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Lujos y penurias populares:enseres cotidianos y

cultura material en la Castilla del Quinientos

Máximo García FernándezUniversidad de Valladolid

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I. FAMILIA Y CULTURA MATERIAL A MEDIADOS DEL SIGLO XVI.

Muchas cosas estaban cambiando en el huma-nista siglo XVI cuando la felicidad celestial debíacompaginarse con una mejora de las condicionesde vida terrenas en aquel contexto de dinamismoeconómico general. Muy lentamente, y en funciónde la relación con el mercado y la capacidad dinera-ria, nuevos servicios y géneros manufacturadoscomenzaron a demandarse por parte de segmentossociales cada vez más amplios. La Ribera del DueroOriental es un buen observatorio donde apreciar talevolución. La tradición medieval se mezclaba allícon el renacer de la pujanza de nuevos cánonesvitales, generándose conflictos pero tambiénabriéndose nuevos horizontes en las cuestionesrelacionadas con el consumo, la apariencia públicay el deseo de ‘parecer bien’. Cobran así especialrelevancia las palabras del padre Guevara, cuando,sagazmente, percibía “la confusión y desorden quevive el mundo, ante la relatividad a la que se some-te la conducta humana… y sus liviandades”, inclu-so entre ‘el común’1.

Nuestra propuesta radica en rastrear una instan-tánea, coyuntural pero también evolutiva, de lasposibilidades de desenvolvimiento material de unconjunto amplio de familias castellanas (contrastadoen función de sus niveles de rentas y posición social),a partir del conocimiento de los distintos enseresexistentes en el seno doméstico, tasados en elmomento matrimonial y en el posterior hereditario

post-mortem. Su valoración y composición, recam-bio o reutilización, ofrecen datos muy interesantes.

1. RIQUEZAS Y POBREZAS.

En la obra de Bennassar para el Valladolid delsiglo XVI se reitera con asiduidad el término lujo.El lujo de contar con muchos criados y con pobres,presente en el interior de las viviendas como algocotidiano; los siempre perceptibles signos externosde riqueza; la reiteración de fiestas y espectáculos.Rasgos que definieron la parte mejor documentadade las ciudades castellanas durante su dilatadoperiodo de crecimiento material, resaltados aúnmás allí donde el cúmulo de necesidades visualesque la cercanía del poder acarreaba los convertía enimprescindibles. Por otra parte, centraba sus análi-sis en el conocimiento de los niveles de consumomás perentorios, los alimentos, por lo que muchose desconoce todavía de las posibilidades decomercialización estable de otros géneros manufac-turados2. La adquisición de vinos, carnes o pesca-dos requería de un cierto nivel de rentas y se rela-cionaba siempre con la cuestión de los precios,situación que se reafirmaba de forma mucho másacentuada respecto a la demanda del resto de losenseres domésticos y del vestuario personal.

Los conjuntos patrimoniales acumulados (rastre-ados en cartas de pago de dote, inventarios post-mortem y en obligaciones de comerciantes y cuen-tas de testamentaría, curaduría y pago salarial)3

• Este trabajo se inscribe dentro de los Proyectos de Investigación financiados titulados Cultura material, consumo, moda e identidades sociales.Mujer, vestido y apariencia en Castilla y en León durante el Antiguo Régimen (siglos XVI-XIX) y Familia, identidad social, transmisión hereditaria y culturamaterial. Patrimonios, consumos y apariencias en la Castilla interior: 1600-1850. (Har2010-21325-C05-05).1 Guevara, Antonio de, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, Valladolid, 1539 (Madrid, 1984); cap. XIX: ‘Virtudes que en la corte perdió ymalas costumbres que allí cobró’, pp. 268-273. “Dios estaba en todas partes y ocupaba todas las horas: en las alcobas de los palacios, entrelos pucheros de las cocinas, en las calles, en las plazas, en las encrucijadas de los caminos, en las puertas de las ciudades, en los campana-rios, en los claustros,… o entre las sábanas de los moribundos, en las joyas de las mujeres y en la mesa doméstica; nada de lo humano leera ajeno; nada de lo divino era extraño; todo era religión”.2 Bennassar, Bartolomé, Valladolid en el Siglo de Oro. Una ciudad de Castilla y su entorno agrario en el siglo XVI, Valladolid, 1983; ‘Un lujo cotidia-no. Signos de riqueza’, pp. 417-429.3 Documentación conservada en los Legajos del Archivo Histórico Provincial de Valladolid (AHPV), en su Sección de ProtocolosNotariales (Prot). Se analizan aquí un centenar de documentos notariales.

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muestran una fotografía válida de la cultura materialde aquella sociedad, a la par que identifican las con-diciones de vida populares. Además, permiten acce-der al ‘consumo social’ de bienes perecederos. Através de dos momentos capitales en el devenir eco-nómico de las familias, el de la creación de las uni-dades domésticas por matrimonio y el de la transmi-sión a los herederos de los capitales atesorados envida, se constata la presencia, reiterada o no, de unelenco de prendas de vestir, de mobiliario domésti-co, de menaje de cocina, de ropa blanca de cama yde otros objetos decorativos o profesionales quedenotan la existencia de unos ‘ajuares modélicos’ ycomunes para la mayoría de la población, junto auna serie de enseres que definían estatus, mentali-dad, dedicación o riqueza superiores4.

Por ejemplo, la reiteración de ‘paramentos decama rajados’ o de colchones y mantas frazadas erahabitual en cualquier vivienda. Eran mueblesimprescindibles. Bien distinta era la cantidad dispo-nible y la calidad de los mismos por familia: pocascasas disponían de más de una (o dos). Lo mismocabe decir de la sabanería y de otros complementosde la cama matrimonial. E igual situación delata lapresencia o no de ‘sillas de costillas’, de mesas denogal o de un mayor o menor número de arcas.

También de alfombras, espejos, sobremesas, ‘almo-hadas y cueros de estrado’, carpetas, esteras y otrosadornos domésticos. Cómo no, de los siempreescasos platos y jarras (de Talavera y hasta deFlandes, aunque la mayoría fuesen escudillas dePortillo o zamoranas), cucharas (nunca tenedores) ypiezas de vidrio.

Todo informa de cómo cubrían entonces susnecesidades vitales. La cuestión radica en compren-der si sólo la capacidad económica era la claveúnica para contar con aquellos mobiliarios y vestua-rios, o si la emulación, la presencia de comerciantesque importaban nuevas modas y numerosos pro-ductos extranjeros o la visión por las calles de unahidalguía ricamente ataviada, contribuyeron adifundir ‘por goteo social’ tales prendas y objetossuntuarios5. El dinamismo de la oferta guiaba laventa manufacturera, pero otros argumentos propi-ciatorios, como los cambios en la demanda, unarelativa facilidad para “ver y ser visto” y tratar dereproducir géneros y calidades diferentes o nove-dosas, pudieron fomentar la difusión popular deciertas prendas y menajes que con tanta frecuenciacriticaban el sermonario eclesiástico6 y las reitera-das Leyes Suntuarias sobre los excesos en los lujos yvestimentas7. Esa misma ‘imitación’ explicaba tam-

4 Nos basamos en los principios metodológicos y en los objetivos y conclusiones plasmados en algunas de las últimas publicaciones edita-das sobre estos temas: De Vries, Jean, La revolución industriosa. Consumo y economía doméstica desde 1650 hasta el presente, Barcelona, 2009, o Torras,Jaume y Yun, Bartolomé (dirs.), Consumo, condiciones de vida y comercialización. Cataluña y Castilla, siglos XVII-XIX, Ávila, 1999.5 La moda mujeril fue constante caballo de batalla de misioneros, predicadores, confesores y moralistas, asimilándola con la apariencia, lamentira y los usos cosméticos, conceptos negativos todos ya en la pluma del humanista Luís Vives. Por entonces el agua estaba mal consi-derada y se avanzaba hacia una higiene vinculada a polvos y perfumes, cuando el baño se identificaba con lo morisco, la promiscuidad y loscontagios. La abundancia de la ropa blanca se presentaba como el símbolo de aquella limpieza. Y por eso se hablaba tanto de los afeitesfemeninos, de las que se teñían el pelo y de quienes se alcanforaban el rostro, consolidándose la opinión de que su uso era más propio deprostitutas que de cristianas virtuosas. Por eso tampoco resulta extraño que Quevedo considerase irónicamente el empleo de las pelucas.6 Sobre los clamores de los moralistas contra las proporciones descomunales de las gorgueras, véase: Camos, Marcos A., Microcosmia y gobier-no universal del hombre cristiano, 1592; y ataques contra verdugados y chapines en: Talavera, fray Hernando de, Tratado del vestir, del calzar y delcomer, 1477.

“Desde tiempo inmemorial”, señalaría el padre Pedro de Calatayud en su famosas Doctrinas prácticas que solía explicar en sus misiones… “enlas mujeres es natural y poderoso el apetito de sobresalir, y ser estimadas por el aseo y adorno que las hace parecer bien. Y de aquí nace serinclinadas a trajes, usos y modas, con que asearse y parecer bien a los hombres”.7 Sempere y Guarinos, Juan, Historia del luxo y de las leyes suntuarias de España, 1788.

Luís Cabrera de Córdoba, al comparar los reinados de Carlos V y Felipe II, reflejaba ya el debate que levantaba la extensión del lujo yel deseo de adoptar nuevos hábitos y de aparentar, incidiendo en el consumo y en la demanda de artículos no indispensables ni de subsis-tencia, iniciada al menos en época de los Reyes Católicos. Se trataba de una ‘epidemia de imitación’, con foco en el vestuario femenino, porlo que al vestir se refiere. Por eso la legislación trataba de frenar los lujos y excesos en joyas, ropas y adornos (proliferaron las minuciosasPragmáticas restrictivas contra el Lujo de 1494-1499, 1534 y 1537, clamando contra “las fantasías de la tijera” -“llanos, sin cuchilladas ni gol-pes, ni más obra que la costura”-), pues todo debía mirar al “Bien Público y al Buen Gobierno; por ser de mi Real Desagrado las ModasEscandalosas en los trajes de las mujeres y contra la modestia y decencia que en los hombres debía observarse”; Novísima Recopilación de lasLeyes de España, Libro 6, Título 13, Leyes 1-26, pp. 182-200.

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bién el deseo de medro entre los protagonistaspícaros8.

El atuendo suntuoso presentaba especiales con-notaciones para ser instrumento de corrupciónmoral. Estar cargado “de jubones de Milán ymedias napolitanas de raso y oro” o tratar de enga-tusarlas con terciopelos de Toledo y cortes deMilán de rica labor (en El amante agradecido o en Elacero de Madrid) presuponía riqueza y apetenciassexuales. Las mujeres, por abundancia de ornamen-tos, “se han convertido en altares”, llenas de “telas,tabíes, terciopelos, carmesíes y pasamanos”(Santiago el Verde). No obstante, Lope de Vega, aúnmás que las galas italianas y el poder corruptor dellujo (como los ‘vanos’ tocados genoveses o vene-cianos presentes en su obra La quinta de Florencia, olas generosas dádivas en forma de medias napolita-nas de El anzuelo de Fenisa), criticaba satírico losnacionales guardainfantes, los mantos de las tapa-das y el resto de los adornos denostados por losmoralistas españoles coetáneos.

Aquellas ricas piezas contrastaban, por inalcan-zables, con la pobreza general. No obstante, la lite-ratura moralizante de la época mantenía su guerraparticular9: Rojo de Flores, en su Invectiva contra ellujo, censuraba todos los “talabartes y pretinas quese gastaban con pasamanos y caireles de plata yoro” del atuendo masculino o femenino; o en elMemorial contra los falsos trajes de Villalba: “¿cuándose vio en España tanto desorden?; ¿se han vistojamás tantos chamelotes de plata, tantos rasos, cua-jadas las basquiñas de esterillas de plata, tantas telasbordadas y brocados de Milán?”.

Estas cuestiones eran perceptibles en el vestua-rio (femenino). La saya (con los sayuelos), el inicio

de la difusión de la basquiña y el manto, junto a lasropas y ropillas, complementadas con mangas,cofias, gorgueras o redecillas constituían la base del‘vestido modelo’ de la mujer castellana. Ellas valo-raban la tipología de sus prendas, la composiciónde su vestuario y la diversidad de los tejidos de suconfección. Además, la inexistencia de ropa inte-rior, muy pocas camisas y no excesivos objetos dedecoración textiles dentro de las casas definían suconcepción de la escala de valores domésticos.

En aquella sociedad tan polarizada, el nivel deingresos determinaba la posibilidad de demanda debienes perecederos. “Una clientela de alto poderadquisitivo orientaba la producción hacia la calidady la belleza”. Por eso, los contrastes eran muyamplios: “la ciudad consume mucho y la riqueza espatente y objeto de ostentación... incluso en lascasas en que no existe riqueza; y tiene un medio deexpresión favorito: el lujo”10. Situación (cierta sólopara algunos sectores privilegiados urbanos, noentre los menestrales ni en los entornos rurales)que, además, tendió a ir desapareciendo a lo largode la centuria.

En la denominada ‘revolución del consumo’, lasmodas y los cambios en el gusto desempeñarían unpapel fundamental, igual que las posibilidades deemulación e imitación entre los distintos grupossociales, hecho que aceleraría notablemente la difu-sión de pautas de demanda novedosas. En tal pro-ceso, la ciudad fue clave, al acentuarse su papelcomo centros consumistas, de irradiación de hábi-tos de consumo, de intercambios culturales en elvestuario, de promoción de modas y de difusión-de arriba – abajo- de nuevas demandas. Con la cul-tura humanista se produjo una primera ¿y negativapor antiestamental? ‘revolución de las apariencias’11:

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8 Maravall, José Antonio, Literatura picaresca desde la historia social, Madrid, 1986.9 Véanse: Deleito, José, La mujer, la casa y la moda (en la España del rey poeta), 1954 (“La represión del lujo. Leyes suntuarias”, pp. 171 y 275-296); Bernis Madrazo, Carmen, El traje y los tipos sociales en El Quijote, Madrid, 2001; Dalmau, R. y Soler Janer, J. M., Historia del traje, Barcelona,2002; Juárez-Almendros, Encarnación, El cuerpo vestido y la creación de la identidad en las autobiografías del Siglo de Oro, 2006; o López Álvarez, A.,Poder, lujo y conflicto en la Corte de los Austrias, Taurus, 2007.10 Bennassar, B., op. cit., p. 417. También: Roche, Daniel, La culture des apparences. Une histoire du vêtement XVIIe-XVIIIe siècle, París, 1989.11 Idea desarrollada por extenso en: García Fernández, Máximo, “Familia y cultura material en Valladolid a mediados del siglo XVI. Entreel matrimonio y la muerte”, en Castellano, Juan Luís y Sánchez-Montes, Francisco (coords.), Carlos V. Europeismo y universalidad. Población,economía y sociedad, Madrid, 2001, v. IV, pp. 275-296; García, M., “‘El alma y el cuerpo’: miradas celestiales y terrenales a comienzos delAntiguo Régimen en la Castilla interior”, en VVAA, Isabel la Católica y su época, Valladolid, 2007, v. II, pp. 1203-1220; o García, M., “Tejidoscon ‘denominación de origen extranjera’ en el vestido castellano. 1500-1860”, en Estudios Humanísticos. Historia, 3, 2004, pp. 115-145.

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“acomodarse al gusto de los consumidores es lamejor ley del género; el lujo prefiere el lucimientomomentáneo a la duración poco brillante”12.

Con todo, la pobreza también era manifiesta ylos vestidos pasaban de una generación a otra.Incluso en la corte las demandas palaciegas deFelipe II eran parcas en comparación con otraseuropeas y más aún con las del XVII y XVIII. Másaún en el Tordesillas vivido por la reina Juana13. Allí,en la ‘casa de la reina’, en la década de 1540 se cons-tataban para uso de sus moradores 75 camas consus respectivos colchones y sábanas (unos 75 sir-vientes, por tanto; entre ellos reposteros de camas,un sastre y un zapatero). Y había unas quince ‘muje-res de cámara’, más la lavandera flamenca Cornelia,a cargo de cualquier aspecto relativo a su rutina dia-ria (quienes la obligaban a levantarse, asearse y ves-tirse). Solía comer sola en un aposento o en su pro-pia habitación. Se constatan pagos de seis mil mara-vedíes en 1522 “por la hechura de todas las ropasque hizo para mi persona”. Cuando en 1525 partiósu hija doña Catalina de Tordesillas se redujo laposibilidad de gasto en alimentación, cera y en losextraordinarios de su vestuario, vajilla y cubertería14.Tras el brote de peste de 1532, la urgencia por aban-donar la villa generaron el acopio de mulas, carretasy ropas: el sastre flamenco Guillén Punzón tuvo quetrabajar sin descanso para confeccionar vestidospara ella, además de desplazarse hasta Valladolidpara comprar los paños necesarios (“siete docenas ymedia de botones de latón morisco para las ropasde su alteza”). En 1533 tuvo lugar cierto expolio(‘robo y saca’) de los bienes de doña Juana: entreellos “824 martas que se entregaron para hacer cua-tro forros de ropas”. Y muy poco más.

La norma habitual fue el descuido tanto de suaspecto físico como de sus vestimentas: dormíavestida, no se lavaba ni cambiaba de ropa, “no que-ría sino andar sucia y rota y dormir en el suelo sincamisa”15. Lucía austera y recatada (aún cuando enFlandes pidiera guarniciones y cintas para el arreglode sus ropajes). Y, sin embargo, el inventario de sus“arcas con joyas, pedrería y objetos de plata y oro;retablos e imágenes de devoción; retratos; libros;objetos litúrgicos; tapices; relación de las vajillas,menaje de cocina y cuberterías; tijeras, braseros,escribanías, escudillas y otras ‘menudencias’; copasy platos de alabastro; y pieles y cueros” era consi-derablemente rico y abundante. Los vestidos quedoña Juana llevó a su encierro tampoco eranpocos16 156 gorgueras, camisas y ‘ropa francesa’con sus forros y oros, brocados de seda y perlas,además de chapines y botines. Esos sí, en su mayo-ría conservados hasta su muerte sin renovar, aun-que muchos también desaparecieran debido al pro-pio descuido personal de la reina o cuando su obse-sión por la limpieza hacía que acabasen pudriéndo-se de estar tanto tiempo en remojo u ordenase que-mar ropa blanca, forros, almohadas y borceguíes.

Resaltan sus dos muñecas ‘vestidas de época’:“una con una camisa de cambray, labrado el cabe-zón, y mangas de oro y seda, y una faldilla de çebtíverde y terciopelo carmesí, y encima un brial debrocado, pelo negro y tiras de çebtí blanco, ycubierta con una mantilla de çebtí carmesí su delan-tera y ruedo de argentería de oro”; la otra igual,pero con tonos anaranjados y con randas de ador-no de oro hilado. Era la auténtica moda.

12 Como todavía denunciaba en 1778 Eugenio Larruga y Boneta en sus Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas deEspaña (t. 24, pp. 11-14 y t. 26, pp. 172-173).13 Zalama, Miguel Ángel, Vida cotidiana y arte en el palacio de la Reina Juana I en Tordesillas, Valladolid, 2003; ‘Vida cotidiana de la reina en pala-cio’, pp. 169-282 y 363-367.14 Archivo General de Simancas (AGS), CSR, Leg 96.15 Sandoval, fray Prudencio de, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, 1600 (1955, p. 38).

Por orden de Fernando el Católico, su camarero, Diego de Ribera, en 1509 hizo inventario de los bienes de su cámara tordesillana parasaber los que portaba entonces: ropas, paños de buriel finos, bastos y de grana, ropa blanca, lienzos y holandas; paños de cámara, cortinas,paños de estrado y almohadas… “y por la pestilencia se mandaron quemar ciertas arcas con enseres de esta calidad”. Cuando partió de esavilla “en algunas arcas grandes y pequeñas iban chapines, borceguíes y otras cosas”; AGS, CMC, 1ª época, Legs 1213 y 1544. Real Biblioteca,Ms 3283.16 Según la obra clásica de Ferrandis, J., Inventarios reales (Juan II a Juana la Loca), Madrid, 1943.

Además de la ‘ropa blanca’ inventariada en tres partidas individualizadas: de cama (“sábanas, almohadas, colchas y cielos de cama [unacama de brocado dorado carmesí y verde y blanco y morado, con goteras de la misma argentería sobre terciopelo carmesí con tres escudosde armas]”) y de mesa, aseo y casa (“toallas, manteles y paños, doseles, cortinas y goteras… con bordados y brocados”).

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Y si eso ocurría en palacio, la visión de losextranjeros respecto a muchas costumbres burgale-sas reincidían aún más en dichas claves de penuriapopular. Así, por ejemplo (describían todavía en elsiglo XVII varios franceses -Jouvín-), significandocríticos17: “esta nación [Burgos] se complace entener maneras contrarias a las de Francia en todaslas cosas; nosotros llevamos calzas amplias, ellosmuy estrechas; si sombreros redondos, ellos deforma cuadrada hundiéndolos hasta los ojos; si lasmangas abiertas por delante, ellos por detrás; y siabotonamos por la parte alta del jubón, elloscomienzan por la baja”; “los burgaleses siempreandan embozados en su manta y en su capa”; “losniños de seis años tenían también sus capas”; seven “labradoras con sus faldas amarillas y campesi-nos tocados con su montera de pelo”; o “el puebloes el mejor depositario de los usos y costumbresantiguos; las monteras sólo son copia de las anti-guas vestiduras militares: han conservado en sutraje la viva imagen de los cascos y la de todas lasarmaduras en sus coletos, polainas, abarcas y alpar-gatas18”. Además de la clásica cita, llena de picoresde piojo, de Gautier: “multitud de andrajos y hara-pos abrigaban a los mendigos en el mercado burga-lés de La Liendre”.

Y eso que la francesa d’Aulnoy trastocaba esasimágenes con otra más moderna y consumista: “enAranda vimos un verdadero guapo, bravo y fanfa-rrón español; su cabello separado por el centro dela cabeza y sujeto por detrás con una cinta azul muyancha y larga; calzas de terciopelo negro, abotona-das con seis botones por encima de la rodilla (tanestrechas las hacen en este país); una chaqueta tancorta que no pasaba del bolsillo; un jubón negroribeteado, con anchas mangas bordadas colgando;la camisa, en vez de mangas de tela, de tafetánnegro ahuecadas, con puños de lo mismo; su capade paño negro, arrollada alrededor del brazo por-que eso es más galante; su golilla de cartón le man-tenía el cuello tan erguido que no podía girarse(nada más ridículo que ese alzacuello, que ni es gor-

guera ni valona ni corbata; incomoda mucho y des-figura otro tanto); su sombrero de tamaño prodi-gioso (la forma baja, forro de tafetán negro, congrueso crespón muy ancho alrededor -como unmarido lo llevaría por el luto de su mujer-, perotítulo indiscutible de la más fina galantería; no hayquimera que pueda defenderse contra esa visiónengalanada); los zapatos de un cordobán tan finocomo las pieles para guantes, todos recortados apesar del frío, tan ajustados a los pies como si estu-viesen pegados y sin tacón. Al entrar me hizo unareverencia a la española, con las dos piernas cruza-das, inclinándose gravemente como hacen las muje-res al saludar; iba muy perfumado; todos lo vanmucho; sabía bastante mostrarse cortés”19.

Antes de continuar desarrollando estas ideassobre cultura material conviene recordar un par decuestiones fundamentales sobre las posibilidadesreales, productivas y comerciales, existentes en lacomarca ribereña donde planteamos aquella reali-dad.

2. PRIMERO, CUBRIR NECESIDADESBÁSICAS: EL VINO DE LA RIBERA.

Lo que pasaba por buenas cosechas de cereal…y de vino. La producción de tintos en la comarcaera fundamental. Muchos aspectos de la vida eco-nómica y social de la Ribera del Duero y, en concre-to de Aranda, giraban en torno al vino20. La mayo-ría de los agricultores compraban a crédito, pagan-do sus deudas inmediatamente después de vendersus nuevas cosechas. El Eco de Aranda hacía cons-tante referencia al pernicioso alcoholismo desarro-llado entre sus “clases humildes y desheredadas”.El obispo de Osma se quejaba de que “contentán-dose los de este país [la Ribera] con sólo el plantíoy cultivo de las viñas, en lo que consumen parte delaño, estando lo restante desocupados, sin más des-tino ni ejercicio que visitar las bodegas, de quenacen los vicios, la pobreza y la miseria, que es

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17 García Mercadal, José, Viajes de Extranjeros por España y Portugal (Desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX), Valladolid, 1999;y García Simón, Agustín (ed.), Castilla y León según la visión de los viajeros extranjeros. Siglos XV-XIX, Salamanca, 1999.18 A comienzos del siglo XVIII, el romero picardo Manier había comprado en Burgos unas alpargatas con las que anduvo cien leguas: “escalzado ligero y de mucho uso en el país” (Peregrinación a Santiago).19 García Mercadal, J., op. cit. (madame d’Aulnoy, Relación del viaje de España, 1679).20 Aranda de Duero, 1752. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada (Alcabala del Viento, estudio de Jean-Pierre Amalric), Madrid,1990; Sanz Abad, Pedro, Historia de Aranda de Duero, Burgos, 1975; o Huetz de Lemps, Alain, Vignobles et vins du nord-ouest de l'Espagne,Burdeos, 1967.

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notoria, causando mucha compasión por saber quees fácil remediarla si en los naturales hubiese laindustria, aplicación y trabajo a que convida elterreno”. Y por eso también contra las catástrofesclimáticas de granizadas y heladas no había otraprotección que la patrona local: la Virgen de laViñas.

Aranda de Duero era zona de cereal, cuyalabranza se complementaba con los productos dehuerta y con el viñedo21. Una comarca agrícola condedicación preferente a la viticultura de autoconsu-mo que admitía una elevada densidad de población,imprimiendo su sello en la arquitectura y en su vidasocial, en la medida en que sus cosechas anualespermitían sobrevivir con explotaciones relativa-mente pequeñas (y eso que los rendimientos noeran altos: diez, seis y tres cántaras por aranzada,según fuesen de primera, segunda o tercera calidad)y su cultivo -intensivo en labor y trabajo manual-necesitaba muchos brazos y jornaleros, básicamen-te durante la recogida de la cosecha a comienzosdel otoño y cuando la producción de mosto debíaalmacenarse en las bodegas para su transformaciónen vino. Además, había muchos maestros cantare-ros y boteros en la localidad y contaba con especia-lizados curtidores y zurradores.

A pesar de unas condiciones ecológicas nototalmente favorables para el cultivo del viñedo,desde la Edad Media la comarca arandina tuvo unadedicación vinícola muy relevante, protegiéndosedesde entonces el cultivo de los majuelos frente alos foráneos mediante reales privilegios, garantíasregias y ordenanzas municipales. Por eso (aunqueen fecha tan tardía como 1783) establecieron lasOrdenanzas del Gremio de Cosecheros de Vino de Arandade Duero, con el fin de que los productores contro-lasen su proceso, regulando todo lo referente alciclo productivo de la vid y para acotar o reducir elplantío y extensión de cepas, así como la venta ycomercialización de sus caldos. El motivo de supromulgación era salvar la crisis del sector impo-niendo una estricta regulación, cuando “ningunaotra materia influye tanto en este pueblo a su gene-ral subsistencia y adelantamiento que el vino, que

por manejado hasta aquí arbitrariamente y sin reglaha producido no pocos daños de grave considera-ción… deseando el ayuntamiento y común deste-rrar dichos perjuicios”. Eran unas medidas refor-mistas, defensivas, en interés de los grandes propie-tarios, para “el buen gobierno del vino y sus cose-cheros”22.

Durante el siglo XVI su crecimiento vinícola sevio favorecido por el desarrollo urbano de Burgos(como Cigales o Medina por Valladolid). En 1587el consumo de Burgos se elevaba a 105.000 cánta-ras de aquel ‘vino de la tierra’. Por extensión, el detoda la Ribera estuvo vinculado al esplendor urba-no castellano, además de satisfacer las necesidadesde tintos exportándose hacia las montañas deVizcaya y Santander, donde tenían la “reputaciónde mejorarse marchando hacia el norte”. En todosesos ámbitos se producía una fuerte competenciaentre los caldos de Aranda con los de Cigales,Peñafiel y La Rioja.

Sólo la enorme presencia del cereal evitaba quela extensión de la vid en esta zona no se convirtie-se en monocultivo, como se demostraba en Arandade Duero, donde el viñedo era predominante hacia1579: con 334.600 cántaras de vino frente a 16.800fanegas de trigo, 10.100 de cebada, centeno yavena, y 1.820 corderos. Así, los viticultores arandi-nos consiguieron del Consejo de Castilla en 1535 elderecho de prohibir el pasturaje en las viñas, al serya su principal cultivo, con una producción mediaanual de 354.400 cántaras (57.000 hectolitros) entre1578 y 1585, y de 315.100 en el decenio siguiente(era raro que descendiese de las 200.000 -en el añomalo de 1578 se llegó a las 187.300- y alcanzó las550.000 cántaras -88.000 hectolitros- en el magnífi-co de 1584).

En suma, Aranda se convirtió en un gran centrocosechero y exportador de vino. Era la producciónpredominante y Burgos el principal mercado, basedel aumento de su población y de su espectacularcrecimiento urbano, expresado en el ensanche desu plano y dando ocupación a una abundante manode obra jornalera. Duplicaba el valor respecto al

21 Iglesia Berzosa, Javier y Villahoz García, Alberto, Viñedo, vino y bodegas en la historia de Aranda de Duero, Aranda de Duero, 1982.22 Se compone de diez títulos, aunque estrictamente sobre el vino sólo tratan los siete primeros; Archivo Histórico Nacional (AHN),Consejos Suprimidos, 1782, Leg 28868, nº 1.

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terreno de sembradura, al no necesitar barbecho, yde sus rendimientos el campesinado obtenía ingre-sos líquidos inmediatos tras venderlo extramuros.

La crisis del siglo XVII, sin embargo, paralizódicha evolución alcista, aunque algunos años lacosecha fuese tan grande que tiraron al río parte deella: “es esta villa tan abundante de vino que se dicepor cierto no hay otro lugar en España que en pro-porción coja mayor cosecha; y se sale de esta dudacon decir está tomado por testimonio de escribanoque en 1676 fue tan grande la abundancia de vinoque se cogió que después de haberse llenado unainmensidad de cubas muy grandes que hay, que porla justicia se arrojaron al río 33.000 cántaras [52.800litros] bien cumplidas, de modo que se conocía dis-tintamente la parte por donde iba el vino de colortinto y la otra por donde iba el agua, quedándosemás de otro tanto de uva en las viñas por no haberquien vendimiase”.

Durante el siglo XVIII23 se plantaron nuevasviñas mientras el vino continuaba siendo, dentro delos mismos circuitos comerciales y mercados tradi-cionales, el único género exportado. Así, se decíaque “Burgos y sus alrededores no beben otro vinoque el de la tierra de Aranda”. Aunque su consumoiba bajando, “las gentes de la Ribera están muy gus-tosas con el trato del vino” y ‘el de la tierra’ seguíademandándose, dado su precio.

Aquel espacio agrario típico de la Ribera delDuero (frente a lo que sucedía en los pueblos veci-nos del páramo absolutamente cerealistas) presen-taba una superficie dedicada al viñedo próxima a lacuarta parte del término municipal. Como ocurríaen Roa, donde la sembradura de trigo constituía laclave del labrantío, aunque tuviese más importanciay valor el producto de las viñas24. En 1589 el vinoera su principal género comercial, constituyendomás del 40% de todas las alcabalas de la villa. Ycomo producto orientado al mercado, toda la

comarca exportaba fuera del ámbito local (exce-dentes puestos a la venta por cada labrador) apro-ximadamente la mitad del vino cosechado. Además,el jugo de cada obrada superaba ampliamente elvalor del grano, con unos rendimientos medios de1.300 litros/hectárea/año (unas 81 cántaras -ape-nas un kilo de uva por cepa-, pero ya 244 realesfrente a una media de 182 del trigo). Por eso eralógica y necesaria la preferente orientación vitícolade la pequeña propiedad: los muchos propietariosde menos de cinco hectáreas dedicaban más de lamitad de su terrazgo al aprovechamiento muchomás intensivo del viñedo, mientras que a medidaque aumentaban los tamaños disminuía tal porcen-taje, aumentando el del cereal.

Por su parte, el periodo de mayor crecimientode la zona de Fuentelcésped no llegó hasta 1620-1720; ligado, precisamente, a la espectacular exten-sión de su viñedo. Entre 1639 y 1647 mantuvieronuna permanente lucha contra la Mesta sobre multaspor el plantío de majuelos de primera calidad, alintroducir cepas en tierras recientemente roturadasy reconvertirse muchas otras antiguas de pan llevar.Dicha especialización en la producción llegó a con-vertirse en monocultivo a mediados del XVIII:bueno para las posibilidades de su comercializaciónpero peligroso en épocas de crisis y cuando casinunca los cereales panificables propios eran sufi-cientes para cubrir sus necesidades de abasteci-miento. En ese contexto, los ‘cosecheros de vino’de la localidad se convirtieron en el núcleo princi-pal del vecindario. Además, al encargarse tambiénde las ventas, y cuando en la propia villa únicamen-te se consumía una cuarta parte del mosto, sus fun-ciones mercantiles también empezaron a ser muyimportantes25.

Algunas cifras revelan la importancia del vinoen esta localidad y en todo el partido de la Riberade Duero burgalesa hasta su retroceso a finales delsiglo XVIII.

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23 AGS, Dirección General de Rentas, 1ª remesa, Catastro del Marqués de Ensenada, Partido de Aranda de Duero (Burgos). 1752. Libros:11, 12, 13, 14, 15 y 16. “Muchos vecinos cosecheros despachan sus vinos… el de la cosecha lo vende cada vecino en su casa para que nofalte su abasto” por lo que apenas aparecían taberneros obligados. En Vadocondes, Gumiel de Izán, San Martín de Rubiales, Fuentenebroo Zazuar había “un corredor de vinos de la cosecha”. “En Olmedillo, un pregonero publica las vendimias”.24 Molinero Hernando, Fernando, La tierra de Roa: la crisis de una comarca vitícola tradicional, Valladolid, 1979. Y Roa, 1752. Según las RespuestasGenerales del Catastro de Ensenada (Alcabala del Viento; estudio de Fernando Molinero), Madrid, 1992.25 Zaparaín Yáñez, Mª J., Fuentelcésped. La villa y su patrimonio. Siglos XVII y XVIII, San Sebastián, 1998.

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En suma, todo el tema del vino era “en pro delbien e interés común de todos los vecinos”. Así,para evitar la competencia entre los cosecheros a lahora de venderlo, el concejo fijaba ‘precios de pos-tura’ mínimos y, desde 1687, estableció unasOrdenanzas de la Venta del Vino que regulaban laprioridad en que se expenderían las cubas cada año,evitando confrontaciones, procurando despachartodo el tinto local y a los mejores precios y garanti-zando el abastecimiento de la tabernilla. La propiavilla contaba con su bodega comunal y la cántara devino era ‘moneda interna’ de amplia circulación.

También el viñedo alcanzaba un 24% de las tie-rras de Curiel y Peñafiel26. Las 1.250 obradas dePesquera de Duero constituían un amplio 30% deltotal de su término municipal, lo mismo que las2.800 de Peñafiel representaban ya el 40% de suterrazgo: aunque sus rendimientos no fuesen eleva-dos, eran las dos villas más vinateras y la clave de suexpansión. La riqueza de muchos de aquellos pue-blos se basaba en la importante fuente de ingresosque representaba la comercialización de su viñedo,cuando, desde 1600 su producción sobrepasaba lademanda interna. Así, en Peñafiel, en 1634, sus1.884 vecinos recogieron unas 210.000 cántaras, loque resultaba exorbitante para atender solamente alconsumo familiar (111 cántaras per cápita anual-mente).

Su comercialización se traducía en dinero líqui-do inmediato, capaz de estimular cada otoñodemandas populares y atraer todo tipo de consu-mos semiperecederos. En función de esas rentasagrícolas, en periodos bonancibles, se generabanexpectativas colectivas de acercamiento al mercadoy a los circuitos comerciales.

3. EL ABASTO POPULAR EN EL PARTIDODE ARANDA. CAMINOS, FERIAS, TRA-TANTES Y OFICIOS.

La Ribera Oriental siempre fue zona de pasoestratégica. Situación geopolítica determinante quese vinculaba al trazado de caminos y puentes sufi-cientes; siempre en continua reparación para servirde vías terrestres en el intercambio mercantil.

Como aquellos caminos reales eran muy fre-cuentados por los trajineros Aranda de Dueroinformaba al Consejo de Castilla del reconocimien-to de los puentes de su partido, para que un arqui-tecto o cantero los inspeccionase, dando trazas,condiciones y presupuestos de reparación, “enrazón del estado en que se hallan y la necesidad deocurrir a su reparo”. Testigos, comerciantes y vian-dantes confirmaban la importancia y necesidad desu ‘buen estado’. Así, en toda Castilla, entre 1575 y1610, se autorizó la construcción de 248 puentes,había 288 en obras y se querían terminar otros tres-cientos.

26 García Sanz, B., Los campesinos en la sociedad rural tradicional. Marco institucional, producción, presión fiscal y población (Tierra de Curiel y Tierra dePeñafiel, siglos XVI-XVIII), Valladolid, 1989.

Obradas (1752) Tierras de pan Viñedo MontePeñafiel 2.302 2.800 40% 1.894

Tierra de Peñafiel 19.729 5.317 15% 11.125Tierra de Curiel 3.935 1.360 10% 8.346

Pesquera de Duero 1.686 1.250 31% 1.130

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Entre 1580 y 1610 se produjo un anormalaumento de las lluvias, con riadas catastróficas en1589-90 (superiores incluso a las de 1646-49) con23 derribos de puentes. Tales avenidas afectaronsobremanera al sur burgalés, lo que se tradujo enun importante incremento de la inversión en obraspúblicas. En esta provincia, entre 1574 y 1594 elgasto en puentes fue enorme (8.700 ducados),haciéndose necesarias continuas reconstrucciones,repartimientos, papeleo y gastos en cada lugar.Eran caros de mantener por las poblaciones dadoque los reparos eran imprescindibles “porque lascorrientes, crecidas y fuerza de las aguas los llevatras sí continuamente, de modo que los vecinosestán cansados con tan repetidos desembolsos, queno pueden ya sufrir más”.

No obstante, tampoco eran infrecuentes losfraudes constructivos, y ya en 1590 la autoridad erainformada de haberse visitado los puentes de“Aranda, Vadocondes y Vahabón para ejecutarselos alcances de las cuentas, tras fenecerse las causascontra los canteros a cuyo cargo ha estado el edifi-cio de ellas… por haberse quedado con parte de lacobranza; procédase contra ellos”. Situación críticaque se incrementó posteriormente.

Todo puente de la zona del sur de la provinciade Burgos era fundamental. En el partido de Roa:los de Roa27 (su situación estratégica -‘paso univer-sal’- sobre el Duero siempre exigió buenos puentes,al confluir allí varias cañadas mesteñas tras mante-ner diversos pleitos con el Honrado Concejo porderechos de paso), San Martín de Rubiales (desde laEdad Media un activo paso de merinas) oBerlangas.

Y en el partido de Aranda de Duero: el puentemayor de Aranda (la densa red de cañadas y la cele-

bración en la villa de varias reuniones de la Mestaevidencian que era imprescindible para el movi-miento del ganado lanar28), Hoyales de Roa (claveen el camino de Aranda a Valladolid, al ser “carre-tera del mayor alivio y conocido aventajo para lareal tropa, carreteros, mesteños, arrieros, cabañiles,viandantes y taberneros que sacan el vino de laRibera, y otros tratantes divertidos en el comercioy la conservación del reino”), La Vid (se constatanuevo en 1532 -finalizado en 1622- “es magnífico,concurriendo la calidad de ser de tránsito público yfrecuente comercio de reino a reino y de provinciaa provincia”, aunque en sus cercanías se cometie-sen asaltos y robos), Vadocondes (siempre impor-tante cruce caminero, cañada y calzada reales,único vado entre Langa y Aranda, en 1493 ya erade piedra, reparado mediado el siglo XVI, en 1658“padeció graves daños dignos de todo reparo…indispensable ya que por él, tan antiguo, tomanpaso, comercio y trato todas las serranías delNorte, soriana y riojana, hacia las dos Castillas,León y Aragón, así la gente de a pié como de caba-llos, trajineros y arrieros y los que van y vienen alextremo”) y Milagros (levantado entre 1580 y 1620sobre el Riaza, en la vía Francia – Madrid, “en cal-zada real, frecuente y preciso para la corte, pordonde continuamente transitan los correos, postasy demás comercios que vienen del Norte eInglaterra, como es bien notorio”, era imprescindi-ble para el transporte de sal y víveres haciaSantander, Bilbao y Madrid y para los carreteros demadera de pinares, así como para el comercio depescado y hierro).

Esos eran los principales. Había muchos más,hasta una cifra mínima de 65 puentes sitos en 25localidades de la comarca (nueve en Quintanilla dela Sierra, siete en Gumiel de Izán, los cinco de

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27 Uno de piedra de cinco ojos sobre el Duero y otro de seis sobre el Riaza. Nada se paga por pontazgo. “Ambos sirven para los arrieros ycarreteros de la Cabaña Real y demás transitantes; y cinco pontones sobre arroyos, para la servidumbre y labores de tierras y viñas y pasomás cómodo de los forasteros”.28 Los rebaños de la Mesta trashumaron periódicamente por él y sus derechos de paso trajeron frecuentes conflictos. Su prosperidad duran-te el siglo XVI hizo que aún fuese más concurrido “que esta puente de cantería labrada es de las principales y pasajeras de estos reinos”(como muestra ya el plano de 1503) hasta polarizar el comercio y las comunicaciones de la ribera, además de unir París con Madrid (“pordonde siempre se ofrece hacer viajes las reales personas”). Tras desmoronarse, entre 1572 y 1575 se reparó -“se hizo de dos arcos uno”-,y en 1636, 1647 y 1657 varios canteros debieron reconocerlos a causa de las numerosas crecidas. Se hundió a comienzos del XVIII. El deMinaya fue de madera hasta que en el XVI fue sustituido por el actual de piedra (arruinado en 1626 y reparado hacia 1640).

Un centro comercial diversificado al estar en el Camino Real de Madrid a Francia por Burgos. Por eso tenía cinco puentes (uno sobreel río Duero, otro en el Arandilla y tres en el Bañuelos). Sólo cobraban portazgo a las merinas, pero no por los productos artesanales, favo-reciendo el paso de mercadurías, caballerías y personas y fomentando los intercambios en la comarca.

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Aranda de Duero y otros tantos en Palacios de laSierra)29.

Alfonso X fijaba ya como obligación regia“construir caminos y puentes” y cada pueblo pró-ximo estaba obligado a conservar en buen uso lacomunicación de sus términos, por ser “pro comu-nal el mantener no se pierdan”. No obstante,muchos de aquellos carriles carreteros de rueda olos de herradura de Burgos o Soria eran muy malos:“mal travieso que hay, por haber que cruzar unaruta muy frecuentada de los contrabandistas; y concapa y a vuelta de ellos, suele haber muchos depícaros”. Así, el transporte siempre estuvo acecha-do por la continuada presencia del bandolerismo.

Por eso los Reyes Católicos potenciaron la SantaHermandad, ofreciendo seguridad y vigilancia a lasrutas castellanas, y controlando mejor sus mesonesurbanos y las ventas en despoblado. Legislaronsobre pontazgos, portazgos y barcajes para impedirnuevos peajes, disminuir los abusos, facilitar el trán-sito e impulsar el paso de ganados y mercancías.Una ordenanza del Consulado de Burgos de 1494hacía referencia al arreglo y mantenimiento de loscaminos hacia los puertos del norte, claves para laexportación de las lanas y la importación de lospaños desde Flandes. Y para promover los trans-portes en carro crearon la Cabaña de Carreteros delReino en 1497.

No debe extrañar por tanto que en el Repertoriode Juan de Villuga de 1546 de sus 139 itinerarios(aún sin el centralismo caminero madrileño delXVIII), la mayor concentración vial (y sin contarlas cañadas mesteñas omnipresentes en esas mis-mas comarcas) se situase en la Castilla Norte. En1576 Alonso de Meneses publicaba un nuevoRepertorio, con otros 134 trayectos, reincidiendo enla densidad caminera de toda la Ribera del Duero.Allí aparecían algunas rutas político-mercantiles

claves entonces. Como la de Valladolid – Zaragoza– Barcelona: por Olivares de Duero, San Martín deRubiales, Hoyales de Roa, Aranda de Duero, SanEsteban de Gormaz y Ariza. O la de Zaragoza –Salamanca: por Almazán, San Esteban de Gormaz,Fresno, Nava de Roa y Medina del Campo. Esegran eje vial que recorría el Duero desde Zamora alpuerto del Madero, y máxime en el tramo entreValladolid y Aranda (hacia el este por Vadocondesy La Vid, y hacia el oeste por Castrillo de la Vega,Quemada y Zazuar, reparados hacia 1590), ratificasu activa utilización comercial durante la primeramitad del siglo XVI. Y regia, cortesana y nobiliaria,como atestiguan los viajes de Cisneros en 1517,Carlos V en 1518, 1536 y 1538 o Felipe II en 1551.

El de Cotogno de 1608 mantenía aún el funda-mento horizontal de las rutas del Duero. En cam-bio, en el siglo XVIII la orientación era ya muchomás norte – sur; aunque siguiendo uno de los itine-rarios de importancia capital desde 1576, aún coneje arandino: el de Burgos – Toledo, por Lerma,Gumiel de Izán, Aranda, Milagros, Boceguillas ySomosierra. Así, la comitiva que fue a buscar aFelipe V a la frontera francesa en 1700, eludiendoSomosierra, llegó a Aranda de Duero tras las jorna-das de Alcalá de Henares, Guadalajara, Jadraque,Atienza, Berlanga de Duero y San Esteban deGormaz.

En fin, “para sus comunicaciones y tránsito degéneros cuenta [la Ribera] con caminos vecinales yde herradura en bastante buen estado de conserva-ción”.

La oferta externa, particularmente la de génerostextiles, llegaba hacia 1550 por aquellas rutas a lasciudades próximas al Duero. Lógicamente, elpotencial productivo gremial local, las herencias yel autoconsumo abastecían buena parte de susnecesidades.

29 Y en Pinillos de Esgueva “sin embargo de ser camino desde Burgos para Roa, Segovia y otras partes no se cobra pontazgo ni otro dere-cho”. En Torresandino, dos sobre el Esgueva, de uno y cinco ojos “pasa bastante gente desde la tierra de Burgos para Roa, Peñafiel ySegovia, pero los transitantes no pagan cosa alguna”. En Terradillos de Esgueva “un pontón para gobierno de las tierras y paso de los gana-dos de este pueblo y sus vecinos; si necesitan poner algo de piedra en los arcos, busca el concejo maestro que lo haga”. En Tórtolas “dospuentes para gobierno de las tierras y paso de los ganados de este pueblo y sus vecinos, además de transitar carreteros de la Cabaña Realcon lana, madera y hierro”. En Villovela de Esgueva, dos “uno lo mantiene la villa por servir para el laboreo de sus tierras y paso más pron-to a otros pueblos; el otro está en el camino real de Burgos a Segovia, y se da parte al Consejo de Castilla para sus reparos; no se paga pon-tazgo”. O en Villatuelda, dos de dos ojos “para la servidumbre de sus heredades”.

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Los comerciantes recibían en pieza, junto a pro-ductos regionales, ‘telas de oro de Milán’, sedas ycintería de colores florentinas, paños pardos dePerpiñán, Contray o Ruán y ‘holandas’ flamencas.Para la mayoría de la población primaba ‘la baratu-ra’ al pensar en confeccionar sus ajuares, pero tam-bién se perseguía una alta ‘bondad’ en las prendas.Por eso, entre los géneros de mercadería de la tien-da de Juan Montañés sobresalían: 709 varas de tafe-tán, 457 de terciopelo labrado (el más caro a 1.100mrs. la vara), 337 de raso, 308 de damasco, 38 deraja de Florencia o 49 de friseta de Inglaterra; fren-te a la composición comercial mucho más modes-ta, en cantidad y calidades, del calcetero Juan deSegovia, y compuesta por cordellates (desde cincoreales la vara), cariseas, veinticuatrenos y otrospaños de diferentes colores mucho menos caros30.

La fuerte demanda urbana, básicamente entreunos grupos sociales numérica y económicamenteacomodados y con proyección creciente, incidía enque los abastecimientos externos fuesen continuos,de calidad, cuantiosos y valiosos.

Bastantes artículos llevaban ‘marca de origen’ deprocedencia extranjera31.

Por supuesto, también se consumían con asidui-dad productos cuyos apelativos remitían a otrasregiones peninsulares. De los talleres de Salamancallegaba a la Ribera del Duero un amplio mobiliariodecorativo (reposteros, poyales, cabezales, sobre-mesas, antepuertas, bancales, alfombras y arcas), deValencia su calzado (chapines -más algún otrosegoviano-; además de rasos y mantos finos), can-delas procedentes de Montserrat, muebles y algu-nas telas de Barcelona, terciopelos y sedas -o sillas-de Granada, sábanas y ruecas de Vizcaya, alfom-bras de Alcaraz o turcas, más los afamados paños

de Cuenca, Segovia o Palencia (ya con sus coberto-res y mantas frazadas de arraigada presencia).

De ahí que todavía en 1605, con la corte enValladolid, muchos signos públicos denotaranambiente de mercado y hasta ostentación externa(“los más y mejores almacenes de todas las sedas ybrocados que puede haber en parte alguna; sontambién de grandísima comodidad las tiendas devestidos, hechos de toda clase de sedas y riqueza deguarniciones, faldellines con randas de oro, ropo-nes y basquiñas de muchas maneras...”)32.

Además, en el sistema ferial castellano delQuinientos se constata un uso masivo de las ‘cartasde obligación’ en la negociación mercantil, utilizán-dose asiduamente como mecanismos de financia-ción de las ventas realizadas por los grandes merca-deres a minoristas y buhoneros. Se trataba de un cré-dito al consumo entre tenderos, pequeños comer-ciantes, fabricantes y campesinos que aprovechabanlos momentos feriales para surtirse, fundamental-mente, de telas y paños novedosos: “el comercio alpor menor recurría masivamente al crédito”, alcan-zando a todos los sectores sociales. Muchos eranartesanos de cualquier oficio, descollando los sas-tres, pero también revendedores, numerosos cléri-gos y hasta algunos nobles. De otros cientos de per-sonas no se indicaba profesión ni condición, perodada su localización aldeana eran indudablementecampesinos del valle del Duero, residentes en másde 150 núcleos, situados en un radio de sesenta kiló-metros en torno a Medina del Campo, quienesadquirían de esta manera los tejidos que necesitabanpara hacer sus ropas posteriormente33.

También recurrieron a ‘ventas al fiado con pren-da’ o sólo requerían la confianza del vendedor paraconsumir sus géneros (‘promesas de pago’ poracuerdo verbal). Así lo muestra la actividad del

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30 AHPV, Prot, Leg 122, f. 1678 (Valladolid, 1550); y Leg 48, f. 317 (Valladolid, 1552).31 Los productos (paños, lienzos e hilazas, y en menor medida mobiliario doméstico -escobillas, cofres, calentadores o camas de nogal deFlandes-) de Holanda, Milán, Ruán o Contray eran numerosos y caros. También procedían de Londres -sayos y tabardos-, Perpiñán -sayas-,Irlanda -bernias y abundantes suelas de cuero-, Portugal -hilo y esteras-, Saboya -cofias de seda- o Florencia -cintas de oro o azabache-; juntoa tocas y colchas de Bretaña, gorgueras de París y sillas de caballo ‘francesas’ o abanicos ‘de las Indias’.32 “Con toda esta buhonería sale cada una el día de fiesta, que son para ellas trescientos sesenta y cinco y más las seis horas, ni dejan cosaen el arca que no lleven sobre sí. Viva la industria de la persona”; Pinheiro da Veiga, Tomé, Fastiginia, Valladolid, 1973, pp. 298-310.33 Casado Alonso, Hilario, “Comercio textil, crédito al consumo y ventas al fiado en las ferias de Medina del Campo en la primera mitad delsiglo XVI”, en De Dios, Salustiano y otros (coords.), Historia de la propiedad: crédito y garantía, Madrid, 2007, pp. 127-159; y Casado, H.,“Crédito y comercio en las ferias de Medina del Campo en la primera mitad del siglo XVI”, en García Guerra, Elena Mª y De Luca,Giuseppe (a cura di), Il mercato del crédito in Età Moderna, Franco Agneli, 2010, pp. 21-48 (40-45).

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importante establecimiento medinense regentadopor la viuda Felipa González. En su libro diarioborrador se anotaron las 3.454 operaciones efec-tuadas entre marzo de 1526 y mayo de 1530,correspondientes a 164 variedades diferentes detejidos, valoradas en cuatro millones de maravedíesy adquiridas por 1.903 clientes residentes en 171localidades (incluso portuguesas), en su mayoríasitas a menos de 120 kilómetros de aquel centroneurálgico de redistribución. El 88% de tales trans-acciones textiles no se pagaron al contado y se difi-rieron (saldándose antes del año, siguiendo el calen-dario de las cosechas o vendimias de la región y noel ferial); protagonizadas por vecinos de pequeñosnúcleos rurales ribereños; sastres, mercaderes, cléri-gos o escribanos, carpinteros, tundidores, zapate-ros, tejedores, criados, hortelanos, herreros, barbe-ros y plateros, junto a una nutrida clientela campe-sina; adquiriendo paños castellanos y extranjeros,algunos nada baratos (terciopelos y velartes), aun-que lógicamente predominasen los pardillos, corde-llates, burieles y frisas de la tierra.

Todo indica que se compraba al por menor, acrédito y de forma continua a lo largo de todo elaño (aunque concentrándose entre la Virgen deAgosto y Navidad). Más que moneda en efectivo,circulaba entonces la posibilidad de fiar y diferir lospagos ante la regularidad del acceso periódico aaquella plaza por parte de una variada clientela ruralde confianza y necesitada de adquirir productostextiles manufacturados.

No obstante las referencias aportadas, aún tiem-po después (los datos de mediados del siglo XVIIIilustran muy bien las carencias precedentes34), elmuestrario mercantil del partido de Aranda nopuede calificarse de sobresaliente. Máxime si setrata de apreciar abastos de productos semiperece-deros y, en especial, de géneros textiles. Todosaquellos negocios locales presentaban escasos ren-dimientos anuales y centraban sus tratos en lasespecias, el vino, las legumbres o el hierro. Las tien-das y los mercaderes con intereses fuera de la ali-mentación o el transporte de materias primas eranmuy escasos.

Por eso, aunque en Aranda hubiese hasta unaveintena de mercaderes, lo eran de “legumbres…,joyería y paños”, más otros “cuatro tratantes dehierros y herrajes”. Los de Roa parecen los másactivos y diversificados: había “cinco tiendas debuhonería, de abujetas, cordones, pimentón,legumbres, papel y queso”; una de ellas propia deManuel Granado, quien además “trata en cordoba-nes, velas de sebo, suelas y badanas”; amén de doscomerciantes “de herraje, acero y clavazón” y deotros tres “por mayor y menor que tratan en pesca-dos secos, hierro, acero, herrajes, aceite, jabón,cacao, azúcar y otras menudencias”. Además, enTórtoles se cita “una tienda con algunas estameñas,bayetas, abujetas, cordones y legumbres”; enTorresandino “diez vecinos compran cueros debueyes para hacer abarcas, que venden en los mer-cados y ferias de la circunferencia”; en Sotillo yGumiel de Mercado “dos tiendas de mercería, con-fitería y cerería que tratan en legumbres y mercade-ría de cintas, abujetas, cordones, azafrán y pimen-tón por menor”; en San Martín de Rubiales “unatienda de especería y algunas estameñas, bayetas,cordellates, lienzos y otras cosas menudas delegumbres”; y en La Horra otra “de quincalleríaque se reduce a cintas, abujetas, estameñas y baye-tas” o en Nava de Roa dos “de especería, de legum-bres, aceitunas, cordones y agujetas”.

Así, no todos podían cubrir directamente susnecesidades básicas, ni siquiera las más perentorias.Por ejemplo, sólo el 24% de sus poblaciones con-taba con abacerías (el resto ni eso, dado “el pococonsumo por lo mísero del pueblo y no ser cami-no pasajero” o porque, “aunque de corto consu-mo, los que tienen posibilidad lo traen de Roa”).Por lo general, allí, un obligado se encargaba del sur-tido de “una tienda de abasto de aceite, pescado yalguna legumbre por menor, con corto consumo,pues se surten los vecinos de trajineros”35 o la aba-cería servía simplemente para vender jabón, vina-gre y sal.

En cambio, unas pocas villas contaban con unarelativamente bien surtida serie de mercados yferias fundamentales. Aranda disfrutaba, miércoles

34 AGS, DGR, 1ª remesa, Ensenada, Partido de Aranda de Duero. 1752. Libros 11-16.35 En Anguix y La Horra: “una tienda para aceite y pescado para abasto del común; de corta utilidad, por andar aceiteros sueltos por los pue-blos”. En Boada de Roa: “una abacería de pescado y aceite de corto consumo; sólo sirve para algún vecino pobre del pueblo, pues los quetienen alguna posibilidad lo traen de Roa”. En Guzmán: “poco consumo, porque los géneros se traen de los mercados semanales de Roa”.

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y sábados, de dos mercados semanales, aunque suprincipal comercio fuesen los granos. Roa, los mar-tes de cada semana (“no tiene sus dos ferias anua-les en uso, aunque la villa goza ese privilegio”). Dosferias, pero “de ganado vacuno”, conservabaGumiel de Izán por San Mateo y Nuestra Señora dela Concepción. La misma Aranda de Duero teníados ferias anuales (en San Andrés y en la segundasemana de cuaresma), “de cerdos, cecinas y legum-bres”… y “tiendas de paños ordinarios y buhone-ría”. En la de Santa María Magdalena (22 julio y eldía siguiente) de San Leonardo también podíanencontrarse “géneros de plata, joyas, paños, hierrosy especias comestibles”. Y poco surtido manufac-turado más de forma estable y regular para todaaquella comarca ribereña.

Podían abastecerse… surtiéndose del quehacerde la carretería organizada. Sus trajineros llevabande acá para allá, aunque en mayor medida haciafuera del partido que para surtir las necesidadeslocales, una serie de productos muy concretos. Lospuentes de la zona facilitaban sus tránsitos (aunquea veces la carencia de mesones más bien los impe-dían36). En concreto, aparecían del orden de 32poblaciones con arriería: el 22% de las del partidode Aranda; unos 443 arrieros que representabanun 4% del vecindario de la comarca. Cifras muyparecidas a las que reunían sus convecinos carrete-ros37.

Muchos de ellos, al tiempo que eran labradores,trasportaban vino por menor (“llevan vino a susaventuras con sus caballerías menores a las monta-

ñas de Burgos”)… y viajaban con granos y maderahacia la Ribera del Duero. O más genéricamente:“trajinan diferentes mercadurías en algunas tempo-radas del año”. Algunas localidades se especializa-ron en ese tráfico periódico. Treinta vecinos enMuñecas; 24 había de dicho trato en Rabanera de laSierra; nada menos que 86 (con dieciséis criados)en Arauzo de Miel; y ¡139!, con sus hijos y criados,en Huerta del Rey38.

Por su parte, los carreteros y trajinantes (dife-renciándose los ‘ordinarios’, “que sólo hacen uno odos viajes”, de los profesionales de ‘puerto a puer-to’) “con su tráfico de carretería, arriería y trajineríafuera de la villa”, muchos de ellos también labrado-res, tampoco estaban especializados en aportargéneros textiles hacia el interior castellano. Aunqueen el siglo XVI transportaban productos en carava-nas o galeras (en la provincia de Burgos se reconta-ban hasta 3.006 carros, pertenecientes a 553 due-ños -seguidos de los 2.161 de Soria; entre ambasformaban la asociación de carreteros más impor-tantes de España-), sus principales beneficios pro-venían del acarreo entre abril y noviembre-diciem-bre de maderas hacia Burgos o Logroño (y cereal -‘pan’-, sal, lana… y “otros géneros a diferentesparajes”). 54 “con abundante tráfico y trato decarretas” había en San Leonardo (más otros quincecarreteros en su arrabal de Arganda). EnMoncalvillo y Santa María de las Oyas, diecisiete.En Rabanera de la Sierra, 42. 48 tratantes enCasarejos y alguno más en Quintanilla de la Sierray Palacios de la Sierra. Más de treinta en Navalenoy Hontoria del Pinar. Superaban la veintena en

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36 En el 56% lugares se contaban mesones a mediados del siglo XVIII: un total de 107 en 82 localidades. Donde no había era por “ser villaextraviada de todo paso”; “por no ser camino pasajero”; “es muy raro el transeúnte que pasa por el pueblo”… En ese sentido, Villuga enu-meraba en su Repertorio 214 ventas (además de las posadas y mesones sitos en poblado); eran malas, tanto en instalaciones como en servi-cios.

Casas mesones para arrieros…; vecinos que admitían trajineros y gente para dormir;… Diez en Aranda de Duero (la intensificación yeficacia caminera de aquel “siglo de hacer caminos” se aprecia en su puente y carretera, cuando la villa contaba con ocho mesones y doscasas de posada -con inhabituales altos rendimientos-, un maestro de postas y su estafeta). Ocho en Roa (uno cercano al puente mayor, másotras tres casas mesones y cuatro posadas). Cuatro en Espeja (uno en cada una de sus aldeas). Dos en seis localidades: Gumiel de Izán,Coruña, La Horra, Nava de Roa, San Martín de Rubiales y Torresandino.

En Berlangas: “uno del concejo; no para gente en él a hacer noche por la cercanía de Roa”. En Jaramillo y Tolbaños: “uno, porque nofalte a los pasajeros el cubierto y alimento necesarios [alojamiento y sustento preciso], han andado por adra hasta ahora mesón y taberna,panadería y carnicería, entre los vecinos”. En Pinilla de Transmonte: “uno, pocos pasajeros transitando por este pueblo hacen parada”.37 Aldea de Hontoria del Pinar (Libro 14, ff. 386-422) o Quintanilla de la Sierra (Lib. 14, ff. 580-589).38 En Mamolar: “sus 34 vecinos labradores, en el tiempo que les sobra después de asistir a las labores del campo se ocupan de labrar algu-na porción de madera, y con las carretas y ganados de la misma labranza la llevan a vender a Lerma y otras partes”. La ‘cuadrilla’ de LaGallega constaba de 25 ó 30 carretas.

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Vadillo. Unos setenta en Aldea de Hontoria delPinar39… Canicosa era una excepción: “varios veci-nos se ejecutan en el tráfico de carretería de las dosespecies: de puerto a puerto, por servir para porte-ar lana, sal, trigo y carbón (cada carreta con tresbueyes); y la ordinaria, cargando madera en el vera-no, hacia Burgos, Logroño y otras partes de Castillala Vieja; otros muchos también se ocupan en eltrato de taburetes, sillas y menudencias, comerciode teas y menajes de casa, llevándolos a vender concaballerías a otros pueblos”.

En todo caso, mejor o peor, contaban con laasistencia de algunas profesiones fundamentalespara el surtido de tejidos y otros productos básicosde amplia demanda… de los más baratos que podí-an encontrarse (“que no hay más oficios: los veci-nos se valen de los pueblos de la circunferencia”).Únicamente Espeja (“un vecino tiene por industriaarmar y vender armaduras de cama”) y Tejada(“diez tienen la fama de hacer y vender banastas delas que sirven para llevar huevos a la Corte”) se salí-an de la norma del clásico trinomio tejedor, sastrey zapatero de viejo de bastantes localidades.

Los tejedores constituían el colectivo más abun-dante. Los había en 77 lugares (en el 52%), suman-do en total 263: junto a 88 de lienzos, 16 de sayal (yestameña), doce de paño burdo, ocho de lana, sietede burieles y cuatro de cáñamo y estopa (con otros128 sin especialización). No eran pocos… perosólo alcanzaban a las demandas más populares detelas bastas. Dieciocho en Aranda, quince enTorresandino (cinco para sayales y diez de lienzo),trece en Tórtoles y Espeja, diez en Santo Domingode Silos, Gumiel de Izán y Carazo, nueve en Roa yHuerta del Rey y ocho en Arauzo de Miel40.

Por eso se recontaban también en la zona aran-dina algunos pisones y batanes ribereños41. EnTórtoles “cuatro batanes que sirven para batanearlos sayales, burieles, estameñas y tramados que sefabrican en este pueblo, aunque mucha parte delaño no se ejercitan por falta de géneros; hubo fábri-ca de paños, totalmente perdida al presente; sóloquedan algunos oficiales que trabajan en telas decorta entidad, que compran los vecinos y forasterospara adorno de sus personas y familias”.

A su vera, aunque siempre menos numerosos ytampoco nada especializados, los sastres. Un total171 (incluyendo siete oficiales y aprendices) distri-buidos en 58 localidades (en el 40% del partido).Algunos no tenían “qué trabajar la mayor parte delaño” (uno sólo treinta ó sesenta días; quien más220). Otro “accidentado; de avanzada edad; casiciego”. Los más activos con la tijera: en Aranda 27,doce en Roa, siete en Nava de Roa y Gumiel deMercado, seis en Espinosa de Cervera, cinco enTorresandino.

Y cuidando los pies, los imprescindibles (aun-que sólo presentes en 33 lugares) ‘zapateros deviejo’. Únicamente diecinueve de ‘obra prima’, cua-tro abarqueros y 33 boteros. 125 zapateros en total.Téngase en cuenta que, como se explicitaba enPenilla de los Moros: “uno trabaja doce días, puesno hay qué trabajar en este oficio porque el calzadoque se gasta comúnmente en este pueblo es dealbarcas”. En Aranda de Duero 43 (24 de viejo,quince boteros y cuatro abarqueros), en Roa trece(tres de nuevo, cinco de viejo con un oficial y suaprendiz y tres boteros de nuevo y viejo). Ocho enNava de Roa, seis en Sotillo y cinco en Tórtoles,Fuente Espina, Gumiel de Izán y Gumiel de

39 En Navas: “62 vecinos [con 246] [tres con veinte cada uno] usan del trato y tráfico de carretas, así en maderas para vender como trans-portando sal, granos, lana y otros géneros a diferentes parajes, desde abril hasta noviembre inclusive. La utilidad anual de cada carreta, contres bueyes cada una, es de 460 reales.40 En Vallegimeno “uno de paños pardos, trabaja 120 días al año; hará seis varas al día (a 29 mrs diarios)”. En Quintanilla Urrilla “uno desayales, trabajando quince días; hará doce varas, a cuatro mrs”. En Barbadillo de Herreros “cuatro tejedores de paños; tejerán cincuenta díasentre todos, unas diez varas al año, a medio real cada una”. En Tórtolas “seis de buriel y siete de sayal y estameña ordinaria y casera y lien-zos”. En Carazo “diez de lienzos y estopas” (nueve también labradores de pan y vino; uno trabajaba treinta días, tres sesenta, uno noven-ta, dos 120, uno 150, uno 220 y otro 225 días).41 En Vallegimeno (un pisón para paños pardos, propio de Francisco Sedano, quien lo administra por sí; pisará unos noventa días; cada díacon su noche ocho varas, que hacen a medio real un total de 360 reales), en Quintanilla Urrilla (un pisón para sayales, del concejo, arren-dado a un vecino; podría trabajar más pero solamente trabaja cuarenta días, por falta de agua o por falta de telas), tres en Huerta del Rey,en Barbadillo de Herreros (dos pisones que trabajan cincuenta días al año: podrían pisar más materiales, pero por su falta no lo hace; cadadía con su noche nueve varas de paño) y un batán para abatanar burieles en Tordomar. Más batanes de sayal en Torresandino, Torregalindo,Jaramillo Quemado o Canicosa.

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Mercado. También en la zapatería primaba siempreel remiendo sobre la novedad.

Herencias, autoconsumo y recosidos (sin tien-das estables), o tras vincularse al mercado, permití-an a la Ribera proveerse de telas para lucir pública-mente o cubrir su cuerpo.

II. LOS CUIDADOS DEL CUERPO.

Las demandas corporales eran algo más que unamera necesidad material.

4. UN ABUNDANTE CONSUMOPOPULAR DE GÉNEROS TEXTILES.

Sobre una base de necesidad y en función de ladiferente capacidad adquisitiva, la fortuna favorecíala extensión de gustos refinados, aunque la imita-ción permitiese intercambios culturales en cuantoal vestuario y sus complementos. De ahí el interéspor constatar criterios de emulación socio-econó-mica en ámbitos populares. La valoración de losajuares dotales de Peñafiel muestra algunas de estascuestiones clave.

Sólo un pequeño porcentaje de las dotes (la ter-cera parte ya de los inventarios post-mortem) supe-raban umbrales de tasación mínimos. La estratifica-ción económica de la jerarquizada sociedad ruralcastellana de mediados del siglo XVI era patente.La cantidad de piezas muestra la misma progresiónque la media de los aportes femeninos, aunquemientras éstas se multiplicaban por cuatro, su valormonetario lo hacía por once.

La mitad de una dote media estaba constituidaentonces por ‘bienes del capital’ (hacienda raíz ydinero en metálico); lo restante conformaba el‘ajuar doméstico’. Sólo unas pocas muy ricas esta-ban muy bien surtidas. Más aún, en las dotes máspobres de menos de dos mil reales los productostextiles (y el menaje de cocina) constituían la clave.Aquella polarización patrimonial resalta nítidamen-te. Los aportes de los sectores más prósperos eranmás valiosos y, sobre todo, mucho más cuantiosos,cambiando también diametralmente la composi-ción -y la variedad de objetos- de los mismos.

Sólo una minoría popular tenía posibilidades deadquisición de nuevos productos nada más formaruna nueva familia. Habían recibido de los padres dela esposa vestidos -y mobiliario de casa- muy bienvalorados. Por el contrario, el stock del ajuardoméstico dotal -once veces inferior- de los secto-res menos pudientes tenía nulas posibilidades derenovación a medio plazo, al contar con escasaliquidez en metálico (más algunas joyas que podíanser monetarizadas y empeñadas en caso de necesi-dad). Así, al menos ese 80% de la población, tendíahabitualmente a traspasar de forma hereditaria ygeneración tras generación sus paños y cacharrería:los cambios en las modas, en la tipología de pren-das y en los tejidos quedaba limitada casi en exclu-siva a unos pocos.

Dentro del ajuar doméstico dotal, la presenciaclave de los textiles disminuyó desde el 65% máxi-mo a un 30% (para las que superaban los cinco milreales); eso sí, el valor de vestidos y ropa blanca semultiplicó más del doble entre esos extremos.

Los ajuares dotales se reducían porcentualmen-te -a medida que aumentaba su tasación- en lamisma proporción que descendía el peso de los teji-dos en las mismas, puesto que el incremento de losutensilios y ornamentos de casa era mínimo.Mobiliario y menaje de cocina, imprescindiblessiempre, formaban, sin embargo, capítulos deimportancia menor, y sin diferencias notables entrelas distintas dotaciones femeninas. Ni siquiera eladorno de la vivienda aumentaba a medida que lasriquezas familiares permitían tales dispendios; tam-poco la estratificación social se acentuaba en lajoyería, resaltándose por el contrario las posibilida-des populares de exhibición personal luciendo aba-lorios -o poder contar con alguna pieza de vajilla deplata-.

También se advierten cambios en la composi-ción de los productos textiles. Resalta la tendenciaa reducirse la presencia de la ‘ropa blanca de cama’:su valor se había multiplicado en las dotacionessuperiores a cinco mil reales, pero representabacada vez una parte inferior del ajuar, frente a suenorme peso popular; por eso, y salvo para quienesel vestido constituía la partida principal, la sabane-ría y la cama-colchón-frazada-almohada constituye-ron siempre la base de la ‘dote modelo castellana’.Su importancia simbólica es una de las claves quemás ha pervivido en el tiempo. No se reducía ni el

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número de piezas ni su tasación (acentuada por lostejidos ‘en pieza’ y los lienzos comprados por‘varas’ para confeccionar ajuares nuevos en formasy hechuras), aunque otros conceptos -las vestidu-ras- fuesen adquiriendo un mayor relieve en la ‘dotetipo’ de la Ribera del Duero a media que se ascen-día en la escala socioeconómica.

Pero también iba aumentando el peso capital dela indumentaria personal (no así la ropa interior nilos complementos del vestuario): precisamente, enese subsector textil se produjeron las principalestransformaciones productivas y del consumo.

En su porte externo o desde el interior de suvivienda mostraban los ascensos.

Por el contrario, resalta la escasa multiplicaciónde la tasación de las mantelerías, pañizuelos y toba-lletas de aseo. La cultura de la higiene y de presen-tación de la mesa todavía no había adquirido elpeso que sobre todo a partir de 1830 empezaría aalcanzar.

El refrendo cualitativo de estos datos se repro-duce en el número de enseres por dote. A medidaque aumentaba el valor de los ajuares se aprecia unamultiplicación de las piezas recibidas, perceptiblemucho más claramente en el corte dotal superior, ydebida fundamentalmente al mayor ritmo de creci-miento del valor de los útiles de casa.

Si este incremento numérico es importante-desde la demanda, el consumo y la evolución de lacultura material familiar-, mayor relevancia adquie-ren las calidades y variedades de las prendas en lasdotes privilegiadas. La diversidad de la tipología delas piezas y tejidos del vestuario (incrementándoselas sedas) aumentaban en paralelo. Camisas, sayas ybasquiñas se complementaban con marlotas, sabo-yanas, monjiles, mantos o ropillas; y éstas con man-guitos, tocas moriscas, gorgueras, redecillas ycofias.

En definitiva, los productos textiles utilizadospara vestir el cuerpo y la cama reunían la parte másimportante, en porcentaje y en número de piezas,tanto de las dotes femeninas como de los bienesinventariados42. Satisfecha esa necesidad básica,otras relacionadas con la calidad del producto y conel acondicionamiento de los hogares empezabanentonces a ser atendidas en función de las posibili-dades familiares.

5. MOBILIARIO DOMÉSTICOY ACOMODACIÓN DEL INTERIORDE LAS VIVIENDAS. VESTIR LA CAMA.

La acumulación de piezas para acondicionar laalcoba difería sensiblemente.

La alcoba, a veces único espacio diferenciado,era el centro receptor de enseres fundamental nadamás constituirse una nueva familia. La proliferaciónde sábanas de lienzo o Ruán (una media de seis pordote -hasta veinte portaban más de cuatro; y cincollevaron más de la decena-), almohadas -con aceri-cos, cabezales y traveseros-, de holanda, grana oRuán (la pieza más numerosa y muchas veces nadabarata en función de sus encajes y guarnicio-nes -hubo quien portó nada menos que 35, y eranfrecuentes las docenas-), mantas, cobertores colo-rados (muchas frazadas blancas -incluso seis, ochou once por casa-) y colchas, colocado todo -extrañala poca presencia de jergones y cocedrones- sobrecolchones de lienzo o Ruán (a veces, seis y ocho-constituyendo las tasaciones más altas-), y éstosencima de las ‘camas encajadas’, ‘de cordeles’ o ‘dered’ -junto con sus ‘cielos, delanteras y cortinas’- ycon sus ‘paramentos rajados o pintados’, convertíaa este aposento en la estancia mejor acondicionadao rica de muchas viviendas.

Esa realidad contrasta con la escasa trascenden-cia de la ‘ropa blanca’ de mesa y de los ‘pañizuelos’de aseo. Aunque la media de las ‘tablas de manteles’

42 Piezas Dotes (media) Piezas Inventarios post-mortem (media)Camas 4 5% 9 5%Ropa Blanca de Cama 20 24% 35 21%Vestiduras 15 16% 25 16%Piezas de Mesa y Aseo 10 12% 17 10%Útiles y Ornamentos de Casa 37 43% 80 48%

Total 86 165

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y de ‘paños de manos’ -casi la mitad labrados conlabores alemaniscas- ascendía a tres y siete porhogar, faltan en el 30% de los mismos y se concen-traban en muy pocas manos.

Entrando en la cocina, la presencia de loza ycristal, incluso de cucharas de azófar y platos depeltre, era muy escasa. Junto a las escudillas debarro y cuatro jarros, tinajas y cántaros, colgabande las espeteras y basares o se repartían por todo elcuarto y la despensa cazos, pucheros, sartenes y elresto del más o menos abundante menaje. ¿Cuál esel significado de la tenencia o ausencia en lasviviendas de calderas y almireces de cobre; o decalentadores/braseros, bacines/bacinicas, perfu-madores, artesas de lavar (o amasar) y candeleros,tan interesantes para la comprensión de los siste-mas de calefacción, higiene, alimentación e ilumina-ción en el interior de las moradas?

La proliferación de mesas (muchas de nogal, ‘decadenas’, ‘con pies y bancos’), sillas (‘de costilla’, ‘deespaldas’, ‘de caderas’…), escaños, aparadores yescritorios tampoco era excesivamente amplia. Loque nunca faltaba eran las arcas -y cofres- (hastaveinte, ‘encueradas’ y ‘de Flandes’, se repartían pordiferentes estancias).

El confort doméstico tampoco puede ser desta-cado en la mayoría de los casos como característicode la vivienda ribereña del siglo XVI. Reposteros,alfombras, paños de pared y tapices, antepuertasdecoradas, paramentos, poyales, alcatifas, guadame-cíes o carpetas y sobremesas, sin ser infrecuentes,se concentraban en pocas casas hacendadas.

La decoración con pinturas y objetos religiososrefleja la mentalidad de la época. A diferencia deldesarrollo que adquirió la proliferación de estam-pas, láminas y cuadros con motivos marianos y delsantoral y otras piezas sacras (medallas, escapula-rios, pilas de agua bendita, etc.) durante la épocaBarroca posterior, en la mayoría de las paredes delas moradas castellanas del siglo XVI se encuentranpocas expresiones de esta naturaleza; incluso los

motivos paisajísticos, ‘arboleda’ y ‘fruteros’ en tapi-ces y reposteros fue mucho más importante. Tras elConcilio de Trento fue cuando los ambientesdomésticos comenzaron a transformarse y plagarsede contenidos plásticos religiosos.

Las viviendas no estaban bien acondicionadaspara nuestra concepción actual de lo privado, higié-nico, bien iluminado o ‘visitable’. Sin embargo, den-tro de sus modelos de relaciones intrafamiliares, losútiles tendían a satisfacer necesidades básicas.Vajillas, adornos, mantelerías o un amplio mobilia-rio eran prescindibles. Igual que la tenencia de loslibros, el atesoramiento de piezas de joyería o ladecoración con pinturas y otros objetos, religiosos ono, reflejo de la mentalidad de aquella época. “Y enel arca encorada se halló lo siguiente…” era fraseasiduamente reiterada en aquella época, definiendoperfectamente hábitos muy cotidianos entonces.

6. VESTIRSE: NECESIDADES DEGÉNERO, JUVENILES, FESTIVAS…

Vestir bien el cuerpo fue una gran preocupaciónrenacentista43.

Entre las prendas textiles (todavía no denomi-nadas ‘trajes’ o ‘vestidos’ y sí ‘ropas’), la principal yprácticamente única ‘prenda interior’ era la camisa.Superpuestas a ella aparecían el jubón y las calzasmasculinas44, y para las mujeres las ‘ropas para ves-tir a cuerpo’ y sayas, sobre las que podían enfundar-se las ‘prendas de encima o ropas de cubrir’, losmantos. Por desgracia, existen pocas imágenespopulares de esa época.

Las sayas -con sayuelos y cuerpos- (promedian-do tres por dote, tasadas hasta en 20.000 maravedí-es), las ropas y ropillas y los mantos -y tambiénmonjiles, briales, cotas y jubones- siempre aparecí-an. Además, entre los sectores más pudientesempezaban a difundirse las basquiñas (sólo lasdotaciones más cuantiosas poseían alguna -hastaseis y ocho, y muy valiosas-; cuando en los siglos

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43 Para todas estas cuestiones véanse: Bernis, Carmen, Indumentaria española en tiempos de Carlos V, Madrid, 1962, pp. 75-99; y Bernis, C., Trajesy modas en la España de los Reyes Católicos, Madrid, 1979, ‘Prendas de vestir’ y ‘Cambios en la moda’, pp. 9-47. También: Laver, James, Brevehistoria del traje y la moda, Madrid, 1989, pp. 308-324; y Boehn, Max von, La moda. Historia del traje en Europa, desde los orígenes del cristianismohasta nuestros días, Barcelona, 1928 (t. 2, Siglo XVI, pp. 97-215).44 “En las calzas verdes le conoceréis”; Tirso de Molina, Don Gil de las calzas verdes, 1615 (escena XX).

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posteriores pasó a ser la prenda femenina por exce-lencia) junto a las marlotas, galeras y verdugados,de altísima calidad45.

También comenzaban a exteriorizarse los com-plementos de vestuario (tocados, accesorios y cal-zado), tan determinantes para el posterior desarro-llo manufacturero y la innovación de tejidos.Aparecían muy pocos chapines46 o artículos desombrerería (las mujeres solían cubrirse la cabeza,pero más con rebociños, toquillas y tocas que conbonetes o sombreros), pero proliferaban ya man-gas, gorgueras, cofias y redecillas, fundamentalespara el adorno personal y mostrarse en público.

Otro aspecto clave es el de los tejidos más rele-vantes y significativos. En cuanto a los colores ytintes de las prendas -aportando una mayor calidadal producto final en función de sus precios-, triun-faba el amarillo, el azul y el carmesí…, pero siem-pre sobre una base de fondo negro nacional incon-fundible para los viajeros extranjeros.

A mediados del siglo XVI se produjo el iniciode la difusión a gran escala de los lienzos utilizadosen la ropa blanca de cama y mesa (también de laestopa, el anjeo, el brin de lino o las piezas elabora-das en o al estilo de Holanda y Ruán; y las laboresalemaniscas y de gusanillo). En cambio, para losropajes, y según el poder adquisitivo, predomina-ban ricos damascos, terciopelos, tafetanes, rasos ygranas -con tiras de oro de Milán y Valencia-, juntoa cotonias, chamelotes, anascotes, estameñas yveintidosenos.

Lanas y sedas se disputaban la posición cabece-ra en la confección del vestuario femenino, aunquedebe advertirse ya el inicio de una primera penetra-ción textil de los algodones. Con terciopelos yrasos, y con una significativa mayor presencia entrelas prendas dotales -al contrario de lo que se cons-tata en los paños de lana-, estaban elaborados algu-nos de los vestidos más caros y una buena parte desus complementos.

Con todo, lienzos para la ‘ropa blanca’ aparte,predominaban los paños de lana.

Sobre esa base, las necesidades no eran las mis-mas en las distintas etapas vitales ni en función desus actividades. Por eso, las familias de las nuevasdesposadas se concentraban en su atuendo externo,cuidando además de acondicionar la habitaciónnupcial y la casa. En el vestuario femenino de laépoca, recto y rígido, pero cada vez más sobrio yoscuro, predominaban las faldillas y camisas, y loscuerpos (el verdugado sólo era corriente entre laselites), junto a las sayas y briales, cubiertos por los‘trajes de encima’ (basquiñas, monjiles, cotas o mar-lotas), sobre los que se colocaban tabardos y man-tos. Este conjunto modelo se complementaba concofias, gorgueras, lechugados y tocas. En cambio, el‘vestido de camino masculino’ típico se componíade manteo de Perpiñán leonado, sayo pardo, jaque-ta parda con su capilla, unas calzas amarillas, botas,sombrero de tafetán, unos zaragüelles y sus calzo-nes de fustán azul.

45 También: rebociños, cueras, garvines, crespinas, ceñideros, apretadores, saboyanas, capas sin mangas, manguitos, capuces, tabardos, capo-tes, manteos, zamarros, chamarras, sayos, galotas…46 El inventario del zapatero Hernando de Urquín ofrece las modas de la época: AHPV, Prot, Leg 102, f. 152 (Valladolid, 1550).

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Inventarios

Prendas de Vestido de Lana

Prendas de Vestido de Seda

Prendas de Vestido de Algodón

Total

60%

28%

12%

629

Dotes

36%

53%

11%

290

Total

53%

36%

11%

919

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La posición social introducía sensibles mejorasen cantidad, calidad y variedad en camisas moriscas,sainos de damasco, mantos, marlotas, sayas de rasocon sus ruedos y cuerpos, ropas, ricas basquiñas,cueras de terciopelo, galeras de grana, mangas deRuán, sayuelos de fustán o tocas de beatilla deestrado (y hasta un completo vestuario compuestode “marlota, saboyana, verdugado y manto”), concofias y gorgueras. Resultaban claves para la osten-tación, la exhibición y los alardes personales.

Además, el incremento de las necesidades pro-vocadas por el lucimiento externo repercutió en eldeseo popular de aparentar en público a través dela ‘ropa de calle’. Por eso, aquella emulación ‘dearriba – abajo’ se aprecia en las demandas y en losajuares de algunas criadas, reflejando un acerca-miento a los hábitos de sus patronos47.

Las curadurías también ofrecen aspectos rele-vantes sobre la vestimenta juvenil masculina48: cal-zas, jubones, cueras y coletos. Todos recibieronanualmente calzado (uno rompió 24 pares de zapa-tos en cuatro años) y dos camisas de lino. Además,por Pascua y Navidad, los tutores pagaron la“hechura de una saya parda, el sayuelo y sus cuer-pos” (o “un sayo negro, porque le robaron elotro”), “dechados de Bretaña”, “calzas pardas” ysombreros..., “unos zaragüelles de estameña”,“jubones, medias calzas y una ropa”, “un bonete,un ceñidero y unos guantes, más un manteo” o por“aderezar una cuera vieja del curador”: así, inclusoentre hijos de campesinos castellanos la culturamaterial y el recambio y la difusión de prendas noestaba tan limitados.

Además, y utilizando términos en clave de cul-tura popular y ‘representación’, a comienzos delsiglo XVI, mostraban plásticamente la viveza dealgunos de aquellos cambios en las modas y loscauces de difusión de las mismas49. Así, por ejem-plo, entre ‘las prendas de las compañías de artistasteatrales’ inventariadas se encontraban50: ropas (‘de

galera’, ‘de levantar’), sayos (‘de bobo’, ‘de pasto-res’, ‘de villano’), sayas (‘para hacer la desvergonza-da’), vestidos (‘de salvajes’, ‘de cupido’, ‘de peregri-no’), cueras (‘de danza’, ‘de matachines’), marlotas,gregüescos, faldellines, saltambarcas, bonetes (‘demoros’), sombreros (‘de bachilleres con cuernos’),gorrillas (‘de rufianes’), caperuzas, capirotes (‘demonas’), capellares, calzadillos (‘con rostros dedemonios’), y un largo etcétera.

Datos que resaltan la gran cantidad de prendasmasculinas y femeninas portadas popularmente, asícomo la variedad de los tejidos y colores utilizadosen su confección.

6.1. HACEN MUDANZA: VESTIMENTASY AJUARES DE LOS MORISCOSEXPULSOS.

La expulsión de los moriscos castellanos permi-te conocer la cantidad y calidad de los bienes quelos desterrados pudieron llevarse antes de ser obli-gados a abandonar sus casas (ofreciendo informa-ción sobre la vestimenta, los ajuares y el conjuntode sus posesiones muebles a finales del siglo XVI).Los registros de bienes elaborados en aquellos ins-tantes ayuda a comprender mejor su economíadoméstica y patrimonial y su forma de vestir (y sunivel de asimilación o integración en la sociedadcristiana vieja), al tiempo que se detalla la moda tex-til y los gustos de la época51.

El bagaje dejado atrás fue escaso, abandonandoen sus casas apenas restos de vajilla y mobiliarioroto. La venta de enseres y productos agrícolas ymanufacturados en los puertos mediterráneos deembarque fue masiva, propiciando “una feria gene-ral de cuantos bienes muebles poseían, la más bara-ta que jamás hubo en aquel reino”.

Los menos se presentaron con arcas y arquillas.Lejos de hallar contrabando, los comisarios no

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47 AHPV, Prot, Valladolid, Legs 47, f. 1275; 102, f. 1012; y 48, f. 1040.48 Como las de los hermanos Pesquera; AHPV, Prot, Leg 49, ff. 377 y 385 (Valladolid, 1753).49 Véanse: Rojo Vega, Anastasio, Fiestas y comedias en Valladolid. Siglos XVI-XVII, Valladolid, 1999; del mismo autor, El Siglo de Oro. Inventariode una época, Salamanca, 1996; y Núñez Roldán, Francisco, La vida cotidiana en la Sevilla del Siglo de Oro, Madrid, 2004.50 Inventario de los ‘vestidos de representación’ de la compañía de Gaspar de Oropesa; AHPV, Prot, Leg 549, f. 82. La tienda de ‘alquilerde disfraces’ del vallisoletano Miguel de Fonseca también estaba muy bien surtida; Leg 759, ff. 231-236.51 Lomas Cortés, Manuel, “Ajuar, dinero y contrabando. El equipaje de los moriscos expulsos según los registros de bienes en Castilla” (textoinédito; agradecemos a su autor su consulta).

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encontraron en aquellos embarques más que ropavieja: los cargamentos de un buen número de ellossólo consistían en sus prendas vestir, su ajuar decasa y, en ocasiones, las herramientas de su oficio.En no pocas ocasiones sólo se anotaba “los moris-cos se presentaban con un hato o con pequeñoslíos y talegos, donde reunían todas sus pertenen-cias, en la mayoría de los casos, no más que ropa desu vestir”52.

En 1610 el registro de textiles en Sevilla oGranada apenas evidenció unos pocos y pobresvestidos corporales. Hubo excepciones notables. Elmorisco Diego de Murcia declaraba embarcar,aparte de dos costales de ropa, un fardo de lienzo.Alonso de Mendoza registraría cuatro fardos depaños de diferentes colores de Córdoba, Baeza ySegovia. Garci Pérez declararía una pieza de pañoaceitunado y treinta varas de velarte. FranciscoValenciano 26 varas de paño. Rafael de Cárdenasuna pieza de palmilla azul y quince varas de pañomorado de Segovia. Sebastián Vázquez 140 varasde lienzo y Luís Hernández 29, mientras LuísRodríguez un arca llena de bengala y HernandoRodríguez catorce varas de escarlatín, otras tantasde paño de Baeza, treinta de velarte y treinta máspara la confección de tocas. Pero la mayoría noregistró sino baratijas de poco valor, arcas y costa-lillos con ropa blanca, algún menaje y, sobre todo,colchones viejos sobre los que dormir en los bar-cos. Esencialmente, el equipaje de aquellos moris-cos se componía de su vestido (el que llevabanpuesto) y ropa de casa, más unas pocas joyas.

Las justicias encargadas de la inspección de lascomunidades de moriscos de Palencia y SanLorenzo de la Parrilla -Cuenca-53 elaboraron unaslistas de bienes en las que se controló al detalletodo el ajuar de los exiliados (inspeccionaban laropa que llevaban encima y a continuación se revi-saban sus fardos y talegos). El lienzo en crudo fueel tejido transportado preferido por aquellos dos-cientos granadinos palentinos en el momento deldestierro, aunque también hubo quien cargó tale-gos de lana y lino, algunas varas de holanda y ruán,

seda cruda y tafetán. La imagen más tópica era la depersonas arrastrando asnos y mulas cargados dealforjas, talegos y cofres, en su mayoría llenos deropa, y entre los que, a veces, se ocultaban peque-ñas joyas y otros enseres cotidianos.

Ambos colectivos compartían un tipo de vesti-menta muy similar54. Los hombres se cubrían conun vestido frailengo de paño oscuro o picote demanufactura segoviana, habitualmente llano odecorado a veces con guarniciones de molinillos opasamanería. Debajo solían llevar la ropilla, enpaño, picote o bayeta de Flandes (con vueltas omangas postizas de tafetán liso o frisado, aunque,dependiendo del nivel adquisitivo de cada morisco,podían ser también de cotonía, telilla, terciopelo,seda o de tela de oro falso; muchas de ellas confec-cionadas para llevar con valona y gorguera -a veceslechuguilla-, aunque normalmente no las llevasenpuestas, sino que, por comodidad, las guardabancosidas junto a las camisas). En las piernas porta-ban valonas de lienzo, paño o estameña -siempreen tonos oscuros- y, aunque en la mayoría de lasocasiones el calzado no fue registrado, algunasbotas de piel. Su atuendo solía completarse con uncapote, un herreruelo o la combinación de capamanchega y capotillo de dos faldas (algunos llanos,otros con golpes de botones y guarniciones o vuel-tas de tafetán). Ninguno registró sombrero.Aunque gustaban de ornamentos, no solían serdemasiado llamativos. Molinillos y pasamaneríasestaban normalmente bordados en verde, morado yotros tonos discretos que, a excepción del amari-llento que la garrobilla daba a valonas y capas, nodestacaban demasiado sobre el negro predominan-te.

Ellas usaban colores similares, pero su vesti-menta era bastante más complicada. Su ropa solíaser de bayeta negra, de manga angosta, en ocasio-nes decorada con ribetes. Cubrían sus piernas conmanteos y sayas de paño -normalmente pardas,pero también azules, verdes, rojas o blancas- y fal-dellines con randas o ribetes de terciopelo, a vecesguarnecidos de brocatel. Y sobre ellas delantales de

52 Biblioteca Nacional (BN), Manuscritos, Ms 9577, ff. 22-42. También AGS, Sección Estado, Leg 220.53 AGS, E, Leg 243. También, AGS, E, 245, 32; relación de los bienes declarados por los moriscos ante Luís Muñoz (Palencia, 27-VIII-1610). O AGS, E, 229; Valladolid, 12-I-1611.54 En San Lorenzo de la Parrilla coletos y coletillos, mandiles y cueras (las ropas de cuero) reemplazaron en parte al paño y la bayeta en lasvestimentas.

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estameña, decorados de pasamanos y lechuguilla.Por debajo usaban medias toscas, de paño frailen-go, otras coloridas, de punto, nacaradas, encarna-das, rosa palo, verdes y azules, y con cintas, remata-das en ocasiones por ligas de tafetán tornasoladas ycon visos. En los pies llevaban zapatillas de piel,muchas veces cubiertas para mayor comodidad porchinelas. El torso de las moriscas solía ir cubiertopor cuerpos de diferentes tejidos combinados conun jubón (también masculino) de lienzo, telilla,picote o gamuza, a veces con mangas de anascote ocon botonería y trencillas. Las más ricas poseíancorpiños de oro falso, gorgorán o tafetán, con tren-cillas, molinillos y guarnición de plata. Muchasotras también portaban camisas con gorguera ybasquiñas. Cinturones y pretinas no parecían sercomunes. Y frente al uso masculino, las prendasusadas para sus cabezas eran muy abundantes:algún sombrero, pero lo más común fue que secolocaran cofias, rebociños, garvines, griñones ouna toca. Los mantos, mantillas y mantellinas tam-bién eran muy frecuentes.

Aunque hubo moriscos pobres sin otra ropamás que la puesta, lo normal fue que casi todasaquellas familias registrasen prendas de repuesto yabundante ropa de casa. Generalmente, cada unotenía dos o tres camisas, aparte de la que vestían.Junto con ellas y varios camisones guardaban valo-nas y gorgueras (puños y manguitos). Retales y tirasde tela, madejas de hilo de colores, acericos, holan-dillas, cuellos sueltos, cuerpos labrados, guarnicio-nes y pasamanerías por coser eran habituales en elregistro de sus costales. También aparecían tablasde manteles y servilletas (“con labor menuda degusanillo”), paños de manos de seda, lienzo o hilolabrado y pañuelos con rapacejos o lisos. La ropade cama también era abundante: todos cargaroncon sus jergones de estopa o anjeo y sus colchonesde lana trujillana, acompañados de mantas, cober-tores y frazadas -de lana y lino, lisas y listadas-,almohadas y sábanas de cáñamo o lienzo.

Aparte de los gustos y recursos familiares con-cretos, mediado el siglo XVI los moriscos castella-

nos vestían calzas y jubones, sobre los que poníanquezotes y marlotas (tintados de varios colores ydecorados con brocados de terciopelo y damascodonde prevalecían ciertas labores típicamentemusulmanas como franjas, caireles y randas).Usaban el sayo de çebtí, y sobre ellos colocabanalgunos mantos peculiares (capellares y alborno-ces). Las moriscas cubrían sus cabezas con tocas(almaizares), decoradas con rapacejos55. Por el con-trario, a comienzos del XVII los expulsados dePalencia o San Lorenzo, granadinos o viejos, iban ves-tidos con la indumentaria típica de los cristianosviejos, sin diferencias en sus tejidos. El uso de bor-ceguíes o la pervivencia de rapacejos y randas en ladecoración de algunas prendas, fueron algunas delas pocas pervivencias de su hábito externo ante-rior, aunque bien podrían ser producto de la copia,por parte de la moda cristiana vieja, de algunosmotivos y estilos del antiguo atuendo mudéjar. Si laforma de vestir era un medio de identificaciónnacional y de diferenciación colectiva, estos regis-tros de bienes demostrarían que los moriscos delinterior castellano habían avanzado hacia la asimila-ción de las formas culturales y de vida católicaortodoxa. Poco después, cuando algunos volvieronclandestinamente, las autoridades alertarían de sullegada “en hábito de cristianos”, denunciando asíla utilización de aquella vestimenta como un ele-mento de ‘confusión de identidad’: no retornaban aCastilla disfrazados, sino con la misma indumenta-ria con la que partieron. Hecho que se evidenciacuando muchos de los que arribaron al norte deÁfrica fueron obligados a abandonar sus ropas y“vestir a la musulmana”. Así, los problemas dereconocimiento señalados por los alcaldes eran elresultado propio de un lento proceso de asimila-ción de las apariencias y de un progresivo esfuerzocolectivo de integración cultural; ¿interesados?

En suma, pinceladas para la reflexión sobreaquella cultura material popular. Lujos y penuriascotidianos en la Ribera del Duero Oriental duranteel siglo XVI.

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55 Bernis, C., “Modas moriscas en la sociedad cristiana española del siglo XV y principios del XVI”, en Boletín de la Real Academia de la Historia,144, 1959, pp. 200-228.

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