Paesa, El Renacido - DAVID LÓPEZ...

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OCTUBRE 2016 Fue agente secreto, banquero, diplomático, ‘playboy’, muerto en vida y ayudó a fugarse a Luis Roldán. Sobre él ha recaído desde entonces la sospecha de que se quedó el dinero robado por el director de la Guardia Civil. Dos décadas después Francisco Paesa habla con DAVID LÓPEZ en París del famoso botín, que calcula en 16 millones de dólares de la época, de huidas y de las 15 o 20 operaciones que, dice, aún tiene en marcha. Paesa, El

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Fue agente secreto, banquero, diplomático, ‘playboy’, muerto en vida y ayudó a fugarse a Luis Roldán. Sobre él ha recaído desde

entonces la sospecha de que se quedó el dinero robado por el director de la Guardia Civil. Dos décadas después Francisco Paesa

habla con DAVID LÓPEZ en París del famoso botín, que calcula en 16 millones de dólares de la época, de huidas y de las

15 o 20 operaciones que, dice, aún tiene en marcha.

Paesa, El Renacido

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EL HOMBRE MÁS BUSCADO

Francisco Paesa fotografiado en

París. Dos décadas después el misterioso

personaje da su versión de los hechos.

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e importa tres pepinos que no se pueda fumar. ¡Yo fumo! Hablar sin fumar es imposible. Denúncieme si quiere”. Alarga las manos trémulas, los dorsos huesudos y salpicados de manchas por la edad, agarra la cajetilla, extrae un cigarrillo, lo enciende y exhala el humo satisfecho. “Yo cuando fumo no miento”.

Será el primer pitillo, el primer Benson & Hedges, la mar-ca que ha fumado siempre, del paquete entero que se ventilará durante las siguientes cuatro horas de conversación. Ha llegado pocos minutos antes al Hotel Balzac, en el centro de París, donde nos encontramos. Lo ha hecho acompañado por Albert, su jefe de seguridad, como lo presenta, un negro enorme como una orca y sonriente como un niño. Dice que se lo “prestan” mutuamen-te el rey de Arabia Saudí y él. Albert es quien la víspera me ha enviado un mensaje por teléfono. “Su excelencia le recibirá en el Hotel Balzac mañana al mediodía. Confirme su asistencia antes de las 14 horas”. Albert es también quien me ha telefoneado in-mediatamente después del mensaje. Su jefe, monsieur Sánchez, como lo llama, necesita confirmar el encuentro.

Su excelencia, monsieur Sánchez, es Francisco Paesa (Ma-drid, 1936), exbanquero, exdiplomático para varios países afri-canos, asesor financiero, agente secreto, donjuán, muerto vivien-te, el hombre que, según consta en la historia reciente española, ayudó a fugarse en 1994 al exdirector de la Guardia Civil, Luis Roldán, que (supuestamente) lo entregó meses después y que (su-puestamente) se quedó el dinero: los más de 10 millones de euros que este había recaudado en comisiones ilegales y la recompensa que habría cobrado por la entrega. El dinero nunca apareció. Como durante años tampoco lo ha hecho Paesa, refugiado en París, escurridizo, a quien se dio incluso por muerto tras el escán-dalo de Roldán hasta que el diario El Mundo desveló en 2004 que no lo estaba. Hoy llega con traje azul oscuro de chaqueta cruza-da con seis botones, su estilo de siempre. Con pañuelo, corbata y gemelos azules sobre camisa también azul. Con la coreografía perfectamente ensayada. Albert entra primero, abriendo puertas y armarios y confirmando a su jefe, a su excelencia, que viene

detrás, que está todo en orden. Es miércoles, 24 de agosto, y al otro lado de las ventanas arde París bajo un sol inclemente.

Una semana atrás había tenido mi primer encuentro con él. Nos vimos en otro hotel de París, donde me esperaba solo, fumando en la calle. Charlamos y paseamos por la Plaza Vendô-me, subimos a un taxi para ir al barrio de Saint-Germain y nos sentamos durante horas en la terraza de una brasserie del bule-var. Sin Albert, sin jefe de seguridad, sin nadie. Paesa me había telefoneado pocos días antes. Quería hablar, era el momento de hacerlo. “Se lo prometí hace cuatro años. Y como puede ver soy un hombre de palabra”.

El estreno de la película de Alberto Rodríguez El hombre de las mil caras, basada en el libro homónimo del periodista Manuel Cerdán, que cuenta su implicación en el caso Roldán, es la gota que ha desbordado su paciencia. Es el momento, dice, porque “creo que hice mal no hablando antes. Aunque he hecho cosas que no se pueden decir y hay nombres que no puedo pronunciar”.

a historia de Paesa no es una cuestión exclu-siva de verdades y mentiras, del choque entre la verdad que él dice contar y la supuesta-mente oficial. Va más allá. Es una historia de realidades y ficciones. De la pugna entre Paesa, el hombre, este señor de cuidado pelo blanco platino con mechones caoba, más jo-ven en apariencia, salvo por sus manos, de

sus 80 años ya cumplidos, que presume de haber tenido siempre cara aniñada y de que eso le ayudó mucho con hombres y mu-jeres; y Paesa, el personaje, el fantasma de aquellas cloacas del Estado, la cara B de la democracia, el que él mismo ha creado con su historia, el que rechaza mostrar el rostro en las fotogra-fías. Entre Francisco, el hombre que me recibe solo, y Paesa, su excelencia, que llega con Albert como guardaespaldas.

—¿Por qué no regresa a España?—No tengo nada que hacer allí.—Es su país…—Muy bien, pues si quiere vuelvo y chupo el suelo. ¿Y?

El Hombre que Siempre Estuvo AllíPaesa no tiene ninguna causa pendiente en España. Salió indem-ne de las investigaciones que le abrieron en la Audiencia Nacional durante años. Se le investigó por colaboración con banda armada y obstrucción a la justicia; se le acusó de haber coaccionado a una testigo de los GAL; se abrió una pieza separada contra él por malversación y cohecho por el caso Roldán. Pero todo terminó archivándose. Francisco Paesa, Paco en España, Francisco Sán-chez o Francisco Pando, según las diferentes identidades que con los años utilizó, puede regresar a España pero sigue moviéndose en la sombra. Me cuenta que se marchó definitivamente cuando se juzgó al general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galin-do por el secuestro y asesinato del caso Lasa y Zabala en 2000. “No lo soporté. Era el tío más condecorado de España y lo

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Le planteó a Roldán devolver el dinero. “No todo, tampoco vamos a exagerar. Coger

el dinero lleva un trabajo”

SECRETOS y MEnTiRAS(1) Luis Roldán a su salida

de la cárcel en 2010. (2) Francisco Paesa con su pareja entonces, Dewi

Sukarno, en Montecarlo en 1972. (3) Portada del

diario El Mundo de 2004 que desmiente la muerte de Paesa. A la dcha., la esquela que publicó El

País. (4) José Amedo en la presentación de su

libro, Cal viva, en 2013. (6) Paesa abandona la Audiencia Nacional de

Madrid en 1995.

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P O R T A D A PALABRA DE ESPíA

Francisco Paesa en uno de los momentos de la entrevista exclusiva que

concedió a Vanity Fair en París.

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condenaron por un etarra…”. Paesa dice que él no tuvo nunca ninguna implicación en los GAL y que para tenerla “había que estar loco”. Que el GAL eran básicamente los expolicías José Amedo y Michel Domínguez, que fueron condenados por ello, y que eran “incontrolables”. Que él solo conoció a Amedo una noche en un burdel de Bilbao, cuando este llegó, según su relato, y en la escalera de entrada al local se abrió la chaqueta, “mostró el pistolón” en el cinto y gritó “¡Yo soy el GAL!”. Que se acabó entonces su whisky y pocos minutos después se marchó. Y que él todo lo que hizo siempre fue porque era el “patriota” que “des-graciadamente” continúa siendo. Como “patriota” me cuenta que fue él quien se dirigió al Gobierno cuando vivía en Ginebra y fue contactado para ver si podía conseguir armas para ETA.

quella llamada desembocó a finales de 1985 en la conocida como operación Sokoa, uno de los golpes más duros hasta entonces a la banda terrorista. Paesa fue el hombre de-trás de ella, quien logró vender armamento con transmisores que condujo al escondite que los terroristas tenían en la cooperativa

Sokoa en Hendaya. Paesa me dice hoy que su trabajo para el Estado duró pocos años y que siempre se trató de temas relacionados con ETA. Y asegura que por aquella misión “tenían al menos que haberme dado varias me-dallas y haberme pagado los billetes de avión”. Porque afirma también, y me lo repite varias veces, que no encontraré en el Ministerio un solo recibo a su nombre, nada que indique que cobró por los servicios prestados. Confiesa que el otro motivo por él que decidió dejar definitivamente España fue el caso Roldán. “Porque la Guarda Civil se me había puesto en contra con todo el follón que se había organizado con el Pelopincho”, asegura. En su relato, el “Pelopincho”, como lo denomina, por-que asegura que así le llamaban en el Ministerio y en el Gobier-no, es Roldán. Y de él es de quien insiste en hablar hoy y donde vuelve de forma recurrente cada vez que la conversación se des-vía hacia otros temas.

Paesa cuenta que antes de que estallara el caso solo había conocido al director de la Guardia Civil en una breve reunión en la que él acompañaba al ministro de Asuntos Exteriores de Guinea, país para el que dice que trabajaba como embajador no residente. No volvió a tener trato con él hasta que, como narra, lo llamaron a comienzos de 1994. Roldán acababa de ser des-tituido pero aun estaba en España. “No recuerdo ni recordaré quién me llamó. Es mi forma de ser. No doy nunca nombres y no comprometo a nadie. Pero tuvo que ser una alta jerarquía del Gobierno”, dice Paesa cuando le insisto. “Me dijeron que Pelopincho había hecho una estupidez y que a ver si yo podía ayudarlo. Y eso hice”.

Según su versión, él recibió en el despacho que tenía en Ma-drid a Roldán y a su esposa, Blanca Rodríguez Porto, que sería condenada por encubrimiento. Roldán le explicó la situación. Le contó a cuánto ascendía el dinero que se había llevado de co-misiones de obras de las reformas de los cuarteles de la Guardia

Civil y de fondos reservados y que Paesa calcula en 16 millones de dólares de entonces. Según dice, le planteó devolver el dinero. “No todo, no haberse llevado 15 y devolver los 15, tampoco va-mos a exagerar, porque coger el dinero lleva un trabajo, a pesar de todo…”, afirma. Pero aquella opción se rechazó. Entonces se trajo el dinero de Suiza a un banco “amigo”, como lo llama, en España, donde estuvo durante un mes. “Yo les dije que ha-bía que buscar una solución para que el tema no se envenenase. Debíamos intentar justificar correctamente una parte del dine-ro, porque Roldán podía haber hecho trabajos de dirección de obras”, explica.

—¿El director de la Guardia Civil como director de obras…?—Lo importante era encontrar un pretexto. Ya sé que no se

iba a poner con un pico y una pala. Pero, ¿a quién coño le im-porta la verdad? ¡A nadie! Lo que quieren es algo que aparezca, aunque tenga una justificación estúpida.

Pero Roldán, dice Paesa, había optado ya por la huida. Les consiguió pasaportes falsos de Argentina porque pensaban mar-charse los dos con el hijo que acababan de tener. Finalmente lo haría él solo. El dinero se transfirió entonces desde la cuenta en Madrid a tres en el exterior, según la versión de Paesa, de tres “fiduciarios” de su confianza. Según Paesa, “nunca” se habló ni de comisiones ni de honorarios por sus servicios.

—Pero usted no es un alma caritativa…—No, pero soy gilipollas. Se puede ser gilipollas y no ser ca-

ritativo.—Usted esperaría al menos cobrar por aquel trabajo.—No. Usted no me conoce. Yo puedo hablar, como tuve que

hacer ayer, de una operación de 10.000 millones. Pero la última cosa que yo voy a tocar en una discusión es una comisión. Jamás.

ero usted sabía que iba a cobrar…—Había una premura por dar una solución al tema. Yo no he cobrado ni un céntimo de Roldán. Es más, me ha costado dinero. Bastante. No lo he calculado. Pero proba-blemente tres o cuatro millones de dólares fácilmente.

Roldán y su esposa viajaron entonces a París, donde se instalaron unos días en el apartamento de Paesa. Ya estaba decidido que se fugaría. “Él quería desaparecer y no hubo nada que hacer”, dice. Roldán se quedó a cargo de los hombres de su anfitrión. Paesa dice que nunca supo dónde esta-ba ni quiso saberlo. Pero pronto empezaron los problemas. Sus hombres le telefoneaban “desesperados”. Bautizaron a Roldán como “el bebé”, porque gimoteaba y porque se escapaba con-tinuamente a llamar a su esposa. Mientras tanto, se vendieron también, según su versión, el apartamento que Roldán había comprado en París y una casa en San Bartolomé, en las Antillas francesas. Entonces es cuando decide que hay que ir más allá. “¿Dónde puedo enviar a este hombre, que vaya con su mujer y su hijo, y que sea un país tranquilo?”, dice que se preguntó. La respuesta fue Laos. “Un país seguro, comunista al cien por cien y con el que podía llegar a un acuerdo para que estuviera allí

Paesa conoció a José Amedo una noche en un burdel de Bilbao. “Mostró el pistolón y gritó: ‘¡ Yo soy el GAL!”

AP

dos años, porque creía que después se encontraría una solución al problema”, recuerda. A cambio, cuenta, el gobierno de Laos le pidió ayuda para crear una aerolínea y él trabajó en el proyecto.

ónde estaba el dinero?—En las cuentas que le he dicho. Pero

de vez en cuando yo tenía una llamada del abogado [Agustín Guardia] de Rol-dán diciéndome que la esposa pedía dine-ro. Esa es otra de las cosas que no se han computado en los gastos. Cuando tiene usted dólares en una cuenta necesita una

sociedad que se ocupe de recibir esos dólares, comprar pesetas y traerlas a España en maletas para entregárselas al abogado de la señora. Y hablamos de cientos de millones.

—¿Cientos de millones de pesetas se trajeron de vuelta a Madrid?

—Sí, sí. No recuerdo cuánto. A mí me llamaba el abogado. Era prácticamente continuo. La mayor parte del dinero fue a España en pesetas.

—¿Usted sostiene que el dinero que se llevó Roldán regresó a España transformado en pesetas para su esposa?

—Todo, todo. Salvo ese 10 por ciento de la comisión del cam-bio y el transporte y la comisión que cobraron los fiduciarios, pero fueron prudentes, porque yo hubiera cobrado mucho más.

Roldán, dice Paesa, no llegó a ir a Laos. Se arrepintió en el último momento. Roldán, dice Paesa, “lloraba constantemente” y decidió entregarse. Se pactó con el Ministerio del Interior, di-rigido entonces por Juan Alberto Belloch. Paesa dice que él no trataba con el ministro, que lo hacía su abogado, Manuel Cobo. Acordaron que se rebajarían los cargos y que se haría una de-tención discreta. Hoy Paesa se muestra aún visiblemente enfa-dado con Belloch. “Tengo la pena de que a Roldán se le trató contrariamente a lo que se había acordado. Porque es un señor que hizo lo que han hecho muchos de ellos, por no decir todos”, asegura. El vuelo a Laos, en un avión privado que Paesa dice que también pagó de su bolsillo, no llegó siquiera a aterrizar en Vientián [Laos], sino que hizo escala en Bangkok, donde el 27 de febrero de 1995 fue detenido Roldán.

Pero con aquella caída definitiva del exdirector de la Guardia Civil, como si fuesen vasos comunicantes, emergió entonces la figura de Paesa, el personaje. El giro definitivo llegaría en 1998. Roldán es condenado y durante el juicio se abre la pieza separa-da contra Paesa. Entonces, justo entonces, Paesa desapareció. Más aún. Entonces, justo entonces, Paesa murió.

Misas Gregorianas“D. Francisco Paesa falleció en Tailandia el 2 de julio de 1998, donde fue incinerado”, anuncia la esquela publicada por la her-mana del fallecido en El País. “Las misas gregorianas que du-rante el mes de agosto se celebran en el monasterio cisterciense

de San Pedro de Cardeña, se aplicarán por su alma y para confortar a los que le llevamos en corazón”, añade.

Hasta ahora el relato de Paesa, que no cesa de fumar mientras habla, que solo ha hecho una pausa para comer medio sándwich, se movía entre la verdad y la mentira. En esa confron-tación de versiones de los hechos del caso Roldán y bajo la premisa alarga-da y sombría de que el dinero que el exdirector de la Guardia Civil se llevó nunca apareció. Ahora la historia al-canza otro terreno. Decía el escritor Tom Clancy que la diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción debe tener sentido. Paesa no murió voluntariamente, cuenta, sino que fue “coincidencia”. Cuando supues-tamente murió estaba en Tailandia en una misión. Una misión antiterrorista al este del país que le había encargado el Gobierno de Argentina.

—¿Y qué hace Argentina en una operación antiterrorista en la frontera de Tailandia?

i re usted, periodista, si se quiere usted for-mar, fórme-se solo. Yo n o e s t o y

aquí para enseñarle nada.

En aquella misión Paesa for-maba parte de un equipo especial de vigilancia. Allí estaban, sobre el terreno, en la zona fronteriza con Camboya, vigilando a supuestos is-lamistas, cuando sucedió el “bom-bardeo amigo”. Un fallo de puntería de Estados Unidos, dice. La detona-ción le hirió. Lo metieron en una am-bulancia y lo trasladaron a un barco. “Y ahí desaparecí. Yo no supe nunca en qué barco estaba. Jamás me lo han dicho. Estuve casi seis meses en coma y sin conocimiento”, narra.

Paesa se centra en los detalles. Habla incluso de una mu-jer que formaba parte del grupo y con la que dice que ensegui-da tuvo sintonía, aunque aclara que de forma amistosa. Dice

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Desde hace una década mantiene un conflicto con el magnate ruso Alexander Lebedev

que le contrató para abrir un banco en Baréin. Desaparecieron 20 millones de dólares

también que aquella mujer, cuya nacionalidad y nombre no re-cuerda, escuchó el bombardeo y se echó sobre él para protegerlo. Paesa cuenta también que no fue culpa suya que le dieran por muerto y que su familia también pensó que lo estaba.

—¿Le gustaban a usted las misas gregorianas?—A mí me la sopla. Pero a mi hermana sí le gustan. —¿Todo esto lo puede demostrar de alguna manera?—Hay un papel de esta historia que tiene una oficina de In-

terpol…—¿Comprende que quien lea esta historia no la creerá?—Pues que no la crea. Me da igual. Si no se la van a creer, no

la escriba. Si piensa que es usted cómplice de una tontería que yo he dicho, no la publique.

—¿Por qué no se rectificó? ¿Por qué no se dijo que no estaba muerto?

—Vamos a ver… ¿A quién le digo eso? Hay dos sistemas. Si yo se lo digo a un periodista, por ejemplo, no me cree, y si tengo que hacer de esto una versión oficial, ¿cuál puede ser la reacción de

esos señores que hoy reaccionan muy mal?

—¿Le venía mejor estar muerto?—No es que me viniese mejor, es

que me daba igual. Ah, ¿que estoy muerto? Bueno, pues estoy muerto, ¿y qué?

n nuestro primer encuentro, mien-tras almorzamos en Saint-Germain, una anciana en la mesa contigua sufre un vahído. Contemplamos en

silencio cómo su hija, que la acompa-ña, trata de reanimarla mientras llega una ambulancia. Cuando todo termi-na, Paesa me mira fijamente. “Si me sucediese a mí, remáteme, por favor”, dice. Durante nuestras conversaciones me lanza nombres como una ametralla-dora. Me dice que se acaba de reunir con un ministro francés, que Jean-Claude Juncker le consulta porque le preocupa el Brexit. Me cuenta que se enfadó con el rey de Arabia Saudí y que le recriminó que mientras su país abría escuelas coránicas por el mundo él no podía ir a una iglesia católica en Riad. Que hoy tiene “entre 15 y 20” operacio-nes en marcha, que la víspera estaba en Bruselas trabajando como asesor exter-no para la Comisión pero que no cobra por ello. Que tiene una mujer desde hace 20 años que es una buena mujer “porque no hace preguntas”, él le dice que se va a Hong Kong y ella solo le pregunta cuán-

tos días. Que sabe incluso de qué color tiene las bragas la reina de Inglaterra porque le invitaron un fin de semana a Balmoral y estaba la ropa tendida en el jardín.

Me cuenta también que tiene mucho dinero, pero no tiene ade-manes de millonario y cuando extrae del bolsillo su larga billetera de piel negra apenas veo un par de

tarjetas. Incluso buscamos un cajero para poder comprar tabaco en el estanco. La historia de Paesa hoy, resulta fácil pensarlo, es la que nos contó Cervantes con Alonso Quijano. Pero en ese juego de realidades y ficciones también está ahí la realidad cono-cida para equilibrar la balanza e inflar la duda sobre el hombre y el personaje. Ahí está ese pasado, esas “20 vidas”, como él las llama. Incluso ahí están los hechos recientes. Hace cinco años Paesa fue visto en el aeropuerto de Sierra Leona en una opera-ción que, como me cuenta él, consistía en ir a buscar oro para un cliente muy importante. Y desde hace más de una década mantiene un conflicto abierto con el magnate ruso Alexander Lebedev, que contrató al español para abrir un banco en Baréin y le confió para ello 20 millones de dólares que desaparecieron. Paesa evita el tema. Pero me dice que falló la operación, que

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MiSión ESPECiALEl exagente y

diplomático con Dewi Sukarno. Paesa llegó a comprometerse con al viuda del dictador indonesio en 1972.

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el dinero se esfumó en Baréin cuando debía ser transferido a Indonesia y que él ya la ha devuelto una parte al empresario. Son dos casos que confirman que, de alguna manera, este señor que hoy se mueve todavía ágil, que no se desabotona en ningún momento la chaqueta y que exhibe un ácido sentido del humor, sigue en activo.

—De todas las cosas que ha sido usted y que dicen que ha sido, ¿con qué se siente más identificado: banquero, diplomático, agente secreto, playboy, estafador …?

—Nunca he sido un estafador. Del resto estoy muy contento de todas. Incluso si han salido mal por culpa de algún hijo de puta.

—¿En cuál de sus muchas vidas ha sido más feliz?—Pues mire, en todas. Todas tienen sus placeres, sus dificul-

tades, sus buenos y malos momentos y hay que pasarlos. Hoy he pasado un mal momento viéndole a usted y ya está. Pero me estoy divirtiendo.

—¿De qué se arrepiente?—¿Yo? De nada. En todo caso de que hay algunas personas

a las que no he tratado como debía. —¿Quién cree que le guarda más rencor, los hombres o las

mujeres que lo han conocido?—No creo que las mujeres que me han conocido y que han

vivido conmigo lo hagan. Yo nunca he sido infiel a una mujer que vive conmigo. Jamás. Cuando lo he sido nos hemos separado.

—¿Y quién ha sido el gran amor de su vida?—Yo.

esponde divertido y directo. Recreándose en la respuesta. Sigue fumando. Enseguida saldremos a la terraza donde posará tam-bién dispuesto a hacerlo, con la condición previa de que no se identifique su rostro porque le afectaría al trabajo que hace. “Se-ría devastador”, exagera. Continúa siendo Paesa, el personaje. Cuesta, parece, sepa-

rarlo del hombre. Me cuenta con orgullo de conquistador que él de quien más ha aprendido siempre ha sido de las mujeres, “sobre todo a desconfiar de los hombres”. Y me dice que hay partes de su vida que ni se sabe. “Si cualquiera de nosotros su-piese todo de su propia vida, en un momento dado podría llegar a suicidarse”, afirma. Recuerdo entonces que en nuestro primer encuentro hablamos de su infancia en Madrid y de cómo me con-fesó que no tenía memoria de aquella etapa ni de su adolescencia porque no fue feliz. “Y los recuerdos que tengo es porque me los he inventado”, me dijo.

—¿En aquella época qué soñaba con hacer?—Mire, cuando era pequeño mi mayor ocupación era correr

deprisa por el pasillo para que mi padre no me pegase dos hos-tias. Así que no pensaba en muchas cosas más. De ahí que a los 17 años fuera campeón europeo de juveniles en 100 y 200 metros. Tenía una salida fulminante.

—Y desde entonces no ha dejado de correr…—Desde luego. Pero ahora corro menos y a menos velocidad. Paesa prolonga el silencio tras la respuesta. Aplasta su último

pitillo contra un lecho de colillas en la jabonera convertida en ce-nicero. Me mira a través de las gafas de montura metálica sobre las que trepa algún pelo díscolo de las cejas grises. Y antes de que apague la grabadora, cuatro horas después de su llegada y de que Albert inspeccionase la habitación, me dice: “No se puede llevar la existencia que yo he llevado si no se tiene una vida interior muy poderosa y una imaginación enorme. Si no, está usted viviendo en un presente de mierda constantemente”. �

“Roldán es un señor que hizo lo que

han hecho muchos de ellos, por no

decir todos”

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‘TOP SECRET’Paesa durante la

sesión de fotos para Vanity Fair, en la

que pidió que no se identificase su rostro

porque afectaría a su trabajo.

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