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LA PEQUEÑA GUERRA DEJOHN Aferradoaltimóndelamáquinaroturado- ra,catandoelalmibaradosabordelossurcos abiertos,elvahodelasresquebrajaduras,me nosprofundascercadepromontoriosnuclead osderocaocascajohúmedo,Johnpestañea, sacudelacabeza,sinningunaimpaciencia,la restregaaldorsodelamano,limpiaelsudor quebajadesdela frentey hierensusbojosy sabenasalyafatigaenelbajomediodíade Arkansas.Contemplaelvuelodelasavesen laaberturaceleste :colmanlasfisuras,boquean enlanavegación ;propaganelritomilenario sobrelatierrareblandecida ;hundensuspicos,

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LA PEQUEÑA GUERRA DE JOHN

Aferrado al timón de la máquina roturado-ra, catando el almibarado sabor de los surcosabiertos, el vaho de las resquebrajaduras, menos profundas cerca de promontorios nucleados derocao cascajo húmedo, John pestañea,

sacude la cabeza, sin ninguna impaciencia, larestrega al dorso de la mano, limpia el sudorque baja desde la frente y hieren sus bojos ysaben a sal y a fatiga en el bajo mediodía deArkansas. Contempla el vuelo de las aves enla abertura celeste : colman las fisuras, boqueanen la navegación; propagan el rito milenariosobre la tierra reblandecida; hunden sus picos,

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escarbando el alimento primario . A John leinvade una felicidad sin origen, limpia, indes-cifrable, cada vez que mira la diversidad de losplanos, la promiscuidad de colores . El verdecaracoleando en las proximidades, detrás elazul intenso y por encima celeste y gris, nocolor: la transmutación de matices coronadospor simetrías de nubes en un hueco sin galope,en la distancia.

El joven John no concibe una vida margi-nal al paisaje abierto ante sus ojos, lo descifraen sus intimidades sobrecogedoras, violentas .Es un gozo que viene desde siempre, inscritoen la memoria del establo, en los granos de lamultiplicación, en la 'pradera menos agreste,sin esterilidades bajo las aspas de arado y laabonadura reciente, sacudida en las noches del

reposo por el ulular del ferrocarril que, cruza desde Camden a Little Rock, a la urbe sintiempo. Su vida está allí, en el tractor quelame la tierra y la hace parir año tras año, enla reunión dominical de los más jóvenes des-pués de la misa en la iglesia de madera, olorosaa pino adusto, a Virgen María . Vida tranquila,próspera, redondeada los sábados en el local delviejo Sam, el mostachudo irlandés organizadorde bailes y alcahuete, en donde conoció a Do-rothy, la que le revelara los secretos de la car-

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ne una noche de Pentecostés ; la cara difícildel mundo, la del pecado.

Percibe al cartero, el uniforme azul y la go-rra con el distintivo de metal devolviendo losrayos del sol, la bicicleta arrimada a la caba-lleriza, el sobre en la mano de la tía Clara, tanblanco como su temblor. John se pregunta dequién, de dónde, y cierra la corriente, aceleran-do a fondo, en cambio neutro, para dejar lacombustión en estado latente, la ignición apunto, como debe ser cuando la máquina tie-ne muchos años de uso y no se tenga dificul-tad para el arranque después del enfriamiento,al regreso, cuando reinicie la labranza antesde la modorra vespertina, con los peones dis-persos.

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Están sentados a la mesa. El humo de lasviandas distribuye un olor penetrante de guisoy cebolla, de tristeza trashumante. Los sollo-zos de Christine torpedean la hora del recogi-miento secular, la Oración de Gracias. Eljoven John, ajeno al gimoteo de la vieja, ho-jea entre líneas, debajo del sello oficial, el ros-tro dicharachero de la buena Dorothy en unmarco de hierbas, sobre unos peñascos redon-

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dos al margen del Ouachita, entre bramidosde vacas y pestilencias de pezuñas salvajes. Latía Clara sostiene el sobre entre sus manos co-mo una posesión de la que no querría separar-se jamás, ajusta la chapa con un movimientooscilante de mandíbulas mientras se hunde yrecrea en una perorata lastimera sobre la ine-vitabilidad del servicio, el honor de la familiaahora en manos del pequeño John desde queel abuelo Charles se uniera, hace tantísimosaños, a los Confederados .

-Es la guerra - dice. John mira a Doro-thy detrás de los tipos de imprenta, la imaginadistante, desnuda entre los peñascos del río oen esa oscura hospedería de Camden, dondeexperimentó matices diversos, olores fuertes ygreñudos, volcánicos y sanguíneos, apenas diluíd os por esencias de alfombras desinfectadas y

sábanas olorosas a detergentes baratos . Imagi-na el lugar a donde debe marchar y se pre-gunta si se encontrará otra Dorothy, otrosmatices, llanuras tan vitales como las suyas,en Arkansas.

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La voz del sargento, incorporada al paisajede uniformes, detrás de las tiendas de campa-ña, remueve la memoria de su padre (siem-pre por encima de los relinchos y el gorjeo delas aves, voz, voces, vozarrones confundidasarriba John atención ensilla soldado al suelocalienta los hierros un dos un dos un dos im-bécil siembra esa semilla cava esa trinchera,acelerando el entrenamiento, transformándoseen soldado, a tres meses de Christine, tía Cla-ra y Dorothy, sumergido en un orden de ac-tos ejecutados sin voluntad, chocantes, inúti-les, ajenos a su temperamento como lustrarsus propias botas, coser la rotura de los pan-talones, hacer la cama, levantarse sin los ga-llos, al alba, bajo la taladrante mordedura dela corneta, junto a los fulanos del regimientocon los que intima en los simulacros, en la sel-va, en regiones pantanosas, metido hasta elcuello en el lodo, imaginando el lugar a don-de estaba finalmente destinado) cuando dijoa la formación, bajo el asta de la bandera :

-Están listos, muchachos. Pronto estaránen el frente.

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La silueta se desplaza bajo sus ojos, agaza-pada, tratando de no ser vista en la espesura,entre los matorrales y el humo, emergiendo dela emboscada, sobreviviendo al ataque de ar-tillería, a la densidad del fuego, avanzando hacia la boca del lobo no obstante, a la mira delfusil. John dispara y casi puede ver la uña deplomo perforar la espalda del hombre ; lo miraarquearse hacia atrás, caer, restregarse en latierra y quedar mirando al cielo, la boca abier-ta sosteniendo el grito, la queja a media asta,mientras las hojas chamuscadas siguen cayen-do de los árboles y la corteza terrestre retumba .

En el acampado, después de la jornada, nose sorprende cuando sobre la culata, con lapunta de la bayoneta, imprime una nueva ra-ya y hace la cuenta, mentalmente ; calcula elnúmero de enemigos que han pasado a mejorvida por sus manos y las compara con la cifrade sus compañeros . Está decidido a mejorar lamarca de Peter, el mejor tirador del regimien-to, cuyo fusil parece una cebra de tantas . tan-tísimas rayas adheridas al lomo .

Aprieta el chicle dulzón en los molares yejercita la memoria de sucesos ya lejanos porlas tantas cosas ocurridas en el breve espacio

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que va desde la despedida de madre Christiney tía Clara en el andén, en Texarkana, a don-de tuvo que ir a tomar el tren, hasta el mo-mento de liquidar por la espalda a ese hijo demala madre, semidesnudo, cuando reptaba en-tre las matas con un susto de los mil demo-nios, tratando de escapar. No quiso tomarloprisionero porque un hombre vivo no da rayasy no sería justo terminar la guerra por debajode Peter.

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John convalece en un hospital, en Saigón,lejos del ruido de los obuses, las voces de man-do y los avances y retiradas sobre objetivos"estratégicos", en la densa selva. Aprendió aburlarse, en el peligro, de cierto tipo de órde-nes emanadas del alto mando, que nadie en-tendía ni explicaba, como para compensar al-gunos momentos de ansiedad incontrolable enel acuartelamiento, en la espera de una incur-sión repentina del enemigo, fuera de lo co-mún, de naturaleza insospechada, como era yainveterada costumbre y a las que nadie en susano juicio podría acostumbrarse . En el le-cho, viendo hacer a la enfermera, recordóaquella colina sitiada por órdenes superiores

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durante dos largas semanas, tomada al fin porpuro gusto, porque no se encontró allí un al-ma con vida y hubo que iniciar la retirada, vol-ver al punto de partida, también por mediaruna orden superior, sin pena y sin gloria y sinnuevas marcas en las culatas de los fusiles. Esavez tuvo miedo. El avance era impedido des-de arriba, con metralla y morteros y aunqueel teniente al mando aplicó las famosas tena-zas, en el ascenso, y una operación limpieza atodo dar, no hubo verdadero contacto con elenemigo, como si todo el tiempo se hubieraestado combatiendo con fantasmas. En esa co-lina tropezó con una bala. En el hospital deemergencia le aplicaron un torniquete sobreel muslo. Pero, como suele ocurrir en estoscasos y cuando le llega a uno la de mala, elhelicóptero vino a su rescate al amanecer, cuan-do ya había perdido mucha sangre y la calentura le debílitaba por momentos y lo enfrentaba a visiones amargas, en el sueño . enel delirio y en el miedo. Mira a la enfermerade ojos rasgados, de piel amarilla y piensa có-mo sería con ella, en Ouachita, entre los peñascos .

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No pudo saberlo nunca. Recibió la baja yembarcó de regreso, a casa . Tenía la certidum-bre de perder la apuesta con Peter y se alegraba porque tenía una excusa inobjetable .Viajaba en un destroyer, rumbo a los EstadosUnidos, con escala en Manila, junto a otrosveteranos de guerra, con mejor o peor suertede la que él tuvo, según los casos y según des-de el punto que se viera. Trata de acostum-brarse a ver como cosa natural a los verdade-ros mutilados sobre la cubierta del barco : gen-te muy joven arrastrando las muletas o sinbrazos, comunicando cierta alegría sin gozo,una risa sin sonido, como si envidiaran no alos que aparentemente regresaban ilesos sinoa los muertos, a los que hacían la larga trave-sía del Mar de China hacia el Pacífico, ence-rrados en caja refrigeradas y que serían sepul-tados en sus pueblos, con bombos y platillos,envueltos en la bandera, como héroes, comoprototipos del hombre americano. John pien-sa que ese no es su caso, apenas si cojea y sa-be que con un poco de esfuerzo estará biendel todo, como antes de abandonar las llanu-ras de Arkansas, las pequeñas y cojonudas ra-zones de la existencia entre vacas que pastan,cerdos devorando mazorcas de maíz, perros ladrando la bienvenida en el recodo de la huer-

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ta y Dorothys, por montones, desparramadassobre las alfombras de los moteles, bajo suspezuñas salvajes, de soldado . Ahora, se dis-trae mirando el mar, las aletas de los tiburo-nes cuando cortan la superficie del agua y losislotes difusos en la bruma del horizonte .

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-- Has cambiado, hijo - dice madre Chris-tine, en el umbral, la cabeza hundida en elpecho. - Te cambió la guerra,

La madre Christine ha visto a John cuando golpeaba inmisericorde al viejo perro, aDoggi; ha penetrado en su brutalidad nueva,en sus ademanes demasiado bruscos y torpes yen esa rata forma de hablar masticando laspalabras, despreciando todo cuanto le era familiar en otra época, adscrito, en la comuni-dad del hogar.

-Uno se hace hombre - le dice .Eso dice y, sin embargo, presiente que ma-

dre Christine no está equivocada . El mismose ha sorprendido en mitad de la blasfemia,Inútilmente trata de apagar el odio que infla-ma su corazón cuando las cosas, antes indiferentes, se le niegan, se le escabullen de las ma-

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nos, se hunden en sus propias razones sin aris-tas, en sus planos incambiables, antiguos, y enlos que ya no cree, ni atiende ni obedece . Esatarde, en Camden, Dorothy se le negó, no qui-so bajar a sus ingles, meter la cabeza entre susflancos, emular a la prostituta filipina, a laMaría del puerto, en Manila, durante la esca-la. La golpeó para que aprendiera que con loshombres no se juega .

La alegría del regreso desaparece con losdías. Piensa incorporarse a la peonada, a larecolección y los músculos no obedecen, también se rebelan al mandato ; están cubiertos deuna mohosidad de rechazo y desprecio por esatierra tan llena de lejanías y desencuentros consu propia naturaleza humana, distinta, meta-morfoseada. Entonces, concibe la idea de lafuga .

Nadie llega a despedirlo a la estación .

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UN HOMBRE DESHABITADO

Cuando el chevy llega, se detiene, y el silencio morado perdura, goteando en agonía, detrás del parabrisas opaco y el ronroneo del mo-tor antes de cerrar la llave, presientes una os-curidad, una especie de aterrizaje de emergen-cia en las condiciones menos favorables, enla niebla, en el frío, y esa misma imagen, co-mo en un sueño, la trasladas a una ciudadunilateralmente nocturna, a una mazmorra típica del siglo 13, a una galería de hospital demohosa claridad. Sí, te enconchas como unatortuga, hundes la cabeza en esa caparazón au-sente, plegadiza, de recuerdos velludos, áspe-

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ros, y la escuchas sin verdaderas ganas te necesito y aprietas los puños hasta sentir dolor delbueno, ese que arde en las coyunturas, en lasvísceras, en los zapatos y cierras los ojos paramirarla por dentro, extensa en su maquillajede actriz perfecta para Dama Boba . Cada pa-labra suya da en el blanco, en el mismísimocentro, marca cien puntos y sientes la veloci-dad de la ruleta, la voz ronca del tallador im-poniendo un ritmo a las cartas no fue mi cul-pa, eso pasó, no tiene remedio, fijo, paralelo ados lágrimas apuntando en sus conjuntivas, sindeclararse.

Su voz baja de una catapulta, suena como

un amago de bilis guillotinante desde ese paladar suyo y un cansancio atroz te posesionaporque algo, como un letrero luminoos colgado en la marquesina de un hotel, anuncia finde fiesta es inútil inventar una excusa, lo sa-bes bien, me conoces, el despelote, los músicosdisparan el arranque, las puertas se abren parael pueblo cuando todo, acaba, tiene gracia .Piensas en Diana, divorcio por mutuo consen-timiento, una bicoca, la cara apagada de esejuez que no parecía juez sino tahur o maestrode escuela rural, todo parecía menos juez, Pe-ro, piensas sobre todo en la niña, la descubreshacia dentro, marginal, escombro reactivo enel atolón de Bikini, toda ojitos y cabellos on-

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dulantes diciendo papá de esa manera como atí te gusta, metiendo la manita en la sopa yjunto a tu lecho en la vigilia . En ella piensas,en su manera de quebrar la noche con un ge-mido volátil quiero explicar las razones, no fuemi voluntad, las cosas se presentaron así, node otra manera de llanto aéreo y entiendes me-jor cómo duele olvidar porque ese divorcio,esa actitud de hombre Viceroy no constituyóun acto de liberación deliberado como tratabasde dar a entender sufro las consecuencias, deveras, sufro porque no es lo mismo, no puedeset lo mismo, inventar domingos para Rosita,empujarle un caramelito de paternidad los díasde fiesta si durante mil años estarás repitién-dole esa cucharada de medicina mala, purgan-tes de ausencia, vomitivos algo debemos deci-dir, trazar una línea, un puente de soledad traúm ática, ¿entiendes? Crecerá sin padre, natu-

ralmente.

Pones tu mano sobre su boca, no quieresdetalles, no necesitas nuevas alternativas, ade-rezos insustanciales; no más gotas de limónen el trago. Detrás del parabrisas auscultas unvómito gelatinoso, cargado de salitres, el eruc-to agrio de esta noche junto al mar, la nocheabierta como un esófago, como un castigo tá-cito, invisible. Ahora puedes precisar que laspiernas de Rosita no son tan frágiles, soportan

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peso, soportan olvido el viaje era un pretextode ellos para separarnos, estoy segura y tam-bién el amor que derramas sobre ella la tar-de de cada domingo cuando pregunta por esosdías sin verte, anotados con rayitas verticalesen un cuaderno. Eso era lo que trataba dedarte a entender cuando me preguntaste, estássolo, estarás solo, completamente deshabitadocomo esa casa que habitas ahora, con el te-cho agujereado y por donde asoma, cuandollueve, una gota de agua intermitente y mojael piso y forma un charco en las junturas im-permeabilizadas por la edad y la mugre . Re-cuerdas, ahora, como colocas los recipientesbajo la gotera estuvo en el aeropuerto a reci-birme, me instaló en su propia casa, eran ins-trucciones de mis padres, yo no sabía, me em-pujaban cuando sería más fácil trepar al teja-do y cubrir el hueco de una vez por todas, co-mo debe ser en estos casos. Se terminaría lajoda, tendrías el tiempo necesario, todo el tiem-po, para arrellanarte en el sofá sin miedo yordenar el mundo, el tuyo . Te has sorpren-dido esperando los días de lluvia para colocarrecipientes debajo de la gota, ese juego tontode agotar las horas esperando que el agua es-té a punto de superar los bordes para correral lavabo, vaciar y regresar a todo tren cal-culando el número de gotas perdidas sin re-

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medio en esas idas y venidas. Esa es tu personalidad, el recogegotas por antonomasia, lo

sabes bien porque no hubo salida, nos acosta-mos juntos, esa es la verdad eso explica tuprimer matrimonio, el embarazo te obligaba,no podías desamparar esa preñez, no podíasni siquiera pensar en obligarla a un aborto .Alguna vez alguien te dijo que eras inhumanocontigo era distinto, era otra cosa, sin maldad,y ahora tú mismo te haces esa pregunta . Noencuentras la respuesta, naturalmente.

Ahora recuerdas más o menos la época,Juana metió las uñas en la polilla, los naipesse vinieron abajo, Diana era un montón de ce-nizas apagadas, Rosita apenas una existen-cia vaga, sin título. Carecían de significadoallí, en Juana, en su estereotipada fascinaciónde fémina a punto . Abandonaste lo que yahabías abandonado, estaba podrida, lo sé, poreso lo hice, para lavar mi imagen y Juana, ensu perspectiva, silogística, asaltaba planos, in-troducía recursos en el crucigrama ; no eranfraudes, en realidad era ella . Volviste a tusocupaciones habituales, a la clase de Filoso-fía pulverizada por ese viejo profesor de ca-nas metafísicas puede ser tuya, déjame probaragustino para rematar ; a las chuparas ocasio-nales, al cinematógrafo, a las exposiciones depintura, a las conferencias, a todo cuanto mi-

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metiza y desmorona construyendo . No tomaste la vía de la Rosita, el alto stop de Diana.Era imposible, a fin de cuentas, demasiadotarde para naufragar. La recuerdas, a la Juan

ita de los primeros tiempos, tejido regeneradosobre el muñón tumefacto, callejón entre mu-ros no me importa abandonarlo, irme lejos,irnos mientras preparabas la estocada del di-vorcio, el mutuo consentimiento pata abreviar,la excusa callejera, perruna .

Pasaste por momentos difíciles, lo recuer-das. Pero, era cuestión de tiempo, de pasarun trapo húmedo, empapelar los recursos delos padres de ella para volatizarla, la opiniónde los amigos de Diana y de tus propios compañeros de chupata (uno de ellos hasta descubrió desviaciones morales en tu conductaambivalente) . Explicabas aquella cosa sim-ple no necesito más, simplemente seré tu aman-te, tu mujer de ocasión del mutuo consenti-miento y aquella vez embrutecido por la be-bida confesaste que la amabas, a Julia, y quela otra era un aparatoso accidente automovi-lístico . Esas fueron tus verdaderas palabras,textuales . Cuando te habló de ese viaje aSuramérica, aduciendo la insistencia de suspadres, pensaste, con ingenuidad, en que veníaa perillas para tus propósitos de divorcio pormutuo consentimiento y demás basura. Que-

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rías tener todo arreglado para cuando regresara , confiaste en tu buena estrella (que nunca

fue buena) sin pensar en las otras piezas deljuego y en otra gente capaz como tú de ha-cer-bien las cosas y los crímenes perfectos po-demos vernos, te lo aseguro, como ahora,¿Cómo pudiste olvidar que no eres más queun recolector de goteras?

Tus planes eran buenos. Lo tenías todoarreglado, Los cuernos del toro estaban entus manos, el mutuo consentimiento y todolo demás. Volviste a la Universidad, hasta tesimpatizó un poco San Agustín, la bobera dela Ciudad de Dios y otros cuentos. No te basta las horas felices, los dardos, las mutilacio-nes del tiempo, el aguante, y tienes el rostroendurecido, las manos crispadas, no has robado el fuego a los dioses, Prometeo de pacotilla, la telaraña se ha disuelto.

Le cubres la boca con ambas manos, le di-ces que no puedes aceptarlo, todo aquello, noes tan simple le dices, no es tan simple . Ellallora, te duele verla llorar y te satisface conrabia. En medio de los dos algo grita, quema,y no sabes ya nada, nada, Abres la puertadel chevy, precisas el chirrido de los goznes,te despides, te echas a caminar y sientes elviento nocturno batir la melena de los ár-

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boles de la costa, menudas gotas de agua sa-lada salpican tu rostro ya piedra o fosfores-cencia muerta.

A tus espaldas el ruido del motor se alejay tú también notas que ce alejas .

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SALÓN DE CLASES

La bola de papel rebotó suavemente sobrela nuca de Ricardo . Las risas menudearon, dis-pares, susurrantes, a sus espaldas . Reprimiólas ganas de mirar, de volverse y mentarles lamadre. Hizo como si nada hubiera ocurrido .Localizó la pelotita en el suelo, inmóvil, arrugada, y trató de imaginar a los que se encon-traban sentados, atrás . Le vino a la memoriael Flaco y Damián. Siempre estaban en plande jodedera. Como estudiaban poco, a menudo se estaban metiendo con los que sacabanmejores notas, haciéndoles la vida imposiblea los de la primera fila, a los clase a . Jaime

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dejarían o, en todo caso, sería merecedor deuna penitencia mucha más cruel, inhumana :cagar a la vista de todos o caminar por laAvenida Central con un rabo de papel tejidoa una hora de mucho movimiento, como lehabía ocurrido a otros. Unos segundos, al vol-verse y decir "no jodan", bastaron para atra-par esa certidumbre derramándose de las son-risas blancas, irónicas. Estaba en la primerafila. No le sería difícil levantarse y correr,nadie saldría a perseguirlo, a armar jaleo . Secontuvo porque sabía que después iba a serpeor, le tomarían por marica, de totora, comoa Javier. El muy tonto a las primeras se fuecon el cuento al director y, como no pudoacusar a nadie en particular, se fregó. Bene-dicto le dio una tunda de Padre y Señor Nues-tro y le hizo a advertencia de algo peor si serajaba de nuevo ante las autoridades . Así seestuvo, con la cruz a cuestas, hasta que locambiaron de colegio.

Ricardo dejó de mirar la puerta con ansie-dad. El maestro se tardaba . Lo imaginó conla maestra del quinto, la interina . Desde quellegó no le perdía pisada . Tenía por costum-bre obligarles a repasar las clases del día an-terior mientras se iba tranquilamente a cor-tejar a las maestras, sobre todo a las nuevas,a las recién graduadas . Cuando le iba bien,

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regresaba como un alma de Dios y daba gus-to verlo : cuentos, chistes, nada de lecciones .Si algo le salía mal, entonces venían los exá-menes, la pagadera de los platos rotos .

-Miren al pajarito - dijo Benedicto .-Habrá que aleccionarlo, muchachos .

Las risas cesaron. Benedicto tenía la ba-tuta, marcaba el compás.

-No te dejes, Ricardo - dijo a media vozRafa, a su derecha.

¿Qué podía decir Rafa? No era el que ibaa recibir los trancazos del negro . "No te de-jes", le dijo, como si fuera soplar y hacer bo-tellas .

-A la salida te saco el alma - insistióBenedicto.

-No me asustas - respondió. Era unabravuconada, pero el otro había decidido yera inútil pensar en algo mejor. Benedicto ne-cesitaba hacer otra demostración, demostrarque era el más macho, el mejor . A Ricardole había llegado el turno, como a Javier .

El maestro llegó al aula con el rostro som-brío y, enseguida, urgió por una hoja de pa-pel para la prueba. Algo debió salirle malcon la maestra Forencia, de seguro . Escribió

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las preguntas en el tablero y ocupó el pupitre,pensativo. Ricardo se esforzó por terminar deprimero . Pensaba irse con permiso despuésde entregar la prueba, ganar un poco de tiem-po. El maestro no lo autorizó porque no pudodar buenas razones y, cuando regresaba frust rado a su banca, observó el puño cerrado de

Benedicto apuntando hacia él .El aspecto de Benedicto atemorizaba al más

plantado. Su piel oscura, áspera, el pelo en-sortijado, la nariz achatada y los labios grue

sos incrustados en unas mandíbulas cuadradaseran signos de una evidente, desconocida ru-deza. Además, Benedicto gesticulaba constan-temente, a propósito. Al caminar, balanceabael cuerpo y la cabeza, como un gato siempreal acecho.

Un papel vino de atrás, de mano en mano,silenciosamente. El maestro no se percató denada. Ricardo lo desenvolvió sobre la banca .Las letras estaban desfiguradas, intencional-mente:

Detrás de RooseveltTu padre

La noticia de la pelea circulé de boca enboca después de la salida de clases . Acorda-ron reunirse detrás del Hotel Roosevelt, aun costado de la Avenida 4 de Julio, en unos

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terrenos baldíos cubiertos de maleza y des-perdicios. El círculo abigarrado se formó de-bajo de unos arbustos, en torno a Benedicto,el primero en llegar. Ricardo llegó poco des-pués, con Rafa, su solidario. Escrutó a Bene-dicto despacio tratando de encontrar una se-ñal, la puerta conducente a un arreglo deotro tipo, sin puños . Descubrió, entonces, queel otro no lo excedía en estatura y peso . "So-mos coteja" pensó. El Flaco serviría de ár-bitro y se interpuso entre los dos, con la ma-no estirada al frente .

-El que pega primero mienta madre-dijo .

Benedicto dejó caer la mano abierta sobreel dorso de la mano de Flaco, en señal deque mentaba madre, y se lanzó adelante . Elpuño cerrado rozó la oreja de Ricardo, en-rojeciéndola. Se movió de izquierda a derecha,con la guardia en alto, en la punta de lospies, soltando zarpazos, barrejobos, sin alcan-zar el blanco porque Ricardo se defendía bien,hacia atrás, con los brazos como escudos, sinatacar. Intentó abracarlo y rodaron por elsuelo, entre los desperdicios. Benedicto pudo,al fin, golpear con los nudillos sobre el ros-tro de Ricardo después de sentarse sobre suestómago e inmovilizarle los brazos, bajo las

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rodillas. Cuando Ricardo logró zafarse empujándose con los pies, tenía un hilillo de sangre en la comisura de los labios, Apenas escuchaba los gritos de los demás, azuzándoles .

Benedicto no pudo acabarlo pronto, a Ri-cardo. Resoplaba como un toro, la boca abier-ta, los gruesos labios colgando húmedos, tam-bién sangrantes . Ricardo se había convertidoa última hora, en un hueso muy difícil deroer. Sabía meter bien sus golpes, con astu-cia, sin arriesgarse mucho. Lo dejaba venir,lo esperaba. Ambos se agotaron pronto, se-guían la lucha por puro orgullo en medio delcírculo vociferante. Flaco intervino, separán-dolos.

-Ya está bueno . Declaramos un empate,¿verdad muchachos?

Ricardo sintió una corriente de simpatía asu alrededor. Un empate era más de lo quepodía esperar y le bastaba . Sentía dolor en to-dos los huesos y en la espalda, y reía pordentro. Benedicto cargaba con la derrota . Elque lanzaba el reto debía ganar, estar por en-cima ampliamente, no dejar la menor duda .Tomó sus libros de manos de Rafa y avanzórodeado de rostros y reconoció, entre ellos a

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algunos de los antiguos humillados, mirándo-le con ojos de aplauso .

Benedicto seguía atrás, con sus amigos .

Rafa sintió la pelota de papel, rebotar sobresu nuca. Sabía de quien se trataba . No eraBenedicto, por supuesto . No abusaba desdela pelea con Ricardo y, además, como mejo-raba en las notas tenía un puesto mejor, casiadelante, entre los buenos. Rafa no cometeríael error de volverse y protestar. Era el máspequeño del grupo, se quedó quieto, como sinada. Ricardo volvió a arrojar la pelotita desde atrás y las risas retozaron dentro del aula,alegres.

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LAS TARÁNTULAS DE MIEL

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Por supuesto, su trabajo, nada que decir. Segana la vida, la conserva en el tiempo, mimética entre los rostros y las inmersiones, bajolos párpados de la noche, estructuralmenteabsorta, secuente, acoplada, Entenderlo tienesus problemas, su caja de Pandora

. No porque desconozca y tema (tal vez tema) en rea-lidad . Tiene su encanto vivir dentro de nor-mas fijas y romperlas, en mi caso, aunquesuperarlas deje un sabor a tierra . Los sonidos,tensión y disonancia brusca, las luces giran

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como aletas de galápagos; colores de agota-miento lumínico penetran mi memoria, ara-ñan. El alcohol no sirve de nada, bebo porpuro gusto, casi por no beber. También lamiro, la escudriño, atravieza ángulos, agotalas estructuras de la danza bajo los reflectores, se desdobla como una pertenencia impune,púdica. Hago el ridículo, cierto, mirándolaasí, en la fosforescencia y el humo . La sen-sación de una garra de tigre horada mi pecho,danza allá; yo miro debajo de la mesa, quie

rosaber sitraigo calcetines,si uno es rojo yotro azul, si la gente se ha dado cuenta y di-simula no mirarme. Trato de hacer lo que to-dos, estar en la escena, marcar el compás,aplaudir como un péndulo, en fin : una ca-tástrofe .

No exploro, estoy simplemente, stop obligado por una ponchadura de neumático, asíde simple, un como silencioso placer de des-tornillar, elevar varias toneladas con un jue-go de palancas, gato hidráulico, punto de apo-yo, metafísica del equilibrio . Luego luegoarrancar a toda velocidad, sentir el olor delaceite quemado, la inmundicia del escape .

Ana escénica, apoteósica. Anita en la luz,descubierta, anegada por espasmos de coreo

grafíay el índice, pelícano, áspid transgrediendo al público, hiriendo (la idea es sub-

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terránea), muerde los pliegues de la expectación, delirio sin llegar al tremens, lavativa,intento de escalar techos, vacíos, enhebrar unaaguja en la oscuridad. ¿Arte? ¿Cornucopia endespojos? Una mujer de nalgas aéreas, antes.Antes y después de Anita escupe el vientrepor la boca, gira el esternón sobre un ejede pubis, presiona la anatomía bajo las yemas,cimbreante. No hay nada que hacer, lo digo .

Interpreta baladas en tiempo de Mona Bell,campana mona, tizne. Después de la canciónllega a la mesa, mis manos embarradas deaceite (es temor, lo juro) tocan su suave pelambre, su piel de nutria curtida. La miro conojos de alpinista, la desnudo mis allá de sudesnudez, escalo por su silencio, soy un gato .La Rosa vino con ella, se sienta, ingiere tra-gos velozmente, mete cháchara, chistes peor

es, preciso la diferencia entre pez y pescado,lo uno en lo otro. El pez atrapado en la redpuede luchar, revolverse, tratar de tamizarsepor un hueco, al final se resuelve : crepita enel fondo de una sartén .

La cosa sigue, se habla . Yo soy tú eres éles. Los modos y los tiempos del verbo, losadjetivos sustantivos, viceversa ; se habla, secubre cada palabra con algo de fuego dignocomo para estar arriba, en la altura, demos-

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trar que, un poco a la izquierda, se es distintopor aquello de la cultura universitaria y esascosas. Reconozco mis incongruencias donjua

nescas, trato de dejarme llevar, un poco a laderecha soy un extraño dispuesto a utilizar elextrañamiento como un recurso, una estra-tegia. Puedo simplificar todo el proceso, traquear sobre sus muslos un billete nuevecito,de veinte, hundir el acelerador, tocar botones,buscar la hendija en la puerta para dejar caerlos tres dólares oh, Anita, techo, neumáticodesinflado, y consumarme en ella, humillar-me. Es la manera de acabar de una vez portodas, para siempre. Después no costará nadadespedirse, será eficiente más allá de los es-pasmos, me dirá al oído que gozó una mul-titud con esa humildad amazónica trazada ba-jo sus pestañas como un arco, caballo medirá.

Busco otro camino, la comunicación en otroplano, la angustia intelectiva, a ver si me laspuedo. Por eso hablo de su país (después medaré cuenta que no tiene país), sacudo vie-jas nostalgias, desempolvo calles sin origen,plazas, bosques de pino en la encrucijada delcielo, la muda adolescencia . Se aburre. SanCristóbal Santa Lucía Gran Bretaña Mapo

cho Las Condes, vuelos cinematográficos, si-tios fraccionados, nada cuentan . Conozco

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Santiago, le digo, las ferias de libros, las manifestaciones políticas, Bim Baza Buz .. Picaresque Pollo Dorado, boites sumergidas en sótanos, niños cantores, cogoteras, micros destartaladas, pololas, hoteluchos, callampas, todo eso,mis remembranzas: le importan un comino, sonzapatos viejos, desperdicios. Su madre padececáncer, me dice . Tiene dos hijos (tricáncer) .Ignoro sus edades con indulgencia universi-taria, sus sexos me son indiferentes, entro asu nivel, no me importa si les ama o les pesan. Respeto su silencio, no introduzco temas para amargar el wiskey, consumir ciga-rrillos o desmoronar la magia, la alquimia delmomento.

El wiskey galopa territorios de silencio, vacuedad, alternativas . No tomo las de VillaDiego, estoy maniatado, la noche no tiene sa-lida. Las guitarras electrizan, las baterías, elórgano cargado de años (el anciano que lotoca se vitaminiza en el ritmo) bajan connosotros a la estepa nocturna, artificial, pre-ñada en el prisma del relámpago, para com-pensar la incomunicación concreta, interestelar, donde vaso silla trompeta jaula doremi fasolasi champaña bikini cenicero luces mens

laidies micrófonos bocinas yo ella trazan relaciones, destinos unánimes, superpuestos . Sealeja, vuelve a su número en la escena, una

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cadera abundante previa abandona el estrado:el canto de Ana introduce ahora planos suce-sivos en la diversidad . Percibo un anhelo dedarse en el canto, una plenitud frustrada bajola corteza del vestido mínimo, senos agitados,respiración marchita.

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Lo conozco, a Enrique. Miro su cara detribu pálida, chocante. Ana está ausente, unasemana que falta, sin motivo aparente . LaRosa seduce a dos funcionarios, acumula fi-chas; les sale cara la caricia agazapada pordebajo de la mesa, el roce de los muslos. Meha presentado a Nicho, el amante, lo deja enmi mesa para tener las manos libres .

-Chupa tu trago, Julio-- me dice Nicho.Su charla es un parloteo de caño y detritus .

Se extraña de mi sobriedad, es el centro, ha-bla de sí mismo, se ama ; lo otro es algo quese deduce de su propio punto de vista : "lasnuevas son todas malas", dice .

-La ves, a la Rita- señala con el dedo.

-Tuvo sus cosas conmigo, buen evento,sabrás .

-¿Cuál? - pregunto .

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-La negra, la patona- dice. -Me bus-ca. Tiene el gusta en la boca, todavía. Le hiceun buen trabajo, ¿comprendes?

Enrique estruja ni¡ mano, lo hace para quelo vea auscultar con la izquierda bajo las ves-tiduras abigarradas de la Trugi, en la mesacontigua. Estira la boca como una cortina decinematógrafo, goza. Señala a la Rebeca enel escenario: -Es un hembrón- me dice.

La tal Rebeca intenta una danza sicodélica,su cuerpo semidesnudo, vigoroso, liso, está dividido en secciones, bajo la cintura gira unpéndulo de reloj antiguo, las magos impulsanun bote imaginario (van de adelante haciaatrás, impulsándose) . La fonomimia de actosexual seduce las miradas, humedece entre-piernas, aupa palmoteos .

-Esa pelá tiene sal- dice Enrique . Debehacerme caso, arrancar de este país antes quese pudra.

Me muestro de acuerdo, disgrego . Fijo lascoordenadas de su tipo, triunfaría en París,Londres o Nueva York. Abundo: no recomiendo Suramérica, mercado limitado, com-petencia dura, nalgas de obra barata, excedente de cubanas después de Castro, tipología co-

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mún, sandeces sobre las cuales no estoy deacuerdo cuando las digo : -En todo caso, leconviene Europa, agrego .

-Pigalle, Molino Rojo, Monmartre, elacabóse, una panameña en París, fiesta mani,revulú- dice Enrique abriendo el cinemató-grafo, las cortinas de la boca .

Los aplausos, las manos sobre las manos(el acto de Rebeca está más allá de lo escé-nico) agitan el minimundo creado por suspiros, maxilares colgando cuando la bailarinainicia el mutis por una puerta lateral del es-cenario.

Enrique aprovecha el vacío lleno con lavoz del maese de ceremonias para informarme sobre Ana. Dice que está enferma, la haido a visitar (como siempre, recalca), y nopercibió rastros de enfermedad alguna, motivode ausencia . Ese interés por la salud de Ana(nada repentino) me sobresalta.

Enrique aparece de pronto, sin mayores re-ferencias, gélido, superpuesto, incrustado entreAna y lo que pretendo. Tiene pose de ganador, clase. Capto su estatura extrovertida, ciclotímíca ; el tipo de hombre capaz de extraer

metales preciosos de la roca viva . Su expresión,y la expresión de esa expresión, es exagerada,

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intento de ser sol sobre cuyas órbitas girasentodos los procesos habidos y por haber. Lo

imagino ahora enfundado en un bikini, reemplazando a la Tuigi, detrás de las marquesinas inventando la manera de dejarse ver,

frente al micrófono, ocupando el sitio de Ana,

Se confirma mi tesis, poco a poco. Cuestacreerlo. En el mundo de Ana, Enrique es unapresencia. Tener la certeza me confunde yalegra. Puedo, desde ahora, establecer mi es-trategia, mis defensas, mis ataques . No es lomismo que avanzar a ciegas, por lo pronto .Enrique lleva en vilo, sobre sus hombros, me-tal de valores que desconozco y Ana por al-guna razón está implícita, le es congruente .Soy un impostor, un advenedizo sin adveni-miento, un principiante con ínfulas de pa-rroquiano sin parroquia. -Enrique la cor-teja- dice Nicho. Trata de bloquear mi asal-to, delata un acento de fidelidad perruna .

Enrique no guarda quietud . Tamborilea so-bre la mesa con los dedos, zapatea . Una ecua-toriana con aspecto de india peruana ensayaun corrido mexicano con acento típico pana-meño y Enrique gimotea, hace pucheros, be-rrea auténticamente, roba auditorio. (Miro ala ecuatorianaperuanamexicanapanameña conlos pelos parados de punta, odiándole) . Se le-

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vanta como un bólido, besa la mejilla de unacorista sin nombre, saluda anfitriónicamentea otras cortesanas, en otras mesas y con otroshombres, en una ostensible demostración depadrote ejemplar, unívoco .

-¿Apuntaste a Ana en tu lista?- pregun-ta Nicho, aprovecha la dilación de Enrique, suhiperactividad en relación con la Tuigi, Rebeca, Nargasgrande, Meneíto y otras, metidas enla noche, entre los clientes esquinados, beo-dos.-No tengo lista- le respondo . Me mo-

lesta el tono lambiscón, la actitud felina, ob-cecada. -Alguna vez será. No creo que mesatisfaga,- ¿Que qué?-Eso.-Te gusta la hembra, ¿no?-No tanto.-No te entiendo.

-Es sencillo. No puede hacerse de cual-quier manera. No sin un ajuste, algo en queapoyarse.

Nicho me mira por debajo de los ojos, per-verso. Calcula el significado de la frase .

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-Flintoso.

-Es posible.

La Rosa llega a la mesa con un trago paraNicho, lo robó de la botella de los funciona-rios, se esfuerza por escuchar, encadena frasessueltas, las une, tercia intuitivamente con in-diferencia interesada, afirma una pura inocen-cia entre Ana y Enrique .

-Son amigos- dice .

Redondea la figura : hijo único mimado incomprendido, locario, juguetón romántico borrachito irresponsable buen muchacho y, porlo tanto, Ana no le toma en serio . El tonoconfidencial de la Rosa me incomoda, me evi-dencia, rastrilla mis fortificaciones, la actitudde poco importa que quiero demostrar, de vi-va la vida y vengan los tragos, en ese tinglado sin réferi y sin buena mano de poker. Enel fondo, la Rosa simpatiza conmigo, cree queestá haciéndome un estupendo favor .

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Estoy tentado a no persistir en el encuentro,mis posibilidades de movimiento están limi-tadas. No soy un integrado a pesar de lassemanas que llevo en esto . Me siento comoun peón en el tablero de ajedrez destinado aperder la cabeza en nombre de un rey y elcómodo desplazamiento de una reina (la rei-na Ana con mallas, micrófonos y fichas) so-bre torres, alfiles y caballos . Inútilmente tra-tó de provocar una cita fuera de ese universotan suyo, pelota de goma en sus manos, azúcar y miel naufragando en océanos de JohnnieWalker y candilejas . Es capaz de entender miperplejidad, lo inútil de inventar horizontes ypalomares, dibujar corazones atravesados en lacorteza de los árboles, peces sobre la arena,arrojar piedra sobre los pelicanos, caminardescalzos sobre líquenes crepusculares, subirhasta la copa de los naranjas para contemplarel abandono de los nidos, el tiempo derruidode la melancolía. Ella rechaza ese mundo es-túpido, Es concreta, práctica, ignora ese te-rritorio infantil por temor a la reguera, al abis-mo oculto en toda sencillez. "Eres un topo",le dije; y me miró desdeñosa, esquiva cruel,como sólo puede serlo una prostituta natural .Sin embargo, no pone el punto final, desde-

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ñosa se me acerca, consume el licor que pago, deja sobre la mesa las llaves de su casapara que no me marche, obliga mi claudica-ción.

Hoy tampoco está, no llega después de sie-te días de ausencia desalentadora y alegre . Unaluz de semáforo en mi mente indica precausión,calma, stop. Ese no estar suyo permite un cierto tipo de regocijo, permite una ofensiva en laguerra subterránea, ocupar la plaza, atar cabos,indagar. Ócupo la mesa al fondo, casi al instante se acercan (supongo una mecánica celeste, calcetinezca o cenagosa rigiendo los despla-zamientos de esas libélulas humanas) Nichoy Rosa, continúan hablando, bebidos, a vivavoz (algo así como sobre) el alquiler del de-partamento, la poca independencia entre am-bos, la exigencia del propietario del inmueble,la necesidad de correr un número en el progra-ma porque la Tuigi vomita en el servicio, unode los dos debe pagar la luz, en fin, sobre cualde los dos debe quedarse callado. Los observo .La Rosa termina por levantarse (supongo unaexcusa), y ocupa una mesa junto a dos consu-midores.

-Al carajo! -dice Nicho. -Puerco queno da manteca .

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--Hace el esfuerzo -digo, señalando a laRosa coqueta, sonriente, en la otra mesa .

Se perfila otra noche similar, monótona(pez en pecera, tigre en jardín zoológico, pá-jaro en jaula de mimbre) lejos de toda in-mensidad marina, selvática o aérea, junto aese aprendiz de chulo, oveja con piel de lobo.Nada que hacer ni siquiera esperar, regodear-se en las figuras simiescas, fosforescentes, alucinantes, impresas, a manera de murales, por

artistas anónimos en las paredes de la boite.Entonces, pregunto por Ana .

Nicho, aprendiz de chulo, putañero, mecánico, beodo, clava los codos en la mesa, levanta las manos hasta los ojos como para buscaruna pieza diminuta, microscópica, un resorteresbaladizo, un engranaje desdentado ; hace gi-rar la cabeza en sentido planetario, se inclinahacia delante, parpadea como el parabrisas deun automóvil,- ¿Es verdad que no. . ..? - pregunta, re-

creando el acto en las manos.-No --le respondo . Dejo al descubierto

mi incapacidad de seducción, un poco más, noimporta. Me contemplo ejecutando el peorpapel dentro de aquel escenario, no parásito,no idiota, no paganini agudo, sino el peorpapel,

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-Estás quemado, Julio dice. -EL Quique (se refería a Enrique) arrancó can Ana,

de week end, sabes. Si le da gusto, se la queda,de oficial, salario y todo . Si insistes -repitióel acto de recreación con las manos - tendrásque soltar lana, pagar trago en pila, te saldrácato. Te alelaste, brother.

Dice todo esto pausadamente, recalcando,mordiendo cada palabra como si al deber deinformar agregara un gozo, un orgasmo, unaplenitud de vida, el desahogo de una náuseanegra por el cuello de una botella .

Esta noche el espectáculo se inicia más temprano. El waiter cambia la vasija del hielo picado, los vasos vuelven a llenarse, vaciándosey llenándose, vaciándose y llenándose, y laschicas, a una señal de la coordinadora, aban-donan las mesas (no sin antes pedir a los cli-entes que aguarden por ellas), penetran en elcamerino, y en cuestión de minutos se despo-jan de las prendas exteriores e inician ordena-damente el desfile hacia el escenario.

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LA VENTANA

Cuento adicional publicadoa solicitud del autor .

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-¡Negro sucio!El grito seco llega desde la acera contigua .

Me asomo a la ventana y puedo ver lo quepasa. Es Billy. Sí. Grita y Jeef corre. Vuelve la cabeza. Se detiene jadeante y, luego,sigue corriendo. Puedo verlo todo desde laventana. Nadie lo sigue. Ese Billy.

-¡Eh, Billy, ya ajustaremos cuenta! ¡Estono acaba ahora! ¡Ya verás!

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-¡Calla asqueroso! ¿Por qué no bajas,pues?

Si pudiera bajar. Lástima. Padre acostum-bra a dormir con la llave debajo de la almoha-da. ¡Ya vería ese! Le rompería la crisma deun solo puñetazo. Sí señor. Eso haría o dejode llamarme John.

Son las siete de la mañana. A mí no megusta esta calle. Hay muchos blancos y nopuedo salir a las horas que quisiera porquesiempre ocurre algo. Tampoco me agrada estesegundo piso y esta casa vieja . Lo único quepuedo hacer es asomarme a la ventana y verlo que pasa .

Jeff es mi amigo. Es más joven que yo,creo. Pero, no mucho, me parece. Ha dejadode correr. Mejor así. Lleva una bolsa en lamano. Seguramente vino a comprar pan y noquiere dificultades con ningún blanco comoBilly. Jeff es así. ¿Por qué habrá venido tanlejos? Todavía tiene que andar cinco o seiscuadras. Cerca de su casa hay un almacén . Es-taba cerrado, seguramente. El pan debe serpara Mary. Sí, a Mary tienen que atenderlamuy bien. Desde que muríó Papa Jeff, ella(es bonita) resuelve todo en casa. Mama Juana está muy vieja. Sólo sirve para lavar yplanchar ropa de alguna gente blanca . Así

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es . ¿Qué otra cosa puede hacer una negra vieja? Yo creo que- las madres no debían envejecer nunca . Tampoco morir. Jeff quiere mu-cho a Mary. Por eso vino tan lejos a comprarpan. Sí, por eso. Si yo también tuviera unahermana como Mary, tan bonita, haría lo mis-mo. Yo creo que mi madre hizo mal en mo-rirse.

Jeff está seguro de que no lo siguen . "Losblancos gritones son unos cobardes", pensaría .Sí, eso pensó. Lo conozco bien. Pensó esopara darse valor. Las cosas no andan bien aquíy todos tienen miedo. Hasta el mismo Jeff.El lunes hubo manifestaciones y piquetes enla -ciudad. Sí. Algunos negros entraron en lu-gares sólo para blancos. Y hubo choques . Lapolicía utilizó unos carros grandotes, con man-gueras, para mojar a la gente. También sol-earon unos perros y golpearon con unos paloslargos hasta a las muchachas que cantabanen las calles . Jeff y yo lo vimos todo . Lo co-nozco bien. Es mi amigo.

-No te alejes demasiado de casa- advir-tió Mama Juana.

-¿Y la escuela?- preguntó.

-Tendrás que esperar la calma- fue larespuesta.

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Eso también dijo padre. Por eso no puedosalir. Pero, Jeff no es alguien de estarse en-tre cuatro paredes . Eso no. Y tiene razón .A nadie le gusta eso . Ni a los blancos, supon-go. Al principio Jeff y yo nos alegramos . Esatarde también el maestro nos había dicho :

No vengan a clases.-¡Bien!- dijimos.Lo malo es que golpean a gente de nuestra

raza y entonces no podemos salir de casa . Al-go debe hacerse. Sí señor : no ir a la escuelay que tampoco golpearan a nuestra gente . Lasdos cosas sería bueno. Al padre de Carolinale rompieron la cabeza . A Jeff le dolió mucho .Será porque lo gusta Carolina . Es bonita, meparece. A mi también me gusta .

Jeff cruza la calle, ahora. Lo hace para nopasar frente a Charlies Boite . Odia ese lugar.Me lo ha dicho . Creo que es porque en lapuerta hay un letrero que dice : sólo pata blan-cos .

No sé porque un letrero lo preocupa tanto .En muchos lugares está escrito eso mismo, Eslo primero que aprendemos a leer aquí. Asídebe ser en todas partes, me imagino. Y aun-que no esté escrito, así es . A Jeff no le gustaestudiar. A mi tampoco. Es mi amigo aunquea mi también me gusta mucho Carolina .

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-Mejor me buscas un trabajo- le dijouna vez a Mama Juana .

-Estudia- contestó ella.-Red trabaja. Déjame probar. Puedo lim

piar platos en lo de Richard . Me pagaría hasta un dólar, sabes .

Entonces Mama Juana le sonó la cara consu mano regordeta. Jeff no soltó una lágri-ma. Pero se estuvo toda la tarde en la plaz

ita, dando vueltas alrededor de lacarpa, yni siquiera se atrevió a visitar a Carolina. Re-gresó muy tarde a casa. (Yo creo que regresóporque tenía hambre) . Encontró a MamáJuana llorando A ella le había dolido más.Seguro que sí. Así son las madres, creo . Leacarició la cabeza y le dijo :

-Mi niño tienes que estudiar . Sentar cabeza. Si un negro estudiao no vale nada, unnegro bruto es peor .

-Estudiaré música, pues- respondió .

-No-- dijo ella .-Seré boxeador, entonces .Así es de porfiado. Mamá Juana piensa que

Jeff tiene ideas ratas en la cabeza. Será por-que se crió sin padre o porque sólo tiene nue-ve años. A veces creo que es bruto y a veces

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creo que es inteligente. No se que pensar .Una vez Mama Juana le dijo que no podíaentrar en la capilla de los blancos :

Los negros tenemos que ir a la carpa dela plazita .

-¿Por qué? preguntó- ¿Cuántos dio-ses hay?

-Uno solo, mi niño- respondió ella .-Así lo quiere El, ¿no?- insistió .-No, mi niño. Eso es cosa de los blancos-

trató de explicar.-Yo creo que los negros debemos tener

un dios aparte- objetó Jeff y, en ese momen-to, preferí largarme.

Esa noche Mama Juana rezó con muchaslágrimas en los ojos. Al otro día la observépidiendo consejos a Viejo Esteban . Tenía losojos enrojecidos como brazas . Por eso lo sé .

Ese es Jeff. Tiene ideas raras. Pero es buenoy es mi amigo. Quiere un Dios negro para losnegros. ¡Qué ocurrencia) Siempre habla de esascosas y a veces nos maravillamos . Nos diverti-mos mucho cuando nos cuenta esas cosas en laescuela. Piensa en angelitos negros corriendopor las nubes y tocando tambores y cornetas. Y

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nos dice que allí todos seríamos felices . Noso-tros nos reímos y a veces también pensamosque así debía ser. Ese es jeff.

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Selma, Alabama, un mes cualquiera de unaño reciente. Las organizaciones secretas delos blancos decidieron impedir cualquier nueva manifestación integracionista en Selma, Ce-lebraron una reunión pública en la mansiónde Hendon, Gran Cíclope del Ku Klux Man,y dispusieron, en medio de aplausos y aclama-ciones, mantener hasta el fin las posturas se-gregacionistas.

-¡Hasta cuándo negros!

-Es necesario apoyar a las autoridades lo-cales frente al Gobierno Federal . ¡No quere-mos que se metan en nuestros asuntos! ¡Si de-mostramos debilidad todo se echada a perder!¡Nosotros si sabemos cómo tratar a los negros!

-¡El alcalde y el gobernador cuentan connuestro apoyo!- gritó abiertamente el She riff Barnette,

-¡Sí!- respondieron los encapuchados .

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Esa noche colocaron una cruz, envuelta enllamas, en el patio de la casa del reverendoEsteban. Nadie habló del combustible que uti-lizaron .

El fuego parecía tocar el cielo despejado deSelma.

-Nuestra lucha es pacífica . Eviten las provocaciones de nuesttos hermanos blancos .Permanezcan en casa todo el tiempo posibley manténganse siempre en las cercanías delghetto. Oren. El Señor está con nosotros,-Así habló el reverendo Esteban ese domingo.

-Buena manera le estar con nosotros .¿Acaso no es un Dios blanco?- refunfuñóJeff y Juana, su madre, le pellizcó la oreja.Todos se volvieron al escuchar el quejido .

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Jeff empujó suavemente la puerta y penetró en la estancia tratando de disimular laagitación que lo embargaba después del sustoy la carrera. Ninguna de las dos mujeres re-paró en su estado. Una semipenumbra invadía el pequeño aposento atestado de objetos :camas, muebles, radio, planchas, bicicletas, re-tratos de familia, reloj, ropero, ropa colgando,

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libros, . . . Perecía que un trozo de noche y sueñohubiera decidido permanecer toda la vida

en aquella habitación desordenada.

La cafetera humeaba y Mary, impaciente,ya había decidido desayunar en el caminocuando entró Jeff. Desenvolvió el pan sobreel pequeño y blanco mantel de la mesa y,con premura, improvisó unos emparedados .El comité local integracionista tenía una reunión importante

. Se iban a tomar acuerdos relacionados con el futuro de la organización .Era necesario interesar a otros núcleos de lapoblación en la Gran Marcha sobre el Capi-tolio. Faltaban pocos días para el aconteci-miento y todo el país estaba pendiente . Y tam-bién el mundo.

Jeff miró a su hermana de hito en hito co-mo siempre acostumbraba a hacerlo . Es bo-nita, pensó. Era una moza de carnes firmes yapretadas, de mediana estatura y de finos ade-manes. Cuando el viejo Jeff vivía pudo com-pletar sus estudios de Filosofía en Filadelfia .Después tuvo todo el propósito de trasladarseal norte. Allí, en Washington, los negrosconstituían el sesenta por ciento de la pobla-ción y eso multiplicaba las posibilidades deuna buena colocación . Era maestra en Selma ;pero le interesaba enseñar filosofía en una es-

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cuela secundaria. Tenía buenos contactos y nole llevaría mucho tiempo colocarse en uno delos tantos colegios mixtos de Washington des-de donde bien podría hacer una buena laborpara los hermanos de su raza.

Pero, Selma la atrapó. No pudo evitar seruna de las primeras en acudir al llamado delreverendo Esteban . Pronto pasó a ser una de

las figuras principales de la organización integracionista local . Ahora era demasiado difícil cruzarse de brazos y abandonarlo todo.

-¿Cuándo?- preguntaba la vieja Juana .-Pronto. Cuando alguien me reemplace

aquí- agregaba ella .A las siete y treinta abandonó la casa y no

se sorprendió de la claridad del día . Eta unamañana común y corriente en Selma. Respiróprofundamente y se dirigió a la plazita . El reverendo Esteban aguardaba reclinado a un hi drante. Sostenía la Biblia en la mano derecha.

-Vamos- dijo- los demás han de ha-ber partido.-En marcha, pues .El automóvil avanzó lentamente hacia las

afueras de la ciudad . Ya no era posible reu-nirse en cualquier parte. Ni el ghetto era se-

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guro. El Ku Klux Klan cuenta con "investiga-dores" secretos y una reunión, si no se tomabantodas las precauciones, podría muy bien ser lo-calizada. Habían acordado, por ese simple mo-tivo, reunirse en sitios distintos cada vez . Losjefes de grupo -y posiblemente los que po-seían automóviles- eran los únicos que sabíancon verdadera exactitud el día, hora y lugarde reunión. Se les encomendaba para que re-cogieran al resto y para que los condujeran,con la mayor reserva, a los sitios previstos .

La pareja abandonaba la ciudad por el es-te. Mary vestía esa mañana -como era su cos-tumbre- en forma sencilla y llevaba un finosombrero que más bien parecía un pañuelode esos usados para asistir con solemnidad alas congregaciones religiosas . En eso ocurrió

-¡Cuidado . . . .!

Nueve disparos de armas automáticas hicieron blanco sobre el automóvil . Uno de losproyectiles se alojó en el cuello de Mary . Elreverendo perdió los controles y la máquinaavanzó en zig zag unos veinte metros adelantehasta que se estrelló con la cuneta .

Alguien trasladó al reverendo Esteban alhospital. Media hora después llegó el forenseal "lugar de la tragedia" -como informara

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un periódico- y una ambulancia trasladó aMary a la morgue.

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Sí. Mary murió. Todavía no capturan alasesino. No creo que quieran capturarlo. ¿Pa-ra qué? Nada se remediaría. Eso no nos pue-de devolver a Mary viva . Murió. Yo la vi.Es extraña la muerte. Si hubieran queridoagarrar al asesino habrían hecho como en laspelículas. ¡Esos si que saben hacer las cosas!No recuerdo cuando mamá murió . Dice padre que yo estaba muy chico entonces . Poreso lloré mucho en el entierro de Mary. Llo-ré por Mary y por mamá. También por Jeff .El no lloró. "Es tonto llorar", me dijo. Yocreo que Jeff es malo. Nunca será predicador .Lo sé. O tal vez no sea malo sino fuerte.¿Quién sabe? Mamá Juana gritaba y gri-taba. ¿Qué será de ella, ahora? Está muy vie-ja para trabajar. Tendrá que hacerlo hasta queJeff esté grande. O tal vez lo deje ir a tra-bajar a lo de Richard . Lavará platos, entonces.

Otros estaban allí . Pero, parecía que estu-vieran en otra parte. Cerraban los puños. Yhasta decían malas palabras . Afuera estabala policía y un carro lleno de perros . Alguienrecitó :

-los

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Milá, en el sur, lejos, en Dixie(cadáver que el alto aire hamaca)pregunté al alto Señor Jesúsde que sirve la plegaria(* )

y Viejo Anselmo se disgustó mucho. No sépor qué. Algún día lo sabré, seguro. A mime gustó mucho lo que dijo ese muchacho ypor eso lo copié. No importa que Viejo An-selmo se disguste.

Estoy de nuevo en mi ventana. Puedo vertodo lo que ocurre en la calle . Ya Mary noestá. Es difícil imaginárselo, Allá abajo lagente es la misma. Caminan. Conversan yse dan la mano. Se despiden. Gritan y corren.A veces es divertido. Llegan en automóviles .Unos bajan al sótano de Charlie y otros si-guen de largo. El letrero sigue allí : sólo parablancos.

¿Dónde estará Jeff, ahora? Puede haber idodonde Carolina. A mi me gusta mucho. Pe-ro, se la dejo. El la necesita más que yo. ¿Quéserá de Mary? Jeff dice que está en el cielode los negros, convertida en un angelito, por-que cuando los grandes mueren, y son buenos,vuelven a ser niños. Así tiene que ser porque

(0 ) Versos de Langston Hughes .

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sólo los niños pueden ser ángeles . Si existeese lugar, Mary y mamá deben haberse en-contrado y deben estar jugando . Sería hermo-so. Mary diría a mamá: John es buen chicoy es amigo de Jeff y hasta le ha dejado aCarolina. Así no importaría la muerte. Asílos blancos no verían a los negros . Allí tendr íamos que poner un letrero bien grande que

diga : solo para negros. ¿Cómo iban a vivirlos blancos y los negros en el mismo cielo?¿Cómo iban a jugar juntos?

Allá va Billy. Algún día dejaré de verlodesde acá arriba. Bajaré y me las cobraré to-das juntas. Ya sabrá ese. . . .

-Eh, Billy, tenemos una cuenta pendiente. ¡Lo oyes!

-Baja, pues-

Se echa a reir, saca la lengua y me enseñalos dientes. Se burla, sí. Pero, esto empieza ahora. Algún día bajaré. Estoy seguro.

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ORDEN DEL LIBRO

Pág,

VELADA VELADA 7

LA SORPRESA 12

EL JUEGO 18

FUMISTERÍA 23

PECCATA MINUTA 29

UN NIÑO CÓMO OTRO36

KNOCK-OUT140

DOS JUNTOS SEPARADOS.47

LA PEQUEÑA GUERRA DE JOHN55

UN HOMBRE DESHABITADO66

SALÓN DE CLASES 74

LAS TARÁNTULAS DE MIEL82

LA VENTANA ----- 97

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Se terminó la Impresión de este libro en laciudad de Panamd, en Junio de 1970, en losTalleres de INDUSTRIAL GRAFICA, S. A. .bajo los auspicios de la Dirección Nacional

de Cultura del Ministerio de Educación .

La Edición consta de 1,500 ejemplares.

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Las Voces del Dolor queTrajo el Alba y, luego, en1961 con el libro Despedidadel Hombre . En 1969 ob-tiene el primer premio enCuento y Poesía, en el Con-curso Ricardo Miró, con suslibros Peccata Minuta (cuen-tos) y Los pájaros regresande la niebla (poesías), cons-tituyéndose en el primer es-critor panameño que lograadjudicarse ambas seccionesen un mismo certamen .Otros libros publicados : Pa-namá, Incendio de Sollozos(agotado), Mayo en el Tiem-po y Despedida del Hombre .

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"A manera de resumen, bien podemos decirque en la docena de cuentos que integranPeccata Minuta, Pedro Rivera ubica al hombrepor encima de tierra determinada ; que lo pre-senta en su agonía de ser finito, y en esto lo-gra universalidad y logra --estructuralmente ha-blando-- exponer el drama humano dentro delos tres tiempos o momentos de las viejaspreceptivas : exposición, nudo y desenlace,tan apretadamente que parecen ser uno solo .Pedro Rivera, pues, al cultivar con maestríael cuento, responde a aquellas conocidas palabras de Cortázar: "Un buen cuento" --dice elargentino-- "es incisivo, mordiente, sin cuarteldesde las primeras frases". Y el drama de serque presenta Pedro es precisamente así : hechoen condensación, instantaneidad, compacidademocional y estética . Y estas característicasson precisamente el segundo punto de unión,de allegamiento entre la poesía y el cuento denuestro joven escritor panameño ."

Gloria Guardia de Alfaro