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URANITO EDITORES ARGENTINA – CHILE – COLOMBIA – ESPAÑA ESTADOS UNIDOS – MÉXICO – PERÚ – URUGUAY – VENEZUELA LA CABELLERA DE LA PRINCESA Y OTROS CUENTOS Liliana Cinetto Ilustraciones de Ximena García

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URANITO EDITORES

ARGENTINA – CHILE – COLOMBIA – ESPAÑAESTADOS UNIDOS – MÉXICO – PERÚ – URUGUAY – VENEZUELA

LA CABELLERADE LA PRINCESAY OTROS CUENTOS

Liliana CinettoIlustraciones deXimena García

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1. El ruido

Doña Lechuza terminó de barrer la puer-ta del nido, se acomodó las plumas des-

peinadas y estaba a punto de prepararse un té de hierbas, cuando…JRJRJRJRJRJRJR… escuchó aquel espantoso ruido. Terrible fue. Ensordecedor. Y tan fuerte que el árbol don-de vivía se sacudió y a doña Lechuza le tem-blaron desde los anteojos hasta las pantu-flas con pompones rosados. Primero pensó que había sido un trueno, pero en cuanto se asomó y vio el cielo sin una sola nube, sal-picado de estrellas, supo que era otra cosa.

—Un monstruo —le contó la ardilla, que estaba nerviosísima y no se quedaba ni un segundo quieta—. Dicen que llegó un monstruo al bosque.

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Doña Lechuza frunció el pico. Mons-truo, lo que se dice monstruo, por aquel bosque nunca había aparecido ninguno. Ella lo sabía perfectamente porque se pa-saba las noches con los ojos bien abiertos, vigila que te vigila, vigilia que te vigilia, en la punta de la rama. Por allí no andaba ni un murciélago ni una oruguita ni un ciem-piés sin que ella se enterara DE INMEDIA-TO. Por eso, ya estaba por contestarle a la ardilla que no inventara pavadas, cuando se escuchó JRJRJRJRJRJRJR… otra vez aquel ruido tremendo. Y ahí se armó el lío. Porque todos estaban asustados. Más que asustados. Asustadísimos. Y revoloteaban o corrían de un lado para el otro gritando como locos. Bueno, la tortuga no gritaba ni revoloteaba. Menos que menos corría, pero eso sí, se había metido dentro de su caparazón y no había manera de que sa-liera.

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—Que no, que me quedo acá, que estoy más segura… Avísenme cuando pase el peligro.

Doña Lechuza chistó un par de veces para tranquilizarlos.

—No puede ser un monstruo —les expli-có—. Los monstruos no…

Iba a decir “Los monstruos no existen”, pero no pudo, porque esta vez el ruido fue tan potente que hizo vibrar hasta la mismí-sima tierra y los dejó a todos aturdidos. Y aterrados. No hubo chistido que los calma-ra. Doña Lechuza tuvo que desgañitarse para que la escucharan.

—Les digo que no hay ningún monstruo.—¿Quéééééé? —preguntó el conejo, que

se había tapado las orejas con barro para que el ruido no se las lastimara.

—QUE NO HAY NINGÚN MONSTRUO —repitió doña Lechuza mientras se ende-rezaba los anteojos—. Y se los voy a de-mostrar ahora mismo. Síganme.

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Tuvo que insistir. Nadie quería ir detrás de ella, que estaba dispuesta a descubrir el origen del misterioso ruido y mostrar que no había monstruos por allí.

—Es que yo dejé a los pichones solos…—Y yo tengo que ir a hacer un trámite a

la municipalidad…—Y yo…Doña Lechuza no aceptó excusas. —Se vienen todos conmigo —ordenó.Y avanzó por el bosque aleteando por

acá, mirando por allá, prestando atención… Los demás la secundaban temblequeando de miedo. Cada tanto, doña Lechuza les pedía a las luciérnagas que iluminaran una hoja seca, una raíz, un tronco caído…

Así llegó hasta la orilla del río, en el re-codo donde el agua formaba una pequeña cascada. Fue entonces cuando encontró las huellas. Enormes, bien nítidas, marcadas en el suelo fangoso…

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—Ajajá —se alegró doña Lechuza—. Lo que sospechaba.

Y se dirigió a una cueva medio oculta en-tre los matorrales, una cueva llena de telas de araña, una cueva donde, hecho un ovillo de pelos, dormía nada más ni nada menos que… ¡el oso! Patas para arriba dormía. Y cada tanto… ¡JRJRJRJR… ZZZZZ… JR-JRJRJRJR! hacía temblar el bosque con sus estrepitosos ronquidos.

No lo despertaron porque el oso no tiene buen carácter y enseguidita se pone de mal humor. Eso sí: se quedaron más tranquilos. Porque el oso sería ruidoso, y peligroso, y fastidioso, pero de monstruo no tenía ni la punta de un bigote.

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