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Luis Suárez Fernández franco y el iii reich Las relaciones de España con la Alemania de Hitler La Esfera de los Libros

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Luis Suárez Fernández

franco y el iii reich

Las relaciones de España con la Alemania de Hitler

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PRÓLOGO

A sus noventa y un años, el profesor Luis Suárez Fernández nos presenta su último y, sin lugar a dudas, polémico libro. Miembro

de la Real Academia de la Historia desde 1994, catedrático de Uni-versidad con solo treinta y tres años y exdirector de la prestigiosa Es-cuela de Historia y Arqueología del CSIC en Roma, es uno de los historiadores españoles vivos más importantes. Sus trabajos sobre los Reyes Católicos, muy especialmente sobre la reina Isabel I, junto a sus numerosísimos trabajos de Historia Medieval le convierten en ganador el año 2001 del Premio Nacional de Historia, lo que le reva-lida como uno de los medievalistas más importantes del siglo XX y en un referente obligado para el estudio de la historia de España.

En 1976 emprende un nuevo camino en sus investigaciones, cen-trado en la figura del general Francisco Franco y en la larga etapa de nuestra historia en la que tuvo siempre un papel muy destacado. La Fundación Nacional Francisco Franco le abrió sus archivos a la muer-te de Franco, con los que comienza la elaboración de una monumen-tal biografía en ocho volúmenes titulada Francisco Franco y su tiempo. Nacía así la más importante, documentada y extensa biografía escrita hasta aquel momento que fue publicada en 1984.

Cimentado en estos años de investigación el profesor Suárez si-guió trabajando sobre la bibliografía y archivos dedicados a España desde la crisis colonial de 1898 hasta la muerte de Franco en 1975. De su pluma aparecen numerosas monografías —Crónica de la Sección Femenina y su tiempo, Franco y la URSS, Franco y su época, Franco y la Iglesia, Nación Patria Estado— que profundizan en estos años y que le llevaran, tras nuevos años de investigación, a publicar en la Editorial La E

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Actas la que se puede considerar, hasta la actualidad, la más extensa y documentada biografía sobre el General español: Franco. Crónica de un tiempo, aparecida en seis gruesos volúmenes.

Como consecuencia de cuarenta años de investigación, ahora, Luis Suárez nos trae un nuevo trabajo sobre Franco y los años más cruciales de su régimen, sobre España y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Bajo el título Franco y el III Reich se nos presenta no solo una historia de las relaciones internacionales de España durante los años cruciales de 1939 a 1945 con Hitler, sino también una minu-ciosa reconstrucción del proyecto político que Franco estaba cons-truyendo y que, como afirma Suárez, difería mucho de los estados totalitarios tan en boga en aquellos tiempos y de las vicisitudes que tuvo que superar para llevarlos adelante.

El profesor Suárez, en un alarde de independencia, rompe con las líneas predominantes en nuestra historiografía, de uno y otro lado, para presentar una visión meditada y casi «revolucionaria» que a todos sus lectores va a sorprender.

Trabajos tan conocidos sobre las relaciones hispano-alemanas du-rante la guerra como Entre Hendaya y Gibraltar de Serrano Suñer o los trabajos, ya clásicos, de Ricardo de la Cierva, Tusell y Viñas o los fun-damentales libros de Klaus-Jörg Ruhl, Franco, Falange y III Reich; Raymond Proctor, Agonía de un neutral; Rafael García Pérez, Franquis-mo y III Reich o el, hace poco publicado, de Emilio Sáenz-Francés Entre la antorcha y la esvástica, Franco en la encrucijada de la Segunda Guerra Mundial no coinciden con el discurso histórico, polémico y combativo de Franco y el III Reich. Luis Suárez ha escrito una visión nueva sobre un tiempo, y unos hombres, distinta a lo que hasta ahora habíamos leído y va a suponer, por quien lo dice y por lo que dice, una verdadera ruptura en la historiografía sobre el tema.

El académico Suárez se despacha a sus noventa años con un tra-bajo que no pasará inadvertido entre el cúmulo de libros y artículos aparecidos en los últimos años sobre el tema.

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ALGUNAS PALABRAS PREVIAS

Este ensayo es resultado de los análisis documentales que realicé en los dos primeros volúmenes de mi obra Franco, crónica de un tiem-

po; por ello recomiendo a mis lectores recurrir a ellos para comprobar tanto la base documental como la bibliográfica, evitando así repeti-ciones o desviaciones. Además de la documentación española, alema-na y de otros países, que eficaces historiadores también han utilizado, disponemos aquí de los documentos que Franco conservaba en su despacho en el momento de su muerte. Mediante los papeles conser-vados en el palacio de Santa Cruz y los que, procedentes de la Wil-helmstrasse, fueron publicados por los aliados al final de la guerra, estamos en condiciones de explicar unos hechos tal y como sucedieron en la realidad, que es lo que importa al historiador, huyendo de cual-quier clase de juicio de valor. No puede pretenderse juzgar sino ex-plicar, permitiendo al lector estar informado: así fueron las cosas.

En las interpretaciones ahora dominantes, desde diversas ideologías políticas, se ha llegado a instalar en la opinión pública la tesis de que Franco fue una especie de satélite del Eje. Resulta importante, en consecuencia, clarificar algunos puntos: entre los dos jefes de Estado, el español y el alemán, había coincidencias y también disensiones. Esto es lo que nos ayuda a descubrir la importante documentación conser-vada: el Führer y su esposa se suicidaron en Berlín en el búnker, en el año 1945; el Caudillo permaneció en su puesto hasta su muerte por causas naturales en noviembre de 1975.

La más importante de las divergencias, según la documentación fehaciente, se halla relacionada con la religión: Hitler era un materia-lista dialéctico, derivado hacia el racismo, pero el Holocausto tenía La E

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también derivaciones religiosas; Franco, católico practicante, se some-tería a la obediencia del Vaticano, que fue además el primero en condenar doctrinalmente al nazismo mediante la encíclica de Pío XI significativamente titulada Con ardiente angustia. Y declaraba «neopa-ganismo» las nuevas corrientes ideológicas nacidas del materialismo dialéctico. La segunda, no menos decisiva, se halla en la forma que uno y otro pretendían dar al Estado. El totalitarismo había sido defi-nido por Lenin como una forma de someter todas las dimensiones de la sociedad y el Estado al predominio del partido. Franco, al ejecutar esa especie de golpe que diluía a todos los partidos dentro del Movi-miento, evolucionaba hacia ese modelo contrario que Linz define como autoritarismo; someter todas las opciones políticas al poder del Estado, en el que reside toda autoridad.

Hoy se muestra preferencia por definir al franquismo como una dictadura. Este es un calificativo que, a diferencia de Primo de Rive-ra, el autocalificado de Caudillo nunca empleó. Franco lo rechazó cuando se le propuso. El autoritarismo es mucho más que la simple dictadura contemplada en el derecho romano: concentró en su per-sona la Jefatura del Estado, la Presidencia del Gobierno y el mando del Ejército sin fijar límites en el tiempo, ni tampoco en el espacio, limitado únicamente por las Leyes Fundamentales que se fueron pro-mulgando. Rechazaba los partidos y afirmaba que se trataba de retor-nar a una «monarquía católica, social y representativa». Algo muy distinto del Reich.

Una tercera diferencia hallamos en la guerra. Hitler la considera-ba instrumento imprescindible para el establecimiento del Nuevo Or-den europeo. Franco, desde su propia experiencia, la consideraba como un mal al que se tenía que acudir cuando no quedaba otro re-medio. Por ejemplo la declaraba lícita ante el expansionismo soviéti-co pero veía un error en el caso de las potencias occidentales, que hubieran debido unirse para detenerlo. Por otra parte se tiene la im-presión de que consideraba la victoria alemana como el fin de su propio poder; sería sustituido por dirigentes más acordes con las doc-trinas nazis. De ahí el empeño en mantenerse al margen de la gran contienda.La

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La cuarta disyunción la encontramos en relación con los judíos. Se mantuvo la vigencia de la ley dictada por Alfonso XIII en el mo-mento de la dictadura que permitía a los sefardíes obtener documen-tación española. Por eso, aunque el sionismo se puso al lado de la República, sefarditas y ortodoxos en Marruecos y Rumanía contri-buyeron con sus fondos a la causa de los nacionales. La Iglesia, además, le hizo serias advertencias contra el antisemitismo imperante. Un com-promiso doble al que se mantuvo fiel incrementando las ayudas con-forme llegaban noticias del arrecio en la persecución. También los movimientos católicos españoles se mostraban preocupados: las di-mensiones religiosas podían extenderse asimismo a sus correligionarios, muchos de los cuales sufrieron persecución del nazismo.

Finalmente hemos de tener en cuenta las cuestiones económicas. Hitler había intervenido en la Guerra Civil española no desinteresa-damente. Al término de la misma Göring lo diría claramente: había llegado el momento de recoger el «botín», es decir, emplear la crecida deuda en la adquisición de empresas que permitieran control de mi-nerales y otras materias primas. Una batalla que los colaboradores de Franco ganaron aunque solo parcialmente. Sobrevivía en 1945 parte de esta deuda de guerra y de ella se hicieron cargo los norteamericanos.

Otros muchos puntos de carácter personal van a ser descubiertos.

Era lógico que algunos relevantes intelectuales dentro del régimen estuvieran convencidos de que se acercaba, en el orden mundial, un cambio decisivo que liquidaba las reliquias del liberalismo y por ello era preciso «subir al carro de la victoria» antes de que fuera demasiado tarde. Franco no pensaba así. En Bordighera preguntó a Mussolini si no estaba arrepentido de entrar en la guerra. A lo que el Duce le con-testó que sí.

No intento formular opiniones; si alguna se me escapa de las ma-nos ruego al lector que no las tome en cuenta. Son los hechos los que importan y en ellos entran aciertos y errores que a las generaciones posteriores corresponde descubrir. Huyamos de las tergiversaciones La E

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que las ideologías políticas se ven obligadas a cometer. Es importante superar odios y rencores ateniéndonos a la verdad, que es la que nos hace libres. La Guerra Civil española puede presentarse como una especie de prólogo o ensayo para la Segunda Mundial. Aunque han pasado muchos años, sobreviven muchos de los puntos que la propa-ganda de uno y otro lado quisieron manejar. Solo los documentos nos permiten explicar los hechos «como sucedieron en realidad», según recomendara Von Ranke.

Se insiste en presentar el alzamiento militar del 18 de julio como resultado de una maniobra germano-italiana; antes de 1936 ya se ca-lificaba a Gil-Robles de «fascista», ignorando que la democracia cris-tiana fue la más opuesta al fascismo. José Antonio Primo de Rivera, aunque recibió algunas subvenciones de Mussolini, se negó rotunda-mente a incorporar su Falange al fascismo, rechazando de forma con-tundente las invitaciones que se le hicieron. Había una razón de fon-do en esta negativa en el catolicismo practicante del fundador, que moriría teniendo un crucifijo en sus manos.

En cuanto a Franco, el único contacto personal con Alemania se remonta a 1928. En su calidad de director de la Academia Militar de Zaragoza participó, entre los días 23 de junio y 7 de julio, en un cur-so para militares impartido en Berlín y Dresde. Era el momento en que la República de Weimar parecía consolidarse. Fueron en cambio muy estrechas sus relaciones con algunos altos mandos del Ejército francés, cuya insignia de la Legión de Honor llevaba en su uniforme. Debemos recordar que el partido al que Hitler se incorporó, domi-nándolo luego de modo absoluto, se titulaba Socialista Obrero Ale-mán, que coincide con el escogido por Pablo Iglesias para el socialis-mo español. El Führer añadió la N de nacional.

El general Von Seckt estaba entonces intentando reconstruir un ejército, fiel al Zentrum, reducido pero eficaz frente a las amenazas expansivas que venían del este. Esta era la idea que se comunicaba a los invitados de 1928. En sus notas posteriores Franco señala en el espíritu militar alemán dos grandes características: la férrea disciplina y la vinculación afectiva a sus oficiales, y sobre todo a su propio regi-miento como parte de la Reichwehr. Pero, por otra parte, tampoco La

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olvidaba sus vinculaciones desde Alhucemas con el Ejército francés y con el mariscal Pétain. En 1940 intervendrá, intentando que las con-diciones impuestas a Francia por el armisticio fueran suavizadas.

En 1931 Franco estaba convencido de la ilegitimidad de la Re-pública, impuesta desde la calle y por medio de unas simples eleccio-nes municipales en que los monárquicos tenían mayoría, salvo en las grandes ciudades. Sin embargo se mantuvo en su puesto, ya que no quería abandonar el Ejército en forma alguna. Un defecto semejante iba a señalar en Alemania: Hitler se haría dueño del poder mediante elecciones en las que no alcanzara mayoría absoluta y, desde él, des-truyó a todos los demás partidos. Pero en aquellos momentos el Führer despertaba admiración en diversas partes del mundo; parecía haber descubierto el modo de superar la gran depresión. El 30 de agosto de 1933 Gil-Robles asistió como invitado a un congreso en Núremberg. Como diría más tarde, regresó muy asustado: allí se rendía culto a la raza y a la «voluntad de poder», dos términos que se hallaban muy lejos de la fe católica.

Es indudable que Franco, una vez convertido en jefe del Estado y dueño de todas las dimensiones del poder, iba a mostrar preferencia por Falange por encima de los otros sectores políticos que se habían sumado al Alzamiento. Desde el 13 de febrero de 1934 Falange se había unido a las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas (JONS) de Onésimo Redondo, lo que sonaba parecido a las siglas na zis. Algunos extremistas dentro de las JONS, como Ramiro Ledesma, y el emi-nente historiador Santiago Montero Díaz se mostraron contrarios a esa unión que parecía un giro hacia la derecha. Giro que Franco acentuaría más tarde al sumar el tradicionalismo al Movimiento. Según José María García Escudero, buen conocedor del tema, la mayoría de los dirigentes de Falange, de donde fue expulsado Ledesma, no quería identificarse con los totalitarismos que soviéticos y fascistas preconi-zaban. Ni el racismo, ni el abandono de la moral católica, ni la califi-cación de derecha o izquierda eran compatibles con su pensamiento. Pero la mayoría de estos dirigentes acompañaron a José Antonio en el camino hacia la muerte y fueron sustituidos por otros de tendencia distinta.La E

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El 16 de diciembre de 1934, cuando España acababa de superar la revolución de octubre contra la República, se celebró en Montreux un congreso de partidos fascistas europeos. José Antonio se negó a asistir y envió esta nota a la prensa: «Falange Española de las JONS no es un movimiento fascista; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente en ese camino sus posibilidades más fecundas». A estas palabras se referi-ría más tarde Franco al señalar las diferencias entre su Movimiento y los totalitarismos materia listas. En 1938, con el viaje del Führer a Roma —el Papa abandonó la ciudad para no coincidir con él— Ale-mania e Italia decidieron crear un bloque al que llamaron significati-vamente Eje. Ambas estaban participando activamente en la Guerra Civil española; también fi guraban alemanes e italianos en las Brigadas Internacionales comunistas. En sus memorias Von Ribbentrop, des-tinado a ser embajador en Inglaterra y ministro de Exteriores, se re-fiere al primer en cuentro con Hitler, que tuvo lugar en su finca de Dahlen en 1932 y significativamente señala que no hablaron de Espa-ña: al futuro Führer le importaba ganar la amistad con Inglaterra, ya que veía en Francia y la URSS sus principales enemigos. Esto nos explica que en 1936, rechazando los consejos negativos de la Wilhel-mstrasse, que consideraba el Alzamiento causa perdida, tomara la de-cisión de intervenir ayudando a Franco, que a su juicio parecía condena do a perder la guerra.

Para las izquierdas españolas las elecciones de 1933, que hicieron de la CEDA el partido más votado, constituyeron un golpe de sor-presa; ellas contemplaban la República no como una forma de Estado, sino como un régimen político que excluía a las derechas y al catoli-cismo. Y entonces, contando con el apoyo de separatis tas en el País Vasco y Cataluña, provocaron la revolución de octubre, que fracasó. Franco, que asesoraba al ministro de la Guerra, re cobró su prestigio en el Ejército y fue elevado a la Jefatura del Estado Mayor. Una pro-paganda política posterior le acusaría de represiones en Asturias; pero de hecho su intervención se había limitado a asesorar al ministro de la Guerra. Se trata, pues, de un falseamiento. Pero en sus memorias don La

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Manuel Azaña recuerda que consideraba a Franco como el más im-portante y más peligroso de todos los militares.

Corrientemente se califica al Eje y a los movimientos fascistas de ser la extrema derecha. Pero es evidente que el partido del Führer se declaraba socialista nacional, y no internacional como la Komintern, y Mussolini había comenzado su carrera política como secretario ge-neral del Partido Socialista, cuyas células se llamaban fascios di lavoro. Él cambió el nombre llamándolas fascios di combattimento, pero sin modificar su antiliberalismo.

Vicente Palacio Atard, uno de los mejores historiadores españoles de la última generación, recomienda poner mucha atención en los acontecimientos que se estaban produciendo fuera de España si que-remos entender el significado del franquismo. Especialmente llama la atención sobre este punto: totalitario es aquel régimen en que un partido somete a su autoridad todas las dimensiones del Estado. Esto sucedió en Rusia, Alemania e Italia, pero no en España, ya que Fran-co invirtió los términos: sometió todas las corrientes políticas al Esta-do del que era dueño. Las izquierdas en cambio sostenían que a ella debían obedecerla todos suprimiendo a los disidentes. Italia conservó sin embargo la forma de Estado monárquica y por eso mantuvo rela-ciones estrechas con Alfonso XIII, que acabó instalándose en Roma, donde murió. Precisamente en Roma nacería el futuro rey, Juan Carlos I.

En 1935 tanto el Gobierno de Lerroux como la Wilhelmstrasse definían como muy amistosas las relaciones entre ambos países: la de-recha española interpretaba como favorable la llegada de Hitler a la Cancillería con apoyo del Zentrum. Se estaba desarrollando la indus-tria. Así lo veía también Indalecio Prieto: el armamento que el capi-talista Echevarría compró para él era de procedencia alemana; así se demostró cuando la policía pudo embargar el vapor Turquesa en aguas asturianas. Al comienzo de la Guerra Civil también el Frente Popular enviaría agentes a Alemania para proveerse de armas.

José Antonio hizo un viaje a Alemania y volvió decepcionado: aquello no respondía a sus ideas ni a las de su hermana Pilar, que haría de la Sección Femenina una organización prácticamente católica. Sin La E

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embargo los jonsistas pensaban de distinta manera y al comenzar la Guerra Civil crecieron las admiraciones hacia el fascismo, y los agen-tes alemanes vieron en Falange un buen campo para la siembra del nacionalsocialismo. Franco se opuso a estas corrientes, pero defendió el falangismo. En sus discursos encontramos numerosas frases que proceden de Primo de Rivera.

Cuando en 1935 Franco se hizo cargo de la Jefatura del Estado Mayor Central descubrió serias deficiencias en el Ejército. Formuló un plan con el que, manteniendo limitado el número de soldados, podía instruirlos y armarlos mejor. Señaló tres países para hacer com-pra de armas, Alemania, después Estados Unidos y por último Ingla-terra. El embajador alemán en España, conde de Welczeck, diplomá-tico de la vieja escuela, recomendó atender los pedidos porque eran indispensables para mantener el orden interno y también favorecían a la industria germana. Los pedidos estaban sobre la mesa cuando se produjo la victoria del Frente Popular y en ella se mantenían aún en julio de 1936

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CÓMO NACE LA HISMA

Franco toma una decisión

Hemos llegado al punto de partida. Cuando Gil-Robles tomó la cartera del Ministerio de la Guerra, utilizó los servicios de otro em-presario bilbaíno, Pedro Gandarias, para negociar la compra de armas a que hicimos referencia. De este modo se estableció contacto con el Abwehr (servicio de información) alemán, que se hallaba entonces dirigido por el almirante Canaris, a quien tendremos que referirnos en abundancia. Él recomendó a su gobierno vender a España aviones Heinkel y Junkers que proporcionarían buenos ingresos; las elecciones españolas y la falta de desarrollo de la industria alemana impidieron que la venta se llevara a cabo. Pero el proyecto no fue abandonado. Tal era la situación el 18 de julio.

La documentación alemana, tanto la de la Wilhelmstrasse como la del partido, nos demuestra que había ignorancia completa de los proyectos de golpe militar que Sanjurjo, Mola y sus colaboradores estaban elaborando. Franco no se incorporó a él hasta finales de junio. Por su parte los monárquicos alfonsinos y tradicionalistas habían esta-blecido contacto con Mussolini, que gobernaba en nombre de una monarquía. El Duce estaba abonando 50.000 liras mensuales, desde junio de 1935, por medio de la embajada en París, pero suspendió los pagos a José Antonio desde febrero de 1936. Se justificaban con ser-vicios de información. El retraso de Franco en adherirse a la conspi-ración se explica porque creía que iba a producirse una guerra civil, y prefería una negociación con Casares Quiroga, que no fue tenida en cuenta.La E

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Las previsiones del futuro Caudillo se cumplieron: los militares pudieron retener únicamente una tercera parte del territorio, precisa-mente la menos dotada de industrias. Contaban con la disciplina de sus soldados. En cambio los republicanos cometieron el error de di-solver las unidades regulares, estableciendo milicias políticas. Ambos bandos tuvieron entonces la sensación de que necesitaban proveerse de armas para ganar la contienda. En una nota escrita con lápiz y di-rigida a Sanjurjo, Franco, que se titulaba «general del Ejército no marxista», y confiada a Luis Bolín, que se había encargado de su tras-lado a Marruecos y regresaba a Lisboa, informaba de la importancia que, en la contienda, iba a adquirir la aviación. Se necesitaban doce bombarderos y tres cazas con municiones y armas correspondientes. Lo mismo pensaba el gobierno de Madrid; pero mientras este contaba con abundantes reservas de oro, los militares andaban escasos de re-cursos.

¿Dónde acudir? Habida cuenta de que Francia y la URSS apoya-ban públicamente al Frente Popular, Mola había pensado en principio en el mercado inglés, donde el millonario Juan March, comprometi-do en el Alzamiento, tenía buenos fondos. Pero el gobierno inglés, que temía un crecimiento del poder alemán, decidió permanecer neu-tral preconizando una solución negociada. La embajada inglesa en Madrid se había negado a dar acogida a algunos derechistas que trata-ban de escapar a la represión. En Italia los contactos debían estable-cerse por los cauces de la monarquía. Los esfuerzos para incorporar a los tradicionalistas a la obediencia de Alfonso XIII, ahora en Roma, habían fracasado.

No estamos seguros de la fecha en que Franco, todavía jefe del Ejército de África, tomó la decisión de acudir a los alemanes. Canaris, que había prestado servicios en Madrid durante la Primera Guerra Mundial, situó a uno de sus principales colaboradores, Albert von Knoss, en la embajada que aún permanecía en Madrid. Este, como ha podido comprobar Ángel Viñas, no hizo otra cosa que transmitir in-formes sobre lo que estaba ocurriendo. Personalmente, Franco había mantenido contactos con Friedrich von Lupin, en 1935, al producir-se las negociaciones de que hemos dado cuenta. Entre sus papeles La

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personales hemos encontrado una cuartilla manuscrita que nos permi-te aclarar sus recuerdos. «Toma de contacto con alemanes e italianos. Ofrecimiento del agregado y del de la HISMA (súbito). Cartas a Hit-ler y recado de Mussolini dándoles cuenta del cambio de situación. No ha habido el menor compromiso. (Tengo) necesidad de aclarar cuáles fueron nuestras relaciones con Alemania e Italia y la falsedad de que antes del Movimiento y en su preparación hubiese ninguna clase de relaciones entre los dirigentes del Movimiento Nacional y los de esas dos naciones. La única relación la establecí yo desde Marruecos al dar noticia del cambio de situación ocurrido al Residente General francés y esperando establecer las buenas relaciones de vecindad, al gobernador de Gibraltar con motivo de la presencia de destructores rojos que habían asesinado a sus oficiales: Y que se refugiaban en sus aguas, y a Mussolini y Hitler dándoles cuenta del cambio operado, de nuestros propósitos anticomunistas y la petición de facilitarnos la ven-ta de diecisiete aviones de combate para evitar cayese en Occidente en manos del comunismo. Hemos· de recordar que el avión que me trajo de Canarias a Marruecos fue un avión inglés alquilado (Dragon) en Inglaterra y los dos, piloto y mecánico, ingleses. Ya entonces pre-veíamos lo que iba a pasar con el comunismo».

Son notas que, sin duda, contienen datos exactos, aunque, como todas las que se conservan, demasiado concisas. Había agentes alema-nes en Sevilla y Tetuán, pero se limitaban a recoger informes; uno de ellos, Adolf Mathias Trivalgo (probablemente se trata de un nombre falso) estuvo a punto de ser fusilado por los militares, ya que le toma-ron por espía al servicio del enemigo. Los nazis tardaron cierto tiem-po en fijar su postura porque no entendían el contenido de aquel al-zamiento militar, y los altos mandos militares lo descalificaban.

Johannes Bernhardt

Al producirse el 20 de julio la muerte accidental de Sanjurjo, el Alzamiento quedaba sin jefe; dos días más tarde asumió el mando una Junta de Defensa presidida por el general Cabanellas en razón de su La E

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antigüedad. En aquellas cuarenta y ocho horas Franco tomó decisiones por su cuenta. Ordenó a Orgaz, que había permanecido en Canarias, que tomara el avión de la Lufthansa que hacía servicio de viajeros y viniera con él a Marruecos. El cónsul alemán en Tetuán formuló una protesta, pero Franco le garantizó que todos los intereses alemanes estarían salvaguardados: «La sublevación nacionalista había sido indis-pensable para evitar la dictadura comunista en España». Pensaba uti-lizar aquel avión para que viajase a Berlín la comisión encargada de la compra de armas.

Presentado por el coronel Sáenz de Buruaga, Franco recibió el día 21 de julio a un hombre de negocios alemán, Johannes Bernhar-dt, que llevaba mucho tiempo en Marruecos, aunque sin grandes resultados. Afiliado al partido nazi, no gozaba de mucha considera-ción por esta parte. Los documentos demuestran que el ministro de Exteriores, Von Neurath, procedente de la vieja escuela, no le tenía en mucha consideración. Franco disponía ahora de doce millones de pesetas; para Bernhardt una cantidad apreciable. Con treinta y nueve años de edad, figuraba como representante de una empresa que sufriera los efectos de la gran depresión. Políticamente dependía del ortsgruppenführer Adolf Langenheim, a quien puso en contacto con los mandos nacionales. Se ofreció a Franco: él podía viajar a Alemania e intervenir en la operación de compra. Se sabía en Tetuán que también el gobierno republicano había enviado comisionados a Alemania con el mismo objeto.

En la primera entrevista Franco evitó comprometerse; desconfia-ba de los hombres de negocios y también del partido. Pero decidió escribir una carta al Führer que llevó a Berlín un oficial aprovechando el vuelo del avión de la Lufthansa del día 22. Un día antes había pe-dido a Beigbeder, que iba a asumir las funciones de alto comisario, que restableciera las conexiones con el general Kühlental, que había tenido parte en las conversaciones para la compra de armas. El día 24 los mencionados oficiales estaban en Berlín cursando su demanda en la Wilhelmstrasse. Fracaso rotundo: Von Neurath, informado por Dieckhoff de que el Alzamiento había fracasado, advirtió que «la en-trega de armas a los rebeldes se conocería muy pronto y los miembros La

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de la colonia alemana en España, así como los barcos comerciales o de guerra, se encontrarían con dificultades». Se trata de un documento fehaciente.

Pero entre los días 21 y 22 el gobierno francés, liderado por el Frente Popular, había tomado la decisión, pronto conocida, de ayudar con todos sus medios a los republicanos españoles. Desde el día 24 sumas de oro sacadas del Banco de España comenzaron a viajar a Pa-rís para garantizar el pago de los envíos de armas. Y el día 26 Radio Praga dio la noticia de que el gobierno de Stalin, en su sesión del día 21, había acordado incluso el envío de voluntarios. Se menciona-ban cinco mil hombres. Los servicios de información nazis comuni-caron al Führer todas estas noticias. Por su parte Franco comprendió que no le quedaba otro recurso que aceptar las ofertas de Bernhardt. La noticia de Radio Praga iba a ser muy útil a los militares españoles. Por su parte el gobierno de Madrid pasó el 3 de agosto una petición de compra de aviones a la Federación Alemana de Industrias Aero-náuticas. Tres días más tarde una comisión presidida por el teniente coronel Luis Riaño viajaba a Berlín para negociar el acuerdo. Perma-necería aquí tres semanas, pero Von Neurath también impuso nega-tiva a los republicanos.

Por su parte la Junta de Defensa trataba de conseguir armas en Italia; aquí los monárquicos tenían la iniciativa. Luis Bolín y Juan Ignacio Luca de Tena estaban en Roma el día 24. Mussolini parece haber compartido el pensamiento de los alemanes acerca del fracaso del Alzamiento, de modo que respondió que solo entregaría aviones si estos se pagaban de inmediato y que serían los españoles quienes se encargasen del traslado a la Península. Ciano recomendó a los agentes españoles que viajasen a Metternich, donde se alojaba Alfonso XIII, pues solo la intervención de este podía cambiar las cosas. La recomen-dación era acertada.

Ese mismo día 24 de julio, Mola celebraba una reunión con sus mejores colaboradores, a los que explicó la situación en términos duros: muerto Sanjurjo, fracasado el pronunciamiento en la mayor parte de España, decidido Léon Blum a proporcionar a los republica-nos cuanto necesitasen y encerrada Inglaterra en la abstención, la in-La E

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ferioridad de los nacionales era manifiesta. Todo dependía de que se consiguieran armas; con este fin Antonio Goicoechea, Luis Zunzu-negui y Pedro Sainz Rodríguez viajaban ahora a Roma, y también se había enviado al marqués de Valdeiglesias a Berlín. El 7 de agosto Dieckhoff pasó a su ministro esta significativa nota: «Según las inten-ciones del general Franco y de los jefes militares, el movimiento habría sido desencadenado quince días más tarde, pero después del asesinato del diputado Calvo-Sotelo, era imposible detener los acontecimien-tos». Los alemanes consideraban a Franco como el más importante: ostentaba el mando de las fuerzas de Marruecos que podían cambiar el signo de la guerra.

La decisión tomada por Léon Blum movió a Mussolini a rebajar las condiciones: los doce aviones que don Juan March pagó los días 27 y 28 de julio serían llevados por aviadores italianos, aunque sin uniforme. Se telegrafió al cónsul italiano en Tánger para que infor-mase sobre las condiciones, y el día 30 los aparatos despegaron de sus bases. Nueve llegaron a su destino, pero uno cayó al mar y otros dos tuvieron que aterrizar en zona francesa y fueron embargados. La pro-paganda del Frente Popular aprovechó esta oportunidad para decir que Italia estaba interviniendo en la guerra. Javier Tusell ha podido aclarar un punto importante: hasta este momento todas las negocia-ciones con Italia las llevaban los monárquicos. Mussolini se mantenía aún dubitativo, pero Ciano insistía: no convenía en modo alguno a Italia que el Frente Popular se consolidara en el gobierno.

El 22 de julio Franco había vuelto a entrevistarse con Bernhardt en Tetuán; este le convenció de que tenía que acudir al partido y no a la Wilhelmstrasse ni a la Wehrmacht. Era necesario crear una em-presa que garantizase los pagos y fue Franco el que propuso el nombre de HISMA (Hispano Marroquí de Transportes Ltda.) para la que Ca-rranza y Bernhardt acababan de crear. Viñas entiende que era el modo de dejar al gobierno alemán al margen de la operación. Franco dispo-nía de una suma de cuatro millones de marcos. El argumento que los nacionales iban a emplear era este: si los nacionales perdían la guerra, la URSS podría disponer de un fuerte bastión en el extremo occiden-tal de Europa. Por su parte Beigbeder, que iba a permanecer en Ma-La

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rruecos, mantendría contacto con el agregado militar en París y con algunos mandos franceses.

La decisión de Bayreuth

Por su cuenta, Franco había decidido enviar a Alemania una co-misión de cuatro personas relacionadas con el partido: Francisco Arranz, oficial de Aviación, Bernhardt, el ortsgruppenführer Langenheim y el piloto del avión de Lufthansa, Alfred Henke. Eran portadores de una carta directa a Hitler en que se especificaba el pedido: diez avio-nes de transporte, seis cazas, veinte cañones antiaéreos y armamento ligero con las correspondientes municiones. Costó mucho trabajo convencer del viaje a Langenheim, que no había recibido órdenes de sus superiores, y el piloto Henke, al protestar en voz alta, llegó a decir que él no se hallaba al servicio de un «general de bandidos» (Räuber-general). Pero al final todos aceptaron porque de este modo se devol-vía el aeroplano. Salieron de Tetuán a las cinco y media de la tarde del 23 de julio y, haciendo escala en Marsella y Salzburgo, aterrizaron en Berlín la noche del 24. Dos noticias contradictorias les aguardaban: la negativa rotunda de Von Neurath y la opinión de Canaris de que Alemania no podía consentir una victoria roja en España. Hitler y sus principales colaboradores no estaban en Berlín; habían ido a Bayreuth para asistir al festival wagneriano, que era una especie de culto a la ger-manidad.

Rudolf Hess recibió a los comisionados en la casa familiar de Turingia y se encargó de gestionar una audiencia con el Führer. Esta tuvo lugar el domingo 26 en uno de los entreactos de la ópera. Hitler tomo la decisión: había que ayudar a Franco porque Stalin, que esta-ba recibiendo fuertes sumas de oro, proyectaba establecer un régimen comunista en la Península. Por teléfono se cursaron las órdenes y aquella misma tarde se constituyó en Berlín, bajo directo control de Göring, una Sonderstadt W encargada de efectuar las ayudas. Al cón-sul en Tetuán se encargó la misión de hablar con Franco y descubrir las posibilidades de victoria. El diplomático explicó que iba a consti-La E

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tuirse un triunvirato con él, Mola y Queipo de Llano y que las inver-siones alemanas estarían garantizadas.

Es muy posible que la decisión radical del Führer obedeciera a estas tres razones. Las relaciones con los beligerantes debía asumirlas el partido y no la Wilhelmstrasse. Las noticias de Radio Praga no permitían dudar de que la Komintern consideraba asunto propio la guerra de España. Las ventas de armas iban a proporcionar un fondo de pesetas decisivo para el control de la economía española. Para todo esto era indispensable que Franco ganara la guerra; no se trataba de una simple ayuda, sino de una intervención.

La contienda española se había convertido en conflicto internacio-nal. Para los ingleses una encrucijada: no convenía que España se con-virtiera en bastión del comunismo, pero tampoco que fuera aliada de Alemania e Italia en futuros conflictos. Franco no tenía elección: su experiencia de Marruecos le demostraba que solo podía vencer si cons-truía un verdadero ejército y aquel era el único mercado que abría sus puertas. Como Brian Crozier diría más tarde, allí estaba su «pecado original. «Siguiendo órdenes de Hitler, el ministro de la Guerra, Von Blomberg, dispuso que el general Wilberg y el almirante Canaris viaja-ran a España para tomar la dirección. Canaris se entrevistó con Roatta, el enviado de Mussolini, el 6 de agosto. Por su parte Franco anunció que había comenzado la marcha sobre Madrid, pero sus enemigos tenían mayores recursos que él. En sus primeros informes los dos militares alemanes coincidieron en que Franco, que contaba con oficiales de la talla de Yagüe y Varela, podía ganar, si se le proporcionaban medios. Por su parte Göring había encargado a Langenheim que regresase a Tetuán y explicase a Franco que no se trataba de regalar, sino de vender de modo que los costes de las armas ingresarían en una cuenta alemana. Durante algunos meses este pequeño funcionario del partido desempe-ñaría un papel esencial; trata de aprovechar la oportunidad para intro-ducir la doctrina nacionalsocialista. Owen y Viñas, que dispusieron de abundante documentación, coinciden en decir que el partido se prepa-raba para sustituir a la Wilhelmstrasse en las relaciones con España.

Todavía durante el mes de agosto, tres barcos alemanes se dirigie-ron a Lisboa; llevaban carburante, dos Junkers y seis Heinkel. El ma-La

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terial que la República estaba recibiendo de Francia era más abundan-te y de mucha mejor calidad. Portugal facilitó el tránsito hasta Valla-dolid. Bernhardt, que viajaba con él, advirtió a Mola de que la entre-ga se hacía a Franco; estas eran las órdenes. El Generalísimo diría más tarde que era consciente de la responsabilidad que asumía. La propa-ganda política ha hecho hincapié en este aspecto, olvidando que tam-bién la República hubiera comprado material alemán si se le hubiera concedido.

No era tan clara la posición de la Wilhelmstrasse. En septiembre de 1936, invitado por Ribbentrop que era embajador en Londres, Lloyd George viajó a Múnich. En la cena que se ofreció al gran polí-tico inglés se habló de la guerra en España. Ribbentrop le quitó im-portancia; a su juicio el peligro estaba en un entendimiento entre Francia y la URSS; había que evitar el riesgo de que los soviets se instalaran en Occidente. Esto era malo para Alemania, pero también para Inglaterra.

La alarma de Gomá

De los tres sectores que se habían sumado al Movimiento, derecha monárquica, tradicionalismo y falangismo, solo el tercero de ellos se ofrecía a los nazis como posibilidad. FE y de las JONS había perdido a sus principales dirigentes y ahora acudían a afiliarse a ella muchas personas que procedían del socialismo. Uniformes y saludos hacían del falangismo algo muy semejante al socialismo; habían incorporado a su cancionero aquel himno alemán, Ich hatte einem kameraden aunque probablemente ignoraban que procedía de la guerra contra Napoleón. El giro hacia la germanofilia preocupaba seriamente a la Iglesia, que, duramente perseguida en la zona que se autocalificaba de «roja», tenía puestas sus esperanzas en el Movimiento. Un pequeño sector del cle-ro militaba en las filas del nacionalismo vasco, cuyo dirigente, Aguirre, se declaraba abiertamente católico. El 13 de agosto, cuando aún fal-taban dos meses para la elevación de Franco a la suprema jefatura, el primado de Toledo, Isidoro Gomá, que había conseguido salvar la La E

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vida refugiándose en Pamplona, envió su primer informe a Eugenio Pacelli, secretario de Estado. No había otra esperanza que la victoria de los militares, ya que el Frente Popular había decidido acabar con el catolicismo. Pero también del peligro de las infiltraciones «pagani-zantes» —este era el término que empleaba el Vaticano al referirse a los nazis— que venían de Alemania: «Falta ver el alcance de esta pro-posición».

Las preocupaciones del primado eran compartidas también por dirigentes del Movimiento; los generales querían que las relaciones se estableciesen con la Wehrmacht y no con el partido. Obtuvieron una buena respuesta: a la vista de los informes de Wilberg y Canaris, Von Blomberg encomendó al teniente coronel Walter Warlimont el con-trol de las armas y técnicos que con ellas irían a la Península. La URSS estaba reclutando combatientes, pero Alemania no se había decidido todavía. Von Neurath había llamado a su despacho a Karl Schweide-mann, consejero de la embajada en Madrid, que seguía abierta para que le informase de cómo se veían las cosas desde el otro bando. A finales de agosto habló con su ministro. Aparte de las tremendas vio-lencias que se registraban, el equilibrio de fuerzas entre los dos bandos permitía suponer que recurrirían a una negociación. Esto era lo que pensaban también los británicos.

Pero cuando Blomberg planteó al Führer la cuestión, este se mostró radical: nada de negociaciones; había que conseguir que Franco ganara la guerra. Con Franco había celebrado Warlimont dos entrevistas en Cáceres los días 6 y 19 de septiembre. Escribió a sus superiores que este general, todavía muy joven, era ya un primus inter pares y que pronto asumiría el mando supremo. Los informa-dores nazis, por su parte, comunicaban que solo Falange estaba en condiciones de recibir la doctrina nacionalsocialista, pero su jefe nacional, José Antonio, seguía preso en Alicante. Es importante señalar que, según los datos de que disponemos, el futuro Generalí-simo, muy influido por su madre y ahora por su esposa, se presen-taba a sí mismo como católico practicante, obediente a las órdenes que vinieran del Vaticano. Tras tomar contacto con él, Gomá con-firmó este aserto.La

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Directa o indirectamente todos los países se sentían afectados por la Guerra Civil española. Portugal, Alemania e Italia, Francia y la URSS habían escogido ya su bando. Pero en Inglaterra y Estados Unidos las opiniones se dividían entre los que temían más al comu-nismo o al nazismo. La empresa TEXACO garantizó a los nacionales el suministro de gasolina hasta el fin de la contienda, pero la familia Kennedy, que se declaraba oficialmente católica, viajó a Barcelona para dar apoyo moral a la República. El 19 de septiembre la Cámara de Diputados de Brasil envió a Franco un telegrama de adhesión.

La llegada de «voluntarios» hacía temer complicaciones que con-dujeran a una guerra europea; el gobierno francés propuso a los de Inglaterra, Alemania e Italia celebrar en Londres una reunión el 9 de septiembre para acordar una «no intervención», refiriéndose a las personas pero no a las mercancías. La Internacional Comunista había dejado bien claro que iba a enviar brigadas de voluntarios internacio-nales. Es curioso señalar que la primera que entró en fuego en el bando republicano estaba formada mayoritariamente por alemanes y austriacos a las órdenes de Monfred Stern. Willy Brandt, futuro primer ministro, se hizo cargo en Barcelona del hotel Falcón para alojar a otros germa-nos, que figuraban dentro del POUM. En Falange Manuel Hedilla, que había tomado provisionalmente el mando en ausencia de José Antonio, se presentaba como decidido partidario del modelo alemán. Trató de establecer milicias del partido semejantes a las SS. Los mili-tares, y especialmente Franco, pensaron que había que conseguir la libertad de Primo de Rivera para evitar este riesgo. No es correcta, como explica García Venero en su obra, la interpretación hecha por la propaganda de que el Caudillo no estaba interesado en el tema.

Intentos para liberar a José Antonio

A principios de septiembre Agustín Aznar, novio de una herma-na de José Antonio, Dolores, y Rafael Garcerán acudieron a Franco para explicarle que habían establecido contacto con el cónsul alemán en Alicante, Joachim von Knobloch, agente de una importante em-La E

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