente de correspondencia.A menudo, cuando los muchachos regresaban con la majada al aprisco, vecino de la Ciudad Imperial,donde hacan noche, se cruzaban en el camino con otro muchacho, el elegante Don Suero Dvla yAlburquerque, quien volva a Toledo, con otros hidalguejos de la zona. Derecho, estatuario, fijo elhalcn en el puo, emergiendo de la polvareda de su cabalgadura como de un aura mitolgico, DonSuero ni siquiera, se dignaba mirarlos.Y aqu estn los tres, unidas sus suertes en los meandros de la Amrica esquiva. Nufrio, transformadoen Don Nufrio de Bracamonte y devastado por la enfermedad que engendr el culto antihiginico deVenus transente; Serafn, convertido, por fuerza de la vocacin piadosa, en Fray Serfico, de la Ordende San Francisco; y Don Suero Dvila y Alburquerque, prisionero, como antao, del almidn del orgullo,y vigilando al capitn y al fraile, especialmente furioso por el hecho de que Nufrio, el cabrerizo, se hayaatrevido a casar con su excelsa prima Doa Llantos Pia de Toro, que desciende de los reyes de Len,

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    y a fecundarla, hasta macular con su producto su propia y altanera genealoga.Quien menos ha modificado el porte es Dvila: desde nio, su carne revisti la misma encuadernacin decuero bronceado, repujado, con aplicaciones de terciopelo y oro. Don Nufrio extravi en la carretera dela existencia azarosa, los colores felices y la opulencia del garbo; las busconas de Tucla le obsequiaron,ya en la reumtica madurez, el mal que lo roe, que le arruina buena parte de la cara enflaquecida, en lacual falta un ojo, el izquierdo, vaciado por la certera flecha de un indio, en el paraje donde luego selevantar la poblacin de Santa Ana de la Buena Coca; se lo vaci con la limpieza con que una seoraeducada (pero voraz) pincha y hace desaparecer en su plato un huevo duro. Y Fray Serfico es ms unailusin que una persona, una alegora, un leve dibujo que pasa entre las ramas y los roquedales, unaacuarela en la que han sido apenas bocetados el cordn y las sandalias de Ass, el hbito espectral, losojos desalentadamente verdes. Aqu estn los tres, perdidos. Veamos qu circunstancias los reunieron.Como es de suponer, Nufrio abandon los mseros trajines de cabrero, en cuanto pudo. A los doce aos,sola meterse en los soportales de la Duquesa Viuda de Arpona, cerca de su propia casa, a rer con lascriadas. A los trece, troc el cayado y la zamarra por el cucharn distintivo de los marmitones de laseora insigne. A los catorce, su carrera lo condujo hasta las palaciegas antecmaras, donde desempolvabamrmoles y brua muebles. A los quince, un atardecer caluroso, la Duquesa Viuda pregunt quintocaba la vihuela con tanto sentimiento, en el patio de las cocinas, y sus azafatas, enteradas de la crudezade su gusto, lo introdujeron, fornido y adornado por el rubor, en el aposento de la dama sombra. Desdeentonces hasta los diecisiete, Nufrio no se apart de su lado, y contribuy con su personal aporte a latibieza de sus cobijas y sbanas. Mucho aprendi entonces.A los diecisiete, harto de un manjar que por venir en plato de oro no era menos desabrido, harto sobretodo de la acechanza ducal, que le impeda probar pucheros ms tiernos, Nufrio trab amistad con unviejo soldado que regresaba de la Florida, sin otra cosecha que un aro de plata, un pjaro discurseadory unos fornculos que rascaba invariablemente. Aquel desdichado le incendi las ilusiones con fuego demaravillas, y seis meses despus, luego de desanudar los brazos lamentables de la seora de Arpona, quedorma el sueo de la amorosa lasitud, escap en puntas de pie por las galeras de su palacio; atraves lasala de los retratos ancestrales, bajo la mirada arponera de los prceres que comprendan que para ellinaje se abra una era de positiva viudez; y no par hasta Sanlcar. Dos veces hubieron de pillarlo losemisarios de la ricahembra, y por fin embarc, trmulo de pavor y de felicidad, en una flota que se hacaa la mar, rumbo a las Indias Occidentales.No hemos de abundar en datos prolijos para explicar lo que sigue, o sea la etapa que se extiende desdeentonces hasta que Nufrio asumi la jefatura de la expedicin de las Esmeraldas. En esos lustrosnumerosos, fue marinero, paje de brjula y de reloj de arena, ballestero, arcabucero, lansquenete,deshollinador de culebrinas y barbero de caones; favorito de la Gobernadora de Santa Isabel de ` vila;favorito del Obispo de Tucla: comprador y vendedor de esclavos; compinche de piratas y truhanes;portaorinal y despus secretario galante del Excelentsimo Conde de Mortelirio; empresario de mujeresalegres; miembro del Cabildo de Santa Fe la Nueva; cofrade de la Limpia Concepcin de Mara; cereromayor de la Catedral de Tucla; mercader de especias; gran catador de chocolate en 1a tertulia del VirreyCitrn. Este ltimo le concedi, una noche de banquetes, la entrada al pas de las esmeraldas, con ms laconviccin de que si lograba su propsito, nadie volvera a discutir sus derechos al herldico mazo delos Bracamonte.En Santa Fe la Nueva, cuando organizaba sobre bases estables el comercio de las mujeres que alivian lasapreturas de la milicia soledosa, Nufrio conoci a Mara de la Salud, india que sumaba la inteligencia ala picarda, y ambas a la belleza sensual. A su vera, palade los licores del amor que enloquece. A ellaadeud la revelacin incomparable de las esmeraldas, el secreto que su tribu se transmita bajo promesade no revelarlo. Y cuando obtuvo los sellados papelotes virreinales que le adjudicaban la empresa, conMara de la Salud parti a la zaga de las piedras encantadas.

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    Fue aquel un viaje de espanto y de prodigio, remontando el Orinoco. Nadie duda hoy de que hall laspreciosas lgrimas verdes, como esta narracin confirmar, pero Nufrio call su descubrimiento, con lataimada tozudez de un ganador de lotera, y como al trmino de la expedicin nicamente quedaban enpie el jefe, Mara de la Salud y seis andaluces a quienes el calor haba atontado, la verdad del asunto sedeshizo en conjeturas. Es cierto que Nufrio envi al Rey Felipe una esmeralda del. tamao de unamandarina, pero jur y rejur que ese haba sido el fruto solitario de sus sinsabores. La Marquesa deCitrn, esposa del Virrey, luci por entonces unos pendientes estupendos de la misma piedra, cuyoorigen nadie acab de fijar en concreto, y el Virrey adquiri, sin que se supiera cmo, dos carrozas, unpalacio en Valladolid y un pequeo serrallo personal. Los funcionarios de la Inquisicin y del Consejo deindias, que husmearon con narices y hocicos, tratando de ubicar las fuentes de tales ostentaciones,tambin pelecharon con incgnita abundancia. Hubo juicios de residencia, veedores, espas, confesoresy adivinos, que nada en limpio sacaron, pues los informantes presuntos retornaron cada vez a la Cortecon las manos vacas y los bolsillos llenos. Y el Rey Felipe mand en vano otras expediciones a reconstruirel derrotero de Nufrio: no encontraron ni un vidrio triste.Debi contentarse el despecho del monarca con la esmeralda en cuestin, y con un objeto extrasimo,que lleg al Escorial perfectamente embalado. Era el esqueleto de una sirena. Nufrio de Bracamonte leacompa una extensa carta, redactada por manos ms diestras, pues el garabato de su firma refrendabala ineficacia de su escritura, una carta en la cual la cifra de los participantes de la odisea alternaba conla referente a los centauros que haban entrevisto en un claro de los bosques, y en la que se mencionabaa las amazonas, al basilisco y al unicornio, con la misma naturalidad con que se mentaba al rbol de lacanela y al papagayo. Contaba Nufrio que haba topado con el bonito monstruo, mitad mujer y mitad pezcoleante, en un recodo del Orinoco, all donde la selva encierra campanas, invisibles que doblan alcrepsculo: que haba conversado con ella en una semilengua de silbidos musicales; que se llamabaSilvina; que la haba hecho trasladar a su tienda, donde comi aseadamente unas tortas y bebi un vasode vino de Esquivias; que luego la acometieron unas raras calenturas y al amanecer haba expirado, sinque fuera factible, por ausencia del capelln, sepulto en el vientre de una boa, bautizarla. Tampoco seatin a embalsamarla, por falta de medios. cosa que Don Nufrio, no paraba de lamentar porque vala lapena el justiprecio de sus pechos sutiles y su admirable ombligo, de manera que lo que se enviaba, entestimonio de la verdad del fenmeno, era su esqueleto, acondicionado por amateurs (Don Nufrio noutiliz esta palabra). A Su Majestad aquello le oli a hechicera y orden que relegasen el cofre en undesvn. Desde entonces, con tanta mudanza, se ha extraviado. La Princesa Socorro Augusta de Npoles,que en el siglo XVIII hizo destapar por equivocacin la caja, confundindola con la que conduca susvestidos de baile, envaneci para siempre, al enfrentarse con la ambigua osamenta en la coquetera de sutocador. Es fama que la Sirena de las Esmeraldas integra hoy una coleccin escocesa de elementosdiablicos, y que hasta ha suscitado un culto esotrico, en el que se reza la misa al revs y se comulgacon peces fritos, invocando a Neptuno y a Jons.Pero de los silicatos costosos de Don Nufrio de Bracamonte, no se supo a la sazn nada, nada. La feregia en la recuperacin de su parte del tesoro pues la prudencia de Felipe no poda, materialmente,ser vctima de engaos, sin provocar la clera de Dios, su aliado celeste, se tradujo en el blasn queconfiri a Don Nufrio y que ostenta por figura una sirena, la cual blande el mazo de los Bracamonte,sobre campo de sinople, verde como las esmeraldas y como la invencible esperanza filipina de que se ledevolvera lo suyo.Circul el tiempo, y don Nufrio hizo su entrada en su Toledo natal, como hombre de pro y de fortuna.Hurt el cuerpo a la crcel, por milagro. En cada ocasin de zozobra, surga un juez pronto a respaldasu inocente conducta y que, poco ms tarde, floreca en finanzas. El conquistador senta muy cerca,empero, el bucear de los vidos delatores, y prepar la vuelta al continente de feliz barbarie donde uncaballero prosperaba sin miedo de tramposos, o con la certidumbre de despearlos. Se despidi del Rey,

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    Manuel Mujica Linez: La Fundacin (Primera parte de De Milafros y Melancolas)-8-

    en la magna congoja escurialense, y la entrevista excepcional le dej dos recuerdos imborrables; el delhedor a pcimas y a materia que se corrompe, que impregnaba la cmara de Felipe, y el del brillo de losojos mayestticos, en la penumbra, al interrogarlo, como al descuido, sobre las esmeraldas ausentes:como al descuido, sobre las esmeraldas ausentes: como esmeraldas brillaban los sobreanos ojos, porgracia de Nuestro Seor.Pero antes de partir, provisto ya del escudo de la Sirena y afianzado el Don que le chicaneaban tanto,decidi Don Nufrio de Bracamonte contraer nupcias con su gran dama.Contaba alrededor de cincuenta aos, y si aspiraba a apuntalar la permanencia de su nombre y gloria, atravs de un heredero, le convena no distraerse, que con lo que haba despilfarrado en lechos decompraventa siendo mayor, y en lechos gratuitos y agradecidos, siendo muchacho, caba sospechar quesus probabilidades de propagacin de la especie no seran precisamente suntuosas. Era cuestin deapresurarse y de elegir bien. La india Doa Mara de la Salud, su nico amor, haba desaparecido ms deun decenio atrs. Tal vez se haba reintegrado al refugio de su tribu, aunque era cosa de riesgo, pues nole habran perdonado la infidencia con que franqu el rastro de las esmeraldas. y Don Nufrio estabacansado de los zarandeos de la inestabilidad. Quera establecerse en Amrica y vivir a lo seor. El seorreclama una seora. E inslitamente, porque Nufrio se haba acostumbrado poco a poco a imponer suscaprichos, la eleccin no se present tan holgada como supona. Demasiados rumores andaban sobre suavara deslealtad.Por fin, cuando el malhumor le encenda el pecho, dio con la que no siendo el ideal hasta ciertopunto corresponda a sus aspiraciones; con Doa Llantos Pia de Toro, que no tena veinte aos sinotreinta y ocho, pero era prima de ese Don Suero Dvila y Alburquerque cuya despreciativa vanidadhaba humillado al pobre cabrerizo; que no deslumbraba con su belleza, pero sobrecoga con su dignidadde vstago de los reyes de Len; que no pareca muy divertida, pero lo supla con el fervor religioso delcual haban carecido por completo las anteriores fminas de Don Nufrio; que no posea ni un dobln, nimedio, ni nada, pero saba comer un pescado espinoso sin herirse ni ensuciarse, y saba tender la mano.a besar, como una emperatriz; que conservaba, bajo las nasales fosas, la sombra de un bozo desagradable,pero en la Catedral de Toledo avanzaba, en mitad del monjo, con la invulnerable calma de una abadesa;que era fea, a la postre, sin redencin, pero acerca de cuya virginidad y recato no caban dudas; y sobretodo, que estaba dispuesta a casar con el hijo de la tejedora prdiga de s misma, con el ex guardin dechivatos, con el ex portaorinal del Conde de Mortelirio, con el ex comerciante en mujeres alegres, conel esmeraldino encubridor, manchas que no podan disimular ni la cera pursima del cerero mayor de laCatedral de Tucla, ni el rico chocolate jerrquico del Virrey Citrn.La boda se realiz con suficiente pompa, en la metropolitana de Toledo, entre gemidos, hipos y nuseasde agraviadas parientas de los reyes leoninos. Don Nufrio visti de verde, para la ceremonia, en unaudaz alarde de alusiones peligrosas. Los bendijo Fray Serfico.Fray Serfico haba recorrido un sendero de bienaventurada humildad que desemboc, paradjicamente,en el valle frtil de las prebendas y las sinecuras. Ni persigui las canonjas ni se las propuso; al contrario,cuanto le proporcion el destino manirroto brot mal que pesase a su voluntad austera. Gozaba, comopredicador elocuente, como lcido consejero, como provocador de confesiones arduas, de extraordinarianombrada entre las principales figuras de la nobleza, y eso, aadido a su indiscutible virtud, atrajo laatencin de sus superiores, quienes volcaron sobre l, como estmulo errneo y. por impulso de lapurpurada costumbre, los mximos beneficios de que dispusieron. En balde intent oponerse el honestofranciscano al diluvio de honores; en balde acudi a obispos y arzobispos, para rogar que lo dejasen ensu celda, sin ms compaa que un crucifijo tosco, ni ms alimento que el adusto pan arcaico y el aguaptrida de la cinaga, porque en cada ocasin se adentr en su convento, volviendo de los despachosprelaticios, con duelos flamantes, en el alma, y en la escarcela nuevas prerrogativas. Distribua entre losmenesterosos las ventajas que llovan sobre l, y al alba se descargaba sobre los hombros huesudos

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    unos terribles disciplinazos, que lo tumbaban sangriento y propenso a visiones, pero se dira que suactitud prescindente excitaba hasta la desesperacin a los capaces de dorar su estrella, quienes corrancon l la carrera del desinters y de los provechos, en la que rivalizaban, por un, lado, el asco de FraySerfico ante el sucio dinero y los retricas diplomas, y por el otro, el afn mundano de enriquecerlo yexaltarlo. As estaba de consumido y espiritado, en medio de sus aduladores, de los que le suplicaban,por el amor de Dios, que les concediese unas monedas y un trocito de sayal, siempre con el ruidoexecrable de los doblones entre los dedos y siempre a medio vestir, la escarcela desfondada y el hbitoun jirn, ofreciendo a San Francisco de Ass el ardor de sus lgrimas, el estrago de su carne mnima,reducida a un pergamino cosido sobre un esqueleto, y el mondo marfil de su cabeza dolorosa, en laque fulguraban los ojos llameantes.Tal era su condicin cuando tom a encontrarse con Don Nufrio de Bracamonte, luego de separacinlargusima. Mida el lector el progreso singular de ambos, desde que cumplan los trabajos de cabreros yuno taa la vihuela, mientras su primo rezaba. Obsrvelos en la Catedral de Toledo, delante del retabloprecioso. de la Capilla Mayor, mirando de hito en hito al sepulcro del Cardenal Mendoza y al de DoaBerenguela: Don Nufrio de verde, jubn verde, verdes ojos, verdes airones, como un pjaro de las islas,de cobre el rostro muy expuesto al sol tropical; a su lado, Doa Llantos Pia de Toro, disimulada lagracia desierta con superpuestos velos y pedreras entre los cuales cabe sealar algunas sospechosasesmeraldas; y delante Fray Serfico, lacia la casulla de sacerdoteprncipe sobre la msera estamea.En torno, la prosapia de los Pia de Toro y los Dvila y Alburquerque, codendose, desesperndose,entre la envidia y el orgullo; el Marqus de Citrn, el ex Virrey, ya retirado en su finca de Valladolid, yque acudi con la Marquesa, para agasajar al capitn y socio; los cannigos que esperan para conversarcon Fray Serfico, en la sacrista, luego del oficio, para que l converse en su favor, a su turno, con lagrandeza archiepiscopal; y hasta algunos indios pintarrajeados y plumosos, que Bracamonte ha distribuidocomo ilustraciones fehacientes de su seoro de. allende el Mar de las Tinieblas. De vez en vez, grita unguacamayo y es como si Amrica aprobara; araan las losas los espadones; gangosea el coro; y sobre elplair de las parientas encrestadas de Doa Llantos y el escurrirse agridulce de los Citrones, repiquetean,agudos, los gemidos de la Duquesa Viuda de Arpona, nonagenaria, sostenida por dos pajes bellos comoel amanecer, que llora el resplandor caliente del tiempo ido.Pidi Fray Serfico a su consanguneo, en esas circunstancias. que lo llevase consigo a Amrica. Tal vezall, en tierra de salvajes, se le ofreciera el ara de martirio que ambicionaba. En los bosques y esteros noabundaran las coyunturas de medrar, ni abadas, dispensas mercedes, indulgencias y pensiones, sino laatmsfera requerida para desarrollar la misionera vocacin. Doa Llantos uni sus instancias a las delfranciscano hambriento de penurias. La seora haba sufrido bastante, culpa del paterno despilfarro y, yaesposa del indiano Don Nufrio, le escoca en el fondo aunque su piedad no le permita manifestrseloni siquiera a s misma la idea de birlarles el santo codiciado, para su uso personal, a tantas damaspudientes. Bracamonte comprendi que no hubiera sido galano desairar una peticin de su cnyuge, enlas puertas de la luna de miel, y como, por lo dems, lo halagaba la perspectiva de ostentar un primoprestigioso a l, que careca de familia mostrable, frente al encopetado supervit de su mujer dio elvisto bueno al plan, y juntos partieron los tres hacia San Juan Bautista, sobre un golfo del Mar deBalboa. Menos cmodo que alcanzar la anuencia de Don Nufrio fue, para el franciscano, obtener la desus superiores, quienes le arguyeron que en Espaa sobraba la ocasin de sacrificio; que indios, o susequivalentes, hay en todo lugar; que el plpito y el confesonario equivalen a torres guerreras; y que siquera atravesar desiertos a pie, ah estaban las llanuras castellanas a su disposicin: pero tanto porfiFray Serfico que accedieron a disgusto, consolndose con la confianza de que tal vez incorporasen unsanto, o por lo menos un bienaventurado, lo cual es siempre oportuno, pues conviene tanto al triunfo sinlmites del Cielo, como a los intereses particulares de la Orden en la Tierra.Cuatro aos se sucedieron, antes que el distrado Dios bendijese el tlamo de los Bracamonte y Pia. No

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    fue, ciertamente, porque en su transcurso el de las esmeraldas descuidase las tareas imprescindibles paralograr dicha bendicin, y que cumpli noche a noche, con un. empeo digno de mejor yunta. Se le habametido entre ceja y ceja (las tena pobladsimas, flecudas, voluntariosas) conseguir un hijo, y cuando lsituaba un propsito en la zona facial que delimitan ambas pilosas eminencias, no haba argumento quelo hiciera retroceder. El Cielo recompens sus afanes con un varn, a quien bautiz Fray Serfico bajoel nombre de Baltasar.Se comprender que, consagrado cotidianamente a un ejercicio que le impona esfuerzos notables, sobretodo si se tiene en cuenta la ninguna tentacin que emanaba de Doa Llantos; de sus camisones monjiles;de los rasguos repartidos por los alfileres de sus escapularios; y,de las imgenes y cirios que transformabanal proscenio de sus experimentos maritales en un altar rumboso, Don Nufrio no dispusiera de tiempopara las actividades de la fama blica. Da a da, se organizaban los aprestos de milicia, a la sazn, con elobjeto de hallar a las amazonas que guerrean con slo un pecho; al Pas de los Csares Encantados; a losPigmeos; a los Gigantes orejudos; a la Fuente de la Inmortalidad; a las torres de Trapalanda; a la colosalcadena de oro de Huaina Cpac Inca; a las Esmeraldas del escamoteo y otros esplendores. Don Nufriovea a sus colegas hacerse al ocano, o desaparecer, tragados por arenas y follajes, y suspiraba.Dos desembocaduras le restaban, para amenizar su aislamiento forzoso: el comercio ntimo con loscamisones invencibles, y la grata visita a ciertas casas tolerantes que fueron prosperando en Santa Isabelde `vila, en Santa Fe la Nueva, en Tucla, y cuyas moradoras, al perseguir el sano fin de apaciguar lanostalgia de los portuarios, lo retrotrajeron a su mocedad de. propulsor de esas tarifadas alegras.Bracamonte utiliz con igual perseverancia uno y otro recurso, y asombra que as fuese, a una altura dela existencia en que se impone una conducta ms adicta al ahorro. Tanto insomnio y pataleo se tradujoen recompensas que rega la equidad: Doa Llantos le present el hijo ansiado; y sus compaeras enmarchitos colchones, le obsequiaron las venreas bubas con que Afrodita condecora a sus fieles movedizos.Don Nufrio acogi a Baltasar como una bienaventuranza, y a los tumores como una maldicin. FraySerfico le record que de aquellos polvos venan estos Iodos, y. le recomend que usase un rosario conlas medallas de los doce Apstoles, alrededor de la cintura.En una de las citadas casas de dintel accesible, Don Nufrio de Bracarnonte se volvi a encontrar conMara de la Salud, la morena de sus amores. Si l haba cambiado substancialmente, en lo fsico y lomoral, desde que dejaron de verse, no menos haba variado la traza y las inquietudes anmicas de la quelo enderez por la trocha de las esmeraldas. Era ahora una mujer ms que madura, pero siempre apeteciblepara caballeros de determinados gustos. Gruesa hasta la rechonchez; perdidos en la grasa del rostrolos negros ojuelos; sobrenadando en esa grasa los labios de abierta voluptuosidad, ms pareca un productode las Indias Orientales, caracterizadas por la corpulencia adiposa de su mujero cuarentn, que de lasIndias Hispanas, cuyas matronas, descendientes de las sbditas del Inca, se resecan y rechupan, comopresagiando la prxima momia abarquillado dentro del cntaro arqueolgico. Tal vez ese sabroso lujocarnal atrajo a Don Nufrio; tal vez pens que su nueva condicin de hidalgo le impona extremar, auncontra su gusto, las demostraciones corteses; tal vez segua operando en su interior el agradecimientoque sugeran las esmeraldas prestidigitadas; lo cierto es que Brancamonte reanud con Doa Mara dela Salud, el trato directo que los vinculara en pocas de ms activo intercambio; y que el seorn deToledo, duelo de una casa en Tucla, con escudo sobre el portal, y la seorona de Amrica, duea devarias casas en Santa Fe la Nueva, con corazones esculpidos sobre los portales y enjambres de muchachasaborgenes complacientes en sus dormitorios, afianzaron sobre bases flamantes la asociacin antigua.No era Don Nufrio, como se deducir, el nico beneficiario de ese toma y daca entre almohadones.Personajes de fachas diversas y situaciones sociales distintas, desde el regidor majestuoso pero frugalhasta el arriero tmido pero intemperante, conocieron de cerca los vericuetos anatmicos de DoaMara de la Salud, quien, consciente de las obligaciones propias de su profesin, con todos cumpli consimilareficiencia. Sin embargo es justo subrayar que si los dems usufructuaron de sus atributos externos,

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    su alma permaneci fiel a Don Nufrio.Un viaje a su aldea natal, distanci a Doa Mara de la Salud, durante algunos meses, del teatro de susoperaciones, por las cuales, empero, sigui velando desde la lejana, con el feliz talento econmico quela destacaba. En ese tiempo naci Don Baltasar de Bracamonte. A su regreso, Doa Mara de la Saludtrajo dos novedades: una nia recin nacida, a quien llam Catalina del Temblor, se ignora si porque viola luz durante un terremoto, o por los que le ocasion el alumbramiento a la aeja primeriza; y unosinformes concretos en anudados quipos y en mapas inmundo; que hicieron relamer al de Toledo, acercade la posibilidad de descubrir al Hombre Dorado. As como la circunstancia de la condicin maternal deDoa Mara, al dar vida a una hija de padre incgnito, import poco a Bracamonte (embobado comoestaba por la aparicin inslita de su legtimo heredero), los anuncios pertinentes al espejismo de unaconquista en cierne incendiaron el nimo combustible del capitn, sediento de aventuras. La experienciade las esmeraldas prometa renovados triunfos. La india que no haba errado, al indicar la ruta de laspiedras admirables, tampoco errara al puntualizar la del Hombre de Oro. Era menester procederrpidamente, para conjurar el peligro de que cundiese la historia en Santa Fe, en San Juan Bautista y enTucIa, ya que si bien Maria de la Salud haba refirmado hasta entonces ser duea de una discrecin atoda prueba, caba la eventualidad de que en el calor del lecho compartido por legiones, se le escapase,entre uno y otro xtasis, la clave del asunto pinge. Pero transcurrieron muchos aos antes que DonNufrio lograra su anhelo.Desgraciadamente, el Marqus de Citrn haba sido substituido por el Marqus de Membrillete, en elVirreinato y lo paladean los catadores autnticos de estas minucias media una diferencia fundamentalentre Membrillete y Citrn. Citrn era cido, amargo, pero estaba pronto a rociar y sazonar con suburocrtico aderezo cualquier combinacin que se evidenciara en ventajas para su propia salsa; mientrasque Membrillete, de apariencia dulzona, posea una contextura espiritual de asimilacin difcil, y lasmezclas que resultaban de su intervencin, adolecan de inconvenientes que les restaban el sabor oportuno.Adems, estaba harto prevenido contra Don Nufrio de Bracamonte. No se atrevi ste, con la lucidezcaracterstica de tino que domina el manejo de los matices, en las cocinas oficiales, a tratar con Membrilletecomo haba tratado con Citrn. Prefiri mantenerse apartado de los polticos fogones a la expectativa. Ehizo bien. El Virrey Membrillete tena, entre otras consignas fijadas por el Consejo, la de observar laconducta de Don Nufrio. Las esmeraldas inmateriales mantenan su obsesin en la negrura flipesca, a laque iluminaban, encendindose y apagndose como titilantes lmparas de circo. No descartaba la Cortela esperanza de excavar la fisura que conducira al verde espectculo. Y aguardaba. De ah que DonNufrio anduviese con pies de plomo y evitase el escndalo que suscitara, con referencia al Hombre deOro, la reiteracin del truco ilusionista de las esmeraldas intermitentes.Por ese entonces, una vez ms, en el cuadro que vamos esbozando, se infiltr Don Suero Dvila yAlburquerque, cuyo donaire despreciativo no habr olvidado el lector atento. En tanto que Nufrio ySerafn haban progresado del estado modesto de pastores de cabras, al de conquistador esclarecido y alde mstico prestigioso, convirtindose en Bracamonte y Fray Serfico, Don Suero haba retrocedido enla escala de los valores del mundo, y haba pasado a ser, del elegante joven que encabezaba las cacerasde Toledo, con aletear de halcones, soplar de trompas y vocinglero aparato, a la situacin de pedigeo,en las cmaras virreinales de Santa Fe la Nueva. Una mal calculada boda, un testamento embrollado, unaadministracin ignara y un repetido desdn por cuanto poda convenirle, si se originaba en gentes demenor fuste, desgastaron, arruinaron y resintieron al hidalguejo intolerable. Lleg a ser, de ese modo, latpica molestia de los poderosos; el pariente a quien no se desea ver; el abrazador y palmoteador excesivo;el paseante de los blasones con remiendos; el guardin de las antesalas promisorias; el invasor a rodillazosde las puertas que entreabre el azar; el evocador sin descanso de horas mejor nutridas; y el solicitante decualquier cosa. Tanto fastidi a la Imperial Toledo, que la Imperial Toledo se lo sacudi del lomo, comoa una pulga o chinche palaciega, y no le qued ms remedio que requerir, en Amrica, paisajes que

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    todava no hubiesen importunado sus plantas de pordiosero de buena cuna y mal monlogo, pero tambinall fatig presto a los que gobernaban los cordones de la regia bolsa. Slo en el Marqus de Membrillete,primo segundo por los CerezosDvila de su extinta y respetada madre, despertaron algn eco lassplicas a las que formulaba con tan experimentado arte que pareca que brindaba un favor, cuando lomendigaba. Y el Virrey, ante la inminencia de conceder a Don Nufrio, tarde o temprano, la salida en posdel Hombre de Oro, a la que no poda contrarrestar con argumentos de enjundia, resolvi asignar a DonSuero (con lo cual se quitaba su aliento de encima) ciertas imprecisas funciones en la expedicin, comodelegado personal suyo, lo cual equivala a encargarle el espionaje de la actividad de Bracamonte, yquizs, si Don Nufrio no topaba con el Dorado que haba contribuido a cien malandanzas intiles, laaclaracin de la verdad verdadera del intrngulis de las esmeraldas de humo. Ese fue el motivo por elque, cuando se decidi el viaje, Don Suero Dvila y Alburquerque ahora primo por alianza del exportaorinal se incorpor a las huestes de Don Nufrio, con un cargo tan imposible de definirjerrquicamente como obvio en el plano de la prctica. Era el Argos de la expedicin; el gran mirnalerta; el correveidile del Virrey. Don Nufrio entendi en seguida el alcance de su presencia embarazoso,y ni siquiera intent rehuirla. Le gustaba, por ms aires que Dvila se diese, que marchase a susrdenes el vanidoso que haba estimulado las hieles de su adolescencia; descartaba que, llegado elmomento, burlara sus ojos miopes, como los de casi todo caballero de buena familia; y no vacilabaen apechugar con un engorro del cual pareca depender la virreinal autorizacin.La autorizacin virreinal se produjo a una altura de los estirados trmites en que Bracamonte desesperabaya de obtenerla. Es posible que como mediador, ante el Consejo de Indias, interviniera el viejo Marqusde Citrn, acosado por las cartas de Don Nufrio y engolosinado por el seuelo de reproducir elclandestino festn de las esmeraldas. Pero ni siquiera su intromisin codiciosa consigui doblegar con lapremura apetecida al cmulo de intereses que pugnaban en torno del proyecto, y Bracamonte logr lalicencia cuando rondaba los setenta aos, y el Virrey Membrillete haba sido reemplazado por elConde de Apricotina del Tajo.Citrn, Membrillete y Apricotina, dieron as su fruto distinto, en el transcurso de la cosecha que parecainterminable, y que hall a los expedicionarios presuntos en el peristilo de la ancianidad. Pero ni lorancio de la veterana, ni los achaques que sta acarrea, aplacaron el entusiasmo de los conquistadores.Don Nufrio mand batir parches en las plazas de San Juan Bautista, de Santa Fe la Nueva y de Tucla,convocando a los dispuestos a alistarse en la bsqueda del Hombre de Oro, y pronto se form la compaanecesaria. La edad de los jefes Bracamonte, Fray Serfico y Dvila, su espa a sueldo (cuyos serviciosheredara el Conde de Apricotina del Tajo) enfri hasta cierto punto, como es de suponer, el ardor de,los mozalbetes que esperaban hinchar sus bolsillos con el producto de la hazaa, ;pero el propio Condey de esto cabe inferir queDon Nufrio oper en el huerto individual de Apricotina, como antes obrara en el de Citrn, extrayndolesuculencias zumosas, a cambio de convites frtiles para el futuro se le ocurri pregonar la expedicinpor medio de unos pintorescos carteles pintados, que historiaban grficamente, episodio a episodio, lasmaravillas de la empresa, y que culminaban con el encuentro del Hombre de Oro y con el reparto de susriquezas, en una versin cromtico que prefiguraba al popart. El Conde de Apricotina del Tajo sobresale,dentro de la lista de los virreyes, por la osada de sus iniciativas modernas. Era casado con una hija deLord Brandy, mujer de ideas avanzadas, y sus descendientes, los Apricotina Brandy, ocupan hasta hoyun lugar de privilegio en las estanteras del reconocimiento ciudadano.De este modo qued organizada y sali de San Juan Bautista, entre los vtores de los escpticos vecinos,la exploradora fuerza que describimos al comienzo de esta crnica. Ilustrado as, puede apreciar ellector las penurias que aquejaron a sus componentes, en particular a los ms longevos. Cuesta, cuandose araa la setentena, lanzarse por esos mundos de Dios, abrindose camino a golpes de hacha. Cuestaliquidar mercados florecientes, como hizo Doa Mara de la Salud, y apostar la ganancia, como hizo ella

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    tambin, en el juego de una operacin caprichosa. Por eso resonaban tan a menudo los quejidos de DonNufrio de Bracamonte y de su manceba, en el balanceo de sus hamacas respectivas. Por eso resoplabatanto la clera de Don Suero Dvila y Alburquerque, en la escualidez de su yegua. Por eso tosa tanconstantemente, la resignacin de Fray Serfico, ahumado por el sahumerio de sus aclitos. Por eso fuetan intensa la desesperacin de la tropa, cuando desertaron los guas, que engulleron los mapas y losquipos (y que ojal se hayan atragantado con los nudos incaicos de estos ltimos), y cuando la flecha deun indio, hijo de mala madre, vaci el ojo izquierdo de Don Nufrio. Doa Mara de la Salud lo cur amedias con hierbas balsmicas, pero desde entonces en ms no ces de manarle de la rbita un jugo cuyacalidad hubiera interesado a Apricotina, a quien preocupaban los experimentos atinentes a la licuacin.El Virrey haba confiado al conquistador la tarea de fundar una ciudad en el punto que juzgase propicio,a fin de continuar extendiendo hacia el sur los dominios reales Don Nufrio lo tena muy presente, peroaunque Mara de la Salud porfiaba en que no era nada lo del ojo, las tribulaciones que a ste deba ylas que provenan del amoroso veneno, no le permitieron, durante largo espacio, dedicar a ese objetivola inquietud que era de esperar. Lo nico que desvelaba a Bracamonte fuera, claro est, de sus estropiciosmateriales consista en hallar al Hombre de Oro, como si creyese que ste no slo lo colmara delingotes, sino tambin sanara sus dolencias. Era bastante ingenuo, pese a su biografa: oros son triunfos,pero en medicina vale ms una purga pertinente, de ruibarbo, de ipecacuana o de euforbio, que unacucharada del vil metal.La prdida de los mugrientos dibujos cartogrficos y de los nudos aclaratorios, provoc no pocasdeserciones. La tropa haba sido diezmada por la buena puntera de los indios invisibles; por la falta deagua; por las comidas horrendas; por los precipicios famlicos; por las picaduras de los insectos taimados;por tal o cual zarpazo de puma y mordisco de caimn; y la evidencia de que a partir de ese instantevagaran sin rumbo, aplac el fervor de muchos, bien que los mapas en cuestin ms semejaban eltrabajo de urdidores de acertijos que la labor de lazarillos encarriladores, y los decepcionados emprendieronla senda del imposible regreso, extravindose en pantanos, brozas y congostos. nicamente los jvenesBaltasar de Bracamonte y Catalina del Temblor conservaban intacto el jbilo. Iban en medio de lossoldados hipocondracos, que vestan andrajos malolientes, como dos frescos pastorcillos de entremscortesano, persiguindose con risas cristalinas, diciendo versos de Lope y Gngora (Don Baltasar) ycantando en quichua (Doa Cata), como si no se enterasen de la afliccin que embargaba al fnebrecortejo de los conquistadores. Algo se contagiaron de su alborozo, los agotados aborgenes que conducantranspirando la hamaca de la enorme Doa Mara de la Salud, porque en tiempos de bonanza, se los viotrenzar guirnaldas de orqudeas en las cuerdas de la paciente red, sobre las cuales helicoptereaba elchisporroteo de los picaflores, y en das borrascosos, se los vio fabricar agradables muequitos de nieve,con que cubran las mantas de la obesa favorita del capitn.Pero en breve comprendi el jadeante Don Nufrio que era vano continuar as; que giraban y giraban enredondo, desgarrados por traviesas espinas. Escudriaban la maravillosa bveda nocturna, coronafulgurante de Amrica, conjeturando que los astros facilitaran su derrotero, mas una cosa son los ReyesMagos y su orientacin exclusiva, y otra, muy opuesta,un grupo de despistados que encabeza un pecador, porque cada crepsculo burln organiz para ellosun atlas de estrellas diferentes. Entonces se le ocurri a Don Nufrio de Bracamonte, desprovisto de losrecursos habituales ya que hasta la brjula haba puesto punto final a su existencia, desarmada, en uncaldero culinario, el potico y oneroso artificio de las esmeraldas.Llevaba el caballero, pendiente del cogote, una bolsita misteriosa, a la que la inocencia de susacompaantes, acicateada tal vez por la prdica de Fray Serfico, consideraba depsito de reliquias delsantoral. Lo que all guardaba era un puado de esmeraldas mentidas. Haciendo de tripas corazn,resolvi irlas sembrando, de tanto en tanto, a lo largo de la travesa, para que sirviesen como hitos de suavance.

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    Verlas relampaguear Don Suero Dvila y Alburquerque y alborotarse como es de suponer, fue asuntosimultneo. Recuper el antiguo empaque, desmejorado por la cochinera viajera, y las reclam ennombre del Rey Felipe, pero Don Nufrio, que si en su juventud haba sido gran parlanchn y rascador decuerdas musicales, en la vejez se distingua por lo parco de la fabla, se limit a mandarlo a reunirse conla tenebrosa materia que resulta como saldo final del proceso digestivo. A esto hay que entenderlo bien(entender adonde lo mand), porque de esto deriva mucho de lo grave que ms adelante se leer. Unavez que Don Suero fue mandado adonde decimos, qued en una posicin moral incmoda, por su doblecarcter de representante regio desatendido, y de enviado, con sobria elocuencia, a ubicarsesimblicamente entre residuos ingratos.Se interpuso la suave caridad de Fray Serfico, quien amonest a Don Nufrio, recalcndole el cristianoprincipio de que no debemos desear que nadie vaya adonde nosotros no quisiramos ir, y sermone aDon Suero, repitindole que la huella divina est en todas partes y all nos atae adorarla, por fuera delugar que nos parezca. Y el hijo de Don Nufrio y la hija de Doa Mara de la Salud corrieron del uno alotro, tratando tambin de calmarlos, con mansas sonrisas y exquisitas frases, aunque evitando mencionarun tema concreto el de la materia penosa hacia la cual Don Nufrio empujaba a Don Suero que erala anttesis de las que inspiraban su dilogo lrico. Pero algo significa, a la postre, ser un Dvila yAlburquerque, y en esas condiciones se agravan las condenas irrespetuosas a compartir remanentesdesprestigiados, jur vengarse, y desde entonces aplic su ingenio a la reivindicacin de las esmeraldas,que Don Nufrio esparca como un precursor fastuoso de Grethel y Hansel.Las esparca con disculpable moderacin, mas no bien se agolpaban las sombras de la noche sobre losexpedicionarios y se levantaba la claridad de la casta Luna, las piedras que Bracamonte haba ido arrojandoen el laberinto recorrido, ofrecan a la atnita soldadesca la diversin ms bella y extraa del mundo,porque entonces la mezquindad de la Tierra rivalizaba con la opulencia del Cielo, y se dijera que en lointrincado de las florestas que los cernan, o en la anchura de las planicies que atravesaban, se encendanprodigiosas fogatas verdes, que marcaban el camino transitado. Don Nufrio, no obstante sus dolores, sehaca izar hasta una eminencia, y desde all contemplaba con su ojo nico las fras hogueras coruscantes,sustentadas con tan gravoso combustible, y meda la ruta que culebreaba detrs.Por esos das, de calor extraordinario y regimentados mosquitos, y cuando salan de una selva paraentrar en otra, se produjo un acontecimiento que documenta la amantsima previsin con que SantiagoApstol, sin cesar invocado por Don Nufrio, cuidaba la marcha de la reducida falange hacia el inciertoSur.Se esfumaron una tarde los dos indiecitos que escoltaban a Fray Serfico, meciendo los incensarios devariante aroma, y el hecho se atribuy a una defeccin ms de las que cercenaban el squito de Bracamonte,pese a que la cosa pareci rara, pues era conocida la devocin que los ligaba al franciscano. Pocodespus se evaporaron DonSuero y tres hombres de alabarda, que le eran particularmente fieles, y esosorprendi menos, ya que luego del incidente de las heces pronosticadas, se prevea que no acompaaramucho a Don Nufrio. Con todo, ste mont en clera, sintindose despojado, y lo atac una calenturapor cierto de otra ndole tan vehemente y pletrica de sudores, como las que lo sofocaban, lustrosy lustros atrs, bajo las cobijas de la Duquesa Viuda de Arpona.El terrible mal rato hizo crisis la noche siguiente al eclipse de Dvila y sus secuaces. Los portadores dela hamaca de Bracamonte lo haban subido, junto con Doa Mara de la Salud, a una roca desde la cualera posible otear el sendero abierto en la arboleda a hachazos. Apost6se all la pareja vetusta y desigual,que formaban el blanco carniseco y la voluminosa india, con el objeto de apreciar el espectculo de lasesmeraldas y su lumbrera. Los rodeaban, como otras veces, el serfico Fray Serfico, quien a falta demonaguillos columpiaba l mismo los incensarios que conjuraran a los demonios del bosque; Baltasar yCatalina del Temblor, sacudidos por risitas inocentes; y varios expedicionarios hirsutos y cadavricos, aquienes las manos que les confiri Natura no les alcanzaban para escarbarse. Pero esa noche no hubo

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    Manuel Mujica Linez: La Fundacin (Primera parte de De Milafros y Melancolas)-15-

    espectculo o casi no lo hubo. Surgi la Luna serena sobre el follaje, y al principio ninguna iluminacinpreciosa respondi a su reflejo. La floresta pareca ms tremenda que nunca, sin sus braseros verdes.Destemplados rugidos; el saturnino graznar de postreros pajarracos insomnes; la bamboleante carrerade un improbable cerdo salvaje o de un ms probable centauro; el revolotear de los murcilagos quetoqueteaban a Don Nufrio con sus alas velludas, poblaron la oscuridad desguarnecido de focos. Hastaque, de sbito, relampague un centelleo ms violento que los vistos en ocasiones pasadas, y que durapenas, pues se extingui a los pocos segundos, con lo cual redoblaron la lobreguez de la noche y suscuitadas cacofonas.Hubo un instante de desconcierto:Maldicin! bram al punto Bracamonte. En lugar de ir adonde lo mand en buena hora yadonde quisiera que se estuviera revolcando, Alburquerque escap detrs de mis esmeraldasMis esmeraldas, mis esmeraldas gimi a su vez, en un castellano original, Doa Mara de la Salud,a quien la perspectiva de que las piedras hubiesen pasado a acrecentar la hacienda de Don Suero ymenos verosmilmente la de Don Felipe de Habsburgo, sacaba de quicio, pues la tarde anterior, con ungesto que la honraba, se haba desprendido de la estupenda sortija que Don Nufrio le obsequiara enpocas de dulzor, y que jams desampar su ndice, con el cuadrado guijarro color de aceituna traslucidaen el centro, ni siquiera cuando Doa Salud cumpla, en las casas cariosas de Tucla, San Juan Bautista,etc., tareas inherentes a su altruismo anatmico. La haba agregado, con prodigalidad de reina, a lasiembra ya muy debilitada de Bracamonte, con la esperanza de que la pira por ella encendida se destacarasobre el resto de los fuegos glaucos, y ahora resultaba que su esmeralda, besada y sobada por miladmiradores, su esmeralda que, cercando al ndice oportuno, haba ambulado, indagadora, por muchasregiones secretas, no brillaba ni espejeaba, como no irradiaba ni rutilaba ninguna de las otras que integraronla sementera de ese infausto da.Ladrones, ladrones, bandidos se desgaitaba Don Nufrio de Bracamonte, gran experto en el tpico,y sin considerar (pues su agitacin le impeda reparar en nada que no fuese el problema inmediato) quela posibilidad del robo aumentaba su jerarqua, al hermanar su ira con la muy augusta del Rey de Espaay las Indias Occidentales. Saqueadores, rateros, cortabolsas, garduos!Pujando por zafarse de su memoria, se atropell en la lengua del Capitn la rimada retahla de insultosque su seora madre reservaba, en la ulica elegancia de Toledo, para los supremos trances en que labilis desptica se subleva, y la ech a rodar, sonora, sobre las cabezas de la comparsa, con enormesatisfaccin de su rgano parlante:Follones, collones, malandrines, malsines, bellacos y cacos, cicutas, hideputas!Algo lo alivi el enftico anatema, evocador de ternezas maternales. La atmsfera palpit de aoranzas.Fue como si un soplo del airecillo galano que, en primavera, hace oscilar los chopos, en las alquerascastellanas, otease la fiebre de los rboles de la Amrica tropical. Entre tanto, la segunda voz de DoaMara de la Salud prolongaba, como una rplica operstica, modulada por una contralto extranjera, elcrescendo elegaco:Mis esmeraldas, mis esmeraldas, mis esmeraldas, mis esmeraldas!Pero no era el Capitn hombre a quien trastornaban las jugarretas del Destino. De inmediato organiz lapartida que ira en busca de los culpables.Les rebanar las orejas! ululaban su sentido de la propiedad, su apenas enmascarada antropofagiay su ansia de aplicar, feudalmente, principescamente, el derecho terrible del seor expoliado.Intil result que quisiera Fray Serfico intervenir y tal vez ofrecer una tmida explicacin. Ya salan altrote, caladas las lanzas, apuntando los arcabuces y cualquiera los hubiera supuesto incapaces dealzarlos, dada su languidez diez intrpidos barbones, a las rdenes del Teniente Cintillo. (Este es elDiego Cintillo, autor de la crnica a la cual adeudamos importantes referencias sobre la expedicin delHombre de oro, que aos ms tarde, cuando el Teniente, entonces capitn, empez a componerla,

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    provoc la clebre frase admonitoria de Don Nufrio: Ajustaos, Cintillo. Hemos evitado mencionarlohasta ahora, para no atentar contra la cordura del lector, ahto de nombres, pero pronto apreciar lamagnitud de su personalidad. Y ya que a tal asunto aludimos, nos preguntamos cmo se manejar ellector, cuando cierre la pgina final de este libro si a ella llega, para situar los cientos de nombresineludibles que en l incluiremos, y que danzarn en su cabeza como luces locas. No proseguiremosdesarrollando el tema, porque sus derivaciones seran capaces de hacemos abandonar un libro que yaamamos.)Antes de lo que esperaba el enojo elocuente de Don Nufrio, y cuando ensordecan an el campamentolos ecos de su clamor versificado, en el que las injurias de materno origen se sumaban a las que el hroeacumulara a su repertorio afrentoso, desvergonzadamente, en los desvos de su ruda y grrula existenciacabreriza, maleante, fornicadora, palaciega y militar, estaba de regreso la caterva que comandaba elfuturo cronista de la expedicin.Vino precedida por un dulce ondular de cnticos tan paradisacos (como si estuviesen en una iglesiasosegada y no en un bosque denso de bichos insufribles), que Bracamonte enmudeci y los suyos sepersignaron. Slo Fray Serfico se atrevi a adelantarse al encuentro de la clica msica, del coro terso,como ms habituado a participar, por exigencias vocacionales, de los ritmos gratos al Seor. Al frentede la tropa caminaba el marcial Cintillo; seguanlo los dos monagos; luego los barbones, y por fin,harto mohno, Don Suero Dvila y Alburquerque. Con excepcin de este ltimo, que sin embargo movalos labios, como si pretendiese formar parte de la masa coral, los dems entonaban las ortodoxas aleluyas(contrarias a los textos ultrajantes reeditados por Don Nufrio) que infundan un carcter tanprocesionalmente piadoso al grupo de Cintillo. Habr observado el lector, que dentro del conjuntofaltaban los tres alabarderos desaparecidos con Alburquerque. Y ya que sealamos el tono como extticoque destacaba al desfile de los cantores, agregaremos que su evidente religiosidad no emanaba slo delhecho de que aquellos hombres peludos y aquel par de adolescentes indios, vocalizasen con mayor omenor acierto los laudes de Mara Santsima, en trastornados latines que Fray Serfico trat de dirigir,empleando su inseparable Biblia por gruesa batuta, sino de una indeterminada razn mucho mstrascendente y sutil, pues se dijera, mientras evolucionaban de dos en fondo, con las picas y mosqueteserguidos a modo de cirios litrgicos, que los circundaba la misteriosa irisacin que da divino barniz a losmilagros. Y as era, en efecto, como pronto se detallar.Los monaguillos se pusieron de hinojos, no delante de Don Nufrio de Bracamonte y de su nefanda DoaMara de la Salud, quien se aventaba con un abanico de plumas de papagayo, pensando tal vez errneamente que esa actitud contribua a la dignidad de su porte macizo, sino delante de la transparenciamodestsima de Fray Serfico, por cuyas mejillas rodaban perlas de pa beatitud. Abri uno de ellos lascuatro puntas del paoln que llevaban, y entonces retrocedieron Bracamonte y sus satlites, cegadospor el resplandor que las esmeraldas despedan. Estir hacia ellas las manos vidas Don Nufrio, pero elfraile entorpeci su gesto con las mangas colgantes de su hbito.Fui yo, primo Nufrio dijo el noble varn quien mand recoger las piedras que tan dadivosamentesembrabas. Ma es la culpa. Mea culpa, mea culpa. Lo hice por dos razones que tu sabidura comprender:primero, porque entend que si las suprimamos de la ruta, eliminbamos las posibilidades de retornar anuestro paraje de partida y multiplicbamos las de seguir, aun a costa de penurias temibles, hacia dondenos gue la voluntad de Dios, que puede ser el Hombre de Oro y puede ser el Edn de Oro reservado alos de corazn virginal; y el segundo, porque se me ocurri que, descartada su utilidad como jalones delcamino, cabra convertrselas, en el instante oportuno, en dineros sonantes, para construir con ellas untemplo que concretara nuestro agradecimiento a la Madre de Nuestro Seor, por el triunfo de nuestraempresa.Sin duda, Bracamonte pronunci entonces palabras airadas, que refrendaba su torpe expresin, mas nolas oy nadie, ya que no bien ces Fray Serfico de hablar, rompieron los barbones y los monaguillos con

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    nuevos cnticos religiosos, que secundaron el discpulo del Poverello y los que haban quedado junto alCapitn, y la selva, entera call un segundo, para luego aadir el aporte de sus gorjeos, cacareos,zumbidos, bufidos, baladros, silbatos, regeldos y dems sones naturales pero armonizados conportentosa exactitud, hasta crear una sola y vasta sinfona, en momentos en que el sacristanejodepositaba las esmeraldas en las manos tendidas del de Ass, y los incensarios tornaron a columpiarse, enel extremo de sus cadenas, con alegre vaivn, liberando las volutas de sahumerios que olaninesperadamente a catedral en oficio de Gloria. No podan dejar de ser partcipes de una escena tanacorde con su pureza, Don Baltasar y Doa Catalina del Temblor. Entreverados los dedos, trenzaronalrededor de Don Nufrio una de aquellas pulcras danzas llamadas de cascabel, que solan usarse en lasfiestas de Corpus, y aunque Bracamonte pretendi espantarlos a codazos, como si fuesen bailarinasmoscas, prosiguieron tejiendo y destejiendo las donairosas figuras que completaban adecuadamente elcuadro de mirfico jbilo. Y era cosa de admiracin y que saturaba los ojos de lgrimas, el conjunto queofrecan las msticas tonadas de los veteranos guerreros, los murmullos del bosque, de tan exaltadauncin, y la coreografa, mstica tambin, de los jvenes zapateantes y sonajeantes, contrastando con losnufragos apstrofes de Don Nufrio, cuyos hideputas burbujeaban en medio de tanta delicia tierna, ycon el fogoso abanicar de Doa Mara de la Salud toda ella mudada en un gigantesco papagayoirascible que reclamaba, colrica e impotente, sus esmeraldas.No bien renaci algo equiparable a la tranquilidad, Don Nufrio para ganar tiempo, pues adverta quela opinin se pronunciaba en contra del reintegro de las piedras preciosas a su dueo ilcito preguntpor los tres alabarderos ausentes. All se organiz la garganta de Diego Cintillo, y narr el bello milagro.De acuerdo con su versin, que confirmaba la del fraile, los dos monagos haban partido en busca de lasesmeraldas para entregarlas a Fray Serfico, quien les asignara un destino que prohijaba su piedad. Trasellos siempre segn Cintillo se arrancaron los alabarderos y Dvila, con el propsito de apoderarse delos silicatos. Como es fcil imaginar, Don Suero no toler que prosperase una interpretacin que lodesfavoreca. La voz del aristcrata cubri la de Cintillo, con sus speras inflexiones de gallo linajudo:Miente y remiente el ruin villano. No fui con los de alabarda, sino a la zaga de ellos, barruntando queurdan expoliar a Don Nufrio.Note quien esto lee, que Don Suero Dvila y Alburquerque, que era Don por los cuatro costados,como sabe cualquier humilde conocedor de castas prceres, no llam al Capitn, simplemente, Nufrio,como sola hacer con vejatorio desparpajo, sino le antepuso el nobiliario Don, lo cual demuestra hastaqu punto posea la delicada ciencia de la adulacin que tan bien manejan los familiares de las antecmaraspalatinas. El flamante Don Nufrio no fue insensible, por cierto, a la sutileza del matiz, y algo se aplac surostro, descompuesto por las palabrotas y por el feo aspecto que para su propiedad presentaba el episodio.Movi Bracamonte una mano, como quien barre el aire, y Cintillo pesc que deba extremar el tratodiscreto, en medio de tanta grandeza cortesana.Ser como dice vuesa merced, Don Suero prosigui el Teniente, pero le prevengo que ni ruin nivillano soy, ni mentiroso. Tal vez me haya equivocado.Al verlo flaquear, calcul Don Suero que le convena sacar partido de esa actitud pusilnime, distrayendoas la atencin de lo principal del asunto, y desenvain la espada. Otro tanto hizo Cintillo, y quizshubiera corrido por los suelos la sangre escasa que conservaban ambos, de no entrometerse Fray Serfico,blandiendo su Biblia, y Don Baltasar, agitando los cascabeles del baile, lo cual puso fin a una digresinque a todos importunaba, pues si los duelos constituan una de las mximas diversiones de la poca, elrelato trunco del Teniente prometa un recreo ms engolosinador.Retom su cuento el cronista Cintillo, y describi la minucia primorosa con que los monagos habancosechado, una a una, las esmeraldas sembradas. Ya las tenan en su poder, dentro del paoln, y volvanal campamento, cuando irrumpieron los alabarderos desvalijadores (Cintillo no nombr a Alburquerque),prontos para apoderarse de la vendimia de los indiecitos. Y all aconteci la cosa de pasmo. Los muchachos,

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    cercados por los tres malhechores que esgriman sus armas de doble filo, slo atinaron a encomendarsea Santiago Apstol, como tantas veces oyeran a Don Nufrio, y, temiendo por sus cortas vidas, a abrir ellienzo que cubra las piedras y a ofrecerlas a los pillastres, a trueque de la gracia de seguir yendo yviniendo por el mundo. Entonces brot de las esmeraldas un terrible fuego, e inund la escena unaclaridad incomparable.No pareca una luz terrena subray el discursista. Nosotros llegamos en ese momento y fuimostestigos del prodigio. Era una luz... una luz...Divina endulz Fray Serfico.Quizs una luz divina. En el centro temblaban los dos, monagos, como si sostuvieran unas ascuasverdes. A un lado, los tres alabarderos, como tres lobos. Detrs, acaso con el afn de sorprenderlos (yCintillo esboz una sonrisa tortuosa), el caballero Dvila. Y encima, alrededor de los indios, una fabulosaclaridad que todo lo envolva, por la cual, en opinin de mis soldados, pasaban y pasaban las alas de losngeles.Nosotros lo juramos por esta cruz gritaron los barbones, en tanto la concurrencia caa de rodillas,para atender el informe desde esa reverente posicin.Podan ser alas y alas de ngeles, que estremecan el aire flamgero continu el cronista. Losalabarderos no debieron verlas, ofuscados por las llamas y por la ceguera del pecado, como no vieron aSantiago Apstol, en un caballo de nieve, que mi compaa vio...Santiago Apstol exclam Don Nufrio.Nosotros s lo vimos! tornaron a gritar los barbones. ...desnuda la espada, que se ergua sobre los monagos y su tesoro, rodeado de ngeles y de arcngeles.Aleluya! aleluya! clam el auditorio, y Fray Serfico tom un incensario y empez a sacudirlocon santo furor.No los vieron los infames, y por eso cometieron la locura de entrar en el radiante crculo, crispadoslos dedos para apropiarse de las esmeraldas...Pero vos, Teniente interrog el fraile, vos los visteis?Vacil Cintillo:Yo cre verlos.Aleluya!alaleluya! ...Entonces fue como si toda la zona iluminada estuviera saturada por una de esas fuerzas de atracciny repulsin que descubrir la ciencia del futuro, tal vez por un agente poderoso que se manifestaba, conchispas y penachos lumnicos, por frotamiento, presin, calor, accin qumica, etc...No, no! nego! vade retro! por la. fuerza de Dios Omnipotente! protest, medieval y teolgico,Fray Serfico, descartando ala electricidad pronosticada por Cintillo y cuya definicin coincidaexactamente con la que trae el Diccionario de la Real Academia Espaola.Aleluya! aleluyaAs ser. As es admiti, cabizbajo, el reseador. Y los malvados se retorcieron como lunticospresa de su perversidad, y se derrumbaron convertidos en negros carbones que arrojaban un vaporftido, en tomo de los muchachos inclumes, bajo las probables alas del Apstol y sus querubines. Bajo sus alas seguras cort el franciscano.Bajo sus alas. Esto es lo que de ellos qued.Hundi el Teniente la diestra en la faltriquera y extrajo un puado de cenizas, ante las cuales se signaronlos presentes. Formamos filas concluy Cintillo y regresamos aqu. Dijrase que las voces de losngeles, seor Capitn Don Nufrio, cantaban junto a las nuestras.Cantaban, cantaban los ngeles! Nosotros los hemos odo desde aqu! se extasi Fray Serfico.Un largo suspiro, mezclado con el rumor de las avemaras, sucedi a la hermossima narracin.Don Nufrio de Bracamonte y Doa Mara de la Salud, boquiabiertos, no acertaron ni a chistar.

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    Aleluya! deletre por fin Don Nufrio, impresionado especialmente por la mencin de Santiago,patrono de militares. Pero en las cavernas de su nimo, an guerreaba el enfado de perder sus esmeraldas.Su irresolucin fue breve. Castellano, toledano, de tierra milagrera, aceptaba el portento y lo conceptuabacomo un signo augural de victoria. Se desprendera de las esmeraldas, pero conquistara al Hombre deOro. Y adems no era preferible que sus piedras se destinasen a erigir una catedral en la poblacin porl fundada, a que las declaraciones de Dvila y Alburquerque lo obligasen a restituirlas al Rey? Se lasquitara la Corona de Espaa, cuando iban a transformarse en arcos, en naves, en cpulas, en bvedas,en molduras, en pilastras, en campanarios, que albergaran una Corona de Espinas, infinitamente msperdurable? Qu poda hacer Don Nufrio? Poda morderse los labios, juntar las palmas en oracin ydeclarar:Sea, Fray Serfico; sea, primo. Cmplase la voluntad de Dios.Inclinse, agradecido, el franciscano. Alz, como un cliz, el pauelo de piedras preciosas; las espolvorecon las alabarderas cenizas que atestiguaban el extraordinario suceso, y se aprest a entonar un salmo.Pero antes, tuvo un gesto que prob la limpieza de su raza. Hurg en el atadillo, para hallar la joya deDoa Mara de la Salud:Esta, seora, os pertenece.No la rechaz la r6lliza, quien la desliz en el ndice hbil, y hasta la bes como a un vestigio sacro.Y al punto atron al espacio la alabanza canora, que los asistentes corearon en accin de gracias. SloDon Suero se apart un poco, disimulando en el follaje su cara acerba de judas resentido. El que sepercat de su ausencia fue Don ufrio, quien inquiri, azarosamente: ,Dnde se ha metido el hi de tal...? porque columbr que no corresponda enturbiar la nitidez delinstante con su vocabulario espeso.Pero ya el salmo creca, creca, con trinos de pjaros y cascabeles de Don Baltasar y Doa Catalina delTemblor, hasta que retumb el vozarrn de Bracamonte.Ahora conviene seguir, que nos gua Santiago.En su mente crdula se perfil, inopinadamente, la imagen de Doa Llantos Pia de Toro, a quien habadejado en Tucla, en el casern del escudo nuevo, haca dos aos ya. Cmo le hubiera deleitado a lailustre seora, inconcebible fabricante de la belleza de su hijo Baltasar, esta peregrina historia de santosy serafines Con qu excitacin hubiera bebido ella, de ordinario tan abstemia la prosa bienaventuradade Cintillo, zarandeando sus tocas de monja laica! Ya se lo contara Don Nufrio en alguna ocasin, si laProvidencia estableca que volvieran a encontrarse. Sera un ideal pretexto de charla, y los temas noabundaban entre los esposos desabridos. Tambin lo sera para sobresalir en la pomposa tertulia delConde de Apricotina del Tajo, a la hora en que se servan los combinados licores de los Apricotina y losBrandy. La expedicin sala de cuidado y experimentaba una mejora brusca. Esto este captulo conApstol, ngeles y sujetos carbonizados excelsamente superaba a la aventura de la Sirena Silvina,durante el viaje de las Esmeraldas. Don Nufrio separ las manos orantes y repiti:Nos conviene seguir, que nos gua Santiago.As lo hicieron. As lo hicieron, extravindose a menudo, que las soluciones milagreras no son cotidianosexpedientes. Lo hicieron as, hasta que transcurrieron, con exactitud, dos veces trescientos sesenta ycinco das, con ciento once das ms, desde que se echaron a andar, largndose del puerto de San JuanBautista, lo cual nos devuelve al comienzo mismo de la historia de la expedicin del Hombre de Oro,que vamos contando lo ms acomodadamente que podemos, ajustndonos, como Cintillo, a los rigoresde la verdad potica.El martes en que se cumpla el mencionado Plazo de dos aos, tres meses y veinte jornadas, los hall enmbitos de hosca majestad. Iban por un vericueto borroso que haca acrobacia entre peas, a una alturaatroz, y bordeaba abismos de vrtigo. No brotaba all ms vegetacin que los gigantescos cardoneserizados de espinas, verdosos, negruzcos; un ejrcito de cardones distribuidos en las anfructuosidades

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    de la montaa; que se desbarrancaban por las laderas; que trepaban por las escarpaduras; una inmensidadde candelabros que alzaban los brazos cubiertos de pas inexorables; a veces solitarios; a vecesconcentrados en miles de miembros que imploraban, inmviles, el favor de una lluvia; a veces en hilerasde sesenta, de setenta cardones y ninguna flor. La rabia de un sol chiflado castigaba a los infelices queprogresaban con lenta consternacin, como sonmbulos que suean una pesadilla, pese a los estmulosdel fraile, que de tanto en tanto mostraba parte de las cenizas de los alabarderos, depositadas en unabotella, y las sacuda como si se tratase de una medicina en polvo que hay que agitar antes de usarla, ocomo si llevase un talismn contra la fatiga, la insolacin y el desaliento. Los cnticos desafinados eranel nico sonido que luchaba contra el silencio enorme. Se deslizaban, pegados a las rocas, entre jironesde nubes, por un camino, de cornisa cuya extrema delgadez oblig a Don Nufrio y a Doa Mara de laSalud a abandonar el socorro de las hamacas, y a caminar, tambalendose como el resto, de tino enfondo, a manera de tteres vacilantes que desfilan por una moldura escnica.En el Hombre de Oro nadie pensaba ya; pensaban todos en el frescor bendito del agua desertora, en elagua, en el agua, en la magnificencia del agua, admirable invencin de Dios Padre, y parecan otrostantos cardones pinchudos, negruzcos y verdosos, apenas semovientes, pero bastante ms feos que losnaturales que infundan tanta belleza y tanto horror a la sedienta zona. Quin poda ocuparse del Hombrede Oro? Acaso Don Nufrio? Don Nufrio careca de sitio, en el incendio de su cabeza, para cuanto nofuese imaginarias cataratas, cisternas, arroyos, canales, acequias y charcos, en los cuales (en lugar delHombre de Oro, cuya sola proximidad recalentada bastara para intensificar la temperatura con fundidosmetales aborrecibles) nadaba y brincaba, jugueteando con barras de hielo y sorbiendo sorbetes, la SirenaSilvina.De sbito, en un recodo, se interrumpieron el sendero y sus zigzags. La montaa se cortaba all, abrupta.Abajo, en incalculable lejana, como una miniatura trazada por el verdugo espejismo, vieron disearseun valle de lozana fertilidad, al que enmarcaban, divididos, los dos cursos de un ro placentero. Eldescubrimiento del remanso de verdura y ventura, acentu la cuita de los miserables. All, all, tan cercay tan remoto, aparentemente inalcanzable, flua el lquido que aplacara su desesperacin. Sus lenguassecas, los duros betunes de sus lenguas de loros, pugnaron con intil reflejo por humedecer la aridezcortajeada de los labios que casi no podan despegar. Pero aquel paraso no era totalmente inalcanzable.Delante de los expedicionarios, vinculando el camino trunco y la montaa vecina, estirbase un puente,de unos cuarenta metros de largo, y en la serrana opuesta se insinuaban los tramos de una senda que,por sucesivas terrazas, descenda hasta el valle y su acutica promesa de inmersiones, grgaras, tragos ybuches. El problema, lo que detuvo a la mesnada y le ved echarse, con alegres zancadas, sobre elpuente redentor, era el puente mismo.No conoca la hueste de Don Nufrio y eso que haba recorrido, en este y anteriores viajes desapacibles,regiones sobradas de rarezas un puente peor aspectado (en el doble sentido literal y astrolgico de lapalabra, aunque en el diccionario no figura), que el que a su voracidad se ofreca, tendido de un trozo decordillera al prximo. Consista en uno de esos artilugios colgantes, trenzados con fibras, que el ingenioindgena ubicaba sobre los precipicios, y que la leve consistencia de su fsico frgil atravesaba con ligeropie, arriesgndose hasta utilizarlo para el paso de llamas con fardos de coca. Haca, sin duda, muchotiempo que no se usaba. Faltbale la mitad del cordaje; mostraba agujeros, remiendos transparentes ydesmoladas aberturas; estaba vencido en la parte central, que se desarticulaba en curva amenazadora; detodo l pendan flecos deshilachados, como si no fuese un puente sino un rezago de pasamanera pobre:en fin, era el puente menos puente del mundo, un fantasma de puente, el recuerdo de un puente muertoaos y aos atrs, que continuaba flotando espectralmente sobre el vaco y sobre la gloria del valleasperjado por aguas que hacan perder la razn.Hizo alto la tropa a parlamentar. Ni siquiera eso era fcil, en fila india como se hallaban, entorpecidospor un mulo, cinco caballos, media docena de llamas, dos hamacas, varios bultos, arcones, lanzas y

  • El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Manuel Mujica Linez: La Fundacin (Primera parte de De Milafros y Melancolas)-21-

    arcabuces. Y la sed. En seguida se contradijeron las opiniones. Un sector numeroso, encabezado por lagorda Doa Mara de la Salud, dictamin que deban regresar, pues intentar el cruce sera indicio dedemencia; algunos pocos, al frente de los cuales fulguraban la fe y la buena fe de Fray Serfico, aconsejaronel experimento, arguyendo que volverse era asunto tan arduo como proseguir. Don Suero Dvila yAlburquerque adhiri al parecer de Doa Mara de la Salud, lo cual, en vez de robustecerla, debilit suposicin ideolgica; Cintillo, Don Baltasar y Doa Catalina del Temblor, dieron su voto al fraile. Elanciano Don Nufrio vacilaba entre ambos criterios. Ms que nunca detest al manar de su rbitadesocupada y al supurar de sus bubas del mal francs (que otros llaman italiano y otros atribuyen a laocurrente Amrica), secreciones que le impedan proceder con la agilidad, mental y material, de sujuventud, pues careca del seco impulso de la poca de las Esmeraldas. Entonces s, audazmente, hubierasido el primero en lanzarse al abordaje del cordaje. Ahora titubeaba, goteaba y senta miedo.Fray Serfico levant en la diestra el botelln de las cenicientas reliquias, y en la siniestra el Libro deDios. El ansia de martirio le agregaba estatura.Adelante declam el orador celebrrimo. Adelante, por Santiago! Mirad este sitio; miradestos cactos sublimes. No comprendis que estis en el centro de un inmenso altar, rodeados decandelabros que aguardan a que los encendamos con la yesca de nuestra virtud? Adelante! Quien nosotorg un milagro no nos rehusar el segundo.Se adelant con paso firme y comenz a transponer el puente, un puente apto, por impenetrable designiosupremo, para el melanclico ambular de carcomas, polillas, chinches y piojos. Aterrorizada, su grey lovio sortear las trampas iniciales de la floja urdimbre. Cuando lleg al medio, era tal la comba de lapasarela, que opt por meter la botella en la alforja que al hombro llevaba y que contena el paueloesmeraldino, y por continuar la marcha ms aliviado. De repente, una sandalia se le entramp en lascuerdas. Manote para asirse y solt la Biblia. El Libro cay a la boca abismal, revoloteando, revoloteandocomo un ave que perda las plumas, porque sus tapas abiertas, que golpearon, en la cada, contra unasaliente rocosa, dejaron escapar las sueltas pginas, las que poblaron el despeadero de alas de blancopergamino, que la brisa caliente arrastraba hacia el este, hacia el oeste, hacia el norte, hacia el sur,tremolando en el vaho de nubes, y se dijera que una bandada repentina de palomas sin rumbo, mezclabasus aleteos y su oscilacin, hasta que desaparecieron en la distancia del valle.Fray Serfico se persign y continu, con sabias precauciones, la andanza. As lleg a la montaaopuesta. Una salva de aplausos, como si hubiera sido un equilibrista que acaba de ejecutar una pruebapenosa (y en verdad lo era) premi su arrojo. Respir Don Nufrio, que por un instante supusoirreivindicables las esmeraldas. El ejemplo del franciscano decidi a los remisos. Adems, cmo volver,cmo volverse, si era casi imposible girar sobre los talones en la cornisa estrecha? Slo Doa Mara dela Salud persista en la perplejidad, calculando, no sin matemtico acierto, la diferencia fundamental quedistingua su peso del peso del sacerdote, y las probabilidades de que la estructura que haba soportadoa Serafn y a su nimia endeblez area, se negase a sostener la suya, hecha de compactas solideces.Resolvise, pues, imitar la hazaa de Fray Serfico. Pero antes de ensayarla, se aviv una nueva disputa,motivada por las caballeras. El Teniente Cintillo declar que era menester agotar las posibilidades dehacerles pasar el puente, ya que si se las dejaba se desperdiciaban ayudas valiosas. Era cierto. En diversasoportunidades, la historia de la Conquista ense que un caballo, al aparecer, encabritado, monstruoso,terrorfico, en el entrevero de la indiada, oper con tanta eficacia como un aliado celeste. La discrepanciase enzarz, y aprovechando que los dems se distraan acumulando argumentos, los dos monaguilloscogieron cada uno una mano de Catalina del Temblor, y revolcando con la otra los incensarios, como sifuesen boleadoras de potro o de avestruz, echaron a correr hacia el cordaje. Tan rpida fue su accin,que nadie atin a impedrsela, ni siquiera Don Baltasar. Como tres pjaros volanderos hinchbase lafalda de Doa Catalina, a manera de una cola redonda de pavn cubrieron en segundos los cuarentametros pendientes, sobre los cuales gravitaban como si estuviesen hechos de algodones, y entonces se

  • El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

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    apreci la destreza con que los aborgenes aprovechaban su propio invento. En el pequeo relievecontiguo, se arrodillaron a la vera del siervo de Dios e iniciaron el rezo del rosario. La fuga de losmonagos y, la nia puso punto a la controversia de las cabaldaduras. El puente no se haba desplazadopor influencia del vaivn.Pero antes que las bestias orden Don Nufrio, deseoso de ordenar algo enviaremos las armas.Desmontaron las piezas de los arneses (el yelmo, el coselete, el guardapapo, la pancera, la braguetina) y,cada acero en brazos de un soldado receloso,