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LA PRESENCIA Y FUNCIÓN DE LOS MITOS EN TRES AUTORES DEL XVII: CÁSCALES, SAAVEDRA Y GRACIÁN FRANCISCA MOYA Universidad de Murcia El siglo XVII español, en especial su primera mitad, es bien sabido, está caracte- rizado por una riqueza literaria e intelectual fuera de lo común; han pasado las gran- des empresas, han desaparecido expectativas económicas, España está arruinada y decepcionada; es el momento -para algunos- de pensar, de escribir, de hacer la críti- ca. Es el Barroco. Las grandes figuras de la poesía ocupan en este Coloquio un lugar principalísimo; también los prosistas luchan por tener el suyo, aunque el tema que nos reúne parece hacerles más difícil a ellos, y a mí, salir airosos de esta prueba. Ciertamente, la mito- logía ha fecundado desde sus inicios hasta el día de hoy la literatura española, alcan- zando naturalmente también las páginas de la prosa, aunque de modo distinto y, en general, más raramente, pues la inmensa potencialidad del mito queda encauzada y, a veces incluso, frenada por el decoro, habiendo obras en que su ausencia no sólo está justificada, sino que su presencia sería pedante e inoportuna. Obra, tema e ideología, época y autor son los que condicionan la presencia y función de los mitos. Nos corresponde hablar de mitos en la prosa de tres autores, que pertenecen a una misma época, que, desde su diferencia, comparten algunos rasgos. La época es el Barroco y el espíritu del Barroco está detrás de los mitos que vamos a encontrar; ellos, los tres, no hay duda, conocen sobradamente los mitos clásicos y las recrea- ciones literarias y pictóricas; son personas cultas que tienen relaciones muy intensas y evidentemente fecundas con diferentes personalidades del mundo de la cultura, con estudiosos y humanistas de la época, de fuera y dentro de España; en fin, no hay que insistir en que conocen perfectamente el mundo clásico. Ahora bien, ¿qué cabida tiene la mitología en su producción? ¿qué clase de mito- logía podemos encontrar o de qué manera y con qué función? Intentaremos abordar- lo y dar respuesta, aunque sea sólo por razones sentimentales 1 . 1 Cuando el Profesor López Férez, amigablemente, me sugería o, mejor, encomendaba tema tan sor- prendente (¿la mitología en Cáscales, Saavedra, Gracián?), apelaba a algo tan fuerte como es la tierra; en su condición de murciano pedía a una murciana que hablase de murcianos (dos de tres); era un reto al que en aras de la amistad merecía la pena enfrentarse. la mitología clásica en la literatura española. Panorama diacrónico, J. A. López Férez (ed.) Madrid, Ediciones Clásicas, 2006,619-638.

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LA PRESENCIA Y FUNCIÓN DE LOS MITOS EN TRES AUTORES DEL XVII: CÁSCALES, SAAVEDRA Y GRACIÁN

FRANCISCA MOYA

Universidad de Murcia

El siglo XVII español, en especial su primera mitad, es bien sabido, está caracte­rizado por una riqueza literaria e intelectual fuera de lo común; han pasado las gran­des empresas, han desaparecido expectativas económicas, España está arruinada y decepcionada; es el momento -para algunos- de pensar, de escribir, de hacer la críti­ca. Es el Barroco.

Las grandes figuras de la poesía ocupan en este Coloquio un lugar principalísimo; también los prosistas luchan por tener el suyo, aunque el tema que nos reúne parece hacerles más difícil a ellos, y a mí, salir airosos de esta prueba. Ciertamente, la mito­logía ha fecundado desde sus inicios hasta el día de hoy la literatura española, alcan­zando naturalmente también las páginas de la prosa, aunque de modo distinto y, en general, más raramente, pues la inmensa potencialidad del mito queda encauzada y, a veces incluso, frenada por el decoro, habiendo obras en que su ausencia no sólo está justificada, sino que su presencia sería pedante e inoportuna. Obra, tema e ideología, época y autor son los que condicionan la presencia y función de los mitos.

Nos corresponde hablar de mitos en la prosa de tres autores, que pertenecen a una misma época, que, desde su diferencia, comparten algunos rasgos. La época es el Barroco y el espíritu del Barroco está detrás de los mitos que vamos a encontrar; ellos, los tres, no hay duda, conocen sobradamente los mitos clásicos y las recrea­ciones literarias y pictóricas; son personas cultas que tienen relaciones muy intensas y evidentemente fecundas con diferentes personalidades del mundo de la cultura, con estudiosos y humanistas de la época, de fuera y dentro de España; en fin, no hay que insistir en que conocen perfectamente el mundo clásico.

Ahora bien, ¿qué cabida tiene la mitología en su producción? ¿qué clase de mito­logía podemos encontrar o de qué manera y con qué función? Intentaremos abordar­lo y dar respuesta, aunque sea sólo por razones sentimentales1.

1 Cuando el Profesor López Férez, amigablemente, me sugería o, mejor, encomendaba tema tan sor­prendente (¿la mitología en Cáscales, Saavedra, Gracián?), apelaba a algo tan fuerte como es la tierra; en su condición de murciano pedía a una murciana que hablase de murcianos (dos de tres); era un reto al que en aras de la amistad merecía la pena enfrentarse.

la mitología clásica en la literatura española. Panorama diacrónico, J. A. López Férez (ed.) Madrid, Ediciones Clásicas, 2006,619-638.

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El papel que tuvo la mitología en la prosa del Barroco quizá nos sea fácil vis­lumbrarlo desde nuestro momento histórico y cultural, en que surge con sus miserias y glorias un nuevo Barroco, el Neobarroco, y quizá también lo podemos adivinar si miramos de soslayo hacia aquel tiempo, con grandes similitudes, de la sátira latina, de un Persio, Juvenal o Marcial, bastante cansados de cocidos de Tiestes, de Filis y demás heroínas románticas y desgraciadas sufriendo de amores; es evidente que en esta prosa nuestra no hay demasiado lugar para contar bellos mitos ni para idealizar historias en cuentos.

A la mitología, pues, acudirán nuestros autores con medida y con razón, eligien­do los mitos que respondan a sus inquietudes, los momentos o versiones que den luz a cuestiones o problemas actuales, que sirvan de ejemplo o valgan para la crítica; intentaremos comprobarlo en este recorrido que vamos a hacer por algunas de sus obras.

De Cáscales, preceptista literario, escritor de obra histórica, como lo fuera tam­bién Saavedra y Fajardo, la perspectiva desde la que abordamos hoy su producción nos obligaba a elegir las Cartas filológicas, pues su traducción y comentario del Ars poética de Horacio o sus Tablas poéticas, aunque presentan en sus páginas los nom­bres más importantes de la mitología clásica, lo hacen en textos de Horacio o de mano de Homero o Virgilio al ilustrar la preceptiva con la que pretende Cáscales enseñar cómo hay que escribir de acuerdo con las reglas. De Saavedra tenemos en cuenta Empresas políticas, y la República literaria, pues en cada una de ellas el tra­tamiento del mito es distinto. De Gracián hemos elegido su más importante obra, El Criticón2, una de las mejores de la literatura española, dejando fuera, por semejantes razones que las Tablas poéticas de Cáscales, la magnífica e impresionante Agudeza y arte de ingenio. En todos los casos, sin embargo, pese a los ejemplos que vamos a traer aquí, la presencia de la mitología, si se tiene en cuenta el cuerpo de las respec­tivas obras, no es ni mucho menos abundante; es, más bien, moderada.

No voy a ofrecer el recuento, ni el cuento, de los mitos que aparecen; tampoco hablaré de fuentes, puesto que en rigor no existen; los mitos o personajes mitológi­cos evocados pertenecen al acervo cultural común, están integrados en el mundo lite­rario que representan las obras, y da igual que aquella figura, o aquel tratamiento, apareciese en Homero o Virgilio, Eurípides o Séneca, Píndaro u Ovidio, o sea fiel o implique variantes o, incluso, errores, puesto que, al incluirlos en las obras, no se trata de llevar a cabo una recreación poética a base de impulsos sumados.

Me interesa insistir en el porqué de su presencia, amén de recordar que en estas obras los personajes del mito son "propios", familiares y cercanos, de los que se puede hablar, a los que se puede mencionar o recurrir, y estos personajes del mito están junto a otros vivos de verdad (César o Carlos Quinto), compartiendo espacio literario, ocupando un papel breve, pero singular, en las páginas de una prosa mag-

2 Sigo las ediciones siguientes: F. DE CáSCALES, Cartas filológicas, 3 vols., ed. de J. García Soriano, Madrid, Clásicos Castellanos, 1930, 1940, 1941 respectivamente; D. SAAVEDRA FAJARDO, Empresas polí­ticas, ed. de F. J. Diez de Revenga, Barcelona, Planeta 1988; ID. República literaria, ed. de V. García de Diego, Madrid 1922; B. GRACIáN, El Criticón, ed. de E. Correa Calderón, 3 vols. Madrid, Clásicos Castellanos, 1971.

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nífica, cuya relectura me ha dado grandes satisfacciones; es un gozo toparse con un castellano, trasunto de un ingenio par, que, como el de Gracián, por ejemplo, es reputado como de los mejores de nuestra lengua, o con la gracia de la magnífica pro­sa llena de irónica agudeza de Saavedra, o con la propia de Cáscales, con quien, siguiendo un orden cronológico, vamos a comenzar, no sin antes recordar de nuevo que el mito sirve para decir más con menos palabras, que sirve para la crítica, y tam­bién para el elogio, que puede ser explicado e interpretado, pero también invertido.

La historia de un mito, independientemente de cómo éste se haya forjado, se incorpora al nombre del personaje mitológico y decir, por ejemplo, "Sísifo" evoca todo un mundo de realidades, el esfuerzo, la desesperanza, el abatimiento, y es fácil que acuda a la mente incluso la pintura del hombre que trata de ascender monte arri­ba empujando la roca o, en otro momento más desesperado, rodando bajo el propio peso de la piedra. Es la función evocadora del mito, que lanza una serie ilimitada de notas sobre los seres u objetos que se sitúan bajo un sencillo campo de acción, que, a la manera de luz que lanza sus rayos sobre ese objeto, ilumina sus diferentes par­tes. Es así como un poeta, un escritor de prosa, puede a veces llenar de colores y for­mas significativas lo que quiere nombrar, otorgándole más de lo que dice.

Α.- Así encontramos el mito en Cáscales. Las Cartas filológicas, de cuya mano empezamos a caminar, constan de tres décadas, treinta cartas; con ellas se incluía Cáscales en un género literario de larga tradición; la epístola familiar, o la pieza doctri­nal, capaz de abordar temas diferentes, a la que se le exige responder a una preceptiva sencilla y lógica. Amén de los latinos, y antes los griegos, en el mundo del Humanismo había ejemplos notabilísimos. Cuando Cáscales decide publicar una correspondencia real tiene todo el derecho del mundo, puesto que cuenta con sólidos apoyos que lo auto­rizan. Con sus cartas opina sobre la actualidad literaria, en ellas se le ve compartir pre­ocupaciones de su época, críticas, derivadas de una misma visión del mundo.

Cuando el lector comulga con el autor, se introduce en la obra que lee o que oye, y un mundo de sensaciones visuales se ofrecen a él, y, ya sean lugares comunes, ya frases hechas o nombres repetidos, ese poder evocador surge cuando el autor encuentra al lector. Cáscales lo tenía cerca, era inmediato, el destinatario de su carta; otros lectores u oyentes, como ocurre en este caso, lo aguardaban.

Estas cartas rezuman erudición y lecturas -directas o indirectas- de textos clási­cos, aunque los mitos, que conocía bien, no ocupen un espacio destacado. El mito aparece, pues:

1.- En la mención de unos nombres que ha seleccionado con diversos fines; son estos, a) los genéricos cíclopes, paniscos, egipanes, sátiros, b) Atlas y Prometeo, c) Níobe.

a) En una carta3, titulada Contra las letras y todo género de artes y ciencias. Prueba de ingenio se queja Cáscales de los males que reportan éstas.

3 Primera década, epístola II, dedicada al Dr. D. Diego de Rueda, arcediano de la Santa Iglesia de Cartagena. Con los números romanos (I, II) aludimos a la primera o segunda década e igualmente a pri­mer o segundo volumen, puesto que en la edición seguida coindicen "década" y "volumen".

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"¿Qué tienen las letras", dice, "de necesario o de provecho para el ingenio del hom­bre? La lección de las letras desvanece los espíritus, ofusca la vista de los ojos, encorva la espalda, enflaquece el estómago, compele a sufrir el frió, el calor, la sed, la hambre, cuatro crueles verdugos de la naturaleza humana; impide muchas veces los piadosos ofi­cios de la virtud, roba y nos quita las horas de recreo; y a los estudiosos los veréis cabiz­caídos, los ojos encarnizados, la frente rugosa, el cabello intonso, los carrillos chupados, las cejas encapotadas, la barba salvaje. No diréis, no, que son gente política y urbana, sino cíclopes, páraseos, sátiros, egipanes y silvanos" (I, pp. 82-83)

Cáscales ha elegido para la primera incursión de los mitos en su obra a unos seres que pueden pintar bien a un hombre que ya no es tal; no se detiene el autor a explicar qué caracteriza a cada cual, si uno tenía un sólo ojo, si otro cuernos o patas de cabra, si su piel era hirsuta o su mirada torva. Ha hecho primero la caricatura, luego ha nombrado, acumulado seres; la ausencia de explicaciones se justifica por­que el destinatario sabía quiénes eran, y sus lectores también, pero, si no, tampoco importaba; podían buscarlo, si tenían curiosidad, en los instrumentos bibliográficos que había a mano. Contemplamos, pues, en la reiteración de ejemplos que la mitolo­gía sirve de instrumento de burla, con capacidad de evocación.

b) También critica en esta carta Cáscales toda clase de ciencias o, mejor, a quie­nes las mal-ejercen: médicos, abogados, astrólogos, todos en un mismo saco y, extra­yendo del caudal mitológico el ejemplo adecuado, llamará a los astrólogos Atlantes agobiados, Prometeos maniatados.

"La astrología, pues, nos encamina bravamente al cielo, del cielo trata; pero nin­guna ciencia nos enajena más del cielo que ésta. ¿Qué aspectos, qué triplicidades, qué horóscopos son los vuestros, oh astrólogos, Atlantes agobiados [naturalmente bajo un peso que los excede], Prometeos maniatados [atados a una roca, en peligro, incapaces de hacer nada], estrelleros nocturnos?" (I, p. 88).

Los nombres elegidos, que han devenido lugares comunes, tienen la misma fun­ción pictórica y evocadora, pues todo un mundo de peligro, de incapacidad, de impo­tencia se aboca sobre los ejercitantes de la astrología.

c) En la epístola cuarta de esta primera década, En defensa de los capones canto­res, contra quien había escrito*, hace la loa de los capones, castrad, cuyo oficio considera de ángeles, semejantes a cisnes y ruiseñores, etc., para pasar luego a dar razón de sus beneficios o ventajas.

"No puedo olvidar", dice Cáscales (p. 124), "lo que dicen todos los profesores de la hipocrática medicina, que los castrados están exentos de gota, verdugo inhumano del hom­bre, que le ata de pies y manos, y no le deja dar paso ni mover los miembros, que parece que Apolo y Diana, hijos de Latona, le han convertido en piedra, como a Níobe, etc.

No puede ser más expresiva la comparación. Níobe es una roca que gotea, que llora; los que sufren gota son de alguna manera como inmóviles piedras.

4 Dedicada al Licenciado Jerónimo Martínez de Castro capellán del Obispo de Plasencia (c/. p. 124).

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2.- Cáscales no se limita a esta utilización del mito; hay otras maneras, el mito como erudición precisa para entender los textos clásicos. Cáscales es cons­ciente de que el mito, el mundo riquísimo de la mitología, pertenece a una tradición literaria, cultural, y que el mito conforma y sostiene gran parte del pensamiento occidental; sin los mitos no podía él haber escrito sus obras de preceptiva poéti­ca, por ejemplo; sin el mito no habría literatura, ni pintura, ni filosofía. Por tan­to, es preciso conocer la mitología para entender las obras, saber quiénes son los personajes citados, y también cuántos, si bajo un nombre genérico hay más de uno; la erudición es precisa, naturalmente; está en la línea de un Humanismo que investiga y discute lugares de los textos, que completa información y la transmite en sus publicaciones; la misma naturaleza de miscelánea de las cartas posibilita otra clase de presencia del mito; se trata de instrumentos para enten­der mejor, para saber más; es decir, del dato, noticia curiosa. Esto ocurre a pro­pósito de su "trabajo" sobre el número tres, o sobre las distintas divinidades conyugales.

a) Una turba de nombres mitológicos hacen su aparición en la carta sexta, Sobre el número ternario5, como ejemplos de la abundancia del tres: Parcas (Laquesis, Cloto y Átropos), Gracias (Thalía, Aglaya y Pasitea), los hijos de Rea (Júpiter, Neptuno y Fitón), las hijas (Vesta, Ceres, Juno); también la Quimera es monstruo de tres cabezas, Scila (perro, virgen y pescado), hay tres Gorgonas, tres Furias, tres Arpías.

b) En la segunda década en que la presencia de la mitología es menor (está ausente en la tercera), en la epístola sexta, Sobre un lugar de Cicerón, en que se tra­ta de las ceremonias del casamiento gentílico, hace una exhaustiva mención de los dioses conyugales (p. 124), cuya relación procede, según indica, de Marciano Cápela: "Júpiter Gamelio, Juno Gamelia, Venus, Himeneo, Pitho, Diana Euclia, Genio, Lucina, Juno Zigia, Unxia, Cinxia, Interduca, Domiduca".

3.- En tercer lugar la mitología está bajo la óptica de la crítica, ligada a una sátira muy del gusto del Barroco. Sirve, como ocurría en la sátira latina, para cri­ticar los excesos, para criticar la pedante y "vana" preocupación por una mitolo­gía carente de significado; va a ejercer la sátira con el apoyo del horaciano ridentem dicere verum quid vetat, en la carta séptima de la segunda década, Acerca del uso antiguo y moderno de los coches6. Abunda en lugares de la lite­ratura clásica en que aparecen los coches, insistiéndose en ventajas e inconve­nientes que su uso comporta y, sobre todo, en que ellos llegaron a convertirse en vicio, en especial de las mujeres; la vanidad llegó a tanto que se hacían de oro, plata y marfil. Ellas, queriendo ser como dioses7, y por saber que el coche es

5 Dedicada al Licenciado Diego Magastre y al Licenciado Alonso de la Mota, (primera década, pp. 147-163).

6 La dedica al Padre Fray Joan Ortiz, maestro en Teología y ministro del Convento de la Santísima Trinidad, en la ciudad de Córdoba (I pp. 135-168).

7 "Seréis como dioses" había dicho Dios a Adán y Eva.

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cosa de dioses, no están dispuestas a prescindir de él8. Son además muy leídas y, dice Cáscales, saben que:

"El sol tiene un coche dorado; y saben de Tomás Radino que el caballo Pirois era bayo, y el Eoo blanco, y el Etón dorado, y el Flegón morcillo; y saben de Policiano que los caballos del coche de Aquiles fueron Balio y Xanto, hijos del viento Céfiro y de Podarge; y saben de Estacio que los caballos del coche de Marte fueron Pavor y Terror; y saben de Propercio que el coche de Baco le tiraban linces y tigres; y saben de Virgilio que la diosa marina, Leucotoe, era llevada en su coche de delfines; y saben de Horacio que el coche de Venus es llevado de cisnes, y el de Diana de ciervos y el de Juno de pavones, la Luna de tardos bueyes, Némesis, diosa de la venganza, de grifos, y el coche de Citerea de palomas. Y así, queriendo asimilarse a esos dioses y diosas, quieren seguir las pisadas que ellos dejaron estampadas".

Hasta aquí la mitología en Cáscales9; después de la crítica a las mujeres y de tan­to coche y tiradores de coches pasamos velozmente a Saavedra Fajardo, empezando con las Empresas políticas.

En las Empresas políticas trata Saavedra de la educación del príncipe; es una obra repleta de textos clásicos, en la que la historia antigua, sagrada o pagana, junto con la de España, está por doquier como referencia obligada de la doctrina política. La mito­logía en una obra de esta naturaleza tendría unas características peculiares; no podía estar como "mera ficción", ni tampoco en tono de "burla"; debía estar como coadyu­vante de la enseñanza, y lo hace porque en los mitos hay filosofía, moral y política. Así lo reconoce más de una vez Saavedra y, en concreto, en la empresa 68:

"Los mitos envuelven la filosofía natural, moral y política, a los que acudieron los griegos para ocultarla al vulgo o para grabarla mejor en los ánimos con lo dulce y entretenido de las fábulas" (p. 474).

En ese sentido, pues, elegirá los mitos que respondan o convengan a su fin didác­tico y moralizador.

1. Así, habrá mitos o, mejor, personajes del mito, que responden a esta finalidad al representar ideas e ideales defendidos por Saavedra, como que el valor, la virtus, nace con el hombre, o que éste ya desde la cuna da muestras de tenerlo, o que la envidia se hace mal a sí misma, o que el valor no es lo mismo que fuerza bruta y que ha de estar acompañado de la justicia, o que la victoria debe aprovecharse, debiendo el vencedor gozar con ella.

8 "Llegó a ser", dice (159), "el summo viccio de las señoras romanas; este era su último bien y gloria hasta que el Senado hizo un decreto y pragmática en que les prohibió andar en coche, según dice Mercurial (cap. X, "De vectatione curruli", libro De re gymnastica), que, conjuradas todas entre sí, deter­minaron de no admitir a los maridos ni a otros, para ni concebir ni parir; resolución endemoniada, al fin de mujeres. Visto esto el Senado revocó el decreto, y ellas se volvieron a la vida bona de sus coches a quien estiman y aman mucho más que a maridos y padres".

9 No es preciso decir que este alarde erudito Cáscales no es fruto de una investigación personal; para estos menesteres estaban, como ahora, "los diccionarios especializados".

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Estas ideas estaban desde muy antiguo ejemplificadas en un mito que había sido reutilizado con más o menos acierto. Era el mito de Hércules, de cuya presencia en España se da cumplida cuenta en este Coloquio; Saavedra se suma a los que han recreado los distintos momentos de la leyenda, ya en literatura, ya en pintura10; es consciente de la virtualidad de su mención en la obra y así lo hace.

Aparece ya en la empresa primera Hinc labor et virtus, en la que una cuna con el niño que ahoga o despedaza unas serpientes alude a la hazaña de Hércules, explicada así:

"En la cuna se exercita un espíritu grande. La suya coronó Hércules con la victoria de las culebras despedazadas. Desde allí le reconoció, y obedeció a su virtud la fortu­na" (p. 17).

En la novena, Sui vindex, con dos perros en el emblema disputándose una clava, que hace referencia a la de Hércules, y haciéndose daño a sí mismos en esta lid, tie­ne en el texto el nombre de Hércules; así comienza:

"Con propio daflo se atreve la invidia a las glorias y trofeos de Hércules. Sangrienta queda su boca cuando pone los dientes en las puntas de su clava. De sí mis­ma se venga" (p. 69).

En la empresa cuadragésima tercera, que preside la piel de un león coronada su cabeza de serpientes y el lema ut scias regnare, se alaba el valor, pero:

"no aquel bestial e irracional de las fieras, sino el que se acompaña con la justicia, significado en la piel del león, símbolo de la virtud, que por esta la dedicaron a Hércules" (p. 275).

Por último, en la nonagésima séptima, Fortior spoliis (en el emblema está pinta­da una mano que sostiene la piel de un león), vuelve a la figura de Hércules, que al vencer queda con los despojos:

"Vencido el león, supo Hércules gozar de la Vitoria, vistiéndose de su piel para sujetar mejor otros monstruos. Así los despojos de un vencimiento arman y dejan más poderoso al vencedor (p. 646).

Hércules, pues, aparece en Saavedra como arquetipo de valor y prudencia.

2. El mito jugando la más sencilla y literaria función de símil, que añade ornato a la narración; es el caso de la mención de Ariadna catasterizada en "corona", de lo que se sirve Saavedra para elogiar la realeza:

"Eternamente lucirá la corona que estuviere ilustrada, como la de Ariadne, con las estrellas resplandecientes de las virtudes" (p. 120).

10 C/., por ej., R. LóPEZ TORRIJOS, La mitología en la pintura del Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 1995, especialmente pp. 115-185 y láminas 22-56.

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También está mencionado el escorpión, en la empresa quincuagésima segunda, pintado bajo el lema "más que en la tierra nocivo", indicando que su conversión en astro no le quita un ápice de maldad; quiere indicar Saavedra el peligro de quienes al ser elevados con honores o responsabilidades hacen más daño:

"aun trasladado el escorpión en el cielo, y colocado entre sus constelaciones, no pierde su malicia. Antes es tanto mayor que en la tierra, cuanto es más extendido el poder de sus influencias venenosas sobre lo criado" (p. 352).

3. Mito, enseñanza y alegoría. En las Empresas ocupa, sin duda, el lugar más impor­tante, pues tiene una función didáctico moral; los mitos siguen siendo susceptibles de enseñar, con las interpretaciones que tenían de antiguo, o de acoger otras nuevas.

a) Lo ejemplifica la leyenda de los Argonautas y la nave Argos que fueron en busca del vellocino, nave que luego sería también convertida en estrella. En la empresa 68, His polis, Saavedra alaba y recomienda la navegación y el comercio; el trato y el comercio son, dice, polos de la república, como el mito ilustra (p. 475 s.):

"Queriendo, pues, (se. los griegos) significar el poder de la navegación y las riquezas que con ellas se adquieren, fingieron haber aquella nave Argos (que se atrevió la primera a desasirse de la tierra y entregarse a los golfos del mar) conquistado el vellocino, piel de un carnero, que en vez de lana daba oro, cuya hazaña mereció que fuese consagrada a Palas, diosa de las armas, y trasladada al firmamento por una de sus constelaciones, en premio de sus peligrosos viajes, habiendo descubierto al mundo que se podían con el remo y con la vela abrir caminos entre los montes de las olas, y conducir por ellos al paso del viento las armas y el comercio a todas partes. Esta moralidad, y el estar ya en el glo­bo celeste puesta por estrella aquella nave, dio ocasión para pintar dos en esta Empresa, que fuesen polos del orbe terrestre, mostrando a los ojos que es la navegación la que sus­tenta la tierra con el comercio y la que afirma sus dominios con las armas".

Más adelante (p. 475) defiende la bondad de la navegación, porque pone en con­tacto naciones y con ella se hacen comunes las lenguas,

"como lo enseñó la antigüedad fingiendo que hablaba el timón de la nave Argo, para dar a entender que por su medio se trataban las provincias, ... porque el timón es el que comunica a cada una los bienes, etc."

b) La defensa de la mezcla de lo útil y dulce, que debe tener en cuenta el prínci­pe, lo enseña con Orfeo y Anfión. Aparecen en la empresa 42, Omne tulit punctum, lema tomado del verso horaciano Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci (A.P. 343), bajo el cual aparecen dos abejas, que simbolizan la mezcla clásica de lo dulce y lo útil, uncidas a un arado. Saavedra recuerda que los antiguos querían mostrar con este símbolo cuánto convenía saber mezclar lo útil con lo dulce, y en esto considera que reside el arte de reinar, aduciendo también los versos horacianos (A.P. 391-396).

"Esta fue en el mundo la primer política. Así lo dio a entender la filosofía antigua, fingiendo que Orfeo con su lira traía a sí los animales, y que las piedras corrían al son de la arpa de Anfión con que edificó los muros de la ciudad de Tebas, para significar que la dulce enseñanza de aquellos grandes varones fue bastante para reducir los hom-

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bres, no menos fieros que las fieras y con menos sentimiento de razón que las piedras, a la armonía de las leyes y a la compañía civil" (p. 271).

4. Mito para el elogio. Con la figura de Atlante elogia a su rey (empresa 54 p. 369), elogio que es tanto mayor por cuanto en otro lugar se recuerda que Atlante ocupa el lugar de Júpiter.

"Oh gran príncipe, ... Providencia fue divina que en tiempos tan revueltos, con prolijas guerras que trabajan los ejes y polos de la monarquía, naciese un Atlante que con valor y prudencia sustentase la principal parte de ella".

Hasta ahora, todos los mitos aparecen por sus valores positivos, por los ingre­dientes de enseñanza que aportan. Ahora bien, existen otros que enseñan lo que hay que evitar, y también sirven de punto de referencia, de modelo vivo de enseñanza. Son estos el mito del caballo de Troya, Faetón, Medea o las sirenas.

A) El del caballo de Troya ilustra cómo con una species, apariencia, religionis, se causan grandes males. Está en la empresa vigésima séptima, Specie religionis, donde se lee (p. 180):

"Lo que no pudo la fuerza ni la porfía de muchos años, pudo un engaño con espe­cie de religión, introduciendo los griegos sus armas en Troya dentro del disimulado vientre de un caballo de madera, con pretexto de voto a Minerva. Ni el interno ruido de las armas, ni la advertencia de algunos ciudadanos recatados ... bastó para que el pueblo depusiese el engaño. Tal es en él la fuerza de la religión".

B) Faetón11 le sirve para enseñar que no deben darse responsabilidades de gobierno a los inexpertos. En la empresa 52 se ilustra con este mito la necesidad que tienen los ministros no sólo de tener virtudes excelentes sino también capacidad y experiencia conveniente al gobierno; y añade Saavedra (p. 355):

"Aún llora Etiopía, y muestra en los rostros y cuerpos adustos y tiznados de sus habitadores, el mal consejo de Apolo [el Sol] (si nos podemos valer de la filosofía y moralidad de los antiguos en sus fábulas), por haber entregado el carro de luz a su hijo Faetón, mozuelo inexperto y no merecedor de tan alto y claro gobierno".

C) El mito de Medea avisa sobre los peligros de sembrar discordias. De Medea sembradora de los dientes del dragón, de los que nacieron guerreros dispuestos a la lucha, se sirve con el mismo sentido moral y político de otras ocasiones. Así, en la empresa 75, Bellum colligit qui discordias seminat (p. 524):

"Siembra Medea, para disponer el robo del vellocino, dientes de sierpes en Colchos, y nacen escuadrones de hombres armados que, batallando entre sí se consu­mían. Siembran algunos príncipes y repúblicas (Medeas dañosas del mundo) discor­dias entre los príncipes, y cogen guerras e inquietudes en sus Estados".

11 Faetón como ícaro sirven en otros casos para apoyar la defensa del "término medio", de la necesi­dad de huir de los extremos.

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D) Con las sirenas ilustrará el engaño (empresa 78, Formosa superne), diciendo:

"Lo que se ve en la sirena es hermoso. Lo que se oye apacible. Lo que encubre la intención, nocivo. Y lo que está debajo de las aguas mostruoso. ¿Quién por aquella apariencia juzgará esta desigualdad? ¡Tanto mentir los ojos por engañar el ánimo, tan­ta armonía para atraer las naves a los escollos! Por extraordinario admiró la antigüe­dad este monstruo. Ninguno más ordinario. Llenos están dellos las plazas y palacios".

E) En otro lugar (empresa 69, p. 483) dirá que

"Son Briareos los principes que, si reciben por cincuenta manos, gastan por ciento".

Diferente es la presencia del mito en la República literaria, obra llena de gracia, finura y criterio, retrato de una época, que se contempla desde una óptica particular, en la que también el uso de la mitología es "personal", como lo es la obra, aunque no se puedan negar en ella deudas en relación a otras anteriores sobre el tema, o semejanzas con otras contemporáneas.

La República literaria es un alegato contra los libros, muchos y malos, que abun­dan cada vez más con peligro de todos, tema éste con raíces profundas y siempre actual, ofreciendo lugar a la reflexión.

"Aviendo discurrido", comienza Saavedra, "entre mí del número grande de los libros, i de lo que va creciendo, así por el atrevimiento de los que escriven, como por la facilidad de la emprenta, con que se ha hecho trato i mercancía, estudiando los hom­bres para escrivir, i escriviendo para grangear con sus escritos, me venció el sueño, i luego el sentido interior corrió el velo a las imagines de aquellas cosas en que despier­to discurría. Hálleme a la puerta de una ciudad, cuyos chapiteles de plata i oro bruñi­do deslumbravan la vista i se levantavan a comunicarse con el cielo".

Ha adoptado el esquema formal del "sueño", un "género" clásico que en el Barroco cobra de nuevo especial vigencia. Pero volvamos a la ciudad que vamos con Saavedra a visitar.

"Su hermosura encendió en mí", dice, "un gran deseo de verla, i ofreciéndose entonzes delante de mí un hombre anciano que se encaminava a ella, le alcanzé, y, tra-vando con él conversación, supe que se llamava Marco Varrón, de cuyos estudios y erudición en todas materias, profanas y sagradas, tenía ya muchas noticias por el testi­monio de Cicerón y de otros, y pregúntele yo qué ciudad era aquella; me dijo con agrado y cortesía que la República literaria; ofreciéndose a mostrarme lo más curioso della".

En este paseo por la urbana república, aparte de encontrar lo primero campos de eléboro, para remediar los achaques de cabeza que padecían los ciudadanos dados al continuo estudio, o criticar la ambición humana que se atreve a todo, vamos a hallar­nos alguna vez con la mitología.

Ahora bien, en la República el mito cumple otras funciones; está ausente el tono serio y transcendente que exigía la misión doctrinal de las Empresas; se podía con él ejercitar la burla, o podía ser sometido a una mirada irónica.

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1.- Esa perspectiva lúdico-crítica aparece ya desde el principio, en la mención de las Musas y sobre todo en la de Dédalo.

a) En el frontispicio de la ciudad están las Musas en sus nichos, en medio de las columnas; sus nombres y oficios, tan del gusto del humanismo. La incompleta men­ción de ellas indica la perspectiva de Saavedra; no sólo es indiferente, sino conve­niente a una obra en la que parece lucharse contra "ese demasiado estudio" que pro­voca más males que bienes.

b) Dédalo no es contemplado como el famoso y legendario arquitecto, sino de modo harto distinto; está entre los que se ejercitan en los arrabales de la ciudad en las "artes en que se fatiga la mano y no obra el entendimiento"; por ello pasaron ligeramente por esas artes mecánicas, sin discurrir en ellas, pese a que les

"dio ocasión Dédalo ateniense, que con una sierra y un barreno en la mano hazía ostentación de aver sido el primer inventor deste i otros instrumentos mecánicos" (p. 78).

2.- El mito como sustento de una ékphrasis. Ocurre al describir la estatua de Dafne, que el caballero Vernino (Bernini) había realizado; en este caso la historia se congela en un momento, y no se dan razones ni datos del mito. En la contemplación de arquitectos, escultores, pintores, cuyos nombres así como los de sus obras recuer­da Saavedra, se detiene, entre otros, en el caballero Vernino, que estaba

"acavando la estatua de Dafnes, medio transformada en laurel, en quien engañada la vista se detenía, esperando que las cortezas acavasen de cubrir el cuerpo i que el viento moviese las hojas, en que poco a poco se convertían los cabellos".

No le interesa, porque evidentemente el tema era conocido, contar la historia; bastaba nombrar a Dafne para evocar el amor de Apolo, la huida de la joven y la mutación sufrida tras la invocación a los dioses.

3.- Los dioses ridiculizados. La enorme influencia de Luciano en la literatura española se advierte en el tratamiento poco respetuoso de los dioses; son interesados, previsores anticipándose a los hechos para sacar fruto de los resultados, o intervi­niendo también con ciertos intereses en las actividades del hombre.

a) En una ocasión los dioses, mezclados los olímpicos y no olímpicos, los proce­dentes del panteón griego y las deidades romanas menores, se ponen de acuerdo para ayudar a otra divinidad, Virtud. Así, al entrar Saavedra y su guía en la ciudad con­templan a la diosa Virtud consolando a su hija Gloria; ésta se le ha quejado de que "la fama es vana y caduca pendiente de los labios ágenos" y de que "el Olvido triunfa", etc.; entonces, Virtud ordena al Arte que procure el remedio con que pueda perpe­tuarse la Fama, remedio que, naturalmente, será la tinta negra, con la que se fijarán las palabras. Y es entonces cuando intervienen los dioses; al disponerse -leemos- el Arte a hacer la tinta,

"los dioses que entre aquellas nubes están atentos al caso, anteviendo que con tal invención avía de llegar la Gloria a ser diosa, procuran anticiparse a lisongear su volun­tad; i para la perfecgión de la obra que intenta, Baco le subministra el vino, Júpiter las agallas de enzina, Pomona la goma arábiga, Vesta el vitriolo, Fevo el calor".

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Así, dice, la tinta hace inmortal a la Gloria y por ella se conserva esta República. Así, de igual manera, vemos nosotros a unos dioses avisados y "prudentes".

b) Los dioses actúan en otra empresa "transcendente", el descubrimiento de América. Fue, según Saavedra, una decisión de ellos, a propuesta de Océano; el con­clave, asamblea del Olimpo, dispone los medios.

"Así Nereo facilita la navegación con la invención de la piedra imán, Marte halla la pólbora, Vulcano fabrica los arcabuces; y para que se pueda mejor dilatar la Religión por medio de los libros, inventa Mercurio los caracteres de la emprenta, labrados por Vulcano... Plutón mezcla el humo con la linaza i trementina, i haze un betún, con que bañadas las letras, i oprimidas con la prensa, dejen en el papel trasla­dadas sus figuras, i pueda el más ignorante tirar en un día, sin saber escrivir, infinito número de pliegos escritos".

Es claro que no desaprovecha ocasión para mostrar los males de la imprenta. c) La ironía, a veces amarga, que en medio de una serie de tópicos compartidos,

rezuma la República literaria, posibilita un nuevo tono de humor en la recurrencia a los dioses. En el deambular por las calles van encontrando sabios, filósofos, intér­pretes de sueños, alquimistas, "que buscando metales consumían lo que tenían"; y se sorprenden del lenguaje extraño que estos poseían, pues usaban los nombres de los dioses de modo singular, llamando: Saturno al plomo, Júpiter al estaño, Marte al hie­rro, Sol al oro, Venus al cobre, Mercurio al azogue, Luna a la plata (p. 140).

4.- El mito como alegoría. La importancia que ésta tiene en el Barroco justifica que también esté en la República; la historia mitológica de estos personajes, que contempla Saavedra viviendo en sencillez, es aquí transcendencia de realidades a las que se dio una historia.

"Prometeo, al que le roía el corazón un deseo insaciable de saber, i, docto en las artes hasta entonces no conocidas, de tal suerte las enseñava a los hombres y reducía sus fieras y rústicas costumbres a la civilidad i trato humano, que casi los componía, iformava de nuevo con sus manos, inspirando aliento en aquellos cuerpos o vasos de varro. Endimión parecía enamorado de la luna, siempre en ella los ojos, notando sus movimientos i mudanzas: estudio fue en él lo que otros juzgaron por requiebro. Atlante, tan levantado en la consideración de los astros, que le juzgaría quien le vie­se que estava sustentando los cielos. Proteo, especulativo en los principios, progresos y transmutaciones de las cosas, recibía en sí aquellas formas y naturaleza" (p. 129).

El modo de presencia, el haber Saavedra racionalizado la mitología, como lo hiciera Evémero, como lo hiciera Lucrecio en pasaje singular sobre los castigos que reciben en el infierno los famosos condenados (III 966-1023), nos habla de esa potencialidad; puede con sus nombres hablar del origen y razón del mito, pero pasa­rían desapercibidos a quienes no supiesen que Prometeo hizo al hombre de barro y que soplando en él le infundió el alma, o desconociesen el bellísimo mito de Endimión, el amado de la Luna, que logró que ella abandonase su carrera y se refu­giase en sus brazos, o el de Atlante, del que se afirma que sostiene el cielo en sus hombros, o el de Proteo, divinidad inasible, que cambia de forma a voluntad, a no

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ser que se le sorprenda dormido. Son mitos que es preciso conocer para entender el texto, para saborear la profundidad de su sintaxis, que orientan sobre el conocimien­to de la mitología tanto por parte de Saavedra como de sus lectores.

5.- La mitología le sirve para una agudeza. En un recorrido por la ciudad han contemplado a los poetas y también al rey Sabio

"con un astrolabio observando la latitud de la Corona de estrellas de Ariadna, sin advertir que al mismo tiempo le quitaban la suya de la cabeza" (p. 146).

Y hasta aquí la mitología en la República literaria12; su presencia es escasa pero es significativa su función; transciende el mito, lo interpreta; Saavedra no siente res­peto hacia él; sabe que acepta la burla y con él puede ironizar; y es consciente, sobre todo, de su función evocadora y provocadora, que viene a ser lo mismo. Dédalo nos lleva a Creta y nos anticipa a Ariadna contemplada por el Rey Sabio a costa de per­der su reino; ha humanizado a los dioses que, como los cortesanos, comparten la misma pequenez humana; por ello, no hay reparo alguno en que presten su nombre a metales, de gran o menor precio. Sin duda, la explicación racionalista de las historias de Prometeo, Endimión, Atlante y Proteo sirven para ejemplificar que conocía los mitos, así como el que no siempre su presencia en una obra es decorosa.

Y llegamos al tercer y último prosista en el que también aparece la mitología, de diversas maneras y con distintas funciones. En El Criticón, que nos lleva de manera alegórica con un paseo de dos personajes singulares -el náufrago Critilo y el salvaje Andrenio- por las distintas edades del hombre13 y el mundo, observando y critican­do una sociedad que transciende la coetánea, nos ofrece Gracián el mito, aunque no en abundancia, sí en funciones fundamentales en el entendimiento de la obra.

1.- Aparece simplemente la mención de personajes del mito, con la carga de sig­nificaciones que tienen incorporada. Ocurre desde el principio mismo con Hércules y Tántalo.

a) Tras los lamentos de Critilo náufrago, dice el narrador omnisciente:

"Desta suerte hería los aires con suspiros, mientras acotaba las aguas con los bragos, acompañando la industria con Minerva. Pareció ir sobrepujando el riesgo, que a los grandes hombres los mismos peligros o les temen o les respetan; la muerte a vezes rezela el emprenderlos, y la fortuna les va guardando los aires: perdonaron los

12 Continúa Saavedra hasta llegar al final de la obra con la visita y la crítica de la ciudad, hasta que en la dis­puta de Escalígero y los poetas, al querer Saavedra intervenir vivamente, en vez de dar la puñada a Claudiano, se la dio a la cama y así despertó del sueño. Es evidente que la característica presencia de Escalígero en esta obra, soportando las iras de los poetas latinos, constituye un ejemplo más de la opinión que los españoles tenían de su labor, juicio adverso que sustenta de modo genial, como siempre, Francisco de Quevedo en España defen­dida (Obras completas, Madrid, Aguilar 1961, v. I, p. 516), y antes Lipsio en su Somnium.

13 Primavera de la niñez y estío de la juventud, El otoño de la varonil edad y El invierno de la vejez, las tres partes que constituyen El Criticón, cada una de las cuales corresponde a un volumen de la edición que utilizamos; a cada parte remitimos con el correspondiente número romano.

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áspides a Alcides, las tempestades a César, los azeros a Alexandro y las balas a Carlos Quinto. Mas ¡ay! que como andan encadenadas las desdichas, unas a otras se introduzen, y el acabarse una es de ordinario engendrarse una mayor; cuando creyó hallarse en el seguro regace de aquella madre común, volvió de nuevo a temer que enfurecidas las olas le arrebataban para estrellarle en uno de aquellos escollos, duras entrañas de su fortuna: Tántalo de la tierra, huyéndole de las manos cuando más segura la creía, que un desdichado no sólo no halla agua en el mar, pero ni tierra en la tierra" (I, 11).

¿Qué función tiene aquí esta presencia, estas alusiones mitológicas? El encon­trarse al principio casi de la obra le confieren una situación privilegiada que nos obliga a no pasarlas por alto. Amén de la mención de Minerva por "inteligencia", es cierto que, aunque se tratase de "lugares comunes", Gracián acumula ejemplos de grandes personas a los que los mismos peligros temen o, al menos, respetan. Es un modo de reconocer que triunfan de los peligros; así lo hicieron César, Alejandro o Carlos Quinto, pero, ahora bien, antes de todos, Hércules y, además, Hércules niño, para lo que evoca la famosa hazaña que todavía infante de cuna llevó a cabo, enfren­tándose sin miedo, abiertamente, a las serpientes que la maldad de su "madrastra Juno" le había enviado para acabar de pronto con su vida.

El mito de Hércules, conocido, famoso, presente en la literatura de todos los tiempos, tiene en Gracián un papel evocador, al menos para quienes decidiesen inter­pretar el texto. Critilo, salido del mar, indefenso como un niño, es comparado antes de a otros a Hércules; el final feliz del protagonista se anticipa, pese a que muchos peligros aguardan al "nuevo héroe", como le ocurrió al Alcida. No es ornato, no es uno más de los exempla, está seleccionado por Gracián de entre el caudal de la memoria y de la inventio.

El siguiente mito es el de Tántalo, sediento en medio de las aguas; aquí, el ejem­plo juega a contrario, el héroe está sediento de tierra en una tierra que le huye de las manos como el agua de la boca del personaje mitológico. La presencia de este mito, sólo evocado, al que está incorporada una historia que se conoce, nos presenta a Critilo en peligro, y lo hace Gracián desde su ingenio, del que hace alarde a lo largo de esta novela alegórica, como lo hiciera también en su Agudeza y arte de ingenio.

b) Algo semejante ocurre al hacer mención de nombres como Escila y Caribdis; las historias eran conocidas y bastaba una leve indicación evocadora de significacio­nes; así puede entenderse que son evidentes los peligros para los "que están engolfa­dos en Scila y Caribdis del mundo" (p. 71).

c) La condición perversa de un personaje se puede pintar aplicándole los vicios de un ser mitológico, o sumando personajes adecuados; es así como pinta Gracián a la Mentira. En la crisi séptima, La fuente de los engaños, aparecerán en escena Discordia viniendo de casa de la Ambición, con Gula, Lascivia, Codicia, Soberbia; todas disputan por la primacía, pero Malicia además de instarles a estar juntas y uni­das, afirma rotundamente que la primacía corresponde a Mentira, su hija, a la que califica identificándola con diversos personajes:

"arpía que todo lo inficiona, pitón que todo lo anda, hidra de muchas cabezas, Proteo de muchas formas, centimano que a todas manos pelea, Caco que a todos des­miente" (I 94-95).

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d) Los nombres de los héroes sirven para aludir a personas que tienen o carecen, dicho con ironía, de aquellas propiedades; con Argos se alude a la vista aguda y atenta; así, para recomendar que cada cual tenga en cuenta sus fuerzas antes de asu­mir las cargas, pues, si no es Atlante, que no se meta a sostener estrellas, o si no es Hércules que no se meta a sustituto del peso de un mundo (II 24-25).

2.- El mito como alegoría. Desde esa óptica lo interpreta naturalmente Gracián en no pocas ocasiones. Así lo hace con Faetón, Icaro o con la propia Odisea.

a) En la crisi quinta o Entrada del mundo, se recomienda el "término medio", haciéndolo con las palabras de Horacio grabadas en la columna que se alza a la entrada (Modus est in rebus, traducido así: "Medio hay en las cosas. Tú no vayas por los extremos"); allí están representadas unas historias, sobre las que reflexionan Andrenio y Critilo. Leemos:

"Estaba toda ella (se. la columna), de alto a bajo, labrada de relieve con extremado artificio, compitiendo los primores materiales de la simetría con los formales del inge­nio; leíanse muchos sentenciosos aforismos y campeaban historias alusivas. íbalas admirando Andrenio y comentándolas Critilo con gustoso acierto. Allí vieron al teme­rario joven montado en la carroza de luces14, y su padre le decía: Ve por el medio y correrás seguro.

—Este fue -declaró Critilo- un mozo que entró muy orgulloso en un gobierno, y por no atender a la mediocridad prudente (como le aconsejaban los ancianos), perdió los estribos de la razón, y tantos vapores quiso levantar en tributos, que lo abrasó todo, perdiendo el mundo y el mando (I 66-67).

Seguíase Icaro desalado en caer, pasando de un extremo a otro, de los fuegos a las aguas, por más que le voceaba Dédalo: ¡Vuela por el medio!

—Este fue otro arrojado -ponderaba Critilo- que no contento con saber lo que bas­ta, qué es lo conveniente, dio en sutilezas mal fundadas, y tanto quiso adelgazar, que le mintieron las plumas y dio con sus quimeras en el mar de un común y amargo llan­to: que va poco de pennas a penas".

Estos mitos, pues, le sirven para la enseñanza; el mito ejemplifica una historia antigua pero que se repite cada día o se puede repetir si no se toman las medidas adecuadas.

b) De modo semejante a como se sirve de los míticos Icaro o Faetón, actúa nuestro autor en relación a los mitos contenidos en la Odisea, libro de obligada lectura, dice, para andar por la corte, y no sólo Andrenio y Critilo. En la crisi undécima, El golfo cortesano para andar por la corte, habiendo llegado a ella los protagonistas -"all í les habían llevado de Caribdis a Scila (I, p. 171), sus vicios"- se les aconseja más que cualquier otra lectura (y el Cortesano no era mala) la Odisea de Homero, de lo que se dan razones convincentes de mano de la mitología, leída alegóricamente (I, pp. 189 s.):

"Ya sé que me tendréis por paradojo y aun estoico, pero más importa la verdad: digo que el libro que habéis de buscar y leerlo de cabo a rabo es la célebre Ulisiada de Homero. ¿Qué, pensáis que el peligroso golfo que él describe, es aquel de Sicilia, y que las sirenas están acullá en aquellas Sirtes con sus caras de mujeres y sus colas de

14 Se trata, naturalmente, de Faetón.

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pescados, la Circe encantadora en su isla y el soberbio cíclope en su cueva? Sabed que el peligroso mar es la Corte, con la Scila de sus engaños y la Caribdis de sus mentiras. ¿Veis esas mujeres que pasan tan prendidas de libres y tan compuestas de disolutas? Pues esas son las verdaderas sirenas y falsas hembras con sus fines monstruosos y amargos dejos; ni basta que el cauto Ulises se tapie los oídos; menester es que se ate al firme mástil de la virtud y encamine la proa del saber al puerto de la seguridad, huyendo de sus encantos. Hay encantadoras Circes, que a muchos que entraron hom­bres los han convertido en brutos. ¿Qué diré de tantos cíclopes, tan necios como arro­gantes, con sólo un ojo, puesta la mira en su gusto y presunción? Este libro os digo que repaséis, que él os ha de encaminar para que como Ulises escapéis de tanto esco­llo como os espera y tanto monstruo como os amenaza".

3.- El mito revisado. Hay otra presencia distinta de la mitología; las múltiples posibilidades se ven realizadas en esta obra. Gracián sabe que un mito puede ser "sometido a examen", cambiado; no es casualidad que existan versiones distintas e incluso a veces notas contradictorias en algunos; de ello tenían conciencia los clásicos y no le concedían más importancia de la que merecían. El mito puede ser modificado, porque se siente propiedad de todos, y por eso también puede ser cuestionado. En el caso que nos ocupa es el propio personaje el que rechaza lo que de él cuentan las his­torias. Se trata de Cupido que niega ser ciego y llevar la venda con que lo pintan. Así está en la crisi cuarta, El despeñadero de la vida, en que se recoge la queja que Amor dirige a Fortuna, a la que acude en busca de ayuda; en la conversación se alude al vil herrero, por Vulcano, amén de a la propia Venus, madre del joven; se repite el juego de palabras que relaciona Amor y Muerte, Amor a morte15, etc. El dios reconoce que amor y muerte todo es uno, que Cupido quita la vida, roba las entrañas, hurta los corazones, pero califica de mentiras otras cosas que dicen de él:

"Que no paran hasta sacarme los ojos, a pesar de mi buena vista que siempre la suelo tener buena; y si no, díganlo mis saetas. Han dado en decir que soy ciego (¿hay tal testimonio, hay tal disparate?) y me pintan muy vendado: no sólo los Apeles, que eso es pintar como querer, y los poetas, que por obligación mienten y por regla fingen, pero que los sabios y los filósofos estén con esta vulgaridad no lo puedo sufrir. ¿Qué pasión hay, dime por tu vida, Fortuna amiga, que no ciegue? ¿Qué, el airado cuando más furioso, no está ciego de cólera? ¿Al codicioso no le ciega el interés? <...> ¿El soberbio, el jugador, el glotón, el bebedor y cuantos hay, no se ciegan con sus pasio­nes? Pues ¿por qué a mí más que a los otros me han de vendar los ojos, después de sacármelos, y querer que por antonomasia se me entienda el ciego? Y más, siendo esto tan al contrario: que yo me engendro por la vista, viendo crezco, del mirar me alimen­to y siempre querría estar viendo" (I, 43-44).

Larga intervención de un dios airado y hablador, que se enfrenta a quienes dicen mentiras acerca de él. Sin embargo, Fortuna tratará de dar razón de los juicios que dicen los hombres, es decir, frente a la postura "desde la verdad" de Cupido, la de Fortuna, "desde la ratio". Ella considera justo que le digan ciego porque Amor y los suyos tienen a todos los demás por ciegos:

15 Recuérdese el emblema de Alciato "De morte et amore" y la agudeza XXXV del propio Gracián en Agudeza y arte de ingenio, en donde aparece el "trocaste el arco con la muerte".

LA PRESENCIA Y FUNCIóN DE LOS MITOS EN TRES AUTORES DEL XVII... 635

"creéis que no ven, ni advierten, ni saben. De modo que piensan los enamorados que todos los demás tienen los ojos vendados. Ésta sin duda es la causa de llamarte ciego, pagándote con la pena del talión" (I, p. 44)

4.- El mito instrumento de crítica social de vicios. a) Quirón, mitad hombre, mitad animal, es mejor que cualquier hombre. Hay un

uso racionalista de la mitología en la crisi sexta, Estado del siglo, en donde aparece la figura de Quirón, al que Andrenio ve como un monstruo, y Critilo más hombre que los mismos hombres; él, maestro de reyes y rey de maestros, los guiará en la pri­mera entrada del mundo y les enseñará a vivir. A los viajeros que dicen andar en busca de los hombres, sin encontrar ninguno, les comunica que no es éste siglo de hombres, y que mientras el Vicio prevalezca no campeará la Virtud, apostillando, con las diosas de la mitología:

"Creedme que esta Venus tiene arrinconada a Belona y a Minerva en todas partes, y no trata ella sino con viles herreros que todo lo tiznan y todo lo yerran" (I, p. 75).

El reconocer en Quirón al verdadero héroe, al sabio, el guía, el crítico frente a los hombres que ven en las ciudades abatidos, hombres dominados, esclavos, muestra como se vuelve a utilizar el mito para la crítica; se alaba al animal, como se hace también al salvaje.

b) El dinero que todo lo puede, que abre todas las puertas, como lo hace una maza preñada de doblones con un levísimo golpéenlo (I, p. 85). Se abrirían

"¡aunque fueran las de la torre de Dánae! pero son de Dame, que es más; mal sue­na la lira de Orfeo en comparacicon con el sonido del dinero" (II, p. 87).

c) La ceguera de los hombres. En la crisi quinta de la segunda parte, Plaza del populacho y corral del Vulgo, en donde no encontraron ni un hombre entero, vieron muchos Acteones que luego que cegaron se convirtieron en ciervos (II, p. 121).

5.- Inversión del mito. El mito invertido con aplicación a otras situaciones es un elemento fundamental para el objetivo que se propone el autor. Una Circe al revés se nos pinta en la crisi octava, Las maravillas de Anemia, "una sabia y discreta reina" para algunos, pero para otros

"una valiente maga, una grande hechicera... muy diferente de la otra Circe, pues no convertía los hombres en bestias, sino al contrario, las fieras en hombres. No encantaba las personas, antes las desencantaba. De los brutos hacía hombres de razón; y había quien aseguraba haber visto entrar en su casa un estólido jumento, y dentro de cuatro días salir hecho persona, de un topo hacer un lince era fácil para ella <...> Daba vida a las estatuas y alma a las pinturas, hacía de todo género de figurillas personas de substancia. Y, lo que más admiraba, de los titibilicios, cascabeles y esquiroles hacía hombres de asiento y muy a propósito; de una personilla hacía un gigante <...> Hacía medrar un enano en pocos días que llegaba a ser Tifeo... los ciegos del todo transformaba en Argos (I, 116-117).

6.- La sátira contra las mujeres es tema recurrente en el Barroco; ellas son capa­ces, como se dice en la crisi séptima de la primera parte, de destruir a los hombres,

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ilustrado con el propio Hércules, que sucumbió a Onfale, estado en que lo ven al lle­gar a la ciudad, en un palacio que no era tal.

"En aquella que parece fortaleza, y no es sino una casa bien flaca, mora Hércules, hilando con Ónfale la camisa o mortaja de su fama" (I, p. 105).

Y las hay que son verdaderos monstruos del engaño y la mentira, como lo es la protagonista de la crisi duodécima, Los encantos de Falsirena. Comienza Gracián reconociendo que Salomón fue el más sabio de los hombres y que fue el hombre a quien más engañaron las mujeres (I p. 192); la mujer no es un mal sino todos en uno, es Gerión, triplicado lazo de la libertad que difícilmente se rompe; por eso todos los males, se afirma, se apellidan hembras: furias, parcas, sirenas, arpías. Por otra parte, Falsirena, cuyo nombre parlante ya orienta sobre su condición, que conoce y justifi­ca los deslices femeninos con ejemplos mitológicos (Pero ¿qué Dánae escapó de un engaño? ¿Qué Elena de una fuga? ¿Qué Lucrecia de una violencia y qué Europa de un robo?, p. 195), así es descrita:

"Una Circe en el zurcir y una sirena en el encantar, causa de tantas tempestades, tormentos y tormentas, porque a más de ser ruin, aseguran que es una famosa hechice­ra, una célebre encantadora, pues convierte los hombres en bestias; y no los transfor­ma en asnos de oro, no, sino de su necedad y pobreza. Por esa corte andan a millares convertidos (después de divertidos) en todo género de brutos. Lo que yo sé decir es que, en pocos días que aquí ha estado, he visto entrar muchos hombres y no he visto salir uno tan sólo que lo fuese" (I p. 202).

7.- La polivalencia del mito se percibe muy claramente en el caso de Gerión; es un "monstruo" conocido; su peligro era evidente y puso a prueba incluso a Hércules; apli­car su nombre y "cualidades", como lo hemos visto en el caso de Falsirena, ilustraba bien lo que pretendía el autor. Sin embargo, vale para otro fin, pudiendo tener una lec­tura positiva. La encontramos en un nuevo sentido metafórico, como un ser prodigio de la amistad; así en la crisi tercera, La cárcel de oro y calabozos de plata. En el interior de una casa encontraron "un prodigio triplicado, un hombre compuesto de tres, tres que hacían uno, porque tenía tres cabezas, seis brazos y seis pies"; él se definirá así:

"Yo soy el de tres uno, aquel otro yo, idea de la amistad, norma de cómo han de ser los amigos; yo soy el tan nombrado Gerión. Tres somos y un sólo corazón tenemos, que el que tiene amigos buenos y verdaderos tantos entendimientos logra: Sabe por muchos, obra por todos, ve por tantos ojos, oye por tantos oídos, obra por tantas manos y dili­gencia con tantos pies; tantos pasos da en su conveniencia como dan todos los otros; mas entre todos, sólo un querer tenemos, que la amistad es un alma en muchos cuerpos. El que no tiene amigos no tiene pies ni manos, manco vive, a ciegas camina" (II p. 72).

8.- El mito como burla a los dioses. Lo hallamos en pasaje lleno de agudeza en una disputa en que se acusa a los sastres de ser "gente sin Dios", lo que se explica porque los herreros tienen a un herrero (Vulcano), los taberneros a Baco, aunque anda en celos con Tetis (evidentemente, por el agua que añaden), los mercaderes a Mercurio, de quien tomaron las trampas con el nombre (era dios engañador, de los ladrones, inclu­so), a Ceres los panaderos, los soldados a Marte, los boticarios a Esculapio (II p. 131): sólo los sastres carecen de dios.

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9.- El mito como erudición. Así aparece en la crisi octava, Cargos y descargos de la Fortuna, al afirmarse que la sabiduría hace ya tiempo que huyó al cielo con las demás virtudes en aquella fuga general de Astrea; la casa del saber, agrega, toda ella es apariencia; de la sabiduría sólo quedan unos borrones en los libros (II 142).

10.- Recreación del mito. Aunque en más de una ocasión, al explicar el sentido profundo del mito, ha mostrado Gracián su capacidad para estas reelaboraciones, en el caso de la figura de Hércules, con la que empezaba y con la que vamos a con­cluir16, logra una nueva reelaboración del mito, en la que toda una historia se resu­me desde perspectiva distinta.

En la crisi octava, Armería del Valor, asistimos al testamento del Valor, a punto de expirar; desterrada del mundo está la valentía y braveza. Y continúa Gracián (II184-85):

"Ya no hay Hércules en el mundo que sujeten monstruos... Un solo Caco había entonces, un embustero solo, un ladrón en toda una ciudad; ahora en cada esquina hay el suyo, y cada casa es su cueva; muchos Anteos hijos del siglo, nacidos del polvo de la tie­rra. ¡Pues arpías agarradoras, hidras de siete cabezas y de siete mil caprichos, jabalíes de su torpeza, leones de su soberbia! Todo está hirviendo de monstruos adocenados, sin hallarse ya quien tenga valor para pasar las columnas de la fortaleza y fijarlas en los fines de los humanos intentos, poniendo término a sus quimeras" (II pp. 185-86).

Todos los trabajos de Hércules (Anteo, Caco, Arpías, jabalí de Calidón, león de Nemea, etc.) en una composición redonda y completa, en que se teje de modo admi­rable la red, en la que continúa en la misma línea de amarga crítica:

"Fuera ahora Hércules juguete, viviera Sansón de milagro. La pólvora ha hecho estragos, que está hecha del corazón humano, que excede a la intratabilidad de las Furias, la inexorabilidad de las Parcas ... que convierte en polvo al género humano. Ésta ha acabado con los Héctores de Troya, con los Aquiles de Grecia".

Por mi parte no querría haber acabado con la paciencia de ustedes. Hemos hecho un largo recorrido y nos hemos topado con Hércules, el valiente Hércules, en la pri­mera empresa de Saavedra y al principio de El Criticón de Gracián: con Faetón, aconsejando la necesidad de experiencia para ostentar cargos (empresa 52), o el in medio virtus en Gracián; hemos contemplado las sirenas, engañosas, con las que pre­venir a los que se dejan seducir por su aspecto y el encanto de sus cantos. Han apa-

16 La segunda parte del Criticón ostenta una presencia de la mitología menor que la primera; mucho más escasa es en la tercera. Se limita a la crisi segunda, El estanco de los vicios, en donde encontramos en el reino del vino y la borrachera -entre otros seres- las Arpías, es decir, la Murmuración, que mancha con su nefando aliento las honras y famas, el Minotauro embustero, la bachillera Esfinge, presumiendo de entendida y ignorando de necia, las Furias, las Sirenas, brindando vidas y ejecutando muertes, la Scila y la Caribdis, viciosos extremos donde chocaron los necios, los Sátiros y los Faunos, con apariencias de hombres y realidades de bestias, pero estas fieras harto feas les parecieron a sus beodos amadores, otras tantas beldades (65-66). También, para ilustrar la necedad que aplaude la ignorancia, sin que nada osen decir los sabios, expone "conque triunfa Aragne contra Palas, Marsias contra Apolo, y pasa la necedad por sutileza y la ignorancia por sabiduría", y poco más.

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recido los nombres de los monstruos más terribles, que suelen estar en las plazas y calles, o nos hemos sonreído con unos dioses algo pequeños, u observado los males de la religión mal entendida.

Hemos comprobado que la presencia de la mitología no es demasiada y que se limita las más de las veces a meras menciones de nombres o a breves comentarios desde distintas ópticas; pero también hemos visto que esta utilización contribuye a enriquecer las diferentes obras. Los personajes han sido seleccionados del enorme caudal de que dispone la mitología. No están en estas obras los más famosos y que suelen aparecer en la poesía, puesto que su presencia aquí respondía a otras funcio­nes concretas relacionadas con la finalidad crítica y didactico^moral que se propo­nían los autores, en un momento en que el estoicismo tiene terreno abonado para triunfar; en la pintura de la sociedad, más o menos acusada o perceptible, la selec­ción y tratamiento del mito responde, por ejemplo, a la "seriedad" de las Empresas o a una sátira a la que nada le prohibe verum dicere ridentem.

Los personajes "convenientes" eran Hércules, que enseña las virtudes que hay que cultivar, que estaban en vías de desaparición, o Prometeo, que sigue pretendien­do hacer hombres. Hay otros que ilustran el mal que les causó no obedecer a quienes les enseñaban (Faetón, ícaro); son estos ejemplo de conductas a evitar.

La presencia de monstruos, seres malvados y engañadores (Sirenas, Arpías, Circes), o la de otra serie de seres semidivinos, de condición tosca y burlesca, como Cíclopes, Sátiros, Egipanes, sirve para lograr el retrato de una sociedad desde la leja­nía y la verdad del mito, aunque la condición "poco humana" de los hombres expli­ca que se valore por encima de ellos al que ostenta la apariencia de animal (Quirón).

Ambición, necedad, engaño, presunción y un largo etcétera son vicios presentes en la vida y los hombres de la época, y para todos ellos existe en la mitología siem­pre un eficaz punto de referencia.

La mitología, pues, puede estar presente en cualquier género literario y sirve para expresar las más ricas y profundas ideas y valores, las ideas y verdades de siempre, los sentimientos humanos y la pequenez del hombre; para colaborar, por eso, a veces como ligera brisa, a llevar a buen puerto el plan que cada uno de nuestros autores se había propuesto, para enseñar deleitando.

Vale, por tanto, el mito para que se ofrezcan por medio de él unas ideas que en los hombres del Barroco, como se muestra y demuestra en otras intervenciones de este Coloquio, surgen de unas almas atormentadas frente a un mundo que no les pla­ce y que los inunda de pesimismo.