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claclOnes de palabras, pero aprendemos «moneda de peseta» conectando la expresión con determinados objetos. Es decir, las expresiones que tendemos a considerar sinónimas serían aquellas que aprendemos por su interconexión con otras expresiones, mientras que las que aceptamos corno meramente coextensivas serían las que aprendernos por su asociación con estimulaciones.
Más recientemente, en Las raíces de la referencia (1973; secc. 2L), Quine ha acotado, dentro de las oraciones estimulativamente analíticas, una subclase de las mismas que se aproxima, aún más, a las oraciones tradicionalmente aceptadas como analíticas. Se trata de aquellas oraciones que todos los hablantes de la comunidad aprenden a entender al mismo tiempo que aprenden que son verdaderas. Así, se aprende Jo que significa la oración «Un perro es un animal» al tiempo que se aprende a asentir a ella (el ejemplo es de Quine). En estos casos, la analiticidad estirnulativa está conectada con el proceso de aprendizaje del lenguaje de tal manera que entender la oración y aceptarla como verdadera son procesos simultáneos. Naturalmente, éste sería también el caso de «Ningún soltero está casado». Esta aproximación al concepto de analiticidad la hace depender de la uniformidad social en el aprendizaje de ciertas palabras o expresiones. Pero esto no supone que se pueda trazar una división radical entre las verdades analíticas y las verdades sintéticas. Más bien lo que hay es una serie gradual , en la que hay que situar, en primer lugar, aquellas oraciones que todos los hablantes aprenden al tiempo que conocen su verdad, y que son las que podernos llamar «anaJíticas». En segundo lugar, aquellas que una mayoría, aunque no todos, aprenden de esa manera. Luego, las que aprenden así algunos; después, las que tan sólo unos pocos llegan a aprender de semejante modo, y, finalmente, las que nadie ha aprendido en la forma dicha. En resumen: hay oraciones más o menos analíticas o, mirándolo desde/el punto de vista inverso, más o menos sintéticas.
8 .6 La indeterminación de la traducción radical
Ya hemos visto en qué consiste la traducción radical: en traducir entre dos lenguajes que no habían tenido previamente relaciones culturales recíprocas. Quine dedicará buena parte del capítulo segundo de Palabra y objeto a defender la tesis de que semejante traducción no puede estar del todo determinada por la conducta lingüística de los hablantes. Dicho de otra forma: puede haber sistemas distintos , incompatibles entre sÍ) de efectuar tal traducción, y compatibles en cambio con la totalidad de las disposiciones lingüísticas de los hablantes (secc. 7). Naturalmente, la divergencia de traducción entre un sistema y otro será tanto menor cuanto más inmediata se halle la oración traducida a la estimulación no verbal. Salta a la vista que el principio de la indeterminación de la traducción radical va a suministrar a Quine un importante punto de apoyo para su teoría del lenguaje.
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Según vimos, Quine describe, como ejemplo más simple, el caso de que, al divisarse un conejo en las inmediaciones, el nativo, dirigiendo su mirada en esa dirección , dice «Gavagai». El traduccor, que hemos supuesto de habla española , anota «Conejo». Y comprueba ulteriormente que en todas aquellas ocasiones en las que él asentiría si se le preguntara <~¿Concjo?» , los nativos asienten cuando él les pregunta «¿Gavagai?» (hemos supuesco asimismo que el asentimiento o la negación lo realizan por medio de gestos cuyo sentido está claro). Una primera hipótesis sería, entonces, la de que «Gavagai» y «Conejo» poseen el mismo significado es timulativo, son estimulativamente sinónimas, puesto que son expresiones a las que los respectivos hablantes asienten y de las que disienten tras las mismas estimu laciones. Y vimos también .que aun tan simple hipótesis presenta dificultades, pues el asentimienco del nativo podría obedecer, no a la estimuJación relevante, sino a información adicional que él tiene, pero que no conoce el visitante; por ejemplo, información sobre la presencia usual de conejos junto a determinadas plantas. Esco hará que, en tales ocasiones, el nativo asienta a «¿Gavagai?» cuando el visitante daría una respuesta negativa a «¿Conejo?~>. A pesar de estas diferencias de significado estimula tivo entre ambas expresiones, sin embargo, y asumiendo que no se produzcan más que en una pequeña proporción de los casos, el visitante pensará razonablemente que su traducción está justificada y seguirá adelante con ella, poniéndola de nuevo a prueba cada vez que se presente una clara ocasión (secc. 9). Para ciertas expresiones, como las que designan colores, la influencia de informaciones ad icionales puede ser aún menor que para expresiones como «Gavaga!»; puede ser nimia. Como ya sabemos, Quine considera como oraciones observacionales aquellas oraciones oca- . sionales cuyo significado es ti mulativo no varía a consecuencia de la informaci6n adicional (secc. 10). Podemos afirmar, pues, que, aun con la incertidumbre usual en los procedimientOs inductivos, las oraciones observacionales son traducibles y escapan en principio al principio de indeterminación.
Al pasar de las oraciones a los términos, la situación empeora. Incluso si aceptamos que «Gavagai» y «Conejo» son oraciones estimulativamente sinónimas, y en esta medida traducibles, ello no nos asegura que, tomadas esas expresiones como términos, sean no ya sinónimas, sino ni siquiera coextcnsivas. Según comprobamos en la sección 8.5, «gavagai» podría designar conejos, estadios temporales de conejos, la conejidad, ete., sin que ello afectara a su significado es timulativo al ser usada como oración ocasional. Por ello, la traducción de términos queda bajo el princIplo de indeterminación, a diferencia de lo que acontece con las oraciones ohservacionales.
Por lo que toca a las oraciones ocasionales no observacionales, la posici6n de Quine es que no pueden traducirse con seguridad , si bien el traductor podrá determinar que dos oraciones son estimulativamente sinónimas para los nativos cuando compruebe que las estimulac iones que los provocan a asen tir a una provocan también el asentimiento a la otra, y que las
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esrimulaciones que los impulsan a disentir de una los impulsan asimismo a disentir de la otra. El traducwr será igualmente capaz de identificar las oraciones que son cstimulativamente analíticas para los nativos, puesto que puede comprobar que hay oraciones a las que los nativos asienten a continuación de cualquier estimulación, y otras a las que replican nega tivamente también tras cualquier estimulación (secc. 15 ).
Las únicas oraciones que, hasta ahora, se prestan direccamente a la traducción son las oraciones observacionales. Pero hay una clase muy distinta de oraciones que, según Quine, rscapa también al pr incipio de indeterminación de la traducción: son las que consisten en funciones veritat ivas (secc. 13). Recurriendo al criterio pragmático que es tamos uti lizando, el del asentimiento y el disentimiento (aunque Quine lo llama «semántico»), podemos comprobar si una oración compleja suficientemente corta del lenguaje nativo expresa una función veritativa. Así, si el resultado de añadir una cierta expresión a una oración es que el nativo deja de asent ir para pasar a disentir , o viceversa, podemos concluir que estamos ante la negación. Si la consecuencia de añadir una expresión a dos omciones suficientemente cortas es que el nativo asiente a la nueva oración compleja sólo si antes asentía a cada una de sus partes, disintiendo en otro caso, podemos pensar nzonablemente que la expresión representa la conjunción. Si al añadir una expresión a dos oraciones enconrramos que el nativo tan sólo disiente en el caso de que ~s[é dispuesto a disenti r por separado de las dos oraciones componentes, asintiendo en caso contrario, cabe confiar en que hemos hallado la expresión de la disyu nción incluyente. y de modo semejante para otras funciones veritativas.
Posteriormente, Quine ha señalado algunas insllficicncias en el método anterior. Por ejemplo, puede ocurrir que el nativo no esté dispuesto a disentir de la oración compleja (supues tamente disyun tiva) y, en cambio, disienta de cada una de sus partes por separado. Esto puede ocurrir , en general, con afirmaciones sobre acontecimientos futu ros; así, el nativo puede asentir a la disyunción «Lloverá o se perderá la cosecha», sin estar dispuesto a asentir por separado a alguna de las oraciones «Lloverá» y «Se perderá la cosecha» (<<Existencia y cuantificación », pp. 103-104 del original). En cuanto a la conjunción, el nativo puede, en cierto casos, disentir de ella, sin disentir de ninguno de los componentes por separado (Las raíces de la referencia, secc. 20). A pesar de es tos casos marginales, es patente que las funciones veritativas pueden traducirse con un alto grado de seguridad. La alusión de Qu ine a que las oraciones componentes sean cortas se debe a que, si son largas, el nativo puede confund irse más fácilmente haciendo inútil la comprobación del traductor ; se trata , pues, de una mera cautela. Y no hace falta añadir que, al traducir las expresiones nativas de las fu nciones veritativas al lenguaje del traductor, es inexcusable tomar precauciones, ya que, corno es bien sabido, palabras como <mo}), «v» u «o) no coinciden exactamente con las funciones veri tativas mencionadas, por más que las representen con suficiente aproximación.
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--.¿Pu~de extenderse el. método anterior. a otras. pa.rtes de la lógica?
QUlOe piensa que no . Umcameme. las relaclO.nes ven tauvofuncionales pueden reconocerse en una lengua ajena recurnendo al comportamiento lingüíst ico de sus hablantes. En la lógica de predicados nos encontramos Con oracio~es c~antificad~s d~l tipo de «Todo F es G}} o «Algún F es G», y con ahrmaclOnes de Identidad como «o = b». Pero para traducir este tipo de oraciones se requiere determinar a qué objetos se aplican los predica_ dos «F) y «G), o a qué se refieren Jos nombres «o» y «b). Y esto es algo que no está determinado por el significado estimulativo de las expresiones. En tal medida, la cuantificación y la identidad son intraducibles; no constituyen patrimonio común a los hablantes de lenguas radicalmente diversas, sino que son parte de los mecanismos de referencia in ternos a cada una.
Aquí acaba t~o ~anto nuestro intrépido traductor puede averiguar acerca del lenguaje nativo sobre la base del comportamiento lingüístico de los hablantes, y en particular provocando su asentimiento o disentimiento de las expresiones tras diferentes tipos de estimulación. ¿Cómo puede ir más allá de estos límites? Cabe imaginar que el traductor irá dividiendo las expresiones que escuche en partes convenientemente breves, y que por su repetición pueda considerar como palabras, estableciendo, con carácter hipotético, las equivalencias entre éstas y las diversas palabras y expresiones de su lengua, del castellano. Esto es 10 que constituye las hipótesis analíticas del traductor, como las llama Quine . Naturalmente, deben ser acordes con los resultados de su traducción directa. Esto es, deben estar conformes con la traducción de oraciones observacionales y de funciones . veritativas, y deben ser tales que las oraciones identificadas como estimulativamente analíticas para los nativos, queden traducidas por oraciones que sean estimulativamente analíticas para los hablantes del castellano, y las oraciones que sean entre sí estimulativamente sinónimas para los primeros, resulten traducidas por oraciones que lo sean igualmente para los últimos. Las hipótesis analíticas se caracterizan porque van más lejos de cuanto puede obtenerse exclusivamente a partir de las disposiciones de los nativos para el comportamiento Iingilistico, autorizando traducciones para las que no existe justificación concluyente alguna (secc. 15).
Podría pensarse que el traductor siempre tiene la posibilidad de tomar el camino más largo', a saber: hacerse bilingüe, aprendiendo la lengua nativa a la manera de un niño. Quine concede que esto re permitiría traducir todo tipo de oraciones ocasionales, y no sólo las de observación, ya que estará ahora en posesión de toda la información adicional necesaria. Pero ésta es la única ampliación que experimentará su capacidad de traducir. En todo lo demás permanecerá igual, tendrá que recurrir a hipótesis ana· líticas, con la sola diferencia de que, en la medida en que haya llegado a dominar el lenguaje nativo, podrá actuar él mismo como informador nativo y como traductor, y no necesitará andar cuestionando a los demás hablantes ni provocando su asentimiemo o disentimiento. El punto importante es éste: por más que domine la lengua nativa no encontrará
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criterios que le permitan traducida con seguridad excepto dentro de los Iímües señalados. En realidad, el propio supuesto de su bilingüismo carece de verosimilitud , pues no podrá en ningún caso aprender la nueva lengua como un niño; en su aprendizaje estará con tinuamente apoyándose en hipótesis analíticas, aun inconscientemente.
Esos cri terios rigurosos de traducción no se encuentran en las hipótesis analíticas, pues es posible formular diversos sistemas de hipótesis incompatibles en-tre sí e igualmente compatibles con la conducta y con las d.isposiciones lingüíst icas de los hablantes nativos. Por ejemplo, «ga~aga1», en cuanto término, puede traducirse como «conejO» ba jo un cierto sIstema de hipótesis, y como «parte de conejo» según un sistema distinto. La diferencia entre ambos sistemas podría consistir meramente en que determinada expresión nativa, utilizada para preguntar a los nativos sobre este punto, se tradujera en un sistema corno «es lo mismo que» y en el otrO como «es parle de lo mismo que». La posición de Quine es que , en casos como éste , no hay prueba independiente alguna de que una de las traducciones sea más exacta que la otra (secc. 15). En realidad, la idea de que una de las traducciones sea más correcta que la otra no tiene buen 'sentido: «La cuestión no es que no podamos estar seguros de si la hipótesis analítica es correcta, sino que ni siquiera hay, al contrario de lo que ocurría en el caso de 'Gavagai', un asunto objetivo sobre el que decir algo correcto o incorrecto) (secc. 16, prina pio).
¿Adónde lleva todo esto? No se ' trata, por lo pronto, de pretender que toda traducdón es imposible. Podemos traducir, y traducimos de hecho con sufidente seguridad, del inglés, del ruso o del chino al castellano. Lo que Quine subraya es que la traducción se funda, en estos casos, en el parentesco de las lenguas entre sí y en las relaciones culturales existentes entre sus hablantes. El problema se plantea cuando se trata de lenguas entre las que no ha habido relaciones previas: éste es e1 caso de la traducción radical. Aun aquí, ya hemos visto que, para Jas oraciones observacionales y las funciones veritativas, es posible justificar la traducción. ¿Y para las demás expresiones? Quine no pretende que, llegado el caso , no tenga in terés intentar su traducción, ni que la traducción que se proponga no sea suficiente para todos los efectos prácticos. Pero en el grado en que tai traducción no puede estar objetivamente mejor justificada que otras, no cabe pretender que la traducción consista c::n equiparar expresiones de lenguas distintas que tengan el mismo significado. El concepto de identidad de significado pierde todo su sentido y, con ello , también los conceptos de sinonimia, traducción, analiticidad y proposición (entendida como 10 que significa una oración). El principio de la indeterminación de la traducción radical va dirigido , en suma, contra el mentalismo en la teoría del significado, contra la tesis de que toda oración, junto con todas sus oraciones sin6nimas y con todas sus traducciones posibles a otras lenguas, expresan una misma e inalterable .idea, un mismo y com ún significado, que tendría en su mente cualquier hablante de cualquier lengua siempre que pronunciara cualquiera de las oraciones del conjunto así definido . Esto es,
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rechaza la tesis de que el lenguaje da expreSlOn material a proposlClOn~s o significados que existen previa e independientemente, tesis que ha en~ contrado gran apoyo en algunas de las afirmaciones de Chomsky, y que puede verse formulada en el siguiente párrafo de Katz: «Más o menos, la comunicación lingüística consiste en la producción de un fenómeno acús~ tico externo, públicamente observable, cuya estructura fonética y sintác~ tica codifica los pensamientos o ideas interiores y privados de un hablante, y en la descodificación de la estructura fonética y sintáctica, presente en ese fenómeno físico, que realizan otros hablantes en la forma de una experiencia interior y privada de los mismos pensamientos e ideas» (Filosofía del lenguaje, cap. 4, principio). Estos pensamientos o ideas, que según Katz pued~n repetirse en las mentes de hablantes diversos, serán los que den a las expresiones su significado. Y contra esta teoría del significado aspira Quine a ponernos en guardia.
8.7 La regimentación lógica del lenguaje y el criterio de compromiso óntico
Como vimos en el capítulo 6, la moderna teoría del significado nació, con Frege , bajo el signo de la queja contra el lenguaje ordinario: quejas fundamentalmente acerca de la ambigüedad y de la vaguedad de muchas de sus palabras y expresiones, y precisamente de aquellas que poseen importancia lógica mayor; y quejas también sobre la falta de referencia y sobre la indeterminación del sentido de muchos nombres y predicados «~Sobre sentido' y referencia», p. 70). Para paliar esta deficiencia lógica del lenguaje natural, Frege concibió un lenguaje lógico al que llamó «con~ ceptografía» (Begriflsschrifl, titulo de la propia obra donde lo expone). Este intento lograría una primera madurez en el sistema lógico de Whitehead y Russell, Principia Mathematica, en el que Russell veía, como ya sabernos; la estructura de un lenguaje lógicamente perfecto con el que comparar, para su descrédito filosófico, el lenguaje natural. El Tractatus de V7ittgenstein contiene, a estos efectos, un cambio de posición sutil , pero significativo: a pesar de la ambigüedad que en tan gran medida afecta al lenguaje común, éste se halla lógicamente bien estructurado y la forma lógica hay que buscarla directamente en él. si bien una notación simbólica, a la manera de Frege y Russell, es útil precisamente para evitar aquella ambigüedad (Traclalus, 3.325 y 5.5563) . En su segunda etapa filosófica, Wittgenstein, según hemos visto, se apartó notablemente de estos caminos para investigar más bien las peculiaridades del lenguaje natural al margen de cualquier exigencia lógica. Algunos de sus herederos y con~ tinuadores destacarán la riqueza de funciones lingüísticas y de relaciones semánticas que la lógica no puede recoger. Ahora más bien es la lógica la que aparece como deficiente. Esto se aprecia con nitidez en pensadores como Strawson y Austin. Carnap, por su parte, había continuado en este tema la línea de Russell, cuya influencia se advierte tanto en su primera