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n el azul profundo del universo, en el lejano y rojo planeta Marte, vivía un marcianito llamado Syrtis. Estaba muy triste porque no podía jugar fuera del palacio de Oxia y pasaba el tiempo con su orde- nador o aburrido frente a la ventana de su dormitorio. En Marte no había plazas, parques ni lugares donde pasear y jugar. En lugar de espacios con flores, balancines, columpios, toboganes y fuentes, había un desierto cubierto de piedras y polvo arenoso de color rojizo. Los marcianitos no podían salir porque los platillos voladores iban y venían a gran velocidad, poniéndoles en peligro. Sólo cuando su padre le permitía pasear en su nave, en días de escaso tráfico, Syrtis lograba alegrarse un poco. E

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n el azul profundo del universo, en el lejano y rojo planeta Marte, vivía un marcianito llamado Syrtis. Estaba muy triste porque no podía jugar fuera del palacio de Oxia y pasaba el tiempo con su orde- nador o aburrido frente a la ventana de su dormitorio.

En Marte no había plazas, parques ni lugares donde pasear y jugar.En lugar de espacios con flores, balancines, columpios, toboganes y

fuentes, había un desierto cubierto de piedras y polvo arenoso de color rojizo.Los marcianitos no podían salir porque los platillos voladores iban

y venían a gran velocidad, poniéndoles en peligro.Sólo cuando su padre le permitía pasear en su nave, en días de

escaso tráfico, Syrtis lograba alegrarse un poco.

E

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Un día, sobrevolando Umbra, una zona muy alejada del palacio de Oxia, Syrtis observó en la pantalla del monitor de detección de su platillo volador, la sombra de una máquina extraña, una nave de otro planeta. Se acercó con gran prudencia y “amartizó”.

Lleno de curiosidad, latiéndole fuertemente el corazón, entró en la nave, miró hacia todas partes, pero... ¡nada! Ninguna forma de vida, sólo ordenadores, monitores y equipos electrónicos totalmente quemados. “Seguramente por un cortocircuito”, pensó Syrtis.

Investigando en la nave, encontró un libro muy extraño con dibu- jos, números y letras que no conocía. Los paisajes de las ilustraciones, eran bellísimos y lo dejaron pensativo.

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De regreso al palacio de Oxia, le explicó su descubrimiento al Rey Lacus, su padre, y se encerró en su dormitorio frente a su ordenador.

Después de una breve investigación sobre los datos obtenidos, el orde-nador le contestó que esa nave procedía del planeta Tierra y que allí había vida humana, animal y vegetal.

Todo coincidía con el libro.

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Syrtis pensó que si había vida en ese planeta, existirían juegos, lugares y personas interesantes. Sintió deseos de descubrirlo.

A la noche siguiente, cuando todos dormían en el palacio, Syrtis entró a hurtadillas en el Centro de Control Espacial y, con un gigantesco teles- copio, buscó en el universo aquel planeta.

Como la Tierra es mucho más grande que Marte, no fue difícil localizarla.

Syrtis estaba fascinado por el brillo y los múltiples colores que veía en ella. ¡Era bellísima! Y de allí venía esa nave. “Tengo que visitar la Tierra”, pensó Syrtis, y abandonó el lugar.

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Al amanecer, Syrtis pidió permiso a su padre para visitar la Tierra.El Rey, a quien le preocupaba la tristeza de su hijo y su constante

aburrimiento, lo vio tan decidido y feliz que autorizó el viaje y puso a su disposición la nave más veloz del reino. Le dio, además, un aparato recién inventado que traducía instantáneamente cualquier lengua extraña. Con él podría comunicarse con otros seres, si los encontraba.

Le recomendó que volviera pronto y tuviera mucho cuidado. Así lo prometió Syrtis, y se marchó.