Marte 04. Thuvia. Doncella de Marte - E.R.burroughs

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    THUVIA, DONCELLA DE

    MARTE

    EDGAR RICE BURROUGHS

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    CAPTULO ICARTHORIS Y THUVIA

    En un banco de piedra pulida, bajo las esplndidas flores de una pimalia gigante, estabasentada una mujer. Su bien formado pie, calzado con sandalia, golpeaba impacientementeel suelo del paseo, sembrado de joyas, que serpenteaba bajo los frondosos rbolessorapus, a travs del csped color escarlata de los jardines reales de Thuvan Dhin, jeddakde Ptarth, cuando un guerrero de cabellos negros y piel roja se inclin hacia ella,susurrando ardientes palabras a su odo.

    - Ah, Thuvia de Ptarth-exclam-, eres fra aun en presencia de las ardiente fuego delamor que me consume! La piedra fra, dura y glida de ste tres veces dichoso banco quesoporta vuestra divina e inalcanzable forma no lo es ms que vuestro corazn! Dime, OhThuvia de Ptarth!, que puedo an esperar, que aunque no me ames ahora, algn da, sinembargo, algn da, princesa ma, yo...

    La muchacha se puso en pie de un salto, lanzando una exclamacin de sorpresa ydesagrado. Su cabeza, digna de una reina, se agit altivamente sobre sus suaves hombrosrojos. Sus ojos oscuros miraron colricamente a los del hombre.

    - Te olvidas de ti mismo y de las costumbres de Barsoom, Astokdijo ella-. No te heofrecido la confianza suficiente para que hables as a la hija de Thuvan Dhin, ni t te hasganado tal derecho.

    El hombre se adelant repentinamente y la sujet por un brazo.- Sers mi princesa!-grit-. Por el pecho de Issus, lo sers, y ningn otro se interpondr

    entre Astok, prncipe de Dusar, y el deseo de su corazn. Dime que hay otro, y learrancar su corazn podrido y lo arrojar a los calots salvajes de los fondos de los maresmuertos.

    Al contacto de la mano del hombre con su carne, la joven empalideci bajo su pielcobriza, porque las cortesanas reales de los Palacios de Marte son tenidas casi pormujeres sagradas. La accin de Astok, prncipe de Dusar, era una profanacin. No sereflejaba el terror en los ojos de Thuvia de Ptarth; solamente horror por lo que el hombrehaba hecho y por sus posibles consecuencias.

    - Sultame.Su voz era fra y tranquila,El hombre murmur incoherentemente y la atrajo violentamente hacia s.- Sultame-repiti con voz aguda-, o llamo a la guardia! Y el prncipe de Dusar sabe lo

    que esto quiere decir.Apasionadamente, ech su brazo derecho alrededor de los hombros de la muchacha e

    intent aproximar su rostro a sus labios. Con un dbil grito, ella le golpe de lleno en laboca con los pesados brazaletes que rodeaban su brazo libre.

    - Perro!-exclam ella, y luego-: Guardia, guardia! Apresuros a proteger a la princesade Ptarth!

    En respuesta a su llamamiento, una docena de guardias lleg corriendo a travs del

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    csped color escarlata, con sus brillantes y largas espadas desnudas a la luz del sol, elmetal de sus atalajes de guerra resonando contra sus correajes de cuero y en sus gargantasroncos gritos de rabia al contemplar la escena con que tropezaron sus ojos.

    Pero antes de que hubiesen atravesado la mitad del jardn real para llegar adonde Astokde Dusar retena an en su abrazo a la joven que trataba de defenderse, otra figura salt

    desde un macizo de denso follaje que ocultaba una fuente de oro, que se hallaba casi alalcance de la mano. Era un joven alto y esbelto, de cabello negro y penetrantes ojosgrises, ancho de hombros y estrecho de caderas: el tipo perfecto de un luchador. Su pieltena el dbil tinte cobrizo propio de la raza roja de Marte, distinguindolos de las otrasrazas del planeta moribunda; era como ellos, y sin embargo, haba una sutil diferencia,an mayor que la que consista en su piel de color ms claro y en sus ojos grises.

    Haba cierta diferencia, tambin, en sus movimientos. Se aproximaba a grandes saltosque le acercaban tan rpidamente, que la velocidad de los guardias resultaba ridcula encomparacin con la suya.

    Astok sujetaba an por el talle a Thuvia, cuando el joven guerrero se encontr frente al. El recin llegado no perdi tiempo y slo dijo una palabra:

    - Perro!-grit, y luego su acerado puo golpe la barbilla del otro, levantndole en elaire y dejndole caer sobre un macizo que haba en el centro de un grupo de pimalias, allado del banco de piedra.

    Su salvador se volvi hacia la doncella- Kaor, Thuvia de Ptarth!-exclam- Parece que mi visita ha sido dirigida por el destino- Kaor, Carthoris de Helium!-dijo la princesa devolviendo el saludo al joven-. Y qu

    menos poda esperarse del hijo de tan gran seor?El se inclin en reconocimiento del cumplido dirigido a su padre John Carter, hroe de

    Marte, y luego, los guardias, descansando de su carga, llegaron precisamente cuando el prncipe de Dusar, sangrando por la boca y espada en mano, sala trabajosamente delmacizo depimalias.

    Astok se hubiera precipitado a combatir a muerte con el hijo de Dejah Thoris; pero losguardias le rodearon, impidiendo lo que ms le hubiera agradado a Carthoris de Helium.

    - Di una palabra, Thuvia de Ptarth-le pidi-, y nada me agradar ms que dar a esehombre el castigo que ha merecido.

    - No ha de ser as-replic-. Aun cuando ha perdido toda mi consideracin, es, noobstante, husped del jeddak, mi padre, y slo a l debe dar cuenta de la accinimperdonable que ha cometido.

    - Sea como dices, Thuvia-replic el heliumita-; pero despus dar explicaciones aCarthoris, prncipe de Helium, por esa ofensa realizada sobre la hija del amigo de mipadre.

    Segn hablaba el joven, arda en sus ojos un fuego que proclamaba un motivo msntimo y tierno que el de su calidad de protector de aquella maravillosa hija de Barsoom.Las mejillas de la joven se sonrojaron bajo su sedoso cutis transparente, y los ojos deAstok, prncipe de Dusar, se oscurecieron al leer lo que pasaba, sin ser hablado, entre losdos, en los jardines reales del Jeddak.

    - Y t a m-dijo l a Carthoris, contestando al reto del joven.

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    La guardia rodeaba an a Astok. Se trataba de una posicin difcil para el joven oficialque la mandaba. Su prisionero era el hijo de un poderoso jeddak, era el husped deThuvan Dhin; hasta ahora, un honorable husped, el cual haba mostrado toda la dignidadreal. Arrestarle a la fuerza significara nada menos que la guerra, y, sin embargo a causade sus acciones mereca la muerte, a los ojos del guerrero ptarth.

    El joven vacilaba. Miraba a la princesa. Ella tambin consideraba cuanto dependa de laaccin del momento inmediato. Durante muchos aos, Dusar y Ptarth haban estado en paz. Sus grandes barcos mercantes circulaban entre las mayores ciudades de ambasnaciones. Aun ahora, muy por encima de la cpula dorada y escarlata del palacio del jeddak, poda ella ver el enorme bulto de una gigantesca nave area flotandomajestuosamente a travs del tenue aire barsomiano, hacia el Oeste, en direccin deDusar.

    Con una palabra podra precipitar a las dos poderosas naciones a un sangrientoconflicto, que las privara de su sangre ms valiente y de sus incalculables riquezas,colocndolas en desvalida situacin contra las invasiones de sus envidiosos y menosfuertes vecinos, y haciendo de ambas, al fin, presa para las salvajes hordas verdes de los

    cauces de los mares muertos. Ninguna sombra de temor influy en su decisin porque loshijos de Marte escasamente conocen el miedo. Fue ms bien el sentimiento de laresponsabilidad que ella, la hija del jeddak, contraa por el bienestar del pueblo de supadre.

    - Os he llamado,padwar-dijo al teniente de la guardia-, para que protejis a la personade vuestra princesa y para que mantengis la paz, que no debe ser violada dentro de losjardines reales del jeddak. Esto es todo. Me escoltaris hasta el palacio, y el prncipe deHelium me acompaar.

    Sin dirigir la mirada a Astok, volvi la espalda y, tomando la mano que Carthoris letenda, se dirigi lentamente hacia el masivo edificio de mrmol que daba alojamiento algobernante de Ptarth y a su brillante corte. A cada lado marchaba una fila de guardias.As, Thuvia de Ptarth encontr la manera de resolver un dilema, eludiendo la necesidadde poner al real husped de su padre en arresto forzoso, y al mismo tiempo separando alos dos prncipes, quienes, de otro modo, se hubieran precipitado el uno contra el otro enel momento en que ella y la guardia hubieran partido. Junto a laspimalias estaba Astok;sus ojos negros entornados, estrechndose de manera que casi quedaban reducidos ameras hendiduras que sealaban el odio bajo sus cejas, que haban descendido alcontemplar las redondeadas formas, que iban retirndose de su vista, de la mujer quehaba despertado las ms volcnicas pasiones de su naturaleza, y al hombre que, segncrea ahora, se interpona entre su amor y la consumacin del mismo.

    Cuando el prncipe y la princesa desaparecieron, Astok se encogi de hombros ymurmurando un juramento, atraves los jardines, dirigindose hacia otra ala del edificio,donde l y su squito estaban alojados.

    Aquella noche se despidi de Thuvan Dhin, y aunque no se hizo la menor referencia alsuceso del jardn, era fcil ver a travs de la fra mscara de la cortesa del jeddak queslo las costumbres de la hospitalidad real le retenan de expresar el desprecio que sentahacia el prncipe de Dusar. Carthoris no estaba presente en el momento de la despedida ni

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    Thuvia tampoco. La ceremonia fue tan rgida y formal como la etiqueta cortesana podahacerla, y cuando el ltimo de los dusorianos subi a bordo de la nave de guerra areaque los haba conducido a aquella desafortunada visita a la Corte de Ptarth, y la poderosamquina de destruccin se hubo elevado lentamente, una impresin de alivio se reflej enla voz de Thuvan Dhin al volverse a uno de sus oficiales para comentar un asunto extrao

    a aquel que, durante las ltimas horas, haba sido la mayor preocupacin en las mentes detodos. Pero, despus de todo, era dicho asunto tan extrao?- Di al prncipe Sovan-orden que es nuestro deseo que la flota que parti para Kaol

    esta maana sea llamada para que vuelva a cruzar hacia el Oeste de Ptarth.Cuando la nave guerrera que conduca a Astok, de regreso a la Corte de su padre, torci

    hacia el Oeste, Thuvia de Ptarth, sentada en el mismo banco en que el prncipe de Dusarla haba ofendido, observaba las luces parpadeantes del aparato areo, que ibanhacindose cada vez ms pequeas a medida que se alejaba. Al lado de ella, a la brillanteluz de la luna ms prxima, estaba sentado Carthoris. Sus ojos no se fijaban en el oscurobulto de la nave de guerra; sino en el perfil del rostro, vuelto hacia arriba, de la joven.

    - Thuvia-susurr.

    La joven volvi sus ojos hacia los de l. La mano de l se adelant al encuentro de la deella; pero la joven retir suavemente la suya.- Thuvia de Ptarth, te amo! --exclam el joven guerrero-. Dime que esto no te ofende.

    Ella movi tristemente su cabeza.- El amor de Carthoris de Helium-dijo sencillamente-no puede ser sino un honor para

    cualquier mujer; pero no debes hablar, amigo mo, de concederme lo que yo no te puedodevolver.

    El joven se puso lentamente en pie. Sus ojosse dilataron de asombro. Nunca se le habaocurrido al prncipe de Helium que Thuvia de Ptarth pudiese amar a otro.

    - Pero en Kadabra-exclam-, y ms tarde aqu en la Corte de tu padre, qu has hecho,Thuvia de Ptarth, que haya podido advertirme de que no podas corresponder a mi amor?

    - Y qu he hecho, Carthoris de Helium -respondi-, que te haya hecho imaginar que yocorresponda al mismo?

    El se detuvo pensativo, y despus neg con la cabeza.- Nada, Thuvia, es verdad; no obstante, hubiera jurado que me amabas. Es cierto que

    sabes bien que prximo a la adoracin ha estado mi amor por ti.- Y cmo lo conocera, Carthoris?-pregunt inocentemente-. Me lo has dicho alguna

    vez? Han salido alguna vez antes palabras de amor hacia m de tus labios?- Pero hubieras debido imaginarlo!-exclam l-. Yo soy como mi padre: torpe en los

    asuntos del corazn y rudo en mi trato con las mujeres; sin embargo, las joyas de las queestn sembrados los paseos de este jardn real, los rboles, las flores, el csped, todas lascosas deben de haber ledo el amor que ha llenado mi corazn desde la primera vez quemis ojos se detuvieron en la contemplacin de tu rostro perfecto y de la perfeccinabsoluta de tu cuerpo; as, cmo t sola has podido estar ciega hasta el punto de noverlo?

    - Las doncellas de Helium, seducen a sus pretendientes?pregunt Thuvia.-Ests jugando conmigo! -exclam Carthoris-. Reconoce que no haces ms que jugar,

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    y que, despus de todo me amas, Thuvia!- No puedo decrtelo; Carthoris porque estoy prometida a otro.El tono de su voz era tranquilo, pero no haba en l un poso de enorme y profunda

    tristeza? Quin podra decirlo?- Prometida a otro?

    Carthoris apenas pudo pronunciar estas palabras. Su rostro casi se puso blanco, yentonces su cabeza se irgui como convena a aquel por cuyas venas corra la sangre delsuperhombre de un mundo.

    - Carthoris de Helium te desea toda clase de felicidades con el hombre de tu eleccin-dijo-. Con...

    Y luego vacil, esperando que ella dijere el nombre.-...Kulan Tith, jeddak de Kaol-replic ella-. El amigo de mi padre y el ms poderoso

    aliado de Ptarth.El joven la mir fijamente por un momento, antes de volver a hablar.- Le amas, Thuvia de Ptarth?-pregunt.- Soy su prometida-replic ella simplemente.

    El no la importun.- El es de la ms noble sangre de Barsoom y uno de los ms poderosos guerreros-musit Carthoris-. El amigo de mi padre y el mo. Ojal que hubiera sido otro! -murmur casi salvajemente.

    Lo que la muchacha pensaba estaba oculto por la mscara de su expresin, slo turbadapor una dbil sombra de tristeza que poda haber sido por Carthoris, por ella misma o porambos.

    Carthoris de Helium no pregunt, aunque lo not, porque su lealtad para Kulan Tith erala lealtad de la sangre de John Carter, de Virginia, para con un amigo, mayor de lo quepoda ser ninguna otra lealtad.

    El llev a sus labios la mano adornada con magnficas joyas de la joven.- Por el honor y la felicidad de Kulan Tith y la joya inestimable que le ha sido

    concedida-dijo, y aunque su voz era un tanto ronca, haba en ella el timbre de lasinceridad-. Te dije que te amaba, Thuvia, antes de saber que estabas prometida a otro.No puedo volver a decrtelo; pero me alegro de que lo sepas, porque no hay deshonor enello ni para ti, ni para Kulan Tith, ni para m mismo. Mi amor es tal, que puede incluir almismo Kulan Tith, si le amas.

    Haba casi una interrogacin en aquella afirmacin.- Soy su prometida-replic.Carthoris se retir lentamente. Puso una mano sobre su corazn y la otra sobre el pomo

    de su larga espada.- Estos son tuyos para siempre-dijo.Un momento despus haba entrado en el palacio, ocultndose a la mirada de la joven.Si hubiera vuelto de repente, la habra encontrado reclinada en el banco de piedra con el

    rostro apoyado en sus manos. Estaba llorando? Nadie haba que pudiera verlo.Carthoris de Helium haba llegado, sin anunciarse, a la Corte del amigo de su padre,

    aquel da. Haba llegado solo, en un pequeo aparato areo, seguro de la buena acogida

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    que siempre se le haba dispensado en Ptarth. Como no haba habido ninguna formalidaden su llegada, no exista motivo para pregonar su partida.

    Dijo a Thuvan Dhin que su viaje no haba tenido ms fin que el de hacer la prueba deun invento suyo, del que haba provisto a su aparato, un adelanto ingenioso en la brjulaordinaria marciana para la navegacin area, la cual, una vez puesta en determinada

    direccin, permanecera constantemente fija en la misma, siendo necesario nicamente elmantener la proa de una nave siempre en la direccin de la aguja de la brjula para llegara cualquier punto dado de Barsoom por el camino ms corto.

    La mejora de Carthoris en esa materia consista en un mecanismo auxiliar que pona enmovimiento al aparato, mecnicamente, en la direccin indicada por la brjula, y al llegardirectamente al sitio indicado por ella, le haca pararse y descender, tambinmecnicamente, a tierra.

    -Pronto comprenders las ventajas de este invento-deca a Thuvan Dhin, que le habaacompaado a la pista de aterrizaje, situada sobre el tejado del palacio, para inspeccionarla brjula, y dijo adis a su joven amigo. Una docena de oficiales de la Corte con variosasistentes, estaban agrupados detrs del jeddak y de su husped, escuchando muy aten-

    tamente la conversacin; tan atentamente por parte de uno de los asistentes, que fue pordos veces reprendido por uno de los nobles por su indiscrecin en adelantarse a sussuperiores para ver el intrincado mecanismo de la maravillosa brjula destinada para ladireccin, como se llamaba al aparato.

    - Por ejemplo-segua diciendo Carthoris-, tengo ante m un viaje que me ocupar todauna noche, como el de hoy. Pongo la aguja indicadora aqu, en el cuadrante que est a laderecha, que representa el hemisferio oriental de Barsoom, de manera que la punta estfija sobre la longitud y la latitud exactas de Helium. Luego pongo en movimiento lamquina, me envuelvo en mis pieles para dormir y, con las luces encendidas, corro atravs del aire hacia Helium, confiado en que a la hora sealada descender suavementeen el desembarcadero, en mi propio palacio, ya siga durmiendo o ya est despierto.

    - Con tal de que-sugiri Thuvan Dhin- no colisiones con algn otro viajero nocturnoentre tanto.

    Carthoris sonri.- No hay peligro de eso-replic-. Mirad aqu-e indic un pequeo aparato colocado a la

    derecha de la brjula de destino-. ste es mi evasor de colisiones, como le llamo.Este aparato es el interruptor, que acciona o cierra el mecanismo. El instrumento mismoest bajo el puente y acciona al motor y a las palancas de la direccin. Es sencillsimo,siendo nada ms que un generador de radio que emite ondas en todas las direcciones,hasta una distancia de cien yardas, poco ms o menos, de la nave. Si esta fuerzaenvolvente fuese interrumpida en cualquier direccin, un delicado instrumento advierteinmediatamente la irregularidad, imprimiendo al mismo tiempo un impulso a un aparatomagntico que, a su vez, acciona al mecanismo del motor, desviando al aparato delobstculo hasta que el radio de emisin del aparato deja de estar en contacto con elobstculo; entonces vuelve a la direccin que antes llevaba. Si el obstculo se aproximarapor detrs del aparato, como en el caso de otro aparato que navegase a mayor velocidad,con peligro de alcanzarme, el mecanismo acta sobre el taqumetro lo mismo que sobre el

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    motor, y el aparato aumenta su velocidad hacia adelante, ya subiendo, ya bajando, segnel aparato que se vaya echando encima est en un plano ms bajo o ms alto que el otroaparato. En casos graves, esto es, cuando las obstrucciones son varias o de tal naturalezaque exijan la desviacin de la nave a ms de cuarenta y cinco grados en una direccindeterminada, o cuando el aparato ha llegado a su destino y descendido hasta unas cien

    yardas de la tierra, el mecanismo le obliga a pararse en seco, y al mismo tiempo suena elfuerte timbre de un despertador, que despertar instantneamente al piloto. Ya veis queme he anticipado a casi todas las contingencias.

    Thuvan Dhin se sonri al apreciar el maravilloso invento.El asistente que se haba adelantado lleg casi hasta el costado del aparato areo. Casi

    cerraba los ojos para concentrar la mirada.- Todas, menos una-dijo.Los nobles le miraron con asombro, y uno de ellos le agarr no muy suavemente por un

    hombro para echarle atrs y devolverle al lugar que le corresponda. Carthoris levant sumano.

    - Aguardad-se apresur a decir-. Oigamos lo que ese hombre tiene que decir; ninguna

    creacin de una mente mortal es perfecta. Quiz haya descubierto algn defecto que sera bueno corregir inmediatamente. Ven, mi buen amigo, y dime: cul puede ser elproblema que yo he pasado por alto?

    Al hablar, Carthoris observ al asistente fijamente por primera vez. Vio a un hombre degigantesca estatura y apuesto, como lo son todos los de la raza de los marcianos rojos; pero sus labios eran delgados y crueles, y una de sus mejillas estaba cruzada por unadbil lnea blanca que indicaba el corte de una espada, y que le llegaba desde la sienderecha a uno de los ngulos de la boca.

    - Ven-se apresur a decir el prncipe de Helium-. Habla.El hombre dudaba. Era evidente que le pesaba la osada que haba hecho de l el centro

    de una atencin llena de inters. Pero, al fin, viendo que no le quedaba otro remedio,habl.

    - El mecanismo podra ser alterado dijo-por un enemigo.Carthoris sac una pequea llave de su bolsillo de cuero.- Mira esto-dijo alargndosela a aquel hombre-. Si sabes algo de cerraduras, conocers

    que el mecanismo que abre esto est fuera del alcance de la habilidad de un cerrajerovulgar. Esto protege a los elementos vitales del instrumento de la alteracin de unenemigo. Sin esto, un enemigo tiene que destruir casi el mecanismo para llegar a suinterior y dejar su interior al descubierto para el ms casual observador.

    El asistente tom la llave, la mir vidamente; luego, al adelantarse para devolvrsela aCarthoris, la dej caer sobre el enlosado de mrmol. Volvindose para buscarla, puso lasuela de su sandalia de lleno sobre el brillante objeto. Por un instante dej descansar todosu peso sobre el pie que cubra la llave; luego dio un paso atrs y, con una exclamacincomo de placer, por haberla encontrado, se inclin hacia el suelo, la recogi y la devolvial heliumita. Luego se retir a su puesto, detrs de los nobles, y fue olvidado.

    Un momento despus Carthoris se haba despedido de Thuvan Dhin y de sus nobles, y,parpadeando las luces de su apartado, se haba elevado en la bveda salpicada de estrellas

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    de la noche marciana.

    CAPTULO IIESCLAVITUD

    Cuando el gobernante de Ptarth, seguido de sus cortesanos, descendi de la pistasituada encima del palacio, los asistentes fueron ocupando sus puestos a retaguardia desus reales o nobles amos. Descendiendo en ltimo puesto, uno de ellos titube hasta queel resto su hubo alejado. Despus, inclinndose rpidamente, se quit a toda prisa lasandalia de su pie derecho, deslizndola en uno de sus bolsillos. Cuando la comitiva hubollegado al final de su descenso, y el jeddak hubo dado la seal de dispersin, nadie notque el asistente que haba llamado tanto la atencin antes de que el prncipe de Heliumpartiese, ya no estaba entre el resto dei cortejo.

    Nadie haba pensado en preguntarse quin era el personaje a cuyo squito perteneca

    dicho asistente, porque los servidores de un noble marciano son muchos y se renuevan acapricho de su amo, de manera que una cara nueva apenas si llama la atencin nunca, porque el hecho de que un hombre haya penetrado dentro de los muros del palacio esconsiderado como prueba positiva de que su lealtad para el jeddak est fuera de duda; tanrgido es el examen de cada uno de los que intentan entrar en el servicio de los nobles dela Corte.

    Es una buena regla, y slo deja de seguirse por cortesa, en favor de la servidumbre delas personas reales, visitantes de un pas extranjero y amigo.

    Estaba ya muy avanzada la maana del da siguiente, cuando un criado gigantesco, conla librea de la casa de un gran noble de Ptarth, sali por las puertas del palacio a laciudad. Caminaba rpidamente, pasando de una a otra avenida, hasta que hubo salido deldistrito de los nobles, llegando a la parte de la ciudad especialmente ocupada por lastiendas. Aqu busc un edificio de apariencia imponente que se elevaba igual que unobelisco: hacia los cielos; sus muros exteriores estaban muy adornados con delicadastallas e intrincados mosaicos.

    Era el Palacio de la Paz, en el cual habitaban los representantes de las nacionesextranjeras, o, ms bien, en el que estaban alojadas sus Embajadas; porque los ministrosresidan en esplndidos palacios dentro del barrio ocupado por los nobles.

    Aqu, el sujeto busc la Embajada de Dusar. Un portero le sali al paso, preguntndoleal entrar; y a su peticin de hablar con el ministro, le pidi que le mostrase en nombre dequin iba. El visitante se quit de su brazo un brazalete de metal liso, y sealando unainscripcin que haba en su superficie interior, susurr unas palabras al portero.

    Los ojos de este ltimo se abrieron desmesuradamente y su actitud se volvi muyrespetuosa. Condujo al extranjero a un asiento y se apresur a pasar a una habitacininterior con el brazalete en su mano. Un momento despus reapareci y condujo alvisitante a la presencia del ministro.

    Ambos permanecieron encerrados largo tiempo, y cuando al fin el gigantesco criado

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    sali del despacho interior, su expresin indicaba satisfaccin, que se traduca en unasiniestra sonrisa. Desde el Palacio de la Paz se traslad inmediatamente al palacio delministro dusariano.

    Aquella noche dos veloces aparatos areos despegaron de la parte ms alta del mismopalacio. Uno dirigi su rpida carrera hacia Helium; el otro...

    Thuvia de Ptarth vag por los jardines del palacio de su padre, lo que era su costumbrepor la noche antes de retirarse. Se abrigaba con sus sedas y pieles, porque el aire de Martees helado despus que el sol se ha sumergido rpidamente bajo el borde occidental delplaneta.

    Los pensamientos de la joven vagaban desde sus pendientes nupcias, que la haranemperatriz de Kaol, a la persona del elegante joven heliumita que haba puesto sucorazn a los pies de ella el da anterior. Si lo que entristeca su expresin era lstima opesar cuando miraba hacia la regin Sur del cielo, en la que haba visto desaparecer lasluces del aparato areo del joven, la noche anterior, era difcil decirlo.

    As tambin es imposible conjeturar con alguna precisin lo que podan haber sido susemociones cuando distingui las luces de un aparato que se acercaba rpidamente por

    aquella misma direccin, como si viniese impulsado hacia su jardn por la intensidadmisma de los pensamientos de la princesa.Le vio describir crculos cada vez ms bajos sobre el palacio, hasta que tuvo la

    seguridad de que se preparaba para aterrizar. En ese momento, los poderosos rayos de sureflector descendieron del aparato, cayeron sobre la pista por un momento, iluminandolas figuras de los guardias ptarthianos, reflejndose en brillantes puntos de fuego sobrelas piedras preciosas de sus imponentes uniformes.

    Entonces el resplandeciente ojose extendi progresivamente sobre las oscuras cpulasy los delicados alminares descendiendo a los patios, a los parques y a los jardines, paradetenerse al fin sobre el banco de piedra y en la joven, que se hallaba en pie al lado delmismo, con el rostro levantado hacia el cielo y en direccin de la nave area.

    Slo por un instante el reflector se detuvo sobre Thuvia de Ptarth; luego, se extinguitan de repente como haba aparecido. La nave area sigui pasando por encima de lacabeza de la joven para desaparecer al otro lado de un bosquecillo de elevados rbolesque creca dentro de las tierras que pertenecan al palacio y le rodeaban.

    La muchacha permaneci por algn tiempo como se encontraba al desaparecer la navearea, excepto que su cabeza se dobl sobre su pecho y sus ojos miraron a la tierra,pensativos.

    Quin sino Carthoris poda haber sido? Quiso encolerizarse porque l se hubieseretirado as despus de haberla espiado; pero encontr difcil el enfadarse con el jovenprncipe de Helium.

    Qu loco capricho poda haberle inducido a faltar as a las leyes de la etiquetainternacional? Por cosas menos importantes grandes potencias se han declarado la guerra.

    La princesa, como tal, estaba extraada y enojada; pero y la joven?Y la guardia, qu haca la guardia? Evidentemente, tambin ella haba quedado tan

    sorprendida por la conducta sin precedente del extranjero, que, en un primer momento, nohaba tomado determinacin alguna; pero que se propona no dejar pasar el hecho sin una

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    sancin, fue pronto evidente por el ruido de los motores sobre la pista y por la prontitudcon que se lanzaron al aire las naves de una patrulla que formaba una larga hilera.

    Thuvia vio cmo la patrulla sala disparada en direccin Este. Tambin lo observaronas otros ojos.

    En las densas sombras del bosquecillo, en un ancho paseo bajo el follaje que lo cubra,

    un aparato areo estaba a doce pies de altura de la tierra. Desde su puente, unos ojospenetrantes observaban la luz, que se debilitaba en la lejana, del reflector de la primeranave de la patrulla. Ninguna luz brillaba en el aparato, rodeado de sombras.

    Sobre su puente reinaba el silencio sepulcral. Su tripulacin, compuesta por mediadocena de guerreros rojos, observaba las luces de las naves de la patrulla, que disminuancon la distancia.

    - Los espritus de nuestros antepasados estn con nosotros esta noche-dijo uno en vozbaja.

    - Ningn plan ha sido nunca mejor llevado a cabo-contest otro.- Hacen precisamente lo que el prncipe ha pronosticado.El que haba hablado primero se volvi hacia el hombre que se hallaba acurrucado

    delante de la rueda del timn.- Ahora! -susurr.No se dio otra orden. Todos los tripulantes haban sido, sin duda, bien aleccionados en

    todos los detalles de la operacin de aquella noche. Silenciosamente, el negro casco de laembarcacin se arrastr bajo los arcos catedralicios del oscuro y silencioso bosquecillo.

    Thuvia de Ptarth, mirando atentamente hacia el Este, vio la negrsima manchadeslizarse sobre la oscuridad de los rboles, a medida que el aparato llegaba a colocarsesobre el ancho muro del jardn. Vio cmo el oscuro bulto se inclinaba suavemente,bajando hacia el csped color escarlata del jardn.

    Comprendi que sus tripulantes no venan de aquella manera con intencionesamistosas. Sin embargo, no dio voces para alarmar a los guardias que se hallaban cerca,ni huy hacia la seguridad que le ofreca su palacio.

    Por qu?Puedo verla encoger sus bien formados hombros, en seal de respuesta, al evocar la

    universal y secular contestacin.Por qu?Apenas el aparato haba tocado tierra, cuando cuatro hombres saltaron desde su puente.

    Se dirigieron corriendo hacia la joven.Aun entonces, no dio sta ninguna seal de alarma, permaneciendo como si estuviese

    hipnotizada. Estara como quien espera a un deseado visitante?No se movi hasta que ellos estuvieron completamente al lado de ella. Entonces la luna

    ms prxima, levantndose por encima del follaje circundante, present su rostro,iluminndolo todo con la brillantez de sus rayos de plata. Thuvia de Ptarth no vio sinoextranjeros, guerreros con el uniforme de Dusar. Ahora tuvo miedo; pero demasiadotarde!

    Antes que pudiese emitir un solo grito, rudas manos se apoderaron de ella. Una pesada banda de seda fue enrollada alrededor de su cabeza. Fue levantada en fuertes brazos y

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    Vas Kor desayun a bordo. Luego sali al muelle areo, entr en un ascensor y fuetrasladado rpidamente a la calle que haba debajo, donde pronto se vio envuelto por lamultitud madrugadora de los obreros que caminaban apresuradamente a sus trabajosdiarios.

    Entre ellos, sus prendas guerreras no se destacaban ms de lo que se destacan unos

    pantalones en Broadway. Todos los hombres marcianos son guerreros, con la nicaexcepcin de aquellos fsicamente incapaces para las armas. El comerciante y sudependiente hacen ruido con sus armas, al mismo tiempo que atienden sus negocios. Elescolar, al entrar en el mundo, como lo hace casi adulto, desde un cascarn blanco comola nieve, que ha acompasado su -desenvolvimiento durante cinco largos aos, comprendetan poco la vida sin una espada a su costado, que sentira el mismo malestar saliendodesarmado que sentira un muchacho de la Tierra al caminar por la calle desnudo.

    El destino de Vas Kor estaba en el Helium Mayor, que est situado a unos cienkilmetros al otro lado de la llanura que se extiende desde el Helium Menor. Habadesembarcado en la ltima de estas ciudades porque la patrulla area es menos suspicaz yest menos alerta que la que vuela sobre la metrpoli mayor, donde est el palacio del

    jeddak.Cuando caminaba con la multitud por la calle, construida a manera de parque, de la populosa ciudad, la vida de una ciudad marciana que se despierta se evidenciaba a sualrededor. Las casas, levantadas en alto, sobre sus esbeltas columnas de metal, para lanoche, estaban descendiendo suavemente hacia la tierra. Entre las flores que cubran elcsped escarlata que rodea los edificios, los nios estaban jugando ya, y elegantesmujeres riendo y charlando con sus vecinos al recoger esplndidas flores para los florerosde sus casas.

    El gracioso kaor! del saludo barsomiano llegaba continuamente a los odos delextranjero, a medida que los amigos y los vecinos reanudaban las tareas de un nuevo da.

    El barrio en que haba desembarcado era residencial: un barrio de mercaderes de laclase ms prspera. Por todas partes se vean muestras de lujo y riqueza. En las azoteasde todas las casas aparecan esclavos llevando magnficas sedas y costosas pieles queponan al sol y al aire. Mujeres ricamente enjoyadas reposaban lnguidamente, aun tantemprano, en los balcones ricamente ornamentados que precedan a sus dormitorios. Msentrado el da, se trasladaran a las terrazas, cuando los esclavos hubiesen preparado losdivanes y colocado los doseles de seda para resguardarlas del sol.

    Acordes de una msica inspiradora brotaban agradablemente de las abiertas ventanas,porque los marcianos han resuelto el problema de apaciguar agradablemente los nervioscon una rpida transicin del sueo a la vigilia que resulta tan difcil para la mayor partede la gente de la Tierra.

    Por encima de su cabeza navegaban los estilizados y ligeros aparatos areos de pasajeros, desplazndose cada uno en su propio plano, entre los numerosos puertosdestinados al trfico interno de pasajeros. Las pistas de aterrizaje que se elevan a tantaaltura que parecen tocar los cielos, estn destinadas a las grandes lneas internacionales.Las naves de carga disponen de otros embarcaderos varios niveles ms bajos, a unoscincuenta metros de la tierra, y ninguna nave se atreve a descender o elevarse de un plano

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    a otro, excepto en algunas zonas restringidas donde el trfico horizontal est prohibido.A lo largo del corto csped que cubre el suelo de la avenida, multitud de aeronaves se

    movan en lneas continuas y en direcciones opuestas. La mayora de ellas rozaban lasuperficie de la hierba y elevndose a veces con agilidad para sobrepasar a algn pilotoque iba volando delante y a una altura inferior, o en las intersecciones, en las que los

    trficos del norte y del sur tienen prioridad en su trnsito y los del este y el oeste debenelevarse por encima del mismo.Desde los hangares privados instalados sobre muchos tejados, despegaban

    continuamente aparatos para unirse al trfico. Alegres despedidas y mensajes de ltimomomento se mezclaban con los ruidos de los motores y con los apagados rumores de laciudad.

    Sin embargo, con todo el rpido movimiento y la multitud de naves que se lanzaban entodas direcciones, la sensacin predominante era la del agradable silencio y la facilidaddel movimiento.

    A los marcianos les disgusta el clamor spero y discordante. Los nicos grandes ruidosque pueden soportar son los de la guerra, el chasquido de las armas, la colisin de dos

    poderosos destructores areos. Para ellos no hay msica ms dulce que sta.En la interseccin de dos amplias avenidas, Vas Kor descendi desde el nivel de lacalle al de las grandes aerostaciones de la ciudad. Aqu pag en una pequea ventanilla elimporte del billete hasta su destino, con un par de monedas oscuras y ovaladas, de lascaractersticas de Helium.

    Ms all del lugar en que se encontraba el portero, lleg hasta una lnea de lentomovimiento, de lo que a los ojos de un terrestre hubiera parecido una lnea de proyectilesde puntas cnicas y de ocho pies de altura, para algn gigantesco can. Lentamente,aquellos objetos se movan en una sola fila, a lo largo de un camino cubierto de rboles.Una media docena de empleados ayudaban a entrar a los pasajeros, o les indicaban supropia direccin.

    Vas Kor se aproxim a un vehculo vaco. En su parte anterior tena un cuadrante y unaaguja. Coloc a esta ltima en direccin al Helium Mayor, levant la abovedada cubiertadel aparato, entr en l y se ech en su tapizado fondo. Un empleado baj la cubierta, quese cerraba con una anilla, y segundos despus emprendi una marcha lenta.

    Inmediatamente, el aparato cambi automticamente de direccin y tom otro rumbopara entrar, un momento ms tarde, en una serie de tubos de negra boca.

    Cuando penetr por entero en la negra abertura, recibi un impulso semejante al de una bala de rifle. Se oy un zumbido, una suave aunque repentina parada y lentamente elaparato sali a otra parada; otro empleado levant la cubierta y Vas Kor sali a laestacin, bajo el centro del Helium, a cien kilmetros del punto de partida.

    Entonces busc el nivel de la calle, entrando inmediatamente en un aparato volador quele esperaba. Vas Kor no le dirigi una sola palabra al esclavo sentado en el lugar delconductor. Era evidente que lo haba estado esperando y que el esclavo haba recibido susinstrucciones antes de su llegada.

    Apenas Vas Kor haba tomado asiento, cuando el aparato ocup su lugar en la procesin de rpido movimiento, saliendo, posteriormente, de una ancha y frecuentada

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    avenida a una calle menos congestionada. En este momento dej atrs el populoso distritopara entrar en otro de pequeas tiendas y detenerse ante la entrada de una de ellas queostentaba la muestra de un traficante en sedas extranjeras. Vas Kor entr en el recinto, debajo techo. Un hombre, desde el otro extremo, le hizo seas para que entrase en la zonainterior, no dando muestras de conocerle hasta que hubo entrado detrs del que le llamaba

    y la puerta se hubo cerrado detrs de ambos.Entonces se volvi a su visitante, saludndole deferentemente.- El ms noble...-comenz a decir; pero Vas Kor le detuvo con un gesto.- Nada de cumplidos-dijo-. Debemos olvidar que yo no soy otra cosa que vuestro

    esclavo. Si todo ha sido tan cuidadosamente ejecutado como ha sido planeado, notenemos tiempo que perder. En vez de ello deberamos ponernos en camino del mercadode los esclavos. Ests dispuesto?

    El mercader movi la cabeza, y dirigindose a una gran arca sac el traje de un esclavo.Vas Kor lo revisti inmediatamente. Despus, ambos pasaron, desde la tienda, por una puerta trasera y atravesaron un serpeante paseo bordeado de rboles, saliendo a unaavenida en la que aqul desembocaba, y all tomaron un aparato areo que estaba

    esperndolos.Cinco minutos despus, el mercader conduca a su esclavo al mercado, donde unamultitud llenaba el gran espacio abierto, en el centro del cual se hallaba el grupo de losesclavos.

    La multitud era enorme en este da, porque Carthoris, prncipe de Helium, deba ser elprincipal postor.

    Uno a uno, los propietarios iban subiendo a la tribuna, situada junto al grupo de losesclavos, sobre la cual estaban sus bienes muebles. Breve y claramente, cada unopregonaba las virtudes de su oferta particular.

    Cuando todas hubieron terminado, el mayordomo del prncipe de Helium puj por elgrupo de esclavos que le haban impresionado ms favorablemente. Por l hizo unamagnfica oferta.

    Hubo poco regateo en el precio, y ninguno en absoluto cuando Vas Kor fue aadido adicho grupo. Su amo acept la primera oferta que por l se hizo, y as el noble dusarianoentr a formar parte de la casa de Carthoris.

    CAPTULO IIITRAICIN

    Al da siguiente de la llegada de Vas Kor al palacio del prncipe de Helium, reinabagran excitacin en las dos ciudades gemelas, alcanzando el ms alto grado en el palaciode Carthoris. Se haba recibido la noticia del rapto de Thuvia de Ptarth de la Corte de supadre, y con ella la velada sospecha de que el prncipe de Helium fuese responsable deconocer el hecho y la residencia de la princesa. En la Cmara del Consejo de John Carter,hroe de Marte, estaban Tardos Mors, jeddak de Helium; Mors Kajak, su hijo, jed de

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    Helium Menor; Carthoris, y una veintena de los nobles ms importantes del imperio.- No debe haber guerra entre Ptarth y Helium, hijo mo-dijo John Carter-. Sabemos de

    sobras que eres inocente del cargo que se te ha hecho por insinuacin, pero Thuvan Dhindebe de saberlo con la misma seguridad que nosotros.

    - Slo hay uno que pueda convencerle, y se eres t. Debes apresurarte a ir a la Corte

    de Ptarth, y con tu presencia all, lo mismo que con tus palabras, asegurarle que sussospechas son infundadas. Lleva contigo la autoridad del hroe de Barsoom y del jeddakde Helium para ofrecer todos los recursos de las naciones aliadas para ayudar a ThuvanDhin a recobrar a su hija y castigar a sus raptores, cualesquiera que sean. Ve! S que nonecesito indicarte que actes con la mxima premura.

    Carthoris sali de la Cmara del Consejo y se dirigi apresuradamente a su palacio.En l, los esclavos estaban muy ocupados preparando las cosas para la partida de su

    seor. Varios trabajaban en el veloz aparato areo que haba de llevar al prncipe deHelium rpidamente a Ptarth.

    Al fin qued hecho todo. Pero dos esclavos armados quedaron de guardia. El solponiente se hallaba muy bajo sobre el horizonte. En un momento la oscuridad envolvera

    todas las cosas. Uno de los guardias, un gigante cuya mejilla derecha estaba cruzada poruna estrecha cicatriz que comenzaba en una de las sienes y terminaba en la boca seaproxim a su compaero; Su mirada se extenda por encima y ms all de su camarada.Cuando hubo llegado al mismo lugar, dijo:

    - Qu extrao aparato es se?El otro se volvi vivamente para mirar hacia el cielo. Apenas hubo vuelto la espalda al

    gigante, cuando la espada corta de este ltimo se hundi por debajo de la clavculaizquierda del primero, derecha a su corazn.

    Sin proferir una palabra, el vigilante se desplom, cayendo muerto. Sin perder unmomento, el asesino arrastr el cadver dentro de las negras sombras que invadan elcobertizo. Luego, volvi a aproximarse a la nave area.

    Sacando de su bolsillo una llave hbilmente fabricada, quit la cubierta del cuadrantede la derecha de la brjula destinada a la direccin. Por un momento estudi laconstruccin del mecanismo oculto por la tapa. Luego, volvi a colocar el cuadrante ensu lugar, fij la aguja y volvi a quitarla para notar el cambio resultante en la posicin delas partes afectadas por la maniobra.

    Una sonrisa cruz por sus labios. Con un par de cortes separ de un golpe la proyeccinque se extenda a travs del cuadrante desde la aguja externa; ahora, esta ltima podamoverse en cualquier direccin sobre el cuadrante, sin afectar para nada al mecanismoinferior. En otras palabras, el hemisferio oriental del cuadrante era intil.

    Posteriormente, dirigi su atencin a la parte occidental del mecanismo. Seal sobreella con la aguja un punto determinado. Despus levant la cubierta del cuadrante y, conuna fina herramienta, cort el cable de acero que sujetaba a la aguja por la parte inferior.

    Con toda la celeridad posible volvi a colocar la segunda tapa del cuadrante, y volvi aocupar su puesto de guardia.

    Bajo todos los aspectos, la brjula era tan eficaz como antes; pero a todas luces, elmovimiento de las agujas sobre los cuadrantes resultaba ahora incongruente en relacin al

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    mecanismo inferior, y el aparato estaba dispuesto, invariablemente, con arreglo al destinoque haba elegido el esclavo.

    En ese momento lleg Carthoris, acompaado slo por un puado de sus caballeros.Slo dirigi una breve mirada al esclavo que se encontraba de guardia. Los finos ycrueles labios de ste ltimo y la cicatriz que se extenda desde la sien a la boca,

    despertaban en el joven la sensacin de un recuerdo desagradable. Carthoris se preguntcon asombro dnde habra encontrado Saran Tal a aquel hombre; luego cambi el cursode sus pensamientos, y un momento despus el prncipe de Helium rea y charlaba consus compaeros aunque, en el fondo, su corazn se encoga por el temor de lo que lepodra haberle sucedido a Thuvia de Ptarth; cosa que era incapaz de imaginarse.

    Primero, naturalmente, haba acudido a su mente el pensamiento de que Astok de Dusarhaba robado a la hermosa ptarthiana; pero casi simultneamente a la noticia del raptohaban llegado las noticias de las grandes fiestas de Dusar en honor del regreso del hijodel jeddak a la Corte de su padre.

    No puede haber sido l-pensaba Carthoris-, porque, en la misma noche del rapto deThuvia, Astok haba estado en Dusar, y, sin embargo...

    Entr en la aeronave, cambiando algunas observaciones casuales con sus compaerosmientras abra el mecanismo de la brjula y colocaba la aguja en direccin de la capitalde Ptarth.

    Despus de una palabra de despedida, toc el botn que accionaba los rayosimpulsores, y cuando la nave se elev ligeramente en el aire, la mquina entr enfuncionamiento, obedeciendo al toque de su dedo sobre un segundo botn; las hlicesgiraron cuando su mano impuls hacia atrs la palanca de la velocidad, y Carthoris,prncipe de Helium, parti envuelto en la esplndida noche marciana, bajo las rutilanteslunas y un milln de estrellas.

    Apenas la aeronave haba alcanzado su mxima velocidad, cuando su regio ocupante,envolvindose en sus ropas de seda y de pieles, se tenda cuan largo era sobre el estrechopuente para dormir.

    Pero el sueo no obedeci en seguida a sus deseos.Por el contrario, sus pensamientos se agitaban en su cerebro, desterrando el sueo.

    Recordaba las palabras de Thuvia de Ptarth, palabras con que casi le haba asegurado quelo amaba, porque cuando l le haba preguntado si amaba a Kulan Tith, ella habarespondido solamente que era su prometida.

    Ahora vea que la respuesta de la joven se prestaba a ms de una interpretacin. Poda,desde luego, significar que no amaba a Kulan Tith, y as, por induccin, poda quererdecir que amaba a otro.

    Pero qu seguridad haba de que el otro fuese Carthoris de Helium?Cuanto ms pensaba en esto, ms se aseguraba de que no solamente no haba seguridad

    en las palabras de ella de que le amase a l, sino que no la haba siquiera en ninguno delos dems actos de la joven. No; el hecho era que no lo amaba. Amaba a otro. Ella nohaba sido raptada; haba volado voluntariamente con su amante.

    Con tan desagradables pensamientos, que le llenaban de desesperacin y de rabia,Carthoris, al fin, cay en el sueo producido por el agotamiento mental.

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    El despuntar de la repentina aurora lo encontr an dormido. Su nave corra velozmentesobre una llanura estril de color ocre: el fondo, viejo como el mundo, de un marmarciano muerto haca largo tiempo.

    A lo lejos se elevaban unas colinas de escasa altura. Hacia ellas dirigi Carthoris suaparato. Cuando estuvo cerca de los mismos, pudo ver un gran promontorio desde su

    puente, que se extenda por lo que haba sido en otro tiempo un gran ocano, y volviendoa rodear una vez ms al olvidado puerto de una ciudad olvidada, la cual se extenda andesde sus muelles desiertos, imponente construccin de maravillosa arquitectura de unremoto pasado.

    Las numerossimas y lgubres ventanas, desiertas y abandonadas, miraban ciegas desdesus alfizares de mrmol toda la triste ciudad, asemejndose a desperdigados montonesde calaveras humanas blanqueadas por el sol, recordando los huecos de las ventanas arbitas sin ojos, presentando las puertas el aspecto de quijadas, que se abran y secerraban alternativamente.

    La nave se acerc an ms; pero ahora su velocidad iba disminuyendo poco a poco; sinembargo, no haba llegado an a Ptarth.

    Se detuvo sobre la plaza central, anclndose lentamente a la superficie de Marte. Aunas cincuenta metros de altura se detuvo, flotando graciosamente en el ligero aire, y enel mismo instante una alarma son al odo del durmiente.

    Carthoris se puso en pie. Mir hacia abajo para ver la populosa metrpoli de Ptarth. Asu lado debera ya haber habido una patrulla area.

    Mir a su alrededor con desconcertante asombro. All, en verdad, haba una granciudad, pero no era Ptarth. Ninguna multitud llenaba sus anchas avenidas. Ninguna sealde vida rompa la mortal monotona de sus azoteas desiertas. Nada de sedas esplndidas,de costosas pieles; nada prestaba vida y color al frio mrmol y a la brillante ersita.Ninguna nave de patrulla estaba preparada para dar el acostumbrado Quin vive?.

    Silenciosa y desierta estaba la gran ciudad; desierto y silencioso el aire que la rodeaba.Qu haba sucedido? Carthoris examinaba el cuadrante de su brjula. La aguja sealabaa Ptarth. Poda su invento haberle engaado as? No poda creerlo.

    Se apresur a abrir la cubierta, echndola hacia atrs sobre sus bisagras. Una solaojeada le mostr la verdad, o al menos parte de ella; la proyeccin de acero, quecomunicaba el movimiento de la aguja sobre el cuadrante al corazn del mecanismoinferior, haba sido cortada. Quin poda haberlo hecho? Y cmo? Carthoris no podaaventurar ni siquiera una dbil conjetura. Pero la cuestin consista ahora en saber en quparte del mundo se encontraba, y, despus, en proseguir su interrumpido viaje.

    Si haba sido el propsito de algn enemigo el de hacerme tardar ms tiempo, lo haconseguido plenamente, pens Carthoris cuando levantaba la cubierta del segundocuadrante, habiendo visto en el primero que la aguja no haba sido desviada porcompleto. Bajo el segundo cuadrante hall la clavija de acero separada, como en el otro; pero el mecanismo de la direccin haba sido primeramente dispuesto para conducir aotro lugar distinto del hemisferio occidental.

    Slo haba tenido tiempo para juzgar, con no muchas probabilidades de acierto, que seencontraba en algn lugar del sudoeste de Helium, y a una distancia considerable de las

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    ciudades gemelas, cuando oy el agudo grito de una mujer por debajo de su aparato.Inclinndose sobre el costado de la nave, vio lo que pareca ser una mujer roja, que era

    conducida a la fuerza, a travs de la plaza, por un corpulento guerrero verde, uno deaquellos fieros y crueles habitantes de los lechos de los mares muertos y de las ciudadesdesiertas del moribundo Marte.

    Carthoris no esper a ver ms. Echando mano a la palanca de la direccin, condujo suaparato, en un directo picado, a tierra.El hombre verde llevaba apresuradamente a su cautiva hacia un enorme thoat que

    ramoneaba en la vegetacin de color ocre de la en otro tiempo plaza de esplndido colorescarlata. En el mismo instante una docena de guerreros rojos saltaba desde el portal deun palacio de ersita prximo, persiguiendo al raptor con las espadas desnudas y dandogritos de rabia.

    Una vez la mujer volvi el rostro hacia arriba, hacia la nave descendente, y en su nicay rpida mirada Carthoris vio que era Thuvia de Ptarth.

    CAPTULO IVCAUTIVA DE UN HOMBRE VERDE

    Cuando la luz del da despunt sobre el pequeo aparato, a cuyo puente la princesa dePtarth haba sido arrebatada del jardn de su padre, Thuvia vio que la noche habaproducido un cambio en sus raptores.

    Ya no brillaba su indumentaria con las enseas de Dusar, sino que, en vez de stas, sevean all las insignias del prncipe de Helium.

    La muchacha sinti sus esperanzas renovadas, porque no poda creer que en el coraznde Carthoris pudiera haber intencin alguna de hacerle dao.

    Ella habl al guerrero que conduca el aparato areo.- Anoche llevabas las insignias de un dusariano dijo-. Ahora llevas las de Helium. Qu

    significa eso?El hombre la mir e hizo una mueca.- El prncipe de Helium no es un loco -contest.Precisamente entonces sali un oficial del pequeo camarote. ste reprendi al guerrero

    por conversar con la prisionera, y l mismo no quiso responder a ninguna de laspreguntas de la muchacha.

    Ningn dao sufri la joven durante el viaje, y as llegaron al fin de su destino, sin queThuvia supiese, nada ms que al principio, de sus raptores o de sus propsitos.

    La nave area descendi lentamente en la plaza de uno de aquellos monumentos mudosdel pasado muerto y olvidado de Marte; las desiertas ciudades que bordean los tristesfondos marinos de color de ocre, donde antiguamente haban rodado las furiosas olas ysobre cuyo pecho se haba agitado el comercio martimo de los pueblos que han muerto

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    para siempre.Thuvia de Ptarth no era ajena a aquellos lugares. Durante sus excursiones en busca del

    ro Iss, ella haba seguido el camino que, durante interminables eras, haba sido el de laltima larga peregrinacin de los marcianos hacia el valle de Dor, donde est el perdidoMar de Korus; ella haba encontrado varios de aquellos tristes restos de la grandeza y de

    la gloria del antiguo Barsoom.Y tambin durante su vuelo desde los templos de los Sagrados Therns con Tars Tarkas,jeddak de Thark, haba visto aquellos lugares con sus mgicos y fantasmales habitantes,los grandes monos blancos de Barsoom.

    Ella saba tambin que muchos de ellos eran frecuentados ahora por las tribus nmadasde hombres verdes; pero que, entre todos ellos, no haba ninguna ciudad que los hombresrojos no evitasen, porque, sin excepcin, se encontraban en medio de territorios extensosy sin agua, inapropiados para la civilizacin sedentaria de la raza dominante de Marte.

    Por qu, entonces, la llevaran a semejante lugar? Slo haba una respuesta. Elobjetivo de su empresa deba requerirle el buscar el aislamiento que ofreca una ciudadmuerta. La muchacha temblaba pensando en su suerte.

    Durante dos das sus raptores la retuvieron en un enorme palacio que, aunque endecadencia, reflejaba el esplendor del siglo que su juventud haba conocido.Precisamente antes del amanecer del tercer da haba sido despertada por las voces de

    dos de sus raptores.- l debe estar aqu al amanecer-deca uno de ellos-. Tenla preparada en la plaza; de

    otro modo, nunca desembarcar. En cuanto vea que est en un pas extrao, partir; meparece que el plan del prncipe flaquea en este punto.

    - No haba otro remedio-replic el otro-. Ser un xito reunir aqu a ambos, y auncuando no logrsemos atraerle a tierra, habramos hecho mucho.

    Precisamente entonces, el que estaba hablando sorprendi la mirada de Thuvia, quecaa sobre l, y que consista en un rayo de luz lanzado con rpido movimiento porThuvia durante su loca carrera a travs del cielo.

    Haciendo una rpida sea al otro, dej de hablar, y, avanzando hacia la joven, le hizoseas para que se levantase. Entonces la condujo, en la oscuridad de la noche, hacia elcentro de la gran plaza.

    - Qudate aqu-orden-hasta que vengamos a buscarte. Vigilaremos, y si intentasescapar, no lo pasaras muy bien; te har algo peor que matarte. Tales son las rdenes delprncipe.

    Entonces el hombre volvi la espalda y se dirigi hacia el palacio, dejndola sola enmedio de los invisibles terrores de la ciudad frecuentada por los espritus, porque escierto que aquellos lugares estaban frecuentados por los espritus, segn la creencia demuchos marcianos, que se aferraban todava a una antigua supersticin que deca que losespritus de los Sagrados Therns que moran antes que pasasen los mil aos que debanvivir transmigraban a los cuerpos de los grandes monos blancos.

    Para Thuvia, sin embargo, el riesgo de que la atacase una de aquellas bestias feroces,semejantes al hombre, era ms que suficiente. Ella ya no crea en la fantsticatransmigracin del alma, que los therns le haban enseado antes que hubiese sido

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    rescatada de sus garras por John Carter; pero conoca bien la horrible suerte que leaguardaba si, por casualidad, alguna de aquellas terribles bestias la sorprenda durante susnocturnas correras. Qu era aquello?

    Seguramente, no poda engaarse. Algo se haba movido sigilosamente en la sombrade uno de los grandes monolitos que bordean la avenida por el lugar en que desemboca

    en la plaza, al lado opuesto al lugar en que ella se encontraba! Thar Ban, jed de las hordasde Torquas, cabalgaba velozmente a travs de la vegetacin ocre del fondo del marMuerto, haca las ruinas del antigu Aaanthor.

    El oficial haba cabalgado mucho aquella noche, y muy de prisa, y acababa de llegar delsaqueo del incubador de una horda verde vecina con la cual las hordas de Torquasestaban guerreando continuamente.

    Su gigantesco thoat no estaba, ni mucho menos, fatigado. Sin embargo, sera bueno -pensaba Thar Ban-permitirle que pastase el musgo ocre que crece a mayor altura dentrode los patios cercados de las ciudades desiertas, en que el suelo es ms rico que losfondos marinos y las plantas estn resguardadas, en parte, del sol durante el expuesto dade Marte.

    En los delgados vstagos de esas plantas, que parecen estar secas, hay suficientehumedad para satisfacer la necesidad de los enormes cuerpos de los corpulentos thoats,que pueden resistir meses enteros sin beber agua, y durante das enteros hasta sin la ligerahumedad que el musgo ocre contiene.

    Cuando Thar Ban cabalgaba, sin hacer ruido, por la ancha avenida que conduce desdelos muelles de Aaanthor a la gran plaza central, l y su montura podran haber sidotomados por espectros de un mundo de ensueos: tan grotescos eran el hombre y la bestia, tan silenciosamente caminaban los acolchados pies sin pezuas del gran thoatsobre el enlosado, cubierto de feraz y crecido musgo, del antiguo pavimento. El hombreera un bello ejemplar de su raza. Meda no menos de dos metros y medio. La luz de laluna reverberaba en su sedosa piel verde, brillando sobre las joyas de su pesado arns ylos ornamentos que engalanaban sus cuatro musculosos brazos, mientras que loscolmillos, vueltos hacia arriba, que sobresalan de su quijada inferior, relucan blancos yterribles.

    A un costado de su thoat colgaban su largo rifle de radio y su enorme lanza, de quincemetros de longitud y de contera de metal, mientras que de su propio arns pendan susdos espadas, larga y corta, lo mismo que sus otras armas ms cortas.

    Sus prominentes ojos y sus orejas, semejantes a antenas, giraban constantemente de unlado a otro, porque Thar Ban estaba todava en tierra enemiga y tambin exista lacontinua amenaza de los grandes monos blancos, de los cuales John Carter acostumbrabadecir que eran las nicas criaturas que podan producir aunque slo fuese la ms remotasemejanza del miedo en los pechos de aquellos fieros habitantes de los fondos de losmares muertos.

    Cuando el jinete se acercaba a la plaza, refren, repentinamente, su cabalgadura. Susfinas y tubulares orejas se pusieron rgidas, inclinndose hacia adelante. Un sonidoinesperado haba llegado hasta ellas. Voces! Y donde haba voces, fuera de las deTorquas, haba tambin enemigos. Todo el ancho Barsoom no contena sino enemigos

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    para los fieros torquasianos. Thar Ban desmont. Mantenindose a la sombra de losgrandes monolitos que bordeaban la avenida de los muelles del dormido Aaanthor, seaproxim a la plaza. Inmediatamente detrs de l, como un perro que le siguiese,pisndole los talones, iba el thoat de color gris pizarra; su blanco vientre, sombreado porel can del rifle; sus pies, de vivo color amarillo, hundindose en el musgo, amarillo

    tambin, que creca bajo ellos.En el centro de la plaza, Thar Ban vio la figura de una mujer roja. Un guerrero rojoestaba conversando con ella.

    Ahora el hombre volvi sobre sus pasos, dirigindolos al palacio situado al ladoopuesto de la plaza. Thar Ban le sigui con la vista hasta que desapareci dentro delportal, abierto de par en par. Thar Ban tena en su poder un prisionero muy importante!Rara vez una hembra de sus seculares enemigos caa en manos de un hombre verde. TharBan se lami los finos labios.

    Thuvia de Ptarth contemplaba la sombra que se extenda por detrs del monolito, a laentrada de la avenida que tena enfrente. Esperaba que no fuese sino una visinprovocada por una imaginacin sobreexcitada.

    Pero no! Ahora la vea, clara y distintamente, moverse. Avanzaba por detrs delmonolito de ersita que, a manera de escudo y de pantalla, la protega y la ocultaba.La repentina luz del sol saliente cay sobre l. La joven tembl. El bulto cuya sombra

    haba visto era un descomunal guerrero verde.Rpidamente salt hacia ella. La muchacha grit e intent huir; pero apenas se haba

    vuelto hacia el palacio cuando una mano gigantesca cay sobre su brazo; fue zarandeaday medio arrastrada fue conducida hacia un enorme thoat que paca tranquilamente, al otrolado de la entrada de la avenida, el musgo ocre de la plaza.

    En aquel mismo instante la joven levant su rostro en direccin del sonido chirrianteque produca alguna cosa que pasaba por encima de ella, y all vio una aeronave quedescenda hacia ella, la cabeza y los hombros de un hombre que se inclinaba sobre elcostado del vehculo; pero las facciones de aquel hombre estaban muy veladas por lasombra, de manera que no pudo reconocerlas.

    Por detrs de ella se dejaron or los gritos de sus raptores rojos. Estos corranfrenticamente al encuentro de aquel que osaba robar lo que ellos haban robado antes.

    Cuando Thar Ban lleg al lado de su montura, cogi rpidamente de su funda el largorifle de radio, y, volvindose, hizo tres disparos sobre los hombres rojos que avanzaban.

    Tal es la habilidad que estos salvajes marcianos tienen en el tiro, que los tres guerrerosrojos cayeron en su camino, porque otros tantos proyectiles reventaron sus entraas. Losdems se detuvieron, y no osaron contestar al fuego por temor de herir a la joven.

    Entonces Tar Ban mont, en su thoat, llevando a Thuvia de Ptarth en sus brazos, ydando un grito de salvaje triunfo desapareci por la bajada del negro can de la avenidade los Muelles, entre los ceudos palacios del olvidado Aaanthor.

    La nave de Carthoris no haba an tocado tierra cuando salt desde el puente paracorrer tras el veloz thoat, cuyas ocho largas patas le conducan, avenida abajo, a lavelocidad de un tren expreso; pero los hombres de Dusar que haban quedado con vida notenan la intencin de consentir que se les escapase una presa tan valiosa.

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    Haban perdido a la joven. Difcil sera explicrselo a Astok; pero si conseguanllevarle, en cambio, al prncipe de Helium, podan esperar que les sirviese para calmar laclera de su seor.

    As; los tres que haban quedado con vida cayeron sobre Carthoris con sus largasespadas, gritndole que se rindiese; pero del mismo modo y con el mismo resultado

    hubieran podido gritar a Thuvia que cesase en su veloz carrera a travs del firmamentomarciano, porque Carthoris de Helium era un verdadero hijo del hroe de Marte, JohnCarter, y de su incomparable Dejah Thoris.

    La larga espada de Carthoris estaba ya en su mano cuando haba saltado desde el puentede su aparato; as, en el momento en que se dio cuenta de la amenaza de los tres guerrerosrojos, se volvi para hacerles frente, recibiendo su acometida como slo John Cartermismo lo hubiera hecho.

    Tan rpido era el movimiento de su espada, tan poderosos y giles sus msculossemiterrestres, que uno de sus contrarios cayo en tierra, tiendo de rojo el musgo ocrecon su sangre, cuando apenas haba dado un solo paso hacia Carthoris.

    Ahora los dos dusarianos restantes se arrojaron simultneamente sobre el heliumita.

    Tres largas espadas chocaron y centellearon a la luz de la luna, hasta que los grandesmonos blancos, despertados de su sueo, treparon a las ventanas de la ciudad muerta parapresenciar la sangrienta escena que bajo ellos se desarrollaba.

    Tres veces fue alcanzado Carthoris, y su roja sangre le corra por el rostro, cegndole ytiendo su ancho pecho. Con su mano libre enjugaba la sangre de sus ojos, y con lamisma sonrisa que su padre cuando combata en las batallas sobre los labios, saltabasobre sus enemigos con renovada furia.

    Un solo tajo de su pesada espada cort la cabeza de uno de ellos, y, entonces, el otro,volviendo la espalda para retirarse de aquel mortfero lugar, huy hacia el palacio quetena detrs.

    Carthoris no dio un solo paso para perseguirlo.Tena otro pensamiento distinto del de la imposicin de un bien merecido castigo a los

    extraos que se haban disfrazado con las insignias de su propia casa, porque l habavisto que aqullos estaban disfrazados con las insignias que distinguan a sus propiossoldados.

    Volviendo rpidamente a su aparato, se elev en seguida sobre la plaza en persecucinde Tar Ban.

    El guerrero rojo, a quien haba puesto en fuga, volvi a presentarse en la entrada del palacio, y comprendiendo la intencin de Carthoris, cogi un rifle de los que l y suscompaeros haban dejado apoyados en el muro cuando haban salido precipitadamentecon sus espadas desnudas para impedir el robo de su prisionera.

    Pocos hombres rojos son buenos tiradores, porque la espada es su arma predilecta; as,ahora, cuando el dusariano dispar sobre la nave que se elevaba y oprimi el botncolocado sobre el can del rifle, deba el xito parcial de su puntera ms bien al azarque a la destreza.

    El proyectil roz el costado de la nave, rompindose suficientemente la cubierta opacapara permitir que la luz del da hiriese el pequeo depsito de plvora contenido en la

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    parte delantera de dicho proyectil. Produj ose una fuerte explosin. Carthoris sinti quesu aparato daba tumbos, como un borracho, bajo sus pies, y, por ltimo, la mquina separ.

    La velocidad adquirida por la nave area sigui impulsndola sobre la ciudadllevndola hacia el fondo submarino al otro lado de la misma.

    El guerrero rojo, en la plaza, segua haciendo disparos, ninguno de los cuales alcanzabasu blanco. Luego, un alto alminar ocult a su vista el blanco mvil.A lo lejos, ante l, Carthoris poda ver al guerrero verde conduciendo a Thuvia de

    Ptarth sobre su poderoso thoat. La direccin de su huida era la del noroeste de Aaanthor,donde se extenda una regin montaosa poco conocida para los hombres rojos.

    El heliumita concentraba ahora su atencin en su aparato averiado. Un detenido examenrevel el hecho de que uno de los depsitos que contienen la esencia impulsiva haba sidoperforado; pero el mecanismo propiamente dicho estaba intacto.

    Un casco del proyectil haba estropeado una de las palancas de la direccin de talmodo, que la reparacin no era posible fuera del taller; pero, despus de muchosesfuerzos, Carthoris consigui dar a su aparato herido una velocidad lenta, que no poda

    aproximarse a la marcha rpida del thoat, cuyas ocho largas y fuertes patas le llevabansobre la vegetacin ocre del fondo del mar Muerto a una extraordinaria velocidad.El prncipe de Helium se desalentaba e impacientaba por la lentitud de su persecucin;

    sin embargo, se felicitaba de que la avera no fuese mayor, porque ahora poda, al menos,adelantar ms rpidamente que a pie.

    Pero hasta esta pequea satisfaccin le fall pronto, porque la nave empez a inclinarsehacia babor y la proa. El desperfecto haba sido, sin duda, ms grave de lo que alprincipio haba credo.

    La mayor parte de aquel largo da, Carthoris naveg trabajosamente y sin rumbo fijo atravs del aire tranquilo; la proa de la nave, hundindose cada vez ms, y la inclinacinhacia la proa hacindose cada vez ms alarmante, hasta que, al fin, siendo ya casi denoche, flotaba casi proa abajo. Haba colgado su arns de una pesada argolla del puentepara que su peso no le precipitase a tierra.

    Su movimiento de avance se limitaba ahora al lento impulso que le daba la suave brisaque soplaba del sudeste, y cuando sta ces al ponerse el sol, se vio obligado a dejardescender a su aparato hasta tocar con la alfombra musgosa que debajo del mismo seextenda.

    Delante de l y a gran distancia se elevaban las montaas hacia las cuales el hombreverde hua cuando le haba visto por ltima vez, y, con tenaz resolucin, el hijo de JohnCarter, dotado de la indomable voluntad de su poderoso padre, emprendi la persecucina pie.

    Durante toda aquella noche sigui avanzando hasta que, al despuntar de un nuevo da,lleg a las faldas de los cerros que guardan los alrededores de la fortaleza de las montaasde Torquas.

    Asperos muros de granito se elevaban ante l. Por ninguna parte poda ver una aberturaen la formidable barrera; sin embargo, por alguna parte el guerrero verde habaintroducido en aquel inhospitalario mundo de piedra a la mujer deseada por el corazn

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    del hombre rojo.A travs del blando musgo del fondo submarino no se vea ninguna huella que pudiera

    seguirse, porque las patas almohadilladas del thoat apenas opriman en su rpido paso laelstica vegetacin, que volva a levantarse tras sus suaves pasos, no dejando sealalguna.

    Pero aqu en los cerros, donde de cuando en cuando el camino estaba sembrado derocas disgregadas; donde la oscura tierra gredosa y las flores silvestres reemplazaban enparte a la triste monotona de los lugares desiertos de las tierras bajas, Carthoris esperabahallar alguna seal que lo condujese en la debida direccin.

    Sin embargo, por ms que buscaba, el nebuloso misterio del sendero pareca queprobablemente quedara para siempre insoluble.

    Una vez ms se acercaba el fin del da cuando la penetrante mirada del heliumitadistingui el color amarillo oscuro de una curtida piel que se mova entre los peascos, avarios cientos de metros a su izquierda.

    Agachndose rpidamente detrs de una gran roca, Carthoris observ aquel objeto quese presentaba a su vista. Era un enorme banth, uno de aquellos leones salvajes

    barsomianos que corretean por los desolados cerros del moribundo planeta. Su narizolfateaba la tierra. Era evidente que estaba rastreando por el olor la carne humana.A medida que Carthoris le observaba, una gran esperanza penetraba en su corazn. All

    acaso estuviese la solucin del misterio que haba estado intentando resolver. Aquelcarnvoro hambriento, ansioso siempre por encontrar carne humana, podra estarrastreando ahora el lugar en que se encontraban aquellos dos a quienes Carthoris buscaba.

    El joven sali, con precaucin, al sendero en que se encontraba el antropfago. Este semova a lo largo del pie de la pea perpendicular, olfateando la invisible huella yemitiendo de cuando en cuando el grave rugido propio del banth cuando est de caza.

    Carthoris haba seguido a la fiera slo durante pocos minutos, cuando desapareci tanrepentina y misteriosamente como si se hubiera disuelto en el tenue aire.

    Carthoris dio un salto. No deba ser engaado otra vez por la fiera como lo haba sidoantes por el hombre. Avanz a grandes saltos, y a un paso nunca aminorado, hacia ellugar en que por ltima vez haba visto al enorme bruto.

    Ante l se alzaba la desnuda pea, cuya superficie no presentaba ninguna abertura en laque el enorme banth pudiera haber ocultado su abultada osamenta. A su lado tena una pequea y lisa muralla, no ms ancha que el puente de una nave area para dieztripulantes, y que no se elevaba a mayor altura que la de dos veces su propia estatura.Acaso se ocultara la fiera detrs de aquella muralla? La bestia poda haber descubiertoel rastro del hombre y estar ahora en acecho de una presa ms fcil.

    Con precaucin, y con su larga espada desnuda, Carthoris rode la roca. All no habaninguna fiera, pero haba algo que le sorprendi infinitamente ms de lo que le hubiesepodido sorprender la presencia de veinte leones.

    Ante l se abra la boca de una lbrega caverna que penetraba profundamente en elsubsuelo. La bestia poda haber desaparecido en aquella cavidad. Era aqulla suguarida? Dentro de su tenebroso y vedado interior, no podan ocultarse, no una, sinomuchas de aquellas espantosas criaturas?

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    Carthoris no lo saba, ni a causa del pensamiento que le haba estimulado a avanzar enel sendero de la fiera, pensamiento que se sobrepona entonces a todos los dems, sehaba cuidado mucho de saberlo, porque le pareca seguro que dentro de aquella lbregacaverna el animal haba seguido el rastro del hombre verde y de su cautiva, y dentro deella l seguira tambin el mismo rastro, contento con dar su vida en servicio de la mujer

    a quien amaba.Ni un instante vacil, y sin embargo, no avanz temerariamente, sino que con la espadapreparada y cautelosos pasos, porque el camino estaba oscuro, se desliz furtivamente enel interior. A medida que avanzaba, la oscuridad se converta en impenetrable negrura.

    CAPTULO VLA RAZA MARAVILLOSA

    El extrao tnel (porque Carthoris estaba ahora convencido de que tal era la naturalezade lo que l al principio haba credo que no era sino una caverna) conduca al subsuelo, alo largo de un suelo ancho y suave.

    De cuando en cuando poda or, delante de l, los profundos rugidos del banth, y a suespalda se oa, a su vez, un ruido semejante. Otro banth haba entrado por el mismocamino!

    Su situacin no era nada agradable. Sus ojos no podan penetrar la oscuridad, que no lepermita ni siquiera ver su mano delante de la cara, en tanto que los leones, como l saba,podan ver perfectamente, aun cuando la ausencia de la luz fuese extrema.

    Aparte de los inquietantes rugidos de las dos fieras sanguinarias que caminaban delantey detrs, respectivamente, de l, ningn otro sonido llegaba a sus odos.

    El tnel haba seguido recto desde el lugar por donde Carthoris haba entrado, pordebajo del costado de la roca ms lejana del resto de los inexpugnables peascos, hacia laenorme barrera que por tanto tiempo le haba burlado.

    Ahora corra casi a nivel, y poco despus not Carthoris una subida gradual.La fiera que caminaba detrs de l iba comindole el terreno, empujndole

    peligrosamente hacia la otra fiera que caminaba delante. Algn tiempo ms, y tendra quehacer frente a una de ellas, o a las dos. El joven apretaba cada vez con mayor fuerza suespada.

    Ahora poda or la respiracin de la bestia que caminaba delante. No podra demorar elencuentro por mucho ms tiempo.

    Mucho haca que haba adquirido la seguridad de que el tnel llegaba hasta debajo delas rocas que se encontraban al lado opuesto de la barrera, y haba abrigado la esperanzade llegar a terreno descubierto antes de verse obligado a luchar desesperadamente concualquiera de los dos monstruos.

    El sol iba ya ponindose cuando haba entrado en el tnel, y el camino haba sidosuficientemente largo para asegurarle de que la oscuridad reinaba ahora sobre el mundo

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    exterior.Se volvi y lanz una mirada. Brillando como llamas en la oscuridad,

    aproximadamente a no ms de diez pasos detrs de l, relumbraban dos puntoschispeantes. Cuando los fieros ojos se encontraron con los suyos, la bestia lanz unespantoso rugido, y entonces Carthoris acometi.

    Para hacer frente a aquella salvaje montaa de arrolladora ferocidad, para permanecerinconmovible ante las repulsivas garras que saba se encontraban ya desnudas en su atrozsed de sangre aunque no poda verlas, se necesitaban nervios de acero; pero as eran losde Carthoris de Helium.

    Contaba con los ojosde la fiera para guiar su puntera, y tan certera como la mano de suvaliente padre, la suya dirigi la aguda punta de la espada a una de aquellas rbitasllameantes, saltando, inmediata y gilmente, a un lado.

    Lanzando un espantoso rugido de dolor y de rabia, el herido banth se adelant, casi arastras, hasta pasar al otro lado de su enemigo. Luego volvi a la carga, pero esta vezCarthoris no vio sino un solo punto resplandeciente de fiero odio dirigido sobre l.

    Otra vez la aguda punta de la espada alcanz su relampagueante blanco. Otra vez el

    horroroso aullido de la bestia herida reson en el rocoso tnel, helando la sangre con sugrito lleno de dolor, ensordeciendo con su terrible extensin.Pero ahora, al volverse para cargar de nuevo, el hombre no tuvo punto de mira para

    dirigir el golpe. Oy el ruido que las patas producan al araar el suelo rocoso. Supo quela fiera iba a lanzarse sobre l una vez ms, pero no poda ver nada.

    Sin embargo, si bien no poda ver a su antagonista, tampoco ste poda verlo a l.Saltando, como pens, al centro justo del tnel mantuvo la punta de su espada dispuesta ala misma altura del pecho de la bestia. Esto era cuanto poda hacer, esperando que lasuerte dirigiese el golpe al corazn salvaje cuando l se encontrase debajo delvoluminoso cuerpo del animal.

    Tan rpidamente haba pasado la fiera al otro lado de Carthoris, que ste pudo apenascreer a sus sentidos cuando el potente animal lo acometi frenticamente por detrs. Oporque Carthoris no se haba colocado en el centro mismo del tnel, o por alguna otracausa, el animal, cegado por la rabia, haba errado sus clculos.

    Sin embargo, el enorme cuerpo dej de alcanzarle slo por la distancia de un brazo, y lafiera sigui tnel abajo, como si persiguiese la presa que se le haba escapado.

    Carthoris sigui tambin la misma direccin, y no pas mucho tiempo antes de que sucorazn se sintiese aliviado, al ver la salida, a la luz de la luna, de aquel largo y tenebrosopasaje.

    Ante l se abra una profunda cavidad, enteramente rodeada de gigantescos peascos.La superficie del valle estaba salpicada de enormes rboles; extraa vista tan lejos de unacueducto marciano. La tierra misma estaba vestida de un brillante csped escarlata,salpicado de innumerables retazos de esplndidas flores silvestres. Bajo el esplndidobrillo de las dos lunas, la escena resultaba de un indescriptible agrado, matizada con lamagia de un extrao encantamiento.

    Slo por un instante, sin embargo, descans la mirada de Carthoris sobre las bellezasnaturales que ante l se extendan. Casi inmediatamente se trocaron por la forma de una

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    gran bestia que se encontraba sobre el cadver de un thoat recin muerto.La enorme bestia, con su parda melena agitndose alrededor de su repulsiva cabeza,

    tena sus ojos fijos sobre otro banth que corra, errticamente, de un lado para otro,lanzando agudos quejidos de dolor y horrorosos rugidos de odio y de rabia.

    Carthoris dedujo rpidamente que la segunda fiera era la que l haba cegado durante la

    lucha en el tnel; pero el thoat muerto ocupaba su atencin ms que ninguno de los doscarnvoros salvajes.El arns an estaba sobre el cuerpo de la corpulenta cabalgadura marciana, y Carthoris

    no poda dudar que se trataba del mismo animal sobre el que el guerrero verde habaraptado a Thuvia de Ptarth.

    Pero dnde estaba el jinete y su prisionera? El prncipe de Helium se estremeca alpensar en la probable suerte que habran tenido.

    La carne humana es el alimento ms apetecido por el fiero animal barsomiano, cuyogran cuerpo y enorme fuerza requieren masivas cantidades de carne para sumantenimiento.

    Dos cuerpos humanos hubieran servido no ms que para entretener el apetito de la fiera,

    y a Carthoris le pareca ms que probable que ella haba dado muerte y devorado alhombre verde y a la muchacha roja. Haba dejado el cadver del corpulento thoat paradevorarlo despus de haber comido la parte menor y ms apetitosa de su banquete.Ahora, el banth ciego, en su salvaje y desatinada carga y contracarga, haba pasado msall de la vctima de su compaero, y all la ligera brisa que soplaba le dio el olor denueva sangre.

    Sus movimientos dejaron de ser errticos. Con la cola levantada y la boca espumeante,carg en lnea recta, como una flecha, sobre el cuerpo del thoat y el poderoso animaldestructor, que estaba con sus garras delanteras clavadas en el costado de color grispizarra, aguardando el momento de defender su presa.

    Cuando el banth atacante estuvo a veinte pasos del thoat muerto, el matador respondial salvaje desafo, y, dando un gran salto, sali al encuentro de su contrario.

    El combate que sigui horroriz al mismo belicoso barsomiano. El furioso desgarrar, elespantoso y ensordecedor rugir, el implacable salvajismo de las fieras teidas de sangre le paralizaba y fascinaba, y cuando termin la lucha y ambas bestias, con sus cabezas ycostados hechos tiras, quedaron tendidas en el suelo con sus mandbula an haciendopresa, las de la una en el cuerpo de la otra, Carthoris, slo por un esfuerzo de voluntad, sesustrajo al terrible encanto del espectculo.

    Corriendo al lado del thoat muerto, busc algn indicio de la joven, que tema hubiesecompartido la suerte del thoat; pero por ninguna parte pudo descubrir nada queconfirmase sus temores.

    Con el corazn ligeramente aliviado emprendi la exploracin del valle; pero apenashaba dado una docena de pasos, cuando sus ojos descubrieron el brillo de una alhaja depoco valor que yaca sobre el csped.

    Al recogerla, la primera ojeada le demostr que era un pasador de cabello femenino, yen ella vio la insignia de la casa real de Ptarth.

    Pero, siniestro descubrimiento, la sangre, an lquida, haba salpicado las magnficas

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    joyas del adorno.Carthoris casi se qued sin respiracin, porque las tremendas posibilidades que el caso

    le sugera inundaban su imaginacin. Sin embargo, no poda, no quera creerlo.Era imposible que aquella esplndida criatura hubiese encontrado un fin tan espantoso.

    Era increble que la esplndida Thuvia hubiera podido dejar de existir.

    Sobre su arns, ya incrustado con joyas hasta la correa que cruzaba su ancho pecho,bajo el cual lata su leal corazn. Carthoris, prncipe de Helium, sujet el brillante objetoque Thuvia de Ptarth haba llevado, y, as prendindolo, se convirti en el paladn de laheliumita.

    Luego prosigui su camino hasta el corazn del valle desconocido.La mayor parte de los rboles gigantescos slo le permita ver muy limitada distancia.

    De cuando en cuando vislumbraba los altos cerros que rodeaban al valle por todos lados,y aunque se dejaban ver claramente bajo la luz de las dos lunas, Carthoris saba queestaban muy lejos y que la extensin del valle era inmensa.

    Durante la mitad de la noche continu su busca, hasta que, en un momento dado, eldistante sonido de la voz de los thoat le oblig a hacer un alto repentino.

    Guiado por el ruido de aquellas bestias, habitualmente encolerizadas, se desliz,avanzando sigilosamente entre los rboles, hasta que al fin lleg a una llanura sin rboles,en cuyo centro se levantaban las bruidas cpulas y las torres de brillantes colores de unagran ciudad.

    Pegado a las murallas de la ciudad, el hombre rojo vio un extenso campamento deguerreros verdes de los muertos fondos submarinos, y, dejando que su mirada recorriesecuidadosamente la ciudad, comprendi que no se trataba de una metrpoli desierta de unpasado muerto.

    Pero cul poda ser aquella ciudad? Sus estudios le haban enseado que en esta pocoexplorada parte de Barsoom la tribu feroz de hombres verdes torquasianos gobernaba deun modo supremo y que ningn hombre rojo haba logrado todava penetrar hasta elcorazn de su dominio y volver al mundo civilizado.

    Los hombres de Torquas tenan grandes y perfeccionados caones, con los que sudiestra puntera les haba permitido rechazar los poco decididos esfuerzos que algunasnaciones vecinas de hombres rojos haban hecho para explorar su pas por medio de flotasde naves areas de guerra.

    Carthoris estaba seguro de hallarse dentro de los lmites de Torquas; pero nunca habasoado que all existiese una ciudad tan maravillosa, ni las crnicas de los tiempospasados haban indicado siquiera semejante posibilidad, porque los torquasianos vivan,como era sabido, y del mismo modo que los dems hombres verdes de Marte, en lasciudades desiertas que se hallan espordicamente distribuidas sobre el moribundo planeta, y ninguna horda verde haba edificado nunca ni siquiera un solo edificio, conexcepcin de los incubadores de paredes bajas, en que sus cras nacen por efecto del calorsolar.

    El campo cercado de los guerreros verdes distaba doscientos metros de los muros de laciudad. Entre ambos no haba parapetos de ninguna clase ni alguna otra proteccin contrael fuego de rifle o de artillera; sin embargo, Carthoris poda ver claramente ahora, a la

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    luz del sol saliente, muchas figuras humanas que se movan a lo largo de la parte superiorde la elevada muralla y sobre las azoteas del otro lado de la misma.

    Tena la seguridad de que eran seres semejantes a l mismo, aunque estaban demasiadolejos para que pudiese adquirir la seguridad de que fuesen hombres rojos. Casiinmediatamente despus de salir el sol, los guerreros verdes comenzaron a hacer fuego

    sobre las pequeas figuras que coronaban la muralla. Con sorpresa para Carthoris, elfuego no fue contestado; en cambio, los ltimos habitantes de la ciudad haban buscadorefugio contra la prodigiosa puntera de los hombres verdes y ninguna otra seal de vidaera visible al otro lado de la muralla.

    Entonces Carthoris, mantenindose al abrigo de los rboles que rodeaban la llanura,empez a dar la vuelta a la parte posterior de la lnea de los sitiadores, esperando, contratoda esperanza, encontrar en alguna parte algn indicio de la presencia de Thuvia dePtarth, porque ni siquiera ahora poda creer que hubiese muerto.

    Era milagroso que no le descubriesen, porque guerreros montados recorranconstantemente en todas direcciones el terreno que se extenda entre el campamento y laselv