Lo que Babel no se llevó Nº11 - Familia

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ISSN 2347-0402 FAMILIA N 11 Gratis con El Argentino de Gualeguaychú. SUPLEMENTO BIMESTRAL - DOMINGO 5 DE ENERO DE 2014

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Edición Nº11 - Familia 5 Enero 2014 Suplemento Bimestral Gratis con El Argentino de Gualeguaychú

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ISSN 2347-0402

FAMIL IAN 11

Gratis con El Argentino de Gualeguaychú.

SUPLEMENTO BIMESTRAL - DOMINGO 5 DE ENERO DE 2014

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NUEVASCONFIGURACIONES (FAMILIARES)

Editorial

Babel cumple dos años y los festejamos en la calle. Finalmente quedó claro: los proyectos pueden transformarse en acciones, interpelar rutinas y

fluir. Celebramos la idea de conformar una herramienta de reflexión cultural cada vez más presente en las redes sociales y seguimos con nuestras secciones El rey del queso y Biplano dedicadas a todos aquellos que estén dispuestos a colaborar con el mundo de Lo que Babel no se llevó.

Queremos ampliar nuestro espacio y multiplicar nuestros adeptos. Apostamos por una nueva Prensa y difusión para comunicarnos más y mejor y lograr que nuestra infor-mación llegue a diferentes lugares y esté disponible para quienes sienten que tienen algo para decir. Sumamos la sección permanente de Cine y porción de muzza para re-flexionar y problematizar en cada número los aportes de la producción y el consumo de imágenes. De yapa, incor-poramos …Con humor, una nueva sección en la que tres historietistas nos van a deleitar con su humor.

Inauguramos nuestro tercer año con el número sobre Fa-milia, que llega con las fiestas y los encuentros que nos inspiran dramas y comedias cotidianas. Pero también lle-ga con un caliente debate acerca de la reforma del Código Civil y otros acontecimientos sociales e históricos.

Los derechos, los afectos, los vínculos, los idearios mater-nos y paternos. Las separaciones, la terapia, la pareja, la intimidad. El matrimonio igualitario, las parentalidades gays y lesbianas, la adopción. Las relaciones de género y los esfuerzos por convivir. Las vidas precarias y las tareas necesarias para crecer en un ambiente saludable. El turis-mo, el espectáculo y los estados de ánimo. La extensión de la expectativa de vida de la población. La planificación familiar, las nuevas tecnologías reproductivas y la mani-pulación de material genético.

Nos enfrentamos a nuevas imágenes de la(s) familia(s). El marco de la diversidad es nuestro punto de partida.

Dirección editorial:

Mercedes Krause

Producción editorial:

Sofía Petronio

Comité Editorial:

Ángeles BarciaPrensa y difusión

Juan Martín KrauseDiseño gráfico

Lucía MirandaIlustraciones

Matías AyerzaRedacción y corrección

Colaboran en este número:

Alejandro TuranoEugenio Cornide ChedaJuan NadalinoMauricio DreilingPaioPedro ManciniPedro Spinelli

EQUIPO

Familia... con Humorx Pedro Mancini / Juan Nadalino / Paio

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El Pilar del Equipox Sofía Petronio

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El Regresox Mauricio Dreiling

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La Familia: Una Estructura Inconscientex Eugenio Cornide Cheda

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Un Gaitero en las Puertas del Amanecerx Pedro Spinelli

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Popurrí . 15

Un Programa en Familiax Matías Ayerza

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Cuadro de Situaciónx Matías Ayerza

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Ser Madres con Discapacidadx Mercedes Krause

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Impresiones #1x Lucía Miranda

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Cine y Porción de Muzzax Alejandro Turano

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C O N T E N I D O

Lo que Babel no se llevóSuplemento cultural bimestral.Año 3, Número 11.Domingo 05 de Enero de 2014.Gratis con el diario El [email protected]/babelnosellevo

Diario El Argentino s.r.l.9 De Julio 45, [CP: 2820] Gualeguaychú, Provincia de Entre Ríos. Argentina.Tel: (3446) 42-6164http://www.diarioelargentino.com.ar/

ISSN 2347-0402

Nuestra tapa:

"Cuando mis hijos eran chicos solía jugar a un juego con ellos: les daba

una rama a cada uno y les decía que la rompan. Por supuesto podían, era fácil.

Luego les decía que aten un puñado de ramas y traten de romperlo. Por

supuesto no podían. Entonces les decía: Ese atado, es la familia".

Alvin Straight en The Straight Story(1999 - David Lynch)

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Chiflete x Juan Nadalino

Copitas x Paio

fb: niño antena

paiozuloaga.com.ar / fb: cadadiaunacopitaxpaio / tw: @xpaio

F A M I L I A . . . C O N H U M O R

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SER MADRES CON DISCAPACIDAD:ENTRE LOS PREJUICIOS Y EL RECONOCIMIENTO

x Mercedes Krause

Las mujeres con discapacidad se enfrentan a diario con los prejuicios de la sociedad. Para ellas, la maternidad es un desafío más.

En función de cómo escuchan, cómo ven, cómo se mueven o piensan, las personas con discapacidad se asocian con una limitación, una carencia. Así, se articula una dimensión

corporal con una dimensión social que puede llegar a opacar cual-quier otra cualidad, deseo o necesidad.

De acuerdo con la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad (aprobada en 2006 por Naciones Unidas y adoptada en 2008 por la Argentina), ellas tienen derecho a la educación y a traba-jar en igualdad de condiciones respecto a los demás. También tienen derecho a casarse, formar una familia, recibir información sobre mé-todos anticonceptivos y decidir cuántos hijos quieren tener.

Pero el cumplimiento de estos derechos no depende solamente de que haya legislación. “El derecho es una práctica social cargada de senti-do”, afirma el activista jurídico Emiliano Litardo, y por eso, depende del compromiso del resto de las personas. Aún hoy, la discapacidad es a veces evaluada negativamente y puede convertirse en objeto de discriminación en los ámbitos educativos, laborales y médicos.

“Tener una discapacidad no implica que una no se haga cargo de sus hijos”, explica Verónica Gonzalez Bonet, licenciada en informática, pe-riodista y mamá. Ella es ciega y milita a diario por sus derechos. Es presidenta de la Red por los Derechos de las Personas con Discapaci-dad (REDI) y trabaja como columnista sobre discapacidad en Visión 7.

E N T R E V I S T A A V E R Ó N I C A G O N Z A L E Z B O N E T

Ilustración x Lucía Miranda

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Babel: En 2012 presentaste un informe especial sobre Ser madres con discapacidad. ¿Cómo surgió el tema?

Verónica Gonzalez Bonet: En la columna buscamos abordar temáticas y situaciones diversas y el hablar de las mamás que tenemos discapacidad era una asignatu-ra pendiente. Lo que más me llevó a hablar de esto fue que cuando Nahuel, uno de mis nenes (gemelos), tenía 6 meses, se cayó del cambiador y nos internaron. Allí me trataron muy mal y me dijeron que yo no podía cuidar de dos bebés. Además, el director médico vino a pregun-tarme si yo consideraba que me tenían que dar el alta. Yo le dije que eso lo podía definir él, que es médico; no yo que soy periodista. El sistema de salud es muy perverso hacia las personas con discapacidad y siempre tengo roces cuando tengo que llevar a los nenes a la guardia de los hospitales o a algunos “profesionales”. Si a mí, que ten-go ciertos elementos, me cuesta, ni quiero pensar lo que será con mujeres con menos recursos materiales y de for-mación. Eso me impulsó a hablar del tema y mostrar que somos madres como cualquier otra, que buscamos educar a nuestros hijos como nos parece, con los apoyos nece-sarios, pero no necesitamos que la sociedad nos juzgue por el sólo hecho de tener una discapacidad. Me fastidio mucho cuando la gente se toma el atrevimiento de seña-larnos cosas que tienen que ver con nuestros hijos. Yo no me meto en cómo el resto educa a sus hijos e hijas.

Babel: ¿Cómo fue el proceso de edición del contenido (qué mostrar y qué recortar)?

VGB: Muy difícil. Entrevistamos a cinco mamás y dos obstetras. Una mamá ciega, Elsa, viuda de su primera pa-reja (con quien tuvo una hija) y separada de la segunda, con quien tuvo gemelas, empleada del Coro Polifónico de ciegos. Isabel, usuaria de silla de ruedas, separada, madre de una hija y un hijo ya adultos, responsable del área de derechos de las personas con discapacidad de la Defenso-ría de la Ciudad de Buenos Aires. Florencia, hipoacúsica, madre de mellizos de seis años, una joven con recursos materiales y de formación. Cristina, joven con discapaci-dad intelectual, trabajadora de un taller protegido, madre de un niño de tres años. Y Silvia, casada, con discapaci-dad intelectual, también trabajadora del mismo taller y madre de un adolescente. Nos costó editar porque había muchos testimonios y en la TV el tiempo apremia. Por otra parte, a veces hay discursos que pueden estigmatizar, entonces hay que analizar bien qué poner. Por ejemplo: el testimonio de una de las mamás que tiene un entorno que siempre le hizo creer que no podía y que necesitaba ayuda para todo. Esto ocurre muchísimas veces con las familias: anulan a la madre con discapacidad y, en vez de apoyarla (como necesita cualquier mujer) para incorporar los hábi-tos de cuidado hacia el niño, buscan denostarla y desvalo-rizarla. Finalmente, decidimos incluir su testimonio y ex-plicar lo determinante que es el entorno para las mamás.

Babel: ¿Cómo interpretás el rol de los medios de comu-nicación en relación a este tema tan pesado?

VGB: Los medios de comunicación aún no nos muestran a las personas con discapacidad como personas. Aún car-gamos con la estigmatización de ser dependientes, poco

productivos, asexuados, eternos niños, etc. Eso influye claramente en este tema: las mujeres no tenemos el man-dato social de ser madres, sí de no serlo. Aún persiste la esterilización forzada, porque es más sencillo que formar a las jóvenes y darles herramientas para que disfruten del sexo y decidan si quieren ser mamás (además de prevenir enfermedades de transmisión sexual, claro). Mostrar si-tuaciones de personas con discapacidad que son sujetas de derecho, hace que algunas personas abran sus cabezas, si es que quieren abrirlas, claro… También puede generar que aquellas personas que no se animaban a hacer deter-minadas cosas por tener una discapacidad, vean que si otra pudo, ellas también podrán.

incapacidad. Obviamente, le dije que cuidaba las 24 horas a mis hijos y que iba a entrar, por lo cual se fastidió y le dijo abiertamente a su compañero: “No sé cómo vamos a hacer, la madre quiere entrar. Así que no sé, explicale vos".

Babel: Todas las mamás necesitan apoyo para cuidar a sus hijos. En este sentido, ¿qué beneficios les brinda el Certificado Único de Discapacidad (CUD) expedido por el Ministerio de Salud de la Nación?

VGB: El certificado brinda la posibilidad de contar con asistentes personales para lo que cada persona necesi-te. Habrá personas que lo necesiten para levantarse o asearse, y habrá mamás, como yo, que necesiten de esta persona para ejercer la maternidad de forma autóno-ma. Digo autónoma porque la autonomía no tiene que ver con no necesitar ayuda sino con la posibilidad de tomar decisiones. Hay una gran deficiencia del Estado respecto de esto último. Muchas veces la justicia prefie-re sacar la custodia de los hijos cuando las mujeres no tienen una familia que asuma este rol o no consiguen personas que puedan hacerlo (por incapacidad para tejer las redes sociales necesarias, como puede ser el caso de mujeres con discapacidad intelectual). Esto no ocurre por incapacidad de la madre, sino por la incapa-cidad del Estado de verla como un sujeto de derecho y aportar los apoyos que le corresponde proveer.

Babel: Pensando en tus hijos, ¿cuál dirías que fue tu mayor desafío como mamá (hasta el momento)?

VGB: Como cualquier madre, enfrento desafíos todos los días. Todo, desde cuándo poner límites, cuánto dejarlos hacer, qué hacer si no quieren comer, ponerlos en peni-tencia o no, etc. Pero creo que por tener una discapaci-dad hay algo que me resulta bastante más complejo, que es moverme con ellos. Al ser dos, y tan chiquitos, y tener una mano ocupada con el bastón, esto es realmente un tema. Para eso, utilizo una tirita que yo me pongo en la muñeca y que les engancho en la mochila cuando van al jardín. Si no llevamos la mochila, la tira se engancha a una especie de mochila muy chiquita que tiene un muñe-co. El de Ignacio es Pooh y el de Nahuel, una jirafita que cuando empezaron a caminar la bautizaron Pi. Eso es un tema y me pone muy nerviosa, porque claro, ahora que ven que algunos de sus amigos del jardín caminan sueltos, ellos también quieren. Igual busco que entiendan que no pueden soltarse y que tiene que ver con los peligros que hay en la calle. Yo como mamá con discapacidad no busco que ellos suplan nada, no pretendo que me guíen ni me encuentren cosas ni nada, yo soy el adulto, yo los cuido a ellos. Me muestran las cosas apoyándomelas en la mano, porque ven que todos lo hacen, o pretenden que el resto de la gente les lea con las manos (porque así mamá les lee cuentos desde que tenían un mes), pero también se escon-den y saben ser los más silenciosos. En casa, hasta salen corriendo para que yo los corra.

“...siempre se desvaloriza el vínculo madre e hijo, y la capacidad de contención y cuidado que puede ejercer esa madre, cuando la madre tiene discapacidad ”Babel: Una de las mamás que entrevistaste en aquel informe especial para Visión 7 denunciaba que du-rante una consulta en el hospital escuchó a un médi-co comentar: "¿Cómo ella, que es discapacitada, va a tener un hijo?”. Pensando más allá de los prejuicios, ¿qué condiciones materiales habría que mejorar en los servicios de salud argentinos para poder garantizar el derecho de las mujeres con discapacidad a ser madres?

VGB: Debe haber camillas ginecológicas que puedan ser usadas por mujeres con discapacidad física, hospitales ac-cesibles (ingreso a todos los servicios, ascensores, baños, algunas habitaciones de internación), personal capacita-do que pueda hablar lengua de señas... Pero sobre todo, capacitación para que la actitud a la hora de la atención sea desde los derechos. Por ejemplo, tener paciencia al explicarle algo a una persona con discapacidad intelec-tual es una cuestión de actitud. Habría que explicarle a la gente de los servicios de salud cómo expresarse en un lenguaje más sencillo y amigable a esta población. Otra mamá, Elsa, contaba que no la dejaban quedarse con su hija cuando estaba internada. El problema era que no querían asistirla para colocarle la bigotera que la nena se sacaba. Estoy segura de que esas enfermeras nunca pensa-ron en los derechos de Milagros, que quería estar con su mamá en ese momento y no con otra persona. Es como que siempre se desvaloriza el vínculo madre e hijo, y la capacidad de contención y cuidado que puede ejercer esa madre, cuando la madre tiene discapacidad. ¿Cómo una persona que supuestamente es dependiente y necesita cui-dados podría cuidar a otra? Yo tuve un incidente con una oftalmóloga una vez que llevé a mis nenes a un control. Ella no quería que yo entrara con ellos a hacerles el fon-do de ojo, pretendía que entrara mi ahijada (madrina de Ignacio) porque había que tener a los nenes y ella presu-ponía que yo no tendría la fuerza suficiente. Ella no sabía que a lo mejor yo levantaba pesas y mi ahijada tenía pro-blemas de espalda. Ella sólo asoció la discapacidad con

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ELPILARDEL

EQUIPOx Sofía Petronio

Nada más y nada menos que una abuela.

En la mayoría de las familias, los abuelos ocupan un lugar destacado, y en este caso, Susi no es la excepción. Duran-te mi infancia, cuidaba de nosotros cada vez que papá y mamá se escapaban a algún lado. Y hasta estos días, nos vemos como mínimo una vez al año, a pesar de los 500 kilómetros de distancia.

Somos una familia numerosa. Entre hijos, primos, nietos y bisnietos sumamos casi treinta. Sólo la abuela puede sostener y unir semejante estructura. Sin ella, y por la dis-tancia, nos hubiésemos perdido de los demás.

Hasta hace no muchos años, cada verano nos íbamos des-pués de las fiestas a pasar la primer quincena de enero a Necochea. Susi alquilaba una casa enorme e invitaba a sus cuatro hijos y sus familias. Éramos muchos y la casa era un caos, pero nos acomodábamos. Íbamos temprano a la playa, hasta la tardecita. Caminábamos por la peatonal, jugábamos en Sacoa, comprábamos pulseritas en la feria, comíamos waffles en Abracadabra y disfrutábamos de los espectáculos callejeros en la plaza principal. Ella, todas las mañanas se iba caminando con su pareo en la cintura por la playa hasta la escollera. Iba lento, juntando caracoles y, creo yo, pensando en el abuelo. Era lindo verla aparecer, luego de cuarenta minutos que le tomaba su caminata. Así, pasábamos quince días memorables en familia.

Luego fuimos creciendo. Vino la discordia con el mundo, con los padres, con la escuela. Nos rebelamos y muchas cosas quedaron de lado. Entre ellas, los abuelos. Los pa-

dres insistían: “¿Llamaste a la abuela? Es su cumpleaños”, “Tenés que pasar por lo de Tata a saludarla, me preguntó por vos”, “Dijo que quiere ver a su nieto”, “¿Le mostraste la libreta al abuelo?”. Nosotros, en medio de nuestro frenesí adolescente, ni escuchábamos.

¿Qué era tan importante como para olvidar a la abuela? Y las respuestas se caen de insignificantes.

La abuela ya no organiza más la movida de Necochea, se siente grande para eso. Pero la invitación al club de Azul siempre está. Ella pasa el verano con sus amigas. El tar-get ronda los ochenta años, es el grupo de las abuelas del Club de Remo. Tienen un roble reservado con sillas y me-sas para desplegar sus burakos. Son como quince y hay muchos personajes. Margarita es la más graciosa, quiero escribir sobre ella algún día. Pelirroja, un poco despeina-da, los dientes pintados con el rouge de turno y muchísi-mas pulseras bochincheras en su muñeca. Mi abuela, en cambio, es la más paqueta. Mis amigas le dicen "la abuela cheta”. No sale a la calle sin antes combinar el saquito con los zapatos y el collar. Tiene millones de conjuntitos de distintos colores y siempre con su cartera haciendo juego que lleva colgada a mitad del brazo. Camina a pasitos cor-tos y mirando con cuidado cada baldosa.

Yo heredé sus ojos. Siempre me preguntan con sorpresa de dónde saqué mis ojos, ya que ni mi papá ni mi mamá los tienen celestes. Tener ese parecido con mi abuela me hace sentir especial, me da cierta identidad. También le robé un dicho. Cada vez que le dicen “ay, el saquito te pega con tus ojos”, la abuela contesta, irónica y divertida, “y... es que hoy me puse los ojos celestes”.

Soy hija, todavía no soy madre ni abuela, pero cuando llegue a serlo quisiera ser como Susi. ¡Por lo menos ya tengo los ojos!

Hoy me pregunto, ¿qué era tan importante como para olvidar a la abuela? Y las respuestas se caen de insignifi-cantes. Crecer aún más, perder a personas importantes, me hizo ver otras cosas. Hace ya un tiempo que entiendo lo que Susi significa. Para mí la abuela es como un libro viviente, la creadora de nuestras tradiciones familiares. Ya es imposible escuchar a José Luis Perales y no cantar las letras como ella. Imposible no ir al club de remo, aunque sea pleno invierno, para hacer la caminata y hablar de todo lo que hizo el abuelo por ese lugar. Imposible oler un jazmín y no pensar en ella.

Nos enseñó de a uno a jugar al burako. No sabemos cómo hace, pero siempre es la ganadora. Cada vez que se arman los torneos en familia, nos peleamos por jugar con ella. Hay que tener cuidado con las decisiones durante el juego, porque si te equivocas, te fulmina con la mirada.

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x Mauricio Dreiling

Esa tarde de mayo estábamos los cuatro sentados en el auto. Papá había estacionado sobre el pasto al costado de la ruta. No hablábamos. Como todo final, estaba habitado por el silencio.

No habíamos querido volver a la casa. Unas horas antes, al iniciar la marcha, comenzamos un largo rodeo y cada tan-to nos deteníamos. Sin importar dónde. Era uno de esos días donde la palabra lugar significa poco en sí misma, hasta que la detención en uno cualquiera cometía la im-pertinencia de avivar un recuerdo. Entonces íbamos más lejos. Nuestra respuesta ante el ejercicio de la memoria parecía ser la distancia.

Durante esos tránsitos papá miraba al frente, ambas ma-nos apoyadas en el volante, y, de vez en cuando, sus ojos enfocaban el espejo retrovisor. En tanto, mamá jugaba con su anillo, girándolo sobre su anular como si quisiera ajus-tarlo al resto del cuerpo. Mi hermana Catalina parpadea-ba lentamente y acariciaba el cinturón de seguridad con su pulgar izquierdo. Creo que no había hecho otra cosa desde que salimos. Yo, en cambio, me había entretenido mirándolos a ellos y a los autos rodando sobre el asfalto.

Pero nadie hablaba. Quizás la despedida –porque venía-mos de una despedida– había vaciado las bocas de pa-labras posibles, o a las palabras de cualquier significado. Inmerso como estaba en ese silencio, me concentraba en escuchar las otras cosas que se dicen cuando no se habla. Respiraciones, pequeños gestos, algún movimiento, co-sas que hoy entiendo como más sutiles, pero que a mis once años eran una manera más de matar el tiempo has-ta llegar a nuestra casa.

Este deambular improvisado no era más que un cuarto intermedio. Era un estado de pausa, un tiempo suspendi-do hasta que entráramos a la casona grande, blanca y con

patio en la que vivimos hasta finales de ese mismo año. Esa casa era el lugar donde había pasado todo. No nos importaba entonces, y menos ahora, qué era ese todo por-que para nosotros era, precisamente, todo. Por eso antes de volver necesitábamos saber qué decir, qué hacer, cómo hacerlo, entre nosotros y con el resto del mundo. Ahora éramos cuatro, y necesitábamos entender qué era eso.

“Cuando pase un auto rojo, volvemos a casa”, dije en voz baja.

Parecieron no reaccionar. Pero entonces los vi –los sen-tí– esperar ese color a través del parabrisas. Unos minutos después, cuando pasó ese Fiat Uno bordó, mamá y papá se miraron de reojo. Papá tocó, apenas, las llaves del auto.

“Sin trampa. Eso es bordó”, dijo mamá.

Quizás la despedida –porque veníamos de una despedida– había vaciado las bocas de palabras posibles, o a las palabras de cualquier significado.

El camino de regreso fue largo. Supongo que esa distancia era el lugar entre nosotros y su memoria.

Había un espacio vacío en el centro exacto del asiento trasero del auto. “¿Dónde estamos ahora que el mundo no es el mismo?”, se preguntaba mamá al deslizar el ani-llo. Y papá no tenía respuesta, porque cada vez que mi-raba hacia atrás lo buscaba justo a mi derecha. Catalina hacía horas que se despertaba de un largo sueño en el que estábamos nosotros mismos. ¿Y yo qué? Hasta el día de hoy sólo puedo decir que sentía un calambre, muy adentro, en la boca del estómago, mientras imaginaba qué les pasaba a los demás.

Casi dos horas habían transcurrido. Estacionarios y en si-lencio, esperábamos. No sabíamos por qué en ese lugar, la nada misma cubierta de pasto, pero ahí esperábamos nuestro tiempo antes de volver.

Cerré los ojos y apoyé mi mano en su lugar. Por primera vez, en su lugar.

Hubo otras falsas alarmas, pero no importaron. Al atardecer, luego del paso de un Volkswagen Gol per-fectamente rojo, limpio, lustrado e inconfundible, papá encendió el motor y volvimos a la ruta. El camino de regreso fue largo. Supongo que esa distancia era el lugar entre nosotros y su memoria.

Cuando llegamos a casa era de noche. Catalina fue la primera en quitarse el cinturón de seguridad. Nos ba-jamos. Papá buscó como siempre la llave en su bolsillo derecho. Abrió la puerta. Mamá y Catalina iban de la mano, y yo detrás, todavía mirándolos a los tres.

Entramos.

EL REGRESO

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Un Programa en Familia

x Matías Ayerza

La familia más emblemática de la televisión expone las debilidades de una institución social cada día más cuestionada. Además de entretener a múltiples gene-raciones, Los Simpson trazan una perfecta radiografía del modelo familiar occidental.

Hay una gran diferencia entre Los Simpson de los primeros años (una sátira inteligente y detallista de una familia tipo de los Estados Unidos) y los actuales, convertidos en un mero producto industrial (proceso gradual que comenzó luego de las primeras diez temporadas). Por eso, en vez de abarcar

toda la historia de la serie, que lleva un récord de veintiséis temporadas en el aire, este autor elige centrarse en su primera época, la de mayor éxito de crítica y público, y descartar arbitrariamente el resto.

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Durante los años 90, hubo padres reticentes a permitir que sus hijos vieran la serie. Huían despavoridos de la imagen de un padre que estrangula a su hijo, se emborracha, mira mucha televisión y esquiva el trabajo. Sin embargo, ¿son Los Simpson una mala influencia para la familia?

Es cierto, muchos chicos crecieron riéndose de las desgra-cias de Homero Simpson. Sin embargo, en la serie exis-te un entorno que no duda en reprocharle sus actitudes negativas, cualquiera sea la forma: los retos de Marge, las burlas de sus amigos, la compasión de su vecino Ned Flanders. Precisamente, Marge cumple un rol fundamen-tal: es su fiel esposa, capaz de tolerarlo y de rescatar siem-pre lo más positivo de él.

Uno de los pilares de la serie es la multiplicidad de lecturas que cada capítulo ofrece a sus espectadores según el rango de edad. Quienes más disfrutan de verla son los jóvenes, cuyo desarrollo intelectual les permite descifrar nuevos códigos de humor en capítulos que ya vieron repetidas veces. A cierta edad, empiezan a detectar aquellas burlas a los estereotipos de la sociedad moderna: medios de comunicación, religio-nes, política, consumo, sexo y, por supuesto, la familia. Inclu-so pueden detectar las referencias y homenajes constantes a la cultura popular, como escenas de cine, la música y la tele-visión. Todas cuestiones que un chico no alcanza a percibir y que los guionistas -egresados de Harvard- tuvieron siempre muy presentes para su público mayor.

EL ROL DE LA TVEl medio de comunicación por excelencia de la segunda mitad del siglo XX tiene un peso muy importante en la serie. Un gran porcentaje de las escenas transcurren en la sala de la televisión de la casa de los Simpson. Hasta son un clásico los gags del sofá en el comienzo de cada capí-tulo, en el que la familia llega a la casa y se acomoda de diferentes maneras para ver la tele.

Un capítulo crucial respecto de la relación entre Los Simpson y la televisión es aquel en el que Homero Simpson es acusado de abuso sexual. Los noticieros y programas de chimentos se encargan de instalar esa verdad mediante hábiles técnicas persuasivas mientras Homero atraviesa días angustiantes. Hasta sus hijos eli-jen creerle a la televisión antes que a él. La única que confía en su inocencia es, por supuesto, Marge. Final-

mente, un video demuestra su inocencia y los medios rápidamente se olvidan de él. El final, en clave de hu-mor, muestra a Homero reconciliado con el mismo aparato que lo había traicionado.

Los espectadores más chicos dejan de ser subestimados, y Los Simpson les acerca una idea de la realidad adulta, de una manera hilarante y sutil.

Todo acto de comedia esconde una tragedia que la sostiene, y los guionistas de la serie lo saben. Mostrar una triste realidad de manera graciosa es, en cierta forma, una manera de generar conciencia.

En los capítulos prima casi siempre el amor por sobre los excesos y el egoísmo. Homero Simpson se erige como un antihéroe (el más popular entre las series animadas) y no como un modelo a seguir. De esta manera, hay prejuicio de parte de quienes acusan a la serie de fomentar “valores negativos”. Los espectadores más chicos dejan de ser sub-estimados, y Los Simpson les acerca una idea de la realidad adulta, de una manera hilarante y sutil.

Todo acto de comedia esconde una tragedia que la sos-tiene, y los guionistas de la serie lo saben. Mostrar una triste realidad de manera graciosa es, en cierta forma, una manera de generar conciencia. En este caso, nos hacen re-flexionar acerca del lugar central que ocupa la televisión en las familias, a punto tal de que la comunicación entre los propios integrantes se ve afectada.

Para muchas personas, Los Simpson es el espectáculo de televisión más gracioso de la historia. Esto se explica gra-cias a la meticulosa construcción de sus personajes, de sus historias y de las temáticas que giran en torno a los capí-tulos. En su mayoría cuentan con una mirada particular y positiva respecto del concepto de familia.

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SITUACIÓNC U A D R O

DE

x Matías Ayerza

F A L T Ó C E L E B R A R

Estábamos en el quincho. Con una mano papá sostenía el vaso de whiskey y con la otra, una pala, y removía las cenizas de la parrilla. Miró al tío y dijo:

–Che, Ricardo, alguna vez podrías hacer vos un asado. Qué cosa de locos… Además de rata, vago.

Hizo una pausa y agregó, con risa burlona:–¿Saben qué dice Ricardo cuando alguien le mete la

mano en el bolsillo? ¡Qué estás poniendo ahí!Terminó su tarea y se sentó en la cabecera a terminar

su Johnny Walker etiqueta verde, un whiskey para tipos con clase, según palabras de él.

Comenzó a escarbarse las muelas con un palillo y pidió música.

–Che, Fabián, poné un poco de Elvis –le gritó a mi hermano, que prendió el reproductor y seleccionó las canciones que a papá más le gustan. Las mismas de siempre.

–A este tipo le dicen El Mudo. No sabe cantar –ironizó.

Hacía como que tocaba la guitarra, sin mucho ritmo. Se sirvió otro whiskey y se acercó hacia mí. Me abrazó por detrás y me susurró al oído.

–¿Cuántos años cumple esta noche mi hija más hermosa?

–Quince, pá.–¡Fa! Quince años. ¿Podés creer, Vivi? –le dijo a la tía.–Increíble –devolvió ella, sonriéndome.Me dio otro beso y volvió hacia la parrilla. Se detuvo

allí durante algunos segundos, con la mirada dispersa.Mamá servía el postre y noté que de reojo se fijaba en

él.–Miguel, dejá de tomar y sentate, que hay helado.–Poneme dulce de leche y sambayón.Probó un bocado y gesticuló.–Este debe ser el que trae Ricardo. El barato.–Miguel… no empieces –dijo mamá.Siguió tomándolo y hasta le agregó un poco de

whiskey. Cuando terminó, caminó hacia la casa. Al pasar por detrás del tío, le dio una palmada en la espalda.

–Muy rico el helado, Ricardo. –dijo, dirigiéndole una mueca que él no vio.

Viviana sonreía.La ida momentánea de papá produjo un silencio

reflexivo, quebrado por el tío:–Fabi, ¿a qué hora juega Boca mañana?–A las cuatro. Voy a la cancha, ¿venís?–Prefiero dormir la siesta… –dijo Ricardo, también

escarbándose los dientes con un palillo. –¿Vos sabías, Fabi –continuó– que yo de pibe paraba

con la hinchada? –¿En serio?–Claro, iba a todos lados. Después largué, obvio. Era

un pibe y me di cuenta de que no estaba para esas cosas.Luciana probaba la cámara nueva que papá había

traído de su último viaje. Les pidió a los tíos y a Fabi que se acercaran hacia donde estaba yo. Ricardo se sacó los anteojos negros, todos sonreímos y Luciana nos sacó una foto.

–Es hermosa la cámara, Lu –dijo el tío.–¿Viste? La trajo papi de Nueva York.Papá regresó de la casa con una caja y la apoyó en la

mesa.–¿Cuánto falta para las doce? –preguntó la tía Viviana.–Media hora, pero esto no es Navidad, así que

podemos darle los regalos ahora. Empiecen ustedes, el mío es para el final –dijo papá.

Recibí casi lo mismo de siempre: mucha ropa y algo de bijouterie.

Noté ansioso a papá, que había esperado a un costado, sosteniendo la caja.

–¿Ya están todos? –preguntó.–Esperá, falto yo, el padrino –dijo el tío Ricardo.

Había ido al auto a buscar una bolsa grande. Sacó una Mac y me la dio.

–Para mi ahijada preferida –dijo.Lo abracé y le di las gracias. Sabía lo mucho que le

había costado ese regalo.Papá perdió el entusiasmo al entregarme el suyo,

un smartphone importado. Se sentó en su lugar, ya borracho, y miró la escena distraídamente.

–¿Te gustó, Trini? –preguntó el tío.–Sí, no lo puedo creer. Gracias, mil gracias.Papá intervino.–Che, Ricardo, ¿cómo vas a pagar ahora el alquiler de

tu casa?El tío ensayó una sonrisa falsa pero no le respondió.

Se volteó de nuevo hacia mí y continuó:–Ya viene con todos los programas instalados, anti

virus, todo.–Buenísimo, tío.Papá volvió a acotar:–Ricardo, ni hablar de la guita que te presté el mes

pasado, ¿no? ¿A quién se la voy a pedir?–Miguel, por favor, estás borracho –dijo mamá.–Callate Verónica –advirtió– nada más quiero saber

cómo hizo Ricardo para comprarle a mi hija un regalo tan caro.

–Bueno, mejor nos vamos –dijo la tía Viviana.Nadie se opuso. Los tíos agarraron sus cosas y

caminaron hasta la puerta de entrada. Papá los siguió, y nosotros a él. Iba gritando:

–¿Te vas, Ricardo? ¿Sin reconocer que gracias a mí ahora tenés un laburo como la gente?

Mamá se adelantó y les abrió la puerta. Los tíos salieron apurados y papá se quedó adentro.

–¡Chau, Ricardo! La próxima vez yo pago el helado, no te preocupes.

Se hicieron las doce. Mamá estaba sentada a la mesa de la cocina, llorando. Papá, en cambio, se tomó una aspirina y se fue a dormir. Estaba cansado y, quizás, hasta orgulloso.

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5 E N E R O 2 0 1 4 | 1 1 I M P R E S I O N E S # 1x Lucía Miranda

Si hay muchas familias, todas distintas, de diferentes especies y que forman-en definitiva- una familia universal que depende de este planeta para existir...

¿Por qué no cuidarlo lo suficiente?

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x Eugenio Cornide Cheda

La familia es una conceptualización que compete a las ciencias sociales, el derecho y la antropología, entre otras. En esta ocasión, el Dr. Eugenio Cornide Cheda, especialista en psiquiatría y psicoanálisis, nos muestra a la familia desde el punto de vista del inconsciente.

Según el psicoanálisis, la construcción del sujeto avanza a partir de la resolución de conflictos, las identificaciones con las figuras de los padres, la

construcción de una novela familiar, la prohibición del in-cesto, la entrada en la cultura, etc. Estos componentes ge-neran una estructura que deviene finalmente inconsciente.

Los aspectos manifiestos o conscientes de las relaciones familiares son, por ejemplo, los modos y el uso del habla, la aplicación de los nombres propios a cada uno de los componentes, la distribución de la vivienda y los usos de cada uno de los espacios de la misma. Estas relaciones fa-miliares constituyen la expresión consciente de la estruc-tura familiar inconsciente.

Pero la familia y sus relaciones significativas tienen un carácter eminentemente simbólico, cuyo significado yace en la estructura inconsciente. La estructura familiar in-consciente se constituye en un operador entre el sujeto y la cultura a la cual se ha de incorporar y someter. Se instala la cuestión de la relación entre el sujeto y la es-tructura, apuntando a hacer articulaciones entre el pla-no de determinación de esta matriz simbólica y lo que es heterogéneo a ella. Al considerar a la estructura familiar inconsciente como matriz simbólica determinante de la subjetividad, cada término de la estructura recibe su valor e identidad en relación a los demás. Cada sujeto emerge de la estructura y se diferencia con voz propia, pero alta-mente influenciado por cada uno de los componentes de la estructura, ocupando un lugar adquirido y determina-do recíprocamente.

Las sociedades y las culturas desarrollan modelos ideales de estructuras familiares que se transmiten generacional-mente. En cada cultura existen mitos que se encuentran instalados en el imaginario colectivo, determinando las características de la estructura familiar inconsciente y el

lugar que ocupa cada uno de los miembros en la misma. A modo de ejemplo, señalaré dos mitos que en la cultura occidental describen modelos familiares.

todos los componentes de la familia se favorecen recípro-camente, a la sociedad y a la cultura a la que pertenecen. Antes de partir hacia Troya, Ulises salva a su hijo de la muerte, engañando a quienes le imponían la tarea de ma-tar a su progenitor. Al volver de Troya, haciendo su propia Odisea, es Telémaco quien le salva la vida al padre, ante quienes querían quedarse con el reino y con su madre.

En toda historia familiar se manifiestan momentos trági-cos, dramáticos, alegres, creativos o fecundos. La historia familiar y los modelos adquiridos hacen que se construya una estructura familiar inconsciente que determina las conductas de cada uno de los sujetos que la constituyen. Cada familia se constituirá en base a la estructura familiar inconsciente que cada uno de los sujetos fundadores tenga en su inconsciente. Los fundadores de una nueva familia, la pareja, tienen la capacidad de desarrollar sus propias historias, ya sean estas tragedias, dramas, comedias, etc. El hijo o la hija como sujetos emergentes de la estructu-ra familiar inconsciente, constituirán su propia pareja y familia, siguiendo el modelo dentro del cual se constitu-yeron como tales. Saldrán de su propio núcleo familiar, para cumplir con la prohibición del incesto y encontrar a alguien con quien establecer una relación de alianza. La pareja, luego de establecerse, decidirá o no ser padre o madre y establecer su propia estructura familiar. En la nueva estructura familiar inconsciente se establecerán nuevos vínculos que no tienen que ser similares a la fa-milia precedente. Los descendientes de la nueva estruc-tura familiar tendrán un modelo inconsciente del modo de funcionamiento y de vínculo que se deben establecer. Pero ellos también serán los dueños de su propio destino.

La historia familiar y los modelos adquiridos hacen que se construya una estructura familiar inconsciente que determina las conductas de cada uno de los sujetos que la constituyen.En el mito de Edipo, los progenitores, Layo y Yocasta, hacen que el hijo cumpla un lugar y una función en la estructura familiar que determine los posteriores com-portamientos del protagonista de la tragedia. Estas de-terminaciones hacen de Edipo un sujeto activo y pasivo de sus comportamientos que lo llevan al final trágico de su vida. Edipo es abandonado por sus padres cuando el Oráculo predijo que mataría al padre y se casaría con la madre. Es adoptado por una familia sustituta y, al llegar a la edad adulta, el propio Oráculo le pronostica lo mis-mo. Para no cumplir su destino, abandona a su familia adoptiva y, en su camino, mata al que luego se enteraría que era su padre biológico y se casa con su propia madre biológica. Al enterarse que al fin se cumplió su destino, se quita los ojos y marcha al exilio.

En la Odisea, Ulises, Penélope y Telémaco constituyen una familia en la cual la colaboración entre sus compo-nentes hace que los mismos desarrollen, en su travesía por la vida, momentos de creatividad rica y fecunda en la cual

LA FAMILIA:UNA ESTRUCTURA INCONSCIENTE

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Y P O RC IÓ N DE M U Z Z ATODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO SABER SOBRE EL CINE PERO NO SE ATREVIÓ A COMER, POR EL RUIDO.

x Alejandro Turano

Algunos prefieren ir en auto a los grandes shop-pings, donde los renombrados complejos de cine ofrecen promociones 2x1 con un maxi

combo King Pochoclus. Otros prefieren viajar en bondi, ir a una sala con butacas de ruidoso cuero reseco y luego caminar un par de cuadras para clavarse una porción de muzzarella con un chop de birra. Lo importante es ese agregado culinario, ese acompañamiento que extiende el placer visual elevándonos al ritual del hombre que aprende viendo. Una explicación, una porción de pizza, un aderezo. Esta sección propone sentarnos, mirar, es-cuchar, comer, beber y disfrutar.

"Y el Señor Dios dijo a la mujer: «Multiplicaré los sufri-mientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con do-lor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará». Y dijo al hombre: «Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida” (Génesis, 3: 14-17).

¡A la pelota! Estamos ante la construcción de un deber que parece haberse instalado fuertemente durante siglos.

patio de una trattoria italiana. Golfo es el macho que la lleva, quien tiene la “data” callejera y quien la puede pro-veer. Sin más, nos encontramos ante una maravillosa es-cena en la que ellos de repente se encuentran unidos por un spaguetti que va del hocico de uno al hocico del otro, culminando con un beso animado a la perfección. Cada detalle está presente en el ritmo y en el movimiento para lograr un desborde emocional mediante la expresión fa-cial y corporal de ambos. Sus miradas hilan el placer de una unión perfecta... de clases.

¡Ay, Reina! Como su nombre lo indica, ella no tuvo que arriesgar nada. En cambio, Golfo tuvo que proveer seguridad, alimento y protección para ser aceptado.

Ser un Corleone significaba proteger y proveer con devoción al propio hogar, y faltar a ese deber era sinónimo de aniquilamiento.A través del largometraje animado de Disney La dama

y el vagabundo (1955), Golfo y Reina nos transmitie-ron estos valores cuando éramos niños. Este filme nos presenta una relación de desigualdad social que culmi-na con un contundente final feliz. Reina, una cachorra cocker spaniel, escapa de la casa de sus dueños de clase alta y se encuentra con Golfo, un perro mestizo callejero. Ante la amenaza de una jauría de malvados perros calle-jeros, interviene la figura heróica de Golfo, que la rescata y le sugiere:“Tenés que cuidarte. Vení conmigo que yo te voy a cuidar” (y dar de comer). Golfo la invita a cenar al

Y nosotros, chiquitos, con la mesita, el banquito y el mantelito, tomando una chocolatada con un sandwichi-to, nos encontramos aprendiendo el “deber ser” median-te la “experiencia teledirigida”. Golfo es aceptado por la familia aristocrática tras vencer a una rata, uno de los más horribles villanos de Disney. ¡Ay, Reina! Como su nombre lo indica, ella no tuvo que arriesgar nada. En cambio, Golfo tuvo que proveer seguridad, alimento y protección para ser aceptado.

proteger y proveer con devoción al propio hogar, y fal-tar a ese deber era sinónimo de aniquilamiento, con un estilo particularmente sanguinario, para que a los espec-tadores se les fije el mensaje.

Siguiendo con esta historia, en 2008 llegó Breaking Bad, una serie de culto que tiene como protagonista a un meth cheff, portador de un know how extraordinario en la fabricación de metanfetamina. Walter White es un sobresaliente científico que queda disminuido a simple profesor de química con problemas económicos tras ha-ber tomado una mala decisión. De un día para otro, le diagnostican cáncer de pulmón inoperable y la noticia lo pone en una encrucijada. Estamos ante la presencia de un perdedor que ya está harto de serlo. Tras las pro-longadas ausencias, le comunica a su mujer que ha co-menzado a cocinar metanfetamina y que la cantidad de dinero que genera se ha vuelto literalmente incontable. Inmediatamente, le aclara que toda la mierda en la que está involucrado vale la pena para asegurar el futuro de su familia. En cuanto a sí mismo, sólo quiere mostrar que él es insuperable cumpliendo su rol. Su deber pro-veer está primero, lo ciega. Sin importar los medios, se va enrrollando en un ego muy oscuro que busca alcan-zar la excelencia química, lograr la más pura sustancia, dominar el conocimiento y ordenar moléculas como si con ello pudiera ordenar a su familia. ¡Hombres! Para ser mirados por más hombres y mujeres homo-videns y así aprender sus roles. Sin embargo, a diferencia de la película de Disney, tanto El padrino como Breaking Bad muestran a las claras las consecuencias del hombre que no acepta hacer su propio camino siendo un poco más real. Como el título indica, Rompiéndose mal pone en ja-que este rol patriarcal enfocándose sobre su lado más dé-bil y gris: la vida de un hombre que la pasa bastante mal.

¿Por qué no ir a contrapelo de estos valores instalados y repartir, compartir, volver a barajar las cartas con la mu-jer, conciliándose con un proveer de ambos? La igualdad está a la vista. Hoy en día las escrituras pueden disolverse para dar lugar a un goce compartido, a la protección y concepción familiar a gusto y piacere de sus miembros: uno, dos, tres o los que sean. Los roles del hombre y la mujer en la familia se liberan en muchos casos de los va-lores que parecen estar forjados en piedra. Un poco más lejos, en alguna pizzería, dos enamorados se miran con una risita suspicaz, compartiendo una porción de pizza de parados… ¿Y quién debe pagar? ¡Que pague Dios!

Diecisiete años más tarde, en El Padrino (1972) de Fran-cis Ford Coppola, Don Vitto Corleone (Marlon Brando) le decía a su protegido Johnny Fontane (Al Martino): “¿Vives con tu familia? Bien, porque un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre”. Michael Corleone también predicaba el mensaje: “Toda mi vida he luchado por proteger a mi familia”. No hay duda de las relaciones de género que sancionaba la familia Corleone a través de las generaciones. Ser un Corleone significaba

I N EI N ECC

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UN GAITEROEN LAS PUERTASDEL AMANECER

x Pedro Spinelli

Es extraño que uno oiga la música y como a un estornudo quede solo y su alma navegando en el tiempo.

El pitillo y el cerrado de counter strike no nos dejaban ir a trabajar. De hecho, nunca pude ir al departamento que compartías con Recha y volver al mío para dormir, como tampoco quedarme a dormir ahí y levantarme hasta el colectivo.

Supongamos llego a las nueve y se comen fideos, ma-yormente, con salsa de verduras compradas en el chi-no. En el departamento no hay heladera, por tanto no hay alimentos frescos y la cerveza se enfría apoyándola sobre la caja externa del aire acondicionado, la que da al pulmón. Se come y se bebe sobre todo en libertad. También hay algunos libros que se pueden hojear: uno de Tom Sharpe y una pilita interesante por si dan ganas que en general no llegan. De a poco, somos mínimo tres máximo cinco, excepto la noche en que fuimos como treinta en un tres ambientes.

pasó” o “esto ya lo viví, lo escuché en algún lado” y nunca sabrá que fue una noche de pasta con fernet y salsa de cre-ma con repollo o jamón. No tiene sentido el recuento de sonidos pero habría que mencionar en nombre de la hara-ganería a los 13th Floor Elevators, a The Whitest Boy Alive o alguno de los vivos de Live Recordings, también Hurrica-ne Season y Govinda de Kula Shaker y Mr. Ambulance Dri-ver sin lugar a dudas. Alone para descansar el disco entero, las sesenta mil versiones de Autumn Leaves, los teclados de Ludovic Navarre, una frescura. Ramona Cordova y la percusión de ollas. Agaetis, Glosoli, Relics, Meddle, Easy Money pero sobre todo fue una época Book of Saturday. Es extraño que uno oiga la música y como a un estornudo quede solo y su alma navegando en el tiempo.

satélite durante el plenilunio. Ni siquiera se levantaba uno mareado, pero sí envoligomado al colchón, atado con las tripas a los elásticos, duro de levantar, revocado de lagañas y sed, derrotado por duermevelas con océa-nos de agua dulce o simplemente bidones llenos de ino-dora, incolora e insípida.

Te reías tanto. Todos se reían tanto que ya no hacían rui-do. Ya acariciaban la mesada y las paredes en vez de gol-pearlas y ya lloraban y no veían. Entonces yo hice con la cara así, preguntando qué pasaba y se hicieron un poco a un lado y me dejaron parado frente a Syd Barret, su mele-na desgreñada y sus ojos dentro de los cuencos ojerosos. Una campera de lentejuelas opacas verdes, una camisa azul, pantalones blancos y zapatos, el pitillo en la mano izquierda y en la derecha una cajita de fósforos. También reía y nos decía en inglés que había venido a quedarse un rato porque no lo estábamos dejando leer en el departa-mento de al lado. Le ofrecimos té, tímidamente, y acep-tó, agregándole un chorro largo de ron. Conversamos en spanglish y nos reímos universalmente, ahora no de las rosas secas, sino de que el viento entraba por la ventana y levantaba los pelos de la barba de Lutor que parecía que tenían vida independiente y estaban bailando. De fondo terminaba de sonar una lista que habías armado a raíz del bendito disco rígido que te habías llevado de casa. Se iba un tema de Brightblack Morning Light y em-pezaba A whiter shade of pale de Proco Harum.

De a poco, somos mínimo tres máximo cinco, excepto la noche en que fuimos como treinta en un tres ambientes.

Todos se reían tanto que ya no hacían ruido. Ya acariciaban la mesada y las paredes en vez de golpearlas y ya lloraban y no veían.

Se llega, se come con la música en la mesa y luego pasa quedarse a charlar y la cerveza, el fernet o el vino tinto y el pitillo nos sumen en conversaciones inefables que na-die, nadie se acuerda. Algún día alguno pensará “esto me

El baño cuenta con dos puertas, a izquierda y a la de-recha de las instalaciones principales. El meo ejecuta-do a brazos extendidos, acariciando las puertas por si alguien quiere entrar desprevenido. No solo por aquí, sino también por allá.

Se tuvo que faltar al trabajo (en general las chances de ir eran de cero en tres mil). En la cama a las seis de la mañana, soñando con un patriarca que mandaba os-curecer todas las luces que brillaran igual o más que el

E L R E Y D E L Q U E S O CONVOCATORIASi querés escribir para Babel mandanos tu texto por

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Este suplemento cuenta con el apoyo de:

Dr. Carlos Alberto PetronioM.P. 6137

Médico Especialista en CardiologíaEx-Residente Fundación Favaloro-GüemesEx-Presidente del Distrito Uruguay de la Sociedad Argentina

de Cardiologia (SAC)Médico Recertificado en Cardiología S.A.C.

Bolivar 720 - PREMED - 03446 432598

Alejandra Feroldi ODONTOLOGÍA GENERAL DE NIÑOS Y ADOLESCENTES

Mat. Prov. 1314

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