La esperanza en Santa Clara de Asis
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I
CLARA, UNA MUJER DE ESPERANZA
“…Los pobres tienen el secreto de la esperanza. Comen cada día en la mano de
Dios. Los otros hombres desean, exigen, reivindican, y llaman a todo esto
esperanza… Por otra parte, el mundo moderno vive demasiado acelerado, no tiene
ya tiempo de esperar. La vida interior del hombre moderno tiene hoy un ritmo
excesivamente veloz para que nazca y permanezca un sentimiento tan fuerte y dulce
como la esperanza…
Sólo los pobres esperan por todos nosotros, como sólo los santos aman y expían por
todos nosotros…
Llegará un día en el que se cumplirá la palabra de Dios y los pobres poseerán la
tierra, y la poseerán sencillamente porque no habrán perdido la esperanza en este
mundo de desesperados.” (G. Bernanos)
UNA INMERSIÓN EN LO INCIERTO
El primer paso fuera de la seguridad de su casa, hacia la Porciúncula
envuelta en la oscuridad –un sumergirse en la incertidumbre- es su paso decisivo en
la carrera de la esperanza.
Un paso sin timidez (no aparece nunca tímida), pero que pronto tomará otro
ritmo… Será ella quien escriba: “…Con andar apresurado, con paso ligero, sin que
tropiecen tus pies ni aun se te pegue el polvo del camino, recorre la senda de la
felicidad, segura, gozosa y expedita; y con cautela: de nadie te fíes ni asientas a
ninguno que quiera apartarte de este propósito, o que te ponga obstáculos para que
no cumplas tus votos al Altísimo con la perfección a la que el Espíritu del Señor te ha
llamado (Rom 14,13; Sal 49,14)…” (2CtaCl. 12-14)
De hecho, poco a poco, Clara aprende en San Damián, a “comer cada día de la
mano de Dios”, una mano que ofrece, sí, en abundancia “…la pobreza, el trabajo, la
tribulación, la afrenta, el desprecio del mundo…” pero también que convierte todo
eso en “…grandes delicias…” (Cf. RCl VI, 2), porque derrama sin medida en el
corazón: la esperanza.
EN LA MANO DE DIOS.
Toda la vida de Clara se ancla en la esperanza. Sola, abandona para siempre
su casa a los dieciocho años por seguir los pasos de un hombre, a quien los más
consideran todavía un loco. Un salto en el vacío. Contra la tradición; contra las
conveniencias sociales; contra la misma práctica normal de la Iglesia… “contra toda
esperanza” (Rom. 4,18). Se la ve rechazar la tranquila seguridad de los monasterios
benedictinos y resistir la presión de los familiares… contra la seguridad humana que
vuelve a llamar a la puerta.
II
”La fe que yo amo es la esperanza” (le hace decir Péguy a Dios). Va a San
Damián. En la incertidumbre. Allí aún está todo por hacer. Allí está sola, “pero no se
espanta por la soledad” (LCL 9).
Cuanto más profundo se hace su despojamiento, su pobreza de seguridades
humanas –a imitación del Crucificado pobre- tanto más brilla, sobre su camino la
esperanza…
Pero ahora en san Damián hay poco o nada. Y, lo que más cuenta, no hay ni
siquiera perspectivas seguras. Puede contar con la promesa evangélica: “El Padre
sabe que tienen necesidad de todas estas cosas. Busquen el reino y estas cosas se les
darán por añadidura” (Lc. 12, 30-31)…, en nada más puede confiar. NO sabe qué
será de ella, ni de su hermana Inés… Ni siquiera sabe si el lugar en que se encuentra,
San Damián, tendrá un porvenir: está vacío… No puede suponer que, al cabo de
algunos meses, Dios multiplicará la familia.
Por el momento, humanamente hablando, todo es oscuridad.
Como Abraham, Clara camina en la noche, sostenida sólo por la confianza
inquebrantable en Aquél que es el Señor de lo imposible.
Dice el autor de la carta a los hebreos (Heb. 11,8): Y Abraham “salió sin saber
a dónde iba”. Tampoco Clara sabe hacia dónde va. Es de noche. Mas todo se arriesga
en la esperanza… Y Clara está segura, más segura en el viejo castillo familiar. Dios
es fiel a sus promesas. Clara espera en su palabra.
COMO UNA AGONIA
“Tú eres nuestra esperanza, grande y admirable Señor, Dios omnipotente,
misericordioso Salvador…
Tú eres seguridad, Tú eres todas nuestra riqueza a saciedad, Tú eres nuestro
custodio y defensor…”
Toda otra seguridad –fuera de Dios- es una traición.
Es de noche para Clara, noche en la que solo la esperanza puede entrever una
luz; noche en la que la única “salvación” es mirarse en aquel espejo que es el rostro
de Jesús, Amor pobre, privado de todo, que cuelga de la cruz…“Esperanza de Israel,
su salvador en tiempo de angustia…” – Jeremías 14,8-.
“…Oh reina nobilísima: observa, considera, contempla, con el anhelo de
imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 43,3), hecho
por tu salvación el más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de mil
formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la cruz.
Porque, si sufres con El, reinarás con El (Rom 8,17); si con El lloras, con El
gozarás; si mueres con El en la cruz de la tribulación, poseerás las moradas eternas
en el esplendor de los santos, y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será
glorioso entre los hombres (2Tim 2,11-12). (IICTACL. 20-21)
III
Y es fatigoso –una verdadera agonía- caminar, por todos, en el desierto…,
como saciar el hambre de 50 hijas?... o cuando la desesperanza golpea el corazón de
algunas de ellas?... es fatigoso esperar por todas…
ÉXODO
Francisco va por los caminos sin bolsa, sin alforja, ni bastón.
Clara –con la percepción de haber dejado en la otra orilla todo-, cerrada en san
Damián, recorre desde ahora los caminos del Éxodo en el desierto…, hacía la tierra
prometida, que se trasluce en sus escritos…
“...Clara , indigna sierva de Cristo e inútil servidora de sus siervas que moran en el
monasterio de San Damián de Asís, le desea salud, y que, con las otras santísimas
vírgenes, cante el cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y siga al
Cordero dondequiera que vaya (Ap 14)…”
"¡Atráeme! ¡Correremos detrás de ti al olor de tus perfumes (Ct 1,3), oh Esposo
celestial! Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega, hasta
que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu derecha me abrace deliciosamente, y me
beses con el ósculo felicísimo de tu boca" (Ct 2,4.6)…” (IVCTACL. 2-3 y 30-32)
En la experiencia espiritual de todos los tiempos, como en la historia de Israel,
el desierto es siempre el escenario del encuentro con Yahvé. “Lo encuentra en tierra
desértica, en yermo, henchido del ulular de la estepa; lo cerca de vallado, lo atiende,
cuídalo como a la niña de sus ojos. Como el águila provoca al vuelo a su nidada y
revoletea por encima de sus polluelos, así extiende Yahvé sus alas, lo recoge y lo leva
sobre sus plumas. Sólo Él lo guía…” (Deut. 32, 10-12)
Clara lo sabe: es el Espíritu quien se lo enseña. Y en el cuadro de su clausura
organiza una vida “nómada”, vida de pueblo peregrino hacia la tierra de Dios…
“…Y, cual peregrinas y forasteras en este siglo, que sirven al Señor en pobreza y
humildad, vayan por limosna confiadamente. Y no tienen por qué avergonzarse, pues
el Señor se hizo pobre por nosotras en este mundo. Esta es la excelencia de la
altísima pobreza, la que a ustedes, mis queridísimas hermanas, las ha constituido en
herederas y reinas del reino de los cielos, las ha hecho pobres en cosas y las ha
sublimado en virtudes. Sea ésta su porción, la que conduce a la tierra de los
vivientes…” (RCL VIII, 2-5)
¡Nada! Simplemente un marchar adelante hacia “la tierra de los vivientes”,
como un pueblo en camino que no tiene ciudad aquí abajo, ni tienda estable donde
refugiarse, a imitación del Hijo del Hombre “…que no tiene dónde reclinar su
cabeza, sino que, inclinándola [en la cruz], entregó su espíritu (Mt 8,20; Jn
19,30)…” (1CTACL 18)
IV
La esperanza, escribe Péguy, conduce a Israel hacia la posesión de la tierra
prometida. La esperanza sostiene al pueblo en marcha a través de todo género de
dificultades; la esperanza infunde coraje ante la segura perspectiva de que un día las
promesas de Dios se realizarán.
La misma esperanza que guía a Israel es la secreta dinámica del Privilegio de
la pobreza. Clara camina con la certeza de que Dios es fiel en todas sus promesas…
“NO temáis, hija queridísima; Dios, que es fiel en todas sus promesas… será vuestra
ayuda, vuestro inseparable consuelo, como es nuestro redentor y nuestra eterna
recompensa…” (Carta a Ermentrudis).
UN CORAZON DE POBRE
Estamos, por lo tanto, en camino… Pero no es fácil caminar por este nuestro
desierto; nos lo enseña la experiencia de cada uno de nosotros. Y ahora es más difícil
que nunca porque parece que el “viento” se divierte dispersándonos, volcando todos
los lugares donde quisiéramos acampar…, haciendo pedazos toda esperanza
renacida…
Es indudable que en estos momentos nuestros ojos, los ojos de todos, están
llenos de arena. No se puede ver.
Cierto que no basta con haber proclamado una vez querer caminar por acá…
“Estrecho es el camino y estrecha es la senda; y angosta es la puerta por la que se va
a la vida y por la que se introduce en ella (Mt 7,14). Por esto son pocos lo que
recorren tal camino y entran por tal puerta; y si hay algunos que durante cierto
tiempo van por ese camino, son poquísimos lo que perseveran en él. Pero dichosos
aquellos a los que les ha sido dado andar esa senda y perseverar en ella hasta el fin
(Mt 10,22)…” (Testamento de Clara 71-73)
Ni siquiera basta un esfuerzo de desapropiación renovado cada día… Ahora
más que nunca, en el desierto resiste sólo quien tiene un corazón de pobre, quien
vive una dinámica de espera, quien vive de disposición, de fidelidad, de aquella
“confianza en tensión” –esperanza-.
Cuando Israel se desvía, confiando más en las potencias políticas y en las
seguridad terrenas que en su Dios, una extraña certeza se apodera de los profetas:
para que Israel vuelva a encontrar a su Dios, es necesario hacerle perder todo lo
demás, es decir, todas las seguridades terrenas, todo lo que insensiblemente ha
ocupado en su corazón el puesto del Dios viviente.
Tener un corazón de pobre significa, ni más ni menos, contar sólo con Dios.
Por consiguiente, no con mis recursos personales, no con los provisiones hechas, no
con el prestigio de la Orden o la seguridad de la casa, no con la fuerza de la tradición,
no con un pasado glorioso, no con la capacidad de organización de otros, o mía, no
con el número, no con la calidad, no con la salud que tengo, no con la salud que
quizás tendré mañana, no con la ayudas del exterior, no con las ideas de tal o cual…
Sólo con Dios: como el “pequeño resto” de la profecía: “Dejaré en medio de ti un
pueblo humilde y pobre, que buscará refugio en el nombre de Yahvé” (Sof. 3,12).
V
Señor, sólo Tú. Apoyo y plenitud eres Tú. Fuera de Ti, nada tiene color, todo
es de un gris que sabe a desesperación… (rezar con el Salmo 130)
El “desierto” lo ha quemado todo en Clara. Sólo ha quedado el rostro de su
Cristo, pobre y crucificado. No tiene otra cosa. El. No se dispersa. Sólo tiene tiempo
para ocuparse de Cristo, que exige amor de aquellos a quienes El mismo separa por
amor…
Y esto provoca que el desierto sea lugar de encuentro, dice Clara: “…cuyo
amor aficiona, cuya contemplación nutre; cuya benignidad llena; cuya suavidad
colma; su recuerdo ilumina suavemente; a su perfume revivirán los muertos…”
(IVCTACL. 11-13).
Si Clara viviese ahora, estaría también hoy demasiado ocupada en amar a
Cristo (Verbo Encarnado, niño, crucificado, vecino, que llena su vida y exige a
cambio amor y por consiguiente atención a cada instante, Dios que siembra el
silencio de la escucha en el corazón) para tener tiempo para inútiles interrogantes…
TIEMPO DE ESPERAR
“Hay un tiempo para cada cosa… tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo
de llorar y tiempo de reír, tiempo de callar y tiempo de hablar…” Afirma el
Eclesiastés (3, 1).
Hay también un tiempo para esperar… ¿Cuántos hundimientos o
acomodaciones por falta de esperanza?
No se nos perdonará el pecado contra la esperanza, este pecado que muy
raramente se manifiesta en gestos trágicos, pero que atenaza la vida un modo
engañoso, que nos paraliza, nos hace replegarnos sobre una serie de cuestiones
“marginales” (la única cuestión no marginal es El), o de posiciones cómodas.
Este pecado que siembra la jornada de desilusión y desconsuelo, que roe el
entusiasmo de la donación y lo socava con un mar de “si”: “si esto ya no lo sintiera
más”; “si aquel dejaría de molestarme”; “si me dejarán hacer tal o cual cosa”; “si los
otros lo hiciesen”; “si tuviese salud”; si…, si… Este pecado que quita la alegría de
andar adelante como peregrinos, en confianza al Dios de la salvación… Este pecado
que nos hace girar hacia atrás en inútiles lamentaciones…
No tengo esto… no me sale aquello, no puedo con esto, tengo dudas de esto
otro… no hay salud… Pero ¿qué importa? ¿Acaso por esto es que ya no estamos en
las manos de Dios o que la sombra de sus alas ha dejado de cubrirnos?
¿No será más bien que El exige un paso más… un “salto en el vacío”, un
abandono sin límites a su plan?
Dice el salmo 15, 6: “Mi suerte está en tu mano”… ¿De donde nuestra duda
que marca nuestra vida de desaliento y de tristeza?.