La realidad psicológica

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Un ensayo sobre el manejo de la realidad humana

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LA REALIDAD PSICOLÓGICA

Un ensayo sobre la construcción de la realidad humana

Mag. Dante Bobadilla Ramírez

Universidad de San Martín de Porres Facultad de Medicina Humana Lima - Perú

La realidad no existe. Nos lo advirtieron varios filósofos durante siglos; pero hoy esto no es un asunto de la filosofía sino de la psicología. Obviamente no nos referimos a la realidad del mundo exterior que es objeto de la física, pues negarla equivaldría a negarnos a nosotros mismos y eso no tendría ningún sentido. Pero esa realidad a la que generalmente llamamos “del mundo exterior” no es la que nos interesa aquí sino aquella con la que vivimos y actuamos, la que se representa a cada momento en nuestra conciencia y que es el objeto de la psicología. En consecuencia, antes de proseguir, tenemos que admitir al menos dos versiones de la realidad y distinguir entre la realidad física y la realidad psicológica. ¿Cómo se distinguen y cuál es la frontera entre ambas? ¿Hay alguna otra? Trataremos de abordar este asunto brevemente en este trabajo.

Por las características de su equipo biológico, el ser humano capta sólo una porción mínima de la realidad física. El espectro visible es muy estrecho, ocupa de 3,9 x 10-7 m a 7,7 x 10-7 m (o 390 nm a 770 nm) de un espectro que va de < 10-14 m (rayos cósmicos) hasta las ondas largas de radio > 106 m. Algo muy similar ocurre con los sonidos que percibe nuestro aparato auditivo, los que van en el rango de frecuencias de 20 a 20 000 Hz. Por último no tenemos más que cinco precarios sentidos para reconocer apenas -y sólo apenas- nuestro ambiente más inmediato. Algunas aves y mamíferos marinos pueden percibir el magnetismo de la Tierra. Otros animales son sensibles a las vibraciones del planeta y advierten con anticipación la erupción de los volcanes y los terremotos. Nada de esto le es dado al ser humano, pero no hay problema con ello ya que nos hemos configurado como una especie que responde a esa porción de realidad física y ese es nuestro nicho de realidad. Cada especie sobre el planeta -los que viven bajo tierra, los que habitan en fondos marinos o cuevas oscuras, como aquellos con los que compartimos la superficie- se limita a responder a la escasa porción de realidad física que su equipo biológico le permite captar, ya que tiene pues su propio nicho de realidad, de modo que debatir con una lombriz de tierra acerca del aspecto que tiene la realidad, conllevaría a severas e insalvables discrepancias, las cuales serían en todo caso inútiles. Ignoramos cuál de las especies capta mejor la realidad física. Los hombres tenemos la pretensión de ser esa especie, pero esto no es más que pura vanidad injustificada. Ni siquiera sabemos con exactitud a qué nos referimos cuando hablamos de “realidad física”, ya que apenas sospechamos que existe.

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Muchas especies tienen sentidos más desarrollados que el hombre. Hay animales que pueden ver perfectamente en la oscuridad o, para decirlo más apropiadamente: en nuestra oscuridad. Y aun existen especies dotadas de curiosos y únicos equipos biológicos de reconocimiento de la realidad física, ciertos tipos de sonar y radar como los empleados por delfines y murciélagos, y otros cuyas funciones tan sólo se especulan, como la lengua bífida de los reptiles. En fin, lo que importa reconocer hasta aquí es que la realidad física, efectivamente, resulta mucho mayor de lo que puede llegar a captar especie alguna sobre la Tierra, y más aun el hombre con toda su arrogancia. Todo esto debería llevarnos a plantear una simple pero fundamental cuestión: ¿Cómo es que el hombre ha podido desarrollarse tanto si tiene tantas limitaciones para reconocer la realidad que le rodea? ¿Cómo ha logrado superar a otras especies mejor dotadas para reconocer su medio físico y para desenvolverse con mayor eficiencia en él, e incluso con mayor inteligencia y astucia?

Una sola parece ser la respuesta lógica: el hombre ha prescindido de la realidad física para construir su propia realidad, una en la que el mundo físico es apenas un referente circunstancial. De hecho podemos afirmar que el ser humano responde a la realidad más compleja concebible, pero esto no es debido a la mayor cantidad de receptores o a la mejor calidad de su equipo biológico sensorial, lo cual –como acabamos de ver- no es cierto, sino por la condición muy especial de contar con algo único de nuestra especie: la conciencia. Esa es la diferencia crucial del ser humano. La conciencia no es más que una especie de teatro en el que tiene lugar la representación de nuestra propia realidad1, esa que hemos dado en llamar “realidad psicológica”. El aspecto más peculiar de ella es que nosotros mismos somos los directores de esa representación teatral. De tal forma que nuestra realidad humana, estrictamente hablando, no existe. Ni siquiera cuando simplemente observamos el panorama porque el hombre, como director de esta representación, siempre le añade su propio guión. Así, el día no es sólo el día sino que es bonito o es feo, el clima es bueno o es malo, el tiempo es corto; la tarde, pesada. Todos los objetos de la realidad se representan en la conciencia no sólo con los atributos físicos que poseen y que somos capaces de percibir, aunque sea de una forma limitada, sino que además, inevitablemente, cargan con una serie de nuevos e inusitados atributos de índole psicológica, es decir, los que el mismo ser humano les otorga. En tal sentido, la realidad humana es en verdad una realidad aumentada, transformada, retocada y, esencialmente, falsa. El hombre no vive ligado a la realidad física como lo hacen las demás especies. Si bien no puede prescindir totalmente de ella, habita mayormente en otra realidad que podríamos denominar de segundo nivel, en la que cobran relevancia sus propias definiciones, atributos, conceptos y significados.

De hecho, a diferencia de lo que ocurre con otras especies, para los seres humanos las cosas no son lo que son sino lo que queremos que sean. Nada es algo por sí mismo, lo es recién en el momento en que una persona le da un sentido, le otorga un significado. Las cosas del mundo físico trascienden en la conciencia para convertirse siempre en algo más, incluso a veces en algo esencialmente distinto de lo que son. Una cruz para los cristianos no es sólo un par de maderos atravesados. Una bandera no es tan sólo una tela de colores. Estos elementos se transforman en la conciencia para adquirir atributos inesperados que cambian su verdadera esencia de una manera radical. Una piedra puede ser un mineral, un arma, una herramienta, un adorno y hasta un objeto sagrado. El día no es nada más que un día sino que

1 Baars, Bernard, “IN THE THEATRE OF CONSCIOUSNESS”, Journal of Consciousness Studies, 4, No. 4,

1997, pp. 292-309

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puede ser lunes, feriado, el día de la independencia, y cada uno de estos conceptos le otorga un significado diferente a un día que no es más que un día cualquiera para cualquier otra especie.

Como vemos, el mundo de los humanos no es un mundo de objetos solamente sino además –y sobre todo- de conceptos y significados. Cada objeto o fenómeno de la realidad física está asociado con una serie de conceptos y significados en la conciencia del sujeto que los percibe. Por tal condición los seres humanos nunca interactuamos con los objetos mismos directamente sino con sus significados, y estos son siempre arbitrarios en cada persona. Por esta razón los seres humanos tienen que establecer consensos sociales que les permitan definir lo que es su realidad y construir así una nueva realidad que es en última instancia una realidad social, lo que podríamos considerar un tercer nivel de realidad que trata de conciliar las distintas perspectivas individuales. Visto así, una comunidad es el conjunto de personas que han establecido una serie de consensos para definir lo que será su mundo, en el cual, por ejemplo, un individuo será juzgado de una manera específica si adora una piedra, una cruz o un astro; si tiene una o más esposas, si la mujer se inicia sexualmente a los 12 o 18 años, etc.

Podemos concluir en que el mundo de los seres humanos está construido por tres elementos fundamentales: mundo físico exterior, conceptos y significados. Todo lo que no tiene un significado es un intruso del mundo físico y lo ignoramos, no podemos interactuar con él porque no significa nada, no lo entendemos; es como una grafía cirílica en medio de un texto occidental. El ser humano le otorga valor a las cosas basándose no en el aspecto físico ni en el concepto sino en el significado que ellas tienen para él. Por ejemplo, una piedra lunar que a nadie le sirve para nada, adquiere de pronto un enorme valor sólo por su significado. Y lo mismo podríamos decir del oro. En consecuencia, nos parece claro advertir que las cosas para los seres humanos tienen un concepto, que los define como tal, pero a su vez cargan con un significado que les otorga una importancia intrínseca. Puede haber un consenso en cuanto a conceptos pero no en significados.

Para resumir lo dicho hasta aquí establezcamos que todos los objetos tienen para el ser humano atributos que podríamos diferenciar de la siguiente manera:

a) atributos físicos, como el tamaño, peso, forma, solidez, etc. b) atributos psicofísicos, como el color, olor, sabor, etc. y c) atributos psicológicos, como valor, importancia, calidad, etc.

Convengamos en que son los atributos del tercer tipo los que más peso tienen en el mundo de los humanos y que conforman la mayor parte de su realidad. Para mejorar la comunicación, vamos a ensayar una definición de los términos “concepto” y “significado” según el uso que les vamos a dar en estas líneas. Un concepto es fundamentalmente una construcción lógica elaborada con ideas, correctas o incorrectas; define las cosas, explica los hechos, expresa ideas, se trasladan mediante las palabras y nos permiten entendernos porque forman parte de la cultura y la comunidad. En este sentido, una comunidad es el grupo de personas que se comunica mediante conceptos comunes. Por otro lado, un significado es más bien una vivencia subjetiva muy personal que concierne a todo el ser; no la podemos explicar con palabras, es algo que nos sucede por dentro y nos crea una tendencia interna, una actitud que impulsa la voluntad en una dirección, una sensación que finalmente acaba por ser agradable o desagradable pero con matices diversos que

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se diluyen en la profundidad del ser y se integran al yo. Los significados implican pues –necesariamente- un esquema biológico específico muy personal.

En efecto, los conceptos son normalmente comunes y aceptados por todos aunque pueden discutirse y llegarse a un consenso, en cambio los significados, al ser personales, carece de todo sentido discutirlos, no podemos hacer un consenso sobre ellos. Pongamos un ejemplo simple: todos sabemos lo que es un cambio de año: el fin del calendario y el inicio de uno nuevo. Este hecho que es básicamente una formalidad conceptual, adquiere los más grandes significados en muchas personas que se preparan con anticipación para el “acontecimiento” y motiva las más variadas conductas. En la realidad no existe ningún acontecimiento; el único suceso ocurre en la conciencia de las personas que se sienten profundamente afectadas por el significado que este concepto adquiere en su ser. El concepto del cambio de año es exactamente el mismo para todos aquellos que comparten una misma cultura regida por un calendario específico y nadie discute esto, pero los significados que promueve este concepto varían en cada persona, son diversos y muy individuales, van desde aquellos a los que no les interesa nada, hasta aquellos para quienes constituye un evento trascendental. Sería inútil tratar de establecer un consenso de significados.

Los significados exigen una vivencia, los conceptos no. Tenemos muchos conceptos que no significan nada y muchos significados sin un concepto claro. Todos tenemos el concepto de la muerte, por ejemplo, más nadie sabe lo que significa estar muerto. El significado de la muerte para nosotros está siempre referido a la muerte de otros. En ese sentido la muerte adquiere un significado indirecto como suceso ajeno, pero resulta difícil ubicar el significado de nuestra propia muerte, de lo cual manejamos solo el concepto. En el instante en que nuestra propia muerte empieza a cobrar un significado, nos asalta una sensación nueva y desconocida, la desesperación quizá.

Esto tiene una importancia singular en el proceso psicoterapéutico, pues es muy común descubrir que las personas no tienen significados de cosas tan importantes como de su propia vida, de su futuro, de su ser, de su existencia en el mundo. Cierto tipo de psicoterapia se ocupa precisamente de que las personas obtengan estos y otros significados fundamentales para el ser humano2 con el propósito de conseguir un cambio favorable.

Gracias a nuestras vivencias, todas las cosas significan algo para nosotros: una posibilidad, un peligro, una tentación, una esperanza, un placer; estos significados surgen internamente con la experiencia vivida, pero también pueden surgir de la meditación profunda como ocurre en cierta psicoterapia, en el misticismo o en la filosofía oriental. En cambio los conceptos por lo general vienen de afuera, llegan con el lenguaje, se comparten con la comunidad y se manejan en un nivel abstracto, sin comprometer al ser. Se puede estar plenamente de acuerdo con ellos pero si no significan nada para nosotros, no nos involucran. Esto ocurre típicamente con las normas. Estamos de acuerdo con ellas pero si no significan nada para nosotros, no estamos motivados a cumplirlas.

Otra área en la que podemos apreciar claramente la confrontación entre conceptos y significados es el lenguaje. Las palabras no son solo conceptos simbolizados, pues cada palabra carga también con un significado que le otorga su real valor. Así, hay palabras buenas y malas, suaves, fuertes, dulces, aceptables e inaceptables. Lo

2 Yalom, Irving D. “Psicoterapia existencial”; Herder, Barcelona, 1989.

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más curioso es comprobar que a menudo la comunicación emplea palabras de las cuales no manejamos un concepto claro, y a veces simplemente ningún concepto, pero las empleamos tan sólo por su significado interno. Muchas palabras de uso corriente no pueden ser definidas en conceptos formales, no obstante se usan sin ningún problema ya que las empleamos por el significado que nos promueven. Si de pronto pedimos a alguien que nos dé su concepto de la palabra que acaba de mencionar, encontrará serias dificultades para hacerlo, y hasta es posible que no pueda. Más aun, existen palabras que simplemente carecen de concepto, pero cargan con un enorme significado, como “carajo”. Debido al manejo separado de estas dos instancias del lenguaje, puede presentarse la paradoja de que una palabra sea conceptualmente un insulto, y sin embargo tener un significado totalmente opuesto; y los hay que mutan sus significados de un extremo a otro, como “cholo”. Por ello podemos afirmar que las personas se comunican más por el significado que por el concepto de las palabras3.

Pero no solo los objetos, los fenómenos y las palabras sino también las personas adquieren un significado muy particular. Para un hombre el concepto de mujer es muy simple, quizá dos o tres palabras la definen rápidamente; pero el significado que alcanza una mujer en el hombre es probablemente uno de los más intensos y gravitantes de su experiencia humana. Sin duda en la mujer ocurre lo mismo respecto del hombre. En principio, para nadie es lo mismo estar con un hombre que con una mujer4. Todo cambia profundamente, la atmósfera es distinta por el significado que adquiere el sexo opuesto, nuestro esquema vital se modifica, surgen distintas actitudes. En este caso se trata de un significado que llega oculto en nuestra herencia antropológica y genética. Muchas cosas parecen tener ya un significado innato posiblemente proveniente de etapas evolutivas previas y nos motivan una actitud natural, como el miedo intenso que suscitan los reptiles en la mayoría de las personas5, o el significado universal de los colores según Lüscher6. Aunque parece ser que la gran mayoría de nuestros significados son adquiridos durante la experiencia de la vida y en contacto con nuestro medio.

Es imposible no advertir que existen algunos “significados” de tipo cultural que se adquieren por una especie de “contagio” dentro de la comunidad, especialmente cuando se comparten conductas cargadas de emoción, como cuando se grita un gol o se entra en un trance místico multitudinario. Cualquier conducta colectiva muy vehemente nos promueve una emoción que pasa a formar parte del significado psicológico que le atribuimos al fenómeno o a la circunstancia, tal como nos es presentada. La consecuencia de esto es que se produce una sincronía emocional entre los miembros de esa comunidad, sea una familia, una nación, o las personas que accidentalmente se encuentran juntos en un lugar, como en un estadio o una iglesia, lo que se traduce en “significados comunes”. Gracias a esto hay un significado común para la patria, la bandera, la cruz, la imagen de Cristo, etc.

De lo dicho hasta aquí, es pues fácil admitir que la realidad psicológica, es decir, la realidad humana, poco tiene que ver con la realidad física. A la luz de los estudios antropológicos culturales, resulta evidente que en los últimos 500 años la humanidad se ha trasladado casi por completo a su realidad psicológica, y es precisamente gracias a ello el tremendo avance que han adquirido la sociedad, la cultura y la

3 Lotar Schmidt-Atzert, “Psicología de las emociones”, p 73

4 Marías, Julián. “La mujer en el siglo XX”

5 Dawkns, Richard. “Las bases biológicas de la conducta”

6 Max Lüscher, “Test de los Colores”

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ciencia en este tiempo. Se diría con acierto que la única porción de la humanidad vinculada hoy directamente con la realidad física es la ciencia, o para ser más exactos las ciencias naturales, todo lo demás es absolutamente arbitrario: modas, leyes, creencias, tendencias, políticas, etc., lo que de hecho incluye a las “ciencias humanas y sociales”. Esto hace que sea muy difícil hablar de “realismo” ya que la realidad humana es una realidad de segundo nivel, una realidad “interpretada” en la conciencia. La realidad humana es pues una realidad construida culturalmente.

El surgimiento de la conciencia significó también el fin de la objetividad, es decir, de la referencia directa del objeto en el pensamiento y la vinculación inmediata entre este y la acción. La conciencia se interpuso entre ambos y creó una sala intermedia donde surgían la memoria y el juicio. Los objetos adquirieron un nombre y esto formó conceptos abstractos, luego llegó el lenguaje. Los sucesos alojados en la memoria también se convirtieron en conceptos y se pudieron por fin pensar y narrar los hechos7. En ese momento evolutivo, la naturaleza adquirió un significado diferente para el ser humano, las cosas ya no eran sólo las cosas sino que empezaron a tener un sentido. La realidad no sólo se reflejaba en la conciencia sino que terminaba de construirse con atributos adicionales y se transformaba en una nueva realidad, una realidad psicológica que era distinta, mucho más compleja y amplia, pero también más frágil. En adelante el hombre habitaría en esa realidad. Ya no respondería únicamente al mundo físico que lo rodea sino a su propia realidad interior, y fue así que empezó a distinguirse de las demás especies. Entonces, y sólo entonces, inició el nuevo camino evolutivo hacía la humanización. En consecuencia, el mayor acontecimiento después de la aparición de los homínidos es realmente algo que ha pasado inadvertido: el surgimiento de una nueva realidad psicológica que suplantaba a la realidad física superándola, transformándola y mejorándola. En otras palabras, fue la aparición de la conciencia como un fenómeno mental producto de las nuevas capacidades totalizadoras e integrativas del cerebro evolucionado del ser humano. Tradicionalmente el ser humano era visto y explicado tan sólo como un simple o complejo tramado de reflejos condicionados e incondicionados8, pero este tipo de explicaciones siempre resultaron insuficientes y hasta absurdas.

La aparición de esta realidad psicológica en la conciencia generó un nuevo proceso evolutivo totalmente distinto e inesperado, un proceso que ya no estaba dirigido por las necesidades de adaptación al mundo físico sino por las necesidades impuestas en la tarea de construir una realidad psicológica de carácter social. Como resultado de esto surgieron características únicas del ser humano tales como el idioma y los símbolos, pero también el amor, la envidia, la esperanza, el rencor, etc. Luego aparecieron estructuras de carácter social más complejas como la solidaridad y la religiosidad9. Gracias al lenguaje fue posible dar el salto mayor y estructurar una realidad psicológica de carácter social más complejo que sincronizó a los miembros de una comunidad. Inicialmente fue sólo el compartir una misma interpretación de los fenómenos buscando aplacar sus temores y satisfacer sus necesidades básicas de seguridad. Es allí cuando surgen las primeras formas de religión, cuando se adoptan dioses protectores, que al principio eran los mismos elementos imponentes e intimidatorios de la naturaleza como volcanes, montañas, astros, etc. Cuando el lenguaje y la conciencia lo permitieron, fueron dioses abstractos encerrados en una

7 Tooby J.; "Brain and Mind: Evolutionary Perspectives" Eds M.S. Gazzaniga HFSP, Strasbourg, 1998

8 Linton, Ralph. “Estudio del hombre”, Fondo de Cultura Económica, México, 1967.

9 Barkow J., & Cosmides L.; “The adapted mind: Evolutionary psychology and generation of culture”;

Oxford University Press, NY, 1992

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mitología que se hacía cada vez más compleja en el correr de los tiempos. En este sentido podríamos afirmar que todo aquello que conforma una cultura, no es más que una especie de “realidad psicológica social”, es decir, un tercer nivel de realidad completamente arbitrario y humano.

La principal característica y la ventaja fundamental que tienen la realidad psicológica y la realidad social, es que en ellas el hombre puede crear todo cuanto le place, pero en especial, todo cuanto necesita para sí mismo. Y lo que más necesita es protección y seguridad. Esto hizo que los primeros seres humanos hayan coincidido inicialmente al crear como primer producto cultural sus diversas religiones y, a la vez, instalar el pensamiento religioso como un modelo básico de análisis y juicio para elaborar su propia realidad humana, tanto la individual como la social, las cuales, como ya afirmamos, ciertamente no existen más allá de nuestra conciencia.

Este artículo fue publicado en la revista de la Facultad de Medicina Humana de la Universidad de San Martín de Porres, 2005 II – Vol. 5 – 2.