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    Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 33-34: 261-295, 2007-2008

    ISSN: 0377-7316

    EL 48 COMO DESBORDE TRGICO

    Manuel A. Sols

    Sin darme cuenta- creo yo- todos bamos cayendo en unatrampa y odindonos unos a otros por motivos

    polticosUna nia del 48

    Resumen

    El choque armado que tuvo lugar en Costa Rica en el ao 1948 hasido caracterizado como una guerra civil ocurrida en el contexto de unalucha poltica. Ello es atinado pero insuficiente. Este texto pretendeaproximarse a ese perodo de la historia costarricense desde otra perspectiva,complementaria de la anterior. A la luz de la documentacin testimonial parecepertinente repensar el 48 utilizando el concepto de tragedia empleado porantroplogo Rene Girard, y con el concepto de catstrofe social, utilizado porpsiclogos y socilogos del Cono Sur. Comn a la tragedia y a la catstrofesocial es una situacin colectiva de desborde, con implicaciones diversas sobrelos individuos. En nuestro caso interesan aquellas que tienen efectos sobre lasalud mental de la poblacin, un tema hasta el momento nunca considerado enla literatura histrica y sociolgica sobre los aos cuarenta.

    Palabras claves: Lucha poltica, tragedia, psicologa social, violencia,subjetividad y poder.

    Abstract

    The armed struggle that took place in Costa Rica during 1948 has been regardedas a civil war that happened within the context of political battle.

    Although this is accurate, it is insufficient. This text pretends to get closerfrom another complementary perspective to this period of Costa Ricanhistory. As seen through the light of testimonial documentation, it seemsadequate to rethink the year 1948 using the anthropologist Rene Girardsconcept of tragedy, and the concept of social catastrophe that is used bypsychologists and sociologists from the South Cone. It is common to find acollective run over situation with diverse implications over individuals in bothtragedy and social catastrophe. In our case, we are interested in thoseimplications with mental health effects over the population, a subject that hasnot been considered in historical or sociological literature about the nineteenforties.

    Keywords: Political conflict, tragedy, social psychology, violence, subjectivity

    and power

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    Se ha dicho repetidamente que los aos cuarenta fueron el taller en el cual setrenzaron las fibras del tejido social costarricense de la segunda mitad del sigloXX. Esta metfora abre dos posibilidades. Si nos damos por satisfechos con ella, da

    pie a una clausura. Se pueden agregar algunos comentarios pero lo fundamental yaestara dicho. De lo contrario, puede ser una invitacin para repensar lo quesabemos.

    De seguir el segundo camino, encontramos con que an nos falta porconocer con ms detalle la naturaleza de los hilos que sostenan la trama social queentonces se rasg, y que persisten importantes interrogantes sobre los tejedores delnuevo lienzo social. Hay algo paradjico. Enemistados entre s, ellos alteraron latrama precedente tratando de remendar sus zonas desgastadas o agujereadas.Nadie se propuso susti- tuirla por otra totalmente distinta. Pero al intentar repararlala destejieron. Los tejedo- res recurrieron a la fuerza para vencer los obstculos al

    diseo de la sociedad mejor que tenan en mente. Como consecuencia, el nuevotejido social qued manchado por los colores de la sangre y el sufrimiento.La imagen positiva de los tejedores da cuenta de la clave con que los

    principales actores de entonces explicarn ms tarde sus actos. Todos querrnluego presentarse como creadores. Dentro de ciertos lmites aqu hay algo de verdad.Sin embargo, lo que en un registro se pueden presentar como proyectoscomplementarios que enhebraron las instituciones y reglas de juego del siguientemedio siglo, en otro paralelo queda como dolor sentido en carne propia opresenciado en cuerpos ajenos. Estos dolores han dejado huellas que llegan hastanosotros, como lo ilustra una importante cantidad de escritos testimoniales.

    A principios del nuevo milenio el fondo acumulado de relatos escritos erade unas cincuenta publicaciones, y continuaba creciendo. Este es un datointeresante. Algo motiva para seguir escribiendo sobre aquellos aos, y algo hacetambin que esos esfuerzos encuentren todava algn pblico. En los testimoniosencontramos la referencia a unas fibras nerviosas vivas que todava ligan gente aese pasado. Podra pensarse que buena parte del inters que persiste en torno al 48viene de esas fibras que no se han adormecido. Pero seguramente tambin de todoaquello que no termina de tener un lugar satisfactorio dentro de las cuadrculascognitivas y emocionales con que procesamos nuestra historia, y nuestras historias.Confrontada con los relatos de quienes no fueron protagonistas de primera lnea, la

    metfora de los tejedores fatal- mente descoordinados resulta desbordada desdedistintos lados. Frecuentemente, en vez del acto lcido, valeroso o cargado debuenas intenciones, surgen fuertes imgenes de confusin, violencia y crueldad.Algunos de estos relatos recogen incluso viven- cias que evadieron durante muchotiempo la escritura, o que nunca antes se haban podido articular verbalmente.Varios son el producto de un esfuerzo por saltar sobre una barrera de pudor y detemor. Desde ellos se perfila un cuadro ms complejo y las palabras que podranayudar a comprenderlo se nos siguen quedando cortas.

    1. Buscando palabras

    En la segunda mitad de los aos cuarenta aconteci un trnsito gradual peroin- contenible desde las antipatas y enemistades polticas hacia el paroxismo de losodios

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    polticos y los odios polticamente alimentados, dos cosas que no son exactamenteiguales. Cundo precisamente comenz este deslizamiento es discutible.Retrospecti- vamente se puede decir que los muertos en la campaa electoral de

    1944 anunciaron lo que vena. Con ms claridad, a mediados de 1946 empez atomar forma una espi- ral ascendente de violencia poltica. La lucha electoral de1947-48 y la insurreccin de marzo-abril fueron su resultado y su continuacin; ellas,a su vez, condujeron a nuevos hechos de sangre los cuales se prolongaron hasta yaavanzada la dcada siguiente.

    Aunque dur ms o menos diez aos, nuestro perodo violento no fue tanprolongado ni tan intenso como los que conocemos en pases vecinos. Respecto alas decenas de miles de muertes ocurridas en El Salvador en 1932, o a losucedido en Guatemala despus de 1954, lo acaecido en Costa Rica fue mucho msmodesto y con otras caractersticas. An as, esas 2000 o 4000 muertes - los

    nmeros siguen siendo totalmente imprecisos - marcaron un hito histrico. Niantes ni despus la violencia poltica cobr tantas vidas.Quienes se han ocupado de los aos cuarenta, un grupo entre los que me

    in- cluyo, han recurrido a un grupo de palabras bastante preciso para presentar loocu- rrido. Se habla normalmente de guerra civil, revolucin, conflictopoltico, lucha social, lucha de clases. Esta terminologa tiene una larga carrera.La perspectiva de una sociedad dividida en clases sociales que luchan por defendersus intereses desde su posicin en la estructura social ha sido la columna vertebralde los escritos hist- ricos y sociolgicos desde el escrito pionero de Manuel RojasBolaos, Lucha social y guerra civil en Costa Rica: 1940-1948, publicado en 1979. Como

    se dice en la introduccin del libro de Rojas, en los aos cuarenta aconteci una granruptura, la cual no se puede entender pensando tan solo en la accin de individuosy grandes personalidades, al margen de los grupos sociales.1 El llamado ordenoligrquico-cafetalero se abri bajo la presin de nuevos grupos sociales, en partecomo producto de sus reivindicaciones y en parte como reaccin a ellas. Primero,como consecuencia de las demandas de los grupos artesanales y de los sectoresasalariados movilizados por el Partido Comunis- ta, y en un segundo momento enconsonancia con el peso poltico de las clases medias y de nuevos grupos vinculadosal sector productivo. El resultado fue una gran trans- formacin institucional,resumida jurdicamente en la Constitucin Poltica de 1949. La fase de la violencia y

    la guerra se sita entre los dos momentos de reformas, sin acabar all. Dentro de laperspectiva estructural, la violencia sera la expresin del choque de interesesgrupales y sectoriales que entonces tuvo lugar.

    Muchos de los trabajos aparecidos posteriormente, particularmente losescritos desde la academia, se han situado dentro de la perspectiva estructural-clasista pre- sente en el libro de Manuel Rojas, profundizando en puntosparticulares. Los acentos y matices especficos en los intentos de repensar esteperodo dependieron mucho de cmo las personas se colocaron en los debatespolticos de los aos setenta y ochenta, en el auge y el declive de la llamada eraliberacionista.

    Aunque de manera no siempre explcita, la lectura estructural-clasista pros-per en medio de una polmica poltico-acadmica. En un sentido signific unatoma favorable a la izquierda poltica y a quienes entonces defendan la urgencia decam- bios estructurales. En otro, tambin era una respuesta a los textos de cortetestimonial publicados por personas que haban participado en las luchas deaquellos aos, casi

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    siempre favorables a alguno de los bandos polticos que se enfrentaron enaquellos aos. La veta de los relatos se inici en 1948 y fue muy prolifera durantela segunda mitad del siglo pasado; produjo algunos trabajos de gran valor en razn

    de la riqueza y el detalle de la informacin que aportaban. Comprensiblemente, enesta tradicin el acento est puesto en las personas, sobre todo en los grandesprotagonistas y en sus in- tenciones, generalmente buenas y nobles cuando se tratadel personaje o de la corriente con que simpatiz la persona que escribe. El libro deManuel Rojas estaba orientado contra esta tradicin, y caus reacciones casiinmediatas. Una de ellas, fue el conocido trabajo del abogado Eugenio RodrguezDe Caldern a Figueres, cuyas palabras finales parecen estar dirigidas directamentecontra la introduccin del libro de Manuel Rojas, y contra la postura poltico-acadmica que l expresaba. La conclusin de Eugenio Ro- drguez es que el modeloanaltico estructural-clasista se quedaba corto y no poda dar cuenta de lo singular y

    particular de nuestra historia. Rodrguez estaba persuadido de que los dirigentes delos dos bloques que se enfrentaron actuaron debuena fe, an cuando trataron deimponer sus tesis a la fuerza y en contra de la mayora, y olvida- rontambin queel fin nunca justifica los medios.2 En los reglones finales, Rodrguez insiste en la

    buena fe de los hombres de la Junta de Gobierno de 1948-49, los cuales, a sucriterio se elevaron por encima de las circunstancias sociales y econmicas, y enconsecuencia, de las adscripciones estrechas en funcin de clases y grupos sociales.

    Desde luego, quienes reivindicaron labuena fede los suyos no estaban soloen las filas liberacionistas. Un ejemplo temprano es el escrito del historiadosOscar Aguilar Bulgarelli Costa Rica y sus hechos polticos de 19483, el cual, aunque

    preten- di ser una lecturaobjetivaydesapasionadade lo sucedido, fue acrementecriticado por favorecer al calderonismo, antes incluso de que se publicara.3Diezaos despus del libro de Aguilar, cuando Rodrguez escribi su libro, lasanimadversiones estaban ms limadas, y se tenda a reconocer que hubo buenasintenciones de ambos lados. Los la- dos ms espinosos y dolorosos de lo ocurrido seexplican en De Caldern a Figueres apelando a la complejidad de lo sucedido, yproponiendo que los hombres de buena fe estuvieron tambin rodeados de genteque no estuvo a su altura, personas que actua- ron de mala fe.

    Si algo mostr el debate acontecido en cincuenta aniversario del 48 fue unano- table prdida de inters en el mundo acadmico por esos aos, as como un

    repliegue casi total de las lecturas estructurales y clasistas. Por el contrario, la vetatestimonial sigui siendo muy productiva. Poltica y socialmente esto correspondea un triunfo de la lectura de la buena fe de los implicados. Al comenzar elnuevo milenio los principales protagonistas de aquella poca eran reconocidoscomo grandes hombres, como caudillos lcidos que merecan ser honrados porhaber actuado buscando la me- jor para su pueblo. La base social de estainterpretacin eran los profundos cambios que se empezaron a dar desde el gironeoliberal de los aos ochenta, y las alianzas polticas entre los bloques polticoscuyo origen estaba en el 48. Y tambin, la casi total desaparicin de una izquierdapoltica. Es entonces cuando toma forma la imagen de los tejedores creativos, cuyos

    actos positivos tuvieron aos atrs, lamentablemente, consecuenciasdesafortunadas.Los procesos sociales complejos, y en particular las fases de ruptura y

    cambio, difcilmente se pueden entender sin conceptos que recuperen la dimensinhistrico

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    estructural y sin atender los actos de las personas en posiciones centrales depoder. Por lo tanto, no se trata de desestimar estas lecturas. Solo que en nuestro casoellas se desarrollaron dejando importantes puntos ciegos. El problema a que nos

    enfrentamos empieza a tomar forma cuando se intenta una lectura de estos aosdesde los relatos de la gente llana, de la gente que no fue protagonista poltica deprimer orden. Pala- bras como lucha social o lucha poltica ayudan a entenderparte de lo que estas per- sonas intentan comunicar, pero no agotan lo quetransmiten cuando hablan de estos aos desde lo vivido en la familia, elvecindario, o el pueblo. All aparece un plus innominado, el cual esparticularmente perceptible en los relatos de las mujeres, las nias y los nios, sinrestringirse solo a ellos. Este excedente es muy importante para comprender mejorlo que ocurri en los aos cuarenta. Sin embargo, ac tropezamos con una llamativafalta de palabras apropiadas que sugiere algo de fondo, ms serio incluso que un

    problema acadmico de conceptualizacin. Aparentemente, carecemos todava derecursos adecuados para representarnos las consecuencias ms dolorosas de unevento colectivo central en nuestra historia. De cara a este otro tipo de materialeschocamos con un vaco-ausencia, parecido al que se encuentra en lostraumatismos psicolgicos.

    Una pista para empezar a explorar los aos cuarenta desde otros referentes laencontramos en los mismos testimonios. En varios de ellos se usa la palabratragedia,o se le alude. Hay escritos inmediatamente posteriores a los sucesos que hablan ensus ttulos dela tragediarecin acontecida.5

    A la distancia de medio siglo, un adulto mira hacia atrs y escribe: ... las

    fami- lias empezaban a prepararse ante los vientos de guerra que ya se daban como cercanos yfuertes. La tragedia de la familia costarricense comenzaba a brotar; por todos los mediospareca que queran la guerra, como si esta fuera la medicina para los males que padeca elpas....6Trage- dia significa aqu un conjunto de hechos que unas veces mueven alhorror y otras a la compasin. Con variantes, esta idea se repite en muchos de lostextos con que conta- mos. No obstante, para dar cuenta de la tesitura de losdistintos conflictos presentes en las narraciones sera necesario pensar en unsignificado ms preciso de la tragedia. Uno que ayude a entender algo de ladinmica existente en torno a los grandes temas de discordia, pero que tambinpermita comprender otras tensiones menores o apa- rentemente secundarias.

    Muchas veces fueron stas las que dejaron las cicatrices ms profundas y duraderas,las que darn luego motivos para escribir.Un prstamo tomado de una perspectiva antropolgico-literaria puede

    servir para llevar nuestra atencin en otra direccin. Varias dcadas atrs, RenGirard pro- puso un concepto de tragedia que puede ayudar a describir y entendernuestro deste- jido. La idea aparece por primera vez en uno de sus libros msconocidos,La Violencia y lo Sagrado,7pero es repetida por l hasta sus trabajos msrecientes.

    En su escrito de 1972, Girard explor las dinmicas violentas con ayudadel concepto de tragedia. Para tal propsito defini la tragedia como una situacin

    en la cual dos o ms fuerzas se equilibran y se desequilibran mediante actos deviolencia sucesivos y acumulativos. La tragedia apuntara a unacolaboracin negativa,que puede empezar como una respuesta inadecuada o desmedida a accin anterior,interpretada como hostil. Ese puede ser el inicio de una cadena de reaccionesnegativas en el curso del cual termina perdindose toda idea de bien y de justicia.En trminos simples, la

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    tragedia dice de un escenario en el cual un acto lesivo, real o imaginado, esrespondido por otro acto de la misma naturaleza, el cual tiene a su vez una respuestaen la misma sintona. Como lo ilustran muchos mitos, la tragedia no est

    necesariamente relacio- nada con la intencionalidad. Puede desarrollarse entrequienes se consideran justos y no violentos, o en los trminos anteriores, entrequienes creen actuar de buena fe. Incluso es posible participar en ella con unarelativa buena conciencia, por ejemplo, pensando que el acto propio no es elviolento, sino tan solo una respuesta legtima de naturaleza defensiva.

    Una comunidad de dos, de varios, o de muchos, se tensara trgicamentecuando la violencia se convierte en su centro de gravedad por un perodo detiempo, creando y potenciando desequilibrios de distinta naturaleza o calidad. Laimplicacin ms importante es que las personas entrelazadas por lareciprocidadviolentatienden a asemejarse. Los hechos alisan las diferencias entre los rivales

    encadenados. Estos se aproximan al emplear procedimientos similares, en unautomatismo irreflexivo. Gra- cias a ese automatismo el intercambio violento sepropaga. Se devuelve lo que se reci- bi y no necesariamente a la persona que causla primera ofensa. Otra puede resultar afectada y en esa medida incorporada elciclo trgico. Una vez que este mecanismo est en marcha, las instituciones quepodran interrumpir el proceso pierden vitalidad y operatividad en perjuicio de smismas. Tal desgaste suele ser tanto un producto de la espiral violenta como unacondicin para la extensin de la misma. Los frenos insti- tucionales y culturalesquedan inutilizados.

    La violencia reactiva suelta lo que estuvo unido de una determinada

    manera. El amarre principal pasa a ser la violencia misma. Esto es lo que Girardllamarivalidad mimticaomimesis violenta. Por la mimesis violenta se respondesiempre con la misma moneda, solo que en cantidades mayores. El otro es el modeloa imitar y superar. Los personajes trgicos serandobles o gemelosunos de los otros;el material primario que los iguala y los une estara constituido por odios, envidias,orgullos, heridas y resenti- mientos.8 En su punto ms alto la lucha amenaza contransformarse en un choque de todos contra todos. La situacin trgica se asemejaentonces a un fuego devastador o a una gran epidemia. Nadie puede escapar a ella.La supervivencia del colectivo queda mortalmente amenazada. Llegado esemomento reaparece Hobbes y la vuelta al estado de guerra de todos contra todos.

    Girard le dio forma a su concepto de tragedia trabajando con mitos yleyendas de las ms diversas procedencias. Cree tambin encontrar apoyo para sustesis en las obras de los clsicos de la disciplina antropolgica: Lvy-Bruhl, Boas,Frazer, Mali- nowsky, y desde luego, Lvi-Strauss. Pese a su deuda con la tradicinestructuralista y post- estructuralista, le reprocha haber hecho un nfasis unilateralen la diferencia y en el lenguaje, a costa del mimetismo real, propio de lacondicin humana. Lo ltimo sera para Girard un dato antropolgicoimprescindible.

    Las pretensiones de Girard son ambiciosas y debatibles. Lo importante esque su concepto de tragedia ayuda a enfocar una dimensin del 48 que est

    presente en casi todos los trabajos conocidos, pero pocas veces en el plano que lecorresponde.Sobre este perodo hay algunas preguntas que han quedado sin una

    respuesta adecuada. Por qu hubo tanto odio si existan tantas afinidades entrelos enemis- tados? Cmo se explica ese desencadenamiento de las agresionesrecprocas? Por

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    qu la violencia no se pudo detener a tiempo? Cuando de pasada o en abstractose mencionael desenfreno de los odiosun dato muy importante se puede escabullirante nuestros propios ojos. Hemos carecido de un concepto que nos ayude a

    entender la intensidad de los odios y el mecanismo de su propagacin. Esto es muyimportante por varias razones. Si ponemos la atencin en la dinmica violenta engeneral tene- mos que preguntarnos por sus costos. Una parte se cobr en vidashumanas. Otra, menos atendida, en forma de angustias y tribulaciones, es decir,en salud mental. De estos dos tipos de costos sabemos en realidad poco o casinada. Nunca han sido sistemticamente estudiados.

    El concepto de tragedia de Girard lleva la atencin hacia lasacciones yreaccionescargadas de hostilidad que marcaron la dinmica poltica y la orientaronhacia la vio- lencia. Simultneamente, coloca en nuestro horizonte los mltiplesenlaces malvolos que fueron potenciados o propiciados por el proceso poltico. En

    esa medida, ayuda a poner un puente entre la gran poltica y lo que fue sucediendoen la vida de la gente llana, desigualmente afectada por aquella.

    2. Puntuaciones en una cartografaconocida

    La violencia de los aos cuarenta tuvo cuatro momentos de lucha abierta,*yun sinfn de episodios menores. Ella ha sido justificada desde distintos puntos devista, pero nunca se ha podido explicar satisfactoriamente en funcin de las

    diferencias pol- ticas existentes. El dato llamativo es que los caudillos antagnicoseran complementa- rios ms que diferentes en relacin con sus programas polticos.La violencia tampoco se puede entender cuando se le presenta como una reaccinindignada y legtima en contra de irregularidades electorales de 1944 y 1948. Entreotras cosas porque los dos bandos tenan un anclaje muy profundo en la cultura delfraude electoral, el cual era parte de la cultura poltica nacional.9

    La violencia se gest en el mbito en que Costa Rica se consideraba unaex- cepcin en el Caribe y ms all, en el campo de sus instituciones polticas. Seforj en medio de las contradicciones de esa institucionalidad. El 48 fue unafatalidad tallada en un proceso de varios aos, con palabras y conductas

    pertenecientes a las luchas polticas, esculpida por las prcticas electorales existentesy, sin duda, un resultado de los seguimientos caudillistas, nunca puestos seriamenteen duda. El proceso que llev al 48 se nutri con los materiales particulares de queestaban hechos las instituciones polticas costarricenses. Su principal motor fueronlas rivalidades exacerbadas en una lucha de poder. Las elites polticas, quienesluchaban por ser reconocidos por ellas, y quienes pasaron a tener papelesdestacados en razn de sus divisiones, destejieron al luchar entre s. El resultadofinal, la lucha armada, no fue algo conscientemente buscado, con una importanteexcepcin, pero de una u otra manera todos los actores polticos contribuyeron almismo, en la medida en que quedaron enlazados por algo parecido a lo que Girardllama el mecanismo del mimetismo negativo.

    Existieron desde luego circunstancias coadyuvantes de primer orden. Ladi- mensin estructural interna y la dimensin internacional, como ya lo vimos, hansido frecuentemente subrayadas. Desde ambos lados surgieron motivos paraidentificar

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    enemigos en el escenario interno, y razones para actuar contra ellos de maneraarbitra- ria y desproporcionada. La posicin del enemigo (interno-externo) querepresentaba lo nefasto fue ocupada por distintos grupos y personas a lo largo de

    estos aos. Desde1946 hubo un repunte del anticomunismo visceral, en consonancia con el clima dela naciente Guerra Fra. Esta atmsfera removi las fracturas presentes entre losaliados en el gobierno y dot a la oposicin poltica de un motivo central de acciny de una gran arma de agitacin. Se regres a una situacin parecida a la existentea fines de los aos treinta, cuando los comunistas eran reprimidos y se ideabanestrategias para frenarlos. Una de ellas fue la misma reforma social.10

    Por otro lado, las relaciones internas de poder no permitieron digerir todaslas presiones sociales acentuadas desde la crisis de 1929. Con relacin a ellas, losnada despreciables cambios institucionales de los aos treinta y principios de los

    cuarenta carecieron de coherencia social, poltica y econmica. Siempre dejarongrupos e intere- ses insatisfechos y amenazados, excluidos y resentidos. La razn, enltima instancia, era poltica. Segua inclume un concepto jerarquizado, vertical ypatriarcal, de la so- ciedad y la democracia, nunca puesto en entredicho en todos susalcances. De all las contradicciones.

    Los malestares presentes irrumpieron contradictoriamente en el curso delos aos cuarenta, unos canalizados por los comunistas, y otros por los idelogosde las capas medias ascendentes. La reforma social fue tanto una medidacontrainsurgente como una estrategia de ascenso social y poltico para un gruporestringido. Consigui neutralizar las reivindicaciones sociales de los comunistas,

    pero no se proyect sus- tantivamente sobre el sistema electoral, lo cual eracondicin para un acuerdo poltico ms incluyente. Las leyes electorales de 1945carecieron de un soporte poltico fuerte y convincente. Una lgica parecida sigui lareforma econmica de 1948, aunque ahora con importantes cambios en el sistemaelectoral.

    El sufragio, la corrupcin y la lucha contra el comunismo fueron las tresgran- des reivindicaciones de la oposicin poltica en 1948. La defensa de lasGarantas So- ciales y de la democracia los dos grandes motivos de la coalicingubernamental. En medio quedaba la cuestin de la modernizacin econmica. Laslecturas retroactivas de los triunfadores y de los perdedores girarn bsicamente en

    torno a estos elemen- tos, en distintas combinaciones. Es con relacin a esos ejes quese propondr ms tarde la complementariedad de los tejedores enemistados.Este marco bsico nos coloca ante dinmicas y circunstancias que, no

    sobra insistir en ello, son imprescindibles de tener en cuenta. El concepto tomado deGirard nos lleva un poco ms all. Al destacar el componente hostil-reactivo, muevea obser- var cmo la poltica mayor se tradujo a diferentes niveles en acciones contragrupos y personas especficas, y la reaccin subsiguiente, desde los golpes, losperjuicios y las ofensas causadas. Esto ltimo no se atrapa adecuadamente con lamalla conceptual de los proyectos polticos o de los intereses materiales en juego, yno es algo que se pueda dejar de lado. Las heridas y los resentimientos no son la

    espuma o la superestructura colorida de una lucha social o poltica. Son sudespliegue inmediato y concreto. Un factor que genera dinmicas particulares ypuede llevar por caminos imprevistos.

    Los amarres reactivos ayudan a entender algunos pasos aparentemente des-afortunados o de pocas miras, la indecisin trascendente por sus consecuencias, la

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    conducta empecinada, las palabras y silencios que potenciaban las animadversio-nes, los actos de agresin carentes de objetivos polticos o camuflados de tales, ylos accidentes con consecuencias fatales. De esta manera nos colocamos en un

    delicado borde, en el cual lo personal se viste con ropaje poltico y la dinmicapoltica es contaminada por lo personal. Una obviedad que no siempre seincorpora adecua- damente en la reflexin.

    Debido al contagio inherente al mecanismo reactivo, la violencia sepropag cual mancha de aceite, incorporando cada vez a ms personas, o lo que eslo mismo, maltratando a cada vez ms gente. Como se puede constatar en lostestimonios, quie- nes iban siendo jaloneados hacia el centro del remolino hostiltendern a presentar su propia violencia como un acto de defensa legtimo o ladevolucin justa y adecuada de una ofensa antes recibida. Hubo siempre unacuenta que arreglar, llmese sta un fraude anterior, golpe anterior, un pariente

    herido o muerto, un encarcelamiento, un acto de matonismo, un ultraje o uninsulto. Las posibilidades eran mltiples, pero el resultado fue uno solo: la escaladaviolenta.

    En el curso de estos aos aparece varias veces un motivo de procedenciabbli- ca. A fines de 1946, un notable cartagins hablaba con naturalidad de unalucha entre el bien y el mal, a la cual corresponda la estrategia poltica del ojo porojo y diente por diente.11En el Nuevo Testamento esta expresin aparece en elSermn de la Mon- taa, y est dirigida contra la llamada ley del Talin. De lo quese trata es de evitar la atadura que significan las venganzas, y los sufrimientos quelas acompaan. Aqu es donde se habla de poner la otra mejilla y darle tambin el

    manto a quien quiera pelear por la nica tnica que se tiene. En 1946, sin embargo,se volva a la ley del Talin, con- cluyndose que el bien deba tena que responderleal mal con su propia moneda. Era la estrategia de la satisfaccin.

    Con matices, la consigna del ojo por ojo pas a un primer plano desde quela muerte natural de Len Corts, ocurrida en enero de ese mismo ao, fuepolticamente transformada en un magnicidio y un parricidio. En ese momento secre el espacio poltico y emocional para los actos de terrorismo, y simultneamente,para la dinmica de choques y agresiones que desaguaron en la sangrienta Huelgade Brazos Cados de mediados de 1947. A terminar ese este ao haba jvenes, y notan jvenes, que clama- ban en las calles por la sangre de los comunistas, a los cuales

    se le negaba toda huma- nidad.12En ese momento el calificativo de comunista seaplicaba indiscriminadamente a las personas partidarias de la coalicingubernamental.

    Fatdicamente, el lema del ojo por ojo y diente por diente fue tambinagitado por los comunistas, a principios de la dcada, como parte de su discursoantifascista.13

    Con consignas como stas se aproximaron ellos al gobierno que todava en laselec- ciones de medio perodo de 1942 denunciaban por sus fraudes electorales, ypor estar infiltrado por nazis y franquistas. Sin ser nombrada explcitamente, laconsigna del diente por diente seguir vigente en los aos siguientes. La manera en

    que Vanguardia Popular se involucr en la violencia electoral de fines de 1943 y sucuota de responsabi- lidad en el fraude electoral de 1944, solo se termina de entendersi se considera el factor desquite. Los comunistas aprovecharon la oportunidad paravengarse de Len Corts, el hombre que unos aos antes los persigui y losreprimi y a quien caracterizaban como un fascista. En los escritos del dirigentecomunista Arnoldo Ferreto encontramos

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    una versin desplegada de la estrategia del ojo por ojo en esos aos.14La cadenasigue. La oposicin poltica del 48 recogi el respaldo de las personas que en 1944fueron fsica y polticamente golpeadas, y de aquellas otras que a principio de la

    dcada ha- ban sido afectadas por la poltica de expulsin y encierro, y por lasexpropiaciones. Algunos hijos de familias alemanas e italianas se incorporarn a lalucha armada para vengar una afrenta personal y familiar. Frank Marshall Jimnez,el hroe militar de los insurrectos, perteneca a una familia que logr salvar parte desus propiedades de la expropiacin mediante una inusual maniobra. Su padre fuedeportado y recluido en los Estados Unidos.

    Un ejemplo adicional es el muy citado libro de Jos Figueres PalabrasGasta- das (1943)15. Es escrito es incomprensible si no se considera que estatravesado por un afn ardiente de desquite. Fue redactado inmediatamentedespus de la expulsin de Figueres del pas. Solo a costa de una severa distorsin

    de la realidad poda alguien pro- ponerse derrocar a una tirana en Costa Rica, afines de 1942 y principios de 1943. Los argumentos favorables al socialismo, lalibertad y la democracia, la base de lo que luego se reivindicar como un ideariosocial demcrata, ocultan una justificacin para cobrar el agravio personal,aumentado luego por el fraude electoral de 1944, el cual le impidi a Figueres salirelecto diputado. Lo ltimo, a su vez, era tambin parte de una repre- salia, esta vezdel Presidente Caldern Guardia. Como persona y como cabeza de unainstitucionalidad, l se sinti agredido y descalificado por la intervencin radial de

    Jos Figueres, en 1942. Reaccion usando el poder de que dispona: lo apres y lodeport. No era algo inusual en la historia de Costa Rica; ya haba ocurrido antes. Sin

    embargo, Figueres lo puso como un acto sin antecedente alguno, propio de unatirana.La intrincada situacin creada por el resultado de las elecciones de 1948

    fue producida por una sumatoria de acciones previas de ambos bandos.Finalmente, los dos lados se presentaron como vctimas de un fraude electoral, ydemandaron la repa- racin correspondiente del victimario. All se desat la guerra.

    Las primeras bajas en la carretera interamericana son simblicas. Lasmuertes del coronel Rigoberto Pacheco Tinoco y del mayor Carlos Brenes Alvarado,y luego del insurrecto Nicols Marn, ocurridas a principios de marzo de 1948,tienen en comn el que fueron venganzas. Marn fue torturado hasta morir en los

    bajos de la Casa Presidencial, y Pacheco y Brenes fueron asesinados cuando nopresentaban ninguna resistencia ni eran un peligro. Quien les dio muerte, unapersona cuyo nombre suele ser sustituido por una inicial en los escritos de suscompaeros, cobraba as la muerte anterior de un pariente, en un enfrentamientocon la polica. Aparentemente, Brenes Alvarado estuvo involucrado en este hecho. APacheco Tinoco se le cobraba otra cosa: era amigo ntimo de Caldern Guardia y sumilitar estrella. El motivo de venganza po- dra explicar las vejaciones de las quefueron objeto los cuerpos de los militares, pero tambin el ensaamiento posteriorcontra Marn, cuyo cuerpo qued destrozado.

    De ambos lados hubo gente que tom las armas para vengar algo, y la

    lucha misma gener nuevo motivos para buscar el desagravio, algunas ejecutados enel cur- so del enfrentamiento y otros posteriormente. Para alguna gente la guerratuvo por ob- jetivo la venganza, y no mucho ms. Das despus de que losvencedores del conflicto ingresaran a San Jos, hubo un acto en el CementerioGeneral en el cual se proclam que Len Corts haba sido vengado. Otilio Ulate ylos comandantes vencedores lo

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    protagonizaron. All tom forma la iniciativa de un gran monumento a Corts,comen- zado unos meses ms tarde.

    En el curso de los aos cuarenta una ptina revanchista fue tiendo

    distintos actos. La dcada cerr casi como empez. Al inicio y al final huborestricciones de los derechos ciudadanos alegando razones polticas mayores. Alprincipio y al final el pas vivi en un estado de excepcin; cada uno de estosperodos excepcionales produjo actos de violencia poltica entreverados con mvilespersonales y tambin actos de vio- lencia privada disfrazada con motivos polticos.Al inicio estn los golpes, los fraudes, las expulsiones, los encierros y lasexpropiaciones. Al final los Tribunales Especiales, la incautacin de propiedades, lasdetenciones arbitrarias, los despidos, la ilegalizacin de los comunistas, el exilio yms muertes, por afanes de revancha. La invasin dirigi- da por Caldern Guardia,en diciembre de 1948, segn personas que participaron en ella,16fue un acto poltico

    de venganza que dio el contexto para crmenes alevosos, sin justificacin alguna, talfue el caso del asesinato de un equipo de la Cruz Roja.Como motivo para la invasin se aleg el desconocimiento del Pacto de la

    Embajada de Mxico, el acuerdo con que termin la guerra. Esta anulacin fueparte de una poltica de venganza. Una respuesta a la invasin de diciembre fueronlos ase- sinatos del Codo del Diablo. Esta vez las vctimas fueron personas que noparticipan en la invasin ni la respaldaban polticamente, entre ellos varioscomunistas. Estos asesinatos eran parte de un plan mayor cuyo objetivo eradeshacerse la dirigencia comunista.

    Hacia finales de 1948 los odios liberados haban empezado a minar el

    bloque que se haba compactado para las elecciones de principios de ao. Lasacusaciones de traicin y deslealtad se hicieron presentes dentro de los vencedores,en varias va- riantes. Unos le reclamaban a Figueres la traicin a la causacentroamericana que dijo suscribir inicialmente, y de la cual se desmarc en el cursode 1948. Otros, le cobraban su desplazamiento a favor de otras personas, y desde all,una traicin a los motivos de la insurreccin. Este segundo hilo lleva alfraccionamiento de la Junta de Gobierno en abril de 1949 y al levantamientoconocido como El Cardonazo, cuyo combustible fue las envidias y los celos entrelos compaeros de armas de un ao antes. Luego tenemos la participacin dealgunos sublevados de marzo de 1948 y abril de 1949 en la invasin de 1955, al lado

    de Caldern Guardia. Algunos de los anteriores amigos se transforma- ron enenemigos mortales.Pese a las divisiones y rencillas existentes entre quienes se exiliaron en Ni-

    caragua y a las recriminaciones recprocas por las dos derrotas de 1948, losresenti- mientos acumulados alcanzaron todava para reunir gente para unasegunda invasin desde Nicaragua en 1955, con un nuevo saldo, todava hoydesconocido, de heridos y muertos. El motivo de venganza estaba tambin enquienes patrocinaron y alentaron la empresa, en primer lugar el dictador SomozaGarca, el cual vea en Figueres a un enemigo.

    Estos son algunos mojones de una secuencia que con facilidad se puede

    hacer mucho ms tupida y complicada. Al olor de la plvora y la sangre presenteen estos aos hay que sumar el del alcohol, el cual aport un carburante extra para laviolencia de los dobles -enemigos. Los relatos abundan en informacin al respecto.Poltica y alcohol estaban hermanados entre nosotros desde mucho tiempo atrs.Tambin, como

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    sabemos, la violencia y el alcohol. No pocas carreras alcohlicas comenzarn en estosaos. Otras, ya iniciadas, se consolidaron con consecuencias diversas, algunas fatales.

    La reciprocidad sangrienta se cort avanzada la dcada siguiente. El freno

    decisivo no vino del mundo idlico de la carreta pintada y la casa de adobe. Provinodel exterior y estuvo relacionado con un cambio de la poltica estadounidense a laregin. En 1955 se clausur el espacio internacional para las conspiraciones regio-nales, usado tanto por Figueres como por Caldern Guardia. Al cierre de los aoscincuenta, el ambiente segua contaminado por los vapores txicos de la violenciapero haba una nueva realidad externa y tambin una creciente conciencia que deseguir por el camino transitado, las prdidas seran irreparables para todos.17En loinmediato estaba el peligro real de no poder aprovechar las nuevas oportunidadeseconmicas que se abran.

    Al terminar los aos cincuenta los dos protagonistas principales haban pasa-

    do por las mismas posiciones y se haban igualado varias veces por sus actos. Amboseran reconocidos como grandes reformadores. Los dos haban conspirado desde elextranjero y eran responsables de derramar mucha sangre. Cada uno se propuso de-rribar al otro, aunque solo uno tuvo xito.

    Sin haberse nunca reconciliado entre s, los gemelos violentos empezaron enese momento a transformarse en hroes complementarios, en tejedores descoordina-dos pero bien intencionados.18En el nuevo escenario que se perfila, los comunistasvana quedar como los protagonistas malvolos de la fase trgica. A ellos lescorresponder

    la funcin del chivo expiatorio, la figura que en el modelo de Girard suele aparecer enel cierre de los perodos convulsos para ayudar a restablecer o refundar un orden.19

    Con la identificacin de un culpable preciso, una colectividad que haba estado nega-tivamente enlazada trata de colocar fuera de s su propia violencia. No la eliminaba,pero se deshaca momentneamente de ella. Sin duda las cosas no fueron en nuestrocaso tan simples y de nuevo el anlisis pormenorizado es necesario. No obstante, estambin verdad que la conciencia poltica de la Costa Rica de la segunda mitad delsiglo XX se montar sobre importantes distorsiones respecto al pasado, y muy en par-ticular, sobre su pasado ms reciente.

    3. Otras dimensiones del ciclo violento

    A las complicaciones de estos aos corresponde el que la lucha polticaaproxi- m gente de procedencia social y poltica muy diferente. Mientras lasdiferencias entre los enemigos polticos se ensanchaban, otras se desdibujaban. Elpacto de 1943 entre los republicanos, la Iglesia y los comunistas uni a quienesunos aos antes se repu- diaban y se consideraban enemigos. Su contraparte fue laalianza entre los cortesistas y los jvenes que unos aos antes denunciaban a LenCorts por autoritario y lo pre- sentaban, al igual que los comunistas, como un nazi.

    La polarizacin aproxim grupos y gente que en otras condicionesdifcilmen- te hubiesen estado del mismo lado. Al deslizarse la lucha poltica desdelas pedradas y las cachiporras a las armas, peleadores callejeros, bravucones, ysujetos siniestros fueron ganando espacios de accin en cada lado. En algunosrelatos podemos seguir

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    el paso de los golpes al matonismo, en distintas modalidades.20 En otros, laconviven- cia polticamente obligada con personajes que no se queran tener cerca.En 1943 los comunistas tuvieron que aceptar la proximidad de sujetos que ellos

    mismos haban denunciado antes por su falta de escrpulos y sus abusos, y que en1948 se mostrarn como asesinos. En este ao ellos se vieron envueltos ensituaciones inimaginables un tiempo atrs, o un tiempo despus.

    En marzo-abril de 1948, las milicias vanguardistas lucharon contra losinsu- rrectosjuntoa un destacamento de la Guardia Nacional de Nicaragua. Untestigo de filiacin comunista dir que se trataba de la escoria de ese cuerpo,enviada a Costa Rica como castigo. No sabemos cunta gente lo compona estedestacamento, ni cun- do exactamente lleg. Pero sobre sus miembros caer laresponsabilidad de crmenes y de actos de crueldad, segn lo indican testimoniosde los dos lados. Algunos testi- gos mencionan los intentos de frenar a estos

    problemticos aliados, no siempre con xito.21

    Cinco insurgentes sorprendidosmientras descansaban fueron fusilados en El Tejar por una patrulla dirigida por unoficial nicaragense. La presencia de los mili- tares nicaragenses aliment laxenofobia sirvi para justificar otros crmenes, esta vez por parte de losinsurrectos, los cuales fueron presentados como actos de guerra contra una tropaextranjera. En el caso de los fusilamientos ocurridos en Quebradi- llas, en Cartago,la mayora de los ejecutados, una cifra que vara en los testimonios entre quince ytreinta y cinco personas, eran trabajadores bananeros vanguardistas. En algunosrelatos se afirmar que todos eran integrantes de la Guardia Nacional de Nicaraguay por eso fusilados.22

    En ambos bandos encontramos personas calificadas como repugnantes,gro- tescas o sanguinarias por sus mismos compaeros. De uno y otro lado hubogente que se involucr en hechos sangrientos carentes de sentido militar alguno.Algunos de estos criminales fueron ayudados para que salieran del pas, comoocurri con el jefe del destacamento responsable de las ejecuciones del Codo delDiablo. Otros, como el temido coronel ureo Morales, acusado por los crmenes deDominical y Trraba, huy hacia Nicaragua al momento de la desbandada, peroreapareci al lado de Calde- rn Guardia, en diciembre de 1948. Alguna gentevinculada con crmenes encontrar muertes trgicas, en un par de casos por manopropia. Otra tomar parte en otros eventos de violencia. Uno de los acusados por la

    tortura y asesinato de Nicols Marn, pariente poltico de Caldern Guardia,intervino luego en los acontecimientos de Gua- temala, en 1954, del lado de CastilloArmas y la fuerza expedicionaria organizada por la CIA. Era parte de un grupomayor de costarricenses que pele en esa oportunidad en Guatemala contra elcomunismo. Un hombre que durante el ao 1948 se ensaaba cruelmente con susenemigos polticos asesin a dos ancianos, ya terminada la fase en que la violenciapoda tener la cobertura de una causa. Pretenda robarles.23

    Tanto Jos Figueres como Rafael ngel Caldern Guardia silenciaron losase- sinatos cometidos por sus correligionarios. Hubo muertes que fueron ordenadaspero sus autores intelectuales nunca fueron acusados judicialmente, como en el

    caso del Codo del Diablo. Ninguna de las personas responsables de asesinatosactu en soli- tario. Otras personas estuvieron siempre cerca. Fernando OrtuoSobrado cuenta en un libro-testimonio escrito hacia el final de sus das que l fuetestigo de la muerte de los militares Pacheco y Brenes. En su escrito l describe conprecisin el asesinato

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    de dos personas que no combatan. En el relato no hay indicio alguno de quealguien intentara detener a quien ejecut a los militares.24Aos atrs, este sucesohaba sido narrado casi de idntica manera por otro testigo; en ninguno de los dos

    relatos se da el nombre de quien dispar.25

    Hechos como estos no fueron laexcepcin. Unos das despus de este suceso, un insurgente le dio muerte a uncampesino desarmado en El Empalme, acusndolo de ser espa. El ejecutor fue lamisma persona que cometi los asesinatos de Quebradillas. Alguien lo recuerdacomo un hombre enfermo que ya haba dado muestras de exaltacin.26

    La violencia produjo conflictos personales que se van a arrastrar de por vida,y dan cuenta de una funcin de los testimonios. Tambin sin dar nombres, un jefemili- tar calderonista, primo hermano del ex presidente Caldern Guardia, deapellido Mora Quesada, recuerda como un incidente que lo ha atormentado toda suvida, el asesinato de un joven de apellido Morice, en diciembre de 1948. A la

    distancia de cincuenta aos, l le dice a los familiares del muchacho que su muertefue rpida y sin sufrimiento, ya que se le dispar por detrs y en la cabeza. Estetardo consuelo lleg acompaado de un motivo desconsolador. Presuntamente, lavctima escuch una discusin sobre laposibilidadde atacar un grupo de camionesdel Gobierno que transportaba hombres y armas, idea que, sin embargo, fuedesechadaporque no se contaba con la gente para llevarla a cabo. Segn esto, el

    joven muri por nada. Unos reglones ms adelante, el relator agrega que dasdespus de esta muerte ocurri otro crimen similar, del cual tambin fue tambintestigo. Un campesino de unos veinte aos de edad fue tomado por espa yejecutado. El narrador se reprocha no haber tenido el valor de impedir el asesinato:

    me faltaron agallas para oponerme con ms vigor a este crimen. A muchos aos dedistancia, continuaba viendo la mirada del joven. Muertes como stas ilustran, dicel, que la guerra transforma a los hombres en seres a quienes les pareca normaldarriendasuelta a sus ms bajos instintos. Habla de l mismo y de los suyos. En estamisma secuencia cuenta que uno de sus compaeros asesin a otro para robarle unosdientes de oro. Fue fusilado. Unas pginas despus, Mora relata que tomdisposiciones para que no se volvieran a cometer excesos de ninguna clase y, sobre todo,actos de abusos contra las mujeres.Imparti la orden de fusilar a quien abusara de lasmujeresen los poblados por donde pasaban.27 El comentario y la medida dejanplanteada la pregunta sobre la frecuencia de los llamados abusos.

    En un testimonio de marzo-abril del 48, un insurgente menciona el dramade una nia de catorce aos abusada por catorce mariachis, que fue encontrada apunto de morir. De nuevo la palabra violacin es evitada pero es de lo que se habla.Quien hace el relato habla tambin de una impresin que nunca se ha podido borrarde la mente.28

    Sobre el tema de las violaciones hay indicios fugaces en los escritos publicados.Parece ser un tema prohibido. Un nio de Corralillo de Cartago menciona que ensu pueblo se deca que dos de sus primas haban sido violadas por losnicaragenses29y una nia de Alajuela descubre al cabo de los aos que una mujerconocida haba sido violada por gente de uniforme.30En los documentos de los

    Tribunales de Sanciones Inmedia- tas aparece una causa por la muerte de un nio decuatro aos por disparos contra las viviendas, y la violacin de una joven campesina,hechos ocurridos en Bustamante de Cartago. Segn esta documentacin esta mujermisma se neg a decir lo que le ocu- rri. En una nota fechada el 2 de abril de 1948,el jefe de destacamento gubernamental

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    estacionado en Corralillo, el coronel Garrido, solicit al Juez Instructor Militar quese iniciara un juicio contra un soldado de apellido Ortega. En esa nota se dice queredujo a la mujer a la fuerza para satisfacer sus deseos.31En otro relato, una mujer

    menciona que su madre le haba contado sobre un grupo de insurgentes dispuestosa ultrajar a las mujeres que se haban refugiado en una escuela. El jefe del grupo eraun pariente de la madre, su primo.32

    Una primera conclusin salta a la vista. Sera incorrecto pensar en lasconse- cuencias de la violencia poltica solo desde el punto de vista de las muertesacontecidas durante los enfrentamientos de 1948, o al nmero indeterminado demuertes ocurri- das en los choques que se dieron entre 1946 y 1955. Hubo uncosto adicional, muy difcil de contabilizar, del cual encontramos huellas dispersaspero persistentes en los testimonios. Mora Quesada es uno de los pocos que reconocesu implicacin pasiva en dos crmenes ajenos a los enfrentamientos. Dice no haber

    hablado antes al respecto por vergenza, pero tambin por el miedo a la posiblereaccin (vengativa) de los parientes de Morice. No obstante, su silencio tambinobedece a que respet un pacto de silencio con sus compaeros; Mora escribecuando era el ltimo de los testigos que quedaba con vida, todava reservndoselos nombres de los implicados.

    De muertes como la del joven Morice hay datos en la prensa de la poca.33

    Pero no de la del otro joven campesino. Tampoco del campesino ejecutado en ElEmpal- me. Hay sucesos que solo quedarn registrados en memoria de losparticipantes. Son muertes que luego entrarn despus en una cuenta annima eimprecisa, presentada como el costo lamentable de las instituciones polticas y

    sociales de la segunda mitad del siglo anterior. Si esta cuenta agregada sedescompusiera detalladamente, otro cua- dro emergera.Las muertes revividas en los relatos deben situarse como un punto de

    intersec- cin, con proyeccin a futuro, de muchas otras vidas. De un lado tenemospersonas que sufrieron por la prdida de un ser querido: padres, hermanos yhermanas, hijos e hijas, esposas o novias, amigos y amigas. Y del otro, familiasafectadas por el peso de una vida marcada por la violencia de uno o varios de lossuyos. Hacia el final de su escrito Mora Quesada reconoce que l ha estadoatormentado por lo que llama la imposibilidad de perdonarse a s mismo.Mencionalargas horas de insomnio pensando en lo ocurrido, y un hogar, el propio,

    desestabilizado por las incongruencias de su vida.34

    En otro tramo del texto, evoca el miedo en la mirada de su hijo, una vez que alzla mano para castigarlo; la mueca del hijo le evoc entonces los ojos suplicantes deuno de los jvenes asesinados y esta vez lo que se dispar fue el llanto. El llantoemerge de nuevo al releer su escrito, antes de la publicacin; en esta oportunidad laesposa acude en su consuelo. Otros que nacieron despus, o que no tuvieronrelacin alguna con estos actos de violencia, sern tambin afectados.

    Tambin a la distancia de cincuenta aos, el escultor Nstor Zelednrecuerda que el odio que lo motiv participar en la invasin de 1955 naci con elatentado contra su casa de habitacin, en 1948. Por otras fuentes sabemos que fue

    atacada con explosi- vos. Zeledn acepta que en 1955 l dispar hasta hastiarse, yque entre sus compae- ros de armas vio cosas espantosas. Ms no dice, cual sillegara al borde de lo innombra- ble. Sin que quede claro si el acto se consum, narraque un da en que iban a fusilar a un enemigo, uno de sus compaeros increp alcondenado por haberse puesto en tal

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    situacin, y por haberlo puesto a l en un difcil predicado. Era un amigo o conocidode la persona que iba a ser fusilada.35 Por otras fuentes, se tiene noticia delfusilamiento de ocho prisioneros, como reaccin a la muerte de un jefe militar

    calderonista.36

    Un testigo menciona elasesinatode cinco o seis prisioneros por doscompaeros exaltadosde su grupo.37Esto no aparece en el relato de Zeledn, nisabemos si el suceso contado por l corresponde a este fusilamiento o a otro. Pero sunarracin no est en el aire.

    Para Zeledn uno de los legados de largo plazo que dej esta poca fueronms de cuarenta aos de abstencionismo electoral, interrumpidos en el ao 2002, porla can- didatura presidencial de uno de sus compaeros de armas, el mdico AbelPacheco. Sera interesante conocer si por lo menos una pequea franja delabstencionismo elec- toral de 1958 en adelante tuvo causas parecidas. En uno de losrelatos, un padre que qued con nervios para toda la vidano permitir ms que su

    esposa y sus hijos partici- pen abiertamente en poltica. Si la haba deba sersilenciosa.38

    Las personas que hablan derecuerdos imborrablesoscilaban entre los 20 y los25 aos en 1948. Empero, cuando escriben son ya adultos mayores. Su vida quedmar- cadas por las consecuencias de sus actos de juventud. Cuarenta aos despusde los hechos, otra de ellas iniciaba un largo y detenido relato reconociendo que alescribir volvi a sentir los horribles sentimientos que lo embargaban entonces, y quecrea supera- dos.39Otro ms, un hombre que tom repetidamente las armas, concedehaber tenido una gran depresin y sentido una inmensa culpa al enterarse de lamuerte de un ami- go al cual l mismo convenci de unirse a la lucha en 1948.

    Aparentemente el cuadro depresivo se prolong durante varios aos, sin quesepamos qu otras consecuencias tuvo en su vida. Esta es otra de las personas queescribe siendo un hombre mayor.40

    La muerte del amigo o familiar deja huellas imborrables. Varias veces estemo- tivo es mencionado como causa de otras muertes, en arrebatos de revancha.41

    Otras veces lo que perdura es un lamento doloroso. En un relato la muerte de suhermano golpea a un hombre con una gran fuerza y es un despertar respecto a larealidad de la guerra, la cual inicialmente pareca ser tan solo una emocionanteaventura.

    4. Efectos colaterales de la situacintrgica

    Si explorando en la direccin que se ha hecho, nos encontramos con unase- gunda generacin que creci aferrada a eventos acontecidos en su infancia oen su adolescencia. Nias y nios que crecieron sin un padre o un hermano, oresintiendo la desaparicin de una persona querida o conocida.42La figura deldesaparecidofue enton- ces una realidad para algunas familias. El caso del jvenMorice fue uno entre varios.

    Un nio de aquellos das recuerda a su madre fijada en el llanto duranteaos debido a la muerte de su hijo, un joven que no haba llegado a los 22. Pese a suedad este muchacho ostentaba el rango de capitn. Las primeras semanas de laguerra se las haba descrito a sus familiares como una aventura recreativa, hasta quelo alcanz la muerte. Como la mayora de quienes perdieron la vida en El Tejar, su

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    cadver desapareci con- sumido por el fuego, en una fosa comn. Sin cuerpo y sinpapeles de defuncin, con ape- nas una escueta comunicacin verbal sobre la muertede su hijo quien supuestamente cay peleando como un valiente, la madre se aferr ala ilusin de su regreso.

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    La desaparicin de este joven es registrada por el hermano que rememoracomo algo ms doloroso que la misma muerte, y respecto a su madre, como la causade una enajenacin por un sufrimiento interminable, tan doloroso que el muerto se

    convirti en un objeto tab, del cual no se poda hablar en la familia.43

    Los silencios-tab, pactados o espontneos, son frecuentes en las narraciones.44Dicen de duelosque se congelan y nunca concluyen. Lo que queda es un hueco, privado y colectivo almismo tiempo.

    Algunos nios de esta segunda generacin crecern con el recuerdo deasesi- natos que quedaron impunes. A sus doce aos, uno de ellos hizo un largoviaje para llevarle abrigo y comida a su padre, detenido en San Jos. En el camino esinterceptado por familiares para comunicarle que la noche anterior haba sidoasesinado por quie- nes lo traan preso. La ilusin de ver al padre se transform enel encuentro con un cadver.45En otro caso, la muerte violenta del padre motivar al

    hijo a tomar las armas unos aos despus. El hijo del militar Rigoberto PachecoTinoco tom parte en la inva- sin de 1955. En la familia del coronel Pacheco estamuerte qued como un asesinato a sangre fra, seguida de una amputacin de losgenitales. As lo sostiene uno de sus her- manos, padre de Abel Pacheco de laEspriella.46Y as lo repetir el ltimo varias veces en las dcadas siguientes. Los

    jvenes Pacheco Musmanni y Pacheco de la Espriella se alzaron en armas enreaccin a este hecho y no slo por un ideario poltico. A su vez, la participacin eneste hecho de sangre marcar las vidas de estos jvenes.

    Nios y nias vivieron la persecucin de sus padres, y abuelos, y lasamenazas de muerte contra ellos. Otros vieron las heridas en el cuerpo de

    parientes, amigos y vecinos. En algunos casos fueron testigos de una violencia quealcanzaba a sus iguales. A uno le toc presenciar como su compaera de juegos eraalcanzada por un balazo en una pierna, y se la destrozaba. La escena le dej unmiedo fantasmal .47 Otro cuen- ta del balazo en la pierna de un primo de doceaos, el cual no atendi un llamado a detenerse.48En Turrialba un nio de ochoaos que sac su cabeza del aula donde reciba sus lecciones fue muerto de undisparo, cuando ya la guerra haba terminado. Nunca se supo quien lo mat.49

    Antes mencionamos la muerte de un nio de cuatro aos por un disparo enBustamante de Cartago. Estas muertes accidentales ocurrieron con frecuencia.

    De muchas maneras la violencia toc a la niez. Un nio cartagins de

    seis aos entonces, menciona que su madre le prohiba ver por la ventana ya queafuera estaban los cuerpos amarrados de tres personas recin fusiladas. Como enotros casos, la curiosidad pudo ms.50Una nia cuya familia qued en medio de la

    batalla de El Te- jar, encuentra un hueco en la pared para mirar, tambin contra lavoluntad materna; lo que ve entre penumbras son hombres lanzando bultos al fuego,escena que le quedar grabada en la mente, acompaada del olor particular de lacarne humana quemndo- se.51Varios de estos nios y nias de entonces serecuerdan en medio de balaceras, en Limn, Cartago, San Jos y Alajuela, y repetidasveces aparece un adulto, casi siempre la madre, pidindoles u ordenndoles que nomiren lo que tiene lugar al alcance de sus ojos. La imagen de la sangre aparece con

    repetidamente en estos textos. Un nio de entonces se revive caminando en uncharco de sangre en un cuartel josefino, y otro recuerda a su madre limpiando lasangre del corredor de su casa. En un relato, la me- moria infantil retiene el hilo desangre que dejaba un camin que transportaba heridos y muertos. Son vivencias quemarcan la infancia, y que tienen consecuencias futuras.

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    Un hombre que por aquellos das estaba en el vientre materno reproduceluego un relato de su madre, la cual recordaba sentir el horror de su respectivamadre (la abuela) encima de ella, protegindola con el cuerpo tembloroso de las

    balas silbantes.52

    El relato de un miedo que pasa de un cuerpo a otro y es recogido en palabras porun ausente, el no nacido, pone un puente entre tres generaciones. Otro nonatomenciona la expresin con que su abuela intentaba calmar a su hija, angustiada detodo lo que se oa sobre la guerra:Es la teta la que les pasa(a los nios)los nervios de lamadre. Y efecti- vamente, este nio crecer con historias abundantes sobre el 48 ytambin con miedos. Fue bautizado con un nombre de la poca: Otilio.53

    Costos dolorosos vendrn como consecuencia de los lazos que lashostilidades disolvieron o rompieron, al homologar al pariente o al vecino con unenemigo. Quien tomaba las armas tena la posibilidad de toparse con un conocido o

    un familiar en el lado contrario. En los relatos aparece la referencia a hermanos,primos, y parientes po- lticos que se colocaron en lados opuestos. Algunos sedispararon y hasta se hirieron.54

    En los recuerdos de un nio aparece la mencin de dos hermanos heredianos que seenfrentaron en Puerto Soley, en diciembre de 1948. El del bando perdedor salidel pas y muri en el extranjero. El que estuvo al otro lado de la lnea de fuego fueherido gravemente en el pecho, y una mano le qued daada de por vida.55Estaremembran- za es confirmada por otros dos testigos independientes. Uno de ellosagrega que del lado del hermano gravemente herido estuvo tambin un tercermiembro de la misma familia, un primo u otro hermano. El otro testigo menciona

    que el hermano que luego se march del pas impidi el fusilamiento de losprisioneros, entre los cuales estaba su hermano herido y su primo.56No fue el nicocaso de hermanos-enemigos que hubo en Puerto Soley. Otros dos, de apellido Starke

    Jimnez, fsicamente tan parecidos que podan confundirse, lucharon uno contra elotro, cada uno como jefe militar de su res- pectivo bando. Hubo ms casossemejantes a lo largo del conflicto.57

    Los hermanos-enemigos son el extremo que muestra como las redesfamiliares se tensaron y resquebrajaron en relaciones de amigo-enemigo, o cuandomenos en relaciones de hostilidad. Dicen de la manera en que se tens toda lasociedad en el curso de estos aos. Muchas personas dejaron de ser quienes antes

    haban sido para las otras. En virtud del mimetismo poltico los lazos personalesfundamentales fueron desconocidos, cuando menos temporalmente. Familias enterasse minaban, dice un tes- tigo.58Se astillaron o se fragmentaron. Los ejemplosabundan. En un caso entre varios, un pariente poltico le dice a otro que la familia hadejado de existir, porque hay gue- rra, y acto seguido lo mete en prisin.59Luego sele pagar con la misma moneda. En otro, una nia recuerda el temblor que leprodujo escuchar a su abuelo gritar:me voy de esta casa, yo no puedo vivir ms conulatistas. Y se march. Los ulatistas eran para l su nieta pequea y sus padres,pero tambin quienes incurran en actos de terrorismo. Todo era lo mismo; se

    borraban las diferencias.60Una nia que le lleva ropa y comida a su padre preso

    encuentra entre los guardas a un to materno. Con la esperanza de reci- bir ayuda sedirigi a l, pero la reaccin del to fue lanzar la comida al suelo y patear la ropalimpia. Ya sucia la recogi para que se la diera al padre, su cuado.61

    Con la defensa de la distancia, el tiempo y la voz de un nio o nia,algunas personas reconocen sus deseos de muerte dirigidos contra familiares, pormotivos polticos, y otras describen lo que era sentirse odiados por parientes y

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    Muchas personas se descolocaron del lugar que tenan en los mapas personalesde referencia, y acto seguido desconocieron las consideraciones esperables de ellascon respecto a quienes estaban unidos por lazos de sangre, o por alianzas. Lo

    ocurrido en estos aos sirve muy bien para ilustrar la facilidad con que lainstitucin familiar puede ser conmovida en sus cimientos por un proceso social,incluso cuando al mis- mo tiempo se reivindica la familia como base del ordensocial. Esto ltimo lo hizo con gran fuerza el discurso de la reforma social, inspiradopor la Iglesia Catlica.

    Los odios produjeron divisiones profundas en todos los niveles de la escalaso- cial. El caso de la familia Orlich est documentado en los materiales de losTribunales Especiales y es mencionado en dos relatos. Representa a muchos otros.63

    Miembros de la rama familiar derrotada fueron perseguidos y acusados; uno de susintegrantes huy hacia Nicaragua y volvi con los invasores en diciembre de 1948,

    dispuesto a enfrentarse a la otra parte de la familia. En no pocas ocasiones lasdivisiones separaron la familia del padre y la de la madre, haciendo del hogar unarplica de la situacin general existente, y por lo mismo, un pequeo infierno.64Enun caso que se repite con pequeas variantes, la madre qued de un lado, y el padredel otro. Los hijos quedaban en medio, sin saber cmo orientarse. Sabemos de padrese hijos que tomaron partidos opuestos y tambin de familias que se compactaron endisputas contra otras. Algunos clanes familiares alinea- dos en un sentido vieron auno de sus miembros cruzar hacia las lneas opuestas; por lo menos en unaoportunidad la represalia tom la forma de un atentado con explosivos en contra delfamiliar desleal. Ocurri tambin que la venganza se descarg contra perso- nas

    inocentes, sin relacin alguna con los hechos atribuidos a uno de sus familiares.Una presin externa hizo que los afectos hostiles procedentes del mundopo- ltico se filtraron en las grietas del mundo privado y personal, y lasensancharan. La intensidad de la dinmica violenta inaugur relaciones dedistancia y enemistad, a cuya cuenta se pondrn otros hechos posteriores.

    En el ao 2007, un adolescente de aquellos das relata en la prensa unepiso- dio donde aparece una ta de su padre, muy querida entonces y todavarespetada, la cual, sin embargo, fue la que entonces seal su casa, gritando a todavoz que los que all vivan eran mariachis caldero-comunistas. Esto sucedi a finesde abril de 1948, cuando los alzados ingresaron a San Jos. En los das siguientes,

    el padre del joven fue apresado y l mismo golpeado.65 El hecho fue losuficientemente impactante para seguir resonando,casi sesenta aos despus.Este cuadro tendra que complementarse con datos sobre lo que ocurri en

    la vida de las comunidades. La polarizacin alcanz pueblos de apenas unospocos cientos de almas. Las divisiones y enemistades se condensaron en personasque hos- tigaban y maltrataban a sus vecinos por su color poltico. Los apellidos dealgunos de estos personajes, o sus sobrenombres, se recogen en las memorias comoemblemas de la crueldad y la alevosa.66

    5. La tragedia y la catstrofe

    Es desde vivencias como stas que algunas personas hablarn de unatragedia en la familia costarricense.Para mucha gente en ese momento ocurri unagran ruptura

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    en su vida. Un trnsito brusco de un mundo casi siempre idealizado, recordadocomo amable, tranquilo e incluso feliz, a otro poblado de rencores, miedos ypeligros.

    La quiebra de las relaciones de cercana y amistad introdujo el desconciertoy la incertidumbre. Lo conocido-familiar se volvi extrao. Personas cercanas setrans- formaron en seres temibles o aborrecibles. La violencia cotidiana movi lospuntos privados de referencia al mismo tiempo que trastocaba los colectivos: pleitoscallejeros continuos, golpes, discusiones interminables e insultos, disparos, heridoscon machete o cuchillo, atentados, registros y asaltos de viviendas, amigosconvertidos en enemigos sin saber por qu, disputas familiares, parientes quedesaparecan o que no se vol- van a visitar, pulperos que perdan parte de suclientela y clientes cuyos pulperos no les vendan ms, vecinos que se insultan o sedifaman, cambios de casa o de pueblo, maestros que discriminaban a unos nios

    por el color poltico de la familia, cierres de centros de educacin por divisionesentre los docentes, preguntas y sospechas sobre la filiacin poltica del cura delpueblo.

    La forma en que lo cotidiano-conocido se transmutaba o se rompa dejasin palabras: Ahora que estoy reviviendo aquellos tiempos, recuerdo, aunque no puedoexpresar- lo con palabras, lo que yo sent, cuando presenci tanto maltrato y tanto dolor.Recuerdo que lloraba mucho pues ya ni tena ganas de hablar, ni de rer, ni de salir a la calleporque la gente no era igual, en las noches no se poda dormir tranquila.67La nuevasituacin no poda ser atrapada con las palabras de siempre. A la vez, ella introducaotras nuevas. Vocablos poco usados o desconocidos empezaron a correr de boca en

    boca. El trmino black jak, por ejemplo. Los nombres de algunas personasevocaban reacciones positivas o negativas casi inmediatas. Los adultos conversabansobre cosas que preferan no men- cionar delante de los nios: de asesinatos,fusilamientos, mutilaciones y violaciones. Los acontecimientos, dice un testigo, y loconfirman otros, trajeron palabras quegolpea- ban hondo los tejidos afectivos.Una deellas fue la palabra terrorismo.68

    Por la fuerza con la cual estos hechos afectaron muchas vidas, se podradecir que el ao 48 tuvo un significado similar al de una catstrofe. De maneraparecida, en los relatos el ao 1948 aparece frecuentemente aso- ciado a unacatstrofe natural. La gente se recuerda en medio de un mar abatido por furibundas

    tempestades.69

    Los odios incandescentes son comparados con la irrupcin de unvolcn bajo los pies, donde se pensaba que solo haba zacate verde y flores.70Si reflexio-namos, encontramos que no son imgenes gratuitas. Despus del terremoto de1910, fue el suceso que provoc el mayor nmero de muertes violentas en el siglo XX.En este sentido podra decirse que el 48 fue el epicentro de unacatstrofe social.

    La figura de la catstrofe social puede complementar el concepto de tragediaempleado. Una catstrofe social remite a una cadena de eventos de una magnitudin- usual o desconocida, la cual causa alteraciones bruscas y profundas en unentorno. Es una situacin extrema, humanamente provocada, que puede tomardistintas formas, desde una guerra o una matanza tnica hasta una crisis econmica.

    Consubstanciales a la idea de catstrofe son las dimensiones de lo ocurrido y por lotanto las prdidas: humanas y materiales, afectivas y simblicas. Las catstrofessociales suelen dejar he- ridas y secuelas, seales en el espacio fsico y social, en lapiel y en la intimidad. Ponen

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    un antes y un despus. Algo imprevisto, contrario o muy distinto de lo cotidiano-fa- miliar, relevante por sus proporciones y su significacin, originado en un ordenpo- ltico-cultural que al mismo tiempo resulta desbordado, irrumpe con una fuerza

    que supera o rehuye los recursos para su representacin a disposicin de laspersonas y del colectivo.Al igual que las catstrofes a veces equivocadamente atribuidas a la

    naturale- za, las catstrofes sociales dejan traumatismos diversos. Algunos sonmomentneos. Otros tardan tiempo en ser procesados y pueden dar pie acomplicaciones con efectos autodestructivos, particularmente cuando se amarrancon sentimientos de culpa. Al- gunos de esos traumatismos se expresan en retornode imgenes, en re-escenificacio- nes de lo vivido, en lagunas en la memoria, enseales que desatan estados de alerta y pnico, y en conductas autodestructivas.Ante la dimensin del evento desorganiza- dor, los afectos liberados tardan en ser

    integrados por la organizacin yica, o nunca los son.71

    Hay una exigenciadesmedida sobre el aparato psquico, que lo desborda. En el caso de los traumas lacapacidad de representacin misma queda comprometida. La experiencia traumticano puede ser elaborada, queda descontextualizada, desnuda. La escisin propia delo que no puede ser simbolizado dentro de una red de sentido compromete lacapacidad de pensar y en consecuencia la memoria. En esto consiste el trauma. A lapar, las catstrofes sociales tambin profundizan conflictos intrapsqui- cos.Dilemas no resueltos en el curso del proceso de maduracin pueden cobrar nuevasexpresiones y renovada fuerza. A la vez, las catstrofes humanas crean conflictosellas mismas. Los tericos de las relaciones objetales han llamado la atencin sobre

    las con- secuencias de la interiorizacin de las experiencias de relacin con los otros,y muy en particular sobre la introyeccin de las dinmicas destructivas en que unser humano puede quedar envuelto, particularmente en la niez.72

    En la doble perspectiva del trauma y del conflicto, las catstrofes socialesabren en algunos casos procesos psquicos inditos y en otros aceleran los yapreformados. Lo que le ocurrir a la gente depende de la calidad, fuerza y extensindel golpe o de los golpes, y del terreno cultural, vital, social y subjetivo sobre elcual los primeros caen. Cada uno de estos planos tiene su propia complejidad. Locentral es la forma en que la experiencia puede ser internamente representada.

    Dos aspectos relevantes han sido destacados por quienes desde una

    perspecti- va psicolgica han estudiado poblaciones afectadas por catstrofessociales.Se ha resaltado que ellas alientan procesos de des-identificacin. Con ello

    se dice que los enlaces sociales se resquebrajan y se rompen.73Lo primero sucedecasi de manera automtica e involuntaria en razn de la desorganizacin socialproducida. Lo segundo puede ser a veces buscado. Puede ocurrir que un conjuntode vnculos sea desconocido en la medida en que se convierten en un obstculo parala supervivencia personal, fsica o social, real o imaginada. Eventualmente puedenser vividos como obstculos para tener acceso a ventajas o favores. En medio de unconflicto social la des-identificacin es la manera de adherir pblicamente una

    causa, en contra de otra. Luego, en aras de laautoconservacinse daan ydesmantelan las redes humanas que haban venido dando sostn, referencia eidentidad.

    La dinmica de los mimetismos malvolos resaltada por Girard tiene como unacompaante menos atendido una ruptura de lazos significativos inmediatos,adems

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    de un posicionamiento hostil frente a un otro. El mecanismo grueso contiene estedo- ble movimiento.

    Junto a los procesos relacionados con laautoconservacindel yo, estaran

    aque- llos otros relacionados a laautopreservacindel yo. Quienes utilizan esteconcepto apun- tan con l al esfuerzo del yo por mantener algn tipo deconsistencia con una repre- sentacin nuclear de s mismo en las circunstancias msdifciles y adversas. Como es sabido, la coherencia con los enunciados bsicos queaportan identidad ha sido muchas veces ms importante que las gananciasatribuidas a una posicin social, o que la vida misma. No todas las personas hacensuyos los impulsos a-sociales que las situaciones extremas favorecen con granfrecuencia. Pero lo usual es que las situaciones extremas obliguen a la gente a tomardecisiones que ponen a prueba sus cdigos ticos. Quien trata de conservar algo deconsistencia en circunstancias donde hay prdidas signifi- cativas o las exigencias

    para sobrevivir son inusuales, debe enfrentar tensiones y con- flictos que confrecuentemente no se pueden manejar o resolver de la mejor manera, creando oremoviendo sentimientos encontrados, generalmente dolorosos. La coheren- cia, aligual que la incoherencia, tiene tiene su precio y ste bien puede ser muy alto.

    Gran parte del material disponible sobre el 48 puede ser pensado conestos puntos de referencia. Si ponemos la atencin en las contradicciones entre losimpulsos de autopreservacin y de autoconservacin nos equipamos con una lentepara empe- zar a explorar esos silencios llenos de miedo y de vergenza que handurado cincuenta aos y ms, al igual que los saltos, vacos y contradiccionespresentes en muchos re- latos. Con esa lente imaginaria podemos tambin

    aproximarnos de otra manera a la situacin de aquellas personas que en los relatosson calificadas de traidoras, pan- cistas o volcadas. Desde luego, esto noexcluye la exploracin de las micro-dinmi- cas psquicas individuales, cuando elloes posible. Como hemos visto, alguna gente vio emerger entonces un lado suyodesconocido o poco conocido, con implicaciones de por vida. Otra lo descubri enpersonas que crea conocer. A la par est la gente que se rehus a des-identificarsecon quien ella crea ser, y contra viento y marea trat de mantenerse en una rutacontraria o distinta de aquella hacia la cual llevaban los odios incandescentes.

    En muchos testimonios aparece la mencin de hechosespantosos o terribles. Enocasiones estos adjetivos indican la ausencia de palabras adecuadas para comunicar

    lo vivido, y algunas veces la presencia de conflictos que nunca se han podidoresolver. La apelacin a lo terrible es en ocasiones una forma de preservar el silencioy de no tocar heridas mal cerradas. Entre el silencio y las palabras empleadasencontramos toda una gama de posibilidades. A diez aos de los hechos, una niaobservaba que cuando los adultos hablaban del 48 hacan lo posible por entretenerseen comentarios divertidos, rehuyendo los malos recuerdos. Pero lo que empezaba

    jocosamente terminaba fre- cuentemente en rostros tristes, suspiros, lgrimas en lasmejillas y en un melanclico silencio materno. La conversacin concluahundindose en el silencio. Para la nia nada quedaba claro. Faltaban palabras.Complemento de estas escenas es lo que ella misma llamael traumade sus

    hermanos mayores, aquejados de un gran miedo a la os- curidad. Al parecer eranmiedos asociados con lo que el grupo familiar vivi durante los das de lucha, enSan Isidro del General. La nia los hizo suyos aunque no haba nacido cuando todoocurri.74

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    La palabra trauma aparece con alguna frecuencia en los relatos. Enocasiones est como sinnimo de lo espantoso.75 En otras oportunidades describeun presente continuamente invadido desde el pasado por imgenes y sentimientos

    que se niegan a transformar en historia. A veces est ligada con historiasincansablemente repetidas, sin mayor variacin. Algunos hijos percibieron que suspadres abrigaban penas que no ponan en palabras e interpretaban que lo hacanpara que ellas no los alcanzaran y contaminaran. Algo parecido al mandato de nomirar lo que sucede puesto en boca de varias madres. Otras nias y nios, por elcontrario, sern casi saturados por los re- latos de sus mayores y llegarn a la adultezcon ellos, como si fuesen parte de sus pro- pias vivencias. Mucha gente creci conuna versin privada o familiar de los hechos, nunca contrastada pblicamente. Unacompaante de las palabras que no se dicen, que se quedan cortas, o que se repiten,es la memoria agujereada o distorsionada. Eventos que tuvieron una duracin

    precisa, segn se sabe luego, se alargan en el recuerdo toda una eternidad,amplificando al mismo tiempo algunos contenidos particulares, en de- trimento deotros: la fuerza de algunos sonidos y ruidos, o la intensidad del miedo sentido.76

    A veces, por el contrario, das y semanas son casi borrados, dejando en su lugaruna nebulosa.77

    En el vocabulario de Girard podemos hablar entonces de un procesopoltico que llev mucha gente a distanciarse y separarse de los suyos, y enalgunos casos a renegar de ellos, en virtud de una mimesis con un bando poltico yun caudillo. Otro estudioso de las situaciones extremas menciona una convergenciacrtica entre proce- sos dedes-socializacin(ruptura de lazos), ydes-individualizacin

    (identificarse con un colectivo mayor, y actuar desde l)78

    Estos trminos tambinseran apropiados para describir buena parte de lo presentado. Hubo personas,incluso nios, que llegaron a ver en sus familiares enemigos que perjudicar y hastamatar, algunas realmente, y otras cuando menos en la fantasa.

    Una situacin de rasgos trgico-catastrficos, como fue la nuestra, dejarhue- llas en las generaciones siguientes. Ellas muy posiblemente no se agotan en lassimpa- tas o animadversiones poltico-partidistas, ni necesariamente van adesaparecer una vez que ellas pierdan fuerza. Corresponden a otro nivel, menosvisible.

    Una vez pasado el epicentro de la catstrofe la gente superviviente se

    enfrenta a la tarea de rehacer su vida de la mejor manera posible. Entre otrascosas, va a re- querir de algn tipo de estrategia personal para reconquistar algocoherencia interna y volverse a colocar en el escenario social. Alguna tendr xitoy otra no. Para los perdedores y los derrotados, cuando se trata de situacionespolticas, resulta mucho ms difcil integrarse a la normalidad de los vencedores,de ser tal cosa posible. Ca- ben esperar muchas complicaciones. La elaboracin delduelo puede ser acompaada de un ensimismamiento que se confunde con ladepresin, y la depresin real puede vestirse a veces de un ensimismamiento pormotivos polticos. A veces las estrategias fallidas acarrean nuevas y trgicascomplicaciones. Por ejemplo, cuando el esfuerzo de evacuar o neutralizar los efectos

    dolorosos de lo vivido requiere de prtesis externas. Las adicciones podrancontabilizarse entre ellas.

    La elaboracin solitaria, silenciosa y lenta es una posibilidad que tienelmites, sobre todo cuando no hay un esfuerzo social que la facilite y la valide. Esdifcil hilar en solitario.

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    En varios relatos con que contamos el miedo es nombrado (o insinuado)como la causa de un desfase entre los dramas y penurias vividas en carne propiay la in- suficiencia de las explicaciones retroactivas sobre lo que pas. A l se le

    imputa una incoherencia que perdura. Pero la explicacin puede ir tambin porotro camino. En un relato aparece la sospecha de que no es solamente el miedoindividual o privado el responsable de tal discordancia. Algo ms se interpone, quesigue siendo una incgni- ta. Un nio de aquellos aos escribe:

    Pero siento que hay una nebulosa dentro de mi mente. No s si por ignorancia acadmicao por bloqueo psicolgico, todo lo que ocurri en la revolucin no me queda claro. Podraser que a nuestros polticos no les interesa que conozcamos la verdad o ellos tambin ladesco- nocen. En fin, no s. Tengo conciencia de que la mayora de los costarricenses conlos que hablo ocasionalmente tampoco lo tienen muy claro. No s cmo se resolvi elenorme dolor causado por la prdida de innumerables vidas humanas, de familiasdestruidas, de familias fragmentadas, de empresas desmanteladas, de prdidas materialesetc. No s cmo un libera- cionista puede convivir con un pariente mariachi, que seg lavida de un pariente cercano, ni viceversa. No s si se resolvi el enorme trauma emocionalque ocasion la revolucin a todos los costarricenses.Se me enseo que el resultado de la revolucin fue bueno, que las consecuencias fueronlas buscadas, que los actos ocurridos, a la luz de las condiciones actuales, estn comple-tamente justificados. Tengo dudas. Pero si estoy seguro de una cosa y es que ahora queme encuentro en los umbrales de la tercera edad, con esposa, con tres hijos y un nieto, nodeseo para ellos ni para ningn compatriota costarricense la traumtica experiencia deotra revolucin.79

    Dos veces aparece la palabra trauma en este pequeo texto. Hay dudae incertidumbre. Cincuenta aos despus siguen existiendo muchas cosas queno se comprenden, preguntas a las cuales no se le han encontrado respuestasconvincentes. El rompecabezas no se ha armado. Este adulto continuaba en unesfuerzo de re-simbolizacin, buscando palabras para capturar lo que escapa aellas. En cierto sentido, este hombre esperaba la oportunidad de una elaboracinque la sociedad costarricense de la segunda mitad del siglo XX no se poda per-mitir. El riesgo era muy grande. Significaba mostrar su taln de Aquiles. La pazdel presente requiere del sacrificio de la memoria. El recuerdo de los buenos te-

    jedores no se deba perturbar. Sobre l se monta una institucionalidad, el nuevoorden legtimo.Este texto tam