Lo que Babel no se llevó Nº9 - Héroes

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N 9: HÉROES Gratis con El Argentino de Gualeguaychú. SUPLEMENTO BIMESTRAL - DOMINGO 1 DE SEPTIEMBRE DE 2013

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Edición Nº9 - Héroes 01 Septiembre 2013 Suplemento Bimestral Gratis con El Argentino de Gualeguaychú

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N 9

: héroes

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A trAvésde historiAs

Editorial

Las historias (aun las mínimas) que contamos a diario son las que recordamos, las que tienen sentido dentro de nuestro paradigma cultural.

Plagadas de héroes y villanos, de honor y vergüenza, de piedad y castigo, de reglas y libertad, las narrativas nos construyen a nosotros mismos. Es a través de las historias que nuestros padres y maestros nos enseñaron ciertos va-lores y nos introdujeron en un tiempo cultural del que, sin querer, ya éramos parte. A través de historias aprendimos quiénes somos (y no somos) y quiénes deberíamos ser. “Las narrativas no sólo son historias que la gente cuenta, sino “historias que cuentan a la gente” dice el antropólogo cultural Mark Liechty.

Nada como las películas de vaqueros y aventuras para (re)presentarnos los héroes, aquellos a seguir, capaces de sa-crificarse en momentos difíciles. Siempre representantes del bien, de la fuerza, de lo sano. Los vaqueros pasaron de moda, pero luego nos enganchamos con el género policía-co y de espías, con sus héroes valientes e incorruptibles. Y en la actualidad quizás nos conformemos con héroes más amorales y pragmáticos como Tony Soprano o Walter White (y es que los cambios sociohistóricos suelen refle-jarse en el arte y en la cosmovisión). Como espectadores nos fuimos creyendo que ellos son héroes grandiosos. Sin embargo, en este número de Babel descubrimos que no hace falta recurrir al cine o la televisión porque la realidad nos ofrece héroes que hacen. Personas diminutas, con fe-licidades, logros y demandas también diminutas, que con sus acciones cotidianas construyen la realidad.

Impresiones #1x Lucía Miranda

. 3

e l r e y d e l q u e s o

El Héroe de Mar Segurax Martín Sporleder

. 13

Impresiones #2x Euge Duboscq

. 7

Popurrí! . 15

Sobre Héroes y Mafiax Matías Ayerza

. 8

El Camaleónx Sofía Petronio

. 10

Los Límites de la Humanidadx Mercedes Krause

. 4

El Soplido tenebroso del Hambrex Edgardo Berón

. 6

Cuadro de Situaciónx Matías Ayerza

. 12

De Héroes y Heroínasx Ángeles Barcia

. 14

c o n t e n i d o

Dirección editorial:

Mercedes Krause

Producción editorial:

Sofía Petronio

Comité Editorial:

Ángeles BarciaRedacción

Juan Martín KrauseDiseño gráfico

Lucía MirandaIlustraciones

Matías AyerzaRedacción y corrección

Colaboran en este número:

Alejandro TuranoEdgardo BerónEuge DuboscqMartín Sporleder

equipo

1 s e p t i e m b r e 2 0 1 3 | 3 i m p r e s i o n e s # 1x Lucía Miranda

“Cosa de todos los días”

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x Mercedes Krause

Entre marzo de 1933 y mayo de 1945 se establecieron alrededor de 15.000 Lager (campos de concentración y exterminio) en el territorio de Alemania y los países ocupados por la Alemania nazi. En ellos, más de 6 millones de judíos y 5 millones de civiles no-judíos lucharon por su existencia antes de ser asesinados. ¿Cómo comprender lo que pasó?

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Las explicaciones comúnmente aceptadas hablan de una combinación de factores: la frustración del pueblo alemán tras su derrota en la Primera Gue-

rra Mundial; los duros términos del Tratado de Versalles (1919); y los profundos problemas sociales y económicos. Pero sobre todo se destaca la personalidad de Hitler. Se supone que sus obsesiones personales expuestas en Mi lu-cha, su capacidad de odiar y predicar la violencia hicieron eco en el pueblo alemán confirmándole, dice Primo Levi, “su convicción delirante de ser él mismo quien encarnaba al Héroe de Nietzsche, el Superhombre redentor de Alemania”.

“El hombre es algo que debe ser superado” había escrito Nietzsche en su famoso libro Así habló Zaratustra. Y allí podemos rastrear cierta genealogía del delirio en la figu-ra de Zaratustra, un profeta que luego de recluirse en la montaña para reflexionar, vuelve para darles a los hom-bres una serie de discursos sobre su vida y razón de ser.

Ya en el prólogo habla Zaratustra de la dolorosa vergüen-za que deben ser los hombres para el superhombre, y los compara con monos. El superhombre creado por Nietzs-che es un hombre de raza superior y transformador de va-lores, un salvador de este presente corrompido, un hom-bre del futuro que se encuentra más allá del bien y del mal, un hombre de gran amor y gran desprecio, con espíritu creador y voluntad de dominio. Cuando Nietzsche busca en el pasado ejemplares de ese ideal, recuerda a grandes jefes de las castas dominantes, guerreros brutales.

jornada laboral, se quedaba unas horas en la fábrica vacía, escribiendo. Nunca se consideró exactamente un escritor. Adoptó el estilo de sus informes semanales en la fábri-ca, para ser lo más claro y preciso posible. Su intención era la de ser como un testigo para un juez: consideraba que cuanto más objetiva y desapasionada fuera la forma de contar sus experiencias, más creíbles resultarían. No le interesaba mostrar rencor ni odio por los nazis, sino libe-rarse del horror que había vivido a través de la escritura.

Tampoco le interesaba “comprender”, pues decía que comprender era casi como justificar: “‘comprender’ una proposición o un comportamiento humano significa (in-cluso etimológicamente) contenerlo, contener al autor, ponerse en su lugar, identificarse con él. Pero ningún hombre normal podrá jamás identificarse con Hitler, Himmler, Goebbels, Eichmann e infinitos otros”. Cono-cer, en cambio, resultaba necesario. Estaba convencido de que los alemanes sabían de la existencia de los cam-pos, pero también sabía que más allá de su existencia no estaban informados acerca de lo que pasaba en los campos de concentración. Había posibilidad de infor-marse, pero preferían no saber: “cerrando la boca, los ojos y las orejas se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice de todo lo que ocurría ante su puerta”.

Los prisioneros no tenían nombres, sólo tatuajes y símbo-los cocidos en su uniforme. No había comida ni rituales de comensalidad alrededor de ella (una fuente de socia-bilidad e identidad), sino una muerte lenta por desnutri-ción. Les daban apenas un poco de pan y sopa que debían lamer sin cucharas (a pesar de que en los almacenes de Auschwitz al momento de su liberación se encontraron toneladas de cubiertos). Y el verbo que se usaba en ale-mán no era “comer” (essen) sino fressen, que se usa sólo para los animales. “En el Lager, sin que nadie lo decidiera, el verbo para comer era “fressen” y no “essen”, como si la percepción de una regresión a la condición de animal se hu-biera extendido entre todos nosotros.”

¿Por qué no se rebelaban? No sólo porque provenían de todos los países de Europa y no se entendían entre sí. Ni porque inmersos en ese gran delirio habían perdido la capacidad de razonar. Además, había otras cosas más inmediatas en qué pensar. Causas de muerte eran la des-nutrición y la falta de descanso del trabajo esclavo, pero también la falta de zapatos (al usar zapatos de otros talles, se hacían heridas en los pies y luego infecciones) y apren-der el lenguaje (no había ninguna clase de tolerancia hacia los que no comprendían una orden).

Como había predicado Zaratustra, la dolorosa vergüenza por la humanidad finalmente se volvió real en los Lager: “me sentía culpable de ser un hombre, porque los hombres habían construido Auschwitz”.

No le interesaba “comprender”, pues decía que comprender era casi como justificarInvestigaciones modernas no ven en estas ideas de Nietzs-che más que su propia tragedia de enfermo mental. Sin embargo, Nietzsche describe en las teorías del superhom-bre algunos rasgos del régimen nazi. Suchonel, por ejem-plo, el oficial nazi a cargo del campo de Treblinka, hablaba con admiración de la capacidad productiva de los Lager. “Era una fábrica”, decía. Y no se refería a la producción de armamentos ni a la enorme fábrica de productos quími-cos construida en Auschwitz, sino a la capacidad de exter-minio de los campos, esas “fábricas de muerte” que llega-ron a matar a 24.000 personas por día en agosto de 1944.

“comprender es imposiBle, conocer es necesArio”

Primo Levi fue un químico italiano, militante antifascista, uno de los 7.500 judíos italianos detenidos y deportados por el régimen de Mussolini. En 1944 ingresó a Monowitz, uno de los campos que formaban parte de Auschwitz en Polonia, y once meses después fue liberado por el Ejército Rojo de la Unión Soviética.

Como sobreviviente, sintió la obligación de dar testimo-nio. Volvió a Italia, se empleó como químico en una em-presa de pinturas y todos los días, después de terminar su

Se sabía que en los campos se moría, pero el sufrimiento se ocultaba cínicamente tras los eufemismos. Y es que el lenguaje comunica mucho más de lo que dice. No se de-cía ni escribía sobre el exterminio, sino sobre la “solución final”. No había deportaciones sino “traslados”. Y se ha-cían camuflados en vagones de mercancías sellados. Allí empezaba la tortura, con viajes que duraban cinco y hasta diez días, con gente hacinada sobre su propio excremento, sin poder comer ni beber. Levi recuerda que era invierno, “el aliento se nos congelaba, y el que podía soplaba sobre los pernos del vagón e intentaba raspar la escarcha blanca -lle-na del óxido de los pernos-, raspabas aquello para conseguir recoger unas pocas gotas de agua y mojarte los labios”.

Tampoco había cámaras de gas sino “tratamientos espe-ciales” en falsas duchas (incluso a veces se les entregaba una toalla y jabón, y se les prometía un café para después del baño) que echaban Zyklon B, un veneno que se usaba para desinfectar los barcos de chinches y piojos.

+ p A r A s e g u i r l e y e n d o

La tregua es el segundo libro de la llamada Trilogía de Auschwitz escrita por Primo Levi (Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados). Allí narra los tres años en que viajó como un forastero desde Auschwitz hasta Italia y relata el sueño

recurrente que lo perseguía: “Estoy a la mesa con mi familia, o trabajando, o con mis amigos, ya les he contado todo lo que pasó, y de pronto el decorado va deshaciéndose a mi alrededor, estoy solo en una nada gris y turbia y de pronto sé que nada afuera del lager es verdad. Que la familia, el trabajo, los amigos, fueron una vacación breve, un engaño de los sentidos. Y oigo en mi oído una voz conocida, que dice una sola palabra. Es la orden del amanecer en Auschwitz, esa palabra extranjera, temida y esperada: Wstawaç. A levantarse”.

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x Edgardo Berón

Hace un par de semanas, volviendo de una cena, tomé por la calle Jean Jaures a la altura de Bal-vanera –conocido como barrio de Once–. Al

cruzar por debajo del puente ferroviario, un muchacho joven pasó corriendo delante de mi auto, con un palo enorme en sus manos. Temí lo peor, frené y logró cruzar, casi lo atropello. Siguió con su rostro cargado de furia como si no hubiese advertido el peligro. Pude ver por el espejo retrovisor cómo descargó toda su fuerza sobre una persona que dormía en el lugar. Tomé el celular, lla-mé al 911, registraron mis datos, la denuncia y seguí. No era el lugar ni el horario conveniente para detenerse. Fue un flash de la salvaje realidad de tantos otros.

Cientos de personas viven en las calles de Buenos Ai-res. Los especialistas se refieren a ellos como personas en situación de calle. Eufemismo política y técnica-mente correcto. Lo cierto es que recorriendo estaciones de trenes, he visto a bebés que han crecido allí y hoy en día piden en los vagones, pasillos y accesos.

Este año tuvimos invierno, incluso con temperaturas bajo cero. Noches heladas e impiadosas con aquellos que tienen por techo las estrellas.

Como todo lo referente a estadísticas y números, no hay acuerdo respecto a la cantidad de gente que per-

nocta en las calles. Las últimas mediciones oficiales son de 2011 y consignan 1300 personas.

La Plaza de los Dos Congresos, la de Tribunales, Consti-tución, Retiro y Once, son algunos de los lugares donde se refugian las personas sin techo. Suelen encontrar reparo en monumentos, o en recodos y formas que la arquitectu-ra de los edificios les ofrece. Pero también es común ver-los por las noches y temprano a la mañana directamente a la intemperie. Un colchón viejo, una manta y a dormir. En medio del ruido del tránsito, las bocinas, el bullicio.

Integran la Fundación Sí, liderada por un flaco alto, con pelo rasta y un alma y corazón de ángel, que se llama Manuel Lozano.

Quien se acerca puede colaborar, hay que comprome-terse en estar al menos un día a la semana, siempre el mismo y llevar un termo con agua caliente. De los ali-mentos se encarga la fundación. Lo que necesitan son manos que ayuden y brinden el alimento para nutrir los cuerpos; la palabra que acaricie la existencia reseca.

Llueve y el viento castiga con fuerza desde el Río de la Plata, cae la tarde en medio de un caos de tránsito. Una vez más los voluntarios están reunidos a la vuelta del Pa-lacio del Congreso, como una contracara del poder o tal vez acompañando a sus víctimas, desvalidas en las calles.

La luna se esconde y solo se advierten sombras hela-das, bultos achaparrados de desamparo, soplido tene-broso del hambre, que hace chirriar las tripas, cala los huesos y corroe el alma.

Buenos Aires es un juego de espejos que a veces, como en esos viejos parques de diversiones, te entrega imá-genes deformadas, que asustan. Pero también te acerca un flaco, moderno Cristo, que congrega voluntarios y pone su cuerpo por los demás.

EL sopLido tEnEbrosodel hambre

Cientos de personas viven en las calles de Buenos Aires. Los espe-cialistas se refieren a ellos como personas en situación de calle.Había visto varias veces a eso de las veinte horas, cómo se reúne mucha gente en la esquina de Riobamba y Bartolo-mé Mitre, en el barrio de Congreso. Una vez me detuve a preguntarles qué hacían todos los días allí. Me explicaron que recorren las calles y llevan comida y bebidas calientes a las personas que los están esperando en las calles y plazas.

Si, es mirar la realidad desde otra perspectiva, es creer que otra realidad es posible e involucrarnos para construirla.Fundación Si es una Organización Sin Fines de Lucro in-tegrada por un grupo de voluntarios que busca fomentar la inclusión social y la participación comunitaria.

c ó m o c o l A B o r A r :(011) 4858-0154info@fundacionsi.org.arwww.fundacionsi.org.arwww.facebook.com/sifundacion

1 s e p t i e m b r e 2 0 1 3 | 7 i m p r e s i o n e s # 2x Euge Duboscq

“Te veo, niño, solo en tu cuartoTenés todo el peso en tu menteEstá en vos ser un superhéroe”

Cat Power

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Sobre Héroesy mafia

x Matías Ayerza

¿Pueden los mafiosos ser un ejemplo a seguir? El responsable de plantearnos esta duda es Tony Soprano, uno de los personajes mejor construidos de la ficción. Amor, violencia y psicoanálisis: el producto final de una serie que pone en jaque la moral del espectador.

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El 19 de junio de este año, el mundo del espectá-culo lamentó la muerte de James Gandolfini. El actor, que se había hecho mundialmente famoso

por su protagónico en la serie de televisión Los Soprano, tenía 51 años y estaba de vacaciones en Roma cuando sufrió un infarto letal. El cuerpo de Gandolfini fue velado en una imponen-te catedral de Nueva York, puesta a disposición por la alcaldía con el propósito de albergar a los miles de ad-miradores que no quisieron estar ausentes. Ni antes ni después de Los Soprano Gandolfini alcanzó los niveles de repercusión de su personaje más famoso, gracias al cual ganó tres premios Emmy y un Globo de Oro.

El éxito de la serie –económicamente es la más rentable de la historia– se explica por su sobresaliente calidad en todos los frentes: producción, dirección, guión y, so-bre todo, actuación. Por supuesto, la más destacada es la de Gandolfini, de ascendencia italiana y oriundo de Nueva Jersey, al igual que Tony Soprano.

bilidades emocionales de Soprano, que frecuenta una psicóloga para tratar sus ataques de pánico (controlados con su medicamento de cabecera, el Prozac).

Esto, y un amor incondicional hacia su familia, es el peso que inclina la balanza hacia el costado más tierno de Tony. Cabe destacar que todas las muertes que debe ejecutar tienden a estar justificadas. La moral del espectador, en consecuencia, es interpelada en cada capítulo.

del psicoanálisis es innegable. No sólo en Tony, sino también en su entorno familiar: una esposa fiel a sus va-lores católicos consciente de los negocios de su marido; una hija inteligente, aplicada en la universidad y la que mejor se atreve a cuestionarlo; y un hijo adolescente que comienza a abrir los ojos. Además, hay otra deuda sig-nificativa: Quentin Tarantino. Dentro de la industria del cine y la televisión, el director de Pulp Fiction y Perros de la calle es experto en humanizar gángsters apelando al humor, también presente en la tira de David Chase.

Salvo raras –y brillantes– excepciones no hay buenos y malos en Los Soprano.

...las intervenciones de la doctora Melfi servirán de sostén para que el público no realice un juicio apresurado acerca de un hombre en constante tensión con su pasado.Su personaje no es un jefe de la mafia estereotipado, aunque muchas de sus características (italiano, familie-ro, adúltero, temperamental) nos remitan a otros simi-lares, como Michael Corleone o cualquiera de los que haya interpretado Joe Pesci, el actor de reparto hecho a la medida de las películas de gángsters. La diferencia radica en el enfoque que David Chase, el creador de la serie, quiso darle a la historia, al hacer énfasis en las de-

¿Héroe o antiHéroe? Uno de los problemas que más afectan a Tony Sopra-no es su incapacidad de controlar las emociones, por lo general violentas. En este caso, las intervenciones de la doctora Melfi servirán de sostén para que el público no realice un juicio apresurado acerca de un hombre en constante tensión con su pasado.

Salvo raras –y brillantes– excepciones no hay buenos y malos en Los Soprano. Hay un grupo de gente relaciona-da a la mafia (ya sea miembros, familiares o clientes) que expone mayormente su costado humano. La influencia

Los Soprano intenta derribar algunos mitos acerca de los mafiosos, a quienes muchos imaginan hombres lejanos, resguardados en grandes mansiones con su flota de autos importada y su ceño fruncido. Lo contrario a Tony, ape-nas un ser humano atravesado por una infancia violenta, capaz de enfrentarse a sus fantasmas sin perder el control de sus negocios, que abarcan juego clandestino, prostitu-ción, extorsión y apuestas ilegales, entre muchos otros.

“Dice mucho sobre mucha gente. Es un hombre que lu-cha. No tiene religión, no cree en el gobierno. No cree en nada excepto en su código de honor, que se está yen-do a la mierda. Así que no le queda nada. Sólo mira a su alrededor. Esa búsqueda es la misma en la que están muchos estadounidenses la mitad del tiempo. Podés comprar cosas o hacer cualquier cosa, pero es como si no quedara un centro”, explicaba James Gandolfini acerca de su personaje más famoso.

Si Tony Soprano es un héroe o no, quedará a criterio del espectador. La decisión, seguramente, demandará un pro-ceso largo, y es en ese debate interno con uno mismo don-de la serie encuentra uno de sus mayores atractivos.

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x Sofía Petronio

Mi nombre es Roberto Taval, tengo cuarenta y dos años, vivo con mi mujer y mis dos hijas. Siempre fui una persona extremadamente insegura, pero en este momento estoy en aprietos. Estoy en el cuarto oscuro y no puedo decidir a

quién votar. Me tocaron la puerta por segunda vez, tengo que decidirme. Ya fue, voy a votar al que me dijo mi mujer, así al llegar a casa no discutimos. Después de todo, no está tan mal.

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Sé que soy un nabo. En este caso, un irresponsable. Sin em-bargo, siempre hice lo mismo. Al principio lo hacía para ser aceptado, después me di cuenta de que lo hacía para formar, de alguna manera, mi identidad. Lo que admiraba de cada persona trataba de imitarlo y así apropiarlo.

Recuerdo que de chico me enamoré de mamá. Ella era dul-ce, me cuidaba. Pasábamos las tardes junto a mi hermana, Claudia, un año menor que yo. Nos buscaba por el jardín, nos abrigaba, nos preparaba la leche, nos cantaba. Cuando papá llegaba, era el mejor momento del día. Comíamos los cuatro juntos y jugábamos un rato antes de irnos a dormir. Ellos eran todo para mí. Me sentía protegido.

dios, era un genio. Yo quería ser como él. Ramón sabía los nombres de los mejores deportistas y tenía varios pósters en su habitación. Para no ser menos, puse el póster del Batata Clerc en mi placar. Hubiese puesto a Vilas, pero iba a ser otra vez un copión de Ramón. Si él se compraba una vincha para jugar, todos nos comprábamos una. Si él cambiaba la raqueta, todos queríamos la misma. Éramos unos pebetes, creíamos que hacer eso nos iba a llevar a ser como él, pero quedábamos en evidencia a la hora de entrar a la cancha. Mi habilidad no variaba.

Pasaron los años, Ramón tuvo una noviecita y se alejó bastante del grupo. Me empecé a juntar con los chicos de inglés extra escolar y formamos una bandita de mú-sica. Estuvimos años tratando de que sonara bien. Con el tiempo cambié el póster del Batata por el de Nirvana. La música era todo para nosotros. Pasábamos noches enteras ensayando y hablando de discos, de intérpretes, discu-tiendo cuál era el mejor. No estaba nunca en casa. No me bancaba que papá me persiguiera con palabras como estás terminando la escuela, ¿qué vas a hacer? Con esa musiquita no vas a llegar a ningún lado. Le pedí a mi abuela que me tejiera sacos de lana como los que usaba Kurt y me dejé crecer el pelo. El único detalle era que yo tenía rulos, me parecía más al Pibe Valderrama que a Cobain.

Siempre decía Me irrita esta sociedad que a todo héroe lo convierte en un simple producto. Se angustiaba bastante, pobre. Con ella aprendí mucho de historia, de política, era muy sabia, tenía las ideas firmes y un gran poder de con-vicción. Busqué sentir la misma pasión por alguna causa, pero en ese momento la sentía sólo por ella.

Cuando la conocí yo estaba estudiando Derecho. Miraba muchas películas de crímenes y juicios, quería capturar psicópatas. Pero también pasaba mucho tiempo con el papá de Romina, un chef experto que tenía una cadena importante de restaurantes. Me anoté en el Instituto Ar-gentino de Gastronomía, pero duré pocos meses. No po-día superar las técnicas básicas de cocina, no me salía ni siquiera partir un huevo, así que terminé dejando.

Por su parte, Romina avanzaba en su carrera de Socióloga y tenía muchos trabajos grupales el primer año. Yo me ponía muy celoso. Se me cruzó por la cabeza estudiar Sociología para controlarla, pero enseguida me di cuenta de que estaba volviéndome loco. Fue después de eso que empecé Medicina.

Mi papá y mis dos abuelos eran médicos. Yo debía serlo. Aprendí de refilón muchas cosas que me gustaban, pero eli-minaba la idea de la cabeza porque me pesaba el “mandato”, esa presión que me imponían de “tener que ser como”, me daba pánico. Sin embargo, siempre quise “ser como” aque-llas personas que se presentaron a lo largo de mi vida.

Todo lo que me fui llevando de cada uno me hizo ser quien soy. Mis pósters fueron variando y eso enriqueció mi vida. Cuando termino mi horario de trabajo voy a casa y dejo jugar a mis hijas con el estetoscopio. Discuto con mi mujer sobre política y sociedad. Disfruto de un partido de tenis y de un buen disco de música. Tengo mis propias ideas y gustos, pero sigo tomando de mi familia, amigos, colegas, lo que me parece bien para ser mejor persona. Los héroes son ellos. Así son, modelos cotidianos de con-ducta, anónimos para la gran historia pero inspiradores para quienes tenemos el privilegio de estar cerca.

Zelig (1983, Woody Allen)Falso documental sobre Leonard Zelig, el hombre camaleón que asombró a la sociedad norteamericana de la ‘era del jazz’. Su historia arranca cuando afirma que leyó Moby Dick, sólo para no sentirse excluido. Desde entonces, su necesidad de ser aceptado lo lleva a transformarse físicamente en las personas que lo rodean, convirtiéndose así en un fenómeno mediático: una celebridad sin esencia. Testigo de algunos de los acontecimientos más importantes de los años treinta, encaja a la perfección en todas partes porque asume las ca-racterísticas tanto físicas como psíquicas de sus pares.

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...en este momento estoy en aprietos. Estoy en el cuarto oscuro y no puedo decidir a quién votar.

Busqué sentir la misma pasión por alguna causa, pero en ese momento la sentía sólo por ella.

Cuando tenía sólo cinco años, el abuelo me preguntó qué quería ser cuando fuera grande. Al principio le dije que quería ser bombero, como Ronald, el personaje del libro infantil que mamá nos leía cada noche. Ronald era un héroe para mí, salvaba vidas de animales, niños, abuelos y todos lo aplaudían. Yo quería que me aplaudieran de grande. Pero la reacción del abuelo me dejó pensando. Él se decepcionó un poco, me dijo: “¿No querés ser médico como tu abuelo y tu papá? Así también podrías salvar vi-das”. Yo no sabía bien qué significaba la palabra médico, pero en el fondo también quería sonar importante. A par-tir de ese día, cuando llegaba papá me ponía su chaqueta, el estetoscopio y le decía a Claudia que se haga la enferma. Ella siempre terminaba llorando porque yo le inventaba una enfermad horrible que la asustaba.

Fui creciendo y mis actividades se incrementaron, empe-cé varios deportes, tenis entre ellos. Era realmente malo en tenis pero seguía yendo porque tenía un grupo de sie-te amigos que nunca se separaba. A Ramón, el líder del grupo, le hacíamos caso en todo. Era el mejor en tenis, el mejor con las chicas del colegio, el mejor con los estu-

Tiempo después conocí a Romina. Ella vivía en Buenos Aires, como yo. Estudiaba Sociología, era una revolucio-naria. En aquel entonces estaba obsesionada por la his-toria del Che Guevara. Siempre que caminábamos por la calle y veía a alguien con la remera del Che, ella lo incre-paba: “A ver, contame, ¿quién fue el Che? ¿Qué hizo? ¿Por qué lucho?”. Daba la casualidad que ninguno de esos jó-venes lo sabía con claridad. Romina lograba incomodar a todo el mundo. Se ponía loca, no toleraba que tuvieran la cara del Che en sus pechos sin entender bien quién fue.

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SITUACIÓNC U A D R O

DE

x Matías Ayerza

Mimí pensaba: ¿cómo harán en el pueblo para combatir a los rebeldes con Efraín resguardado en su rancho, tomando mate? Pasaba los días encerrado, sin atender los llamados a la puerta de parte de niños que querían verlo en acción, que aún jugaban a ser Efraín corriendo por el parque, usando palos como si fueran espadas vengadoras.

Sólo ella lo visitaba algunas tardes. Llevaba masitas y preparaba milanesas que a él tanto le gustaban porque eran gruesas y masticarlas demandaba largos segundos reflexivos.

Efraín chupaba de la bombilla con los ojos detenidos en la mesa. Tocaron la puerta y abrió Mimí. Eran el intendente y el comisario.

–¿Podemos pasar? –preguntó el intendente.–Está tomando mate en la cocina. –¡Eminencias! –exclamó Efraín al verlos entrar,

invitándolos con un gesto a tomar asiento. El intendente se acomodó de su lado. Su silla tenía

la pata enclenque pero logró aguantar sus cien kilos gracias a que apoyó su codo en la mesa.

El comisario se quitó su gorra y se sentó en frente, y Mimí quedó parada, con los brazos cruzados.

–Los hombres de entereza son siempre bienvenidos –dijo Efraín cebando un mate y convidando al intendente.

–Es un caos, Efraín. En cualquier momento toman la municipalidad –sentenció el mandamás.

El comisario apretaba su gorra contra la panza esperando una reacción de Efraín, que nunca llegó.

–Mis hombres están desertando –intervino. –¿Sus hombres? –cuestionó Efraín.Los visitantes cruzaron miradas, sin saber qué

responder. Había olor a pan rallado amasado por Mimí, que oía haciéndose la distraída.

–Esos hombres eran protectores que tenían el deber de defender a su pueblo, de respetar el honor y los valores que rigieron siempre en esta comunidad. Siéntase responsable.

–Yo sólo me siento responsable de mi huerta, de mis gallinas…

El intendente se puso de pie. –Me sorprende su actitud. Todavía recuerdo sus

discursos magistrales en la plaza. Eran cátedra. Todo un pueblo contemplaba con ojos vidriosos las palabras de su héroe.

La mirada de Efraín se clavó en el piso. El intendente hizo la señal al comisario y ambos se retiraron. Mimí los acompañó hasta la puerta.

–A vos te escucha –sugirió el intendente antes de colocarse el sombrero y salir.

–Veré qué puedo hacer.En la cocina, Efraín ahora miraba por la ventana,

hacia lo lejos: una bandada de pájaros trazaba la ve corta sobre la montaña.

–¿Es innata en las aves la facultad de volar? –Me voy a casa, Efraín. Te dejé las milanesas

preparadas.–Gracias, Negra –dijo sin dejar de mirar. Esa noche Efraín sonó que el palacio municipal

ardía mientras él acompañaba el espectáculo con mate, desde su jardín. “Un solo disparo con mi bombilla y esto se acaba”, soñó que pensaba. Pero en lugar de hacerlo, siguió chupando de la bombilla, sonriendo. La bandada de pájaros se eclipsaba entre la misma montaña, iluminada por las llamas. La imagen era bella, a juzgar por Efraín en ese sueño del que creyó que nunca despertaría.

s e B u s c A u n h é r o e

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x Martín Sporleder

Mar Segura es un humilde pueblito de la Costa Atlán-tica. Fundado a principios de 1900 a unos nada fáciles 27 kilómetros de Pinamar, muchos le auguraron a sus playas un futuro más que promisorio. Sin embargo, más de 100 años después, hoy en el pueblo se ve poco más que arena y campo.

Quien llega desprevenido no tiene problemas para ubi-car fácilmente el centro de la ciudad. Desde el cartel de bienvenida, simplemente tendrá que seguir el pavimento: 10 cuadras de civilización en forma de camino que guían desde la ruta hasta el mar sin nada para ver en el medio.

Decir que es un pueblo humilde en realidad es exage-rado; no porque no sea humilde, sino porque tiene poco hasta de pueblo. Los únicos comercios con los que cuenta están ubicados frente a la playa, y ascienden a un supermer-cado, dos locales de comidas rápidas, una farmacia, uno de los famosos fichines (que abre sólo en enero), y un kiosco que también es ferretería, librería, disquería, videoclub y fábrica de pastas.

En este particular escenario de edificios viejos y perso-nas pocas, veraneé consecutivamente los primeros 25 años de mi vida. Fue allí que conocí al Loco Mario.

Yo andaba por los 17 o 18 años, y tenía un grupo de ami-gos bastante grande y fiel. Entre varones y mujeres casi lle-gábamos a los 30 y en general andábamos siempre juntos. Nos sentíamos importantes e influyentes de una manera tonta, típica de adolescentes. Por esos años empezó a ar-marse un grupo de características muy similares al nuestro, al que internamente llamábamos “los pendejos”, aunque casi no había diferencia de edad. Poco tiempo pasó hasta que empezamos a desafiarnos al fútbol playero todas las tardes. No sé de qué lado surgió la idea, pero enseguida nos pusimos todos de acuerdo.

Así que una tarde llevamos pelota, nos juntamos a las 5 y nos dispusimos a marcar la cancha. Ese es mi primer recuerdo del Loco Mario: sentado impasible con un go-rrito de pescador en la cabeza, blanco de protector solar, mirando fijo un mar que de a poco empezaba a tragarse al sol. Claro que en ese momento no reparé en esa mirada tan particular. Sólo me concentré, igual que todos, en el hecho de que la silla plegable verde en la que estaba sentado se ubicaba exactamente en donde tendría que estar el círculo central de la cancha.

Ninguno de nosotros se animó a pedirle que se corra. ¡Nosotros, los dueños de Mar Segura, que andábamos en patota y que los comerciantes nos regalaban mercadería, no nos animamos a hablarle a ese señor desgarbado, de chomba, alpargatas y un bronceado al estilo “palito-de-la-selva” absurdamente desparejo! Las excusas que dimos fueron muchas, una peor que otra. La realidad fue que el Loco Mario tenía un aire como místico, aún para el que no lo conocía: no hablaba con nadie, no sacaba la vista del mar. Y sonreía. Después de mirarlo un rato nos dimos cuenta de que estaba sonriendo, y nos pareció un poco tétrico.

Por alguna extraña razón y de un modo que no pude explicar entonces ni puedo explicar ahora, ese primer con-tacto con el Loco Mario me impactó mucho. Durante los días que siguieron, lo busqué siempre en la playa y traté de adivinar todo sobre él, con un éxito relativo. Descubrí que debía medir cerca de 2 metros, que era tan blanco como

desprolijo en el uso de protector solar, que mucha gente lo conocía pero poca se acercaba a hablarle y que siempre sonreía. Descubrí también que su gorrito de pescador era su uniforme de playa y que su puntualidad era obsesiva: llegaba a las 15.30 exactas y a las 17.30 volvía por donde había entrado. Noté además que durante las 2 horas que se quedaba miraba casi siempre el mar y no saludaba a nadie a menos que lo saludaran a él primero. Y que, a pesar de la sonrisa que proponía su pera, sus ojos (a veces grises, a veces verdes) escupían tristeza.

Yo estaba como encantado por el tipo. Me parecía mis-terioso y poético, pero a la vez muy humano (demasiado). Y me intrigaba, sobre todo, la tristeza infinita de sus ojos verdes, que no terminaba de pegar con el resto de su cara.

De casualidad me enteré un día que su rutina playera incluía un turno mañana, aunque era más corto que el otro: empezaba a las 10 y terminaba 11 y media. Así que yo también empecé a ir a la mañana. Decidirme a hablarle me tomó una semana. Esas cosas nunca son fáciles, aunque uno trate de pensarlas racionalmente. Pero estaba tan in-trigado que junté fuerzas de no sé dónde y un día, cuando promediaba el turno mañana, le hablé. Me acerqué como viniendo del mar, y mientras pasaba cerca de él dejé caer un tímido “hola”, asintiendo con la cabeza, tratando de pa-recer natural. Él, siempre sonriendo y también moviendo la cabeza me devolvió el saludo y yo aproveché para presen-tarme como “el hijo de”.

Se sentó al lado mío en silencio, y yo hice lo mismo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero se me hizo muy largo. Sorpresivamente me habló, y no pude evitar un sobresalto:

–¿Querés caminar? —me dijo, gritando sin querer.Yo habría aceptado casi cualquier invitación. Nunca,

en todos los días que venía observándolo, lo había visto caminar por la playa más que para entrar y salir. Incluso parecía no saber pasear: andaba duro y apurado. Tardé bastante en hablarle.

–¿Estás bien, Mario? –pregunté sin demasiada creativi-dad. En el punto de la playa en el que estábamos había mu-chas rocas altas; el Loco Mario se frenó de golpe y se sentó sobre una, siempre mirando el mar.

–¿Qué es, en definitiva, estar bien? –dijo más para sí mismo– ¿Estar contento? ¿Sano? ¿Vivo? ¿Tener vacaciones en la playa? ¿O todo eso junto? No, tampoco. “Estar bien” es un estado subjetivo, y cada uno se las ingenia como puede para no alcanzarlo.

Yo esperaba un “no te preocupes, pibe, ya se me va pa-sar”, así que no supe qué responder, y me quedé callado ju-gando con las piedras de la arena.

–Así que acá estoy, en el lugar del mundo que más disfru-to, en el momento del año que más disfruto, y aún así no es-toy bien. Me imagino que llega un momento en la vida de las personas en el que, hagan lo que hagan, estar bien no es una opción. Aunque no a todas las personas les pasa. Ese mo-mento es el precio que hay que pagar para combatir el olvido.

Me miró fijo, como si me viera por primera vez, y me preguntó:

–¿Vos sabés cómo se combate el olvido? –Negué con la cabeza. No hubiera podido hablar– El olvido es el peor ene-migo del hombre, y se combate convirtiéndose en un héroe, pibe. Pero no en el tipo de héroe que hace algo “bueno” por los demás, sino el tipo de héroe, mucho más raro, que hace algo por sí mismo… El héroe en nuestros tiempos no es el que muere, es el que sobrevive: morir por otros es poético, hasta fácil. Pero no es heroico: lo verdaderamente heroico es vivir por el otro.

Hizo una pausa y siguió:–¿Cuántas personas conocés que estén dispuestas a dar

la vida por un ser querido? ¿Y a cuántos conocés, en cam-bio, que estén dispuestos a morir por sí mismos, por lo que son y lo que creen? Y de esos: ¿cuántos estarán dispuestos no a morir, sino a vivir mal, arruinados y rechazados por sus ideales? Bueno, esos últimos son los héroes verdaderos.

Mientras hablaba le rodaban algunas lágrimas, y cuando terminó ya lloraba tapándose la cara con sus enormes ma-nos. Sin mirarme, se levantó y se alejó caminando; no me animé a acompañarlo.

Me quedé sentado un par de horas. Esa tarde no fui a la playa; no estaba como para sumarme a la ronda del chiste fácil. Al día siguiente volví, pero al Loco Mario no lo vi más. Ni ese día, ni al otro, ni al año que vino después.

Desde ese verano incorporé a mis vacaciones la cami-nata matinal hasta la roca del Loco Mario, como me gusta llamar al lugar donde lo vi por última vez. Y todos los días de enero, sentado en la roca y mirando el mar, combato en silencio el olvido del Héroe de Mar Segura.

–¿Qué es, en definitiva, estar bien? (...) “Estar bien” es un estado subjetivo, y cada uno se las ingenia como puede para no alcanzarlo.

Dudando entre el trato formal y el tuteo, le pregunté para sacar tema si hacía mucho que iba a Mar Segura. La charla fluyó y estuvimos un buen rato comparando cómo había cambiado el pueblo y su gente desde los tiempos en que él tenía mi edad hasta entonces. Ese día se fue quince minutos más tarde que siempre, después de decirme que muy linda la charla y que saludos a mi viejo. A la tarde estuve con mis amigos, muy cerca de donde estaba él pero me hice el que no lo vi. A él no pa-reció importarle, porque a la mañana siguiente simulé pasar por al lado suyo de casualidad, lo saludé y nos quedamos hablando hasta que se fue, a la misma hora que el día anterior.

Durante varios días, la rutina fue esa: a la mañana ha-blaba con él, y a la tarde seguía con mis amigos. Pero un día, la cosa cambió para siempre. Fue la primera vez que llegué a la playa a la hora de siempre y no lo vi. No supe qué pensar, me quedé mirando fijo el lugar en el que siempre se sentaba. Estaba como un chico al que le acaban de confesar que los Reyes Magos son los padres. Decidí sentarme a esperar, y media hora después, siem-pre con la silla en la mano, apareció caminando apurado, algo desprolijo y (me pareció) nervioso.

El héroE dE Mar SEgurae l r e y d e l q u e s o

1 4 | b a b e l n º 9

de héroes y heroínAsx Ángeles Barcia

Siempre viví a dos cuadras del cuartel de los bomberos. El ruido de la sirena es algo que me hace erizar la piel. Recuerdo estar almorzando y que se escuchara ese sonido en-sordecedor. Me preguntaba qué pensarían ellos, que corrían hacia el galpón de la calle

Maipú para cambiarse en apenas unos minutos y salir fugazmente a salvar la vida de otros.Los bomberos son hombres y mujeres que eligen voluntariamente prestar un servicio al próji-mo. Con esta vocación de ser, ofrecen su tiempo entre el trabajo y la familia sin ganar un sueldo.

Lamentablemente tienen que ocurrir catástrofes, incendios o accidentes para que ellos se destaquen y así poder valorar el excelente trabajo que realizan. Son héroes a tiempo completo: por más que no se encuentren las 24 horas en el cuartel, ellos están siempre listos cuando “el deber los llama”.

El cuartel de Bomberos de Gualeguaychú fue creado en el año 1966 y hoy cuenta con 14 vehículos para distintos rescates. El cuerpo de bomberos está formado por cuarenta y dos miembros, cinco de ellos son mujeres y treinta y siete varones.

Durante todo el año cuentan con un área de capacitación continua que en forma gratuita los ayuda a estar actualizados sobre técnicas y prácticas de rescate.

Al finalizar cada tarea el cuartel queda en

perfectas condiciones con los vehículos y los trajes en condiciones para un

nuevo llamado.

Todos deben conocer el funcionamiento exacto de los instrumentos.

Pero cada persona asume un rol específico para lograr los mejores resultados. El trabajo en equipo es un valor primordial.

Cada vehículo es testeado para que todos puedan conocer su funcionamiento. Practican conducción, manipulación de mangueras, manejo de potencia de agua, entre otras actividades, para desempeñarse de buena manera durante la acción.

3.

1-2.

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1 s e p t i e m b r e 2 0 1 3 | 1 5

“ l A o l A ”( 2 0 0 8 , d i r i g i d A p o r d e n n i s g A n s e l )

h é r o e s d e p e l Í c u l Ax David Lynch

Soy un gran admirador de Billy Wil-der. Hay dos películas suyas que aprecio particularmente porque crean mundos propios: El crepúsculo de los dioses y El apartamento.

Y después está Fellini, una gran fuente de inspiración. Me encantan La Strada y 8 1/2, pero en realidad me gustan todas sus películas y, una vez más, por los per-sonajes y la atmósfera y por esa otra cosa, que no acabas de poder identificar, que desprenden cada una de ellas.

Me encanta Hitchcock. La ventana indiscreta me vuelve loco, en el buen sentido. James Stewart solo en la habita-ción desprende tanta intimidad, la habi-tación es tan fría y la gente que entra en ella -Grace Kelly, por ejemplo, y Thelma Ritter- es tan fantástica que todos juntos conforman un misterio que sale por su ventana. Es una película mágica, todo el que la ve lo nota. Resulta muy agradable volver a visitarla.

K i c K A s s( 2 0 1 0 , d i r i g i d A p o r m A t t h e w v A u g h n )

Si sos fan de los cómics, no tenés fa-cha ni, mucho menos, superpoderes... si querés combatir al crimen y ver cómo le pegan a una chiquita con peluca violeta, ¡esta película es para vos! En Kick Ass, un chico común se convierte en superhéroe.

A p r e n d A d e l A m A f i A ,pArA tener eXito en cuAlquier empresA (legAl)

d e l o u i s f e r r A n t e

Louis Ferrante, antiguo gángster, cumplió una condena de ocho años y medio de prisión después de negarse a delatar a otros miembros del clan de los Gambino. Tras su puesta en libertad, Ferrante escribió un libro de memorias sobre su paso por la mafia. En la actualidad se dedica a dar conferencias a adolescentes con factores de riesgo y a todo tipo de audiencias de ámbito empresarial.

“ 2 0 0 1 : o d i s e A d e l e s p A c i o ”( 1 9 6 8 , d i r i g i d A p o r s t A n l e y K u B r i c K )

x Alejandro Turano

La mítica pieza de dicho film, “Also sprach Zarathustra”, fue compuesta en 1896 por Richard Georg Strauss y tomada de una grabación de la Sinfónica de Vie-na en el año 1959 bajo la batuta de Her-bert von Karajan. Llevaba el mismo título que la obra literaria escrita por Friedrich Nietzsche entre 1883 y 1885. La conocida melodía in crescendo en el texto de Ku-brick nos transmite la magnitud de una fuerza de imposición, de monos sobre otros animales, de unos superseres sobre otros seres pensados inferiores. Raza aria “über alles” (por encima de todos). La música transmite específicamente el nú-cleo dialéctico del ascenso, es la imposta-ción musical de unos sobre otros, de dar paso al dominio, pero por completo.Un profesor debe explicarles a sus

alumnos sobre la autocracia como forma de gobierno. Los estudiantes se muestran escépticos ante la idea de que pudiera volver una dictadura como la del Tercer Reich en la Alemania de nuestros días. Bastará una semana de clase para que el experimento planteado por el profesor cobre vida y los hechos contradigan a sus pensamientos. No importan tanto las ideas que sostengan los miembros de la Ola, importa que éstas son hegemónicas y no se aceptan diferencias.

La película permite denunciar la for-ma de operar de los sistemas totalitarios y cómo su manipulación de las masas anu-la las posibilidades de discernir. También permite reflexionar acerca de la facilidad con que podemos quedar involucrados en ellos sin darnos cuenta.

u n h é r o e d e l A c l A s e o B r e r A

x John Lennon

Tan pronto como nacés te hacen sentir pe-queñoNo te dan nada de tiempo en vez dártelo todo Hasta que el dolor es tan grande que no sentís nada en absolutoHay que ser un héroe de la clase obrera…

Te lastiman en casa y te pegan en la escuelaTe odian si sos inteligente y desprecian a un tontoHasta que estás tan loco que no podés se-guir sus reglasHay que ser un héroe de la clase obrera…

Cuando te han torturado y asustado por veintipico de añosEntonces esperan que elijas una carreraCuanto ya no puedes funcionar del miedo que tienes Hay que ser un héroe de la clase obrera…

Te mantienen dopado con la religión, el sexo y la televisiónY vos pensás que sos tan inteligente y sin clase y librePero todavía sos un campesino por lo que puedo verHay que ser un héroe de la clase obrera…

La 2 se estrena en Buenos Aires el 10 de Octubre.

El tema del próximo número es “Obse-siones”. Te invitamos a que nos mandes tus comentarios, sugerencias, expectati-vas a nuestro e-mail: [email protected] o a nuestro facebook: www.facebook.com/babelnosellevo.

Este suplemento cuenta con el apoyo de:

ESTUDIO JURIDICO GLABOGADOS

SRA. María Victoria GiménezDRA. Agustina María Lamy

DRA. Sarina Majul

Civil y ComerCial - laboral - Familia - Penal - SuCeSioneS

9 De julio 74. Tel: [email protected]

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Dr. Carlos Alberto PetronioM.P. 6137

Médico Especialista en CardiologíaEx-Residente Fundación Favaloro-GüemesEx-Presidente del Distrito Uruguay de la Sociedad Argentina

de Cardiologia (SAC)Médico Recertificado en Cardiología S.A.C.

Bolivar 720 - PREMED - 03446 432598

MarroquineríaPlatería Salteña

Un lugarcon estilo propio

2820 - GualeguaychúE-mail: [email protected]