Memoria de la identidad
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Memoria de la Identidad1
La memoria cree mucho antes de que el conocimiento recuerde.
William Faulkner, Luz de Agosto
El arsenal de definiciones que las ciencias sociales generan para intentar
atrapar las características de las sociedades contemporáneas (post-industrial,
postracional, sociedad del conocimiento, tardo-modernidad, etc.), pone de
manifiesto, primordialmente, el desfase estructural y la falta de cohesión de la
experiencia social contemporánea. El empuje de tendencias económicas erráticas
es acompañado de estructuras demográficas cambiantes, así corno de respuestas
políticas que se caracterizan por tentativas más que por convicciones.
Las sociedades contemporáneas viven, trágicamente, la experiencia del
crimen sin culpable. Asistirnos, impasibles y nerviosos a la vez, al deterioro de la
vida social (disminución del bienestar reflejado por el índice Gini, deterioro de la
calidad del sistema educativo, regresión de la equitatividad fiscal,
desestructuración de los elementos de integración social -individualismo,
solipsismo-, etc.), sin que podamos señalar con nitidez al culpable de tales
desmanes. Todos y cada uno de nosotros somos capaces de señalar algún
deterioro objetivo de la calidad de la vida social y, a la vez, todos y cada uno no
acertamos a indicar la causa, el origen o la solución de tales perjuicios.
Conscientes del crimen, sin embargo, somos incapaces de encontrar al culpable.
Y, lo peor, como el viaje siempre es más largo cuando uno no sabe a dónde va, las
sociedades contemporáneas pierden un tiempo precioso en transitar caminos
errados y estrategias fallidas de solución de sus problemas.
Esta situación general produce una asimetría dramática. Cuánto más se
atomiza la sociedad, cuanto más se ensalza y valora la soberanía irrenunciable
del individuo, cuánto más se reconoce la insoslayable pertenencia del individuo
como concepto y realidad última al tiempo contemporáneo, más se pone de
manifiesto la dependencia social de la propia individualidad. Tomando la bella
metáfora de J. Elster, cuánto más aflora la dispersión y atomización de la
realidad social, con más ahínco buscarnos el cemento de la sociedad, el elemento
aglutinador previo que garantiza la firmeza y solidez del edificio.
Emmanuel Todd ha señalado acertadamente que "El declive de las
creencias colectivas, dado que aísla al individuo en su miedo, revela esta
fragilidad esencial. Podemos también decir que la multiplica. Toda creencia
colectiva es una estructura de eternidad, que define un grupo capaz de
perpetuarse más allá de la vida individual. (...) Si el grupo desaparece, el
individuo es devuelto a la evidencia central intolerable. (...) fuera de las creencias
colectivas, el largo plazo ya no tiene sentido. Se instalará una preferencia por el
corto plazo de los hombres, de las sociedades y de las economías. (...) Estamos
frente a una extraordinaria lección: la historia nos dice que el hombre, cuando ya
1 Este texto fue publicado como artículo en la Revista “Comunidades Andaluzas”, número 4, 1º semestre 2003
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no se considera miembro de un grupo, deja de ser un individuo." (La ilusión
económica, pp. 370-372). Pero el problema no se encuentra en el diagnóstico, sino
en la respuesta que las sociedades contemporáneas ofrecen. Éste es el caso del
problema de la identidad en la sociedad postmodenra.
A día de hoy la identidad está en el centro de los problemas de legitimidad
política de las sociedades postindustriales-multiculturales. Pero la recuperación
de la identidad se efectúa con un discurso equivocado que tiene un efecto político
perverso. El deslizamiento perverso surge de la aplicación del concepto de la
identidad primaria étnica (que es un sistema cultural de referencia, a partir del
cual una comunidad define su identidad grupal) al ámbito de la identidad social
(que es el conocimiento por parte del individuo de que pertenece a un grupo
social, junto con la significación emocional y valorativa de esa pertenencia). De tal
modo que la respuesta de cohesión pretendida por la aplicación del primer
concepto no solo no responde a las necesidades de la sociedad, sino que, además,
genera profundas disfuncionalidades en el juego político.
Para que el concepto de identidad mantenga su utilidad, conviene revisarlo
críticamente y encontrar usos que se adecuen a las problemáticas de la sociedad
democrática. Un intento de aclaración de este tipo ha sido llevada a cabo por el
filósofo francés Paul Ricoeur (Sí mismo como otro). Ricoeur parte de la propia
diferencia que expresan los términos latinos idem e ipse. Ipse (sí mismo) indica y
contiene un eco reflexivo, mientras que idem (idéntico), indica los conceptos de
unicidad y singularidad. Así, idem, significa lo que permanece en el tiempo, lo
que se opone a lo cambiante; mientras qu72e ipse muestra una identidad a
través del cambio. Idem supone una forma de inmovilización, no es aún
identificarse a sí mismo, sino identificar "algo", es una "de-finición", lo que pone
fines y límites a las cosas. Ipse, por el contrario. muestra que la identidad no está
reñida con la temporalidad biográfica e histórica: no se es "lo mismo", pero se es
"el mismo", a través del tiempo. La ipseidad supone cambio adaptativo, diálogo.
La dinámica social de las comunidades tiende a ser de carácter idéntico
(idem), mientras que la dinámica social de las sociedades tiene que sustentarse
en la ipseidad. Y ello no sólo porque la estructura de la identidad necesite de un
marco constante de de-finiciones, sino porque la complejidad de las sociedades
modernas hace inviable cualquier curso de acción desde la postura unanimista
que proclama la identidad comunitaria. Gran parte de los problemas que se están
originando en la era de la mundialización provienen de la confusión de la receta
de la identidad para evitar la descohesión social.
Por ello, hoy en día es más necesario que nunca articular políticas que
recuperen la identidad social crítica fundamentada en la ipseidad, es garantía de
la libertad del individuo como ciudadano, pues, al fin y al cabo. ya Aristóteles
dejo dicho que el hombre que puede vivir fuera de la sociedad o es un animal o
un dios. Nosotros nos conformamos con intentar ser hombres, que bastante
trabajo cuesta. Y el aprendizaje necesario para que nuestras sociedades puedan
recuperar ese horizonte (que es a la vez el lugar en donde estamos y el lugar
hacia donde queremos ir), no se construye tan sólo a través del ejercicio de una
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memoria que no está libre de contaminaciones e ilusiones ideológicas, sino a
través de una memoria más amplia, llena de futuro, que como nos recordaba el
escritor norteamericano William Faulkner "cree mucho antes de que el
conocimiento recuerde".
Así, querer ser andaluz hoy en día no significa reconocer el bagaje que los
años y la tradición histórica han depositado en el imaginario colectivo de
nuestras gentes, sino proyectar la memoria de lo que queremos ser. desplegar un
futuro que admita lo incierto que siempre ha de venir, con el compromiso
indecible de que el hombre sólo es tal cuando se reconoce en el proyecto de
futuro que constantemente debe alimentar a la sociedad. El injustamente
olvidado Rafael Barrett dejo escrito en La Patria y la Escuela: "Las síntesis
sentimentales no surgen en nosotros a fuerza de razonar, sino a fuerza de vivir.
El amor a la familia nace del ambiente del hogar; el amor a la patria nace del
ambiente colectivo: y el más sublime de los amores, el amor a la humanidad,
nace del ambiente elevado que flota por encima de los siglos y las fronteras''.