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LA REPATRIACIÓ/V DE MEXICANOS DE 1848 A 1980 Y SU PAPEL EN LA COLONIZACIÓN DE LA REGIÓN FRONTERIZA SEPTENTRIONAL DE MÉXICO Lawrence Douglas Taylor EL COLEGIO DE LA FRONTERA NORTE

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LA REPATRIACIÓ/V DE MEXICANOS

DE 1848 A 1980Y SU PAPEL EN LA COLONIZACIÓN DE LA REGIÓN

FRONTERIZA SEPTENTRIONAL DE MÉXICO

L a w r e n c e D o u g l a s T a y l o rE L C O L E G I O D E LA F R O N T E R A N O R T E

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entro de la historiografía de las migraciones de cier­tos grupos nacionales a Estados Unidos, se ha dedi­cado poca atención a estudiar el fenómeno del re­greso de muchos de estos inmigrantes a sus países de origen, como ocurrió, por ejemplo, en el caso de

los italianos, los chinos y muchos otros. Esto ha sido particularmente el caso de la historia de la inmigración mexicana a Estados Unidos. Aunque en las décadas recientes se ha escrito una gran cantidad de material referente a la inmigración de mexicanos a dicha nación, ha sido menos estudiado el movimiento de mexicanos en el sentido contrario, es decir, de Estados Unidos a México. No de manera tran­sitoria, con la intención de quedarse durante un tiempo en su tierra de origen y proponerse volver a Estados Unidos después de un tiempo, sino más bien con el objeto de radicar allí permanente­mente. Cabe señalar que, aun cuando México ha sido un país rela­tivamente pobre y de pocos recursos, siempre ha estado dispuesto a recibir a aquellos ciudadanos que han inmigrado a otros países, así como a sus familias y descendientes, y que han decidido regresar a su tierra de origen. Aunque el término “repatriación” ha sido utili­zado comúnmente para denominar tanto a los mexico-estaduniden- ses que emigran a México como a los ciudadanos mexicanos que regresan a su país, para los propósitos de este trabajo se ha decidido utilizar esa palabra para referirse principalmente a los primeros.

La primera etapa en este proceso ocurrió a finales de la guerra con Estados Unidos, de 1846 a 1848, cuando el gobierno mexicano expresó su deber patriótico y moral de repatriar a los mexicanos que se habían quedado en el lado estadunidense de la frontera al firmar­se el tratado de Guadalupe Hidalgo. De acuerdo con los términos del tratado, los residentes mexicanos en las regiones conquistadas tuvieron un año para decidir si querían seguir viviendo en Estados Unidos, convirtiéndose automáticamente al término de ese plazo en ciudadanos de aquel país, o bien podían regresar a México. El go­bierno mexicano trató de persuadirles para que regresaran, ofrecien­do pagar su pasaje y enviando agentes a diferentes lugares en el suroeste para dar publicidad al proyecto. Fueron vistos como exce­lentes colonizadores potenciales de las áridas zonas de la región

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fronteriza mexicana, dado que, además del hecho de que ya eran considerados como ciudadanos mexicanos, habían vivido largo tiem­po en un ambiente semejante y la distancia que habrían de recorrer para mudarse era mínima. En los años que siguieron a este período inicial, la oferta de repatriación fue ampliada para incluir a aquellos mexicanos que se quedaron en el territorio que fue cedido a Esta­dos Unidos a raíz del tratado de la Mesilla (o compra de Gadsden) en 1853. Se amplió, pues, a todos los descendientes de los mexica­nos radicados en Estados Unidos, así como para aquellos ciudadanos que se encontraran sin empleo allí.

Aunque no se sabe con exactitud el número de mexicanos que eventualmente se hayan mudado a México, se calcula que alrededor de tres mil personas aceptaron la oferta y volvieron. El grupo más grande de ellos salió del sur de Nuevo México y fundó el pueblo de Mesilla, que entonces formaba parte del estado de Chihuahua.1 Mu­chos salieron del lado estadunidense, del área de lo que hoy forma el conjunto de las ciudades de El Paso y Ciudad Juárez. Algunos se dirigieron a Mesilla, mientras que otros se asentaron en la región de El Paso del Norte, del lado mexicano del río Bravo, a poca distancia al oriente de este pueblo, donde a su vez fundaron las poblaciones de Zaragoza y Guadalupe.2 Un número indeterminado de familias debió trasladarse a hacer la fundación de Nuevo Laredo. Otras pre­tendieron integrarse a las colonias militares y civiles, mientras que

1 Varios de estos emigrados fueron reincorporados otra vez a Estados Unidos

como resultado de la compra de la Mesilla en 1853, pero, a su ve/, otros mexicanos

partieron de esta misma región para fundar la colonia de Ascensión en Chihuahua.

Martín González de la Vara,”El traslado de familias de N uevo México al norte de

Chihuahua y la conformación de una región fronteriza, 1848-1854”, manuscrito

inédito, Ciudad Juárez, Chih., El Colegio de la Frontera Norte, 1991, pp. 9-20.

2 Carey McWilliams, A l norte de México: el conflicto entre “atiglos” e “hispanos”, 4ta.

ed., México, siglo Veintiuno Editores, 1979, p. 10; Oscar J. Martínez, “On the Size

of the Chicano Population: N ew Estimates, 1850-1900”, en: Aztlán: International

Journal ofChicano Studies Research, v. 6, núm. 1 (primavera 1975, pp. 50-51. McWi­

lliams presenta una cifra de entre 1 500 y 2 000, pero he tomado la estimación de

Martínez como la más confiable, puesto que su análisis de los movimientos de me­

xicanos en al región en los años subsecuentes a la guerra es mucho más detallado

que el de aquél.

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algunos mexicanos se incorporaron a los pueblos ya existentes de Guerrero, Mier, Camargo, Reynosa y Matamoros.3

En el oeste, la llegada de colonizadores anglo-estadunidenses a los terrenos auríferos de California condujo a abusos y asesinatos cometidos en contra de los californios -descendientes de los colo­nizadores españoles de esta región- y mexicanos que habían ido allá a buscar su fortuna. El gobernador Ignacio Pesquiera de Sonora ofreció terrenos a estas víctimas, y ayudó de esta manera a estimu­lar el poblamiento del estado.4 El programa de repatriación durante los años inmediatamente posteriores a la guerra de 1846-1848 no tuvo tanto éxito, ya que muy pronto México estuvo sujeto a una se­rie de revoluciones y guerras internas que comenzaron con la Revolución de Ayuda en 1854.

Los proyectos de repatriación cesaron durante las guerras de la Reforma y de la Intervención francesa debido a los trastornos provo­cados por estas luchas,5 pero se reiniciaron con nuevo vigor durante el gobierno del presidente Porfirio Díaz. En realidad, el gobierno de Díaz seguía una política que había sido adoptada por las anteriores administraciones políticas mexicanas desde la época de la indepen­dencia y que sostenía que la nación necesitaba a inmigrantes extran­jeros para desarrollar los recursos naturales del país y para colonizar sus inmensas regiones despobladas. Durante el siglo XIX en América Latina el concepto de “progreso” constituía un elemento clave en la ideología política y económica de las élites gobernantes. Para ellos

' Manuel Ceballos Ramírez, La historia y la epopeya en los orígenes de Nuevo La-

redo, N uevo Laredo, Facultad de Comercio y Administración de Nuevo Laredo,

Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1991, pp. 8-23.

4 Enrique Cortés, “Mexican Colonies During the Porfiriato”, en: Atztlán: Inter­

national J ournal ojCJúcano Studies Research, v. 10, núm. especial (primavera-verano-

otoño 1979), págs. 1-2; Historia general de Sonora, Hermosillo, Gobierno del Estado

de Sonora, 1985, v. 3, p. 133.

5 Cabe señalar que el presidente Benito Juárez y el emperador Maximiliano

consideraron que era urgente establecer colonias en la región fronteriza norteña

para detener las incursiones por parte de partidas de indios lanzadas desde territo­

rio estadunidense, así como una manera de estimular el desarrollo económico y cul­

tural del país en general. Enrique Cortés, op. cit., p. 2; Rodolfo Acuña, Caudillo

sonorense: Ignacio Pesquiera y su tiempo, México, Editorial Era, 1981, p. 15.

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significaba emular a Europa en términos científicos, tecnológicos, culturales, etc. Además se pensaba que el “progreso” podría ser ace­lerado al atraer a los colonos extranjeros. Aunque su política de dar subsidios y mercedes generosas de tierra a los inversionistas extran­jeros condujo a una creciente penetración y explotación económica de México por parte de Estados Unidos, Díaz era un nacionalista ferviente que deseaba preservar la integridad territorial del país. Creía que las áreas poco habitadas del norte de México estaban en peligro de ser absorbidas por Estados Unidos y que había que po­blarlas, de preferencia con mexicanos de indudable lealtad. Conse­cuentemente, además de atraer a los inmigrantes extranjeros, el pro­grama de colonización del gobierno federal intentaba promover la repatriación de mexicanos que vivían en Estados Unidos. Tales co­lonos traerían ciertas habilidades que habían aprendido en una nación en desarrollo. El proyecto también sería económico en tér­minos de arreglar su pasaje a México.6 De las dieciséis colonias fun­dadas por el gobierno, ocho estaban integradas por colonos me­xicanos, y de las 44 establecidas bajo el patrocinio de individuos o compañías privadas, diez estaban compuestas por mexicanos.7

La Ley sobre Colonización y Baldíos de 1883 dio cierta prefe­rencia a los repatriados mexicanos. Ofreció a los mexicanos residen­tes en el extranjero que estuvieran dispuestos a establecerse en los desiertos de la frontera, 200 hectáreas, es decir, el doble del área otorgada a los inmigrantes extranjeros, así como quince años de exenciones en ellas, mientras que los extranjeros únicamente po­drían disfrutar de diez.8 El desarrollo de la minería y de los ferroca­rriles en los estados fronterizos, especialmente en Sonora durante este período, también se mostraron atractivos para muchos mexica­

nos radicados en Estados Unidos.

6 L a Voz de México, 9 agosto 1882. Véase también las opiniones expresadas en

los periódicos E l Tiempo, 14 dic. 1889 y 3 abr. 1891; y E l País, 3 jun. 1899.

7 Moisés González Navarro, La colonización en México, 1877-1910. México, Ta­

lleres de Impresión de Estampillas y Valores, 1960, pp. 24, 35-36, 46, 56 y 64.

8 Francisco F. de la Maza, comp., Código de colonización de terrenos baldíos de la

República Mexicana, 1451-1892 , México, Secretaría de Fomento, 1893, pp. 936-945.

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No obstante, el gobierno eventualmente dejó la colonización en manos de compañías particulares, pero continuó subsidiando los costos del traslado de los colonos a México. Aunque la prensa mexi­cana de esa época está repleta de datos sobre diversos grupos de mexico-estadunidenses que deseaban inmigrar a México, no exis­ten pruebas de que estos intentos se hayan de hecho materializado. Es probable que la mayoría fracasara debido a la falta de recursos y de apoyo financiero por parte dél gobierno federal. Típicos de estos esfuerzos fueron los contratos que Luis Huller, presidente de la Compañía Mexicana de Terrenos y Colonización y uno de los terra­tenientes más acaudalados en Baja California, firmó con la Secreta­ría de Fomento durante un período entre 1886 y 1890. Se asentaría a mexico-estadunidenses de los estados de California, Arizona, Nuevo México, Colorado y Texas en Las Palomas en el distrito Ga- leana de Chihuahua y en otros lugares de la región fronteriza del norte de México.9

La primera colonia establecida en México formada por colonos mexico-estadunidenses fue la de La Ascensión en el Distrito de Galeana, al noroeste de Chihuahua, fundada en 1883. Para 1887 esta comunidad tenía una población de 2 294 y nueve años más tarde, en 1896, fue elevada a la categoría de municipio.10

En 1881, por ejemplo, E l M onitor Republicano de la ciudad de México reportó

que un grupo de 7 000 mexicanos tenía planes para asentarse en el estado de Ta-

maulipas. En 1883, E l Tiempo, diario capitalino católico, difundió la noticia de que

algunas familias mexicanas que antes residían en Tucson y otros pueblos de Arizo­

na habían empezado a inmigrar a Sonora. En 1887, ese mismo periódico declaró

que el gobernador de Chihuahua había hecho preparativos para facilitar el traslado

de 800 familias mexicanas de Nuevo México que habían decidido establecerse en

este estado. Dos años más tarde reportó que existía un proyecto para fundar varias

colonias en el valle del Yaqui con repatriados de California y Arizona. En 1889, E l

M onitor Fronterizo de Tucson informó a sus lectores que 68 familias mexicanas se

estaban organizando para emigrar a Sonora. E l Tiempo, 3 y 14 dic. 1889; Moisés

González Navarro, La colonización en México, op. cit., págs. 54 y 118-119; Enrique

Cortés, op. cit., págs. 5-6.

10 Recopilación de leyes, decretos y providencias de los poderes legislativo y ejecutivo de

la unión form ada p o r la redacción del “Diario O ficiar, t. 41, de julio a diciembre de

1888, México, Imprenta del Gobierno, en Palacio, 1886, pp. 494-495; Gilberto

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En 1887, bajo el patrocinio de la Compañía Mexicana Interna­cional Colonizadora, 125 familias mexicanas procedentes de Cali­fornia se asentaron en la colonia Carlos Pacheco en la ciudad portua­ria de Ensenada en el Distrito Norte de Baja California." Cinco años más tarde, en 1893, otra colonia fue formada en Tecate, Baja Cali­fornia, por 41 repatriados a quienes el gobierno mexicano había otorgado títulos de propiedad para establecerse allí. Para 1908 esta colonia tenía una población total de 293 personas y fue considerada por el gobierno como la más próspera y significativa de las colonias que había establecidas hasta aquella fecha.12

Los esfuerzos mejor planeados y más duraderos en términos de organizar colonias de repatriados en México fueron los emprendidos por Luis Siliceo, director del periódico El Colono y pariente de Ma­nuel Silíceo, un antiguo secretario de Fomento y destacado estadis­ta durante la época de la Reforma. En 1895 estaba convencido de que los mexico-estadunidenses podrían ser colonos ideales debido a su experiencia y conocimiento de modernas técnicas agrícolas, así como a su apreciación de la educación. Siliceo firmó un contrato con la Secretaría de Fomento para la compra, venta y colonización de un millón de hectáreas de terrenos baldíos y nacionales existentes en Chihuahua, Coahuila, Guerrero, México, Michoacán, Puebla y Ve- racruz. Para el año siguiente, 138 hombres y mujeres, formando un total de 46 familias, estaban inscritos en el proyecto de Siliceo. Una porción de este grupo, sin embargo, sin esperar direcciones y apoyo adicional por parte de Siliceo, salió rumbo a Laredo, Texas, y de allí

Loyo, L a política demográfica de México, México, S. Turan/as del Valle, “La Impre­

sora”, 1935, pp. 92-93; Enrique Cortés, op. cit., p. 5.

11 E l Tiempo, 24 marzo 1887; Adalberto Walther Meade, E l Distrito Norte de

B aja California, Mexicali, B.C., Universidad Autónoma de Baja California, 1986,

pp. 20-32.

12 D e hecho, la colonia establecida en Tecate se remontaba a 1879, cuando la

Secretaría de Fomento había encargado al jefe político del territorio la tarea de or­

ganizaría con una mezcla de repatriados y residentes locales. La Voz de México, 31

ago. 1879; Moisés González Navarro, La colonización en México, op. cit., pp. 121-122;

Enrique Cortés, op. cit., pp. 5, 7-8 y 12; Adalberto Walther Meade, pp. cit., pp.

84-86.

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varios de ellos se dirigieron para ocupar terrenos en La Sauteña, Ta- maulipas, que el gobierno mexicano les había ofrecido. Aquellos que se quedaron en Laredo pronto partieron para Morelia, Michoa- cán, donde, al juntarse allí con otros colonos reunidos por Siliceo, se asentaron en Zacapu, en el distrito de Pátzcuaro, y en Purépero, en el distrito de Zamora. En 1897, la colonia ubicada en Zacapu fue fortalecida por 60 familias procedentes de Luling, Taylor, Prairie

Lea, San Diego, González y otras comunidades de Texas. A princi­pios del año siguiente, 1898, otros 325 colonos repatriados se esta­blecieron en terrenos en el distrito de Güemes, cerca de Ciudad Victoria, Tamaulipas, donde se fundó la Colonia Patria. Después de otros intentos para fundar colonias de repatriados en terrenos cerca de la ciudad de México, Siliceo abandonó sus proyectos de coloni­zación, puesto que no contaba con el dinero suficiente para ayudar a los colonos hasta que pudieran alcanzar cierto grado de autosufi­ciencia y el gobierno mexicano tampoco estaba dispuesto a apo­yarles en este sentido. Aunque las colonias eventualmente se desin­tegraron, los colonos de manera individual hicieron una contribu­ción valiosa al desarrollo económico de las mencionadas regiones de Michoacán y Tamaulipas.13

Un individuo llamado José María Porras Lugo firmó en 1901 un contrato de colonización con la Secretaría de Fomento, a través del cual varias familias mexicanas de Estados Unidos fueron asentadas en terrenos nacionales pertenecientes al municipio de Janos, Chi­huahua. A finales de mayo de 1903, sin embargo, el contrato de Porras Lugo fue declarado caduco y pasó al poder del gobierno me­xicano. Aun cuando, para 1908, la población de la colonia había au­mentado a 280 personas, durante un largo tiempo su producción agrícola y ganadera permanecía estancada.14

Muchas otras personas y familias inmigraron a México durante este período de manera individual y no como parte de proyectos

IJ E l Tiempo, 10 sept. 1896 y 29 jun. 1897; Moisés González Navarro, La colo­

nización en México, op. cit., pp. 119-121; Enrique Cortés, op. cit., pp. 8-10 y 12.

14 Moisés González Navarro, La colonización en México, op. cit., pp. 122-123;

Enrique Cortés, op. cit., p. 10.

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que. trataban de grupos como los descritos anteriormente. Algunos se unieron a colonias compuestas por extranjeros de otras naciona­lidades. Por ejemplo, diez por ciento de los pobladores de Colonia Juárez en Chihuahua, fundada por los mormones, eran méxico-esta- dunidenses y la mayoría de las otras diez colonias mormonas esta­blecidas en México durante este período también incluían un número de miembros de este grupo étnico.15

El gobierno nacional y las compañías particulares no fueron los únicos en estimular la colonización de repatriados en México. El Partido Liberal Mexicano encabezado por Ricardo Flores Magón, consciente de las condiciones de explotación económica y discrimi­nación a que estaban sujetos los méxico-estadunidenses y obreros mexicanos residentes en Estados Unidos, hizo planes para su incor­poración a la nueva sociedad que esperaba construir en México. El artículo 35 del programa de reformas que emitió el 1 de julio de 1906 declaraba que: “A los mexicanos residentes en el extranjero que lo soliciten los repatriará el Gobierno pagándoles los gastos de viaje y les proporcionará tierras para su cultivo”.16

Durante la última década del gobierno de Díaz, la política de re­patriación, como en el caso de la inmigración extranjera en México en general, fue discutida vehementemente por los grupos de oposi­ción, que querían, a semejanza de los programas de reforma del go­bierno actual, detener la emigración de mexicanos del país por me­dio de aumentos salariales, mejoras en las condiciones del trabajo, la garantía de libertades individuales y el desarrollo de la economía rural.17 Sea como fuere, los proyectos de colonización de mexicanos emprendidos por el gobierno porfiriano continuaron durante los años de lucha armada de 1911 a 1920. Poco después de ser elegido

15 Enrique Cortés, op. cit., pp. 5-6, 10 y 12.

16 “Plan del Partido Liberal”, reproducido en Jesús Silva Herzog, Breve historia

de la Revolución Mexicana, 6ta. ed., México, Fondo de Cultura Mexicana, 1969, v. 1,

p. 99. Véase también la página 91 del mismo documento.

17 Moisés González Navarro, Población y Sociedad en México, 1900-1970 , México,

Universidad Nacional Autónoma de México, 1974, v. 2, p. 223; Enrique Cortés, op.

cit., p. 11.

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como presidente en 1911, a Madero le fue formulada una petición por parte del doctor Horacio E. López, Inspector Médico de Escue­las Nacionales del Distrito Norte de Baja California, para traer a 2 000 familias de mexicanos que por diversos motivos habían emi­

grado a Estados Unidos durante el porfíriato, con objeto de fundar cuatro colonias agrícolas -cada una de las cuales estaría compuesta de quinientas familias- en la región fronteriza del territorio de Baja California. López agregó que los voluntarios mexicanos de San Die­go que combatieron al lado de las fuerzas federales durante la cam­paña magonista en esta región en 1911 serían los primeros en recibir los beneficios de cualquier repartición que se hiciera en la zona.18 En 1912 el gobierno maderista repatrió a varios centenares de mexi­canos al ofrecerles terrenos gubernamentales con condiciones fáci­les de pago, así como la exención de derechos aduanales para que pudieran entrar al país con sus pertenencias. En 1913 una compañía particular facilitó el traslado de cerca de 400 familias de Texas a Coahuila como medio para ayudarles a escapar de las condiciones de pobreza y abusos personales que habían tenido que soportar en territorio estadunidense.19

A partir de esta época, sin embargo, los proyectos de coloniza­ción fueron dirigidos cada vez más hacia los trabajadores mexicanos en Estados Unidos que se encontraban sin empleo. Por ejemplo, a alrededor de 2 000 obreros mexicanos que se habían quedado sin empleo al iniciarse un paro en la construcción de las líneas ferroca­rrileras en Kansas a principios de 1914, se les ofreció trabajo en las haciendas de Tamaulipas, Veracruz y Yucatán, mientras que otros ocuparon terrenos creados por el fraccionamiento de latifundios en diversos lugares de la república.20

18 Dr. Horacio E. López y Luis Álvarez Gayou a Francisco I. Madero, 1 oct. y

28 sept. 1911, respectivamente, en Isidro y Josefina I. Fabela, eds., Documentos his­

tóricos de la Revolución Mexicana, México, Editorial Jus y Fondo de Cultura Econó­

mica, 1960-1973, v. 10, pp. 361-366.

I<; Moisés González Navarro, Población y sociedad en México, op. cit., v. 2,

pp. 224-225.

30 Ib id , v. 2, p. 225.

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Al iniciarse el año 1916, después de la derrota definitiva de las fuerzas de la Convención revolucionaria por la facción constitucio- nalista encabezada por Venustiano Carranza, se renovaron los pro­yectos de repatriación emprendidos por el gobierno maderista. Las autoridades coahuilenses ofrecieron establecer colonias con los me­xicanos residentes en Texas. Pero quizá debido a las condiciones turbulentas existentes en México, únicamente 33 aceptaron la ofer­ta. Sin embargo al año siguiente, 1917, con el restablecimiento de cierto grado de estabilidad y seguridad en el país, los gobiernos fe­deral y sonorense dieron pases gratis en ferrocarril a más de 10 000 repatriados, a varios de los cuales les fueron otorgados terrenos en la margen izquierda del río Colorado en Sonora. Como presidente interino de la república en 1920, Adolfo de la Huerta continuó esta política de proporcionar transporte gratuito a los repatriados, mien­tras que algunos empresarios particulares les ofrecieron terrenos en diferentes regiones para que las colonizaran.21

El presidente Obregón creó de manera provisional un departa­mento de repatriaciones que, entre 1921 y 1924, repatrió a alrede­dor de 30 000 mexicanos que se encontraban sin empleo en Estados Unidos. Se les otorgó dinero, alimentos y pasajes gratuitos en tren hasta las poblaciones del interior de México. Agobiado por proble­mas financieros en parte provocados por el estallido de la rebelión cristera, el gobierno de Calles se vio obligado a suspender ese apo­yo. Aún así, el trabajo de repatriación siguió con la ayuda de varias instituciones mexicanas de beneficencia y de las compañías petro­leras que ofrecieron llevar a los braceros en sus naves a cambio de la prestación de servicios durante el viaje. De esta manera, de 1926 a 1927 fueron repatriados 291 mexicanos procedentes de Estados

Unidos.22Debido a la contracción general de la economía mundial des­

pués de la crisis de 1929, un gran número de mexicanos que habían sido contratados en Estados Unidos por diferentes empresas fueron despedidos. También hubo menor demanda de la mano de obra

21 Ibid., v. 2, pp. 225-226.

22 Ibid., v. 2, pp. 226-227.

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mexicana en el campo, debido a innovaciones mecánicas en la agri­cultura. El número de inmigrantes mexicanos a Estados Unidos se redujo por lo tanto hasta el punto de casi cesar completamente. La crisis produjo mucho sentimiento antimexicano entre los anglo- estadunidenses, quienes acusaron a los mexicanos de quitarles los empleos que deberían pertenecerles a ellos. Este sentimiento resul­tó en una campaña de repatriación que afectó no sólo a los mexica­nos recién llegados, sino también a los nacidos en Estados Unidos. El National Origins Act (Decreto de los Orígenes Nacionales) de 1924 exigía que miembros de ciertos grupos raciales y étnicos como los mexicanos y chinos comprobaran su estancia legal en el país. Al­rededor de medio millón de mexicanos fueron repatriados de mane­ra forzosa, mientras que otros miles regresaron voluntariamente. La población mexicana en Estados Unidos declinó en general de modo significativo en este período.23

Al finales de 1932, se creó un Comité Nacional de Repatriación con objeto de reunir dinero para facilitar el asentamiento de los me­xicanos repatriados. A aquellos mexicanos que optaron por salir de Estados Unidos bajo petición del gobierno de aquel país, les fueron pagados los gastos de su traslado hasta la frontera por parte de las autoridades del condado correspondiente o por las instituciones pú­blicas de beneficencia. Aunque muchos de ellos habían sufrido la pérdida de sus ahorros a raíz de las numerosas quiebras bancadas que ocurrieron en Estados Unidos entre 1929 y 1934, varios pudie­ron regresar a México con sus menajes de casa, implementos agríco­las y otras pertenencias. Varios de los repatriados instalados en terre­nos que anteriormente formaban parte de haciendas, distritos de riego, etcétera, en los estados norteños de Baja California, Sonora, Sinaloa, Durango, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, mientras que

i! Mercedes Carreras de Velasco, Los mexicanos que devolvió la crisis, 1929-1932,

México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, pp. 57-66; David Pinera Ramí­

rez, coord., Visión histórica de la frontera norte de México, Tijuana, Universidad Autó­

noma de Baja California, Centro de Investigaciones Históricas, UNAM/UABC, 1987,

v. 3, pp. 163-167; Gilberto López y Rivas, Los chícanos: una minoría nacional ex­

plotada, 3ra. ed., México, Editorial Nuestro Tiempo, 1979, p. 56.

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a otros les fueron proporcionadas propiedades de una diversidad se­mejante en las entidades del centro y sur de la república, como Guanajuato, Guerrero, Oaxaca y Chiapas. En particular, se formaron colonias agrícolas en el valle de Mexicali, San Quintín, Ensenada y La Mesa de Tijuana en Baja California, Bacum y Hermosillo en So­nora, Delicias en Chihuahua, Anáhuac en Nuevo León, y río Bravo en Tamaulipas. No obstante, estos intentos de colonización inevita­blemente fracasaron debido a que la mayoría de los repatriados era de trabajadores industriales sin mucha idea de las características de las tierras que ocupaban en estos lugares. Al agotarse sus recursos, abandonaron las colonias para radicar en las grandes ciudades o en los centros industriales de Nuevo León, Coahuila, Puebla, Veracruz y el Distrito Federal. Como consecuencia, durante este período va­rios centros urbanos mexicanos registraron aumentos de población. Tal es el caso de Tijuana, cuya Colonia Libertad fue establecida en 1930 en gran medida por repatriados. A final de cuentas, entonces, aproximadamente el 80% de estos inmigrantes terminó por asentar­se en los diversos pueblos, el 15 por ciento en los grandes centros metropolitanos y el 5 por ciento en las colonias fundadas específica­mente para ellos.24

Los proyectos de repatriación que se dieron a finales de la déca­da de 1920 y los años iniciales de la Gran Depresión coincidieron con una campaña nacionalista en favor de “la raza, de nuestra eco­nomía y de nuestra cultura”. Al mismo tiempo que se llevaba a cabo la tarea de repatriar a los mexicanos en Estados Unidos, se realiza­ban esfuerzos por inculcar en los nuevos inmigrantes el espíritu de pertenencia a su país de origen o al de sus antepasados.25

24 Mercedes Carreras de Velasen, op. cit., págs. 113-128; Laura Cummings, Don

Zeferino: villista, bracero y repatriado, Tijuana, B.C., Centro de Investigaciones His­

tóricas, UNAM-UABC, 1981, pp. 19-23; México. Instituto Nacional de Estadística,

Geografía e Informática, Estadísticas históricas de México, México, 1985, p. 4; David

Piñera Ramírez, coord., Visión histórica de la frontera norte de México, op. c it.,, v. 3, pp.

167-168; Jorge A. Bustamante, Historia de la Colonia Libertad, Tijuana, B.C., El

Colegio de la Frontera Norte, 1990, págs. 16-17.

25 Moisés González Navarro, Población y sociedad en México, op. cit., v. 2, pp.

235-236.

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El número de repatriados disminuyó notablemente al iniciarse el régimen cardenista en 1934. No obstante el gobierno mexicano, al considerar a los mexicanos en Estados Unidos como obreros capa­citados en el uso de las modernas técnicas agrícolas e industriales,

continuó promoviendo el traslado a México de aquellos que, al que­darse sin empleo o en condiciones de pobreza en Estados Unidos, estuvieran dispuestos a inmigrar. Durante el período de 1934 a 1939 casi 100 000 personas con sus familias fueron enviadas a colonias nuevamente establecidas o renovadas en Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí, Jalisco y otros estados. Cabe destacar que los programas de reforma agraria que se dieron a lo largo del período a partir de 1917, pero sobre todo durante la administración de Cárdenas, mostraron ser un incentivo muy importante para los colonos. En lugar de convertirse simplemente en peones en las haciendas, podrían ganarse la vida al trabajar sus propios terrenos.20

Aunque la repatriación decreció marcadamente durante la épo­ca de la Segunda Guerra Mundial debido a la gran demanda de mano de obra mexicana por parte de la industria bélica estaduni­dense y de otros sectores de la economía, especialmente de la agri­cultura, el gobierno mexicano siguió destinando cierto porcentaje del presupuesto anual a la causa repatriadora. Estas condiciones prevalecieron durante el período de posguerra hasta 1954, cuando comenzaron las expulsiones masivas de trabajadores indocumenta­dos de Estados Unidos. Durante las dos décadas subsecuentes, los proyectos de repatriación por parte del gobierno mexicano fueron más modestos y limitados en su alcance. En 1958 Mario Lazo, ex­cónsul de México en Chicago, propuso la venta de terrenos nacio­nales a largo plazo a través de la creación de un banco refaccionario establecido específicamente para repatriar a mexicanos jubilados en Estados Unidos y a otros que contaban con cierta cantidad de aho­rros. En 1960, como otro ejemplo, un terrateniente duranguense hizo un donativo de terrenos para acomodar a 25 familias mexicanas procedentes de Los Angeles, California.27 A partir de mediados de

* Ibid., v. 2, pp. 236-238.

27 Ib id , v. 2, pp. 237-239.

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la década de 1970; sin embargo, estos esfuerzos cesaron casi por completo, a raíz de los problemas provocados por la crisis petrolera así como por las sucesivas devaluaciones del peso frente al dólar, con la consecuente decaída en el nivel de vida de los mexicanos en

general.En breve, la repatriación de mexicanos de Estados Unidos ha

sido un proceso continuo desde la delimitación de la frontera entre los dos países en 1848. El gobierno mexicano jamás se ha olvidado de la población mexicana que vive al otro lado de esta línea diviso­ria y siempre se ha mantenido dispuesto a reubicarlos en el evento de que se quedaren descontentos o sin posibilidades de continuar en el extranjero. Además, aun cuando ha contado con pocos recur­sos económicos para satisfacer las necesidades de los ciudadanos que viven dentro de los límites de su propio territorio, en general ha ofrecido cierto apoyo a los que desean repatriarse, en la forma de empleo o pasajes gratuitos para trasladarse a México. Esta actitud confirma la noción de que el gobierno mexicano nunca ha querido o considerado conveniente “exportar” a sus ciudadanos a otros paí­ses. Más bien, ha intentado y sigue intentando aprovechar de la

mejor manera posible la mano de obra con que cuenta y, dentro de sus posibilidades limitadas, tratar de proporcionar a los que se hayan emigrado al extranjero una alternativa viable en caso de que deci­dan regresar a casa o al país de sus antepasados y de su herencia cul­tural.